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Orientación Universidad
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Mitos griegos, Apuntes de Historia de la Grecia Antigua

Asignatura: Historia del Próximo Oriente antiguo y Grecia, Profesor: Clelia Clelia, Carrera: Historia, Universidad: UMA

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 10/12/2017

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¡Descarga Mitos griegos y más Apuntes en PDF de Historia de la Grecia Antigua solo en Docsity! ROBERT GRAVES LOS MITOS GRIEGO I Traductor: Luis Echávarri, revisión: Lucía Graves Alianza Editorial Alianza Editorial Madrid Titulo original: The Greek Miths, Volumen I Traductor: Luis Echávarri Revisión de Lucia Graves Primera edición en "El Libro de Bolsillo": 1985 (julio) Primera reimpresión en "El Libro de Bolsillo": 1985 (diciembre) Herederos de Robert Graves Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1985 Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 2000045 ISBN: 84-206-0110-1 (Tomo I) ISBN: 84-206-9814-8 (O.C.) El emblema de Tlaloc era un sapo igual que el de Argos; y de la boca del sapo de Tlaloc en el fresco de Tempentitla brota una co- rriente de agua. ¿Pero en qué época estuvieron en contacto las culturas europea y de la América Central? Estas teorías exigen una mayor investigación y por lo tanto no he incluido mis hallazgos en el texto de la presente edición. La ayuda de cualquier experto en la solución del problema sería muy apreciada. R. G. Deyá, Mallorca, España 1960 INTRODUCCIÓN Los emisarios medievales de la Iglesia Católica llevaron a Gran Bretaña, además de todo el cuerpo de la historia sagrada, un sis- tema universitario continental basado en los clásicos griegos y la- tinos. Las leyendas autóctonas como las del rey Arturo, Guy de Warwick, Robín Hood, la Bruja Azul de Leicester y el rey Lear eran consideradas lo bastante adecuadas para el vulgo; sin embar- go, a comienzos de la época de los Tudor, el clero y las clases cultas se referían con mucha más frecuencia a los mitos que se encuentran en Ovidio, Virgilio y en los resúmenes de las escuelas de enseñanza elemental sobre la Guerra de Troya. Aunque, en consecuencia, no se puede comprender debidamente la literatura oficial inglesa de los siglos XVI al XIX sino a la luz de la mitolo- gía griega, los clásicos han perdido últimamente tanto terreno en las escuelas y universidades que ya no se espera que una persona culta sepa (por ejemplo) quiénes pueden haber sido Deucalión, Pélope, Dédalo, Enone, Laocoonte o Antígona. El conocimiento actual .de estos mitos se deriva principalmente de versiones de cuentos de hadas como las de Heroes de Kingsley y Tanglewood Tales de Hawthorne; y a primera vista esto no parece tener mucha importancia, porque durante los dos últimos milenios ha estado de moda descartar los mitos por considerarlos fantasías extrañas y quiméricas, un legado encantador de la infancia de la inteligencia griega, que la Iglesia naturalmente menosprecia para destacar la mayor importancia espiritual de la Biblia. Sin embargo, es difícil sobreestimar su valor en el estudio de la historia, la religión y la sociología europeas primitivas. «Quimérico» es una forma adjetival del sustantivo quimera, que significa «cabra». Hace cuatro mil años la Quimera no puede ha- ber resultado más fantástica que cualquier emblema religioso, he- ráldico o comercial en la actualidad. Era un animal solemne de forma compuesta que tenía (como indica Homero) cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente. Se ha encontrado una Quime- ra grabada en las paredes de un templo hitita de Carquemis y, lo mismo que otros animales compuestos, como la Esfinge y el Uni- cornio, debió de ser originalmente un símbolo calendario: cada componente representaba una estación del año sagrado de la reina del Cielo, como lo hacían también, según Diodoro de Sicilia, las tres cuerdas de su lira de concha de tortuga. Nilsson trata de este antiguo año de tres estaciones en su Primitive Time Reckoning (1920). Sin embargo, sólo una pequeña parte del cuerpo enorme y de- sorganizado de la mitología griega, que contiene importaciones de Creta, Egipto, Palestina, Frigia, Babilonia y otras regiones, puede ser clasificada correctamente, con la Quimera, como verdadero mito. El verdadero mito se puede definir como la reducción a ta- quigrafía narrativa de la pantomima ritual realizada en los festi- vales públicos y registrada gráficamente en muchos y casos en las paredes de los templos, en jarrones, sellos, tazones, espejos, cofres, escudos, tapices, etc. La Quimera y los otros animales del calendario deben de haber figurado prominentemente en esas re- presentaciones dramáticas que, a través de sus registros iconográ- ficos y orales, se convirtieron en la primera autoridad o carta constitucional de las instituciones religiosas de cada tribu, clan o ciudad. Sus temas eran actos de magia arcaicos que promovían la fertilidad o la estabilidad del reino sagrado de una reina o un rey —los de las reinas habían precedido, según parece, a los de los reyes en toda la zona de habla griega— y enmiendas de aquéllos introducidas de acuerdo con lo que requerían las circunstancias. El ensayo de Luciano Sobre la danza registra un número impo- nente de pantomimas rituales que todavía se ejecutaban en el siglo II d. de C.; y la descripción de Pausanias de las pinturas del tem- plo de Delfos y de las tallas del Cofre de Cipselo indica que una cantidad inmensa de inscripciones mitológicas misceláneas, de las que no queda actualmente rastro alguno, sobrevivía en el mismo período. El verdadero mito debe distinguirse de: 1. La alegoría filosófica, como la cosmogonía de Hesíodo. 2. La explicación «etiológica» de mitos que ya no se compren- den, como el uncimiento por parte de Admeto de un león y un ja- balí a su carro. 3. La sátira o parodia, como el relato de Sueno sobre la Atlánti- da. concebir como otra tríada: la doncella del aire superior, la ninfa de la tierra o el mar, y la vieja del mundo subterráneo, representa- das, respectivamente, por Selene, Afrodita y Hécate. Estas analo- gías místicas fomentaron el carácter sagrado del número tres, y la diosa Luna aumentó hasta nueve sus facetas cuando cada una de las tres personas —doncella, ninfa y anciana— apareció en tríada para demostrar su divinidad. Sus devotos nunca olvidaron por completo que no existían tres diosas, sino una sola, aunque en la época clásica el templo de Estínfalo en Arcadia era uno de los po- cos subsistentes donde todas ellas llevaban el mismo nombre: He- ra. Una vez admitida oficialmente la relación entre el coito y el parto —un relato de este momento decisivo en la religión aparece en el mito hitita del cándido Appu (H. G. Güterbock: Kumarbi, 1946)— la posición religiosa del hombre mejoró poco a poco y se dejó de atribuir a los vientos o los ríos la preñez de las mujeres. Parece ser que la ninfa o reina tribal elegía un amante anual entre los hombres jóvenes que la rodeaban, un rey que debía ser sacrifi- cado cuando terminaba el año, haciendo de él un símbolo de la fertilidad más bien que el objeto de su placer erótico. Su sangre se rociaba para que fructificasen los árboles, las cosechas y los reba- ños, y su carne era, según parece, comida cruda por las ninfas compañeras de la reina —sacerdotisas que llevaban máscaras de perras, yeguas o cerdas. Luego, como una modificación de esta práctica, el rey moría tan pronto como el poder del sol, con el que se identificaba, comenzaba a declinar en el verano, y otro joven, mellizo suyo, o supuesto mellizo —un antiguo término irlandés muy apropiado es “tanist”2— se convertía en el amante de la rei- na, para ser debidamente sacrificado en pleno invierno y, como recompensa, reencarnarse en una serpiente oracular. Estos con- sortes adquirían el poder ejecutivo sólo cuando se les permitía re- presentar a la reina llevando sus vestiduras mágicas. Así comenzó la monarquía sagrada y, aunque el sol se convirtió en un símbolo de la fertilidad masculina una vez identificada la vida del rey con el curso de sus estaciones, siguió estando bajo la tutela de la Lu- na, así como el rey siguió bajo la tutela de la reina, al menos en 2 Heredero famoso de los jefes gaélicos elegido en vida de éstos. (N. del T.) teoría, hasta mucho tiempo después de haber sido superada la fase matriarcal. Así pues, las brujas de Tesalia (una región conserva- dora) solían amenazar al Sol, en nombre de la Luna, con envol- verlo en una noche perpetua.(Apuleyo, Metamorfosis, iii.16) Sin embargo, no hay prueba alguna de que, ni siquiera cuando las mujeres ejercían la soberanía en las cuestiones religiosas, se negaran a los hombres algunos campos en los que pudieran actuar sin la supervisión femenina; aunque es muy posible que adoptaran muchas de las características del «sexo más débil» hasta entonces consideradas funcionalmente propias del hombre. Se les podía confiar la caza, la pesca, la recolección de ciertos alimentos, el cuidado de manadas y rebaños y la ayuda para defender el territo- rio tribal contra los intrusas, con tal que no trasgredieran la ley matriarcal. Se elegían jefes de los clanes totémicos y se les con- cedían ciertos poderes, especialmente en tiempo de migración o guerra. Las reglas para determinar quién debía actuar como su- premo jefe varón variaban, según parece, en los diferentes ma- triarcados: habitualmente se elegía al tío materno de la reina, o a su hermano, o al hijo de su tía materna. El jefe supremo de la tri- bu más primitiva tenía también autoridad para actuar como juez en las disputas personales entre hombres, con tal de que no se menoscabase con ello la autoridad religiosa de la reina. La socie- dad matrilineal más primitiva que sobrevive en la actualidad es la de los hogares de la India meridional, donde las princesas, aunque se casan con maridos niños de los que se divorcian inmediata- mente, tienen hijos con amantes de cualquier posición social; y las princesas de varias tribus matrilineales del África Occidental se casan con extranjeros o plebeyos. Las mujeres de la realeza griega pre-helénica también consideraban como cosa corriente tomar amantes entre sus siervos, si las Cien Casas de Lócride y los lo- cros epicefirios no fueron excepcionales. Al principio se calculaba el tiempo por las fases de la luna, y toda ceremonia importante se realizaba en una de esas fases; los solsticios y equinoccios no eran determinados con exactitud sino por aproximación a la siguiente luna nueva o llena. El número siete adquirió una santidad peculiar porque el rey moría en la sép- tima luna llena después del día más corto. Inclusive cuando, tras una cuidadosa observación astronómica, se demostró que el año solar tenía 364 días, con algunas horas más, hubo que dividirlo en meses —es decir ciclos lunares— antes que en fracciones del ci- clo solar. Esos meses se convirtieron más tarde en lo que el mun- do de habla inglesa sigue llamando “common-law months” (me- ses de derecho consuetudinario), cada uno de veintiocho días; el veintiocho era un número sagrado, en el sentido de que la luna podía ser adorada como una mujer, cuyo ciclo menstrual es nor- malmente de veintiocho días, y que éste es también él verdadero período de las revoluciones de la luna en función del sol. La se- mana de siete días era una, unidad del mes de derecho consuetu- dinario, y el carácter de cada día se deducía, al parecer, de la cua- lidad atribuida al correspondiente mes de la vida del rey sagrado. Este sistema llevó a una identificación todavía más íntima de la mujer con la luna y, puesto que el año de 364 días es exactamente divisible por veintiocho, la serie anual de los festivales populares se podía engranar con esos meses prescritos por la costumbre. Como tradición religiosa, los años de trece meses sobrevivieron entre los campesinos europeos durante más de un milenio después de la adopción del Calendario Juliano; así Robín Hood, quien vi- vió en la época de Eduardo II, pudo exclamar en una balada que celebraba el festival del Primero de Mayo: ¿Cuántos meses felices hay en el año? Hay trece, digo lo que un editor Tudor ha alterado cambiándolo por «Sólo hay doce, digo...». Trece, el número del mes de la muerte del sol, nun- ca ha perdido su mala reputación entre los supersticiosos. Los días de la semana estaban a cargo de los Titanes: los genios del sol, de la luna y de los cinco planetas descubiertos hasta entonces, que eran responsables de ellos ante la diosa como Creadora. Este sis- tema se desarrolló probablemente en la matriarcal Sumeria. Así el sol pasaba por trece etapas mensuales que comenzaban en el solsticio de invierno, cuando los días vuelven a alargarse después de su larga decadencia otoñal. El día extra del año side- ral, obtenido del año solar mediante la revolución de la tierra al- rededor de la órbita del sol, fue intercalado entre el mes decimo- tercero y el primero, y se convirtió en el día más importante de los (Herodoto: viii, 134-5). El rey actuaba como el representante de Zeus, o Posidón, o Apolo, y se hacía llamar por uno u otro de esos nombres, aunque Zeus fue durante siglos un mero semidiós y no una divinidad olímpica inmortal. Todos los mitos primitivos sobre la seducción de ninfas por los dioses se refieren, al parecer, a ca- samientos entre caudillos helenos y sacerdotisas de la Luna loca- les; a los que se oponía enconadamente Hera, o sea el sentimiento religioso conservador. Cuando la brevedad del reinado del rey empezó a resultar fasti- diosa se convino en prolongar el año de trece meses hasta el Gran Año de cien lunaciones, al final del cual se produce una casi coin- cidencia del tiempo solar y el lunar. Pero como todavía había que fructificar los campos y las cosechas, el rey accedía a sufrir una falsa muerte anual y a ceder su soberanía durante un día —el in- tercalado, que quedaba fuera del año sideral sagrado— al rey niño substituto, o interrex, que moría a su término y cuya sangre era utilizada para la ceremonia de la aspersión. Luego el rey sagrado, o bien gobernaba durante todo el período de un Gran Año, con un «tanista» como lugarteniente, o los dos reinaban durante años al- ternos, o bien la reina les permitía dividir el reino en dos mitades y reinar concurrentemente. El rey representaba a la reina en mu- chas funciones sagradas, se ataviaba con las vestiduras de ella, llevaba pechos falsos, tomaba prestada su hacha lunar como un símbolo de poder e incluso se encargaba de su arte mágico de producir la lluvia. Su muerte ritual variaba mucho en los detalles; podía ser despedazado por mujeres feroces, traspasado con una lanza de pastinaca, derribado con un hacha, pinchado en el talón con una flecha envenenada, arrojado por un acantilado, quemado en una pira, ahogado en un estanque o muerto en un accidente de carro preparado de antemano. Pero debía morir. Se llegó a una nueva etapa cuando los niños fueron sustituidos por animales en el altar del sacrificio y el rey se negaba a morir una vez finalizado su prolongado reinado. Después de dividir el reino en tres partes y de conceder una parte a cada uno de sus sucesores, reinaba du- rante otro período de tiempo con la excusa de que se había descu- bierto una aproximación más estrecha del tiempo solar y el lunar, a saber diecinueve años o 325 lunaciones. El Gran Año se había convertido en un Año Mayor. Durante estas etapas sucesivas, reflejadas en numerosos mitos, el rey sagrado seguía manteniendo su posición sólo por derecho de matrimonio con la ninfa tribal, que era elegida bien como re- sultado de una carrera pedestre entre sus compañeras de la casa real, o bien por ultimogenitura, es decir, por ser la hija núbil más joven de la rama más reciente. El trono seguía siendo matrilineal, como lo era teóricamente incluso en Egipto, y, en consecuencia, el rey sagrado y su «tanista», eran elegidos siempre fuera de la casa real femenina; hasta que algún rey osado decidió por fin co- meter incesto con la heredera, considerada como su hija, y conse- guir así un nuevo derecho al trono cuando hubiese que renovar su reinado. Las invasiones aqueas del siglo XIII a. de C. debilitaron grave- mente la tradición matrilineal. Al parecer, el rey se las ingeniaba para reinar durante toda su vida natural; cuando llegaron los do- rios, hacia