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Orientación Universidad
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Medea, Eurípides., Apuntes de Historia del Arte

Asignatura: Fonaments de les arts esceniques, Profesor: Enric Ciurans, Carrera: Història de l'Art, Universidad: UB

Tipo: Apuntes

2013/2014
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Subido el 27/01/2014

manel66
manel66 🇪🇸

4.2

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¡Descarga Medea, Eurípides. y más Apuntes en PDF de Historia del Arte solo en Docsity! MEDEA DE EURÍPIDES Biblioteca Edaf de Bolsillo, Tragedias Eurípides, Madrid 1983. Medea, hija del rey de la Cólquida, con cuya poderosa ayuda pudieron los argonautas conquistar el vellocino de oro, se había desposado con Jasón, dando a luz dos hijos, siguiéndole a Grecia, y estableciéndose con él en Corinto. Jasón, sin embargo, en vez de corresponder a los sacrificios que había hecho en su obsequio, ya cediendo al amor que le inspirara la hija de Creonte, rey de Corinto, ya por motivos de conveniencia personal, pretendió la mano de ésta, y logró el asentamiento de su padre para celebrar sus segundas nupcias; pero Creonte entonces, conociendo el carácter vindicativo y vehemente de Medea, ya famosa por su crueldad y sus mágicas artes, decretó su destierro inmediato con sus hijos, y sólo a sus ruegos consintió en aplazarlo, señalándole un nuevo término. Medea aprovechó este descanso para fingir su reconciliación con su esposo, y llevó su aparente docilidad hasta el punto de regalar a la nueva desposada una corona de oro y un riquísimo peplo. Desgraciadamente ambos dones estaban envueltos en eficacísimo veneno, que estalló en el momento de ponérselos la hija del rey, devorándola juntamente con su padre. No contenta con esto, se vengó también de Jasón matando a sus hijos, y huyó impune a la corte de Egeo, rey de Atenas, atravesando los aires en un carro tirado por dragones. Personajes: - La Nodriza de Medea - El Pedagogo, o ayo de los hijos de Medea - Medea - Coro de Mujeres Corintias - Creonte, rey de Corinto - Jasón - Egeo, rey de Atenas - Un mensajero - Los hijos de Medea. La acción es en Corinto. (Véase en la escena el palacio de Creonte) LA NODRIZA ¡Ojalá que la nave Argos no volase a la Cólquida y a las cerúleas Simplégadas, y que nunca cayese en tierra el pino cortado en las selvas del Pelión, ni la hubiesen armado de remos los héroes muy ilustres que fueron a conquistar el vellocino de oro de Pelias! No hubiera navegado mi dueña Medea hacia las torres del campo de Yolcos, enamorada de Jasón, ni las hijas de Pelias habrían dado muerte a su padre, ni habitaría en Corinto con su esposo y sus hijos, muy querida de estos ciudadanos, a cuyo país vino fugitiva, y complaciendo sin tasa a Jasón; que el lazo más fuerte del matrimonio es la completa sumisión de la esposa al esposo. Pero hoy todo le es hostil, e indecibles sus sufrimientos. Jasón, faltando traidoramente a sus propios hijos y a mi dueña, contrae regias nupcias con la hija de Creonte, rey de Corinto. La desdichada Medea, herid ignominiosamente en la fibra más sensible de su corazón, clama y jura, invoca la fidelidad que Jasón le prometió al darle su diestra, y pone a los dioses por testigos de su ingratitud. Yace sin tomar alimento, presa de intolerables dolores, y siempre deshecha n lágrimas, desde que tuvo noticia de la injuria que su esposo le hacía; ni levanta sus ojos, ni los separa de la tierra, sino que, impasible como una piedra, o como las olas del mar, oye los consejos de sus amigos, a no ser cuando inclina su muy blanco cuello, y llora a su padre amado, a su patria y sus palacios, abandonados por acompañar a su esposo, que ahora la desprecia. La infortunada aprende a conocer sus penas a costa de lo que vale el suelo patrio. Odia a sus hijos y no se alegra al verlos. Y temo que maquine algo funesto, que es de carácter vehemente y no puede sufrir injurias. Yo, que lo sé, me estremezco al pensar que acaso atraviese sus entrañas con afilado acero, o que mate a la hija del rey y al que se casó con ella, y le sobrevengan después mayores desdichas. Repito que es de carácter vehemente y que ningún adversario triunfará de ella con facilidad. Pero he aquí a sus hijos, que vienen del gimnasio en donde corren los carros, sin pensar en su madre, porque en su edad juvenil no se suelen sentir los males. EL PEDAGOGO (Con los hijos de Medea). Antigua esclava del palacio de mi dueña: ¿por qué estás sola a la puerta reflexionando en tu infortunio? ¿Cómo es que Medea no apetece tu compañía? LA NODRIZA Anciano ayo de los hijos de Jasón: los buenos esclavos comparten las desventuras de sus amos y padecen también. Tan grande es mi dolor, que vengo a contar a la tierra y al cielo los infortunios de mi señora. EL PEDAGOGO ¿No cesa de gemir la desdichada? LA NODRIZA ¡Singular es tu candor! Ahora empieza; aún no ha llegado a la mitad del camino. EL PEDAGOGO ¡Nada sabe la inocente, si es lícito hablar así de nuestros señores, de sus males novísimos! LA NODRIZA ¿Qué hay, ¡Oh anciano!? Dímelo al