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La Noción de Trabajo: Empleo vs. Trabajo Doméstico, Apuntes de Idioma Español

Este documento analiza el sesgo de género en los modelos y estadísticas de empleo y cómo el trabajo doméstico no está considerado en su totalidad. Se argumenta que la separación entre datos de empleo y trabajo familiar no es analíticamente adecuada para investigar las características de empleo de la población, especialmente de las mujeres. El texto también discute cómo el trabajo remunerado y el trabajo doméstico están relacionados y cómo la interrelación entre ambos es importante para entender el funcionamiento social.

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 06/05/2014

racelmu
racelmu 🇪🇸

3.2

(116)

38 documentos

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¡Descarga La Noción de Trabajo: Empleo vs. Trabajo Doméstico y más Apuntes en PDF de Idioma Español solo en Docsity! Los modelos y estadísticas de empleo como construcción social: la encuesta de población activa y el sesgo de genero1 Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo Introducción E l análisis de la realidad socioeconó-mica depende en gran medida del esquema teórico –sujeto a determi- nados supuestos– que se utilice para interpre- tarla. Los hechos se evalúan y se nos presentan según el modelo elegido. Es en este sentido que la elección del modelo o la elaboración del mismo no es neutral. Y no se trata de que un modelo sea parcial, sino que dicha parcialidad se esconda y se pretenda global, con lo cual quedan importantes mecanismos ocultos, no reconocidos que desfiguran la realidad que se intenta conocer. Por su parte, las fuentes estadísticas reflejan la concepción del modelo teórico y, por tanto, recogen sólo aquella información relevante para dicho modelo. Las medidas estadísticas son convenciones y dependen del enfoque analítico utilizado, situación particularmente relevante en los estudios sobre el mercado laboral: la forma en que se recoge y se pre- senta la información, los problemas de medi- ción y los de construcción y coherencia con- ceptual, condicionan notablemente los resultados. Dicho de otra forma: la «medición del mundo» representa una organización, representación e interpretación desde la pers- pectiva del o de la que mide (o tiene el poder para hacerlo); primero, porque elige lo que quiere medir, segundo, porque decide desde dónde va a medir y, tercero, porque elige el instrumento de medida. De esta manera, la información ofrecida posteriormente en base a tasas, índices e indicadores, legitiman y con- solidan la perspectiva social determinada en gran parte por los supuestos de partida del modelo inicial. En las líneas que siguen se analizan desde esta perspectiva –es decir, desde la discusión del modelo y su reflejo estadístico– las características de los modelos elaborados para el estudio del mercado laboral –en par- ticular, su sesgo de género– y su traducción estadística más utilizada, la Encuesta de Población Activa. Se comienza con una reflexión sobre el trabajo, a continuación se analizan las categorías y clasificaciones utili- zadas por la EPA y finalmente se esboza una propuesta alternativa. 101Título del artículo Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo. Universidad de Barcelona. Política y Sociedad, 34 (2000), Madrid (pp. 101-112) 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 101 Trabajo y empleo: el problema de los modelos L a investigación feminista sobre elmercado laboral y el trabajo de las mujeres, así como los estudios entorno al bienestar y la calidad de vida han puesto de manifiesto la necesidad de trascen- der los modelos económicos tradicionales cen- trados (casi exclusivamente) en el mercado y desarrollar nuevos marcos de análisis más fér- tiles y más realistas que consideren las interre- laciones entre las esferas mercantil, pública y familiar, teniendo en cuenta las relaciones de poder y las desigualdades sociales (de clase, sexo y raza) que estratifican las distintas insti- tuciones. Los mecanismos de funcionamiento y las interdependencias entre la estructuración del mercado laboral, la actuación del sector público y la organización familiar en cuanto a tiempos y distribución de los trabajos, condi- cionan y determinan la distinta situación social de mujeres y hombres. Más específicamente, las relaciones entre trabajo de mercado, traba- jo familiar doméstico y bienestar condicionan formas y calidad de vida distinta diferenciadas según el sexo 2. Los esquemas interpretativos centrados en el mercado o incluso aquellos elaborados sobre la relación mercado/estado 3, ofrecen una