el final del segundo milenio, la sucesión patriarcal se convirtió en regla. Un príncipe ya no abandonaba la casa de su padre y se casaba con una princesa extranjera; ella iba a vivir con él, como hizo Penélope convencida por Odiseo. La genealogía se hizo patrilineal, aunque un episodio samio mencionado en la Vida de Homero del seudo Herodoto demuestra que durante algún tiempo después de que las Apaturias, o sea el Festival del Paren- tesco Masculino, habían reemplazado al del Parentesco Femenino, los ritos consistían todavía en sacrificios a la Diosa Madre a los que no podían asistir los hombres. Entonces se convino en el sistema familiar olímpico como una transacción entre los puntos de vista helénico y pre-helénico: una familia divina de seis dioses y seis diosas, encabezada por los co- soberanos Zeus y Hera, que formaba un Consejo de Dioses al es- tilo de Babilonia. Pero tras una rebelión de la población pre- helénica, descrita en la Ilíada como una conspiración contra Zeus, Hera quedó subordinada a aquél, Atenea se declaró «totalmente en favor del Padre» y al final Dioniso aseguró la preponderancia masculina en el Consejo desalojando a Hestia. Sin embargo, las diosas, aunque quedaron en minoría, no llegaron nunca a ser ex- cluidas por completo —como lo fueron en Jerusalén— porque los venerados poetas Homero y Hesíodo «habían dado a las deidades sus títulos y distinguido sus diversas incumbencias y facultades especiales». (Herodoto: ii.53), que no podían ser expropiados fá- cilmente. Es más, el sistema de reunir a todas las mujeres de san- gre regia bajo la dirección del rey para desalentar así los posibles atentados de extraños contra un trono matrilineal, adoptado en Roma cuando se fundó el Colegio de las Vestales, y en Palestina cuando el rey David formó su harén regio, nunca llegó a Grecia. La descendencia, la sucesión y la herencia por línea paterna impi- den la creación de nuevos mitos; entonces comienza la leyenda histórica y se desvanece a la luz de la historia común. Las vidas de personajes como Heracles, Dédalo, Tiresias y Fin- co abarcan varias generaciones, porque son títulos más bien que nombres de determinados héroes. Sin embargo, los mitos, aunque es difícil conciliarlos con la cronología, son siempre prácticos: insisten en algún punto de la tradición, por mucho que se haya podido deformar el significado en la narración. Tómese, por ejemplo, la confusa fábula del sueño de Éaco, en el que las hor- migas que caen de una encina oracular se convierten en hombres y colonizan la isla de Egina después de haberla despoblado Hera. Aquí los puntos más interesantes son: que la encina había nacido de una bellota de Dodona, que las hormigas eran hormigas tesa- lias y que Éaco era nieto del río Asopo. Estos elementos se com- binaban para proporcionar una historia concisa de las inmigracio- nes a Egina hacia el final del segundo milenio a. de C. A pesar de la semejanza de desarrollo en los mitos griegos, to- das las interpretaciones minuciosas de leyendas detalladas estarán abiertas a discusión hasta que los arqueólogos puedan proporcio- nar una tabulación más exacta de los movimientos tribales en Grecia y de sus fechas. Sin embargo, el examen histórico y antro- pológico es el único razonable; la teoría de que la Quimera, la Es- finge, la Gorgona, los Centauros, los Sátiros y otros seres pareci- dos son precipitaciones ciegas del inconsciente colectivo jungiano a las que nunca se ha atribuido, ni se podía atribuir, un significado preciso, es desmostrablemente falsa. Las edades del bronce y la primitiva del hierro en Grecia no fueron la infancia de la humani- dad, como indica el Dr. Jung. El que Zeus se tragara a Metis, por ejemplo, y luego diera a luz a Atenea a través de un orificio abierto en su cabeza, no es una fantasía irreprimible, sino un in- genioso dogma teológico que incluye por lo menos tres opiniones bro se publicó per primera vez en 1955, me han alentado a las ín- timas analogías que E. Meyrowitz hace en su libro Akan Cosmo- lógical Drama (Faber and Faber) acerca de los cambios religiosos y sociales que aquí se presumen. La población de Akan es el re- sultado de una antigua emigración hacia el sur de bereberes de Libia —primos de los pobladores pre-helénicos de Grecia— des- de los oasis del desierto del Sahara (véase 3.3) y sus casamientos en Tombuctú con negros del río Níger. En el siglo XI d. de Cristo, avanzaron todavía más hacia el sur, hasta lo que es ahora Ghana. Cuatro tipos de culto diferentes subsisten entre ellos. En el más primitivo adoran a la Luna como la suprema, triple diosa Ngame, claramente idéntica a la Neith libia, la Tanit cartaginesa, la Ana- tha cananea y la Atenea griega primitiva (véase 8.1). Se dice que Ngame dio a luz los cuerpos celestiales por sus propios esfuerzos (véase 1.1) y que luego dio vida a los hombres y animales arro- jando flechas mágicas con su arco en forma de luna nueva a sus cuerpos inertes. También se dice de ella, en su aspecto homicida, que quita la vida, como hacía su equivalente la diosa Luna Árte- mis (véase 22.1). A una princesa de linaje real se la juzga capaz, en épocas inestables, de ser vencida por la magia lunar de Ngame y parir una divinidad : tribal que fija su residencia en un templo y conduce a un grupo de emigrantes a alguna región nueva. Esta mujer se convierte en reina madre, jefe en la guerra, juez y sacer- dotisa de la colonia que funda. Entretanto la divinidad se ha re- velado como un animal totémico protegido por un tabú riguroso, aparte de la cacería anual y el sacrificio de un ejemplar único; esto arroja luz sobre la cacería de la lechuza que realizaban anualmente los pelasgos en Atenas (véase 97.4). Entonces se for- man estados que consisten en federaciones tribales, y la divinidad tribal más poderosa se convierte en el dios del Estado. El segundo tipo de culto señala la coalescencia de Akan con los adoradores sudaneses de un dios Padre, Odomankoma, quien pretendía haber creado el universo por sí solo (véase 4.c); los di- rigían, al parecer, caudillos varones elegidos y habían adoptado la semana de siete días sumeria. Como un mito de transacción, se dice ahora que Ngame dio vida a la creación muerta de Odo- mankoma; y cada divinidad tribal se convierte en una de las siete potencias planetarias. Estas potencias planetarias —como he su- puesto que sucedió también en Grecia cuando llegó del Oriente el culto de los Titanes (véase 11.3)— forman parejas de varón y hembra. La reina madre del Estado, como representante de Nga- me, realiza un casamiento sagrado anual con el representante de Odomankoma, es decir su amante elegido, a quien, al terminar el año, los sacerdotes matan y desuellan. La misma práctica parece haber prevalecido entre los griegos (véase 9.a y 21.5). En el tercer tipo de culto el amante de la reina madre se con- vierte en rey y es venerado como el aspecto masculino de la Luna, análogamente al dios fenicio Baal Haman; y un muchacho que desempeña el papel de rey muere en substitución de él cada año (véase 30.1). La reina madre delega entonces los poderes de prin- cipal funcionario ejecutivo en un visir y se concentra en sus pro- pias funciones fertilizantes rituales. En el cuarto tipo de culto el rey, habiendo conseguido el home- naje de varios reyezuelos, abroga su aspecto de dios Luna y se proclama rey Sol al estilo egipcio (véase 67.1 y 2). Aunque sigue celebrando el casamiento sagrado anual, se libera de la dependen- cia de la Luna. En esta etapa el casamiento patrilocal reemplaza al matrilocal, y a las tribus se les proporciona antepasados varones heroicos a los que puedan adorar, como sucedió en Grecia, aun- que la adoración del sol nunca desalojó allí a la adoración del trueno. Entre los akan, cada cambio en el ritual de la corte queda seña- lado por una agresión al mito aceptado de los acontecimientos celestiales. Así, si el rey ha nombrado a un portero real para dar más lustre a su oficio lo ha casado con una princesa, se anuncia que un portero divino del Cielo ha hecho lo mismo. Es probable que el casamiento de Heracles con la diosa Hebe y su designación como portero de Zeus (véase 145.i y j) reflejara un aconteci- miento análogo en la corte de Micenas; y que los banquetes divi- nos en el Olimpo reflejaran celebraciones análogas en Olimpia bajo la presidencia conjunta del rey supremo de Micenas, seme- jante a Zeus, y la suma sacerdotisa de Hera en Argos. Estoy profundamente agradecido a Janet Seymour-Smith y Kenneth Gay por haberme ayudado a dar forma a este libro, a Peter y Lalage Green por haber corregido las pruebas de los pri- meros capítulos, a Frank Seymour-Smith por haberme enviado desde Londres raros textos latinos y griegos, y a los numerosos amigos, en particular a Sally Chilver, el Dr. P. Kayberry y M. G. C. Hodgart, que me han ayudado a corregir la primera edición. R.G. Deyá, Mallorca, España d. A continuación la diosa creó las siete potencias planetarias y puso una Titánide y un Titán en cada una: Thía e Hiperion para el Sol; Febe y Atlante para la Luna; Dione y Cno para el planeta Marte; Metis y Ceo para el planeta Mercurio: Temis y Eurime- donte para el planeta Júpiter; Tetis y Océano para Venus: Rea y Crono para el planeta Saturno5. Pero el primer hombre fue Pelas- go, progenitor de los pelasgos; surgió del suelo de Arcadia, segui- do de algunos otros, a los que enseñó a construir chozas, alimen- tarse de bellotas y coser túnicas de piel de cerdo como las que la gente pobre lleva todavía en Eubea y Fócida6. * 1. En este sistema religioso arcaico no había hasta entonces dioses ni sa- cerdotes sino solamente una diosa universal y sus sacerdotisas, pues la mujer constituía el sexo dominante y el hombre era su víctima asustada. No se honraba la paternidad y se atribuía la concepción al viento, la ingestión de habichuelas o a la deglución accidental de un insecto; la herencia era matrilineal y a las culebras se las consideraba encarnaciones de los muer- tos. Eurínome («amplio vagabundeo») era el título de la diosa como la luna visible; su nombre sumerio era Iahu («paloma eminente»), título que más tarde pasó a Jehová como el Creador. Fue en forma de paloma como Mar- duk la dividió simbólicamente en dos en el Festival de Primavera babilóni- co, cuando inauguró el nuevo orden mundial. 2. Ofión, o Bóreas, es la serpiente demiurgo del mito hebreo y egipcio; en el arte mediterráneo primitivo se muestra constantemente a la Diosa en su compañía. Los pelasgos nacidos de la tierra, cuya pretensión parece ha- ber sido que habían brotado de los dientes de Ofión. eran originariamente, quizás, el pueblo de los «géneros pintados» neolítico; llegaron a la tierra firme de Grecia desde Palestina alrededor de 3500 a. de C.. y los primeros helenos —inmigrantes del Asia Menor que habían pasado por las Cicla- das— los encontraron ocupando el Peloponeso setecientos años después. beocia de los dientes del dragón (véase 58.5); y con el arte ritual primitivo. Que todos los pelasgos nacieron de Ofión lo indica su sacrificio común, el Peloría (Ateneo: xiv 45.639-40), pues Ofión era un Pelor, o 'serpiente prodigiosa'. 5 Homero: Ilíada v.898; Apolonio de Rodas: ii.1232; Apolodoro: i.1.3; Hesíodo: Teogonía. 133; Estéfano de Bizancio sub Adana; Aristófanes: Las aves 692 y ss.; Cle- mente de Roma: Homilías vi.4.72; Proclo sobre el Timeo de Platón, ii, p. 307. 6 Pausanías: viii.1.2 Pero el nombre de «pelasgos» llego a aplicarse vagamente a todos los ha- bitantes pre-helénicos de Grecia. Así Eurípides (citado por Estrabón v.2.4.) cuenta que los pelasgos adoptaron el nombre de «danaides» a la llegada a Argos de Dánao y sus cincuenta hijas (véase 60.f). Las censuras de su con- ducta licenciosa (Herodoto: vi. 137) se refieren probablemente a la costum- bre pre-helénica de las orgías eróticas. Estrabón dice en el mismo pasaje que a los que vivían cerca de Atenas se los llamaba Pelargi («cigüeñas»): quizás esa era su ave totémica. 3. Los Titanes («señores») y las Titánides tenían sus equivalentes en la astrología babilonia y palestina primitiva, en la que eran deidades que re- gían los siete días de la semana planetaria sagrada; y pueden haber sido in- troducidas por los cananeos o hititas, colonia que se estableció en el Istmo de Corinto a comienzos del segundo milenio a. de C. (véase 67.2), o tam- bién por los heladas primitivos. Pero cuando el culto de los Titanes fue abolido en Grecia y la semana de siete días dejó de figurar en el calendario oficial, su número fue citado como doce por algunos autores, probable- mente para hacer que correspondieran con los signos del zodíaco. Hesíodo, Apolodoro, Estéfano de Bizancio, Pausanias y otros dan listas contradicto- rias de sus nombres. En el mito babilonio los gobernantes planetarios de la semana, a saber, Samas, Sin, Nergal, Bel, Beltis y Ninib, eran todos varo- nes, excepto Beltis, la diosa del amor; pero en la semana germana, que los celtas habían tomado del Mediterráneo oriental, el Domingo, el Martes y el Viernes eran gobernados por Titánides, en lugar de Titanes. A juzgar por el carácter divino de las parejas de hijos e hijas de Éolo (véase 43.4), y el mito de Níobe (véase 77.1), se decidió, cuando el sistema llegó por primera vez a la Grecia pre-helénica desde Palestina, emparejar a una Titánide con cada Titán, como medio de salvaguardar los intereses de la diosa. Pero antes de que pasara mucho tiempo los catorce quedaron reducidos a una compañía mixta de siete. Las potencias planetarias eran las siguientes: el Sol para la iluminación, la Luna para el encantamiento. Marte para el crecimiento, Mercurio para la sabiduría, Júpiter para la ley. Venus para el amor. Saturno para la paz. Los astrólogos griegos clásicos, de acuerdo con los babilonios, adjudican los planetas a Helio, Selene, Ares, Hermes (o Apolo), Zeus, Afrodita y Crono, cuyos equivalentes latinos, citados anteriormente, toda- vía dan el nombre a las semanas francesa, italiana y española. 4. Al final, míticamente hablando, Zeus devoró a los Titanes, incluyendo su propio ser anterior, puesto que los judíos de Jerusalén adoraban a un Dios transcendente, compuesto por todas las potencias planetarias de la semana, teoría simbolizada en el candelabro de siete brazos y en los Siete Pilares de la Sabiduría. Los siete pilares planetarios elevados cerca de la Tumba del Caballo en Esparta estaban, según Pausanias (iii.20.9), adorna- dos a la manera antigua, y quizá tenían relación con los ritos egipcios intro- ducidos por los pelasgos (Herodoto: ii.57). Si los judíos tomaron la teoría de los egipcios, o al contrario, no se sabe con seguridad; pero el llamado Zeus Heliopolitano, del que trata A. B. Cook en su Zeus (i.570-76), era de carácter egipcio y llevaba bustos de las siete potencias planetarias como ornamentos frontales en su cuerpo y, habitualmente, también bustos de los restantes olímpicos como ornamentos traseros. Una estatuilla en bronce de este dios se encontró en Tortosa, España; otra, en Biblos, Fenicia; y una estela de mármol de Marsella muestra seis bustos planetarios y una figura de cuerpo entero de Hermes —a quien se da también la mayor prominencia en las estatuillas—, probablemente como el inventor de la astronomía. En Roma, Quinto Valerio Sorano pretendía igualmente que Júpiter era un dios transcendente, aunque allí no se observaba la semana como en Marsella, Biblos y (probablemente) en Tortosa. Pero a las potencias planetarias nunca se les permitió influir en el culto olímpico oficial, pues se las consideraba no griegas (Herodoto: i.131), y por lo tanto antipatrióticas: Aristófanes (La paz, 403 y ss.) hace decir a Trigeo que la Luna y «ese viejo bellaco, el Sol» preparan una conspiración para entregar Grecia a los persas. 5. La afirmación de Pausanias de que Pelasgo fue el primer hombre tes- timonia la continuación de una cultura neolítica en Arcadia hasta la época clásica. 2 LOS MITOS HOMÉRICO Y ÓRFICO DE LA CREACIÓN a. Algunos dicen que todos los dioses y todas las criaturas vi- vientes surgieron del Océano que circunda al mundo y que Tetis fue la madre de todos sus hijos7. b. Pero los órficos dicen que la Noche de alas negras, diosa por la que incluso Zeus sentía un temor reverente8, fue cortejada por el Viento y puso un huevo de plata en el seno de la Oscuridad; y que Eros, a quien algunos llaman Fanes, salió de ese huevo y puso el Universo en movimiento. Eros tenía doble sexo y alas doradas y, como poseía cuatro cabezas, a veces mugía como un toro o ru- gía como un león, y otras veces silbaba como una serpiente o ba- 7 Homero: Ilíada xiv.201. 