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Mito de sísifo Albert Camus, Apuntes de Filosofía moderna

Filosofia, ensayo sobre la relación entre el sentimiento del absurdo y el suicidio. Este sentimiento del absurdo que ha ido acuciando a las grandes mentes del siglo 20

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 07/04/2020

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¡Descarga Mito de sísifo Albert Camus y más Apuntes en PDF de Filosofía moderna solo en Docsity! CALÍGULA (PIEZA EN CUATRO ACTOS) Albert Camus Scan y revisión: Spartakku Para Biblioteca_IRC http://biblioteca.d2g.com ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ PERSONAJES CALÍGULA PRIMER GUARDIA CESONIA SEGUNDO GUARDIA HELICÓN PRIMER SERVIDOR ESCIPIÓN SEGUNDO SERVIDOR QUEREAS TERCER SERVIDOR SENECTO, el viejo patricio MUJER DE MUCIO Patricios: PRIMER POETA MÉTELO SEGUNDO POETA LÈPIDO TERCER POETA OCTAVIO CUARTO POETA PATRICIO, el intendente QUINTO POETA MEREYA SEXTO POETA MUCIO SÉPTIMO POETA La acción transcurre en el palacio de Calígula. Hay un intervalo de tres años entre el primer acto y los siguientes. Estrenada en el Teatro Hébertot de París, en 1945. 2 CALIGULA _________________________________________________________________________________ HELICÓN. Pues por nadie o por nada. Cuando todas las explicaciones son posibles, no hay en verdad motivos para elegir la más trivial o la más tonta. Entra el joven Escipión. Quereas se le acerca. ESCENA III QUEREAS. ¿Y? ESCIPIÓN. Nada todavía. Unos campesinos creyeron verlo anoche, cerca de aquí, corriendo entre la tormenta. Quereas vuelve hacia los senadores. Escipión lo sigue. QUEREAS. ¿Ya son tres días, Escipión? ESCIPIÓN. Sí. Yo estaba presente, siguiéndole como de costumbre. Se acercó al cuerpo de Drusila. Lo tocó con los dedos. Luego, como si reflexionara, se volvió y salió con paso uniforme. Desde entonces lo andamos buscando. QUEREAS (meneando la cabeza). A ese muchacho le gustaba demasiado la literatura. SEGUNDO PATRICIO. Es cosa de la edad. QUEREAS. Pero no de su rango. Un emperador artista es inconcebible. Tuvimos uno o dos, por supuesto. En todas partes hay ovejas sarnosas. Pero los otros tuvieron el buen gusto de limitarse a ser funcionarios. PRIMER PATRICIO. Es más descansado. EL VIEJO PATRICIO. Cada uno a su oficio. ESCIPIÓN. ¿Qué podemos hacer, Quereas? QUEREAS. Nada. SEGUNDO PATRICIO. Esperemos. Si no vuelve, habrá que reemplazarlo. Entre nosotros, no faltan emperadores. PRIMER PATRICIO. No, sólo faltan personalidades. QUEREAS. ¿Y si vuelve de mal talante? PRIMER PATRICIO. Vamos, todavía es un niño, lo haremos entrar en razón. QUEREAS. ¿Y si es sordo al razonamiento? PRIMER PATRICIO (ríe). Bueno, ¿no escribí, en mis tiempos, un tratado sobre el golpe de Estado? QUEREAS. ¡Por supuesto, si fuera necesario! Pero preferiría que me dejaran con mis libros. 5 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ ESCIPIÓN. Excusadme. Sale. QUEREAS. Está ofuscado. EL VIEJO PATRICIO. Es un niño. Los jóvenes son solidarios. HELICÓN. No tiene importancia. Aparece un Guardia: "Han visto a Calígula en el jardín del Palacio". Todos salen. ESCENA IV La escena permanece vacía unos instantes. Calígula entra furtivamente por la izquierda. Tiene expresión de enajenado, está sucio, con el pelo empapado y las piernas manchadas. Se lleva varias veces la mano a la boca. Se acerca al espejo, deteniéndose en cuanto ve su propia imagen. Masculla palabras confusas, luego se sienta a la derecha, con los brazos colgando entre las rodillas separadas. Helicón entra por la izquierda. Al ver a Calígula se detiene en el extremo del escenario y lo observa en silencio. Calígula se vuelve y lo ve. Pausa. ESCENA V HELICÓN (de un extremo a otro del escenario). Buenos días, Cayo. CALÍGULA (con naturalidad). Buenos días, Helicón. Silencio HELICÓN. Pareces fatigado. CALÍGULA. He caminado mucho. HELICÓN. Sí, tu ausencia duró largo tiempo. Silencio CALÍGULA. Era difícil de encontrar. HELICÓN. ¿Qué cosa? CALÍGULA. Lo que yo quería. HELICÓN. ¿Y qué querías? 6 CALIGULA _________________________________________________________________________________ CALÍGULA (siempre con naturalidad). La luna. HELICÓN. ¿Qué? CALÍGULA. Sí, quería la luna. HELICÓN. ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué? CALÍGULA. Bueno... Es una de las cosas que no tengo. HELICÓN. Claro. ¿Y ya se arregló todo? CALÍGULA. No, no pude conseguirla. HELICÓN. Qué fastidio. CALÍGULA. Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón! HELICÓN. Sí, Cayo. CALÍGULA. Piensas que estoy loco. HELICÓN. Bien sabes que nunca pienso. CALÍGULA. Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias. HELICÓN. Es una opinión bastante difundida. CALÍGULA. Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Siempre con naturalidad.) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo. HELICÓN. Es un razonamiento que se tiene en pie. Pero en general no es posible sostenerlo hasta el fin. CALÍGULA (levantándose, pero con la misma sencillez). Tú no sabes nada. Las cosas no se consiguen porque nunca se las sostiene hasta el fin. Pero quizá baste permanecer lógico hasta el fin. (Mira a Helicón.) También sé lo que piensas. ¡Cuántas historias por la muerte de una mujer! Pero no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. ¿Pero qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; sólo es la señal de una verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar. HELICÓN. ¿Y cuál es la verdad? CALÍGULA (apartado, en tono neutro). Los hombres mueren y no son felices. HELICÓN (después de la pausa). Vamos, Cayo, es una verdad a la que nos acomodamos muy bien. Mira a tu alrededor. No es eso lo que les impide almorzar. CALÍGULA (con súbito estallido). Entonces todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos vivir en la verdad. 7 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA (acercándose). ¿Con qué derecho? EL INTENDENTE. ¡Oh!... (Súbitamente inspirado y muy rápido.) En fin, de todos modos, bien sabes que debes arreglar algunas cuestiones concernientes al Tesoro Público. CALÍGULA (con un acceso de risa inextinguible). ¿El Tesoro? Pero es cierto, claro, el Tesoro; es fundamental. EL INTENDENTE. Cierto, César. CALÍGULA (siempre riendo, a Cesonia). ¿No es verdad, querida, que es muy importante el Tesoro? CESONIA. No, Calígula, es una cuestión secundaria. CALÍGULA. Pero es que tú no entiendes nada. El Tesoro tiene un poderoso interés. Todo es importante; ¡las finanzas, la moral pública, la política exterior, el abastecimiento del ejército y las leyes agrarias! Todo es fundamental. Todo está en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo. ¡Ah! Me ocuparé de todo. Escúchame un poco, intendente. EL INTENDENTE. Te escuchamos. Los Patricios se adelantan. CALÍGULA. ¿Me eres fiel, verdad? EL INTENDENTE (en tono de reproche). ¡César! CALÍGULA. Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a revolucionar la economía política en dos tiempos. Te lo explicaré, intendente..., cuando hayan salido los patricios. Los Patricios salen. ESCENA IX Calígula se sienta junto a Cesonia. CALÍGULA. Escúchame bien. Primer tiempo. Todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de cierta fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo mismo— están obligados a desheredar a sus hijos y testar de inmediato a favor del Estado. EL INTENDENTE. Pero César... CALÍGULA. No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras necesidades, haremos morir a esos personajes siguiendo el orden de una lista establecida arbitrariamente. 10 CALIGULA _________________________________________________________________________________ Llegado el momento podremos modificar ese orden, siempre arbitrariamente. Y heredaremos. CESONIA (apartándose). ¿Qué te pasa? CALÍGULA (imperturbable). El orden de las ejecuciones no tiene, en efecto, ninguna importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que demuestra que no la tienen. Por lo demás, son tan culpables unos como otros. (Al intendente, con rudeza.) Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche, en un mes a más tardar los de provincias. Envía correos. EL INTENDENTE. César, no te das cuenta... CALÍGULA. Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. Está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo. Entretanto, yo he decidido ser lógico, y como tengo el poder, veréis lo que os costará la lógica. Exterminaré a los opositores y la oposición. Si es necesario, empezaré por ti. EL INTENDENTE. César, mi buena voluntad no admite duda, te lo juro. CALÍGULA. Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiente en adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus cartas. (Pausa, luego, con calma.) Además mi plan, por su sencillez, es genial, lo cual cierra el debate. Tienes tres segundos para desaparecer. Cuento: uno... El intendente desaparece. ESCENA X CESONIA. ¡No te reconozco! Es una broma, ¿verdad? CALÍGULA. No es exactamente eso, Cesonia. Es pedagogía. ESCIPIÓN. ¡No es posible, Cayo! CALÍGULA. ¡Justamente! ESCIPIÓN. No te comprendo. CALÍGULA. ¡Justamente! Se trata de lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es. ESCIPIÓN. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco. 11 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gesto de fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible. Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras. CESONIA (tristemente). No sé si hay que alegrarse, Cayo. CALÍGULA. Tampoco yo lo sé. Pero supongo que de eso habrá que vivir. Entra Quereas. ESCENA XI QUEREAS. Supe tu regreso. Hago votos por tu salud. CALÍGULA. Mi salud te lo agradece. (Pausa; de improviso.) Vete, Quereas, no quiero verte. QUEREAS. Me sorprendes, Cayo. CALÍGULA. No te sorprendas. No me gustan los literatos y no puedo soportar la mentira. QUEREAS. Si mentimos, es sin saberlo muchas veces. No me considero culpable. CALÍGULA. La mentira nunca es inocente. Y la vuestra da importancia a los seres y a las cosas. Eso es lo que no puedo perdonaros. QUEREAS. Y sin embargo, no hay más remedio que abogar por este mundo, si queremos vivir en él. CALÍGULA. No abogues, la causa está juzgada. Este mundo no tiene importancia, y quien así lo entienda conquista su libertad. (Se ha levantado.) Y justamente, os odio porque no sois libres. En todo el Imperio romano soy el único libre. Regocijaos, por fin ha llegado un emperador que os enseñará la libertad. Vete, Quereas, y tú también, Escipión, pues, ¿qué es la amistad? Id a anunciar a Roma que le ha sido restituida la libertad y que con ella empieza una gran prueba. Salen. Calígula se ha vuelto. ESCENA XII CESONIA. ¿Lloras? 12 CALIGULA _________________________________________________________________________________ borra frenéticamente una imagen sobre la superficie bruñida. Ríe.) Nada, ya ves. ¡Ni un recuerdo, todos los rostros han huido! ¡Nada, nada más! ¿Y sabes lo que queda? Acércate un poco más. Mira, Acercaos. Mirad. Se planta delante del espejo en una actitud demente. CESONIA (mirando el espejo, con espanto). ¡Calígula! Calígula cambia de tono, apoya el dedo en el espejo y con la mirada súbitamente fija, dice con voz triunfante. CALÍGULA. ¡Calígula! TELÓN 15 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ ACTO II ESCENA I Reunión de Patricios en casa de Quereas. PRIMER PATRICIO. Insulta nuestra dignidad. EL VIEJO PATRICIO. ¡Me llama mujercita! ¡Me ridiculiza! ¡Muera! PRIMER PATRICIO. ¡Nos hace correr todas las noches alrededor de su litera cuando sale a pasear por el campo! SEGUNDO PATRICIO. Y nos dice que correr es bueno para la salud. EL VIEJO PATRICIO. No hay disculpa. TERCER PATRICIO. No, es imperdonable. PRIMER PATRICIO. Patricio, confiscó tus bienes; Escipión, mató a tu padre: Octavio, raptó a tu mujer y ahora la hace trabajar en su prostíbulo: Lépido, mató a tu hijo: ¿Vais a tolerar esto? Por mi parte, ya he elegido. Entre el riesgo y esta vida insoportable con el temor y la impotencia, no puedo vacilar. ESCIPIÓN. Al matar a mi padre, eligió por mí. PRIMER PATRICIO. ¿Dudaréis todavía? UN CABALLERO. Estamos contigo. Ha dado al pueblo nuestros asientos en el circo y nos ha obligado a luchar con la plebe para castigarnos mejor después. EL VIEJO PATRICIO. Es un cobarde. SEGUNDO PATRICIO. Un cínico. TERCER PATRICIO. Un comediante. EL VIEJO PATRICIO. Es un impotente. Tumulto desordenado. Hay blandir de armas. Cae una antorcha. Se vuelca una mesa. Todo el mundo se precipita hacia la salida. Pero entra Quereas, impasible y detiene este arrebato. 16 CALIGULA _________________________________________________________________________________ ESCENA II QUEREAS. ¿A dónde corréis de esa manera? UN PATRICIO. Al palacio. QUEREAS. Comprendo. ¿Pero creéis que os dejarán entrar? EL PATRICIO. No es cuestión de pedir permiso. QUEREAS. Lépido, ¿quieres cerrar esa puerta? Cierran la puerta. Quereas se acerca a la mesa volcada y se sienta en una de las esquinas, mientras todos se vuelven hacia él. QUEREAS. No es tan fácil como lo creéis, amigos míos. El miedo que sentís no puede hacer las veces de coraje y sangre fría. Todo esto es prematuro. UN CABALLERO. Si no estás con nosotros, vete, pero cierra la boca. QUEREAS. Sin embargo, creo que estoy con vosotros. Pero no por las mismas razones. UNA voz. ¡Basta de charla! QUEREAS (poniéndose de pie). Sí, basta de charla. Quiero las cosas claras. Pues aunque estoy con vosotros, no estoy por vosotros. Porque vuestro método no me parece bueno. No habéis reconocido al verdadero enemigo, ya que le atribuís pequeños motivos. Sólo los tiene grandes, y corréis a la perdición. Vedlo ante todo como es, podréis combatirlo mejor. UNA voz. Lo vemos como es: ¡el más insensato de los tiranos! QUEREAS. No. Ya conocimos emperadores locos. Pero éste no es bastante loco. Y lo detesto, pues sabe lo que quiere. PRIMER PATRICIO. Quiere la muerte de