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George Mead: La Socialización como Proceso de Diferenciación Social, Apuntes de Sociología

Teoría de MeadPsicología SocialTeorías de la socialización

Este texto analiza la teoría de la socialización según George Mead, quien propuso que la persona se constituye a partir de la interacción entre el 'mi' y el 'yo'. El 'mi' representa las actitudes de los demás, mientras que el 'yo' es el centro de la dirección de la conducta del individuo. Mead enfatizó la importancia de la pluralidad de perspectivas y la contingencia en el proceso socializador, lo que abre a una conceptualización de la socialización como un proceso conflictivo de diferenciación social. La obra de Mead también se ocupa de la relación entre el individuo y el grupo social, y cómo la persona se organiza a partir de las expectativas sociales.

Qué aprenderás

  • ¿Cómo se organiza la persona según la teoría de Mead?
  • ¿Qué significa George Mead por la socialización?
  • ¿Qué papel desempeña la pluralidad de perspectivas en la socialización según Mead?
  • ¿Cómo se relacionan el 'mi' y el 'yo' según Mead?
  • ¿Cómo se enfatiza la contingencia en la teoría de la socialización de Mead?

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 02/12/2022

catalonia1893
catalonia1893 🇪🇸

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¡Descarga George Mead: La Socialización como Proceso de Diferenciación Social y más Apuntes en PDF de Sociología solo en Docsity! Athenea Digital - núm. 17: 137-156 (marzo 2010) -ENSAYOS- ISSN: 1578-8946 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización An old thinker to resignify a psychosocial category: George Mead and socialization Marina Edith Tomasini Universidad Nacional de Córdoba marinatomasini@hotmail.com Resumen Abstract En este artículo pretendo aportar líneas conceptuales para resignificar la socialización como categoría psicosocial, desde una perspectiva productiva para situar la comprensión de los procesos de subjetivación. Revisaré ciertos reduccionismos y linealidad explicativa en algunos abordajes de la socialización y argumentaré que la intersubjetividad es un nivel fértil para desarrollar categorías de comprensión que sean inclusivas de distintas dimensiones. En tal sentido, recupero categorías de la Psicología Social de George Mead ya que su trabajo es basal en cuanto a proponer una ontología de la intersubjetividad. Hay dos ejes que intento articular a lo largo del análisis de las categorías de Mead: i. el proceso simbólico en el que ancla la constitución de la persona, a través de los intercambios comunicativos en la acción intersubjetiva. ii. la pluralidad de perspectivas y la diversificación de expectativas de comportamiento que operan como referencia de las acciones, lo que, en mi interpretación, abre a una conceptualización de la socialización como un proceso conflictivo de diferenciación social. In this article I pretend to provide conceptual lines to resignify socialization as a psychosocial category, from a productive perspective in order to situate the comprehension of subjectivation processes. I will review some reductionist and linear explanations found in certain approaches to socialization, and provide arguments to say that intersubjectivity is a prolific level to develop comprehension categories that include different dimensions. In this direction, I take into consideration some of George Mead´s psychosocial categories, given the fact his work is central in proposing an ontology of intersubjectivity. There are two main issues that I try to articulate throughout the analyses of Mead’s categories: i. the symbolic process in which a person’s constitution arise through communicative exchanges at intersubjective action. ii. the plurality of perspectives and behavior expectancies that operate as a reference to actions and allows, from my point of view, to conceptualize socialization as a conflictive process of social differentiation. Palabras clave: Socialización; Intersubjetividad; Diferenciación; George Mead Keywords: Socialization; Intersubjectivity; Differentiation; George Mead Introducción La socialización ha sido una categoría privilegiada para explicar y comprender la producción del individuo social y ha aludido de manera especial al proceso de adquisición de las reglas que habilitan la participación en la vida socio-comunitaria. La preocupación sociológica tradicional ha sido, en general, la reproducción del orden socio-cultural por medio de la conformación de seres aptos para dar continuidad a un determinado sistema.1 Mientras que desde la psicología, se ha buscado en la socialización un 1 A su vez las perspectivas sociológicas sobre la reproducción social pueden diferenciarse según asuman una visión naturalizada de las relaciones sociales (el statu quo como punto de partida incuestionable) o según propongan una 137 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización concepto para referir al proceso mediante el cual el niño o la niña adquiere las herramientas básicas que le permitan participar en la vida social y establecer relaciones con otros miembros de su cultura o su grupo social. Sin embargo, una vez asumida la centralidad de esta categoría hay diferencias en cuanto a la predominancia explicativa que es otorgada a