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Poetas Españoles: Federico García Lorca y Rafael Alberti, Apuntes de Poesía

Literatura Española del Siglo XXPoética de Rafael AlbertiPoética de Federico García Lorca

Una comparativa entre las vidas y obras de dos famosos poetas españoles nacidos en Andalucía: Federico García Lorca y Rafael Alberti. El texto explora cómo la poesía de ambos poetas refleja su conexión con su región natal y cómo sus obras responden a temas serios e internos. Además, se analiza cómo la poesía de García Lorca y Alberti ha influido en la literatura española y cómo sus obras han sido interpretadas por críticos y académicos.

Qué aprenderás

  • ¿Cómo se relacionan las vidas de Federico García Lorca y Rafael Alberti?
  • ¿Qué temas abordan las obras de Federico García Lorca y Rafael Alberti?
  • ¿Cómo ha influido la poesía de Federico García Lorca y Rafael Alberti en la literatura española?
  • ¿Cómo se refleja la conexión de Federico García Lorca y Rafael Alberti con su región natal en su poesía?
  • ¿Cómo han sido interpretadas las obras de Federico García Lorca y Rafael Alberti por críticos y académicos?

Tipo: Apuntes

2021/2022

Subido el 10/10/2022

gabriel_garcia
gabriel_garcia 🇪🇸

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¡Descarga Poetas Españoles: Federico García Lorca y Rafael Alberti y más Apuntes en PDF de Poesía solo en Docsity! Roque Esteban Scarpa POETAS ESPAÑOLES Federico García Lorca Rafael Alberti Santiago 1935 R o q u e E s t e b a n S c a r p a DOS POETAS ESPAÑOLES F e d e r i c o G a r c í a L o r c a R a f a e l Albert i IMPRENTA W. GNADT A v . PORTUGAL 8 19 3 5 5 FEDERICO GARCÍA L O R C A "¡Que raro que me llame Federico!" García Lorca. Granada. Ante todo, Granada, como Beatrice lejana y cerca del Dante. Es querer huir aherrojado, el pretender aban- donar a Granada para hablar de García Lorca. Yo no sé de Granada, no he estado en sus calles, ni he sentido temblar sus cipreses altos. Pero he conjurado a voces amigas que me respondan: "No olvidemos el paisaje: morado, de tristeza leve, fina: luz difusa, luz huidora como los arabescos y las fuentes. Granada puede ser una invitación a la nostalgia, para los Boabdües de todos los obligados renunciamientos". "Cuando la tarde se puso morada, con luz difusa, pasó un joven que llevaba rosas y mirtos de luna". (Arbolé, arbolé). Granada es la voz que manda en García Lorca: el exci- tante de una rosa arrojada por mano de dama para el he- roísmo de su caballero. García Lorca, Caballero de Doña Granada. Bajo su sol ha quedado inquieta la sombra del es- critor en Fuenle Vaquera y la Vega de Zujaira, nombres casi de leyenda. 6 El sortilegio que hizo llorar a aquel Boabdil el Chico, ante su pérdida, ¿acaso no obligó a la loca reina Doña Juana, cristiana mujer, a venir a reposar el sueño de sus desventuras, en un sarcófago de hierro, sobre esta tierra, porque ella " . . . vino de la tierra dorada de Castilla a dormir entre nieves y ciprerales castos". El poeta conoce que la predestinación alcanzaba a la rei- na loca: "Granada era tu lecho de muerte Doña Juana, la de las torres viejas y del jardín callado, la de la yedra muerta sobre los muros rojos, la de la niebla azul y el arrayán romántico". (Elegía a Doña Juana la Loca) Doña Juana y Boabdil. Cristianos y moros. La esencia del aroma de Granada está en la suave mezcla de ambas ra- zas. Los ríos violentos de otras edades se han aplacado y hoy corre uno solo, apacible. N o hay ya ocasión de moriscos que digan en sus romances: "Católicos caballeros, los que estáis sobre Granada, y encima del lado izquierdo os ponéis la cruz de grana. . . w que ni' de aquel don Ramiro el Monje que "Ansí entrara en la batalla, muchos moros muertos h a b í a . . . " Todo ha quedado sellado en el tiempo. Las aguas de la tradición bullen en el alma y en los ojos con resabios de morería y cristiandad. Aquel loado Ganivet en su "Granada l j Bella", señala como uno de los caracteres de ese pueblo la 7 devoción al agua; otro el amor al pan. Abluciones islamitas que han dejado huella. N o recordáis, por ventura, aquellas inscripciones en una fuente de un jardín del Alcázar, que di- cen, si mal no recuerdo: "Yo soy un globo de agua que se muestra a los ojos de los hombres puro y sin velo". Este amor al agua en un moro. En un español, dice como en Juan Ramón, el andaluz de Moguer: "Recuerdo cuando era niño, las noches largas de lluvia, en que me desvelaba el rumor so- llozante del agua redonda que caía, de la azotea, en el aljibe. Luego, a la mañana, íbamos locos, a ver hasta dónde había llegado el agua. Cuando estaba hasta la boca, como está hoy, ¡qué asombro, qué gritos, qué admiración! ¿No podría verse en el amor al pan una cristiana trans- posición del Sacramento? El mismo Juan Ramón, recoge en su "Platero y yo", el ansia del pan: "El alma de Moguer es el pan" . "A mediodía, cuando el sol quema más, el pueblo entero empieza a humear y a oler a pino y pan calientito. A todo el pueblo se le abre la boca. Es como una gran boca que come un gran pan. . " " Y los niños pobres llaman, al pun- to, a las campanillas de las cancelas o a los picaportes de los portones y lloran largamente hacia adentro: ¡Un poquíiíto de p a a a n ! . . . " Cantaría en el remanso andaluz, en estos siglos, una sola voz, hija de estas