todos nosotros. QUEREAS. No, porque eso es secundario. Pone su poder al servicio de una pasión más elevada y mortal, nos amenaza en lo más profundo que tenemos. Y sin duda no es la primera vez que entre nosotros un hombre dispone de poder sin límites, pero por primera vez lo utiliza sin límites, hasta negar el hombre y el mundo. Eso es lo que me aterra en él y lo que quiero combatir. Perder la vida es poca cosa, y no me faltará valor cuando sea necesario. Pero ver cómo desaparece el sentido de esta vida, la razón de nuestra existencia es insoportable. No se puede vivir sin razones. PRIMER PATRICIO. La venganza es una razón. QUEREAS. Sí, y la compartiré con vosotros. Pero sabed que no lo hago para ponerme de parte de vuestras pequeñas humillaciones. Lo hago para luchar contra una gran idea cuya victoria significaría el fin del mundo. Puedo admitir que os pongan en ridículo; no puedo aceptar que Calígula haga lo que sueña y todo lo que sueña. Transforma su 17 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ morir. (Deja de mordisquear y mira a los invitados con aire burlón) Soldados, estoy contento de vosotros. (Entra la mujer de Mucio) Vamos, sentémonos. Al azar. Nada de protocolo. (Todo el mundo se sienta.) Con todo, ese Rufio tiene suerte. Y estoy seguro de que no aprecia esta pequeña tregua. Sin embargo, unas horas ganadas a la muerte son inestimables. Come, los otros también. Es evidente que Calígula se comporta mal en la mesa. Nada lo obliga a no arrojar los carozos de las aceitunas en el plato de sus vecinos inmediatos, ni a escupir los restos de carne en el plato, ni a escarbarse los dientes con las uñas, ni a rascarse la cabeza frenéticamente. Son hazañas que hará, sin embargo, durante la comida, con sencillez. Pero bruscamente deja de comer y mira a uno de los convidados, Lépido, con insistencia. CALÍGULA (brutalmente). Pareces de mal humor. ¿Será porque hice morir a tu hijo? LÉPIDO (con la garganta apretada). No, Cayo, al contrario. CALÍGULA (resplandeciente). ¡Al contrario! Ah, cómo me gusta que el rostro desmienta las inquietudes del corazón. Tu rostro está triste. Pero, ¿y tu corazón? Al contrario, ¿verdad, Lépido? LÉPIDO (resueltamente). Al contrario, César. CALÍGULA (cada vez más feliz). Ah, Lépido, a nadie quiero más que a ti. Riamos juntos. ¿Quieres? Y cuéntame algo divertido. LÉPIDO (que ha sobreestimado sus fuerzas). ¡Cayo! CALÍGULA. Bueno, bueno, contaré yo, entonces. Pero te reirás, ¿no es cierto, Lépido? (Con mirada maligna.) Aunque más no sea por tu segundo hijo. (De nuevo risueño.) Por otra parte, no estás de mal humor. (Bebe; luego, dictando.) Al..., al... Vamos, Lépido. LÉPIDO (con cansancio). Al contrario, Cayo. CALÍGULA. En buena hora. (Bebe.) Ahora, escucha. (Soñador.) Había una vez un pobre emperador a quien nadie quería. El, que amaba a Lépido, hizo matar al hijo más pequeño de éste, para arrancarse ese amor del corazón. (Cambiando de tono.) Naturalmente, no es cierto. Gracioso, ¿verdad? No te ríes. ¿Nadie ríe? Escuchad, entonces. (Con violenta cólera.) Quiero que todo el mundo ría. Tú, Lépido, y todos los demás. Levantaos, reíd. (Golpea en la mesa.) Lo quiero, ¿oís?, quiero veros reír. Todo el mundo se levanta. Durante la escena entera, los actores, salvo Calígula y Cesonia, actuarán como títeres. CALÍGULA (tendiéndose en el lecho, resplandeciente, con una risa irresistible). No. Pero míralos, Cesonia. Nada. La honestidad, la respetabilidad, el que dirán, la sabiduría de las naciones, nada significa ya nada. Todo desaparece ante el miedo. El miedo, ¿eh Cesonia?, ese hermoso sentimiento, sin mezcla, puro y desinteresado, uno de los pocos que obtienen su nobleza del vientre. (Se pasa la mano por la frente y bebe. En tono amistoso.) Ahora hablemos de otra cosa. Vamos, Quereas, estás muy silencioso. QUEREAS. Estoy dispuesto a hablar, Cayo. En cuanto lo permitas. 20 CALIGULA _________________________________________________________________________________ CALÍGULA. Perfecto. Entonces, cállate. Me gustaría oír a nuestro amigo Mucio. Mucio (a regañadientes). A tus órdenes, Cayo. CALÍGULA. Bueno, pues háblanos de tu mujer. Y empieza por mandarla a mi derecha. La mujer de Mucio se acerca a Calígula. CALÍGULA. Eh, Mucio, te estamos esperando. MUCIO (un poco perdido). Mi mujer... pero yo la quiero. Risa general. CALÍGULA. Claro, amigo mío, claro. ¡Pero qué vulgar! Ya tiene a la mujer a su lado y le lame distraído el hombro izquierdo. CALÍGULA (cada vez más a sus anchas). En realidad, cuando entré estabais conspirando, ¿no es así? Marchaba la conspiracioncita, ¿eh? EL VIEJO PATRICIO. Cayo, ¿cómo puedes...? CALÍGULA. No tiene importancia, preciosa. La vejez es así. No tiene importancia, de veras. Sois incapaces de un acto valiente. Ahora recuerdo que debo resolver algunas cuestiones de Estado. Pero antes demos satisfacción a los deseos imperiosos que nos crea la naturaleza. Se levanta y lleva a la mujer de Mucio a una habitación vecina. ESCENA VI Mucio hace ademán de levantarse. CESONIA (amablemente). Oh, Mucio, volvería a tomar de ese vino excelente. Mucio, dominado, le sirve en silencio. Momento penoso. Las sillas crujen. El diálogo siguiente es un poco acompasado. CESONIA. Bueno, Quereas, ¿y si me dijeras ahora por qué luchabais hace un rato? QUEREAS (fríamente). Todo fue, Cesonia, porque discutíamos sobre si la poesía debe ser asesina o no. CESONIA. Es muy interesante. Sin embargo, excede mi entendimiento de mujer. Pero me admira que vuestra pasión por el arte os lleve a cambiar golpes. QUEREAS (siempre frío). Es cierto. Pero Calígula me decía que no hay pasión profunda sin cierta crueldad. CESONIA (comiendo). Hay cierta verdad en esa opinión. ¿No os parece? 21 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ EL VIEJO PATRICIO. Calígula es un fino psicólogo. PRIMER PATRICIO. Nos habló con elocuencia del coraje. SEGUNDO PATRICIO. Debería resumir todas sus ideas. Sería inestimable. QUEREAS. Sin contar que le proporcionaría una distracción. Pues es evidente que la necesita. CESONIA (siempre comiendo). Os encantará saber que lo pensó y está escribiendo en este momento un gran tratado. ESCENA VII Entran Calígula y la mujer de Mucio CALÍGULA. Mucio, te devuelvo a tu mujer. Pero perdonadme, tengo que dar algunas instrucciones. (Sale rápidamente.) Mucio, pálido, se ha puesto de pie. ESCENA VIII CESONIA (a Mucio que ha permanecido de pie). Ese gran tratado igualará a los más célebres, Mucio, no lo dudamos. Mucio (mirando siempre la puerta por la cual ha desaparecido Calígula). ¿Y de qué trata, Cesonia? CESONIA (indiferente). Ah, es superior a mi entendimiento. QUEREAS. Entonces debemos inferir que trata del poder asesino de la poesía. CESONIA. Así es, creo. EL VIEJO PATRICIO (con jovialidad). Bueno, eso lo distraerá, como decía Quereas. CESONIA. Sí, preciosa. Pero lo que sin duda os molestará un poco es el título de la obra. QUEREAS. ¿Cuál es? CESONIA. "La espada". 