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Orientación Universidad
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Libro de Lengua Castellana y Literatura para selectividad, Tesis de Bachillerato de Lengua y Literatura

Libro de selectividad, lengua castellana, La casa de Bernarda Alba. Formato PDF.

Tipo: Tesis de Bachillerato

2021/2022

Subido el 13/10/2022

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Vista previa parcial del texto

¡Descarga Libro de Lengua Castellana y Literatura para selectividad y más Tesis de Bachillerato en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! ¿Ac olainlee GARCÍA LORCA MO TA] NAAA AN A la muerte de su marido, Bernarda impone a sus hijas un luto riguroso de 8 años. Tan riguroso que ni siquiera podrán salir de casa, frustrando así las necesidades de sus cuatro hijas, ”en edad de merecer”. Después de haber negado a Martirio como prometida a un Humanes «por ser gañán», compromete a Angustias con Pepe «El Romano». La aparición de este personaje desencadena una serie de acontecimientos que degenera en una confrontación entre la madre y las hijas y sobre todo entre éstas últimas. Poncia, una de las criadas de confianza de la casa, trata de advertir a la señora sobre las consecuencias de una disciplina tan rígida. Pero Bernarda rechaza todas las críticas; primero para no perder su aparente seguridad y, segundo, porque no puede aceptar consejos de una persona que está a su servicio. El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico. PERSONAJES BERNARDA (60 años) MARÍA JOSEFA (madre de Bernarda, 80 años) ANGUSTIAS (hija de Bernarda, 39 años) MAGDALENA (hija de Bernarda, 30 años) AMELIA (hija de Bernarda, 27 años) MARTIRIO (hija de Bernarda, 24 años) ADELA (hija de Bernarda, 20 años) LA PONCIA (criada, 60 años) CRIADA (50 años) PRUDENCIA (50 años) MENDIGA MUJER 1ª MUJER 2ª MUJER 3ª MUJER 4ª MUCHACHA MUJERES DE LUTO ACTO PRIMERO Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas. (Sale la Criada) CRIADA.- Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes. LA PONCIA.- (Sale comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena. CRIADA.- Es la que se queda más sola. LA PONCIA.- Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer. CRIADA.- ¡Si te viera Bernarda…! LA PONCIA.- ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos. CRIADA.- ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas! LA PONCIA.- Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad. CRIADA.- Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada. LA PONCIA.- (En la alacena) Este cristal tiene unas motas. CRIADA.- Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan. (Suenan las campanas) LA PONCIA.- El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el «Pater noster» subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo) ¡Ameeeén! (Se echa a toser) CRIADA.- Te vas a hacer el gaznate polvo. LA PONCIA.- ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo) (La Criada limpia. Suenan las campanas) CRIADA.- (Llevando el canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado! MENDIGA.- (Con una niña) ¡Alabado sea Dios! CRIADA.- Tin, tin, tan. ¡Qué nos espere muchos años! Tin, tin, tan. MENDIGA.- (Fuerte con cierta irritación) ¡Alabado sea Dios! CRIADA.- (Irritada) ¡Por siempre! MENDIGA.- Vengo por las sobras. (Cesan las campanas) CRIADA.- Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí. MENDIGA.- Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas! CRIADA.- También están solos los perros y viven. MENDIGA.- Siempre me las dan. CRIADA.- Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas) Sí, sí, ¡vengan clamores!, ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡qué lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir? (Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus cinco hijas) BERNARDA.- (A la Criada) ¡Silencio! CRIADA.- (Llorando) ¡Bernarda! BERNARDA.- Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias. MUJER 1.- Los pobres sienten también sus penas. BERNARDA.- Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos. MUCHACHA 1.- (Con timidez) Comer es necesario para vivir. BERNARDA.- A tu edad no se habla delante de las personas mayores. MUJER 1.- Niña, cállate. BERNARDA.- No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa) (Fuerte) Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído? MUJER 2.- (A Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era? BERNARDA.- Ayer. MUJER 3.- Cae el sol como plomo. MUJER 1.