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Orientación Universidad
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Poema de Gilgamesh, Apuntes de Historia del Arte

Asignatura: Arte De Las Primeras Civilizaciones, Profesor: , Carrera: Historia del Arte, Universidad: UCM

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 24/11/2014

mafernica
mafernica 🇪🇸

4 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Poema de Gilgamesh y más Apuntes en PDF de Historia del Arte solo en Docsity! 1 POEMA DE GILGAMESH: UN VIAJE FALLIDO A LA INMORTALIDAD Federico Lara Peinado Universidad Complutense de Madrid I El Poema de Gilgamesh es quizá el más típico ejemplo literario de la mentalidad sumero-acadia, persuadida de la validez de su propia civilización, conseguida a fuerza de duro trabajo y en agudo contraste con la primitiva existencia de las gentes que poblaron Mesopotamia. Uno de los temas capitales, manifestado ya al comienzo del Poema que nos va a ocupar, se centra en describirnos la gravitación mutua de sus dos personajes más relevantes, Gilgamesh y Enkidu, en un proceso de recíproco acercamiento entre civilización y barbarie -venían a ser sus prototipos- y que para tales personajes iba a significar una amistad indestructible. El citado proceso de acercamiento entre ambos héroes, perfectamente delineados en sus caracteres, rebasó lo ficticio para situarse en el centro mismo de un fenómeno de típica solera mesopotámica: el contraste entre “estepa” (edin en sumerio; serum en acadio) y “tierra de regadío” (gan en sumerio; eqlum en acadio) y cuya realidad evidente se manifestaba en la codicia de los pueblos nómadas circunvecinos que periódicamente se sentían impulsados a invadir las ciudades de la llanura aluvial mesopotámica. Este proceso de recíproca gravitación entre “estepa” y “tierra de regadío” está magistralmente descrito por el anónimo autor del Poema de Gilgamesh, quien supo diseñar a los dos principales personajes, tipificando los polos extremos del contraste socio-cultural que vivía Mesopotamia en sus dos primeros milenios de historia. Por un lado, Gilgamesh, rey de la gran metrópoli sumeria de Uruk (hoy Warka), al sur de Iraq, exponente de una ya espléndida civilización urbana. Por otro, Enkidu, ser de la más ruda barbarie, en cuya semblanza apenas algún que otro rasgo vagamente humano lograba aflorar entre sus componentes animalescos. II Los historiadores han significado que la luz de la civilización comenzó a brillar hará aproximadamente unos seis milenios, tras una larga noche de salvajismo paleolítico y de una plomiza claridad de sucesivos alcances neolíticos. Y esos mismos historiadores han convenido, basándose en pruebas arqueológicas, que aquella luz civilizadora se vio por primera vez en el Próximo Oriente, en Palestina, Anatolia y la llanura mesopotámica, regada esta por los ríos Éufrates y Tigris, en cuya llanura se levantaba la ciudad de Uruk, cuna de Gilgamesh, de la cual era rey. Personaje que muy pronto, a causa de su fama, sería sujeto de un ciclo de poemas sumerios que cristalizarían por escrito en el magno Poema (saga o epopeya para otros) de su nombre. La figura de aquel rey llegó a ser conocida en todo el ámbito próximo-oriental durante casi tres milenios, y su eco pudo incluso seguirse en algunos autores griegos y latinos y en no pocos episodios folklóricos medievales de diferentes países europeos. Como no podía ser menos, si el Poema de Gilgamesh fue fruto de la primera civilización de la Humanidad, si hundía sus raíces en el periodo que V. Gordon Childe llamó de la “revolución urbana”, en buena lógica esta temática -el nacimiento y auge del 2 esplendor de Uruk, la ciudad más grande del mundo en el tercer milenio precristiano- hubo de estar ampliamente contenida en él. Uruk es para el anónimo autor del Poema un centro bullicioso y cotidiano, muy diferente del resto del mundo entonces conocido. Aquella ciudad era una realidad concreta, fuera de la cual la imaginación podía volcarse sin límites, pues debía adentrarse en un universo desconocido. Por eso el poeta nos guía a través de las 2anchas calzadas y grandes plazas” de Uruk, por sus palacios y templos, por sus huertos. Y nos invita, tanto al principio como al final de su texto, a ascender a lo