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Los argonautas, Apuntes de Antropología

Asignatura: Antropologia, Profesor: Silvia Silvia, Carrera: Musicologia, Universidad: UAB

Tipo: Apuntes

2014/2015

Subido el 11/11/2015

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¡Descarga Los argonautas y más Apuntes en PDF de Antropología solo en Docsity! SÓN DS 67) Y NN a Obras Maestras del 7 Pensamiento Contemporáneo OSA IRIS Los argonautas del id ue)! ) Él | | I | | j PLANETA-AGOSTINI Bronislaw Malinowski Los argonautas del Pacífico occidental I Un estudio sobre comercio y aventura entre los indígenas de los archipiélagos de la Nueva Guinea melanésica Prólogo de JAMES G. FRAZER PLANETA-AGOSTINI Si Bronislaw Malinowski es uno de los grandes clásicos de la moderna ciencia antropológica, ello es debido en gran parte a Los argonautas del Pacífico occidental. Pocas obras hay en este campo que reúnan. tal cantidad de información empírica sobre las costumbres de un pueblo primitivo y que, al mismo tiempo, se hayan convertido en un modelo a seguir desde el punto de vista metodológico. Los argonautas... es, sin lugar a dudas, la investigación más importante y trascendental que llevó a cabo este antropólogo británico de origen polaco, y es también un texto fundacional de aquellos, realmente escasos, que marcan época. La génesis de este libro es singular por más de una razón. En 1914, a poco de estallar la Gran Guerra, Malinowski se hallaba en Inglaterra, donde se había graduado hacía poco en antropo- logía por la London School of Economics. Al ser súbdito aus- tríaco —Cracovia, su ciudad natal, pertenecía entonces al Im- perio austrohúngaro—, podía ser llamado a filas en cualquier momento. A fin de evitar esa posibilidad, se embarcó hacia Nueva Guinea, en la Melanesia. A este viaje le impulsaron tam- bién otros motivos, que él mismo explicó posteriormente: el te- dio de la vida académica, el deseo de aventura, el cansancio de las formas de vida que impone la civilización mecanizada. En Nueva Guinea, Malinowski se instaló primero entre los indígenas de Mailu, donde realizó su primer trabajo de campo. Pero en mayo de 1915, una vez cumplidos los objetivos que se había propuesto, decidió cambiar de escenario. Arribó entonces a las islas Trobriand, y en una aldea del distrito de Kiriwina, comenzó a recoger las primeras informaciones de lo que al cabo de unos años, en 1922, sería Los argonautas del Pacífico occi- dental. I I I El exhaustivo trabajo de campo que Malinowski llevó a cabo en las Trobriand a lo largo de dos años tenía escasos antecedentes en aquella época. Tal vez podrían citarse dos casos: el de Franz Boas, el gran pionero de la antropología norteamericana, que en la última década del pasado siglo trabajó in situ entre los esqui- males, y que más tarde dirigió la Jesup North Pacific —expedi- ción que estudió minuciosamente las relaciones entre los aborí- genes del Nordeste asiático y los de Norteamérica—; y el de C. G. Seligman —maestro, por cierto, de Malinowski—, A. C. Haddon y W. H. R. Rivers, que en 1898 recorrieron el estre- cho de Torres y Nueva Guinea, con el objeto de recoger mate- rial etnográfico de aquella zona. No es casual que Malinowski dedicara Los argonautas del Pacífico occidental a su maestro y amigo C. G. Seligman. En la actualidad, cuando el desarrollo de la ciencia antro- pológica ha invalidado algunas de las hipótesis que Malinowski consideraba centrales, el trabajo de las islas Trobriand perma- nece intacto en su carácter de modélica investigación de campo. La gran lección que se encierra en Los argonautas del Pacífico occidental es la de que no es posible el conocimiento antropo- lógico si el investigador no se «sumerge» en la vida de la co- munidad primitiva objeto de su estudio. Esto que hoy parece tan elemental no lo era tanto en la época en que Malinowski viajó a Nueva Guinea. De modo que el re- quisito que este gran antropólogo legó a través de su obra es el de la necesaria convivencia con los primitivos, y el de la trans- misión de las vivencias que el antropólogo ha tenido mientras ha estado trabajando en el campo con ellos. El lector que abra las páginas de Los argonautas caerá en seguida en la cuenta de que no se encuentra ante un sesudo trabajo teórico y erudito, sino ante un libro que, además de su necesario rigor conceptual, tiene la fuerza de un relato, el atractivo de una narración en la que se le cuentan hechos fabulosos (así. por ejemplo, todo el ceremonial que envuelve los preparativos y el desarrollo del kula, esto es, del sistema de intercambio comercial que ponían en práctica los nativos de las Trobriand). Aparte de su carácter modélico e innovador como trabajo de campo. Los argonautas del Pacífico occidental es una obra que contiene otros elementos valiosos, y que han resistido el paso del I V CRONOLOGÍA 1884 7 de abril: el antropólogo Bronislaw Malinowski nace en la ciudad polaca de Cracovia, a la sazón capital de la Ga- litzia austríaca. Su padre, Lucjan Malinowski, era un es- lavista especializado en el dialecto polaco hablado en la región de Silesia. 1897 De salud precaria, viaja con su madre por algunos países del sur de Europa. 1903 Comienza a estudiar filosofía en la Universidad de Cra- covia. 1908 Obtiene el doctorado en filosofía. Se traslada a Leipzig, en Alemania, a fin de estudiar psicología y economía. Nace su pasión por la antropología tras la lectura de La rama dorada, de Frazer. 1910 Se instala en Gran Bretaña. En la London School of Eco- nomics estudia antropología. 1913 Publica su primera obra importante: La familia entre los aborígenes australianos (The Family among the Australian Aborigines). 1914 Se inicia la Primera Guerra Mundial. Malinowski, que es súbdito austríaco y que, como tal, puede ser llamado a filas, parte para Nueva Guinea, en la Melanesia. Allí, se instala entre los indígenas de Mailu. 1915 En mayo, se traslada al cercano archipiélago de las Tro- briand. En Omarakana y en varias aldeas de la isla de Ki- riwina, Malinowski emprende un trabajo de campo que marcará un hito en la historia de la antropología; aprende la lengua de los nativos y convive con ellos, investigando todos los aspectos de su cultura. En Inglaterra aparece publicado Los indígenas de Mailu V I I 1916 1917 1919 1922 1924 1926 1927 1929 1931 1933 1935 1936 V I I I (The Natives of Mailu) fruto de su primer trabajo de campo realizado en 1914. En marzo concluye su primera estancia en las islas Tro- briand. Se doctora en antropología por la Universidad de Londres. Nueva estancia en las Trobriand. En Gran Bretaña, Malinowski contrae matrimonio con Elsie Rosaline Masson. A partir del material recogido en las Trobriand, publica una de sus obras más célebres, y que le proporciona un prestigio internacional inmediato: Argonautas del Pacífico occidental (Argonauts of the Western Pacific). Tras una larga estancia en las islas Canarias y en el sur de Francia, regresa a Londres, en cuya universidad pasa a enseñar antropología. Visita Estados Unidos. El mito en la psicología primitiva (Myth in Primitive Psy- chology). Crimen y costumbre en la sociedad salvaje (Crime and Cus- tom in Savage Society). Es designado profesor titular de antropología en la Uni- versidad de Londres. El padre en la psicología primitiva (The Father in Primitive Psychology). Sexo y represión en la sociedad salvaje (Sex and Repression in Savage Society). La vida sexual de los salvajes del Noroeste de la Melanesia (The Sexual Life of Savages in North-Western Melanesia). En el artículo «Cultura», que redacta para la Encyclopae- dia of the Social Sciences, Malinowski presenta una pri- mera articulación de su pensamiento teórico. Imparte un curso de antropología en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos. Se interesa por el estudio de las culturas americanas primitivas. Muere su mujer. Los jardines del Coral y su magia (Coral Gardens and their Magic). Nueva estancia en Estados Unidos. La Universidad de Harvard le nombra doctor honorario. Fundamentos de las creencias y la moral (The Foundations of Faith and Morals). 1938 Su interés por la cultura de los países africanos, que ha estudiado a lo largo de estos años, se refleja en el prólogo que redacta para Frente al monte Kenya (Facing Mount Kenya), de Jomo Kenyatta. 1940 Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Malinowski fija su residencia en Estados Unidos. Allí ejerce de profesor de antropología en la Universidad de Yale. Contrae matrimonio con la pintora Valetta Swann. 1941 Estancia en México. 1942 16 de mayo: Bronislaw Malinowski muere repentinamente de un ataque al corazón en New Haven, Connecticut. 1944 Valetta Swann edita postumamente Una teoría científica de la cultura (A Scientific Theory of Culture), la obra teó- rica más importante de Malinowski, y Libertad y civili- zación (Freedom and Civilization). 1945 Dinámica del cambio de la cultura (The Dynamics of Cul- ture Change). 1948 Aparece el conjunto de ensayos reunidos en Magia, cien- cia y religión (Magic, Science and Religion and Other Essays). 1967 A los veinticinco años de su muerte, se editan los diarios personales que escribió en polaco durante sus dos estan- cias en las Trobriand, y que aparecen con el título de Un diario en el sentido estricto del término (A Diary in the Strict Sense of the Term). I X REDFIELD, R . , Introducción a B. Malinowski, Magia, ciencia y religión. Barcelona (Ariel), 1982, 2.a ed. SCARDUELLI, P., Introducción a la antropología cultural. Madrid (Villalar), 1977. SHAPIRO, H. L., Hombre, cultura y sociedad. México (Fondo de Cultura Económica). 1975. WEYER, E., Jr.. Pueblos primitivos de hoy. La vida al margen de nuestra civilización. Barcelona (Seix Barral), 1972. X I I Los argonautas del Pacífico occidental Prefacio Mi estimado amigo el doctor B. Malinowski me ha pedido que le escriba un prefacio a su libro, y gustosamente cumplo el en- cargo, aunque de ningún modo creo que mis palabras puedan incrementar el valor del destacado logro de investigación antro- pológica que él nos ha regalado con este volumen. Mis observa- ciones versarán en parte sobre el método del autor y en parte sobre el tema del libro. Respecto al método, el doctor Malinowski ha realizado su tra- bajo, me parece a mí, en las mejores condiciones y de forma calculada para asegurar los mejores resultados posibles. Tanto por preparación teórica como por experiencia en trabajos de campo, estaba bien dotado para la empresa que acometió. De su preparación teórica había dado buena prueba en el erudito y reflexivo trabajo sobre la familia entre los aborígenes de Austra- lia;1 no menos satisfactoria resulta la muestra de trabajo de campo aportada con la descripción de los nativos de Mailu, Nueva Guinea, fruto de seis meses de residencia entre ellos.2 En las islas Trobriand, al este de Nueva Guinea, hacia las cuales a continuación dirigió su interés, el doctor Malinowski ha vivido durante muchos meses como un indígena entre los indígenas, observándolos diariamente en sus trabajos y diversiones, con- versando con ellos en su propia lengua y deduciendo todas las informaciones de las fuentes más seguras: la observación perso- nal y los relatos directamente escuchados de los nativos, en su propio idioma y sin mediación de intérprete. De este modo ha acumulado una gran cantidad de material, de alto valor cientí- fico, sobre la vida social, religiosa y económica o industrial de los habitantes de las Trobriand. Todo lo cual espera publicar en un futuro; mientras tanto, en el presente volumen, nos ha dado un estudio preliminar sobre una faceta llamativa y característica de la sociedad Trobriand: el curioso sistema de intercambio, sólo en parte económico o comercial, que los indígenas mantienen entre ellos y con los habitantes de las islas vecinas. Poca reflexión hace falta para convencerse de la importancia 1. The Family among the Australian Aborigines: A Sociological Study, University of London Press, Londres, 1913. 2. The Natives of Mailu: Preliminary Results of the Robert Morid Re- search Work in British New Guinea, «Transactions of the Royal Society of South Australia», vol. XXXIX, 1915, 7 fundamental que las fuerzas económicas tienen en todas las eta- pas del recurso humano, desde la más humilde a la más elevada. Después de todo, la especie humana es parte del universo animal, y como tal, igual que el resto de los animales, reposa sobre una base material desde la cual puede levantarse una vida superior, intelectual, moral o social, pero sin la cual ninguna superestruc- tura es posible. Este fundamento material, consistente en la necesidad de alimentación y un cierto grado de calor y amparo de los elementos, forma la base económica o industrial y es im- prescindible para la vida humana. Si hasta ahora los antropólo- gos la han descuidado, debemos suponer que ha sido más bien porque se sentían atraídos hacia el lado superior de la naturale- za humana, que porque deliberadamente ignoraran e infravalo- rasen la importancia y auténtica necesidad de la vertiente infe- rior. En disculpa de su descuido debe recordarse que la antro- pología es aún una ciencia joven y que la multitud de problemas que aguardan al investigador no pueden ser atacados de un golpe, sino que han de ser abordados uno tras otro. De cualquier forma, el doctor Malinowski ha hecho bien en recalcar el gran signifi- cado de la economía primitiva, aislando para especial considera- ción el llamativo sistema de intercambio de los habitantes de las islas Trobriand. Además, sabiamente, ha rehusado limitarse a la mera descrip- ción de los procedimientos de intercambio, y se ha determinado a penetrar en las motivaciones subyacentes y los sentimientos que despierta en las mentes de los indígenas. Se sostiene a veces que la sociología pura debe confinarse a la descripción de los hechos y dejar los problemas de motivaciones y sentimientos a la psicología. Es sin duda cierto, en un esquema lógico, que el análisis de las motivaciones y los sentimientos resulta distinguible de la descripción de los hechos, y que hablando con rigor cae dentro de la esfera de la psicología; pero en la práctica, un hecho no tiene sentido para el observador a menos que conozca o infiera los pensamientos y emociones del sujeto que lo realiza; por consiguiente, describir una serie de actuaciones sin referencia al estado de ánimo de quien los realiza no respondería a las pretensiones de la sociología, cuyo fin no es el de meramente registrar, sino el de comprender las acciones de los hombres en sociedad. Así que la sociología no puede completar su tarea sin recurrir, a cada paso, a la ayuda de la psicología. Característico del método del doctor Malinowski es tener en cuenta todas las complejidades de la naturaleza humana. Por asi decirlo, ve hombres en relieve, no perfiles de una sola dimen- sión. Recuerda que el hombre es una criatura de emociones, por lo menos tanto como de razón, y está constantemente en la bre- cha para descubrir lo mismo la base emocional que la racional de cualquiera de sus actos. El científico, como el hombre de letras, está demasiado predispuesto a ver la especie humana únicamen- 8 te en abstracto, seleccionando una de las facetas particulares de nuestro ser complejo y polifacético. De entre los grandes escri- tores, Moliére es un ilustre ejemplo de interpretación unilateral. Todos sus personajes están vistos en una sola dimensión: uno es un avaro, otro hipócrita, otro un fatuo, etc., pero ninguno es un hombre. Todos son maniquís vestidos de forma que se parez- can mucho a los seres humanos; pero el parecido no pasa de ser superficial, por dentro todo es falso y huero, porque la fidelidad a la naturaleza ha sido sacrificada en aras del efecto literario. Muy distinta es la representación de la naturaleza humana en los grandes artistas, tales como Cervantes o Shakespeare: sus perso- najes son sólidos, dibujados no desde una perspectiva, sino desde muchas. Sin duda que, en la ciencia, una cierta abstracción en el tratamiento es, no ya legítima, sino necesaria, puesto que la ciencia no es ni más ni menos que conocimiento elevado a la máxima potencia, y todo conocimiento implica un proceso de abstracción y generalización: incluso cuando somos capaces de reconocer a un individuo que vemos todos los días, esto sólo es posible como resultado de haber abstraído una idea hecha a base de generalizar sus apariencias anteriores. Asimismo, la ciencia del hombre se ve forzada a abstraer ciertos aspectos de la naturaleza humana y a considerarlos al margen de la rea- lidad concreta; o más bien se divide en múltiples ciencias, cada