visión desfigurada de la realidad ya que esconden una parte importante de los procesos de reproducción humana sin los cuales «el mercado» no podría subsistir. Y, en este caso, no es de recibo echar mano a la cláusula «cete- ris paribus» para justificar la parcialidad del enfoque, a riesgo de no poder captar la dimen- sión real del funcionamiento, no ya de la socie- dad en su conjunto, sino ni siquiera del merca- do laboral desde su esencia misma, a saber, cómo se reproduce la fuerza de trabajo. El desarrollo de la industrialización lleva consigo el desarrollo paralelo de los mercados capitalistas, pero éstos, que la economía ha pre- tendido autónomos, cuando menos dependen de la fuerza de trabajo –con determinadas carac- terísticas técnicas y humanas– producidas y reproducidas en parte importante en el ámbito no mercantil: «una parte sustancial de la fuerza de trabajo en la economía capitalista mundial no se genera ahora por el intercambio en el mer- cado de trabajo, sino por medio de un sistema de reproducción que a primera vista no parece, en absoluto, ser parte del sistema de producción capitalista» (Smith et al. 1984:8). Por su parte, las economías no mercantiles tampoco constitu- yen una economía separada, independiente de los mercados: requieren de ellos siendo a la vez su condición de existencia. Boulding –aunque sin referirse en particular al ámbito familiar doméstico– señala la existencia de otra forma de economía, la de las «donaciones» (o transfe- rencias unidireccionales) absolutamente imprescindible y que mantiene una interesante y compleja red de relaciones con la economía de intercambio, que amplía considerablemente la imagen común de la teoría económica en tanto estudio de cómo la sociedad está organi- zada por el intercambio (Boulding 1976). Es conveniente recordar que si la sociedad funcio- nara exclusivamente con la lógica del mercado, y no se pudieran obtener recursos por otras vías (donaciones, transferencias,...) una parte impor- tante de la población, en particular, aquella cuyos activos no tienen mercado –personas ancianas, enfermas, discapacitadas, menores, desempleadas– sencillamente morirían. Así, ambos trabajos forman parte de un mismo pro- ceso (de producción y reproducción), son dos aspectos indisociables, aunque el eje ha estado siempre en la reproducción humana: «la repro- ducción generacional y la reproducción per- sonal de los individuos es la condición primaria para que existan la producción de mercancías y el mercado en que se intercambian dichas mer- cancías. Pero raramente se relaciona este tra- bajo de reproducción con el proceso de acu- mulación del cual es el fundamento» (Del Re 1995:76). Lo anterior nos devuelve la discusión sobre el concepto de trabajo. La idea de trabajo como «toda actividad destinada a producir bienes y servicios para satisfacer las necesida- des humanas» está cercana a la que se mane- jaba en la época preindustrial en que el con- cepto era amplio –abarcaba distintas actividades realizadas dentro o fuera del hogar– aunque menos preciso que el actual. La noción de trabajo que se va conceptualizando durante la industrialización nos remite a una idea muy estrecha, aunque bastante más preci- sa: trabajo se identifica con empleo. Aunque bajo la primera noción de trabajo existen acti- vidades donde las fronteras de la definición se 102 Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 102 fuerza de trabajo desde el principio de su vida activa (a partir de los 16 años) hasta que aban- donaba el mercado (por jubilación), podía verse sometido a breves períodos de desempleo y, no tenía cargas familiares que condicionaran su participación en el mercado 6. Hoy día este modelo –que nunca ha sido la norma para el empleo femenino– aún se distancia más de la realidad laboral: actualmente, la edad de entra- da en el mercado se ha retardado, la de salida adelantado y el tiempo que las personas están desempleadas a lo largo de su vida «activa» ha aumentado substancialmente; la participación femenina en el trabajo remunerado ha experi- mentado un aumento considerable; el empleo autónomo que históricamente ha visto dis- minuir su peso frente al trabajo asalariado, ha incrementado de nuevo su proporción, tanto el empleo temporal como el trabajo a tiempo par- cial han ganado terreno sobre el conjunto del empleo y ha crecido la llamada «flexibilidad» (de la empresa), que puede representar serias rigideces para la organización familiar. Sin embargo, las categorías poblacionales se han mantenido al margen de estas transfor- maciones. Lo cierto es que cuando se abando- na la identificación tradicional entre «trabajo» y trabajo