más alto de sus murallas y de su torre escalonada o ziqqurratu. Desde allí, podemos presenciar el panorama del mundo urbano encerrado entre sus murallas, hasta sus límites, los campos labrados y el río, el Éufrates, que se desliza perezosamente hacia el mar. El itinerario urbano a recorrer se puebla y anima con la presencia y las voces de los artesanos, de las mujeres, de los jóvenes guerreros, de los ancianos consejeros, de los sumisos esclavos. Fuera de las murallas, tras la frontera campesina, con sus pastores y agricultores, se abre el ancho mundo ajeno, hostil, bárbaro e ignorado, en una sucesión caótica de desiertos y montañas, en donde viven monstruos y semidioses, la tierra irredenta donde sólo las divinidades pueden imperar. Más allá, todavía, en una lejanía lindera con la Ultratumba está el Océano, esto es, las “Aguas de la Muerte”, anticipo del Gran Abismo (Abzu) sobre el que flota -.según la concepción sumeria del cosmos- el Universo. III El vocablo civilización es un concepto, como se sabe, de muy complejo contenido semántico, del que se han efectuado hasta un total de 161 definiciones, de acuerdo con lo que sociólogos, antropólogos y etnógrafos entienden. También se sabe que la civilización no surgió de modo súbito desde la vida salvaje y la barbarie, sino que evolucionó gradualmente, partiendo de la vida misma, de los conocimientos prácticos de las primitivas comunidades estables. Esa evolución surgió en el Próximo Oriente antiguo, amplia área geográfica en la cual la economía agropecuaria, combinada con otros factores humanos de índole espiritual y social, posibilitó la más antigua civilización que conocemos, y que queda reflejada en muchos pasajes del Poema de Gilgamesh, texto -como se verá luego- de muy variadas interpretaciones. También en Mesopotamia surgió el más tétrico subproducto de la civilización -o, si se quiere, una de sus manifestaciones negativas- la guerra, actividad que en sus más variadas formas de acción quedó recogida en numerosos textos religiosos, líricos y épicos. Por supuesto, en el Poema hay claras alusiones a este particular. Dada la temática de estas Jornadas y la imposibilidad ahora de analizar todo cuanto a civilización y barbarie aparece en el Poema que nos va a ocupar, hemos dedicado nuestra atención a analizar la serie de viajes que realizó Gilgamesh y que quedan recogidos a lo largo de sus doce Tablillas, que es el marco de su extensión literaria. Como presentación del texto decir que todo él gira en torno a la figura del indicado Gilgamesh, personaje sumerio, que vivió hacia el 2650 antes de Cristo, siendo el quinto rey de la ciudad de Uruk, según puntualiza la Lista real sumeria (WB 444), documento fundamental para el estudio de las primeras ciudades-estado sumerias. Tal ciudad fue un importante centro religioso, dedicado al padre de los dioses, An, y a su hija la diosa Inanna, convertida siglos después por los semitas en Ishtar, divinidades ambas que tienen que ver con el desarrollo del Poema, cuyo texto fue ampliamente conocido en tiempos antiguos, siendo en palabras de G. S. Kirk, el más 5 VI Para proceder a comentar el ansia de inmortalidad que invadió el espíritu de Gilgamesh es preciso efectuar un breve resumen del Poema, a fin de que quien no haya tenido ocasión de leer tal obra tenga una idea general de su argumento. El Poema destaca ante todo por la extraordinaria emoción humana que su argumento refleja. En artificiosa yuxtaposición de motivos dispersos, los valores y finezas de la amistad, el inquieto espíritu aventurero estimulado por el deseo de gloria, los aspectos pasionales más groseros del ser humano y, como remate de todo ello, la desgarradora angustia inherente a nuestra condición de mortales, van desfilando ante el lector, ofreciéndole un muestrario de las acciones y reacciones genuinamente humanas. En la primera tablilla, tras la descripción de la ciudad de Uruk, se nos presenta a Gilgamesh, figurado como un ser divino en dos de sus tercios y humano en el restante. Su actuación como rey dejaba mucho que desear, pues se comportaba en ocasiones como un verdadero déspota, por lo cual sus súbditos se quejan ante Anu, el padre de los dioses. Estos lamentos son recibidos por dicho dios, quien se dirige a la diosa Aruru, la