una de las cuales considera un aspecto particular del complejo organismo humano, como pueden ser el físico, el intelectual, el moral o el social; y las conclusiones generales que se obtienen representan, más ó menos, un cuadro incompleto del hombre como totalidad, puesto que los rasgos que lo componen no son sino unos pocos seleccionados entre una multitud. En el presente tratado, el doctor Malinowski se ocupa en es- pecial de lo que a primera vista puede parecer únicamente la actividad económica de los habitantes de las islas Trobriand; pero, con su acostumbrada amplitud de miras y agudeza de per- cepción, tiene buen cuidado en señalar que la curiosa circulación de bienes existente entre los habitantes de las Trobriand y los de otras islas, al tiempo que se acompaña de un comercio normal, no es bajo ningún concepto simple transacción comercial; de- muestra que no se basa en el puro cálculo utilitario, de benefi- cios y pérdidas, sino que satisface necesidades emocionales y estéticas de orden más elevado que la mera gratificación de las necesidades animales. Esto conduce al doctor Malinowski a criticar severamente la concepción habitual del Hombre Econó- mico Primitivo, especie de espectro que, parece ser, todavía ronda por los manuales de economía e incluso extiende su ne- fasta influencia a las mentes de ciertos antropólogos. Equipado con los andrajos de Jeremy y Bentham de Mr. Gradgrind,3 este 3. Personaje de Hard Times (Tiempos difíciles), de Dickens. (N. del T.) 9 saber especial, es omnipresente y de suma importancia en las Trobriand», está «enraizado a todas las actividades artesanales y comunitarias»; «toda la documentación reunida hasta el mo- mento evidencia la gran importancia de la magia en el Kula. Pero si tuviéramos que tratar cualquier otro aspecto de la vida tribal de estos indígenas, nos encotraríamos con que, siempre que emprenden alguna acción de importancia vital, recurren a la ayuda de la magia. Puede decirse sin exageración que, para ellos, la magia gobierna los destinos humanos; que provee al hombre con el poder de dominar las fuerzas de la Naturaleza, y que es para él su arma y su armadura contra los múltiples peligros que por todas partes le amenazan». Así, pues para los habitantes de las islas Trobriand, la magia es un poder de suprema importancia, tanto para el bien como para el mal; puede ser la fortuna o la desgracia de un hombre; puede sostener y proteger al individuo y a la comunidad, o dañar- los y destruirlos. En comparación con esta creencia universal y profunda, la creencia en los espíritus de los muertos no parece ejercer sino muy poca influencia en la vida de estas gentes. Con- trariamente a la actitud general de los salvajes hacia los espíritus de los difuntos, éstos son descritos como casi carentes de miedo a los aparecidos. Creen, desde luego, que los difuntos vuelven a sus aldeas una vez al año para participar en la gran fiesta anual; pero «en general los espíritus no influyen mucho, ni para bien ni para mal, sobre los seres humanos»; «nada hay de la mutua interacción, de la colaboración íntima entre el hombre y el espíritu que es la esencia del culto religioso». El absoluto predominio de la magia sobre la religión, por lo menos en lo que al culto de los muertos se refiere, es un rasgo llamativo de la cultura de un pueblo, como es éste de las islas Trobriand, que comparativamente se sitúa a un nivel alto entre los salvajes. Resulta así una nueva prueba de la extraordinaria fuerza y per- sistencia que tal ilusión ha tenido y sigue teniendo en todo el mundo sobre el espíritu humano. No hay duda de que el informe completo de las investigaciones del doctor Malinowski en las islas Trobriand nos enseñará mucho más sobre las relaciones existentes entre magia y religión. Por la paciente observación que ha dedicado a una sola institu- ción y la riqueza de detalles con que la ilustra, podemos juzgar sobre la amplitud y valor de la obra más extensa que está pre- parando. Promete ser uno de los estudios más completos y cien- tíficos que se hayan hecho sobre un pueblo salvaje. JAMES. G . FRAZER The Temple, Londres, 1 de marzo de 1922 12 Prólogo del autor La etnología se encuentra en una situación tan lamentablemen- te ridícula, por no decir trágica, que a la hora de empezar a orga- nizarse, a fraguar sus propias herramientas, a ponerse a punto para cumplir la tarea fijada, el material de su estudio desaparece con una rapidez desesperante. Precisamente ahora que los méto- dos y fines de la investigación etnológica han tomado forma, que personas bien preparadas para este trabajo han comenzado a recorrer los paises salvajes y a estudiar a sus habitantes, estos salvajes se extinguen delante de nuestros propios ojos. Las investigaciones sobre razas indígenas realizadas por per- sonas de preparación académica han dejado fuera de dudas que la investigación científica y metódica puede proporcionar resul- tados mucho más abundantes y de mejor calidad que el trabajo del más esforzado amateur. Aunque no todos, la mayor parte de los trabajos científicos modernos han revelado aspectos absolu- tamente nuevos e inesperados de la vida tribal. Nos han propor- cionado, con rasgos contundentes, el cuadro de las instituciones sociales a menudo sorprendentemente vasto y complejo. Nos han presentado al nativo tal como es, con sus creencias y prác- ticas tanto religiosas como mágicas. Nos han permitido penetrar en su mentalidad de un modo mucho más profundo que antes. Gracias a estos nuevos materiales de cuño científico, los estudio- sos de etnología comparada han sacado ya algunas conclusiones muy importantes sobre el origen de las costumbres, de las creen- cias y de las instituciones humanas; sobre la historia de las culturas, su difusión y sus contactos; sobre las leyes del compor- tamiento del hombre en sociedad, y sobre el espíritu humano. La esperanza de ganar una nueva visión de la humanidad salvaje gracias a los trabajos de especialistas científicos, aparece como un espejismo que se desvanece en el mismo instante de percibirlo. Pues si en el momento actual todavía hay gran número de comunidades indígenas susceptibles de ser científicamente estudiadas, dentro de una generación, o de dos, tales comunida- des o sus culturas prácticamente habrán desaparecido. Urge tra- bajar con tenacidad, ya que el tiempo disponible es breve. Hasta el momento, tampoco el público ha tenido suficiente interés por estos estudios. Hay pocos estudiosos de la materia, y el estímulo que reciben es escaso. Por ello, no siento ninguna necesidad de justificar una investigación etnológica que es el resultado de una investigación especializada hecha sobre el terreno. 13 En este volumen, describiendo ciertas formas de relaciones comerciales entre las tribus indígenas de Nueva Guinea, tan sólo trataré un aspecto de la vida de los salvajes. De entre un material etnográfico que abarca la totalidad de la cultura tribal de un distrito, se ha escogido este tema para presentar una monografía preliminar. Un trabajo etnográfico riguroso exige, sin duda, tratar con la totalidad de los aspectos sociales, culturales y psicológicos de la comunidad, pues hasta tal punto están entrelazados que es imposible comprender uno de ellos sin tener en consideración todos los demás. El lector de esta monografía pronto se dará cuenta de que, si bien el tema principal es de orden económico —pues se ocupa de la organización comercial, del intercambio y del comercio—, hay constantes referencias a la organización social, al poder de la magia, a la mitología, al folklore y también a otros aspectos, a la vez que se desarrolla el objeto principal del estudio. Este libro se refiere al área geográfica delimitada por los archipiélagos que se extienden por el extremo oriental de Nueva Guinea. Y dentro de esta zona, el principal campo de investiga- ción fue un distrito, el de las islas Trobriand. Este, por lo menos, ha sido estudiado con toda minuciosidad. He vivido en este archi- piélago cerca de dos años, en el curso de tres expediciones a Nueva Guinea, lo que me ha permitido adquirir un perfecto conocimiento del idioma. Hice mi trabajo completamente solo, viviendo la mayor parte del tiempo en los poblados indígenas. En consecuencia, tenía constantemente ante mis ojos la vida diaria de los nativos, a la vez que tampoco podían escapárseme los sucesos casuales o dramáticos, muertes, peleas o alborotos pueblerinos, ni los acontecimientos ceremoniales y públicos. En el estado actual de la etnografía, cuando aún queda tanto camino por trillar para futuras investigaciones y para el esta- blecimiento de su propio campo de acción, es preciso que cada nuevo trabajo justifique su aparición respondiendo a algunos puntos: debe aportar alguna innovación metodológica; debe aven- tajar, tanto en profundidad como en extensión, el estado de la investigación precedente, y por último, debe tratar de presentar sus resultados de manera exacta y sin que la exposición resulte aburrida. El especialista interesado por la metodología encon- trará en la introducción, apartados II al IX, y en el capítulo XVIII la exposición de mis puntos de vista y de los esfuerzos realiza- dos en este sentido. El lector más interesado por los resultados que por la forma de obtenerlos encontrará, en los capítulos IV al XXI, una narración completa de las expediciones kula y de las ceremonias y creencias con que están asociadas. El estudioso que no sólo se interese por la descripción, sino también por el transfondo etnográfico necesario para la misma y por una clara definición de la institución, encontrará lo primero en los capítu- los I y II y lo segundo en el capítulo III. 14 NOTA SOBRE FONÉTICA Los nombres y palabras indígenas que figuran en este libro han sido transcritos de acuerdo con los elementales preceptos que recomiendan la Royal Geographical Society y el Royal Anthro- pological Institute. Es decir, las vocales se pronuncian como en italiano y las consonantes como en inglés. Este sistema de pronunciación permite reproducir los sonidos de los idiomas melanesios de Nueva Guinea con suficiente fidelidad. El após- trofe puesto entre las vocales indica que deben pronunciarse por separado, sin unirlas en diptongo. El acento recae casi siempre sobre la penúltima sílaba; en muy raras ocasiones sobre la antepenúltima. Las sílabas deben pronunciarse con ni- tidez y bien diferenciadas. 17 MAPA I. En este mapa y en el siguiente, los nombres indígenas y su ortografía se transcriben con la nomenclatura que se encuen- tra en las cartas y mapas antiguos. En los mapas III al V los nombres indígenas aparecen tal como yo los he establecido y transcrito fonéticamente. 18 Introducción: objeto, método y finalidad de esta investigación I. [NAVEGACION Y COMERCIO EN LOS MARES DEL SUR: EL KULA]* Las poblaciones costeras de las islas del mar del Sur, con muy pocas excepciones, son, o lo eran antes de su extinción, expertos navegantes y comerciantes. Algunos de ellos concibie- ron excelentes tipos de grandes canoas de alta mar y las usaban para expediciones comerciales a gran distancia o para incur- siones guerreras y de conquista. Los papúe-melanesios que habi- tan en la costa - y en las islas que se extienden alrededor de Nueva Guinea no son una excepción a esta regla. En general son intrépidos navegantes, activos artesanos y hábiles comer- ciantes. Los centros manufactureros de importantes artículos, tales como alfarería, instrumentos de piedra, canoas, cestería fina u ornamentos de valor, están localizados en diversos lugares de acuerdo con la destreza de los habitantes, la tradición tribal heredada y las particulares facilidades que el distrito ofrezca; de ahí que su comercio se extienda por grandes áreas, recorriendo a veces cientos de millas. Entre las diversas tribus se han establecido determinadas formas de intercambio a través de rutas precisas. Uno de los tipos de comercio intertribal más destacable es el que realizan los motu de Port Moresby con las tribus del golfo de Papua. Los motu navegan cientos de millas en canoas pesadas y poco mane- jables, llamadas lakatoi, equipadas con velas muy características en forma de pinza de cangrejo. Esta tribu abastece a los papúes del golfo de alfarería y ornamentos de concha, en otro tiempo también de láminas de piedra, y a cambio obtiene de ellos sagú y pesadas canoas que los motu utilizan a su vez para la cons- trucción de las canoas lakatoi.1 Más hacia el este, en las costas del Sur, vive la población marinera y laboriosa de los mailu, que por medio de expedicio- nes comerciales anuales enlazan el extremo oriental de Nueva * La mayoría de apartados de la edición original carecía de epígrafes: en nuestra edición indicamos entre corchetes [ ] los epígrafes que 110 proceden de aquélla. (Nota editorial.) 1. Las hiri, como se llaman estas expediciones en lengua motu, han sido descritas, con gran riqueza de detalles y claridad en el esquema, por el ca- pitán F. Barton. C. G. Seligman, The Melanesians of British New Guinea, Cambridge, 1910, capitulo VIII. 19 III. [EL TRABAJO DE CAMPO] Imagínese que de repente está en tierra, rodeado de todos sus pertrechos, solo en una playa tropical cercana de un poblado indígena, mientras ve alejarse hasta desaparecer la lancha que le ha llevado. Desde que uno instala su residencia en un compartimento de la vecindad blanca, de comerciantes o misioneros, no hay otra cosa que hacer sino empezar directamente el trabajo de etnógrafo. Imagínese, además, que es usted un principiante, sin experiencia previa, sin nada que le guíe ni nadie para ayudarle. Se da el caso de que el hombre blanco está temporalmente ausente, o bien ocupado, o bien que no desea perder el tiempo en ayudarle. Eso fue exactamente lo que ocurrió en mi iniciación en el tra- bajo de campo, en la costa sur de Nueva Guinea. Recuerdo muy bien las largas visitas que rendí a los poblados durante las pri- meras semanas, y el descorazonamiento y la desesperanza que sentía después de haber fallado rotundamente en los muchos in- tentos, obstinados pero inútiles, de entrar en contacto con los indígenas o de hacerme con algún material. Tuve períodos de tal desaliento que me encerré a leer novelas como un hombre pueda darse a la bebida en el paroxismo de la depresión y el aburri- miento del trópico. Imagínese luego haciendo su primera entrada en una aldea, solo o acompañado de un cicerone blanco. Algunos indígenas se agrupan a su alrededor, sobre todo si huele a tabaco. Otros, los más dignos y de mayor edad, permanecen sentados en sus sitios. Su compañero blanco tiene su propia forma rutinaria de tratar a los indígenas y no entiende nada, ni le importa mucho la ma- nera en que uno, como etnógrafo, se les aproximaría. La primera visita le deja con la esperanza de que al volver solo las cosas serán más fáciles. Por lo menos, tales eran mis esperanzas. Volví a su debido tiempo y pronto reuní una audiencia a mi alrededor. Cruzamos unos cuantos cumplidos en pidgin-English, se ofreció tabaco y tomamos así un primer contacto en una atmósfera de mutua cordialidad. Luego intenté proceder a mis asuntos. En primer lugar, para empezar con temas que no pudie- ran despertar suspicacias, comencé a «hacer» tecnología. Unos cuantos indígenas se pusieron a fabricar diversos objetos. Fue fácil observarlos y conseguir los nombres de las herramientas e incluso algunas expresiones técnicas sobre los distintos proce- dimientos; pero eso fue todo. Debe tenerse en cuenta que el pidgin-English es un instrumento muy imperfecto para expresar las ideas y que, antes de adquirir soltura en formular las pre- guntas y entender las contestaciones, se tiene la desagradable impresión de que nunca se conseguirá completamente la libre comunicación con los indígenas; y en un principio yo fui incapaz de entrar en más detalles o en una conversación explícita con 22 ellos. Sabía que el mejor remedio era ir recogiendo datos con- cretos, y obrando en consecuencia hice un censo del poblado, tomé notas de las genealogías, levanté planos y registré los términos de parentesco. Pero todo esto quedaba como material muerto que no me permitía avanzar en la comprensión de la mentalidad y el verdadero comportamiento del indígena, ya que no conseguí sacarles a mis interlocutores ninguna interpretación sobre estos puntos, ni pude captar lo que llamaríamos el sentido de la vida tribal. Tampoco avancé un paso en el conocimiento de sus ideas religiosas y mágicas, ni en sus creencias sobre la hechi- cería y los espíritus, a excepción de unos cuantos datos super- ficiales del folklore, encima mutilados por el uso forzado del pidgin-English. La información que recibí por boca de algunos residentes blancos del distrito, de cara a mi trabajo, fue todavía más desa- nimadora que todo lo demás. Había hombres que habían vivido allí durante años, con constantes oportunidades de observar a los indígenas y comunicarse con ellos, y que, sin embargo, a duras penas sabían nada que tuviera interés. ¿Cómo podía, pues, confiar en ponerme a su nivel o superarlos en unos cuantos meses o en un año? Además, la forma en que mis informantes blancos hablaban sobre los indígenas y emitían sus puntos de vista era, naturalmente, la de mentes inexpertas y no habituadas a formular sus pensamientos con algún grado de coherencia y precisión. Y en su mayoría, como es de suponer, estaban llenos de prejuicios y opiniones tendenciosas inevitables en el hombre práctico medio, ya sea administrador, misionero o comerciante, opiniones que repugnan a quien busca la objetividad y se esfuer- za por tener una visión científica de las cosas. La costumbre de tratar con superioridad y suficiencia lo que para el etnólogo es realmente serio, el escaso valor conferido a lo que para él es un tesoro científico —me refiero a la autonomía y las peculiaridades culturales y mentales de los indígenas—, esos tópicos tan fre- cuentes en los textos de los amateurs, fueron la tónica general que encontré entre los residentes blancos.5 De hecho, en mi primer período de investigación en la costa del sur no logré ningún progreso hasta que estuve solo en la zona; y en todo caso, lo que descubrí es dónde reside el secreto de un trabajo de campo efectivo. ¿Cuál es, pues, la magia del etnógrafo que le permite captar el espíritu de los indígenas, el auténtico cuadro de la vida tribal? Como de costumbre, sólo obtendremos resultados satisfactorios si aplicamos paciente y sistemáticamente cierto número de reglas de sentido común y los principios cien- 5. Debo hacer notar, desde un principio, que había unas cuantas agra- dables excepciones. Por sólo mencionar a mis amigos: Billy Hancock, en las Trobriand; Mr. Raffael Brudo, otro comerciante de perlas; y el misionero Mr. M. K. Gilmour. 