8 Ibíd.: xiv.261. dores de Varuna alegar que él prohijó a las tribus nativas que encontró allí, aunque reconocían que era hijo de la Madre Tierra. Una enmienda del mito registrada por Apolodoro, es que la Tierra y el Cielo se dividieron en una lucha mortal y luego se volvieron a unir mediante el amor. Mencionan esto Eurípides (Melanipo el sabio, fragmento 484, ed. Nauck) y Apolonio de Rodas (Argonáutica, i.494). La lucha mortal tiene que referirse al choque entre los principios patriarcales y los matriarcales causado por las invasio- nes helénicas. Giges («nacido de la tierra») tiene otra forma, gigas («gi- gante») y los gigantes se asocian en el mito con las montañas de la Grecia septentrional. Briareo («fuerte») era llamado también Egeón (Ilíada, i.403), y su pueblo puede ser, por lo tanto, el libio-tracio, cuya diosa cabra Egis (véase 8.1) dio su nombre al mar Egeo. Coto era el antepasado epónimo de los cotianos, quienes adoraban a la orgiástica Cotito, y difundieron su culto desde Tracia a toda la Europa noroccidental. Estas tribus son descritas co- mo «de cien manos», quizá porque sus sacerdotisas estaban organizada en colegios de cincuenta, como las Danaides y las Nereidas: o tal vez porque los hombres estaban organizados en grupos guerreros de cien miembros, como los romanos primitivos. 2. Los cíclopes parecen haber sido un gremio de forjadores de bronce de la Hélade primitiva. Cíclope significa «los de ojo anular», y es probable que se tatuaran con anillos concéntricos en la frente, en honor del sol. la fuente del fuego de sus hornos; los tracios siguieron tatuándose hasta la época clásica (véase 28.2). Los círculos concéntricos forman parte del misterio del arte de la herrería: para batir cuencos, yelmos, o máscaras ri- tuales, el forjador se guiaba por esos círculos, trazados con compás alrede- dor del centro del disco plano en el que trabajaba. Los cíclopes tenían tam- bién un solo ojo en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las chispas que vuelan. Más tarde se olvi- dó su identidad y los mitógrafos ubicaron caprichosamente sus espíritus en las cavernas del Etna, para explicar el fuego y el humo que salen de su crá- ter (véase 35.1). Existía una estrecha vinculación cultural entre Tracia, Creta y Licia; los Cíclopes estaban en su elemento en todos esos países. La primitiva cultura heládica se extendió también a Sicilia; pero también es posible que (como Samuel Butler fue el primero en sugerir) la composición siciliana de la Odisea explique la presencia de los Cíclopes allí (véase 170.b). Los nombres de Brontes, Estéropes y Arges («trueno», «rayo» y «resplandor») son invenciones posteriores. 3. Garamante es el antepasado epónimo de los garamantas libios que ocuparon el oasis de Djado, al sur del Fezán, y fueron conquistados por el general romano Balbo en el año 19 a. de C. Se dice que eran de raza cusita- beréber y en el siglo II d. de C. fueron sometidos por los bereberes lemta, matrilineales. Posteriormente se mezclaron con los aborígenes negros de la margen meridional del Alto Níger y adoptaron su idioma. Hoy día sobrevi- ven en una sola aldea con el nombre de Koromantse. Garamante se deriva de las palabras gara, man y te, que significan «pueblo del estado de Gara». Gara parece ser la diosa Ker, o Q're, o Car (véase 82.6 y 86.2), que dio su nombre a los carios, entre otros pueblos, y estaba asociada con la apicultu- ra. Las bellotas comestibles, alimento corriente en el mundo antiguo antes de la introducción del cereal, se daban en Libia; y la colonia garamanta de Ammon se unió con la de Dodona en la Grecia septentrional en una liga religiosa que, según Sir Flinders Petrie, puede haber tenido su origen ya en el tercer milenio a. de C. Ambos lugares tenían un antiguo oráculo-encina (véase 51.a). Herodoto describe a los garamantas como un pueblo pacífico pero muy poderoso, que cultivaba la palmera, el cereal y el ganado vacuno (iv.174 y 183). 4. DOS MITOS FILOSÓFICOS DE LA CREACIÓN a. Algunos dicen que al principio reinaba la Oscuridad y de la Oscuridad nació el Caos. De la unión entre la Oscuridad y el Caos nacieron la Noche, el Día; el Erebo y el Aire. De la unión de la Noche y el Erebo nacieron el Hado, la Vejez, la Muerte, el Asesinato, la Continencia, el Sueño, los Desvaríos, la Discordia, la Miseria, la Vejación, Némesis, la Alegría, la Amistad, la Compasión, las tres Parcas y las tres Hespérides. De la unión del Aire y el Día nacieron la Madre Tierra, el Cielo y el Mar. De la unión del Aire y la Madre Tierra nacieron el Terror, la Astucia, la Ira, la Lucha, las Mentiras, los Juramentos, la Vengan- za, la Intemperancia, la Disputa, el Pacto, el Olvido, el Temor, el Orgullo, la Batalla, y también Océano, Metis y los otros Titanes, Tártaro y las Tres Erinias o Furias. De la unión de la Tierra y el Tártaro nacieron los Gigantes. b. De la unión del Mar y sus Ríos nacieron las Nereidas. Pero todavía no había hombres mortales, hasta que, con el consenti- miento de la diosa Atenea, Prometeo, hijo de Jápeto, los formó a semejanza de los dioses. Para ello utilizó arcilla y agua de Pano- peo en Fócide y Atenea les insufló la vida14. c. Otros dicen que el Dios de Todas las Cosas —quienquiera que pudiera haber sido, pues algunos lo llaman Naturaleza— apa- reció de pronto en el Caos y separó la tierra del cielo, el agua de la tierra y el aire superior del inferior. Después de desenredar los elementos los puso en el orden debido, tal como está en la actua- lidad. Dividió la tierra en zonas, unas muy calurosas, otras muy frías y algunas templadas; la moldeó en forma de llanuras y mon- tañas, y la revistió con hierba y árboles. Sobre ella puso el firma- mento rodante, al que tachonó con estrellas, y asignó posiciones a los cuatro vientos. Pobló también las aguas con peces, la tierra con animales y el cielo con el sol, la luna y los cinco planetas. Fi- nalmente, hizo al hombre —quien, único entre todos los animales, alza su rostro hacia el cielo y observa el sol, la luna y las estre- llas—, a menos que sea cierto que Prometeo, hijo de Jápeto, hizo el cuerpo del hombre con agua y arcilla, y que el alma le fue pro- porcionada por ciertos elementos divinos errantes que habían so- brevivido desde la Primera Creación15. * 1. En la Teogonía de Hesíodo —en la que se basa el primero de estos mitos filosóficos— la lista de abstracciones queda confusa con las Nerei- das, los Titanes y los Gigantes, a los que se considera obligado a incluir. Tanto las Tres Parcas como las Tres Hespérides son la triple diosa Luna en su aspecto mortífero. 2. El segundo mito, que se encuentra sólo en Ovidio, fue tomado por los griegos posteriores del poema épico babilonio de Gilgamesh, la introduc- ción del cual relata la creación particular por la diosa Aruru del primer hombre, Eabani. con un trozo de arcilla; pero, aunque Zeus había sido el Señor Universal durante muchos siglos, los mitógrafos se vieron obligados a admitir que el Creador de todas las cosas podía haber sido una Creadora. Los judíos, como herederos del mito de la creación «pelasgo» o cananeo, también se habían sentido incómodos: en el relato del Génesis una hembra «Espíritu del Señor» empolla en la superficie de las aguas, aunque no pone 14 Hesíodo: Teogonía 211-32; Higinio; Fábulas, Proemio; Apolodoro: i.7.1; Luciano: Prometeo en el Caucaso 13; Pausanias: x.4.3. 15 Ovidio: Metamorfosis i-ii. ción de subordinación tribal a la diosa Abeja, la barbarie de su reinado en la época pre-agrícola había sido olvidada en tiempos de Hesíodo y lo único que quedaba era una convicción idealista de que en otro tiempo los hom- bres habían convivido en armonía mutua como las abejas (véase 2.2). He- síodo era un pequeño agricultor y la vida dura que vivía le hacía malhumo- rado y pesimista. El mito de la raza de plata también deja constancia de las condiciones matriarcales, como las que sobrevivían en la época clásica en- tre los pictos, los moesinoequianos del Mar Negro (véase 151.e) y algunas tribus de las Baleares, Galicia y el golfo de Sirte, bajo las cuales los hom- bres seguían siendo un sexo despreciado, aunque se había introducido la agricultura y las guerras no eran frecuentes. La plata es el metal de la diosa Luna. Los miembros de la tercera raza eran los invasores helenos primiti- vos; pastores de la Edad de Bronce que adoptaron el culto del fresno de la diosa y su hijo Posidón (véase 6.4 y 57.1). La cuarta raza era la de los reyes guerreros de la época micénica. La quinta la constituían los dorios del siglo XII a. de C., quienes empleaban armas de hierro y destruyeron la civiliza- ción micénica. Alalcomeneo («guardián») es un personaje ficticio, una forma masculina de Alalcomenia, título de Atenea (Ilíada, iv.8) como guardiana de Beocia. Sirve al dogma patriarcal de que ninguna mujer, ni siquiera una diosa, pue- de ser sabia sin instrucción masculina, y de que la diosa Luna y la Luna misma fueron creaciones posteriores de Zeus. 6 LA CASTRACIÓN DE URANO a. Urano engendró a los Titanes en la Madre Tierra después de haber arrojado a sus hijos rebeldes, los Cíclopes, al Tártaro, lugar tenebroso en el mundo subterráneo que se halla A la misma dis- tancia de la tierra que la tierra del cielo; un yunque que cayera tardaría nueve días en llegar a su fondo. En venganza, la Madre Tierra incitó a los Titanes a que atacaran a su padre, y ellos lo hi- cieron, encabezados por Crono, el más joven de los siete, al que ella armó con una hoz de pedernal. Sorprendieron a Urano mien- tras dormía y fue con esa hoz de pedernal con lo que le castró el cruel Crono, asiendo sus órganos genitales con la mano izquierda (la que desde entonces ha sido la mano de mal agüero), y luego los arrojó al mar. junto con la hoz, desde el cabo Drépano. Pero algunas gotas de la sangre que fluía de la herida cayeron sobre la Madre Tierra, y ésta dio a luz a las Tres Erinias, furias que vengan los crímenes de parricidio y perjurio y se llaman Alecto, Tisífone y Megera. Las ninfas del fresno, llamadas Melíades, nacieron también de esa sangre. b. Los Titanes pusieron en libertad a los Cíclopes que estaban en el Tártaro y concedieron la soberanía de la tierra a Crono. Sin embargo, tan pronto como Crono se encontró en el mando supremo volvió a confinar a los Cíclopes en el Tártaro, junta- mente con los gigantes de cien manos, tomó como esposa a su hermana Rea y gobernó en Elide19. * 1. Hesíodo, quien registra el mito, era cadmeo, y los cadmeos provenían del Asia Menor (véase 59.5), probablemente a causa de la caída del imperio hitita, y llevaron consigo la fábula de la castración de Urano. Se sabe, no obstante, que el mito no era de creación hitita, pues se ha descubierto una versión hurrita (horita) anterior. La versión de Hesíodo puede reflejar una alianza entre los diversos pobladores pre-helénicos de la Grecia central y meridional, cuyas tribus dominantes favorecían el culto de los Titanes, contra los invasores helenos primitivos provenientes del norte. Obtuvieron el triunfo en la guerra, pero inmediatamente después reclamaron la sobera- nía sobre los nativos septentrionales a los que habían liberado. La castra- ción de Urano no es necesariamente metafórica si algunos de los vencedo- res provenían del África oriental, donde, hasta el presente, los guerreros gallas llevan al combate una hoz en miniatura para castrar a sus enemigos; hay estrechas afinidades entre los ritos religiosos del este de África y los de la Grecia primitiva. 2. Los griegos posteriores leían «Crono» como Chronos. «Padre Tiem- po» con su hoz implacable. Pero se le representa en compañía de un cuer- vo, como, a Apolo, Asclepio, Saturno y al dios británico primitivo Bran; y cronos significa probablemente «cuervo», como la palabra latina cornix y la griega corone. El cuervo era una ave oracular y se suponía que albergaba el alma de un rey sagrado después de su sacrificio (véase 25.5 y.50.1). 3. Aquí las tres Erinias, o Furias, que nacieron de las gotas de la sangre 19 Hesíodo: Teogonía 133-87 y 616-23; Apolodoro: i.1.4-5; Servio sobre la Eneida de Virgilio v.801. de Urano, son la triple diosa misma; es decir, que durante el sacrificio del rey, destinado a hacer que fructificasen los sembrados y huertos, sus sacer- dotisas debían llevar máscaras de Gorgona amenazadoras para ahuyentar a los visitantes profanos. Sus órganos genitales parecen haber sido arrojados al mar para estimular la procreación de los peces. El mitógrafo entiende que las vengativas Erinias aconsejaron a Zeus que no castrara a Crono con la misma hoz, pero su función original consistía en vengar daños causados solamente a una madre, o a un suplicante que pedía la protección de la dio- sa del Hogar (véase 105.k, 107.d y 113.a), y no a un padre. 4. Las ninfas del fresno son las tres Furias en estado de ánimo más be- nigno: el rey sagrado estaba dedicado al fresno, empleado originalmente en las ceremonias para provocar la lluvia (véase 57.1). En Escandinavia llegó a ser el árbol de la magia universal; las Tres Normas, o Parcas, dispensaban la justicia bajo un fresno del que Odín, al reclamar la paternidad de la hu- manidad, hizo su corcel mágico. Las mujeres deben haber sido las primeras hacedoras de lluvia en Grecia, igual que en Libia. 5. Las hoces de hueso neolíticas, dentadas con pedernal u obsidiana, pa- recen haber seguido en uso ritual mucho tiempo después de su sustitución, como instrumentos agrícolas, por hoces de bronce y hierro. 6. Los hititas hacen que Kumarbi (Crono) arranque de un mordisco los órganos genitales del dios del Cielo Anu (Urano), trague parte del semen y escupa el resto sobre el monte Kansura, donde se convierte en una diosa; el Dios del Amor así concebido por él es cortado de su costado por Ea, el hermano de Anu. Estos dos nacimientos fueron combinados por los griegos en la fábula de cómo Afrodita surgió de un mar impregnado por, los órga- nos genitales cortados de Urano (véase 10.b). Kumarbi da nacimiento luego a un hijo extraído de su muslo —del mismo modo en que Dionisio volvió a nacer de Zeus (véase 27.b)—, quien viaja en un carro de tempestad tirado por un toro y va en ayuda de Anu. El «cuchillo que separó la tierra del cie- lo» se encuentra en la misma fábula como el arma con que el hijo de Ku- manbi, el gigante Ullikummi nacido de la tierra, es destruido (véase 35.4). 7. EL DESTRONAMIENTO DE CRONO a. Crono se casó con su hermana Rea, a quien está consagrado el roble20. Pero la Madre Tierra y su moribundo padre Urano pro- 20 Escoliasta sobre Apolonio de Rodas: i.1124. en el Tártaro), bajo la guardia de los gigantes de las cien manos. No volvieron a perturbar la Hélade. A Atlante pese a ser su jefe de guerra, se le impuso un castigo ejemplar, ordenándole sostener el firmamento sobre sus espaldas; pero se perdonó a las Titánides, en atención a Metis y Rea27. f. Zeus mismo instaló en Belfos la piedra que había vomitado Crono. Está todavía allí, se la unta constantemente con aceite y se ofrecen sobre ella hebras de lana destejida28. g. Algunos dicen que Posidón no fue devorado ni vomitado, si- no que Rea dio a Crono en lugar de él un potro, y lo ocultó entre las manadas de caballos29. Y los cretenses, que son mentirosos, refieren que Zeus nace cada año en la misma cueva con un fuego centelleante y un chorro de sangre, y que cada año muere y lo en- tierran30. * 1. Rea, igualada con Crono como Titánide del séptimo día, puede ser igualada con Dione, o Diana, la triple diosa del culto de la paloma y el ro- ble (véase 11.2). La podadera que llevaba Saturno, el equivalente latino de Crono. tenía la forma de pico de cuervo y al parecer se utilizaba en el sép- timo mes del año sagrado de trece meses para castrar el roble podándole el muérdago (véase 50.2), del mismo modo en que se utilizaba una hoz ritual para segar la primera espiga de trigo. Esto daba la señal para el sagrado sa- crificio de Zeus-rey; y en Atenas, Crono, que compartía un templo con Rea, era adorado como el dios de la Cebada, Sábado, anualmente cercenado en el sembrado y llorado como Osiris o Litierses o Mañeros (véase 136.e). Pe- ro en la época a que se refieren estos mitos se permitía ya a los reyes pro- longar sus reinados hasta un Año Grande de cien lunaciones y ofrecer víc- timas anuales de niños en su lugar; de aquí que se describa a Crono como devorando a sus propios hijos para evitar el destronamiento. Porfirio (Sobre 27 Hesíodo: loc. cit.; Higinio: fábula 118; Apolodoro: i.1.7 y i.2.1; Calímaco: Himno a Zeus 52 y ss.; Diodoro Sículo: v.70; Eratóstenes: Catasterismoi 21; Pausanías: viii.8.2; Plutarco: Por qué callan los oráculos 16. 