diferentes factores en juego en el proceso socializador. Por un lado, se ha dado predominio a la inducción social como mecanismo por medio del cual se impone un conjunto normativo-valorativo relativamente uniforme, que al ser internalizado constituye un individuo social coherente y predecible. Mientras que desde otras posiciones, con mayor o menor énfasis en procesos sociales e intersubjetivos, se ha primado la actividad constructiva del individuo en el proceso de internalización de lo socio-cultural. Particularmente en Psicología, tal como señalan José Sánchez Medina, Paul Goudena y Virginia Martínez Lozano (2005), en los debates generados en torno al concepto de socialización se revelan las grandes discusiones paradigmáticas que atravesaron el desarrollo de la psicología evolutiva en las últimas décadas. De modo general y sin concebir ambas posturas como homogéneas, ubican, de un lado, perspectivas individualistas que limitan las posibilidades de socialización al nivel de desarrollo (especialmente cognitivo) que el niño o la niña haya alcanzado. Por otro lado, hay posiciones que ponen énfasis en los procesos sociales como generadores de la conciencia y de los procesos psicológicos en general.2 Como señala James Wertsch (1999) esta cuestión discutida en Psicología, está implicada en los debates más generales de las perspectivas en las ciencias humanas que involucran una distinción entre individuo y sociedad. Por un lado, se supone que la forma de comprender los fenómenos sociales empieza por los procesos psicológicos llevados a cabo por el individuo. Por otro lado, como crítica a esta forma de individualismo psicologista, autores como Vigotsky, Dewey o Mead no sólo proponían la necesidad de ir más allá del individuo aislado para entender la acción sino que formularon que se debe comenzar con una descripción de los fenómenos sociales para analizar el funcionamiento psíquico de los individuos. En opinión de algunos psicólogos, la Psicología ha conceptualizado demasiado al sujeto y poco al medio y en la medida que el estudio se ha concentrado en lo mental como lo interno, resulta que el sujeto como unidad de análisis es, en cuanto interno, segregado y aislado (Del Río, y Álvarez, 1994). Autores como Jerome Bruner y Helen Haste (1990) y Eduardo Martí (1994) coinciden en señalar respecto al campo especifico de la psicología evolutiva que la visión dominante ha tendido a ignorar el contexto o a considerarlo poco problemático en la explicación de los cambios de conducta que aparecen en el individuo a lo largo de su desarrollo. Asimismo, en el campo de la Psicología Social hay quienes han dirigido fuertes críticas hacia la dicotomía individuo/sociedad por la cual se fundan esos términos, en palabras de Serge Moscovici (1985), como autónomos y constituyendo una realidad propia. Las objeciones más fuertes apuntan a la posición que toma al individuo como unidad de análisis y al psicologismo derivado que pretende explicar lectura crítica, que acentúa cómo la socialización reproduce las desigualdades e inequidades existentes. 2 En relación con estas posiciones hay quienes sostienen que el punto de vista psicoanalítico es dialéctico. Según la lectura que hace Néstor Roselli (1983) del concepto freudiano de identificación, las “identificaciones socializantes” serían resultado de la relación entre los modelos sociales que le son ofrecidos al individuo y el narcisismo, como primera forma de pulsión libidinal. De ahí que el individuo no se identifica con todos los modelos sociales culturales que le son presentados. 138 Marina Edith Tomasini características de esa conducta orgánica interna que se revelan en nuestras actitudes, especialmente las relacionadas con el habla. (Mead, 1934/1957, p. 54). Estas observaciones generales tienen relación con nuestro ángulo de enfoque. Éste es conductista, pero, a diferencia del conductismo watsoniano, reconoce las partes del acto que no aparecen a la observación externa, y pone el acento sobre el acto del individuo humano en su situación social natural. (Mead, 1934/1957, p. 55). Sitúa así el estudio de la experiencia subjetiva en el marco de la experiencia social, pero no mantiene un dualismo paralelista ya que sostiene que la vivencia subjetiva y la conducta observable son parte del mismo proceso, el de la acción simbólicamente orientada. Esta perspectiva tendrá importancia crucial en el trabajo posterior de Herbert Blumer, quien acuñó el término interaccionismo simbólico. La idea de acción significativamente orientada subyace a lo que el autor denomina como las tres premisas de este enfoque: a) “…el ser humano orienta sus actos hacia las cosas en función de lo que éstas significan para él.” b) “…el significado de éstas cosas se deriva de, o surge como consecuencia de la interacción social que cada cual mantiene con el prójimo.” c) “…los significados se manipulan y modifican mediante un proceso interpretativo desarrollado por la persona al enfrentarse con las cosas que va hallando a su paso.” (Blumer, 1969/1982, p. 6). La otra cuestión que aparece como relevante entre los presupuestos de Mead es la formulación de una tesis anti-individualista. El autor se opone a la posición dominante en su época consistente en explicar lo social en términos de las conductas de los individuos que lo constituyen (Mead, 