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Reflexiones sobre cicerón, Apuntes de Bioestadística

texto sobre reflexiones de cicerón.

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 21/01/2024

usuario desconocido
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¡Descarga Reflexiones sobre cicerón y más Apuntes en PDF de Bioestadística solo en Docsity! NOTAS REFLEXIONES SOBRE CICERÓN. LAS PARADOJAS. EL REGRESO A CICERÓN Por PEDRO FARIAS SUMARIO I. REFLEXIONES SOBRE CICERÓN.—II. LAS PARADOJAS.—III. EL REGRESO A CICERÓN I. REFLEXIONES SOBRE CICERÓN «Grecia capta ferocem cepit captorem». Así resumía Horacio, en el Li- bro II de sus Epístolas, la singular relación greco-romana. Si Roma fue cau- tivada por la cultura griega, generó también cautivadores que la proyectaron en el tiempo y que han llegado, como captores intelectuales, hasta nosotros. Tres de ellos llenaron de gracia, de un modo singular, la latinidad. Horacio, exaltando la grandeza de Roma («carmen secutare»); Virgilio, ponderando en versos inigualables su gloriosa genealogía (Eneida) y Cicerón revelando en períodos impecables la belleza de su Lengua motivaron el goce humanis- ta de nuestra mejor tradición. Del último de ellos, Cicerón, voy a tratar a continuación. Vive Marco Tulio Cicerón los azares de buena parte del último siglo de la República: La rivalidad entre el demócrata Mario y el aristocrático Sila, sus respectivas y severas proscripciones; el primer triunvirato; la lucha entre Pompeyo y César; el asesinato de éste y el segundo triunvirato. Había nacido un 12 de enero en Arpiño, el mismo año que Escipión (106 A.d.C.) (648 A.U.C.). Sus padres eran ricos propietarios rurales que lo enviaron a Roma a estudiar. Fueron sus maestros: en derecho los dos Escé- volas; M. Antonio y L. Craso en Oratoria, Filón en Filosofía. En Poesía reci- bió las enseñanzas del sirio Archia, cuya ciudadanía romana defendió poste- 221 Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 117. Julio-Scplicmbrc 2002 PEDRO FARIAS nórmente («Pro Archia poeta»). Cuando muere Mario, Cicerón tiene 20 años. A los 25 (80 A.C.) defendió a Roscio, contra un favorito de Sila. Sea por huir de éste, sea por razones de salud se ausenta de Roma (79 A.C.) y viaja por Asia Menor, Rodas y Atenas. Sila muere en 78 A.d.C. y Cicerón regresa a Roma el 77 A.d.C y contrae matrimonio con Terencia, que después lo abandonará por el historiador Salustio. Terencia y Cicerón tuvieron dos hijos: Marco y Tulia. En Cicerón se dan cita tres dimensiones: la Política; la Retórica y la lite- rario-filosófica. A) Cicerón político. Como político, a juicio de Mommsem, careció de instinto y de energía. Dijo de él que era «hombre de Estado sin penetración, sin grandes miras y sin objetivos, Cicerón fue indistintamente, dirá el filólogo alemán, demócra- ta aristócrata e instrumento pasivo de la monarquía... y cuando se muestra enérgico en la acción es porque la cuestión ha sido ya resuelta. El proceso de Verres lo sostiene la Ley Manilia y cuando fulmina los rayos de su elocuen- cia contra Catilina, ya estaba resuelta la marcha de éste» (1). Ésta es la vi- sión hipercrítica de Cicerón, que más adelante intentaremos modular, cam- biando de perspectiva. Del 75 al 66 A.d.C sin echarse en manos del partido popular se orienta en sentido adverso a la aristocracia. Durante ese tiempo fue cuestor en Sici- lia (75 A.d.C.) y ocupó el cargo de edil el 69, y en el 66 el de pretor urbano. Ese mismo año pronuncia su primer discurso en el Rostro defendiendo la atribución de poderes de la Ley Manilia a favor de Escipión para vencer a Mitrídates. El 63 A.d.C. accede al Consulado: se opone a la ley agraria de L. S. Rufo y a La Conjuración de Catilina. Tras su Consulado el primer triunvirato Cé- sar, Pompeyo y Craso, lo margina y posibilita que su enemigo Clodio Pulcro consiga del Senado un decreto de expulsión contra él (58 A.d.C.) (2). Regre- sa 16 meses después y se dedica a escribir y a ejercer la abogacía. El año 51 fue procónsul en Cilicia. Desatada la lucha entre César y Pompeyo, Cicerón toma parte a favor de éste, defiende la legalidad republicana del senado y se gana la enemistad de César, que derrota a Pompeyo en Grecia (Farsalia, 48 A.d.C). Éste se refu- gia en Egipto donde es asesinado (40 A.d.C.) (1) T. MOMMSEM: Historia de Roma, tomo II, libro V, Ed. Aguilar, Madrid, 1955, págs. 1184-1185. (2) En la IV Paradoja Cicerón considera que el contenido del escrito del Senado no fue vejatorio pues, según dice el orador, el senado lo mandó a descansar por razones de salud (veáse más adelante el análisis de la IV Paradoja). 