razas. Federico García Lorca, hi jo de la tierra, no podría sus- traerse a su propia entraña y vocea su devoción al agua: " Y la canción del agua es una cosa eterna. Es la savia entrañable que madura los campos, 10 Está atado a la vida de sus muertos. El mismo lo ha dicho: "Tiene recias cadenas mi recuerdo", un recuerdo que salta como un surtidor que ha llenado de arco iris todos los siglos de ,sol. No se agota a Andalucía con mentar su hondo amor ai pan y al agua; siempre queda en el alambique et hervor de reacciones que no atinamos a expresar. De vuelta de Estados Unidos, una tarde, habló García Lorca que "Granada huele a misterio, a cosa que no puede ser y sin embargo es". Esta duda, oscilación entre no ser y ser que tiene su ciudad, asalta con cuchillo de lirio helado como uno de sus gitanos, a García Lorca: " ¿ Y si la muerte es la muerte qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas tudas de las piedras! Hoy siento en mi corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena". (Canción o toñal ) . En otro poema, ansia preguntarle a la luna, como si fuera tina margarita: 11 "¡Si mis dedos pudieran deshojar a la luna! (Si mis manos pudieran deshojar) En el "Libro de poemas", su primer libro, el poeta lle- ga a identificarse con su tierra, de tal manera, que parece que su alma se mirara en un espejo. La delicada leyenda de Oscar Wilde sobre Narciso, recuerda a esta época de adolescencia de su poesía: el alma de García Lorca se vé bella en el alma de Granada y el alma de su tierra no hace sino complacerse en García Lorca. El mismo tema de Narciso preocupa al poeta que, clarividente, dice en "Canciones": " . . y en la rosa estoy yo mismo. Cuando se perdió en el agua, comprendí. Pero no explico". (Narciso). Son poemas melancólicos, algo juanranmonianos, escri- tos en campos andaluces, de tristeza leve y luz difusa; allí siente, en el corazón, un vago temblor de estrellas, el poeta. Conoce la inquietud en la paz de lo conocido; no es la pér- dida de ruta, el quebrar la brújula, sino el ansia de salir pa- ra volver más amoroso. Sale García Lorca de su Fuente Va- quera. Va hacia Castilla. Azorín tiene en "Los Pueblos" una visión de contraste bien expresiva; Martínez Ruiz se ale- gra de no estar "en las estepas yermas, grises, bermejas, gual- das, del interior de España. Ya el cielo no se extiende sobre nosotros uniforme, de un añil intenso, desesperante; ya las lejanías no irradian inaccesibles, abrumadoras". En cambio aquí en Andalucía: "una luz sutil, opaca, cae sobre el cam- po; el horizonte es de un color violeta nacarado; cierra la 12 vista una neblina tenue. Y sobre este fondo difuso, dulce, sedante, destacan las casas blancas del poblado". El primer poema fechado en Madrid—son poeos en su primer l ibro— clava su desesperanza, ausculta el vuelo de las aves que van hacia el sur para reencontrar su camino, que ha perdido en la Corte. Y dice. "La sombra de mi alma huye por un ocaso de alfabetos, niebla de libros y palabras. iLa sombra de mi alma! y sorprendido de esta bruma de libros, en una ciudad extra- ña, se pregunta: "Ruiseñor mío. ¡Ruiseñor! ¿Aún cantas? (La sombra de mi alma) No se puede ser de una región viva impunemente. Co- mo el padre de Melibea dice del amor, podemos decir los que amamos la tierra que nos dió su fuerza: "Herida fué de ti mi juventud; por medio de tus brasas pasé. . . " Esta consubstanciación con el alma de su región denota que la poesía de García Lorca responde a algo serio e interno. Al simplificarse el estilo, al adquirir el poema una esquema- tización en la forma, siempre el movimiento anímico que lo produce se mantiene nerviosamente inalterable. Mas, no vaya a creerse, que al reconocer la fuerza de su pueblo dentro de él, neguemor, a García Lorca. N o ; es como aquellos caudillos que emergen de la necesidad, del ansia de toda una multitud. 15 Cantar que vaya al alma de las cosas y alma de los vientos y que descanse al fin en la alegría del corazón eterno" . (Cantos nuevos). Siente el ansia de alcanzar ese final. Lo recaiga en otro canto: "Sed de cantares nuevos sin lunas y sin lirios y sin amores muertos." Pero va por otro sendero sin aquella virginalidad de tristezas y de angustias: no puede olvidar que es genuina- mente andaluz y un algo juglar. (Quien le ha oído narra maravillas de su manera de recitar sus propios poemas) . 1nfantilidad.—Es casi una adolescencia de aquellas lle- nas de alegrías y tristezas sin motivo, la que muestra su faz en la obra del poeta. No olvida G. Lorca que ha sido niño, y en ocasiones llora el haber olvidado aquel juguet? llamado niñez, quizá que tarde. Cuando recuerda — el recuerdo nace siempre en la hora esperada y oportuna—Federico deja oir su voz de niño o de muchacho qué triza el vidrio de clari- dad con su sapiencia nueva de pecado. La pobrecilla viudita del Conde Laurel es interrogada, sin que el poeta logre arran- carle el secreto de !a ingenuidad, perfecto juramento que han hecho todos los niños de no revelarlo y que es como el san- to y seña de sociedad oculta jamás traicionada. "Sobre caballitos disfrazados de panteras los niños se comen la luna como si fuera una cereza. 