- Hace años no he conocido calor igual. (Pausa. Se abanican todas) BERNARDA.- ¿Está hecha la limonada? LA PONCIA.- (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda. ¡Descansa en paz! BERNARDA.- Concede el reposo a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria. TODAS.- Amén. BERNARDA.- (Se pone de pie y canta) «Réquiem aeternam dona eis, Domine». TODAS.- (De pie y cantando al modo gregoriano) «Et lux perpetua luceat eis». (Se santiguan) MUJER 1.- Salud para rogar por su alma. (Van desfilando) MUJER 3.- No te faltará la hogaza de pan caliente. MUJER 2.- Ni el techo para tus hijas. (Van desfilando todas por delante de Bernarda y saliendo. Sale Angustias por otra puerta, la que da al patio) MUJER 4.- El mismo trigo de tu casamiento lo sigas disfrutando. LA PONCIA.- (Entrando con una bolsa) De parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos. BERNARDA.- Dales las gracias y échales una copa de aguardiente. MUCHACHA.- (A Magdalena) Magdalena… BERNARDA.- (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón.) (Salen todas.) (A las que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta. LA PONCIA.- No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo. BERNARDA.- Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas. AMELIA.- ¡Madre, no hable usted así! BERNARDA.- Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada. LA PONCIA.- ¡Cómo han puesto la solería! BERNARDA.- Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico. AMELIA.- Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.) BERNARDA.- (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre. MARTIRIO.- Tome usted el mío. BERNARDA.- ¿Y tú? MARTIRIO.- Yo no tengo calor. BERNARDA.- Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas. MAGDALENA.- Lo mismo me da. ADELA.- (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más. MAGDALENA.- Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura. BERNARDA.- Eso tiene ser mujer. MAGDALENA.- Malditas sean las mujeres. BERNARDA.- Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles. (Sale Adela.) VOZ.- ¡Bernarda!, ¡déjame salir! BERNARDA.- (En voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.) CRIADA.- Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble. BERNARDA.- Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual. CRIADA.- Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de BERNARDA.- ¿Y ella? LA PONCIA.- Ella, tan conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si tocara la guitarra. ¡Un horror! BERNARDA.- ¿Y qué pasó? LA PONCIA.- Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza. BERNARDA.- Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo. LA PONCIA.- Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son capaces de eso. BERNARDA.- No, pero les gusta verlo y comentarlo, y se chupan los dedos de que esto ocurra. LA PONCIA.- Contaban muchas cosas más. BERNARDA.- (Mirando a un lado y a otro con cierto temor) ¿Cuáles? LA PONCIA.- Me da vergüenza referirlas. BERNARDA.- Y mi hija las oyó. LA PONCIA.- ¡Claro! BERNARDA.- Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte demasiado! LA PONCIA.- ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta. BERNARDA.- Treinta y nueve justos. LA PONCIA.- Figúrate. Y no ha tenido nunca novio… BERNARDA.- (Furiosa) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien. LA PONCIA.- No he querido ofenderte. BERNARDA.- No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán? LA PONCIA.- Debías haberte ido a otro pueblo. BERNARDA.- Eso, ¡a venderlas! LA PONCIA.- No, Bernarda, a cambiar… ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres! BERNARDA.- ¡Calla esa lengua atormentadora! LA PONCIA.- Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza? BERNARDA.- No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más! CRIADA.- (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones. BERNARDA.- Vamos. (A la Criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto. LA PONCIA.- Algunas cosas las podríamos dar… BERNARDA.- Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza y mira a sus criadas. Las criadas salen después.) (Entran Amelia y Martirio.) AMELIA.- ¿Has tomado la medicina? MARTIRIO.- ¡Para lo que me va a servir! AMELIA.- Pero la has tomado. MARTIRIO.- Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj. AMELIA.- Desde que vino el médico nuevo estás más animada. MARTIRIO.- Yo me siento lo mismo. AMELIA.- ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo. MARTIRIO.- Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al tranco de la calle. Antes era alegre; ahora ni polvos echa en la cara. AMELIA.- Ya no sabe una si es mejor tener novio o no. MARTIRIO.- Es lo mismo. AMELIA.- De todo tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato. MARTIRIO.- Le tienen miedo a nuestra madre. Es la única que conoce la historia de su padre y el origen de sus tierras. Siempre que viene le tira puñaladas el asunto. Su padre mató en Cuba al comenzado a voces: «¡Gallinas, gallinas, miradme!» ¡Me he tenido que reír! AMELIA.- ¡Si la hubiera visto madre! MAGDALENA.- ¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y tiene ilusión. ¡Daría algo por verla feliz! (Pausa. Angustias cruza la escena con unas toallas en la mano.) ANGUSTIAS.- ¿Qué hora es? MAGDALENA.- Ya deben ser las doce. ANGUSTIAS.- ¿Tanto? AMELIA.- ¡Estarán al caer! (Sale Angustias.) MAGDALENA.- (Con intención.) ¿Sabéis ya la cosa…? (Señalando a Angustias.) AMELIA.- No. MAGDALENA.- ¡Vamos! MARTIRIO.- ¡No sé a qué cosa te refieres…! MAGDALENA.- Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas, pero sin desahogaros con nadie. ¡Lo de Pepe el Romano! MARTIRIO.- ¡Ah! MAGDALENA.- (Remedándola.) ¡Ah! Ya se comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias. Anoche estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario. MARTIRIO.- ¡Yo me alegro! Es buen hombre. AMELIA.- Yo también. Angustias tiene buenas condiciones. MAGDALENA.- Ninguna de las dos os alegráis. MARTIRIO.- ¡Magdalena! ¡Mujer! MAGDALENA.- Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana aquí estamos en familia y reconocemos que está vieja, enfermiza, y que siempre ha sido la que ha tenido menos méritos de todas nosotras, porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será ahora que tiene cuarenta! MARTIRIO.- No hables así. La suerte viene a quien menos la aguarda. AMELIA.- ¡Después de todo dice la verdad! ¡Angustias tiene el dinero de su padre, es la única rica de la casa y por eso ahora, que nuestro padre ha muerto y ya se harán particiones, vienen por ella! MAGDALENA.- Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el mejor tipo de todos estos contornos. Lo natural sería que te pretendiera a ti, Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años, pero no que venga a buscar lo más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su padre habla con la nariz. MARTIRIO.- ¡Puede que a él le guste! MAGDALENA.- ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía! MARTIRIO.- ¡Dios nos valga! (Entra Adela.) MAGDALENA.- ¿Te han visto ya las gallinas? ADELA.- ¿Y qué querías que hiciera? AMELIA.- ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo! ADELA.- Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la noria. No hubiera habido otro igual. MARTIRIO.- ¡Es un vestido precioso! ADELA.- Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado Magdalena. MAGDALENA.- ¿Y las gallinas qué te han dicho? ADELA.- Regalarme unas cuantas pulgas que me han acribillado las piernas. (Ríen) MARTIRIO.- Lo que puedes hacer es teñirlo de negro. MAGDALENA.- Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a Angustias para la boda con Pepe el Romano. ADELA.- (Con emoción contenida.) ¡Pero Pepe el Romano…! AMELIA.- ¿No lo has oído decir? ADELA.- No. MAGDALENA.- ¡Pues ya lo sabes! ADELA.- ¡Pero si no puede ser! MAGDALENA.- ¡El dinero lo puede todo! ANGUSTIAS.- ¡Eso lo teníamos que ver! BERNARDA.- ¡Aunque fuera por decencia! ¡Por respeto! ANGUSTIAS.- Madre, déjeme usted salir. BERNARDA.- ¿Salir? Después que te hayas quitado esos polvos de la cara. ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le quita violentamente con su pañuelo los polvos) ¡Ahora vete! LA PONCIA.- ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva! BERNARDA.- Aunque mi madre esté loca yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago. (Entran todas.) MAGDALENA.- ¿Qué pasa? BERNARDA.- No pasa nada. MAGDALENA.- (A Angustias.) Si es que discutís por las particiones, tú, que eres la más rica, te puedes quedar con todo. ANGUSTIAS.- ¡Guárdate la lengua en la madriguera! BERNARDA.- (Golpeando con el bastón en el suelo.) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo! ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro! (Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de Bernarda, viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.) MARÍA JOSEFA.- Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras, ni mis anillos, ni mi traje negro de moaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! ¡Bernarda, dame mi gargantilla de perlas! BERNARDA.