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Orientación Universidad
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ramon del valle-inclan, Apuntes de Lengua y Literatura

documento muy completo preparado para usar en segundo de bachillerato ,te serán muy útiles

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 26/01/2019

llopezazabarte
llopezazabarte 🇪🇸

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¡Descarga ramon del valle-inclan y más Apuntes en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! Ramón María del Valle-Inclán Luces de Bohemia ESCENA PRIMERA Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet. MAX: Vuelve a leerme la carta del Buey Apis. MADAMA COLLET: Ten paciencia, Max. MAX: Pudo esperar a que me enterrasen. MADAMA COLLET: Le toca ir delante. MAX: ¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet? MADAMA COLLET: Otra puerta se abrirá. MAX: La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente. MADAMA COLLET: A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max! MAX: ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo? MADAMA COLLET: ¡Es muy joven! MAX: También se matan los jóvenes, Collet. MAX: ¡No puedo! MADAMA COLLET: ¡Pobre cabeza! MAX: ¡Estoy muerto! Otra vez de noche. Se reclina en el respaldo del sillón. La mujer cierra la ventana, y la guardilla queda en una penumbra rayada de sol poniente. El ciego se adormece, y la mujer, sombra triste, se sienta en una silleta, haciendo pliegues a la carta del Buey Apis. Una mano cautelosa empuja la puerta, que se abre con largo chirrido. Entra un vejete asmático, quepis, anteojos, un perrillo y una cartera con revistas ilustradas. Es DON LATINO DE HISPALIS. Detrás, despeinada, en chancletas, la falda pingona, aparece una mozuela: CLAUDINITA. DON LATINO: ¿Cómo están los ánimos del genio? CLAUDINITA: Esperando los cuartos de unos libros que se ha llevado un vivales para vender. DON LATINO: ¿Niña, no conoces otro vocabulario más escogido para referirte al compañero fraternal de tu padre, de ese hombre grande que me llama hermano? ¡Qué lenguaje, Claudinita! MADAMA COLLET: ¿Trae usted el dinero, Don Latino? DON LATINO: Madama Collet, la desconozco, porque siempre ha sido usted una inteligencia razonadora. Max había dispuesto noblemente de ese dinero. MADAMA COLLET: ¿Es verdad, Max? ¿Es posible? DON LATINO: ¡No le saque usted de los brazos de Morfeo! CLAUDINITA: Papá, ¿tú qué dices? MAX: ¡Idos todos al diablo! MADAMA COLLET: ¡Oh, querido, con tus generosidades nos has dejado sin cena! MAX: Latino, eres un cínico. CLAUDINITA: Don Latino, si usted no apoquina, le araño. DON LATINO: Córtate las uñas, Claudinita CLAUDINITA: Le arranco los ojos. DON LATINO: ¡Claudinita! CLAUDINITA: ¡Golfo! DON LATINO: Max, interpon tu autoridad. MAX: ¿Qué sacaste por los libros, Latino? DON LATINO: ¡Tres pesetas, Max! ¡Tres cochinas pesetas! ¡Una indignidad! ¡Un robo! CLAUDINITA: ¡No haberlos dejado! DON LATINO: Claudinita, en ese respecto te concedo toda la razón. Me han cogido de pipi. Pero aún se puede deshacer el trato. MADAMA COLLET: ¡Oh, sería bien! DON LATINO: Max, si te presentas ahora conmigo en la tienda de ese granuja y le armas un escándalo, le sacas hasta dos duros. Tú tienes otro empaque. MAX: Habría que devolver el dinero recibido. DON LATINO: Basta con hacer el ademán. Se juega de boquilla, maestro. MAX: ¿Tú crees?... DON LATINO: ¡Naturalmente! MADAMA COLLET: Max, no debes salir. MAX: El aire me refrescará. Aquí hace un calor de horno. DON LATINO: Pues en la calle corre fresco. MADAMA COLLET: ¡Vas a tomarte un disgusto sin conseguir nada, Max! CLAUDINITA: ¡Papá, no salgas! MADAMA COLLET: Max, yo buscaré alguna cosa que empeñar. MAX: No quiero tolerar ese robo. ¿A quién le has llevado los libros, Latino? DON LATINO: A Zaratustra. MAX: ¡Claudina, mi palo y mi sombrero! CLAUDINITA: ¿Se los doy, mamá? MADAMA COLLET: ¡Dáselos! DON LATINO: Madama Collet, verá usted qué faena. CLAUDINITA: ¡Golfo! DON LATINO: ¡Todo en tu boca es canción, Claudinita! MÁXIMO ESTRELLA sale apoyado en el hombro de DON LATINO. MADAMA COLLET suspira apocada, y la hija, toda nervios, comienza a quitarse las horquillas del pelo. DON LATINO: Hemos perdido el viaje. Este zorro sabe más que nosotros, maestro. MAX: Zaratustra, eres un bandido. ZARATUSTRA: Ésas, Don Max, no son apreciaciones convenientes. MAX: Voy a romperte la cabeza. ZARATUSTRA: Don Max, respete usted sus laureles. MAX: ¡Majadero! Ha entrado en la cueva un hombre alto, flaco, tostado del sol. Viste un traje de antiguo voluntario cubano, calza alpargates abiertos de caminante, y se cubre con una gorra inglesa. Es el extraño DON PEREGRINO GAY, que ha escrito la crónica de su vida andariega en un rancio y animado castellano, trastocándose el nombre en DON GAY PEREGRINO: Sin pasar de la puerta, saluda jovial y circunspecto. DON GAY: ¡Salutem plúriman! ZARATUSTRA: ¿Cómo le ha ido por esos mundos, Don Gay? DON GAY: Tan guapamente. DON LATINO: ¿Por dónde has andado? DON GAY: De Londres vengo. MAX: ¿Y viene usted de tan lejos a que lo desuelle Zaratustra? DON GAY: Zaratustra es un buen amigo. ZARATUSTRA: ¿Ha podido usted hacer el trabajo que deseaba? DON GAY: Cumplidamente. Ilustres amigos, en dos meses me he copiado en la Biblioteca Real el único ejemplar existente del Palmerín de Constantinopla. MAX: ¿Pero, ciertamente, viene usted de Londres? DON GAY: Allí estuve dos meses. DON LATINO: ¿Cómo queda la familia Real? DON GAY: No los he visto en el muelle. Maestro, ¿usted conoce la Babilonia Londinense? MAX: Sí, Don Gay. ZARATUSTRA entra y sale en la trastienda, con una vela encendida. La palmatoria pringosa tiembla en la mano del fantoche. Camina sin ruido, con andar entrapado. La mano, calzada con mitón negro, pasea la luz por los estantes de libros. Media cara en reflejo y media en sombra. Parece que la nariz se le dobla sobre una oreja. El loro ha puesto el pico bajo el ala. Un retén de polizontes pasa con un hombre maniatado. Sale alborotando el barrio un chico pelón montado en una caña, con una bandera. EL PELóN: ¡Vi-va-Es-pa-ña! EL CAN: ¡Guau! ¡Guau! ZARATUSTRA: ¡Está buena España! Ante el mostrador, los tres visitantes, reunidos como tres pájaros en una rama, ilusionados y tristes, divierten sus penas en un coloquio de motivos literarios. Divagan ajenos al tropel de polizontes, al viva del pelón, al gañido del perro, y al comentario apesadumbrado del fantoche que los explota. Eran intelectuales sin dos pesetas. DON GAY: Es preciso reconocerlo. No hay país comparable a Inglaterra. Allí el sentimiento religioso tiene tal decoro, tal dignidad, que indudablemente las más honorables familias son las más religiosas. Si España alcanzase un más alto concepto religioso, se salvaba. MAX: ¡Recémosle un Réquiem! Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo. DON GAY: Señores míos, en Inglaterra me he convertido al dogma iconoclasta, al cristianismo de oraciones y cánticos, limpio de imágenes milagreras. ¡Y ver la idolatría de este pueblo! MAX: España, en su concepción religiosa, es una tribu del Centro de África. DON GAY: Maestro, tenemos que rehacer el concepto religioso, en el arquetipo del Hombre- Dios. Hacer la Revolución Cristiana, con todas las exageraciones del Evangelio. DON LATINO: Son más que las del compañero DON LATINO: Lo dicho. Me traslado a Inglaterra. Don Gay, ¿cómo no te has quedado tú en ese Paraíso? DON GAY: Porque soy reumático, y me hace falta el sol de España. ZARATUSTRA: Nuestro sol es la envidia de los extranjeros. MAX: ¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles? Acaso más tristes y menos coléricos... Quizá un poco más tontos... Aunque no lo creo. Asoma la chica de una portera: Trenza en perico, caídas calcetas, cara de hambre. LA CHICA: ¿Ha salido esta semana entrega d'El Hijo de la Difunta? ZARATUSTRA: Se está repartiendo. LA CHICA: ¿Sabe usted si al fin se casa Alfredo? DON GAY: ¿Tú qué deseas, pimpollo? LA CHICA: A mí, plin. Es Doña Loreta la del coronel quien lo pregunta. ZARATUSTRA: Niña, dile a esa señora que es un secreto lo que hacen los personajes de las novelas. Sobre todo en punto de muertes y casamientos. MAX: Zaratustra, ándate con cuidado, que te lo van a preguntar de Real Orden. ZARATUSTRA: Estaría bueno que se divulgase el misterio. Pues no habría novela. Escapa la chica salvando los charcos con sus patas de caña. EL PEREGRINO ILUSIONADO en un rincón conferencia con ZARATUSTRA. MÁXIMO ESTRELLA y DON LATINO se orientan a la taberna de Pica Lagartos, que tiene su clásico laurel en la calle de la Montera. ESCENA TERCERA La Taberna de PICA LAGARTOS: Luz de acetileno: Mostrador de cinc: Zaguán oscuro con mesas y banquillos: Jugadores de mus: Borrosos diálogos. - MÁXIMO ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS, sombras en las sombras de un rincon, se regalan con sendos quinces de morapio. El Chico de la Taberna: Don Max, ha venido buscándole la Marquesa del Tango. Un borracho: ¡Miau! MAX: No conozco a esa dama. EL CHICO DE LA TABERNA: Enriqueta la Pisa- Bien. DON LATINO: ¿Y desde cuándo titula esa golfa? EL CHICO DE LA TABERNA: Desde que heredó del finado difunto de su papá, que entodavía vive. DON LATINO: ¡Mala sombra! MAX: ¿Ha dicho si volvería? EL CHICO DE LA TABERNA: Entró, miró, preguntó y se fue rebotada, torciendo la gaita. ¡Ya la tiene usted en la puerta! ENRIQUETA LA PISA-BIEN, una mozuela golfa, revenida de un ojo, periodista y florista, levantaba el cortinillo de verde sarga, sobre su endrina cabeza, adornada de peines gitanos. LA PISA-BIEN: ¡La vara de nardos! ¡La vara de nardos! Don Max, traigo para usted un memorial de mi mamá: Está enferma y necesita la luz del décimo que le ha fiado. MAX: Le devuelves el décimo y le dices que se vaya al infierno. LA PISA-BIEN: De su parte, caballero. ¿Manda usted algo más? El ciego saca una vieja cartera, y tanteando los papeles con aire vago, extrae el décimo de la lotería y lo arroja sobre la mesa: Queda abierto entre los vasos de vino, mostrando el número bajo el parpadeo azul del acetileno. LA PISA-BIEN se apresura a echarle la zarpa. DON LATINO: ¡Ese número sale premiado! LA PISA-BIEN: : Don Max desprecia el dinero. EL CHICO DE LA TABERNA: No le deje usted irse, Don Max. MAX: Niño, yo hago lo que me da la gana. Pídele PORTUGAL, que hace las bellaquerias con Enriqueta LA PISA-BIEN, MARQUESA DEL TANGO. LA PISA-BIEN: ¡Pasa, Manolo! EL REY DE PORTUGAL: Sal tú fuera. LA PISA-BIEN: ¿Es que temes perder la corona? ¡Entra de incógnito, so pelma! EL REY DE PORTUGAL: Enriqueta, a ver si te despeino. LA PISA-BIEN: ¡Filfa! EL REY DE PORTUGAL: ¡Consideren ustedes que me llama Rey de Portugal para significar que no valgo un chavo! Argumentos de esta golfa desde que fue a Lisboa, y se ha enterado del valor de la moneda. Yo, para servir a ustedes, soy Gorito, y no está medio bien que mi morganática me señale por el alias. LA PISA-BIEN: ¡Calla, chalado! EL REY DE PORTUGAL: ¿Te caminas? LA PISA-BIEN: Aguarda que me beba una copa de Rute. Don Max me la paga. EL REY DE PORTUGAL: ¿Y qué tienes que ver con ese poeta? LA PISA-BIEN: Colaboramos. EL REY DE PORTUGAL: Pues despacha. LA PISA-BIEN: En cuanto me la mida Pica Lagartos. PICA LAGARTOS: ¿Qué has dicho tú, so golfa? LA PISA-BIEN: ¡Perdona, rico! PICA LAGARTOS: Venancio me llamo. LA PISA-BIEN: ¡Tienes un nombre de novela! Anda, mídeme una copa de Rute, y dale a mi esposo un vaso de agua, que está muy acalorado. MAX: Venancio, no vuelvas a compararme con Castelar. ¡Castelar era un idiota! Dame otro quince. DON LATINO: Me adhiero a lo del quince y a lo de Castelar. PICA LAGARTOS: Son ustedes unos doctrinarios. Castelar representa una gloria nacional de España. Ustedes acaso no sepan que mi padre lo sacaba diputado. LA PISA-BIEN: ¡Hay que ver! PICA LAGARTOS: Mi padre era el barbero de Don Manuel Camo. ¡Una gloria nacional de Huesca! EL BORRACHO: ¡Cráneo previlegiado! PICA LAGARTOS: Cállate la boca, Zacarías. EL BORRACHO: ¿Acaso falto! PICA LAGARTOS: ¡Pudieras! EL BORRACHO: Tiene mucha educación servidorcito. LA PISA-BIEN: ¡Como que ha salido usted del Colegio de los Escolapios! ¡Se educó usted con mi papá! EL BORRACHO: ¿Quién es tu papá? LA PISA-BIEN: Un diputado. EL BORRACHO: Yo he recibido educación en el estranjero. LA PISA-BIEN: ¿Viaja usted de incógnito? ¿Por un casual, será usted Don Jaime? EL BORRACHO: ¡Me has sacado por la fotografía! LA PISA-BIEN: ¡Naturaca! ¿Y va usted sin una flor en la solapa? EL BORRACHO: Ven tú a ponérmela. LA PISA-BIEN: Se la pongo a usted y le obsequio con ella. EL REY DE PORTUGAL: ¡Hay que ser caballero, Zacarías! ¡Y hay que mirarse mucho, soleche, antes de meter mano! La Enriqueta es cosa mía. LA PISA-BIEN: ¡Calla, bocón! EL REY DE PORTUGAL: ¡Soleche, no seas tú provocativa! LA PISA-BIEN: No introduzcas tú la pata, pelmazo. EL CHICO DE LA TABERNA entra con azorado sofoco, atado a la frente un pañuelo con roeles de sangre. Una ráfaga de emoción mueve caras y actitudes; todas la figuras, en su diversidad, pautan una misma norma. EL CHICO DE LA TABERNA: ¡Hay carreras por las calles! EL REY DE PORTUGAL: ¡Viva la huelga de proletarios! cerradas todas, ventanas y puertas. En la llama de los faroles un igual temblor verde y macilento. La luna sobre el alero de las casas, partiendo la calle por medio. De tarde en tarde, el asfalto sonoro. Un trote épico. Soldados Romanos. Sombras de Guardias: Se extingue el eco de la patrulla. La Buñolería Modernista entreabre su puerta, y una banda de luz parte la acera. MAX y DON LATINO, borrachos lunáticos, filósofos peripatéticos, bajo la línea luminosa de los faroles, caminan y tambalean. MAX: ¿Dónde estamos? DON LATINO: Esta calle no tiene letrero. MAX: Yo voy pisando vidrios rotos. DON LATINO: No ha hecho mala cachiza el honrado pueblo. MAX: ¿Qué rumbo consagramos? DON LATINO: Déjate guiar. MAX: Condúceme a casa. DON LATINO: Tenemos abierta La Buñolería Modernista. MAX: De rodar y beber estoy muerto. DON LATINO: Un café de recuelo te integra. MAX: Hace frío, Latino. DON LATINO: ¡Corre un cierto gris!... MAX: Préstame tu macferlán. DON LATINO: ¡Te ha dado el delirio poético! MAX: ¡Me quedé sin capa, sin dinero y sin lotería! DON LATINO: Aquí hacemos la captura de la niña Pisa-Bien. LA