¡Descarga lucio o el asno y más Apuntes en PDF de Traducción solo en Docsity! 1. Iba yo una vez a Tesalia, pues tenía que tra-
tar allí un negocio de mi padre con un hombre del
lugar. Un caballo nos transportaba a mi y al equi-
paje y me acompañaba un solo sirviente. Yo iba,
pues, haciendo el camino que se ofrecía ante mí y
casualmente también otros viajeros se dirigían a
Hipata, ciudad de Tesalia, pues eran de allí.
Compartimos nuestra comida y, después de re-
correr asi aquel penoso camino, nos encontrába-
mos ya cerca de la ciudad cuando yo les pregunté
a los tesalios si conocían a un hombre que vivía en
Hípata, Hiparco de nombre ', porque traía para él
de mi patria una carta de presentación para ins-
1 Elnombre "Inmapxos significa «dueño de caballos» y alude
al alto nivel social del personaje al que representa.
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talarme en su casa. Ellos me dijeron que conocían
a ese Hiparco y en qué parte de la ciudad vivía;
que tenía mucho dinero pero solamente mantenía
a una criada y a su esposa porque era terrible-
mente avaro.
Cuando ya estuvimos cerca de la ciudad había
un huerto, y en él una casita bastante aceptable,
donde vivia Hiparco.
2. Ellos, entonces, tras despedirse de mí se
marcharon y yo, acercándome, llamo a la puerta.
Con dificultad y lentamente me respondió enton-
ces una mujer, que luego incluso salió. Yo pre-
gunté si estaba Hiparco en casa. «Dentro —me
dijo— ¿pero tú quién eres y qué es lo que deseas
que preguntas por él?». «He venido con una carta
para él de parte de Decriano, el sofista de Patras».
«Espérame aquí», dijo, y cerrando la puerta se
metió dentro otra vez. Cuando salió por fin, nos
invita a entrar y yo, pasando al interior, saludé a
Hiparco y le entregué la carta. Precisamente es-
taba empezando a cenar y se hallaba tendido so-
bre una estrecha litera; su mujer se encontraba
sentada cerca y junto a ellos había una mesa va-
cía.
El, después de leer la carta, me dijo: «En efecto,
Decriano, que es para mi el más querido y el más
sobresaliente de los griegos, hace bien en enviar a
mi casa a sus amigos con toda confianza. Ya ves,
Lucio, que mi casita es pequeña, pero que tiene un
dueño generoso. Tú la convertirás en una gran
casa si la habitas con espíritu tolerante». Y llama
a la chica: «Palestra, dale la habitación para los
invitados y si lleva algún equipaje lo coges y lo
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aniquilado completamente*. Tú también eres
joven, hijo, y apuesto, de modo que pronto puedes
gustar a una mujer, y extranjero, algo de lo que no
hay que preocuparse».
5. Yo, al enterarme de que lo que andaba bus-
cando tanto tiempo se hallaba en casa, junto a mí,
no le presté ninguna atención ya. Cuando por fin
quedé libre, regresé a casa diciéndome a mi
mismo por el camino: «Ea, tú que afirmas estar
ansioso de contemplar ese espectáculo extraordi-
nario, a ver si te me espabilas e inventas una ar-
timaña para conseguir lo que deseas. Desnúdate
ya mismo sobre la criada Palestra —pues de la
mujer de tu anfitrión y amigo debes mantenerte
alejado— y, revolcándote sobre ella y practicando
en sus brazos luchas cuerpo a cuerpo *, estate se-
guro de que fácilmente te informarás, porque los
esclavos conocen lo bueno y lo malo».
Y diciéndome a mí mismo estas cosas entré en
casa. A Hiparco no le encontré dentro, ni a su
mujer, pero Palestra estaba sentada junto al ho-
gar, preparándonos la cena.
6. Entonces yo, tomando la palabra, le dije:
«¡Con qué ritmo, hermosa Palestra, haces girar e
inclinas el culo al mismo compás que la olla! Las
4 Las brujas y las hechiceras jugaron un papel importante
en la sociedad griega y romana de todas las épocas. Sobre este
interesante tema trata Scobie en Apuleitus and Folklore, o.c. 75 y
$8,
5 Los términos aquí utilizados, así como muchos de los que
aparecen en los caps, 8-10, son específicos del lenguaje depor-
tivo y tienen en estos pasajes un claro sentido erótico.
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nalgas se me agitan con ligereza. ¡Dichoso aquél
que moje de ese plato!
Ella —pues la niña era muy atrevida y estaba
llena de encantos— respondió: «Joven, deberías
huir de mí si tienes juicio y deseas seguir viviendo,
porque aquí todo está lleno de un inmenso fuego y
humo de sacrificios, y con una sola vez que tengas
contacto conmigo, quedarás clavado junto a mí
con una herida producida por el fuego y nadie po-
dría curarte, ni siquiera el dios de la medicina,
sino únicamente yo, la que te ha abrasado *; y lo
más extraordinario de todo, yo te haré sentir más
deseo, de modo que, cuando te hayas repuesto del
dolor de la cura, estarás atrapado continuamente
y ni aunque te arrojen piedras intentarás huir de
ese dulce dolor.
¿De qué te ries? Tienes ante tus ojos a una coci-
nera de hombres. En efecto, no sólo preparo esos
manjares ordinarios, sino también al hombre, esa
cosa grande y hermosa, sé bien yo degollarlo, pe-
larlo y hacerlo pedazos, y tengo especial gusto en
poner las manos en sus propias entrañas y su co-
razón». «Dices bien —respondí yo— porque tam-
bién a mí, que estoy lejos y no me he acercado, me
has producido, no una quemadura, por Zeus, sino
todo un incendio; y lanzándome ese fuego tuyo
invisible a través de mis ojos hasta abajo, hasta
las entrañas, me estás abrasando, a pesar de que
yo no te he hecho ningún daño. Así que cúrame,
6 La identificación de la pasión amorosa con una herida o
con fuego devorador tiene ya una gran tradición en la litera-
tura griega y así, por ejemplo, es un tópico muy frecuente en la
novela de Caritón (cf. Char. 1 1,7; 1 4,1; IV 2,5: V 5,9; VI 3,3).
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por los dioses, con esos amargos y dulces remedios
de que tú me hablas, y puesto que ya me tienes
degollado, quítame la piel de la forma que quie-
ras»,
Ella estalló en grandes y gratísimas carcajadas
ante mis palabras, y a partir de ese momento era
ya mía. Acordamos entonces que cuando acostara
a sus amos vendría a mi habitación y dormiría
conmigo.