instante. EL CORO Ojalá que Medea se presente y atienda mis ruegos, si se ha de mitigar su furiosa ira y los ímpetus de su rabia. Nunca faltaré yo a los deberes de la amistad. Ve, pues, y sácala de su palacio, y dile que la amamos; apresúrate, antes que descargue su furor en los que están dentro; las lágrimas corren aquí con furia. LA NODRIZA Así lo haré, aunque no tengo confianza en persuadir a mi señora; os complaceré, sin embargo, aunque se lanza contra sus servidores como leona recién parida, si alguno se acerca a hablarle. No errarás si llamas necios e impudentes a los hombres de los pasados tiempos, que para regocijo de la vida inventaron los himnos en fiestas, banquetes y cenas, y ninguno intentó disiparla con la música o el canto, acompañado de muchas liras, y por eso los asesinatos y las más fatales desgracias arruinan a las familias. Ventajoso hubiera sido curar con el canto los males de los hombres; porque en un alegre festín, ¿a qué modular la voz agradablemente? Él solo, si es espléndido, deleita a los mortales. EL CORO He oído lúgubres clamores, he oído lamentos; quejase amargamente del traidor a quien dio su mano, de su malvado esposo. Llena de ignominia invoca a Temis, hija de Júpiter, defensora de los juramentos, que la arrastró a la Grecia enfrente de su patria, atravesando de noche los mares hasta llegar a este salado y marino estrecho, de difícil paso. MEDEA Salgo de mi palacio, ¡Oh mujeres corintias!, para que no me reconvengáis. Sé bien que algunos que viven en el extranjero, lejos de su patria, son orgullosos, y que otros, de costumbres apacibles y olvidadizos de ellas, pasan tranquilamente la vida. No mora la justicia en los ojos de los hombres, pues antes de conocer a fondo a los demás, odian a la simple vista, sin ser provocados a ello por injuria alguna. El que recibe hospitalidad debe adoptar las costumbres de la ciudad que se la da, pues no alabo al ciudadano, sea el que fuere, de arrogante índole que con su necedad molesta a sus conciudadanos. Este mal, que me ha sobrevenido cuando no lo esperaba, ha desgarrado mi corazón acabando conmigo, y como la vida no tiene ya atractivo para mí, deseo morir; ¡Oh amigas! Mi esposo, el peor de los hombres me ha abandonado, cuando en él tenía cifrada mi mayor dicha; de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas y darle el señorío de nuestro cuerpo; y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo. No es honesto el divorcio en las mujeres, ni posible repudiar al marido. Habiendo de observar nuevas costumbres y nuevas leyes como son las del matrimonio, es preciso ser adivino, no habiéndolas aprendido antes, como sucede en efecto, para saber cómo nos hemos de conducir con nuestro esposo. Si congenia con nosotras, y es la mayor dicha, y sufre sin repugnancia el yugo, es envidiable la vida; si no, vale más morir. El hombre, cuando se haya mal en su casa, se sale de ella y se liberta del fastidio o en la del amigo, o en las de sus compañeros; mal la necesidad nos obliga a no poner nuestras esperanzas más que nosotras mismas. Verdad es que dicen que pasamos la vida en nuestro hogar libre de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, qué más quisiera yo embrazar tres veces el escudo que parir una sola. Pero tu suerte es distinta que la mía yo contigo no rezo mis palabras; esta es tu patria, este tu hogar paterno, y aquí disfrutas las comodidades de la vida y del trato de los amigos; yo sin ellos, desterrada, sufriendo afrentas de mi marido, que me robó de un país bárbaro, no tengo madre, ni hermanos, ni parientes que me consuelen en esta calamidad. Sólo, pues, desearía que me indicases algún medio de vengarme de estos males que mi esposo me causa, y del que le dio a su hija en matrimonio, y de ella, y que lo calles. Porque la mujer es siempre tímida, cobarde en la lucha, y sin ánimo para mirar tranquilamente el acero, pero cuando la injuria que recibe afecta a su tálamo conyugal, no hay nadie más cruel. EL CORO Haré lo que me dices. Con razón debes vengarte de tu esposo, ¡Oh Medea! No me admira que llores tu desgracia. Pero veo a Creonte, señor de tu tierra, que se acerca a anunciarte sin duda nuevas órdenes. CREONTE Mándote Medea de torva mirada, llena de ira contra tu esposo, que salgas desterrada, llevándote tus dos hijos, y sin dilatarlo un instante; que soy aquí soberano y no volveré a mi palacio antes de excusarte de los confines de este país. MEDEA ¡Ay, ay! ¡Completa es mi desventura! ¡Muerta soy! Ya mis enemigos largan todas las velas y no hay remedio contra estos males. Pero dime, ¡Oh Creonte!, a pesar de tu odioso comportamiento: ¿Por qué me destierras? CREONTE Temo, dejándome decir circunloquios, que infiera a mi hija algún daño irreparable. Muchas son las causas de mi temor; eres astuta, maestra en artificio, y sientes que tu esposo haya abandonado tu lecho; sé que prefieres amenazas, según dicen, y que no disimulas tu propósito por vengarte de mí, por haber casado a mi hija, y del esposo y de la esposa. Cuidaré, pues, de que no suceda. Más quiero incurrir en tu odio, ¡Oh mujer!, que arrepentirme