NIÑA PISA-BIEN, despintada, pingona, marchita, se materializa bajo un farol con su pregón de golfa madrileña. LA PISA-BIEN: ¡5775! ¡El número de la suerte! ¡Mañana sale! ¡Lo vendo! ¡Lo vendo! ¡5775! DON LATINO: ¡Acudes al reclamo! LA PISA-BIEN: Y le convido a usted a un café de recuelo. DON LATINO: Gracias, preciosidad. LA PISA-BIEN: Y a Don Max, a lo que guste. ¡Ya nos ajuntamos los tres tristes trogloditas! Don Max, yo por usted hago la jarra, y muy honrada. MAX: Dame el décimo y vete al infierno. LA PISA-BIEN: Don Max, por adelantado decláreme usted en secreto si cameló las tres beatas y si las lleva en el portamonedas. MAX: ¡Pareces hermana de Romanones! LA PISA-BIEN: ¡Quién tuviera los miles de ese pirante! DON LATINO: ¡Con sólo la renta de un día, yo me contentaba! MAX: La Revolución es aquí tan fatal como en Rusia. DON LATINO: ¡Nos moriremos sin verla! MAX: Pues viviremos muy poco. LA PISA-BIEN: ¿Ustedes bajaron hasta la Cibeles? Allí ha sido la faena entre los manifestantes, y los Polis Honorarios. A alguno le hemos dado mulé. DON LATINO: Todos los amarillos debían ser arrastrados. LA PISA-BIEN: ¡Conforme! Y aquel momento que usted no tenga ocupaciones urgentes, nos ponemos a ello, Don Latino. MAX: Dame ese capicúa, Enriqueta. LA PISA-BIEN: Venga el parné, y tenga usted su suerte. MAX: La propina, cuando cobre el premio. LA PISA-BIEN: ¡No mira eso la Enriqueta! La Buñolería entreabre su puerta, y del antro apestoso de aceite van saliendo deshilados, uno a uno, en fila india, los Epígonos del Parnaso Modernista: RAFAEL DE LOS VÉLEZ, DORIO DE GADEX, LUCIO VERO, MÍNGUEZ, GÁLVEZ, CLARINITO y PÉREZ: Unos son largos, tristes y flacos, otros vivaces, chaparros y carillenos. DORIO DE GADEX, jovial como un trasgo, irónico como un ateniense, ceceoso como un cañí, mima su saludo versallesco y grotesco. DORIO DE GADEX: ¡Padre y Maestro Mágico, salud! MAX: ¡Salud, Don Dorio! DORIO DE GADEX, feo, burlesco y chepudo, abre los brazos, que son como alones sin plumas, en el claro lunero. DORIO DE GADEX: El Enano de la Venta. CORO DE MODERNISTAS: ¡Cuenta! ¡Cuenta! ¡Cuenta! DORIO DE GADEX: Con bravatas de valiente. CORO DE MODERNISTAS: ¡Miente! ¡Miente! ¡Miente! DORIO DE GADEX: Quiere gobernar la Harca. CORO DE MODERNISTAS: ¡Charca! ¡Charca! ¡Charca! DORIO DE GADEX: Y es un Tartufo Malsín. CORO DE MODERNISTAS: ¡Sin! ¡Sin! ¡Sint DORIO DE GADEX: Sin un adarme de seso. CORO DE MODERNISTAS: ¡Eso! ¡Eso! ¡Eso! DORIO DE GADEX: Pues tiene hueca la bola. CORO DE MODERNISTAS: ¡Chola! ¡Chola! ¡Chola! DORIO DE GADEX: Pues tiene la chola hueca. CORO DE MODERNISTAS: ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Eureka! Gran interrupción. Un trote épico, y la patrulla de soldados romanos desemboca por una calle traviesa. Traen la luna sobre los cascos y en los charrascos. Suena un toque de atención, y se cierra con golpe pronto la puerta de la Buñoleria. PITITO, capitán de los équites municipales, se levanta sobre los estribos. EL CAPITÁN PITITO: ¿Mentira parece que sean ustedes intelectuales y que promuevan estos escándalos! ¿Qué dejan ustedes para los analfabetos? MAX: ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Pico de Oro! En griego, para mayor claridad, Crisóstomo. Señor Centurión, ¡usted hablará el griego en sus cuatro dialectos! EL CAPITÁN PITITO: ¡Por borrachín, a la Delega! MAX: ¡Y más chulo que un ocho! Señor Centurión, ¡yo también chanelo el sermo vulgaris! EL CAPITÁN PITITO: ¡Serenooo!.... ¡Serenooo!... EL SERENO: ¡Vaaa!... EL CAPITÁN PITITO: ¡Encárguese usted de este curda! Llega EL SERENO, meciendo a compás el farol y el chuzo. Jadeos y vahos de aguardiente. EL CAPITÁN PITITO revuelve el caballo. Vuelan chispas de las herraduras. Resuena el trote sonoro de la patrulla que se aleja. EL CAPITÁN PITITO: ¡Me responde usted de ese hombre, Sereno! EL SERENO: ¿Habrá que darle amoniaco? EL CAPITÁN PITITO: Habrá que darle para el pelo. EL SERENO: ¡Está bien! DON LATINO: Max, convídale a una copa. Hay que domesticar a este troglodita asturiano. MAX: Estoy apré. DON LATINO: ¿No te queda nada? MAX: ¡Ni una perra! EL SERENO: Camine usted. MAX: Soy Ciego. EL SERENO: ¿Quiere usted que un servidor le vuelva la vista? MAX: ¿Eres Santa Lucía? EL SERENO: ¡Soy autoridad! MAX: No es lo mismo. EL SERENO: Pudiera serlo. Camine usted. MAX: Ya he dicho que soy ciego. EL SERENO: Usted es un anárquico y estos sujetos de las melenas: ¡Viento! ¡Viento! ¡Viento! ¡Mucho viento! DON LATINO: ¡Una galerna! EL SERENO: ¡Atrás! VOCES DE LOS MODERNISTAS: ¡Acompañamos al Maestro! ¡Acompañamos al Maestro! UN VECINO: ¡Pepeee! ¡Pepeee! EL SERENO: ¡Vaaa! Retírense ustedes sin manifestación. cueva y olor frío de tabaco rancio. Guardias soñolientos. Policías de la Secreta. Hongos, garrotes, cuellos de celuloide, grandes sortijas, lunares rizosos y flamencos: Hay un viejo chabacano -bisoñé y manguitos de percalina-, que escribe, y un pollo chulapón de peinado reluciente, con brisas de perfumería, que se pasea y dicta humeando un veguero. DON SERAFÍN, le dicen sus obligados, y la voz de la calle, SERAFÍN EL BONITO. Leve tumulto. Dando voces, la cabeza desnuda, humorista y lunático, irrumpe MAX ESTRELLA: DON LATINO le guía por la manga, implorante y suspirante. Detrás asoman los cascos de los Guardias. Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una candileja, pipas, chalinas y melenas del modernismo. MAX: ¡Traígo detenida una pareja de guindillas! Estaban emborrachándose en una tasca y los hice salir a darme escolta. SERAFÍN EL BONITO: Corrección, señor mío. MAX: No falto a ella, señor Delegado. SERAFÍN EL BONITO: Inspector. MAX: Todo es uno y lo mismo. SERAFÍN EL BONITO: ¿Cómo se llama usted? MAX: Mi nombre es Máximo Estrella. Mi seudónimo, Mala Estrella. Tengo el honor de no ser Académico. SERAFÍN EL BONITO: Está usted propasándose. Guardias, ¿por qué viene detenido? UN GUARDIA: Por escándalo en la vía pública y gritos internacionales. ¡Está algo briago! SERAFÍN EL BONITO: ¿Su profesión? MAX: Cesante. SERAFÍN EL BONITO: ¿En qué oficina ha servido usted? MAX: En ninguna. SERAFÍN EL BONITO: ¿No ha dicho usted que cesante? MAX: Cesante de hombre libre y pájaro cantor. ¿No me veo vejado, vilipendiado, encarcelado, cacheado e interrogado? SERAFÍN EL BONITO: ¿Dónde vive usted? MAX: Bastardillos. Esquina a San Cosme. Palacio. UN GUINDILLA: Diga usted casa de vecinos. Mi señora, cuando aún no lo era, habitó un sotabanco de esa susodicha finca. MAX: Donde yo vivo, siempre es un palacio. EL GUINDILLA: No lo sabía. MAX: Porque tú, gusano burocrático, no sabes nada. ¡Ni soñar! SERAFÍN EL BONITO: ¡Queda usted detenido! MAX: ¡Bueno! ¿Latino, hay algún banco donde pueda echarme a dormir? SERAFÍN EL BONITO: Aquí no se viene a dormir. MAX: ¡Pues yo tengo sueño! SERAFÍN EL BONITO: ¡Está usted desacatando mi autoridad! ¿Sabe usted quién soy yo? MAX: ¡Serafín el Bonito! SERAFÍN EL BONITO: ¡Como usted repita esa gracia, de una bofetada, le doblo! MAX: ¡Ya se guardará usted del intento! ¡Soy el primer poeta de España! ¡Tengo influencia en todos los periódicos! ¡Conozco al Ministro! ¡Hemos sido compañeros! SERAFÍN EL BONITO: El Señor Ministro no es un golfo, MAX: Usted desconoce la Historia Moderna. SERAFÍN EL BONITO: ¡En mi presencia no se ofende a Don Paco! Eso no lo tolero. ¡Sepa usted que Don Paco es mi padre! MAX: No lo creo. Permítame usted que se lo pregunte por teléfono. SERAFÍN EL BONITO: Se lo va usted a preguntar desde el calabozo. DON LATINO: Señor Inspector, ¡tenga usted alguna consideración! ¡Se trata de una gloria nacional! ¡El Víctor Hugo de España! SERAFÍN EL BONITO: Cállese usted. DON LATINO: Perdone usted mi entrometimiento. SERAFÍN EL BONITO: ¡Si usted quiere acompañarle, también hay para usted alojamiento! DON LATINO: ¡Gracias, Señor Inspector! SERAFÍN EL BONITO: Guardias, conduzcan ustedes ese curda al Número 2. UN GUARDIA: ¡Camine usted! EL PRESO: Soy lo que me han hecho las Leyes. MAX: Pertenecemos a la misma Iglesia. EL PRESO: Usted lleva chalina. MAX: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos. EL PRESO: Usted no es proletario. MAX: Yo soy el dolor de un mal sueño. EL PRESO: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos. MAX: Yo soy un poeta ciego. EL PRESO: ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero. MAX: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. EL PRESO: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo! MAX: ¡Barcelona es cara a mi corazón! EL PRESO: ¡Yo también la recuerdo! MAX: Yo le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrono muerto, algunas veces, dos... Eso consuela. EL PRESO: No cuenta usted los obreros que caen... MAX: Los obreros se reproducen populosamente, de un modo comparable a las moscas. En cambio, los patronos, como los elefantes, como todas las bestias poderosas y prehistóricas, procrean lentamente. Saulo, hay que difundir por el mundo la religión nueva. EL PRESO: Mi nombre es Mateo. MAX: Yo te bautizo Saulo. Soy poeta y tengo el derecho al alfabeto. Escucha para cuando seas libre, Saulo. Una buena cacería puede encarecer la piel de patrono catalán por encima del marfil de Calcuta. EL PRESO: En ello laboramos. MAX: Y en último consuelo, aun cabe pensar que exterminando al proletario también se extermina al patrón. EL PRESO: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés. MAX: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano. EL PRESO: Estoy esposado. MAX: ¿Eres joven? No puedo verte. EL PRESO: Soy joven. Treinta años. MAX: ¿De qué te acusan? EL PRESO: Es cuento largo. Soy tachado de rebelde... No quise dejar el telar por ir a la guerra y levanté un motín en la fábrica. Me denunció el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora voy por tránsitos, reclamado de no sé qué jueces. Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso... MAX: ¿Pues qué temes? EL PRESO: Que se diviertan dándome tormento. MAX: ¡Bárbaros! EL PRESO: Hay que conocerlos. MAX: Canallas. ¡Y ésos son los que protestan de la leyenda negra! EL PRESO: Por siete pesetas, al cruzar un lugar solitario, me sacarán la vida los que tienen a su cargo la defensa del pueblo. ¡Y a esto llaman justicia los ricos canallas! MAX: Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime. EL PRESO: ¡Todos! MAX: ¡Todos! ¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España? recibe usted, Don Filiberto? DON FILIBERTO: Que pasen. Sigue escribiendo. EL CONSERJE sale, y queda batiente la verde mampara, que proyecta un recuerdo de garitos y naipes. Entra el cotarro modernista, greñas, pipas, gabanes repelados, y alguna capa. El periodista calvo levanta los anteojos a la frente, requiere el cigarro y se da importancia. DON FILIBERTO: ¡Caballeros y hombres buenos, adelante! ¿Ustedes me dirán lo que desean de mí y del Journal? DON LATINO: ¡Venimos a protestar contra un indigno atropello de la Policía! Max Estrella, el gran poeta, aun cuando muchos se nieguen a reconocerlo, acaba de ser detenido y maltratado brutalmente en un sótano del Ministerio de la Desgobernación. DORIO DE GADEX: En España sigue reinando Carlos II. DON FILIBERTO: ¡Válgame un santo de palo! ¿Nuestro gran poeta estaría curda? DON LATINO: Una copa de más no justifica esa violación de los derechos individuales, DON FILIBERTO: Max Estrella también es amigo nuestro. ¡Válgame un santo de palo! El Señor Director, cuando a esta hora falta, ya no viene... Ustedes conocen cómo se hace un periódico. ¡El Director es siempre un tirano!... Yo, sin consultarle, no me decido a recoger en nuestras columnas la protesta de ustedes. Desconozco la política del periódico con la Dirección de Seguridad... Y el relato de ustedes, francamente, me parece un poco exagerado. DORIO DE GADEX: ¡Es pálido, Don Filiberto! CLARINITO: ¡Una cobardía! PÉREZ: ¡Una vergüenza! DON LATINO: ¡Una canallada! DORIO DE GADEX: ¡En España reina siempre Felipe II! DON LATINO: ¡Dorio, hijo mío, no nos anonades! DON FILIBERTO: ¡Juventud! ¡Noble apasionamiento! ¡Divino tesoro, como dijo el vate de Nicaragua! ¡Juventud, divino tesoro! Yo también leo, y algunas veces admiro a los genios del modernismo. El Director bromea que estoy contagiado. ¿Alguno de ustedes ha leído el cuento que publiqué en Los Orbes? CLARINITO: ¡Yo, Don Filiberto! Leído y admirado. DON FILIBERTO: ¿Y usted, amigo Dorio? DORIO DE GADEX: Yo nunca leo a mis contemporáneos, Don Filiberto. DON FILIBERTO: ¡Amigo Dorio, no quiero replicarle que también ignora a los clásicos! DORIO DE GADEX: A usted y a mí nos rezuma el ingenio, Don Filiberto. En el cuello del gabán llevamos las señales. DON FILIBERTO: Con esa alusión a la estética de mi indumentaria, se me ha revelado usted como un joven esteta. DORIO DE GADEX: ¡Es usted corrosivo, Don Filiberto! DON FILIBERTO: ¡Usted me ha buscado la lengua! DORIO DE GADEX: ¡A eso no llego! CLARINITO: Dorio, no hagas chistes de primero de latín. DON FILIBERTO: Amigo Dorio, tengo alguna costumbre de estas cañas y lanzas del ingenio. Son las justas del periodismo. No me refiero al periodismo de ahora. Con Silvela he discreteado en un banquete, cuando me premiaron en los Juegos Florales de Málaga la Bella. Narciso Díaz aún recordaba poco hace aquel torneo en una crónica suya de El Heraldo. Una crónica deliciosa como todas las suyas, y reconocía que no había yo llevado la peor parte. Citaba mi definición del periodismo. ¿Ustedes la conocen? Se la diré, sin embargo. El periodista es el plumífero parlamentario. El Congreso es una gran redacción, y cada redacción, un pequeño Congreso. El periodismo es travesura, lo mismo que la política. Son el mismo círculo en diferentes espacios. Teosóficamente podría explicarselo a ustedes, si estuviesen ustedes iniciados en la DON FILIBERTO: Aquí, joven amigo, no se pueden proferir esas blasfemias. Nuestro periódico sale inspirado por Don Manuel García Prieto. Reconozco que no es un hombre brillante, que no es un orador, pero es un político serio. En fin, volvamos al caso de nuestro amigo Mala- Estrella. Yo podría telefonear a la secretaría particular del Ministro: Está en ella un muchacho que hizo aquí tribunales. Voy a pedir comunicación. ¡Válgame un santo de palo! Mala- Estrella es uno de los maestros y merece alguna consideración. ¿Qué dejan esos caballeros