remunerado y se considera la inte- rrelación entre los datos de empleo, los tipos de empleo y las horas dedicadas a trabajo doméstico no remunerado, las propias defi- niciones de actividad e inactividad, de empleo y desempleo, resultan poco eficaces para des- cribir el modelo de empleo que opera en el mercado de trabajo. Comencemos revisando la dicotomía «actividad-inactividad». ACTIVIDAD E INACTIVIDAD La primera de estas categorías mide la población disponible para trabajar en el mer- cado y se refiere estrictamente a las personas mayores de 16 años que están ocupadas o desempleadas. La tasa de actividad (definida como el cociente entre la población activa y la que tiene 16 años o más) es el indicador utili- zado para evaluar el volumen de personas dis- ponibles para trabajar en el mercado 7. La segunda de estas categorías, la «inactividad», se construye de forma residual. Así la pobla- ción «económicamente inactiva abarca a todas las personas de 16 o más años, no clasificadas como ocupadas ni paradas ni población conta- da aparte durante la semana de referencia» (INE, 1999: 25) 8 y comprende a las personas que se ocupan de su hogar, estudiantes, jubila- das(os) o prejubiladas(os), personas que perci- ben una pensión distinta de la de la jubilación y prejubilación, personas que realizan sin remuneración trabajos sociales o actividades de tipo benéfico (sin contar a los y las ayudas familiares), personas incapacitadas para traba- jar y otras situaciones (como la de rentista). En oposición al grupo de las y los activos, esta población es considerada “no activa” cuando, en realidad, dentro de este grupo se suman per- sonas con grados de “inactividad” bien dis- pares: desde «personas que trabajan muchas horas, fundamentalmente amas de casa dedica- das plenamente al trabajo doméstico, personas que están preparándose para su futura vida laboral en centros educativos, personas aparta- das del mundo laboral por motivos de edad o salud (aunque muchos de los jubilados y jubi- ladas siguen aportando trabajo útil a la so- ciedad) y simples rentistas que viven del tra- bajo ajeno» (Recio, 1997:49). Así, de acuerdo a estas categorías pobla- cionales, los datos de la encuesta continúan reflejando la imagen de que en España, tan sólo el 38% de las mujeres mayores de 16 años están disponibles para realizar una «actividad» o que –teniendo en cuenta que la tasa de paro femenino es aproximadamente del 23%– sólo un 29 % de las mujeres de 16 años o más «tra- baja» 9. De hecho, según la EPA, en el estado español 10 millones y medio de mujeres «no trabajan» (la población femenina «inactiva»). De entre estas mujeres, 5,2 millones aproxi- madamente se dedican en exclusiva al «no tra- bajo» en la familia catalogado casi frívolamen- te por la EPA como «labores del hogar». No deja de ser significativo que, mientras el «no trabajar» de los hombres se considera en senti- do amplio desempleo, el «no trabajar» de las mujeres se continúe denominando «inac- tividad» (Dex, 1991). En consecuencia, bajo el enfoque tradicio- nal las cifras de «actividad» advierten que en España hay escasez relativa de mano de obra femenina, porque a pesar de que la tasa de acti- vidad laboral de este grupo ha crecido en torno a 10 puntos porcentuales durante los últimos veinte años, todavía continúa siendo muy baja (38%) con relación a la tasa masculina (63%) 105Los modelos y estadísticas de empleo como construcción... 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 105 y a las tasas de la mayoría de países de la Comunidad Europea. Naturalmente, esta cifra sólo puede ser aceptada como «normal» si se considera que la participación en el mercado laboral no es la principal actividad de las muje- res. Por otra parte la tasa de «actividad» feme- nina española implica una tasa de «inactivi- dad» del orden del 62%. Cabe señalar que una inactividad laboral masculina tan elevada resultaría social y económicamente conflic- tiva, o cuando menos, arrojaría serias dudas respecto a la viabilidad del sistema de seguri- dad social actual: un doble rasero que refleja que la responsabilidad del hogar y el bienestar de los miembros familiares continúa siendo una tarea asignada socialmente a las mujeres y que, por lo tanto, «el modelo socio económico “deseable” que se toma como base no ha cam- biado significativamente» (Carrasco y Ma- yordomo, 1999). Ahora bien, desde un enfoque sistémico el mercado laboral arroja una imagen más com- pleja. Dada la interrelación entre el subsistema de empleo y el subsistema de trabajo domésti- co familiar, el análisis de la oferta de empleo no se puede reducir a cuantificar el número de personas «activas», porque el tiempo dedicado (no dedicado) a las actividades domésticas condicionará (quedará liberado para dedicarse a) el trabajo de mercado. Desde esta perspecti- va, una tasa de actividad laboral femenina reducida puede significar –además de una oferta de empleo insuficiente– que el trabajo doméstico y familiar ocupa una parte impor- tante del tiempo individual y familiar 10. De hecho, a partir de este enfoque es posible observar que si bien para la mayoría de países, la vinculación de las mujeres con el mundo laboral es más débil que la de los hombres ocurre lo contrario con la participación en el mundo familiar. En España, todavía hoy las mujeres son un 99% del colectivo «labores del hogar». Otro de los aspectos a considerar es que, por sí sola, la tasa de «actividad» ofrece escasa información sobre la participación femenina en el empleo. Por ejemplo, cifras de actividad relativamente altas pueden estar escondiendo un mercado de trabajo fuertemente segregado por sexo, como es el caso de Suecia, o la ele- vada implantación del empleo a tiempo par- cial 11, como en Dinamarca. En el caso de España, los incrementos de esta tasa, además de no reflejar las pautas de participación dife- rentes para distintas generaciones de mu- jeres 12, esconde elevados niveles de paro y precariedad del empleo femenino. Por ello, a la hora de interpretar la tasa de «actividad» deberían tenerse en cuenta, además de las variables que considera la EPA, otras como el número de horas dedicadas a tra- bajo familiar, la existencia de sustitutos de mercado (privados o públicos) para las activi- dades domésticas y el nivel de ingresos fami- liares. Sin datos basados en criterios objetivos sobre la cantidad y variedad de tareas domés- ticas realizadas y sobre el tiempo que se tarda en ejecutarlas, la influencia del trabajo fami- liar en el comportamiento laboral tan sólo se puede observar mediante conjeturas –más o menos acertadas sobre el papel que desem- peñan mujeres y hombres en la familia– y variables proxy que, como la edad o el estado civil, permiten relacionar el sistema de empleo con el sistema de trabajo familiar. Hasta que los datos de trabajo remunerado no se vinculen a los de trabajo doméstico será prácticamente imposible conocer con certeza estadística las auténticas características de empleo de la población. EMPLEO Y DESEMPLEO Respecto a la población con empleo, la EPA considera que está compuesta por «todas aque- llas personas de 16 o más años que durante la semana de referencia han tenido un trabajo por cuenta ajena o ejercido una actividad por cuenta propia» (INE, 1999: 23) 13. Concreta- mente, el INE clasifica como ocupadas a todas las personas que han trabajado al menos una hora durante la semana de referencia a cambio de un salario (las y los asalariados) o a cambio de beneficio o ganancia familiar (trabajado- res(as) por cuenta propia) y a aquellas otras que, aunque ausentes de su empleo actual durante la semana de referencia, han manteni- do un fuerte vínculo con su empleo. Así pues, los requisitos para clasificar a una persona como empleada se basan tanto en el tiempo dedicado al empleo, como en la remuneración que se obtiene por el mismo. En cuanto al desempleo, la EPA utiliza un triple criterio para considerar a una persona parada o desem- pleada: debe estar sin empleo, buscándolo y 106 Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 106 disponible para incorporarse al puesto de tra- bajo «en un plazo de dos semanas a partir del domingo de la semana de referencia» (INE, 1999: 24). Es de destacar el tratamiento que da la EPA al «tiempo de trabajo». Por una parte, es sufi- ciente haber trabajado de forma remunerada una hora en la semana de referencia para ser considerada persona ocupada, lo cual natural- mente es totalmente discutible. En cambio, por otra parte, no presta mayor atención al tipo de jornadas u horarios laborales que actualmente bajo la categoría de «flexibles» pueden estar suponiendo una reducción importante en la calidad de vida de las personas al estar estable- cidos en horas consideradas sociales o con mayor dificultad de compatibilizarlos con las responsabilidades familiares. Además, desde una perspectiva de género resulta totalmente arbitrario considerar ocupada a la persona que trabaja una hora en el mercado mientras se cataloga a aquella que tiene una jornada com- pleta de trabajo doméstico como «no activa». Tampoco se entiende por qué «las personas que trabajan como ayudas familiares (en la empre- sa, negocio o explotación familiar con el que conviven) y que por tanto no reciben una remu- neración reglamentada» (INE, 1999: 50) se