23 tíficos demostrados, y nunca mediante el descubrimiento de algún atajo que conduzca a los resultados deseados sin esfuerzo ni problemas. Los principios metodológicos pueden agruparse bajo tres epígrafes principales; ante todo, el estudioso debe al- bergar propósitos estrictamente científicos y conocer las normas y los criterios de la etnografía moderna. En segundo lugar, debe colocarse en buenas condiciones para su trabajo, es decir, lo más importante de todo, no vivir con otros blancos, sino entre los indígenas. Por último, tiene que utilizar cierto número de métodos precisos en orden a recoger, manejar y establecer sus pruebas. Es necesario decir unas pocas palabras sobre estas tres piedras angulares del trabajo de campo, empezando por la segunda, la más elemental. IV. CONDICIONES ADECUADAS PARA EL TRABAJO ETNOGRAFICO Como se ha dicho, lo fundamental es apartarse de la compa- ñía de los otros blancos y permanecer con los indígenas en un contacto tan estrecho como se pueda, lo cual sólo es realmente posible si se acampa en su mismos poblados. Es muy agradable tener una base en casa de algún blanco, para guardar las provi- siones y saber que se tiene un refugio en caso de enfermedad o empacho de vida indígena. Pero debe estar lo suficientemente alejada como para que no se convierta en el medio permanente en que se vive y del que sólo se sale a determinadas horas para «hacer poblado». Incluso no conviene estar lo bastante cerca como para que se puedan hacer excursiones de recreo en cual- quier momento. Dado que el indígena no es un compañero moral para el hombre blanco, después de haber estado trabajando con él durante varias horas, viendo cómo cuida sus huertos, o de- jándole que cuente anécdotas de su folklore, o discutiendo sus costumbres, es natural que apetezca la compañía de alguien como nosotros. Pero si uno está solo en un poblado, sin posibilidad de satisfacer este deseo, se marcha a dar un paseo solitario durante una hora, más o menos, y a la vuelta busca espontánea- mente la sociedad de los indígenas, esta vez por contraste con la soledad, igual que aceptaría cualquier otro acompañante. A través de este trato natural se aprende a conocer el ambiente y a familiarizarse con sus costumbres y creencias mucho mejor que si se estuviera atendido por un informador pagado y a me- nudo sin interés. Esta es toda la diferencia que hay entre zambullirse esporá- dicamente en el medio de los indígenas y estar en auténtico contacto con ellos. ¿Qué significa esto último? Para el etnógrafo significa que su vida en el poblado —en principio una aventura 24 El concepto de animismo ha reemplazado al de «fetichismo» o «culto demoníaco», términos ambos sin el menor sentido. La comprensión de los sistemas clasificatorios por lazos de paren- tesco ha abierto el camino de las investigaciones modernas sobre sociología de los indígenas en trabajos de campo debidos a la escuela de Cambridge. El análisis psicológico de los pensa- dores alemanes ha puesto en claro la abundante cosecha de va- liosas informaciones obtenidas por las recientes expediciones alemanas a África, Sudamérica y el Pacífico, mientras que los trabajos teóricos de Frazer, Durkheim y otros han inspirado —y sin duda lo continuarán haciendo durante mucho tiempo toda- vía— a los investigadores de campo, conduciéndoles a nuevos resultados. El investigador de campo se orienta a partir de la teoría. Desde luego, se puede ser pensador teórico e investigador al mismo tiempo, en cuyo caso uno puede buscar en sí mismo los estímulos. Pero estas dos funciones son diferentes, y de hecho se ejercen por separado en las investigaciones reales, tanto en el tiempo como en las condiciones de trabajo. Al igual que sucede siempre que el interés científico se vuelca sobre un dominio y comienza a trabajar en un campo hasta el momento abandonado a la curiosidad de los amateurs, la Etno- grafía ha introducido ley y orden en un dominio que parecía caótico y caprichoso. Ha transformado el mundo efectista, feroz e irresponsable de los «salvajes» en cierto número de comunida- des bien ordenadas, gobernadas por leyes y que se comportan y piensan con arreglo a determinados principios. La palabra «sal- vaje», sea cual fuese su significación original, connota ideas de libertad desaforada e irregularidad, y evoca algo de extremada y extraordinaria rareza. Es creencia popular que los indígenas viven en el seno mismo de la Naturaleza, más o menos como pueden y quieren, víctimas de temores descontrolados y creen- cias fantasmagóricas. La ciencia moderna, por el contrario, de- muestra que sus instituciones sociales tienen una organización bien definida, que se gobiernan con autoridad, ley y orden, tanto en sus relaciones públicas como en las privadas, estando estas últimas, además, bajo el control de lazos de parentesco y clan sumamente complejos. De hecho, les vemos enredados en una malla de deberes, funciones y privilegios que corresponden a una elevada organización tribal, comunal y de parentesco. Sus creencias y prácticas no están de ninguna manera desprovistas de cierta coherencia, y los conocimientos que poseen del mundo exterior les bastan en muchos casos para guiarse en sus activi- dades y empresas, que llevan a cabo con vigor. Sus producciones artísticas tampoco están faltas de significado ni de belleza. Qué lejos queda de la posición de la moderna etnografía la famosa respuesta dada hace mucho tiempo por una autoridad colonial que, habiéndosele preguntado sobre las costumbres y maneras de los indígenas, respondió: «Costumbres ningunas, ma- 27 neras bestiales.» Ésta, con sus cuadros de términos de parentesco, sus genealogías, mapas, planos y diagramas, prueba la existencia de una organización fuerte y extensa, nos enseña la composición de la tribu, del clan y de la familia, y además nos presenta el cuadro de los indígenas sometidos a normas de comportamiento y buenas maneras frente a las que, en comparación, la vida cortesana de Versalles o del Escorial era libre y fácil.7 En consecuencia, el ideal primordial y básico del trabajo et- nográfico de campo es dar un esquema claro y coherente de la estructura social y destacar, de entre el cúmulo de hechos irre- levantes, las leyes y normas que todo fenómeno cultural conlleva. En primer lugar debe determinarse el esqueleto de la vida tribal. Este ideal exige, ante todo, la obligación de hacer un estudio completo de los fenómenos y no buscar lo efectista, lo singular, y menos lo divertido y extravagante. Han pasado los tiempos en que podíamos admitir las descripciones de los indígenas que los presentaban como una caricatura grotesca e infantil del ser humano. Tal cuadro es falso y, como otras muchas falsedades, ha sido destruido por la ciencia. El etnógrafo de campo tiene que dominar con seriedad y rigor, el conjunto completo de los fenómenos en cada uno de los aspectos de la cultura tribal es- tudiada, sin hacer ninguna diferencia entre lo que es un lugar común carente de atractivo o normal, y lo que llama la atención por ser sorprendente y fuera de lo acostumbrado. Al mismo tiempo, en toda su integridad y bajo todas sus facetas, la cul- tura tribal debe ser el foco de interés de la investigación. La estructura, la ley y el orden, que se han revelado en cada aspecto, se aúnan también en un conjunto coherente. El etnógrafo que se proponga estudiar sólo religión, o bien tecnología, u organización social, por separado, delimita el campo de su investigación de forma artificial, y eso le supondrá una seria desventaja en el trabajo. 7. Las legendarias «autoridades de antaño», que no veían en los indí- genas más que a seres bestiales y sin costumbres, se quedaban cortas al lado del moderno autor que, hablando sobre los massim meridionales, con los que habla vivido y trabajado en estrecho contacto durante muchos años, dice: «Enseñamos a estos hombres sin ley a que sean obedientes, a estos hombres inhumanos a amar, a estos hombres salvajes a civilizarse.» E insiste: «Nada gula su conducta más que los instintos y las apetencias, y están go- bernados por sus pasiones descontroladas»; «Salvajes, inhumanos y sin ley». Tal versión, grosera y desfigurada, del auténtico estado de cosas serla difícil de concebir incluso para quien pretendiese parodiar el punto de vista de los misioneros. Citado del Rev. C. W. Abel, de la London Missionary Society, Savage Life in New Guinea, sin fecha. 28 VI. [LA ESTRUCTURA TRIBAL Y LA ANATOMIA DE SU CULTURA] Habiendo establecido esta regla tan general, entremos en consideraciones más específicas sobre el método. Tal y como acabamos de decir, el etnógrafo tiene el deber de destacar todas las reglas y normas de la vida tribal; todo lo que es fijo y permanente; debe reconstruir la anatomía de su cultura y describir la estructura de la sociedad. Pero estas cosas, aunque estén bien cristalizadas y establecidas, no están formuladas en ninguna parte. No hay un código escrito o explícito de cualquier otra forma, y toda la tradición tribal, toda la estructura de la sociedad, está incrustrada en el más escurridizo de los materiales: el ser humano. Pero tampoco se encuentran estas leyes claramen- te explícitas en la mente o la memoria de los hombres. Los indígenas obedecen las coacciones y los mandatos del código tribal sin comprenderlos, de la misma manera que obedecen sus impulsos e instintos sin poder enunciar ni una sola ley de psico- logía. Las normas de las instituciones indígenas son el resultado automático de la interacción entre las fuerzas mentales de la tradición y las condiciones materiales del medio ambiente. Exac- tamente como cualquier miembro modesto de una institución moderna —ya sea el Estado, la Iglesia o el Ejército— depende de la institución y está en la institución, pero carece de perspec- tiva sobre el funcionamiento íntegro resultante del conjunto, y todavía está menos capacitado para hacer un informe sobre su organización, de la misma forma sería inútil intentar preguntarle a un indígena en términos sociológicos abstractos. La diferencia es que, en nuestra sociedad, cada institución tiene sus miembros instruidos, sus historiadores, sus archivos y documentos, mien- tras que la sociedad indígena no tiene nada de eso. Una vez la diferencia ha sido vista debe encontrarse un medio para superar esta dificultad. Para el etnógrafo, la solución consiste en recoger datos concretos de pruebas testimoniales y forjar sus propias deducciones y generalizaciones. Esto parece evidente, pero no fue resuelto, o por lo menos practicado en etnografía, hasta que los hombres de ciencia comenzaron a hacer el trabajo de campo. Por lo demás, a la hora de llevarlo a la práctica, no resulta nada fácil ver las aplicaciones concretas del método ni desarrollarlas sistemáticamente y con coherencia. Aunque no podemos preguntarle al indígena sobre las reglas generales abstractas, sí podemos plantearle cuestiones sobre có- mo trataría casos concretos. Así, por ejemplo, para preguntar cómo consideran un crimen o cómo lo castigarían, sería inútil hacerle al indígena una pregunta tan general como «¿Qué trato daría usted a un criminal y cómo le castigaría?», pues ni si- quiera hay palabras para expresarla en lengua indígena, ni en pidgin. Pero si le cuento un caso imaginario o, todavía mejor, 29 sarlos luego a un cuadro sinóptico; del mismo modo, podemos trazar un cuadro de todas las ofrendas y regalos habituales en una sociedad dada, incluyendo la definición sociológica, cere- monial y económica de cada artículo. También los sistema de magia, las series de ceremonias interrelacionadas, los diversos tipos de actos legales, todo puede ser fichado de modo que cada elemento pueda determinarse sinópticamente bajo cierto número de epígrafes. Además de esto, los censos genealógicos de cada comunidad estudiados al detalle, los mapas, planos y diagramas minuciosos que ilustren la propiedad de las tierras cultivables, los privilegios de caza y pesca, etc., constituyen, sin duda, una documentación esencial para la investigación et- nográfica. Una genealogía no es más que un cuadro sinóptico de cierto número de relaciones de parentesco conectadas entre sí. Su valor como instrumento de investigación radica en que le per- mite al investigador formularse preguntas in abstracto, suscep- tibles de ser preguntadas en concreto al informador indígena. Como documento, su valor consiste en que proporciona cierto número de datos comprobados y los presenta en su forma na- tural de asociación. La misma función cumple un cuadro si- nóptico sobre la magia. Como instrumentos de investigación los he utilizado, por ejemplo, para verificar las ideas acerca de las características del poder mágico. Teniendo el cuadro a la vista, he podido, con facilidad y provecho, ir pasando de uno a otro apartado, anotando las principales prácticas y ceremo- nias correspondientes a cada uno de ellos. Deduciendo un coro- lario general de todos los casos pude, entonces, conseguir res- puesta a mi problema abstracto; el procedimiento a seguir se especifica en los capítulos XVII y XVIII.9 No puedo entrar en más consideraciones sobre este problema, lo que entrañaría nue- vas distinciones como las existentes entre los cuadros de datos reales, concretos, tal una genealogía, y los cuadros que resumen los esquemas de costumbres o creencias, como sería el cuadro de un sistema mágico. Volviendo una vez más al problema de la honradez metodo- lógica, previamente discutido en el apartado II, me gustaría señalar aquí que el procedimiento de presentar los datos en forma concreta y tabulada debe aplicarse, en primer lugar, a 9. En este libro, junto al cuadro anejo, que no pertenece exactamente a la clase de documentos a que aquí me refiero, el lector sólo encontrará unas pocas muestras de cuadros sinópticos, como la lista de participantes en el Kula que se menciona y analiza en el capítulo XIII, apartado II; la lista de ofrendas y regalos del capítulo VI, apartado VI, sólo descritos y no clasificados en cuadro; los datos sinópticos de una expedición kula en el capítulo-XVI, y el cuadro de la magia kula que se incluye en el capítulo XVII. He preferido no sobrecargar este trabajo con gráficos y demás, pre- firiendo reservarlos para la edición completa de mis materiales. 