creadora de Gilgamesh, instándola a formar un doble del rey para que le hiciera frente, metiéndole en cintura, y así alejarle de su gobierno tiránico. Haciéndole caso, Aruru, a partir de la arcilla, que amasa y moldea en la estepa, crea un ser salvaje, Enkidu, igual en fuerza a Gilgamesh, y único capaz de poner coto a las provocaciones del rey de Uruk. Este hombre salvaje, bueno por naturaleza -y estaríamos ante un prototipo del Emile de Rousseau- protegía a los animales de todo tipo de cazadores. Un incidente con uno de los cazadores será el que motive que Gilgamesh tenga noticia de aquel ser extraordinario. A fin de hacerle venir a Uruk para conocerle, a Enkidu se le enviará una hermosa hieródula, Shamkhat, de la cual se prendaría Enkidu. Tal hieródula le habló a Enkidu de Gilgamesh, y también de la existencia de ciudades, de gentes, en suma, de lo que significaba la civilización. Enkidu, tomando conciencia de su natural humano tras haber convivido con la hierdódula, y sintiéndose desplazado del ambiente animalesco en el que hasta entonces había vivido, marcha con ella a conocer a Gilgamesh. La segunda tablilla narra la adaptación de Enkidu a la civilización gracias a Shamkhat; el encuentro de ambos héroes y la subsiguiente lucha entre ambos -¿Enkidu aspiraría, quizá, a sustituir a Gilgamesh como rey?-, lucha descrita con las dimensiones casi de un cataclismo y que al parecer finaliza con la victoria de Enkidu. El feroz combate dará paso a una inquebrantable amistad -con ribetes de homosexualidad-, amistad capaz de superar cualquier contingencia. Incluso Gilgamesh ruega a su madre divina, Ninsun, a que acoja a Enkidu como hijo. La tercera tablilla recoge los pesares de Enkidu quien, aun cuando era ya una persona civilizada, añoraba el anterior estado primitivo en el que había sido tan feliz. Sin embargo, Gilgamesh le habla de importantes proyectos, entre ellos, ir a combatir al gigante Humbaba, terrible ser -ya conocido por Enkidu cuando éste andaba errante por la estepa con los animales-, ser que vomitaba fuego y que vigilaba el frondoso Bosque de los Cedros, morada exclusiva de los dioses. La siguiente tablilla, la cuarta, narra la serie de sueños que, previamente a las hazañas realizadas en el fantástico Bosque, tuvo Enkidu, sueños que le fueron interpretados de modo favorable por Gilgamesh. Tras invocar al dios Shamash, pidiéndole protección, ambos amigos se disponen a ir al encuentro del terrible gigante, recubierto siempre de flamígeras capas. 6 La quinta tablilla cuenta las peripecias del viaje y la lucha feroz contra Humbaba, su guardián -lucha descrita de modo dantesco-, a quien da muerte Enkidu. El propio Bosque, personificado y enterado de la desaparición de su guardián, comienza a exhalar lúgubres lamentos al tiempo que la muerte como espesa niebla caía sobre ellos. Los dos amigos comienzan a talar los cedros. Uno de los árboles, el más alto, será destinado por parte de Enkidu para confeccionar una puerta para el templo de Enlil en Nippur. Gilgamesh por su parte, coge la cabeza del decapitado Humbaba. En la tablilla siguiente, la sexta, Gilgamesh procede a bañarse y a vestirse con sus atavíos reales. Esta acción es observada por la diosa Ishtar, la cual queda atraída por la prestancia del rey de Uruk, a quien le propone su amor, señalándole las ventajas que de su unión recibiría Gilgamesh. Sin embargo, éste, sin dejarse impresionar por las seductoras promesas, puesto que conocía la trayectoria amatoria de la diosa del amor, la rehúsa, enumerando la serie de amantes que había tenido con anterioridad -se reseñan un dios, tres animales y dos hombres- a los cuales les había causado males sin cuento, convirtiéndolos en todo lo contrario a lo que habían sido. Encolerizada por esta insolencia y desprecio, Ishtar acude ante Anu, su padre, y le pide venganza. Exige para ello la creación de un Toro Celeste que diera muerte a Gilgamesh y a su amigo Enkidu. Enviado el Toro Celeste a la tierra, la terrible fiera da muerte a centenares de hombres de Uruk. Sin embargo, entre Enkidu y Gilgamesh, despachan a la fiera, dándole muerte. Ishtar, que ha visto este hecho, maldice a Gilgamesh, pero Enkidu, en un alarde más de terrible osadía, lanza incluso una porción de la carne del Toro, ya descuartizado, al