22 CALIGULA _________________________________________________________________________________ MEREYA. Pero no, Cayo, ¿quieres burlarte? Me ahogo de noche y ya hace mucho que me cuido. CALÍGULA. ¿Así que tienes miedo de que te envenenen? MEREYA. El asma... CALÍGULA. No. Llamemos a las cosas por su nombre: temes que te envenene. Sospechas de mí. Me espías. MEREYA. ¡No, por todos los dioses! CALÍGULA. Sospechas de mí. En cierto modo, desconfías de mí. MEREYA. ¡Cayo! CALÍGULA (con rudeza). Responde. (Matemático.) Si tomas un contraveneno, me atribuyes la intención de envenenarte. MEREYA. Sí..., quiero decir..., no. CALÍGULA. Y no bien crees que decidí envenenarte, haces todo lo necesario para oponerte a esta voluntad. Silencio. Desde el comienzo de la escena, Cesonia y Quereas se han retirado al fondo. Sólo Lépido sigue el diálogo con expresión angustiada. CALÍGULA (cada vez más preciso). De este modo son dos crímenes y una alternativa de la que no saldrás: o yo no quería hacerte morir y sospechas injustamente de mí, o lo quería y tú, insecto, te opones a mis proyectos. (Una pausa. Calígula contempla satisfecho al anciano.) Eh, Mereya, ¿qué me dices de esta lógica? MEREYA. Es... es rigurosa, Cayo. Pero no se aplica al caso. CALÍGULA. Y, tercer crimen, me tomas por un imbécil. Siéntate y escúchame bien. (A Lépido.) Sentaos todos. (A Mereya.) De estos tres crímenes, sólo uno te honra: el segundo, porque el hecho de atribuirme una decisión y contradecirla, implica una rebeldía en ti. Eres un conductor de hombres, un revolucionario. Está bien. (Tristemente.) Te quiero mucho, Mereya. Por eso serás condenado por tu segundo crimen. Morirás virilmente, por haberte rebelado. Durante todo el discurso, Mereya se achica poco a poco en su asiento. CALÍGULA. No me lo agradezcas. Es muy natural. Toma. (Le tiende una ampolla y le dice amablemente:) Bebe este veneno. Mereya, sacudido por los sollozos, rehúsa con la cabeza. CALÍGULA (impacientándose). Vamos, vamos. Mereya intenta entonces huir. Pero Calígula con un salto salvaje lo alcanza en medio del escenario, lo arroja en un asiento bajo y después de una lucha de algunos instantes, le hunde la ampolla entre los dientes y la rompe a puñetazos. Tras unos sobresaltos, con el rostro lleno de agua y sangre, Mereya muere. 25 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ Calígula se levanta y se enjuga maquinalmente las manos. CALÍGULA (a Cesonia, dándole un fragmento de la ampolla de Mereya). ¿Qué es? ¿Un contraveneno? CESONIA (con calma). No, Calígula. Es un remedio contra el asma. CALÍGULA (mirando a Mereya, después de un silencio). No importa. Es lo mismo. Un poco antes, un poco después.... Sale bruscamente, con aire atareado, siempre enjugándose las manos. ESCENA XI LÉPIDO (aterrado). ¿Qué hacer? CESONIA (con sencillez). Primero, retirar el cuerpo, creo. ¡Es demasiado feo! Quereas y Lépido cargan el cuerpo y lo sacan entre bastidores. LÉPIDO (a Quereas). Habrá que darse prisa. QUEREAS. Tenemos que ser doscientos. Entra el Joven Escipión. Al ver a Cesonia, intenta marcharse. ESCENA XII CESONIA. Ven aquí. EL JOVEN ESCIPIÓN. ¿Qué quieres? CESONIA. Acércate. Le levanta la barbilla y lo mira a los ojos. Pausa. CESONIA (fríamente). ¿Mató a tu padre? EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí. CESONIA. Lo odias. EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí. CESONIA. ¿Quieres matarlo? 26 CALIGULA _________________________________________________________________________________ EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí. CESONIA (soltándolo). Entonces, ¿por qué me lo dices? EL JOVEN ESCIPIÓN. Porque no temo a nadie. Matarlo o que me maten, son dos maneras de terminar. Además, tú no me traicionarás. CESONIA. Tienes razón, no te traicionaré. Pero quiero decirte algo, o más bien, quisiera hablar a lo mejor de ti mismo. EL JOVEN ESCIPIÓN. Lo mejor de mí mismo es el odio. CESONIA. Escúchame tan sólo. La palabra que quiero decirte es a la vez difícil y evidente. Pero es una palabra que, si fuera realmente escuchada, realizaría la única revolución definitiva en este mundo. EL JOVEN ESCIPIÓN. Entonces dila. CESONIA. Todavía no. Piensa primero en el rostro convulsionado de tu padre cuando le arrancaban la lengua. Piensa en aquella boca llena de sangre y en aquel grito de bestia torturada. EL JOVEN ESCIPIÓN. Sí. CESONIA. Ahora piensa en Calígula. EL JOVEN ESCIPIÓN (con todo el acento del odio). Sí. CESONIA. Escucha ahora: trata de comprenderlo. Sale, dejando desamparado al joven Escipión. Entra Helicón. ESCENA XIII HELICÓN. Calígula me sigue. ¿Y si fueras a comer, poeta? EL JOVEN ESCIPIÓN. ¡Helicón, ayúdame! HELICÓN. Es peligroso, paloma. Y no entiendo nada de poesía. EL JOVEN ESCIPIÓN. Podrías ayudarme. Sabes muchas cosas. HELICÓN. Sé que los días pasan y que hay que apresurarse a comer. También sé que podrías matar a Calígula... y que él no lo vería con malos ojos. Entra Calígula. Sale Helicón. 27 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA (estallando, se arroja sobre él, lo toma del cuello y lo sacude). ¿Soledad? ¿Acaso tú conoces la soledad? La de los poetas y la de los impotentes. ¿Soledad? ¿Pero cuál? Ah, no sabes que nunca se está solo. Y que a todas partes nos acompaña el mismo peso de porvenir y pasado. Los seres que hemos matado están con nosotros. Y con ésos sería fácil. Pero los que hemos querido, los que no hemos querido y que nos quisieron, los pesares, el deseo, la amargura y la dulzura, las prostitutas y la pandilla de los dioses. (Lo suelta y retrocede hasta su sitio.) ¡Solo! ¡Ah, si por lo menos en lugar de esta soledad envenenada de presencias que es la mía, pudiera gustar la verdadera, el silencio y el temblor de un árbol! (Sentado, con súbito cansancio.) ¡La soledad! No, Escipión. La puebla un crujir de dientes y en toda ella resuenan ruidos y clamores perdidos. Y junto a las mujeres que acaricio, cuando la noche se cierra sobre nosotros y, lejos por fin de mi carne satisfecha, creo asir un poco de mí mismo entre la vida y la muerte, mi soledad entera se llena del agrio olor del placer en las axilas de la mujer que aún naufraga a mi lado. Parece extenuado. Largo silencio. EL JOVEN ESCIPIÓN pasa detrás de Calígula y se acerca, vacilante. Tiende una mano hacia Calígula y la apoya en su hombro. Calígula, sin volverse, la cubre con una de las suyas. EL JOVEN ESCIPIÓN. Todos los hombres tienen una dulzura en la vida. Eso los ayuda a continuar. A ella recurren cuando se sienten demasiado gastados. CALÍGULA. Es cierto, Escipión. EL JOVEN ESCIPIÓN. ¿No hay, pues, en la tuya, nada semejante? ¿La proximidad de las lágrimas? ¿Un refugio silencioso? CALÍGULA. Sí, a pesar de todo. EL JOVEN ESCIPIÓN. ¿Y qué es? CALÍGULA (lentamente). El desprecio. TELÓN 30 CALIGULA _________________________________________________________________________________ ACTO III ESCENA I Antes de levantarse el telón, ruido de címbalos y tambores. El telón se abre