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Psicoanalisis, Interpretacion de sueños, Guías, Proyectos, Investigaciones de Psicoanálisis

Psicoanalisis, Interpretacion de sueños

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2023/2024

Subido el 18/06/2024

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¡Descarga Psicoanalisis, Interpretacion de sueños y más Guías, Proyectos, Investigaciones en PDF de Psicoanálisis solo en Docsity! La interpretación de los sueños Sigmund Freud SIGMUND FREUD LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS Flectere si nequeo superos, acheronta movebo 1898-9 [1900] La interpretación de los sueños Sigmund Freud PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN (1900) AL proponerme exponer la interpretación de los sueños no creo haber trascendido los ámbitos del interés neuropatológico, pues, el examen psicológico nos presenta el sueño co- mo primer eslabón de una serie de fenómenos psíquicos anormales, entre cuyos elementos subsiguientes, las fobias histéricas y las formaciones obsesivas y delirantes, conciernen al médico por motivos prácticos. Desde luego, como ya lo demostraremos, el sueño no puede pretender análoga importancia práctica; pero tanto mayor es su valor teórico como paradig- ma, al punto que quien no logre explicarse la génesis de las imágenes oníricas, se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas, los delirios, y por ejercer sobre esa estos fenómenos un posible influjo terapéutico. Mas precisamente esta vinculación, a la que nuestro tema debe toda su importancia, es también el motivo de los defectos de que adolece el presente trabajo, pues el frecuente ca- rácter fragmentario de su exposición corresponde a otros tantos puntos de contacto, a cuyo nivel los problemas de la formación onírica toman injerencia en los problemas más amplios de la psicopatología, que no pudieron se considerados en esta ocasión y que serán motivo de trabajos futuros, siempre que para ello alcancen el tiempo, la energía y el nuevo material de observación. Además, esta publicación me ha sido dificultada por particularidades del material que empleo para ilustrar la interpretación de los sueños. La lectura misma del trabajo permitirá advertir por qué no podían servir para mis fines los sueños narrados en la literatura o recogi- dos por personas desconocidas; debía elegir, pues, entre mis propios sueños y los de mis pacientes en tratamiento psicoanalítico. La utilización de este último material me fue vedada por la circunstancia de que estos procesos oníricos sufren una complicación inconveniente debida a la intervención de características neuróticas. Por otra parte, la comunicación de mis propios sueños implicaba inevitablemente someter las intimidades de mi propia vida psíquica a miradas extrañas, en medida mayor de la que podía serme grata y de la que, en general, La interpretación de los sueños Sigmund Freud PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN 1911 MIENTRAS entre las dos primeras ediciones de este libro transcurrió un lapso de nueve años, la necesidad de una tercera edición ya se hizo notar a poco más del primer año. Bien puedo alegrarme por este cambio; pero tal como antes no acepté el desdén de mi obra por parte de los lectores como prueba de su escaso valor, tampoco puedo interpretar el interés ahora manifestado como demostración de su excelencia. El progreso de los conocimientos científicos tampoco dejó de afectar a La interpretación de los sueños. Cuando redacté este libro en 1899, aún no había escrito Una teoría sexual y el análisis de las formas complejas de las psiconeurosis todavía estaba en sus comienzos. La interpretación onírica había de ser un recurso auxiliar que permitiera analizar psicológica- mente las neurosis; desde entonces la comprensión profundizada de éstas repercutió a su vez sobre la concepción del sueño. La teoría misma de la interpretación onírica ha seguido desarrollándose en un sentido que no fue destacado suficientemente en la primera edición de este libro, pues gracias a la propia experiencia, como a los trabajos W. Stekel y de otros, pu- de prestar una consideración más justa a la amplitud e importancia del simbolismo en el sue- ño, o más bien en el pensamiento inconsciente. De tal manera, en el curso de estos años se han acumulado muchas cosas que exigían ser consideradas. He tratado de tener en cuenta estas novedades mediante múltiples agregados al texto e inclusión de notas al pie. Si estas adiciones amenazan romper algunas veces el marco de la exposición, o si en ciertas partes no fue posible llevar el texto primitivo al nivel de nuestros actuales conocimientos, ruego se considere benévolamente tales faltas del libro, ya que sólo son consecuencias e índices del acelerado desarrollo que actualmente sigue nuestra ciencia. También me atrevo a predecir en qué sentidos se apartarán de éstas las futuras edicio- nes de La interpretación de los sueños -siempre que resulten necesarias-. Por un lado habrán de perseguir una vinculación más estrecha con el rico material de la poesía, del mito, los usos del lenguaje y el folklore; por otro, tratarán las relaciones del sueño con la neurosis y los trastornos mentales, aún más detenidamente de lo que aquí fue posible. La interpretación de los sueños Sigmund Freud El señor Otto Rank me ha prestado grandes servicios en la selección de los agregados y ha tomado a su exclusivo cargo la corrección de las pruebas de imprenta. Tanto él como muchos otros que contribuyeron con colaboraciones y rectificaciones comprometen mi grati- tud. Viena, primavera de 1911. PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN 1914 EL año pasado (1913) el doctor A. A. Brill, de Nueva York, concluyó la traducción ingle- sa de este libro (The interpretation of dreams, G. Allen & Co., Londres). En esta ocasión el doctor Otto Rank no sólo se encargó de las correcciones, sino que también aportó al texto dos contribuciones propias (apéndice del capítulo VI). Viena, junio de 1914. PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN 1918 EL interés por La interpretación de los sueños tampoco ha decrecido durante la guerra mundial, planteando la necesidad de una nueva edición aun antes de que terminara aquella. Sin embargo, en esta edición no se pudo considerar plenamente la nueva literatura ulterior a 1914, pues, en lo que a la extranjera se refiere, ni siquiera llegó a conocimiento mío o del doctor Rank. Una traducción húngara por los doctores Hollós y Ferenczi está próxima a su publica- ción. En mi Introducción al psicoanálisis, editada en 1916-17 por H. Heller, de Viena, la se- La interpretación de los sueños Sigmund Freud gunda parte, que comprende once conferencias, está dedicad a exponer el sueño de manera más elemental y en conexión más íntima con la teoría de las neurosis. En su conjunto estas conferencias constituyen un resumen de La interpretación de los sueños, aunque en deter- minados puntos presenten una conexión aún más minuciosa. No pude decidirme a efectuar una reelaboración concienzuda de este libro, que si bien lo elevaría al nivel de nuestras concepciones psicoanalíticas actuales, destruiría, en cambio, su peculiaridad histórica. Creo que en su existencia de casi dos decenios ha quedado cum- plida su misión. Budapest-Steinbruch, julio de 1918. PRÓLOGO A LA SEXTA EDICIÓN 1921 LAS dificultades que actualmente aquejan a las empresas editoriales tuvieron por con- secuencia que esta nueva edición se retardara mucho más de lo que habría correspondido a la demanda y que por vez primera sea publicada como reimpresión fiel de la precedente. Tan sólo el índice bibliográfico, al final del volumen, ha sido completado y ampliado por el doctor O. Rank. Mi presunción de que este libro habría cumplido su misión en casi dos decenios de existencia, no ha sido, pues, confirmada. Podría decir más bien que tiene una nueva misión que cumplir. Así como antes se trataba de ofrecer algunas nociones sobre la esencia del sueño, ahora no es menos importante contrarrestar los tenaces errores de interpretación a que están expuestas dichas nociones. Viena, abril de 1921. La interpretación de los sueños Sigmund Freud de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cu- ya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Conseguido esto, daré por termina- da mi exposición, pues habré llegado en ella al punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material. Si comienzo por exponer aquí una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y el estado científico actual de los problemas oníricos, ello obe- dece a que en el curso de mi estudio no se me han de presentar muchas ocasiones de volver sobre tales materias. La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos; circunstancia tan generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado, que me parece inútil citar aquí al detalle opiniones aisla- das. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material relativo al objeto de nuestro estudio; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos nos plantean. Como es lógico, el conocimiento que de esas cuestiones ha pasado al núcleo general de hombres cultos, pero no dedicados a la investigación científica, resulta aún más incompleto. Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su com- prensión del mundo y del alma, son cuestiones de tan alto interés, que sólo obligadamente y a disgusto me he decidido a excluir su estudio del conjunto del presente trabajo y a limitarme a remitir al lector a las conocidas obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros, añadiendo únicamente por mi cuenta que el alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor que aquí nos hemos marcado, o sea, la de «interpretación de los sueños». Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica. Admitían és- tos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mito- La interpretación de los sueños Sigmund Freud logía y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determi- nada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el por- venir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depen- der de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación. En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Natu- raleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo. Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los prime- ros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día. Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un pro- ducto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida oní- rica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmien- te a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición. Gruppe (Griechische Mithologie und Religonsgeschichte, pág. 390) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos La interpretación de los sueños Sigmund Freud clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio de sig- nificación con respecto al porvenir, pertenecían los enupnia, insomnia, que reproducen inme- diatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los fantasmata, que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo la pesadi- lla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se in- cluían: 1º, el oráculo directo, recibido en el sueño (crhmatismos, oraculum); 2º la predicción de un suceso futuro (orama, visio), y el 3º, el sueño simbólico, con necesidad de interpreta- ción (oneiros, somnium). Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos.» De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica». Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos, ni tampoco saber se un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido. La concepción precientífica de los antiguos sobre los sueños se hallaba seguramente de completo acuerdo con su total concepción del Universo, en la que acostumbraban proyec- tar como realidad en el mundo exterior aquello que sólo dentro de la vida anímica la poseía. Esta concepción del fenómeno onírico tomaba, además, en cuenta la impresión que la vida despierta recibe del recuerdo que del sueño perdura por la mañana, pues en este recuerdo aparece el sueño en oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y procedente de un mundo distinto. Sería, sin embargo, equivocado suponer que esta teoría del origen sobrenatural de los sueños carece ya de partidarios en nuestros días. Haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos -que obran consecuentemente, defendien- do los últimos reductos de lo sobrenatural hasta que los procesos científicos consigan des- alojarlos de ellos-, hallamos todavía hombres de sutil ingenio, e inclinados a todo lo extraor- dinario, que intentan apoyar precisamente en la insolubilidad del enigma de los sueños su fe religiosa en la existencia y la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas (Haffner). La La interpretación de los sueños Sigmund Freud La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así, Haffner (pág. 19): «Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la consciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior.» Weygandt (pág.6) contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella.» Maury (pág.56) dice en una sintética fórmula: Nous rêvons de ce que nous a avons vu dit, désiré ou fait, y Jessen, en su Psicología (1885, pág. 530), manifiesta, algo más ampliamente: «En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la perso- nalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual.» El filósofo J.G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: «La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamora- do con el objeto de sus tiernas esperanzas… Todas las ansias o repulsas sexuales que dor- mitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercala- ción de dichas representaciones en un sueño ya formado…» (Comunicado por Winterstein en la Zbl. für Psychoanalyse.) Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Radestock (pág. 139) nos cita el siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia , se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros, y, en cambio, impulsado a realizar por continuos sueños alentadores, Arta- La interpretación de los sueños Sigmund Freud banos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida.» En el poema didáctico de Lucrecio titulado De rerum natura hallamos los siguientes ver- sos (IV, v. 959): Et quo quisque fere studio devinctus adhaeret, aut quibus in rebus multum summus ante moratti atque in ea rationes fut contenta megis mens, in somnis eadem plerumque videmur obire; causidice causas agere et componere leges. induperatores pugnare ac proelia obire, etc. Y Cicerón De Divinatione, II. anticipándose en muchos siglos a Maury, escribe: Maxi- meque reliquiae earum rerum moventur in animis et agitantur, de quibus vigilantes aut cogita- vimus aut egimus. La manifiesta contradicción en que se hallan estas dos opiniones sobre la relación de la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser des- critas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradic- ción» (pág. 8). «La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísi- ma y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilan- cia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo re- al…» A continuación expone Hildebrandt cómo al dormirnos desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena, para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mose- la. Somos recibidos amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar La interpretación de los sueños Sigmund Freud venga a interrumpir aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la si- tuación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos de emprenderla no eligiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino al contrario, una patriótica aversión. Por último, cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventu- ras oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros intercalando entre dos fragmentos homogéneos y subsiguientes de nuestra vida. «Y, sin embargo -prosigue Hildebrandt-, lo aparentemente contrario es igualmente cier- to y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta separación existe una íntima rela- ción. Podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha to- mado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta reali- dad se desarrolla… Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse indepen- diente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridícu- las, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormen- te.» b) El material onírico. La memoria en el sueño. Que todo el material que compone el contenido del sueño procede, en igual forma, de lo vivido y es, por tanto, reproducido -recordado- en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una penosa y atenta labor logramos descubrirla, y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es un gran número de peculiaridades que la capacidad de recordar mubra en el sueño, y que, aunque generalmente La interpretación de los sueños Sigmund Freud Jessen relata (pág. 55) un análogo suceso onírico de la época más antigua: «A estos sueños pertenece, entre otros, el de Escalígero el Viejo (Hennings I, c., pág. 300), al que, cuando se hallaba terminando un poema dedicado a los hombres célebres de Verona, se le apareció en sueños un individuo que dijo llamarse Brugnolo y se lamentó de haber sido olvi- dado en la composición. Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, in- cluyó unos versos en su honor, y tiempo después averiguó en Verona, por un hijo suyo, que el tal Brugnolo había gozado largos años atrás en dicha ciudad un cierto renombre como crí- tico.» Un sueño hipermnéstico, que se distingue por la peculiaridad de que otro sueño poste- rior trajo consigo la admisión del recuerdo no reconocido al principio, nos es relatado por el marqués D'Hervey de St. Denis (según Vaschide, pág. 232): «Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que veía conversando con mi hermana mientras le enseñaba un bordado. En el sueño me parecía conocerla y creía incluso haberla visto repetidas veces. Al despertar siguió apareciéndoseme con toda precisión aquel bello rostro, pero me fue imposi- ble reconocerlo. Luego, al volver a conciliar el reposo, se repitió la misma imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pregunté si había tenido el placer de verla anteriormente en algún lado. «Ciertamente -me respondió-; acuérdese de la playa de `Por- nic.' Inmediatamente desperté y recordé con toda claridad las circunstancias reales relacio- nadas con aquella amable imagen onírica.» El mismo autor (según Vaschide, pág. 233) nos relata lo siguiente: «Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció comple- tamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha colección entre sus manos.» En revista que, desgraciadamente, no me es accesible (Proceedings of the Society for psychical research) ha publicado Myers una amplia serie de tales sueños hipermnésticos. A mi juicio, todo aquel que haya dedicado alguna atención a estas materias tiene que recono- cer como un fenómeno muy corriente este de que el sueño testimonie poseer conocimientos La interpretación de los sueños Sigmund Freud y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los tra- bajos psicoanalíticos realizados con sujetos nerviosos, trabajos de los que más adelante daré cuenta, se me presenta varias veces por semana ocasión de demostrar a los pacientes, apo- yándome en sus sueños, que conocen citas, palabras obscenas, etc., y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las hayan olvidado. A continua- ción citaré un inocente caso de hipermnesia onírica, en el que fue posible hallar con gran fa- cilidad la fuente de que procedía el conocimiento accesible únicamente al sueño. Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía un kon- tuszowka. Al relatarme su sueño me preguntó qué podía ser aquello, respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y que era imposible lo hubiese inven- tado en su sueño, pues yo lo conocía por haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algu- nos días más tarde, después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día. En mis propios sueños he podido comprobar lo mucho que el descubrimiento de la pro- cedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. Así, mucho antes de pensar en escribir la presente obra, me persiguió durante varios años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitectura, que no podía recordar haber visto nunca y que des- pués reconocí bruscamente en una pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre 1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más tarde, hallándome ya consagrado intensamente al estudio de los sueños, llegó a hacér- seme molesta la constante aparición de la imagen onírica de un singular local. En una preci- sa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un vago y lejanísimo recuerdo al que no me de- cidía a dar crédito, me decía que tal habitación constituía el acceso a una cervecería, pero no me era posible esclarecer lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde procedía. En 1907 hice un viaje a Padua, ciudad que contra mi deseo no me había sido posi- ble volver a visitar desde 1895. En mi primera visita había quedado insatisfecho, pues cuan- La interpretación de los sueños Sigmund Freud do me dirigía a la iglesia de la Madonna dell' Arena con objeto de admirar los frescos de Giot- to que en ella se conservan, hube de volver sobre mis pasos al enterarme de que por aque- llos días se hallaba cerrada. Doce años después, llegado de nuevo a Padua, pensé, ante todo, desquitarme de aquella contrariedad y emprendí el camino que conduce a dicha iglesia. Próximo ya a ella, a mi izquierda, y probablemente en el punto mismo en que la vez pasada hube de dar la vuelta, descubrí el local que tantas veces se me había aparecido en sueños, con sus grotescas esculturas. Era realmente la entrada al jardín de un restaurante. Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil. Citaré tan sólo algunos de los autores que han observado y acentuado esta circuns- tancia. Hildebrandt (pág. 23): «Ya ha sido manifestado expresamente que el sueño vuelve a presentar ante el alma, con toda fidelidad y asombroso poder de reproducción, procesos le- janos y hasta olvidados por el sueño, pertenecientes a las más tempranas épocas de su vi- da.» Strümpell (pág. 40): «La cuestión se hace aún más interesante cuando observamos cómo el sueño extrae de la profundidad a que la.s sucesivas capas de acontecimientos pos- teriores han ido enterrando los recuerdos de juventud, intactas y con toda su frescura origi- nal, las imágenes de localidades, cosas y personas. Y esto no se limita a aquellas impresio- nes que adquirieron en su nacimiento una viva consciencia o se han enlazado con intensos acontecimientos psíquicos y retornan luego en el sueño como verdaderos recuerdos en los que la consciencia despierta se complace. Por lo contrario, las profundidades de la memoria onírica encierran en sí preferentemente aquellas imágenes de personas, objetos y localida- des de las épocas más tempranas, que no llegaron a adquirir sino una escasa consciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas hace ya largo tiempo, y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubri- mos su primitivo origen.» La interpretación de los sueños Sigmund Freud una serie de ejemplos contrarios, y representa en este punto los derechos de la individuali- dad psicológica. La tercera peculiaridad, y la más singular y menos comprensible de la memoria en el sueño, se nos muestra en la selección del material reproducido, pues se considera digno de recuerdo no lo más importante, como sucede en la vida despierta, sino, por lo contrario, tam- bién lo más indiferente y nimio. Dejo aquí la palabra a los autores que con mayor energía han expresado el asombro que este hecho les causaba. Hildebrandt (pág. 11): «Lo más singular es que el sueño no toma sus elementos de los grandes e importantes sucesos, ni de los intereses más poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios o, por decirlo así, de los residuos sin valor del pre- térito inmediato o lejano. La muerte de una persona querida, que nos ha sumido en el más profundo desconsuelo, y bajo cuya triste impresión conciliamos el reposo, se extingue en nuestra memoria durante tal estado, hasta el momento mismo de despertar vuelve a ella con dolorosa intensidad. En cambio, la verruga que ostentaba en la frente un desconocido con quien tropezamos, y en el que no hemos pensado ni un solo instante, desempeña un papel en nuestro sueño…» Strümpell (pág. 39): «…casos en los que la disección de un sueño halla elementos del mismo que proceden, efectivamente, de los sucesos vividos durante el último o el penúltimo día, pero que poseían tan escasa importancia para el pensamiento despierto, que cayeron en seguida en el olvido. Estos sucesos suelen ser manifestaciones casualmente oídas o actos superficialmente observados de otras personas, percepciones rápidamente olvidadas de co- sas o personas, pequeños trozos aislados de una lectura, etc.» Havelock Ellis (1889, pág. 727). «The profound emotions of waking life, the questions and problems on which we spread our chief voluntary mental energy, are not those which usually present themselves at once to dreamconsciousness. It is so far as the immediate past is concerned, mostly the trifling, the incidental, the forgotten impressions of daily life wich re- La interpretación de los sueños Sigmund Freud appear in our dreams. The psychic activities that are awake most intensely are those that sleep most profoundly.» Binz (pág. 45) toma estas peculiaridades de la memoria en el sueño como ocasión de mostrar su insatisfacción ante las explicaciones del sueño, a las que él mismo se adhiere: «El sueño natural nos plantea análogos problemas. ¿Por qué no sonamos siempre con las im- presiones mnémicas del día inmediatamente anterior, sino que sin ningún motivo visible nos sumimos en un lejanísimo pretérito, ya casi extinguido? ¿Por qué recibe tan frecuentemente la consciencia en el sueño la impresión de imágenes mnémicas indiferentes, mientras que las células cerebrales, allí donde las mismas llevan en sí las más excitables inscripciones de lo vivido, yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco tiempo antes las haya excita- do en la vida despierta de un agudo estímulo?» Comprendemos sin esfuerzo cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia del sueño de la vida diurna, y después, a dificultar, por lo menos en cada caso, la demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible que en la estadística de sus sueños (y de los de su colaborador), formada por miss Whiton Calkins, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está seguramente en los cier- to cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las imágenes oníricas. Claro es que a continuación califica esta labor de «tarea penosa e ingrata, pues se trataría principalmente de rebuscar en los más recónditos ángulos de la memoria toda clase de cosas, desprovistas del más mínimo valor psíquico, y extraer nuevamente a la luz, sacándolas del profundo olvido en que caye- ron, quizá inmediatamente después de su aparición, toda clase de momentos indiferentes de un lejano pretérito». Por mi parte, debo, sin embargo, lamentar que el sutil ingenio de este autor no se decidiese a seguir el camino que aquí se iniciaba ante él, pues le hubiera condu- cido en el acto al punto central de la explicación de los sueños. La interpretación de los sueños Sigmund Freud La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, en efecto, que «nada de aquello que hemos po- seído una vez espiritualmente puede ya perderse por completo» (Scholz, pág. 34). O como manifiesta Delboeuf, que «toute impression même la plus insignifiante, laisse une trace inal- térable, indéfiniment susceptible de reparaître au jour»; conclusión que nos imponen asimis- mo otros muchos fenómenos patológicos de la vida anímica. Esta extraordinaria capacidad de rendimiento de la memoria en el sueño es cosa que deberemos tener siempre presente para darnos perfecta cuenta de la contradicción en que incurren ciertas teorías, de las que más adelante trataremos, cuando intentan explicar el absurdo y la incoherencia de los sue- ños por el olvido parcial de lo que durante el día nos es conocido. Podía quizá ocurrírsenos reducir el fenómeno onírico en general al del recordar, y ver en el sueño la manifestación de una actividad de reproducción no interrumpida durante la noche y que tuviese su fin en sí misma. A esta hipótesis se adaptarían comunicaciones como la de von Pilcz, de las cuales deduce este autor la existencia de estrechas relaciones entre el contenido del sueño y el momento en que se desarrolla. Así, en aquel período de la noche en que nuestro reposo es más profundo reproduciría el sueño las impresiones más lejanas o pretéritas, y en cambio hacia la mañana, las más recientes. Pero esta hipótesis resulta inve- rosímil desde un principio, dada la forma en que el sueño actúa con el material que de recor- dar se trata Strümpell llama justificadamente la atención sobre el hecho de que el sueño no nos muestra nunca la repetición de un suceso vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino frag- mentos de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos utilizarlo como base de una construcción teórica. Sin embargo, también aquí hallamos excepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como pudiera hacerlo nuestra memo- ria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de sus colegas de Universidad pasó en un sueño por la exacta repetición de un accidente, del que milagrosamente había salido ileso. Calkins cita dos sueños, cuyo contenido fue exacta reproducción de un suceso del día ante- rior, y por mi parte, también hallaré oportunidad más adelante de exponer un ejemplo de re- torno onírico no modificado de un suceso de la infancia. La interpretación de los sueños Sigmund Freud serie de sueños en los que el estímulo comprobado al despertar coincidía con un fragmento del contenido onírico hasta el punto de hacernos posible reconocer en dicho estímulo la fuen- te del sueño. Tomándola de Jessen (pág. 527), reproduciré aquí una colección de estos sueños im- putables a estímulos sensoriales objetivos más o menos accidentales. Todo ruido vagamente advertido provoca imágenes oníricas correspondientes; el trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede convertirse en un grito de angustia y el chirriar de una puerta hacernos soñar que han entrado ladrones en nuestra casa. Cuando nos destapamos soñamos quizá que andamos desnudos o hemos caído al agua. Cuando nos atravesamos en la cama y sobresalen nuestros pies de los bordes de la misma, soñamos a lo mejor que nos hallamos al borde de un temeroso precipicio o que caemos rodando desde una altura. Si en el transcurso de la noche llegamos a colocar casualmente nuestra cabeza debajo de la al- mohada, soñaremos que sobre nosotros pende una enorme roca, amenazando con aplastar- nos. La acumulación del semen engendra sueños voluptuosos; y los dolores locales, la idea de sufrir malos tratamientos, ser objeto de ataques hostiles o de recibir heridas… «Meier (Versuch einer Erklärung des Nachtwandels, Halle, 1858, pág. 33) soñó una vez ser atacado por varias personas que le tendían de espaldas, le introducían por el pie, por entre el dedo gordo y el siguiente, un palo, y clavaban luego éste en el suelo. Al despertar sintió, en efecto, que tenía una paja clavada entre dichos dedos. Este mismo sujeto soñó, según Hennings, 1784 (pág. 258), que le ahorcaban una noche en que la camisa de dormir le oprimía un poco el cuello. Hoffbauer soñó en su juventud que caía desde lo alto de un eleva- do muro, y al despertar observó que, por haberse roto la cama, había caído él realmente con el colchón al suelo… Gregory relata que una vez que al acostarse colocó a los pies una bote- lla con agua caliente soñó que subía al Etna y se le hacía casi insoportable el calor que el suelo despedía. Otro individuo que se acostó teniendo una cataplasma aplicada a la cabeza soñó ser atacado por los indios y despojado del cuero cabelludo. Otro que se acostó tenien- do puesta una camisa húmeda creyó ser arrastrado por la impetuosa corriente de un río. Un sujeto en el que durante la noche se inició un ataque de podagra soñó que la Inquisición le sometía al tormento del potro (Macnish).» La interpretación de los sueños Sigmund Freud La hipótesis explicativa basada en la analogía entre el estímulo y el contenido del sujeto queda reforzada por la posibilidad de engendrar en el durmiente, sometiéndole a determina- dos estímulos sensoriales, sueños correspondientes a los mismos. Macnish y después Girón de Buzareingues han llevado a cabo experimentos de este género. Girón «dejó una vez des- tapadas sus rodillas y soñó que viajaba por la noche en una diligencia». Al relatar este sueño añade la observación de que todos aquellos que tienen la costumbre de viajar saben muy bien el frío que se siente en las rodillas cuando se va de noche en un carruaje. Otra vez se acostó dejando al descubierto la parte posterior de su cabeza y soñó que asistía a una cere- monia religiosa al aire libre. En el país en que vivía era, en efecto, costumbre conservar siempre el sombrero puesto, salvo en ocasiones como la de su sueño. Maury comunica nuevas observaciones de sueños propios experimentalmente provo- cados. (Una serie de otros experimentos no tuvo resultado alguno.) 