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El trabajo doméstico y su relación con el capital: una perspectiva feminista, Monografías, Ensayos de Derecho

Este documento analiza el trabajo doméstico desde una perspectiva feminista, explorando su relación con el capital y su importancia en la sociedad capitalista. Se discuten las ideas de mariarosa dalla costa sobre el trabajo doméstico y su relación con el capital, así como la postura política de dalla costa de que la mujer debería exigir un salario por el trabajo doméstico. Además, se analiza la importancia del trabajo doméstico en la sociedad capitalista y cómo ha despertado una mayor conciencia de la importancia de este trabajo entre las mujeres del movimiento feminista.

Tipo: Monografías, Ensayos

2018/2019

Subido el 03/03/2024

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¡Descarga El trabajo doméstico y su relación con el capital: una perspectiva feminista y más Monografías, Ensayos en PDF de Derecho solo en Docsity! PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 1 Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo. Heidi Hartmann PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 Este artículo defiende la tesis de que la relación entre marxismo y feminismo ha sido siempre desigual en todas las formas que ha tomado hasta ahora. Aunque tanto el método marxista como el análisis feminista son necesarios para comprender las sociedades capitalistas y la posición de la mujer dentro de éstas, de hecho el feminismo ha sido constantemente subordinado. Este artículo pone en tela de juicio la labor tanto del marxismo como del feminismo radical en torno a la “cuestión de la mujer” y mantiene que lo que hay que analizar es la combinación de patriarcado y capitalismo. Espero que éste sea un artículo que suscite grandes polémicas. El “matrimonio” entre marxismo y feminismo ha sido como el matrimonio según el derecho consuetudinario inglés: marxismo y feminismo son una sola cosa, y esta cosa es el marxismo1. Los recientes intentos de integrar marxismo y feminismo son insatisfactorios para nosotras como feministas porque en ellos la lucha feminista queda subsumida en la lucha “más amplia” contra el capital. Prosiguiendo con nuestro símil, es preciso un matrimonio más saludable o el divorcio. Las desigualdades en este matrimonio, como en la mayoría de los fenómenos sociales, no son accidentales. Muchos marxistas suelen afirmar que, en el mejor de los casos, el feminismo es menos importante que la lucha de clases y que, en el peor, divide a la clase obrera. Esta postura política da lugar a un análisis en el que el feminismo se absorbe en la lucha de clases. Además, el poder analítico del marxismo con respecto al capital ha hecho que pasaran inadvertidas sus limitaciones con respecto al sexismo. Aquí mantendremos que si bien el análisis marxista aporta una visión esencial de la leyes del desarrollo histórico, y de las del capital en particular, las categorías del marxismo son ciegas al sexo. Sólo un análisis específicamente feminista revela el carácter sistemático de las relaciones entre hombre y mujer. Sin embargo, el análisis feminista por sí solo es insuficiente, ya que es ciego a la historia y no es lo bastante materialista. Hay que recurrir tanto al análisis marxista, y en particular a su método histórico y materialista, como al análisis feminista, y en especial a la identificación del patriarcado como estructura social e histórica, si se quiere entender el desarrollo de las sociedades capitalistas occidentales y la difícil situación de la mujer dentro de ellas. En este ensayo proponemos una nueva orientación para el análisis feminista marxista. En la primera parte de nuestro análisis se examinan varios enfoques marxistas a la “cuestión de la mujer”. Luego nos centramos, en la segunda parte, en el trabajo de las feministas radicales. Tras observar las limitaciones de las definiciones que da el feminismo radical del patriarcado, ofrecemos las nuestras. En la tercera parte tratamos de utilizar la fuerza tanto del marxismo como del feminismo para hacer algunas sugerencias sobre el desarrollo de las sociedades capitalistas y sobre la actual situación de la mujer. Intentamos utilizar la metodología marxista para analizar los objetivos feministas, corrigiendo el desequilibrio de la reciente labor del feminismo socialista y proponiendo un análisis más completo de nuestra actual formación socioeconómica. Defendemos la tesis de que un análisis materialista demuestra que el patriarcado no es simplemente una estructura psíquica, sino también social y económica. Sugerimos que nuestra sociedad puede ser mejor comprendida si se reconoce que está organizada sobre bases tanto capitalistas como patriarcales. Al tiempo que indicamos las tensiones entre los intereses patriarcales y los capitalistas, 2 PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 5 La exclusión de la mujer del trabajo asalariado es debida primordialmente al capitalismo, porque éste crea el trabajo asalariado fuera del hogar al tiempo que exige que la mujer trabaje en el hogar a fin de reproducir trabajadores asalariados para el sistema capitalista. La mujer reproduce la mano de obra, proporciona cuidados psicológicos a los trabajadores y procura una isla de intimidad en un mar de alienación. En opinión de Zaretsky, la mujer trabaja para el capital y no para el hombre; es sólo la separación entre el hogar y el lugar de trabajo y la privatización del trabajo doméstico provocada por el capitalismo lo que crea la apariencia de que la mujer trabaja para el hombre de forma privada en el hogar. La diferencia entre la apariencia de que la mujer trabaja para el hombre y la realidad de que la mujer trabaja para el capital ha dado lugar a que las energías del movimiento de la mujer estén mal encaminadas. La mujer debería reconocer que también forma parte de la clase obrera, aun cuando trabaje en casa. En opinión de Zaretsky, “el ama de casa y el proletario son los dos trabajadores característicos de la sociedad capitalista desarrollada”6, y la segmentación de sus vidas oprime tanto al marido-proletario como a la mujer-ama de casa. Sólo una nueva conceptualización de la “producción” que incluya el trabajo de la mujer en el hogar y todas las otras actividades socialmente necesarias permitirá a los socialistas luchar por establecer una sociedad en la que se supere esta separación destructiva. Según Zaretsky, el hombre y la mujer deben luchar juntos (o por separado) a fin de reunir las esferas divididas de sus vidas y crear un socialismo humano que satisfaga todas nuestras necesidades privadas y públicas. Al reconocer al capital como raíz de su problema, el hombre y la mujer lucharán contra el capital y no entre sí. Puesto que el capitalismo es la causa de la separación entre nuestras vidas, pública y privada, el fin del capitalismo pondrá fin a esta separación, reunirá nuestras vidas y terminará con la opresión tanto del hombre como de la mujer. El análisis de Zaretsky toma prestados muchos elementos del movimiento feminista, pero en última instancia está a favor de una reorientación de este movimiento. Zaretsky acepta el argumento feminista de que el sexismo es anterior al capitalismo, acepta buena parte del argumento feminista marxista de que el trabajo doméstico es crucial para la reproducción del capital; reconoce que el trabajo doméstico es un trabajo duro y no lo minimiza, y utiliza los conceptos de supremacía masculina y sexismo. Pero su análisis se basa en última instancia en la idea de separación, en el concepto de división como el quid del problema, división atribuible al capitalismo. Al igual que el argumento de las “esferas complementarias” de principios del siglo XX, que mantenía que las esferas del hombre y de la mujer eran complementarias, distintas pero igualmente importantes, Zaretsky niega en buena medida la importancia y la existencia de la desigualdad entre el hombre y la mujer. Lo que le preocupa es la relación de la mujer, la familia y la esfera privada con el capitalismo. Además, aunque el capitalismo creara la esfera privada, como afirma Zaretsky, ¿cómo es que la mujer trabaja en ella y el hombre fuera? Indudablemente, esto no puede explicarse sin hacer referencia al patriarcado, al predominio sistemático del hombre sobre la mujer. Desde nuestro punto de vista, el problema de la familia, el mercado de trabajo, la economía y la sociedad no es simplemente una división del trabajo entre el hombre y la mujer, sino una división que sitúa al hombre en una posición de superioridad y a la mujer en una posición subordinada. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 6 Del mismo modo que Engels ve en la propiedad privada la contribución capitalista a la opresión de la mujer, Zaretsky la ve en la esfera privada. La mujer está oprimida porque trabaja en el hogar de forma privada. Zaretsky y Engels idealizan la familia y la comunidad preindustrial, donde hombres, mujeres, adultos y niños trabajan juntos en una empresa centrada en la familia y participaban todos en la vida comunitaria. El socialismo humano de Zaretsky reunirá a la familia y recreará este “taller feliz”. Si bien afirmamos que el socialismo interesa al hombre y a la mujer, no está del todo claro que todos estemos luchando por el mismo tipo de “socialismo humano”, o que tengamos la misma concepción de la lucha requerida para llegar a él, y mucho menos que el capital sea el único responsable de nuestra actual opresión. Mientras que Zaretsky piensa que la mujer parece trabajar para el hombre, pero en realidad trabaja para el capital, nosotras pensamos que la mujer trabaja en la familia realmente para el hombre, aunque evidentemente reproduce también el capitalismo. Una nueva conceptualización de la “producción” puede ayudarnos a reflexionar sobre el tipo de sociedad que deseamos crear, pero de aquí a su creación la lucha entre el hombre y la mujer tendrá que continuar junto con la lucha contra el capital. Las feministas marxistas que han examinado el trabajo doméstico también han subsumido la lucha feminista en la lucha contra el capital. El análisis teórico de Mariarosa Dalla Costa acerca del trabajo doméstico parte de la relación del trabajo doméstico con el capital y del lugar del trabajo doméstico en la sociedad capitalista, y no de las relaciones entre el hombre y la mujer, tal como se dan en el trabajo doméstico7. Sin embargo, la postura política de Dalla Costa de que la mujer debería exigir un salario por el trabajo doméstico ha despertado una mayor conciencia de la importancia del trabajo doméstico entre las mujeres del movimiento feminista. Los grupos de mujeres de todos los Estados Unidos debatieron y siguen debatiendo la necesidad de esta reivindicación8. Al pretender que la mujer en el hogar no sólo proporciona servicios esenciales al capital reproduciendo la fuerza de trabajo, sino que también crea plusvalor a través de este trabajo9, Dalla Costa despertó también en la izquierda una mayor conciencia de la importancia del trabajo doméstico, y dio lugar a un largo debate sobre la relación entre el trabajo doméstico y el capital10. Dalla Costa utiliza la concepción feminista del trabajo doméstico como un trabajo real para reivindicar su legitimidad bajo el capitalismo, afirmando que debería ser un trabajo asalariado. La mujer debería reivindicar un salario por el trabajo doméstico, en lugar de dejarse incorporar al trabajo tradicional, donde, al hacer una “doble jornada”, la mujer seguiría suministrando trabajo doméstico al capital gratuitamente al mismo tiempo que trabajo asalariado. Dalla Costa sugiere que las mujeres que recibieran un salario por el trabajo doméstico serían capaces de organizar este trabajo doméstico colectivamente, atendiendo de forma comunitaria al cuidado de los niños, la preparación de la comida, etcétera. Si reivindicara un salario y lo obtuviera, la mujer tendría mayor conciencia de la importancia de su trabajo, vería su significación social, así como su necesidad privada, primer paso obligado hacia un cambio social más amplio. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 7 Dalla Costa mantiene que lo socialmente importante del trabajo doméstico es su necesidad para el capital. En esto estriba la importancia estratégica de la mujer. Al reivindicar un salario por el trabajo doméstico y negarse a participar en el mercado de trabajo, la mujer puede encabezar la lucha contra el capital. Las organizaciones comunitarias de mujeres pueden ser subversivas para el capital y sentar las bases no sólo para la resistencia a los abusos del capital, sino también para la formación de una nueva sociedad. Dalla Costa reconoce que el hombre se opondrá a la liberación de la mujer (que se producirá cuando las mujeres organicen sus comunidades) y que la mujer tendrá que luchar contra él, pero esta lucha es complementaria de la que debe ser librada para lograr el fin último del socialismo. Para Dalla Costa, las luchas de las mujeres son revolucionarias no porque sean feministas, sino porque son anticapitalistas. Dalla Costa hace sitio en la revolución a la lucha de las mujeres, convirtiendo a las mujeres en productoras de plusvalor y, por consiguiente, en parte de la clase trabajadora. Esto legitima la actividad política de la mujer11. El movimiento de la mujer nunca ha dudado de la importancia de la lucha de las mujeres, ya que para las feministas el objetivo es la liberación de la mujer, que sólo puede ser conseguida a través de esta lucha. La contribución de Dalla Costa a una mejor comprensión de la naturaleza social del trabajo doméstico ha supuesto un avance incalculable. Pero, al igual que los otros enfoques marxistas aquí examinados, el suyo se centra en el capital, no en las relaciones entre el hombre y la mujer. El hecho de que el hombre y la mujer tengan diferentes intereses, objetivos y estrategias queda oscurecido por su convincente análisis del modo en que el sistema capitalista nos oprime y del importante y tal vez estratégico papel del trabajo de la mujer en el sistema. El lenguaje del feminismo está presente en la obra de Dalla Costa (la opresión de la mujer, la lucha con el hombre), pero no lo está el meollo del feminismo. Si lo estuviera, Dalla Costa podría mantener, por ejemplo, que la importancia del trabajo doméstico como relación social estriba en el papel esencial que desempeña en la perpetuación de la supremacía masculina. El hecho de que la mujer haga el trabajo doméstico, de que realice un trabajo para el hombre, es crucial para el mantenimiento del patriarcado. Engels, Zaretsky y Dalla Costa no examinan suficientemente el proceso de trabajo dentro de la familia. ¿Quién se beneficia del trabajo de la mujer? Sin duda, el capitalista, pero también sin duda el hombre, que, como marido y padre, recibe unos servicios personalizados en casa. El contenido y la extensión de los servicios puede variar según las clases o los grupos étnicos o raciales, pero el hecho de que son recibidos no varía. El hombre tiene un nivel de vida más alto que la mujer por lo que se refiere al consumo de artículos de lujo, al tiempo de ocio y a los servicios personalizados12. Un enfoque materialista no debería ignorar este punto crucial13. De aquí se desprende que el hombre tiene un interés material en que continúe la opresión de la mujer. A largo plazo, ésta puede ser una “falsa conciencia”, ya que la mayoría de los hombres podrían beneficiarse de la abolición de la jerarquía dentro del patriarcado. Pero a corto plazo esto equivale a controlar el trabajo de otra gente, control al que el hombre no está dispuesto a renunciar voluntariamente. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 10 aprenden a ser mujeres y hombres. Aquí Mitchell se centra en las esferas que inicialmente desdeñó - la reproducción, la sexualidad y la crianza de los hijos -, pero al colocarlas en el ámbito ideológico mantiene los puntos flacos de su análisis anterior. Presenta claramente al patriarcado como la estructura ideológica fundamental, del mismo modo que el capitán es la estructura económica fundamental: Dicho sea esquemáticamente (...) nos estamos refiriendo a dos áreas autónomas: el modo económico del capitalismo y el modo ideológico del patriarcado20. Aunque Mitchell analiza su interacción, no da al patriarcado una base material en la relación entre la fuerza de trabajo del hombre y la de la mujer, ni tampoco señala los aspectos materiales del proceso de formación de la personalidad y de creación de los géneros, con lo que limita la utilidad de su análisis. Shulamith Firestone tiende un puente entre marxismo y feminismo al aplicar al patriarcado el análisis materialista21. Su uso del análisis materialista no es tan ambivalente como el de Mitchell. La dialéctica del sexo, dice, es la dialéctica histórica fundamental, y la base material del patriarcado es el trabajo que hacen las mujeres al reproducir la especie. La importancia de la obra de Firestone al usar el marxismo para analizar la posición de la mujer y afirmar la existencia de una base material del patriarcado nunca será demasiado elogiada. Pero hace excesivo hincapié en la biología y la reproducción. Lo que necesitamos entender es cómo el sexo (hecho biológico) se convierte en género (fenómeno social). Es necesario situar todo el trabajo de la mujer en su contexto social e histórico, no centrarse sólo en la reproducción. Aunque la obra de Firestone ofrece un nuevo uso feminista de la metodología marxista, su insistencia en la primacía del dominio del hombre sobre la mujer como piedra angular sobre la que se basa toda otra opresión (clase, edad, raza) indica que su libro ha de ser clasificado más bien entre los feministas radicales que entre los feministas marxistas. Su obra sigue siendo la exposición más completa de la postura del feminismo radical. El libro de Firestone ha sido despachado con demasiada premura por los marxistas. Zaretsky, por ejemplo, lo llama “canto a la subjetividad”. Sin embargo, lo interesante para las mujeres del libro de Firestone era su análisis del poder del hombre sobre la mujer y su saludable irritación ante esta situación. Su capítulo sobre el amor era y sigue siendo fundamental para comprender esto. No es sólo una “ideología machista” que los marxistas pueden afrontar (una mera cuestión de actitudes), sino una exposición de las consecuencias subjetivas del poder del hombre sobre la mujer, de lo que se siente al vivir en un patriarcado. Decir que “lo personal es político” no es, como supone Zaretsky, un canto a la subjetividad, al sentimiento: es una reivindicación de que se reconozca el poder del hombre y la subordinación de la mujer como realidad social y política. Feminismo radical y patriarcado El gran esfuerzo de los escritos feministas radicales se ha encaminado a documentar la consigna de que “lo personal es político”. El descontento de la mujer, afirman, no PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 11 es el lamento neurótico de una inadaptada, sino la respuesta a una estructura social en la que la mujer es sistemáticamente dominada, explotada y oprimida. La posición de inferioridad de la mujer en el mercado de trabajo, la estructura emocional centrada en el hombre del matrimonio de clase media, el uso de la mujer en la publicidad, la supuesta interpretación de la psique femenina como una psique neurótica - popularizada por la psicología académica y clínica - son algunos de los aspectos de la vida de la mujer en la sociedad capitalista avanzada sucesivamente investigados y analizados. La bibliografía feminista radical es muy amplia y no se presta fácilmente a un resumen. Al mismo tiempo su interés por la psicología se mantiene. El documento que aglutinó a las feministas radicales de Nueva York fue “The politics of the ego”. “Lo personal es político” significa, para las feministas radicales, que la división de clase original y básica es la división entre los sexos, y que el motor de la historia es el esfuerzo del hombre por conseguir el poder y la dominación sobre la mujer, la dialéctica del sexo22. De acuerdo con esto, Firestone hizo una nueva lectura de Freud para interpretar la conversión de los niños y niñas en hombres y mujeres en función del poder23. Su descripción de los caracteres “masculino” y “femenino” es típica de la literatura feminista radical. El macho busca el poder y la dominación, es egocéntrico e individualista, competitivo y pragmático; el modo “tecnológico”, según Firestone, es masculino. La hembra es nutricia, artística y filosófica; el modo estético es femenino. No hay duda de que la idea de que el “modo estético” es femenino habría escandalizado a los antiguos griegos. Aquí estriba el error del análisis feminista radical: la “dialéctica del sexo”, tal como la presentan las feministas radicales, proyecta las características “masculinas” y “femeninas” que aparecen en la actualidad retrospectivamente sobre toda la historia. El análisis feminista radical resulta más convincente cuando examina el presente. Su mayor fallo es su interés por lo psicológico, que le hace ser ciego a la historia. La razón de esto estriba no sólo en el método feminista radical, sino también en la naturaleza del propio patriarcado, ya que el patriarcado es una forma notablemente elástica de organización social. Las feministas radicales usan la palabra ”patriarcado” para referirse a un sistema social caracterizado por la dominación del hombre sobre la mujer. La definición de Kate Millet es clásica: Nuestra sociedad (...) es un patriarcado. El hecho se pone inmediatamente de manifiesto si se recuerda que el ejército, la industria, la tecnología, las universidades, la ciencia, los cargos políticos, las finanzas; en resumen, toda vía de poder dentro de la sociedad, incluida la fuerza coercitiva de la policía, está por entero en manos masculinas24. Esta definición feminista radical del patriarcado se aplica a la mayoría de las sociedades que conocemos, sin hacer distinciones entre ellas. El uso de la historia por las feministas radicales se suele limitar a proporcionar ejemplos de la existencia del patriarcado en todos los tiempos y lugares25. Tanto para los marxistas como para los científicos sociales anteriores al movimiento de la mujer, el patriarcado fue un sistema de relaciones entre los hombres que configuró el perfil de la sociedad feudal y de PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 12 algunas sociedades prefeudales en las que la jerarquía seguía unas determinadas características. En cuanto a las sociedades capitalistas, los científicos sociales burgueses las consideran meritocráticas, burocráticas e impersonales, y los marxistas ven en ellas sistemas de dominación de clase26. Para ambos tipos de científicos sociales, ni las sociedades patriarcales históricas ni las sociedades capitalistas occidentales de hoy son sistemas de relaciones entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres. Hacia una definición del patriarcado Podemos definir el patriarcado como un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material y que, si bien son jerárquicas, establecen o crean una interdependencia y solidaridad entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres. Si bien el patriarcado es jerárquico y los hombres de las distintas clases, razas o grupos étnicos ocupan distintos puestos en el patriarcado, también les une su común relación de dominación sobre sus mujeres; dependen unos de otros para mantener esta dominación. Las jerarquías “funcionan” al menos en parte porque crean un interés personal en mantener el status quo. Los que están situados en los niveles superiores pueden “comprar” a los que están en los inferiores ofreciéndoles poder sobre los que están aún más abajo. En la jerarquía del patriarcado, todos los hombres, sea cual fuere su rango en el patriarcado, son comprados mediante la posibilidad de controlar al menos a algunas mujeres. Hay indicios de que cuando se institucionalizó por vez primera el patriarcado en las sociedades estatales, los dirigentes en alza hicieron literalmente a los hombres cabezas de su familia (imponiendo el control sobre sus mujeres e hijos) a cambio de que éstos cedieran algunos de sus recursos tribales a los nuevos dirigentes27. Los hombres dependen unos de otros (a pesar de su ordenamiento jerárquico) para mantener su control sobre las mujeres. La base material sobre la que se asienta el patriarcado estriba fundamentalmente en el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de la mujer. El hombre mantiene este control excluyendo a la mujer del acceso a algunos recursos productivos esenciales (en las sociedades capitalistas, por ejemplo, los trabajos bien pagados) y restringiendo la sexualidad de la mujer28. El matrimonio heterosexual y monógamo es una forma relativamente reciente y eficaz que parece permitir al hombre controlar ambos campos. El hecho de controlar el acceso de la mujer a los recursos y a su sexualidad, a su vez, permite al hombre controlar la fuerza de trabajo de la mujer, con objeto tanto de que le preste diversos servicios personales y sexuales como de que críe a sus hijos. Los servicios que la mujer presta al hombre, y que libran al hombre de tener que hacer muchas tareas ingratas (como limpiar retretes), se realizan tanto dentro como fuera del marco familiar. Entre los ejemplos que se dan fuera de la familia están la persecución de trabajadoras y alumnas por patronos y profesores, y el uso habitual de las secretarias para hacer recados personales, preparar café y proporcionar un ambiente “sexy”. La crianza de los hijos (sea o no la fuerza de trabajo de éstos de inmediato provecho para sus padres) es, sin embargo, una tarea crucial para perpetuar el patriarcado como sistema. Así como la sociedad clasista debe reproducirse a través de las escuelas, los centros de trabajo, los normas de consumo, etcétera, así también deben hacerlo las relaciones sociales patriarcales. En nuestra sociedad, los hijos son por lo general criados en casa por las mujeres, socialmente PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 15 patriarcado. No hay duda de que aquí entran en juego la clase, la raza, la nacionalidad e incluso el estado civil y la orientación sexual, así como la edad. Y las mujeres de diferentes clases, razas, nacionalidades, estados civiles y orientaciones sexuales están sometidas a diferentes grados de poder patriarcal. En la jerarquía