¡Descarga LECTURES OBLIGATÒRIES - HEDDA GABLER de J. IBSEN y más Monografías, Ensayos en PDF de Historia del Arte solo en Docsity! HENRIK
IBSEN
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HEDDA
GABLER 53
que tiene! Pero yo no hubiese creido
nunca que se pusiese á visitar,
JuLia.—No, si no es doctor de esa
clase. (Moviendo la cabeza con are de
importancia.) Además, sería posible
que dentro de poco tuvieses que darle
un título que suena mejor todavía.
Barra. —¡Mejor! Pues ¿qué puede
ser, soñorita?
Juuta. (Sonriendo.)—¡ Ah! ¿Querrías
saberlo? (Cox emoción.) ¡Dios mio, si
mi pobre Joaquín pudiese salir de la
tumba y ver á lo que ba llegado sul
pequeñuélo! (Mirando en torno de sí.)
¡Pero oye, Berta! ¿Qué es lo que has
hecho? ¿Por qué hasquitado las fundas
de todos los muebles?
Brrra.-—Me ha mandado que lo haga
la señorita. Me ha dicho que no puede
ver las fundas.
JuLta.—Entonces ¿es que han de es-
tar asi todos los días?
Buxrra.—Si, parece, por lo que dice
la señorita, Porque al doctor no le he
oido decir una palabra.
(Jorge Tesman entra tarareando por
la puerta derecha de la pieza del fondo.
Lleva en la mano una maleta abierta y
vacia. Es un hombre de treinta y tres
años, de mediana estatura, de aspecto ju-
venil, algo lleno de carnes, de fisonomía
sencilla, franca y jovial, de pelo y barba
rubios, Gasta anteojos y se presenta ves-
tido con alguna negligencia, en traje de
mañana, holgado y cómodo.)
JuL1a.—¡Buenos días, Jorge!... ¡Bue-
nos dias!
Tesuan. (La el hueco dela puerta.) —
¡Tía Julia! ¡Querida tía Julia! (Acer-
cáudose d ella y estrechándole la mano.)
¡Cómo! ¿De modo que tú aqui? ¡Tan
temprano! ¿Eh?
Junta. — Ya comprendes que te-
¡nia que echar un vistazo á vuestra
|
| Tusuay. —¿Y sin descansar esta
|noche?
Junta, —¡Oh! ¡Eso no me importa
absolutamente nada !
Tesmax.— ¡Vamos! Pero en fin, ¿tú
siquiera habrás llegado á tu domicilio
sin dificultades? ¿Eh?
Junta.—Si, á Dios gracias. El ase-
sor tuvo la bondad de acompañarmo
hasta la puerta.
Tessan.—Sentimos no poder lleyar-
te en nuestro coche. Pero ya viste.
Hedda traía tantas cajas...
Jura. —¡Si! No dejaba de traer.
Barra. (A Tesman.)—i Deberia yo ir
al cuarto de la señorita á ver si me ne-
cosita para algo?
| Tesmax.—No, Berta, no hace falta.
|Gracias. Si necesita algo, me ha dicho
¿que llamará.
Berra. (Pasando d la derecha.) —Está
bien,
| Tusuaw. — Pero aguarda un poco.
Llévate esta maleta de paso.
O Benta, (Cogiendo la maleta.) —Voy á
llevarla al desván.
i (Vase por la puerta del vestíbulo,)
Tasmav.— Pigúrate, tia! Ese male-
tin estaba roventando de notas y de
extractos. Es increíble las cosas que-
he encontrado en esos archivos. Docu-
mentos antiguos del más alto interés
y de que nadic tenía noticia,
Jura, —Si, sí, Jorge, Tú no habrás.
54
LA ESPAÑA MODERNA
perdido el tiempo durante el viaje de
bodas.
TesmaN.—No, puedo alabarme de
ello. Pero quitate el sombrero, tía,
¡Vamos! Voy ádesatarte las bridas, ¿eb?
Junta. (Dejándole hacer.) —¡ Ah, Dios
mio! ¡Esto me recuerda los pasados
tiempos!
Tesman. (Dando vueltas al sombrero.)
—¡Eh! ¡Qué sombrero tan majo tienes!
¡Qué elegancia!
Jurza.-—Lo he comprado por Hedda.
Tesman.—¿ Por Hedda?
Juzta.—Si. No quiero que Hedda
tenga que avergonzarse de mi.
TEsMaN, (Dándole un golpecito en la
mejilla.) —¡ Siempre estás en todo, tía!
(Deja el sombrero en una silla próxima d
lamesa.) Ahora, mira, vamos á sen-
tarnos aquí, en el sofá, y á charlar un
poco hasta que salga Hedda.
(Se sientan. Julia coloca la sombrilla
en el ángulo del sofá.)
Jurta.—¡Qué alegría me da verte
aqui, delante de mí, en carne y hueso!
¡Querido Jorge! ¡El queridito del po-
bre Joaquin!
Tesman.—Pues ¡y á mi! ¡Decir que
te vuelvo á ver, tia Julia! ¡La que me
ha servido de padre y de madre!
JuLta.—Sí, ya sé yo que tú no de-
jarás de querer á las viejecitas de tus
tias.
Tesmax.—¿De modo que no hay me-
joría en el estado de tia Rina, €h?
JuLta,—No, creo que no hay que es-
perar mejora. ¡Pobre! Siempre en ca-
ma; ya llevamos asi años y años. ¡Oh,
Dios mio! ¡Con tal que yo pueda con-
servarla aún algún tiempo! Sin eso,
Jorge, no sabría qué hacer de mi po-
bre existencia, Sobre todo ahora que
no tengo ya que cuidar de ti.
Tesuan. (Dándole golpecitos en el
| homóro.)—¡ Vamos, vamos!
Junta, —¡No! ¡Pero cuando una pien-
Isa que estás casado, Jorge! ¡Y que
[eres tú el que ha conquistado á la en-
cantadora Hedda Gabler! ¡ Ahi es nada!
¡Ella que tenía tantos adoradores en
torno suyo!
TrsMan. (Tarareando un poco, con son-
risa de satisfacción )—Si, creo que allá,
en la ciudad, no faltan amigos que me
envidian, ¿ch?
Juiia.—¡Y ese largo viaje de novios
que has hecho! Más de cinco... cerca
de seis meses.
Tesman.—Si, pero para mi ha sido
al mismo tiempo una especie de viaje
de estudio. ¡Tantos archivos que com-
pulsar, y tantos libros que leer! ¡Si
supieses !
Juzta.—Bueno, todo eso está muy
¡bien. (Bajando la voz confidencialmente.)
Pero, veamos, Jorge, ¿no tienes algu-
na cosa, algo de particular que de-
cirme?
TrsmaN.—¿A propósito de nuestro
viaje?
JuLta.—Si,
Tesuan. —No, nada que y0 sepa,
fuera de lo que os he escrito. La toma
del grado de doctor; te hablé de eso
ayer, ¿no es verdad?
JuLta.—Si, todo eso lo sé. Pero quie-
ro decir si no... ¡vamos! ¿si no tienes
algunas esperanzas?
TrsmAN.-—¿ Esperanzas?
H£DDA GABLER $5
JuLta.—¡ Dios mío, Jorge! ¿No soy| JuLla,—¿Y te gusta como está?
tu tía, y tía vieja? Teswax.—¡ Mucho! ¡Enormemente!
Teswax.—Mucho, mucho, tengo es-| No hay más que una Cosa que nO COm-
peranzas. prendo: ¿qué quieres que hagamos de
JuLta.—¿De veras? | esos dos cuartos vacios que hay entre
Tesuax. —Las mejores esperanzas; la pieza del fondo y la alcoba do Hedda?
de ser nombrado profesor de un día 4; JuLta. (Soxricado.) —¡Oh, querido
otro, Jorge! Con el tiempo ya se encontrará
JuLia.—Profesor, sl, ya sé, en qué emplearlos.
Tesmax.—O más bien: me atrevo 4] Tresmax,—Es verdad, tienes mucha
decir que tengo la certidumbre. Pero, | razón, tía. Más adelante, cuando au-
mi buena tia, eso lo sabes tan ME mente la biblioteca... ¿eh?
Como yo. | JuLta.—Eso, querido. He pensado en
Junta. (Sonriendo.)—Si, si, muy cier-| tu bibloteca.
Doo atlálamos dl viajo. DA. da todo por Ha. Das antónde mios
ero hablábamos del viaje. Dí, ¿te . Desi -
habrá costado mucho dinero? ltros esponsales me dijo que nunca que-
Tesxwaw.—¡ Ob, si! La gran subven- rría vivir más que en la quinta de la
ción que recibí ha cubierto una buena | señora de Fall, la mujer del consejero
parte de los gastos. de Estado.
JuLia,—Si, pero lo que yo no com- | Jura. —¡Pues mira! Y decir que se
prendo es que haya podido bastar para ha encontrado tan á punto. Cabalmen-
dos. te en el momento de marcharos se puso
Tesman.—No, no, no €s tan fácil de en venta la casa.
comprender, ¿verdad? | Tesman.—¿No es verdad, tia Jolia?
Jura. —Y menos cuando se viaja con | Eso es lo se llama tener suerte, ¿eh?
una señora. Eso cuesta infinitamente! — JuLta.—Pero ha costado caro, queri-
más caro, según he oído decir. [do Jorge. Todo esto te saldrá carisimo.
Tesmax.—Si, se supone, cuesta un Tesuax. (Mirándola un poco turbado.)
poco más caro. Pero ¿qué quieres? ¡Era | —¿Será posible, tia? Di.
preciso que Hedda hiciese ese Viaje! JuLta,—¡Dios de mi vida! Si, hijo
Era realmente preciso. Lo contrario no | mio.
hubiese sido decoroso. | Tesman.—¿Cuánto crees tú? Veamos
JuLIa.—Claro, st. Boy las conve- aproximadamente.
niencias exigen el viaje de novios. | JuL1a.—No puedo decirtelo antes de
Pero, dime, ¿empiezas á encontrarte ver todas las cuentas.
en tu Casa? Trsuax.—Felizmente el asesor Brack
Trsmax.—-Ya lo creo. Estoy en pié, | ha obtenido condiciones muy ventajo-
desde que ha amanecido, para pasar re- | sas para mi, El mismo se lo ha escrito
vista á todo. 3 Hedda.
58
LA ESPAÑA MODERNA
Fe.) —No, hombre. ¡Ahora voy á fijar-
me yo en eso!
Tusuan, (Siguiéndola,) — ¡Pero si no
sabes! Melas bordó tía Rina en la cama,
¡Enferma y todo como está! ¡Oh! No
puedes tú figurarte cuántos recuerdos |
se asocian á estas zapatillas.
Henpa. (Junto á la mesa.) —
precisamente para mi.
Junta. —En eso tiene razón, Jorge.
Tesmaw. —$i, pero me parece que
ahora que es de la familia...
Hknva. (faterrumpiéndole.)—
Pero no
Tes-
man, me parece que no podremos arre-'
glarnos nunca con esta criada.
JuLta.—¿Con Berta?
Tesman.—¿Por qué lo dices?
Hanna. (Señalando con el dedo.) —
¡Mira! Deja tirado su sombrero viejo en
una silla del salón.
Tesmax. (Desconcertado, dejando caer"
das zapatillas.) —¡ Vamos, Hedda, pero
8l...!
HebDA.—¡Ya ves! ¡Si hubiese venido '
alguien!
TesMaN. —¡Pero, Hedda, si es el
sombrero de tia Julia!
HrnDa.—¿Es de veras?
Junta, (Cogiendo el sombrero.) —Si, e
mio. Y lo que es viejo, no lo es,
Han»Da.--La verdad cs queno lo he
visto tan de cerca.
Junta, (Poniéndose el sombrero y atan-
do las bridas.) —Es realmente le pri-
mera vez que me lo pongo. Dios sabe
que es verdad.
Tresmax.—Y es muy bonito. ¡Verda—
deramente soberbio!
JULIA.-—Tanto como eso no, querido
Jorge. (Mirando alrededor.) ¿Mi som-
brilla? ¡Ah! está aquí. (La coge.) La
sombrilla es mía también, no de Berta.
TEsMaN.—¡Un sombrero nuevo, una
sombrilla nueva! ¿Qué te parece,
Úireáda?
Hepba.—Muy bonito, precioso...
Tesman.—¿Verdad que si? Pero vea»
mos, tía: mira bien 4 Hedda antes de
marcharte. ¡Ella si que es preciosa!
JuL1a,—¡Oh, hijo! Esa no es una no-
vedad: Hedda fué linda siempre, desde
que yo la recuerdo, (Hace una reveren-
cia y pasa d la derecha.)
TrEsMAN. (Siguiéndola, ) —St, pero
¡¿has notado qué espléndida y soberbia
se ha puesto? ¿Qué cuerpo ha echado
durante el viaje?
Hzbpa. (Dirigidndose al foro.) —¡Dé-
| jate de eso!
Junta. (Deteniéndose y volviéndose )—
¿Que ha echado cuerpo. dices?
Tresmax. —Seguramente, tia Julia;
tú no ves bien con ese traje. Pero yo
que tengo ocasión de..
Hanna. (Cerca de la puerta vidriera,
con impaciencia.) —¡Tú no tienes oca-
sión de nada!
TesmaN.—Sin duda es el Tirol, el
aire de las montañas...
| Hunpa. (Lnterrumpiéndolo secamena
te) —Estoy absolutamente lo mismo
¡que al marchar.
| Teswax, —Eso creos tú; pero no es
cierto. ¿Verdad, tía?
| Jutta. (Juntando las manos y miran-
¡do é Hedda.)—Es un encanto, un en-
¿canto, un encanto. (Se acerca d Hedda,
¿de atras la cabeza con las dos manos y la
desa en la frente.) ¡Que Dios guarde y
proteja á Hedda para dicha de Jorge!
. HEDDA GABLER 59
Hxbpa. (Desprendiéndose suavemen-|á pechos lo que se me escapó á propó-
te.) —¡0h!... ¡Déjenme! sito del sombrero?
Junta.—Todos los dias que Dios me| TesmaN.—No, tanto como eso no.
conceda vendré á veros á los dos. Un poco en el primer instante.
Tesman.—Si, tia, te ruego que lo. Henpa. —Pero también ¡vaya una
hagas. ¿Eh? manera de tirar el sombrero por los
Junta,—¡Adiós, adiós! muébles del salón! Eso no se hace,
| Tesman.—¡Vamos! Ten por seguro
(Vase por el vestíbulo. Tesman la que tía fulia no lo repetirá.
acompaña hasta la salida. La puerta | Henna.—Por supuesto, ya trataré yo
queda entornada. Se oye d Tesman £2- | e arreglarlo,
cargar á Julia que salude á tía Rina. Tesmax.—¡Oh, si, querida Heddat
Después vuelve á darle las gracias por! ¡Si pudieses hacerlo!...
las zapatillas, Al mismo tiempo se ve é Henna.—Cuando vayas á verla, la
Hedda pasear con impaciencia, levantar . 4 4 . : o a ?
los brazos y apretar furiosa los puños. al as A E esta a Ñ
Luego separa las cortinas de la puerta Insuan.— ¡Eso! Descida? Ñ Ji
vidriera y mira al exterior. Al poco rato “088 hay que le agradaría muchisimo.
vuelve Tesman y cierra la puerta.) | Henva,—¿El qué?
| Trsxaw.—Si pudieses conseguir tu-
Tesxax. (Lecogiendo las zapatillas.) — tearla... ¡Hazlo por mi, Hedda! ¿Eh?