inútilmente de mi condescendencia. MEDEA ¡Ay, ay! No ahora solo, ¡Oh Creonte! Si no muchas veces, me ha perjudicado mi mala reputación y me ha acarreado graves males. Nunca conviene que un hombre del resto juicio enseñe a sus hijos demasiada filosofía, porque además de ganar fama de holgazanes, concitan contra sí la envidia de sus conciudadanos. Si enseñas a los necios nuevas y profundas doctrinas, creerán que para nada sirves y que no eres sabio; y hasta aquellos sabios que estiman lo que sabe, si te creen superior te aborrecerán porque les molestas. Ofrézcote una prueba de lo que te digo: Por mi saber me envidian unos, estos me llaman ociosa, aquellas perversas, para otros soy pesada carga, y sin embargo, no sé demasiado. Tú debes sufrir de mí algún daño injusto. No es ese mi pensamiento, ¡Oh Creonte!; no receles que yo ofenda a tus ilustres personajes. ¿Qué iniquidades has perpetrado contra mí casando a tu hija, atentos solo a su inclinación? A quien detesto es a mi marido; pero según creo, has obrado con prudencia. Y ahora no llevo a mal que salga a medida de tu deseo: que se casen, que aquí reina la felicidad y el bienestar; pero déjame vivir en Corintos; yo callaré a pesar de mi afrenta, y cederé a la fuerza. CREONTE Agrádame oír lo que dices; pero temo que fragües alguna maldad, y ahora tengo en ti menos confianza que antes, porque la mujer de pronta cólera, lo mismo que el hombre, es menos temible que quien calla y solapadamente forma propósito de vengarse. Vete, pues, cuánto antes y no me hables más, así lo he mandado, y no hallarás medio de quedarte entre nosotros, siendo mi enemiga. MEDEA ¡Oh no, por tus rodillas y por tu hija recién casada! CREONTE ¡Hablas en balde; nunca lograrás persuadirme! MEDEA ¿Y me expulsarás de aquí y desoirás mis suplica? CREONTE No te prefiero a mi familia. MEDEA ¡Cuánto Oh patria, me acuerdo de ti ahora! CREONTE Fuera de mis hijos, lo que más amo es mi ciudad. MEDEA ¡Ay, ay! ¡Qué grave es el amor en los hombres! CREONTE En mi juicio, según sea su fortuna. MEDEA ¡Oh Júpiter, no olvides al autor de estos males! CREONTE Vete, insensata y líbrame de cuidados. MEDEA Bastante tengo con los míos; no necesito más. CREONTE Pronto te desterrarán a la fuerza los de mi séquito. MEDEA ¡Oh tú, el mayor de los malvados!, que, débil mujer, sólo mi lengua debe ofenderte, ¿has venido a vernos, has venido a vernos cuando te odio más que a nadie? Y los dioses conmigo y todo el linaje humano. No es confianza ni fortaleza mirar frente a frente a los amigos a quienes injurias, sino desvergüenza, la más grave de las debilidades humanas. No obstante, has hecho bien en venir, porque me consolaré maldiciéndote, y tú sufrirás oyéndome. Comenzaré, pues, tu apología. Te salvé, como saben todos los griegos que se embarcaron contigo en la nave Argos, cuando guiaste los toros uncidos al yugo, que aspiraban llamas, para sembrar el mortífero campo; y después que maté al vigilante dragón que guardaba el vellocino de oro envuelto en sus monstruosos pliegues, viste por mí la luz saludable. Yo misma, abandonando traidoramente a mi padre y a mi familia, te acompañé a Yolcos el del Pelión con más ligereza que prudencia, y maté a Pelias, cuando la muerte es el peor de los males, valiéndome de sus mismas hijas, y te liberé de todo temor. Y por estos beneficios, ¡oh tú, el más infame de los hombres!, me has vendido y buscado un nuevo tálamo para que no se acabe tu linaje. Si no tuviera hijos, podría perdonarte tus nuevas nupcias. No has hecho caso de tus juramentos, ni es fácil saber si crees que todavía reinan los dioses que antes reinaron, o si los hombres han recibido otras leyes, aun cuando estés bien seguro de que no me has sido lo fiel que debieras. ¡Ay de mi diestra, que tanto estrechaste! ¡Ay de mis rodillas, que en vano tocó un hombre malvado! Perdimos toda esperanza. Ea, pues, hablaré contigo como si fueras amigo, y aunque no eres capaz de hacerme bien alguno, te hablaré, sin embargo, para que, cuando te reconvenga, sea mayor tu oprobio. ¿Adónde me dirigiré ahora? ¿Al palacio de mi padre y a mi patria, abandonada antes por venir aquí? ¿Buscaré las míseras hijas de Pelias? Bien me recibirán, sin duda, en su palacio, después de haber dado muerte a su padre. Tal es mi desesperada situación, que me aborrecen los amigos a quienes no debí hacer mal, y tengo por enemigos a quienes sólo dispensé beneficios, como sucede a ti. Soy por tu causa la esposa más feliz y envidiable de la Grecia, y tú portentoso y fidelísimo marido; tú eres el autor de mis desventuras, tú me obligas a huir de aquí desterrada, sin amigos, sola con mis hijos, también solos. ¡Preclara gloria para el nuevo esposo reducir a sus hijos y a su salvadora a la condición de errantes mendigos! ¿Por qué, ¡oh Júpiter!, has permitido que los hombres distingan el oro verdadero del falso, y no has impreso una señal en el cuerpo para que no se confundan los malos con los buenos? EL CORO Grave mal es la ira, y se cura con trabajos si los amigos luchan con amigos. JASÓN Preciso es, según parece, que yo no sea imperito en hablar, sino