1. Le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz. Sueña que es sometido a una horrible tortura, consistente en colocarle una careta de pez y arrancársela luego violentamente con toda la piel del rostro. 2. Frotan unas tijeras contra unas tenazas de chimenea. Oye sonar las campanas, luego to- car a rebato y se encuentra trasladado a los días revolucionarios de junio de 1848. 3. Le dan a oler agua de Colonia.- Se halla en El Cairo, en la tienda de Juan María Farina. Luego siguen locas aventuras que no puede reproducir. 4. Le pellizcan ligeramente en la nuca.- Sueña que le ponen una cataplasma y piensa en un médico que le asistió en su niñez. 5. Le acercan a la cara un hierro caliente.- Sueña que los chauffeurs han entrado en la casa y obligan a sus habitantes a revelarles dónde guardan el dinero, acercando sus pies a las brasas de la chimenea. Luego aparece la duquesa de Abrantes, cuyo secretario es él en su sueño. 6. Le vierten una gota de agua sobre la frente.- Está en Italia, suda copiosamente y bebe vino blanco de Orvieto. La interpretación de los sueños Sigmund Freud 7. Se hace caer sobre él repetidas veces, a través de un papel rojo, la luz de una vela.- Sue- ña con el tiempo, con el calor y se encuentra de nuevo en medio de una tempestad de la que realmente fue testigo en una travesía. D'Hervey, Weygandt y otros han realizado también experimentos de este genero. Muchos autores han observado «la singular facilidad con que el sueño logra entretejer en su contenido súbitas impresiones sensoriales, convirtiéndolas en el desenlace, ya paulati- namente preparado de dicho contenido» (Hildebrandt). «En mis años de juventud -escribe este mismo autor- acostumbraba tener en mi alcoba un reloj despertador cuyo repique me avisase a la hora de levantarme. Pues bien: más de cien veces sucedió que el agudo sonido del timbre venía a adaptarse de tal manera al conte- nido de un sueño largo y coherente en apariencia, que la totalidad del mismo parecía no ser sino su necesario antecedente y hallar en él su apropiada e indispensable culminación lógica y su fin natural.» Con un distinto propósito citaré tres de estos sueños provocados por un estímulo que pone fin al reposo. Volkelt (pág. 68): «Un compositor soñó que se hallaba dando clase y que al acabar una explicación se dirigía a un alumno preguntándole: `¿Me has comprendido?' El alumno res- ponde a voz en grito: `¡Oh, sí! ¡Orja!' Incomodado por aquella manera de gritar, le manda que baje la voz. Pero la clase entera grita ya a coro: `¡Orja!' Después: `¡Eurjo!' Y, por últi- mo,`¡Feuerjo! (¡Fuego!)' En este momento despierta por fin el sujeto, oyendo realmente en la calle el grito de `¡Fuego!'» Garnier (Traité des facultés de l'âme, 1865) relata que cuando se intentó asesinar a Na- poleón, haciendo estallar una máquina infernal al paso de su carruaje, iba el emperador dur- miendo y la explosión interrumpió un sueño en el que revivía el paso del Tagliamento y oía el La interpretación de los sueños Sigmund Freud persistente, distinto del que la porcelana ocasiona al romperse y parecido más bien al de un timbre. Al despertar compruebo que es el repique del despertador.» El problema que plantea este error en que con respecto a la verdadera naturaleza del estímulo sensorial objetivo incurre el alma en el sueño ha sido resuelto por Strümpell -y casi idénticamente por Wundt- en el sentido de que el alma se encuentra con respecto a tales estímulos, surgidos durante el estado de reposo, en condiciones idénticas a las que presiden la formación de ilusiones. Para que una impresión sensorial quede reconocida o exactamente interpretada por nosotros, esto es, incluida en el grupo de recuerdos al que, según toda nuestra experiencia anterior, pertenece, es necesario que sea suficientemente fuerte, precisa y duradera y que, por nuestra parte, dispongamos de tiempo para realizar la necesaria re- flexión. No cumpliéndose estas condiciones, nos resulta imposible llegar al conocimiento del objeto del que la impresión procede, y lo que sobre esta última construimos no pasa de ser una ilusión. «Cuando alguien va de paseo por el campo y distingue imprecisamente un objeto lejano, puede suceder que al principio lo suponga un caballo.» Visto luego el objeto desde más cerca, le parecerá ser una vaca echada sobre la tierra, y, por último, esta representación se convertirá en otra distinta y ya definitiva, consistente en la de un grupo de hombres senta- dos. De igual naturaleza indeterminada son las impresiones que el alma recibe durante el estado de reposo por la actuación de estímulos externos, y fundada en ellas, construirá ilu- siones, valiéndose de la circunstancia de que cada impresión hace surgir en mayor o menor cantidad imágenes mnémicas, las cuales dan a la misma su valor psíquico. De cuál de los muchos círculos mnémicos posibles son extraídas las imágenes correspondientes y cuáles de las posibles relaciones asociativas entran aquí en juego, son cuestiones que permanece aun después de Strümpell, indeterminables y como abandonadas al arbitrio de la vida aními- ca. Nos hallamos aquí ante un dilema. Podemos admitir que no es factible perseguir más allá la normatividad de la formación onírica y renunciar por tanto a preguntar si la interpreta- ción de la ilusión provocada por la impresión sensorial no se encuentra sometida a otras condiciones. Pero también podemos establecer la hipótesis de que la excitación sensorial objetiva surgida durante el reposo no desempeña, como fuente onírica, más que un modestí- La interpretación de los sueños Sigmund Freud simo papel y que la selección de las imágenes mnémicas que se trata de despertar queda determinada por otros factores. En realidad, si examinamos los sueños experimentalmente generados de Maury, sueños que con esta intención he comunicado tan al detalle, nos incli- namos a concluir que el experimento realizado no nos descubre propiamente sino el origen de uno solo de los elementos oníricos, mientras que el contenido restante del sueño se nos muestra más bien demasiado independiente y demasiado determinado en sus detalles para poder ser esclarecido por la única explicación de su obligado ajuste al elemento experimen- talmente introducido. Por último, cuando averiguamos que la misma impresión objetiva encuentra a veces en el sueño una singularísima interpretación, ajena por completo a su naturaleza real, llegamos incluso a dudar de la teoría de la ilusión y del poder de las impresiones objetivas para con- formar los sueños. M. Simon refiere un sueño en el que vio varias personas gigantescas sentadas a comer en derredor de una mesa y oyó claramente el tremendo ruido que sus mandíbulas producían al masticar. Al despertar oyó las pisadas de un caballo que pasaba al galope ante su venta- na. Si las pisadas de un caballo despertaron en este sueño representaciones que parecen pertenecer al círculo de recuerdos de los viajes de Gulliver -la estancia de éste entre los gi- gantes de Brobdingnag-, y del virtuoso Houyhnms, si me arriesgo a interpretar sin la ayuda del soñador, ¿no habrá sido facilitada además la elección de este círculo de recuerdos, tan ajenos al estímulo, por otro motivos?. 2. ESTÍMULOS SENSORIALES INTERNOS (SUBJETIVOS).- A despecho de todas las objeciones, nos vemos obligados a admitir como indiscutible la intervención durante el reposo, y a título de estímulos oníricos, de las excitaciones sensoria- les objetivas. Mas cuando estos estímulos se nos muestran de naturaleza y frecuencia insufi- cientes para explicar todas las imágenes oníricas, nos inclinaremos a buscar fuentes distin- tas, aunque de análoga actuación. Ignoro qué autor inició la idea de agregar como fuentes de sueños, a los estímulos externos, las excitaciones internas (subjetivas); pero el hecho es que La interpretación de los sueños Sigmund Freud en todas las exposiciones modernas de etiología de los sueños se sigue esta norma. «A mi juicio -dice Wundt (página 363)-, desempeñan también un papel esencial en las ilusiones oní- ricas aquellas sensaciones subjetivas, visuales o auditivas, que en el estado de vigilia nos son conocidas como caos luminoso del campo visual oscuro, zumbido de oídos, etc., entre ellas especialmente las excitaciones subjetivas de la retina, con lo que quedaría explicada la singular tendencia del sueño a presentarnos considerables cantidades de objetos análogos e idénticos -pájaros, mariposas, peces, cuentas de colores, flores, etc.-; en estos casos, el pol- villo luminoso del campo visual oscuro toma una forma fantástica, y los puntos luminosos de que se compone quedan encarnados por el sueño en otras tantas imágenes independientes que a causa de la movilidad del caos luminoso son considerados como dotadas de movi- miento. Aquí radica quizá también la gran preferencia del sueño por las más diversas figuras zoológicas, cuya riqueza de formas se adapta fácilmente a la especial de las imágenes lumi- nosas y subjetivas.» Las excitaciones sensoriales subjetivas poseen, desde luego, en calidad de fuentes de las imágenes oníricas, la ventaja de no depender, como las objetivas, de causalidades exte- riores. Se hallan, por decirla así, a la disposición del esclarecimiento del sueño siempre que para ello las necesitamos. Pero, en cambio, presentan, con respecto a las excitaciones sen- soriales objetivas, el inconveniente que su actuación como estímulos oníricos nos resulta susceptible -o sólo con grandes dificultades de aquella comprobación que la observación y el experimento nos proporcionan en las primeras. El poder provocador de sueños de las excitaciones sensoriales subjetivas es demostra- do principalmente por las llamadas alucinaciones hipnagógicas, que han sido descritas por J. Müller como «fenómenos visuales fantásticos», y consisten en imágenes, con frecuencia muy animadas y cambiantes, que muchos individuos suelen percibir en el período de duermevela anterior al dormir y pueden perdurar durante un corto espacio de tiempo después que el suje- to ha abierto los ojos. Maury, en quien eran frecuentísimas tales alucinaciones, las estudió cuidadosamente, y afirma su conexión y hasta su identidad con las imágenes oníricas, teoría que sostiene también J. Müller. La interpretación de los sueños Sigmund Freud del exterior. Son muy antiguos conocimientos los que, por ejemplo, inspiran a Strümpell las manifestaciones siguientes (pág. 107): «El alma llega en el estado de reposo a una consciencia sensitiva mucho más amplia y profunda de su encarnación que en la vida despierta, y se ve obligada a recibir y a dejar ac- tuar sobre ella determinadas impresiones excitantes, procedentes de partes y alteraciones de su cuerpo de las que nada sabía en la vida despierta.» Ya Aristóteles creía en la posibilidad de hallar en los sueños la indicación del.comienzo de una enfermedad de la que en el estado de vigilia no experimentábamos aún el menor in- dicio (merced a la ampliación que el sueño deja experimentar a las impresiones), y autores médicos de cuyas opiniones se hallaba muy lejos el conceder a los sueños un valor profético, han aceptado esta significación de los mismos como anunciadores de la enfermedad (cf. M. Simon, pág. 31, y otros muchos autores más antiguos). Tampoco en la época moderna faltan ejemplos comprobados de una tal función dia- gnóstica del sueño. Así, refiere Tissié, tomándolo de Artigues (Essai sur la valeur seméiolo- gique des rêves), el caso de una mujer de cuarenta y tres años que durante un largo período de tiempo, en el que aparentemente gozaba de buena salud, sufría de horribles pesadillas, y sometida a examen médico, reveló padecer una enfermedad del corazón, a la que poco des- pués sucumbió. En un gran número de sujetos actúan como estímulos oníricos determinadas perturbaciones importantes de los órganos internos. La frecuencia de los sueños de angustia en los enfermos de corazón y pulmón ha sido generalmente observada, y son tantos los au- tores que reconocen la existencia de esta relación, que creo poder limitarme a citar aquí los nombres de algunos de ellos (Radestock, Spitta, Maury, M. Simon, Tissié). Este último llega incluso a opinar que los órganos enfermos imprimen al contenido del sueño un sello caracte- rístico. Los sueños de los cardíacos son, por lo general, muy cortos, terminan en un aterrori- zado despertar y su nódulo central se halla casi siempre constituido por la muerte del sujeto en terribles circunstancias. Los enfermos de pulmón sueñan que se asfixian, huyen angustia- dos de un peligro o se encuentran en medio de una muchedumbre que los aplasta, y apare- cen sujetos, en proporción considerable, al conocido sueño de opresión, el cual ha podido también ser provocado experimentalmente por Börner colocando al durmiente boca abajo o La interpretación de los sueños Sigmund Freud cubriéndole boca y nariz. Dado un trastorno cualquiera de la digestión, el sueño contendrá representaciones relacionadas con el sentido del gusto. Por último, la influencia de la excita- ción sexual sobre el contenido de los sueños es generalmente conocida y presta a la teoría de la génesis de los sueños por estímulos orgánicos su más sólido apoyo. Asimismo es in- discutible que algunos de los investigadores (Maury, Weygandt) fueron inducidos al estudio de los problemas oníricos por la observación de la influencia que sus propios estados patoló- gicos ejercían sobre el contenido de sus sueños. De todos modos, el aumento de fuentes oníricas que de estos hechos comprobados resulta no es tan considerable como al principio pudiéramos creer. El sueño es un fenómeno al que están sujetos los hombres sanos -quizá sin excepción y quizá todas las noches-, y no cuenta entre sus necesarias condiciones la en- fermedad de algún órganos. Además, lo que se trata de averiguar no es la procedencia de determinados sueños, sino la fuente de estímulos de los sueños corrientes de los hombres normales. Sin embargo, a poco que avancemos por este camino, tropezamos con una fuente que fluye con más abundancia que las anteriores y promete no agotarse para ningún caso. Si se ha comprobado que el interior del cuerpo deviene, en estados patológicos, una fuente de es- tímulos oníricos, y si aceptamos que el alma, apartada del mundo exterior durante el reposo, puede consagrar al interior del cuerpo una mayor atención que en el estado de vigilia, fácil nos será ya admitir que los órganos no necesitan enfermar previamente para hacer llegar al alma dormida excitaciones que en una forma aún ignorada pasan a constituir.imágenes oníri- cas. Aquello que en la vida despierta sólo por su calidad, percibimos oscuramente como sen- sación general vegetativa, y a lo que, según la opinión de los médicos, colaboran todos los sistemas orgánicos, devendría por la noche, llegado a su máxima intensidad y actuando con todos sus componentes, la fuente más poderosa y al mismo tiempo más común de la evoca- ción de imágenes oníricas. Admitido esto, sólo nos quedarían por investigar las reglas con- forme a las cuales se transforman los estímulos orgánicos en representaciones oníricas. Esta teoría de la génesis de los sueños ha sido siempre la preferida por los autores médicos. La oscuridad en la que para nuestro conocimiento se encuentra envuelto en nódulo de nuestro ser, el moi splanchnique, como lo denomina Tissié, y aquella en que queda sumi- La interpretación de los sueños Sigmund Freud da la génesis de los sueños, se corresponden demasiado bien para que se haya dejado de relacionarlas. La hipótesis que hace de la sensación orgánica vegetativa la instancia forma- dora de los sueños presenta, además, para los médicos, el atractivo de permitirles unir etio- lógicamente los sueños y las perturbaciones mentales, fenómenos entre los que pueden se- ñalarse múltiples