¿Qué estás mirando, Hedda? Hrbna.—No, no, Tesman, de veras:
Henpa, (Dominándose y recobrando | eso no puedes pedírmelo. Ya te lo he
su serenidad.) —Nada. El follaje. Ya dicho. Procuraré llamarla tía. No hay
está bien amarillo y marchito. [que pensar en más.
Tesuan. (Lucoloiendo las zapatillas Tessan.—Bueno, bueno. Yo creía,
en el papel y poniéndolas sobre la mesa.) sin embargo, que ahora que eres de la
—Es que estamos en Setiembre, l familia...
Hapoa. (Con nuevas muestras de in- | Hapna. — ¡Jem!... no sé yo muy
quietud.) —Si. ¡Quién lo diria!... Ya en ' bien si... (Se dirige hacia la puerta del
Setiembre, foro.)
Tusman.—¿No te parece que tia Ju-| Trusman. (41 cabo de un instante J—
lia tenía una cara singular al marchar- ¿Te falta algo, Hedda?
se? Estaba casi solemne, ¿verdad?¿Sos- | TizbDa.—No, es que estoy mirando
pechas tú qué le habrá dado? ¡mi piano viejo. No hace bien en el con-
Hrona.—Apenas la conozco. ¿No junto.
suele ser asi? Tesmas.—Cuando reciba la primera
Trsmax. — No, jamás la he visto paga, lo cambiamos por otro,
como hoy. Hrnpa.-—No, no. Nada de cambios.
HrbDa. (4 lejándose de la puerta vi-¡No quioro deshacerme de él. En vez de
driera.) ¿Crees que haya tomado muy ¡es0, podriamos trasladarlo al cuarto
60
LA ESPAÑA MODERNA
del fondo, y tomar otro, cuando se pre-
sente la ocasión.
Tesman. (Ligeramente cohibido.)—Si,
es claro: podríamos hacer eso.
HgnDa. (Cogiendo el ramo que hay so-
bre el piano.) — Este ramo no estaba
aquí anoche, al llegar nosotros.
Tesxan.— Lo habrá traido tía Julia.
Henboa. (Examinando el ramo.) — Una
tarjeta de visita, (Zoma la tarjeta y
lee.) «Volveré más tarde.» Adivina de
quién es,
TrzsmaN.— No sé. ¿De quién?
Huona.—La tarjeta dice: «Señora
de Elvsted.»
Tesmax,—¡No es posible! ¡La seño:
ra de Elvsted, antes señorita Rysing!
Heona.—La misma. La que hacia
tanto efecto con su llamativa cabellera
por dondequiera que se presentaba...
Una antigua pasión tuya, según he
oido decir.
Tesman, (Senriendo.) —¡ Oh! no duró
mucho. Y eso era además cuando aún
no te conocía á ti, Hedda. Pero oye...,
es raro que esté en la ciudad.
Esona.—Lo singular es que nos vi-
site. Yo no la conozco más que del co-
legio.
Tesman.—Tampoco yo la he visto
Dios sabe desde cuándo. Es asombroso
que pueda vivir en un rincón como el
que habita allá. ¿Eh?
HznDa. (Despues de reflecionar un ims-
tante dice de repente:)—Di, Tesman,
¿no es hacia esa parte adonde se ha
ido á vivir... ¿sabes?... Eylert Loev-
borg?
Tzsman.—Si, en algún punto de esos
sitios.
(Entra Berta por la puerta del vesti-
bulo.)
BrrTa.—Señorita, está aqui Otra vez
la señora que vino hace poco y me en-
tregó esas flores (señalándolas), las que
tiene en la mano la señorita.
Hrnns.—¡Ah! ¿Está ahí? Bien. Que
pase.
(Berta abre la puerta y se retira depués
¡de entrar Thea de Elvsted. Esta última
es una figurita delgada, de lindas fuecio-
nes, de vostro delicado. Tiene ojos azules,
grandes, redondos y un poco d for de ca-
deza. La mirada es tímidamente inquieta
dinterrogadora, La cabellera, ondulada y
copiosa, es de un color amarillo claro, casi
blanco, que llama la atención. Tiene un
par de años menos que Hedda, y lleva un
traje de visita oscuro, de buen gusto, pero
no de última moda.)
HxDDa. (Adelantándose á recibirla afa-
blemente.)—Buenos dias, querida, Ce-
lebro mucho volverla á ver después de
tantos años.
Tura. (Verviosamente, tratando de
aparecer tranquila.) —Si, hace mucho
que no nos hemos visto.
TresmMan. ( Alargándole la mano.) —Ni
nosotros tampoco. ¿Verdad?
HebDa. — Gracias por sus Jindas
flores.
Taka.—;¡Oh, por fayor! Hubiese ve-
nidoá verá Vds. ayer en seguida; pero
supe que estaban de viaje.
Tesmay.—¿Acaba V. de llegar á la
ciudad?
Tuga.— Vine ayor por la tarde. ¡Oh!
¡Me quedé tan desesperada al saber que
estaban Vds. ausentes...
Hzppa.—¡ Desesperada !...
. ¿Por qué?
HEDDA
GABLER 63
HgbDa. (Dirigiéndose hacia Thea, le
dice d media voz, sonriendo.) —Perfecta-
mente. Hemos matado dos aves de un
solo tiro.
Tnaza.-——¿Cómo eso?
Hevva. —¿No ha comprendido Y.
que yo quería alejarlo?
Trea.—Sí... para que escriba esa
carta.
Henpa.—Y para que podamos hablar
nosotras solas,
TaEa.—¿Del mismo asunto?
Henoa.—Sí, del mismo asunto.
Tuea.—¡ Pero si no hay nada más!...
¡de veras! nada.
Hgnna.—¡No ha de haber! Hay to-
davia muchas cosas. Veo bastante cla-
ro para comprenderlo. Venga V. Va-
mos á sentarnos aqui y á hablar con
franqueza.
(La obliga d sentarse en un sillón, jun
to á la estufa, y se sienta ella en un la-
burete.)
Tuzua. (Mirando su reloj con inquie-
tud,)—Pero, querida mia..., yo pensa
ba irme ahora.
Benna.—¡Oh! ¡No tiene V. tanta
prisa. Conque vamos á ver: cuénteme
qué tal les va por alla.
Trña.—¡Ah! Es precisamente de lo
que no quisiera que hablásemos.
HkgnDa.-—¡Bah! Conmigo, querida...
¡Por Dios! ¿No hemos sido compañeras
de colegio ?
TuEa.—Si, pero V. era de una clase
superior á la mía. ¡Oh! ¡Qué miedo me
daba V. entonces!
FebDA —¿Yo?
Tuta —Sí, un miedo terrible. Como
[al encontrarme en la escalera tenía V.
la costumbre de tirarme del pelo...
HxnDa.—¿Puede?
THga. — ¡Vaya! Hasta me dijo V.
una vez que tenia ganas de quemár-
melo.
Hanna.—¡0h! Cosas de chica.
Tnra.—Si, pero como yo era tan
tonta entonces... Y ya después hemos
vivido tan alejadas... Pertenecemos á
esferas tan distintas...
Hznna.—Bien, pues procuremos acer-
carnos de nuevo. ¡Verá V,! En el cole-
gio nos tuteíbamos y nos llamábamos
por nuestros nombres de bautismo...
Tuza.—¡No! Debe V. estar equivo-
cada.
Hrops.—Nada de eso. Me acuerdo
' perfectamente. Pues bien, es preciso
¡que volvamos á ser amigas intimas
como entonces. (Aprozima su taburete
al sillón.) ¡Vamos! (La besa en la meji-
lla.) Ahora vas ú tutearme y á llamar-
me Hedda,
Tuxa. (Acaricióndole las manos y es-
trechándolas entre las suyas.) —¡Ahl
|¡Tanto agrado y tanta bondad!... Es
una cosa á que estoy bien poco acos-
ltumbrada.
HenDa. —¡Vamos, vamos! Y yo te
tutearé también y te llamaré querida
¡Thora.
i Thza.—Me llamo Thea.
Hxona.—Sí, sí, ya só. Queria decir
Thea. (Mirándola con interés.) Con que
¡dices que no estás acostumbrada á que
(te traten con agrado y bondad, ¿eh,
Thea? ¿En tu casa... ?
Tura. —¡0h! ¡Como si yo tuviese ca-
sa! No latengo. No la he tenido nunca.
64 LA ESPAÑA MODERNA
Hebna. (Mirándola un instante) —| Taga.—Si, iba todos los días, Daba
Presenta algo de eso. ¡lecciones álos niños. A la larga yo no
Tuza.—¡Oh! ¡Si... si... si! podia bastar para todo,
Henpa.—No recuerdo bien ahora... | Hsppa.—Claro, eso se cae de su peso,
Pero al principio, ¿no entraste como ¿Y tu marido? Por supuesto, ¿siempre
ama de llaves en la casa del juez de andará de viaje?
paz Elysted? | Twza.—SÍ. Como V.... como tú com-
Trza.—No. Realmente entré de aya. [prendes, siendo juez de paz, tiene que
Pero su mujer... su primera mujer..: hacer frecuentes viajes por el distrito.
andaba malucha... estaba en cama casi| HunDa. (4poyóndose en el brazo del
siempre; de manera que á poco tuve sillón.) —Thea, pobre Theita, ahora vas
que encargarme de la casa. ¡4 decirme toda, toda la verdad,
Hanpa. —Pero vamos á cuentas...: Twras.—Corriente. Pregunta, que yo
Esa casa ha acabado por ser la tuya. te responderé.
Thea.—St, ha venido á ser la mía. Henna.—Sepamos: la manera de ser
Bebna.—Bueno. Sigamos. ¿Cuánto de tu marido con respecto á ti... ¿qué
tiempo ha transcurrido desde entonces? tal en el fondo? ¿Es bueno?
Tura. —¿Desde mi matrimonio? Taza. (Sín convicción.) —El cree pro-
HenDa.—Si. l ceder sin duda de la mejor manera.
Tuga.—Cinco años. | Eisnpa.—Me parece que debe tener
Hxnna.—Si, €80 €8. [demasiada edad para ti, Habrá sus
veinte años de diferencia entre vosotros.
Taza. (Jrritada)—Si, eso... y mil
Tara.-—¡Oh! ¡Qué cinco años!
Sobre todo los dos ú tres últimos. ¡Ah!
¡Si V. supiese!... | cosas. ¡Todo me es antipático en él!
HzDva, (Déndole un golpecito en la No coincidimos en un solo pensamien-
mano.) —¿V.? ¡Ay, ay, Theal [to, no nos entendemos en nada.
Tuza.—No, no, yo trataré de acos- Hunva.—Pero, ¿te quiere, á pesar
tumbrarme. Sí, si tú pudieses com- de todo... á su manera?
prender... Taza.—¡Qué sé yo que te diga! Le
Hevva.—Eylert Loevborg ha pasado soy útil, y pare Y. de contar. Luego,
allí también estos tres últimos años, se me mantiene con poca cosa. No sal-
¿no es eso? go cara.
Tara. (Mirándola turdada.)—¿Eylert| Hruooa.—Pues es obrar como una
Loevborg? Si, eso es. tontita, hija.
Hrbpa.—¿Lo conocías ya cuando vi- | Tuza. (Moviendo la cabeza.) —No pue-
vias en la ciudad? |do obrar de otro modo... al menos con
Tara.—Apenas. Es decir, lo conocía l él. No tiene verdadero cariño á nadie
de nombre, naturalmente. más que á si propio, y algo quizá á los
HebDa,—Pero alli, ¿ha formado par- | niños.
te de la casa? Hzpna.—¿X á Eylert Loevborg, Thea?
HEDDA GABLER
65
Taza.—¡A Eylert Losvborg!¿Dedón-|y mirando d Hedda.) —¿Allá... á su
de sacas es0?
Hunna.—Pues, hija... cuando te en-
vía en su busca... me parece que...
(con. ana sonrisa casi imperceptible.) Y
además tú misma acabas de decirselo |
á Tesman.
Taza. (Con una sacudida nerviosa.) —
¿Yo? Y eso que sí, se lo he dicho. (Con
pasión contenida.) No, tanto me da con-
fosártelo ahora como después, De todos
modos ha de saberse,
Hrona.—¿Pero, querida Thea..
Taza.—He aquí el caso en dos Sala-|
bras: he venido sin saberlo mi ma-
rido.
Henna.—¡Qué estás diciendo! ¿Sin |
saberlo ta marido?
TuEa.—Naturalmente. Además, no
estaba en casa; andaba también de via-
je. ¡Oh! ¡Yo no podía aguantar más,
Hedda! ¡Era absolutamente imposible!
Aquella soledad en que iba 4 encon
trarme en adelante...
Hrunna.—Bien, ¿y tú,..?
Taga.—Pues nada. Hice mi equipa
je... lo estrictamente necesario, como
comprendes, Y con mucho sosiego me
salí de la casa.
Hzenoa.—¿4Asi... tan tranquila ?
Tura, —Eso. Y tomé el tren que me
ha traido.
Hevva,—Pero, querida Thea, ¿cómo
te has atrevido á hacer tal cosa?
Tuza. (Levantándose y atravesando la.
escena.) —Pero, ¡en nombre del cielo! ;
¿Qué me quedaba que hacer?
HrbDa. —¿Y qué dirá tu marido
cuando vuelvas?
Taka. (Deteniéndose delante de la mesa
i
¿
Casa?
Hzbba.—¡ Pues claro!
Tara.—Jamás volveré á su casa.
HrnDa. (Levantándose y acercándose á
ella.) —¿De modo que la marcha es en
serio?
Tuxa.—Si. He creido que no me que-
daba más partido que ese.
HubDa.—¿ Y cómo has podido mar-
charte tan sin reservas?
Tuxa.—¡Oh! Estas cosas no pueden
ocultarse nunca.
Hreona.—Pero, ¿qué dirá la gente,
Thea?
Tata, —¡Ah! Que diga lo que quiera.
(Se deja caer en el sofá con aire de aba-
timiento.) No he hecho más que lo que *
debía hacer.
HypDa. (Después de una breve pausa.)
—Pero, ¿qué va á ser de ti ahora?
¿Cuáles son tus proyectos?
Tura.—No los tengo aún. Sólo sé
que, si he de vivir, ha de ser donde
esté Eylert Locvborg.
Hunna. (Acercando una de las sillas
que hay junto d la mesa, se sienta al lado
de Thea y le acaricia las manos.)—
¿Cómo habéis llegado Eyler y tú á
esa.,. esa amistad ?