sobre una especie de barraca de feria. En el centro una colgadura, delante de la cual, sobre un pequeño estrado, se encuentran Helicón y Cesonia. Los cimbaleros a cada lado. Sentados, de espaldas a los espectadores, algunos Patricios y El Joven Escipión. HELICÓN (recitando en tono de charlatán de feria). ¡Acercaos! Acercaos! (Címbalos.) Una vez más los dioses han dejado a la tierra. Cayo, César y dios, llamado Calígula, les ha prestado su forma humana. Acercaos, groseros mortales, el milagro sagrado se opera ante vuestros ojos. Por un favor especial al reino bendito de Calígula, los secretos divinos se ofrecen a todos los ojos. Címbalos. CESONIA. ¡Acercaos, señores! Adorad y dad vuestro óbolo. El misterio celestial hoy está al alcance de todos los bolsillos. Címbalos. HELICÓN. El Olimpo y sus entretelones, sus intrigas, sus pantuflas y sus lágrimas. ¡Acercaos! ¡Acercaos! ¡Toda la verdad sobre los dioses! Címbalos. CESONIA. Adorad y dad vuestro óbolo. Acercaos, señores. Va a empezar la función. Címbalos. Movimiento de esclavos que llevan diversos objetos al estrado. HELICÓN. Una reconstrucción de impresionante veracidad, una realización sin precedentes. Los decorados majestuosos del poder divino traídos a la tierra; una atracción sensacional y desmesurada, el rayo (los esclavos encienden fuegos greciscos), el trueno (hacen rodar un tonel lleno de guijarros), el mismo destino en su marcha triunfal. ¡Acercaos y contemplad! Corre la colgadura y Calígula, disfrazado de Venus grotesca, aparece sobre un pedestal. CALÍGULA (amable). Hoy soy Venus. 31 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CESONIA. La adoración comienza. Prosternaos (todos, salvo Escipión, se prosternan) y repetid conmigo la oración sagrada a Calígula-Venus: "Diosa de los dolores y la danza..." LOS PATRICIOS. "Diosa de los dolores y la danza..." CESONIA. "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la espuma..." LOS PATRICIOS. "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la espuma..." CESONIA. "Tú, que eres como la risa y el pesar..." LOS PATRICIOS. "Tú, que eres como la risa y el pesar..." CESONIA. "El rencor y el impulso...." LOS PATRICIOS. "El rencor y el impulso...." CESONIA. "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores..." LOS PATRICIOS. "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores..." CESONIA. "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en no tenerla..." Los PATRICIOS. "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en no tenerla..." CESONIA. "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad sin igual..." Los PATRICIOS. "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad sin igual..." CESONIA. ¡Pausa! LOS PATRICIOS. ¡Pausa! CESONIA (prosiguiendo). "Cólmanos de tus dones, extiende sobre nuestros rostros tu crueldad imparcial, tu odio objetivo; abre por encima de nuestros ojos tus manos llenas de flores y de crímenes". LOS PATRICIOS, "...tus manos llenas de flores y de crímenes". CESONIA. "Acoge a tus hijos extraviados. Recíbelos en el desnudo asilo de tu amor indiferente y doloroso. Danos tus pasiones sin objeto, tus dolores privados de razón y tus alegrías sin porvenir..." LOS PATRICIOS, "...y tus alegrías sin porvenir..." CESONIA (muy alto). "Tú, tan vacía y tan ardiente, inhumana pero tan terrenal, embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón negro y salino". Los PATRICIOS. "Embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón negro y salino". Cuando los Patricios pronuncian la última frase, Calígula, hasta entonces inmóvil, resopla y dice con voz estentórea: CALÍGULA. Concedido, hijos míos; vuestros ruegos serán satisfechos. 32 CALIGULA _________________________________________________________________________________ resulta difícil morir. No, cuanto más lo pienso más me convenzo de que no soy un tirano. ESCIPIÓN. ¿Qué importa si nos cuesta tan caro como si lo fueras? CALÍGULA (con un poco de impaciencia). Si supieras contar sabrías que la menor guerra emprendida por un tirano razonable os costaría mil veces más caro que los caprichos de mi fantasía. ESCIPIÓN. Pero por lo menos sería razonable y lo esencial es comprender. CALÍGULA. Nadie comprende el destino y por eso me erigí en destino. He adoptado el rostro estúpido e incomprensible de los dioses. Eso es lo que tus compañeros de hace un momento han aprendido a adorar. ESCIPIÓN. Y esa es la blasfemia, Cayo. CALÍGULA. ¡No, Escipión, es arte dramático! El error de todos esos hombres reside en no creer bastante en el teatro. Si no fuera por eso, sabrían que a todo hombre le está permitido representar las tragedias celestiales y convertirse en dios. Basta endurecer el corazón. ESCIPIÓN. Tal vez, Cayo. Pero si eso es cierto, creo que has hecho lo necesario para que un día, a tu alrededor, legiones de dioses humanos se levanten, implacables también, y ahoguen en sangre tu divinidad de un momento. CESONIA. ¡Escipión! CALÍGULA (con voz precisa y dura). Deja, Cesonia. No sabes cuánta verdad dices, Escipión: he hecho lo necesario. Apenas imagino el día de que hablas. Pero lo sueño a veces. Y en todos los rostros que avanzan entonces desde el fondo de la noche amarga, en sus facciones torcidas por el odio y la angustia, reconozco, sí maravillado, el único dios que adoré en este mundo: miserable y cobarde como el corazón humano. (Irritado.) Y ahora, vete. Has hablado de más. (Cambiando de tono.) Todavía tengo que pintarme los dedos de los pies. Me corre prisa. Todos salen salvo Helicón, que gira en tomo a Calígula, absorto en el cuidado de sus pies. ESCENA III CALÍGULA. ¡Helicón! HELICÓN. ¿Qué hay? CALÍGULA. ¿Adelanta tu trabajo? HELICÓN. ¿Qué trabajo? 35 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA. ¡Bueno... la luna! HELICÓN. Es cuestión de paciencia. Pero quisiera hablarte. CALÍGULA. Quizá tuviera paciencia, pero no dispongo de mucho tiempo. Hay que darse prisa, Helicón. HELICÓN. Ya te lo dije, haré lo que pueda. Pero antes tengo cosas graves que anunciarte. CALÍGULA (como si no hubiera oído). Fíjate que ya la he poseído. HELICÓN. ¿A quién? CALÍGULA. A la luna. HELICÓN. Sí, naturalmente. ¿Pero sabes que conjuran contra tu vida? CALÍGULA. La he poseído enteramente. Sólo dos o tres veces, es cierto. Pero de todos modos la he poseído. HELICÓN. Hace mucho que trato de hablarte. CALÍGULA. Fue el verano pasado. Después de mirarla y acariciarla mucho sobre las columnas del jardín, acabó por comprender. HELICÓN. Terminemos con ese juego, Cayo. Mi obligación es hablar aunque no quieras escucharme. Peor para ti si no oyes. CALÍGULA (sigue ocupado en teñirse las uñas de los pies). Este barniz no vale nada. Pero volviendo a la luna, fue una hermosa noche de agosto. (Helicón se aparta con despecho y calla, inmóvil.) Hizo algunos remilgos. Yo ya me había acostado. Al principio, ella estaba ensangrentada, sobre el horizonte. Luego empezó a subir, cada vez más ligera, con rapidez creciente. Cuanto