- (A la Criada.) ¿Por qué la habéis dejado entrar? CRIADA.- (Temblando.) ¡Se me escapó! MARÍA JOSEFA.- Me escapé porque me quiero casar, porque quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres. BERNARDA.- ¡Calle usted, madre! MARÍA JOSEFA.- No, no callo. No quiero ver a estas mujeres solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría! BERNARDA.- ¡Encerradla! MARÍA JOSEFA.- ¡Déjame salir, Bernarda! (La Criada coge a María Josefa.) BERNARDA.- ¡Ayudarla vosotras! (Todas arrastran a la vieja.) MARÍA JOSEFA.- ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar! Telón ACTO SEGUNDO Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia. ANGUSTIAS.- Ya he cortado la tercer sábana. MARTIRIO.- Le corresponde a Amelia. MAGDALENA.- Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe? ANGUSTIAS.- (Seca.) No. MAGDALENA.- (A voces.) Adela, ¿no vienes? AMELIA.- Estará echada en la cama. LA PONCIA.- Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos. MARTIRIO.- No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas. MAGDALENA.- Todas, menos Angustias. ANGUSTIAS.- Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente. MAGDALENA.- Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza. AMELIA.- ¡A mí me da vergüenza de estas cosas! ANGUSTIAS.- Y a mí, ¡pero hay que pasarlas! LA PONCIA.- ¿Y habló más? ANGUSTIAS.- Sí, siempre habló él. MARTIRIO.- ¿Y tú? ANGUSTIAS.- Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre. MAGDALENA.- Y un hombre tan guapo. ANGUSTIAS.- No tiene mal tipo. LA PONCIA.- Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano… La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana… ¡Ja, ja, ja! AMELIA.- ¿Qué pasó? LA PONCIA.- Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: «Buenas noches». «Buenas noches», le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: «¡Ven que te tiente!» (Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.) AMELIA.- ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre. MAGDALENA.- ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.) AMELIA.- Chisst… ¡Qué nos va a oír! LA PONCIA.- Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón. AMELIA.- Tú te conformaste. LA PONCIA.- ¡Yo pude con él! MARTIRIO.- ¿Es verdad que le pegaste algunas veces? LA PONCIA.- Sí, y por poco lo dejo tuerto. MAGDALENA.- ¡Así debían ser todas las mujeres! LA PONCIA.- Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez. (Ríen) MAGDALENA.- Adela, niña, no te pierdas esto. AMELIA.- Adela. (Pausa.) MAGDALENA.- ¡Voy a ver! (Entra.) LA PONCIA.- ¡Esa niña está mala! MARTIRIO.- Claro, ¡no duerme apenas! LA PONCIA.- Pues, ¿qué hace? MARTIRIO.- ¡Yo qué sé lo que hace! LA PONCIA.- Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio. ANGUSTIAS.- La envidia la come. AMELIA.- No exageres. ANGUSTIAS.- Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca. MARTIRIO.- No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra. (Sale Magdalena con Adela.) MAGDALENA.- Pues, ¿no estabas dormida? ADELA.- Tengo mal cuerpo. MARTIRIO.- (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche? ADELA.- Sí. MARTIRIO.- ¿Entonces? ADELA.- (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece! MARTIRIO.- ¡Sólo es interés por ti! ADELA.- Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy! CRIADA.- (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.) (Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.) LA PONCIA.- No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja! ADELA.- Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿Qué puedes decir de mí? ¿Qué me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Qué no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos. LA PONCIA.- No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas. ADELA.- Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder. LA PONCIA.- ¡Tanto te gusta ese hombre! ADELA.- ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente. LA PONCIA.- Yo no te puedo oír. ADELA.- ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú! (Entra Angustias.) ANGUSTIAS.- ¡Siempre discutiendo! LA PONCIA.- Claro, se empeña en que, con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda. ANGUSTIAS.- ¿Me compraste el bote de esencia? LA PONCIA.- El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto. (Sale Angustias.) ADELA.- ¡Y chitón! LA PONCIA.- ¡Lo veremos! (Entran Martirio, Amelia y Magdalena) MAGDALENA.