cla- sifican entre la población ocupada –concreta- mente, entre las y los ocupados por cuenta propia– cuando otro trabajo familiar no remu- nerado –el doméstico– queda explícitamente excluido de la categoría trabajo, un tratamiento que reitera el sesgo mercantil del concepto de «trabajo» manejado por la EPA. Asímismo, en lo referente al desempleo, llama la atención el sesgo en el modo que se aplican los criterios de búsqueda y disponibili- dad. Sorprende que se clasifique como desem- pleada a la persona que busca empleo median- te el registro en el INEM –una medida de búsqueda más bien laxa– mientras que las per- sonas que declaran estar disponibles para un empleo, pero no buscarlo por razones familia- res no se consideran ni como paradas ni como potencialmente activas (aproximadamente 2,7 millones de mujeres) 14. En realidad, bastaría con que estas mujeres estuvieran apuntadas en la Oficina del INEM más próxima, para que las cifras de actividad y desempleo aumentaran de manera espectacular. La idea es, sin duda, des- cabellada aunque ayuda a no perder de vista que estas mujeres forman un contingente de oferta que podría emerger al mercado si las condiciones económicas y/o sociales –mayor oferta de servicios públicos de cuidados, hora- rios y jornadas de trabajo con una flexibilidad adecuada a las necesidades familiares, partici- pación igualitaria de los hombres en el trabajo familiar, etc.– se modificasen 15. La escasa información sobre el mundo real que aportan las categorías de la EPA queda reflejada en el siguiente ejemplo de una situación bastante posible hoy en día: una madre de 50 años ama de casa a tiempo completo y un hijo de 25 años parado laboral. La madre trabaja 10 horas dia- rias lavando, cocinando, limpiando, etc. y el hijo, a parte de buscar empleo, «no hace nada». De acuerdo a las categorías de la EPA, la madre es inactiva, pero el hijo es activo (parado). El problema de fondo es que los términos empleo/desempleo fueron pensados para un modelo de participación laboral dicotómico que identificaba empleo con trabajo asalariado «regular» masculino (estable, con jornada completa y vinculado a un establecimiento empresarial) y el desempleo con la carencia de (esta forma particular de) empleo (Salais et al., 1990). De acuerdo con este modelo, el empleo se alternaba con breves etapas de desempleo durante las recesiones económicas, hasta que, finalmente, se abandonaba el mercado laboral al jubilarse. Ahora bien, la gran variedad de combinacio- nes entre empleo-desempleo-inactividad que experimenta una parte de la población laboral, las mujeres, invalida el carácter universal de esta dicotomía (Dex, 1991; Grimshaw et al., 1996; Carrasco et al., 1997). Entre las mujeres, lo frecuente es –aunque cada vez lo sea menos– que alternen empleo y desempleo con etapas más o menos largas de inactividad labo- ral, bien porque tienden a abandonar el merca- do laboral en épocas de crisis (efecto desáni- mo) o bien porque al casarse y/o tener descendencia, salen de la fuerza de trabajo para, quizás, volver a entrar en etapas posterio- res de su ciclo vital, circunstancias que contri- buyen a que el trabajo remunerado femenino exhiba trayectorias laborales más discontinuas y/o cortas de las que presenta el empleo mas- culino. Es preciso insistir en que en la actuali- dad, la dicotomía empleo/desempleo tampoco se ajusta con exactitud a la realidad laboral masculina: para muchas personas hoy día el empleo no es garantía de estabilidad sino más 107Los modelos y estadísticas de empleo como construcción... 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 107 de 16 años o más que en la semana de referen- cia realizaran al menos una de las actividades señaladas (trabajo remunerado, ayuda familiar, trabajo doméstico familiar, estudio o trabajo voluntario) o en el caso de trabajo remunerado estuvieran disponibles e hicieran gestiones para incorporarse a dicha actividad. Siguiendo la terminología de la EPA, población sin acti- vidad o población inactiva serían las personas de 16 años o más que en la semana de referen- cia no realizaran ninguna de las actividades señaladas y en el caso del trabajo remunerado no estuvieran disponibles o no hicieran gestio- nes para incorporarse a alguna de ellas. Tam- bién sería interesante definir como población ocupada a la población con actividad menos las personas paradas laborales que no tienen otra actividad y como población no ocupada a la población inactiva más las personas paradas laborales que no tienen otra actividad. En relación al mercado laboral, las principa- les definiciones serían análogas a las utilizadas por la EPA manteniendo