más subía, más clara iba haciéndose. Llegó a ser un lago de agua lechosa en medio de aquella noche llena de estrellas apretadas. Llegó entonces con el calor, dulce, ligera y desnuda. Cruzó el umbral del aposento y con segura lentitud llegó hasta mi cama, Decididamente, este barniz no vale nada. Pero ya ves, Helicón, puedo decir sin jactancia que la he poseído. HELICÓN. ¿Quieres escucharme y enterarte de lo que te amenaza? CALÍGULA (se detiene y lo mira fijamente). Sólo quiero la luna, Helicón. Sé de antemano quién me matará. Todavía no he agotado todo lo que puede hacerme vivir. Por eso quiero la luna. Y no reaparezcas antes de habérmela conseguido. HELICÓN. Entonces cumpliré con mi deber y diré lo que tengo que decir. Han organizado una conspiración contra ti. Quereas es el jefe. He sorprendido esta tablilla que puede enterarte de lo esencial. Helicón deja la tablilla en uno de los asientos y se retira. CALÍGULA. ¿Adonde vas, Helicón? HELICÓN (en el umbral). A buscarte la luna. 36 CALIGULA _________________________________________________________________________________ ESCENA IV Llaman débilmente a la puerta del fondo. Calígula se vuelve con brusquedad y ve al Viejo Patricio. EL VIEJO PATRICIO (vacilante). ¿Me permites, Cayo? CALÍGULA (impaciente). Bueno, entra. (Mirándolo.) ¡Vaya, preciosa, venimos a ver de nuevo a Venus! EL VIEJO PATRICIO. No, no es eso. ¡Shh! ¡Oh!, perdón, Cayo... Quiero decir... Tú sabes que te quiero mucho... y además lo único que deseo es terminar tranquilo mis últimos días... CALÍGULA. ¡Démonos prisa! ¡Démonos prisa! EL VIEJO PATRICIO. En fin... (Muy rápido.) Es muy grave, eso es todo. CALÍGULA. No, no es grave. EL VIEJO PATRICIO. ¿Pero qué cosa, Cayo? CALÍGULA. ¿De qué hablábamos, amor mío? EL VIEJO PATRICIO (mirando a su alrededor). Es decir... (Se retuerce y termina por estallar.) Una conspiración contra ti... CALÍGULA. Ya lo ves, es lo que yo decía, nada grave. EL VIEJO PATRICIO. Cayo, quieren matarte. CALÍGULA (se le acerca y lo toma de los hombros). ¿Sabes porqué no puedo creerte? EL VIEJO PATRICIO (haciendo ademán de jurar). Por todos los dioses, Cayo... CALÍGULA (suavemente y empujándolo poco a poco hacia la puerta). No jures, sobre todo no jures. Escucha, en cambio. Si lo que dices fuera cierto, tendría que suponer que traicionas a tus amigos, ¿no es así? EL VIEJO PATRICIO (un poco perdido). Es decir, Cayo, que mi amor por ti... CALÍGULA (en el mismo tono). Y no puedo suponer eso. He detestado tanto la cobardía que nunca podría evitar la muerte de un traidor. Bien sé lo que vales. Y seguramente no querrás traicionar ni morir. EL VIEJO PATRICIO. ¡Seguramente, Cayo, seguramente! CALÍGULA. Ya ves, entonces, que tenía razón al no creerte. No eres un cobarde, ¿verdad? EL VIEJO PATRICIO. Oh, no... CALÍGULA. Ni un traidor. EL VIEJO PATRICIO. Ni qué decirlo, Cayo. CALÍGULA. Y en consecuencia, si no hay conspiración, dime, ¿sólo era una broma? 37 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ más descabellado puede en un segundo entrar en la realidad; donde, la mayoría de las veces, entra en ella como el cuchillo en el corazón. Tampoco yo quiero vivir en semejante universo. Prefiero la seguridad. CALÍGULA. La seguridad y la lógica no marchan juntas. QUEREAS. Es cierto. No es lógico pero es sano. CALÍGULA. Continúa. QUEREAS. No tengo nada más que decirte. No quiero entrar en tu lógica. Tengo otra idea de mis deberes de hombre. Sé que la mayoría de tus súbditos piensa como yo. Eres molesto para todos. Es natural que desaparezcas. CALÍGULA. Todo eso es muy claro y muy legítimo. Para la mayoría de los hombres hasta sería evidente. No para ti, sin embargo. Eres inteligente y la inteligencia se paga caro o se niega. Yo pago, pero tú, ¿por qué no la niegas y no quieres pagar? QUEREAS. Porque tengo ganas de vivir y de ser feliz. Creo que no es posible ni lo uno ni lo otro llevando lo absurdo hasta sus últimas consecuencias. Soy como todo el mundo. Para sentirme liberado de ello, deseo a veces la muerte de aquellos a quienes amo, codicio mujeres que las leyes de la familia o de la amistad me vedan. Para ser lógico, debería entonces matar o poseer. Pero juzgo que esas ideas vagas no tienen importancia. Si todo el mundo se metiera a realizarlas, no podríamos vivir ni ser felices. Una vez más lo digo: eso es lo que me importa. CALÍGULA. Así que necesitas creer en alguna idea superior. QUEREAS. Creo que unas acciones son más bellas que otras. CALÍGULA. Yo creo que todas son equivalentes. QUEREAS. Lo sé, Cayo, y por eso no te odio. Pero eres molesto y tienes que desaparecer. CALÍGULA. Es muy justo. Pero, ¿a qué anunciármelo con riesgo de tu vida? QUEREAS. Porque otros me reemplazarán y porque no me gusta mentir. Silencio. CALÍGULA. ¡Quereas! QUEREAS. Sí, Cayo. CALÍGULA. ¿Crees que dos hombres de alma y orgullo semejantes pueden hablarse, por lo menos una vez en la vida, con el corazón en la mano? QUEREAS. Creo que es lo que acabamos de hacer. CALÍGULA. Sí, Quereas. Sin embargo, tú me juzgabas incapaz de ello. QUEREAS. Me equivocaba, Cayo, lo reconozco y te doy las gracias. Ahora espero tu sentencia. CALÍGULA (distraído). ¿Mi sentencia? Ah, quieres decir... (Sacando la tablilla de debajo del manto.) ¿Conoces esto, Quereas? 40 CALIGULA _________________________________________________________________________________ QUEREAS. Sabía que estaba en tus manos. CALÍGULA (con pasión). Sí, Quereas, y tu misma franqueza era simulada. Los dos hombres no se han hablado con el corazón en la mano. Pero no importa. Ahora vamos a interrumpir el juego de la sinceridad y reanudaremos la vida del pasado. Aún debes tratar de comprender lo que voy a decirte, aún debes soportar mis ofensas y mi mal humor. Escucha, Quereas. Esta tablilla es la única prueba. QUEREAS. Me voy, Cayo. Estoy cansado de todo este juego grotesco. Lo conozco demasiado y no quiero verlo más. CALÍGULA (con la misma voz apasionada y atenta). Quédate un momento. Es la única prueba, ¿verdad? QUEREAS. No creo que necesites pruebas para hacer morir a un hombre. CALÍGULA. Es cierto. Pero por una vez quiero contradecirme. A nadie le molesta. Y es tan grato contradecirse de vez en cuando. Es un descanso. Necesito descanso, Quereas. QUEREAS. No comprendo, y no me gustan las complicaciones. CALÍGULA. Por supuesto. Quereas. Tú eres un hombre sano. ¡No deseas nada extraordinario! (Lanzando una carcajada.) ¡Quieres vivir y ser feliz! ¡Sólo eso! QUEREAS. Creo que es preferible terminar. CALÍGULA. Todavía no. Un poco de paciencia, ¿quieres? Tengo esta prueba, mírala. Quiero pensar que no puedo haceros morir sin ella. Es mi opinión y mi descanso. Bueno, ¡mira cómo terminan las pruebas en manos de un emperador! (Acerca la tablilla a una antorcha. Quereas se le acerca. La antorcha los separa. La tablilla se derrite.) ¡Ya lo ves, conspirador! Se derrite, y a medida que desaparece esta prueba, una mañana de inocencia se levanta sobre tu rostro. ¡Qué