- (A Adela) ¿Has visto los encajes? AMELIA.- Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos. ADELA.- (A Martirio, que trae unos encajes) ¿Y éstos? MARTIRIO.- Son para mí. Para una camisa. ADELA.- (Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor! MARTIRIO.- (Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie. LA PONCIA.- Nadie la ve a una en camisa. MARTIRIO.- (Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan. LA PONCIA.- Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde. MAGDALENA.- Yo no pienso dar una puntada. AMELIA.- Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes. LA PONCIA.- Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos! MARTIRIO.- Pues vete a servir con ellas. LA PONCIA.- No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento! (Se oyen unos campanillos lejanos, como a través de varios muros.) MAGDALENA.- Son los hombres que vuelven al trabajo. LA PONCIA.- Hace un minuto dieron las tres. MARTIRIO.- ¡Con este sol! ADELA.- (Sentándose) ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos! MAGDALENA.- (Sentándose) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo! MARTIRIO.- (Sentándose) ¡Así es! AMELIA.- (Sentándose) ¡Ay! LA PONCIA.- No hay alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos. MAGDALENA.- ¿De dónde son este año? LA PONCIA.- De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Cómo árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela AMELIA.- (Acercándose.) ¿Qué te pasa? MARTIRIO.- Me sienta mal el calor. AMELIA.- ¿No es más que eso? MARTIRIO.- Estoy deseando que llegue noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano interminable. AMELIA.- Ya pasará y volverá otra vez. MARTIRIO.- ¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste anoche? AMELIA.- No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué? MARTIRIO.- Por nada, pero me pareció oír gente en el corral. AMELIA.- ¿Sí? MARTIRIO.- Muy tarde. AMELIA.- ¿Y no tuviste miedo? MARTIRIO.- No. Ya lo he oído otras noches. AMELIA.- Debíamos tener cuidado. ¿No serían los gañanes? MARTIRIO.- Los gañanes llegan a las seis. AMELIA.- Quizá una mulilla sin desbravar. MARTIRIO.- (Entre dientes y llena de segunda intención.) ¡Eso, eso!, una mulilla sin desbravar. AMELIA.- ¡Hay que prevenir! MARTIRIO.- ¡No, no! No digas nada. Puede ser un barrunto mío. AMELIA.- Quizá. (Pausa. Amelia inicia el mutis.) MARTIRIO.- Amelia. AMELIA.- (En la puerta.) ¿Qué? (Pausa.) MARTIRIO.- Nada. (Pausa.) AMELIA.- ¿Por qué me llamaste? (Pausa) MARTIRIO.- Se me escapó. Fue sin darme cuenta. (Pausa) AMELIA.- Acuéstate un poco. ANGUSTIAS.- (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo tiene? MARTIRIO.- Ninguna. AMELIA.- Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata. ANGUSTIAS.- ¿Dónde está el retrato? (Entran La Poncia, Magdalena y Adela.) ADELA.- ¿Qué retrato? ANGUSTIAS.- Una de vosotras me lo ha escondido. MAGDALENA.- ¿Tienes la desvergüenza de decir esto? ANGUSTIAS.- Estaba en mi cuarto y no está. MARTIRIO.- ¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna. ANGUSTIAS.- ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré. LA PONCIA.- ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mirando Adela.) ANGUSTIAS.- ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene! ADELA.- (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas, menos yo! MARTIRIO.- (Con intención.) ¡Desde luego! BERNARDA.- (Entrando con su bastón.) ¿Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques. ANGUSTIAS.- Me han quitado el retrato de mi novio. BERNARDA.- (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién? ANGUSTIAS.- ¡Éstas! BERNARDA.- ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.) Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura? ANGUSTIAS.- Sí. BERNARDA.- ¿Lo has buscado bien? ANGUSTIAS.- Sí, madre. (Todas están en medio de un embarazoso silencio.) MAGDALENA.- ¡Eso es lo justo! BERNARDA.- ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación! LA PONCIA.- ¿Puedo hablar? BERNARDA.- Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia. LA PONCIA.- Lo visto, visto está. BERNARDA.- Angustias tiene que casarse en seguida. LA PONCIA.- Hay que retirarla de aquí. BERNARDA.- No a ella. ¡A él! LA PONCIA.- ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien. BERNARDA.- No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno. LA PONCIA.- ¿Y tú crees que él querrá marcharse? BERNARDA.- (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza? LA PONCIA.