1909; 1934/1957), que tantas objeciones ha recibido en las versiones críticas de la Psicología Social contemporánea. En cambio propone analizar dentro del todo social constituido por una compleja actividad grupal, la conducta de cada uno de los individuos que lo componen: ...intentamos explicar la conducta del individuo en términos de la conducta organizada del grupo social, en lugar de explicar la conducta organizada del grupo social en términos de la conducta de los distintos individuos que pertenecen a él. Para la psicología social, el todo (la sociedad) es anterior a la parte (individuo), no la parte al todo. (Mead, 1934/1957, p. 54). Si bien esta posición no va a ser dominante en los inicios de la disciplina, ya que ha prevalecido la tendencia a ver lo social como agregación de acciones e intenciones individuales, al menos sienta las bases para elaborar una ontología más compleja de lo social. A través de la acción intersubjetiva otorga centralidad a la impronta social en la constitución de la persona, sin descuidar los aspectos subjetivos percibidos en la experiencia. En conexión con este nivel intersubjetivo aparece la categoría de socialización. Claude Dubar (1991) sostiene que Mead ha sido el primero en describir de manera coherente y argumentada el proceso socializador como construcción del self en y por la interacción comunicativa con los otros y a través de las relaciones comunitarias y societarias que se instauran entre los socializadores y el socializado.3 3 Nosnik (1986) señala que en castellano no existe un equivalente que refleje exactamente la riqueza del concepto self. Algunos mantienen la nominación en su idioma original y otros lo traducen como “persona”. Para el autor sólo con Mead empezamos a hablar del self como de una noción psicosocial que mantiene esta doble dimensión (psicológica y social). Uno de los aspectos que definen al self es la capacidad de ser objeto de sí mismo, es decir, el individuo es capaz de auto-percibirse y conducirse en la acción social a partir de la observación e interpretación de 141 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización El cometido de integrar en una misma explicación, por medio de la socialización, el surgimiento de las normas con la constitución de la persona es una de las líneas re-interpretadas y profundizadas por Jurgen Habermas (1981/1990; 1992), quien enfatiza para ello el desarrollo de las interacciones comunicativas. Este filósofo intenta desentrañar el progresivo pasaje de un modo de comportamiento ligado a los repertorios instintivos, pasando por una regulación pre-lingüística (empleo de gestos), hacia la constitución de regulaciones dependientes de la comunicación lingüística. En este proceso ubica la clave para entender la constitución del comportamiento regido por normas y la formación de la identidad por medio de la adquisición de las cualificaciones necesarias para participar en interacciones normativas. Señala que la internalización de las normas conlleva una re-estructuración simbólica de las disposiciones comportamentales.4 Sin embargo, mi propia evaluación me hace juzgar que no se ha explorado cabalmente cómo la perspectiva de Mead sobre la socialización pone fructíferamente en tensión factores concernientes a la integración y cohesión – cómo se ajusta el individuo a ciertas estructuras sociales y las convierte en parte de sí mismo - con el tratamiento de la diferenciación social. Mead propuso que el sentido de sí mismo/a se va moldeando a partir de las perspectivas particulares de otros miembros de grupos sociales cercanos así como desde la perspectiva generalizada de la comunidad social a la cual se pertenece. Esto es, el individuo se experimenta a sí mismo a partir de las perspectivas de los otros concretos como de un “otro generalizado”. Con lo cual está considerando la diversidad de expectativas de comportamiento pero que operan a partir de cierta idea de un todo social. En consecuencia con lo dicho, creo que son útiles las categorías normativas en Mead: juego y juego organizado, otro generalizado, role taking y las dos fases de la persona - “yo” y “mí” - en conexión con el concepto de acción. Desde allí encuentro la apertura para comprender la socialización a partir de las experiencias que vivencía el individuo entre una variedad de tendencias o “impulsos” en conflicto. Mead entiende el desarrollo en este sentido, como producto de las situaciones problemáticas que el/la niño/a enfrenta y que lo/la obligan a considerar la aparición de intereses distintos y constituir nuevos modos de acción (Barnes, 2002). En lo que sigue estableceré algunas relaciones entre la acción intersubjetiva y las categorías normativas que explican la socialización. Estas conexiones permitirán elaborar una perspectiva que contempla tanto la determinación que ejerce las coacciones del orden social como la contingencia y la capacidad organizadora de los individuos. Al mismo tiempo justificaré que estas categorías constituyen un esquema productivo para articular dimensiones de diferenciación social en la constitución de la persona ya que contemplan la pluralidad de referencias y perspectivas de acción. los actos de los demás y de los suyos propios. 