7. Cuando por fin llegó Hiparco cenamos des-
pués de lavarnos, y la bebida corrió abundante-
mente mientras conversábamos. Después, fingiendo
tener sueño, me levanté y me dirigí de hecho al
dormitorio. Todo el interior había sido bien pre-
parado: el catre para mi esclavo había sido exten-
dido fuera, y junto a mi cama estaba colocada una
mesa con un vaso; también había allí dispuestos
vino y agua, fría y caliente; todos esos preparati-
vos eran cosa de Palestra. Esparcidas entre las sá-
banas había muchas rosas, unas enteras, otras
deshojadas y otras enlazadas en forma de coronas.
8. Y yo, al encontrar el banquete preparado,
me dispuse a esperar a mi convidada, Palestra,
cuando dejó en la cama a su señora, vino rápida-
mente a mi lado, y disfrutábamos mucho apu-
rando el vino y los besos que mutuamente nos dá-
bamos. Cuando ya la bebida nos había preparado
bien para la velada, me dice Palestra: «Tienes que
recordar esto jovencito: que has caído en las ma-
nos de Palestra” y es preciso que tú demuestres
7 El nombre de la criada hace alusión a la «palestra», lugar
donde los jóvenes realizaban sus prácticas de lucha. El nombre
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sepáralo poco a poco, y deslizándote por abajo,
infiltrate de nuevo y agítate; después lo sueltas,
porque tu contrincante ha caído, está deshecho y
es todo sudor»,
Yo por mi parte, riéndome entonces con grandes
carcajadas, le dije ?: «Maestra, también yo quiero
ordenarte unos pocos ejercicios, así que incorpó-
rate y presta atención: siéntate, después dame
agua para lavarme las manos, aplícate el resto y
frótate, y abrazándome, por Hércules, duérmete
ya».
11. En el placer y diversión de tales ejercicios
celebrábamos nuestros combates nocturnos y re-
cibíamos nuestras coronas, y era mucho lo que
disfrutábamos con ello, de modo que me olvidé
completamente del viaje a Larisa.
Pero un día se me ocurrió informarme sobre la
razón de mis combates y le digo a ella: «Querida
mía, muéstrame a tu ama cuando esté practicando
magia o cambiando de forma, pues hace tiempo
que tengo ganas de ver un espectáculo prodigioso
de esa clase. O mejor aún, si tú tienes conocimien-
tos, haz tú misma algo de magia para que apa-
rezca ante mis ojos una forma a partir de otra. A
mí me parece que tú no careces de experiencia en
este arte y no lo sé por otro, sino por mis propios
sentimientos, porque a mí, que antes era llamado
por las mujeres «el adamantino» y que nunca ha-
bia mirado a ninguna mujer con deseos amorosos,
9 Obsérvese el paralelismo que guardan las palabras de Lu-
cio con las que pronuncia Palestra al comienzo del cap. 9.
Constituyen la réplica del protagonista en el ¿yóv erótico.
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me has subyugado y me tienes prisionero con esas
artes, seduciéndome con un combate de amor».
Y Palestra me responde: «Deja de bromear, ¿qué
encantamiento puede hechizar al amor, que es el
dueño de ese arte? Yo, querido mio, no sé nada de
esas cosas, te lo juro por tu persona y por este
lecho de tanta dicha. Yo no aprendí a leer y, ade-
más, mi señora es muy celosa de su arte, pero si se
me presenta la ocasión, intentaré conseguirte la
oportunidad de ver a mi ama en un cambio de
apariencia».
12. Y entonces, tras ese acuerdo, nos dormi-
mos. No muchos días después, Palestra me anun-
cia que su señora va a transformarse en pájaro
para volar a casa de su amante. Y yo le dije:
«Ahora, Palestra, es la ocasión de hacerme ese fa-
vor, por el cual puedes ahora poner fin al deseo
tanto tiempo anhelado de tu suplicante». «Ten
confianza», me dijo. Y cuando estaba atarde-
ciendo, me coge y me lleva ante la puerta de la
habitación donde dormían sus amos, y me invita a
acercarme a una pequeña rendija de la puerta *? y
contemplar lo que ocurría en el interior.
Veo a la mujer quitándose la ropa; después,
acercándose desnuda a un candil, cogió dos granos
de incienso, los colocó sobre la llama del candil, y
allí de pie comenzó a susurrar una retahíla de pa-
labras sobre el candil. Después abrió un sólido
10 C£ los caps. 47 y 52, donde se repite, con los mismos
términos incluso, el motivo de la contemplación de un espec-
táculo a través de una rendija de la puerta.
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cofre que contenía en su interior muchísimas caji-
tas, y de ellas escoge y saca una. Lo que la caja
tenía dentro no lo sé, pero por su aspecto parecía
aceite. Cogiendo de esta sustancia, se frota toda
entera, empezando por las uñas de los pies, y súbi-
tamente le salen alas, la nariz se le endureció y se
curvó hacia abajo y el resto de su cuerpo tenía,
todo él, las marcas y características de los pájaros:
en realidad, no era otra cosa que un cuervo noc-
turno '?.
Ella, cuando se vio con las alas, emitió un terri-
ble graznido, idéntico al de dichos cuervos y, al-
zándose, salió volando por la ventana.
13. Yo, pensando que aquello que veía era un
sueño, me frotaba los párpados con los dedos, pues
no daba crédito a mis ojos, ni a lo que veían, nia
que estuvieran despiertos. Cuando con dificultad y
lentamente me convencí de que no dormía, le pedí
entonces a Palestra que me proporcionara alas a
mí también y que, frotándome con aquel un-
gúento, me permitiera volar, pues quería saber
por experiencia si una vez transformada mi apa-
riencia humana mi alma iba a ser también la de
un pájaro. Ella abrió la puerta del dormitorio y
trajo la cajita. Entonces yo, que me había apresu-
rado ya a desnudarme, me froto entero, pero ¡ay,
desgraciado de mi!, no me convierto en ave, sino
que por detrás me salió cola, y todos los dedos se
me fueron no sé a dónde. Tenía en total cuatro
uñas que no eran otra cosa que pezuñas; mis ma-
11 Parece ser que se alude a un búho.
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peaban con varas y nos conducían hacia la mon-
taña, intentando huir por un camino impractica-
ble.
Qué sufrieron las otras bestias no lo puedo decir,
pero yo, que no estaba acostumbrado a ir des-
calzo, al caminar entre piedras llenas de aristas
transportando un bagaje tan enorme, estaba a
punto de morir. Y continuamente tropezaba, pero
no podía caerme porque inmediatamente otro por
detrás me sacudía en las ancas con un palo.