para los chulos y los guapos? ¡La gentuza de navaja! ¿Mala-Estrella se hallaría como de costumbre?... DON LATINO: Iluminado. DON FILIBERTO: ¡Es deplorable! DON LATINO: Hoy no pasaba de lo justo. Yo le acompañaba. ¡Cuente usted! ¡Amigos desde París! ¿Usted conoce París? Yo fui a París con la Reina Doña Isabel. Escribí entonces en defensa de la Señora. Traduje algunos libros para la Casa Garnier. Fui redactor financiero de La Lira Hispano-Americana: ¡Una gran revista! Y siempre mi seudónimo Latino de Hispalis. Suena el timbre del teléfono. DON FILIBERT el periodista calvo y catarroso, el hombre lógico y mítico de todas las redacciones, pide comunicación con el Ministerio de Gobernación, Secretaría Particular. Hay un silencio. Luego murmullos, leves risas, algún chiste en voz baja. DORIO DE GADEX se sienta en el sillón del Director, pone sobre la mesa sus botas rotas y lanza un suspiro. DORIO DE GADEX: Voy a escribir el artículo de fondo, glosando el discurso de nuestro jefe: «¡Todas las fuerzas vivas del país están muertas!», exclamaba aún ayer en un magnífico arranque oratorio nuestro amigo el ilustre Marqués de Alhucemas. Y la Cámara, completamente subyugada, aplaudía la profundidad del concepto, no más profundo que aquel otro: «Ya se van alejando los escollos.» Todos los cuales se resumen en el supremo apóstrofe: «Santiago y abre España, a la libertad y al progreso.» DON FILIBERTO suelta la trompetilla del teléfono y viene al centro de la sala, cubriéndose la calva con las manos amarillas y entintadas. ¡Manos de esqueleto memorialista en el día bíblico del Juicio! DON FILIBERTO: ¡Esa broma es intolerable! ¡Baje usted los pies! ¡Dónde se ha visto igual grosería! DORIO DE GADEX: En el Senado Yanqui. DON FILIBERTO: ¡Me ha llenado usted la carpeta de tierra! DORIO DE GADEX: Es mi lección de filosofía ¡Polvo eres, y en polvo te convertirás! DON FILIBERTO: ¡Ni siquiera sabe usted decirlo en latín! ¡Son ustedes unos niños procaces! CLARINITO: Don Filiberto, nosotros no hemos faltado. DON FILIBERTO: Ustedes han celebrado la gracia, y la risa en este caso es otra procacidad ¡La risa de lo que está muy por encima de ustedes! Para ustedes no hay nada respetable: ¡Maura es un charlatán! DORIO DE GADEX: ¡El Rey del Camelo! DON FILIBERTO: ¡Benlliure un santi bon barati! DORIO DE GADEX: Dicho en valenciano. DON FILIBERTO: Cavestany, el gran poeta un coplero. DORIO DE GADEX: Profesor de guitarra por cifra. DON FILIBERTO: ¡Qué de extraño tiene que mi ilustre jefe les parezca un mamarracho! DORIO DE GADEX: Un yerno más. DON FILIBERTO: Para ustedes en nuestra tierra no hay nada grande, nada digno de admiración. ¡Les compadezco! ¡Son ustedes bien desgraciados! ¡Ustedes no sienten la Patria! DORIO DE GADEX: Es un lujo que no podemos permitimos. Espere usted que tengamos automóvil, Don Filiberto. DON FILIBERTO: ¡Ni siquiera pueden ustedes ............................... ¡De nada! ¡De nada! ............................... ¡Un alcohólico! ............................... Sí ... Conozco su obra, ............................... ¡Una desgracia! ............................... No podrá ser. ¡Aquí estamos sin un cuarto! ............................... Se lo diré. Tomo nota. ............................... ¡De nada! ¡De nada! MAX ESTRELLA aparece en la puerta, pálido, arañado, la corbata torcida, la expresión altanera y alocada. Detrás, abotonándose los calzones, aparece EL UJIER. EL UJIER: Deténgase usted, caballero. MAX: No me ponga usted la mano encima. EL UJIER: Salga usted sin hacer desacato. MAX: Anúncieme usted al Ministro. EL UJIER: No está visible. MAX: ¡Ah! Es usted un gran lógico. Pero estará audible. EL UJIER: Retírese, caballero. Éstas no son horas de audiencia. MAX: Anúncieme usted. EL UJIER: Es la orden... Y no vale ponerse pelmazo, caballero. DIEGUITO: Femández, deje usted a ese caballero que pase. MAX: ¡Al fin doy con un indígena civilizado! DIEGUITO: Amigo Mala-Estrella, usted perdonará que sólo un momento me ponga a sus órdenes. Me habló por usted la Redacción de El Popular. Allí le quieren a usted. A usted le quieren y le admiran en todas partes. Usted me deja mandado aquí y donde sea. No me olvide... ¡Quién sabe!... Yo tengo la nostalgia del periodismo... Pienso hacer algo... Hace tiempo acaricio la idea de una hoja volandera, un periódico ligero, festivo, espuma de champaña, fuego de virutas. Cuento con usted. Adiós, maestro. ¡Deploro que la ocasión de conocernos haya venido de suceso tan desagradable! MAX: De eso vengo a protestar. ¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla! DIEGUITO: Hay de todo, maestro. MAX: No discutamos. Quiero que el Ministro me oiga, y al mismo tiempo darle las gracias por mi libertad. DIEGUITO: El Señor Ministro no sabe nada. MAX: Lo sabrá por mí. DIEGUITO: El Señor Ministro ahora trabaja. Sin embargo, voy a entrar. MAX: Y yo con usted. DIEGUITO: ¡Imposible! MAX: ¡Daré un escándalo! DIEGUITO: ¡Está usted loco! MAX: Loco de verme desconocido y negado. El Ministro es amigo mío, amigo de los tiempos heroicos. ¡Quiero oírle decir que no me conoce! ¡Paco! ¡Paco! DIEGUITO: Le anunciaré a usted. MAX: Yo me basto. ¡Paco! ¡Paco! íSoy un espectro del pasado! Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza. EL MINISTRO: ¿Qué escándalo es éste, Dieguito? DIEGUITO: Señor Ministro, no he podido evitarlo. MAX: ¡Un amigo de los tiempos heroicos! ¡No me reconoces, Paco! ¡Tanto me ha cambiado la vida! ¡No me reconoces! ¡Soy Máximo Estrella! EL MINISTRO: ¡ Claro! ¡Claro! ¡Claro! ¿Pero estás ciego? MAX: Como Homero y como Belisario. EL MINISTRO: Una ceguera accidental, supongo... Conste que no he venido a pedirte ningún favor. Max Estrella no es el pobrete molesto. EL MINISTRO: Espera, no te vayas, Máximo. Ya que has venido, hablemos. Tú resucitas toda una época de mi vida, acaso la mejor. ¡Oué lejana! Estudiábamos juntos. Vivíais en la calle del Recuerdo. Tenías una hermana. De tu hermana anduve yo enamorado. ¡Por ella hice versos! MAX. ¡Calle del Recuerdo, ventana de Helena, la niña morena que asomada vi! ¡Calle del Recuerdo rondalla de tuna, y escala de luna que en ella prendí! EL MINISTRO: ¡Qué memoria la tuya! ¡Me dejas maravillado! ¿Qué fue de tu hermana? MAX: Entró en un convento. EL MINISTRO: ¿Y tu hermano Alex? MAX: ¡Murió! EL MINISTRO: ¿Y los otros? ¡Érais muchos! MAX: ¡Creo que todos han muerto! EL MINISTRO: ¡No has cambiado!... Max, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí, puedo darte un sueldo. MAX: ¡Gracias! EL MINISTRO: ¿Aceptas? MAX: ¡Qué remedio! EL MINISTRO: Tome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vives, Max? MAX: Dispóngase usted a escribir largo, joven maestro: -Bastardillos, veintitrés, duplicado, Escalera interior, Guardilla B-. Nota. Si en este laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, no se le pida a la portera, porque muerde. EL MINISTRO: ¡Cómo te envidio el humor! MAX: El mundo es mío, todo me sonríe, soy un hombre sin penas. EL MINISTRO: ¡Te envidio! MAX: ¡Paco, no seas majadero! EL MINISTRO: Max, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo! MAX: Toma un dedo, y