coincidencias, pues también se atribuye a alteraciones de dicha sensación y a estímulos emanados de los órganos internos una amplia importancia en la génesis de la psicosis. No es, pues, de extrañar que la paternidad de la teoría de los estímulos somáticos pueda adjudicarse con igual justicia a varios autores. Para muchos investigadores han servido de normas las ideas desarrolladas en 1851 por el filósofo Schopenhauer. Nuestra imagen del mundo nace de un proceso en el que nues- tro intelecto vierte el metal de las impresiones que del exterior recibe en los moldes del tiem- po, el espacio y la causalidad. Los estímulos procedentes del interior del organismo, del sis- tema nervioso simpático, exteriorizan a lo más, durante el día, una influencia inconsciente sobre nuestro estado de ánimo. En cambio por la noche, cuando cesa el ensordecedor efecto de las impresiones diurnas, pueden ya conseguir atención aquellas impresiones que llegan del interior análogamente a como de noche oímos el fluir de una fuente, imperceptible entre los ruidos del día. A estos estímulos reaccionará el intelecto realizando su peculiar función; esto es, transformándolos en figuras situadas dentro del tiempo y el espacio y obedientes a las normas de la causalidad. Tal sería, pues, la génesis del fenómeno onírico. Scherner y luego Volkelt han intentado después penetrar en la más íntima relación de los estímulos so- máticos y las imágenes oníricas, relación cuyo estudio dejaremos para el capítulo que hemos de dedicar a las teorías de los sueños. Después de una consecuente investigación ha deri- vado el psiquiatra Krauss la génesis de los sueños, así como la de los delirios e ideas deli- rantes, de un mismo elemento: de la sensación orgánicamente condicionada. Según este autor apenas podemos pensar en una parte del organismo que no sea susceptible de consti- tuir el punto de partida de una imagen onírica o delirante. La sensación orgánicamente con- dicionada «puede dividirse en dos series: 1ª, las de los estados de ánimo (sensaciones gene- rales); 2ª, la de las sensaciones específicas inmanentes a los sistemas capitales del orga- nismo vegetativo, sensaciones de las que hemos distinguido cinco grupos: a), las sensacio- La interpretación de los sueños Sigmund Freud 2. Cuando soñamos con que el movimiento de un miembro es siempre igual dicho mo- vimiento, es que una de las posiciones por las que el miembro pasa al ejecutarlo correspon- de a aquella en que realmente se halla. 3. En nuestros sueños podemos transferir a una tercera persona la posición de uno de nuestros miembros. 4. Podemos asimismo soñar que una circunstancia cualquiera nos impide realizar el movimiento de que se trata. 5. Uno de nuestros miembros puede tomar en el sueño la forma de un animal o un monstruo. En este caso existirá siempre una analogía entre la forma y la posición verdaderas y las oníricas correspondientes. 6. La posición de uno de nuestros miembros puede sugerir en el sueño pensamientos que poseen con el mismo una relación cualquiera. Así, cuando se trata de los dedos, soña- mos con números o cálculos. De esos resultados deduciría yo que tampoco la teoría de los estímulos somáticos con- sigue suprimir por completo la contingencia de que nos parece gozar la determinación de las imágenes oníricas. 4. FUENTES PSÍQUICAS DE ESTÍMULOS.- 5. Al tratar de las relaciones del sueño con la vida despierta, y del origen del material oní- rico vimos que tanto los investigadores más antiguos como los más modernos han opinado que los hombres sueñan con aquello de que se ocupan durante el día y les interesa en su vida despierta. Este interés, que de la vida despierta pasa al estado de reposo, constituye, a más de un enlace psíquico entre el sueño y la vigilia, una fuente onírica nada despreciable, que unida a lo devenido interesante durante el reposo -los estímulos actuales durante el La interpretación de los sueños Sigmund Freud mismo-, habría de bastar para explicar el origen de todas las imágenes oníricas. Pero tam- bién hemos hallado una opinión contraria: la de que el sueño aparta al hombre de los inter- eses del día y que, por lo general, sólo soñamos con nuestras más intensas impresiones di- urnas cuando las mismas han perdido ya para la vida despierta el atractivo de la actualidad. Resulta, pues, que conforme vamos penetrando en el análisis de la vida onírica, se nos va imponiendo la idea de que sería equivocado establecer reglas de carácter general. Si la etiología de los sueños quedase totalmente esclarecida por la actuación del interés despierto y la de los estímulos externos e internos sobrevenidos.durante el reposo, nos halla- ríamos en situación de dar cuenta satisfactoria de la procedencia de todos los elementos de un sueño, habríamos conseguido resolver el enigma de las fuentes oníricas y no nos queda- ría ya más labor que la de delimitar en cada caso la participación de los estímulos oníricos psíquicos y somáticos. Mas esta total solución de un sueño no ha sido nunca conseguida, y todos aquellos que han intentado interpretar alguno han podido comprobar cómo en todo análisis les quedaban elementos del sueño -casi siempre en número considerable- sobre cu- yo origen les era imposible dar ninguna indicación. Los intereses diurnos no presentan, pues, como fuente onírica psíquica, todo el alcance que nos hacía esperar la afirmación de que cada uno de nosotros continúa en el sueño aquello que le ocupa en la vigilia. Siendo éstas todas las fuentes oníricas conocidas, advertimos en todas las explicacio- nes de los sueños contenidas en la literatura científica exceptuando quizá la de Scherner, que más adelante citaremos se observa una extensa laguna en lo referente a la derivación del material de imágenes de representación más característico para el sueño. En esta perple- jidad muestran casi todos los autores una tendencia a reducir cuanto les es posible la partici- pación psíquica en la génesis de los sueños. Como clasificación principal distinguen cierta- mente, entre sueños de estímulo nervioso y sueños de asociación, fijando la reproducción como fuente exclusiva de estos últimos (Wundt, pág. 365), pero no logran libertarse de la duda «de si pueden o no surgir sin un estímulo físico impulsor» (Volkelt, pág.127). Tampoco resulta posible establecer una característica fija del sueño de asociación: «En los sueños de asociación propiamente dichos no puede ya hablarse de un tal nódulo firme, pues su centro se halla también constituido por una agrupación inconexa. La vida de representación, liberta- La interpretación de los sueños Sigmund Freud da ya, fuera de esto, de toda razón e inteligencia, no es contenida aquí tampoco por aquellas excitaciones somáticas y psíquicas llenas de peso, y queda de este modo abandonada a su propia arbitraria actividad y a su caprichosa confusión» (Volkelt, página 118). Wundt intenta después minorar la participación psíquica de la génesis de los sueños al manifestar «que los fantasmas oníricos son considerados, quizá erróneamente, como puras alucinaciones. Pro- bablemente, la mayoría de las representaciones oníricas son, en realidad, ilusiones emana- das de las leves impresiones sensoriales que no se extinguen nunca durante el reposo» (págs. 359 y siguientes). Weygandt hace suya esta opinión y la generaliza, afirmando, con respecto a todas las representaciones oníricas, que la causa inmediata de las mismas se halla constituida «por estímulos sensoriales a los que sólo después se enlazan asociaciones reproductoras» (pág. 17). Tissié va aún más allá en la reducción de las fuentes psíquicas de estímulos (pág. 183): Les réves d'origine absolument psychique n'existent pas. Y en otro lu- gar (pág. 6): Les pensées de nos rêves nous viennent du dehors. Aquellos autores que, como Wundt, adoptan una posición intermedia no olvidan advertir que en la mayoría de los sueños actúan conjuntamente estímulos somáticos y estímulos psí- quicos desconocidos o conocidos como intereses diurnos. Más adelante veremos cómo el enigma de la formación de los sueños puede ser resuel- to por el descubrimiento de una insospechada fuente psíquica de estímulos. Mas por lo pron- to no hemos de extrañar el exagerado valor que para la formación de los sueños se concede a los estímulos no procedentes de la vida.anímica, pues, aparte de que son los más fáciles de descubrir y pueden ser experimentalmente comprobados, la concepción somática de la interpretación de los sueños corresponde en un todo a la orientación intelectual dominante hoy en la psiquiatría. En esta ciencia constituye regla general acentuar intensamente el do- minio del cerebro sobre el organismo, pero todo lo que pudiera suponer una independencia de la vida anímica de las alteraciones orgánicas comprobables o una espontaneidad en sus manifestaciones asusta hoy al psiquiatra, como si su reconocimiento hubiera de traer consigo nuevamente los tiempos del naturalismo y de la esencia metafísica del alma. La desconfian- za del psiquiatra ha colocado al alma como bajo tutela y exige que ninguno de sus sentimien- tos revele la posesión de un patrimonio propio. Pero esta conducta no demuestra sino una La interpretación de los sueños Sigmund Freud una nube que el hálito de la vida despierta desvanece» (pág. 87). En igual sentido actúa al despertar el total acaparamiento de la atención por el mundo sensorial, que con su poder destruye casi la totalidad de las imágenes oníricas, las cuales huyen ante las impresiones del nuevo día como ante la luz del sol el resplandor de las estrellas. Por último, hemos de atribuir el olvido de los sueños al escaso interés que en general les concede el sujeto. Así, aquellas personas que a título de investigadores dedican por al- gún tiempo su atención al fenómeno onírico sueñan durante dicho período más que antes: esto es, recuerdan con mayor facilidad y frecuencia sus sueños. En esta causa del olvido se hallan contenidas las dos que Bonatelli añade a las citadas por Strümpell, o sea, que la transformación experimentada por la sensación vegetativa gene- ral al pasar el sujeto del estado de reposo al de vigilia, e inversamente, es desfavorable a la reproducción recíproca, y que la distinta ordenación adoptada por el material de representa- ciones en el sueño hace a éste intraducible para la consciencia despierta. Dados todos estos motivos de olvido resulta singular -como ya lo indica Strümpell- que en nuestro recuerdo se conserve, a pesar de todo, tanta parte de nuestros sueños. El conti- nuado empeño de los investigadores en sujetar a reglas nuestro recuerdo de los mismos, equivale a una confesión de que también en esta materia queda aún algo enigmático e inex- plicable. Con todo acierto se han hecho resaltar recientemente algunas peculiaridades del recuerdo de los sueños; por ejemplo, la de que un sueño que al despertar creemos olvidado puede ser recordado en el transcurso del día con ocasión de una percepción que roce ca- sualmente el contenido onírico olvidado (Radestock, Tissié). Sin embargo, la posibilidad de conservar un recuerdo exacto y total del sueño sucumbe a una objeción, que disminuye con- siderablemente su valor a los ojos de la crítica. Nuestra memoria, que tanta parte del sueño deja perderse, no falseará también aquello que conserva? Strümpell manifiesta asimismo esta duda sobre la exactitud de la reproducción del sue- ño: «Puede entonces suceder con facilidad que la consciencia despierta intercale involunta- La interpretación de los sueños Sigmund Freud riamente en nuestro recuerdo algo ajeno al sueño y de este modo imaginaremos haber so- ñado una multitud de cosas que nuestro sueño no contenía.» Jessen declara categóricamente (pág. 547): «Debe, además, tenerse muy en cuenta en la investigación de sueños coherentes y ló- gicos la circunstancia, poco apreciada hasta el momento, de que nuestro recuerdo de los mismos no es casi.nunca exacto, pues cuando los evocamos en nuestra memoria los com- pletamos involuntaria e inadvertidamente llenando las lagunas de las imágenes oníricas. Un sueño coherente sólo raras veces o quizá ninguna lo es tanto como nuestra memoria nos lo muestra. Aun para el más verídico de los hombres resulta imposible relatar un sueño singular sin agregarle algún complemento o adorno de su cosecha. La tendencia del espíritu humano a ver totalidades coherentes es tan considerable, que al recordar un sueño hasta cierto punto incoherente corrige esta incoherencia de un modo involuntario.» Las observaciones de V. Egger sobre este punto concreto parecen una traducción de las anteriores palabras de Jessen no obstante ser seguramente de concepción original: …l'observation des rêves a ses difficultés spéciales et le seul moyen d'eviter toute erreur en pareille matière est de confier au papier sans le moinde retard ce que l'on vient d'eprouver et de remarquer, sinon l'oubli vient vite ou total ou partiel; l'oubli total est sans gravité: mais l'ou- bli partiel est perfide; car si l'on se met ensuite à raconter ce que l'on n'a pas oublié, on est exposé à completer par l'imagination les fragments incohérents et disjoints fournis par la mé- moire…; on devient artiste à son insu, et le récit périodiquement répété s'impose a la créance de son auteur, qui, de bonne foi, le présente comme un fait authentique dûment établi selon les bonnes méthodes… Idénticamente opina Spitta (pág. 338), el cual parece admitir que en la tentativa de re- producir el sueño es cuando introducimos un orden en los elementos oníricos laxamente asociados unos con otros, «convirtiendo la yuxtaposición en una sucesión causal; esto es, agregando el proceso de la conexión lógica, de que el sueño carece. » La interpretación de los sueños Sigmund Freud Da o que para comprobar la fidelidad de nuestra memoria no poseemos otro control que el objeto, y éste nos falta por completo en el sueño, fenómeno que constituye una experien- cia personal y para el cual no conocemos fuente distinta de nuestra memoria, ¿qué valor po- dremos dar aún a su recuerdo? e) Las peculiaridades psicológicas del sueño. En la discusión científica del fenómeno onírico partimos de la hipótesis de que el mismo constituye un resultado de nuestra propia actividad anímica; mas, sin embargo, el sueño completo se nos muestra como algo ajeno a nosotros y cuya paternidad no sentimos ningún deseo de reclamar. ¿De dónde procede esta impresión de que el sueño es ajeno a nuestra alma? Después de nuestro examen de las fuentes oníricas habremos de inclinarnos a negar se halle condicionada por el material que pasa al contenido del sueño, pues este material es común, en su mayor parte, a la vida onírica y a la despierta. Por tanto, podemos preguntar- nos si tal impresión no constituye una resultante de modificaciones experimentadas por los procesos psíquicos en el sueño e intentar establecer de este modo una característica del mismo. Nadie ha acentuado con tanta energía la diferencia esencial entre la vida onírica y la despierta, ni tampoco ha deducido de esta diferencia conclusiones de tanto alcance como G. Th. Fechner en algunas observaciones de sus Elementos de Psicofísica (pág. 520, tomo II). Opina este autor que «ni el descenso de la vida anímica consciente por bajo del umbral prin- cipal», ni el apartamiento de la atención de las influencias del mundo exterior son suficientes para explicar las peculiaridades que la vida onírica presenta co.n relación a la despierta. Sospecha más bien que la escena de los sueños es otra que la de la vida de representacio- nes despierta. «Si la escena de la actividad psicofísica fuera la misma durante el reposo la vigilancia, el sueño no podría ser, a mi juicio sino una continuación, mantenida en un bajo grado de intensidad de la vida despierta, y compartiría además con ella su contenido y su forma. Pero, por lo contrario, se conduce de muy distinto modo.» La interpretación de los sueños Sigmund Freud Llegamos ahora a la tentativa de explicar la credulidad del alma con respecto a las alu- cinaciones oníricas, las cuales sólo pueden surgir después de la supresión de una cierta acti- vidad del ser. Strümpell expone que el alma continúa conduciéndose aquí normalmente y conforme a su mecanismo peculiar. Los elementos oníricos no son en ningún modo meras representaciones, sino verídicas y verdaderas experiencias del alma, iguales a las que en la vida despierta surgen por mediación de los sentidos (página 34). Mientras que durante la vi- gilia piensa y representa el alma en imágenes verbales y por medio del lenguaje, en