como prudente piloto que pliega las velas de la nave, ¡oh mujer!, para escapar a tu locuacidad desenfrenada. He decirte, pues, ya que tanto ponderas tus beneficios, que Venus sola, no otro dios ni hombre, me salvó en mi navegación. Sutil es tu ingenio, y te será enojoso que yo cuente cómo te forzó el Amor con sus inevitables saetas a libertarme. Pero no insistiré en esto. No puedo negar que me ayudaste; pero probaré que tú has ganado en ello más de lo que hubieras perdido haciendo lo contrario. En primer lugar, vives en la Grecia y no en país bárbaro, y has conocido en ella lo que valen el derecho y las leyes, no la arbitrariedad y la violencia; todos los griegos alaban tu ingenio, y has alcanzado gloria, y si habitases en los últimos confines del orbe, nadie hablaría de ti. Aunque en mi palacio no tenga riquezas, aunque no pueda componer versos superiores a los de Orfeo, que la fama, en cambio, celebre mis hazañas. He aquí mis obras, ya que tú has suscitado esta disputa. Por lo que hace a mis nupcias, que has escarnecido, probaré primero mi prudencia, después mi moderación, y por último, que todo ello es la consecuencia del afecto que profeso a ti y a mis hijos. Tranquilízate, pues. Cuando llegué aquí desde Yolcos, presa de intolerables sufrimientos, ¿qué mayor ventura para mí que casarme con la hija del rey, no siendo más que un mísero desterrado? No, como tú dices con sarcasmo, porque te aborrezca, ni por los incentivos que me ofrece una nueva esposa, ni por tener muchos hijos, que me bastan los tuyos, y no me quejo de ello, sino lo que es más importante, por vivir vida pacífica y no sufrir la miseria, sabiendo que los amigos huyen del pobre, y para educar a mis hijos como a su cuna corresponde, y si engendrare otros, hermanos de los tuyos, para que todos sean iguales, y verlos juntos, y disfrutar así de ventura. ¿Para qué necesitas a los tuyos? A mí me interesa servir con los que tenga a los que ya viven. ¿He pensado mal acaso? No lo dirías tú si no te amargara mi matrimonio. Vosotras las mujeres creéis poseerlo todo cuando vuestro lecho nupcial queda a salvo; pero si sufrís algo en esta parte, miráis como lo más adverso lo mejor y más útil. Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no hubiese mujeres, y así se verían libres de todo mal. EL CORO Elegante discurso has pronunciado, ¡oh Jasón!, y sin embargo, me parece, aunque de tu opinión disienta, que no has obrado en justicia faltando a tu esposa. MEDEA Insúltame, que aquí tienes un refugio, y yo huiré abandonada. JASÓN Tú misma lo has elegido; no acuses a nadie. MEDEA ¿Y qué recurso me queda? ¿Casarme con otro y hacerte traición? JASÖN Proferir impías maldiciones contra los reyes. MEDEA Y a mí me maldicen también en tu palacio. JASÓN No pasaré más adelante. Si para ti o para tus hijos quieres aceptar algún socorro mío, dilo; pronto estoy a darte con generosidad lo que desees y encargar a los que te den hospitalidad que te traten bien. Y si lo rehúsas, ¡oh mujer!, obrarás neciamente; si aplacas tu ira, ganarás mucho más. MEDEA Ni me hospedarán tus amigos, ni recibiré nada, ni nada me darás, que los dones de hombre malvado nunca aprovechan. JASÓN Pues yo pongo a los dioses por testigos de que soy capaz de hacer todo linaje de sacrificios por ti y por tus hijos; pero sin duda no te agradan los bienes, sino que, contumaz, rechazas a los que te aman, de lo cual has de arrepentirte. MEDEA Vete, que ya no puedes vivir separado de tu nueva esposa, ni estar tanto tiempo lejos de su palacio. Cásate con elle; quizás, los dioses lo permiten, celebrarás un himeneo o que rechazarías más adelante. Cuando el Amor domina a los hombres, ni es buena su fama, ni tampoco merecen alabanza; al contrario, cuando Venus se acerca a nosotras con modestia, no hay diosa tan grata. Nunca, ¡oh señora!, vibres contra mí tu arco de oro, ni me hiera con tus deseos tu inevitable saeta. Sea mi galardón la continencia, el más hermoso presente de los dioses; que jamás me obligue la poderosa Venus a tomar parte en luchas de éxito dudoso, ni en insaciables combates que trastornen el alma con envidia de ajeno lecho, sino que me conceda vivir en pacífico consorcio y distinguir con claridad los tálamos de las demás es-posas. ¡Oh patria y familia mía!; que jamás sea desterrada, teniendo que pasar la vida en la indigencia, víctima de los más miserables trabajos. Que la muerte, que la muerte me arrebate antes que llegue ese día. No hay mayor mal que habitar lejos de la patria. Lo vemos con nuestros ojos; no hablamos por lo que otros nos dijeron. Ni tu ciudad ni ninguno de tus amigos se ha compadecido de tus gravísimos infortunios. Perezca el miserable, sea el que fuere, que no honre a sus amigos y no les entregue la llave de su puro corazón. Nunca lo será para mí. EGEO Salve, Medea; no hay más bello exordio para hablar a los que amamos. MEDEA Salve tú también, Egeo, hijo del prudente Pandión; ¿de dónde vienes? EGEO De visitar el antiguo oráculo de Febo. MEDEA ¿A qué has ido al fatídico centro de la tierra? EGEO Llevado de mí deseo de tener hijos. MEDEA Por los