28 Pausanias: x.24.5. 29 Ibíd.: viii.8.2. 30 Antonino Liberalis: Transformaciones 19; Calímaco: Himno a Zeus 8. la abstinencia, ii.56) nos cuenta que los Curetes cretenses solían ofrecer sacrificios de niños a Crono en la antigüedad. 2. En Creta se sustituyó pronto a la víctima humana por un cabrito; en Tracia, por un ternero; entre los adoradores eolios de Posidón, por un potro; pero en los distritos atrasados de Arcadia todavía se comía sacrificialmente a niños, incluso en la era cristiana. No está claro si el ritual eleo era antro- pófago, o si, por ser Crono un Cuervo-Titán, se alimentaba a los cuervos sagrados con la víctima sacrificada. 3. El nombre de Amaltea. «tierna», demuestra que fue una diosa donce- lla; lo era una diosa-ninfa orgiástica (véase 56.1); Adrastea significa «la Inevitable», la Vieja oracular del otoño. Juntas formaban la habitual tríada de la Luna. Los griegos posteriores identificaron a Adrastea con la diosa pastoral Némesis, del fresno que produce la lluvia, la que se había conver- tido en una diosa de la venganza (véase 32.2). lo era representada en Argos como una vaca blanca en celo —algunas monedas cretenses de Praesus muestran a Zeus amamantado por ella—, pero Amaltea, que vivía en la «Colina de la Cabra», fue siempre una cabra; y Meliseo («hombre de miel»), el padre de Adrastea e Io, es en realidad su madre Melisa, la diosa como abeja-reina, quien mataba anualmente a su consorte varón. Tanto Diodoro Sículo (v.70) como Calímaco (Himno a Zeus, 49) hacen que las abejas alimenten al niño Zeus. Pero a su madre adoptiva se la describe tam- bién a veces como una cerda, porque ése era uno de los emblemas de las diosas viejas (véase 74.4 y 96.2). En las monedas cidonias es una perra, como la que amamantó a Neleo (véase 68.d). Las osas son los animales de Ártemis (véase 22.4 y 80.c) —los Curetes asistían a sus holocaustos— y Zeus como serpiente es Zeus Ctesio, protector de los almacenes, porque las serpientes acaban con los ratones. 4. Los Curetes eran los compañeros armados del rey sagrado, y el chocar de sus armas tenía por finalidad ahuyentar a los demonios durante las ce- remonias rituales (véase 30.a). Su nombre, que los griegos posteriores in- terpretaban como «jóvenes que se han afeitado el cabello», probablemente significaba «devotos de Ker o Car», título muy difundido de la triple diosa (véase 57.2). Heracles obtuvo su cornucopia del toro Aqueloo (véase 142.d), y el enorme tamaño de los cuernos de las cabras monteses de Creta ha hecho que los mitógrafos que no conocen Creta hayan dado a Amaltea un cuerno de vaca anómalo. 5. Los helenos invasores parecen haber ofrecido su amistad a la pobla- ción pre-helénica que profesaba el culto de los Titanes, pero poco a poco separaron de ellos a sus súbditos aliados e invadieron el Peloponeso. La victoria de Zeus en alianza con los gigantes de cien manos sobre los Tita- nes de Tesalia, según Thallus, historiador del siglo primero, citado por Ta- ciano en su Alocución a los griegos, tuvo lugar «322 años antes del sitio de Troya», es decir, en 1505 a. de C., fecha admisible para una extensión del poderío heleno en Tesalia. La concesión de la soberanía a Zeus recuerda un acontecimiento análogo de la epopeya de la creación babilonia, cuando Marduk recibió poderes para luchar contra Tiamat de sus hermanos mayo- res Lahmu y Lahamu. 6. La hermandad de Hades. Posidón y Zeus recuerda la de la trinidad masculina védica —Mitra, Varuna e Indra— (véase 3.1 y 132.5) que apare- ce en un tratado hitita que ha sido fechado alrededor de 1380 a. de C.; pero en este mito parecen representar tres invasiones helenas sucesivas llamadas comúnmente jonia, eolia y aquea. Los adoradores pre-helenos de la diosa Madre asimilaron a los jonios, que se convirtieron en hijos de Io; domeña- ron a los eolios, pero fueron arrollados por los aqueos. Los caudillos hele- nos primitivos, quienes se convirtieron en reyes sagrados de los cultos del roble y del fresno, adoptaron los títulos de «Zeus» y «Posidón» y se les obligaba a morir al final de su reinado establecido (véase 45.2). Esos dos árboles tienden a atraer el rayo y, por lo tanto, figuran en las ceremonias populares para conseguir la lluvia y el fuego en toda Europa. 7. La victoria de los aqueos puso fin a la tradición de los sacrificios rea- les. Clasificaron a Zeus y Posidón entre los inmortales, y representaban a ambos armados con el rayo: un hacha doble de pedernal que en otro tiempo había manejado Rea y que en las religiones minoica y micénica no podía ser utilizada por los varones (véase 131.6). Más tarde el rayo de Posidón se convirtió en un arpón de pesca de tres púas, pues sus principales devotos se habían hecho marinos; en tanto que Zeus conservó el suyo como símbolo de la soberanía suprema. El nombre de Posidón, que a veces se escribía Potidan, puede haber sido tomado del de su diosa madre, del cual recibió el suyo la ciudad de Potidea, «la diosa del agua del Ida»; Ida significaba toda montaña boscosa. Que los gigantes de las cien manos guardaran a los Tita- nes en el lejano oeste puede significar que los pelasgos, entre cuyos restos se hallaban los centauros de Magnesia —centauro es quizás análogo al lati- no centuria, «grupo guerrero de cien hombres»— no abandonaron su culto de los Titanes y siguieron creyendo en un Paraíso situado en el Lejano Oeste y en que Atlante sostenía el firmamento. 8. El nombre de Rea es probablemente una variante de Era. «tierra»; su ave principal era la paloma y su animal más importante el león de montaña. El nombre de Deméter significa «diosa de la Cebada»; Hestia (véase 20.c) es la diosa del hogar doméstico. La piedra de Delfos, utilizada en las cere- monias para provocar la lluvia, parece haber sido un meteorito de gran ta- maño. 9. Dicte y el monte Liqueo eran antiguas sedes del culto de Zeus. Un sa- crificio de fuego se ofrecía probablemente en el monte; Liqueo, donde nin- guna criatura proyectaba su sombra; es decir, al mediodía en el solsticio de verano; pero Pausanias añade que si bien en Etiopía cuando el sol está en Cáncer los hombres no proyectan sombras, éste es invariablemente el caso la que hizo la égida, y de las alas, que se puso en sus propios hombros33; si, en verdad, la égida río era la piel de la gorgona Medusa, a la que desolló después de que Perseo le decapitase34. b. Otros dicen que su padre era un tal Itono, un rey de Itón en Ftiótide, cuya hija Yodama fue muerta por Atenea al dejarla ver accidentalmente la cabeza de la Gorgona35, convirtiéndola así en un bloque de piedra, cuando penetró sin derecho en el recinto de noche. c. Otros aun dicen que su padre era Posidón, pero que ella lo repudió y pidió a Zeus que la adoptara, cosa que él hizo de buena gana36. d. Pero los propios sacerdotes de Atenea relatan la siguiente fá- bula acerca de su nacimiento. Zeus codiciaba a la Titánide Metis, quien adoptó muchas formas para eludirlo, hasta que por fin la atrapó y la dejó encinta. Un oráculo de la Madre Tierra declaró entonces que daría a luz a una niña y que, si Metis volvía a con- cebir, pariría un varón que estaba destinado a destronar a Zeus, como Zeus había destronado a Crono y Crono había destronado a Urano. En consecuencia, habiendo instado a Metis con palabras melosas, a que se acostara sobre un lecho, Zeus abrió de pronto la boca y se la tragó; éste fue el fin de Metis, aunque él pretendía luego que ella le aconsejaba desde dentro de su vientre. Cuando transcurrió el tiempo debido Zeus sintió un furioso dolor de cabe- za al dirigirse a las orillas del lago Tritón, hasta el extremo de que parecía que le iba a estallar el cráneo, y lanzaba tales gritos de ira que todo el firmamento resonaba con su eco. Corrió a su encuen- tro Hermes, quien inmediatamente adivinó la causa del. Malestar de Zeus. Convenció a Hefesto, o, según dicen algunos, a Prome- teo, para que tomase su cuña y su martinete y abriese una brecha en el cráneo de Zeus; de ella salió Atenea, plenamente armada y 33 Tzetzes: Sobre Licofrón 355. 34 Eurípides: Ion 995. 35 Pausanias: ix.34.1. 36 Herodoto: iv.180. dando un potente grito37. * 1. J. E. Harrison describió con gran acierto la fábula del nacimiento de Ate- nea de la cabeza de Zeus como «un recurso teológico desesperado para despojarla de sus condiciones matriarcales». Es también una insistencia dogmática en la sabiduría como prerrogativa masculina; hasta entonces so- lamente la diosa había sido sabia. En efecto, Hesíodo se las arregló para conciliar tres opiniones contradictorias: 1. Atenea, la diosa de la ciudad de Atenas, era hija partenogénita de la inmortal Metis, Titánide del cuarto día y del planeta Mercurio, quien go- bernaba toda la sabiduría y los conocimientos. 2. Zeus devoró a Metis, pero con eso no perdió la sabiduría (es decir, que los aqueos suprimieron el culto de los Titanes y atribuyeron toda la sabidu- ría a su dios Zeus). 3. Atenea era hija de Zeus (es decir, que los aqueos insistían en que los atenienses debían reconocer, el señorío supremo patriarcal de Zeus). Había tomado el mecanismo de su mito de ejemplos análogos: Zeus per- siguiendo a Némesis (véase 32.b); Cronos devorando a sus hijos e hijas (véase 7.a); Dioniso renaciendo del muslo de Zeus (véase 14.c); y la apertu- ra de la cabeza de la Madre Tierra por dos hombres con hachas, al parecer para dar salida a Core (véase 24.3), como se ve, por ejemplo, en una zafra con figuras negras de la Biblioteca Nacional de París. Posteriormente, Ate- nea es la portavoz obediente de Zeus y suprime deliberadamente sus ante- cedentes. Emplea sacerdotes y no sacerdotisas. 2. Palas, con el significado de «doncella», es un nombre inapropiado pa- ra el gigante alado cuyo atentado contra la castidad de Atenea se deduce probablemente de una representación gráfica de su casamiento ritual, como Atenea Lafria, con un rey cabra (véase 89.4) tras una lucha armada con su rival (véase 8.1). Esta costumbre libia del casamiento con cabras se exten- dió al norte de Europa, formando parte de las fiestas de la Víspera de Ma- yo. Los akan, un pueblo libio, desollaban en un tiempo a sus reyes. 3. El repudio por Atenea de la paternidad de Posidón se relaciona con un cambio temprano en el señorío de la ciudad de Atenas ( véase 16.3). 4. El mito de Itono («hombre-sauce») representa la pretensión de los 37 Hesíodo: Teogonía 886-900; Píndaro: Odas olímpicas vii.34 y ss.; Apolodoro: i.3.6. itomanos de que adoraban a Atenea incluso antes de que lo hicieran los atenienses; y su nombre demuestra que ella tenía un culto del sauce en Ftiótide, como el de su equivalente, la diosa Anatha en Jerusalén, hasta que los sacerdotes de Jehová la expulsaron y recabaron el sauce hacedor de la lluvia como su árbol en la Fiesta de los Tabernáculos. 5. Habría significado la muerte para un hombre quitar una égida —la tú- nica de castidad de piel de cabra que llevaban las muchachas libias— sin el consentimiento de su propietaria; de aquí la máscara de gorgona profilácti- ca puesta sobre ella, y la serpiente oculta en el zurrón o saco de cuero. Pero como a la égida de Atenea se la describe como un escudo, yo sugiero en La diosa blanca que se trataba de una bolsa para cubrir un disco sagrado, co- mo el que contenía el secreto alfabético de Palamedes y cuya invención se le atribuye (véase 52.a y 162.5). El profesor Richter sostiene que las figuri- llas chipriotas, que sostienen discos del mismo tamaño proporcionado que el famoso de Festo, el cual lleva en forma de espiral una leyenda sagrada, eran anteriores a Atenea y su égida. Los escudos de los héroes tan minucio- samente descritos por Hornero y Hesíodo parecen haber llevado pictogra- fías grabadas en una faja en forma de espiral. 6. Yodama que significa probablemente «novilla de Io», puede haber si- do una antigua imagen de piedra de la diosa Luna (véase 56.1) y la fábula de su petrificación es una advertencia a las muchachas curiosas contra la violación de los Misterios (véase 25.d). 7. Sería un error considerar a Atenea como única o predominantemente la diosa de Atenas. Varias acrópolis antiguas estaban consagradas a ella, incluyendo las de Argos (Pausanias: ii.24.3), Esparta (ibíd.: 3.17.1), Troya (Ilíada, vi.88), Esmirna (Estrabón: iv-1.4), Epidauro (Pausanias: ii.32.5), Trecén (Pausanias: iii.23.10) y Feneo (Pausanias: x.38.5). Todos éstos son lugares pre-helenos. 10. LAS PARCAS a. Hay tres Parcas asociadas, vestidas de blanco, a las que Ere- bo engendró en la Noche: se llaman Cloto, Láquesis y Atropo. De ellas. Atropo es la menor en estatura, pero la más terrible38. 38 Homero: Ilíada xxiv.49; Himno órfico xxxiii; Hesíodo: Teogonía 217 y ss. y 904; Escudo de Heracles 259. puede ver todavía en las ruinas de un grandioso templo romano; allí cada primavera su sacerdotisa se bañaba en el mar y volvía a salir de él renova- da. 2. Se la llama hija de Dione porque Dione era la diosa del roble en el que anidaba la paloma amorosa (véase 51.a). Zeus pretendió que era su padre después de haberse apoderado del oráculo de Dione en Dodona, y en con- secuencia Dione se convirtió en su madre: «Tethys» y «Tetis» son nombres de la diosa como Creadora (derivada, como «Temis» y «Teseo», de tithe- nai, «disponer», «ordenar») y como diosa del Mar, pues la vida comenzó en el mar (véase 2.a). Las palomas y los gorriones se caracterizaban por su lascivia, y al pescado y los mariscos se los considera todavía afrodisíacos en todo el Mediterráneo. 3. Citera era un centro importante del comercio de Creta en el Pelopone- so, y sin duda se introdujo desde allí en Grecia el culto de la diosa. La diosa cretense estaba íntimamente asociada con el mar. Las conchas alfombraban el suelo de su palacio santuario en Cnosos; en una joya de la Caverna del Ida se la representa soplando una concha de tritón, con una anémona de mar junto a su altar; el erizo de mar y la jibia (véase 81.1) le estaban consa- grados. Una concha de tritón se encontró en su santuario primitivo de Festo y muchas más se han hallado en tumbas minoicas posteriores; algunas de ellas son copias en terracota. 12. HERA Y SUS HIJOS a. Hera, hija de Crono y Rea, nació en la isla de Samos o, según algunos, en Argos, y la crió en Arcadia Temeno, hijo de Pelasgo. Las Estaciones fueron sus nodrizas43. Después de desterrar a su padre Crono, el hermano gemelo de Hera, Zeus, fue a verla en Cnosos, Creta, o según dicen algunos, en el monte Tórnax (llama- do ahora Montaña del Cuco) en Argólide, donde la cortejó, al principio sin éxito. Ella se compadeció del dios solamente cuando éste se disfrazó de cuco enlodado, y le calentó cariñosamente en su seno. Allí él reasumió inmediatamente su verdadera forma y la 43 Pausanias: vii.4.4 y viii.22.2; Estrabón: ix.2.36; Olen, citado por Pausanias: ii.13.3. violó, y ella se vio obligada a casarse con él44 por vergüenza. b. Todos los dioses asistieron a la boda con regalos, entre los que destacó el de la Madre Tierra, quien le regaló a Hera un árbol con manzanas de oro, que luego guardaron las Hespérides en el jardín que Hera poseía en el monte Atlas. Ella y Zeus pasaron su noche de bodas en Samos, y esa noche duró trescientos años. Hera se baña regularmente en la fuente de Canatos, cerca de Argos, y así renueva su virginidad45. c. De Hera y Zeus nacieron los dioses Ares, Hefesto y Hebe, aunque algunos dicen que Ares y su hermana gemela Eris fueron concebidos cuando Hera tocó cierta flor, y Hebe cuando tocó una lechuga46, y que Hefesto también era su hijo partenogénito, prodi- gio que él no quiso creer hasta que la aprisionó en una silla mecá- nica con brazos que se cerraban alrededor del que se sentaba en ella, y así le obligó a jurar por el río Estigia que no mentía. Otros dicen que Hefesto era hijo suyo con Talos, el sobrino de Dédalo47. * 1. El nombre de Hera, habitualmente considerado como una palabra griega que significa «señora», podría representar una Herwá («Protectora») original. Era la Gran Diosa prehelénica. Samos y Argos eran las principales sedes de su culto en Grecia, pero los arcadios afirmaban que su culto era el más antiguo y que era contemporáneo de su antepasado nacido de la tierra Pelasgo («antiguo»). El casamiento forzoso de Hera con Zeus conmemora las conquistas de Creta y la Grecia micénica —es decir, cretanizada— y el derrocamiento de su supremacía en ambos países. Probablemente Zeus se transformó en un cuco enlodado en el sentido de que ciertos helenos que fueron a Creta como fugitivos aceptaron empleo en la guardia regia, hicie- ron una conspiración palaciega y se apoderaron del reino. Cnosos fue sa- queada dos veces, al parecer por helenos: alrededor de 1700 a. de C. y alre- 44 Diodoro Sículo: v.72; Pausanias: ii.36.2 y 17.4. 