el sueño piensa y representa en verdaderas imágenes sensoriales (pág. 35). Además, hallamos en el sueño una consciencia del espacio, pues, análogamente a como sucede en la vigilia, quedan las imágenes y sensaciones proyectadas en un espacio exterior (pág. 36). Habremos, pues, de confesar que el alma se halla en el sueño, y con respecto a sus imágenes y percepciones, en idéntica situación que durante la vida despierta (pág. 43). Si a pesar de todo incurre en error, ello obedece a que en el estado de reposo carece del criterio que establece una dife- renciación entre las percepciones sensoriales procedentes del exterior y las procedentes del interior. No puede someter a sus imágenes a aquellas pruebas susceptibles de demostrar su realidad objetiva y además desprecia la diferencia entre las imágenes intercambiables a vo- luntad y aquellas otras en las que no existe tal arbitrio. Yerra porque no puede aplicar al con- tenido de su sueño la ley de la causalidad (pág. 58). En concreto, su apartamiento del mundo exterior es también la causa de la fe que presta al mundo onírico subjetivo. Tras de desarrollos psicológicos, en parte diferentes, llega Delboeuf a idénticas conclu- siones. Damos a los sueños crédito de realidad porque en el estado de reposo carecemos de otras impresiones a las que compararlos, y nos hallamos desligados del mundo exterior. Mas si creemos en la verdad de nuestras alucinaciones, no es porque nos falte durante el reposo la posibilidad de contrastarlas. El sueño puede mentirnos toda clase de pruebas, haciéndo- nos, por ejemplo, tocar la rosa que en él vemos; mas no por esto dejamos de estar soñando. Para Delboeuf no existe criterio alguno, fuera del hecho mismo del despertar -y esto sólo como generalidad práctica-, que nos permita afirmar que algo es un sueño o una realidad despierta. Al despertar y comprobar que nos hallamos desnudos en nuestro lecho es, en La interpretación de los sueños Sigmund Freud efecto, cuando declaramos falso todo lo que desde el instante en que conciliamos el reposo hemos visto (pág. 84). Mientras dormíamos hemos creído verdaderas las imágenes oníricas a consecuencia del hábito intelectual, siempre vigilante, de suponer un mundo exterior, al que oponemos nuestro yo. Elevado así el apartamiento del mundo exterior a la categoría de factor determinante de los más singulares caracteres de la vida onírica, creemos conveniente consignar unas sutiles observaciones del viejo Burdach, que arrojan cierta luz sobre la relación del alma durmiente con el mundo exterior y son muy apropiadas para evitarnos conceder a las anteriores deduc- ciones más valor del que realmente poseen: «El estado de reposo -dice Burdach- tiene por condición el que el alma no sea excitada por estímulos sensoriales…; pero la ausencia de tales estímulos no es tan indispensable para la conciliación del reposo como la falta de inte- rés por los mismos. En efecto, a veces se hace necesaria la existencia de alguna impresión sensorial, en tanto en cuanto la misma sirve para tranquilizar el alma. Así, el molinero no duerme si no oye el ruido producido por el funcionamiento de su molino, y aquellas personas que como medida de precaución acostumbran dormir con luz no pueden conciliar el reposo en una habitación oscura» (página 457). «El alma se retira de la periferia y se aísla del mundo exterior, aunque sin quedar falta de toda conexión con el mismo. Si no oyéramos ni sintiéramos más que durante el estado de vigilia, y no, en cambio, durante el reposo, nada habría que pudiera despertarnos. La perma- nencia de la sensación queda aún más indiscutiblemente demostrada por el hecho de que no siempre es la energía meramente sensorial de una impresión, sino su relación psíquica, lo que nos despierta. Una palabra indiferente no hace despertar al durmiente, y, en cambio sí su nombre, murmurado en voz baja. Resulta, pues, que el alma distingue las sensaciones durante el reposo. De este modo podemos ser despertados por la falta de un estímulo senso- rial cuando el mismo se refiere a algo importante para la representación. Las personas que acostumbran dormir con luz despiertan al extinguirse ésta, y el molinero, al dejar de funcionar su molino; o sea, en ambos casos, al cesar la actividad sensorial. Esto supone que dicha ac- tividad es percibida, pero que no ha perturbado al alma, la cual la ha considerado como indi- ferente o más bien como tranquilizadora» (págs. 460 y sigs.). La interpretación de los sueños Sigmund Freud Si por nuestra parte no queremos dejar de reconocer el valor nada despreciable de es- tas objeciones, habremos, sin embargo, de confesar que las cualidades de la vida onírica examinadas hasta ahora y derivadas del apartamiento del mundo exterior no explican por completo la singularidad de la misma, pues en este caso habría de ser posible resolver el problema de la interpretación onírica, transformando de nuevo las alucinaciones del sueño en representaciones y sus situaciones en pensamientos. Ahora bien: este proceso es el que lle- vamos a cabo al reproducir de memoria nuestro sueño después de despertar, y, sin embar- go, aunque consigamos efectuar totalmente o sólo en parte tal retraducción, el sueño conti- núa conservando todo su misterio. La totalidad de los autores admite sin vacilación alguna que el material de representa- ciones de la vida despierta sufre en el sueño otras más profundas modificaciones. Strümpell intenta determinar una de éstas en las siguientes deducciones (pág. 17): «El alma pierde también con el cese de la percepción sensorial activa y de la consciencia normal de la vida el terreno en que arraigan sus sentimientos, deseos, intereses y actos. También aquellos esta- dos, sentimientos, intereses y valoraciones espirituales, enlazados en la vida despierta a las imágenes mnémicas, sucumben a una presión obnubilante, a consecuencia de la cual queda suprimida su conexión con las mismas; las imágenes de percepciones de objetos, personas, localidades, sucesos y actos de la vida despierta son reproducidos en gran número aislada- mente, pero ninguna de ellas trae consigo su valor psíquico, y privadas de él, quedan flotan- do en el alma, abandonadas a sus propios medios…» Este despojo que de su valor psíquico sufren las imágenes es atribuido nuevamente al apartamiento del mundo exterior, y, según Strümpell, posee una participación principal en la impresión de singularidad, con la que el sueño se opone a la vida despierta en nuestro re- cuerdo. Hemos visto antes que ya el acto de conciliar el reposo trae consigo el renunciamiento a una de las actividades anímicas: a la guía voluntaria del curso de las representaciones. De este modo se nos impone la hipótesis de que el estado de reposo se extiende a las funciones La interpretación de los sueños Sigmund Freud tamos si realmente poseemos todavía la capacidad de representación e intelección raciona- les.» Maury (pág. 50) refleja la relación de las imágenes oníricas con los pensamientos de la vida despierta en, una comparación muy impresionante para los médicos: La production de ces images que chez l'homme éveillé fait le plus souvent naître la volonté, correspond, pour l'intelligence, à ce que sont pour la motilité certains mouvements que nous offrent la chorée et les affections paralytiques. Por lo demás, se da en el sueño toute una série de dégradations de la faculté pensante et raisonante (pág. 27). No creemos necesario consignar las manifestaciones de aquellos autores que reprodu- cen con respecto a las más elevadas funciones anímicas el principio de Maury. Según Strümpell, quedan suprimidas en el sueño -naturalmente también allí donde el desatino no resulta evidente- todas aquellas operaciones lógicas del alma que se basan en relaciones y conexiones (pág. 26). Según Spitta (pág. 148), las representaciones parecen quedar emancipadas por completo de la ley de causalidad. Radestock y otros acentúan la debilidad de la capacidad de juicio y deducción. Según. Jodl (pág. 123), no existe en el sueño crítica ninguna, ni quedan corregidas las series de percepciones por el contenido de la cons- ciencia completa. Este mismo autor manifiesta: «En el sueño aparecen todas las actividades de la consciencia, pero incompletas, cohibidas y aisladas unas de otras.» Las contradiccio- nes en que el sueño se sitúa con respecto a nuestro conocimiento despierto son explicadas por Stricker y otros muchos autores por el olvido de hechos, la ausencia de relaciones lógi- cas entre las representaciones, etc. Los autores que, en general, juzgan tan desfavorablemente la labor de las funciones psíquicas en el sueño, conceden, sin embargo, que en el mismo perdura un resto de activi- dad anímica. Wundt, cuyas teorías han servido de norma a tantos otros investigadores de los problemas oníricos, confiesa abiertamente este hecho. Surge, pues, el problema de determi- nar la naturaleza y composición de este resto de actividad anímica normal que en el sueño se manifiesta: Casi generalmente se concede que la capacidad de reproducción -la memoria- es lo que menos parece haber sufrido, pudiendo incluso producir rendimientos superiores a los habituales en la vigilia, aunque una parte de los absurdos del sueño haya de quedar ex- La interpretación de los sueños Sigmund Freud plicada por la capacidad de olvido de la vida onírica. Según Spitta, es la vida espiritual del alma lo que no queda suprimido por el sueño y dirige el curso del mismo. Espíritu es, para este autor, «aquella constante reunión de los sentimientos que constituye la esencia subjeti- va más íntima del hombre» (página 84). Scholz (pág. 37) ve una de las actividades anímicas que se manifiestan en el sueño en la transformación alegorizante de sentido a la que es sometido el material onírico. Siebeck comprueba también en el sueño la «actividad interpretadora complementaria» del alma (pág. 11 ), aplicada por ésta a toda percepción. La conducta de nuestra más elevada función aní- mica -la consciencia- en el fenómeno onírico resulta especialmente difícil de fijar. Dado que sólo por ella sabemos algo de nuestros sueños, no podemos dudar de su permanencia; pero Spitta opina que en el sueño sólo se conserva la consciencia y no la autoconsciencia. Del- boeuf confiesa no alcanzar a comprender esta diferenciación. Las imágenes oníricas se enlazan incluso a revelársenos en el sueño más conforme a las mismas leyes asociativas que las representaciones, llegando claro y precisamente el ori- gen de dichas leyes. Strümpell (pág.10): «El sueño se desarrolla, ora exclusivamente, como parece conforme a las leyes de las representaciones puras, ora conforme a las de estímulos orgánicos, con tales representaciones; esto es, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estético y el juicio ético intervengan para nada.» Los autores cuyas opiniones reproducimos aquí se representan la formación de los sueños aproximadamente en la forma que sigue: la suma de los estímulos sensoriales, procedentes de las diversas fuentes antes estudiadas, y actuantes durante el reposo, despierta ante todo en el alma un acervo de representaciones, que se presentan en calidad de alucinaciones (o, según Wundt, como verdaderas ilusiones, dada su procedencia de los estímulos, externos e internos.) Estas representaciones se enla- zan entre sí según las leyes de asociación que nos son conocidas, y evocan a su vez, con- forme a las mismas reglas, una nueva serie de representaciones (imágenes). El material total es elaborado en lo posible por el resto, aún en actividad, de las capacidades anímicas orde- nadoras y pensadoras (cf. Wundt y Weygandt). Lo que no se ha conseguido descubrir toda- vía son los motivos que deciden que la evocación de las imágenes no procedentes del exte- rior se realice conforme a estas o aquellas leyes asociativas. La interpretación de los sueños Sigmund Freud Se ha observado, sin embargo, repetidamente, que las asociaciones que enlazan a las representaciones oníricas entre sí son de una peculiarísima naturaleza y diferentes por com- pleto de las que actúan en el pensamiento despierto. Así, dice Volkelt (pág.15): «Las repre- sentaciones se persiguen y se enlazan en el sueño conforme a analogías casuales y a co- nexiones apenas perceptibles. Todos los sueños se hallan entrelazados por tales asociacio- nes, negligentes y lejanas.» Maury concede máxima importancia a este carácter del enlace de las representaciones, que le permite establecer una más íntima analogía entre la vida oní- rica y ciertas perturbaciones mentales. Reconoce dos caracteres principales del délire: 1º Une action spontanée et comme automatique de l'esprit. 2º Une asociation vicieuse et irrégu- lière d'idées (pág. 126). Este mismo autor nos refiere dos excelentes ejemplos de sueños, en los que el enlace de las representaciones oníricas fue determinado exclusivamente por la similicadencia de las palabras. En uno de estos sueños comenzó por emprender una pere- grinación (pélèrinage) a Jerusalén o a la Meca, y después de un sinnúmero de aventuras lle- gó a casa del químico Pelletier, el cual, al cabo de una larga conversación, le entregó una pala (pelle) de cinc, que en el fragmento onírico siguiente se convirtió en una gran espada de combate (pág. 137). Otra vez soñó que paseaba por una carretera, leía en los guardacanto- nes las cifras indicadoras de los kilómetros y se detenía después en una droguería, en la que un individuo colocaba pesas de kilo en una gran balanza con objeto de pesarle; luego el dro- guero se dirigía a él y le decía: «No está usted en París, sino en la isla de Gilolo.» En el resto de este sueño vio la flor llamada lobelia y al general López, cuya muerte había leído recien- temente en los periódicas. Por último, despertó cuando comenzaba a jugar con otras perso- nas en una partida de lotería. Como era de esperar, esta desestimación de los rendimientos psíquicos del sueño ha hallado también sus contradictores. Sin embargo, no parece fácil sostener la afirmación con- traria. No posee, en efecto, gran importancia que uno de los autores que rebajan el valor de la vida onírica (Spitta, pág. 118) asegure que los sueños son regidos por las mismas leyes psicológicas que reinan en la vida despierta, ni tampoco que otro investigador (Dugas) mani- fieste que le rêve n`est pas déraison, ni même irraison pure, mientras que ninguno de ellos se tome el trabajo de armonizar estas opiniones con la anarquía y desorganización psíquicas que en el sueño atribuyen a todas las funciones. En cambio, otros autores parecen haber La interpretación de los sueños Sigmund Freud ra e intensifica el efecto de sus fenómenos con la más profunda comprensión de la esencia fundamental de los mismos. Nos presenta lo bello terrenal en un resplandor verdaderamente celeste; lo elevado, en su más alta majestad; lo que, según nuestra experiencia, es temero- so, en la forma más aterrorizante, y lo ridículo, con indescriptible comicidad; a veces nos hallamos, aun después de despertar, tan dominados por una de estas impresiones, que creemos no haber hallado nunca en el mundo real nada semejante.» Surge aquí la interrogación de cómo pueden referirse a un mismo objeto las desprecia- tivas observaciones anteriores y estas entusiásticas alabanzas. ¿No habrán pasado inadver- tidos para unos autores los sueños desatinados, y paraotros los profundos e ingeniosos? Y si existen sueños de ambas clases, que justifican, respectivamente, ambos juicios, ¿no será ocioso buscar una característica psicológica del sueño, y deberemos limitarnos a decir que en él es todo posible, desde la más baja degradación de la vida anímica hasta una elevación de la misma, desacostumbrada en la vida despierta? Mas, por cómoda que fuera esta solu- ción, tropieza con el inconveniente de que los esfuerzos de todos los investigadores parecen hallarse guiados por la hipótesis de que existe una característica de los sueños, de validez general en sus rasgos esenciales, susceptible de resolver las contradicciones apuntadas. Es indiscutible que los rendimientos psíquicos del sueño han hallado un más voluntario y caluroso reconocimiento en aquel período, ya pasado, en el que los espíritus se hallan do- minados por la Filosofía y no por las ciencias exactas. Manifestaciones, como la de Schubert, de que el sueño constituye una emancipación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento del alma de las ligaduras de la sensualidad, y análogos juicios de Fichte, el joven , y de otros autores, en los que se considera el sueño como una