- Él, claro, ¡se casará con Angustias! BERNARDA.- Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla. LA PONCIA.- Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso. BERNARDA.- ¿Me tienes que prevenir algo? LA PONCIA.- Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás. BERNARDA.- ¿Y verás qué? LA PONCIA.- Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega. BERNARDA.- ¿Te refieres a Martirio? LA PONCIA.- Bueno, a Martirio… (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato? BERNARDA.- (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser? LA PONCIA.- (Con sorna.) ¿Tú lo crees así? BERNARDA.- (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así! LA PONCIA.- Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería? BERNARDA.- Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo. LA PONCIA.- (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera? BERNARDA.- (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! ¡Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán. LA PONCIA.- ¡Y así te va a ti con esos humos! BERNARDA.- Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen. LA PONCIA.- (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección. BERNARDA.- (Crecida.) ¡No lo parece! LA PONCIA.- (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto. BERNARDA.- Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes. LA PONCIA.- ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos. BERNARDA.- ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar! LA PONCIA.- ¡Nadie puede conocer su fin! BERNARDA.- ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta… LA PONCIA.- ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa. BERNARDA.- ¿Lo sabes seguro? LA PONCIA.- Seguro no se sabe nada en esta vida. ADELA.- Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas. BERNARDA.- ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los demás para perdernos. MARTIRIO.- A mí no me gusta mentir. LA PONCIA.- Y algo habrá. BERNARDA.- No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera. ANGUSTIAS.- Yo tengo derecho de enterarme. BERNARDA.- Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta! CRIADA.- (Entrando.) ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas! BERNARDA.- (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio! (Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.) MARTIRIO.- Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua. ADELA.- También hubiera hablado yo. MARTIRIO.- ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer! ADELA.- Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido. MARTIRIO.- No seguirás mucho tiempo. ADELA.- ¡Lo tendré todo! MARTIRIO.- Yo romperé tus abrazos. ADELA.- (Suplicante.) ¡Martirio, déjame! MARTIRIO.- ¡De ninguna! ADELA.- ¡Él me quiere para su casa! MARTIRIO.- ¡He visto cómo te abrazaba! ADELA.- Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma. MARTIRIO.- ¡Primero muerta! (Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.) LA PONCIA.- (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda! BERNARDA.- ¿Qué ocurre? LA PONCIA.- La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién. ADELA.- ¿Un hijo? LA PONCIA.- Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos. BERNARDA.- Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla. ADELA.- ¡No, no, para matarla no! MARTIRIO.- Sí, y vamos a salir también nosotras. BERNARDA.- Y que pague la que pisotea su decencia. (Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.) ADELA.- ¡Qué la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras! MARTIRIO.- (Mirando a Adela.) ¡Qué pague lo que debe! BERNARDA.- (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado! ADELA.- (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No! BERNARDA.- ¡Matadla! ¡Matadla! Telón BERNARDA.- ¿Quieres un poco de queso y miel? PRUDENCIA.- Estoy desganada. (Se oye otra vez el golpe.) LA PONCIA.- ¡Por Dios! PRUDENCIA.- ¡Me ha retemblado dentro del pecho! BERNARDA.- (Levantándose furiosa) ¿Hay que decir las cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en los montones de paja! (Pausa, y como hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra, pero dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y se sienta otra vez.) ¡Ay, qué vida! PRUDENCIA.- Bregando como un hombre. BERNARDA.- Así es. (Adela se levanta de la mesa.) ¿Dónde vas? ADELA.- A beber agua. BERNARDA.- (En alta voz.) Trae un jarro de agua fresca. (A Adela.) Puedes sentarte. (Adela se sienta.) PRUDENCIA.