Cuando repetidas veces deseaba gritar «¡Oh Cé-
sarl», no hacia sino rebuznar, de manera que el
«Oh» lo gritaba alto y muy claro, pero el «César»
no seguía a continuación. Pero también por eso
misrmo me atizaban, pensando que los iba a trai-
cionar con mis rebuznos, así que, dándome
cuenta de que gritaba en vano, decidí continuar
caminando en silencio y ganar así el no recibir
golpes.
17. En esto era ya de día y nosotros habiamos
subido muchas montañas. Llevábamos la boca
atada con una cuerda para que no perdiéramos
tiempo en comer pastando por los alrededores del
camino, de modo que hasta entonces también me
quedé con mi apariencia de asno. Cuando era jus-
tamente mediodía, nos paramos en la granja de
unos, amigos de los bandidos, según podía juz-
garse por lo que ocurría: se saludaron unos a otros
con besos y los de la granja los invitaron a que-
darse y les prepararon comida y, a nosotros, los
animales, nos pusieron cebada. Y, en efecto, los
otros comían, pero yo tenía un hambre terrible,
así que, puesto que jamás había comido cebada
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cruda, me puse a examinar qué podría comer. Y
veo un huerto allí, detrás del corral, que tenía mu-
chas y buenas verduras, y por encima de éstas se
divisaban rosas. Entonces yo, pasando desaperci-
bido a todos los de dentro, que estaban ocupados
en la comida, me dirijo al huerto; por una parte,
para hartarme de verduras crudas, y por otra, por
las rosas, pues estaba seguro de que en cuanto
comiera de esas flores volvería nuevamente a ser
hombre. Entonces, me introduje en el huerto y me
harté de lechugas, rábanos y perejil, verduras to-
das que el hombre come crudas; pero las rosas
aquellas no eran rosas verdaderas, sino las que
florecen del laurel salvaje. Los hombres las llaman
«adelfa» y son alimento funesto para cualquier
asno o caballo, pues dicen que el que las come
muere al momento '?,
18, En esto, el hortelano se dio cuenta y, aga-
rrando un palo, entró en el huerto. Cuando vio al
enemigo y perdición de las verduras, como un
soberano enemigo de la maldad que sorprende a
un ladrón, así comenzó a sacudirme con el palo,
no guardándose ni de las costillas ni de las patas, e
incluso me golpeó en las orejas, y me molió la cara
a golpes. Yo no pude soportarlo más y le solté un
par. de coces, tumbándolo de espaldas sobre las
verduras, mientras me daba a la fuga camino
13 Plinio, en su Historia Natural, XV1 79 y XXIV 90, men-
ciona esta planta, denominada «rhododendron» o «nevion», que
es mortal para los animales pero beneficiosa para el hombre,
ya que sirve de antídoto para el veneno de serpiente y que,
además, se parece a las rosas.
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arriba hacia la montaña. El, cuando vio que huía
corriendo, ordenó a gritos que soltaran los perros
tras de mi; y los perros eran muchos y grandes,
capaces de luchar con osos,
Comprendí que si me cogían esas fieras me des-
pedazarian, asi que, después de haberme alejado
un poco, pensé lo que dice el refrán, «más vale
retroceder que hacer una mala carrera» y volví
atrás, metiéndome de inmediato en el establo.
Ellos sujetaron a los perros, que iban lanzados en
mi persecución, y los ataron, y a mí no dejaron de
golpearme antes de que, a causa del dolor, expul-
sara por debajo todas las verduras.
19, Y cuando era la hora de ponerse en mar-
cha, a mí me colocaron encima lo más pesado y la
mayor parte de lo que habían robado y de esa ma-
nera partimos entonces de allí. Yo, como estaba ya
exhausto por lo golpes, agobiado por la carga y
con las pezuñas destrozadas del viaje, decidí de-
jarme caer allí mismo y no levantarme nunca ni
aunque me mataran a palos, pensando que esa de-
cisión me iba a ser de gran provecho, porque creía
que, cuando fracasaran rotundamente, repartirían
mi carga entre el caballo y el mulo y a mí me
permitirían yacer allí a merced de los lobos.
Pero alguna divinidad envidiosa, dándose
cuenta de mis intenciones, les dio un giro contra-
rio: en efecto, el otro asno, pensando quizá lo
mismo que yo, cae en medio del camino. Ellos, al
principio, ordenaron al infeliz que se levantara
golpeándolo con una vara, pero como no hizo caso
alguno a los palos, lo tomaron, unos de las orejas y
otros de la cola, e intentaron incorporarlo. Pero
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en la flor de la juventud, muy hermosa, que llo-
raba y se desgarraba las ropas y los cabellos. Des-
pués de dejarla dentro, sobre el lecho, la exhorta-
ron a no tener miedo y a la vieja le encargaron que
permaneciera en todo momento dentro de la casa
y vigilara a la muchacha.
La joven, por su parte, no quería comer ni be-
ber, lloraba continuamente y se desgarraba los
cabellos '*, de modo que yo mismo, que me ha-
llaba cerca, junto al establo, compartía el llanto
con aquella hermosa doncella. Entretanto, los
bandidos cenaban fuera, en el vestíbulo de la casa.
Con el día, uno de los vigías designados para
custodiar los caminos llega anunciando que un ex-
tranjero va a pasar por aquella ruta, y que lleva
muchas riquezas. Los otros se levantaron, tal
como estaban, se armaron y, después de ensillar-
nos al caballo y a mi, partieron. Yo, pobre infeliz,
que sabía que me llevaban a la lucha y al com-
bate, avanzaba con lentitud, por lo que ellos, como
tenían prisa, me golpeaban con la vara.
Cuando llegamos al punto del camino por donde
iba a pasar el extranjero, los bandidos se lanzaron
sobre los carros y mataron al viajero y a sus sir-
vientes y, apoderándose de lo más valioso, nos lo
cargaron encima a mí y al caballo y escondieron
allí en el bosque el resto de los bienes. Luego em-
prendimos el camino de regreso en esas condicio-
nes y yo, como me metían prisa y me sacudían
15 La actitud desesperada de la joven es la misma que
muestran los héroes de las Efesíacas cuando se encuentran en
manos de sus respectivos raptores (cf, X.E, III 8,7; 111 9,3).
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con la vara, me golpeé el casco con una piedra
afilada y a causa del golpe se me hizo una dolo-
rosa herida, de modo que el resto del camino iba
cojeando. Entonces ellos se dijeron unos a otros:
«¿Por qué se nos ocurre alimentar a este burro que
siempre está tropezando? Vamos a arrojarlo desde
el precipicio, que no es de buen agúero». «Sí,
—dijo otro— arrojémosle para que sea víctima ex-
piatoria de la banda». Y se dispusieron todos con-
tra mí, pero yo, al oírlos, hice el resto del camino
como si la herida fuera de otro: el miedo a la
muerte me había hecho insensible al dolor.