patriarcal, las mujeres pueden ejercer un poder clasista, racial, nacional o incluso patriarcal (a través de sus relaciones familiares) sobre los hombres inferior al de sus parientes masculinos. En resumen, definimos el patriarcado como un conjunto de relaciones sociales que tiene una base material y en el que hay unas relaciones jerárquicas y una solidaridad entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres. La base material del patriarcado es el control del hombre sobre la fuerza de trabajo de la mujer. Este control se mantiene negando a la mujer el acceso a los recursos productivos económicamente necesarios y restringiendo la sexualidad de la mujer. El hombre ejerce su control al hacer que ésta le preste servicios personales, al no tener que realizar el trabajo doméstico o criar a los hijos, al tener acceso al cuerpo de la mujer por lo que respeta al sexo y al sentirse y ser poderoso. Los elementos cruciales del patriarcado, tal como los experimentamos habitualmente, son: el matrimonio heterosexual (y la consiguiente homofobia), la crianza de los hijos y el trabajo doméstico a cargo de la mujer, la dependencia de la mujer con respecto al hombre (impuesta por los dispositivos del mercado de trabajo), el Estado y numerosas instituciones basadas en las relaciones sociales entre los hombres: clubs, deportes, sindicatos, profesiones, universidades, iglesias, corporaciones y ejército. Todos estos elementos han de ser examinados si se quiere comprender el capitalismo patriarcal. Tanto la jerarquía y la interdependencia entre los hombres como la subordinación de las mujeres son elementos integrantes del funcionamiento de nuestra sociedad, es decir, estas relaciones forman parte del sistema. Dejamos a un lado la cuestión de la creación de estas relaciones y nos preguntamos: ¿podemos reconocer relaciones patriarcales en las sociedades capitalistas? Dentro de las sociedades capitalistas podemos descubrir esos lazos entre los hombres que, según los científicos sociales, burgueses o marxistas, no existan ya o son, como máximo, reliquias sin importancia. ¿Podemos saber cómo se perpetúan estas relaciones entre los hombres en las sociedades capitalistas? ¿Podemos identificar la forma en que el patriarcado ha configurado el curso del desarrollo capitalista? La colaboración entre el patriarcado y el capital ¿Cómo podemos reconocer las relaciones sociales patriarcales en las sociedades capitalistas? Parece como si cada mujer fuera oprimida sólo por su propio hombre; su opresión parece asunto privado. Las relaciones entre los hombres y entre las familias parecen igualmente fragmentarias. Es difícil reconocer las relaciones entre los hombres, y entre el hombre y la mujer, como relaciones sistemáticamente patriarcales. Afirmamos, sin embargo, que en el capitalismo existe el patriarcado sistemáticamente como sistema de relaciones entre el hombre y la mujer, y que en las sociedades capitalistas existe una fuerte y provechosa colaboración entre el patriarcado y el capital. Sin embargo, si partimos de la producción, reconoceremos inmediatamente que la colaboración entre el patriarcado y el capital no es inevitable, puesto que los hombres y los capitalistas a menudo tienen intereses opuestos, sobre todo por lo que PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 16 respeta al uso de la fuerza de trabajo femenina. He aquí una forma en que puede manifestarse este conflicto: la inmensa mayoría de los hombres desean que sus mujeres estén en casa a su servicio personal. Sólo un pequeño número de hombres, que son capitalistas, desean que las mujeres (aunque no las suyas propias) trabajen como asalariadas en el mercado de trabajo. Si examinamos las tensiones de este conflicto en torno a la fuerza de trabajo de la mujer desde el punto de vista histórico, podremos identificar la base material de las relaciones patriarcales en las sociedades capitalistas, así como la base de la colaboración entre el capital y el patriarcado. La industrialización y el desarrollo del salario familiar Los marxistas hicieron una serie de deducciones muy lógicas de los fenómenos sociales que presenciaron en el siglo XIX, pero en última instancia subestimaron la solidez de las fuerzas sociales patriarcales preexistentes con las que tuvo que luchar el capital en ciernes, así como la necesidad del capital de acomodarse a estas fuerzas. La revolución industrial arrastró a todo el mundo, incluidas las mujeres y los niños, hacia el mercado de trabajo; de hecho, las primeras fábricas emplearon exclusivamente mano de obra femenina e infantil32. El hecho de que las mujeres y los niños pudieran ganar un salario al margen de los hombres socavó las relaciones de autoridad (tal como se analiza en la primera parte, supra, de este artículo), a la vez que redujo los salarios de todos. Kautsky describía de esta forma el proceso en 1892: (Cuando) la mujer y los hijos del obrero (...) son capaces de cuidarse de sí mismos, el salario del hombre puede ser reducido tranquilamente hasta el nivel de sus necesidades personales sin el riesgo de interrumpir la constante oferta de mano de obra. El trabajo de las mujeres y los niños, además, tiene la ventaja adicional de que éstos son menos capaces de resistir que los hombres (sic), y su incorporación a las filas de los trabajadores incrementa enormemente la cantidad de trabajo que se ofrece a la venta en el mercado (...). Por consiguiente, el trabajo de las mujeres y los niños (...) disminuye también la capacidad de resistencia (del obrero), por cuanto que satura el mercado; debido a ambas circunstancias, reduce los salarios de los obreros33. Los marxistas reconocieron los terribles efectos de los bajos salarios y la participación forzada de todos los miembros de la familia en el mercado del trabajo sobre la vida familiar de la clase obrera. Kautsky escribió: El sistema capitalista de producción en la mayoría de los casos no destruye el hogar del obrero, pero le priva de todo lo que no sean sus rasgos más desagradables. La actividad de la mujer hoy en las empresas industriales (...) significa incrementar su antigua carga con una nueva. No se puede servir a dos amos. El hogar del obrero se resiente siempre que su mujer tiene que ayudar a ganar el pan de cada día34. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 17 Tanto Kautsky como los obreros reconocían las desventajas del trabajo asalariado femenino. No sólo las mujeres eran “competencia barata”, sino que, además, eran sus propias esposas, y no podían “servir a dos amos”. Los trabajadores se opusieron a la entrada en bloque de las mujeres y los niños en el mercado del trabajo y trataron de excluirlos de los sindicatos y de los puestos de trabajo. En 1846, el Ten-Hours’ Advocate afirmaba: Ni que decir tiene que todos los intentos de mejorar la situación física y moral de las trabajadoras fabriles serán inútiles a menos que sus horas de trabajo sean materialmente reducidas. De hecho, nos atreveríamos a decir que la mujer casada estaría mucho mejor ocupada en realizar las faenas domésticas del hogar que siguiendo el incesante movimiento de una máquina. Esperamos, pues, que no esté lejos el día en que el marido pueda mantener a su mujer y a su familia sin tener que enviarlos a soportar el duro trabajo de una fábrica de tejidos de algodón35. En los Estados Unidos, la National Typographical Union decidió en 1854 “no alentar con su acción el empleo de cajistas femeninos”. Los sindicalistas no deseaban que el sindicato protegiera a la mujer trabajadora y trataron de excluirla. En 1879, Adolph Strasser, presidente de la Cigarmakers International Union, afirmaba: “No podemos expulsar a las mujeres del gremio, pero sí podemos restringir su cuota de trabajo diario a través de las leyes laborales”36. Mientras que el problema de la competencia barata podía resolverse organizando a las mujeres y a los jóvenes asalariados, el problema de la vida familiar rota era irresoluble. Los hombres reservaban la protección del sindicato a los hombres y abogaban por leyes laborales que protegieran a las mujeres y los niños37. Si bien estas leyes laborales protectoras mejoraban algunos de los abusos más flagrantes de la mano de obra femenina e infantil, también limitaban la participación de las mujeres adultas en muchos trabajos “masculinos”38. El hombre trataba de reservar los trabajos bien pagados para sí mismo y de elevar los salarios masculinos en general. Abogaba por un salario suficiente para mantener con su exclusivo trabajo a su familia. Este sistema del “salario familiar” se convirtió gradualmente en la norma de las familias estables de la clase obrera a finales del siglo XIX y principios del XX39. Varios observadores han declarado que el hecho de que la esposa no realizara un trabajo asalariado formaba parte del nivel de vida del trabajador40. En lugar de luchar por la igualdad de salarios para hombres y mujeres, el trabajador pedía el “salario familiar”, puesto que deseaba retener los servicios de su esposa en el hogar. De no haber existido el patriarcado, la clase obrera unificada podría haberse enfrentado al capitalismo, pero las relaciones sociales patriarcales dividieron a la clase obrera, permitiendo que una parte (los hombres) fuera comprada a expensas de la otra (las mujeres). Tanto la jerarquía como la solidaridad entre los hombres fueron fundamentales en este proceso. El “salario familiar” puede ser interpretado como una solución al conflicto en torno a la fuerza de trabajo femenina que se produjo entre los intereses patriarcales y los capitalistas en aquella época. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 20 capital a adaptarse (el mantenimiento de wc separados para blancos y para negros en Sudáfrica sólo puede ser interpretado como un coste económico para los capitalistas, pero en cualquier caso menor que el coste social de obligar a los sudafricanos blancos a compartirlos con los negros). Si el primer elemento de nuestro argumento acerca del rumbo del desarrollo capitalista es que el capital no siempre es todopoderoso, el segundo es que el capital es tremendamente flexible. Cuando la acumulación del capital se encuentra con formas sociales preexistentes, las destruye y se adapta a ellas. La “adaptación” del capital puede ser considerada como un reflejo de la fuerza de estas formas preexistentes que perduran en un medio nuevo. Sin embargo, aun cuando perduren no permanecen invariables. La ideología con que se interpretan la raza y el sexo hoy, por ejemplo, está en gran medida configurada por el reforzamiento de las divisiones raciales y sexuales en el proceso de acumulación. La familia y el salario familiar hoy Antes afirmamos que la mutua adaptación del capitalismo y el patriarcado tomó la forma de creación de un salario familiar a comienzos del siglo XX. El salario familiar cimentó la colaboración entre el patriarcado y el capital. Pese a la mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo, especialmente rápida desde la segunda guerra mundial, el salario familiar sigue siendo, afirmamos, la piedra angular de la actual división sexual del trabajo, en la que la mujer es primordialmente responsable del trabajo doméstico y el hombre lo es primordialmente del trabajo asalariado. El salario más bajo de la mujer en el mercado de trabajo (unido a la necesidad de que los niños estén al cuidado de alguien) asegura la existencia continuada de la familia como unidad global de ingresos. La familia, apuntalada por el salario familiar, facilita pues el control del trabajo de la mujer por el hombre tanto dentro como fuera de la familia. Aunque el incremento del trabajo asalariado de la mujer pueda crear tensiones en la familia (similares a las tensiones que Kautsky y Engels detectaron en el siglo XIX), sería erróneo pensar que, como consecuencia de esto, pronto desaparecerán el concepto y la realidad de la familia y la división sexual del trabajo. La división sexual del trabajo reaparece en el mercado de trabajo, donde la mujer realiza labores femeninas, a menudo las mismas que solía hacer en casa: preparar y servir comidas, limpiar, cuidar personas, etcétera. Todos estos trabajos están mal considerados y mal pagados, por lo que las relaciones patriarcales permanecen intactas, aunque su base material cambie algo al pasar de la familia a las diferencias salariales. Carol Brown, por ejemplo, mantiene que estamos pasando de un patriarcado “de base familiar “a un patriarcado “de base industrial” dentro del capitalismo50. Las relaciones patriarcales de base industrial se imponen de diversas formas. Los contratos sindicales que especifican salarios más bajos, beneficios menores y oportunidades de promoción más escasas para la mujer no son sólo reliquias atávicas -mera cuestión de actitudes sexistas o de ideología machista-, sino que mantienen la base material del sistema patriarcal. Si bien algunos llegan a afirmar (véase, por ejemplo, Stewart Ewen, Captains of consciusness51) que ya no existe patriarcado en la familia, nosotras no compartimos esa opinión. Aunque los términos del compromiso entre el capital y el patriarcado estén cambiando a medida que se capitalizan las PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 21 tareas adicionales antiguamente localizadas en la familia y cambia la localización del despliegue de la fuerza de trabajo de la mujer52, lo cierto es, sin embargo, que, como antes afirmamos, las diferencias salariales, provocadas por la extrema segregación de los puestos de trabajo en el mercado, refuerzan la familia y, por consiguiente, la división doméstica del trabajo, al incitar a la mujer a casarse. El “ideal” del salario familiar -que un hombre pueda ganar lo suficiente para mantener a toda la familia- puede estar dando paso a un nuevo ideal: que tanto el hombre como la mujer contribuyan con su salario a los ingresos de la familia. Las diferencias salariales serán, pues, cada vez más necesarias para perpetuar el patriarcado, el control masculino de la fuerza de trabajo de la mujer. Las diferencias salariales ayudarán a definir el trabajo de la mujer como secundario para el hombre al mismo tiempo que servirán para prolongar la dependencia económica de la mujer con respecto al hombre. La división sexual del trabajo en el mercado y en otras partes debe ser entendida como una manifestación del patriarcado que sirve para perpetuarlo. Mucha gente ha afirmado que aun cuando ahora exista una colaboración entre el capital y el patriarcado, ésta puede resultar a la larga intolerable para el capitalismo; el capital puede terminar por destruir tanto las relaciones familiares como el patriarcado. La lógica de este argumento estriba en que las relaciones sociales capitalistas (de las que la familia no es un ejemplo) tienden a universalizarse, en que, a medida que la mujer sea cada vez más capaz de ganarse la vida, se negará cada vez más a someterse a esa subordinación en la familia y en que, dado que la familia es opresiva, sobre todo para las mujeres y los niños, se hundirá tan pronto como éstos puedan mantenerse al margen de ella. Nosotras no pensamos que las relaciones patriarcales encarnadas en la familia puedan ser destruidas tan fácilmente por el capital, y vemos pocos signos de que el sistema familiar se esté desintegrando en la actualidad. Aunque la creciente participación de la mujer en el trabajo ha hecho más factible el divorcio, los incentivos para divorciarse no son irresistibles para la mujer. Son pocas las mujeres a las que su salario les permite mantenerse a sí mismas y mantener a sus hijos de forma adecuada e independiente. Los signos de decadencia de la familia tradicional son todo lo más muy débiles. Más que aumentar, el índice de divorcios se ha igualado entre las distintas clases; además, el índice de divorciados que se casan de nuevo es muy alto también. Hasta el censo de 1970, el índice de matrimonios en primeras nupcias proseguía su decadencia histórica. A partir de 1970, la gente pareció posponer el matrimonio y los hijos, pero a partir de entonces el índice de natalidad comenzó a crecer de nuevo. Es cierto que sectores más amplios de la población viven ahora al margen de las familias tradicionales. Los jóvenes, en especial, dejan la casa de sus padres y establecen su propio hogar antes de casarse y fundar una familia tradicional. La gente mayor, y en especial las mujeres, se siente sola en su propia casa cuando sus hijos crecen, tras la separación o la muerte del cónyuge. Sin embargo, todo indica que las nuevas generaciones de jóvenes tienden a formar familias nucleares en algún momento de su vida adulta en mayor proporción que antes. Los grupos de personas nacidas a partir de 1930 arrojan un índice de nupcialidad y natalidad mayor que los grupos de personas nacidas de esa fecha. La duración del matrimonio y la crianza de los hijos pueden acotarse, pero su incidencia sigue en aumento53. PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 22 El argumento de que el capital “destruye” la familia pasa también por alto las fuerzas sociales que hacen atractiva la vida familiar. Pese a las críticas de que la familia nuclear es psicológicamente destructiva, en una sociedad competitiva la familia sigue satisfaciendo las necesidades reales de mucha gente. Esto es aplicable no sólo a la monogamia a largo plazo, sino aún más a la educación de los hijos. Los padres separados soportan unas cargas financieras y psíquicas. Para la mujer de la clase obrera, en especial, estas cargas pueden hacer ilusoria la “independencia” de su participación en el mercado de trabajo. Las familias de un solo progenitor han sido consideradas recientemente por los