rostro de la diosa, al tiempo que la insulta. La séptima tablilla comienza con el terrible sueño que, ya en la misma noche de los hechos, tuvo Enkidu, sueño que mostraba la realidad sacrílega de lo sucedido. Anu, conocedor de aquella acción, había decretado la muerte de ambos héroes, pero dado que Gilgamesh tenía un alto componente de divinidad en su persona -dos tercios-, sólo Enkidu, un simple humano, debía morir. En consecuencia, a Enkidu se le envía una enfermedad que debe sobrellevar penosamente durante doce días, lamentándose de haber conocido a la mujer que lo había llevado junto a Gilgamesh y que le había puesto en contacto con la civilización. La tablilla finaliza con otro sueño de Enkidu, que se encuentra entrando ya en los Infiernos, en la mansión de Irkalla, a donde de había sido llevado por un gran pájaro. La octava tablilla se dedica al lamento de Gilgamesh, que ha presenciado, impotente, la muerte de su amigo Enkidu. Ante sus cortesanos explica qué había significado para él tal amigo. En su memoria construye una estatua funeraria y ofrece libaciones a los dioses. Hay que reseñar que la versión hitita no esconde para nada las relaciones homosexuales de Gilgamesh con Enkidu. En la tablilla III hitita, tras la muerte de Enkidu, se dice que Gilgamesh, fuertemente dolorido, anduvo errante y que se dirigió a la montaña, mientras gritaba continuamente: “Cuando se mata a un hombre, la mujer se precipita fuera de la casa”. Gilgamesh, en efecto, hacía lo mismo, al tiempo que iba matando distintos tipos de fieras. La novena tablilla, continuación directa de la anterior, prosigue con el lamento de Gilgamesh ante el cadáver de Enkidu, preguntándose qué significado tenía la muerte, experiencia hasta entonces nunca conocida por él. Lleno de temor, y por instinto de conservación, intenta averiguar cómo podría esquivarla y conseguir así la inmortalidad, la Vida eterna, en suma, la Vida de los dioses. Para ello emprende un largo peregrinaje, abandonando su ciudad y trasladándose al mundo de la naturaleza, rechazando así la cultura y la civilización. Yerra por la estepa vestido de pieles, intentando conectar con un antepasado suyo, Utanapishtim, pues sabía -y así se infiere del relato- que vivía en 7 un remotísimo país inaccesible, lugar en donde lo habían situado los dioses, al concederle la Vida eterna, después de salvarle de un devastador Diluvio. Era preciso arrancarle el secreto de cómo había logrado disfrutar de aquel tipo de Vida, sin dejarse amilanar por las penalidades de un largo viaje, en medio de un ambiente totalmente desconocido. Sus pasos le llevan a la mítica montaña Mashu o Doble Montaña, lugar por donde salía y se ponía el sol. Sus guardianes, los hombres-escorpiones (aqrabu-amelu, también conocidos como girtablilu) le advierten que ningún mortal había atravesado aquellos parajes, pero reconocido divino en sus dos tercios, los misteriosos seres le permiten atravesar la montaña y recorrer el largo y tenebroso subterráneo por el que se escondía el Sol, y cuyo camino final desembocaba en un Paraíso, repleto de árboles con frutos de brillantes piedras preciosas -era el jardín de Shamash- y cuya descripción no conocemos en su totalidad por estar rota la tablilla en este punto. La décima tablilla presenta a Gilgamesh en un punto inconcreto, a orillas de las Aguas de la Muerte, entendidas como un vasto e impenetrable Océano. El héroe se halla junto a la mansión de una camarera divina, de nombre Siduri, la cual recela de Gilgamesh a la vista de cómo iba vestido. Tras contarle Gilgamesh sus peripecias y el motivo de su viaje, así como pedirle información sobre cómo hallar el camino que conducía al País de la Inmortaliadd, la camarera le aconseja que desista de aquel empeño y que aprovechase los días de vida terrena y apurase los placeres que ésta le ofrecía, dejando a un lado sus preocupaciones. He aquí lo que dice el Fragmento Meisnner (Col. III, 1-14) acerca de este asunto. “Gilgamesh, ¿por qué vagas de un lado para otro? La Vida que persigues no la encontrarás jamás. Cuando los dioses crearon la Humanidad, asignaron la muerte para esa Humanidad, pero ellos retuvieron entre sus manos la Vida. En cuanto a ti, Gilgamesh, llena tu vientre, vive alegre día y noche, que tus