23. Una vez que entramos al lugar donde está-
bamos hospedados, descargaron de nuestros lomos
el botín y, después de guardarlo bien, se sentaron
a la mesa y cenaron. Y cuando era ya de noche, sa-
lieron para poner en lugar seguro la carga res-
tante. Uno de ellos dijo: «A este burro miserable,
¿para qué nos lo vamos a llevar si está inútil de un
casco?» Transportaremos nosotros una parte de la
carga y el caballo la otra». Y se marcharon lleván-
dose el caballo,
La noche era muy clara porque había luna, y yo
me dije a mí mismo entonces: «Infeliz, ¿por qué te
quedas aquí todavía? Vas a servirles de cena a los
buitres y a sus crías. ¿No has oido lo que han deli-
berado sobre ti? ¿Quieres caer al precipicio? Es de
noche y hay una luna espléndida. Ellos se han ido.
Huye, sálvate de manos de unos amos asesinos».
Estaba yo haciéndome estas reflexiones, cuando
veo que no estaba sujeto con atadura alguna, sino
que la cuerda con la que me arrastraban por los
caminos estaba colgando. Este hecho me estimuló
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mucho para huir y, lanzándome a la carrera, salí
fuera. La vieja, cuando me vio dispuesto a escapar,
me agarró de la cola y se asió a ella, pero yo,
diciendo que se merecía el precipicio y mil muer-
tes más el dejarse capturar por una vieja, empecé
a arrastrarla. Ella comenzó a llamar de dentro a
grandes gritos a la doncella cautiva, y ella, al
acercarse y ver a aquella vieja Dirce '* colgando de
un burro, se atrevió a una proeza noble y propia
de un joven desesperado: saltó sobre mí, y sentán-
dose en mis lomos empezó a cabalgar. Yo, por mi
parte, por el deseo de escapar y el apremio de la
muchacha, huía a la velocidad de un caballo, y
dejamos atrás a la vieja. La doncella suplicaba a
los dioses que la salvaran en la fuga y a mí me
decía: «Si me llevas hasta mi padre, bonito, te
libraré de todos los trabajos y tendrás diariamente
un medimno de cebada para comer».
Yo, decidido a huir de mis verdugos y esperando
obtener mucha ayuda y solicitud de la doncella si
yo la salvaba, corría sin preocuparme de la herida.
24. Pero cuando llegamos a un punto donde el
camino se dividía en tres, los enemigos, que ve-
nían de regreso, vienen a tropezarse con nosotros,
16 Dirce es en la mitología (cf. A. Ruiz de Elvira, Mitología
Clásica, Madrid 1982, 187-8) la mujer de Lico, y junto con éste
tenía encerrada a Antíope, sobrina de Lico, hasta que los hijos
de la cautiva, Anfión y Zeto, la rescatan y dan castigo a Dirce y
a su marido. Tal vez la utilización aquí de ese nombre para la
vieja se justifique porque también ésta tiene encerrado a Lucio,
pero también puede tener simplemente un sentido irónico, al
aplicar un nombre mitológico a un personaje como la vieja del
relato.
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a causa del hedor del asno descomponiéndose y
del roce de los gusanos. Por último los buitres,
penetrando a través del asno, la despedazarán a
ella igual que al otro, quizás incluso estando viva
todavia».
26. Todos prorrumpieron en gritos de aproba-
ción ante este prodigioso invento como si se tra-
tase de algo extraordinario, pero yo lamentaba mi
suerte pensando que iba a ser degollado y ni si-
quiera mi cadáver iba a tener un feliz reposo, sino
que iba a acoger en mi interior a una desdichada
doncella e iba a ser la tumba de una joven ino-
cente.
Estaba ya amaneciendo cuando, de pronto, se
presenta un gran número de soldados que había
llegado contra estos canallas, y al punto los ataron
a todos y los condujeron ante el gobernador de la
región. Precisamente ¡ba con ellos el prometido de
la joven, ya que era el que habia delatado el es-
condite de los bandidos. Cogió, pues, a la doncella,
la sentó sobre mí, y de esta forma la condujo a
casa. Los aldeanos, cuando ya desde lejos nos
vieron, supieron que todo había salido bien por-
que yo les anticipaba con mis rebuznos la buena
noticia y, acercándose corriendo, nos saludaron y
nos llevaron dentro.
27. La doncella hablaba mucho de mí, ha-
ciendo justicia con su compañero de cautiverio y
fuga, que había corrido con ella el peligro de
aquella muerte común para los dos. Y, por encargo
de mi dueña, me ponían para comer un medimno
de cebada y forraje suficiente incluso para un ca-
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mello, Yo maldecía entonces más que nunca a Pa-
lestra por haberme transformado en asno y no en
perro con su magia, porque veía a los perros desli-
zarse dentro de la cocina y devorar los muchos
manjares que suele haber en las bodas de novios
ricos. No muchos días después de la boda, como
mi ama dijo ante su padre que me estaba muy
agradecida, también éste quiso recompensarme
con un premio justo y dio orden de que me deja-
ran marchar libre en campo abierto y pastara con
la manada de yeguas. «Y como animal libre
—dijo— vivirá gozosamente y montará a las ye-
guas», Y pareció entonces que ésta era la recom-
pensa más justa, de haber sido juez en el asunto
un asno. Así, pues, llamando a uno de sus mozos
de cuadra me puso en sus manos, y yo me ale-
graba de que nunca más transportaría cargas.
Cuando llegamos al campo, el pastor me mezcló
con las yeguas y nos condujo al rebaño a pastar.
28. Pero, ciertamente, era preciso que entonces
me ocurriera también a mí como a Candaules '*,
En efecto, el encargado de las yeguas me dejó en
su casa, en manos de su mujer Megapole '?, y ella
me enganchó a la rueda del molino para que le
moliera todo el trigo y la cebada. Esto, en verdad,
18 Está el autor haciendo referencia a la historia de Can-
daules, relatada en las Historias de Heródoto, del cual dice (1,
8,2): xprv vip Kavóaó)»y yeveodor xaxds, «era preciso que a
Candaules le ocurriera una desgracia».
19 El nombre Meyarókn significa «gran giro» y hace alu-
sión a la acción de «girar» en el molino, por lo que es muy
apropiado para la molinera que obliga a trabajar a Lucio en
esta tarea.