no te enternezcas. EL MINISTRO: ¡Adiós, Genio y Desorden! MAX: Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia! MÁXIMO ESTRELLA, con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados, trágicos en su ciega quietud, avanza como un fantasma. Su Excelencia, tripudo, repintado, mantecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen melodrama francés. Se abrazan los dos. Su Excelencia, al separarse, tiene una lágrima detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en ella algunos billetes. EL MINISTRO: ¡Adiós! ¡Adiós! Créeme que no olvidaré este momento. MAX: ¡Adiós, Paco! ¡Gracias en nombre de dos pobres mujeres! Su Excelencia toca un timbre. EL UJIER acude soñoliento. MÁXIMO ESTRELLA, tanteando con el palo, va derecho hacia el fondo de la estancia, donde hay un balcón. EL MINISTRO: Femández, acompañe usted a ese caballero, y déjele en un coche. MAX: Seguramente que me espera en la puerta mi perro. EL UJIER: Quien le espera a usted es un sujeto de edad, en la antesala. MAX: Don Latino de Hispalis: Mi perro. EL UJIER toma de la manga al bohemio. Con aire torpón le saca del despacho, y guipa al soslayo el gesto de Su Excelencia. Aquel gesto manido de fondo de los espejos, el vaho de humo penetrado del temblor de los arcos voltaicos cifran su diversidad en una sola expresión. Entran extraños, y son de repente transfigurados en aquel triple ritmo, MALA-ESTRELLA y DON LATINO. MAX: ¿Qué tierra pisamos? DON LATINO: El Café Colón. MAX: Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos. DON LATINO: Allá está como un cerdo triste. MAX: Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro. DON LATINO: No me encargues de ser tu testamentario. MAX: ¡Es un gran poeta! DON LATINO: Yo no lo entiendo. MAX: ¡Merecías ser el barbero de Maura! Por entre sillas y mármoles llegan al rincón donde está sentado y silencioso RUBÉN DARÍO. Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura de la vida, y con gesto egoísta de niño enfadado, cierra los ojos, y bebe un sorbo de su copa de ajenjo. Finalmente, su máscara de ídolo se anima con una sonrisa cargada de humedad. El ciego se detiene ante la mesa y levanta su brazo, con magno ademán de estatua cesárea. MAX: ¡Salud, hermano, si menor en años, mayor en prez! RUBÉN: ¡Admirable! ¡Cuánto tiempo sin vernos, Max! ¿Qué haces? MAX: ¡Nada! RUBÉN: ¡Admirable! ¿Nunca vienes por aquí? MAX: El café es un lujo muy caro, y me dedico a la taberna, mientras llega la muerte. RUBÉN: Max, amemos la vida, y mientras podamos, olvidemos a la Dama de Luto. MAX: ¿Por qué? RUBÉN: ¡No hablemos de Ella! MAX: ¡Tú la temes, y yo la cortejo! ¡Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para la otra ribera de la Estigia! Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por el ilustre camello Don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si fuese Académico! DON LATINO: ¡Querido Max, no te pongas estupendo! RUBÉN: ¿El señor es Don Latino de Hispalis? DON LATINO: ¡Si nos conocemos de antiguo, maestro! ¡Han pasado muchos años! Hemos hecho juntos periodismo en La Lira Hispano- Americana. RUBÉN: Tengo poca memoria, Don Latino. DON LATINO: Yo era el redactor financiero. En París nos tuteábamos, Rubén. RUBÉN: Lo había olvidado. MAX: ¡Si no has estado nunca en París.! DON LATINO: Querido Max, vuelvo a decirte que no te pongas estupendo. Siéntate e invítanos a cenar. Rubén, hoy este gran poeta, nuestro amigo, se llama Estrella Resplandeciente! RUBÉN: ¡Admirable! ¡Max, es preciso huir de la bohemia! DON LATINO: ¡Está opulento! ¡Guarda dos pápiros de piel de contribuyente! MAX: ¡Esta tarde tuve que empeñar la capa, y esta noche te convido a cenar! ¡A cenar con el rubio Champaña, Rubén! RUBÉN: ¡Admirable! Como Martín de Tours, partes conmigo la capa, trasmudada en cena. ¡Admirble! DON LATINO: ¡Mozo, la carta! Me parece un poco exagerado pedir vinos franceses. ¡Hay que pensar en el mañana, caballeros! MAX: ¡No pensemos! DON LATINO: Compartiría tu opinión, si con el café, la copa y el puro nos tomásemos un veneno. MAX: ¡Miserable burgués! DON LATINO: Querido Max, hagamos un trato. Yo me bebo modestamente una chica de cerveza, y tú me apoquinas en pasta con lo que me había de costar la bebecua. RUBÉN: No te apartes de los buenos ejemplos, mezclemos el vino con las rosas de tus versos. Te escuchamos. RUBÉN se recoge estremecido, el gesto de ídolo, evocador de terrores y misterios. MAX ESTRELLA, un poco enfático, le alarga la mano. Llena los vasos DON LATINO. RUBÉN sale de su meditación con la tristeza vasta y enorme esculpida en los ídolos aztecas. RUBÉN: Veré si recuerdo una peregrinación a Compostela... Son mis últimos versos. MAX: ¿Se han publicado? Si se han publicado, me los habrán leído, pero en tu boca serán nuevos. RUBÉN: Posiblemente no me acordaré. Un joven que escribe en la mesa vecina, y al parecer traduce, pues tiene ante los ojos un libro abierto y cuartillas en rimero, se inclina tímidamente hacia RUBÉN DARÍO. EL JOVEN: Maestro, donde usted no recuerde, yo podría apuntarle. RUBÉN: ¡Admirable! MAX: ¿Dónde se han publicado? EL JOVEN: Yo los he leído manuscritos. Iban a ser publicados en una revista que murió antes de nacer. MAX: ¿Sería una revista de Paco Villaespesa? EL JOVEN: Yo he sido su secretario. DON LATINO: Un gran puesto. MAX: Tú no tienes nada que envidiar, Latino. EL JOVEN: ¿Se acuerda usted, maestro? RUBÉN asiente con un gesto sacerdotal, y tras de humedecer los labios en la copa, recita lento y cadencioso, como en sopor, y destaca su esfuerzo por distinguir de eses y cedas. RUBÉN: ¡¡¡La ruta tocaba a su fin, y en el rincón de un quicio oscuro, nos repartimos un pan duro con el Marqués de Bradomín!!! EL JOVEN: Es el final, maestro. RUBÉN: Es la ocasión para beber por nuestro estelar amigo. MAX: ¡Ha desaparecido del mundo! RUBÉN: Se prepara a la muerte en su aldea, y su carta de despedida fue la ocasión de estos versos. ¡Bebamos a la salud de un exquisito pecador! MAX: ¡Bebamos! Levanta su copa, y gustando el aroma del ajenjo, suspira y evoca el cielo lejano de París. Piano y violín atacan un aire de opereta, y la parroquia del café lleva el compás con las cucharillas en los vasos. Después de beber, los tres desterrados confunden sus voces hablando en francés. Recuerdan y proyectan las luces de la fiesta divina y mortal. ¡París! ¡Cabaretes! ¡Illusión! Y en el ritmo de las frases, desfila, con su pata coja, PAPÁ VERLAINE. ESCENA DÉCIMA Paseo con jardines. El cielo raso y remoto. La luna lunera. Patrullas de caballería. Silencioso y luminoso, rueda un auto. En la sombra clandestina de los ramajes, merodean mozuelas pingonas y viejas pintadas como caretas. Repartidos por las sillas del paseo, yacen algunos bultos durmientes. MAX ESTRELLA y DON LATINO caminan bajo las sombras del paseo. El perfume primaveral de las lilas embalsama la humedad de la noche. UNA VIEJA PINTADA: ¡Morenos! ¡Chis!... ¡Morenos! ¿Queréis venir un ratito? DON LATINO: Cuando te pongas los dientes. LA VIEJA PINTADA: ¡No me dejáis siquiera un pitillo! DON LATINO: Te daré La Corres, para que te ilustres; publica una carta de Maura. LA VIEJA