4 Tanto Joas (1993) como Sánchez de la Yncera (1991) son un tanto críticos con Habermas porque consideran que sumerge de forma excesivamente directa la teoría medeana de la comunicación en el marco de la “teoría de la acción comunicativa”, lingüistizándola en exceso, con lo cual reduce la intersubjetividad a formas lingüísticas. Aunque encuentro atendible tal objeción, considero que el filósofo alemán sistematiza rigurosamente la teoría de Mead y hace contribuciones relevantes para avanzar en la elaboración de un esquema psicosocial de lectura de las interacciones socializantes. 142 Marina Edith Tomasini La acción y el role taking como mecanismo implicado en el surgimiento del otro generalizado En términos del proceso socializador, Mead se basa en un modelo que apela a las formas relacionales características del play (juego) y el game (juego organizado) para explicar el desarrollo de la orientación de las acciones. En el primero, la acción está dirigida por expectativas particularistas de comportamiento que sólo tienen validez para una determinada situación de interacción. Mientras que en el segundo momento la acción se orienta por expectativas de comportamiento generalizadas que cobran validez normativa: La diferencia fundamental que existe entre el deporte y el juego está en que, en el primero, el niño tiene que tener la actitud de todos los demás que están involucrados en el juego mismo. Las actitudes de los demás jugadores que cada participante debe asumir, se organizan en una especie de unidad y es precisamente la organización la que controla la reacción del individuo. (...) Tenemos entonces un ‘otro’ que es una organización de las actitudes de los que están involucrados en el mismo proceso. (Mead, 1934/1957, p. 184). Simultáneamente, este modelo es usado por el autor para explicar el desarrollo social de la persona. Mead dirá que el niño pequeño, a diferencia del adulto, no está organizado aún, es fluctuante y cambiante. Por ello el modo relacional característico de la infancia temprana es el juego en el cual hay una sucesión de un papel tras otro y lo que se hace en un momento no determina lo que se hará en el siguiente. Puede advertirse una idea similar en Piaget (1934/1984) quien ha caracterizado una etapa de la vida infantil en la cual domina la ausencia de continuidad y dirección en la sucesión de las conductas, es decir que la acción infantil no ha sido transformada por las reglas y las normas, las que permanecen “externas” al/la pequeño/a. Como subraya Alexander (1987/1995), en la etapa del play su captación de otros individuos aún no se ha generalizado. En cambio, en el game las diferentes actitudes que asume un/a chico/a están organizadas y esa organización ejerce un control definido sobre su acción: En la primera de dichas etapas, la persona individual está constituida simplemente por una organización de las actitudes particulares de otros individuos hacia el individuo y de las actitudes de los unos hacia los otros, en los actos sociales específicos en que aquel participa con ellos. Pero en la segunda etapa del completo desarrollo de la persona del individuo, esta persona está constituida, no sólo por una organización de las actitudes de esos individuos particulares, sino también por una organización de las actitudes sociales del otro generalizado, o grupo social como un todo, al cual pertenece. Estas actitudes sociales o de grupo son incorporadas al campo de la experiencia directa del individuo e incluidas como elementos en la estructura o constitución de su persona, del mismo modo que las actitudes de otros individuos particulares; y el individuo llega a ellas, o logra adoptarlas, gracias a que organiza y luego generaliza las actitudes de otros individuos particulares en términos de sus significaciones e inferencias sociales organizadas. De tal modo la persona llega a su pleno desarrollo organizando esas actitudes individuales de otros en las actitudes organizadas sociales o de grupo y, de esa manera, se convierte en un reflejo individual 143 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización Las actitudes de los otros, que uno adopta en cuanto afectan su propia conducta, constituyen el “mi”... (...) Supongamos que se trata de una situación social que tiene que resolver. Se ve a sí mismo desde el punto de vista de uno u otro individuo del grupo. Estos individuos, relacionados todos juntos, le confieren cierta persona. (Mead, 1934/1957, p. 203). El “mi” es una instancia que designa el sistema de control de los comportamientos construido por el/la niño/a, al adoptar frente a sí mismo las expectativas del otro generalizado. El individuo puede regular su participación en el acto social porque dispone para sí de los papeles de los otros involucrados en la actividad común. Tal incorporación de las actitudes del grupo social introduce organización en la persona. Mead propone que: …en la medida en que el individuo despierta en sí las actitudes de los otros, surge un grupo de reacciones organizadas. Y el que logre tener conciencia de sí se debe a la capacidad del individuo para adoptar las actitudes de esos otros en la medida en que éstos pueden ser organizados. La adopción de todas esas series de actitudes organizadas le proporcionan su “mi”; esa es la persona de la cual tiene conciencia. (Mead, 1934/1957, p. 203). Esta parte de la teoría de Mead - influenciada por las ideas de Williams James sobre el