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no era una desgracia muy grande para un asno
agradecido, moler para sus propios amos, pero la
buenísima mujer ponía en alquiler mi pobre cer-
viz, pidiendo a los demás habitantes de aquellos
campos —que eran muy numerosos— harina como
pago del alquiler, e incluso la cebada que era mi
sustento la tostaba y me la echaba para que la
moliera, y con toda ella hacía tortas que engullía,
mientras que yo comía salvado.
Por otra parte, si alguna vez el encargado me
llevaba con las yeguas, los machos casi me mata-
ban a golpes y mordiscos porque, como sospecha-
ban continuamente que yo era el amante de sus
hembras, me perseguían dándome coces a pares,
de modo que no pude soportar los celos de los
caballos. Así, pues, en no mucho tiempo me puse
delgado y feo, y no estaba a gusto, ni dentro junto
al molino, ni pastando al aire libre porque me ha-
cían la guerra mis compañeros de pastoreo.
29. Además, muchas veces me mandaban
arriba a la montaña y traía leña sobre mis lomos.
Eso era el colmo de mis desgracias porque, en
primer lugar, había que escalar una elevada mon-
taña, un camino terriblemente empinado, y luego
yo iba sin herraduras por un monte lleno de pie-
dras. Y enviaron en mi compañía un burrero, un
jovenzuelo sin escrúpulos que intentaba acabar
conmigo cada vez de una forma distinta.
Primero me golpeaba, incluso aunque corriera
mucho, pero no con una simple vara, sino con una
que tenía cabos duros y puntiagudos y siempre me
daba en el mismo lado de la pata, de modo que
ésta se me abrió por aquella parte por culpa de los
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del camino, porque al muchacho no le fue posible
ya hacerme arder al haberse empapado la estopa
de barro húmedo. Y todavía el desvergonzado me
calumnió al llegar, diciendo que yo, al pasar, me
habia metido en el hogar por mi propia voluntad.
Y contra lo que esperaba, en esa ocasión escapé de
la quema.
32. Pero aquel impío joven inventó contra mí
otra cosa mucho peor: me llevó a la montaña y,
después de colocarme encima una pesada carga de
leña, la vende a un labrador que vivía cerca y a
mí, conduciéndome a casa sin leños y despojado
de carga, me acusa falsamente ante su amo de un
acto infame: «No sé, amo, por qué alimentamos a
este burro que es terriblemente perezoso y lento.
Pero es que ahora se dedica también a una nueva
ocupación: cada vez que ve a una jovencita her-
mosa y en plena juventud o a un muchacho, se
pone a dar coces y se precipita corriendo tras
ellos, como si fuera un hombre enamorado que se
excita ante la mujer que ama, y les da mordiscos
como si fueran besos, intentando por la fuerza in-
timar con ellos. Por ello te ya a traer juicios y
problemas, pues a todos insulta y a todos derriba.
Y precisamente ahora, cuando traía leña, ha visto
a una mujer que iba al campo y, después de tirar y
desparramar a sacudidas toda la leña por el suelo,
ha derribado por tierra a la mujer y pretendía
unirse a ella, hasta que han llegado corriendo unos
de aqui y otros de allá y han protegido a la mujer
para que no la despedazara esa hermosura de
amante».
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33. El amo, cuando se enteró de eso, dijo:
«Pues si no quiere caminar ni llevar carga y tiene
pasiones humanas excitándose con mujeres y mu-
chachos, degolladlo y dad sus entrañas a los pe-
rros, y la carne guardadla para los trabajadores. Y
si alguien pregunta cómo ha muerto echad la
culpa a un lobo»,
En efecto, el canalla de mi burrero se llenó de
alegría y quería degollarme en ese mismo mo-
mento, pero casualmente estaba presente un la-
brador del lugar que me salvó de la muerte, con
terribles planes sobre mí: «En modo alguno
—dijo— vayas a degollar a un burro que puede
moler y llevar cargas. El problema no es grave: si
el deseo y la excitación lo arrastran hacia los
hombres, cógelo y cástralo, Así, al quitarle esos
impulsos eróticos, se volverá al punto dócil y se
pondrá gordo y llevará grandes cargas sin fati-
garse, Si tú no tienes experiencia en esa operación,
vendré aquí dentro de tres o cuatro días y te lo
entregaré más manso que un corderito con la cas-
tración».
Así, pues, todos los que estaban allí dentro ala-
baron su consejo considerando que hablaba razo-
nablemente, pero yo lloraba ya, pensando que en
un instante iba a perder lo que de hombre había
en mi cuerpo de asno, y dije que ya no quería
vivir, si me convertía en eunuco. De modo que
decidí dejar de comer por-completo en adelante o
arrojarme desde la montaña, donde, aunque me
precipitara con la muerte más miserable, moriría
con un cadáver integro aún e intacto.
34. Cuando era noche cerrada, llegó un men-
63
sajero de la aldea al campo y a la granja diciendo
que la joven recién casada —la que había estado
en manos de los bandidos— y su esposo, cuando
ambos paseaban por la playa a la hora del cre-
púsculo, habían sido arrebatados por una marea
repentina y habían desaparecido, y que así habían
alcanzado un final de desgraciada muerte.
Entonces ellos, al quedarse así vacía la casa
de sus jóvenes amos, decidieron no permanecer
por más tiempo en la esclavitud y, después de ro-
bar todos los enseres de la casa, se dieron a la fuga
para ponerse a salvo. Por su parte, el encargado de
los caballos, cogiéndome a mí también, ató el bo-
tín sobre mí, las yeguas y los demás animales ?'.
Yo iba agobiado porque llevaba el peso de un asno
verdadero pero, al menos, estaba contento porque
se había impedido mi castración. Después de reco-
rrer un penoso camino durante toda la noche y
viajar otros tres días, llegamos a Berea, una ciu-
dad de Macedonia grande y muy poblada.
33. Allí decidieron nuestros conductores esta-
blecerse. Y entonces tuvo lugar nuestra venta, la
de las bestias de carga, que un pregonero de buena
voz anunciaba a gritos de pie en mitad del ágora.
Los que se acercaban, querían abrir y vernos la
boca y nos miraban la edad a cada uno en los
dientes y, a los demás, a uno lo compraba éste, al
otro aquél, pero a mí, que me quedé el último,
ordenó el pregonero que me llevaran otra vez a
21 No es casualidad que el encargado se lleve todos los
caballos, ya que los caballos de Tesalia eran famosos y muy
estimados.