elevación de la vida anímica a un más alto nivel, nos parecen hoy apenas comprensibles. En la actualidad sólo son repetidos por los autores místicos o piadosos. La disciplina mental científica ha produci- do una reacción en la apreciación del sueño. Precisamente los autores médicos son los que antes se han inclinado a considerar muy escasa y falta de todo valor la actividad psíquica en el sueño, mientras que los filósofos y los observadores no profesionales -psicólogos de afi- ción-, cuyas aportaciones a estos estudios no deben despreciarse, han continuado soste- niendo, más en armonía con las hipótesis populares, el valor psíquico del sueño. Aquellos La interpretación de los sueños Sigmund Freud que tienden a menospreciar el rendimiento psíquico en el sueño conceden, naturalmente, la máxima importancia etiológica a las fuentes de estímulos somáticos. En cambio, para aque- llos otros que atribuyen al alma soñadora la mayor parte de las facultades que la misma po- see en la vida despierta, desaparece toda razón de no atribuirle también estímulos oníricos independientes. Entre los rendimientos extraordinarios que aun después de la más escrupulosa compa- ración pudiéramos inclinarnos a atribuir a la vida onírica, es el de la memoria el más patente. En páginas anteriores detallamos ya todos los hechos, nada raros, que así lo demuestran. En cambio, otra de las prerrogativas de la vida onírica que con mayor frecuencia ensalzan los autores antiguos -su facultad de franquear libremente las distancias temporales y espaciales- es, como ya observa Hildebrant, por completo ilusoria. El sueño lo hace en forma idéntica a como lo realiza el pensamiento despierto, y precisamente por no ser sino una forma del pen- samiento. Con respecto al tiempo, gozaría, en cambio, el sueño de otra distinta prerrogativa, siendo independiente de su curso en un diferente sentido. Sueños como aquel en que Maury se vio guillotinar, parecen demostrar que el fenómeno onírico puede acumular en brevísimos instantes un contenido de percepciones mucho mayor que el contenido de pensamientos que nuestra actividad psíquica puede abarcar en la vida despierta. Esta deducción ha sido, sin embargo, combatida con los más diversos argumentos. Desde los artículos de Le Lorrain y Egger «sobre la aparente duración de los sueños» se ha desarrollado en derredor de este problema -tan intrincado como el profundo alcance- una interesantísima discusión, que no ha llevado aún a esclarecimiento alguno definitivo.Después de numerosas investigaciones y de la colección de sueños publicada por Chabaneix, parece ya indiscutible que el sueño pue- de acoger la labor intelectual del día y conducirla a una conclusión no alcanzada en la vida despierta, resolviendo así problemas y dudas que preocupan al sujeto y constituyendo una fuente de inspiración para los poetas y compositores. Pero aunque este hecho es innegable en sí, la hipótesis construida sobre él sucumbe a importantes objeciones. Por último, el afirmado poder adivinatorio del sueño constituye otro objeto de discusión, en la que a dudas difíciles de dominar se oponen tenaces afirmaciones. Sin embargo, se evi- ta negar rotundamente -y con razón- lo que de efectivo ha sido observado en este punto, La interpretación de los sueños Sigmund Freud pues para toda una serie de casos existe quizá la cercana posibilidad de una natural explica- ción psicológica. f) Los sentimientos éticos en el sueño. Por motivos que sólo después del conocimiento de mis propias investigaciones sobre el sueño pueden resultar comprensibles, he separado del tema de la psicología del sueño el problema parcial de si las disposiciones y sentimientos morales de la vigilia se extienden -y hasta qué punto- a la vida onírica. La misma contradicción que con respecto a las restantes funciones anímicas hubimos de hallar con extrañeza en las exposiciones de los investigado- res, vuelve aquí a surgir a nuestros ojos. En efecto, con la misma seguridad que unos mues- tran al afirmar que el sueño ignora en absoluto toda aspiración moral, sostienen los otros que la naturaleza moral del hombre perdura también en la vida onírica. La experiencia onírica parece colocar la exactitud de la primera afirmación por encima de toda duda: Así escribe Jessen (pág. 553): «Tampoco nos hacemos mejores ni más virtuo- sos en el sueño. Más bien parece que en él calla nuestra conciencia, pues sin compadecer- nos por nada ni de nadie realizamos con la mayor indiferencia y sin remordimiento alguno los mayores crímenes.» Radestock (pág. 146): «Debe tenerse en cuenta que en el sueño emergen las asocia- ciones y se enlazan las representaciones, sin que la reflexión, la inteligencia, el gusto estéti- co y el juicio moral puedan intervenir para nada. El juicio es debilísimo, y predomina la indife- rencia ética.» Volkelt (pág. 23): «Nadie ignora el desenfreno que la vida onírica muestra, es- pecialmente en lo que a la sexualidad se refiere. Del mismo modo que el sujeto se contempla en sus sueños falto de todo pudor y todo sentimiento ético, ve a otras personas -incluso a las que más respeta- entregadas a actos que en su vida despierta se espantaría de asociar a ellas.» En abierta oposición con estas manifestaciones se hallan otras, como la de Schopen- hauer, de que todos obramos y hablamos en sueños conforme a nuestro carácter. K. Ph. Fis- La interpretación de los sueños Sigmund Freud go, coincidir a muchos defensores de la responsabilidad y de la irresponsabilidad en el reco- nocimiento de una fuente psíquica especial para la inmoralidad de los sueños. De todos modos, aquellos investigadores que extienden a los sueños la moral subjeti- va, se guardan muy bien en aceptar la completa responsabilidad de los sueños propios. Haffner dice (pág. 24): «No somos responsables de nuestros sueños, porque nuestro pen- samiento y nuestra voluntad quedan despojados en ellos de la base sobre la cual posee úni- camente nuestra vida verdad y realidad. Siendo así, nada de lo que en sueños queremos o hacemos puede tenerse por virtud o pecado.» Pero el hombre es responsable de sus sueños pecadores en tanto en cuanto los origina indirectamente, y antes de conciliar el reposo tiene, del mismo modo que en el resto de la vigilia, el deber de purificar moralmente su alma. Hildebrandt ahonda mucho más en el análisis de esta mezcla de negación y afirmación de nuestra responsabilidad con respecto al contenido moral de los sueños. Después de indi- car que la forma dramática de exposición adoptada por el fenómeno onírico, la acumulación de los más complicados procesos reflexivos en un brevísimo espacio de tiempo y la desvalo- rización y confusión que también reconoce de los elementos de representación, deben tener- se en cuenta, como circunstancias atenuantes, al juzgar el aspecto inmoral de los sueños, confiesa que tampoco nos es posible negar en absoluto toda responsabilidad por los peca- dos y faltas que en ellos cometemos. Página 49: «Cuando queremos rechazar de un modo decidido una acusación injusta re- ferente a nuestros propósitos o sentimientos, solemos servirnos de la expresión: «Eso no se me ha ocurrido ni aun en sueños.» Con esto manifestamos, por un lado, que el dominio de los sueños es para nosotros el último por cuyo contenido pudiera exigírselos responsabilidad, puesto que nuestros pensamientos no poseen en él sino tan escasa y lejana conexión con nuestro verdadero ser, que apenas pueden ya atribuírsenos; pero al sentirnos inducidos a negar también la existencia de tales pensamientos en este dominio, confesamos al mismo tiempo indirectamente que nuestra justificación sería incompleta ni no alcanzase también hasta él. A mi juicio, hablamos aquí, siquiera sea inconscientemente, el lenguaje de la ver- dad.» La interpretación de los sueños Sigmund Freud Página 52: «No podemos suponer ningún hecho onírico cuyo primer motivo no haya cruzado antes en alguna forma a título de deseo, aspiración o sentimiento por el alma del individuo despierto.» Este primer sentimiento no lo ha inventado el sueño; se ha limitado a copiarlo y desarrollarlo, elaborando en forma dramática un adarme de materia histórica que halló previamente en nosotros. Así, pues, el fenómeno onírico no hace sino poner en escena las palabras del Apóstol: «Aquel que odia a su hermano es un homicida.» Y mientras que conscientes de nuestra energía moral podemos sonreír, al despertar, ante el amplio cuadro perverso que nuestro sueño pecador nos ha presentado, el nódulo originario causal no pre- senta faceta alguna que nos mueva a risa. Nos sentimos, por tanto, responsables de nues- tros extravíos oníricos; no en su totalidad, pero sí en cierto tanto por ciento. «Comprende- mos, en este indiscutible sentido, la palabra de Cristo: `Del corazón vienen malos pensa- mientos', y no podemos casi defendernos de la convicción de que cada pecado cometido en el sueño trae consigo para nosotros, por lo menos, un oscuro mínimo de culpa.» En los gérmenes de sentimientos reprobables que a título de tentaciones cruzan por nuestra alma en la vigilia encuentra, pues, Hildebrandt la fuente de inmoralidad de los sueños y no vacila en tener en cuenta estos elementos inmorales en la estimación moral de la per- sonalidad. Estos mismos pensamientos y su idéntica valoración es lo que ha hecho acusarse a los santos y a los hombres piadosos de toda época de ser los más grandes pecadores. No cabe duda alguna sobre la general aparición de estas representaciones contrastan- tes en la mayoría de los hombres y también con relación a dominios distintos del ético. Pero algunas veces se les ha juzgado con menos severidad. Así, Spitta transcribe las siguientes manifestaciones de A. Zeller (pág. 144): «Raras veces se halla tan felizmente organizado un espíritu que posea en todo momento un poder absoluto y no quede estorbada la continua y clara marcha de sus pensamientos por representaciones no sólo insignificantes, sino hasta ridículas y desatinadas. Incluso los más grandes pensadores se han lamentado de esta in- oportuna turba de representaciones, semejantes a las de los sueños, que perturba sus más profundas reflexiones y su más seria y sagrada labor mental.» La interpretación de los sueños Sigmund Freud Una observación de Hildebrandt, la de que el sueño nos permite a veces contemplar los repliegues y profundidades de nuestro ser, que durante la vigilia quedan casi siempre ocultos a nuestros ojos, arroja más clara luz sobre la situación psicológica de estos pensamientos de contraste. Análoga idea expone Kant en un pasaje de su Antropología al afirmar que el sueño tie- ne por función la de descubrirnos nuestras disposiciones ocultas y revelarnos no lo que so- mos, sino lo que hubiéramos podido llegar a ser si hubiéramos recibido una educación dife- rente. Radestock (pág. 84) reproduce este juicio cuando dice que el sueño nos revela aquello que no queremos confesarnos a nosotros mismos, siendo esto lo que nos impulsa a calificar- lo injustamente de mentiroso y engañador. J. E. Erdmann manifiesta: «Nunca me ha revelado un sueño lo que de un hombre debo opinar; pero lo que de él opino y cuáles son mis verda- deros sentimientos con respecto a él, eso sí me lo ha mostrado más de una vez, con gran asombro mío.» En forma semejante opina J. H. Fichte: «El carácter de nuestros sueños nos revela mu- cho más fielmente nuestro estado de ánimo total que el autoanálisis durante la vigilia.» Ob- servaciones como las de Benini y Volkelt, que a continuación transcribimos, nos hacen ad- vertir que la emergencia de estos impulsos ajenos a nuestra conciencia moral, sólo es com- parable a la ya conocida disposición del sueño sobre otro material de representaciones que falta a la vida despierta o desempeña en ella un insignificante papel. Benini: Certe nostre in- clinazioni che ci credevano soffocate e spente da un pezzo, si ridestano; passioni vecchie e sepolte rivivono; cosa e persona a cui non pensiamo mai, ci vengono dinazi (pág. 149). Y Volkelt: «También representaciones que se han introducido casi inadvertidamente en la cons- ciencia despierta y quizá no hubieran sido sacados nunca por ella del olvido, suelen revelar al sueño su presencia en el alma» (pág. 105). Por último, es éste el lugar de recordar que, según Schleiermacher, ya el acto de conciliar el reposo se halla acompañado de repre- sentaciones (imágenes) involuntarias. En este concepto de «representaciones involuntarias» debemos incluir todo aquel acer- vo de representaciones cuya emergencia tanto en los sueños inmorales como en los absur- La interpretación de los sueños Sigmund Freud Pero el valor de todas estas ingeniosas observaciones para un conocimiento psicológi- co de la vida onírica queda disminuido en Maury por su resistencia a no ver en los fenóme- nos tan acertadamente observados por él sino pruebas del automatisme psychologique, que, a su juicio, domina la vida onírica. Este automatismo lo considera como la completa antítesis de la actividad psíquica. En sus estudios sobre la consciencia dice Stricker: «El sueño no se compone exclusi- vamente de engaños; cuando en él sentimos miedo de los ladrones, éstos son imaginarios, pero el miedo es real.» De este modo se nos advierte que el desarrollo de afectos en el sue- ño no puede ser juzgado en la misma forma que el resto del contenido onírico, y se nos plan- tea de nuevo el problema de qué es lo que en los procesos psíquicos del sueño puede con- siderarse como real; esto es, puede aspirar a ser incluido entre los procesos psíquicos de la vigilia. g) Teorías oníricas y función del sueño. Un conjunto de juicios sobre el sueño que intente explicar, desde un determinado punto de vista, la mayor suma posible de los caracteres observados en su investigación y fije al mismo tiempo su situación con respecto a un más amplio campo de fenómenos, merecerá ser calificado de teoría onírica. Las distintas teorías que de este modo puedan establecerse se diferenciarán en el carácter que de los sueños consideren como esencial, enlazando a él las explicaciones y relaciones constitutivas de su contenido. No habrá de ser condición indis- pensable que de todas y cada una de ellas pueda deducirse una función o utilidad del fenó- meno onírico; pero obedeciendo a nuestra acostumbrada orientación teleológica, habremos de preferir aquellas que entrañen el conocimiento de una tal función. Conocemos ya varias concepciones de los sueños merecedoras, en este sentido, del nombre de teorías oníricas. Así, la antigua creencia de que los sueños eran enviados por los dioses para dirigir los actos de los hombres constituía una teoría completa que explicaba to- do lo que en el fenómeno onírico presenta interés. Desde que el sueño ha llegado a ser obje- La interpretación de los sueños Sigmund Freud to de la investigación biológica, ha surgido un número más considerable que nunca de teorí- as oníricas; pero entre ellas existen algunas harto incompletas. Renunciando a incluirlas en su absoluta totalidad, puede intentarse la siguiente clasifi- cación -no extremadamente rigurosa- de las teorías oníricas, conforme a la hipótesis que so- bre la magnitud y la naturaleza de la actividad psíquica en el sueño les sirva de base. 1º Aquellas teorías que, como la de Delboeuf, hacen perdurar en el sueño la total activi- dad psíquica de la vigilia. Según ellas, el alma no duerme; su aparato permanece intacto, pero sometida a las condiciones del estado de reposo, distintas de las correspondientes a la vigilia, tiene que producir, aun funcionando normalmente, rendimientos distintos. Surge aquí la duda de si estas teorías consiguen derivar, en su totalidad de las condiciones del estado de reposo, las diferencias que se nos muestran entre el sueño y la reflexión. Pero, además, falta en ellas toda posibilidad de deducir la existencia de una función onírica. No nos explican para qué soñamos ni por qué el complicado mecanismo del aparato anímico sigue funcio- nando aun después de haber sido colocado en circunstancias para las que no se halla calcu- lado. En esta situación, las únicas reacciones adecuadas serían dormir sin sueños o desper- tar cuando sobreviniera un estímulo, perturbador; pero nunca soñar. 