self y de Cooley sobre el “yo reflejo” o “imagen en espejo” - tiene que ver con su intención de explicar la transformación de la individualidad biológica en persona con conciencia de sí en términos de las conductas organizadas del grupo y a lo largo de las sucesivas experiencias sociales. Tal conversión es inseparable de la emergencia normativa, ya que no sólo las actitudes de los otros particulares sino la organización de actitudes sociales del otro generalizado (las normas), al ser incorporadas al campo de experiencia del individuo quedan incluidas como parte de la constitución de su persona. En términos habermasianos se podría decir que el ingreso a una etapa de acción dirigida por normas implica que el simbolismo ha penetrado las motivaciones y el repertorio comportamental, ha creado orientaciones subjetivas y sistemas suprasubjetivos de orientación. Esto es, la adopción de expectativas de comportamientos normadas (que corresponde al game o juego organizado) constituye esquemas de comportamiento re-estructurados simbólicamente por el lenguaje (Habermas, 1981/1990). 5 Hay acá una idea de totalidad – el otro generalizado – que opera como contexto de significación de las acciones individuales. Desde esta instancia de referencia el hacer del niño o la niña va siendo significado. Es interesante esta idea porque permite destacar una cuestión relevante respecto a la socialización: el/la niño/la va entrando progresivamente en procesos en los cuales su comportamiento pasa a ser significado en función de cierto todo. Aunque las reacciones frente a la cualificación que recibe de su totalidad contextual pueden ser infinitas. Sintetizando el planteo, se puede decir que la instancia del “mi” propuesta por Mead: 5 En Teoría de la acción comunicativa, Habermas (1981/1990) intenta reconstruir el camino que traza Mead para dar cuenta de la emergencia normativa desde una perspectiva ontogenética. Describe un proceso progresivo que va desde un tipo de interacción inicial regulada básicamente por el instinto y mediada por gestos, pasando por una etapa de interacción mediada simbólicamente en términos de un lenguaje de señales (emisiones dependientes del contexto), que quiebra los complejos funcionales del comportamiento animal, hasta llegar al habla proposicionalmente diferenciada, que es ya el ingreso a una etapa de interacción regida por normas. 146 Marina Edith Tomasini 1. representa al grupo de reacciones sociales organizadas, o sea, normadas y 2. éstas reacciones o expectativas sociales proveen organización en el proceso de formación del individuo (significan o cualifican sus acciones como partes de un cierto todo). Pero el planteo no se agota acá ya que Mead diferencia el “yo” del “mi” de un actor y con ello introduce la contingencia en la acción. El “yo” frente al “mí” El “yo” es en Mead una fase del self que refiere a un principio de la acción, como reacción a las actitudes de los otros que permite la novedad en la situación. La respuesta o la posición que cada quien tomará no es algo que pueda determinarse de antemano, hay un margen de incertidumbre en la acción y eso es lo que constituye el “yo”: El individuo reacciona constantemente a dicha comunidad organizada, expresándose a sí mismo (...) el hecho de que tengan que actuar de cierta manera común, no les priva de originalidad. El lenguaje común existe, pero se hace un distinto empleo del mismo en cada nuevo contacto entre personas; el elemento de novedad de la reconstrucción se da gracias a la reacción de los individuos hacia el grupo al cual pertenece. (Mead, 1934/1957, pp. 222-223). Mead sostiene que el “yo” y el “mi” son esenciales para la plena expresión de la persona y el predominio de uno u otro depende de la situación, ya que los concibe en relación a la acción en curso. Es necesario adoptar la actitud de los otros de un grupo a fin de pertenecer a la comunidad pero la reacción constante a las actitudes sociales cambia en ese proceso a la comunidad misma a la cual se pertenece, aunque tales cambios sean pequeños y triviales. Alexander señala que las restricciones normativas sobre la acción están en continuo proceso de adaptación y cambio. Si bien los cambios que introduce la contingencia de la acción están lejos usualmente de exceder el impacto de la normativa colectiva, son, no obstante, innovaciones singulares. Sostiene este sociólogo: En la medida que Mead separó “actitud” de “respuesta” – sin, en otras palabras, reducir una a la otra – hizo una contribución fundamental a la integración de la fenomenología individualista y colectivista, y haciendo esto elaboró significativamente cómo la contingencia se incorpora en todo momento en el orden colectivo. (Alexander, 1988, p. 249). De este modo, el orden colectivo o las “reacciones sociales organizadas” introducen condiciones restrictivas y coercitivas. Pero la contingencia hace pensar que cada quien re-elabora activamente las perspectivas normativas socio-comunitarias, en el seno de los grupos inmediatos de participación. Esto es, la relación entre el “mi” y el “yo” propone una tensión entre una instancia de la persona que se identifica con un grupo social y una instancia que representa la posibilidad de apropiación de un rol activo y particular que reconstruye la comunidad: “La persona es esencialmente un proceso social que se lleva a cabo, con esas dos fases distinguibles. Si no tuviese dichas dos fases, no podría existir la responsabilidad consciente, y no habría nada nuevo en la experiencia.” (Mead, 1934/1957, p. 205). 