16 ¡Rabia, rabia, Marco Polo! Sobre una fantástica rueda, los niños ven lontananzas desconocidas de la tierra. ( T í o vivo) . "—¿Por qué llevas un manto negro de müerte? — A y , yo soy la viudita triste y sin bienes! del conde del Laurel de los Laureles. — ¿ A quién buscas aquí si a nadie quieres? —-Busco el cuerpo del conde de los Laureles. — ¿ T ú buscas el amor viudita aleve? T ú buscas un amor que ojalá encuentres. —Estrcllita" del ciclo son mis quereres, ¿dónde hallaré mi amante que vive y muere? •—Está muerto en el agua, niña de nieve, cubierto de nostalgias y de dave'les. — ¡ A y ! caballero errante de los cipreses, una noche de luna mi alma te ofrece. (Balada de un día de Julio) . 17 Los verdes lagartos filósofos y sufrientes: "En la agostada senda he visto al buen lagarto (gota de cocodrilo) meditando, con su verde levita de abate del diablo su talante correcto y su cuello planchado, tiene un aire muy triste de viejo catedrático, de artista fracasado ¡Esos ojos marchitos cómo miran la tarde desmayada!" (El lagarto viejo) "El lagarto está l lorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, ay, su anillito plomado! U n cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso. ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos] 20 que le ha dejado Federico García Lorca. Voces populares de coplas apenas retozan en los versos del juglar: "Sólo por tus ojos sufro yo este mal, tristezas de antaño y las que vendrán". (Tarde ) . " ¡Ay, qué trabajo me cuesta quererte como te quiero! Usa lo típico para adentrarse en su alma. Bien ha dicho un prestigioso crítico que "lo pintoresco le sirve de guía para explorar pecho adentro el alma gitana". Lo" popular es el residuo del lento quemarse de las razas. Lo popular, hi jo de lo individual, pero dócil alumno de la multitud que lo moldea según su sentir; piérdese el padre, pero todas las bocas al decir sus palabras crean con su aliento su sen- tido. Otras veces el poeta no hace sino aclarar lo turbio ya en la multitud. Quizás sea el caso de García Lorca, él, por ahí, en el mismo poema en que se asusta de su extraño nombre de Federico, nos dice: "Llegan mis cosas esenciales. Son estribillos de estribillos". (De otro modo) . Lo popular es la sabiduría ingenua o clarividente que dejan a su paso las generaciones. En Andalucía^ donde han dejado alzados en monumentos su saber los árabes andaluces, las voces de esos muertos alcanzan a flotar entre el sonido del habla de este nuevo poeta andaluz. En la célebre casida de Abenamar, en elogio de Almotamíd se lee: "El jardín—don- 21 de el río parece una mano blanca extendida sobre una túnica verde. . . " ; y en aquella otra de este Almotamid loado: " Jun to a un recodo del río, pasé la noche en compañía de una doncella, cuyos brazaletes semejaban las curvas de la co- rriente". En el segundo "Nocturno de la ventana", el poeta, siente la identidad del brazo y la mano agitando sus pulse- ras: " U n brazo de la noche entra por mi ventana. Un gran brazo moreno con pulseras de agua". N o olvidemos lampoco de señalar junto a lo popular, la ironía, fuerza del labio del pueblo. Dramatismo. Si como señalamos, la tendencia a lo dra- mático estaba, en el primer libro, situada dentro de la me- lancolía contemplativa de introspección, llega, en los otros, a salvarse de su ensimismamiento para hundirse en la genuina alma gitana, y aún en la tristeza negra que encontró en Nor- te América. La resignada tristeza gitana le hizo comprender la melancolía de paraíso perdido que tiembla en los negros. Este dramatismo que golpea al cielo sin perder la ino- cencia de su lirismo, señala su potencia especialmente en el Romancero Gitano y en su último poema "Llanto a la muer- te de Ignacio Sánchez Me jía". Es seguramente en el Roman- cero y Llanto, donde su fino temperamento, arqueándose co- mo una hoja de espada a la luz del sol y luna, da los más bellos reflejos. En un estudio publicado en !a fenecida revista uruguaya "La Pluma", José Mora Guarnido, nos dice que en G. Lorca se hallan los terrores y las angustias infinitas del pue- 22 blo que ha comprendido su limitación y su impotencia, la pena gitana, la dramática resignación moruna, el desplante heroico del contrabandista valiente, la sombría y silenciosa mirada ante las cosas y un panteísmo de espíritu refinado que regresa á la credulidad después de haber visto confirma- da su última duda y el fasto de las leyendas orientales y el grito largo, tremendo, el " A y " alto y ondulante en el viento de la seguiriya, de la serrano o de la saeta. . . esos gritos de voces quebradas por un dolor de generaciones y las dulzuras de los crepúsculos en aquellos valles silenciosos donde las cosas tienen una singular expresión de vitalidad resignada y consciente. Es el poeta que ha comprendido mejor el alma de Andalucía y que mejor ha sabido, por lo tanto, cantarla". Diez.