dioses, ¿todavía arrastras sin ellos la vida? completo la esperanza de engendrarlos. Siendo éste mi mayor anhelo, si vas a mi reino te hospedaré, porque soy justo. Sólo te advierto, ¡Oh mujer!, que no quiero llevarte de aquí; pero si te refugias en mi palacio estarás allí segura, y a nadie te entregaré. Sal de este territorio, que no quiero faltar a los que me dan hospitalidad. MEDEA Así lo haré; jura cumplir lo que has prometido y me colmarás de júbilo. EGEO ¿No tienes en mi palabra confianza? ¿Qué temes? MEDEA No desconfío de ella; pero la familia de Pelias y Creonte son mis enemigas. No consentirás, pues, si te obligas con juramento, que éstos, cuando quieran, me arranquen de tu reino; pero si sólo me das tu palabra y no me lo juras por los dioses, podrás hacerte amigo de los que me odian, y acaso cedas a los ruegos de sus heraldos; yo tengo poco, ellos riquezas y reales palacios. EGEO Gran previsión revelan tus palabras, ¡oh mujer!; así no rehusaré complacerte. Será para mí lo más seguro que pueda dar alguna excusa a tus enemigos, y nada tendrás que temer. ¿Por qué dioses he de jurar? MEDEA Jura por la Tierra, que pisamos, y por el Sol, padre de mi padre, y al mismo tiempo por todos los dioses. EGEO ¿Qué he de hacer o no he de hacer? Dilo. MEDEA Que nunca me expulsarás de tu territorio, y que si alguno de mis enemigos quiere arrancarme de él, tú, mientras vivas, no lo consentirás. EGEO Juro por la Tierra, por la brillante luz del Sol y por- todos los dioses que haré lo que dices. MEDEA Basta; ¿qué males sufrirás si no cumplieres tu juramento? EGEO Los que merecen los mortales impíos. MEDEA Vete contento; todo va bien; pronto iré a tu ciudad, así que ejecute lo que medito y consiga lo que deseo. EL CORO Que te acompañe a tu palacio el hijo de Maya, regio guía, y logres lo que ahora te preocupa, porque tú, Egeo, eres conmigo generoso. MEDEA ¡Oh Júpiter, oh Justicia, hija de Jove y del Sol! Ahora, ¡oh amigas!, venceremos con gloria a nuestros adversarios y entraremos en el camino recto; ahora es-pero que mis enemigos serán castigados. Egeo se nos ha aparecido en medio de nuestros trabajos como puerto en donde podremos realizar nuestros proyectos; en él ataré los cables de mi nave cuando vaya a la ciudad y a alcázar de Minerva. Ahora ya te descubriré mi propósito: oye, pues, mis palabras, no ordenadas para deleitar. Rogaré a Jasón, enviando uno de mis siervos, que venga a verme, y cuando llegue, le recibiré con frases halagüeñas y le diré que me agrada cuanto ha hecho, su regio enlace y vil traición, y que es útil y está bien pensado; y le suplicaré que me deje aquí con mis hijos, no con objeto de abandonarlos en este campamento ene-migo y que sirva en él de ludibrio, sino para matar dolosamente a la hija del rey. Llevarán presentes a la esposa, le pedirán que no los expulse de aquí, y le ofrecerán un finísimo vestido y una corona de oro. Y cuan-do se ponga estas galas, perecerá miserablemente y todos los que la tocaren: tan poderoso y eficaz será el veneno que ha de bañarla. Nada aquí me obliga ahora a disfrazar mis pensamientos; pero gimo cuando reflexiono en la atroz maldad que he de cometer: mataré a mis hijos, nadie me los arrebatará, y después que arruine el palacio de Jasón, me iré de aquí y expiaré en el destierro la muerte de seres tan queridos, ya que he de atreverme a consumar el más impío de los crímenes. No es tolerable, ¡oh amigas!, servir de escarnio a nuestros enemigos. Sea, pues, así; ¿qué gano yo con vivir? Ni tengo patria ni hogar, ni refugio alguno en mis males. Falté en abandonar el hogar paterno dejándome seducir de un griego, que nos pagará lo que nos debe si los dioses lo permiten. Jamás verá vivos después a los hijos que en mí ha procreado, ni los tendrá de su nueva esposa, porque es menester que esa infame perezca antes envenenada por mí. Nadie pensará entonces que yo soy débil o impotente, ni que sufro mi daño tranquila, sino, al contrario, que soy terrible contra mis enemigos y benévola con los que aman. Sólo de esta manera se adquiere mayor gloria. EL CORO Ya que nos has participado tus proyectos, queremos servirte y defender las leyes a que obedecen los mor-tales, y te exhortamos, por tanto, a que no los realices. MEDEA No es posible hacer otra cosa; pero te perdono tus palabras, ya que no padeces mis males. EL CORO ¿Pero te atreverás a matar tus hijos? MEDEA Así atormentaré horriblemente a mi esposo. EL CORO Y tú serás al mismo tiempo la madre más desventurada. MEDEA Así sea; superfluo es cuanto hablemos. (A una esclava suya) Ve, pues, tú, y haz venir a Jasón, que me sir-ves en todo fielmente. No le dirás nada de lo que he pensado, si es cierto que amas a tu señora y que eres mujer. EL CORO Desde las edades pasadas son afortunados los descendientes de Erechteo, hijos de los bienaventurados dioses; nútrelos preclara sabiduría en país inexpugnable, y discurren con pompa en lucidísima atmósfera, en donde dicen que un tiempo la blonda Armonía dio a la luz las castas musas, a las nueve Piérides. Allí dicen también que Venus, con las hondas del Cefiso, de cristalina