32 las propias pruebas del etnógrafo. Es decir, un etnógrafo que pretenda inspirar confianza debe exponer clara y concisamente, en forma tabularizada, cuáles han sido sus observaciones direc- tas y cuáles las informaciones indirectas que sostienen su des- cripción. El cuadro siguiente servirá de ejemplo sobre lo que digo y ayudará al lector de esta obra á hacerse una idea de la fidelidad de cualquier descripción que tenga interés en com- probar. Con la ayuda de este cuadro y de las muchas refe- rencias espaciadas por el libro, aclarando cómo, en qué circuns- tancias y a qué nivel de exactitud llegué a conocer cada hecho concreto, confío en que no quedará ningún punto oscuro res- pecto a las fuentes de este libro. Lista cronológica de las expediciones Kula presenciadas por el autor Primera expedición, agosto de 1914-marzo de 1915. Marzo de 1915. En el poblado de Dikoyas (isla de Woodlark) ve unas cuantas ofrendas ceremoniales. Obtiene los primeros informes. Segunda expedición, mayo de 1915-mayo de 1916. Junio de 1915. Una visita kabigidoya llega a Kiriwina desde Vakuta. Presencia cómo se fondean en Kavataria y a los hombres en Omarakana, donde reúne información. Julio de 1915. Varios grupos de Kitava desembarcan en la playa de Kaulukuba. Interroga a los hombres en Omarakana. En estos días recoge mucha información. Septiembre de 1915. Intento fallido de embarcar hacia Kitava con To'uluwa, el jefe de Omarakana. Octubre-noviembre de 1915. Presencia la marcha de tres expedi- ciones de Kiriwina hacia Kitava. Cada vez To'uluwa regresa con un cargamento de mwali (brazaletes de concha). Noviembre de 1915-marzo de 1916. Preparativos para una gran expedición a alta mar, desde Kiriwina a las islas Marshall Bennett. Construcción de una canoa; reparación de otra; fa- bricación de una vela en Omarakana; botadura; tasasoria en la playa de Kaulukuba. Al mismo tiempo obtiene infor- mación sobre estas y otras materias relacionadas. Obtiene al- gunos textos mágicos sobre la construcción de canoas y la magia del Kula. Tercera expedición, octubre de 1917-octubre de 1918. Noviembre de 1917 - diciembre de 1917. Kula en el interior del país; obtiene algunos datos en Tukwaukwa. Diciembre de 1917 - febrero de 1918. Grupos de Kitawa llegan a 33 Wawela. Recogida de información sobre el yoyova. Consigue las fórmulas mágicas del Kaygau. Marzo de 1918. Preparativos en Sanaroa; preparativos en las Amphletts; la flota dobu llega a las Amphletts. La expedición uvalaku procedente de Dobu sigue hacia Boyowa. Abril de 1918. La llegada; la recepción en Sinaketa; las transac- ciones kula; la gran asamblea intertribal. Obtención de al- gunas fórmulas mágicas. Mayo de 1918. Ve un grupo de Kitava en Vakuta. Junio - julio de 1918. En Omarakana, verificación y ampliación de los informes sobre la magia kula y las costumbres, especial- mente con respecto a las ramas orientales. Agosto-septiembre de 1918. Obtiene textos mágicos en Sinaketa. Octubre de 1918. Obtiene información de un cierto número de indígenas de Dobu y del distrito meridional de Massim (in- terrogados en Samarai). Para resumir el primer punto crucial del método, digamos que cada fenómeno debe ser estudiado desde la perspectiva, lo más amplia posible, de sus manifestaciones concretas, y pro- cediendo a un examen exhaustivo de los ejemplos que se espe- cifiquen. Si es posible, los resultados deben tabularse en una especie de cuadro sinóptico, a la vez útil como instrumento de estudio y como documento etnológico. La ayuda que prestan ta- les documentos y tales estudios de los hechos reales permite exponer las líneas directrices del entramado de la cultura indíge- na, en el sentido más amplio de la palabra, y la estructura de la sociedad. Este método podría llamarse el método de documen- tación estadística a partir del ejemplo concreto. VII. [LA VIDA INDIGENA] No hay necesidad de añadir que, a este respecto, cualquier trabajo de campo científico está muy por encima del mejor lo- gro amateur. Sin embargo, hay un punto en que a menudo so- bresalen estos últimos. Sé trata de la descripción de los rasgos íntimos de la vida indígena, de la capacidad para hacernos llegar estos aspectos con los que sólo es posible familiarizarse a través de un estrecho contacto con los indígenas, cualquiera que sea la forma, durante un largo período de tiempo. Ciertos exponen- tes del trabajo científico —en, especial los que han venido a lla- marse «trabajos de prospección»— nos proporcionan un exce- lente esqueleto, por así decirlo, de la estructura tribal, pero ca- recen por completo de vida. Aprendemos mucho de la estruc- tura de la sociedad, pero no podemos percibir ni imaginar las realidades de la vida humana, el flujo rutinario de la vida dia- 34 dígena, y si el etnógrafo pretende hacer llegar al lector la vida real de estos pueblos no lo debe olvidar en ningún momento. Ningún aspecto, íntimo o legal, debe pasarse por alto. Sin em- bargo, en los trabajos etnográficos no se encuentran, por lo ge- neral, ambos aspectos, sino uno u otro; y hasta el momento, el intimo apenas si se ha tratado de forma adecuada. En todas las relaciones sociales externas al marco familiar, incluso en las que existen entre los simples miembros de una misma tribu o, más allá, las que se dan entre miembros de distintas tribus, sean éstas hostiles o amistosas, esta faceta íntima se refleja en los típicos detalles del trato, en la clase de comportamiento que adoptan unos individuos frente a otros. Esta faceta es dis- tinta de la estructura legal, cristalizada y establecida, de las relaciones, y necesita estudiarse y exponerse en sí misma. Del mismo modo, cuando se estudian los actos sobresalien- tes de la vida tribal, ya sean ceremonias, ritos, fiestas, etc., junto al simple esquema de los hechos, deben proporcionarse los detalles y la tónica del comportamiento. La importancia de lo dicho puede ilustrarse con un ejemplo. Mucho se ha dicho y escrito sobre las supervivencias. Sin embargo, el carácter de supervivencia en nada se expresa mejor que en los aspectos accesorios del comportamiento, en la manera cómo se realiza. Tomemos un ejemplo de nuestra propia cultura, ya sea la pompa y aparatosidad de una ceremonia oficial o bien cualquier cos- tumbre pintoresca conservada por los muchachos de la calle; su «esquema» no nos dice nada sobre si el rito vibra todavía con pleno vigor en el interior de aquellos que lo realizan, o si se conserva como cosa casi muerta por simple respeto a la tradición. Pero si se observan y comprueban los datos referen- tes al comportamiento, el grado de vitalidad del acto se evi- dencia. Es indudable que tanto desde el punto de vista socio- lógico como psicológico, y para cualquier problema teórico, la forma y el tipo de comportamiento que se observan en la cele- bración de un acto tienen la mayor importancia. Es más, el com- portamiento es un hecho, un hecho relevante, y se debe obser- var. E insensato y corto de vista sería el científico que descui- dara todo un tipo de fenómenos puestos al alcance de su mano y los dejara perderse, sólo porque de momento no viera cuál podría ser su utilidad teórica. Sin duda, en este método práctico de observación y recopila- ción de estos imponderables de ta vida real y del comporta- miento en el campo de trabajo, la ecuación personal del obser- vador interviene con mucho más peso que en la recolección de datos etnográficos cristalizados. Pero, también en este caso, de- bemos poner el mayor empeño en que los hechos hablen por si mismos. Durante el paseo diario a través del poblado, si en- contramos que ciertos pequeños incidentes se repiten una y otra vez, ciertas formas características de tomar la comida, de 37 conversar o de hacer un trabajo debemos anotarlo cuanto antes. Es importante también que este trabajo de recogida y fijación de impresiones se comience lo antes posible en el curso del tra- bajo sobre un distrito. Pues ciertas peculiaridades sutiles sólo llaman la atención mientras son nuevas, dejando de percibirse tan pronto como se hacen familiares. Otras, por el contrario, sólo se perciben conociendo mejor las condiciones locales. Un diario etnográfico, llevado a cabo de forma sistemática a lo lar- go del trabajo sobre un distrito, sería el instrumento ideal para esta clase de estudios. Y si, junto a lo normal y típico, el etnó- grafo toma cuidadosa nota de las débiles desviaciones de la norma y de las más acentuadas, de este modo podrá precisar los dos extremos entre los que oscila la normalidad. Cuando se observan ceremonias u otro tipo de acontecimien- tos tribales, el etnógrafo no sólo debe anotar aquellos ritos y detalles prescritos por la tradición y la costumbre como parte esencial del acto, sino que también anotará cuidadosamente y de forma precisa, y en su mismo orden, las acciones de los actores y de los espectadores. Olvidándose por un momento de que conoce y comprende la estructura de esta ceremonia y las principales ideas dogmáticas subyacentes, el etnógrafo debería imaginarse a sí mismo, sencillamente, en medio de una asam- blea de seres humanos que se divierten o se comportan con seriedad, con fervorosa concentración o con fastidiosa frivoli- dad, que están del mismo humor que todos los días o bien exci- tados por la emoción, etc. Si presta constante atención a este aspecto de la vida tribal, con el empeño incesante de retenerlo y expresarlo en términos de los hechos reales, enriquecerá sus notas con buena cantidad de material sugestivo y de confianza. Eso le permitirá «situar» el acto en sus propias coordenadas dentro de la vida tribal, es decir, distinguirá si es excepcional o corriente, según se comporten los nativos de forma rutinaria o alteren por completo sus comportamientos. Y también podrá aportarle todo esto al lector de forma clara y convincente. En esta clase de trabajo, a veces, conviene que el etnógrafo deje de lado la cámara, el cuaderno y el lápiz, e intervenga él mismo en lo que está ocurriendo. Puede tomar parte en los juegos de los indígenas, puede acompañarlos en sus visitas y pa- seos, o sentarse a escuchar y compartir sus conversaciones. No estoy completamente seguro de que todo el mundo tenga la misma facilidad para este tipo de trabajo —quizás el tempera- mento eslavo es más amoldable y salvaje de por sí que el de los europeos occidentales—, pero, aunque los logros varíen, la tentativa está al alcance de todos. De mis zambullidas en la vida indígena —y las he hecho muy a menudo, no sólo por el estudio en sí mismo, sino porque todos necesitamos compañía humana—, siempre he salido con la clara convicción de que sus comportamientos, su manera de ser en toda clase de operacio- 38 nes tribales, se me hacían más transparentes y fáciles de enten- der que antes. Todas estas observaciones respecto al método, el lector las volverá a encontrar, ilustradas, en los capítulos si- guientes. VIII. [CONCEPCIONES, OPINIONES Y FORMAS DE EXPRESIÓN] Pasemos, por fin, al tercero y último propósito del trabajo de campo científico, al último tipo de fenómenos que deben tener- se en cuenta con objeto de proporcionar un cuadro completo y adecuado de la cultura indígena. Junto a los grandes rasgos de la estructura tribal y los datos culturales esquematizados que for- man el esqueleto, junto a los datos de la vida diaria y el com- portamiento habitual que, por así decirlo, son su cuerpo vivien- te, es necesario, todavía, tener en cuenta la mentalidad: las concepciones, las opiniones y la forma de expresarse del indí- gena. En todos los actos de la vida tribal se dan, en primer lugar, la rutina prescrita por la costumbre y la tradición, luego la forma en que se lleva a cabo y, por último, la interpretación que le dan los indígenas de acuerdo con su mentalidad. Un hombre que se somete a las diversas obligaciones impuestas por la costumbre, que actúa según la tradición, lo hace obede- ciendo a ciertos móviles, para corroborar ciertos sentimientos, guiado por ciertas ideas. Estas ideas, sentimientos y móviles están modelados y condicionados por la cultura en que se en- cuentran y constituyen, por tanto, una peculiaridad étnica de tal sociedad. En consecuencia, debemos hacer un esfuerzo por recogerlos y estudiarlos. ¿Es esto posible? ¿No son estas predisposiciones subjetivas demasiado informes y escurridizas? Incluso admitiendo que, por lo general, la gente sienta, piense y experimente ciertos estados psicológicos en relación con el cumplimiento de los actos im- puestos por la costumbre, a la mayoría de ellos no les es posi- ble formular en palabras tales predisposiciones. Desde luego, este último punto hay que darlo por probado, y quizá sea el auténtico nudo gordiano del estudio de los hechos de la psicolo- gía social. Sin tratar de cortar o desatar este nudo, es decir, sin resolver el problema teóricamente ni profundizar en el terreno de la metodología general, me ocuparé directamente del proble- ma de los medios prácticos para superar algunas de las difi- cultades que presenta. Ante todo, quede bien sentado que aquí vamos a estudiar formas estereotipadas de pensar y de sentir. Como sociólogo, no me interesa saber lo que A o B puedan pensar en tanto que individuos, de acuerdo con sus azarosas experiencias personales; solamente me interesa lo que sienten y piensan en tanto que 39 tintas instituciones que le sirven al hombre para conseguir sus intereses vitales, diferentes costumbres gracias a las cuales satis- face sus aspiraciones, distintos códigos morales y legales que recompensan sus virtudes y castigan sus faltas. Estudiar estas instituciones, costumbres o códigos, o estudiar el comportamien- to y la mentalidad del hombre, sin tomar conciencia del porqué el hombre vive y en qué reside su felicidad es, en mi opinión, desdeñar la recompensa más grande que podemos esperar obte- ner del estudio del hombre. En los capítulos siguientes el lector encontrará, ilustradas, todas estas generalizaciones. Veremos en ellos al salvaje luchan- do para satisfacer ciertos deseos, para alcanzar cierto tipo de valores, para seguir el camino de su ambición social. Lo veremos entregado a peligrosas y difíciles empresas, consecuencia de una tradición de proezas mágicas y heroicas. Le veremos siguiendo el reclamo de sus propias leyendas. Cuando leamos el relato de estas costumbres remotas, quizá brote en nosotros un senti- miento de solidaridad con los empeños y ambiciones de estos indígenas. Quizá comprenderemos mejor la mentalidad humana y eso nos arrastre por caminos nunca antes hollados. Quizá la comprensión de la naturaleza humana, bajo una forma lejana y extraña, nos permita aclarar nuestra propia naturaleza. En este caso, y solamente en éste, tendremos la legítima convicción de que ha valido la pena comprender a estos indígenas, a sus instituciones y sus costumbres, y que hemos sacado algún pro- vecho del Kula. 42 I. El país y los habitantes del distrito del Kula I. [GRUPOS RACIALES DE NUEVA GUINEA ORIENTAL] Todas las tribus que viven dentro de la esfera del sistema de comercio kula —exceptuando quizás a los indígenas de la isla de Rossel, de los que no se sabe casi nada— pertenecen a un mismo grupo racial. Estas tribus habitan en el extremo más oriental de la tierra firme de Nueva Guinea y en las islas des- perdigadas, en forma de archipiélago alargado, que continúan la misma dirección sudeste de la gran masa insular, como una especie de puente que uniera Nueva Guinea y las islas Salomón. Nueva Guinea es una isla montañosa casi del tamaño de un continente; el interior es de difícil acceso, así como ciertos pun- tos de la costa, donde las barreras de arrecifes, las marismas y las rocas impiden, prácticamente, que las embarcaciones indí- genas puedan tocar tierra o aproximarse. Es obvio que un país así configurado no ofrece en todos sus puntos las mismas facilida- des a los movimientos migratorios, que con toda seguridad son los responsables de la actual composición demográfica de los mares del Sur. Las regiones fácilmente accesibles de la costa y las islas que la rodean, sin duda, resultaron acogedoras a los emigrantes de razas más evolucionadas; pero, por otra parte, las altas colinas, las inexpugnables fortalezas de las llanuras y las playas pantanosas donde es difícil y peligroso desembarcar, ser- virían de protección a los aborígenes e impedirían la afluencia de los emigrantes. La actual distribución de razas en Nueva Guinea justifica por completo esta hipótesis. El mapa II muestra la distribución racial de los indígenas en el extremo oriental de Nueva Guinea y los archipiélagos que la prolongan. Las tierras del interior, las tie- rras bajas cubiertas de sagú y los deltas del golfo de Papua, seguramente la mayor parte de la costa norte y sudoeste de Nueva Guinea, están habitados por una raza «de estatura rela- tivamente alta, piel oscura y pelo rizado», que el doctor Selig- man llamó Papú, y las montañas están pobladas, sobre todo, por tribus pigmeas. Sabemos muy poco sobre estas tribus de las montañas y las ciénagas que seguramente son los autóctonos de esta parte del mundo.1 Dado que no nos ocuparemos de ellos 1. Las mejores descripciones de las tribus del interior son las de W. H. Williamson, The Mafutu, 1912, y la de C. Keysser, Aus dem Leben der 43 M A P A I I. E l di ag ra m a m ue st ra e l ár ea g eo gr áf ic a de l os m as si m y su r el ac ió n co n lo s di st ri to s ha bi ta do s po r lo s pa pú e- m el an es io s oc ci de nt al es y l os p ap úe s. R ep ro du ci do d e M el an es ia ns o f B ri th s N ew G ui ne a, c on p er m is o de l pr of es or C . G . S el ig m an . 