222 REFLEXIONES SOBRE CICERÓN. LAS PARADOJAS. EL REGRESO A CICERÓN obra cumbre de la Retórica de Cicerón. Está dividida en tres libros en los que Licinio Craso y M. Antonio, sus maestros y oradores de la generación anterior, discuten como interlocutores principales sobre la relación entre Ciencia y Elocuencia «Sapere et dicere». Craso, que representa en el diálogo el pensamiento de Cicerón, defiende la conjunción en el orador de conoci- miento de contenidos (hechos y argumentos) y expresividad (verba). «Res et verba coniuncta». Cicerón como orador dignificó el idioma, y lo embelleció con su elegan- te estilo y como tratadista retórico defendió la Retórica como arte, nos dio a conocer el pasado retórico de la República y transmitió al porvenir el conte- nido de este saber en su integridad (Cinco partes; conjunción de saber y de contenidos). C) Cicerón Filósofo y Jurista. En Filosofía Cicerón, sobre todo a partir de su madurez, se adscribió a la «Nueva Academia». En Moral sigue un estoicismo moderado. Ambas ten- dencias influirán en los contenidos de su visión jurídica, que pasó a la tradi- ción romana y de allí a la Edad Media. La nueva academia trae causa de la academia platónica, pero enfatiza la persuasión, «en lugar de afectar la certeza se aquieta con la opinión fundada en la verosimilitud, que es todo aquello a que un entendimiento racional puede asentir» (10). Sigue la nueva academia «un camino medio entre el rigor de los estoicos y la indiferencia de los escépticos: Los estoicos abrazaban todas sus doctrinas como otras tantas verdades irrefragables... los escépticos, por otra parte, observaban perfecta neutralidad en todas las opiniones, sosteniendo que todas son igualmente ciertas... Los académicos adoptando lo probable en lugar de lo cierto, tenían la balanza entre los dos extremos, estableciendo por princi- pio general observar una cierta moderación en todas sus opiniones; y, como dice Plutarco, que era de esta secta, apreciando siempre mucho aquella anti- gua máxima «nequid nimis»(ll). Estas ideas están presentes en sus grande diálogos: La República y Las Leyes y en su obra los Oficios. Adoptó Cicerón la Academia por dos razones. La primera porque frente a la prepotencia de aquellas sectas filosóficas que se intitulaban propieta- rias de la verdad y únicas directoras de la vida humana, por una parte, y frente a la desconfianza de los escépticos de hallar alguna cosa cierta, por otra, se vio precisado después de muchas fatigas a hacer liga y unión con lo probable» (12); segunda porque esta filosofía es «la más proporcionada (10) M. VALBUENA: Prólogo a «Los Oficios» de Cicerón, Ed. Austral, Madrid, 1955, pág. 15. (11) lbidem. (12) lbidem. 225 PEDRO PARIAS conforme a la profesión de orador porque la costumbre de disputar a favor y en contra sobre las opiniones de las otras sectas, le daba gran oportunidad de perfeccionar su facultad oratoria y cierto hábito de hablar de todo sobre cualquier asunto; así la llama él «madre de la elegancia y de la copia» y de- clara que era deudor de toda la fama de su elocuencia, no a las reglas mecá- nicas de los retóricos, sino de los amplios y generosos principios de la aca- demia» (13). En Moral y Política sigue Cicerón el estoicismo moderado «que Pane- cio había elaborado para un público romano y transmitido al círculo de Escipión» (14). Su pretensión inmediata era restaurar la república y la tra- dicional virtud romana de servicio a la patria «en la forma que, había teni- do antes del Tribunado revolucionario de Tiberio Graco» (15), por ello en La república sitúa como protagonistas a Escipión y Lelio. Esta pretensión inmediata fracasó históricamente. Sin embargo, formuló la doctrina estoica del derecho Natural, en la forma que pasó a los jurisconsultos romanos en el Digesto, las Pandectas y La Instituía y posteriormente a los Padres de la Iglesia, se difundió en la Edad Media y ha sido umversalmente conocida hasta el siglo xix. Parte la reflexión general de Marco Tulio de la idea de que existe un de- recho congruente con la Naturaleza, que es igual para todos los hombres. Esto le distancia de Aristóteles pues para éste todos los hombres no son iguales (justifica la esclavitud) mientras que para