147 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización La instancia del yo debe ser ubicada en el contexto más amplio de la preocupación de Mead por el tema de la emergencia, del acontecer no sujeto a predicción visto como acontecimientos cuya aparición comporta readaptaciones y reorganización en el contexto en el cual aparecen. En términos de Sánchez de la Yncera (1991), esto significa que todo acontecimiento aporta consigo una perspectiva nueva, que implica una historia y un futuro de posibilidades abiertas desde su novedad. Mientras que Habermas (1992) señala que la instancia del “yo”, que se constituye sobre el “mi”, apunta a representar la elevación del sí mismo por encima del individuo institucionalizado. Por más regido por normas que esté el comportamiento a nadie se le puede quitar la iniciativa, lo que significa, sencillamente, poder iniciar algo nuevo. Este aspecto de la teoría de Mead se encuentra en el pensamiento de interaccionistas como Anselm Strauss (1977), quien recupera del pragmatismo, para el enfoque de la interacción simbólica, la importancia de la visión abierta y en parte imprevisible de los acontecimientos. Si bien la interacción está guiada por reglas sus resultados no pueden ser determinados de antemano. Strauss diferencia entre la definición social e institucional del rol y su interpretación. Esta distinción está aludiendo a la dificultad de pensar en definiciones completas y exhaustivas de roles, ya que los participantes de una situación interpretan definiciones difusas de los mismos y allí se juega la importancia del campo de la intersubjetividad. También en la microsociología de Erving Goffman se revela la influencia de esta perspectiva, especialmente cuando el sociólogo canadiense sostiene que la internalización de un rol comporta la posibilidad de su distanciamiento. De hecho, una de las facetas más interesantes de su trabajo investigativo es el análisis de una gama amplia de comportamientos en distintos establecimientos sociales que indican la negación de los individuos a aceptar las definiciones de sí que llevan implícitas las prescripciones de roles. Aún en el marco de instituciones totales fuertemente restrictivas, como la cárcel o el hospital psiquiátrico, no deja de rastrear aquellos recursos que revelan un margen de autonomía en los individuos (Goffman, 1961/2004). Finalmente me interesa destacar la conexión entre el “yo”, como instancia de la persona que reacciona ante el “mi”, con la idea según la cual el individuo socializado está siempre actuando de maneras constitutivas. Es decir que no todo comportamiento normativamente orientado se explica como producto de la internalización que ocurre en un punto definido del tiempo y desde allí opera sus efectos. Bien es cierto que el impacto socializante radica en que las reglas, al ser incorporadas al campo de la experiencia, generan un sistema de expectativas de comportamiento. Pero ningún conjunto dado de reglas puede remitirse de antemano a cada posible clase de acontecimientos. En la etnometodología de Harold Garfinkel (1967/2006) encontramos está preocupación. Para este autor, hay un trasfondo común que usamos como esquema de interpretación pero los actores están continuamente interpretando las situaciones en las que se aplica tal o cual regla y este es un componente de toda conducta socialmente organizada. Más que conformarse con la idea de que los actores siguen reglas a Garfinkel le interesa investigar cómo los actores identifican una ocasión en la que se aplica tal o cual regla. Sin embargo, puede pensarse también que en la circulación de la teoría de Mead, el “mi” y el “yo” han perdido el dinamismo que supone entenderlos como fases de la persona cuyo predominio adviene en relación a la acción en curso. Esta interpretación surge al considerar, siguiendo a Randall Collins (1988), que la teoría medeana ha dado lugar a dos enfoques: la Escuela de Iowa que subraya el aspecto 148 Marina Edith Tomasini En segundo lugar, me interesa remarcar que el intercambio de puntos de vista incluye la perspectiva del otro concreto y del otro generalizado. Puede pensarse que para Mead la persona es una individualidad fragmentada como resultado de su pertenencia a diferentes grupos y su inscripción en múltiples categorías sociales. Sin embargo, esta diversidad de perspectivas incorporadas opera a partir de cierta unidad, sin lo cual sería difícil pensar las posibilidades de vida socio-comunitaria. Recordemos que el otro generalizado es una instancia que contiene la organización de las actitudes sociales, lo que incluye tanto las de los grupos cercanos de referencia como las de una comunidad social más amplia. Es desde esta concepción que aparece como instancia de juicio y observación de las situaciones particulares por lo cual se constituye en una referencia para evaluar entre alternativas de acción. En otros términos, el otro generalizado -como representación del todo social- expresa la posibilidad de tener una comunidad ampliada de referencia lo que alude a cierta trascendencia de una situación particular e introduce un elemento de