—Cañedo, recalca, también que lo dramático es el secreto de su lírica . Por sobre todo este dramatismo, esta queja larga, la lu- na. La luna negra y blanca, espectro y fantasma, mira sin palabras: "Luna sobre el agua. Luna bajo el viento" . (Nocturno en la ventana) "En la luna negra de los bandoleros cantan las espuelas. En la luna negra sangraba el costado de Sierra Morena" . ('Canción de jinete 1860) 25 "Al estanque se le ha muerto hoy, una niña de agua. Está fuera del estanque sobre el suelo amortajada. De la cabeza a sus muslos un pez la cruza llamándola. Ei viento le dice: " N i ñ a " más no puede despertarla". (Nocturno en la ventana 4 ) . La muerte en este poeta andaluz no es aquella angustia que en Rosalía de Castro nace de "unha sede d-un non sei qué, que me mata", sino la plena conciencia de la brevedad de la vi- da, resignación de perderla, esperándola en cualquier serranía o redondel: "Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba. La muerte me está mirando desde las torres de Córdoba. ¡Ay qué camino tan largo! !Ay qué la muerte me espera, ¡Ay mi jaca valerosa! antes de llegar a Córdoba! Córdoba. Lejana y sola. Así como se verá en el "Llanto a Sánchez Mejía", la muerte sólo viene cuando todo está alerta esperándola. Otea el mundo su paso, mudo la oye y espera: 26 "El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían bronce y sueño, los gitanos, las cabezas levantadas y los ojos entornados". (Romance de la luna luna) . Majeza de hacer brava la vida sabiendo que va a per- derse. Guerra santa de delirio contra la muerte ambiente; re- signada guerra a que empuja el corazón y el ansia de sentirse viril; lucha de guerra santa musulmana, con paraíso cristiano; arraigada creencia de que la virgen enviará ángeles para hacer de la muerte gloria, como ellos han hecho de su gloria, muerte. Pero en medio de este collar de muerte gitana, hay tam- bién gitanillas de viejos nombres, temerosas gacelas que hu- yen del viento cual si fuera un hombre que las abrazara. La aventura de Preciosa la gitana, que viene tocando por la sierra, un pandero, luna de pergamino con sonido de plata y hie- rro, tiene su romance: "Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse. El viento hombrón la persigue con una espada caliente. Frunce su rumor el mar. Los olivos palidecen. Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. 27 '.Preciosa, corre, Preciosa, que te coge el viento verde! ¡Preciosa, corre, Preciosa! Míralo por donde viene, sátiro de estrellas bajas con su lengua reluciente. Preciosa llena de miedo entra.en la casa que tiene más arriba de los pinos, el cónsul de los ingleses. Asustados por los gritos, tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. Y mientras cuenta llorando su aventura aquella gente, en las tejas de pizarra el viento furioso muerde". LA PASION A N D A L U Z A . - f - L a fuerza dramática de G. Lorca está en la pasión de su pueblo—^claro está, que él, es en su interior, la pasión de su pueblo, intelectualizada. Pa- sión andaluza tocada del lirismo del poeta, de un lirismo de hielo brillante, frío, que se enciende con el dolor dramático de algunos gritos y escenas, sin llegar en el Poema del Canto Jondo a la potencia con que se yergue en el Romancero. El Poema del Cante Jondo es de aquella época primera del poeta, en la que, en compañía de Manuel de Falla el gran- 3(3 Hay tantas cosas lejanas por las que llorar én iliedio de nuestras alegrías. Tenemos como la guitarra el "Corazón malherido por cinco espadas" . Es ya .la sierra que resuena en sus maderas, que- jándose . Jun to a la voz que solloza con la guitarra está el baile con su simbolismo dramático, no olvidemos aquellas danzas asiáticas de aplacamiento a los dioses o de recuerdo de guerra; la voz del baile, voz seca, delicada o ronca, son las castañuelas. García Lorca las canta sencillo.mente: "Crótalo. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro. En la araña de la mano rizas el aire cálido, y te ahogas en tu trino de palo. Crótalo. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro". Pero esta pasión exige amén de objetos que la simboli- cen, el alma que sufra, el alma que traduzca los dolores que tienen más o menos hondo todos los hombres. Miremos un apunte del Niño de Jerez, tronco de Faraón, como le dice el poeta al dedicarle sus viñetas andaluzas: está con la boca 31 entreabierta y Jos ojos lejanos, ya en un terrible instante de agonía. Un cantor, Silverio, solía decir: "Templarme y ponerme a sufrir era todo uno y eso le pasa a todos los güenos cantao- res. El cantaor sin sufrimiento es una guitarra sin cordaje; hace ruido pero no suena Las gentes creen por lo regular, que los ayes y queos, son presumidos adornos, agilidades; flo- reos como los de las tiples ligeras, mentira, ion gemidos, y por eso, según lo que sufre cada cantaor, estruja y moldea la copla para darle la forma de su queja y el sabor de sus lá- grimas . El Chato de Jerez, cuando cantaba solo, lloraba. Conchita la Peñaranda, muchas veces al descender del tablao sufría unas arfancás de llanto que partían el alma. Los can- taores de seguiriyas, particularmente, por las dificultades bo- cales que este canto ofrece y el derroche de dolor que en él se hace, concluyen con la laringe destrozá y los tímpanos ro- tos o el corasón o los pulmones deshechos. Yo mismo lle- vo acá, aseguraba, poniéndose el índice sobre el corazón, una estocaiya jonda y atravesá de esas que no perdonan. Y es que nosotros no somos máquinas al emitir sonidos, sino cria- turas que sufrimos y que por no llorar, cantamos nuestras pe- na . Cuando Anilla la de Ronda, pasaba fatigas por el hombre que la había abandonao y cantaba aquello de: " Y o no siento que te vayas, lo que siento es que te lleves la sangre de mis entrañas" . El público que estaba en antecedentes venía al café no a oírla cantar, sino a oírla sufrir" . Silverio Franconetti, que hablaba así de su arte, tiene un retrato hecho por el pincel-pluma