45 Escoliasta sobre la Ilíada de Homero: i.609; Pausanias: ii.38.2. 46 Homero: Ilíada iv.441; Ovidio: Fasti v.255; Primer Mitógrafo del Vaticano: 204 47. Servio sobre las Églogas de Virgilio: iv.62; Cineton, citado por Pausanias: viii.53.2. dedor de 1400 a. de C.; y Micenas cayó en poder de los aqueos un siglo después. El dios Indra en el Ramayana también había cortejado a una ninfa disfrazado de cuco y Zeus se apropió entonces del cetro de Hera, coronado por un cuco. Figurillas de pan de oro de una diosa argiva desnuda con cu- cos se han encontrado en Micenas; y los cucos se posan en un templo mo- delo de pan de oro del mismo lugar. En el muy conocido sarcófago cretense de Hagia Triada se posa un cuco sobre un hacha doble. 2. Hebe, la diosa como niña, fue convertida en copera de los dioses en el culto olímpico. Finalmente se casó con Heracles (véase 145.i y 5), después que Ganímedes le usurpara el cargo (véase 29.c). «Hefesto» parece haber sido un título del rey sagrado como semidiós solar; «Ares», un título de su jefe de guerra, o heredero, cuyo emblema era el jabalí. Ambos se convirtie- ron en nombres divinos cuando el culto olímpico quedó establecido y fue- ron elegidos para desempeñar los papeles, respectivamente, de dios de la Guerra y dios de los Herreros. La «cierta flor» es probable que fuera la epi- gea o espina blanca. Ovidio hace que la diosa Flora —con cuyo culto esta- ba asociada la epigea— la muestre a Hera. La epigea o espina blanca se relaciona con la concepción milagrosa en el mito popular europeo; en la literatura celta su «hermana» es la espina negra o endrino, un símbolo de la Discordia, o sea Eris, hermana gemela de Ares. 3. Talos, el herrero, era un héroe cretense nacido de Perdix («perdiz»), hermana de Dédalo, con la que el mitógrafo identifica a Hera. Las perdices, consagradas a la Gran Diosa, figuraban en las orgías del equinoccio de primavera del Mediterráneo Oriental, ocasiones en las que se realizaba una danza renqueante imitando a las perdices macho. Aristóteles, Plinio y Elia- no dicen que las hembras concebían con sólo oír la voz del macho. El cojo Hefesto y Talos parecen ser el mismo personaje partenogenésico; ambos fueron arrojados desde un lugar alto por rivales airados (véase 23.b y 92.b), originalmente en honor de su diosa madre. 4. En Argos, la famosa estatua de Hera aparecía sentada en un trono de oro y marfil; la fábula de su aprisionamiento en una silla puede haber naci- do de la costumbre griega de encadenar las estatuas divinas a sus tronos «para impedir que se escaparan». Al perder una antigua estatua de su dios o su diosa, una ciudad podía perder el derecho a la protección divina y conse- cuentemente, los romanos tomaron por costumbre lo que se llamaba cor- tésmente «atraer» los dioses a Roma, que en la época imperial se había convertido ya en un nido de imágenes robadas. «Las Estaciones fueron sus nodrizas» es una manera de decir que Hera era una diosa del año civil o natural. Por eso llevaba en el cetro el cuco primaveral, y en la mano iz- quierda la granada madura del final del otoño, símbolo de la muerte del año. 5. Un héroe, como indica la palabra, era un rey sagrado que había sido sacrificado a Hera, cuyo cuerpo estaba a salvo bajo tierra y cuya alma había no y a regañadientes. Zeus, castigó a Posidón y Apolo enviándo- los como siervos al rey Laomedonte, para quien construyeron la ciudad de Troya, pero perdonó a los demás por, haber actuado bajo coacción52. * 1. Las relaciones maritales de Zeus y Hera reflejan las de la época doria bárbara, cuando las mujeres habían sido despojadas de todo su poder mági- co, con excepción del de la profecía, y llegaron a ser consideradas como bienes muebles. Es posible que la ocasión en que solamente Tetis y Briareo salvaron el poderío de Zeus .después de haber conspirado contra él los otros olímpicos fuera una revolución palaciega de los príncipes vasallos del rey supremo heleno quienes estuvieron a punto de destronarlo; y que la ayuda le vino de una compañía de soldados leales helenos reclutados en Macedonia, la patria de Briareo, y de un destacamento de magnesios, ado- radores de Tetis. De ser así, la conspiración la habría instigado la suma sa- cerdotisa de Hera. a la que el rey supremo habría humillado luego como describe el mito. 2. La violación por Zeus de la diosa de la Tierra, Rea, implica que los helenos adoradores de Zeus se hicieron cargo de todas las ceremonias agrí- colas y fúnebres. Ella le había prohibido que se casase, en el sentido de que hasta entonces la monogamia había sido desconocida; las mujeres podían elegir libremente a sus amantes. Su paternidad de las Estaciones con Temis significa que los helenos asumieron también la regulación del calendario: Temis («orden») era la Gran Diosa que ordenó el año de trece meses, divi- didos en dos estaciones por los solsticios de verano y de invierno. En Ate- nas esas estaciones estaban personificadas como Talo y Carpo (original- mente «Carpho»), que significan, respectivamente, «germinando» y «mar- chitando», y su templo contenía un altar dedicado al fálico Dioniso (véase 27.5). Aparecen en una talla hecha en la roca en Hatusa, o Pteria, donde son aspectos gemelos de la diosa-león Hepta, transportada sobre las alas de un águila-sol de dos cabezas. 3. Caris («gracia») había sido la diosa en el aspecto cautivador que pre- sentaba cuando la suma sacerdotisa elegía al rey sagrado como su amante. Homero menciona dos Carites: Pasítea y Cale, lo que parece ser una sepa- ración forzada de tres palabras: Pasi thea cale, «la Diosa que es bella para todos los hombres». Las dos Carites, Auxo («crecimiento») y Hegémone («dominio»), a las que honraban los atenienses, correspondían a las dos 52 Escoliasta sobre la Ilíada de Homero: xxi.444; Tzetzes: Sobre Licofrón 34; Home- ro: Ilíada i.399 y ss. y xv.18-22. Estaciones. Más tarde se rindió culto a las Carites como una tríada, para que hicieran juego con las tres Parcas: la triple diosa en su aspecto más in- flexible. El que fuesen hijas de Zeus, nacidas de Eurínome, la Creadora, quiere decir que el señor supremo heleno podía disponer a su voluntad de todas las muchachas casaderas. 4. Las Musas («diosas montañesas»), 'originalmente una tríada (Pausa- nias: ix.29.2), son la triple diosa en su aspecto orgiástico. La pretensión de Zeus de ser su padre es posterior; Hesíodo las llama hijas de la Madre Tie- rra y del Aire. 14. NACIMIENTOS DE HERMES, APOLO, ÁRTEMIS Y DIONISO a. El enamoradizo Zeus yació con numerosas ninfas descen- dientes de los Titanes o de los dioses y, después de la creación del hombre, también con mujeres mortales; no menos de cuatro gran- des dioses olímpicos fueron engendrados por él fuera del matri- monio. Primeramente engendró a Hermes con Maya, hija de At- lante, la cual dio a luz en una caverna del monte Cillene, en Arca- dia. Luego engendró a Apolo y Ártemis con Leto, hija de los Ti- tanes Ceo y Febe, transformándose a sí mismo y a ella en codor- nices mientras se acoplaron53, pero la celosa Hera envió la ser- piente Pitón para que persiguiera a Leto por todo el mundo, y de- cretó que no pudiera dar a luz en ningún lugar en que brillara el sol. Llevada en alas del Viento Sur, Leto llegó por fin a Ortigia, cerca de Délos, donde dio a luz a Ártemis, quien tan pronto como nació ayudó a su madre a cruzar el estrecho, y allí, entre un olivo y una palmera que se alzaban en el lado septentrional del monte deliano Cinto, dio a luz a Apolo en el noveno día de parto. Délos, hasta entonces una isla flotante, se quedó inmutablemente fija en el mar y, en virtud de un decreto, a nadie se permite al presente nacer ni morir allí; los enfermos y las mujeres encinta son envia- 53 Hesíodo: Teogonía 918; Apolodoro: i.4.1; Aristófanes: Las aves 870; Servio sobre la Eneida de Virgilio iii.72. dos a Ortigia54. b. A la madre del hijo de Zeus llamado Dioniso se le dan diver- sos nombres: algunos dicen que fue Deméter, o Io55; otros la lla- man Dione; otros Perséfone, con quien Zeus se unió bajo la apa- riencia de una serpiente; y otros, Lete56. c. Pero la fábula común es la siguiente. Zeus, disfrazado de mortal, tenía un amorío secreto con Sémele («luna»), hija del rey Cadmo de Tebas, y la celosa Hera, disfrazada de vecina anciana, aconsejó a Sémele, que entonces estaba ya embarazada de seis meses, que le hiciera a su amante misterioso una petición: que no siguiera engañándola y se le manifestara en su verdadera natura- leza y forma. De otro modo, ¿cómo podía saber que él no era un monstruo? Sémele siguió su consejo y cuando Zeus rechazó su súplica, ella le negó nuevo acceso a su lecho. Entonces, Zeus se encolerizó; se le apareció en la forma de trueno y rayo y consu- mió a Sémele. Pero Hermes salvó a su hijo seismesino: lo cosió dentro del muslo de Zeus para que madurara allí tres meses más, y a su debido tiempo asistió al parto. Por eso a Dioniso se le llama «nacido dos veces» o «el hijo de la puerta doble»57. * 1. Las violaciones de Zeus se refieren, por lo visto, a las conquistas helé- nicas de los antiguos templos de la diosa, como el del monte Cilene; sus casamientos a la antigua costumbre de dar el título de «Zeus» al rey sagra- do del culto del roble. Hermes, su hijo mediante la violación de Maya —un título de la diosa Tierra como Vieja— originalmente no era un dios, sino la virtud totémica de un pilar o un montón de piedras fálico. Esos pilares eran el centro de una danza orgiástica en honor de la diosa. 2. Un componente de la divinidad de Apolo parece haber sido un ratón 54 Himno homérico a Apolo 14 y ss.; Higinio: Fábula 140; Eliano: Varia Historia v.4; Tucídides: iii.104; Estrabón: x.5.5. 55 Diodoro Sículo: iii.62 y 74; iv.4. 56 Escoliasta sobre las Odas píticas de Píndaro iii.177; Fragmento órfico 59; Plutar- co: Banquetes vii.5. 57 Apolodoro: iii.4.3; Apolonio de Rodas: iv.1137. turbar la sociedad ordenada. Poetas posteriores, no obstante, encontraban un placer perverso en sus travesuras y en la época de Praxíteles se le trataba ya sentimentalmente como un hermoso joven.. Su santuario más famoso se hallaba en Tespias, donde los beocios le rendían culto como un simple pilar fálico: el pastoral Hermes o Príapo con un nombre diferente (véase 150.a). Los diversos relatos acerca de su ascendencia se explican por sí mismos. Hermes era un dios fálico; y Ares, como dios de la guerra, aumentaba el deseo en las mujeres de los guerreros. Que Afrodita era la madre de Eros y Zeus su padre es una insinuación de que la pasión sexual no se detiene ante el incesto; su nacimiento del Arco Iris y el Viento Oeste es una fantasía lí- rica. Ilitía, «la que viene en ayuda de las mujeres en el parto», era un título de Artemis; su significado es que no hay amor tan fuerte como el materno. 2. A Eros nunca se le consideró un dios lo suficientemente responsable como para figurar entre la familia gobernante de los doce olímpicos. NATURALEZA Y HECHOS DE LOS DIOSES 16. NATURALEZA Y HECHOS DE POSIDÓN a. Cuando Zeus, Posidón y Hades, después de destronar a su padre Crono, echaron suertes en un yelmo para ver quién se que- daba con el señorío del cielo, el mar y el lóbrego mundo subterrá- neo, dejando la tierra como propiedad de los tres, a Zeus le tocó el cielo, a Hades el mundo subterráneo y a Posidón el mar. Posidón, que es igual a su hermano Zeus en dignidad, aunque no en poder, y que es de naturaleza hosco y pendenciero, se puso inmediata- mente a construir su palacio submarino frente a Ege en Eubea. En sus espaciosos establos tiene caballos de tiro blancos con cascos de bronce y crines de oro y también un carro de oro; cuando este carro se acerca las tormentas cesan instantáneamente y los mons- truos marinos saltan a su alrededor60. b. Como necesitaba una esposa que se sintiera a gusto en las profundidades del mar, cortejó a la Nereida Tetis, pero cuando Temis le profetizó que cualquier hijo nacido de Tetis sería más importante que su padre, desistió y le permitió que se casara con un mortal llamado Peleo. Anfitrite, otra Nereida, a la que se acer- có a continuación, recibió sus requerimientos amorosos con re- pugnancia y huyó al monte Atlas para eludirlo, pero él mandó mensajeros tras ella; entre ellos se' hallaba Delfino, quien defen- dió la causa de Posidón tan bien que ella cedió y le pidió que arreglara el casamiento. Posidón, agradecido, puso la imagen del mensajero entre las estrellas como una constelación, el Delfín61. Anfitrite le dio tres hijos a Posidón: Tritón, Rodé y Bentesici- me, pero él le causó casi tantos celos como Zeus a Hera con sus amoríos con diosas, ninfas y mortales. Le disgustó, especialmen- te, su apasionamiento por Escila, hija de Forcis, a la que trans- formó en un monstruo ladrador con seis cabezas y doce pies 60 Homero: Ilíada xv.187-93; xiii.21-30; Odisea v.381; Apolonio de Rodas: iii.1240. 61 Apolodoro: iii.13.5; Higinio: Astronomía poética ii.17. ra a casarse con Zeus y la de Perséfone a casarse con Hades; el casamiento implicaba la intervención de sacerdotes varones en el manejo femenino de la industria pesquera. La fábula de Delfino es una alegoría sentimental: los delfines aparecen cuando se calma el mar. Los hijos de Anfitrite constituían una tríada: Tritón, la nueva luna propicia: Rodé, la luna llena de la cosecha, y Bentesicime, la luna vieja peligrosa. Pero Tritón fue posteriormente mas- culinizada. Ege se hallaba en el lado resguardado beocio de Eubea y servía como puerto de Orcómeno; y fue por estos alrededores donde se concentró la expedición naval contra Troya. 2. La fábula de la venganza de Anfitrite contra Escila tiene su paralelo en la de Pasífae contra otra Escila (véase 91.2). Escila («la que desgarra» o «cachorro») es simplemente un aspecto desagradable de ella misma: Héca- te, la diosa de la Muerte de cabeza de perro (véase 31.f), que se hallaba en su elemento tanto en tierra como en las olas. La impresión de un sello de Cnosos la muestra amenazando a un hombre en una embarcación, así como amenazó a Odiseo en el estrecho de Mesina (véase 170.t). El relato citado por Tzetzes parece haber sido deducido equivocadamente de la pintura de un jarrón antiguo en el que Anfitrite aparece junto a un estanque ocupado por un monstruo con cabeza de perro; en el otro lado del jarrón aparece un héroe ahogado atrapado entre dos tríadas de diosas con cabeza de perro a la entrada del Infierno (véase 31.a y 134.1). 3. Las tentativas de Posidón para apoderarse de ciertas ciudades son mi- tos políticos. Su disputa por Atenas indica una tentativa desafortunada para hacerse el dios tutelar de la ciudad en lugar de Atenea. Sin embargo, la victoria de ésta fue menoscabada por una concesión al patriarcado: los ate- nienses abandonaron la costumbre cretense que prevaleció en Caria hasta la época clásica (Herodoto: i.173) cuando dejaron de adoptar los nombres de sus madres. Varrón, quien da este detalle, explica el juicio como un plebis- cito de todos los hombres y mujeres de Atenas. Es evidente que los pelasgos jonios de Atenas fueron vencidos por los eolios y que Atenea reconquistó su soberanía sólo mediante una alianza con los aqueos de Zeus, quienes más tarde hicieron que repudiase la paternidad de Posidón y admitiera que había renacido de la cabeza de Zeus. 4. El olivo cultivado fue importado originalmente de Libia, lo que apoya el mito del origen libio de Atenea; pero lo que trajo sería solamente un es- queje; el olivo cultivado no se reproduce puro, sino que siempre hay que injertarlo en el acebuche u oleastro. El árbol de Atenea se mostraba todavía en Atenas en el siglo n d. de C. La inundación de la llanura triasiana es probablemente un acontecimiento histórico, pero no se puede fechar. Es posible que a comienzos del siglo XIV a. d. C., que, según calculan los meteorólogos, fue un período de máximas precipitaciones pluviales, los ríos de Arcadia nunca estuvieron secos y que su agotamiento subsiguiente fuese atribuido a la venganza de Posidón. El culto del Sol pre-heleno en Corinto está bien demostrado (Pausanias: ii.4.7; véase 67.2). 