admirable frente pura tienes, Quereas! ¡Qué hermoso, qué hermoso es un inocente! Admira mi poder. Ni los mismos dioses pueden restituir la inocencia sin castigar antes. Y a tu emperador le basta una llama para absolverte y alentarte. Continúa, Quereas, prosigue hasta el fin el magnífico razonamiento que expusiste. Tu emperador aguarda el descanso. Es su manera de vivir y de ser feliz. Quereas mira a Calígula con estupor. Esboza apenas un ademán, parece comprender, abre la boca y parte bruscamente. Calígula continúa sosteniendo la tablilla en la llama y, sonriente, sigue a Quereas con la mirada. TELÓN 41 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ ACTO IV ESCENA I El escenario está en semioscuridad. Entran Quereas y Escipión. Quereas se dirige a la derecha, luego a la izquierda y vuelve hacia Escipión. ESCIPIÓN (con semblante cerrado). ¿Qué quieres de mí? QUEREAS. El tiempo apremia. Debemos estar seguros de lo que haremos. ESCIPIÓN. ¿Quién te dijo que no estoy seguro? QUEREAS. No viniste a nuestra reunión de ayer. ESCIPIÓN (apartándose). Es verdad, Quereas. QUEREAS. Escipión, tengo más años que tú y no acostumbro pedir ayuda. Pero lo cierto es que te necesito. Este asesinato exige fiadores respetables. En medio de tanta vanidad herida y tanto innoble temor, sólo las tuyas y las mías son razones puras. Sé que si nos abandonas, no traicionarás nada. Pero eso es indiferente. Lo que deseo es que te quedes con nosotros. ESCIPIÓN. Comprendo. Pero te juro que no puedo. QUEREAS. ¿Entonces estás con él? ESCIPIÓN. No. Pero no puedo estar contra él. (Una pausa; luego, sordamente.) Si lo matara, mi corazón por lo menos estaría con él. QUEREAS. ¡Sin embargo mató a tu padre! ESCIPIÓN. Sí, ahí empieza todo. Pero también ahí todo termina. QUEREAS. El niega lo que tú crees. Escarnece lo que veneras. ESCIPIÓN. Es cierto, Quereas. Pero hay algo en mí que se le asemeja. La misma llama nos quema el corazón. QUEREAS. Hay momentos en que es preciso elegir. Yo acallé en mí lo que podía asemejársele. ESCIPIÓN. No puedo elegir porque además de lo que padezco, padezco también porque él padece. Mi desgracia es comprenderlo todo. 42 CALIGULA _________________________________________________________________________________ QUEREAS (que no lo ha visto). Reconozcamos por lo menos que este hombre ejerce una influencia innegable. Obliga a pensar. Obliga a todo el mundo a pensar. La inseguridad hace pensar .Y por eso lo persiguen tantos odios. EL VIEJO PATRICIO (temblando). Mira. QUEREAS (ve las armas; le cambia un poco la voz). Quizá tuvieras razón. PRIMER PATRICIO. Había que proceder rápido. Hemos esperado de más. QUEREAS. Sí. Es una lección que se aprende un poco tarde. EL VIEJO PATRICIO. Pero esto es una locura. No quiero morir. Se levanta y pretende escapar. Aparecen dos Guardias y lo detienen a la fuerza después de abofetearlo. El Primer Patricio se desploma en su asiento. Quereas dice algunas palabras que no se oyen. De improviso una extraña música, agria, saltarina, de sistros y címbalos, irrumpe en el fondo. Los Patricios guardan silencio y miran. Calígula, con vestido como de bailarina y flores en la cabeza, aparece como sombra chinesca detrás de la cortina del fondo, remeda algunos ridículos movimientos de la danza y desaparece. Poco después un Guardia dice con voz solemne: "El espectáculo ha terminado". Entretanto, Cesonia entra silenciosamente por detrás de los espectadores. Habla con una voz neutra que, sin embargo, los sobresalta. ESCENA V CESONIA. Calígula me ha encargado deciros que os citaba por asuntos de Estado, pero que hoy os había invitado a comulgar con él en una emoción artística. (Pausa; luego, con la misma voz.) Agregó, además, que a quien no hubiera comulgado, se le cortaría la cabeza. Callan. CESONIA. Disculpadme si insisto. Pero debo preguntaros si os ha parecido hermosa esta danza. PRIMER PATRICIO, (después de una vacilación). Fue hermosa, Cesonia. EL VIEJO PATRICIO (desbordante de gratitud). ¡Oh, sí, Cesonia! CESONIA. ¿Y tú, Quereas? QUEREAS (fríamente). Fue gran arte. CESONIA. Perfecto; ahora podré informar a Calígula. Sale. 45 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ ESCENA VI QUEREAS. Y ahora a darse prisa. Quedaos aquí los dos. Esta noche seremos un centenar. (Sale.) EL VIEJO PATRICIO. ¡Quedaos aquí! ¡Quedaos aquí! Bien que me gustaría irme. (Husmea.) Aquí huele a muerte. PRIMER PATRICIO. O a mentira. (Tristemente.) Dije que la danza era hermosa. EL VIEJO PATRICIO (conciliador). Lo era, en cierto sentido. Lo era. Interrumpen de pronto varios patricios y caballeros. ESCENA VII SEGUNDO PATRICIO. ¿Qué pasa? ¿Lo sabéis? El emperador nos ha hecho llamar. EL VIEJO PATRICIO (distraído). Quizá sea para la danza. SEGUNDO PATRICIO. ¿Qué danza? EL VIEJO PATRICIO. Sí, bueno, la emoción artística. TERCER PATRICIO. Me dijeron que Calígula estaba muy enfermo. PRIMER PATRICIO. Lo está. TERCER PATRICIO. ¿Y qué tiene? (Encantado.) Por todos los dioses, ¿está por morir? PRIMER PATRICIO. No lo creo. Su enfermedad sólo es mortal para los demás. EL VIEJO PATRICIO. Si así puede decirse. SEGUNDO PATRICIO. Te comprendo. ¿Pero no tiene alguna enfermedad menos grave y más ventajosa para nosotros? PRIMER PATRICIO. No, esa enfermedad no admite competencia. Con permiso, debo ver a Quereas. (Sale.) Entra Cesonia; breve silencio. 46 CALIGULA _________________________________________________________________________________ ESCENA VIII CESONIA (con indiferencia). Calígula está enfermo del estómago. Ha vomitado sangre. Los Patricios la rodean. SEGUNDO PATRICIO. Oh, dioses todopoderosos; si se restablece, prometo entregar 200.000 sestercios al Tesoro del Estado. TERCER PATRICIO (exagerando). Júpiter, toma mi vida a cambio de la suya. Calígula ha entrado hace un momento. Escucha. CALÍGULA (avanzando hacia el Segundo Patricio). Acepto tu ofrenda, Lucio. Te lo agradezco. Mi tesorero se presentará mañana en tu casa. (Se acerca al Tercer Patricio y lo besa.) No puedes imaginarte qué conmovido estoy. (Pausa; luego tiernamente.) ¿Así que me quieres? TERCER PATRICIO (emocionado). César, no hay nada que por ti no entregara inmediatamente. CALÍGULA (besándolo de nuevo). Ah, esto es demasiado, Casio. No merezco tanto amor. (Casio hace ademán de protesta.) No, no, te digo que no. Soy indigno de él. (Llama a los Guardias.) Llevadlo. (A Casio, dulcemente.) Anda, amigo. Y recuerda que Calígula te ha entregado el corazón. TERCER PATRICIO (vagamente inquieto). ¿Pero adonde me llevan? CALÍGULA. A la muerte, hombre. Has dado tu vida por la mía. Ya me siento mejor. Ni siquiera tengo ese horrible gusto a sangre en la boca. Me has curado. ¿Estás contento, Casio, de poder dar tu vida por otro, cuando ese otro se llama Calígula? Ya estoy de nuevo dispuesto a todas las fiestas. Se llevan a Casio, que resiste y grita. TERCER PATRICIO. No quiero. Esto es una broma. CALÍGULA (soñador entre los gritos). Los caminos que bordean el mar pronto