corriente, refrescó las dulces y suaves auras, y visitó esa región, entretejiendo su cabellera con guirnaldas de fragantes rosas, y envió los Amores, que forman el consejo de la Sabiduría, y que son origen de todo linaje de alabanzas ¿Cómo, pues, la ciudad de los sagrados arroyos, cómo la región que tanto favorece a sus amigos, podrá acogerte como a los de-más si matas impíamente a tus hijos? Piensa en su muerte, considera el castigo que mereces. No; todas te suplicamos, abrazadas a tus rodillas y con toda nuestra alma, que no mates a tus hijos. ¿Cómo tu ánimo o tu mano serán tan audaces, cómo tu corazón podrá re-volverse a hacer daño a tus hijos y cometer tan horrible maldad? ¿Cómo podrás mirarlos y presenciar sin lágrimas su martirio? No será posible, cuando caigan ante ti suplicantes, matarlos sin piedad, y manchar en su sangre tu mortífera mano. JASÓN A ruego tuyo vengo, aunque seas mi enemiga; no te faltaré en esto: te oiré, ¡oh mujer!, si tienes algo nuevo que decirme. MEDEA Suplícote, Jasón, que perdones mis anteriores palabras; justo es que disimules mi ira, ya que tanto te he servido. He reflexionado más tranquila, y me he dicho lo siguiente: ¿Por qué soy tan miserable que me enfurezco contra los que a mi bien atienden, y soy enemiga de los reyes de esta región, y de mí mismo esposo, que por nosotros hace lo que más nos conviene, casándose con la hija del rey para que mis hijos tengan hermanos? ¿No aplacaré al fin mi furor? ¿Cuánta no es mi locura rechazando estos bienes que los dioses me conceden? ¿No tengo hijos? ¿No sé que nos han desterrado de la Tesalia, y que carecemos de amigos? Después de resol-ver esto en mi ánimo, reconocí que era insensata en sufrir tan grandes males, y que sin razón me había en-colerizado. Ahora te alabo, y me parece prudente que te cases en beneficio nuestro; y yo me tengo por in-sensata, porque debía haber aprobado tus proyectos, y ayudar a tu esposa, y asistirla en su lecho, y servirla contenta. Pero somos mujeres, somos como somos, no diré más. No debo, pues, confundirte con los malvados, ni has de pagar las culpas de los necios. Cedemos y confesamos que hicimos mal entonces, y que ahora lo pienso con más prudencia. ¡Oh hijos, hijos míos! Venid aquí, dejad vuestra habitación, saludad y hablad a vuestro padre, y reconciliaos con él al MEDEA ¡Ay, ay de mí! EL PEDAGOGO No es así como debes recibir mi grata nueva. MEDEA ¡Ay, ay de mí otra vez! EL PEDAGOGO ¿Acaso, sin saberlo, he anunciado alguna desdicha, creyendo falsamente que era alegre mi mensaje? MEDEA Anunciaste lo que anunciaste; tú has hecho bien. EL PEDAGOGO ¿Por qué bajas tus ojos y rompes en lágrimas? MEDEA Mucho lo necesito, ¡oh anciano!; yo, extraviada, y los dioses, conmigo, han pensado así. EL PEDAGOGO Confíamelo: por mediación de tus hijos volverás más tarde. MEDEA Y antes yo, infeliz, me llevaré otros. EL PEDAGOGO No eres tú la primera que se separa de sus hijos. Los mortales han de sufrir con paciencia las desdichas. MEDEA Así lo haré; pero entra en mi palacio, y cuida de mis hijos como todos los días. ¡Oh hijos, hijos!; ya tenéis ciudad y casa, en la cual viviréis siempre sin vuestra mísera madre; yo iré desterrada a otro país, antes de coger los frutos que habéis de dar y de veros felices; antes de casaros y de engalanar yo misma a vuestra es-posa, y el tálamo nupcial, y de llevar las antorchas. ¡Oh, cuán desdichada me hace mi feroz orgullo! En vano os eduqué, ¡oh hijos!, en vano trabajé, y graves molestias me consumieron, y sufrí los intolerables dolo-res del parto. Sin duda, infeliz, puse en vosotros en otro tiempo mi esperanza, y pensé que me sostendríais en la vejez, y que con vuestras manos cerraríais mis ojos, deseo tan natural en los mortales: ya se desvaneció ese dulce consuelo. Sin vosotros pasaré mi vida llena de tristeza y de amargura. Ya no veréis con vuestros ojos amados a vuestra madre, y viviréis en adelante de otra manera. ¡Ay, ay de mí! ¿Por qué me miráis, ¡oh hijos!? ¿Por qué me miráis y os sonreís así, con sonrisa peor para mí que la muerte? ¡Ah, ah! ¿Qué haré? Desfallece mi ánimo, ¡oh mujeres!, cuando tropiezo con las alegres miradas de mis hijos. No podré... Pero valgan los proyectos anteriores; de la tierra arrancaré a mis hijos... ¿Qué necesidad tengo de afligir a su padre con estos males, de sufrirlos yo duplicados? No seré yo... Constancia en mis propósitos... Pero ¿qué sufro? ¿Serviré yo de risa, quedando impunes mis enemigos? ¡Audacia! ¡Cuánta es mi flaqueza, cuánta debilidad revelan estas frases afeminadas! Entrad en el palacio, ¡oh hijos!; de Perpetuo tormento serviréis a ese hombre, que no debe asistir a mis sacrificios. ¡No se enervará mi mano! ¡Ah, ah! ¡No cometerás este crimen, ¡oh mujer!; déjalos, des-venturada, perdona ya a tus hijos: viviendo, allá contigo serán tu encanto!... No, por los dioses, que moren en el Oreo con los ministros de la venganza; jamás los abandonaré a los ultrajes de los que me odian. No hay más remedio; que mueran, y ya que es preciso, yo que les di la vida, yo se la quitaré. Resuelto está y se cumplirá. Y la corona orna ya las