- Y Angustias, ¿cuándo se casa? BERNARDA.- Vienen a pedirla dentro de tres días. PRUDENCIA.- ¡Estarás contenta! ANGUSTIAS.- ¡Claro! AMELIA.- (A Magdalena.) ¡Ya has derramado la sal! MAGDALENA.- Peor suerte que tienes no vas a tener. AMELIA.- Siempre trae mala sombra. BERNARDA.- ¡Vamos! PRUDENCIA.- (A Angustias.) ¿Te ha regalado ya el anillo? ANGUSTIAS.- Mírelo usted. (Se lo alarga.) PRUDENCIA.- Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas significaban lágrimas… ANGUSTIAS.- Pero ya las cosas han cambiado. ADELA.- Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes. PRUDENCIA.- Es más propio. BERNARDA.- Con perlas o sin ellas las cosas son como una se las propone. MARTIRIO.- O como Dios dispone. PRUDENCIA.- Los muebles me han dicho que son preciosos. BERNARDA.- Dieciséis mil reales he gastado. LA PONCIA.- (Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna. PRUDENCIA.- Nunca vi un mueble de éstos. BERNARDA.- Nosotras tuvimos arca. PRUDENCIA.- Lo preciso es que todo sea para bien. ADELA.- Que nunca se sabe. BERNARDA.- No hay motivo para que no lo sea. (Se oyen lejanísimas unas campanas.) PRUDENCIA.- El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a que me enseñes la ropa. ANGUSTIAS.- Cuando usted quiera. PRUDENCIA.- Buenas noches nos dé Dios. BERNARDA.- Adiós, Prudencia. Las cinco a la vez: Vaya usted con Dios. (Pausa. Sale Prudencia.) BERNARDA.- Ya hemos comido. (Se levantan.) ADELA.- Voy a llegarme hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco. (Magdalena se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.) AMELIA.- Yo voy contigo. MARTIRIO.- Y yo. ADELA.- (Con odio contenido.) No me voy a perder. AMELIA.- La noche quiere compaña. (Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la mesa.) BERNARDA.- Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar. ANGUSTIAS.- Usted sabe que ella no me quiere. MARTIRIO.- A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante. ADELA.- Así te va a ti. BERNARDA.- A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo. ANGUSTIAS.- Buenas noches. ADELA.- ¿Ya te acuestas? ANGUSTIAS.- Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.) ADELA.- Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice: Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita? BERNARDA.- Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado. AMELIA.- Yo cierro los ojos para no verlas. ADELA.- Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros. MARTIRIO.- Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros. BERNARDA.- Y es mejor no pensar en ellas. ADELA.- ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo. BERNARDA.- Pero hay que acostarse. ¡Magdalena! AMELIA.- Está en el primer sueño. BERNARDA.- ¡Magdalena! MAGDALENA.- (Disgustada.) ¡Dejarme en paz! BERNARDA.- ¡A la cama! MAGDALENA.- (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.) AMELIA.- Buenas noches. (Se va.) BERNARDA.- Andar vosotras también. MARTIRIO.- ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias? BERNARDA.- Fue de viaje. MARTIRIO.- (Mirando a Adela.) ¡Ah! ADELA.- Hasta mañana. (Sale.) (Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del corral. Sale La Poncia.) LA PONCIA.- ¿Estás todavía aquí? BERNARDA.- Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna «la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú. LA PONCIA.- Bernarda, dejemos esa conversación. BERNARDA.- En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo. LA PONCIA.- No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos. BERNARDA.- Mis hijas tienen la respiración tranquila. LA PONCIA.- Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí, con servir tu casa tengo bastante. BERNARDA.- Ahora te has vuelto callada. LA PONCIA.- Me estoy en mi sitio, y en paz. BERNARDA.- Lo que pasa es que no tienes nada que decir. Si en esta casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del vecindario. LA PONCIA.- Yo tapo más de lo que te figuras. BERNARDA.- ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa? LA PONCIA.- No dicen nada. BERNARDA.- Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto! LA PONCIA.- Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura. BERNARDA.- ¡Segurísima! LA PONCIA.- ¡A lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te para el corazón! ADELA.- Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no descansáis? CRIADA.- Ahora. (Sale Adela.) LA PONCIA.- Vámonos. CRIADA.- Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descansar en todo el día. LA PONCIA.