estarán cubiertos de mimosas. Las mujeres llevarán vestidos de telas livianas. ¡Un gran cielo fresco y resplandeciente, Casio! ¡Las sonrisas de la vida! Casio está a punto de salir. Cesonia lo empuja suavemente. CALÍGULA (volviéndose, súbitamente serio). Amigo mío, si hubieras querido bastante a la vida, no la habrías jugado con tanta imprudencia. Se llevan a Casio. CALÍGULA (volviendo hacia la mesa). Y el que ha perdido, debe pagar siempre. (Una pausa.) Ven, Cesonia. (Se vuelve hacia los otros.) A propósito, se me ha ocurrido un hermoso pensamiento que quiero compartir con vosotros. Hasta ahora mi reinado ha sido demasiado feliz. Ni peste universal, ni religión cruel, ni siquiera un golpe de Estado; en una palabra, nada que pueda haceros pasar a la posteridad. En parte por eso, 47 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA. Yo. ¿No es suficiente? EL VIEJO PATRICIO. Oh, sí, absolutamente suficiente. QUEREAS. ¿Participarás en el concurso, Cayo? CALÍGULA. Es inútil. Hace tiempo hice mi composición sobre el tema. EL VIEJO PATRICIO (solícito) ¿Cómo se puede leerla? CALÍGULA. A mi manera, la recito todos los días. Cesonia lo mira, angustiada. CALÍGULA (brutalmente). ¿Qué tengo en la cara que te desagrada? CESONIA (suavemente). Perdóname. CALÍGULA. Ah, por favor, nada de humildad. Sobre todo, nada de humildad. ¡Ya eres difícil de soportar, pero tu humildad...! Cesonia sube lentamente. CALÍGULA (a Quereas). Continúo. Es la única composición que he escrito. Pero también prueba que soy el único artista que Roma haya conocido, el único, ¿oyes?, que ponga de acuerdo su pensamiento con sus actos. QUEREAS. Es sólo cuestión de poder. CALÍGULA. Así es. Los otros crean por falta de poder. Yo no necesito una obra: yo vivo. (Brutalmente.) Bueno, y vosotros, ¿ya estáis? MÉTELO. Ya estamos, creo. TODOS. Sí. CALÍGULA. Bueno, escuchadme bien. Os levantaréis. Yo tocaré el silbato. El primero empezará la lectura. Al oír el silbato ha de detenerse y empezará el segundo. Y así sucesivamente. El vencedor, naturalmente, será aquel cuya composición no haya interrumpido el silbato. Preparaos. (Se vuelve hacia Quereas; confidencial.) Se necesita organización en todo, hasta en arte. Silbato. PRIMER POETA. Muerte, cuando más allá de las negras orillas... Silbato. El Poeta desciende por la derecha. Los otros harán lo mismo. Escena mecánica. SEGUNDO POETA. Las tres parcas en su antro... (Silbato.) TERCER POETA. Te llamo, oh muerte...(Silbato rabioso.) EL Cuarto Poeta avanza y adopta una actitud declamatoria. El silbato resuena antes de que haya hablado. QUINTO POETA. Cuando era un niñito... 50 CALIGULA _________________________________________________________________________________ CALÍGULA (gritando). ¡No! ¿Qué relación puede tener con el tema la infancia de un imbécil? ¿Quieres decirme dónde está la relación? QUINTO POETA. Pero, Cayo, no he terminado... (Silbato estridente.) SEXTO POETA (avanza aclarándose la voz). Inexorable, camina... (Silbato.) SÉPTIMO POETA (misterioso). Recóndita y difusa oración... (Silbato entrecortado.) Escipión avanza sin tablillas. CALÍGULA. ¿No tienes tablillas? ESCIPIÓN. No las necesito. CALÍGULA. Veamos. (Mordisquea el silbato.) ESCIPIÓN (muy cerca de Calígula, sin mirar y con una especie de cansancio):"¡Caza de la dicha que purifica a los seres, cielo en que el sol chorrea, fiestas únicas y salvajes, delirio mío sin esperanza!..." CALÍGULA (suavemente). Detente, ¿quieres? Los otros no necesitan competir. (A Escipión.) Eres muy joven para conocer las verdaderas lecciones de la muerte. ESCIPIÓN (mirando fijo a Calígula). Era muy joven para perder a mi padre. CALÍGULA (apartándose bruscamente). Vamos, vosotros a formar fila. Un falso poeta es un castigo demasiado duro para mi gusto. Hasta hoy había pensado conservaros como aliados y a veces imaginaba que formaríais el último cuadro de mis defensores. Pero es inútil; os arrojaré entre mis enemigos. Los poetas están contra mí; puedo decir que éste es el fin. ¡Salid en orden! Desfilaréis ante mí, lamiendo las tablillas para borrar las huellas de vuestras infamias. ¡Atención! ¡Adelante! Silbidos rítmicos. Los Poetas salen por la derecha marcando el paso y lamiendo sus inmortales tablillas. CALÍGULA (en voz muy baja). Y salid todos. En la puerta, Quereas retiene al Primer Patricio por el hombro. QUEREAS. Ha llegado el momento. El joven Escipión, que ha oído, vacila en el umbral de la puerta y se acerca a Calígula. CALÍGULA (con maldad). ¿No puedes dejarme en paz, como lo hace ahora tu padre? ESCENA XII ESCIPIÓN. Vamos, Cayo, todo esto es inútil. Ya sé que has elegido. 51 ALBERT CAMUS ______________________________________________________________________ CALÍGULA. Déjame. ESCIPIÓN. Te dejaré, sí, porque creo haberte comprendido. Ni para ti ni para mí, que me parezco tanto a ti, hay ya salida. Voy a marcharme muy lejos a buscar las razones de todo esto. (Pausa; mira a Calígula. Con fuerte acento.) Adiós, querido Cayo. Cuando todo haya terminado, no olvides que te he querido. (Sale.) Calígula lo mira. Hace un ademán. Pero se sacude brutalmente y vuelve junto a Cesonia. CESONIA. ¿Qué dijo? CALÍGULA. No está a tu alcance. CESONIA. ¿En qué piensas? CALÍGULA. En aquél. Y en ti también. Pero es lo mismo. CESONIA. ¿Qué pasa? CALÍGULA (mirándola). Escipión se ha marchado. He terminado con la amistad. Pero me pregunto por qué estás tú todavía.... CESONIA. Porque te gusto. CALÍGULA. No. Si te hiciera matar, creo que comprendería. CESONIA. Sería una solución. Hazlo, pues. ¿Pero no puedes, siquiera por un minuto, despreocuparte y vivir libremente? CALÍGULA. Hace ya varios años que me ejercito en vivir libremente. CESONIA. No es así como lo entiendo. Compréndeme. Puede ser tan bueno vivir y amar en la pureza del propio corazón. CALÍGULA. Cada uno se gana la pureza como puede. Yo, persiguiendo lo esencial. Nada de eso me impide, por lo demás, hacerte matar. (Ríe.) Sería la coronación de mi carrera. Calígula se levanta y hace girar el espejo. Camina en círculo, con los brazos colgando, casi sin ademanes, como un animal. CALÍGULA. Es curioso. Cuando no mato, me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el universo y alejar el tedio. Cuando estáis todos aquí, me hacéis sentir un vacío sin medida donde no puedo mirar. Sólo estoy bien entre mis muertos.(Se planta frente al público, un poco inclinado hacia adelante, olvidado de Cesonia.) Ellos son verdaderos. Son como yo. Me esperan y me apremian. (Menea la cabeza.) Tengo largos diálogos con este y aquel que me gritó pidiendo gracia y a quien hice cortar la lengua. CESONIA. Ven. Tiéndete a mi lado. Apoya la cabeza en mis rodillas. (Calígula obedece.) Estás bien. Todo calla. CALÍGULA. ¡Todo calla! Exageras. ¿No oyes ese ruido a hierros? (Ruidos.) ¿No adviertes esos mil ligeros rumores que revelan el odio en acecho? (Rumores.) CESONIA. Nadie se atrevería... 52
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