64
mi parte, lleno de dolor por mi transformación
quise gritar: «¡Oh Zeus cruel!, hasta el momento
he soportado desgracias», pero la voz que me salió
no era la mía, sino la de la garganta de un asno, de
forma que di un gran rebuzno. Precisamente en
ese momento, unos aldeanos acababan de perder
un burro y, al oír mis grandes rebuznos mientras
buscaban al desaparecido, se introducen en la casa
sin decir nada a nadie pensando que yo soy su
asno, y sorprenden a los maricas poniendo en ac-
ción sus indecibles prácticas en el interior de la
casa, y entonces hubo muchas risas entre los que
habían entrado. Después salieron fuera corriendo
y divulgaron por toda la aldea con sus comenta-
rios la impiedad de los sacerdotes. Estos por su
parte, terriblemente avergonzados de que tales se-
cretos hubieran salido a la luz, al llegar la noche
se marcharon enseguida de allí y, cuando se halla-
ron en una parte solitaria del camino, se pusieron
furiosos y dieron rienda suelta a su ira contra mí
por haber delatado sus misterios. Y esa desgracia,
escuchar cómo me insultaban, era algo soportable,
pero lo que vino después de eso ya no era soporta-
ble: me quitaron la figura de la diosa y la coloca-
ron en tierra, y despojándome de todos mis arreos
me atan, ya desnudo, a un gran árbol. Después me
golpearon con aquel látigo hecho de astrágalo y
poco faltó para que me mataran, mientras me or-
denaban que en el futuro fuera un portador de la
diosa mudo. Además, incluso deliberaron dego-
llarme después de los latigazos, por haber come-
tido contra ellos una gran insolencia y haberlos
echado de la aldea sin realizar su trabajo, pero la
67
diosa les hizo desistir con razones de peso de que
me mataran, al quedarse sentada en tierra y no
poder recorrer el camino.
39. Así, pues, tomando a la señora después de
la paliza me puse en marcha y ya al atardecer nos
detuvimos en la finca de un hombre rico. Este es-
taba en el interior y, acogiendo muy contento a la
diosa en su casa, preparó para ella sacrificios. Allí
sé que corrí un gran peligro. En efecto, un amigo
le envió al señor de la finca como regalo una pata
de onagro; el cocinero la perdió por descuido
cuando la cogió para prepararla, al introducirse
furtivamente dentro gran número de perros. El,
temiendo una terrible paliza y el tormento por la
pérdida de la pata, había decidido colgarse a sí
mismo del cuello. Pero su mujer, maldición fu-
nesta para mí, le dijo: «No vayas a matarte, que-
rido, ni te entregues a semejante abatimiento,
pues si te dejas convencer por mí todo te irá bien:
llévate el burro de los maricas a un lugar solitario
y después lo degúellas, le cortas esa parte, el
muslo, y la traes aquí. Cuando la prepares, entré-
gasela al amo y arroja precipicio abajo los restos
del burro, y así parecerá que ha salido huyendo a
alguna parte y que ha desaparecido. Ya ves que es
de buena carne, y mejor que aquel onagro en
todos los aspectos». El cocinero, ensalzando el
consejo de su mujer, dijo: «Tu idea, mujer, es la
mejor y la única forma que tengo de escapar del
látigo, de modo que para mí ya es cosa hecha». Y
en efecto, aquel impío cocinero, en pie junto a mí,
deliberaba con su mujer aquellas cosas.
68
40. Entonces yo, previendo ya lo que iba a ocu»
rrir, decidí que lo mejor era ponerme yo mismo a
salvo del hacha: rompiendo la correa con la que
me llevaban y pegando un salto, me metí co-
rriendo apresuradamente donde estaban cenando
los maricas con el dueño de la finca. Al entrar allí
corriendo, derribé con el ímpetu todo, la lámpara
y las mesas. Ciertamente, yo creía que había inge-
niado una buena forma de salvarme y que el
dueño de la finca iba a ordenar enseguida que, por
ser un asno tan gallardo, me encerraran en algún
lugar para puardarme a buen recaudo. Pero esa
ingeniosa idea me llevó a un peligro extremo: les
pareció que yo estaba rabioso y comenzaron ya a
desenvainar contra mí muchas espadas y lanzas y
grandes palos, dispuestos a matarme. Yo, cuando
vi la magnitud del peligro, me metí corriendo
donde mis amos iban a dormir, y ellos, al ver lo
que hacía, cerraron muy bien las puertas desde
fuera.
41. Cuando era ya el alba, tomé sobre mí a la
diosa y de nuevo partí con los impostores hasta
que llegamos a otra aldea grande y muy poblada
en la que se inventaron una historia aún más pro-
digiosa: que la diosa no permaneciera en casa
humana, sino que ocupara el templo de la divini-
dad local más venerada entre los aldeanos. Estos,
también muy gustosos, acogieron a la diosa ex-
tranjera proporcionándole un lugar junto a la
imagen de la suya propia, y a nosotros nos asigna-
ron una vivienda de unos pobres.
Mis amos, después de pasar allí bastantes días,
quisieron marcharse a la ciudad cercana y les pi-
69
44. En una ocasión en que salíamos al huerto
se tropieza con nosotros un noble individuo, cu-
bierto con una capa de soldado. Al principio se
dirige a nosotros en latín, y le preguntó al horte-
lano a dónde se llevaba el asno, es decir, a mí.
Aquél que era —creo— desconocedor de esa len-
gua, no respondió nada. El soldado, irritándose
por lo que consideraba un desprecio, golpea al
hortelano con el látigo y éste traba lucha con él, le
pone la zancadilla y lo deja tendido en el camino.
Luego comenzó a golpear al caído con las manos,
los pies y hasta con una piedra del camino. El
soldado por su parte, al principio respondía tam-
bién al ataque, y le amenazaba con matarlo con su
espada si lograba levantarse. El otro, al ser puesto
sobre aviso por su mismo contrincante, hizo lo
más seguro: le saca la espada y la arroja lejos para
después golpearle otra vez, ya que seguía en tierra.
El soldado, viendo que la situación era ya insoste-
nible, se finge muerto por los golpes y mi amo,
temiendo por lo ocurrido, deja al caído allí mismo
tal como estaba y, echando mano a la espada, ca-
balgó sobre mis lomos en dirección a la ciudad.
45. Cuando llegamos, confió el huerto a uno de
sus colaboradores para que lo cultivara y él, te-
miendo el peligro por el incidente del camino, se
oculta, juntamente conmigo, en casa de un fami-
liar que tenía en la villa, Al día siguiente, decidie-
ron actuar como sigue: escondieron a mi amo en
un cofre y a mí, levantándome de las patas, me
suben con ayuda de la escalera a una habitación
del piso superior, y allí arriba me encierran. El
soldado, por su parte, una vez que se levantó con
72
dificultad del camino —según dijeron—, llegó
aturdido por los golpes a la ciudad, encontró a sus
compañeros, y les contó la insensatez del horte-
lano. Estos, poniéndose en camino con él, se in-
formaron del lugar donde estábamos ocultos y lle-
varon consigo a los magistrados de la ciudad. Es-
tos mandan dentro a uno de sus guardias y les
ordenan a todos los de la casa salir fuera pero,
cuando salieron, el hortelano no aparecía por nin-
gún lado. Los soldados, entonces, aseguraban que
sí estábamos dentro, tanto él como yo, su asno,
mientras que los otros por su parte decían que
dentro no quedaba nadie más, ni hombre ni burro.