- Llévate la luz. CRIADA.- Los perros están como locos. LA PONCIA.- No nos van a dejar dormir. (Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja en los brazos.) MARÍA JOSEFA.- Ovejita, niño mío, vámonos a la orilla del mar. La hormiguita estará en su puerta, yo te daré la teta y el pan. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita! Meee, meee. Vamos a los ramos del portal de Belén. Ni tú ni yo queremos dormir. La puerta sola se abrirá y en la playa nos meteremos en una choza de coral. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita! Meee, meee. ¡Vamos a los ramos del portal de Belén! (Se va cantando. Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta del corral. Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena. También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de ella María Josefa.) MARTIRIO.- Abuela, ¿dónde va usted? MARÍA JOSEFA.- ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú? MARTIRIO.- ¿Cómo está aquí? MARÍA JOSEFA.- Me escapé. ¿Tú quién eres? MARTIRIO.- Vaya a acostarse. MARÍA JOSEFA.- Tú eres Martirio, ya te veo. Martirio, cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste. MARTIRIO.- ¿Dónde cogió esa oveja? MARÍA JOSEFA.- Ya sé que es una oveja. Pero ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. MARTIRIO.- No dé voces. MARÍA JOSEFA.- Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño, y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos, y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espuma? Aquí no hay más que mantos de luto. MARTIRIO.- Calle, calle. MARÍA JOSEFA.- Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí, y así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua! MARTIRIO.- (Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.) MARÍA JOSEFA.- Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad? MARTIRIO.- De seguro. MARÍA JOSEFA.- (Llorando.) Ovejita, niño mío, vámonos a la orilla del mar. La hormiguita estará en su puerta, yo te daré la teta y el pan. (Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.) ADELA.- Sí, sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana. MARTIRIO.- Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo. ADELA.- No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique. MARTIRIO.- No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga. ADELA.- Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca. (Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.) MARTIRIO.- ¿Dónde vas? ADELA.- ¡Quítate de la puerta! MARTIRIO.- ¡Pasa si puedes! ADELA.- ¡Aparta! (Lucha.) MARTIRIO.- (A voces.) ¡Madre, madre! ADELA.- ¡Déjame! (Aparece Bernarda. Sale en enaguas con un mantón negro.) BERNARDA.- Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los dedos! MARTIRIO.- (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo! BERNARDA.- ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.) ADELA.- (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe! (Sale Magdalena.) MAGDALENA.- ¡Adela! (Salen la Poncia y Angustias.) ADELA.- Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león. ANGUSTIAS.- ¡Dios mío! BERNARDA.- ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.) (Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás Martirio.) ADELA.- ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.) ANGUSTIAS.- (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona!, ¡deshonra de nuestra casa! MAGDALENA.- ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más! (Suena un disparo.) BERNARDA.- (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora. MARTIRIO.- (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano. ADELA.- ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.) LA PONCIA.- ¿Pero lo habéis matado? MARTIRIO.- ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca! BERNARDA.- No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar. MAGDALENA.- ¿Por qué lo has dicho entonces? MARTIRIO.- ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza. LA PONCIA.- Maldita. MAGDALENA.- ¡Endemoniada! BERNARDA.- Aunque es mejor así. (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela! LA PONCIA.- (En la puerta.) ¡Abre! BERNARDA.- Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza. CRIADA.- (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos! BERNARDA.- (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué? LA PONCIA.- (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
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