2º Aquellas teorías que, por el contrario, aceptan en el sueño un descenso de la activi- dad psíquica y una debilitación de la coherencia. De estas teorías se deduce una caracterís- tica psicológica del estado de reposo muy distinta de la establecida por Delboeuf. El reposo se extiende al alma y no se limita a aislarla por completo del mundo exterior, sino que pene- tra en su mecanismo, haciéndolo temporalmente inutilizable. Si me es permitida una compa- ración con material psiquiátrico, diré que las primeras teorías construyen el sueño como una paranoia y las segundas lo convierten en el prototipo de la imbecilidad o de una amencia. La teoría de que en la vida onírica sólo se manifiesta una parte de la actividad anímica paralizada por el reposo es la preferida por los autores médicos y, en general, por el mundo científico. En tanto en cuanto ha de suponerse un profundo interés por el esclarecimiento de los sueños, puede considerársela como la teoría dominante. Su característica es la facilidad La interpretación de los sueños Sigmund Freud con que sortea uno de los mayores peligros que se alzan ante toda explicación de los sue- ños: el de estrellarse contra una de las antinomias a las que los mismos dan cuerpo. Considerando el fenómeno onírico como el resultado de una vigilia parcial («una vigilia paulatina, parcial, y al mismo tiempo, muy anómala», dice Herbart, sobre el sueño, en su Psicología) puede explicar, por una serie de estados cada vez más cercanos al de vigilia, toda la serie de rendimientos imperfectos del sueño -exteriorizados en el absurdo del mismo- hasta el rendimiento mental perfecto y totalmente concretado. Para aquellos a quienes ha llegado a ser indispensable la forma de exposición fisiológi- ca o la encuentran más científica, transcribiré aquí la descripción que Binz hace de esta teo- ría (pág. 43): «Este estado (de estupor) camina paulatinamente hacia su fin en las primeras horas de la mañana. Las toxinas que la fatiga acumuló en la albúmina cerebral van disminuyendo cada vez más, destruidas o arrastradas por la continua corriente de la sangre. Algunos grupos de células, despiertos ya, comienzan a funcionar en medio del general letargo, y ante nuestra obnubilada consciencia surge entonces la actividad aislada de estos grupos de células, falta del control de las demás partes del cerebro que rigen la asociación. En consecuencia, las imágenes creadas, correspondientes generalmente a las impresiones materiales de un próximo pasado, se agregan unas a otras sin orden ni concierto. Luego, conforme va hacién- dose mayor el número de células cerebrales despiertas, va disminuyendo, en proporción, el destino del sueño.» Todos los fisiólogos y filósofos modernos se muestran conformes con esta concepción del sueño como una vigilia incompleta y parcial, o cuando menos, influidos por ella. Maury es quien más ampliamente la desarrolla, pareciendo ver en la vigilia o el resposo estados des- plazables por regiones anatómicas, aunque de todos modos se le muestren siempre enlaza- das una determinada región anatómica y una determinada función psíquica. Pero quisiera limitarme aquí a indicar que si la teoría de la vigilia parcial se confirmase, habría aún que rea- lizar una importante labor para estructurarla. La interpretación de los sueños Sigmund Freud cantes, bajo cuyo peso quedaría ahogado aquello que a título de todo acabado hubiera de ser incorporado a la memoria.» De este modo presta el sueño a la consciencia sobrecargada el servicio de una válvula de seguridad. Los sueños poseen una fuerza curativa y derivativa. Sería equivocado preguntar a Robert cómo por medio del representar onírico puede producirse un desastre del alma, pues lo que de las dos peculiaridades del material onírico antes citadas deduce evidentemente este autor, es que durante el reposo se verifica en algún modo, y como proceso somático, una tal expulsión de las impresiones carentes de valor y que el soñar no es ningún proceso psíquico especial, sino unicamente la noticia que de dicha selección obtenemos. Pero no es una segregación lo único que durante la noche se realiza en el alma. El mismo Robert añade que, además, se lleva a efecto una elaboración de los estímulos del día, y que «aquello que de la materia de pensamiento no asimilada resiste a la segregación es reunido por cadenas de pensamientos tomados de la fantasía, hasta formar una totalidad, e incorporado así a la memoria como una innocua pintura de la fantasía» (pág. 23). En total contradicción con la teoría dominante se nos muestra, en cambio, la de Robert, por lo que respecta a las fuentes oníricas. Mientras que, según la primera, no soñaríamos en absoluto si los estímulos externos e internos no despertaran de continuo a nuestra alma, según la teoría de Robert, el impulso de soñar reside en el alma misma, esto es, en su sobrecarga, que demanda una derivación. Resulta, pues, por completo consecuen- te la conclusión establecida por este autor de que las causas condicionantes del sueño, de- pendientes del estado corporal del sujeto, no ocupan sino un lugar secundario, y no podrían inducir a soñar, en ningún caso, a un espíritu en el que no existiese previamente materia al- guna para la formación de sueños, tomada de la consciencia desierta. Debe concederse úni- camente que las imágenes fantásticas que procede de lo mas profundo del alma del sujeto, se desarrollan en sus sueños pueden ser influidas por los estímulos nerviosos (pág. 41). De este modo resulta el sueño independiente, hasta cierto punto según Robert, de lo somático. No constituye, ciertamente, un proceso psíquico, ni ocupa lugar alguno entre los procesos de este genero que se desarrollan en nuestra vida despierta; pero es un proceso somático que La interpretación de los sueños Sigmund Freud se desarrolla todas las noches en el aparato de la actividad anímica y tiene a su cargo una función: la de proteger a este aparato contra una excesiva tensión, o, si se nos permite cam- biar de comparación, la de limpiar el alma. Otro autor, Ives Delage, apoya su teoría en estos mismos caracteres del sueño, que se hacen patentes en la selección del material onírico, siendo muy instructivo observar cómo por una ligera diferencia en la comprensión de un mismo objeto se llega a un resultado final de muy distinto alcance. Delage comenzó por observar en sí propio, con ocasión de la muerte de una persona querida, que no soñamos con aquello que durante el día ha ocupado nuestro pensamiento, o únicamente soñamos con ello cuando empieza a desvanecerse ante nuevos intereses. Sus investigaciones subsiguientes con otras personas le confirmaron la generalidad de este hecho. Una de las observaciones de este autor, que de confirmarse su general exactitud se- ría muy interesante, se refiere a los sueños de los recién casados: S'ils ont été fortement épris, presque jamais ils n'on rêvé l'un de l'autre avant le mariage ou pendant la lune de miel; et s'ils ont rêvé d'amour c'est pour être infidèles avec quelque personne indifférente ou odieu- se. Pero, entonces, con qué soñamos? Delage reconoce el material que aparece en nuestros sueños como compuesto de fragmentos y restos de impresiones de los últimos días y de un pretérito más lejano. Todo lo que en nuestros sueños emerge y nos inclinamos a considerar al principio como creación de la vida onírica se nos demuestra, en un más detenido examen, como reproducción ignorada o souvenir inconscient. Pero este material de representaciones muestra un carácter común: el de proceder de impresiones que han herido más nuestros sentidos que nuestro espíritu, o de aquellas otras que sólo un brevísimo instante consiguie- ron retener nuestra atención. En esencia, son éstas las dos mismas categorías de impresiones -las secundarias y las no terminadas- que Robert establece; pero Delage orienta diferentemente su ruta mental, opinando que tales impresiones no devienen susceptibles de crear un sueño por ser indife- rentes, sino por no haber sido agotadas. También las impresiones secundarias se hallan has- ta cierto punto inagotadas, y son también por su naturaleza de nuevas impresiones, autant La interpretación de los sueños Sigmund Freud de ressorts tendus, que se distenderán durante el sueño. Una impresión intensa, intenciona- damente rechazada o cuya elaboración haya quedado detenida casualmente, tendrá mucho más derecho a desempeñar un papel en el sueño que otra más débil y casi inadvertida. La energía psíquica almacenada durante el día a consecuencia de la represión, deviene por la noche el resorte del sueño. En éste se exterioriza lo psíquico reprimido. Desgraciadamente, las deducciones de Delage se interrumpen al llegar a este punto, y así no puede asignar en el sueño a una actividad psíquica independiente sino el más insigni- ficante papel. Con esto queda agregada su concepción del fenómeno onírico a la teoría do- minante del reposo parcial del cerebro: En somme, le rêve est le produit de la pensée erran- te, sans but et sans direction, se fix ant succesivement sur les souvenirs, qui ont gardé assez d'intensité pour se placer sur sa route et l'arrêter au passage, établissant entre eux un lien tantôt faible et indécis tantôt plus fort et plus serré selon que l'activité actuelle du cerveau est plus on moins abolie par le sommeil. 3º En un tercer grupo podemos reunir aquellas teorías que adscriben al alma soñadora la facultad de realizar determinadas funciones psíquicas que la vigilia no puede llevar a cabo o sólo muy incompletamente. Del empleo de estas facultades es deducida, por lo general, una función útil del sueño. A este grupo de teorías pertenecen en su mayoría las desarrolla- das por los viejos autores psicológicos, teorías que creo innecesario exponer aquí detallada- mente. Me limitaré, pues, a mencionar la observación de Burdach de que el sueño «es aque- lla actividad natural del alma que no se halla limitada por el poder de la individualidad y no es perturbada por una consciencia de sí misma ni dirigida por autodeterminación, sino que cons- tituye la vitalidad contingente del punto central sensible (página 436). Burdach y otros autores se representan indudablemente este libre uso de las fuerzas propias como un estado en el que el alma se repone y acumula nuevas energías para la la- bor diurna; esto es, como una especie de vacaciones psíquicas. No es, por tanto, de extrañar que el primero cite y adopte en su obra las amables palabras con que el poeta Novalis ensal- za la labor del sueño: «Los sueños nos protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden La interpretación de los sueños Sigmund Freud El material al que la fantasía onírica aplica su actividad artística es, sobre todo, según Scherner, el de los estímulos orgánicos, tan oscuros durante el día. Resulta, pues, que la teoría, en exceso fantástica, de Scherner, y la quizá demasiado tímida de Wundt y otros fisió- logos totalmente opuestas, en general, vienen a coincidir por completo en lo referente a las fuentes y los estímulos del sueño. Pero según la teoría fisiológica, la reacción anímica a los estímulos somáticos internos se limita a la evocación de representaciones a ellos adecuadas, las cuales llaman luego a otras en su auxilio por medio de la asociación, pareciendo quedar terminada con esta fase la serie de los procesos psíquicos del sueño; y, en cambio, según Scherner, los estímulos somáticos no proporcionan al alma sino un material que la misma puede poner al servicio de sus propósitos fantásticos; la formación de los sueños no empieza para Scherner sino precisamente en el punto en que se agota a los ojos de los demás. No puede, de todas maneras, considerarse congruente lo que la fantasía onírica realiza con los estímulos somáticos. Se permite en ellos un juego burlón, representándose, por me- dio de un símbolo plástico cualquiera, la fuente orgánica de la que proceden en cada caso los estímulos. Scherner llega incluso a opinar, sin que en ello le sigan Volkelt y otros, que la fantasía onírica posee una determinada representación favorita para la totalidad de nuestro organismo: la casa. Mas, para dicha de sus representaciones, no parece permanecer cons- tante y obligadamente ligada a esta única imagen. Por el contrario, puede emplear series enteras de casas para designar un solo órgano. Así, largas calles para el estímulo intestinal. Otras veces quedan representadas partes del cuerpo por detalles aislados de una casa. Así, en el sueño provocado por el dolor de cabeza, queda ésta representada por el techo de una habitación que el sujeto ve cubierto de repugnantes arañas semejantes a sapos. Fuera del simbolismo de la casa, son empleados otros objetos para representar la parte del cuerpo de la que emana el estímulo onírico. «El pulmón y su función anatómica encuen- tra su símbolo en la estufa encendida y la corriente de aire que en ella se establece; el cora- zón, en cajones o cestos vacíos, y la vejiga, en objetos redondos en forma de bolsa o senci- llamente cóncavos. La interpretación de los sueños Sigmund Freud «El sueño provocado por un estímulo emanado de los genitales masculinos hace en- contrar al sujeto en la calle la boquilla de un clarinete o de una pipa, o también una piel. Los dos primeros objetos evocan aproximadamente la forma del sexo masculino, y el último el vello del pubis. En las mujeres queda representada oníricamente la región pubiana por un angosto patio, y la vagina, por un estrecho sendero blando y resbaladizo, que los atraviesa y por el que tiene que pasar la sujeto del sueño para llevar, por ejemplo, una carta dirigida a un hombre.» (Volkelt, pág. 39.) Muy importante es la circunstancia de que al final de un tal sue- ño de estímulo somático se desenmascara, por decirlo así, la fantasía onírica, presentando en su forma real el órgano estimulador o su función. Así, el sueño provocado por un estímulo dental termina casi siempre con la caída o extracción de una muela o un diente que el sujeto mismo saca de su boca. Pero la fantasía onírica no dirige exclusivamente su atención a la forma del órgano es- timulador, sino que puede tomar asimismo la sustancia en él contenida como objeto de la simbolización. Así, el sueño de estímulo intestinal hace andar al sujeto por calles cubiertas de excrementos, y el de estímulo vesical le conduce junto a una rápida corriente de agua. El sueño puede representar simbólicamente el estímulo como tal, la naturaleza de la excitación producida y el objeto al que tiende o bien hace entrar al yo onírico en una relación concreta con las simbolizaciones del estado mismo por el que atraviesa. Así sucede cuando, en los sueños provocados por un dolor, luchamos desesperadamente con perros o toros que nos acometen, o cuando en el sueño femenino de estímulo sexual, se ve perseguida la durmiente por un hombre desnudo. Aparte de la enorme variedad de la representación, hallamos en todo sueño, como fuerza central, una actividad simbolizante de la fantasía. Volkelt intentó después penetrar en el carácter de esta fantasía y señalar a la actividad psíquica así recono- cida un puesto concreto en un sistema filosófico. Pero su obra, muy bella y escrita con cálido entusiasmo, resulta difícil de comprender para aquellos a quienes una previa preparación no ha habituado a desentrañar lo que en realidad oscuramente presentida existe en los abstrac- tos esquemas filosóficos. La actividad de la fantasía simbolizante no es enlazada por Scherner a una función útil del sueño. El alma juega soñando con los estímulos que se le ofrecen. Pudiera incluso lle- La interpretación de los sueños Sigmund Freud garse a suponer que juega caprichosamente con ellos. Mas también pudiera preguntársenos si nuestro detenido examen de la teoría onírica de Scherner, tan arbitraria como opuesta a todas las normas de la investigación, puede resultar de algún provecho. A esto respondería- mos que nos parece injusto rechazarla sin formación de causa, pues se halla basada en las impresiones que los sueños dejaron a un concienzudo y minucioso observador, dotado de una gran capacidad para desentrañar oscuros problemas anímicos. Trata, además, de un objeto que durante muchos siglos ha sido considerado por los hombres como un enigma de amplio contenido y múltiples ramificaciones, enigma a cuyo esclarecimiento no ha contribuido la ciencia sino intentando negarle -en completa contradicción con el sentimiento popular- to- do contenido e importancia. Por último, queremos declarar honradamente que no parece fácil huir de lo fantástico en la explicación de los sueños, y ya conocemos casos en los que se llega a fantasear incluso sobre las células ganglionares. El pasaje antes citado, de un inves- tigador tan exacto y concienzudo como Binz, en el que se describe cómo la aurora del des- pertar va extendiéndose paulatinamente por los dormidos grupos de células de la