Como armaban escándalo y gran griterio en el redu-
cido lugar, yo, insolente y todo curiosidad, quise
enterarme de quiénes eran los que gritaban y saco la
cabeza por la ventana mirando hacia abajo. Ellos,
al verme, al punto comenzaron a dar gritos y, así,
los de la casa fueron sorprendidos diciendo menti-
ras. Entonces los magistrados entraron dentro y
después de registrarlo todo encuentran a mi amo
encerrado en el baúl. Tras apresarlo, lo enviaron a
la cárcel para que rindiera cuentas por su atrevi-
miento y en cuanto a mí, una vez que me bajaron,
me entregaron a los soldados. Todos se reían sin
parar del delator del piso de arriba que había he-
cho traición a su propio amo y, desde entonces, a
partir de mí el primero, surgió entre los hombres
aquel refrán: «Porque un burro se asomó».
46. Lo que le ocurrió al día siguiente a mi amo
el hortelano no lo sé, pero a mi el soldado decidió
ponerme en venta, y me vende por veinticinco
dracmas áticas. Mi comprador era sirviente de un
73
hombre muy rico de la mayor ciudad de Macedo-
nia, Tesalónica. Su oficio era el de preparar la co-
mida para su amo y tenía un hermano, esclavo
como él, que era experto en cocer pan y hacer tortas
de miel. Estos hermanos comían siempre juntos, se
alojaban en la misma habitación y compartían sus
herramientas de trabajo, de modo que luego, tam-
bién a mí me colocaron donde ellos se alojaban.
Después de la cena de su amo, ambos llevaban a la
habitación muchas sobras, uno de las carnes y
pescados y el otro de los panes y tortas. A mí me
encerraban dentro con todo ello y ellos se iban a
tomar un baño, dejando a mi cargo la más dulce
de las guardias. Entonces yo mandaba a paseo la
cebada que me ponían delante, y me dedicaba al
fruto de las artes y provechos de mis amos, de
modo que estuve atiborrándome de alimentos
humanos durante mucho tiempo.
Cuando regresaban mis amos a la habitación, al
principio no se daban cuenta de mi glotonería por
la cantidad de alimentos almacenados y porque yo
todavía hurtaba la comida con miedo y modera-
ción. Pero, finalmente, cuando comprendí su igno-
rancia, comencé a devorar las mejores porciones y
otros muchos alimentos y, cuando ya notaron la
pérdida, en un primer momento los dos se mira-
ban con desconfianza y se llamaban el uno al otro
ladrón, saqueador de lo ajeno y sinvergienza, y a
partir de entonces se volvieron los dos rigurosos y
hacian recuento de las porciones.
47. Mi vida discurría entre el placer y la moli-
cie; mi cuerpo había recuperado su hermosura
gracias a aquella dieta a la que estaba acostum-
74
Mis arreos eran costosos, me cubrían mantas de
púrpura, las bridas que lucía estaban repujadas
con oro y plata y colgaban de mí campanillas que
emitían una música melodiosa.
49. Nuestro amo Menecles, como dije, había
venido de Tesalónica aquí por lo siguiente: había
prometido a su ciudad proporcionarle un espec-
táculo de hombres que saben luchar con armas en
combate singular. Los luchadores estaban ya dis-
puestos y llegó el momento de partir. Así, pues,
salimos con la aurora y yo llevaba al amo cada vez
que había en el camino un tramo abrupto y difícil
de atravesar para los carros.
Cuando llegamos a Tesalónica, no hubo nadie
que no acudiera presuroso para ver el espectáculo
y para verme a mí porque, desde mucho tiempo
antes, había llegado la fama de mis muchas habili-
dades y de mis bailes y luchas al estilo humano ”.
Pero mi dueño me exhibía ante sus conciudadanos
más ilustres en la comida y ofrecía aquellos por-
tentosos juegos míos en el transcurso de la cena.
30, Mi encargado, por su parte, encontró gra-
cias a mí una fuente de mucho dinero, porque me
encerraba en una habitación y me tenía allí de pie,
y a los que deseaban verme a mí y a mis portento-
sas habilidades, les abría la puerta a cambio de un
dinero. El público entraba y me traía cada uno
25 La celebridad de Lucio como asno famoso está descrita
de forma muy similar —con clara intención paródica— a la
que utiliza Caritón para referirse al estupor que despierta entre
las multitudes la increíble belleza de Calírroe: Char. 1 1,2; IV 7,
5-6; V 3,6.
77
algo distinto de comer, sobre todo lo que les pare-
cía que era más enemigo del estémago de un bu-
rro, y yo comía, de modo que en pocos días, de
almorzar en compañía del amo y los de la ciudad,
estaba ya terriblemente grande y gordo.
Y en una ocasión entró para verme comer una
mujer extranjera de no pocas riquezas y bastante
belleza, y cayó en un ardiente deseo de mí, sea al
ver la hermosura del asno, sea por lo insólito de
mis habilidades, llegando al punto de desear man-
tener relaciones conmigo. Y, en efecto, habla con
mi encargado y le prometió una cantidad sustan-
ciosa si le permitía pasar la noche conmigo y él,
sin pensar si aquella mujer obtendría algo de mí o
no, acepta el dinero.