sus características: población activa laboral; población ocupada laboral (dividida de acuerdo al número de horas efectivas que las personas hayan trabaja- do la semana de referencia en población sobreocupada laboral, población ocupada laboral con jornada a tiempo completo, pobla- ción ocupada laboral con jornada a tiempo parcial y población subocupada laboral); población parada laboral o desempleada; población inactiva laboral (personas de 16 o más años que en la semana de referencia no realizan actividad laboral y no están disponi- bles o no hacen gestiones para encontrarla) y población inactiva laboral parcial (población inactiva laboral más población subocupada laboral). Finalmente, en relación al ámbito familiar doméstico se definirían categorías paralelas a las del mercado laboral. En primer lugar, la población activa doméstica, serían las personas de 16 años 20 o más que durante la semana de referencia realizan alguna actividad doméstica. En este caso la población activa coincide con la población ocupada, ya que no existe el «paro doméstico» puesto que si se «busca trabajo familiar doméstico» siempre se encuentra 21. De acuerdo al número de horas efectivas que las personas hayan trabajado la semana de referencia, la población activa u ocupada doméstica se subdividiría en población sobre- ocupada doméstica, población ocupada do- méstica con jornada a tiempo completo, pobla- ción ocupada doméstica con jornada a tiempo parcial y población subocupada doméstica. De forma análoga al mercado laboral, también se definiría la población inactiva doméstica (per- sonas de 16 años o más que en la semana de referencia no realizan actividad doméstica) y la población inactiva doméstica parcial (pobla- ción inactiva doméstica más población sub- ocupada doméstica). Partiendo de estas categorías se trataría de elaborar tasas e indicadores de participación e índices de desigualdad en relación al sexo y cruces con otras variables significativas. En relación a las tasas, tasas de participación glo- bales; tasas de participación en el mercado laboral (incluyendo tasas de actividad, de ocu- pación, de desempleo, de no empleo, de inacti- vidad laboral, grados de precariedad, flexi- bilidad y segregación laboral, así como indicadores subjetivos de satisfacción con el tiempo de trabajo y la organización del mismo); tasas de participación en el ámbito familiar doméstico (incluyendo también tasas de actividad e inactividad doméstica, grados de precariedad, flexibilidad y segregación domés- tica, así como indicadores subjetivos de obliga- toriedad-necesidad en la realización del trabajo doméstico) y tasas de participación simultánea en el ámbito familiar doméstico y en la esfera mercantil (incluyendo tasas de integración en ambos trabajos y niveles de conflicto de simul- taneidad). En relación a índices de desigualdad, estos también se elaborarían en relación al mer- cado laboral (índices de integración laboral, de precariedad laboral y de segregación laboral); en relación al ámbito familiar doméstico (índi- ces de integración doméstica, de precariedad doméstica, de segregación doméstica) e índices de desigualdad en trabajos simultáneos (índice de conflictividad en la realización de ambos trabajos). Como es fácil concluir, este conjunto de categorías, tasas e índices permitirían, por una parte, un análisis de la participación de muje- res y hombres en los distintos trabajos necesa- rios para la reproducción social, además del análisis de las interacciones entre ellos y los conflictos de organización social de los tiem- pos de trabajo. Pero, además, restar valor al trabajo mercantil y hacer visible el trabajo doméstico permitiría tratar los problemas 110 Cristina Carrasco y Maribel Mayordomo 07.qxd 30/03/01 17:25 Página 110 desde una perspectiva distinta: no sólo es necesario realizar políticas para aumentar la participación laboral femenina, sino también se requieren políticas que tiendan a aumentar la participación doméstica masculina, tratán- dolo no como un problema privado de las mujeres sino como un problema social y po- lítico. Situar el lugar del trabajo familiar doméstico como eje de los procesos de trabajo y reflejarlo en la estadística, es decisivo para otorgar valor social a una actividad no recono- cida y recuperarla como fundamental no sólo para las mujeres sino para toda la sociedad. NOTAS 1 Los temas discutidos en este artículo son parte de una investigación más amplia, aún no acabada, que están realizando las autoras. 2 Este enfoque lo hemos tratado anteriormente en otros estudios. Ver Carrasco et al. 1997 y Carrasco y Mayordomo 1999. 3 Esping-Andersen (1993) desarrolla esta metodología. 