universalidad. Pero no en el sentido de una jerarquía de valores eterna, fuera de las situaciones, tal como señala Claudio Viale (2005), sino que es pensado con relación a la necesidad de constituir una comunidad moral capaz de resolver los problemas que le aparecen. De este modo, en nuestros juicios, decisiones o alternativas de acción disponemos tanto de la perspectiva de un grupo particular como de una comunidad o grupo social organizado como un todo, que opera como marco más amplio de referencia desde el cual juzgar las consecuencias posibles de nuestras acciones no sólo para los otros cercanos, con quienes tenemos lazos vinculares sino también para los otros anónimos que pertenecen a una comunidad social ampliada. En tercer lugar, la definición del “yo” como principio organizador de la acción evita reducir al individuo a un reflejo de las definiciones y expectativas de los demás, aunque sí su acción se constituye a partir de las expectativas anticipadas sobre las actitudes de estos otros. Esto, a mi juicio, es una alternativa a las posiciones deterministas. Pero a su vez no nos hace caer en la idea de un actor que puede posicionarse socialmente según su singularidad subjetiva ni manipular sin restricciones los símbolos. Porque el planteo considera que el sistema simbólico supraindividual, incorporado a la experiencia, es el que provee las múltiples perspectivas que entran en dialogo en la situación concreta. De modo que la intersubjetividad sería pensada como un nivel mediacional entre los significados sociales y la propia experiencia. En este espacio intersticial son claves las interpretaciones de los “otros” que ofrecen un horizonte de sentido en el cual pueden anclar las motivaciones para el propio comportamiento. En el proceso continuo de expresión de la propia subjetividad y de acceso a las significaciones del otro, por medio de los gestos que simbolizan la experiencia, se aprende a efectuar ajustes recíprocos de las acciones en función de la interpretación de gestos. Sin embargo, la intersubjetividad también es un espacio de emergencia de acontecimientos que no se ajustan a lo esperable o que aún alineándose con lo esperado producen algún desplazamiento. Tras haber remarcado algunos aspectos prolíficos de la teoría de Mead para resignificar la socialización como categoría psicosocial, cabe ahora estimar algunas limitaciones en su esquema teórico. De un modo algo simplificado, voy a tratar las críticas al pensamiento del autor reuniéndolas en dos líneas. Por un lado, se encuentran aquellas objeciones que señalan que Mead se ha limitado a los fenómenos de inmediatez interpersonal y ha soslayado cuestiones relativas a la estructura social; en estrecha conexión con esta objeción aparece otra que señala el ideal armónico de la sociedad que trasluce en el pensador pragmatista. Por otro lado, hay aspectos problemáticos en términos de una teorización que incluye la 151 Un viejo pensador para resignificar una categoría psicosocial: George Mead y la socialización subjetividad, más específicamente se trata de cierta minimización de la dimensión afectiva en la acción intersubjetiva. Respecto a la primera cuestión, hay quienes objetan que la visión de la sociedad que subyace en la obra de Mead es limitada en cuanto a la consideración del conflicto. Randall Collins (1988) abonaría esta posición ya que sostiene que para Mead el proceso social es básicamente armonioso y en ello se visualiza la influencia de su predecesor, Cooley, quien desde un punto de vista ingenuo sostenía que como el individuo es parte de la sociedad no puede hacer nada en contra de ella. La vida social se desarrolla llanamente porque la gente conoce los roles complementarios y los internaliza, como si tomar el rol del otro fuera un asunto fácil y rutinario. Cabe al respecto hacer dos consideraciones. Por un lado, es cierto que Mead estaba preocupado por la cohesión social y aquello que es común a la experiencia de todos, aunque creo haber mostrado que los procesos de diversificación y diferenciación han ocupado un lugar relevante en su teoría. Las perspectivas múltiples que operan como referencia de nuestras acciones y las variadas coordenadas identificatorias constituidas en el cruce de las agrupaciones concretas de participación y las clases abstractas de referencia (el “foro social” como escenario de constitución de la persona), admiten un lugar significativo para el conflicto en el proceso socializador. Por otro lado, podemos ligar la visión social armónica que Collins le atribuye a Mead con su posición “optimista” acerca de las posibilidades de la sociedad democrática. Sin duda apostaba a las potencialidades del universo de raciocinio y la comunicación para constituir nuevas posibilidades de acción moral y no consideró lo suficiente las posibles restricciones a este proceso de construcción de referencia ampliada (más allá de los grupos particulares). Subyace la idea de una humanidad idealizada detrás de una referencia concreta.6 Lo dicho se relaciona directamente con la objeción que proviene de Joas (1987/1995), quien considera que una limitación importante en la teoría del autor pragmatista es que soslaya cuestiones relativas al poder y la dominación y piensa el conjunto de relaciones macrosociales simplemente como un horizonte de socialidad del