51. Y cuando estaba atardeciendo y el amo nos
dejó marchar del banquete, regresamos al lugar
donde dormíamos y encontramos que la mujer
había llegado hacía rato a mi cama. Por encargo
de ella se habían traído y colocado dentro delica-
dos almohadones y mantas, y teníamos un lecho en
el suelo cuidadosamente preparado. Después, los
servidores de la mujer se acostaron en algún lugar
allí cerca, delante de la habitación, y ella encendió
dentro del cuarto un gran candil de brillante
llama. Luego, quitándose la ropa, se colocó junto
al candil completamente desnuda, y vertiendo
perfume de un frasco de esencias, se unta de él. A
mí también me perfuma con aquello; sobre todo la
nariz me la llenó de perfumes y después me besó y
me habló como si fuera su amante, y humano,
hasta que, cogiéndome del ronzal, me arrastró hasta
el lecho. Y yo, que para esto no necesitaba nin-
78
guna invitación, ligeramente embriagado por el
mucho vino añejo, y excitado por la aplicación del
perfume y por ver a la muchacha, hermosa toda
ella, me acuesto, pero tenía el terrible problema
de no saber cómo iba a montar a la mujer. En
efecto, desde que me había convertido en asno no
había tenido contactos sexuales de los habituales
entre asnos ni tampoco había tenido relaciones
con una burra y, además, también esto me hacía
sentir un miedo desmedido, la idea de que la mu-
jer fuera incapaz de contenerme y se destrozara, y
yo tuviera que cumplir una bonita condena por
homicida. Pero ignoraba que mis temores no te-
nían razón de ser porque la mujer, después de
incitarme con muchos besos y, además, apasiona-
dos, cuando vio que yo ya no podía contenerme,
me rodea como si yaciera con un hombre y, alzán-
dose, me recibió todo entero en su interior. Yo,
cobarde de mi, todavía tenía miedo e intentaba
retirarme poco a poco, pero ella me sujetaba del
loro para que no retrocediera, y ella misma seguía
a lo que se escapaba. Cuando por fin me convencí
totalmente de que me debía al placer y gozo de la
mujer, a partir de ese momento comencé a pres-
tarle mis servicios sin temor, considerando que no
era en nada inferior al amante de Pasífae ?%. La
mujer estaba en verdad tan dispuesta a los dones
de Afrodita, y tan insaciable de los placeres de
26 Pasífae, (cf. Ruiz de Elvira 0.c. 365-369) esposa de Minos,
se enamora de un toro y es arrastrada por una violenta pasión
amorosa que la lleva a unirse a él mediante una artimaña. De
esta unión nace el Minotauro, ser monstruoso mitad hombre
mitad toro.
79
taño y en su interior queda en pie Lucio en per-
sona, desnudo.
Con aquella visión prodigiosa y en modo alguno
esperada, todos quedaron atónitos y comenzaron a
armar un terrible alboroto, dividiéndose el teatro
en dos opiniones: unos, al pensar que yo era un
experto en pócimas terribles y un maléfico ser ca-
paz de múltiples apariencias, pedían que pereciera
al punto en el fuego, mientras que otros decían
que era preciso esperar mis explicaciones y dis-
cernir primero, sentenciar después en consecuen-
cia sobre el asunto ?”.
Entonces yo corrí hasta el gobernador de la pro-
vincia —que casualmente habia asistido a ese es-
pectáculo— y le expliqué desde abajo que una
mujer tesalia, esclava de una mujer tesalia, fro-
tándome con un ungiúento encantado me había
convertido en asno, y le supliqué que me prendiera
y me tuviera en la cárcel hasta que lograse con-
vencerlo de que las cosas habian sucedido tal
como yo decía.
55. Y el gobernador me dijo: «Dinos tu nombre
y el de tus padres y familiares, si es que afirmas
tener algunos parientes, y tu patria». Y yo res-
pondí: «Mi padre es...*.mi nombre es Lucio, y el
de mi hermano, Gayo; los otros dos nombres son
comunes para ambos. Yo soy escritor de historias
29 Las escenas en que la multitud se congrega en el teatro
son del gusto de Caritón (cf. III 4, 4-18; VII 7, 1-8, 15), y esta
aparición de Lucio en escena imita de forma cómica la presen-
tación en público de Quéreas para relatar a todos la historia de
sus aventuras (VIII 7, 1-8).
30 Hay una laguna en el texto, que deja incompleta la frase.
82
y otros relatos, y él es poeta elegíaco y un buen
adivino. Nuestra patria es Patras, en Acaya».
Cuando el juez oyó mis palabras respondió:
«Eres hijo de varones muy queridos para mí que
me han acogido amistosamente en su casa como
huésped y me han honrado con regalos, de modo
que sé, por el hecho de ser hijo de ellos, que no
estás mintiendo», y saltando de su asiento, me
abrazó y me dio muchos besos y me condujo a su
propia casa. En esto llegó también mi hermano,
que me traía dinero y otras muchas cosas, y en-
tonces el gobernador me dejó libre públicamente
ante los oídos de todos. Y, tras dirigirnos al mar,
buscamos una nave y colocamos en ella el equi-
paje.
56. Yoentonces decidí que lo mejor era ir a casa
de la mujer que me había amado siendo asno, di-
ciendo que ahora que tenía apariencia humana le
parecería más hermoso. Ella, por su parte, me re-
cibió muy gustosa —encantada, supongo, con lo
portentoso del asunto— y me suplicó que cenara y
durmiera en su compañía. Y yo obedecí, conside-
rando que merecía un castigo divino si el asno
amado anteriormente, convertido ahora en hom-
bre, tenía demasiadas pretensiones y despreciaba
a su enamorada. Así, pues, ceno con ella, me unto
abundantemente de perfume y me corono con las
queridisimas rosas, que me habían devuelto sano
y salvo a los hombres.
Cuando era ya noche cerrada y había que irse a
dormir, yo me pongo en pie y, corno quien va a
otorgar algún favor, me quito la ropa y me quedo
desnudo, dando por supuesto que le iba a agradar
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más aún si me comparaba con el asno. Pero ella,
cuando vio que todos mis atributos eran humanos
me escupió y me dijo: «¡Piérdete de mi vista y
márchate a dormir bien lejos de mi casa!» y al
preguntarle yo: «Pero ¿qué terrible falta he come-
tido?», ella respondió: «Yo no me enamoré de ti,
por Zeus, sino del asno que eras, y en aquella oca-
sión me acosté con él, no contigo. Creía que tú
también ahora conservarías y arrastrarías aquel
grandioso y único símbolo del asno; pero me vie-
nes tú transformado, de aquel hermoso y útil
animal, en mono». Y al instante llama ya a sus
criados y les ordena que me carguen sobre sus
hombros y me lleven fuera de la casa, y yo, sacado
a empujones fuera, ante la casa, desnudo y her-
moso, bellamente coronado y perfumado, abra-
zando la tierra desnuda, con ésta dormi.
Al amanecer, desnudo como estaba, corrí hasta la
nave y le cuento a mi hermano entre risas mi des-
gracia. Después, con el soplo de un viento favora-
ble desde la ciudad, zarpamos de allí y en pocos
dias llego a mi patria. Allí hice sacrificios y consa-
gré exvotos a los dioses salvadores, por haber re-
gresado sano y salvo a casa después de largo
tiempo y con tanta dificultad, escapando, por
Zeus, no del culo de un perro, como dice el refrán,
sino de la curiosidad de un asno.
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