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Orientación Universidad
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Malestar en la cultura, Monografías, Ensayos de Psicología

obra de Freud sobre el malestar en la cultura

Tipo: Monografías, Ensayos

2022/2023

Subido el 04/10/2023

camila-sosa-34
camila-sosa-34 🇦🇷

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¡Descarga Malestar en la cultura y más Monografías, Ensayos en PDF de Psicología solo en Docsity! EL MALESTAR EN LA CULTURA: RESUMEN CAPITULO I: En los párrafos introductorios, Freud cuestiona el "sentimiento oceánico", o sea, la sensación de infinitud y unidad entre el yo y el mundo exterior, que un colega suyo propone como origen de la religiosidad. En primer lugar, Freud admite no haber experimentado nunca este sentimiento, pero intenta comprenderlo científicamente, y deduce que, si este no tiene signos fisiológicos externos, debe tener una explicación psicoanalítica. Freud procede entonces a resumir ciertos hallazgos previos. Explica que "nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo", y que, aunque el psicoanálisis ha demostrado que esa apariencia es engañosa (pues ese yo se continúa "hacia adentro" con el inconsciente), el yo mantiene claros los límites con el exterior. Solo en ciertos estados, patológicos o no (como el enamoramiento), ese límite se vuelve más incierto. No obstante, por lo general, el yo tiende a diferenciarse del dolor y el disgusto asociados con el mundo exterior. Esta distinción entre un adentro y un afuera es una parte crucial del proceso de desarrollo psicológico, permitiendo que el ego reconozca una "realidad" separada de sí mismo. Esta es la base del "principio de realidad", esencial para el desarrollo posterior del individuo. Freud pregunta entonces: ¿es válida tal inferencia sobre las etapas más tempranas del desarrollo psicológico? En otras palabras, ¿podemos describir estados mentales que ya no habitamos? Responde afirmativamente a estas preguntas; la ciencia, arguye, hace precisamente tales afirmaciones todo el tiempo. La teoría sobre la evolución de las especies superiores a partir de formas de vida inferiores es un ejemplo de ello. Pero la mente es excepcional en el sentido de que los sentimientos infantiles y maduros, así como los recuerdos, continúan coexistiendo a lo largo de la vida de una persona. Una vez que se ha grabado un recuerdo, afirma, este nunca se borra, salga o no a la superficie ulteriormente en las circunstancias adecuadas. Asimismo, tras presentar una posible analogía entre la mente y las capas arqueológicas que pueden hallarse bajo la actual ciudad de Roma, concluye que "sólo en el terreno psíquico es posible esta persistencia de todos los estadios previos junto a la forma definitiva". Luego, Freud vuelve al análisis del "sentimiento oceánico": admite que pueda tener su origen en una fase temprana del desarrollo psíquico, aquella en la que el lactante no se distinguía a sí mismo del entorno. No obstante, pone en duda que ese sentimiento sea fuente de "las necesidades religiosas". En cambio, propone que se trata del anhelo de protección paterna, propio de la infancia, frente al sentimiento de desamparo. No obstante, Freud reitera su frustración al intentar lidiar científicamente con "estas magnitudes tan intangibles". CAPITULO II: En El porvenir de una ilusión, aclara Freud que no intenta analizar las fuentes profundas del sentimiento religioso, sino que aborda "lo que el hombre común concibe como su religión", y concluye que aquel se representa la Providencia como "un padre grandiosamente exaltado". Esto le resulta a Freud infantil e incongruente con la realidad. Sin embargo, las masas persisten en esta ilusión durante toda su vida. Según Freud, "la vida nos resulta demasiado pesada", y las personas exhiben tres mecanismos principales para soportarla. El primero consiste en las distracciones (como cultivar un jardín o la actividad científica); el segundo, en satisfacciones sustitutivas (como el arte); el tercero, los narcóticos. El autor admite que no es fácil indicar qué lugar tiene la religión en este esquema. Reconsiderando el tema, Freud afirma que solo la religión puede responder a la pregunta sobre la finalidad de la vida. Por otra parte, admite que, en su conducta, las personas aspiran a la felicidad, y lo hacen de dos maneras: en un sentido negativo, intentan evitar el dolor; en uno positivo, quieren experimentar sensaciones placenteras. Así, el objetivo de la vida está determinado por el principio del placer. El problema es que este programa no es realizable: la felicidad, arguye, surge de la satisfacción de "necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión", mientras que la persistencia de una sensación anhelada se siente simplemente como un tibio bienestar. En cambio, es mucho más fácil experimentar el sufrimiento, que tiene tres fuentes: nuestro cuerpo, condenado a la