Tasa.—¡Oh! Poco á poco. Yo adquiri
cierto poder sobre él.
HrDDa.—¿De veras?
Tnras.—Renunció á sus antiguos há-
bitos. No es que yo se lo rogase; no
me hubiera atrevido nunca. Pero él
notó que me disgustaban, y eso bastó
para que cambiase de conducta.
Hrnva. (Lsforcándose por contener
una sonrisa burlona.) —¿De modo quetú
5
68
LA ESPAÑA MODERNA
la conoce también! Yo no iba á tener—
la como una mujer ordinaria.
Brack.—No, no, ese es el punto de
la, dificultad.
Tesman.—Sobre que, á Dios gra-
cias, mi nombramiento no puede ha-
cerse esperar mucho.
Brack. —Ya sabe V...:
suelen eternizarse.
Trsman.— Tendría Y. por casuali-
dad alguna noticia, ¿eh?
Brack.—A punto fijo, nada. (Va-
riaudo de tono.) Pero, cabal. Tengo
una noticia que darle.
TESMAN.—¿ Qué?
Bracx.—Que ha vuelto su antiguo
amigo Eylert Loevhorg.
Tesman.— Ya lo sabia.
Bracx,—¿De veras? ¿Quién se lo ha
dicho á V.?
Tusmax.—Esa señora que acaba de
salir con Hedda.
Ei Brack.—¡Ah! ¿ Cómo se llama ? No
he oido bien.
Teswax. —Es la señora de Elvsted.
Brack.—Muy bien; la mujer del
juez de paz. Con ellos, efectivamente,
es con quienes ha estado Loevborg
todo este tiempo.
TEsMAN. —¡Figúrese V.1 ¡He oido
decir, con gran alegría, que se ha
arreglado en absoluto!
Bracx.—6Si, eso dicen.
TesmaN.— Y parece que ha publica-
do un nuevo libro, ¿eh?
Brack.—¡Exacto!
Tusman.— Y el libro ha producido
sensación.
Brack,—Si, una sensación grandi-
sima.
€sas Cosas
| TesmaN.—¡Qué le parece á V.! Da
gusto oirlo. Un hombre de tantas do -
tes... Y yo que tenía la triste certi-
dumbre de que se habia ido á pique
para siempre.
Bracx.—Eso creia todo el mundo.
Tssman.—Lo que no comprendo es
lo que va á hacer ahora, Porque, en
fin, ¿de qué quiere V. que viva? ¿Eh?
(Durante las últimas palabras, ha en
trado Hedda por la puerta del vestt=
bulo.)
HzpDa. (4 Brack, con una sonrisita
irónica.) —A Tesman le preocupa siem-
pre el saber de qué se vivirá.
Tesman.—Hija, es que hablábamos
de ese pobre Eylert Loevborg.
Hunna. (Lanzándole una mirada brus-
ca.) —¿Cómo? (Se sienta en el sillón jun-
to á la chimenea, y pregunta con tono i-
diferente.) ¿Qué le ha sucedido ?* 5
Tasman.—Poca cosa. Hace mucho
tiempo que tiró su herencia por la
ventana. El no puede escribir un nuevo
libro cada año. ¿Eh? Pues por eso me
pregunto qué va á ser de su persona.
Bracx.—Quizá yo podría decirselo
4v.
TeEsMAN.—¡Ah!
Brack. — Recuerde V. que tiene pa-
rientes de bastante influencia.
TesMaN.—;¡Ay! Sus parientes le vol-
vieron la espalda.
Brack.—AÁ pesar de eso, antes lo
miraban como la esperanza de la fa-
milia.
Tesman, —¡Si, antes! Pero todo lo
¡ha echado á perder con sus propias
manos.
HEDDA GABLER
Hrbba.—¿Quién sabe? (Con una leve!
sonrisa.) ¿No le han regenerado allá,
en casa de los Elvsted?
Bracx.— Y luego, ese libro que ha
publicado...
Tesxan.—Si, si, Haga Dios que va-
yan en su auxilio de una ú otra ma-
nera. Precisamente acabo de escribir-
le. Oye, Hedda, le he rogado que
venga á casa esta noche,
Bracx.—Pero, querido, esta noche
viene V. á cenar conmigo. Me lo pro-
metió V. en el desembarcadero.
HebnDa.—¿Lo habías olvidado, Tes-
man?
Trusman.— Confieso que sí. Lo había
olvidado,
Brack. — Aparte de todo, puede Y.
estar segurisimo de que no vendrá.
Tesmax, — ¿ Por qué cree V. eso?
¿Eh?
Brack. (Se levanta lentamente y pone
las manos sobre el respaldo de la silla,
despues de dar la vuelta.) —Querido Tes-
man... Y V. también, señora... Yo no
puedo consentir que Vds. ignorasen
UNA COSA... UNA COSA QUE...
Tesmax.—¿Quó se refiere á Eyler...?
Brack. —Si, á V. y 4 él.
Teswax. —¡Veamos, querido asesor,
veamos ! Diga V,
Bracx.— Conviene que se haga V. á
la idea de que su nombramiento puede
no venir con toda la rapidez que V.
desea y espera.
Tesmax. (Sobresaltado.J)—¿Hay algún
obstáculo? ¿Eh? |
Buacx. —Puede que tenga V. que
entrar en concurso para obtener la
plaza...
|
69
TesmanN. —¡En concurso! ¡Habráse
visto, Hedda!
Henpa. (Arrellenándose más en el si
lldn.)—¡Oye, oye!
Trsmax.—Pero ¿con quién he de con-
currir? ¿No puede ser con... ?
Brack, — Justamente. Con Eyler
Loevborg.
Tesuan. (Junfendo las manos.) —¡No,
no, es inconcebible! ¡Esimposible! ¿Eh?
Bracx.—¡Hum! Y, sin embargo, qui-
zá sucederá.
Tesmax.—No; pero oiga V., sería
una falta inaudita conmigo. (Accio-
nando.) ¡Ya ve Y. que soy un hombre
casado! Hedda y yo nos hemos casado,
contando con esa perspectiva. Hemos
gastado mucho dinero. Hasta hemos
recibido prestado de tia Julia. Porque,
en fin, Dios mio, me habian prometido
casi esa plaza, ¿Eh? *
Bracx.—Vamos, vamos, la plaza no
se le escapará. Estoy seguro. Sólo que
tendrá V. que concurrir para obte-
nerla.
HegpDa. (Zamávil en su sillón.) —Pero,
di, Tesman, eso es una especie de sport.
Tesman. — Vamos, querida Hedda,
¿cómo puedes mirar esto tan indife-
rente?
HzbDa. (Sin cambiar de (ono. )—No es
verdad. Aguardo el resultado con el
mayor interés.
Brack.—En todo caso, señora, bueno
es que Y. esté al corriente. Quiero de-
cir, antes de empezar las compras me-
nudas que proyecta, según me dicen.
Tlkopa.-—No tiene que ver nada lo
uno con lo otro.
Brack.—¡Ah!Esoes otra cosa. Adiós.
70 LA ESPAÑA MODERNA
(4 Tesman.) Esta tarde, de paseo, ven-| De modo que hasta nueva orden ten-
dré por Y. dremos que aislarnos, Hedda, tendre-
Tesman.—Si, si. ¡Ah! Ya no sé lo que mos que vivir solitos. Nada más que
Me pasa. la tía Julia alguna que otra vez. ¡Ah,
Henpa. (4 largando la maro ¿ Brack, | querida mía! ¡Tú que hubieras debido
sin cambiar de postura.) —Adiós, asesor. llevar una existencia tan diferente...
O, más bien, hasta luego. Bien ve-| tan completamente diferente... !
nido. | HenDa4.—Claro es que no se trata de
Brack. —Mil gracias. Adiós, adiós. tener en seguida un criado con li-
Tesman. (Acompañándolo hasta le; brea.
puerta.) —¡Adiós, mi querido asesor! | TesmaN. —¡Ay, no! Un criado... ya
Tiene V. que dispensarme... ves... no puede pensarse en tal cosa.
| Hzunpa.—Y ese caballo de silla que
(Vase Brack por la puerta del vesti-| yo me esperaba...
bulo.) | Tasman. (Asustado)—¡Un caballo de
¡silla!
Tesmax. (Volviendo hacia el fondo).— | Henva.—Ahora no me atrevo siquie-
¡Ay, Hedda! Nuuca deberia uno me- ra á pensar en eso.
terse en aventuras. ¿Eh? i Tesxan. —¡ Ah, ya lo creo que no!
.HebDA. (Mirándolo y sonriendo.) —| Hunna.—¡En fin! Siempre me queda
¿Lo dices por ti? ¡alguna cosa para entretenerme -entre
Trsman.—Si, Hedda. ¿A qué negar-| tanto.
lo? Aventura es casarse como nosotros | Trsuax. (Radiantede alegria. J—¡Ben»
lo hemos hecho y edificarlo todo sobre | dito sea Dios! ¿Y el qué, Hedda?
simples esperanzas. ¡| HenDA. (Cerca de la puerta, mirán-
Heona,—En eso quizá tienes ra-| dolo con una burla disimulada.) —Mis
zÓn. | pistolas, Jorge.
TesmaN. —¡Ea! Por el pronto nadie Tesmax. (Con inguietud.)—¿Tus pis-
nos quita esta deliciosa casa. Mirala... | tolas?
jla casa en que soñábamos juntos! Y| Henna. (Con una mirada fría.) —Las
aun puedo añadir que nos entusiasma- | pistolas del general Gabler.
ba de antemano. ¿Eh?
Henpa. (Zevantándose lentamente, con| (Pase por la puerta izquierda de la
apariencias de fatiga) —¿Se convino, no | pieza del fondo.)
es cierto, en que hariamos vida de so-'
ciedad, que recibiríamos gente? | Tusuay. ¿Corriendo detrás, le grita
Tesman.—Y ¡Dios sabesi me alegraba ¡desde la puerta.) — ¡Querida Hedda!
yo! Pues ¡si sólo con pensar en verte | ¡Dios mio! ¡Por fevor, no toques esas
hacer los honores de la casa en | oi tan peligrosas! ¡Hazlo por mi,
de un circulo selecto...! ¿Eh? Si, si, si. | Hedda! ¿Eh?
HEDDA
GABLER 73
Brack. (Sobresaltado.) —¡Pero, se-
ñoral...
Hanna. (£ntre risueña y enojada.)
—¿Sí, alli le quisiera ver á V.! ¡Oir ha-
blar de la historia de la civilización
desde la mañana hasta la noche!
Bracr.—Siempre, eternamente...
Henna:—¡Si, si, sil ¡Y la indus-
tria doméstica en la Edad Media!...
¡Ah! ¡Eso, mire V., eso es lo peor de
todo!
Brack. (Con una mirada escrutadora.)
—Pero, digame V., ¿cómo se explica
entonces...?
Hrnna.—¿(Que nos hayamos uncido
al mismo yugo Jorge Tesman y yo?
¿Es eso lo que Y. quiere decir?
Brack .—Bien, pues eso, Si cabe ha-
blar de tal manera...
Hevona.—¡Vaya por Dios! ¿Tan ex-
traordinario le parece?
Brack.—Si y no, señora.
Hrppa.—Yo estaba cansada ya de la
fiesta, mi querido'asesor. Había pasa-
do mi tiempo. (Estremeciéndose ligera
mente.) ¡Oh no!... ¡No quisiera decir
eso, ni aun pensarlo!
Brack.—Ningún motivo tiene V.
HrnDa.—¡0h!... eso. (Con mirada es-
cudridadora.) Y en cuanto á Jorge Tes-
man, ¿puede decirse, ¿no es verdad?,
que es un hombre correcto en todos
sentidos? -
Bracx.— Correcto y arreglado. Es
cierto.
Hubova. —Tampoco puede decirse que
sea lo que se llama ridículo, ¿no es ver-
dad?
Braox.—¡Ridículo! No, no; precisa-
mente eso, no...
HxbDa.-—En todo caso, es un colec-
cionador diligentísimo. Con el tiempo
quizá vaya lejos.
Bracx. (Mirándola indeciso.) — Yo
creía que V. lo daba por seguro, como
todo el mundo: generalmente se tiene
á Tesman por un hombre de gran por-
venir,
HebDa. (Con expresión de lasitud.)—
Si, yo también lo he creido. Y como él
quería á todo trance tener el derecho
de asegurar mi porvenir, no veo que
fuese cosa de negarme.
Brack.—Sí, por ese lado...
Heppa.—Siempre era más que lo que
estaban dispuestos ¿ hacer mis otros
adoradores, querido asesor.
Brack. (Sonriendo.)—No puedo res-
ponder de los otros, dicho se está; pero
¡en cuanto á mi, bien sabe Y. que, en
principio, siempre me he mantenido á
'¡Fespetuosa distancia de los lazos ma-
trimoniales.
HroDa. (La tono burlón.) —Por eso
nunca fundé esperanzas en Y,
Brack.—Todo lo que yo pido es una
sabrosa intimidad que me permita ser
útil en palabras y acciones, ir y venir
l como amigo de confianza,
. Henna.-—Con el marido, ¿no es eso?
| Brack. (foelinándose.) — A decir
verdad, con la mujer sobre todo. Y con
el marido también, naturalmente. Sepa
¿V. que una combinación de este géne-
[ro, que llamaré, si V. quiere, triangu-
lar, está llena deatractivos para los tres.
|. Hrnna.—Es verdad. Más de una vez
me ha faltado un tercero durante el
viaje. ¡Oh! ¡Aquellos solos en los cu-
pés!
74
LA ESPAÑA MODERNA
Brack.—Afortunadamente se acabó
el viaje de bodas.
HenDa. (Moviendo la cabeza.) —El via-
je será probablemente largo..., muy
largo. Todavia no estoy más que en
una estación.
Brack.—Momento oportuno para ba=
jarse y hacer un poco de ejercicio. ¿No
es asi?
Henna.—Jamás saldré del vagón.
Bracx.—¿Está V. segura?
Hebna, —$Si, porque nunca falta
quien...
Brack, (Sonriendo.)—Quien ande en
acecho de tobillos, ¿ek?
Henna.—Precisamente.
Buacx.—¡Ah! ¡Por Dios!
Hrnpa. (Deteniéndolo con un ade
mán.)—Eso no me gusta. Entonces
prefiero quedarme en mi sitio,
Brack, —¿Pero si subiese al cupé un
tercero?
Henna.—¡ Ah! ¡Sería diferente!
Brack. —Un amigo de confianza,
perspicaz.
Henpa.—Lleno de ingenio y de in-
terés.
Brac«,—¡ Y que no fuese especia-
lista, ni por asomo!
Hinna. (Suspirendo profundamen—
te.) —¡Ah! ¡Seria un verdadero alivio!
Brack. (Dirigiendo los ojos hacia la
puerta de entrada, que ha sido abierta.)
—Aboura se cierra el triángulo.