PINTADA: Que le den morcilla. DON LATINO: Se le prohibe el rito judaico. MAX: ¿En qué lo has conocido? LA LUNARES: En la peluca de Nazareno. ¿Me engaño? MAX: No te engañas. LA LUNARES: Si cuadrase que yo te pusiese al tanto de mi vida, sacabas una historia de las primeras. Responde: ¿Cómo me encuentras? MAX: ¡Una ninfa! LA LUNARES: ¡Tienes el hablar muy dilustrado! Tu acompañante ya se concertó con la Cotillona. Ven. Entrégame la mano. Vamos a situarnos en un lugar más oscuro. Verás cómo te cachondeo. MAX: Llévame a un banco para esperar a ese cerdo hispalense. LA LUNARES: No chanelo. MAX: Hispalis es Sevilla. LA LUNARES: Lo será en cañí. Yo soy chamberilera. MAX: ¿Cuántos años tienes? LA LUNARES: Pues no sé los que tengo. MAX: ¿Y es siempre aquí tu parada nocturna? LA LUNARES: Las más de las veces. MAX: ¡Te ganas honradamente la vida! LA LUNARES: Tú no sabes con cuántos trabajos. Yo miro mucho lo que hago. La Cotillona me habló para llevarme a una casa. ¡Una casa de mucho postín! No quise ir... Acostarme no me acuesto... Yo guardo el pan de higos para el gachó que me sepa camelar. ¿Por qué no lo pretendes? MAX: Me falta tiempo. LA LUNARES: Inténtalo para ver lo que sacas. Te advierto que me estás gustando. MAX: Te advierto que soy un poeta sin dinero. LA LUNARES: Serías tú, por un casual, el que sacó las coplas de Joselito? MAX: ¡Ése soy! LA LUNARES: ¿De verdad? MAX: De verdad. LA LUNARES: Dilas. MAX: No las recuerdo. LA LUNARES: Porque no las sacaste de tu sombrerera. Sin mentira, ¿cuáles son las tuyas? MAX: Las del Espartero. LA LUNARES: ¿Y las recuerdas? MAX: Y las canto como un flamenco. LA LUNARES: ¡Que no eres capaz! MAX: ¡Tuviera yo una guitarra! LA LUNARES: ¿La entiendes? MAX: Para algo soy ciego. LA LUNARES: ¡Me estás gustando! MAX: No tengo dinero. LA LUNARES: Con pagar la cama concluyes. Si quedas contento y quieres convidarme a un café con churros, tampoco me niego. MÁXIMO ESTRELLA, con tacto de ciego, le pasa la mano por el óvalo del rostro, la garganta y los hombros. La pindonga ríe con dejo sensual de cosquillas. Quítase del moño un peinecillo gitano, y con él peinando los tufos, redobla la risa y se desmadeja. LA LUNARES: ¿Quieres saber como soy? ¡Soy muy negra y muy fea! MAX: No lo pareces! Debes tener quince años. LA LUNARES: Esos mismos tendré. Ya pasa de tres que me visita el nuncio. No lo pienses más y vamos. Aquí cerca hay una casa muy decente. MAX: ¿Y cumplirás tu palabra? LA LUNARES: ¿Cuála? ¿Dejar que te comas el pan de higos? ¡No me pareces bastante flamenco! ¡Qué mano tienes! No me palpes más la cara. Pálpame el cuerpo. MAX: ¿Eres pelinegra? LA LUNARES: ¡Lo soy! MAX: Hueles a nardos. LA LUNARES: Porque los he vendido. MAX: ¿Cómo tienes los ojos? LA LUNARES: ¿No lo adivinas? MAX: ¿Verdes? LA LUNARES: Como la Pastora Imperio. Toda yo parezco una gitana. De la oscuridad surge la brasa de un cigarro y la tos asmática de DON LATINO. Remotamente, sobre el asfalto sonoro, se acompasa el trote de no hubo los toques de Ordenanza. EL RETIRADO: Yo los he oído. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Mentira! EL RETIRADO: Mi palabra es sagrada. EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo! EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable. EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre. EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo. EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie. LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio! EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno. MAX: Latino, sácame de, este círculo infernal. Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las descargas aprieta a su niño muerto en los brazos. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos! MAX: Esa voz me traspasa. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que tan fría, boca de nardo! MAX: ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica! DON LATINO: Hay mucho de teatro. MAX: ¡Imbécil! El farol, el chuzo, la caperuza del sereno, bajan con un trote de madreñas por la acera. EL EMPEÑISTA: ¿Qué ha sido, sereno? EL SERENO: Un preso que ha intentado fugarse. MAX: Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza. Me muero de hambre, satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta y propagas la mala literatura, por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo. DON LATINO: ¡Max, no te pongas estupendo! ESCENA DUODÉCIMA Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras. MAX: ¿Debe estar amaneciendo? DON LATINO: Así es. MAX: ¡Y que frío! DON LATINO: Vamos a dar unos pasos. MAX: Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido! DON LATINO: ¡Mira que haber empeñado la capa! MAX: Préstame tu carrik, Latino. DON LATINO: ¡Max, eres fantástico! MAX: Ayúdame a ponerme en pie. DON LATINO: ¡Arriba, carcunda! MAX: ¡No me tengo! DON LATINO: ¡Qué tuno eres! MAX: ¡Idiota! DON LATINO: ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara! MAX: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela! DON LATINO: Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta. MAX: Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz. DON LATINO: La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio. MAX: Llama. DON LATINO DE HISPALIS, volviéndose de espaldas, comienza a cocear en la puerta. El eco de los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la costanilla, y como en respuesta a una provocación, el reloj de la iglesia da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta. MAX: ¡Latino! DON LATINO: ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca! MAX: ¡Si Collet estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz. DON LATINO: No llega tu voz a ese quinto cielo. MAX: ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo! DON LATINO: No olvides al compañero. MAX: Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo? DON LATINO: No te alucines, Max. MAX: Es incomprensible cómo veo. DON LATINO: Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces. MAX: ¿A quién enterramos, Latino? DON LATINO: Es un secreto que debemos ignorar. MAX: ¡Cómo brilla el sol en las carrozas! DON LATINO: Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto eres tú. MAX: Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio, me acuesto a la espera. ¡Yo soy el muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos?, se preguntaba el paria catalán. MÁXIMO ESTRELLA se tiende en el umbral de su puerta. Cruza la costanilla un perro golfo que corre en zigzag. En el centro, encoge la pata y se orina. El ojo legañoso, como un poeta, levantado al azul de la última estrella. MAX: Latino, entona el gori-gori. DON LATINO: Si continúas con esa broma macabra, te abandono. MAX: Yo soy el que se va para siempre. DON LATINO: Incorpórate, Max. Vamos a caminar. MAX: Estoy muerto. DON LATINO: ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar. Incorpórate, ¡no tuerzas la boca, condenado! ¡Max! ¡Max! ¡Condenado, responde! MAX: Los muertos no hablan. DON LATINO: Definitivamente, te dejo. MAX: ¡Buenas noches! DON LATINO DE HISPALIS se sopla los dedos arrecidos