de García Lorca: "Entre italiano y flamenco, ¿Cómo cantaría aquel Silverio? La densa miel de Italia con el limón nuestro, iba en el hondo llanto del siguiriyero. Su grito fué terrible. Los viejos dicen que se erizaban los cabellos, y se abría el azogue de los espejos. Pasaba por los tonos sin romperlos. Y fué un creador y un jardinero. U n creador de glorietas para el silencio. Ahora su melodía duerme con los ecos. Definitiva y pura, ¡con los últimos ecos!" (Retrato de Silverio Franconetti) . bien oigamos a aquella Parrala que "sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación con la muerte, 3 5 R O M A N C E R O G I T A N O . — Obra capital esta de G . Lorca. Aquel dramatismo que ponía en el Cante Jon- do del pueblo, está ahora en la narración de hechos de esa mis- ma casta popular. No son ya quejidos, sino hombres san- grando, como en aquella reyerta en que las navajas de Alba- cete relucían como peces; historias de casadas infieles que en- gañan a sus amantes: " Y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela pero tenía marido"; tres santos para tres lugares: un San Miguel para Gra- nada, para Córdoba el San Rafael, y ese San Gabriel al que regalaron los gitanos un traje, para Sevilla; emplazados a quienes dicen: "El veinticinco de Junio le dijeron al Amargo: Ya puedes cortar si gustas las adelfas de tu patio. Pinta una cruz en la puerta y pon tu nombre debajo, porque cicutas y ortigas nacerán en tu costado, y agujas de cal mojadas te morderán los zapatos, Porque dentro de dos meses yacerás amortajado". Episodios de vida que no dejan de mostrar el oculto te- mor que se tiene al misterio. Episodios de gitanería de ojos oscuros y color moreno de verde luna^t junto a estos hombres gitanos andan despacio y garboso, como Antoñito el Cambo- río, los toreros. 36 Bien dejé para el final estas vidas de gloria y sangre; existencia para la muerte y las heridas y las glorias de amor, donde cada acto es dramático porque camina hacia el ángulo que mata. Glorias como aquella que dejó según las historias, la se- ñora y duquesa de Osuna al bajar, ante una multitud callada, a cerrar la herida y restañar la sangre de un torerillo caído. El torero simboliza dentro de un país la vuelta hacia el combate primitivo, donde la astucia primaba hermanada con la fuerza del brazo; simboliza además de esa heroicidad y valentía, la fuerza; y quien dice la fuerza admite una co- rrelación de virilidad. Virilidad que bien puede ser, en otro campo, anti-virilidad Don Juanesca . En este punto es necesario aclarar un hecho: Giménez Caballero, en un ensayo llama a los toros "viejo símbolo indo europeo de la fuerza erótica, adorado por tanta raza morena". ¿No podría verse en la lidia de toros, sin apurar demasiado I3 imaginación, el eterno combate de don Juan y don Luis? ¿No será acaso el viejo símbolo de la fuerza erótica-^—toro— defendiendo su gloria ele macho entre los suyos y el viejo símbolo de la fuerza erótica humana—torero—defendiendo su gloria venidera y sus corazones por conquistar, un mismo río cortado en dos brazos? Don Juan de nacimiento, don Luis por indiferenciación. La corrida, lucha a muerte, equivaldría al recuento en la hostería, de las hazañas. Dejo sólo esbozado este punto. Quien crea que es única- mente alucinación o un juguete que nada lleva dentro, déjelo; quien imaginativamente lo comprenda, cójalo. Pasemos de estos toreros 37 "delgaditos de cintura, con trajes color naranja, y espadas de plata antigua" a la ro;a manchada üe sangre de el "Llanto a la Muerte de Ignacio Sánchez Mc- Jia" El torero abrió su flor de muerte a las cinco de la tarde. "Día era de reyes, día era señalado. (Romancero del C i d " ) . El poeta sabía bien que todo era inútil para las cinco de !a tarde; que n la hora exacta " U n niño t ra jo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde, Y luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones del bordón a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. La muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. 40 y la vemos llenarse de agujeros sin fondo. ¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que [dice! Aquí no canta nadie ni llora en ei rincón, ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente: aquí no quiero más que los ojos redondos para ver ese cuerpo sin posible descanso. Y o quiero ver aquí los hombres de voz dura. Los que doman caballos y dominan los ríos: los hombres que le suena el esqueleto y cantan con una boca llena de sal y pedernales. N o quiero que le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre con la muerte que lleva. El mundo luego olvida el minuto terrible de las cinco de la tarde. Ya nadie recuerda al torero. No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. Yo canto para luego tu perfil y tu gracia la madurez insigne de tu conocimiento. T u apetencia de muerte y el gusto de su boca. La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura." Así, nosotros, también podremos decir de este andalu- císimo G. Lorca: "Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura . " '41 R A F A E L A L B E R T I . "Secretos de cal y canto" .