Henpa. (4 media voz.) —Y vuelve á
marchar el tren,
(Jorge Tesman, er traje de paseo, color
gris y con sombrero de fieltro blando a la
cabeza, entra por la puerta del vestíbulo,
llevando una porción de libros en reística,
unos debajo del brazo y otros en los bal-
silos.)
Tesmax. (Dirigiéndose á la mesa colo-
cada delante del sofá del rincón.) —¡ UN
¡Qué calor, cuando se pasea con esto!
(Deja los libros.) Vengo sudando literal-
mente, Hedda. Pero, ¿qué veo? ¿V, aqui
ya, mi querido asesor, eh? Berta no
¡me había dicho una palabra.
| Bracr. (Zevantándose.)—He entrado
| por el jardín,
: Henba.—¿Qué montón de libros es
ese?
Trsmax. (De pié, hojeando. )— Algu-
gas obras especiales que necesitaba.
HenDa.—¿Obras especiales?
| Brsox.—¡Ah, sil ¡Obras especia-
les! ¿Oye V., señora?
(Brack y Hedda cambien una sonrisa
de inteligencia.)
Hrova. — ¿ Necesitas aún muchas
obras de csas?
Tresman.—Sí, querida Hedda; nunca
se tienen bastantes. ¿No hay que estar
al corriente de todo lo que se escribe é
imprime? :
Hznna.—Por supuesto, hay que es-
tar al corriente de todo,
Tesxas. (Búscando entre los libros.)
—;¡Mira! He conseguido echar mano al
nuevo libro de Eylert Loevborg. (Pre-
sentándoselo,) ¿Quieres verlo ?
Henna,—No, gracias. O puede que
si, después.
Tusmax.—Lo he hojeado un poco por
el camino.
Brack.—¿Y qué? V., especialista,
¿qué dice?
TrsmaN.—Me parece que revela una
HEDDA
GABLER 75
concentración notable de pensamiento.
Hasta aquí nunca había escrito él de
este modo. (Recogiendo los libros.) Ahora
voy á llevarme todo esto. Será un pla-
cer cortar las hojas. Y luego tendré
que arreglarme un poco. (4 Brack.)
Diga V.: ¿no nos iremos todavía, eh?
Es muy pronto.
Hebna, —¡0h! Es una cosa que me
sucedió esta mañana con la tía de Tes-
man. Había dejado el sombrerosobre una
silla (Aira 4 Brack y sonrie), y yo hice
como si creyese que era el de la criada.
Bracx, (Moviendo la cabeza. )—¡Pero,
amiga mia! ¿Cómo ha podido V. hacer
eso con aquella buena señora?
Bracx.—No, no Corre prisa; tenemos ; Hrnna. (Verviosa, atravesando la es-
tiempo. cena.) — ¡Qué quiere V! Son cosas que
Tusman.—Perfectamente. Podré en- me dan asi, de repente. No puedo do-
tretenerme un rato. (Va d marcharse con | minarme, (Dejándose caer en el sillón
los libros, pero se para en el umbral de colocado junto á la estufa.) ¡Ah! Yo
la puerta y se vuelve.) Eso es... Edda,
tía Julia no vendrá esta noche.
Hebpa.—¡Ab! ¿Quizá no ha digerido
todavia lo del sombrero?
Tesmax.—Nada de eso. ¿Cómo pue-
des creerlo de tia Julia? Di. Es que tía
Rina está muy mal.
Heona.—Siempre está muy mal.
Tresman.—Si, pero esta tarde la po-
bre la está pasando muy amarga.
Hunpva.—¡Ab! Siendo asi, se com-
prende que Ja otra se quede á su lado.
Yo trataré de consolarme.
Tusman.—Y, á pesar de todo, no
puedes figurarte qué inmensa alegría
ha tenido tía Julia al ver lo que has
ganado durante el viaje.
HrbDa. (Levantándose, d media voz.)
—¡Ah! ¡Qué hartazgo de tías!
TEsMAN.—¿Eh?
Huopa. (Acercándose á la puerta vi-
driera.) Nada.
TesmaN.—¡Ah...! Bien.
(Pasa á la pieza del fondo, y vase por
la derecha.)
Brack.-—¿Qué sombrero es ese de que
habla Y.?
misma no acierto á explicármelo.
Bracx. (Detrás del sillón.) —W. no
“es feliz. He ahi todo el secreto.
HenDa. (Mirando de frente.) —¡Dios
mio! No sé por qué habia de ser feliz.
¿Podria Y. decirmelo?
Brack. —Pues, entre otras Cosas,
porque ha conseguido V. lo que que-
vía. Hablo de su casa.
HzpDa. (Lo mira y sonrie.) —¿De
modo que Y, también cree en esa his-
toria de deseos realizados?
Bracx.—¿Cómo? ¿No habría en ello
nada de verdad?
Henpa.—Si, una sola cosa.
Bracx. —¿Qué?
Hriova.—Que necesitó de Tesman
' para que me acompañase ú casa este
¡último verano, cuando estuve de re-=
unión,
Brack.—¡Ay! Yo tenía que tomar
un camino distinto... del de Y,
Hxnna.—Cierto. Y. seguia otro ca-
mino... el verano último.
| Brack. (Sonriendo.) —¡ No tiene Y.
aprensión, señora! Pero vamos á ver.
¿ Deciamós que V. y Tesman,..?
!
78
LA ESPAÑA MODERNA
Bracx.—Tenemos tiempo de sobra.
Hasta las siete ó siete y media no va
nadie á Casa.
Tesmax. — Corriente. Entre tanto,
podremos hacer compañía 4 Hedda
hasta que legue la hora. ¿Eb?
Henna. (Cogiendo el sobretodo y el
sombrero de Brack, y yendo d colocarlos
en el sofá del rincón.) —Y en el caso
peor, el señor Loevborg podrá estar
conmigo.
Brack. (Queriendo quitarle el sobre-
todo y el sombrero —¡Permita V., seño-
ra! ¿Qué entiende V. por el caso peor?
Heppa.—Si no quiere ir con V. y con
Tesman.
TesMan. (Mirándola, con perplejidad .)
—-Pero, querida Hedda, ¿te parece á ti
bien que se quede contigo? ¿£h? Acuér-
date de que no vendrá tia Julia.
Beba. —Pero vendrá mi amiga
Thea, y podremos tomar el té los tres,
Trsuax.—¡Ah! Eso es distinto.
Brack. (Sonriendo.)—Y para él seria
quizá lo más saludable.
HgDDa.—¿Y eso por qué?
Brack.—¡Por Dios, señora! V. ha
maldecido bastantes veces mis fieste-
citas de solterón, sosteniendo que sólo
pueden ir alli los hombres de princi-
pios. *
Hknpa.—El señor Loevborg debe ser
ahora un hombre de principios. ¡Un
pecador convertido!
(Aparece Berta en la puerta del vesti-
bulo.)
Burra.—Señorita, aqui hay un caba-
lero que desea ser recibido.
Htuona.—Que entre.
Tesmax. (En voz baja.) —Estoy segu-
ro de que es él. ¿No lo decía?
(Entra Eylert Loevborg por la puerta
del vestíbulo. Es de la misma edad que
Tesman, pero parece más viejo, como si
hubiese vivido demasiado. Es delgado y
esbelto, Tiene el pelo y la barba de un
color castaño oscuro, casinegro; la cara,
larga y pálida; los pómulos, rojos. Viste
un traje de visita negro, elegante, ente-
ramente nuevo, y lleva en la mano un
sombrero de copa y guantes oscuros. Se
detiene delante de la puerta y se inclina
precipitadamente. Parece ligeramente
turbado.)
Tesuan. (Fendo hacia el y estrechán-
dole la mano.) —¡Ah, mi querido Eylert!
¡Al fin nos volvemos á encontrar des-
pués de tantos años!
ExLzrT Lozvgoro. (Con 00 debil.) —
Gracias por tu carta. (4 procimándose é
Hedda.) ¿Me atreveré igualmente á dar
á V. la mano, señora?
Hxpna. (Aceptándola.) —Tengo mu-
cho gusto, señor Loevhorg. (Con wn di-
gero ademán de la mano.) ¿No sé si 68
tos señores...?
LozvsorG. (Zuclináadose.)—El asesor
Brack, creo.
Brack. (Lo mismo.) —Si, señor. Hace
algunos años...
Tesman. (Apoyando las manos sobre
los hombros de Loevborg.)— ¡Y ahora
quiero que estés aquí como en tn casa,
Eylert! ¿No es verdad, Hedda? Por-
que según me han dicho, te estableces
en la ciudad, ¿eh?
LorvsorG.—Si,
ción.
Tesman.—Lo comprendo. Oye, he
Esa es mi inten-
HEDDA GABLER
79
caído sobre tu nuevo libro; pero aún
no be tenido tiempo de leerlo.
LorvsorG.—Puedes ahorrarte la mo-
lestia.
Tesman.—¿Qué quieres decir?
Lorvsoro.—La verdad: no vale gran
Cosa.
Tesman.—¡ Claro! ¿Tú qué has de de-
cir?
Baacx.——Pues parece que se han he-
cho de él los mayores elogios.
LorvsorG.—Eso es, en efecto, lo que
yo queria. Por lo mismo, he escrito el
libro de modo que estuviese al alcance
de todo el mundo.
Bracx.—Cosa muy puesta en razón.
Tesmax.—¡Si, pero, mi querido Ey-
lert!
LosvsorG.—Ahora trato de volyer á
crearme una posición, y empiezo por
el principio.
Tesman. (Un poco turbado.) — Sí,
¿Esa es tu intención, eh?
LorvaorG.—(Sonrie, deja el sombrero y
saca del bolsillo un rollo de papel.) —Pero,
cuando aparezca esto, Jorge, habrá que
leerlo. Porque este es mi libro, el ver-
dadero, mi obra propiamente perso-
nal.
Tesman.—¡Ah! ¿Y qué libro es ése?
LorvsorG.—Es la continuación.
Tusmax. —¿La continuación de qué?
LoevrorG.—Del libro publicado.
“Tesmax.—¿Del nuevo?
Log vmorG.—Naturalmente.
Tesmax.—Pero, mi querido Eylert, el
nuevo llega hasta nuestros días,
Losvnorc.—Es verdad. Y en el otro
se trata del porvenir.
TrEsmaw.—¡Del porvenir! Pero, ¡Dios
poderoso! ¡Si de eso no sabemos abso-
lutamente nada! :
Loevsoro.—¡No importa! Hay varias
cosas que decir sobre el particular.
(Desenvuelve el rollo.) Vas á ver,
Tesman.—Pero esta no es tu letra.
LozvsorG.—Yo he dictado. (Hojean-
do.) Hay dos partes. La primera trata de
las potenciascivilizadoras del porvenir.
La segunda... ésta (Hojeando más ade-
lante), de la marcha futura de la civi-
lización. :
TesmaN. —¡Extraño, extraño! A mi
no se me hubiera ocurrido nunca escri-
bir nada semejante.
HxbDa. (4 media voz, dendo golpeci-
toscon los dedos en un cristal de la puerta
vidriera.) —¡ Ah! ¡De fijo que no!
Lor vaor6.—(Envolviendocimanuseri-
toen el papel y dejándolo sobrela mesa)—
Lo he traído para leerte esta noche al-
gunos pasajes,
Tesman.—Teloagradezcomucho. Pe-
ro ¿esta noche? (ifirando d Brack.) La
verdad es que no só cómo podria arre-
glarse.
Logvnorg.—Bueno. Será otra vez.
Nadie nos corre.
Brack.—Lediréá V., señorLoevborg:
esta noche hay una pequeña reunión
en mi casa. Ya adivina V.: se trata ante
todo de celebrar el regreso de Tesman,
LozvnorG. (Buscando con los ojos el
sombrero.) —¡Oh! En est CasO...
Bracxr.—Nada de eso. Mire V.: ¿no
querría proporcionarme el placer de ser
de los nuestros?
Lozvaoro. (Con tono seco y decidido.)
—No, gracias, Me es imposible.
Bracx.—;¡ Vamos! Decidase. Encon-
80 LA ESPAÑA MODERNA
trará V. alli un pequeño círculo esco- Lorvmora.—Sí, ese esmi pensamien-
gido. Y yo le prometo que no faltará | to. Y no hayquellevarlo á mal, Tesman.
animación, como piensa Hed... lasc- TeswaN.—¡No, por Dios! ¿Pero...?
fora de Tesman. LorvrorG.—No me extrañaría que te
Lorvsor6.—No lo dudo. Pero... contrariase.
Bracx.—Podría Y. llevar su manus- Tesmax. (Con abatimiento.) —¡ Oh! yo
crito y leérselo 4 Tesman. Tengo bas- mo puedo exigirte que renuncies por
tantes habitaciones para que no los cs- mi.
torben á Vds. ¡| Loevsore.—Pero esperaré tu nom-
TesmaN.—Anda, sí, Eylert. Podemos bramiento.
hacer eso. ¿Eh? | Tesuan.— Esperarás? Pero... pero,
Hznpa. (Znterriniendo, )-—Pero, ami- ¿no quieres presentarte á concurso?
go mío, ¡si el señor Loevhorg no quie- | ¿Eh? -
re! Estoy seguro de que le gustará más Lorvsor6.—No. Me contentaré con
quedarse aqui y tomar el té conmigo. triunfar de ti ante la opinión.
Loevsoro. (Mirándola.)—¿ Con V.,| Tesman.—¡Ah, Dios mío! ¡Tenia,
señora? pues, razón tia Julia! ¡Sí, si! Bien lo
HenDa.—Y con la señora de Elvsted. , sabía yo. ¡ Ves, Hedda! ¡Eylert Loev-
LosysorG.—¡Ah! (£ndiferentemen- | horg no quiere interponerse en nuestro
te.) Hoy la he visto un momento, camino!
HrbDa.—¿De veras? Pues si, ven-¡ HrbDa. (Secamente.)—¿En nuestro ca-
drá. Es forzoso que se quede V., señor mino? Te ruego que á mi me dejes fue
Loevborg. Si no, no habria quien la | pra del asunto.
acompañase.
LorvzorG.—Muy justo. Gracias, se-
ñora. Me quedaró.
(Pasa al cuarto del fondo, donde Ber
s pone una bandeja cargada de garrafas
y de vasos. Hedda hace un movimiento de
Hsnva.—Perfectamente, Voy á e eorobación con la cabeza. Después vuelos
algunas órdenes. (Se acerca á la puerta al salón. Vase Berta.)
del vestíbulo, y llama. Entra Berta. |
Hedda le habla en voz baja y señala el| Tesmax. (Durante ese tiempo.) —Pero
cuarto del fondo. Berta hace un signo de | V., asesor, ¿qué dice? ¿Eh*
cabeza, y vase.) ! Brack,—¡Dios mio! Yo digo que la
Tesman. (Dice entre tanto d Loevborg.) | victoria y el honor son cosas muy
—Oye, Eylert: el tema de tus confe-¡ bellas.
rencias, ¿vaá seresa nueva cuestión, | Trsmax.—Bien, sí; pero...
una cuestión de porvenir? ¡| Henba, (Mirad Tesman y sonrie fráa-
LoEVBORG.—Si, | mente.) —Pareces trastornado.