analistas políticos como una formación familiar transitoria, que se convierte en una familia de dos progenitores tras un nuevo matrimonio54. Es posible que los efectos de la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo puedan verse más en el debilitamiento de la división sexual del trabajo dentro de la familia que en el aumento de los divorcios, pero tampoco hay pruebas de que esto sea así. Las estadísticas sobre quién realiza el trabajo doméstico, incluso en las familias donde la mujer gana un salario, muestran pocos cambios en los últimos años; las mujeres siguen haciendo la mayor parte de éste55. La “doble jornada” es una realidad para la mujer asalariada. Esto no es de extrañar si se piensa que la división sexual del trabajo fuera de la familia, en el mercado de trabajo, mantiene la dependencia financiera de la mujer con respecto al hombre, aun en el caso de que aquélla gane un salario. El futuro patriarcado no depende, sin embargo, únicamente de las relaciones familiares, ya que el patriarcado, como el capital, puede ser sorprendentemente flexible y adaptable. Sea o no la división patriarcal del trabajo, dentro y fuera de la familia, intolerable “en última instancia” para el capital, lo que sí es cierto es que está configurando al capitalismo hoy. Como pusimos antes de manifiesto, el patriarcado legitima el control capitalista al tiempo que ilegitima ciertas formas de lucha contra el capital. La ideología en el siglo XX El patriarcado, al establecer y legitimar una jerarquía entre los hombres (al permitir que los hombres de todos los grupos controlen al menos a algunas mujeres), refuerza el control capitalista, y los valores capitalistas configuran la definición de utilidad patriarcal. Los fenómenos psicológicos que Firestone describe son ejemplos concretos de lo que sucede en unas relaciones de dependencia y dominación. Estos fenómenos son consecuencia de la realidad del poder social del hombre -que se le niega a la mujer-, pero están configurados por el hecho de que acontecen en el contexto de una sociedad capitalista56. Si examinamos las características de los hombres tal como los describen las feministas radicales -competitivos, racionalistas, dominantes-, vemos que coinciden en buena parte con nuestra descripción de los valores predominantes en la sociedad capitalista. Esta “coincidencia” puede explicarse de dos formas. En primer lugar, los hombres, como trabajadores asalariados, están inmersos en unas relaciones sociales PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 25 emancipadas. El hecho de no haber conseguido que se aprobara la Enmienda de la Igualdad de Derechos indica que muchas mujeres sienten un legítimo miedo a que el “feminismo” siga siendo usado contra la mujer, e indica una necesidad real de que reforcemos nuestro movimiento y analicemos por qué ha sido asimilado como lo ha sido. Es lógico que nos volvamos al marxismo en busca de ayuda para este reforzamiento, puesto que el marxismo es una teoría desarrollada del cambio social. La teoría marxista está muy desarrollada en comparación con la teoría feminista, y en nuestro intento de usarla a veces nos hemos desviado de los objetivos feministas. La izquierda se ha mostrado siempre ambivalente en lo que respeta al movimiento de la mujer, considerándolo a menudo peligroso para la causa de la revolución socialista. El que una mujer de izquierdas se adhiera al feminismo puede ser personalmente amenazador para el hombre de izquierdas. Y, por supuesto, muchas organizaciones de izquierdas se benefician del trabajo de la mujer. Así pues, muchos análisis de izquierdas (ya sean progresistas o tradicionales) buscan el propio provecho, tanto teórica como políticamente. Tratan de inducir a la mujer a abandonar sus intentos de desarrollar una visión independiente de su situación y a adoptar su propia visión de la situación. En cuanto a nuestra respuesta a esa presión, es natural que, dado que nos hemos vuelto hacia el análisis marxista, tratemos de sumarnos a la “fraternidad” usando este paradigma, y podemos acabar tratando de justificar nuestra lucha ante la fraternidad en lugar de tratar de analizar la situación de la mujer para mejorar nuestra práctica política. Finalmente, muchos marxistas se contentan con el tradicional análisis marxista de la cuestión de la mujer. Ven en la clase el marco adecuado para entender la posición de la mujer. La mujer debe ser entendida como parte de la clase obrera; la lucha de clase obrera contra el capitalismo debe prevalecer sobre cualquier conflicto entre el hombre y la mujer. No se debe permitir que el conflicto de sexos se interponga en la solidaridad de clase. A medida que la situación empeoraba en los Estados Unidos en los últimos años, el análisis marxista tradicional se reafirmaba. En la década de los sesenta, el movimiento de los derechos civiles, el movimiento estudiantil por la libertad de expresión, el movimiento contra la guerra, el movimiento de la mujer, el movimiento ecologista y la militancia cada vez mayor de profesionales y administrativos plantearon a los marxistas nuevos problemas. Pero ahora, el retorno de problemas económicos tan obvios como la inflación y el desempleo ha hecho que se olvide la importancia de estas reivindicaciones y la izquierda vuelva a lo “fundamental”: la política de la clase obrera (estrictamente definida). Las sectas marxistas-leninistas cada vez más numerosas son profundamente antifeministas, tanto en la doctrina como en la práctica. Y hay indicios de que el interés por los problemas feministas en la izquierda académica está también en decadencia. Está dejando de haber servicios de guardería en las conferencias de la izquierda. A medida que el marxismo o la economía política resultan intelectualmente aceptables, la antigua red de jóvenes de ideas liberales encuentra su réplica en una red de jóvenes marxistas y radicales, machistas en cuanto a afiliación y opiniones pese a su juventud y radicalismo. Las presiones para que las mujeres radicales abandonen estas estupideces y se conviertan en revolucionarias “serias” también han aumentado. Nuestro trabajo parece una pérdida de tiempo en comparación con la “inflación” y el “desempleo”. Es sintomático de la dominación masculina que nuestro desempleo no fuera nunca PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 26 considerado una crisis. En la última de las grandes crisis económicas, la de la década de los treinta, el desempleo se subsanó en parte excluyendo a la mujer de todo tipo de trabajos: si había de haber un solo empleo remunerado por familia, ese empleo era para el hombre. El capitalismo y el patriarcado salieron reforzados de la crisis. Del mismo modo que las crisis económicas cumplen una función restauradora para el capitalismo al corregir los desequilibrios, pueden también desempeñarla para el patriarcado. Los años treinta pusieron a la mujer en su sitio. La lucha contra el capital y el patriarcado no tendrá éxito si se renuncia al estudio y a la práctica de las cuestiones del feminismo. Una lucha dirigida sólo contra las relaciones capitalistas de opresión estará condenada al fracaso, ya que se pasarán por alto las relaciones patriarcales de opresión que le sirven de base. Y el análisis del patriarcado es esencial para una definición del tipo de socialismo capaz de destruir el patriarcado, el único tipo de socialismo útil para la mujer. Aunque hombres y mujeres compartan la necesidad de acabar con el capitalismo, siguen conservando los intereses propios de su género. Ni nuestro bosquejo, ni la historia, ni los socialistas de género masculino ponen en claro si el socialismo por el que luchan hombres y mujeres es el mismo. Porque un “socialismo humano” requeriría no sólo un consenso sobre cómo debería ser la nueva sociedad y cómo debería ser una persona sana, sino más concretamente que los hombres renunciaran a sus privilegios. Como mujeres, no debemos permitir que nos hablen de la urgencia y la importancia de nuestras tareas como nos han hablado tantas veces en el pasado. Debemos luchar contra los intentos de coacción, más o menos sutil, para que abandonemos los objetivos feministas. Esto implica dos consideraciones estratégicas. En primer lugar, una lucha por establecer el socialismo debe ser una lucha en la que se alíen grupos con distintos intereses. La mujer no debe confiar en que la “libere” el hombre “después de la revolución”, en parte porque no hay razón alguna para creer que sabría hacerlo, y en parte porque éste no tiene necesidad alguna de hacerlo; de hecho su interés inmediato radica en que continúe nuestra opresión. En lugar de esto, debemos tener nuestras propias organizaciones y nuestra propia base de poder. En segundo lugar, pensamos que la división sexual del trabajo dentro del capitalismo ha dado a la mujer una práctica en la que hemos aprendido a comprender lo que son las necesidades y la interdependencia humana. Estamos de acuerdo con Lise Vogel en que, mientras que el hombre ha luchado durante mucho tiempo contra el capital, la mujer sabe por qué ha de luchar59. En general, la posición del hombre en el patriarcado y el capitalismo le impide reconocer tanto las necesidades humanas de educación, cooperación y desarrollo como las posibilidades de satisfacer estas necesidades en una sociedad no jerárquica ni patriarcal. Pero aunque le hagamos tomar conciencia de ello, el hombre puede sopesar los pros y los contras y elegir el status quo. El hombre tiene algo más que perder que sus cadenas. Como socialistas feministas, debemos organizar una práctica que dirija la lucha contra el patriarcado y la lucha contra el capitalismo. Debemos insistir en que la sociedad que queremos crear es una sociedad en la que el reconocimiento de la interdependencia sea liberación y no temor, en la que la educación sea una práctica universal y no una PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 27 práctica opresiva, y en la que la mujer no siga soportando tanto las falsas como las concretas libertades del hombre. 