5. El mito de Deméter y Posidón constata una invasión helena de Arca- dia. Deméter era representada en Figalia como la patrona con cabeza de yegua del culto del caballo pre-heleno. Los caballos eran consagrados a la luna, porque sus cascos hacen una marca en forma de luna y a la luna se la consideraba como la fuente de toda agua; de aquí la asociación de Pegaso con los manantiales de agua (véase 75.b). Los helenos primitivos introduje- ron en Grecia desde la Transcaspiana una nueva raza caballar, pues la va- riedad nativa tenía más o menos el tamaño de un caballito de Shetland y no servía para el tiro. Parecen haberse apoderado de los centros del culto del caballo, donde sus reyes guerreros se casaron por la fuerza con las sacerdo- tisas locales y conquistaron así el derecho al país, suprimiendo incidental- mente las orgías de las yeguas salvajes (véase 72.4). Los caballos sagrados Arión y Despoina (éste era un título de Deméter misma) fueron reivindica- dos entonces como hijos de Posidón. Amimone puede haber sido un nom- bre de la diosa en Lerna, el centro del culto del agua danaide (véase 60.g y 4). 6. Deméter, como Furia, lo mismo que Némesis como Furia (véase 32.3), era la diosa en su estado de ánimo asesino anual; y el relato referido también a Posidón y Deméter en Felpusa (Pausanias: viii.42) y a Posidón y una Furia sin nombre en la fuente de Tilfusa en Beocia (Escoliasta sobre la Ilíada de Hornero xxiii.346) era ya vieja cuando llegaron los helenos. Apa- rece en la literatura sagrada india primitiva, en la que Saranyu se transfor- ma en una yegua y Vivaswat en un caballo semental que la cubre: el fruto de esa unión son los dos heroicos Asvins. «Deméter Erinia» puede, en efecto, estar en lugar, no de «Deméter la Furia», sino de «Deméter Sa- ranyu», en un intento de conciliar a las dos culturas guerreras, pero para los resentidos pelasgos Deméter había sido, y seguía siendo, ultrajada. 17. NATURALEZA Y HECHOS DE HERMES a. Cuando Hermes nació en el monte Cilene su madre Maya lo dejó envuelto en pañales en un bieldo, pero desarrollándose con una rapidez asombrosa se convirtió en un muchacho, y tan pronto como Maya volvió la espalda se escapó y fue en busca de aventu- ras. Llegó a Pieria, donde Apolo guardaba un hermoso rebaño de vacas, y decidió robarlas. Pero temiendo que lo descubrieran sus huellas, confeccionó rápidamente herraduras con la corteza de un roble caído y las ató con hierbas trenzadas a las pezuñas de las vacas, a las que luego condujo de noche por el camino. Apolo descubrió la pérdida, pero la treta de Hermes le engañó, y aunque fue hasta Pilos en su búsqueda hacia el oeste, y hasta Onquesto hacia el este, al final se vio obligado a ofrecer una recompensa por la captura del ladrón. Sueno y sus sátiros, ansiosos por obte- ner la recompensa, se diseminaron en diferentes direcciones para descubrirlo, durante largo tiempo sin conseguirlo. Finalmente, un grupo de ellos pasó por Arcadia y oyó el sonido sordo de una mú- sica como la que nunca habían oído hasta entonces, y la ninfa Ci- lene, desde la entrada de una cueva, les dijo que un niño de ex- traordinario talento había nacido allí recientemente y que ella le hacía de niñera. El niño había construido un ingenioso instru- mento musical con la concha de una tortuga y algunas tripas de vaca, y con ese instrumento había arrullado a su madre para que se durmiera. b. «¿Y quién le dio las tripas de vaca?», preguntaron los vigi- lantes sátiros al ver dos cueros extendidos fuera de la cueva. «¿Acusáis de robo al pobre niño?», preguntó a su vez Cilene, y cambiaron palabras duras. c. En aquel momento se presentó Apolo, quien había descu- bierto la identidad del ladrón observando el comportamiento sos- pechoso de una ave de largas alas. Entró en la cueva, despertó a Maya y le dijo severamente que Hermes debía devolver las vacas robadas. Maya señaló al niño, todavía envuelto en sus pañales y que fingía dormir. «¡Qué acusación absurda!», exclamó. Pero Apolo había reconocido los cueros. Tomó a Hermes, lo llevó al Olimpo y allí le acusó formalmente del robo, mostrando los cue- ros como prueba. Zeus, poco dispuesto a creer que su hijo recién nacido era ladrón, le instó a que se declarase inocente, pero Apolo no estaba dispuesto a ceder y al final Hermes flaqueó y confesó. —Muy bien, ven conmigo —dijo— y tendrás tu rebaño. He matados sólo dos y las he dividido en doce partes iguales como sacrificio a los doce dioses. —¿Doce dioses? —preguntó Apolo—. ¿Y quién es el duodéci- mo? —Tu servidor, señor —contestó Hermes modestamente—. No poesía bucólica. Este Dafnis era un bello joven siciliano al que su madre, una ninfa, abandonó en un bosquecillo de laureles de la Montaña de Hera; de aquí el nombre que le dieron los pastores, sus padres adoptivos. Pan le enseñó a tocar la zampoña, Apolo le adoraba y solía cazar con Ártemis, a quien complacía su música. Prodigaba su cuidado de los numerosos rebaños de vacas, que eran de la misma raza que los de Helio. Una ninfa llamada Momia le hijo jurar que nunca le sería infiel bajo pena de quedar ciego, pero su rival, Quimera, se las ingenió para seducirle cuando esta- ba borracho y Momia le cegó en cumplimiento de su amenaza. Dafnis se consoló durante un tiempo con tristes canciones acerca de la pérdida de la vista, pero no vivió mucho tiempo. Hermes lo convirtió en una piedra, que se ve todavía en la ciudad de Cefale- nitano, e hizo que brotara una fuente llamada Dafnis en Siracusa, donde se ofrecen sacrificios anuales69. * 1. El mito de la infancia de Hermes se ha conservado solamente en una forma literaria tardía. Una tradición de los robos de ganado realizados por los astutos mesemos a costa de sus vecinos (véase 74.g y 171.h), y de un tratado por el cual quedaron interrumpidos, parece haberse combinado mi- tológicamente con un relato acerca de cómo los bárbaros helenos hicieron suya y explotaron, en nombre de su adoptado dios Apolo, la civilización cretense-heládica que encontraron en la Grecia central y meridional —el pugilato, la gimnasia, los pesos y medidas, la música, la astronomía y el cultivo del olivo eran todos pre-helénicos (véase 162.6)— y aprendieron buenos modales. 2. Hermes evolucionó hasta convertirse en dios partiendo de los falos de piedra que eran centros locales de un culto de la fertilidad pre-heleno (véa- se 15.1) —el relato de su rápido desarrollo puede ser una obscenidad tra- viesa de Hornero— pero también del Hijo Divino del Calendario pre- heleno (véase 24.6, 44.1, 105.1, 171.4, etc.), del egipcio Thoth, Dios de la Inteligencia, y de Anubis, conductor de las almas al mundo subterráneo. 3. Las cintas blancas heráldicas del báculo de Hermes fueron más tarde tomadas equivocadamente por serpientes, porque era heraldo de Hades, y de aquí el nombre de Equión. Las Trías son la triple Musa («diosa de la 69 Diodoro Sículo: iv.84; Servio sobre las Églogas de Virgilio v.20; viii.68; x.26; Fi- largirio sobre las Églogas de Virgilio v.20; Eliano: Varia Historia x.18. montaña») del Parnaso y su adivinación por medio de guijarros se practica- ba también en Delfos (Mythographi Graeci: Appendix Narrationum 67). Atenea fue la primera a quien se atribuyó la invención de los dados adivi- natorios hechos con tabas (Zenobio: Proverbios v.75), que llegaron a ser de uso popular, pero d arte del augurio siguió siendo una prerrogativa aristo- crática tanto en Grecia como en Roma. El «ave de largas alas» de Apolo era probablemente la propia grulla sagrada de Hermes, pues el sacerdocio de Apolo invadía constantemente el territorio de Hermes, patrono anterior de la adivinación, la literatura y las artes, como hacía el sacerdocio de Hermes con el de Pan, las Musas y Atenea. El invento de hacer fuego era atribuido a Hermes porque el girar del taladro macho en la base hembra sugería la magia fálica. 4. Sueno y sus hijos, los sátiros, eran personajes cómicos convencionales en el drama ático (véase 83.5); originalmente habían sido montañeses pri- mitivos de la Grecia septentrional. A Sueno le llamaban autóctono o hijo de Pan con una de las ninfas (Nono: Dionisíacas xiv.97; xxix.97; Eliano: Va- ria Historia iii.18). 5. El relato romántico de Dafnis se formó en torno a un pilar fálico de Cefalenitano y de una fuente de Siracusa, cada uno de ellos rodeado proba- blemente por un bosquecillo de laureles, donde se entonaban canciones en honor de los muertos ciegos. Se decía que Dafnis era amado por Apolo, porque había tomado el laurel de la diosa orgiástica de Tempe (véase 21.6). 18. NATURALEZA Y HECHOS DE AFRODITA a. Rara vez se podía convencer a Afrodita para que prestase a las otras diosas su ceñidor mágico, que hacía que todos se enamo- rasen de su portadora, pues era celosa de su posición. Zeus la ha- bía dado en matrimonio a Hefesto, el dios herrero cojo; pero el verdadero padre de los tres hijos que ella le dio —Fobos, Deimos y Harmonía— era Ares, el robusto, el impetuoso, ebrio y penden- ciero Dios de la Guerra. Hefestos no se enteró de la infidelidad hasta que una noche los amantes se quedaron demasiado tiempo juntos en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helio se levantó los vio en su entretenimiento y le fue con el cuento a Hefesto. b. Hefesto se retiró airado a su fragua y, a golpes de martillo, forjó una red de caza de bronce, fina como una telaraña pero irrompible, que ató secretamente a los postes y los lados de su le- cho matrimonial. A Afrodita, que volvió a Tracia toda sonrisas y le explicó que había estado ocupada en Corinto, le dijo: «Te ruego que me excuses, querida esposa, pero voy a tomar unas breves va- caciones en Lemnos, mi isla favorita.» Afrodita no se ofreció a acompañarle y en cuanto se hubo perdido de vista se apresuró a llamar a Ares, quien llegó en seguida. Los dos se acostaron ale- gremente, pero cuando quisieron levantarse al amanecer se en- contraron enredados en la red, desnudos y sin poder escapar. He- festo volvió de su viaje y los sorprendió allí y llamó a todos los dioses para que fuesen testigos de su deshonor. Luego anunció que no pondría en libertad a su esposa hasta que le devolviesen los valiosos regalos con que había pagado a Zeus, su padre adop- tivo. c. Los dioses corrieron a presenciar el aprieto en que se hallaba Afrodita, pero las diosas, por delicadeza, se quedaron en sus alo- jamientos. Apolo, tocando disimuladamente con el codo a Her- mes, le preguntó: «¿No te gustaría estar en el lugar de Ares, a pe- sar de la red?» Hermes juró por su cabeza que le gustaría aunque hubiera tres veces más redes y todas las diosas le mirasen con de- saprobación. Esto hizo que ambos dioses rieran ruidosamente, pe- ro Zeus estaba tan disgustado que se negó a devolver los regalos de boda o a intervenir en una disputa vulgar entre un marido y su esposa, declarando que Hefesto había cometido una tontería al hacer público el asunto. Posidón, quien, al ver el cuerpo desnudo de Afrodita, se había enamorado de ella, ocultó sus celos de Ares y simuló que simpatizaba con Hefesto. —Puesto que Zeus se niega a ayudar —dijo—, yo me encargo de que Ares, como precio por su libertad, pague el equivalente de los regalos de boda en cuestión. —Todo está muy bien —replicó Hefesto lúgubremente—, pero si Ares no cumple, tú tendrás que ocupar su lugar bajo la red. —¿En compañía de Afrodita? —dijo Apolo riendo. —Yo no puedo creer que Ares no cumplirá —dijo Posidón no- blemente—, pero si así fuera, estoy dispuesto a pagar la deuda y casarme yo mismo con Afrodita. que a él se le debía conceder un breve descanso anual de las exi- gencias amorosas de las dos diosas insaciables. En consecuencia dividió el año en tres partes iguales, una de las cuales Adonis de- bía pasar con Perséfone, otra con Afrodita y la tercera solo. Afrodita no jugó limpio: llevando constantemente su ceñidor mágico, persuadió a Adonis para que le concediera su parte del año, escatimara la parte debida a Perséfone y desobedeciera la de- cisión del tribunal75. j. Perséfone, justamente agraviada, fue a la Tracia, donde le dijo a su benefactor Ares que Afrodita ahora prefería a Adonis antes que a él: «Es un perro mortal —exclamó— ¡y además afemina- do!» Ares sintió celos y, disfrazado de jabalí, corrió a donde esta- ba Adonis, quien cazaba en el monte Líbano, y lo mató a cornadas ante los ojos de Afrodita. De su sangre brotaron anémonas y su alma descendió al Tártaro. Afrodita fue a ver a Zeus llorando y le suplicó que Adonis no tuviese que pasar más de la mitad lóbrega del año con Perséfone y pudiera ser su compañero durante los me- ses del verano. Zeus se lo concedió magnánimamente. Pero algu- nos dicen que el jabalí era Apolo quien se vengó de un daño que le había hecho Afrodita76. k. En una ocasión, para despertar los celos de Adonis, Afrodita pasó varias noches en el Lilibeo con el argonauta Butes, quien la hizo madre de Erix, un rey de Sicilia. Los hijos que tuvo con Adonis fueron un varón, Golgo, fundador de Golgi en Chipre, y una hija, Beroe, fundadora de Beroea en Tracia; algunos dicen que Adonis, y no Dioniso, fue el padre de Príapo77. l. Las Parcas asignaron a Afrodita solamente un deber divino, a saber, hacer el amor; pero un día Atenea la sorprendió trabajando subrepticiamente en un telar y se quejó de que sus prerrogativas habían sido infringidas, amenazando con abandonarlas por com- 75 Apolodoro: iii.14.3-4; Higinio: Astronomía poética ii.7 y Fábulas 58,164, 251; Fulgencio: Mitología iii.8. 76 Servio sobre las Églogas de Virgilio x.18; Himno órfico lv.10; Ptolomeo Hefestio- nos: i.306. 77 Apolonio de Rodas: iv.914-19; Diodoro Sículo: iv.83; Escoliasta sobre los Idilios de Teócrito xv.100; Tzetzes: Sobre Licofrón 831. pleto. Afrodita se disculpó profusamente y desde entonces no volvió a trabajar con las manos78. * 1. Los helenos posteriores rebajaron la importancia de la Gran Diosa del Mediterráneo, que durante largo tiempo había tenido la supremacía en Co- rinto, Esparta, Tespias y Atenas, colocándola bajo tutela masculina y con- siderando sus solemnes orgías sexuales como indiscreciones adúlteras. La red en la que Hornero presenta a Afrodita apresada por Hefesto era origi- nalmente su propia red de Diosa del Mar (véase 89.2) y su sacerdotisa pa- rece haberla llevado durante el carnaval de primavera; la sacerdotisa de la diosa escandinava Hollé, o Gode, hacía lo mismo en la Víspera de Mayo. 2. Príapo tuvo su origen en las toscas imágenes fálicas de madera que presidían las orgías dionisíacas. Se le hace hijo de Adonis a causa de los «jardines» en miniatura ofrecidos en sus festivales. El peral estaba consa- grado a Hera como diosa principal del Peloponeso y, en consecuencia, se la llamaba Apia (véase 64.4 y 74.6). 3. Afrodita Urania («reina de la montaña») o Ericina («del brezo») era la ninfa-diosa del solsticio de verano. Destruyó al rey sagrado, que copuló con ella en la cima de una montaña, del mismo modo en que una abeja reina destruye al zángano: arrancándole los órganos sexuales. De ahí las abejas amantes del brezo y la túnica roja en su aventura amorosa de la cima de la montaña con Anquises; y de ahí también el culto de Cibeles, la Afrodita frigia del monte Ida, como una abeja reina, y la extática auto-castración de sus sacerdotes en memoria de su amante Atis (véase 79.1). Anquises era uno de los muchos reyes sagrados que eran heridos con un rayo ritual des- pués de juntarse con la Diosa de la Muerte-en-Vida (véase 24.a). En la ver- sión más antigua del mito lo mataban, pero en las posteriores escapaba, pa- ra justificar la fábula de cómo el piadoso Eneas, quien llevó el Paladio sa- grado a Roma, sacó a su padre de la Troya incendiada (véase 168.c). Su nombre identifica a Afrodita con Isis, cuyo esposo Osiris fue castrado por Set disfrazado de oso; «Anquises» es, en efecto, sinónimo de Adonis. Tenía un santuario en Egesta, cerca del monte Erix (Dionisio de Halicarnaso: i.53) y Virgilio dijo, por lo tanto, que murió en Drépano, una ciudad vecina, y fue enterrado en la montaña (Eneida iii.710, 759, etc.). Había otros san- tuarios de Anquises en Arcadia y la Tróade. En el templo de Afrodita en el monte Erix se exhibía un panal de miel de oro que, según se decía, era un ex voto presentado por Dédalo cuando huyó a Sicilia (véase 92.h). 