44 del doctor Seligman, donde se puede encontrar un minucioso in- forme desglosado de los principales aspectos sociológicos y cul- turales de los papúe-melanesios. Pero las tribus papúe-melanesias orientales, o del área massim, necesitan describirse aquí con mayor detalle, ya que es dentro de este área tan homogénea donde se da el Kula. En efecto, la esfera de influencia del Kula y el área etnográfica de las tribus massim se superponen casi por completo, y podemos hablar del tipo de cultura kula y de la cultura massim como sinónimos. II. [EL DISTRITO KULA] El mapa II, aquí adjunto, muestra el distrito kula, es decir, la punta más oriental de la isla mayor y los archipiélagos situa- dos al este y al nordeste. Tal como dice el profesor C. G. Selig- man: «Esta área podría dividirse -en dos partes, una pequeña sección septentrional que comprende las Trobriand, las Marshall Bennett, las Woodlarks (Murua) y cierto número de islas más pequeñas, como las Laughlan (Nada), y una porción meridional mucho mayor que comprende el resto de los dominios de los massim» (op. cit., pág. 7). Esta división se señala en el mapa III con la línea gruesa que deja al norte las Amphlett, las Trobriand, el pequeño grupo de las Marshall Bennet, la isla de Woodlark y el grupo de las Laughlan. Me ha parecido conveniente dividir la sección sur en otras dos partes, según una línea que deja al este la isla de Missima, la isla del Sudeste y la isla de Rossel. Dado que la información sobre este distrito es sumamente escasa, he prefe- rido excluirlo del área meridional de los massim. De toda esta área excluida, sólo los indígenas de Missima intervienen en el Kula, pero su participación es muy poco estudiada en el presente trabajo. El segmento occidental —y esta es la región a la que denominaremos distrito de los massim meridionales— compren- de, en primer lugar, la punta oriental de la tierra firme (de Nueva Guinea) y unas cuantas islas adyacentes, Sariba, Roge'a, Side'a y Basilaki; al sur, la isla de Wari; al este el importante, aunque pequeño, archipiélago de Tubetube (grupo de Engineer); y al norte el gran archipiélago de las islas d'Entrecasteaux. De este último, sólo un distrito, el de Dobu, nos interesa de mane- ra específica. Las tribus, culturalmente homogéneas, de los mas- sim meridionales corresponden al distrito V de nuestro mapa y las dobueses al distrito IV. Volviendo a las dos divisiones principales, Sur y Norte, la última está ocupada por una población muy homogénea, tanto en lengua como en cultura, y con plena conciencia de su unidad étnica. Por citar de nuevo al profesor Seligman: «se caracteriza 47 por la ausencia de canibalismo, que existía en todo el resto del distrito hasta que el Gobierno lo abolió; otra peculiaridad de los massim del Norte es su sumisión en ciertos distritos, aunque no en todos, a los jefes de clan, que gozan de amplios poderes» (op. cit., pág. 7). Los indígenas de esta área del Norte solían prac- ticar —digo solían porque las guerras son cosas del pasado— un tipo de guerra abierta y caballeresca, muy distinta de las incursiones de los massim meridionales. Sus aldeas están cons- truidas en grandes bloques compactos y cuentan con naves sobre pilares para almacenar los alimentos, en contraste con sus vi- viendas bastante miserables que descansan directamente sobre el suelo. Como puede verse en el mapa, ha sido necesario subdivi- dir estos massim del Norte en tres grupos: en primer lugar, el de los habitantes de las islas Trobriand o Boyowa (rama occi- dental); en segundo lugar, el de los indígenas de las islas de Woodlark y Marshall Bennett (rama oriental); y en tercer lugar, el pequeño grupo de los indígenas de las Amphlett. La otra gran subdivisión de las tribus kula la componen los massim meridionales, cuya rama occidental, como acabo de de- cir, es la que más nos interesa. Estos últimos son más pequeños de estatura y, en términos generales, tienen una apariencia mu- cho menos atractiva que los indígenas del Norte.4 Viven en comunidades muy diseminadas; cada casa o grupo de casas se halla situada bajo su propio bosquecillo de palmeras y árboles frutales, bien separada de las otras. Antiguamente eran caníba- les y cazadores de cabezas, y solían hacer ataques por sorpresa a sus adversarios. No hay jefes de clan, ejerciendo la autoridad los más ancianos de cada comunidad. Construyen sus casas sobre pilares, las edifican con primor y las decoran bellamente. Debido a la especial importancia que tiene para el Kula la rama occidental de los massin meridionales, me ha parecido oportuno, para los efectos de este estudio, distinguir las dos áreas señaladas como IV y V en el mapa III. Debe, sin embargo, tenerse en cuenta que nuestros conocimientos actuales no nos permiten establecer ninguna clasificación definitiva de los massim meridionales. Éstas son, en pocas palabras, las características generales de los massim del Norte y del Sur, respectivamente. Pero antes de entrar de lleno en nuestro tema, será conveniente dar un esbozo breve, pero más detallado, de cada una de estas tribus. Empezaré por la sección más meridional, siguiendo el orden en que toma- ría contacto con estos distritos un viajero que partiese de Port Moresby en el barco correo, de hecho la forma en que yo mismo 4. Hay buenas descripciones de los massim meridionales en el excelente libro del Rev. H. Newton, In Far New Guinea, 1914, y en el folleto del Rev. C. W. Abel (London Missionary Society), Savege Life in New Guinea, sin fecha, escrito de forma divertida, aunque superficial y a menudo poco rigurosa. 48 recibí mis primeras impresiones. Sin embargo, mi conocimiento personal de las distintas tribus es muy irregular; se basa en una larga estancia entre los isleños trobriandeses (distrito I); un mes de estudio en las Amphlett (distrito III); unas cuantas se- manas de estancia en la isla de Woodlark o Murua (distrito II), en los alrededores de Samarai (distrito V) y en la costa sur de Nueva Guinea (también V); y tres breves visitas a Dobu (distri- to IV). Mis conocimientos sobre algunas de las restantes locali- dades que participan en el Kula proceden, solamente, de las diversas conversaciones que tuve con indígenas de esos distritos y de informaciones de segunda mano, conseguidas a través de los residentes blancos. La obra del profesor C. G. Seligman, de otra parte, me ha permitido completar mis conocimientos personales por lo que respecta al distrito de Tubetube, la isla de Woodlark, las Marshall Bennett y otros varios. Toda la descripción del Kula se presenta, pues, por así decir- lo, desde la perspectiva trobriandesa. A menudo este distrito apa- recerá mencionado en el libro por su nombre indígena, Boyowa, y la lengua que se habla como kiriwiniano, por ser Kiriwina la provincia principal del distrito y su idioma considerado, por los indígenas, como una especie de lengua estándar. Pero debo aña- dir, al mismo tiempo, que estudiando el Kula en este sector, he estudiado ipso facto sus ramas adyacentes entre las Trobriand y las Amphlett, entre las Trobriand y Kitava, y entre las Tro- briand y Dobu; observando no sólo los preparativos y las sa- lidas de Boyowa, sino también las llegadas de los indígenas pro- cedentes de otros distritos y siguiendo en persona una o dos de las expediciones.5 Además, siendo el Kula un asunto interna- cional, los indígenas de una tribu saben más sobre las costum- bres de los extranjeros relacionadas con el Kula que sobre cua- lesquiera otras. Y, en lo esencial, las costumbres y normas tri- bales de intercambio son idénticas en toda el área del Kula. III. [LAS ALDEAS DE LOS MASSIM] Imaginémonos navegando a lo largo de la costa sur de Nueva Guinea, rumbo a su extremo oriental. Más o menos hacia la mi- tad de la bahía de Orangerie llegamos a la frontera de los massim, que se extienden desde este punto y en dirección noroeste hasta la costa septentrional, cerca del cabo Nelson (véase mapa II). Como ya se ha dicho anteriormente, los límites del distrito habi- tado por esta tribu poseen características geográficas bien deter- minadas, a saber, ausencia de fortalezas naturales en el interior y de obstáculos que impidan el desembarco. En efecto, es aquí 5. Cf. el cuadro de la introducción y también los capítulos XVI y XX. 49 toresquismo con las aldeas de los massim meridionales. Si en un día caluroso penetramos en la espesa sombra de los árboles frutales y las palmeras, y nos encontramos en medio de casas decoradas y adornadas, escondidas aquí y allá por entre el verde, formando pequeños grupo desiguales, rodeadas de parterres de flores y conchas, con senderos ribeteados de guijarros y empe- drados circulares que sirven para sentarse, parece como si la visión feliz y salvaje de la vida primitiva de repente se hubiera hecho realidad, aunque sólo sea una impresión momentánea. Los grandes cascos de las canoas están colocados en la parte alta de la playa y cubiertos con hojas de palmera; aquí y allá hay redes secándose, tendidas en soportes especiales; y grupos de hombres y mujeres, sentados en el suelo junto al umbral de las casas, se ocupan de las tareas domésticas, fuman y charlan. Avanzando por los senderos que se prolongan durante millas, casi cada centenar de yardas encontramos otro villorrio de otras pocas casas. Algunas de ellas están visiblemente nuevas y recién adornadas, en cambio otras están descuidadas y un montón de objetos domésticos andan desperdigados por el suelo, haciendo notar que la muerte de uno de los ancianos de la aldea es la causa de esta dejadez. A medida que avanza la tarde la vida se hace más activa, se encienden los fuegos y los indígenas se ponen a cocinar y a comer. En la temporada de danza, grupos de hom- bres y mujeres se reúnen para cantar, bailar y tocar los tam- bores. Si nos acercamos más a los indígenas y examinamos su apa- riencia física, nos sorprenderá —comparándolos con su vecinos del Oeste— la finura de su piel, su complexión robusta, incluso maciza, y una impresión general como de cansancio que destila todo su aspecto. Las caras gordas y anchas, las narices chatas y los ojos con frecuencia oblicuos, más bien les hacen parecer raros y grotescos que amendrantadores o salvajes. El cabello, no tan crespo como el de los puros papúes, ni tan abultado en forma de halo como los motu, lo llevan en grandes machones que a menudo recortan por los lados de tal forma que le den a la cabeza una forma ovalada, casi cilindrica. Son de aire tímido y desconfiado, pero no hostil, más bien sonrientes y casi servi- les, en fuerte contraste con los apáticos papúes y los inhóspitos y reservados mailu o aroma de la costa del Sur. A primera vista, en conjunto, no dan tanto la impresión de feroces salvajes como de burgueses seguros y satisfechos de sí mismos. Sus adornos son mucho más complicados y discretos que los de sus vecinos occidentales. Cinturones y brazaletes hechos con tallos de helecho trenzandos, color marrón oscuro, pequeños discos de conchas rojas y anillos de caparazón de tortuga para las orejas, son los únicos atavíos permanentes que usan a diario. Como todos los melanesios orientales de Nueva Guinea, son muy limpios en su higiene personal y su contacto no ofende ninguno 52 de nuestros sentidos. Les encanta ensartarse en el pelo flores rojas de hibisco, llevar guirnaldas de flores aromáticas alrede- dor de la cabeza y hojas perfumadas en los cinturones y braza- letes. Su gran peinado de fiesta es extremadamente modesto, en comparación con el enorme montaje de plumas que usan las tribus occidentales, y consiste en esencia en un halo de plumas blancas de cacatúa prendidas del pelo. En los viejos tiempos, antes de que llegara el hombre blanco, estas gentes apacibles aparentemente abatidas, eran inveterados caníbales y cazadores de cabezas que, con sus grandes canoas de guerra, llevaban a cabo incursiones pérfidas y crueles, cayendo por sorpresa sobre las aldeas dormidas, matando a hombres, mujeres y niños y celebrando festines con sus cadáveres. Los llamativos círculos empedrados que hay en sus aldeas estaban relacionados con estas fiestas caníbales.6 Al viajero que pueda establecerse en una de sus aldeas y per- manecer el tiempo suficiente para estudiar sus hábitos y penetrar en la vida tribal, pronto le llamará la atención la ausencia de una autoridad general bien reconocida. En esto, sin embargo, se parecen tanto a los melanesios occidentales de Nueva Guinea como a los indígenas de los archipiélagos melanesios. En las tribus de los massim meridionales, así como en muchas otras, la autoridad recae en los ancianos del poblado. En cada villorrio, el hombre más anciano ocupa una posición de influencia y poder personal, y los ancianos como grupo representan a la tribu a todos los efectos, toman las decisiones y las imponen, siempre en estricta conformidad con las tradiciones tribales. Para un estudio sociológico más profundo sería necesario ex- poner el totemismo característico de estos indígenas y también la estructura matrilineal de su sociedad. Descendencia, herencia y posición social van por línea femenina; un hombre siempre pertenece a la división totémica y al grupo local de su madre, y hereda del hermano de la madre. Las mujeres gozan de una posición muy independiente, son muy bien tratadas y desempe- ñan un importante papel en todos los asuntos y fiestas de la tribu. Incluso algunas mujeres, debido a sus poderes mágicos, poseen una influencia considerable.7 La vida sexual de estos indígenas es abiertamente relajada. Aun teniendo en cuenta el nivel de libertad sexual de las tribus melanesias de Nueva Guinea, sean los motu o los mailu, estos indígenas se muestran mucho más relajados todavía en tales cuestiones. Ciertas reservas y apariencias que se acostumbran a guardar en otras tribus pierden aquí toda operatividad. Como es 6. Cf. Profesor C. G. Seligman, op. cit., capítulos XL y XLII. 7. Profesor C. G. Seligman, op. cit., capítulos XXXV, XXXVI y XXXVII. 53 probable que ocurra en muchas comunidades de moral sexual relajada, hay una total ausencia de prácticas antinaturales y de perversiones sexuales. El matrimonio no es más que el resultado de unas relaciones largas y permanentes.8 Estos indígenas son eficientes y laboriosos artesanos y buenos comerciantes. Poseen grandes canoas de alta mar que, sin em- bargo, no fabrican ellos, sino que importan del distrito de los massim del Norte o de Panayati. Otro rasgo de su cultura, so- bre el cual volveremos más adelante, son las grandes fiestas, llamadas So'i, ligadas a ceremonias funerarias y a un tabú rela- cionado con los muertos, llamado gwara. Estas fiestas tienen un importante papel en las grandes transacciones intertribales del Kula. Esta descripción de conjunto, forzosamente superficial, pre- tende darle al lector una impresión clara de estas tribus y, por así decirlo, una fisonomía, más bien que presentarle un estudio completo de su estructura tribal. Para ello, el lector puede re- currir al tratado del profesor C. G. Seligman, nuestra principal fuente de conocimientos sobre los melanesios de Nueva Guinea. El apunte que acabamos de dar se refiere a lo que el profesor Seligman llama los massim meridionales o, más exactamente, a la sección señalada en el esquema etnográfico del mapa III como «V, los massim del Sur»; son los habitantes de la parte más oriental de la gran isla y de las islas adyacentes. IV. [EL ARCHIPIÉLAGO D'ENTRECASTEAUX] Trasladémonos ahora al Norte, hacia el distrito señalado en nuestro mapa como «IV, los dobueses», que es uno de los eslabo- nes más importantes de la cadena del Kula y un importante centro de irradiación cultural. Navegando hacia el Norte, una vez pasado el cabo Este, la punta más oriental de la isla prin- cipal —un promontorio largo y plano, cubierto de palmeras y árboles frutales, que alberga una densa población—, tanto geo- gráfica como etnográficamente un nuevo mundo se abre ante nos- otros. En el primer momento sólo divisamos una tenue silueta azulada, como la sombra de una cadena de montañas lejanas, muy al Norte, en el horizonte. A medida que nos acercamos a las colinas de Normanby, la más cercana de las tres grandes islas del archipiélago d'Entrecasteaux, se va haciendo más clara y to- mando forma y cuerpo definido. De entre las habituales colinas del trópico, se destacan con mayor precisión unas cuantas cimas y, entre ellas, la típica doble punta del Bwebweso, la montaña 8. Cf. profesor C. G. Seligman, capítulos XXXVII y XXXVIII. 