4 Boulding afirma que «mientras reconozcamos el lugar de cada fenómeno dentro de su propio espectro, no debemos preocuparnos demasiado por las definiciones exactas» (Boulding 1976: 16). Para ejemplarizar su afir- mación utiliza la imagen del arcoiris: reconocemos zonas de diferentes colores, aunque no somos capaces de decir exactamente cuantos colores hay ni donde acaba uno y empieza el otro, sin ambargo, reconocemos el arcoiris. 5 Prieto 1999:534. Este autor sostiene la tesis de que durante el siglo XX todo el orden social se construye a partir del hecho del empleo. 6 Sobre la construcción histórica de las categorías sociales de empleado y parado, véanse los trabajos de Salais et al., (1990) y Prieto (1999). 7 En realidad, no se trata de una tasa propiamente dicha pues este concepto implica siempre variación intertemporal. Sin embargo, este es el término que utili- za la EPA, probablemente, por el anglicismo en que ha degenerado la traducción de ciertas expresiones inglesas equivalentes (activity rate, employment rate, etc.). 8 La población contada aparte son los varones que durante la semana de referencia cumplen el servicio mili- tar obligatorio o el servicio social sustitutorio y –con independencia de que tenga o no empleo– queda exclui- da tanto de la población activa como de la inactiva. Estos 125,4 mil varones, apenas son el 0,8% de la población mayor de 16 años. 9 Todos los datos que aparecen se refieren al segundo trimestre del año 1999. Encuesta de Población Activa, Resultados Detallados, 2 trimestre, 1999. 10 Puede igualmente estar escondiendo el fuerte peso relativo de la economía sumergida, como es el caso de países con bajo nivel de desarrollo industrial. 11 Sobre los problemas que comporta la división por sexo del trabajo a tiempo parcial ver, por ejemplo, Bee- chey y Perkins (1987). 12 Garrido (1993) apunta la existencia de dos modelos de comportamiento laboral de las mujeres españolas: uno más vinculado a la «actividad» para las menores de 40 años y otro, con vínculos más laxos con el mundo del empleo, para las que han superado esa barrera. 13 La cursiva es nuestra. 14 Tampoco se incluye entre la población desempleada, aunque sí entre la activa potencial, a las personas desani- madas –aquellas que no buscan empleo porque creen que no lo encontrarán; el 80% de ellas son mujeres– a pesar que tienden a incorporarse al mercado de trabajo cuando la situación económica es más favorable. 15 Sería interesante conocer a qué generación de mujeres está representando este colectivo; esto permitiría hacer un pronóstico mucho más ajustado sobre su futuro comportamiento laboral. 16 Concretamente, Campbell (1998) describe hasta ocho formas distintas de precariedad asociadas a la inse- guridad del empleo, a la movilidad funcional, a las con- diciones de higiene y salud laboral, a la inestabilidad de las ganancias salariales, al tiempo y la jornada de trabajo, a la negociación sindical o individual y al acceso a la formación en el puesto de trabajo. 17 Fina (1997) por su parte propone considerar la tasa de no-empleo, una tasa en la que incluye no sólo el volu- men de paro sino también el de inactividad. 18 En realidad, la prioridad política debería ser no sólo el número de empleos sino la calidad de los mismos. 19 La incorporación del trabajo familiar doméstico en los modelos interpretativos no sólo representa un análisis más adecuado en el campo del tema que nos ocupa, sino también en los estudios sobre consumo, cambios en el ahorro, desempleo, composición de la producción, etc. 20 Se considera la población de 16 o más años de forma arbitraria sólo por analogía con la actividad labo- ral. En cualquier caso, también es interesante conocer la realización del trabajo doméstico por parte de los meno- res de 16 años. 21 Precisamente esta es una de las características del trabajo doméstico, que «nunca se acaba». REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS BEECHEY, V.y PERKINS, T. (1987): A Matter of Hours: An Investigation of Women’s Part-Time Employment. Cambridge, Polity Press, pp- 212. BOULDING, K.E. (1976): La economía del amor y del temor, Madrid, Alianza Editorial (e.o.1973). CAMPBELL, Iain (1998): «Beyond unemployment: the challenge of increased precariousness in employ- ment». XX Conference of the International Working Party on Labour Market Segmentation. Italia, Univer- sity of Trento. Julio. CARRASCO, C. (1998): «Género y valoración social: la discusión sobre la cuantificación del trabajo de las mujeres», Mientras Tanto, N.º 71. CARRASCO, C., ALABART, A, ARAGAY, J. y OVEJERO, F. 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