sienes de la regia esposa, y ya perece con su peplo. Ya, ya emprenderé mi funesta fuga, y les dejaré un legado aún más funesto... Quiero hablar a mis hijos. Dadme, dadme, ¡oh hijos míos!, vuestra diestra para que la bese. ¡Oh mano muy amada!, ¡oh labios queridos, ¡oh noble rostro!, ¡oh talle gentil!; sed felices, pero allá; vuestro padre os arrebata la ventura que podríais disfrutar aquí. ¡Oh dulce abrazo!, ¡oh tez delicada!, ¡oh suavísimo hálito de mis hijos!; salid, salid; no puedo miraros más, que mis desdichas me agobian. Ya comprendo, ya conozco en toda su extensión la horrible maldad que voy a cometer; pero la ira es mi más poderosa consejera, causa entre los hombres de las mayores desventuras. (Medea permanece en el teatro, deseosa de saber el resultado de su funesto mensaje.) EL CORO Ya más de una vez he hecho reflexiones más pro-fundas y estudios más serios de lo que conviene a mi sexo, y también nos favorece una musa que, para hacer-nos más sabias, conversa con nosotras, no con todas, que acaso encontrarás pocas a quien esto ocurra, y el estro poético es don de las mujeres. Sostengo, pues, que los mortales que no conocen el himeneo ni las dulzuras de la paternidad, son más felices que los que tienen hijos. Como los célibes ignoran si aquéllos sirven de placer o de pena a los hombres, se libran de muchas miserias. Los que tienen dulce prole, llenos están de cuidados, como yo observo, primero para educarla bien y dejarle medios de subsistencia, y después porque no saben si sufren esos trabajos por quienes han de ser buenos o malos. Recordaré tan sólo este mal, el más intolerable para todos los mortales: allegadas a veces abundantes riquezas, y ya hombres y buenos nuestros hijos, es tan grande nuestra desgracia, que la muerte los arrebata de la tierra y los lleva al imperio de Plutón. ¿Por qué los dioses, además de tantos otros, han de causar a los hombres este dolor, el más acerbo de todos? MEDEA Ya, amigas, gira veloz la rueda de la fortuna; ya veo claramente el término de todo esto. Paréceme desde aquí que se acerca un servidor de Jasón; diríase, por su aspecto, que viene conmovido, como a anunciar alguna desdicha. EL MENSAJERO ¡Qué cruel y nefanda maldad has cometido!, ¡oh Medea! Huye, huye, ya en nave que como carro surque las ondas, ya en otro cualquier vehículo que huelle la tierra. MEDEA ¿Qué ha sucedido digno de tal destierro? EL MENSAJERO Han muerto ahora poco, la princesa real y Creonte, su padre, envenenados por ti. MEDEA Me anuncias gratísima nueva, y en adelante serás uno de mis bienhechores y amigos. EL MENSAJERO ¿Qué dices? ¿Estás en tu cabal juicio? ¿No deliras, ¡oh mujer!? ¿Te alegras al saber la ruina del real pala-cio? ¿No temes las consecuencias? MEDEA Algo podría replicarte; pero no te exasperes demasiado, ¡oh amigo!, sino cuéntame cómo han perecido; doblado será nuestro deleite sí fue su muerte la más horrible. EL MENSAJERO Cuando llegaron tus dos hijos con su padre y entra-ron en el palacio conyugal, nos alegramos todos los servidores, que deplorábamos tus desdichas; de uno en otro circuló de repente el rumor de que te habías reconcilia- do con tu esposo. El uno besaba la mano, el otro la blonda cabellera de tus hijos; y yo, lleno de alegría, los acompañé hasta el aposento de las mujeres. La dueña a quien ahora servimos en tu lugar, antes de venir tus dos hijos miraba a Jasón con amor; después veló su rostro, y volvió a otro lado sus cándidas mejillas, mostrando su disgusto al entrar tus hijos. Pero tu esposo se esforzaba en aplacar el mal humor y la cólera de la doncella, diciéndole: "No seas enemiga de los que me aman; mitiga tu ira y vuelve hacia aquí tu cabeza, y ten por amigos a los que lo son de tu esposo; acepta estos presentes, y ruega a tu padre que por mí revoque el destierro de mis hijos". Ella, al ver tu regalo, no persistió en su propósito, sino prometió a Jasón hacer cuanto deseaba, y antes que saliesen los tres del palacio, tomó en sus manos el gentil vestido y se lo puso, y adornó sus rizos con la corona de oro, sonriéndose el contemplar en el espejo su bella imagen. Y después, descendiendo del solio, se paseaba por el palacio y andaba lenta y majestuosamente, satisfecha de los dones, y mirándose y remirándose desee los pies a la cabeza. Al poco tiempo presenciamos un espectáculo horrible: alterósele el calor, retrocedió vacilante, templó todo su cuerpo y apenas pudo llegar al solio, cayendo en seguida en tierra. Una de sus viejas servidoras, creyendo que le acometía el furor de Pan o de algún otro dios, dio un grito cuando observó que arrojaba por la boca blanca espuma, y que se extraviaban sus ojos y la sangre JASÓN Mujeres que rodeáis a ese Palacio, ¿está en él esa Medea que ha cometido tantos horrores? Menester es que se esconda en los abismos de la tierra, o que, cual ave, se lance a las aéreas regiones, para que no pague la pena que merece por su delito contra la real familia. ¿Cree acaso, después de dar muerte a los soberanos de esta región, que podrá escaparse impune? Pero no tanto vengo por ella como por mis hijos; castíguenla los