54 un nivel de desarrollo cultural más alto que los dobueses, son más numerosos y gozan del mismo prestigio.9 Otro hecho que merece destacarse de los dobueses y su distrito son los lugares de especial interés mitológico dispersos en su interior. Su maravilloso paisaje —conos volcánicos, bahías am- plias y tranquilas, lagunas encajadas entre soberbias montañas verdes, con el océano salpicado de islas y arrecifes al Norte— tiene un profundo significado legendario para los indígenas. Aquí, en esta tierra y en estos mares, los navegantes y héroes del mis- terioso pasado, inspirados por la magia, realizaron hazañas y pusieron a prueba su poder. Navegando desde el comienzo del estrecho de Dawson hasta Boyowa, pasando por Dobu y las Amphlett, casi todos los accidentes geográficos que encontramos en nuestro camino han sido escenarios de alguna proeza legen- daria. Aquí una canoa mágica atravesó la estrecha garganta volando por los aires. Allí, aquellas dos rocas que se yerguen sobre el mar son los cuerpos petrificados de dos héroes mitológi- cos que, después de una disputa, vinieron a quedarse en este lugar. Y aquí una albufera que sirvió de puerto de refugio a una tripulación mítica. Dejando aparte las leyendas, este magnífico paisaje gana todavía más encanto al saber que es y ha sido un lejano Eldorado, una tierra de promisión y esperanza para gene- raciones y generaciones de valerosos navegantes indígenas de las islas septentrionales. Y en el pasado, estas tierras y estos mares debieron de ser el escenario de emigraciones y luchas, de inva- siones tribales, y de graduales infiltraciones de pueblos y cul- turas. Los dobueses tienen un aspecto físico muy distinto del de los massim meridionales y los trobriandeses: la piel muy oscura, bajos de estatura, la cabeza grande y las espaldas redondeadas, la primera vez que se les ven dan una impresión extraña, casi de que fueran gnomos. En sus maneras y carácter tribal hay algo de honesto y franco que gusta; impresión que el trato con ellos corrobora y confirma. Son los favoritos de los blancos, los mejores sirvientes y los más dignos de confianza; los comer- ciantes que han residido tiempo entre ellos los prefieren a los demás indígenas. Sus aldeas, como las de los massim que hemos descrito pre- viamente, se hallan esparcidas sobre vastas áreas. Los fértiles llanos ribereños, en donde habitan, están salpicados de pequeños 9. Mis conocimientos sobre los dobueses son fragmentarios, basados en tres breves visitas al distrito, en conversaciones con algunos indígenas dobueses que tuve a mi servicio y en frecuentes alusiones y comparaciones sobre las costumbres dobueses que me salían al paso mientras realizaba mi trabajo de campo entre los trobriandeses del Sur. Existe un trabajo superficial y poco extenso sobre sus costumbres y creencias, debido al Rev. W. E. Bromilow, el primer misionero de Dobu que también he consultado, en los anales de la Australian Association for the Advancement of Science. 57 villorrios compactos, compuestos de una docena o así de casas escondidas entre la ininterrumpida plantación de árboles fruta- les, palmares, bananas y ñames. Las casas se levantan sobre pi- lares, pero tienen una arquitectura más sobria que las de los massim meridionales y carecen casi por completo de decoración, si bien en los viejos tiempos de los cazadores de cabezas algunas se adornaban con cráneos. En cuanto a su estructura social, son totémicos, están divi- didos en un cierto número de clanes exogámicos agrupados al- rededor de los totems. No hay ninguna institución de jefatura permanente, ni sistemas de rango o castas, como ocurre entre los trobriandeses. La autoridad recae en los más viejos de la tribu. En cada villorrio hay un hombre investido del máximo prestigio local, que actúa como representante en los consejos intertriba- les que se celebran a raíz de ceremonias y expediciones. El sistema de parentesco es matrilineal; las mujeres ocupan una posición muy destacada y ejercen gran influencia. Según parece, también participan en la vida tribal de forma mucho más destacada y permanente que en las poblaciones vecinas. Ésta es, sin duda, una de las características de la sociedad dobués que más parece llamar la atención de los trobriandeses y a la que dedi- can especial interés cuando se les pide información, a pesar de que la mujer también goce entre los trobriandeses de una posi- ción social bastante buena. En Dobu, la mujer desempeña un importante papel en la horticultura y participa en la magia de los huertos, lo que les confiere de por sí un status elevado. Es más, la hechicería, que en estas tierras es el principal instru- mento de poder y coerción, en gran parte está en manos de las mujeres. Las brujas voladoras, tan características de la cultura de Nueva Guinea oriental, tienen aquí su plaza fuerte. Tratare- mos esta cuestión con más detalle cuando hablemos de los nau- fragios y de los peligros de la navegación. Junto a lo dicho, las mujeres practican la hechicería corriente, que en otras tribus es una prerrogativa masculina. Por regla general, la alta posición de la mujer entre los indí- genas corresponde con situaciones de relajación sexual. En esto, los dobueses son una excepción. No sólo se da por supuesto que las mujeres casadas deben ser fieles y que el adulterio es un gran delito, sino que, al contrario de lo que ocurre en las tribus colindantes, las muchachas solteras permanecen estricta- mente castas. No hay ninguna forma ceremonial o habitual de licencia y cualquier intriga amorosa es considerada como una falta. Hay que agregar unas pocas palabras sobre la hechicería, ya que es un tema de gran importancia en todas las relaciones inter- tribales. El terror que ejerce la hechicería es enorme y, cuando los indígenas visitan lugares lejanos, este temor se incrementa con el temor que inspira todo lo extraño y desconocido. Aparte 58 de las brujas voladoras, en Dobu hay hombres y mujeres que, por sus conocimientos de fórmulas y ritos mágicos, pueden in- flingir enfermedades y causar la muerte. Los métodos de estos hechiceros y todas las creencias que se agrupan a su alrededor, se parecen mucho a los de los trobriandeses, de los que nos ocu- paremos más adelante. Estos métodos se caracterizan por ser muy racionales y directos y apenas implican ningún elemento sobrenatural. El hechicero pronuncia la fórmula sobre alguna sustancia y ésta se debe administrar por la boca o ser quemada sobre el fuego de la choza de la víctima. En ciertos rituales los hechiceros también utilizan el bastón señalador. Si comparamos estos métodos con los usados por las brujas voladoras, que se comen el corazón y los pulmones de sus ene- migos, beben la sangre, muerden a dentelladas los huesos y, so- bre todo, tienen el poder de hacerse invisibles y volar, el hechi- cero de Dobu no parece tener a su disposición más métodos que los simples y rudimentarios. También quedan muy por detrás de sus homónimos de Mailu o Motu; y digo homónimos porque, en todo el Massim, los hechiceros son llamados bara'u, y la misma palabra utilizan en Mailu, mientras que los matu usan el redu- plicativo babara'u. Los magos de estas tierras se sirven de mé- todos tan tajantes como el de matar de entrada a la víctima, abrirle el cuerpo, extirparle, lancerarle o ensalmarle las entra- ñas, devolviéndole luego la vida a la víctima, aunque sólo sea para que enferme de inmediato y acabe muriéndose.10 Según la creencia dobués, los espíritus de los muertos van a la cima del monte Bwebweso, en la isla de Normanby. Este res- tringido espacio que acoge, prácticamente, a las sombras de to- dos los indígenas del archipiélago d'Entrecasteaux, excepto a los de la isla de Goodenough, en el Norte, que según me dijeron algunos informadores locales, después de la muerte, van al país de los espíritus de los trobriandeses.11 Los dobueses también creen en una doble alma: una, en forma de sombra e imperso- nal, que sobrevive a la muerte corporal sólo por unos pocos días y permanece en los alrededores de la tumba; la otra, el espíritu verdadero, que se va al Bwebweso. Es interesante señalar cómo consideran los indígenas que vi- ven en la frontera de dos culturas y dos tipos de convicciones las diferencias consiguientes. Un indígena, pongamos de Boyowa del Sur, puesto ante la pregunta «¿Cómo es que los dobueses si- túan la tierra de los espíritus en el Bwebweso y, en cambio, los trobriandeses los sitúan en Tuma?», no encontrará ninguna difi- 10. Profesor C. G. Seligman, op. cit., págs. 170 y 171; 187 y 188 sobre Koita y Motu. Y B. Malinowski, The Mailu, págs. 647-652. 11. Cf. D. Jenness y A. Ballantyne, The Northern of d'Entrecasteaux. Oxford, 1920, capítulo XII. 59 rocosos acantilados. Si escrutamos con atención las laderas de estos montes, se distinguen pequeños grupos de entre tres y seis chozas miserables. Son las viviendas de unos pobladores que pertenecen a una cultura netamente inferior a la de los dobueses, no toman parte en el Kula y antaño eran las víctimas aterroriza- das e infelices de sus vecinos. A mano derecha emergen, tras Sanaroa, las islas de Uwama y de Tewara, esta última habitada por nativos de Dobu. Tewara tiene gran interés para nosotros, pues uno de los mitos que estudiaremos más adelante la reconoce como cuna del Kula. A medida que avanzamos, rodeando uno por uno los promontorios orientales de la isla de Fergusson, una masa de perfiles monu- mentales, firmemente dibujados, aparecen a lo lejos sobre el horizonte, por encima de los últimos promontorios que se ale- jan. Son las islas Amphlett, un eslabón tanto geográfico como cultural entre las tribus costeras de la región volcánica de Dobu y los habitantes del plano archipiélago coralino de las Trobriand. Este trozo de mar es muy pintoresco e incluso en estas tierras de espléndidos y variados paisajes, tiene su propio encanto. En la principal de Fergusson, dominando la parte sur de las Amphlett, se levanta directamente desde el mar, con esbelta y grácil forma de pirámide, la gran montaña de Koyatabu, el pico más alto de la isla. Su inmensa superficie verde está partida en dos por la cinta blanca de un arroyo que brota casi a media altura y des- ciende hacia el mar. Desparramadas bajo las lomas verdes del Koyatabu yacen numerosas islas, grandes y pequeñas, del archi- piélago de las Amphlett: colinas rocosas y escarpadas, en forma de pirámides, esfinges o cúpulas, un conjunto pintoresco y extra- ño de formas caprichosas. El fuerte viento del sudeste que sopla aquí durante las tres cuartas partes del año nos aproxima a las islas a gran velocidad, y las dos más importantes, la de Gumawana y la de Ome'a, casi parecen emerger de la bruma. Al fondear frente al poblado de Gumawana, en el extremo sudeste de la isla, no podemos dejar de sentirnos impresionados. Este poblado, construido sobre una estrecha franja de arena, abierto al rompiente, acosado por la jungla que surge a sus espaldas casi empujándolo hacia la orilla, está construido a prueba de mar, rodeado con muros de piedra que forman varias murallas alrededor de las casas y diques, también de piedra, que dan lugar a pequeños puertos artificia- les a lo largo de la costa. Las chozas, raídas y sin ornamenta- ción, levantadas sobre pilares, resultan muy pintorescas dentro de sus recintos. Los habitantes de este poblado y de los cuatro restantes del archipiélago son gente original. Son una tribu débil en número, fácilmente atacables por mar y apenas si sacan de sus islas ro- cosas lo suficiente para comer; y sin embargo, gracias a su in- comparable habilidad como alfareros, su gran valentía y efica- 62 cia como navegantes y su situación geográfica central, a medio camino entre Dobu y las Trobriand, han conseguido convertirse —por diversas consideraciones— en los monopolistas de esta parte del mundo. Tienen, además, las principales características de los monopolistas: son tacaños y mezquinos, inhospitalarios, codiciosos, preocupados por mantener en sus manos el comercio y los intercambios, pero de ninguna forma dispuestos al menor sacrificio para lograr una mejora; esquivos, aunque arrogantes con quienes tienen algún trato con ellos, contrastan de manera desfavorable con sus vecinos del Sur y del Norte. Esta impre- sión no es exclusiva del hombre blanco.12 Tanto los trobriande- ses como los dobueses les tienen en muy mal concepto, les acu- san de ser avaros e injustos en todas las transacciones kula, y de no tener sentido de la generosidad ni de la hospitalidad. Cuando nuestro barco fondea aquí, los indígenas se acercan en canoas y tratan de vendernos cacharros de arcilla. Pero si queremos bajar a tierra y echar un vistazo por la aldea, se pro- duce una gran conmoción y todas las mujeres desaparecen de los lugares visibles. Las jóvenes corren a esconderse en la jungla, de- trás de la aldea, e incluso las viejas hechiceras se ocultan en las casas. De forma que, si queremos observar cómo se hace el traba- jo de alfarería, que es una labor exclusivamente de mujeres, pri- mero tenemos que persuadir a alguna vieja para que salga de su refugio, a base de generosas promesas de tabaco y asegurándole las más honradas intenciones. Mencionamos aquí tales cosas porque tienen su interés etno- gráfico, ya que no son sólo los hombres blancos quienes inspiran tal desconfianza; si llegan extranjeros indígenas, que vienen desde lejos a comerciar y hacen una corta escala en las Amphlett, las mujeres desaparecen del mismo modo. Este recato tan ostentoso no es, sin embargo, pura farsa, porque en las Amphlett aún más que en Dobu, tanto la soltería como la vida matrimonial se ca- racteriza por el mantenimiento de una estricta castidad y fide- lidad. Las mujeres, también aquí, gozan de gran influencia y toman parte sustancial en las labores hortícolas y en la magia de los huertos. En cuanto a instituciones sociales y costumbres, estos indígenas presentan una mezcla de elementos de los massim septentrionales y meridionales. No hay jefes, pero los viejos in- fluyentes disponen de la autoridad, y en cada aldea hay un hombre, un cabeza responsable, que asume la dirección de las ceremonias y los otros actos tribales de importancia. Sus clanes totémicos son idénticos a los de los murua (distrito II). La co- mida, algo escasa, proviene en parte de sus pobres huertos y en 12. Pasé casi un mes en estas islas y, ante mi sorpresa, encontré a los indígenas intratables y difíciles de estudiar desde un punto de vista etnográfico. Los boys de las Amphlett tienen reputación de buenos marineros pero en general no son trabajadores tan buenos y concienzudos como los dobueses. 63 parte de la pesca con esparavel y garlito que, no obstante, sólo pueden efectuar de vez en cuando y con no demasiado rendimien- to. No se autoabastecen, y es a través de regalos e intercambios como consiguen buena parte de la comida vegetal, así como cer- dos procedentes de Nueva Guinea, Dobu y las Trobriand. En el aspecto físico se parecen mucho a los trobriandeses, es decir, son más altos que los dobueses, con la piel más clara y los rasgos más finos. Debemos dejar ahora las Amphlett y dirigirnos a las Trobriand, escenario de la mayoría de los hechos que se describen en este libro y la región sobre la cual tengo, con mucho, mayor infor- mación. 