— Tirso de Molina. Figurémonos al poeta en lina de esas estancias de las al- tas casas modernas, blancas, de muebles pequeñitos, escon- diendo al ángel desengañado en el reloj y en los rincones a los que no alcanza el sol, al ángel sonámbulo. Habrá siem- pre en la habitación una bnsa de alas agitadas, una inquietud por los ángeles malos y una sonrisa para el ángel sin suerte. Quizá abandonada sobre una mesa, encontraríamos una ca- racola marina, y en un ropero, una vieja blusa marinera, por- que, como los Apóstoles, antes de oir a los ángeles, Rafael Alberti soñaba y recogía peces del mar, plateados peces irrea- les que morían en peceras domésticas. El poeta ha llenado una obra con sus inquietudes, que oscilan de mar a tierra, de tierra a cielo. Vé en el cielo un mar purificado, con toda la esencia cristiana angélica, que los pa- ganos ponían en su mar. Hay una actitud igual en Alberti, al abrir los mares para gozar en la contemplación de aquel re- sabio de leyenda, de cosa perdida que significan las sirenas y los tritones llorosos, y el viaje y descubrimiento del maj- ce- leste donde cantan los ángeles. 42 La tierra lo ata por los amores, pero las amantes, can- san pronto sus brazos en el nudo amoroso, v el poeta trepa hacia los altos árboles, buscando no se sabe si el mar o el cielo. Pero entre la tierra y mar, y el azul de los espacios, hay como un valle deshabitado. Es el pórtico del cielo. Para al- canzar basta los ángeles, el poeta limpia su visión de todo colorido que engaña: la poesía de Alberti llega a ser blanca; tiene entonces el resplandor nítido de lo blanco; se purifica del colorido para buscar, dentro de la altura, nuevas tonalida- des mas tenues y vaporosas de lo albo; busca en la eternidad los minutos de la eternidad; sus libros son blancos: "el alba del alhelí", "Cal y Canto" , "sobre los ángeles". Pero, po- demos dudar del color del alba y del canto, más, la duda se dispersa sabiendo que ángeles vagos flotan sobre ellos y po- nen en la alborada y la canción, la sombra de sus alas. T.o blanco desde la sencillez limpia del alba del alhelí, hasta el retorcido neogongorismo que ilustra cal y canto. Toda esta gama de nieve, dentro de lo que el llama el ciclo burgués de su obra, y que será el único que tendrá fija nuestra atención. Alberti llama ciclo burgués de su obra a aquél que se rompe con la "Elegía Cívica", desde el primer vagido de marinero en tierra. Aquella elegía es de la que re- negara el maestro elegiaco Juan Ramón, el mismo Juan Ra- món Jiménez que presentó su obra y que luego, al entrar Al- berti en su etapa revolucionaria, se quejara que el poeta haya sido "lamentablemente separado de su propio y bello ser na- tural", por contaminaciones de amistad. Nosotros miraremos al poeta en su amor al mar. su via- je en tierra, su tentativa de cielo y en las canciones de todos los ángeles. 45 El acendrado sortilegio del mar ya no le atrae; se pier- de en ensoñaciones y en nostalgias. Vuelve la vista hacia la tierra, en busca de un amor más sencillo. Una sirena del va- lle, hija de la madreselva, le roba su quietud. Mas, al apre- mio de la tierra, aún resiste el poeta, y se ciega los oídos; pe- ro la herida está hecha: de la pecera azul de su alma ha huí- do, por la trizadura, todo el mar y ha quedado su cristal li- so, como el vidrio de una ventana después de alejarse una figura amada. Entramos en la ensoñación, la triste ensoña- ción que nace de la realidad, el apenado ensueño que se con- tenta con ver viajar niñas buenas, niñas que adolescen y mue- ren viajando, sentadas en un sillón, junto a su ventana: "La niña rosa, sentada. Sobre su falda, como una flor, abierto, un atlas. ¡Cómo la miraba yo viajar, desde mi balcón! Su dedo, blanco velero, desde las islas Canarias iba a morir al mar Negro. ¡Cómo la miraba yo morir, desde mi balcón! La niña, rosa sentada. Sobre su falda, como una flor, cerrado, un atlas, Por el mar de la tarde van las nubes llorando rojas islas de sangre ." 46 Ya se entrega, despues del pensar, íntegro a la tierra Olvida el mar: apostata de su creencia en el mar. Reniega de la vida marinera. Pero como buen andaluz, esa misma osci- lación entre el ser y no ser que perseguía a García Lorca, tam- bién clava en cruz a Rafael Alberti. Ya en tierra vuelve sus ojos a la imposible mirada hacia el mar . Desafía con su mi- rada azul a los castellanos de la Castilla yerma: "¡Alerta, que en estos ojos del sur, y en este cantar, yo os traigo toda la mar! ¡Miradme que pasa el mar!" Siente como los renegados la voz de la antigua religión que enciende en momento inesperado el fuego del sacrificio, de la lucha, rompiendo entonces el nudo de pasión de la tierra: "¡Arrancadme los cabellos, y señaladme la cara con los dedos! ¡Que yo, a pesar, lo veré! ¡Hacedme perder el habla y partidme en dos el tronco con un hacha! ¡Que yo, a pesar, lo veré! ¡Sí, yo veré al mar del norte y luego, me moriré! Todo acaeció cuando el poeta piensa que. "Fuera de la mar me.perdí en la tierra!" LA PRISION IMPOSIBLE: LA T I E R R A . 