1 El derecho inglés, a menudo en los términos “marido y mujer son una sola cosa, y esta cosa es el marido”, mantenía que “por el matrimonio, marido y mujer son una sola persona ante la ley, es decir, que la existencia legal de la mujer queda en suspenso durante el matrimonio o al menos es incorporada y consolidada en la del marido”, I. Blackstone, Commentaries, 1765, pp. 442-445, citado en Kenneth M. Davidson, Ruth B. Ginsburg y Herma H. Kay, Sex based discrimination, St. Paul (Minnesota), West Publishing Co., 1974, p. 117. 2 Friedrich Engels, The origin of the family, private property and the State, con una introducción de Eleanor Burke Leacock, Nueva York, International Publishers, 1972 (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en Marx y Engels, Obras escogidas, 2 vols., Madrid, 1975, II, pp. 177-345). 3 Friedrich Engels, The condition of the working class in England, Stanford (California), Stanford University Press, 1958; véanse especialmente páginas 162-66 y 296 (La situación de la clase obrera en Inglaterra, en Obras de Marx y Engels, vol. 6, Barcelona, Crítica, 1978). 4 Eli Zaretsky, “Capitalism, the family and personal life”, Socialist Revolution, núms. 13/14 (enero-abril de 1973, pp. 66-125) y 15 (mayo-junio de 1973, pp. 19-70). Véase también Zaretsky, “Socialist politics and the family”, Socialist Revolution (ahora Socialist Review), 19, enero-marzo de 1974, páginas 83-98, y Capitalism, the family and personal life, Nueva York, Harper & Row, 1976 (Familia y vida personal, Barcelona, Anagrama, 1978). En la medida en que afirman que sus análisis están relacionados con la mujer, Bruce Brown, Marx, Freud and the critique of everyday life, Nueva York, Monthly Review Press, 1973 (Marx, Freud y la crítica de la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1975), y Henri Lefebvre, Everyday life in the modern world, Nueva York, Harper & Row, 1971 (La vida cotidiana en el mundo moderno, Madrid, Alianza, 1972), pueden ser incluidos en el mismo grupo que Zaretsky. 5 En esto, Zaretsky sigue los pasos de Margaret Benston (“The polical economy of women’s liberation”, Monthly Review, vol. 21, 4, septiembre de 1969, pp. 13-27 (“La economía política de la liberación de la mujer”, en María José Ragué, comp., Hablan las Women’s Lib, Barcelona, Kayrós, 1972)), quien hace de la tesis de que la mujer mantiene con el capitalismo una relación diferente que el hombre la piedra angular de su análisis. Afirma que la mujer en el hogar produce valores de uso, y el hombre en el mercado de trabajo, valores de cambio, y califica el trabajo de la mujer de precapitalista (y descubre en el trabajo común a todas las mujeres la base de su unidad política). Zaretsky se basa en esta diferencia esencial entre el trabajo del hombre y el de la mujer, pero los califica a ambos de capitalistas. 6 Zaretsky, “Personal life”, I, p. 114. 7 Mariarosa Dalla Costa, “Women and the subversion of the community”, en Mariarosa Dalla Costa y Selma James, The power of women and the subversion of the community, Bristol, Falling Wall Press, 1973 (“Las mujeres y la subversión de la comunidad”, en El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI, 1975). 8 Es interesante señalar que en el artículo original (citado en nota 7 supra) Dalla Costa sugiere que el pago de un salario por el trabajo doméstico no hará sino institucionalizar el papel de la mujer como ama de casa (pp. 32, 34), pero en una nota (nota 16, pp. 52-53) explica la popularidad de la reivindicación y su uso como instrumento para lograr una toma de conciencia. Desde entonces ha apoyado activamente la reivindicación. Véase Dalla Costa “A general strike”, en Wendy Edmond y Suzie Fleming, comps., All work and no pay: women, housework and the wages due, Bristol, Falling Wall Press, 1975. 9 El texto del artículo dice así: “Tenemos que dejar claro que, dentro del salario, el trabajo doméstico no sólo produce valores de uso, sino que es esencial para la producción de plusvalor” (p.31). La nota 12 dice así: “Lo que queremos decir es precisamente que el trabajo doméstico, en cuanto trabajo, es productivo en el sentido marxiano de la palabra, es decir, produce plusvalor” (p. 52, subrayado en el original). Que nosotras sepamos, esta reivindicación no ha sido planteada nunca de forma más rigurosa por el grupo que reclama un salario para el trabajo doméstico. Sin embargo, los marxistas han respondido profusamente a la reivindicación. 10 La bibliografía sobre el debate incluye los nombres de Lise Vogel, “The earthly family”, Radical America, vol. 7, 4/5, julio-octubre de 1973, pp. 9-50; Ira Gerstein, “Domestic work and capitalism”,Radical America, vol. 7, 4/5, julio-octubre de 1973, páginas 101-128; John Harrison, “Political economy of housework”, Bulletin of the Conference of Socialist Economists, 7, invierno de 1973 (“Economía política del trabajo doméstico”, en AA.VV., El ama de casa bajo el capitalismo, Barcelona, Anagrama, 1975); Wally Seccombe, “The housewife and her labour under capitalism”, New Left Review, 83, enero-febrero de 1974, pp. 3-24 (“El trabajo doméstico en el modo de producción capitalista”, en El ama de casa bajo el PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 30 35 Citado en Neil Smelser, Social change and the Industrial Revolution, Chicago, University of Chicago Press, 1959, p. 301. 36 Estos ejemplos están sacados de Heidi I. Hartmann, “Capitalism, patriarchy and job segregation by sex”, Signs: Journal of Women in Culture and Society, vol. 1, 3, segunda parte, primavera de 1976, pp. 162-163. 37 Así como las leyes fabriles fueron decretadas en beneficio de todos los capitalistas, a pesar de las protestas de unos pocos, así también las leyes que protegían a las mujeres y a los niños pudieron ser decretadas por el Estado con vistas a la reproducción de la clase obrera. Sólo una concepción del Estado totalmente instrumentalista negaría que las leyes fabriles y la legislación proteccionista legitiman al Estado que hace las concesiones y son una respuesta a las reivindicaciones de la propia clase obrera. 38 Para un análisis más completo de la legislación laboral proteccionista para la mujer, véase el trabajo de Ann C. Hill, “Protective labor legislation for women: its origin and effect”, multicopiado, New Haven (Connecticut), Yale Law Scholl, 1970, partes del qual han sido publicadas en Barbara A. Babcock, Ann E. Freedman, Eleanor H. Norton y Susan C. Ross, Sex discrimintion and the law: cases and remedies, Boston, Little, Brown & Co., 1975, excelente texto legal. Véase también Hartmann, “Job segregation by sex”, pp. 164-166. 