64 tortuga y discos de espóndilos, y son muy aficionados a l l e v a r como adorno personal flores y hierbas aromáticas. En cuanto al trato, son mucho más abiertos, campechanos y comunicati- vos que cualquiera de los otros indígenas que hemos conocido hasta el momento. Tan pronto como llega un extranjero intere- sante, medio pueblo se agrupa a su alrededor, hablando fuerte y haciendo comentarios acerca de su persona, a menudo poco lisonjeros, y en conjunto asumiendo un tono de jocosa familia- ridad. Uno de los principales rasgos sociológicos que en seguida sor- prende al recién llegado es la existencia de clases y diferencia- ción social. Determinados indígenas son tratados por los demás con marcada deferencia y, a su vez, estos jefes y personajes de rango se comportan de manera bien distinta con los extranjeros. En efecto, exhiben excelentes maneras en todos los sentidos de la palabra. Cuando un jefe está presente, ningún hombre corriente osa permanecer en una posición física más elevada; tiene que incli- narse o agacharse. Asimismo, si un jefe se sienta nadie osa po- nerse en pie. La institución de los jefes de clan, tan bien estable- cida y que provoca tales manifestaciones de respeto —con una especie de rudimentario ceremonial de corte, con insignias de rango y autoridad—, resulta tan absolutamente extraña a todo el espíritu de la vida tribal melanesia que, en la primera impre- sión, transporta al etnógrafo a un mundo distinto. A lo largo de nuestro estudio nos encontraremos con constantes manifes- taciones de la autoridad del jefe kiriwiniano, consideraremos las diferencias que hay a este respecto entre los trobriandeses y las demás tribus, y comprobaremos sus repercusiones sobre los usos y costumbres tribales. II. [POSICIÓN SOCIAL DE LAS MUJERES] Otro rasgo sociológico que a la fuerza llama la atención del visitante es la posición social de las mujeres. Su comportamien- to, tras la fría reserva de las mujeres dobueses y el trato tan poco acogedor que el extranjero recibe de las mujeres de las Amphlett, resulta chocante por su amistosa familiaridad. Natu- ralmente, como pasaba con los hombres, los modales de las mujeres de rango son muy distintos de los vulgares de la clase baja. Pero en conjunto, tanto las de clase alta como las de cla- se baja, aunque en ningún sentido reservadas, son de trato agra- dable y cordial, y muchas de ellas de muy buen ver. Su vestua- rio también es distinto de los otros que hemos venido observan- do. Todas las mujeres melanesias de Nueva Guinea llevan una especie de enagua hecha de fibras. Entre las massim meridiona- 67 les esta enagua es larga, llega a las rodillas o más abajo, mien- tras que la de las trobriandesas es más corta y tupida, com- puesta de varios volantes alrededor del cuerpo, como unas gor- gueras (compárense las mujeres del Massim del Sur). El gran electo ornamental de este vestido se realza con dibujos muy trabajados, a tres colores, sobre los volantes que forman la parte superior de la falda. En general sienta muy bien a las jóvenes bonitas y da a las niñas delicadas un aspecto gracioso y travieso. La castidad es una virtud desconocida entre estos indígenas. A una edad increíblemente temprana son iniciados en la vida sexual y muchos de los juegos aparentemente inocentes de la infancia no son tan inicuos como pudieran parecer. A medida que crecen viven en la promiscuidad del amor libre, que, poco a poco, va creando relaciones más duraderas, una de las cuales acaba en matrimonio. Pero antes del matrimonio, se presupone que las muchachas solteras son absolutamente libres de hacer lo que les plazca. Incluso existen determinadas ceremonias en las que todas las muchachas de un pueblo se trasladan en bloque a otra localidad; allí se alinean a la vista del público, para ser inspeccionadas y cada una escogida por un joven de la locali- dad, con el que pasa la noche. A esto se le llama katuyausi. Del mismo modo, cuando llega un grupo de visitantes de otro dis- trito, las jóvenes solteras los proveen de comida y también deben satisfacer sus necesidades sexuales. En las grandes vigilias mor- tuorias alrededor del cuerpo del recién fallecido, los habitantes de las aldeas vecinas concurren en grandes grupos para tomar parte en las lamentaciones y cantos. Es costumbre que las mu- chachas de los grupos forasteros consuelen a los muchachos de la aldea en duelo, lo que atormenta bastante a sus amantes ofi- ciales. Existe otra llamativa fórmula de licencia ceremonial en la cual las mujeres toman abiertamente la iniciativa. Durante la temporada en que se trabajan los huertos, en el tiempo de la escarda, las mujeres trabajan de forma comunal y cualquier extranjero que se aventure a pasar por el distrito corre un riesgo considerable, pues las mujeres le persiguen hasta apode- rarse de él, le arrancan la hoja que le cubre el pubis y, en sus orgías, lo maltratan de la forma más ignominiosa. Junto a estas formas ceremoniales de licencia, en el curso de la vida cotidia- na se producen constantes intrigas privadas, más numerosas durante los períodos de fiestas y menos visibles cuando el tra- bajo de los huertos, las expediciones comerciales o la cosecha acaparan las energías y la atención de la tribu. El matrimonio apenas tiene nada que ver con una ceremonia o rito, ni público ni privado. Simplemente, la mujer se va a casa de su marido y sólo más tarde hay una serie de intercambios de regalos, que de ninguna manera deben interpretarse como compra de la esposa. En realidad, el rasgo más importante 68 del matrimonio trobriandés es que la familia de la esposa está obligada a contribuir de forma sustancial a la nueva economía doméstica y también a proporcionar al marido toda clase de servicios. En la vida marital, se presupone que la mujer debe de permanecer fiel al marido, pero esta norma no es muy es- tricta y, por lo tanto, se observa poco. En todos los demás sentidos, la mujer mantiene un gran margen de independencia y su marido debe tratarla bien y con consideración. Si no lo hace así, la mujer sencillamente lo deja y se vuelve a la casa de su familia; y como en general es e} marido quien sale perdiendo económicamente, es él quien se esfuerza por hacerla volver, lo que hace por medio de regalos y razonamientos. Pero, si ella lo prefiere, siempre puede dejarlo por las buenas y ya encontrará algún otro con quien casarse. Igualmente la vida tribal, el status de las mujeres es muy elevado. En general no participan en los consejos de los hom- bres, pero tienen sus propias reuniones para muchos asuntos y controlan determinados aspectos de la vida tribal. Así, por ejem- plo, parte del trabajo hortícola está bajo su control, y esto más bien se considera un privilegio que un deber; también se cuidan de ciertas secuencias de las grandes reparticiones ceremoniales de alimentos, relacionadas con el ritual funerario de los boyowas, muy largo y complejo. Determinadas formas de magia —las que recaen en los niños primogénitos, la magia de la belleza que forma parte de las ceremonias tribales, diversas clases de hechi- cería— también son de monopolio femenino. La mayoría de las mujeres de rango tienen derechos a los privilegios propios de su condición y los hombres de castas bajas deben inclinarse ante ellas y observar todas las formalidades y tabús que se deben a los jefes. Una mujer con rango de jefe que se casa con un hom- bre común, conserva su status incluso respecto a su marido y tiene que ser tratada de acuerdo con él. Los trobriandeses son matrilineales, es decir, establecen la descendencia y la herencia por línea materna. Un niño perte- nece al clan y a la comunidad de aldea de su madre y ni la fortuna ni la posición social se transmiten de padres a hijos, sino de tíos maternos a sobrinos. Esta norma cuenta con excepcio- nes llamativas e interesantes, que ya sacaremos a colación a lo largo de este estudio. III. [EL SUELO Y LOS CULTIVOS] Volviendo a nuestra primera visita imaginaria en esta tierra, lo primero que debemos hacer, una vez ya familiarizados con el aspecto y las maneras de los indígenas, es dar un paseo por la aldea. En haciéndolo descubrimos muchas cosas que, para 69 puntos de la costa. Está, casi por completo, sometida a cultivo intermitente, y los arbustos, arrancados cada pocos años, apenas si tienen tiempo de crecer mucho. Una jungla baja y densa crece dando lugar a una espesa maraña y, de hecho, en cualquier lu- gar de la isla donde vayamos, estaremos entre dos paredes ver- des siempre parecidas que impiden ver más allá. Sólo rompe la monotonía algún que otro grupo de árboles viejos que quedan en pie —por lo general en los lugares tabú— y las numerosas aldeas que salen al paso, en este país tan poblado, cada una o dos mi- llas. El principal elemento, tanto estético como de interés etno- gráfico, lo constituyen los huertos de los indígenas. Todos los años, una cuarta o quinta parte del área total se dedica al cultivo de huerta, y esta parte está bien cuidada y representa un agra- dable contraste con la monotonía de la maleza. Durante las pri- meras fases, el lugar destinado a huerto es un simple espacio des- nudo y pelado, con mejores perspectivas sobre los lejanos arre- cifes de coral del Este y los altos bosques desperdigados en el horizonte, indicios del emplazamiento de un poblado o de un lugar tabú. Más tarde, cuando los sarmientos del ñame, el taro y la caña de azúcar empiezan a crecer y a germinar, el marrón del suelo desnudo se cubre con el verde fresco de las plantas tiernas. Después de algún tiempo, junto a cada planta de ñame, colocan una estaca alta y firme; el sarmiento se enrolla y trepa por ella, creciendo hasta formar una umbrosa corona de follaje que, en conjunto, da la impresión de una plantación amplia y exuberante de lúpulo. IV. [MAGIA Y TRABAJO] Los indígenas dedican la mitad del tiempo laboral al cultivo de los huertos, y quizá más de la mitad de sus intereses y ambi- ciones se centren en torno a esta actividad. De modo que con- viene hacer una pausa y tratar de comprender su actitud a este respecto, ya que responde a su típica forma de actuar en todos los trabajos. Si persistimos en la falacia de ver al indígena como un hijo de la Naturaleza, perezoso y despreocupado, que rehuye tanto como puede todo trabajo y esfuerzo, y espera que el fruto madure por mor de la generosidad de la fecunda naturaleza tro- pical y le caiga en la boca, no lograremos entender lo más míni- mo los fines y motivos que le mueven a realizar las expedicio- nes kula ni ninguna otra empresa. Por el contrario, la verdad es que los indígenas son capaces de trabajar, y en ocasiones lo hacen con ahínco y de forma sistemática, con persistencia y vo- luntad, sin esperar para ello a que las necesidades inmediatas les apremien. En los huertos, por ejemplo, los indígenas producen mucho 72 más de lo que realmente necesitan, de forma que cualquier año normal cosechan como el doble de lo que pueden consumir. Hoy en día, los europeos exportan el excedente y lo dedican a ali- mentar la mano de obra de otras plantaciones de Nueva Guinea; en otros tiempos, simplemente, se dejaba pudrir. Por otro lado, este excedente lo consiguen al precio de mucho más trabajo del necesario para obtener la cosecha. Buena parte del tiempo y del trabajo responden a propósitos estéticos: mantener los huertos limpios, ordenados y sin ninguna clase de desperdicios, construir vallas sólidas y bonitas, proveerse de estacas especialmente gran- des y fuertes para el ñame. Todas estas cosas, hasta cierto pun- to, son indispensables para el crecimiento de las plantas; pero, sin duda, los indígenas llevan su celo profesional mucho más lejos de lo puramente necesario. El elemento no utilitario de los trabajos de huerta es aún más perceptible en las diversas tareas que realizan con finalidad puramente ornamental, de acuerdo con los ceremoniales mágicos y las costumbres de la tribu. Así es como, una vez que el terreno ha sido escrupulosamente de- sembarazado y está listo para la siembra, los indígenas dividen cada parcela de huerto en pequeños cuadros de pocas yardas de lado; y esto no se hace sino por fidelidad a las costumbres y para que los huertos tengan buen aspecto. Ningún hombre que se respete osaría transgredir esta obligación. Además, en los huer- tos especialmente bien cuidados, hay unos palos horizontales, sujetos a los soportes del ñame, con objeto de embellecerlos. Otro ejemplo, y quizás el más interesante, de trabajo no utilitario son las grandes pilas de forma piramidal, llamadas kamkokola. que sirven para fines ornamentales y mágicos, pero no tienen na- da que ver con el cultivo de las plantas. De las fuerzas y creencias que sustentan y regulan el trabajo de los huertos quizá sea la magia la más importante. Constituye una actividad independiente, y el mago de los huertos, después del jefe y el hechicero, es el personaje más importante de la aldea. Esta situación es hereditaria y en cada aldea se transmite, por línea femenina, de una en otra generación, como un siste- ma especial de magia. He dicho un sistema, porque el mago tiene que realizar una serie de ritos y pronunciar una serie de fórmulas sobre el huerto que van sincronizadas con el trabajo y que, de hecho, inician las etapas de cada labor y de cada nuevo desarrollo del ciclo de las plantas. Y además, antes de iniciarse las tareas del cultivo, el mago debe consagrar el emplazamiento con un gran acto ceremonial. Esta ceremonia inicia oficialmente la temporada de cultivo y sólo después del acto comienzan los indígenas a podar la maleza de las parcelas. Luego, a lo largo de una serie de ritos, el mago inaugura una tras otra las dis- tintas fases que se suceden: la quema de la broza, la limpieza del terreno, la siembra, la escarda y la recolección. Mediante otra serie de ritos y formulaciones mágicas, el mago asiste 73 también a la planta en la germinación, en la floración, en el nacimiento de las hojas, en el ascenso por la estaca auxiliar, en la formación de las exuberantes coronas de follaje y en la pro- ducción de los tubérculos comestibles. El mago de los huertos controla, pues, según la creencia in- dígena, el trabajo del hombre y las fuerzas de la naturaleza. También actúa directamente como supervisor del cultivo y vigila que la gente no escatime el trabajo ni se demore demasiado en hacerlo. De este modo, la magia cumple una función reguladora y sistematizadora del trabajo hortícola. El mago, celebrando los ritos, marca el ritmo, constriñe a la gente para que se dedique a las tareas adecuadas y cuida de que las cumplan bien y a tiempo. De forma marginal, la magia también impone a la tribu buena cantidad de trabajo suplementario, en apariencia inútil, y sus normas y tabús operan como elementos incordiantes. A la larga, sin embargo, no cabe duda de que la magia, por su función de ordenar, sistematizar y regular el trabajo, tiene un valor económico incalculable para los indígenas.2 Otro concepto que se debe refutar, de una vez por todas, es el Hombre Económico Primitivo que encontramos en algunos manuales recientes de Economía. Este ser caprichoso y amorfo, que ha hecho estragos en la literatura económica de divulgación y pseudocientífica, cuyo fantasma obceca todavía las mentes de antropólogos competentes y adultera sus puntos de vista con ideas preconcebidas, es un hombre —o salvaje— primitivo ima- ginario, inspirado en todas sus acciones por una concepción racionalista del beneficio personal, que logra directamente sus propósitos con el mínimo esfuerzo. Un solo caso bien escogido bastaría para demostrar hasta qué punto es absurda la idea de que el hombre, en especial el hombre de bajo nivel cultural, actúa por motivos puramente económicos y de beneficio racio- nalista. El primitivo trobriandés nos proporciona el ejemplo idóneo para contradecir tan falaz teoría. Trabaja movido por motivaciones bien complejas, de orden social y tradicional, y persigue fines que no van encaminados a satisfacer las necesida- des inmediatas ni a lograr propósitos utilitarios. En efecto, hemos visto en primer lugar que el trabajo no se realiza bajo el prin- cipio del mínimo esfuerzo. Por el contrario, mucho tiempo y energías se dedican a esfuerzos del todo innecesarios —entién- dase bien, desde un punto de vista utilitario. Dicho de otra forma, trabajo y esfuerzo, en vez de representar simples medios encaminados a un fin, constituyen un fin en sí mismos. Un buen hortelano trobriandés gana prestigio, directamente, según 2. Del asunto de los trabajos de huerta y su importancia económica me he ocupado con más detenimiento en el artículo titulado The Primitive Economics of the Trobriand Islands, «The Economic Journal», marzo de 1921. 