47 "Sonámbulo entré yo anoche en tu jardín. Nadie había" . R. Alberti. En aquella poesía del mar y en esta de la tierra, reunida en "la amante" y "el alba del alhelí", reside el Rafael Alberti, sencillo, casi ingenuo de las primeras horas marcadas en la su- perficie de su reloj de sol. La poesía es diáfana y transparente; más todavía, "poe- sía popular, pero sin acarreo fácil: personalísima; de tradi- ción española; pero sin retorno innecesario; nueva, fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: anda- lucísima", como le escribió al poeta, Juan Ramón. ¿Qué hace en estos libros claros, el poeta? En la poesía de la tierra, el poeta oye, como hemos señalado, el mar. Es semejante su corazón a la caracola marina que habíamos co- locado en una mesa de su blanca casa: a todas horas da el so- nido de resaca del mar. La mujer, que encarna a la tierra, no logra vencerlo totalmente. El poeta busca en la brisa el sali- tre del mar. Viene el alba, el alba clara y olorosa; juguetona e inte- riormente apenada este alba del alhelí» U n leve escarceo, una contemplación de lo menudo con ojos alegres que se entris- tecen prontamente de su alegría, contemplamos en sus ro- mancillos. Alberti nos deja a la novia apresurada sin casar; 5Ü O bien admira el estremecimiento de gloria y tragedia que invade a la mult i tud: "De sombra, sol y muerte, volandera grana zumbando, el ruedo gira herido por un clarín de sangre azul torera. Abanicos de aplausos, en bandadas, descienden, giradores, del tendido, la ronda a coronar de Jos espadas. Tiene la sangre este "Joselito de su gloria" del Llanto de G. Lorca. Bajo un distinto estilo, hay una misma alma que palpita, y mira al torero como un pequeño dios terrestre, por quien, el río, apenado, deshoja los olivares: "—Virgen de la Macarena, mírame, tú como vengo, tan sin sangre que ya tengo blanca mi color morena. Mírame así chorreado de un borbotón de rubíes que ciñe de carmesíes rosas, mi talle quebrado. Ciérrame con tus collares lo cóncavo de esta herida, ¡'qué se me escapa la vida por entre los alamares! ¡Virgen del amor, clavada, igual que un toro en el seno! Pon a tu espadíta bueno y dale otra vez su espada. 51 por ésta muerte, por esta agonía, por el llanto que encon- tramos en el poema del ciervo, la cierva y la cervatilla, pode- mos decir, también, que es un poema torero: Muerte. . . . Y el ciervo arrodillado, gimiendo: ¡Vida! La cierva, por el vado, llorando: ¡Hija! La cervatilla, niño, muerta en la orilla. Llanto del ciervo mal herido. ¡Para nada, para nada, me sirven ya mis alfanjes, mis picas y mis espadas! ¡Ay, mis espadas floridas, de anémonas coloridas! ¡Ay, mis alfanjes guerreros tintos en moras moradas! ¡Picas mías, coronadas de limonares luneros! (La cierva agonizando). Sí, monteros. . . para nada. . . me sirven ya. . . sus alfanjes. . . sus picas . . . y sus espadas . . . Amor, muerte, gloria, ha encontrado el poeta en la tie- rra; cosas perecederas que todos los hombres consiguen aun- que sólo un instante. Existe lo que perdura. Es la eternidad. El poeta hace girar los colores de un espectro para volver a encontrar la luz blanca. Comienza por buscar en los bordes 52 de la destrucción, el camino que lleva a lo eterno construí- do. Por lo blanco a la pureza. De la tierra y mar, a la zona intermedia, al pórtico del cielo. P O R T I C O D E C I E L O "¿'Cómo tendré sin el cielo, alegre mi corazón?" Lope de Vega El espectro solar quieto: la realidad permanente que aún no ansia la inquietud de su reflejo. Narciso acostado en la hierba, de espaldas al estanque. El espectro solar quieto: todo el cielo y la tierra con sus colores; "las mañanas de lazos blancos, verdes y carmi- nes", "rojo un puente de rizos se adelanta. . . " ; "van sem- brando luz, sombra, los colores". Hay un largo álamo en el campo de Narciso; sus ho- jas son verdes y blancas, tienen la cara que mira al cielo, verde, y blanca la que se inclina a tierra. Cuando hay vien- to todo el álamo tiembla en blanco. Narciso piensa como "puede ser blanco al par que verde y negro". Empieza a girar el espectro. Hojas de álamo agi- tándose, en la oscuridad de la noche. Colores que se esfuman en lo blanco. Apresuramiento del leve susurro de las hojas, que el viento ahora mece; premura que tiene la imaginación del poeta de romper los colores para llegar a su esencia y re- sultado: blanco. Paralelamente Narciso vislumbra en lo blanco como una transparencia de lo verde. Amanece. Narciso va al es- tanque y crea el reflejo. 55 ¡Oh boquete de sombras 1 ¡Hervidero del mundo! ¡Qué confusión de siglos! ¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto de tinieblas sin voces! ¡Qué perdida mi alma! —Angel muerto, despierta. ¿Dónde estás? Ilumina con tu rayo el retorno. Silencio. Más silencio. Inmóviles los pulsos del sinfín de la noche. ¡Paraíso perdido! Perdido por buscarte, yo, sin luz, para siempre. El poeta se asusta y tiembla, sin fe en la nueva crea- ción, doliéndole la pérdida de la luz. Es terrible para el poeta el segundo en que "la soledad calza su pie de céfiro y desciende". Pero de los muertos, emerge una sombra, nuevo Vir- gilio, e infunde su soplo—de trescientos años de muerte que habían logrado finalmente burlar a los centuriones de la literatura—al poeta nuevo. Alberti, fu turo poeta de los án- geles, remueve la lápida de Góngora con su llamamiento desesperado. La nueva poesía, nueva luz, tiene aún el frío del már- mol, de huesos de esqueleto abandonado. Ha nacido la luz en los cielos que antes palpitaban en una fuga de cristal. En este renacer no se sabe si el ara del cielo es 56 "de pluma de arcángeles y jazmines, si de líquido mármol de alba y pluma". La claridad nacida "si de serios jazmines por estelas de ojos dulces, celestes, resbalados". abre el camino al paraíso perdido y reencontrado, viaje hacia