y camina unos pasos encorvándose bajo su carrik pingón, orlado de cascarrias. Con una tos gruñona retorna al lado de MAX ESTRELLA. Procura incorporarle hablándole a la oreja. DON LATINO: Max, estás completamente borracho y sería un crimen dejarte la cartera encima, para que te la roben. Max, me llevo tu cartera y te la devolveré mañana. Finalmente se eleva tras de la puerta la voz achulada de una vecina. Resuenan pasos dentro del zaguán. DON LATINO se cuela por un callejón. LA VOZ DE LA VECINA: ¡Señá Flora! ¡Señá Flora! Se le han apegado a usted las mantas de la cama. LA VOZ DE LA PORTERA: ¿Quién es? Esperarse que encuentre la caja de mixtos. cloquea un rajado repique, la campanilla de la escalera. DORIO DE GADEX: A las cuatro viene la funeraria. CLARINITO: No puede ser esa hora. DORIO DE GADEX: ¿Usted no tendrá reloj, Madama Collet? MADAMA COLLET: ¡Que no me lo lleven todavía! ¡Que no me lo lleven! PÉREZ: No puede ser la funeraria. DORIO DE GADEX: ¡Ninguno tiene reloj! ¡No hay duda que somos unos potentados! CLAUDINITA, con andar cansado, trompicando, ha salido para abrir la puerta. Se oye rumor de voces, y la tos de DON LATINO DE HISPALIS. La tos clásica del tabaco y del aguardiente. DON LATINO: ¡Ha muerto el Genio! ¡No llores, hija mía! ¡Ha muerto y no ha muerto!... ¡El Genio es inmortal!... ¡Consuélate, Claudinita, porque eres la hija del primer poeta español! ¡Que te sirva de consuelo saber que eres la hija de Víctor Hugo! ¡Una huérfana ilustre! ¡Déjame que te abrace! CLAUDINITA: ¡Usted está borracho! DON LATINO: Lo parezco. Sin duda lo parezco. ¡Es el dolor! CLAUDINITA: ¡Si tumba el vaho de aguardiente! DON LATINO: ¡Es el dolor! ¡Un efecto del dolor, estudiado científicamente por los alemanes! DON LATINO tambalease en la puerta, con el cartapacio de las revistas en bandolera y el perrillo sin rabo y sin orejas, entre las cañotas. Trae los espejuelos alzados sobre la frente y se limpia los ojos chispones con un pañuelo mugriento. CLAUDINITA: Viene a dos velas. DORIO DE GADEX: Para el funeral. ¡Siempre correcto! DON LATINO: Max, hermano mío, si menor en años... DORIO DE GADEX: Mayor en prez. Nos adivinamos. DON LATINO: ¡Justamente! Tú lo has dicho, bellaco. DORIO DE GADEX: Antes lo había dicho el maestro. DON LATINO: ¡Madama Collet, es usted una viuda ilustre, y en medio de su intenso dolor debe usted sentirse orgullosa de haber sido la compañera del primer poeta español! ¡Murió pobre, como debe morir el Genio! ¡Max, ya no tienes una palabra para tu perro fiel! ¡Max. hermano mío, si menor en años, mayor en... DORIO DE GADEX: Prez! DON LATINO: Ya podías haberme dejado terminar, majadero. ¡Jóvenes modernistas, ha muerto el maestro, y os llamáis todos de tú en el Parnaso Hispano-Americano! ¡Yo tenía apostado con este cadáver frío sobre cuál de los dos emprendería primero el viaje, y me ha vencido en esto como en todo! ¡Cuántas veces cruzamos la misma apuesta! ¿Te acuerdas, hermano? ¡Te has muerto de hambre, como yo voy a morir, como moriremos todos los españoles dignos! ¡Te habían cerrado todas las puertas, y te has vengado muriéndote de hambre! ¡Bien hecho! ¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento! DON LATINO se dobla y besa la frente del muerto. El perrillo, a los pies de la caja, entre el reflejo inquietante de las velas, agita el muñón del rabo. MADAMA COLLET levanta la cabeza con un gesto doloroso dirigido a los tres fantoches en hilera. MADAMA COLLET: ¡Por Dios, llévenselo ustedes al pasillo! DORIO DE GADEX: Habrá que darle amoniaco. ¡La trae de alivio! CLAUDINITA: ¡Pues que la duerma! ¡Le tengo una hincha! Aparece en la puerta un hombre alto, abotonado, escueto, grandes barbas rojas de judío anarquista y ojos envidiosos, bajo el testuz de bisonte obstinado. Es un fripón periodista alemán, fichado en los registros policiacos como anarquista ruso y conocido por el falso nombre de BASILIO SOULINAKE. BASILIO SOULINAKE: ¡Paz a todos! MADAMA COLLET: ¡Perdone usted, Basilio! ¡No tenemos siquiera una silla que ofrecerle! BASILIO SOULINAKE: ¡Oh! No se preocupe usted de mi persona. De ninguna manera. No lo consiento, Madama Collet. Y me dispense usted a mí si llego con algún retraso, como la guardia valona, que dicen ustedes siempre los españoles. En la taberna donde comemos algunos emigrados eslavos, acabo de tener la referencia de que había muerto mi amigo Máximo Estrella. Me ha dado el periódico el chico de Pica Lagartos. ¿La muerte vino de improviso? MADAMA COLLET: ¡Un colapso! No se cuidaba. BASILIO SOULINAKE: ¿Quién certificó la defunción? En España son muy buenos los médicos y como los mejores de otros países. Sin embargo, una autoridad completamente mundial les falta a los españoles. No es como sucede en Alemania. Yo tengo estudiado durante diez años medicina, y no soy doctor. Mi primera impresión al entrar aquí ha sido la de hallarme en presencia de un hombre dormido, nunca de un muerto. Y en esa primera impresión me empecino, como dicen los españoles. Madama Collet, tiene usted una gran responsabilidad. ¡Mi amigo Max Estrella no está muerto! Presenta todos los caracteres de un interesante caso de catalepsia. MADAMA COLLET y CLAUDINITA se abrazan con un gran grito, repentinamente aguzados los ojos, manos crispadas, revolantes sobre la frente las sortijillas del pelo. SEÑÁ FLORA, la portera, llega acezando. La pregonan el resuello y sus chancletas. LA PORTERA: ¡Ahí está la carroza! ¿Son ustedes suficientes para bajar el cuerpo del finado difunto? Si no lo son, subirá mi esposo. CLAUDINITA: Gracias, nosotros nos bastamos. BASILIO SOULINAKE: Señora portera, usted debe comunicarle al conductor del coche fúnebre que se aplaza el sepelio. Y que se vaya con viento fresco. ¿No es así como dicen ustedes los españoles? MADAMA COLLET: ¡Que espere!... Puede usted equivocarse, Basilio. LA PORTERA: ¡Hay bombines y javiques en la calle, y si no me engaño, un coche de galones! ¡Cuidado lo que es el mundo, parece el entierro de un concejal! ¡No me pensaba yo que tanto representaba el finado! Madama Collet, ¿qué razón le doy al gachó de la carroza? ¡Porque ese tío no se espera! Dice que tiene otro viaje en la calle de Carlos Rubio. MADAMA COLLET: ¡Válgame Dios! Yo estoy incierta. LA PORTERA: ¡Cuatro Caminos! ¡Hay que ver, más de una legua, y no le queda tarde! CLAUDINITA: ¡Que se vaya! ¡Que no vuelva! MADAMA COLLET: Si no puede esperar... Sin duda... LA PORTERA: Le cuesta a usted el doble, total por tener el fiambre unas horas más en casa. ¡Deje usted que se lo lleven, Madama Collet! MADAMA COLLET: ¡Y si no estuviese muerto! LA PORTERA: ¿Que no está muerto? Ustedes sin salir de este aire no perciben la corrupción que tiene. BASILIO SOULINAKE: ¿Podría usted decirme, señora portera, si tiene usted hechos estudios universitarios acerca de medicina? Si usted los tiene, yo me callo y no hablo más. Pero si usted no los tiene, me permitirá de no darle beligerancia, cuando yo soy a decir que no está muerto, sino cataléptico. LA PORTERA: ¡Que no está muerto! ¡Muerto y corrupto! BASILIO SOULINAKE: Usted, sin estudios
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