TusmaN.—Porque he oído en la ES A —Si, casi, no lo niego.
breria que piensas dar una serie de! Brscx.—Es que acabamos de sufrir
conferencias este otoño. una borrasta, señora.
HEDDA GABLER 83
compañeros, dos amigos íntimos. (Sim | LosvsorG.—Si, pero atrevidamente,
riendo.) V. se distinguía por su gran de todos modos. ¿Cómo podia V. obli-
franqueza. garme á contarle cosas... Cosas... de
LorvsorG.—La exigia Y. aquel género?
Heopa.—Cuando ahora lo pienso,' Hkebba.—Y V. ¿cómo podia respon-
me parece que había algo de atractivo, | der, señor Loevborg?
de seductor y aun diré de animoso en! Lorvoro.—¡Ah! Es lo que ya no
aquella intimidad secreta, que nadie | comprendo ahora. Pero, digame V.,
en el mundo sospechaba. Hedda: ¿no había amor en el fondo de
Lorygora.—¿ Verdad, Hedda? ¿Ver- lesa intimidad? ¿No era el deseo de pu-
dad? Aquellas tardos en que iba yo ú,rificarme el que la animaba, cuando
casa de su padre de V., en que el ge- yo iba ú pedirle un refugio, á confesar-
neral leía los periódicos, vuelto de es-¡me á V.? Si, ¿no cs verdad? ¿Era eso?
paldas. Estaba sentado delante de hy Hrnna.—Eso precisamente, no.
ventana. ! LouvsorG. — Pues entonces, ¿qué
Hebna. —Y nosotros en el canapé sentimiento la movia á Y.?
del rincón. Henpa.—Pero ¿le parece á V. tan
Loevsokg.—Siempre con el mis-(extraordinario que una joven... cuando
mo periódico ilustrado sobre las rodi- puede hacerlo... en secreto...?
Mas... Lor vporo.—ácabe.
Hiyona.—A falta de un álbum, sí. HenDa.—¿Que á una joven, digo, le
LorvaorG.—¡Si, Hedda! ¡Y cl día en guste dirigir una mirada á nn mundo
que me confesé á V.! En que le conté lo ' que...?
que nadie sabia entonces, diciéndole | Lorvsora.—¿Que...?
que había pasado el día y la noche ha-| Henva.—¿Que no le es permitido eo-
ciendo locuras. ¡Sí, días y noches en- | nocer?
teras ! ¡Oh, Hedda! ¿Qué fuerza habia; LorvsorG.—¡Ah! ¿Y era 0s0?
en V. para obligarme á hacerle tales: Hrepna. —Eso también. Así lo creo,
confesiones? ¡al menos.
Hevna.—¡V. ve, pues, que había una] Lorvsorú.—¡Nos acercaba el deseo
fuerza en mi! ¡de vivir! ¿Y por qué no duró todo aque-
Lorveoro,—¿Cómo explicar eso de llo?
otro modo? Y todas aquellas preguntas | leona. —¡Por culpa de V.!
indirectas que V. me hacía... | Lorvsorú.—Y. fué quien rompió,
Heooa.—Y que V. comprendía tan, Henna.—Si, cuando hubo inminente
bien, [peligro de que nuestras intimidades
Loxvuors.—¿Cómo podia Y. pregun- tomasen una furma demasiado real.
tarme así, con tanto atrevimiento? ¡Avergiiéncese, Eylert Loevborg, de
Heova.—Indirectamente, si no lo | haber cometido aquel atentado contra
toma á mal. [su,.. atrevida compañera!
|
ss LA ESPAÑA MODERNA
Lorvaora. (Hetorciéndose las manos.) | rada. ) — ¡ Cuidado con eso! ¡No lo
——0h! ¡Que no ejecutase Y. su ame-| crea V.!
72! ¡Que no me hubiese V. .
maza! ¡Que matado! (Empieza el crepúsculo. Berta abre
aquel día! o la puerta del vestíbulo.)
Hebpa.—¡ Tengo tanto miedo al es.
cándalo! HenDa, (Cierra apresuradamente el
Lorvsoxa.—St, Hedda, en el fondo |4/bum, y exclama sonriendo): —¡ Al fin!
es V, cobarde. ¡Vamos, entra, querida Thea !
HenDa. — Horriblemente cobarde.
(Cambiando de tono.) De todos modos,
para V. es una sucrte. Y ahora ha en-
contrado Y. un consuelo tan agradable
en casa de los Elvsted. Hknna. (Zendiéndole los brazos, sin
Lor vaoro.—Sé lo que le ha confiado levantarse del sofá.) —¡Querida Thea!
á V. Thea. | ¡Nosabes con quéimpacienciate aguar-
Henna.—Y V. habrá tenido confian- daba! (Thea, al pasar, cambia un ligero
zas con ella respecto á nosotros. Usaludo con los dos hombres sentados en la
LoevBorc.—Ni una palabra. Es de- ' pieza del fondo ; se acerca d Hedda y le da
masiado simple para comprender eso. ' la mano. Eylert Loevborg se ha puesto
¡| (Entra Thea por la puerta del vesti-
bulo. Viste un traje sencillo, de reunión.
Ciérvase la puerta.)
Hebna.—¿Simple? en pié. Saludo mudo de cabeza entre el
Loevsore.—Simple, si, por lo que y Thea.) ]
hace al caso. Tara.—¿Quizá deberia decir algu-
Hebna.—Y yo cobarde. (Se ¿ncóína| nas palabras á tu marido?
hacia el sin mirarlo, y dice bajando la| Hebna.—Nada de eso. Déjalos con
voz.) Ahora soy yo la que quiero ha- su ponche. Además, no tardarán en
cerle una confianza. marcharso.
Lozveore. (Vivamente,) —¿A saber?| Tmra.—¿Se van? .
Hznna.—No haber tenido valor para; Hebna.—Si, van de holgorio.
matarlo. | Tuza. (Precipitadamente á Loevborg.)
LorvBorG.—¿Si? ¡—¿V. no irá con ellos?
Hebpa.—No fué mi mayor cobar-¡ LorveorG.—No.
día... aquella noche. Hebba.—El señor Loevborg se queda
Lorvnoro. (Lamira un instante, adi-| con nosotras,
vina el sentido de sus palabras y dice en| Tura. (Tomando una silla para sen-
vo: baja con pasión): —¡0h, Hedda, Hed- | tarse al lado de el.) —¡Oh! ¡Qué bien se
da! ¡Ahora veo lo que había en el fon-¡está aqui!
do de nuestra intimidad! ¡Tú y yo! ¡Aht] Hrbnba.—¡No, eso no, Theita! ¡Abi
¡Tú sentiste, después de todo, la nece-|no! Tú vendrás á sentarte á mi lado,
sidad de vivir! Yo quiero estar entre vosotros dos,
Hna. (Bajo, con una mirada ace-| Tuma.—Como tú quieras. (Da la vuel-
BEDDA GABLER 85
ta d la mesa, y se sienta en el sofá, ú la| THsa.—No, tampoco lo toma.
derecha de Hedda. Loevborg recobra su| Hebba. (Mirándolo con firmeza.) —¿Y
puesto.) si yo quisiese ?
Lorvrore. (4 Hedda, después de una] LorvsorG.—Seria lo mismo.
pausa.) —¡No es una delicia contem- | Hrova. (Sonriendo.)—¡Pobre de mi!
plarla! ¿De manera que no tengo el menor
Hsvna. (Acariciando suavemente los imperio sobre V.?
cabellos de Thea.)—¿Contemplarla..., LeovsorG.—Para eso, NO.
sólo? | Henna.—Hablando seriamente, creo
Lorvrora.—Si. Considere V. que los que debería Y. aceptar, por Y. mismo.
dos somos verdaderos amigos, que te-| THua.—¡Oh, Hedda!
nemos una fe absoluta el uno en a! Lorvrora.—¿Qué quiere V. decir?
Otro. De ahi que podamos permanecer] Henna.—O, más bien, por el mundo.
juntos hablando libremente. Lorvsoro.—¿ Y eso?
Hrpva.—Sin preguntas indirectas... Hubba.—Delocontrario, podriacreer
¿no es verdad, señor Loevborg? la gente que V.... que en el fondo no
LorveorG.—¡ Dios mio!... |se encuentra Y. enteramente... libre...
Tura. (A media voz, arrimándose 4 muy seguro de sí,
Hedda.)—¡Ok! ¡Qué feliz soy, Hedda! ES (La voz baja.) —¡Pero Hedda!
¡Para que veas tú! Llega hasta decir LouvsorG.—Puede croor la gente Jo
que le he inspirado. ¡QUO guste... hasta nueva orden.
Henpa. (La iira sonriendo. )—oEso| Tura. (Con alegría.) ¡Si! ¿Ver-
ilice? ¿dad?
Lorveore.—¡ Y qué valor tiene, se-. Huuva.—Lo he visto bien claro hace
fora, cuando hace falta obrar! "poco en a expresión del asesor Brack.
Taxa.—¡ Jesús! ¡Valor yo! ¡ LogvsorG.—¿Qué ha visto V.?
Lorvroro.—Inmenso, cuando ostá Hrebna.—Sonrió de una manera tan
en juego el amigo intimo, irónica cuando no se atrevió V. á sen-
Ernna.— Valor! ¡Ah, si! ¡Si una lo tarse con ellos...
tuvicse!... Lorvs0rG.—¡Que no me atreví! He
. ea! poa y
Louvsor6.—¿Qué quiere V. decir? preferido sencillamente estarme con
Hrunva.—Entonces quizá podria so- ustedes,
portarse la vida. (Cambiando de tono de Tara.—¡Es muy natural, Hedda!
repente.) Y ahora, querida Thea, debe-| Henna.—Sí, pero al asesor no le
rias tomar un vasito de ponche. [consta, y yo lo vi sonreir también y
Tura. —Gracias, no lo tomo nunca. dirigir una mirada á Tesman cuando V.
Brnba.—Entonces V., señor Loow- | no se atrevió á ir á esa pobre fiestecita
borg. ¡de esta noche.
LorvrorG, — Gracias , tampoco lo] Lorvsork6.—¡Que no me atrevil ¿Dice
tomo. Y que no me atreví?
88
LA ESPAÑA MODERNA
Brack.—¡Ea, adiós, adiós, señoras! ¡valdría la pena! ¡Oh! ¡Si tú pudieses
Lorvaora. (Zuclinándose para despe- comprender qué digna de lástima soy!
dirse.)—Con que lo dicho: hacia las ¡¡Y tú, que vales tanto! (Le echa los bra-
diez. l zos al cuello con vehemencia.) Me parece
¡que acabaré de veras por quemarte el
(Vanse Brack, Loevborg y Tesman por
la puerta del vestíbulo. Almismo tiempo |
entra Berta por la puerta del fondo, con
una lámpara encendida en la mano. Deja
la lámpara en la mesa grande, y vase por.
el mismo sitio.)
Taza. (Se ha levantado y anda muy
inquieta.) —¡Hedda, Hedda! ¡Cómo aca- |
bará todo esto! :
Hznna. — Volverá á las diez. Ya lo
veo venir coronalo de pámpanos, in-
trépido y ardicnte.
Tura. — Dios haga que no te equi-
“voques!
Henna.—Y entonces, dueño nueva
mente de si mismo, será un hombre rl
bre para el resto de sus dias. |
Tuza.—¡Oh, Dios mio! ¡Con tal que;
vuelva como tú erces!
Huova.—Volverá asi, y no de otro
modo. (Sé levanta y seaprocima dThea.) |
|
|
Puedes dudar de 6l todo lo que quieras,
Yo, por mi, tengo confianza, Y ahora
veremos.
Taga.—Tú tienes algún pensamien- |
to oculto, Hedila. y
Henpa.—Si, es verdad. Quiero pesar
una vez en la vida sobre un destino
humano.
Tuza.—¡Qué! ¿Es que no tienes im-
perio sobre nadie? |
HebDa.-—No lo tengo, no lo he teni- |
do nunca.
Tuea.—Pero ¿y sobre tu marido? |
Henna.—¡Bub! ¡No hay duda que|
1
elo.
Tara.—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Ten-
go miedo de ti, Hedda!
Berta. (Presentándose en la puerta.)
—Señiora, he dispuesto el té en el co-
medar,
Henna.—Está bien. Allá vamos.
Tuza.—¡No, no, no! ¡Prefiero vol-
yerme sola! ¡ Ahora mismo!
Hepva.—¡Qué niñerías! Antes tienes
que tomar el tó, locuela. Y luego á las
diez, volverá Eylert Loevborg, corona-
do de pámpanos.
(Se lleva é Thea casi á la fuerza hacia
la puerta.)
ACTO TERCERO
La misma decoración. Los portiers de la puerta
del foro y de la puerta vidriera aparecen co-
rridos. La lámpara ha dajado y tiene una
«pantalla. En la estufa, cuyas puertas están
abiertas, acaba de consumirse el fuego.
(Thea, envuelta en «un chal, con los
pids sobre un taburete, está acurrucada
en el sillón, muy cerca de la estufa.
Hedda duerme, echada en el sofá y tapa-
da con un cobertor. Pausa.)
Tuxa. (Se yergue de pronto y escucha,
Después se deja caer de nuevo en el si
llón, gimiendo quedo.) —¡Todavía no!
¡Oh, Dios mio! ¡Todavía no!
HEDDA GABLER 89
(Berta entra por la puerta del vesté-| Berrta.—¡Vamos! Está bicn.
bulo, andando de puntillas. Lleva una
carta en la mano.) (Vase callando por la puerta del ves-
tibulo.)
TBEA. (Se vuelos y pregunta apresu-
radamente en voz baja.) —¿Qué hay? ¿Ha |
venido alguien? ¡Puerta y abre los ojos.) —¿Qué hay?
Berta. (An eoz daja.)—Si, una cria-, Tmra.—Nada. Era la criada.
da acaba de tracr esta carta. | BHunna. (Aira en torno suyo.) ¿Por
Thea. (Alargando la mano precipita- | qué estoy aquí? ¡Ah! Ya me acuerdo.
damente.) —¡Una carta! ¡Déme! ¡Se sientaen el sofá, se estira y se res
Burta. — Es para el doctor, se- | triega los ojos.) ¿Qué hora es, Thea?
|
|
HepDa. (Se despiertá al ruido de la
ñora. Tuxa. (Mirando su reloj. )—Las siete
Tuea.—¡Ah!
Berra. —La trajo la criada de la tia] HebDa.—¿4 qué hora volvió Tos-
del señorito. Aqui la dejo, sobre la|man?
mesa. Tnka.—No ha vuelto aún,
Tara.—Bien. HenDa. —¿No ha vuelto aún?
Berta. (Dejando la carta). —La pá Taza. (Zevantándose.)—No ha veni-
para se baja, Quizá scrá mejor que la do nadie.
apague. HenoDa.-—¡ Y nosotras velando hasta
Tara.—Bueno. Apáguela, Pronto va, las cuatro para esperarlos!