vestidos sean inmaculados, lávate la cabeza, báñate, atiende al niño que te tome de la mano, deleita a tu mujer, abrazada contra ti. ¡Tal es el destino de la Humanidad!” Estamos, pues, ante el famoso carpe diem, cantado muchísimos siglos después por Horacio en una de sus famosas Odas. Sin embargo, ante la insistencia de Gilgamesh, Siduri le indica que se entrevistase con un tal Urshanabi, el barquero de Utanapishtim, la única persona capaz de guiarle a través de las Aguas de la Muerte. Hay que remarcar que este Utanapishtim era una de las pocas personas a la que los dioses le habían concedido la Inmortalidad al salvarle de un pavoroso Diluvio, con el que los Grandes dioses habían castigado tiempo atrás a la Humanidad. A esta temática, el Diluvio Universal, se dedica la totalidad de la tablilla undécima, así como a una una serie de pruebas a que le somete Utanapishtim a Gilgamesh para demostrarle que no podía alcanzar la Vida Eterna. No obstante, a instancias de la esposa de Utanapishtim -que también se había salvado del Diluvio- el Noé mesopotámico revela a Gilgamesh la existencia de una planta milagrosa, que proporcionaba la eterna juventud -no la inmortalidad- y que se hallaba en el fondo del mar. Gilgamesh, deseoso de hacerse con aquel gran regalo, (la planta era conocida como 10 barbarie y la civilización. Rodeado de animales del campo, que consideraba su compañía connatural, los míseros productos de la estepa le servían como sustento, mientras su propia pelambrera lo resguardaba, como a las fieras, de los rigores de la intemperie. Aunque su contextura hace de él una criatura humana, ya que desde su origen había sido pergeñado como un “doble” de Gilgamesh, Enkidu es un ser irracional, incapaz de identificar dentro de sí la voz de la especie que lo apartara de los animales. Al no conocer gentes ni países la figura de Enkidu se ofrece como el último residuo de un pasado tenebroso y remoto, en que los hombres pacían la hierba con su boca, bebían el agua de las charcas y hasta caminaban a cuatro patas. Sin embargo, un episodio, casual para él, pero minuciosamente premeditado por quienes lo habían urdido, abre en su alma horizontes insospechados hasta entonces, obligándole a dar un viraje totalmente nuevo a su existencia. Será el trato sexual con la hieródula el que le haga tomar conciencia de su condición humana. De aquí arranca en el Poema una verdadera reacción en cadena de fenómenos humanos que finalizan con la incorporación de Enkidu a la vida civilizada de Uruk y en la amistad con Gilgamesh. A la larga, sin embargo, se producirá una inversión de papeles: Gilgamesh, ante la muerte de Enkidu, se trasladará al mundo de la naturaleza, a la estepa, rechazando por entero, y en principio, la civilización. Gracias a los encantos de la hieródula, Enkidu olvidó dónde había nacido; asimismo, experimentó cambios físicos, pues su cuerpo se fue entumeciendo y sus rodillas se agarrotaron. En suma, ya no era como antes, según dice el texto. Su pasado animalesco va desapareciendo y nacen en él otras potencias, entre ellas, el despertar de su inteligencia. Una de las frases más importantes de todo el pasaje es la que le dirige la hieródula a Enkidu tras mantener trato sexual con él: “Tú, Enkidu, eres sabio, eres como un dios”. ¿Qué quiere decir esto? ¿De qué ciencia se habla? ¿Por qué esa divinización a causa de unas relaciones fisicas? Sin lugar a dudas, esa ciencia, esa sabiduría de Enkidu era prolongación y secuela de las relaciones de ambos personajes, que en lenguaje figurado, presente en otros muchos textos orientales, equivalían a “conocimiento”. Para la psicología oriental antigua la experiencia sexual era reputada como un verdadero saber. Respecto a su divinización, a ese “eres como un dios”, debe entenderse como resultado de unas relaciones peculiares, que los mesopotámicos conectaron con la idea de fertilidad y con la diosa Ishtar. El texto del Poema nos sitúa en un mundo en donde las actividades relacionadas con el sexo, por el hecho de ser posibles creadoras de vida, eran valoradas como factores de estricta categoría divina. En aquel mundo mesopotámico, tan alejado del nuestro en el tiempo y en la mentalidad, era natural, según señaló W. Von Soden, que se honrase y venerase el incomprensible