que han sufrido esos males. Mi objeto es salvar la vida de mis hijos, no se venguen en ellos los parientes de Creonte, en represalias de la nefanda maldad que ha cometido su madre. EL CORO ¡Oh infeliz Jasón!, aún ignoras, Sin duda, las desdichas que te aguardan; a no ser así, no hablaras como hablas. JASÓN ¿Qué hay? ¿Quiere matarme también? EL CORO Tus hijos han muerto a manos, de su madre. JASÓN ¡Ay de mil ¿Qué dices? ¡Oh, mujer, cómo me has afligido! EL CORO No olvides que ya murieron tus hijos. JASÓN ¿En dónde los ha asesinado? ¿Dentro o fuera del palacio? EL CORO Abre las puertas y los verás muertos. JASÓN Abrid cuanto antes las puertas, servidores; quitad las barras para que contemple dos males a un tiempo y vea a mis dos hijos muertos, y para que los vengue y muera también a mis manos. MEDEA (Que aparece en un carro tirado por dragones con los cadáveres de sus hijos). ¿Por qué sacudes y das golpes en las puertas buscando los cadáveres de tus hijos, y a mí, que los he asesinado? No te molestes. Si me necesitas, dime lo que quieres: jamás me tocarán tus manos, porque el Sol, padre de mi padre, me ha dado un carro que me protegerá contra mis enemigos. JASÓN ¡Oh, rabia! Mujer odiosa, mujer la más detestada de los dioses, de mí y de toda la especie humana que has osado hundir el puñal en el corazón de tus propios hijos, en los mismos que diste a luz, y me dejas huérfano, y ves la tierra y el sol a pesar de tu impiedad maldita! ¡Ojalá que mueras! Ahora te conozco, no cuando de un palacio y de un país bárbaro te traje a la Grecia, a ti, que eres el más terrible azote, y has hecho traición a tu padre y a la tierra que te crió. Obra es de los dioses que me arrastrara tu fatal destino cuando asesinaste a tu hermano junto a los altares y te embarcaste en la nave Argos, de bella proa. Tales fueron tus primeras hazañas: te casaste conmigo, y después que diste a luz mis hijos, los mataste llevada de tu odio y de tu envidia a mi segunda esposa. Ninguna griega lo hubiese osado jamás; te preferí a ellas, y fuiste mi compañera; enlace fatal y pernicioso para mí, que eres leona, no mujer, de índole más fiera que la tirrena Scila. Pero, vanamente te insultaría con millares de lenguas, siendo tan grande tu impudencia, ojalá que mueras, infame como ninguna, y además manchada con la sangre de tus hijos. Sólo puedo ahora deplorar mí suerte, porque ni he disfrutado de mi segundo himeneo, ni podré ya hablar con los hijos que engendré y eduqué, habiéndolos perdido. MEDEA Largamente replicaría a cuanto acabas de decir si el padre Júpiter no conociera los beneficios que de mí has recibido y tu negra ingratitud. El destino no podía permitir que, despreciándome, tú y tu real cónyuge vi-vierais felices, insultándome ambos, ni tampoco que Creonte, que te dio la mano de su hija, me desterrara de aquí impune. Si te agrada, llámame, pues, Leona o Scila, que habita en la costa tirrena, pues te he herido en el corazón como rnerecías. JASÓN Tú también sufres, y participas de mis males. MEDEA Puedes estar seguro de ello; sin embargo, es dolor que me agrada porque no te ríes. JASÓN ¡Oh hijos! ¡Qué madre tan perversa os tocó en suerte! MEDEA ¡Oh hijos! ¡Cómo habéis muerto por culpa de vuestro Padre! JASÓN Pero seguramente no los mató mi diestra. MEDEA No tu diestra, pero sí tu injusticia y tu segundo matrimonio. JASÓN ¿Y te resolviste a asesinarlos para vengarte de mi enlace? MEDEA ¿Es acaso leve desdicha para una mujer? JASÓN Sí, si es modesta; pero para ti todo es grave. MEDEA Ya murieron; bastante será tu tormento. JASÓN Dioses hay vengadores que te castigarán. MEDEA Ellos saben a quién debe imputarse todo. JASÓN De seguro conocen a fondo tu abominable corazón. MEDEA Te odio, y me burlo de tus palabras amargas. JASÓN Y yo de las tuyas; fácil es nuestra separación. MEDEA ¿Con que eso dices? ¿Qué haré yo ahora? También lo deseo ardientemente. JASÓN Déjame sepultarlos y llorarlos. MEDEA De ningún modo; yo los enterraré, y los llevaré al bosque sagrado de Juno, diosa de Acra, para que ninguno, no de sus enemigos los insulte, removiendo su sepulcro; en este país de Sísifo instituiré fiestas solemnes y sacrificios para lo futuro, en expiación de tan impío asesinato. Yo iré a la tierra de Erecteo y habitaré con Egeo, el hijo de Pandión. Tú, que eres perverso, tendrás mala suerte, aunque justa, y los restos de la nave Argos herirán tu cabeza, ya que has sido testigo del amargo fin de mis bodas. JASÓN Acabe contigo la furia vengadora de tus hijos asesinados, y la Justicia castigue tu crimen. MEDEA ¿Qué dios, qué divinidad podrá escucharte, cuando eres perjuro y traidor a quienes dieron hospitalidad? JASÓN ¡Fuera, fuera de aquí, malvada, asesina de tus hijos! MEDEA Vete al Palacio Y entierra a tu esposa. JASÓN Allá voy, huérfano de mis dos hijos. MEDEA Aún no has gemido bastante; la vejez te aguarda. JASÓN ¡Oh hijos muy amados! MEDEA De su madre, no de ti. JASÓN Y sin embargo los mataste. MEDEA Para ofenderte. JASÓN ¡Ay de mí, desventurado! Sólo deseo besar a mis hijos queridos.
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