á ser de día. Tura. (Retorciéndose las manos )—
Berta. (4pagándole.)—Ya es de día, | ¡Ah, si! ¡Yo lo he esperado!
señora. HíizbDa. (Bosteza y dice Hevándose”
Tura. —Es verdad. ¡Es completa-'/a mano dá la boca.) —¡Válgame Dios!
mente de día! ¡Y sin volver aún! ¿ Hubiéramos podido ahorrarnos ese tra-
Berra.—¡Ah, sí! Bien me figuré yo, bajo.
lo que pasaría. | Taza. —¿Has dormido un poco?
Tura.—¿V. se lo fignró? | Hunna,—¡Ah, yo si! No he dormido
Berra.—Si, en cuanto vi en la ciu- mal, ¿Y tú?
dad á cierto sujeto. Los habrá arras- — Tóma.—Ni ua minuto. ¡No he podi-
trado él. En otro tiempo dió bastante “do, Hedda! Mo ha sido imposible dor-
que hablar ese señor. mir,
Thia.—No hable tan alto. Va á des-, HunDa. (Zezantándose y acercándose é
pertar á la señorita, ella.) —¡Vawmos, vamos! No tienes mo-
BERTA. (Dirige una mirada hacia el tivo para estar intranquila. Yo com-
safá y suspira.) —¡Sí, Dios mío! Hay prendo muy bien lo que ha debido
que dejar dormir á la pobre señorita. | pasar.
¿Pondré oteo leño en la estufa? THuga.—¿Pues qué crees tú? ¡Dímelo!
Tara.—Gracias. Por mi cs inútil. | HenDpa.—Evidentemente, se habrán
90 LA ESPAÑA MODERNA
estado hasta muy tarde en casa dell TuEa.—Sí, pero tu marido no puede
ASESOT. ya tardar en volver, Y entonces sa-
Thxea.—; Dios mío, ya lo creo! Pero, bré...
eso no quita... | HzbDa.—Te avisaré en cuanto
Hrova, —Y Tesman, como compren- | vuelva.
des, no habrá querido hacer ruido al, Tmra.—¡Medda! ¿Me lo prometes?
volver, llamando 4 las altas horas de! HeDDa.—Si, puedes contar con ello,
la noche, (Sorriendo.) Puede que tam-| ¡Vamos! Vete á dormir hasta entonces.
poco haya querido presentarse después | Tura.—Gracias. Lo intentaré.
de una comilona alegre. |
Tasa.—Pero, querida, ¿y dónde iba (Vase por el cuarto del fondo. Bedda
4 ir entonces? se aprozima d la puerta vidriera y des-
corre la cortina. Entran en la estancia
los rayos del sol. Después va por un espe-
¡Jito d su escritorio, se mira, y sé arregla
¡el pelo. Luego se dirige hacia la puerta del
vestíbulo y toca el botón-del timbre. 4
¡poco rato aparece Berta.)
HzenDA.—Pues á acostarse á casa de
las tías, No han tocado su antiguo
cuarto.
THEa.—No, no puede estar con ellas,
porque acaban de traer una carta de.
allí para él, Ahi la han dejado. .
Hrova.—¡Calle! (Aira el sobre.) En Berta.—¿Quiere algo la señorita?
efecto, es letra de tia Julia. Entonces| Hebba.—Si. Huy que echar leña en
se habrán quedado en casa del asesor, la estafa. Estoy aterida de frío.
y Eylert Loevborg, coronado de pám- | Berta. —¡Ah, Jesús! En seguida
panos, estará leyéndole su manus- [dará calor. (Recoge la brasa y mete un
crito. lleño en la estufa. Despues se detiene y
Tara. —¡Oh, Hedda! Tú misma no presta atención.) Acaban de llamar ¿ la
crees lo que dices, puerta de la calle, señorita.
HenDa..—De veras, Thea. Tú tienes Hubba.—Bueno. Vaya V. á abrir.
la cabecita á pájaros. [Yo atizaré el fuego.
Tuea.—Si, por desgracia es muy | Burta.—No tardará en hacer llama.
cierto.
Tirnpa.—¡Y vaya una cara de fa-| (Vase por la puerta del vestíbulo. Hed-
tiga! (da, de rodillas sobre el cajón, echavarios
Tnra.—Estoy, en efecto, mortal- lZeños en la estufa. Poco después entra
: [Jorge Tesman por la puerta del vestibu-
mente fatigada.
1 Hal Ti 1 1 lo. Viene con cara futigada y algo inquie-
ODA ¡La “16neS que ABC lO o adelanta de puntillas € intenta
que yo te diga, Vas á entrar en mi
deslizarse por entre los portiers.)
Cuarto y á echarte en la cama,
|
Thua.—¡Oh, no, no! No podría dor-| Henna, (Sin levantar los ojos ni aban-
t
mir. donar su puesto.) —Buenos días.
HreDDA .—¡Vaya! Taesmax. (Volviéndose.) — ¡ Hedda!
BEDLA
GABLER 93
. . 2. !
Porque la inspiración, como compren-
des... |
Hrunpa.—Sí, ei, lo creo de todas vo.
ras. (Zndiferentemente.) ¡Ah, no me;
acordaba! Ahí bay nna carta para ti. |
Tesman.—¡Ebh! ¡Es verdad!
Beba. (Dándosela.) — La trajeron |
muy de mañana. ;
Tesmay.—¡Calle! Es de tía Julia,
¿Qué podrá ser? (Deja el manuscrito en
el segundo taburete, abre la carta, la re-
corre y se levanta de un salto.) ¡Oh,
Hedda! Me dice que la pobre tía Rina.
está en lo último.
Brebna.—Era de prever,
Tesmaw.—Y que he de darme prisa,
si quiero encontrarla con vida aún,
Tengo que ir corriendo ahora mismo.
Hanna. (Añogando una sonrisa.)
¡Vas 4 correr tá ahora! |
Teswax.—¡Obh, querida Hedda! ¡Si te |
resolviesós á acompañarme! ¿Qué dices?
Hknba. (Levantándose, dice con voz fa-'
tigada, pero en tono perentorio.) —No,
no. No liay que pedirme eso. No quiero
ver enfermedades ni muertes. Ahórra-'
me el espectáculo de todas las cosas |
feas, |
Tesman.—¡ Bueno! ¡Haz lo que quie- '
ras! (Dando vueltas por la Jaditación.)
¡Mi sombrero! ¡Mi paletot! ¡Bien, bien!
Están en el vestíbulo. ¡Dios mio! Su- |
pongo que no llegaré demasiado tarde. |
¿Crees tú, Hedda...?
Hunna.—¡Peroanda, hombre! ¡corre! |
ves-
(Aparece Berta en la puerta del;
tibulo.)
BerTa. —Ahi está el señor asesor,
que desea pasar.
Tesman.—¡A estas horas! No, real-
mente yo no puedo recibirlo en este
instante,
Hunna.—Pero puedo yo. (4 Berta.)
Diga V. al señor asesor que pase.
(Vase Berta.)
TienDa (Cuchichcando precipitadamen-
te.) —¡Pronto el manuscrito, Tesman!
Tesman.—¡Si, si; dámelo!
Henva.—No, no: yo lo guardaró...
entre tanto.
(Se acerca d su escritorio y esconde el
manuscrito entre los libros de la estante-
rás. Entra Brack por la puerta del vesti-
bulo.)
Hanna. (Zaclinando la cabeza sonrien
te) —¡A ver! Es V, lo que se llama un
pájaro madrugador.
Braox.—¿Vordad? ¿Qué le parece
á V.? (4 Tesman.) ¡V. también se en-
cuentra en pié ya, dispuesto á salir!
Tzemay.—Si, tengo que ir con pre-
cisión á casa de mís tias. Ya ve V., la
pobre enferma está en lo último.
Bracr.—;¡ Válgate Dios! ¡Si, hom-
bre! No quiero yo detenerlo en una
circunstancia tan grave,
Tesmax.—Es verdad. Voy volando.
¡Adiós! ¡Adiós!
(Vase precipitadamente por la puerta
del vestíbulo.)
Hrnva. (Acercándose d Brack.) —¿Ha
habido más que animación esta noche
en su casa de V., señor asesor?
Braok.—Hasta tal punto que aún no
me he desnudado, señora.
Hebna.—¿Hola? ¡V. tampoco!
94
LA ESPAÑA MODERNA
Brack.—Como V. ve. Pero ¿qué le
ha contado Tesman sobre el parti-
cular?
Henpa.—¡Oh! Nada más que porme-
nores enojosos, Sé únicamente que
fueron á tomar el café en casa de uno.
Brack.-—Si, ya me lo han dicho.
¡Supongo que no los acompañó Eylert
Loevborg!
Havva.—No. Empezaron por acom-
pañarlo á su casa.
Brack.—¿Estaba entre ellos Tesman?
Hrvva.—No. Peroél me ha hablado
de otros varios.
Bracr. (Sorriendo.) —Jorge Tesman
es un alma confiada, señora.
HebDa.—¡Ah! ¡Bien puede decirse!
¡Entonces bay algo bajo todo esto!
Bracx.—No diré que no,
Hebna.—¡ Vamos! Sentémonos, se-
ñor asesor. Así estará Y. mejor para
contármelo todo.
(Se sienta en el lado izquierdo de la
mesa, Brack en el contiguo, cerca de
Hedda.)
Hznpa.—Sepamos.
Bracx.—Yo tenia motivos esta no-
che para seguir los hechos y gestos de
mis convidados, ó, más bien, los de al-
gunos de ellos,
Hrnna.—Eylert Loevborg, supongo,
seria del número.
Brack.—Debo confesar que sí.
Hreona.—Pica V. mi curiosidad de
Veras.
Brack.—¿Sabe V., señora, dónde han
pasado el resto de la noche él y algu-
nos otros ?
Hznpa.—Si puede decirse, digalo.
Brack.—¡Oh! Puede decirse sin in-
¡conveniente. La han pasado en una re-
unión avimadisima.
HuDDa.—¿De esas en que hay bulla?
Bracx.—Si, toda la posible.
Henpa,—Veamos, asesor. Cuénteme
¡V. eso.
| Brack.—Loevhorg era de los que ha-
bian recibido una invitación, Yo lo sa-
bía. Pero el hombre, como ha mudado
¡la picl, segrín Y. sabe, habia rehusado.
¡ Henna.—Si, esa transformación ha
¿tenido efecto en casa de los Elvsted.
¡Pero bien; acabó por ir, á pesar de los
pesares, ¿no es asi?
Bracx.—¡Qué quiere V.! Desgracia-
¡damente esta nocho le vino la inspira-
[ción en mi Casa,
| Henna.—Justo. Me han hablado de
'esa inspiración.
Bracx.—Si. Y hasta tomó proporcio-
nes bastante alarmantes. Por eso cam-
biaria de ideas. Porque, ¡ay!, nosotros,
los hombres, no siempre somos tan fir-
mes en punto á principios como debe-
riamos serlo.
: Henpa.—¡Oh! V, es una excepción
sin duda, señor Brack. ¿Pero decía V.
que Loevborg...?
Bracxk.—Si, en resumen: acabó por
dar con su persoua en los salones de
Diana.
Hrnna,—¿ De Diana?
Brackx.—Si, porque en casa de esa
señorita es donde se reunía una tertu-
lia selecta de amigas y de admiradores.
HkDpa.—¿Es una dama de pelo rojo?
Brack. —Precisamente,
Hyubpa. —¿Una especie de cantante?
Brack: —Si, si Y. quiere; y también
HEDDA GABLER 95
de cazadora. Sededicaála caza de hom- | Brack.—Por el pronto, no puede ser-
bres, señora. V. babrá oido hablar de me indiferente que conste en el suna—
ella. Eylert Locvborg, en sus buenos rio que iba directamente de mi casa,
días, fué uno de sus más animosospro-| HenDa. —¿Quiere decir que ahora
tectores. habrá sumario?
Hroya.—¿Y cómo acabó todo eso? | Brack.—Se supone. Por lo demás,
Brack.—El fin es menos divertido. (¡suceda lo que quiera! A mí nada me
De la acogida más cariñosa, la seño- va mi me vieno. Pero, como amigo de
vita Diana pasó á vías de hecho. la casa, me he creido en el deber de
Hrona.—¿Contra Loevhorg? | procurar que V. y Tesman estuviesen
Brack.—Si. El se quejaba de que ella al tanto de esas hazañas nocturnas.
ó sus amigas le habían robado. Decía Henpa. —¿Y por qué, asesor?
que había desaparecido su cartera y no | Brack. —Pues porque temo seria-
sé qué más. Kn resolución: una za—, mente que quiera servirse de Vds. como
bra de mil demonios. de uny especie de pantalla.
HebDa. —¿Y cuál fué el desenlace? | HkebDa. — ¡Qué cosas tiene V.!
Bracx.—Una pelea general de damas| Brack.—¡Pero, Señor! No somos cie-
y Caballeros. Felizmente, llegó á inter- gos. Y si no, recapacite V, misma un
venir la policía. ¡Instante. Esa señora de Elvsted tenga
Hrnna.—¡Cómo! ¿La policía? Y. par seguro que no se irá tan pronto
Brack.—Si. Es un lance que costará de la ciudad,
caro á ese tarambaua de Loevborg. —¡ Hrnva.—¡Oh! Si hubiese algo en-
Hsnna. —¡Ah! tre ellos, encontrarian otros muchos
Brack.—Parece que hizo resistencia. ¡sitios donde verse.
Dicen que abofetoó ú uno de los agen-| Bracx.—Sí; pero no un hogar do—
tes y que le rompió el uniforme. A con- méstico. Toda familia quo se respete
secuencia de eso, lo han llevado á la cerrará su casa, de aqui en adelante, á
prevención. ¡Eylert Loevborg.
Huona.—¿Y cómo sabe Y. todo eso? | Heona.—Y yo, ¿deberia hacer otro
Brack. —Por la misma policía. ltanto? ¿Es eso Jo que quiero V. decir?
Huba. (Mirando de frente, inmóvil)! Brack.—Si. Me seria más que peno-
— ¡De modo que eso es lo ocurrido! ¿No .s0, lo confieso, que ese señor tuviese
hubo corona de pámpanos? entreda aqui. Si ese elemento extraño,
Brack. —¿Corona de pámpanos, se- superfluo, se introdujese en..
fora? Henna.—En el triángulo.
HebDa. (Cambiando de tono.) —Pero' Brack.—Cabalmente, Eso equival-
diga V., ascsor: ¿qué motivos tiene V. dría para mi á la pérdida de un hogar.
para seguir la pista de ese modo á Ernpa. (Lo mira sonriendo.) — De
Eylert Loevborg, para espiar sus ac- manera que gallo único de la casa:
ciones? | ¡he ahi cl objeto de V, !