el cual se ha llevado como brújula, un "crisantemo polar de calcio y nieve". " A la luz, a los cielos, a los aires". CIELO "Señor, son tuyos y son nuestros los ángeles". San Bernardo. El hombre se ha acostumbrado a la blanca luz y entra al paraíso, pero sus ojos terrenales, qüe soportaron las tinie- blas, no resisten el reflejo de la luz que allí dentro vuela des- parramada. Además el hombre ha entrado con su imperfecto cerebro, a comprender el reinado de la armonía. El mismo Dios lo deja en su ceguedad, sin enviarle aquel ángel que ha- bía curado con agallas de pez a Tobías . Santa Brígida, en frase que cita un autor actual, dice, que "tanto placer tendría quien los viera que moriría de la emoción". Dios lo ha dejado ciego al poeta para que viva. 57 Pasa entre los coros de ángeles y no distingue a los se- rafines de los querubines, y éstos de los tronos, y menos aún a las virtudes, potestades y dominaciones ni a los principa- dos, arcángeles y ángeles. En la visión todos son unos. Cualidad de visión imperfecta, el poeta cantor de los ángeles, ve sombras celestes y sombras terrenas: contempla pureza e imperfección en el paraíso. Ya no es aquí simple di- visión entre los ángeles fieles y los rebeldes, aquellos arrogan- tes rebeldes, de cuyo jefe,, dijo Lope: "Erase un ángel que apenas era lo que era una hora, cuando mirándose en Dios pensó que era Dios su sombra". No. El poeta ve según él, a los ángeles. Estos son es- píritus que se mueven junto a todos los seres y objetos, aso- mando su cabeza en ayuda de los hombres y jugando a contarse las blancas plumas del ala—salvo el ángel tonto que se está quíetecito porque teme que le pidan sus alas. En este paraíso, existen también coros de ángeles. En- sayemos formar jerarquías. He aquí una escalera celeste co- mo la que vió Jacob; pongamos en el primer peldaño al ángel más puro, aquel que "nunca escribió su sombra la figura de un hombre". Este ángel, incontaminado y casto en su albura de es- píritu. En el segundo escalón acomodemos con la mirada fija en Dios y latiendo las alas en un afán de vuelo hacia la tierra, a los ángeles buenos, aquellos que magnifican las be- llas cosas del mundo, los que bajan cartas de gracia del cie- lo, los que desean 60 " T ú eres lo que va: agua que me lleva, que me dejará. Sobre el ángel desconocido vienen aquellos ángeles mu- dos, que "van a morirse mudos sin saber nada". El ángel desconocido pasará a nuestro lado, sin reconocerlo nosotros; acompaña a esta tragedia la nostalgia que poseen de la com- pañía de los arcángeles: " Y o era . . . Miradme. Vestido como en el mundo ya no se me ven las alas. Nadie sabe como fui. N o me conocen". Tras el ángel desconocido vienen los ángeles albañiles, encargados de encalar los astros, blancos ángeles que resal- tan junto al ángel del carbón "feo de hollín y fango", que tiene s*u trabajo allá "por los desvanes de los sueños rotos Telarañas. Polillas. Polvo". Se han terminado los diez coros de ángeles buenos. Vienen a continuación los de sombra, los satánicos, prece- didos por el ángel que perdió la esperanza. Reconocemos al ángel desengañado pues al decirle: ""Te esperan ciudades, sin vivos ni muertos, para coronarte. responde: — M e duermo, N o me espera nadie. 61 Ha quedado olvidado entre "la nebulosa de los sueños oxidados", un ángel que ha contemplado el combate de los rebeldes luciferinos en el comienzo de los tiempos. Ahora va- ga sin estar en la gloria, ni precipitado en los últimos estratos a t ; los ángeles malos. Si le preguntáis, estpy seguro que os cuenta la lucha es- te ángel sonámbulo: "Ojos invisibles atacan. Púas incandescentes se hunden en los tabiques. Ruedan pupilas muertas. . . Su boca "es un pozo de nombres, de números y de le- tras d i fun t a s . " Permanecen desde ese tiempo de soberbia, ángeles de pu- ra envoltura, espíritus mohosos que tienen "cuerpos que por alma el vacío, nada". Desde la tierra se oye a veces el fragor de la lucha de los ángeles bélicos entre sí—"viento contra viento"—o con- tra los espíritus cenicientos que ansian "romper cadenas y en- frentar la tierra con el viento" . O ya es la verdad que se queja del ángel mentiroso, ven- cedor muchas veces suya, exclamando: " Y fui derrotada yo, sin violencia, con miel y palabras." O bien el envidioso que os ordena "Ni escuches. Ni mires. Y o . . . Ciega las ventanas." ; o el rabioso 62 cuya luz es tan agria, y que se asoma en el fondo de su paraí- so-infierno, paraíso en el hombre, infierno en ellos mismos. En las últimas gradas de tinieblas los ángeles crueles y los avaros. Los crueles que tienen "perforados por un rojo alambre en celo, la voz y los albedríos, largos, cortos, de sus sueños. y queman con sus manos alas y hojas. Allá en el rincón, contraste con el ángel ángel, el avaro, que sueña " . . . asaltar la banca, robar nubes, estrellas, cometas de oro, comprar lo más difícil: el c ie lo." Paraíso construido después de destruir intelectualmente aquella sencillez de muchacho atraído por sirenas de mar y sirenillas del valle. Tuvo el poeta que destruir mucho, quemar con carbones rojos, para construir un paraíso artificial, que luego aventó en un momento de hastío. Hoy sin ángeles, sin tierra, sin mar,, el poeta; sólo con hombres, hombres que recorren su escala angélica.
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