misterio que hacía derivar una nueva vida de la unión de dos seres. Un modo práctico de honrarlo por parte de la mujer sería sacrificar su propia pureza como obsequio de carácter cultual a ese principio divino que gobierna la naturaleza. Esa prostitución, inspirada en motivos religiosos, se veía invadida por influencias de índole utilitaria, preocupadas por asegurar la fertilidad de todos los seres vivientes, y se encargaba a mujeres profesionales, que pasaban así al servicio de los templos. La virtualidad que tenían las relaciones sexuales de estimular la fertilidad hicieron que se las valorara como fuerzas divinas. En consecuencia, el ser humano que lograse utilizarlas, al aproximarse a la fuente divina, de donde dimanaban, se elevaba a la categoría de un dios. Este sería el nexo existente entre el trato sexual de Enkidu con la 11 hieródula Shamkhat y su divinización. Ese era también el nexo de la hierogamia, en cuyo transcurso se deificaba al rey, rito del que tenemos abundante documentación. VIII Volviendo a nuestro relato, la hieródula tras su relación de varios días con Enkidu, consideró que ya era el momento adecuado para inculcarle en su ánimo la nostalgia de otro género de vida más acorde con su nueva conciencia humana. Se imponía el traslado de Enkidu a un medio ambiente habitado por seres humanos, donde los problemas de la vida eran resueltos al modo de los hombres. Ante las palabras de Shmakhat, Enkidu decidió marchar a Uruk, donde habitaba Gilgamesh. No hay que decir que para una mentalidad mesopotámica no existía una vida más digna de un hombre que la civilizada, y ésta sólo podía surgir sobre una base económica agropecuaria y un contenido social artesano-urbano. En esto consistía, principalmente, el orgullo de aquellos sumerios y acadios. Y su rica vida urbana era una provocación constante para la envidia de sus codiciosos vecinos, los nómadas semisalvajes. Vemos, pues, que Enkidu ha sido promocionado de una vida bárbara a una vida civilizada, que ha ido dejando paulatinamente su irracionalidad animalesca por todo aquello que a los ojos de los mesopotámicos constituía el decoro de la vida humana, en suma, de la civilización: pan, vestidos, bebida fermentada, relaciones sexuales, convivencia con otras personas, cultos religiosos, aceptación de un orden social. Tenemos ya a Enkidu en Uruk. Y es en aquel medio urbano donde la relación Enkidu-Gilgamesh llegará a su identificación más cabal. En un momento determinado Gilgamesh concibe una serie de proyectos destinados a ganar inmensa gloria y hacer inmortal su nombre y el de su amigo. Logra convencer a Enkidu y así ambos héroes se aprestan a efectuar un largo y peligroso viaje, que contendrá -como todos los viajes heroicos- el sentido de la derrota del Mal, encarnado en el monstruo Humbaba, terrible dragón, según se dijo, al que sólo se le podría hacer frente gracias a poderes mágicos o a la protección de los dioses. Todos estos requisitos se dan en el episodio del Bosque de los Cedros, verdadera pieza maestra de “violencia sagrada”. Dicha aventura equivalía explícitamente al intento de apoderarse de la inmortalidad. El Bosque era el País de la Vida, la tierra de los dioses inmortales, su escondida morada, plena de símbolos riquísimos para la mentalidad primitiva. Este episodio es causa más o menos directa de otro: el del Toro Celeste, figura divina que al ser derrotada por Gilgamesh y Enkidu, acarreará la muerte de éste último, muerte decretada por los dioses. Sueños nada halagüeños, enfermedad, angustia se abatirán sobre Enkidu, habida cuenta su naturaleza humana. Gilgamesh llega a considerar también la eventualidad de que él desaparezca igualmente. Pero, ¿cómo podía temer a la muerte un ser prácticamente semidivino como Gilgamesh? ¿No era la inmortalidad una característica esencial de la divinidad? Si y no, según los mitos que han llegado. Se conocen asesinatos de dioses (We, Tiamat, Qingu, Lil) e incluso deidades “habitando” a la fuerza en el Infierno, lugar entendido en Mesopotamia bajo el sentido latino de infernum, esto es, el inframundo o morada de los muertos (sus espíritus eran llamados gidim en sumerio y etemmu en acadio), sin especial connotación de castigo. En aquella morada (Kur), bien es verdad que sombría, polvorienta