98 LA ESPAÑA MODERNA
bro, el mio y de Thea. Porque es del Lowveors.—¡ He destruido mi propia
los dos. Cuida! ¿Qué mucho que haga otro tan-
Tura.—Si, eso es. ¡Por lo mismo, | to con la obra de mi vida ?
tengo el derecho de estar á tu lado,| Tnra.—¡He abi, pues, lo que hicis-
cuando se publique! Quiero velar por! te anoche!
que no te falten los honores y el apre-| Lozwvnorc.—Sí. Oyelo bien: roto en
cio debidos. ¡ Y qué me dices de la ale- mil pedazos. Y los pedazos los he arro-
gria! ¡de la alegría que quiero com-' jado al furdo, muy lejos. Alli, al me-
partir contigo ! 'nos, hay agua de mar bien fresca. Que
LorvsñorG. Thea, nuestro libro no'se los lleve. Que se vayan con la eo-
verá la luz nunca. rriente, 4 merced del viento, Dentro
Hrenva.—¡Ah! ES poco se irán al fondo, Más abajo,
Tuea.—¡ No verá la luz! | cada vez más abajo... Como yo, Thea.
Lorvsora.—Ya no es posible. | Taza.—¿Sabes tú, Loevhorg? Ese li-
Taza. (Con doloroso presentimiento.) bro... Toda la vida me parecerá que has
—Loevborg, ¿qué has hecho del ma- [ahogado á un hijo.
nuscrito? Lorvsorc.—Tienes razón. Es una es-
HzbDa.(Mirándolo fobrilmente.)-—¿Si, | pecie de infanticidio.
el manuscrito? : Tnr4.—Pero ¿cómo has podido tu... ?
Tura.—¿Dónde está? | Ese hijo era tan mio como tuyo.
LorveorG. —¡Oh! No me lo pre-| HeDDa.(Casiafónica.)—¡0h! El hijo...
guntes. Tuza, (Respirando trabajosamente.)—
Tara. —St, quiero saberlo, Tengo el ¡De manera que ha acabado todo! Si,
derecho de saberlo, y en el acto. si, Hedda, ahora me voy.
Lorvsore.—El manuscrito... ¡Bien! Henva.—¿No pensarás, sin embar-
¡pues si! Lo he hecho mil pedazos. go, volver 4 partir?
Taza. (Profiriendo un grito.) 041! Tmms.—¡Oh! No sé lo que haré. No
¡Na, no! veo más que tinieblas alrededor de mi.
HrpDa. (Juvoluntariamente.) —¡Esono | (Vase por la puerta del vestíbulo.)
es verdad!
Lozviona. (iirándola)—¡V. cree! Henpa. (Espera un instante inmóvil.)
que no es verdad ! ¡—Dero ¿no se decide V. á acompa-
Habpa, (Recobrando la calma.) —Si, ñarla, señor Loevborg?
puesto que V, lo dice, ¿por qué no? LorvmorG.—¡Yo! ¡Por las calles!
Pero me parecía tan absurdo... ¡Para que se vea que va á mi lado, ¿no
LorvéorG.—Pues, á pesar de todo, es verdad?
es cierto. | Hunna.—¡Dios mio! Yo no sé á pun-
Tuza. (Retorciéndose las manos.) — to fijo lo que ha pasado esta noche.
¡Oh, Dios mio! ¡Oh, Dios mio! Hedda! Pero ¿es que es absolutamente irrepa-
¡Ha destruido su obra! table?
1
HEDDA GABLER 99
LorvsorG.—No se reducirá todo 4'mi acción le producía el efecto de un
esta noche, Es seguro. Pero lo grave es | infanticidio.
que esa vida, tampoco tengo fuerzas, Hrona.—Si, eso dijo.
para llevarla. Imposible volver á em-, LorvsorG.—¡Pues bien! Matar 4 un
pezar. Esa mujer ha destruido en mi hijo no es todavía el peor de los crime-
todo valor y toda audacia. nes que puede cometer con él un padre. *
Hebva. (Cor la mirada fija hacia, Hsbpa.—¿Que no es el peor de los
adelante.) —Esa monería de muñequita crimenes?
ha puesto los dedos en un destino hu-| LozvsorG.—No. El peor de todos es
mano. (Mirando d Loevborg.) Pero ¡aun el que yo he callado por consideración
asi! ¿Cómo ha podido V. tener tan poco / á Thea.
corazón con ella? Hkeona.—¿Y qué crimen es ese?
Loeveorc.—¡Oh! ¡No diga Y. queno LoeveorG. — Suponga Y. que un
he tenido corazón! hombre, después de una noche de ex-
Hxwna. —¡Ir á destruir de ese modo cesos locos, vuelve á su casa al ama-=
una cosa que ha llenado su alma du- necer y va á decir á la madre de su
rante tanto tiempo! ¿No se llama eso hijo: «Oye, he andado de acá para
falta de corazón? lallá, en tales y cuales sitios. Llevaba
Losvsor6. —Hedda, á V. puedo de- ¿esos sitios á nuestro hijo, y el niño
tirle la verdad. ha desaparecido. No lo traigo. El dia-
Henna.—¿La verdad ? blo que sepa en qué manos ha caído.»
LogvBorG. —Ante todo pormitamo | HrbDa.—Si, pero aunque el diablo
V.: ha de darme su palabra de que anduviese en el negocio, al fin no se
Thea no sabrá nunca lo que voy á con- trataba más que de un libro,
farle. ¡ LozvBorG.—AÁ ese libro había pasa-
HxnDa,—£Se la doy. ¿do el alma pura de Thea.
LorveorG. — Bien, Pues sepa V. que, Hebna.—Si, comprendo.
no hay nada de cierto en lo que acabo LozvBoro.—Entonces comprenderá
de decir. Y. también que no hay porvenir ahora
Henna.—¿Se refiere V. á ese manus- para ella ni para mi.
crito? | HrubDa.—¿Y qué camino ya V, á to-
LorvsoxG. —Si. Ni lo he roto, ni lo! mar?
he tirado al furdo. | Lorvsorc.—Ninguno. Yo no quiero
Hznna. —No, no; pero ¿dónde está | más que uua cosa: que acabe todo
entonces? esto. Cuanto antes, mejor.
Lorvsor6.—¡Lo cualno quita, Hedda,| Hanna, (Dando un paso hacía dl.) —
para que haya destruido mi obra de to- Oiga V., Loevborg, ¿no podría arre-
dos modos! ' glárse de modo que eso se hiciese en
Hzbpa.—No comprendo, buena forma?
LorveoxG.-—Thea acaba de decir que] Lorvsorc.—¿En buena forma? (Som-
100
LA ESPAÑA MODERNA
riendo,) ¿Con pámpanos en la cabeza, [de un instante abre el Paquete y saca el
como V. se figuraba un día?
Henna.—¡Oh, no! Ya no creo en los
pámpanos. Pero en buena forma, de to-
dos modos. ¡Una vez siquiera! ¡Adiós!
Y ahora márchese y no vuelva.
LorvsorG.— Adiós, señora, Mil co-
sas de mi parte á Jorge Tesman.
(Va é salir.)
Brpona.—¡No, aguarde V.! Es pre-
ciso que sé lleve un recuerdo mío.
(Se acerca al escritorio, abre primero
el cajón donde guardó las pistolas, des-
pués la caja que las contiene, saca una
y se vuelve hacia Loevborg.)
LozvoxG. (ifirándola.)—¿Eso? ¿Es
ese el recuerdo?
Henna. (Znclinando la cabeza pausada-
mente en señal de asentimiento.) —¿La co-
uoce? Un día estuvo dirigida con-
tra V.
Lorvsoro.—áquel día debió Y. nti-
lizarla.
HeoDa.—¡Pues bien! Utilicela V.
mismo ahora.
Lozvsora. (GCuardándose la pistola en
el bolsillo.) —¡ Gracias!
Hrova.—¡En buena forma, Loev-
borg! Prométamelo.
LorvsorxG.—aádiós, Hedda Gabler.
(Vase por la puertadel vestíbulo. Hedda
escucha un momento d la puerta. Se acer
ca después al escritorio y saca el manus-
erito, Mira un instante la cubierta, en-
tresaca algunas hojas é las cuales dirige
una ojeada. Luego va d sentarse en el sí-
llón colocado junto á la estufa, con el
manuscrito sobre las rodillas. Al cabo
manuscrito de la cubierta.)
HebDa. (Arroja uno de los cuádernos
dá la estufa y murmura.) —¡ Ahora que-
mo á tu hijo, Thea, la hermosa de ca-
bellos rizosos! (drroja otros varios cud-
dernos.) El hijo que tuviste con Eylert
Loevborg. (Tira el resto.) Ahora que-
mo, quemo al hijo.
ACTO CUARTO
i Lamisma decoración. Es de noche. El salón está
doscuras, y la pieza del fondo iluminada por
la lámpara suspendida sobre la mesa. Los por-
tieres de la puerti-vidriera se hallan co-
rridos. :
(Hedda, vestida de negro, vaga por el
salón oscuro. Después pasa á la pieza del
Fondo y desaparece por la izquierda. Se
oyen algunos acordes en el piano. Reapan
rece Hedda y entra en el salón. Berta,
saliendo por la derecha, atraviesa la pie-
za del fondo, y entra en el salón con una
lámpara encendida que pone sobre la mesa
delante del sofá del rincón. Tiene los ojos
encarnados de tanto llorar, y lleva wna
cinta negra sobre la falda en señal de
luto. Un momento después entra Julia
por la puerta del vestíbulo, Está de luto y
conserva puesto el sombrero y el velo,
Hedda sale d su encuentro y le da la
mano.)
JuLta.—Sí, Hedda, vengo vestida de
luto. Mi pobre hermana está libro al
fin de sus largos sufrimientos.
HrenDna.— Ya lo sabia, como ve V.
HEDDA
GABLER 103
Tusman.— ¡Quemado! ¡ Dios de mise-
ricordia! ¡No, no, no, no és posible!
Henpa.—Es la pura verdad, sin em-
bargo.
Tesuan.—Pero, ¿sabes bien Jo que
has hecho, Medda? ¡Es un uso ilícito
de objetos encontrados! ¡ Ahí es nada!
Pregunta, pregunta al asesor, y él te
dirá.
HenDA4.—Lo mejor, en mi sentir, es
que no hables de esto al asesor Brack
ni á nadie,
Tusman.—Pero, ¿cómo has podido
hacer una cosa tan inaudita? ¿Cómo
ha podido ocurrirsete tal idea? ¿A qué
ha venido eso? Respóndeme... ¿Eh?
Hen»na. Aeprimiendo una ligera som
risa.) —Jorge, lo he hecho por ti.
Trsmax.—;¡Por mi!
Henna.—Cuando, al volver esta ma-
ñana me dijiste que te había leido su
manuscrito...
TesmaN.—SÍ. ¿Qué?
Hzovs.—Mec confesaste que esa obra >
te habia dado envidia.
TrsmaN.—¡Dios mio! Eso era una
manera de hablar.
Tlznpa.—¡ No importa! Yo no podía
soportar la idea de que otro te relegaso |
á un segundo término.
Tesuax. Con una explosión de alegria
mezclada de duda.) —¡0h, Hedda! ¿Es:
verdad lo que dices? Pero si... pero si
nunca hasta ahora se había manifesta-
do tu amor de esa manera.
Henpa.—En fin, será mejor decirte
que desde hace algún tiempo... (Se de-
tiene, y añade con etolencia.) No, no,
pregunta á tía Julia. Ella te lo dirá.
Trsman.—¡Ob! ¡Casi se me figura
'comprenderte, Hedda! (Juntando las
manos.) ¡Gran Dios! ¡Sería posible!
¿Eh?
: Huona —Que no grites asi. Podría
oirte la criada.
Tesmax. (Con una sonsisa de deati-
tud.) —¡La criada! ¡Qué original eres,
Hedda! ¡La criada! ¡Pero si la criada
¡es Berta! Yo mismo voy á darle ahora
¡la noticia.
Henna. (Retorciéndose las manos con
¡una especie de desesperación. )—¡OB!
| ¡Me ahoga, me ahoga todo esto!
Tesmax.—¿El qué, Hedda ?
HzpDa. (Príamente, dominándose.—
¡Todas estas ridiculeces,, Jorge.
Trsman.—¿ Ridiculeces ? ¿Es ridícu-
lo que mi alma rcbose de felicidad?
Pero, en efecto, quizá sería mejor que
' No dijese nada á Berta.
Hxbba.—Sí, hombre, al contrario.
¿Por qué no?
'Tesuan.—No, no, todavia no. Pero,
por lo que hace á tía Julia, es forzoso
¡que lo sepa. ¡Y que sepa también que
empiezas á llamarme Jorge! ¡Oh, qué
contenta, que contenta se va á poner!
¡ Hebpa.—¿Al saber que he quemado
el manuscrito de Loevborg por ti?
Tesmax.—¡Ah, no! Es verdad. Me
olvidaba. Naturalmente, eso no ha de
saberlo nadie. ¡Pero lo que si debe sa-
ber tia Julia es que tú ardes en amor
por mi! Y yo, por mi parte, querría
saber si no les pasan frecuentemente
estascosas á las jóvenes que... Di. ¿Eh?
Hrnpa.—No tienes más que pregun-
társelo también á tía Julia.
Trsmax.—No dejaré de hacerlo. (Su
semblante se torna inguieto y pensativo.)
104
LA ESPAÑA MODERNA
A Pr]
¡Oh, ese manuscrito, ese manuscrito!
¡Dios poderoso! De todas maneras, es
una cosa horrible. ¡ Cuando uno piensa
en ese desgraciado Eylert !
(Thea, vestida como en su primera vi-
sita, con sombrero y abrigo, entra por el
vestíbulo.)
Tura, (Saluda precipitadamente, y
dice, presa de gran agitación.) —¡0h, que-
rida Hedda! Dispénsame que vuelva
aún.
, Henna.—¿Qué hay, Thea?
Tesman.—¿Se trata nuevamente de
Eylert Loevborg? ¿Eh?
Tuza.—Si, ¡Temo tanto que le haya
sucedido una desgracia !
Henna. (Cogiéndola de un brazo.) —
¡Ah! ¡Crees tú eso!
TrsmaN.—¡ Santo Dios! ¿De dónde le
viene á Y. esa idea?
Tuea.—0i que hablaban de él en la
casa de huéspedes cuando yo entraba.
¡0h! ¡Se cuentan hoy cosas tan inerei-
bles en la ciudad !...
Tresman.—Sí, he oído todo eso. ¡Fi-
gúrese V.! Cuando yo puedo atesti-
guar que volvió á acostarse.
Henpa.—Bien. ¿Y qué se decia?
Tura.—¡Oh! No he podido saber
nada. Puede que no supiesen nada
más, ó que se callasen al verme. Y yo
no me atrevi á preguntar, por mi parte.
TrswaN. (Dando vueltas, inquieto, por
da habitación.) —¡ Hay que creer, hay
que creer que habrá V. oido mal, se-
ñora!
Tuza.—No, no, estoy segura de que
hablaban de él. Comprendí perfecta-
mente que se trataba de hospital, ó...
Tusmax. —¿De hospital?