4. Como Diosa de la Muerte-en-Vida, Afrodita mereció muchos títulos 78 Hesíodo: Teogonía 203-4; Nono: Dionisíacas xxiv.274-81. que parecen incompatibles con su belleza y complacencia. En Atenas la llamaban la Mayor de las Parcas y hermana de las Erinias; en otras partes Melenis («la negra»), nombre que Pausanias explica ingeniosamente como significando que la mayoría de los actos amorosos se realizan de noche, Escolia («oscura»), Androfono («matadora de hombres»), e incluso, según Plutarco, Epitimbria («de las tumbas»). 5. El mito de Cíniras y Esmirna es, evidentemente, testimonio de un pe- ríodo histórico en que el rey sagrado en una sociedad matrilineal decidió prolongar su reinado más allá del término acostumbrado. Lo hizo celebran- do un casamiento con la joven sacerdotisa, nominalmente su hija, que iba a ser reina durante el período siguiente, en vez de dejar que otro principillo se casase con ella y le quitase el reino (véase 65.1). 6. Adonis (fenicio: adon. «señor») es una versión griega del semidiós si- rio Tammuz, el espíritu de la vegetación anual. En Siria, Asia Menor y Grecia el año sagrado de la diosa se dividía en un tiempo en tres partes, re- gidas por el León, la Cabra y la Serpiente (véase 75.2). La Cabra, emblema de la parte central, pertenecía a la diosa del Amor Afrodita; la Serpiente, emblema de la última parte, pertenecía a la diosa de la Muerte Perséfone; el León, emblema de la primera parte, estaba consagrado a la diosa del Naci- miento, llamada allí Esmirna, y que no tenía derecho alguno sobre Adonis. En Grecia este calendario fue sustituido por un año de dos estaciones, divi- dida cada una de ellas en dos partes por los equinoccios a la manera orien- tal, como en Esparta y Belfos, o por los solsticios a la manera septentrional, como en Atenas y Tebas, lo que explica la diferencia entre los respectivos veredictos de la diosa montañesa Calíope y Zeus. 7. A Tammuz lo mató un jabalí, como a muchos personajes míticos análogos: Osiris, el Zeus de Creta, Anceo de Arcadia (véase 157.e), Car- manor de Lidia (véase 136.b) y el héroe irlandés Diarmuid. Este jabalí pa- rece haber sido en un tiempo una cerda con colmillos en forma de media luna, la diosa misma como Perséfone, pero cuando se dividió el año en dos partes, la mitad brillante regida por el rey sagrado y la mitad oscura por su sucesor o rival, este rival apareció en la forma de jabalí, como Set cuando mató a Osiris o Finn mac Cool cuando mató a Diarmuid. La sangre de Tammuz es una alegoría de las anémonas que enrojecen las laderas del monte Líbano después de las lluvias invernales; en Biblos se celebraba to- das las primaveras la Adonia, festival fúnebre en honor de Tammuz. El na- cimiento de Adonis de una mirra —la mirra es un conocido afrodisíaco— indica el carácter orgiástico de sus ritos. Las gotas de goma que vertía la mirra se suponía que eran lágrimas derramadas por él (Ovidio: Metamorfo- sis x.500 y ss.). Higinio hace a Ciniras rey de Asiría (Fábula 58) quizá por- que el culto de Tammuz parecía haber tenido allí su origen. 8. El hijo de Afrodita, Hermafrodito, era un joven con pechos de mujer y larga cabellera. Al igual que la andrógina, o mujer barbuda, el hermafrodita la paz del Olimpo. b. Príapo, borracho, trató en una ocasión de violarla en una fiesta campestre a la que asistían los dioses, cuando todos se ha- bían quedado dormidos por hallarse ahítos; pero un asno rebuznó fuertemente, Hestia se despertó, gritó al ver que Príapo estaba a punto de echarse sobre ella y le hizo huir corriendo presa de un terror cómico81. c. Es la diosa del Hogar y en todas las viviendas particulares y casas municipales protege a los suplicantes que acuden a ella en busca de protección. Hestia es objeto de una veneración universal, no sólo por ser la deidad más benigna, recta y caritativa de todas las olímpicas, sino también por haber inventado el arte de la construcción de casas; su fuego es tan sagrado que si se enfría un hogar, ya sea por accidente o en señal de duelo, se reavivan las llamas con la ayuda de una rueda de encender82. * 1. El centro de la vida griega —incluso en Esparta, donde la familia es- taba subordinada al Estado— era el hogar doméstico, considerado también como altar de los sacrificios. Hestia, como su diosa, representaba la seguri- dad y la felicidad personales y el sagrado deber de la hospitalidad. El relato de las ofertas de casamiento que le hicieron Posidón y Apolo quizá se haya deducido del culto conjunto de esos dioses en Delfos. La tentativa de Pría- po de violarla es una amonestación anecdótica contra el mal trato sacrílego de las mujeres huéspedes que se ponían bajo la protección del hogar do- méstico o público; el asno, símbolo de lujuria (véase 35.4), proclama el de- satino criminal de Príapo. 2. La arcaica imagen anicónica blanca de la Gran Diosa, en uso en todo el Mediterráneo Oriental, parece haber representado un montón de carbón de leña ardiente que se mantenía encendido cubriéndolo con ceniza blanca, y que constituía la manera más agradable y económica de calefacción en la 'antigüedad; no producía humo ni llamas y formaba el centro natural de las reuniones de la familia o el clan. En Delfos el montón de carbón de leña fue trasladado a un recipiente de piedra caliza para el uso al aire libre y se con- virtió en el omphalos, o protuberancia del ombligo, que aparece con fre- 81 Ovidio: Fasti vi.319 y ss. 82 Diodoro Sículo: v.68. cuencia en las pinturas de los jarrones griegos y señalaba el supuesto centro del mundo. Este objeto sagrado, que ha sobrevivido a la ruina del santuario, tiene inscrito el nombre de la Madre Tierra y mide once pulgadas y cuarta de altura por quince y media de anchura, más o menos el tamaño y la forma del fuego de carbón de leña necesario para calentar una gran habitación. En la época clásica la Pitonisa tenía un sacerdote ayudante que provocaba su estado de arrobamiento quemando granos de cebada, cáñamo y laurel sobre una lámpara de aceite en un espacio cerrado y luego interpretaba lo que ella decía. Pero es probable que en otro tiempo se pusieran el cáñamo, el laurel y la cebada sobre las cenizas calientes del montón de carbón vegetal, un modo más sencillo y eficaz de producir vapores narcóticos (véase 51.b). Numerosos cucharones triangulares o en forma de hoja, de piedra o arcilla, se han encontrado en santuarios cretenses y micénicos, algunos de ellos con señales de gran calor, y parecen haber sido utilizados para cuidar el fuego sagrado. El montón de carbón se formaba a veces en una mesa de arcilla redonda y de tres patas pintadas de rojo, blanco y negro, que son los colores de la luna (véase 90.3); se han encontrado ejemplos en el Peloponeso, Creta y Délos, uno de ellos, de una rumba de Zafer Papoura, cerca de Cnosos, tenía todavía amontonado sobre ella el carbón de leña. 21. NATURALEZA Y HECHOS DE APOLO a. Apolo, el hijo que tuvo Zeus con Leto, era sietemesino, pero los dioses se desarrollan rápidamente. Temis le alimentó con néctar y ambrosía y cuando amaneció el cuarto día pidió un arco y flechas, que Hefesto le proporcionó inmediatamente. Dejó Délos y se dirigió directamente al monte Parnaso, donde acechaba la serpiente Pitón, enemiga de su madre, y la hirió gravemente con sus flechas. Pitón huyó al Oráculo de la Madre Tierra en Delfos, ciudad llamada así en honor del monstruo Delfine, su compañero, pero Apolo se atrevió a seguirlo al interior del santuario y allí lo mató, junto al precipicio sagrado83. b. La Madre Tierra informó de ese ultraje a Zeus, quien no sólo 83 Higinio: Fábula 140; Apolodoro: i.4.1; Himno homérico a Apolo 300-306; Esco- liasta sobre Apolonio de Rodas: ii.706. ordenó que Apolo fuese a Tempe para purificarse, sino que ade- más instituyó los Juegos Píticos en honor de Pitón, los cuales de- bía presidir como penitencia. Sin alterarse en lo más mínimo, Apolo obedeció la orden de Zeus de ir a Tempe y, en cambio, fue a Agila para purificarse, acompañado de Ártemis; luego, como no le agradaba el lugar, se embarcó para Tarra en Creta, donde el rey Carmanor realizó la ceremonia84. c. Cuando regresó a Grecia Apolo fue en busca de Pan, el desa- creditado y viejo dios arcadio de patas de cabra y, después de en- gatusarle para que le revelara el arte de la profecía, se apoderó del Oráculo de Delfos y retuvo a su servicio a su sacerdotisa, llamada la Pitonisa. d. Leto, cuando se enteró de ello, fue con Artemis a Delfos, donde se desvió para realizar cierto rito privado en una cueva sa- grada. El gigante Ticio interrumpió sus devociones y trataba de violarla, cuando Apolo y Ártemis, al oír gritos, corrieron y mata- ron al gigante con una descarga de flechas, venganza que Zeus, el padre del gigante, tuvo a bien considerar piadosa. En el Tártaro atormentaron a Ticio extendiéndolo con los brazos y las piernas clavados a la tierra; la extensión que abarcaba no bajaba de nueve acres y dos buitres le comían el hígado85. e. Luego Apolo mató al sátiro Marsias, acompañante de la diosa Cibeles. Así fue como sucedió: Un día Atenea hizo una flauta do- ble con huesos de ciervo y la tocó en un banquete de los dioses. No podía comprender al principio por qué Hera y Afrodita se reían silenciosamente tapándose el rostro con las manos, pues su música parecía complacer a los otros dioses; en consecuencia se dirigió sola a un bosque frigio, tomó otra vez la flauta junto a un arroyo y contempló su imagen en el agua mientras tocaba. Inme- diatamente se dio cuenta de lo ridícula que le hacía parecer el rostro azulado y los carrillos hinchados, por lo que arrojó la flauta y maldijo a quienquiera que la recogiera. 84 Eliano Varía Historia iii.l; Plutarco: Cuestiones griegas 12; Por qué guardan si- lencio los oráculos 15; Pausanias: u.7.7; x16.3. 85 Apolodoro: i.4.1; Pausanias: ii.30.3 y x.6.5; Plutarco: Cuestiones griegas 12; Higi- nio: Fábula 55; Homero: Odisea xi.576 y ss.; Píndaro: Odas píticas iv.90 y ss. príncipe espartano, de quien no sólo se enamoró el poeta Támiris —el primer hombre que cortejo a uno de su sexo—, sino también el propio Apolo, el primer dios que lo hizo. Para Apolo Támiris no resultó ser un rival serio; le oyó jactarse de que podía superar a las Musas en el canto y les informó de ello maliciosamente, por lo que ellas en seguida privaron a Támiris de la vista, la voz y su memoria para tañer el arpa. Pero el Viento del Oeste también se había encaprichado de Jacinto y se sentía locamente celoso de Apolo. Un día en que Apolo le estaba enseñando al muchacho a lanzar un disco, el Viento del Oeste se apoderó del disco en el ai- re, lo lanzó contra el cráneo de Jacinto y lo mató. De su sangre brotó la flor del jacinto, en la que se ven todavía sus letras inicia- les92. n. Apolo mereció la ira de Zeus sólo en una ocasión después de la famosa conspiración para destronarlo. Eso sucedió cuando su hijo Asclepio, el médico, cometió la temeridad de resucitar a un muerto y robar con ello un súbdito a Hades, quien, como es natu- ral, presentó su queja en el Olimpo. Zeus mató a Asclepio con un rayo y Apolo, en venganza, mató a los Cíclopes. A Zeus le irritó la pérdida de sus armeros y habría desterrado a Apolo al Tártaro para siempre si Leto no le hubiera suplicado el perdón, compro- metiéndose a que enmendaría sus costumbres. La sentencia se re- dujo a un año de trabajos forzados, que Apolo debía cumplir en los rediles del rey Admeto de Peres. Obedeciendo el consejo de Leto, Apolo no sólo cumplió la sentencia humildemente, sino que otorgó grandes beneficios a Admeto93. o. Habiendo aprendido su lección, en adelante predicó la mode- ración en todas las cosas; las frases: «Conócete a ti mismo» y «Nada con exceso» estaban constantemente en sus labios. Trasla- dó a las Musas de su residencia en el monte Helicón a Delfos, suavizó su turbulento frenesí y las dirigía en sus danzas ceremo- niosas y decorosas94. 92 Homero: Ilíada ii.595-600; Luciano: Diálogos de los Dioses 14; Apolodoro: i.3.3; Pausanias: iii.1.3. 93 Apolodoro: iii.10.4; Diodoro Sículo: iv.71. 94 Homero: Ilíada i.603-4; Plutarco: Sobre los oráculos pitios 17. * 1. La historia de Apolo es confusa. Los griegos le hicieron hijo de Leto, diosa conocida como Lat en la Palestina meridional (véase 14.2), pero era también un dios de los Hiperbóreos («hombre de más allá del Viento Nor- te») a los que Hecateo (Diodoro Sículo: ii.47) identificó claramente con los británicos, aunque Píndaro (Odas píticas x.50-55) los consideraba libios. Délos era el centro de este culto hiperbóreo, el cual, según parece, se ex- tendía al sudeste hasta Nabatea y Palestina, al noroeste hasta Bretaña, e in- cluía a Atenas. Constantemente se cambiaban visitas entre los estados uni- dos en este culto (Diodoro Sículo: loc. cit.). 2. Apolo, entre los Hiperbóreos, sacrificó hecatombes de asnos (Píndaro: loc. cit.), lo que lo identifica con el «Niño Horus», cuya victoria sobre su enemigo Set celebraban anualmente los egipcios arrojando onagros por un precipicio (Plutarco: sobre Isis y Osiris 30). Horus vengaba el asesinato de su padre Osiris por Set. Osiris era el rey sagrado, amado por Isis o Lat, la triple diosa Luna, y a quien su sucesor sacrificaba en el solsticio estival y en el solsticio invernal y del que el propio Horus era la reencarnación. El mito de la persecución de Leto por Pitón es análogo al de la persecución de Isis por Set (durante los setenta y dos días más calurosos del año). Además, Pitón se identifica con Tifón, el Set griego (véase 36.1), en el Himno homé- rico a Apolo y por el escoliasta sobre Apolonio de Rodas. El Apolo Hiper- bóreo es, en realidad, un Horus griego. 3. Pero al mito se le ha dado un carácter político: se dice que Pitón fue enviado contra Leto por Hera, quien le había dado a luz partenogenética- mente, para mortificar a Zeus (Himno homérico a Apolo 305); y Apolo, después de matar a Pitón (y probablemente también a su compañero Delfi- ne), se apodera del templo oracular de la Madre Tierra en Delfos, pues He- ra era la Madre Tierra o Delfine en su aspecto profético. Parece que ciertos helenos del norte, aliados con los tracio-libios, invadieron la Grecia central y el Peloponeso, donde se les opusieron los adoradores pre-helenos de la diosa Tierra, pero se apoderaron de sus principales templos oraculares. En Delfos destruyeron la sagrada serpiente oracular —una serpiente análoga se mantenía en el Erecteón de Atenas (véase 25.2)— y se hicieron cargo del oráculo en nombre de su dios Apolo Esminteo. Esminteo («ratón»), al igual que Esmun, el dios cananeo de la curación, tenía como emblema un ratón sanativo. Los invasores convinieron en identificarlo con Apolo, el Horus Hiperbóreo, adorado por sus aliados. Para aplacar a la opinión local de Del- fos se instituyeron juegos fúnebres regulares en honor del héroe muerto Pitón y mantuvieron en su puesto a su sacerdotisa. 4. La diosa Luna de Délos, Brizo («apaciguadora»), indistinguible de Leto, puede ser identificada con la triple diosa hiperbórea Brigit, cristiani- zada posteriormente como Santa Brígida. Brigit era patrona de todas las artes y Apolo siguió su ejemplo. El atentado del gigante Ticio contra Leto indica un levantamiento fracasado de los montañeses de Fócide contra los invasores. 5. Las victorias de Apolo sobre Marsias y Pan conmemoran las conquis- tas helenas de Frigia y Arcadia, y el consiguiente reemplazo en esas regio- nes de los instrumentos de viento por otros de cuerda, excepto entre los campesinos. El castigo de Marsias puede referirse al desuello ritual de un rey sagrado, del mismo modo que Atenea despojó a Palas de su égida má- gica (véase 9.a) o a la costumbre de quitar toda la corteza a un retoño de aliso para hacer una zampoña de pastos, pues el aliso se personificaba co- mo un dios o semidiós (véase 28.1 y 57.1). Se consideraba a Apolo como un antepasado de los griegos dorios y de los milesios, quienes le tributaban honores especiales. A los coribantes, quienes danzaban en el festival del solsticio invernal, los consideraba hijos suyos y de la musa Talía, porque era el dios de la música. 