corteza cerebral, no es menos fantástico ni menos inverosímil que las tentativas de explicación de Scherner. Con respecto a éstas, espero poder demostrar que entrañan algo real, aunque só- lo haya sido muy imprecisamente visto y no posea el carácter de generalidad al que debe aspirar una teoría de los sueños. Por lo pronto, la teoría de Scherner nos señala, mostrándo- se en total contraposición a la teoría médica, los extremos entre los que oscila aún hoy en día el esclarecimiento de la vida onírica. h) Relaciones entre el sueño y las enfermedades mentales. Aquellos que hablan de las relaciones del sueño con las perturbaciones mentales pue- den referirse a tres cosas: 1ª A relaciones etiológicas y clínicas, cuando un sueño representa o inicia un estado psicótico o queda como residuo del mismo; 2ª A las transformaciones que la vida onírica sufre en los casos de enfermedad mental; y 3ª A relaciones internas entre el sueño y la psicosis; esto es, a analogías reveladoras de una afinidad esencial. Estas diversas relaciones entre ambas series de fenómenos han constituido en épocas anteriores de la Me- dicina -y vuelven a constituirlo actualmente- un tema favorito de los autores médicos, como puede verse en la literatura reunida por Spitta, Radestock, Maury y Tissié. Recientemente se La interpretación de los sueños Sigmund Freud Radestock agrega aún algunas analogías con relación al material: «Las alucinaciones e ilusiones son en su mayoría visuales o acústicas. En cambio, los sentidos del olfato y del gusto son, como en los sueños, los que menos elementos proporcionan. En el enfermo febril surgen con el delirio, como en el sujeto de un sueño, recuerdos de un pretérito muy lejano. El durmiente y el enfermo recuerdan cosas que el despierto y el sano parecían haber olvidado.» La analogía entre el sueño y la psicosis adquiere su valor total cuando observamos que, co- mo el parecido de familia, se extiende a los gestos y hasta a determinadas singularidades de la expresión fisonómica. «El sueño concede al sujeto atormentado por sufrimientos físicos y morales aquello que la realidad le negaba -bienestar y dicha-, y del mismo modo surgen en los enfermos mentales las más rientes imágenes de felicidad, poderío, riqueza y suntuosidad. El contenido principal del delirio se halla constituido muchas veces por la imaginada posesión de bienes o realiza- ción de deseos, cuya pérdida, ausencia o negación en la realidad nos dan la razón psíquica de la locura. La madre que ha perdido un hijo querido vuelve a vivir, en su delirio, todas las alegrías maternales; el que ha experimentado pérdidas económicas se cree extraordinaria- mente rico, y la joven engañada se ve amada con infinita ternura.» Este pasaje de Radestock es la síntesis de una sutil exposición de Griesinger (pág. 111), que descubre con toda claridad la realización de deseos como un carácter de la repre- sentación, común al sueño y a la psicosis. Mis propias investigaciones me han mostrado que en esta hipótesis puede hallarse la clave de una teoría psicológica del sueño y de la psicosis. «El sueño y la locura se caracterizan principalmente por el barroquismo de las asocia- ciones y la debilidad del juicio.» En ambos fenómenos hallamos una exagerada estimación de rendimientos anímicos propios, que nuestro juicio normal considera insensatos; a la rápi- da sucesión de las representaciones oníricas corresponde la fuga de ideas de la psicosis. En ambas falta toda medida de tiempo. La disociación que la personalidad experimenta en la vida onírica,y que, por ejemplo, distribuye el conocimiento del sujeto entre su yo onírico y otra persona ajena, a la cual rectifica en el sueño al primero, es por completo equivalente a la co- La interpretación de los sueños Sigmund Freud nocida división de la personalidad en la paranoia alucinatoria; el sujeto del sueño oye tam- bién sus propios pensamientos, expresados por voces ajenas. Incluso para las ideas deliran- tes fijas se encuentra una analogía en los sueños patológicos de retorno periódico (rêve ob- sédant). Los enfermos curados de un delirio suelen manifestar que todo el período de su do- lencia se les aparece como un sueño, a veces nada desagradable e incluso que aun durante la enfermedad misma sospecharon, en ocasiones, hallarse soñando, como con gran frecuen- cia sucede al durmiente. Después de todo esto no es de extrañar que Radestock concrete su opinión y la de otros muchos autores manifestando que «la locura, anormal fenómeno patológico, debe ser considerada como una intensificación periódica del estado onírico normal» (pág. 228). En la etiología, o mejor aún, en las fuentes de excitación, ha intentado fundar Krauss, quizá más íntimamente de lo que la analogía de los fenómenos perceptibles al exterior lo permite, la afinidad entre el sueño y la locura. El elemento fundamental común es, según él, la sensación orgánicamente condicionada, esto es, la sensación de los estímulos somáticos o sensación orgánica general, constituida por aportaciones de todos los órganos (cf. Peisse, citado por Maury, pág. 52). La coincidencia entre el sueño y la perturbación mental, indiscutible y que se extiende hasta detalles característicos, es uno de los más firmes sostenes de la teoría médica en la vida onírica según la cual el sueño no es sino un proceso inútil y perturbador y la manifesta- ción de una actividad anímica deprimida. Sin embargo, no habremos de esperar que las per- turbaciones mentales nos procuren la explicación definitiva de los sueños, pues nuestro co- nocimiento de dichas perturbaciones es aún muy poco satisfactorio. En cambio, es muy ve- rosímil que una nueva concepción de la vida onírica influya en nuestras opiniones sobre el mecanismo interno de las perturbaciones mentales, y de este modo podemos afirmar que al esforzarnos en esclarecer el enigma de los sueños laboramos también en el esclarecimiento de las psicosis. La interpretación de los sueños Sigmund Freud APÉNDICE DE 1909. Creo necesario justificar por qué no he continuado mi exposición de la literatura existen- te sobre los sueños con la publicada en el período transcurrido desde la primera edición de la presente obra hasta el momento actual. Ignoro si las razones que para justificar tal omisión puedo aducir parecerán suficientes al lector; pero lo cierto es que fueron las que determina- ron mi conducta. Con la introducción que precede quedaban plenamente cumplidos los pro- pósitos que me llevaron a iniciar mi estudio con una exposición de la literatura onírica, y la prosecución de este trabajo hubiera exigido una larga y penosa labor, no compensada por utilidad ninguna real. En efecto: durante los nueve años transcurridos a partir de la primera edición de mi libro no ha surgido ningún punto de vista que haya traído consigo algo nuevo o valioso para la concepción de los sueños. Mi trabajo no ha sido siquiera citado en la mayoría de las publicaciones posteriores, y, naturalmente donde menos interés ha despertado ha sido entre los investigadores especializados en estas materias, los cuales han dado un brillante ejemplo de la repugnancia propia de los hombres de ciencia a aprender algo nuevo. Les sa- vants ne sont pas curieux, ha dicho Anatole France, el fino ironista. Así, pues, si en la Ciencia hay un derecho a la venganza, estaría justificado que a mi vez despreciara la literatura apa- recida después de mi libro. Por otro lado, los pocos críticos que en los periódicos científicos se han ocupado de mi obra han revelado tanta incomprensión, que no les puedo contestar sino invitándolos a leerla de nuevo; o, mejor, simplemente a leerla. En los trabajos de aquellos médicos que se han decidido a emplear la terapéutica psi- coanalítica, y en otros autores, han sido publicados e interpretados conforme a mi procedi- miento muchos sueños. Al revisar la presente edición he incorporado a los capítulos corres- pondientes aquello que en tales trabajos iba más allá de una simple confirmación de mis ob- servaciones. Por último, un índice bibliográfico, que al final incluyo, contiene las publicacio- nes más interesantes aparecidas con posterioridad a la edición primitiva. La extensa obra de Sante de Sanctis sobre los sueños, traducida al alemán poco después de su aparición, vio la luz casi al mismo tiempo que mi Interpretación de los sueños de manera que ni yo pude tener noticia anterior de ella ni tampoco el autor italiano de la mía. Desgraciadamente, el aplicado La interpretación de los sueños Sigmund Freud mente, fracasa en todos aquellos que a más de incomprensibles se muestran embrollados y confusos. La historia bíblica nos da un ejemplo de este procedimiento en la interpretación dada por José al sueño del Faraón. Las siete vacas gordas, sucedidas por otras siete flacas, que devoraban a las primeras, constituye una sustitución simbólica de la predicción de siete años de hambre, que habrían de consumir la abundancia que otros siete de prósperas cose- chas produjeran en Egipto. La mayoría de los sueños artificiales creados por los poetas se hallan destinados a una tal interpretación, pues reproducen el pensamiento concebido por el autor bajo un disfraz, correspondiente a los caracteres que de los sueños nos son conocidos por experiencia personal. Un resto de la antigua creencia en la significación profética de los sueños perdura aún en la opinión popular de que se refieren principalmente al porvenir, anti- cipando su contenido, y de este modo el sentido descubierto por medio de la interpretación simbólica es generalmente transferido a un futuro más o menos lejano. Naturalmente, no es posible indicar norma alguna para llevar a cabo una tal interpreta- ción simbólica. Esta depende tan solo del ingenio y de la inmediata intuición del interpretador; razón por la cual pudo elevarse la interpretación por medio de símbolos a la categoría de ar- te, para el que se precisaba una especial aptitud. En cambio, el segundo de los métodos po- pulares, a que antes aludimos, se mantiene muy lejos de semejantes aspiraciones. Pudiéra- mos calificarlo de método descifrador, pues considera el sueño como una especie de escritu- ra secreta, en la que cada signo puede ser sustituido, mediante una clave prefijada, por otro de significación conocida. Si, por ejemplo, hemos soñado con una «carta» y luego con un «entierro», y consultamos una de las popularísimas «claves de los sueños», hallaremos que debemos sustituir «carta» por «disgusto» y «entierro» por «esponsales». A nuestro arbitrio queda después construir con las réplicas halladas un todo coherente, que habremos también de transferir al futuro. En el libro de Artemidoro de Dalcis, sobre la interpretación de los sue- ños, hallamos una curiosa variante de este «método descifrador» que corrige en cierto modo su carácter de mera traducción mecánica. Consiste tal variante en atender no sólo el conte- nido del sueño, sino a la personalidad y circunstancias del sujeto; de manera que el mismo elemento onírico tendrá para el rico, el casado o el orador diferente significación que para el pobre, el soltero, o por ejemplo, el comerciante. Lo esencial de este procedimiento es que la labor de interpretación no recae sobre la totalidad del sueño, sino separadamente sobre cada La interpretación de los sueños Sigmund Freud uno de los componentes de su contenido, como si el sueño fuese un conglomerado, en el que cada fragmento exigiera una especial determinación. Los sueños incoherentes y confu- sos son con seguridad los que han incitado a la creación del método descifrador. De la imposibilidad de utilizar cualquiera de los dos métodos populares reseñados en un estudio científico de la interpretación de los sueños, no cabe dudar un solo instante. El método simbólico es de aplicación limitada y nada susceptible de una exposición general. En el «descifrador» dependería todo de que pudiésemos dar crédito a la «clave» o «libro de los sueños», cosa para la que carecemos de toda garantía. Así, pues, parece que deberemos inclinarnos a dar la razón a los filósofos y psiquiatras y a prescindir con ellos del problema de la interpretación onírica, considerándolo como puramente imaginario y ficticio. Mas por mi parte he llegado a un mejor conocimiento. Me he visto obligado a reconocer que se trata nuevamente de uno de aquellos casos nada raros en los que una antiquísima creencia popular, hondamente arraigada, parece hallarse más próxima a la verdad objetiva que los juicios de la ciencia moderna. Debo, pues, afirmar que los sueños poseen realmente un significado, y que existe un procedimiento científico de interpretación onírica, a cuyo des- cubrimiento me ha conducido el proceso que sigue: Desde hace muchos años me vengo ocupando, guiado por intenciones terapéuticas, de la solución de ciertos productos psicopatológicos, tales como las fobias histéricas, las repre- sentaciones obsesivas, etc. A esta labor hubo de incitarme la importante comunicación de J. Breuer de que la solución de estos productos, sentidos como síntomas patológicos, equivale a su supresión. En el momento en que conseguimos referir una de las tales representaciones patológicas a los elementos que provocaron su emergencia en la vida anímica del enfermo logramos hacerla desaparecer, quedando el sujeto libre de ella. Dada la impotencia de nues- tros restantes esfuerzos terapéuticos, y ante el enigma de estos estados, me pareció atracti- vo continuar el camino iniciado por Breuer hasta llegar a un completo esclarecimiento, no obstante, las grandes dificultades que a ello se oponían. En otro lugar expondré detallada- mente cómo la técnica del procedimiento fue perfeccionándose hasta su forma actual, y cuá- les han sido los resultados de mi labor. La interpretación de los sueños surgió en el curso de estos trabajos psicoanalíticos. Mis pacientes, a los que comprometía a referirme todo lo que La interpretación de los sueños Sigmund Freud con respecto a un tema dado se les ocurriera, me relataban también sus sueños, y hube de comprobar que un sueño puede hallarse incluido en la concatenación psíquica, que puede perseguirse retrocediendo en la memoria del sujeto a partir de la idea patológica. De aquí a considerar los sueños como síntomas patológicos y aplicarles el método de interpretación para ellos establecido no había más que un paso. La realización de esta labor exige cierta preparación psíquica del enfermo. Dos cosas perseguimos en él: una intensificación de su atención sobre sus percepciones psíquicas y una exclusión de la crítica, con la que acostumbra seleccionar las ideas que en él emergen. Para facilitarle concentrar toda su atención en la labor de autoobservación es conveniente hacerle cerrar los ojos y adoptar una postura descansada. El renunciamiento a la crítica de los productos mentales percibidos habremos de imponérselo expresamente. Le diremos, por tanto, que el éxito del psicoanálisis depende de que respete y comunique todo lo que atravie- se su pensamiento y no se deje llevar a retener unas ocurrencias por creerlas insignificantes o faltas de conexión con el tema dado, y otras, por parecerle absurdas o desatinadas. Habrá de mantenerse en una perfecta imparcialidad con respecto a sus ocurrencias, pues la crítica que sobre las mismas se halla habituado a ejercer es precisamente lo que le ha impedido hasta el momento hallar la buscada solución del sueño, de la idea obsesiva, etc. En mis trabajos psicoanalíticos he observado que la disposición de ánimo del hombre que reflexiona es totalmente distinta de la del que observa sus procesos psíquicos. En la re- flexión entra más intensamente en juego una acción psíquica que en la más atenta autoob- servación; diferencia que se revela en la tensión expresa la fisonomía del hombre que re- flexiona, contrastando con la serenidad mímica del autoobservador. En muchos casos tiene que existir una concentración de la atención; pero el sujeto sumido en la reflexión ejercita, además, una crítica, a consecuencia de la cual rechaza una parte de las ocurrencias emer- gentes después de percibirlas, interrumpe otras en el acto, negándose a seguir los caminos que abren a su pensamiento, y reprime otras antes que hayan llegado a la percepción, no dejándolas devenir conscientes. En cambio, el autoobservador no tiene que realizar más es- fuerzo que el de reprimir la crítica, y si lo consigue acudirá a su consciencia una infinidad de ocurrencias, que de otro modo hubieran permanecido inaprehensibles. Con ayuda de estos
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