Hzbpa.—¡No, no es posible!
TaEa.—¡Oh! Entonces me entró un
miedo de muerte y fui 4 pedir noticias
á su alojamiento.
Henna.—¡Hiciste tú eso, Then!
TrEa.—¿Qué otra cosa podía hacer?
Me sería imposible soportar esta incer-
tidumbre.
Trusman.—¿Y se ha quedado V, como
los demás? No lo ha encontrado, ¡eh!
Tuga.—No. Y en la casa no tenían
noticias de él. Me han dicho que desde
¡ayer no habia vuelto,
Tesman.—¡Desde ayer! ¡Vamos! ¡Có-
mo pueden decir tal cosa!
Tura.—¡Oh! ¡Veo claramente que ha
' ocurrido una desgracia!
TusmaN.—¿Qué te pareccá ti, Hedda?
¡Yo podría ir á informarme por abi...
Hanna. —No, no, no te mezcles en
eso.
| (Entra Brack, con el sombrero en la
imano, por la puerta del corredor, que
Berta abre, y cierra después. Se presenta
con aspecto grave, y saluda silenciosa-
mente.)
TesmaN.—¡Ah! Es V., querido ase-
sor. ¡Eh!
Brack.—Sí. Tengo motivos imperio-
sos para venir á su casa esta noche.
Tresmax.—Le conozco á V. en la cara
que ha recibido la carta de tía Julia.
Buacx.—Si, la he recibido.
TeEsmax.—¡Triste cosa! ¿verdad?
Bracr.—Según se mire, mi querido
Tesman.
Tesmax. (Con mirada poco segura.) —
¿Habría algo más?
IEDDA
GABLER 105
Brack.—Si.
Henna. (Febrilmente.)—¿Algo triste,
asesor?
Brack.—Según se mire también, se-
ñora.
Tuza. (Exclama involuntariamente,)—
¡Oh! ¡Se trata de Eyler Loevborg!
Brack. (Mirdadola un instante. )—;
¿Qué la induce á V. é creerlo? ¿Es que
sabe V. algo?
Taza. (Zurbada.)—No, nO, nO 8é
nada; pero...
Tesmaw.—; Poro, en nombre del cie-
lo, hable V.!
Brack. (Encogiéndose de hombros.) —
¡En fin, al caso! Ha ocurrido una des-
gracia, Ha habido que llevar al hospi-
tal 4 Eylert Loevborg, En este mo-
iento debe estar en la agonta.
Tuka. (Lenzando un grito.) —¡ Ay,
Dios mio! ¡Ay, Dios mio!
Hunna. (Zavoluntariamente, )]—¡Ya!
Tura. (Ea tono quejumbroso.) —¡Y nos
hemos separado sin reconciliarnos,
Hedda!
Hena, (Aparte 4 Thea.) — ¡Thea!
¡Vamos, Thea!
Tuga. (Sin hacer caso.) —¡Yo quiero
estar á su lado! ¡Quiero verlo antes de
morir!
Bracr.—Daria Y. un paso inútil, so-
ñora. Nadie puede acercarse á él,
Tara.—¡Pero digamo Y. siquiera lo
que le ha sucedido! ¿Qué ha pasado?
Tesmax.—Por supuesto, ¡él no se ha-
brá...! ¿Eh?
Henpa.—Si, estoy segura de que lo
ha hecho. .
Tesxaw.—¡Oh, Hedda! ¡Cómo pue-
des tú... !
: Brack. (Sin apartar los ojos de ella.)
Por desgracia, ha acertado V., se-
Ñora.
Tusa.—¡Oh! ¡Es espantoso !
Tesmax.—¡ Con su propia mano!
¡Quién lo diría!
Hrnva.—¡ De un pistoletazo !
Bracx.—Ha vuelto V. á acertar, se-
ñora.
This. (Tratando de dominarse.)—
¿Cuándo ha ocurrido eso, señor asesor?
¡ Brack.—Esta tardo. Entre tres y
¡cuatro,
- Tesmay.—Pero, ¡Señor! ¿Dónde ha
hecho eso? ¿Eh?
Brack. (Vacilando.)—, Dónde? ¡Pch,
querido ! Probablemente en su casa.
Trxa,—XNo, no es posible, Estuve yo
alli de seis ú siete.
Bracx.—¡Bien! Pues entonces sería
en otra parte, No puedo decir. Todo lo
que sé es que lo han encontrado. Se
Badía disparado un tiro en el pecho.
Txga.—¡ Qué horror! ¡Pensar que
debía acabar asi !
Bruna. (4 Brack.) —¿En el pecho,
dice V.?
Bxack.—Si, eso.
Henna.—¿ No en la sien?
Bracx.—No, señora; en el pecho.
Hebpa.—$í, el pecho es también un
buen sitio.
Bracx.—¿ Cómo, señora?
Hrova. (Prtamente.) — Oh! Nada.
Tesman,—Y dice Y. que la herida es
de peligro, ¿ch?
Brack.—La herida es necesariamen-
te mortal, Es probable que todo haya
acabado á estas horas.
Tura.—Si, si, tengo ese presenti-
108
LA ESPAÑA MODERNA
Brack. Más de lo que Y. orco, Por-|
que ha de saber que se ha encontrado
á Eylert en el gabinete de Diana.
Hxopa.— (Hace un esfuerzo para le-
vantarse, pero vuelve d caer en el sillón.)
¡Eso no puede ser, asesor Brack! ¡Es
imposible que haya vuelto allí hoy!
Bracx.—Volvió esta tarde ú reclamar '
una cosa que suponia le habían robado. |
Hablaba con incoherencia de haber per-
dido un hijo.
Hrnpa.—¡ Ah! ¡Es por eso entonces!
Brack.—Yo me dije que seria proba-
blemente su manuscrito. Ahora sé que
lo ha destruido por sus propias manos;
por consiguiente, será su cartera. ;
Beppa.—Es probable. ¡De modo que |
es allí donde lo han encontrado!
Brack. —Si. Tenia en la mano una
pistola descargada. El tiro había sido
mortal,
(Tesman y Thea se levantan, y vuel-
ven al salón.)
Trsman, (Con las manos llenas de pa-
peles.)—Oye, Hedda, me es casi impo-
sible leer ¿ la luz de esa lámpara. ¡ Ya
ves!
HrnDa.—Si, ya veo.
Tesuan. —¿Nos permites sentarnos
un momento á tu escritorio? ¿Eh?
Hepna.—Si, me es igual. (De pron—
¡to.) ¡Aguarda! Antes voy á haceros un
poco de sitio.
Tesman.—¡Oh! No es necesario. Ten-
dremos bastante.
Hebna.—No, no, voy á haceros si-
tio, y 4 poner todo esto en el piano.
(Saca del fondo de la étagére un ob=
jeto cubierto de hojas de papel; agrega ad-
gunas hojas más, se lo lleva á la pieza del
fondo y vuelve 4 la izquierda, Tesman
. | pone sus papeles en el escritorio, y tras-
=; !
Hspna.— ¡Un pistoletazo en el pecho! ¿¿7, ¿ ¿7 ¿q lámpara que estaba en la me-
Brack.—No, en el bajo. vientre, |sita del rincón, El y Thea se sientan y
Hynna. (Levanta los ojos y lo mira reanudan su trabajo. Entra Hedda.)
con un gesto de disgusto.) — ¡Completo!
¡Ak! El ridículo y la bajeza alcanzan | Huvna. (En pic, detrás de la silla de
como una maldición á cuanto yo he Thea, y acaricióndole suavemente el pelo.)
tocado.
Brack.—Hay algo todavía, señora,
Algo que se puede calificar de infame.
HrEnna.—¿Y es?
Brack.—La pistola que tenía.
HznDa. (Respirando trabajosamente.)
—Bien. ¿Qué?
Brack,—Debió robarla.
Henna. (Zevantándose de repente. )—
¡ Robarla ! ¡Eso no es verdad ! ¡No hizo
tal cosa!
Bracx.—No hay otra explicación po-
sible. Debió robarla, ¡Cht!
|—eY qué, Theita? ¿Va adclante ese mo-
numento de Eylert Loevborg?
| Tusa. (Mirando á Hedda con desalien-
¡to —¡Ay Dios! Será un trabajo terrible
| entenderse aqui.
| Tasmaw. — Es menester que salga,
[cueste do que cueste. Además, para
¡esto de ordenar papeles ajenos me pinto
¡yo solo.
(Hedda se aproxima d la estufa, y se
sienta en uno de los taburetes. Brack se
coloca d su lado, y se inclina hacia ella,
apoyado en el respaldo del sillón.)
MIEDDA GABLER 109
Henna. (Cuehicheando. )--Con que Bracx.—Qniere buscar á su dueño.
¿qué decía V. sobre esa pistola? | Hienna.—¿Y crec V. que lo encon-
Brack. (En voz deja.) —Debió ro-|trará?
barla. | Brack. —(2Znclinándose hacia ella,
Bropa.—¿Por qué quiere V. que la murmura.) —No, Hedda Gabler, mien
robara? ' tras me calle yo.
Bracx.—Porque no debe ser posible! Henpa. (Con mirada vaga.) —¿Y V. no
otra explicación, señora. [se calla?
Henna.—¡Ah, si! " Brack. (Lacogiéndose de hombros.) —
Bracr. (Dirigiéndole una mirada.) — Siempre se podrá suponer que la ha
Naturalmente, Eylert Loevborg vino robado.
aquí esta mañana. ¿No es verdad? |. Hubba. (Resueltamente,) —¡ Antes mo-
HeDDaA.—Si, rin!
Bxraor.—¿Estuvo Y. sola con él? Brack. (Sonriendo.)—Esas cosas se
. Un momento. dicen, pero no se hacen.
Brack.—¿No salió de la habitación] Hrebds. (Sin responder.) —¿Y si la
mientras él estaba? - pistola no ha sido robada? ¿Qué suce-
Hunpa.—No. derá si se encuentra á su dneño?
Bracx.—Haga V, memoria. ¿No sa! Breack.—;¡Por Dios, Hedda! ¡Habrá
lió V., aunque no fuese más que un un escándalo!
instante? * Hieova.—¡Un escándalo !
HrenDa.—$Si, es posible, á la antecá-. Brack.—Si, un escándalo, eso que á
mara, Cosa de un momento. V. le causa un miedo tan terrible. Na-
Bracr.—¿Y dónde estaba entonces su turalmente, V. tendria que compare-
caja de pistolas? (cer con Diana ante los tribunales. Ella
Bropa.-——Estaba en... tiens que dar explicaciones. ¿Fué un ac-
Brack.—¡ Vamos, señora! | cidente ó un asesinato? ¿Quiso él sacar
Hrbva.—La caja estaba ahi, en el es- la pistola del bolsillo para amenazarla
critorio, y salió el tiro entonces? ¿0 le arrancó
Buack.—¿Ha visto Y. después si se ella la pistola de las manos, lo mató y
£ncuentran en ella las dos pistolas? volvió á poner la pistola en el bolsillo
Henpa.—No. de Loevborg? Sería muy verosímil.
Brack.—Es inútil. Yo he visto la' Porque la tal Diana es una moza de
pistola que tenía Loevborg, y reconori prueba.
cn seguida la que vi ayer y otras veces. Hunpa.—Pero yo nada tengo que ver
Heona.—¿La tiene V. quizá? con esos horrores.
Brack.—No. Quien la tiene es la po- Brack.—No. Pero tendrá V. que
licía, responder á una pregunta: ¿Por qué
Henva.—¿Qué uso quiere hacer lapo- dió V. esa pistola 4 Eylert Loevborg?
licia de esa pistola? ¿Y qué conclusiones quiere V. quese,
110 LA ESPAÑA MODERNA
saquen de ese hecho, cuando esté pro-| HkebDa.—¡Oh! Eso vendrá con el
bado? tiempo.
HenDa. (Bajando la cabeza,)-—Es ver-| Tesmay.—Si, Hedda, ¿sabes?, ya me
dad. No había pensado en eso. parece sentir algo de esa especie. ¡Va-
Brack.—¡ Vamos! Afortunadamente, mos! Anda á sentarte otra vez con el
mientras yo me calle, no hay peligro. | asesor.
HunDa.—(Levantando la cabeza y mí) Henva.—Pero, ¿no hay nada en que
rándolo.)—Es decir, que estoy en su| pueda ayudaros ? .
poder de V., asesor; que desde hoy en| Tesmax.—No, absolutarrente nada.
adelante me tiene V. atada de piés y ' (Volviendo la cabeza.) Y V., mi querido
manos, asesor, va á ser preciso desde ahora
Brack. (Bajando la voz.) Querida | que tenga la amabilidad de hacer com-
Hedda, crea V. que no abusaré de la pañía á Hedda.
situación. '. BRAcK. (Dirigiendo una mirada á
Erona.—¡ No importa! Estoy en su Hedda.) —¡Lo haré con sumo gusto!
poder de Y, Me encuentro á merced de Henna,—Gracias. Pero esta noche
su capricho. ¡Esclava! ¡Soy esclava! estoy cansada. Voy á echarme un rato
(Zevantándose bruscamente.) ¡No! ¡Ja- en el sofá.
más me resignaré á esa idea! ¡Jamás! — Tesmaw.—Sí, haz eso, querida. ¿Eh?
Brack. (Con una mirada medio iróni—|
ea.) —¡ Eh, por Dios! Hay que atempe- |
rarse á lo jnevitable.
Hzropa. (Respondiendo d su mirado.
—Puede, Tux. ( Levantándose de repente,
l asustada.) —¡ AM ¿Qué es eso?
TesuaN. —( Precipitándose hacía las
HEDDA. (Reprimiendo una sonrisa in- | cortinas.) —¡Vamos, querida Hedda, no
voluntaria é imitando la entonación de | toques piezas de baile esta noche!
Tesman.)—¿Y qué, Jorge? Di: ¿marcha | ¡Piensa en tía Rina! ¡Piensa también
eso? ¿Eh? en Eylertt
Tesman.—¡Sabe Dios, Hedda! De to-| Hina. (Sacando la cabeza por entre
dos modos, hay trabajo para meses. — | las cortinas.) —Y cn tía Julia. Y en todo
Hinpa. (Zo mismo que antes.) —¡Vea| el mundo. Desde ahora me estaré
V.! (Pasando ligeramente las manos por | quieta.
el pelo de Thea.) ¿Note parece esto raro, | (Cierra las cortinas.)
Thea? Ahora aqui al lado de Tesman, — Tesmaw. (Junto al escritorio.) — Es
lo mismo que otras veces al lado de natural que la contrarie vernos ocupa-
Eylert Loevborg. ¡dos en esta triste labor. ¿Sabe V. lo
Taxa.—¡Oh, Dios! ¡Si yo pudiese que vamos á hacer, señora? V. se va ¿
inspirar también á tu marido! ¡vivir con tia Julia. Yo iré alli todas
|
(Hedda pasa d la pieza del fondo y
| corre las cortinas. Pausa. De pronto se
y en el piano un bailable furioso.)
¿
(Se acerca á su escritorio.)