6. Su persecución de Dafne, la ninfa de la montaña, hija del río Penco, y sacerdotisa de la Madre Tierra, se refiere, al parecer, a la toma por los hele- nos de Tempe, donde la diosa Dafne («la sanguinaria») era adorada por un colegio de Ménades orgiásticas que masticaban laurel (véase 46.2 y 51.2). Después de suprimir el colegio —la relación de Plutarco sugiere que las sacerdotisas huyeron a Creta, donde la diosa Luna se llamaba Pasífae (véa- se 88.e)— Apolo se hizo cargo del laurel, el que más adelante sólo podía masticar la Pitonisa. Dafne debía tener cabeza de yegua en Tempe, lo mis- mo que en Figalia (véase 16.5); Leucipo («caballo blanco») era el rey sa- grado del culto del caballo local, y anualmente lo despedazaban las mujeres desenfrenadas, quienes se bañaban después de asesinarlo para purificarse, pero no antes (véase 22.1 y 150.1). 7. La seducción de Dríope por Apolo en el Eta tal vez sea un testimonio del reemplazo local del culto de la encina por el culto de Apolo, a quien estaba consagrado el álamo (véase 42.d); como lo es su seducción de Aria. Su transformación en tortuga es una referencia a la lira que había adquirido de Hermes (véase 17.d). El nombre de Ftia indica que ésta era un aspecto otoñal de la diosa. El fracasado intento contra Marpesa («arrebatadora») parece recordar el fracaso de Apolo en apoderarse de un templo mesenio: el de la diosa del Grano como Cerda (véase 74.4). La servidumbre de Apolo con Admeto de Feres puede recordar un acontecimiento histórico: la humi- llación del sacerdocio de Apolo en castigo por haber exterminado a una corporación de herreros pre-helénica que gozaba de la protección de Zeus. 8. El mito de Jacinto, que a primera vista no parece más que una fábula sentimental para explicar la marca del jacinto griego (véase 165.; y 2) se relaciona con el héroe-flor cretense Jacinto (véase 159.4), llamado también, al parecer, Narciso (véase 85.2), cuyo culto fue introducido en la Grecia treinta ciudades, y una participación en otras muchas, tanto en tie- rra firme como en el archipiélago, y te nombro guardiana de sus caminos y puertos»96. d. Artemis le dio las gracias, saltó de sus rodillas y fue en pri- mer lugar al monte Leuco de Creta y luego al océano, donde eli- gió como acompañantes a numerosas ninfas de nueve años, a las que sus madres dejaron ir complacidas97. Por invitación de He- festo visitó luego a los Cíclopes en la isla de Lipara y los encontró forjando una gamella para los caballos de Posidón. Brontes, quien había recibido la orden de hacer todo lo que ella deseara, la tomó en sus rodillas, pero como no le agradaron sus caricias, Artemis le arrancó un puñado de pelo del pecho, donde le quedó un pedazo pelado hasta el día de su muerte; cualquiera podía haber supuesto que tenía sarna. A las ninfas les aterrorizó el aspecto salvaje de los Cíclopes y el estrépito de su fragua, y con razón, pues siempre que una niña es desobediente su madre la amenaza con Brontes, Arges o Estéropes. Pero Artemis les pidió audazmente que aban- donaran por un rato la gamella de Posidón y le hicieran a ella un arco de plata con una aljaba llena de flechas, a cambio de lo cual comerían la primera presa que ella hiciese98. Con esas armas fue a Arcadia, donde Pan se ocupaba en descuartizar un lince para dar de comer a sus perras y cachorros. SI le dio tres sabuesos de ore- jas gachas, dos abigarrados y uno moteado, capaces los tres juntos de arrastrar leones vivos hasta sus perreras, y siete sabuesos rápi- dos de Esparta99. e. Habiendo capturado vivas a un par de ciervas cornígeras, las unció a un carro de oro con bocados dorados y se dirigió hacia el norte por el monte Hemo de Tracia. Se cortó su primera antorcha de pino en el Olimpo misio y la encendió con las pavesas de un árbol derribado por un rayo. Probó su arco de plata cuatro veces: sus dos primeros blancos fueron árboles, el tercero una fiera, y el 96 Ibid.: 26 y ss. 97 Ibíd.: 40 y ss. 98 Ibíd.: 47 y ss. 99 Ibíd.: 69 y ss. cuarto una ciudad de hombres injustos100. f. Luego volvió a Grecia, donde las ninfas amnisias desuncieron sus ciervas, las almohazaron, las alimentaron con el trébol de cre- cimiento rápido de la dehesa de Hera que comen los corceles de Zeus y les dieron de beber en gamellas de oro101. g. En una ocasión el dios fluvial Alfeo, hijo de Tetis, se atrevió a enamorarse de Artemis y la persiguió a través de Grecia, pero ella llegó a Letrini, en Elide (o, según dicen algunos, más lejos, hasta la isla de Ortigia, cerca de Siracusa), donde embadurnó su rostro y el de todas sus ninfas con barro blanco, de modo que no se la podía distinguir de sus acompañantes. Alfeo se vio obligado a retirarse, perseguido por una risa burlona102. h. Artemis exige a sus compañeras la misma castidad perfecta que practica ella. Cuando Zeus sedujo a una de ellas, Calisto, hija de Licaón, Artemis observó que estaba encinta. La transformó en una osa, llamó a la jauría y Calisto habría sido perseguida y des- trozada por los perros si no la hubiera acogido en el Cielo Zeus, quien luego puso su imagen entre las estrellas. Pero algunos dicen que Zeus mismo transformó a Calisto en una osa y que la celosa Hera hizo que Artemis la cazase equivocadamente. El hijo de Ca- listo, Arcade, se salvó y fue el antepasado de los arcadios103. i. En otra ocasión Acteón, hijo de Aristeo, se hallaba recostado en una roca cerca de Orcomenes cuando vio a Artemis bañándose en un arroyo no lejano y se quedó contemplándola. Para que lue- go él no se jactase ante sus compañeros de que ella se había mos- trado desnuda en su presencia. Artemis lo transformó en un ciervo y con su propia jauría de cincuenta sabuesos lo despedazó104. * 100 Ibíd.: 110 y ss. 101 Ibíd.: 162 y ss. 102 Pausanias: vi.22.5; Escoliasta sobre las Odas píticas de Píndaro ii.12. 103 Higinio: Astronomía poética ii.l; Apolodoro: iii.8.2. 104 Higinio: Fábula 181; Pausanias: ix.2.3. 1. La Doncella del Arco de Plata, a la que los griegos incluían en la fa- milia olímpica, era el miembro más joven de la Tríada de Artemis. «Arte- mis» era un título más de la triple diosa Luna y, por lo tanto, tenía derecho a alimentar a sus ciervas con trébol, símbolo de la trinidad. Su arco de plata representaba a la luna nueva. Pero la Artemis olímpica era más que una doncella. En otras partes, en Efeso, por ejemplo, se la adoraba en su segun- da persona, como Ninfa, una Afrodita orgiástica con un consorte varón y la palmera (véase 14.a), el ciervo y la abeja (véase 18.3) como sus emblemas principales. Su obstetricia corresponde más bien a la Vieja, lo mismo que sus flechas mortales, y las sacerdotisas de nueve años son un recuerdo de que el número de la muerte de la luna es tres veces tres. Recuerda a la «Se- ñora de las Cosas Salvajes» cretense, al parecer la diosa ninfa suprema de las sociedades totémicas arcaicas, el baño ritual en el que la sorprendió Acteón, así como las ciervas cornígeras de su carro (véase 125.a) y las co- dornices de Ortigia (véase 14.3), parecen más apropiados para la Ninfa que para la Doncella. Acteón era, al parecer, un rey sagrado del culto del ciervo pre-heleno, despedazado al final de su reinado de cincuenta meses, es decir la mitad de un Gran Año, mientras que su colega o sucesor reinaba el resto del año. La ninfa se bañaba después, y no antes, del asesinato, como era debido. Hay numerosos casos análogos de esta costumbre ritual en el mito irlandés y el gales y en una fecha tan posterior como el siglo I d. de C. un hombre disfrazado de ciervo era cazado y muerto periódicamente en el monte Liceo de Arcadia (Plutarco: Cuestiones griegas 39). Los sabuesos serían blancos con orejas rojas, como los «sabuesos del Infierno» en la mi- tología celta. Había una quinta cierva cornígera que se le escapó a Artemis (véase 125.a). 2. El mito de su persecución por Alfeo parece seguir el modelo del de su inútil persecución de Aretusa, en. la que ésta se transformó en una fuente y él en un río (Pausanias: v. 7.2), y puede haber sido inventado para explicar el yeso, o la arcilla blanca, con que las sacerdotisas de Artemis Alfea se embadurnaban los rostros en Letrini y Ortigia en honor de la Diosa Blanca. Alph significa blancura y producto cereal; alphos es lepra; alphe, beneficio; alphiton, cebada perlada, y Alphito en la Diosa Blanca del Cereal como Cerda. A la estatua más famosa de Artemis en Atenas la llamaban «la del rostro blanco» (Pausanias: i.26.4). El significado de Artemis es dudoso: puede ser «de miembros fuertes», de artemes; o «la que despedaza», pues los espartanos la llamaban Artamis, de artao; o «la alta convocadora», de airo y themis; o la sílaba «therais» puede significar «agua», porque la luna era considerada como la fuente de toda agua. 3. Ortigia, «isla de las codornices», cerca de Délos, estaba también con- sagrada a Artemis (véase 14.a). 4. El mito de Calisto tiene por finalidad explicar las dos niñas vestidas tas, otra a los herreros y la tercera a los médicos. Cuando la diosa es des- tronada, el herrero se eleva a deidad. Que el dios herrero cojea es una tradi- ción que se encuentra en regiones tan lejanas como el África Occidental y Escandinavia; en épocas primitivas pueden haber sido lisiados deliberada- mente para impedir que huyeran y se unieran a las tribus enemigas. Pero una danza de la perdiz en la que los bailarines renqueaban se realizaba también en orgías eróticas relacionadas con los misterios del arte de la he- rrería (véase 92.2) y como Hefestos se había casado con Afrodita, quizá cojease sólo una vez al año, en el Festival de la Primavera. La metalurgia llegó a Grecia por primera vez desde las islas del Egeo. La importación de objetos de bronce y oro heládicos bellamente forjados qui- zás explica el mito según el cual Hefesto fue guardado en la gruta de Lem- nos por Tetis y Eurinome, títulos de la diosa del mar que creó el universo. Los nueve años que pasó en la gruta indican su subordinación a la luna. Su caída, lo mismo que las de Céfalo (véase 89.j), Talos (véase 92.b), Escirón (véase 96.f), Ifito (véase 135.6) y otros, era la suerte común del rey sagrado en muchas partes de Grecia cuando terminaban sus reinados. Las muletas de oro quizás estaban destinadas a elevar del suelo sus talones sagrados. 2. Las veinte mesas de tres patas de Hefesto tienen, según parece, casi el mismo origen que los Gasteroquiros que construyeron Tirinto (véase 73.3) y eran discos del sol dorados con tres patas, como el emblema heráldico de la isla de Man, sin duda orlando algún icono primitivo que mostraba a He- festo casándose con Afrodita. Representan años de tres estaciones y simbo- lizan la longitud del reinado del rey herrero; muere en el vigésimo año, cuando se produce una estrecha aproximación del tiempo solar y el lunar; este ciclo era reconocido oficialmente en Atenas sólo hacia el final del siglo V a. de C., pero había sido descubierto varios centenares de años antes (La Diosa Blanca, págs. 397 y 406). Hefesto estaba vinculado con las fraguas de Vulcano en las islas volcánicas de Lípari porque Lemnos, una sede de su culto, es volcánica y un chorro de gas asfáltico natural que salía de la cum- bre del monte Mosquilo había ardido constantemente durante siglos (Tzet- zes: Sobre Licofrón 227; Hesiquio sub Mosquilo). Un chorro análogo, des- crito por el obispo Metodio en el siglo IV d. de C. ardía en el monte Lem- nos de Licia y todavía seguía haciéndolo en 1801. Hefesto tenía un altar en esas dos montañas. Lemnos (probablemente de Leiben, «la que derrama») era el nombre de la Gran Diosa de esta isla matriarcal (Hecateo, citado por Estéfano de Bizancio sub Lemnos; véase 149.1). 24. NATURALEZA Y HECHOS DE DEMÉTER a. Aunque las sacerdotisas de Deméter, diosa del sembrado, ini- cian a las novias y los novios en los secretos del lecho, ella no tie- ne esposo propio. Cuando era todavía joven y alegre tuvo a Core y al robusto Yaco con Zeus, su hermano, fuera de matrimonio108. También tuvo a Pluto con el Titán Yasio, o Yasión, de quien se enamoró en la boda de Cadmo y Harmonía. Inflamados por el néctar que corría como agua en el banquete, los amantes salieron a hurtadillas de la mansión y se acostaron abiertamente en un campo tres veces arado. Cuando volvieron, Zeus sospechó lo que habían hecho por su comportamiento y el barro que tenían en los brazos y las piernas; enfurecido porque Yasio se había atrevido a tocar a Deméter, lo mató con un rayo. Pero algunos dicen que a Yasio lo mató su hermano Dárdano o lo despedazaron sus propios caballos109. b. Deméter era benévola, y Erisictón, hijo de Tropías, fue uno de los pocos hombres a quienes trató duramente. Al frente de veinte compañeros, Erisictón se atrevió a invadir un bosque que los pelasgos habían plantado para ella en Dotio, y comenzó a de- rribar los árboles sagrados para obtener madera para su nueva sala de banquetes. Deméter asumió la forma de Nicipe, sacerdotisa del bosque, y ordenó suavemente a Erisictón que desistiera. Pero sólo cuando él le amenazó con su hacha se reveló ella con todo su es- plendor y le condenó a sufrir un hambre perpetua por mucho que comiera. Él se marchó a comer y se hartó durante todo el día a expensas de sus padres, pero cuanto más comía tanto más ham- briento y delgado se ponía, hasta que ellos ya no pudieron seguir alimentándolo y se convirtió en un mendigo callejero que comía inmundicias. Al contrario, al cretense Pandáreo, quien robó el pe- rro de oro de Zeus y así vengó a Deméter por la muerte de Ya- sión, la diosa le concedió el don regio de no sufrir nunca dolor de vientre110. 108 Aristófanes: Las ranas 338; Himno órfico li. 109 Homero: Odisea v.125-8; Diodoro Sículo: v.49; Hesíodo: Teogonía 969 y ss. 110 Servio sobre la Eneida de Virgilio iii.167; Higinio: Fábula 250; Calímaco: Himno c. Deméter perdió para siempre su alegría cuando la joven Co- re, posteriormente llamada Perséfone, le fue arrebatada. Hades se enamoró de Core y fue a pedir a Zeus permiso para casarse con ella. Zeus temía ofender a su hermano mayor con una negativa categórica, pero sabía que Deméter no le perdonaría si Core era enviada al Tártaro. En consecuencia contestó políticamente que no daría ni negaría su consentimiento. Esto animó a Hades a rap- tar a la joven mientras ésta recogía flores en una pradera, quizá en la siciliana Enna, o en Colono, lugar de Ática, o en Hermione, o en alguna parte de Creta, o cerca de Pisa, o en las cercanías de Lerna, o junto al Penco arcadio, o en la beocia Nisa, o en cual- quier otra parte de las regiones muy separadas que visitó Deméter en su larga búsqueda de Core. Pero sus propios sacerdotes dicen que fue en Eleusis. Buscó a Core sin descanso durante nueve días y noches, sin comer ni beber y llamándola inútilmente durante to- do el tiempo. La única información que pudo obtener se la dio la vieja Hécate, quien a primera hora de una mañana había oído a Core gritar: «¡Un rapto, un rapto!», pero al correr en su ayuda no había encontrado ni rastro de ella111. d. El décimo día, tras un desagradable encuentro con Posidón entre los rebaños de Onco, Deméter llegó disfrazada a Eleusis, donde el rey Céleo y su esposa Metanira la recibieron hospitala- riamente y la invitaron a quedarse allí como nodriza de Demo- fonte, el príncipe recién nacido. Su hija coja Yambe trató de con- solar a Deméter con versos cómicamente lascivos y el ama seca, la vieja Baubo, le indujo, mediante una broma, a beber agua de cebada, se puso a gemir como si estuviera de parto e inesperada- mente sacó de debajo de su falda al hijo de Deméter, Yaco, quien saltó a los brazos de su madre y la besó. e. «¡Oh, qué ávidamente bebes!», exclamó Abante, un hijo ma- yor de Céleo, mientras Deméter tragaba el jarro de agua de ceba- da, sazonada con menta. Deméter le lanzó una mirada torva y lo a Deméter 34 y ss.; Antoninus Liberalis: Transformaciones 11; Pausanias: x.30.1. 111 Higinio: Fábula 146; Diodoro Sículo: v.3; Escoliasta sobre el Edipo en Colona de Sófocles 1590; Apolodoro: i.5.1; Escoliasta sobre la Teogonía de Hesíodo 914; Pausa- nias: vi.21.1 y i.38.5; Conon: Narraciones 15; Himno homérico a Deméter 17.
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