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Los amos by Juan Bosch, Monografías, Ensayos de Lengua y Literatura

Libro de Juan Bosch Los amos 1939. Retrata la realidad laboral entre patrones y obreros de los medios y modo de producción de cualquier sociedad y trata temas como el de la crueldad, la injusticia y el abuso hacia la clase social mas baja,

Tipo: Monografías, Ensayos

2020/2021

Subido el 27/01/2021

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¡Descarga Los amos by Juan Bosch y más Monografías, Ensayos en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! Los amos by Juan Bosch. Cuando ya Cristino no servía ni para ordeñar una vaca, don Pío lo llamó y le dijo que iba a hacerle un regalo. —Le voy a dar medio peso para el camino. Usté está muy mal y no puede seguir trabajando. Si se mejora, vuelva. Cristino extendió una mano amarilla, que le temblaba. —Mucha’ gracia’, don. Quisiera coger el camino ya, pero tengo calentura. —Puede quedarse aquí esta noche, si quiere, y hasta hacerse una tisana de cabrita. Eso es bueno. Cristino se había quitado el sombrero, y el pelo abundante, largo y negro le caía sobre el pescuezo. La barba escasa parecía ensuciarle el rostro, de pómulos salientes. —Ta’ bien, don Pío —dijo—; que Dió se lo pague. Bajó lentamente los escalones, mientras se cubría de nuevo la cabeza con el viejo sombrero de fieltro negro. Al llegar al último escalón se detuvo un rato y se puso a mirar las vacas y los críos. —Qué animao ‘ta el becerrito —comentó en voz baja. Se trataba de uno que él había curado días antes. Había tenido gusanos en el ombligo y ahora correteaba y saltaba alegremente. Don Pío salió a la galería y también se detuvo a ver las reses. Don Pío era bajo, rechoncho, de ojos pequeños y rápidos. Cristino tenía tres años trabajando con él. Le pagaba un peso semanal por el ordeño, que se hacía de madrugada, las atenciones de la casa y el cuido de los terneros. Le había salido trabajador y tranquilo aquel hombre, pero había enfermado y don Pío no quería mantener gente enferma en su casa. Don Pío tendió la vista. A la distancia estaban los matorrales que cubrían el paso del arroyo, y sobre los matorrales, las nubes de mosquitos. Don Pío había mandado poner tela metálica en todas las puertas y ventanas de la casa, pero el rancho de los peones no tenía puertas ni ventanas; no tenía ni siquiera setos. Cristino se movió allá abajo, en el primer escalón, y don Pío quiso hacerle una última recomendación. —Cuando llegue a su casa póngase en cura, Cristino. —Ah, sí, cómo no, don. Mucha’ gracia’ —oyó responder. El sol hervía en cada diminuta hoja de la sabana. Desde las lomas de Terrero hasta las de San Francisco, perdidas hacia el norte, todo fulgía bajo el sol. Al borde de los potreros, bien lejos, había dos vacas. Apenas se las distinguía, pero Cristino conocía una por una todas las reses. —Vea, don —dijo—, aquella pinta que se aguaita allá debe haber parió anoche o por la mañana, porque no le veo barriga. Don Pío caminó arriba. —¿Usté cree, Cristino? Yo no la veo bien. —Arrímese pa’ aquel lao y la verá. Cristino tenía frío y la cabeza empezaba a dolerle, pero siguió con la vista al animal. —Dése una caminadita y me la arrea, Cristino —oyó decir a don Pío. —Yo fuera a buscarla, pero me ‘toy sintiendo mal. —¿La calentura? —Unjú. Me ‘ta subiendo. —Eso no hace. Ya usté está acostumbrado, Cristino. Vaya y tráigamela. Cristino se sujetaba el pecho con los dos brazos descarnados. Sentía que el frío iba dominándolo. Levantaba la frente. Todo aquel sol, el becerrito… —¿Va a traérmela? —insistió la voz. Con todo ese sol y las piernas temblándole, y los pies descalzos llenos de polvo. —¿Va a buscármela, Cristino? Tenía que responder, pero la lengua le pesaba. Se apretaba más los brazos sobre el pecho. Vestía una camisa de listado sucia y de tela tan delgada que no le abrigaba. Resonaron pisadas arriba y Cristino pensó que don Pío iba a bajar. Eso asustó a Cristino. —Ello sí, don —dijo—; voy a dir. Deje que se me pase el frío. —Con el sol se le quita. Hágame el favor, Cristino. Mire que esa vaca se me va y puedo perder el becerro. Cristino seguía temblando, pero comenzó a ponerse de pie.
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