y silenciosa, se hallaban, entre otros dioses, Nergal, el esposo de Ereshkigal, Dumuzi y Geshtinanna, dioses para quienes la muerte era algo terrible, temiéndola también como si ellos fueran un ser humano más. Gilgamesh había experimentado una 12 verdadera obsesión por la muerte, no acababa de explicarse por qué iba a convertirse en barro, al igual que le había ocurrido a su amigo Enkidu. De hecho, ambos amigos habían cometido tres delitos capitales: haber matado a Humbaba, talado árboles del Bosque sagrado y haber dado muerte al Toro Celeste. Los dioses exigían reparación. Por eso castigan al más débil de los amigos, a Enkidu. Gilgamesh se niega a aceptar la realidad de la muerte de su amigo de la que es asombrado espectador. Después de los ritos funerarios tributados a su amigo y de la erección de una estatua en su memoria, el rey de Uruk comienza a comportarse fuera de todo lo normal. Él, Gilgamesh, personificación por así decirlo, de la vida civilizada, rechaza ahora su mundo -impresionado por la muerte de Enkidu- y se dedica a vagar como un animal por desiertos y montañas, yendo vestido con pieles de animales. No es fácil averiguar por qué Gilgamesh recurrió a la estepa, al desierto. Al parecer no podemos ver en su actuación una forma de duelo exagerado, sentida por su amigo Enkidu. Quizá fuese la propia preocupación por su muerte -sabía que tenía en su ser un tercio de humano- lo que le llevó a rechazar su mundo y cuanto pertenecía a su cultura por haber visto en ella la muerte misma. Así como Enkidu culpaba a su culturización como la causa inevitable de su desgracia -que le expone dolidamente al dios de la justicia Shamash- así Gilgamesh rechaza la realidad de la muerte, buscando en el mundo de la naturaleza la libertad, la ausencia de trabas, la ausencia de la corrupción de la materia. El poeta se atrevió a describir, si bien parco en palabras, una alucinante escenografía recorrida por Gilgamesh en busca de la inmortalidad, cuyo secreto conocía, sin embargo, uno de sus antepasados. El héroe, hambriento, soportando fríos y calores, vestido con harapos de pieles, cazando fieras, evitando peligros, viajará hacia el oeste en búsqueda de su antepasado, Utanapishtim, atravesando una geografía fantástica a la que todo lo humano le es ajeno. Su odisea terrestre lo lleva hasta el Océano, junto a las Aguas de la Muerte, detrás de las cuales espera hallar la luz que ahuyente de modo definitivo las tinieblas, y sobre todo su angustia, que siente clavada en su estómago. Una mitología de pesadilla reemplaza a toda la realidad conocida. De acuerdo con ella, el rey sumerio debe trasponer el límite geográfico que ningún mortal alcanzó jamás, las montañas gemelas del sol, esto es, las montañas Mashu, principio y fin del mundo, lugar custodiado por los monstruosos aqrabu-amelu u hombres-escorpión, hijos del Caos. Gilgamesh llega, por fin, con la ayuda de un barquero -con quien se había peleado previamente- a Dilmún, mítico Paraíso en donde habitaba Utanapishtim, disfrutando de una Vida sin fin, concedida como recompensa de haber sobrevivido al Diluvio Universal y así haber salvado a la especie humana. De su boca oye el viajero el relato de aquella gran catástrofe que aniquiló la vida sobre el planeta y de tal personaje aprende la exacta dimensión del hombre civilizado y el significado definitivo de su existencia, existencia que ha sido incapaz de superar unas pruebas iniciáticas -no dormir durante siete días y siete noches- que le evidencian su pequeñez. De las pruebas que debe efectuar se extraen conclusiones interesantes de tipo psicológico y moral. El héroe, al fracasar, está dejando entrever que las posibilidades del hombre con respecto a temas vitales tienen siempre límites. Que la condición humana es siempre dramática, pues está definida por la inexorabilidad de la muerte. Sin embargo, un resquicio de esperanza quedaba abierto para los lectores mesopotámicos del Poema. Si hay unas pruebas iniciáticas para lograr alcanzar la inmortalidad ¿se debería concluir que determinados seres la podrían alcanzar sin ayuda divina? El ejemplo de Utanapishtim, aunque con la ayuda de los dioses, era un posible punto de referencia y tal vez de esperanza.
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