74 monias tribales y un portavoz, cuando se necesita alguno, de cara al interior o al exterior de la tribu. Pero la posición del jefe adquiere mucha más importancia cuando se trata de una persona de alto rango, cosa que de nin- guna manera sucede siempre. Entre los trobriandeses existen cuatro clanes totémicos y cada uno de ellos está dividido en cierto número de subclanes más pequeños, a los que también se les puede llamar familias o castas, pues sus miembros se reconocen descendientes de un antepasado común y todos tienen un mismo rango social. Estos subclanes, además, tienen carácter local, pues el antepasado original emergió de una cavidad de la tierra, generalmente situada en algún punto de las cercanías de la comunidad aldeana. No hay ningún subclán en las Trobriand del que sus miembros no puedan indicar la localidad de ori- gen, el lugar donde su grupo —bajo la forma de su antepasado— viera por primera vez la luz del sol. Las afloraciones de coral, los hoyos de agua, las pequeñas cavernas o grutas son tenidas por las «cavidades» o «casas» de origen, como se les llama. Estas cavidades están a menudo rodeadas por grupos de árboles tabú, a los que ya hemos hecho referencia. Muchas se sitúan en los bosques cercanos a las aldeas y algunas cerca de la costa. Nin- guna está en tierras de labor. El subclán más importante es el de los tabalu, perteneciente al clan del totem malasi. A este clan pertenece el jefe principal de Kiriwina, To'uluwa, que reside en el poblado de Omarakana. Ante todo, es el jefe de su propia aldea y, a diferencia de los jefes de bajo rango, ejerce un gran poder. El alto rango a que pertenece inspira a los que le rodean un respeto y un temor inmensos y sinceros, y los restos de su poder, aun ahora que las autoridades blancas —con gran desatino y pésimos resultados— hacen lo posible por minar su prestigio e influencia, siguen siendo sorprendentemente grandes. El jefe —así designaré a cualquier autoridad de rango— no sólo posee un alto grado de autoridad en su propia aldea, sino que su esfera de influencia se extiende mucho más allá. Ciertos número de aldeas le rinden tributo y, en diversos aspectos, están sujetas a su autoridad. En caso de guerra son sus aliadas y se deben congregar en su aldea. Cuando necesita hombres para realizar una tarea puede mandar a buscarlos en las aldeas tribu- tarias y éstas tendrán que proveerle de trabajadores. En todas las grandes festividades, las aldeas del distrito se reúnen y el jefe actúa de maestro de ceremonias. Sin embargo, tiene que pagar por todos los servicios que se le prestan. Incluso tiene que pagar, de su propio almacén, por los homenajes que recibe. Entre los trobriandeses, la riqueza es el signo exterior y la sus- tancia del poder, y también el medio mismo de ejercerlo. Pero ¿cómo adquiere el jefe su riqueza? Y llegamos aquí a la principal obligación que las aldeas vasallas tienen con el jefe. De cada 77 una de las aldeas sometidas el jefe toma una mujer, cuya fa- milia, de acuerdo con las leyes trobriandesas, tiene que abas- tecerlo de grandes cantidades de alimentos. Esta mujer siempre es hermana o parienta del dirigente del poblado vasallo, y así es como prácticamente toda la comunidad tiene que trabajar para él. En otros tiempos, el jefe de Omarakana llegó a poseer hasta cuarenta esposas, recibiendo quizás un treinta o un cuarenta por ciento de toda la producción hortícola de Kiriwina. Incluso hoy, que sólo tiene dieciséis mujeres, posee enormes almacenes que, con cada cosecha, llena de ñame hasta el techo. Con esta provisión puede pagar los muchos servicios que pide y abastecer de comida a los participantes en las grandes fiestas, las reuniones tribales o las expediciones lejanas. Parte de los alimentos los destina a la adquisición de objetos de lujo o a pagar para que se los fabriquen. En pocas palabras, gracias al privilegio de practicar la poligamia, el jefe se aprovisiona de abundantes bienes alimenticios y objetos de lujo que le sirven para mantener su alta posición, para organizar las festividades y expediciones tribales y para, de acuerdo con la costumbre, pagar los muchos servicios personales a que tiene derecho. Especial atención merece un punto relacionado con la auto- ridad del jefe. El poder implica no sólo la posibilidad de re- compensar, sino también de ejercer el castigo. Entre los tro- briandeses, éste se aplica de forma indirecta, a través de la hechi- cería. El jefe tiene siempre a su disposición a los mejores he- chiceros. Por supuesto, tiene que retribuirlos cuando le hacen cualquier servicio. Si alguien le ofende o quebranta su autoridad, el jefe requiere al hechicero y ordena que el culpable muera por magia negra. Y en esto el jefe se ve fuertemente ayudado sin tapujos, de forma que todo el mundo y la víctima misma saben que el hechicero le anda a los alcances. Como los indí- genas temen profunda y sinceramente a la hechicería, el senti- miento de estar perseguidos, de imaginarse sentenciados, basta en sí mismo para realmente castigarlos. Sólo en casos extremos inflinge el jefe un castigo al culpable. Tiene uno o dos hombres de confianza —cargo éste hereditario— que se encargan de matar al hombre que le haya ofendido tan gravemente que sólo la muerte real sea castigo suficiente. En la práctica no constan sino muy pocos casos de esta clase, y por supuesto, hoy la cos- tumbre está en completo desuso. De modo que la posición social del jefe sólo puede apreciarse si se comprende la gran importancia de la riqueza y la necesi- dad en que éste se encuentra de retribuirlo todo, incluso los servicios que se le deben y que no puede rehusar. Digamos de nuevo que esta riqueza le viene al jefe de sus parientes políticos y que es mediante su derecho a practicar la poligamia como, en realidad, logra su posición social y ejerce su poder. Paralelamente a este mecanismo de mando bastante comple- 78 jo, el prestigio del rango y el reconocimiento directo de su supe- rioridad personal conceden al jefe un inmenso poder, incluso fuera de su distrito. Excepto los pocos de su mismo rango, ningún indígena de las Trobriand permanece en pie cuando el gran jefe de Omarakana se le acerca, ni siquiera en estos días de disgregación tribal. Dondequiera que vaya es considerado la persona más importante, se le sienta en una plataforma elevada y recibe un trato respetuoso. Por supuesto, el hecho de que se le concedan los mayores signos de deferencia y se le trate como si fuera un déspota absoluto no significa que no reine una per- fecta camaradería y afabilidad en su trato personal con sus convecinos y vasallos. Entre él y sus siervos no hay diferencias, ni de intereses ni de opiniones. Se sientan y charlan en común, intercambiando los chismes del poblado, con la única diferencia de que el jefe está siempre en guardia y es mucho más reticente y diplomático que sus compañeros, aunque no por eso esté me- nos interesado en la conversación. A menos que sea demasiado viejo, el jefe participa en las danzas e incluso en los juegos, y desde luego los preside. Para intentar comprender las condiciones sociales de los tro- briandeses y sus vecinos, no debe olvidarse que su estructura social es compleja y poco definida en determinados aspectos. Junto a leyes muy concretas, que se obedecen rigurosamente, existen cantidad de costumbres extravagantes, de vaga prescrip- ción, y otras con tantas excepciones que más bien anulan que confirman la regla. Las estrechas perspectivas sociales del nativo que no ve más allá de su distrito, el predominio de los casos singulares y anómalos, son características dominantes de la es- tructura social indígena que, por distintas razones, no han sido suficientemente destacadas. Pero los rasgos principales del lide- razgo, tal y como los hemos presentado, pueden bastar para hacerse una idea clara a este respecto y dar el sabor de algunas de sus instituciones, al menos de todo lo que se necesita para comprender el papel del jefe en el Kula. Sin embargo, debemos completarla en cierta medida con datos concretos relativos a la división política de las Trobriand. El jefe principal, como ya se ha dicho, es el que reside en Omarakana y gobierna Kiriwina, el distrito más importante y agrícolamente más rico. Su familia o subclán, el tabalu, está reconocido en todo el archipiélago como el de mayor rango, a mucha distancia de los siguientes. Su fama se extiende por todo el distrito del Kula; la provincia entera de Kiriwina toma su prestigio de su jefe y los pobladores conservan todos los tabús personales, que significan un deber pero también una distinción. Próximo al gran jefe, en un pueblo a unas dos millas de distan- cia reside un personaje que, aunque en varios aspectos sea su vasallo, es también su principal enemigo y rival, el dirigente de Kabwaku y gobernador de la provincia de Tilataula. El actual 79 con los poblados de Kitava y del resto de las Marshall Bennett, comparte con estas islas la reputación de albergar muchas mu- jeres voladoras, capaces de matar mediante magia, que se ali- mentan de cadáveres y son especialmente peligrosas para los marinos en peligro. Bajando más hacia el sur, en la costa occidental de la Lagu- na, llegamos al gran asentamiento de Sinaketa, consistente en seis aldeas situadas a pocos cientos de yardas de distancia, pero que tienen dirigentes y diversas costumbres características pro- pias e independientes. Estas aldeas, no obstante, constituyen una sola comunidad a efectos de guerra y del Kula. Algunos de los dirigentes locales de Sinaketa pretenden ser de alto rango, otros son de la plebe; pero, en conjunto, tanto el principio del rango como el poder del jefe se deterioran más y más conforme des- cendemos hacia el sur. Después de Sinaketa encontramos otros cuantos poblados que practican un Kula local y sobre los cuales trataremos más adelante. Sinaketa mismo aparecerá con mucha extensión en las descripciones posteriores. La parte sur de la isla es a veces llamada Kaybwagina, pero no constituye una unidad política definida como los distritos del Norte. Por último, al sur de la isla principal, separada de ella por un estrecho canal, se encuentra la isla en forma de media luna de Vakuta, a la que pertenecen cuatro pequeñas aldeas y una grande. En época reciente, hace quizá cuatro o seis generacio- nes, una auténtica rama de los Tabalu —la primera familia en la jerarquía de rangos— vino y se estableció en la última aldea mencionada, pero su poder nunca ha igualado ni siquiera al de los pequeños jefes de Sinaketa. En Vakuta sigue en vigor el típico sistema de gobierno de los papúe-melanesios, a través de los ancianos de la tribu, con uno más destacado que los otros sin llegar a ser soberano. Los dos grandes asentamientos de Sinaketa y Vakuta desem- peñan gran papel en el Kula y son las dos únicas comunidades de todas las Trobriand donde se fabrican los discos rojos de concha. Esta industria, como veremos, está estrechamente rela- cionada con el Kula. Políticamente Sinaketa y Vakuta son riva- les y en otros tiempos entablaban guerras periódicas. Otro distrito que constituye una unidad política y cultural definida es el de la gran isla de Kayleula, en el Oeste. Los po- bladores son pescadores, constructores de canoas y comercian- tes, y emprenden grandes expediciones a las islas occidentales d'Entrecasteaux, cambiando sus productos industriales por nue- ces de betel, sagú, alfarería y conchas de tortuga. Era necesario dar una descripción algo detallada del papel del jefe y las divisiones políticas, porque una idea clara de las principales instituciones políticas es indispensable para poder comprender el Kula. Todos los sectores de la vida tribal, la reli- gión, la magia, la economía, se entrelazan, pero la estructura 82 social de la tribu es la base sobre la cual se levanta todo lo demás. Así que es imprescindible tener presente que los tro- briandeses constituyen una única unidad cultural, hablan la mis- ma lengua, tienen las mismas instituciones, obedecen las mismas leyes y reglas, y se inspiran en las mismas creencias y costum- bres. Los recién enumerados distritos en que subdividen los tro- briandeses son política, pero no culturalmente, distintos; es decir, todos constan de la misma clase de indígenas, sólo que cada uno obedece a su propio jefe y le reconoce como tal, tiene sus propios intereses y actividades, y en caso de guerra cada cual la hace por su lado. Por otra parte, dentro de cada distrito las diversas comuni- dades de aldea tienen gran independencia. La comunidad de aldea está representada por un cabeza visible, sus miembros cul- tivan los huertos en una misma parcela y bajo la guía de su propio mago de los huertos, organizan sus propias fiestas y cere- monias, entierran a sus muertos en común y celebran en memo- ria de sus difuntos, interminables repartos de alimentos. En todos los asuntos importantes, sean de la tribu o del distrito, los miembros de la comunidad de aldea se mantienen juntos y actúan en grupo. V I I I . [ T O T E M I S M O Y P A R E N T E S C O ] Atravesando divisiones políticas y locales se cruzan los cla- nes totémicos, cada uno de los cuales tiene una serie de totems de parentesco, de los que el principal es el pájaro.6 Los miem- bros en estos cuatro clanes se reparten por todo el territorio de Boyowa y en cada comunidad de aldea hay miembros de los cuatro clanes, e incluso en cada casa están representados dos de ellos, por. lo menos, puesto que el marido tiene que ser de distinto clan que su mujer e hijos. Existe una cierta solidaridad de clan, basada en un vago sentimiento de parentesco común con los pájaros o animales totémicos, pero sobre todo en las muchas obligaciones sociales, tales como la celebración de cier- tas ceremonias, especialmente las funerarias, que reúnen a los miembros de un mismo clan. Pero auténtica solidaridad sólo se encuentra entre los miembros de los subclanes. El subclán es una división local del clan, cuyos miembros alegan tener ascen- dencia común y, por lo tanto, verdadera identidad de sustancia corporal, y a la vez están ligados al lugar por donde emergie- ron sus antepasados. Es a estos subclanes a los que remite la 6. El descubrimiento de la existencia de totems de «parentesco», asi como la introducción del término y el concepto, se debe al profesor C. G. Seligman. op. c i t . , págs. 9 a 11; véase también el Indice. 83 idea de rangos precisos. Uno de los clanes totémicos, el malasi, incluye el subclán más aristocrático, el tabalu, al mismo tiempo que el más paria, el grupo local malasi de Bwoytalu. Un jefe tabalu se sentiría muy ofendido si alguien le insinuase que está emparentado con los comedores de pastinaca del sucio poblado, aunque sean malasi como él. El principio del rango ligado a la división totémica sólo se encuentra en la estructura social de los trobriandeses; es por. completo extraño a todas las demás tribus papúe-melanesias. Respecto al parentesco, lo fundamental a tener en cuenta es que los indígenas son matrilineales y la sucesión del rango, la pertenencia a cualquier grupo social y la herencia de las propie- dades van por línea materna. Se considera al hermano de la madre como el auténtico tutor del hijo, y hasta toda una serie de deberes y obligaciones mutuos que crean una relación muy estrecha e importante entre ambos. Verdadero parentesco, ver- dadera identidad corporal, sólo se reconoce entre un hombre y la familia de su madre. Entre éstos, los hermanos y hermanas le son especialmente próximos. Tiene que trabajar para su hermana o hermanas en cuanto son mayores y se casan. Pero, a despecho de ello, el más riguroso tabú rige entre ambos desde que son muy jóvenes. Ningún hombre bromea ni habla con soltura de- lante de su hermana, ni siquiera se permite mirarla. La más ligera alusión a temas sexuales, matrimoniales o ilícitos, hecha por un hermano o hermana en presencia del otro, es un insulto muy grave y una humillación. Cuando un hombre se acerca a un grupo de personas en el cual habla su hermana, o ella se retira o es él quien se vuelve por sus propios pasos. Merece destacarse la relación del padre con los hijos. La paternidad fisiológica7 es desconocida y se supone que no existe ningún vínculo de parentesco o consanguinidad entre el padre y el hijo, excepto los existentes entre el marido de la madre y los hijos de la esposa. Sin embargo, el padre es, con mucho, el mejor y más afectuoso amigo de sus hijos. En muchos casos he podido observar que cuando un niño, un muchacho o una muchacha joven, tenía problemas o estaba enfermo, cuando se trataba de que alguien se expusiera a dificultades o peligros por el bien de los hijos, siempre era el padre quien se ocupaba y sufría todos los inconvenientes, y nunca el hermano de la madre. Los indígenas admiten completamente este estado de cosas y lo exponen a viva voz. En materia de herencia y transmisión de las posesiones, el hombre siempre tiende a hacer por sus 7. Cf. el articulo del autor, Baloma, Spirils of the Dealh, VII parte, «J. R. A. I.», 1917, donde esta afirmación se justifica con abundantes pruebas, Información posteriormente obtenida, durante otra expedición a las Trobriand, ratifica con adicional riqueza de detalles la completa ignorancia de la paterni- dad fisiológica. 84
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