universo vital. A esta visión crítica se suma Habermas (1981/1990), cuando sostiene que Mead construye la imagen de una sociedad entendida predominantemente como un mundo de vida comunicativamente estructurado. Soslaya cuestiones como la economía, la reproducción material, la lucha por el poder político y otro tipo de coacciones que se imponen al proceso de interacción comunicativa. De modo que un límite considerable en el pensamiento de Mead ha sido su tendencia a tratar los procesos y mecanismos socializadores en términos generales, con abstracción de cierto conjunto de restricciones que pueden pensarse como parte constitutiva de los mismos. Al respecto, es oportuno señalar que Mead junto con Vigotski – contemporáneos pero anclados en diferentes contextos de producción - vincularon los procesos cognitivos con la producción social de significados y resaltaron la importancia de la intersubjetividad en tal vinculación, cuestión crucial para una perspectiva psicosocial. Aunque puede decirse que el psicólogo ruso se asentó en una visión más compleja de lo social, fuertemente influenciado por el materialismo dialéctico enfatizó la importancia de la historia y el contexto cultural en el cual tiene lugar las interacciones. Éstas se producen en el marco de una actividad escolar, laboral, familiar, la cual genera condiciones que favorecen cierto tipo de intercambios entre las personas 6 Joas (1993) marca el interés de la ética pragmatista en la construcción de nuevas posibilidades de acción moral, más que en la aplicación de reglas normativas predefinidas. Por esta misma razón, los proponentes de una ética del discurso (como Habermas) encuentran un camino en el pragmatismo que les permite desarrollar la idea por la cual tanto la aplicación como la producción constructiva de la moral están en sí misma abierta al análisis discursivo. 152 Marina Edith Tomasini y limitan otros. Es decir que el contexto de actividad promueve ciertos tipos de comportamiento en detrimento de otros y provee de motivos que inciden de modo significativo en la relación interpersonal. La segunda línea crítica señalada es el lugar que la dimensión afectiva ocupa en la teoría de Mead. Este es un tema algo complejo y requiere advertir matices. En el esquema de la acción intersubjetiva mediada por el mecanismo de comunicación, se accede al sentido de los actos y de sí mismo desde el punto de vista que ofrece el “otro”. Las significaciones por medio de las cuales una persona se va formando un sentido acerca de su situación en un grupo, una comunidad, una sociedad pueden hacerla sentir reconocida, valorada, rechazada, ignorada, menospreciada, inexistente, etcétera. En este planteo general de la constitución subjetiva no parecen estar disociadas la dimensión cognitiva y la dimensión afectiva. Ahora bien, a la hora de conceptualizar un mecanismo clave como el role taking - que explica la incorporación de las actitudes sociales a la experiencia - las ideas de anticipación y ajuste que caracterizan la acción simbólicamente orientada, enfatizarían el control expectacional que el sistema cognitivo ejerce a medida que la acción se despliega. En este punto sí podríamos notar que la dimensión afectiva está minimizada. Fundamentalmente, para una teoría psicosocial de la socialización, no se encuentra en Mead una preocupación clara por conceptualizar cómo la interacción cognitiva con un sujeto o un objeto es parte indisociable de la trama vincular que sostiene ese encuentro. De este modo, puede pensarse que en la producción de significaciones o en el acto interpretativo quedaría invisibilizada una parte de su experiencia constitutiva. Llegamos al final y podemos preguntarnos qué nos queda entonces tras esta valoración. Pese a las limitaciones señaladas, encuentro que la concepción teórica de Mead es una base productiva para resignificar la socialización como categoría psicosocial; la misma se sustenta en presupuestos sintónicos con ciertos planteos contemporáneos de las Ciencias Sociales en torno a la subjetividad. Así, la cuestión de la agencialidad y las posibilidades transformadoras inscriptas en el hacer del actor social encuentran expresión en la categoría medeana del “yo” como principio de la acción, como reacción a las actitudes de los otros que permite la novedad en la situación. Estamos constituidos en una trama de relaciones sociales pero no determinados. Igualmente, el cruce de múltiples coordenadas identificatorias que nos constituyen como sujetos y se juegan en la acción social, está vinculada con la idea del autor pragmatista según la cual cada individuo pertenece a grupos concretos y a clases abstractas y ambas instancias posibilitan la entrada en relaciones sociales definidas con una serie de otros que pertenecen o no a esos grupos y clases. Claro que Mead no tematizó el poder y la dominación y resulta difícil situarse en un marco crítico soslayando estas cuestiones. Referencias Alexander, Jeffrey (1988). Action and its Environments. Toward a New Synthesis. New York: Columbia University Press. Alexander, Jeffrey (1987). Las teorías sociológicas desde la segunda guerra mundial. Barcelona: Gedisa. 1995. Armistead, Nigel (1974). La reconstrucción de la Psicología Social. Barcelona: Editorial Hora S.A. 1983. 153
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