decadencia; el mundo exterior; y las relaciones con otros seres humanos. Frente a estas fuentes de sufrimiento, solemos rebajar nuestras pretensiones de felicidad y nos conformamos con evitar la desgracia. Para ello empleamos diversas estrategias. La más tentadora probablemente sea la imprudente satisfacción ilimitada de todas las necesidades, pero ello acarrea graves consecuencias. Las más comunes tienen que ver con evitar el sufrimiento, y consisten en el aislamiento voluntario, la comunión con otros y la influencia sobre el propio cuerpo, como sucede con la intoxicación. Otros métodos pueden consistir en la meditación o la práctica del yoga (que suponen negar la realidad), o la moderación de la vida instintiva a través de las instancias psíquicas superiores, sometidas al principio de realidad. No obstante, esta moderación no solo conlleva la inhibición del dolor, sino también del placer. Los desplazamientos de la libido suponen otra técnica psíquica para evitar el sufrimiento. El problema es que este método está al alcance de pocos; más comúnmente, obtenemos satisfacción de las ilusiones, como el disfrute que brindan las obras de arte, que proporciona un alivio temporal de la miseria del mundo exterior. Otra estrategia, como se mencionó anteriormente, es el aislamiento, pero la realidad se entromete con demasiada fuerza como para que la felicidad del ermitaño pueda persistir. Entonces, Freud menciona otro método para evitar el dolor: la transformación delirante de la realidad. Considera que las religiones son una suerte de delirio colectivo que cumple este fin. Finalmente, Freud apunta al amor como fuente potencialmente intensa de felicidad, siendo el inconveniente la vulnerabilidad y la indefensión del yo que el amor tiene como contraparte: "jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos". Luego, el autor reflexiona sobre el papel de la belleza en la búsqueda de la felicidad: si bien es indudable que es una fuente de placer, no tiene una naturaleza u origen discernible, aunque la estética ha logrado describir las condiciones bajo las cuales se experimenta. Por su parte, el psicoanálisis parecería ubicar la belleza como atributos del objeto sexual. Freud concluye que "El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable". Sin embargo, no se pueden abandonar los esfuerzos por alcanzarla, y la búsqueda es individual; no hay regla general. En todo caso, sugiere el neurólogo que lo ideal es no invertir toda la energía en un solo método, porque el éxito nunca es seguro. Como conclusión, Freud afirma que la religión perturba este juego de adaptación al imponer a todos un único camino para alcanzar la felicidad y al proponer la sumisión incondicional como consuelo frente al sufrimiento y fuente de goce. CAPITULO VI: Freud recuerda una frase de Schiller que indica que "hambre y amor" hacen girar coherentemente el mundo. A primera vista parecen instintos opuestos: el hambre tiende a la conservación del organismo -o sea, del yo-, mientras el amor -o "libido", en la teoría freudiana- se dirige hacia objetos externos. En este esquema, la neurosis resolvería esta lucha entre la autoconservación y las demandas de la libido. No obstante, el concepto de narcisismo pone en cuestionamiento el carácter antitético de estos instintos, ya que obliga a reconocer que el yo también está impregnado de libido. Más aún, es su lugar de origen. En Más allá del principio del placer, recuerda Freud, tras observar el carácter conservador de la vida instintiva, elaboró por primera vez el concepto de pulsión de muerte, antagónico a Eros o pulsión de vida. Es decir, el autor definió que, junto al instinto de conservación de la vida, opera uno opuesto que tiende a disolverla, orientándola a un estado inorgánico. Pero una parte de este instinto se orienta hacia el exterior, manifestándose como agresividad. En definitiva, Freud postula aquí que la tendencia agresiva es una condición innata del ser humano, y el principal obstáculo para la cultura. Esta, por su parte, está al servicio de Eros, en tanto une a las personas en grupos más vastos, y necesita para ello de vínculos libidinales, pues ni la necesidad ni las ventajas que ofrece constituirían motor suficiente para mantener a los sujetos unidos. Así es que la evolución cultural puede resumirse, en definitiva, como una lucha entre Eros y muerte. CAPITULO VII: Freud se pregunta a qué recursos apela la cultura para coartar la agresión que le resulta antagónica, y propone analizarlo en la historia evolutiva del individuo. En ese caso, arguye el autor, la agresión es introyectada, incorporada al yo y dirigida contra el mismo en forma de conciencia moral. La tensión entre el yo y el superyó da como resultado un sentimiento de culpabilidad. Análogamente, podemos pensar que la cultura controla los instintos agresivos debilitando a los individuos. Luego, el neurólogo se pregunta por el origen de ese sentimiento