39 Una lectura de Alice Clark, The working life of women, e Ivy Pinchebeck, Women workers, sugiere que la expulsión de la producción del hogar fue seguida de un proceso de ajuste social que creó la norma social del salario familiar. Heidi Hartmann, en Capitalism and women’s work in the home, 1900-1930, tesis inédita, Universidad de Yale, 1974, próxima publicación en Temple University Press, afirma, basándose en datos cualitativos, que este proceso se produjo en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Habría que probar esta hipótesis cuantitativamente examinando los presupuestos familiares en diferentes años y observando la tendencia de la proporción de los ingresos familiares aportados por el marido en los diferentes grupos de renta. Sin embargo, no se puede disponer de datos comparables para este período. La solución del “salario familiar” ha perdido probablemente fuerza en el período posterior a la segunda guerra mundial. Carolyn Shaw Bell, en “Working women’s contributions to family income” (Eastern Economic Journal, vol. 1, 3, julio de 1974, pp. 185-201), ofrece datos actuales y afirma que ahora no es correcto suponer que el marido es el que más gana en la familia. Sin embargo, cualquiera que sea la situación real hoy o a comienzos de siglo, nos atreveríamos a afirmar que la norma social era y es que el hombre gane lo suficiente para mantener a su familia. Decir que ésta ha sido la norma no quiere decir que haya sido universalmente seguida. En realidad, lo notable es que no lo haya sido. De aquí la observación de que cuando no hay unos salarios suficientemente altos desaparecen los modelos familiares “normativos”, como por ejemplo entre los emigrantes del siglo XIX y los americanos del Tercer Mundo hoy. Oscar Handlin, Boston’s inmigrants, Nueva York, Atheneum, 1968, analiza el Boston de mediados del siglo XIX, donde las mujeres irlandesas trabajaban en la industria textil; las mujeres constituían más de la mitad del total de asalariados y a menudo mantenían a sus maridos en paro. El debate en torno a la estructura familiar entre los negros americanos hoy sigue al rojo vivo; véase Carol B. Stack, All our kin. Strategies for survival in a Black community, Nueva York, Harper and Row, 1974, especialmente capítulo 1. Nos atreveríamos también a afirmar (véase infra) que en la mayoría de las familias la norma depende del lugar relativo que hombres y mujeres ocupan en el mercado de trabajo. 40 Hartmann, Women’s work, afirma que el hecho de que la esposa no trabajara era considerado como parte del nivel de vida masculino a comienzos del siglo XX (véase p. 136, nota 6), y Gerstein, “Domestic work”, sugiere que la norma de que la esposa trabaje sirve para determinar el valor de la fuerza de trabajo masculina (véase p.121). 41 Nunca se insistirá demasiado en la importancia del hecho de que la mujer preste servicios al hombre en el hogar. Como decía Pat Mainardi, en “The politics of housework”, “la medida de vuestra opresión en su resistencia (la del hombre)” (en Robin Morgan, comp., Sisterbook is powerful, Nueva York, Vintage Books, 1970, p.451 (“La política de las tareas domésticas”, en Margaret Randall, comp., Las mujeres, México, Siglo XXI, 1970). Su artículo, tal vez tan importante para nosotras como el de Firestone sobre el amor, es un análisis de las relaciones de poder entre el hombre y la mujer tal como se dan en el trabajo doméstico. 42 Libby Zimmerman ha explorado la relación entre la inclusión en el mercado de trabajo primario y secundario y los patrones familiares en Nueva Inglaterra. Véase su Women in the economy: a case study of Lynn, Massachussets, 1760-1974, tesis inédita, Heller School, Brandeis, 1977. Batya Weinbaum está actualmente explorando la relación entre los papeles familiares y los puestos en el mercado de trabajo. Véase su “Redefining the question of revolution”, Review of Radical Political Economics, volumen 9, 3, otoño de 1977, pp. 54, 78, y The curious courtship of women’s liberation and socialism, Boston, South End Press, 1978. Otros estudios sobre la interacción del capitalismo y el patriarcado pueden encontrarse en Zillah Eisenstein, comp., Capitalist patriarchy and the case for socialist feminist revolution, PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 31 Nueva York, Monthly Review Press, 1978 (Patriarcado capitalista y feminismo socialista, México, Siglo XXI, 1980). 43 Véase Batya Weinbaum y Amy Bridges, “The other side of the paycheck: monopoly capital and the structure of consumption”, Monthly Review, volumen 28, 3, julio-agosto de 1976, pp. 88-103, para un análisis del consumo femenino. 44 Sobre las tesis de la Escuela de Francfort, véase Max Horkheimer, “Authority and the family”, en Critical theory, Nueva York, Herder & Herder, 1972 (Teoría crítica, Buenos Aires, Amorrortu, 1974), y Frankfurt Institute of Social Research, “The family”, en Aspects of sociology, Boston, Beacon, 1972. 45 Carol Brown, “Patriarchal capitalism and the female-headed family”, Social Scientist, India, 40/41, noviembre-diciembre de 1975, pp. 28-39. 46 Para más precisiones sobre el orden racial, véanse Stanley Greenberg, “Business enterprise in a racial order”, Politics and Society, vol. 6, 2, 1976, páginas 213-240, y Michael Burroway, The color of class in the copper mines: from African advancement to Zambianization, Manchester, Manchester University Press, Zambia Papers, 7, 1972. 47 Véase Michael Reich, David Gordon y Ricard Edwards, “A theory of labor market segmentation”, American Economic Review, vol. 63, 2, mayo de 1973, pp. 359-365, y el libro compilado por ellos, Labor market segmentation, Lexington (Massachusetts), D.C.Heath, 1975, para un análisis de la segmentación del mercado de trabajo. 48 Véase David M. Gordon, “Capitalist efficiency and socialist efficiency”, Monthly Review, vol. 28, 3, julio- agosto de 1976, pp. 19-39, para un análisis de la eficiencia cualitativa (necesidades de control social) y cuantitativa (necesidades de acumulación). 49 Por ejemplo, los fabricantes de Milwaukee organizaron a los trabajadores en la producción en un principio por grupos étnicos, pero más tarde exigieron que todos los trabajadores hablaran inglés, cuando cambiaron las necesidades de la tecnología y de un adecuado control social. Véase Gerd Korman, Industrialization, immigrants and Americanizers, the view from Milwaukee, 1866-1921, Madison, The State Historical Society of Wisconsin, 1967. 50 Carol Brown, “Patriarchal capitalism”. 51 Nueva York, Random House, 1976. 52 Jean Gardiner, en “Women’s domestic labour” (véase nota 10 supra), aclara las causas del cambio de localización del trabajo de la mujer, desde el punto de vista del capital. Pasa revista a las necesidades del capital (en términos de nivel de los salarios reales, oferta de trabajo y tamaño del mercado) en diversos estadios del desarrollo y de los ciclos económicos. Mantiene que en épocas de auge o rápido crecimiento es probable que la socialización del trabajo doméstico (o más exactamente su capitalización) sea la tendencia dominante, y que en épocas de recesión se mantenga el trabajo doméstico en su forma tradicional. Sin embargo, al intentar pronosticar la probable orientación de la economía británica, Gardiner no considera las necesidades económicas del patriarcado. En este ensayo mantenemos que a menos que se tome en cuenta tanto el capital como el patriarcado no se podrá pronosticar debidamente la probable orientación del sistema económico. 53 Sobre el número de personas que componen la familia nuclear, véase Peter Uhlenberg, “Cohort variations in family life cycle experiences of US females”, Journal of Marriage and the Family, vol. 36, 5, mayo de 1974, pp. 284-292. Sobre el índice de divorciados que se casan de nuevo, véanse Paul C. Glick y Arthur J. Norton, “Perspectives on the recent upturn in divorce and remarriage”, Demography, vol. 10, 1974, pp. 301-314. Sobre los niveles de divorcio y renta, véase Arthur J. Norton y Paul C. Glick, “Marital instability: past, present and future”, Journal of Social Issues, vol. 32, 1, 1976, pp. 5-20. Véase también Mary Jo Bane, Here to stay: American families in the twentieth century, Nueva York, Basic Books, 1976. 54 Heather L. Ross e Isabel B. Sawhill, Time of transition: the growth of families headed by women, Washington, D.C., The Urban Institute, 1975. 55 Véase Kathryn E. Walker y Margaret E. Woods, Time use: a measure of household production of family goods and services, Washington, D.C., American Home Economics Association, 1976. 56 Richard Sennet y Jonathan Cobb, en The hidden injuries of class, Nueva York, Random House, 1973, examinan tipos similares de fenómenos psicológicos dentro de las relaciones jerárquicas entre los hombres en el trabajo. 57 Esto debería dar algunas pistas sobre las diferencias de clase en el sexismo que no podemos examinar aquí. 58 Véase John R. Seeley et al., Crestwood Heights, Toronto, University of Toronto Press, 1956, páginas 382-394. Aunque se pueda decir que el puesto del hombre está “en la producción”, esto no significa que el puessto de la mujer no esté en la producción, puesto que también sus tareas están confliguradas por el capital. Su trabajo no asalariado es la solución, sobre una base cotidiana, de la producción para el intercambio con unas necesidades socialmente determinadas, el suministro de valores de uso en una PAPERS DE LA FUNDACIÓ/88 32 sociedad capitalista (éste es el contexto del consumo). Véase Weinbaum y Bridges, “The other side of the paycheck”, para un análisis más completo de este argumento. El hecho de que la mujer suministre “simplemente” valores de uso en una sociedad dominada por los valores de cambio puede ser usado para designar a la mujer. 59 Lise Vogel, “The earthly family” (véase nota 10 supra).
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