en el individuo, y lo atribuye en una primera instancia al "miedo a la pérdida del amor" (125) de los otros. Esta "angustia social" (Ídem) se manifiesta en los niños y también en muchos adultos. En el primer caso, la autoridad cuyo amor se teme perder es el padre o los padres; en el segundo, la comunidad humana. En ambos casos, no obstante, lo que opera es un temor a ser descubiertos. Sin embargo, la constitución de un superyó llego más lejos: ya no hay diferencia entre hacer el mal y desearlo. Aún más, adquiere una cualidad peculiar: la conciencia moral se vuelve más severa cuanto más virtuosa es la persona, y también cuando esta se encuentra ante situaciones adversas. Esto último, según Freud, se explica porque en la fase infantil primitiva, el "destino" opera como un sustituto de la instancia parental; si nos golpea la desgracia, creemos que es porque ya no somos amados por la autoridad máxima. En definitiva, el autor distingue dos posibles orígenes del sentimiento de culpabilidad: el miedo a la autoridad y el miedo al superyó. El primero nos obliga a renunciar a ciertos instintos, mientras el segundo redunda, además, en un castigo, pues, aunque no se actúe mal, el deseo persiste, y este no se puede ocultar del superyó. El apartado concluye que el sentimiento de culpabilidad es inevitable, pues es la expresión de la lucha entre el instinto de agresividad y Eros, conflicto exacerbado en cuanto la persona tiene que vivir en comunidad. En otras palabras, como la cultura responde a una pulsión erótica que tiende a la unión de las personas, solo pueden alcanzar su objetivo reprimiendo la agresividad por medio de la constante acentuación del sentimiento de culpabilidad. CAPITULO VIII: El autor concluye que el sentimiento de culpabilidad es el problema más importante de la evolución cultural, y que el desarrollo de la cultura supone un aumento del sentimiento de culpabilidad a costa de felicidad. Luego, Freud repasa una serie de definiciones. Primero, recuerda que el superyó es "una instancia psíquica inferida por nosotros" (139), mientras que la conciencia es una función del superyó, destinada a vigilar no solo los actos sino también las intenciones del yo. El sentimiento de culpabilidad, entonces, puede equipararse a la percepción del yo de esa vigilancia que le es impuesta. Finalmente, la necesidad de castigo, es decir, la angustia que provocan estas tensiones, es "una manifestación instintiva del yo que se ha tornado masoquista bajo la influencia del superyó sádico" (Ídem). En otras palabras, la necesidad de castigo es una parte del impulso a la destrucción interna que el yo utiliza para entablar un vínculo erótico con el superyó. Freud afirma que en la literatura analítica más reciente se entiende que toda forma de privación del instinto puede tener como consecuencia un sentimiento de culpabilidad. Él propone considerar que este principio solo se aplica en el caso de los instintos agresivos. Yendo aún más lejos, el autor propone aplicar esta concepción al fenómeno de la represión. Recuerda que los síntomas de la neurosis son satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados y propone que, en la represión de un instinto, sus elementos libidinales se convierten en síntomas, mientras que sus componentes agresivos resultan en sentimiento de culpabilidad. Reconociendo la pertinencia de las analogías que pueden establecerse entre los procesos que atraviesan a un individuo y aquellos que operan a nivel social, Freud destaca una importante diferencia: el desarrollo del individuo, impulsado por el principio del placer, se orienta a la prosecución de la felicidad. Pero, para alcanzarla, es esencial su inclusión en la comunidad humana. Así, una tendencia "egoísta" choca con un anhelo más bien "altruista", siendo la primera prioritaria. En el caso de la cultura, la prioridad se invierte: el objetivo de la felicidad individual pasa a un segundo plano. Llevando más lejos la analogía entre el proceso cultural y la evolución individual, Freud propone que la comunidad desarrolla un superyó cuyo origen se ubica, como en el caso del individuo, en una instancia temprana. Es este superyó social el que determina la ética de una sociedad. Volviendo al precepto de "Amarás al prójimo como a ti mismo", Freud lo define como "el rechazo más intenso de la agresividad humana" (148), constituyendo así un gran ejemplo de la actitud "anti psicológica" que adquiere el superyó cultural. Finalmente, el autor augura que el destino de la especie humana dependerá de qué tan bien lidie el desarrollo cultural con el instinto agresivo que se esfuerza en controlar. Destaca además que este hecho tiene en su época particular interés, dado que el desarrollo de la tecnología permitiría el exterminio de la especie. Así, afirma Freud, solo nos queda esperar que la fuerza de Eros supere la de la pulsión de muerte.
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