la tradición estoica la igualdad es una exigencia moral a todos los hombres extendida. Las ideas políticas subyacentes en la jurisprudencia romana de los si- glos i y II d.C. (Compiladas por Justiniano en El Digesto en el año 533), son las expuestas por Cicerón. Estas ideas no son otras que las expresadas en los siguientes principios: La autoridad procede del pueblo; el pueblo es el conjunto de hombres reuni- dos por un acuerdo común respecto al, derecho y asociados por causa de uti- lidad; la autoridad sola debe de ser ejercida con el respaldo del Derecho y justificada por razones morales; existe un derecho superior al positivo que lo legitima, o sea, que el derecho positivo debe ser congruente con la naturale- za del hombre como ser racional y social; la ley «ilegitima» no constituye Derecho. Junto a estas ideas defendió «la forma mixta de Gobierno» (Monar- quía-Aristocracia-Democracia) de ascendencia aristotélica, que el pueblo ro- mano, según Polibio, encarnó en los momentos en que armonizó cónsules (13) Ibidem, pág. 17. (14) H. G. SABINE: Historia de la Teoría Política, FCE, México, 1965, pág. 128. (15) Ibidem. 226 REFLEXIONES SOBRE CICERÓN LAS PARADOJAS. EL REGRESO A CICERÓN (Monarquía) con Senado (Aristocracia) y Comicios (Pueblo) y que Cicerón sintetizó en «La República». Esta concepción defendida por Polibio como constitución del pueblo romano ha recibido una diferente consideración: para los realistas italianos, como Mosca, se trata de la expresión positiva de la forma política del estado romano. Sin embargo Mommsem, la considera «meramente mecánica». Estas ideas se expresan en La República, las Leyes y los Oficios, si bien podemos diferenciar las dos primeras de la tercera en que aquéllas manifiestan las creencias de Cicerón y la tercera las costumbres de su tiempo como enseñanzas, derivadas de las otras dos, que él expuso para educación de su hijo. Estos libros, dirá Plinio el Mayor al emperador Tito, deberían no solamente ser leídos, sino aprendidos de memoria. I I . LAS PARADOJAS El año 46 A.d.C, tres antes de su muerte, escribió Cicerón su «Paradoxa stoicorum» dedicada, como sus otras obras retóricas, a Marco Bruto. Los es- toicos llamaban paradojas a aquellos lugares graves de la Filosofía, distantes del uso público, que tratados y pulidos por el discurso parecieran probables al pueblo (16). Al modo que Catón, desde la perspectiva estoica, trataba esos graves puntos de Filosofía para acercarlos al pueblo Cicerón pretende, desde la perspectiva neo-académica, llevar al pueblo a aquellas cosas admirables y contra la opinión de todos que son llamadas paradojas. Las trata como un divertimento y dice: «He tratado como lugares comu- nes aquellas mismas cosas que los estoicos apenas prueban en los gimnasios y en el ocio». Y con harto más gusto dice: «las he escrito en cuanto que estas que llamamos paradojas, me parecen principalmente socráticas y muy ver- daderas». En esta obra nos muestra Cicerón su triple vertiente: Retórica, filosófica y estilística. Filosófica porque, siguiendo la nueva academia, se mueve en las regiones de la doxa y la probabilidad. Estilística, porque las paradojas son, junto a los Oficios y a los Diálogos sobre la Amistad y la Vejez, las obras más perfectas y bellas de Cicerón. Y retórica porque intentan generar tópicos o sea «lugares comunes» para utilizarlos como argumentos en el dis- curso. Y todo ello escrito como divertimento. Esta opus minus nos ofrece una singular síntesis de su discurso intelec- tual. Lo hace en seis paradojas: A) Las paradojas I, V, y VI presentan un problema semántico-moral. (16) La Real Academia Española las define en su primera acepción como «idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres». 227 PEDRO FARIAS ¿Quién es más rico?, se pregunta Cicerón: ¿el que no es deseoso de dine- ro y defiende la virtud, que no puede ser robada ni hurtada o el que deseando bienes nunca está saciado? A aquél le sobra todo; a éste le falta. ¿Cuál de los dos es más rico? ¿A quién le falta o a quién sobra? Su moralismo republicano impulsó esta nueva denuncia de la corrupción romana. B) En la III paradoja plantea una cuestión abstracta «que los pecados y las cosas bien hechas son iguales», lo que puede generar un ejercicio del en- tendimiento. Mas como apostilla M. de Valbuena «es una cuestión que no es menester impugnar, pues no hay quien consultado el sentido común deje de conocer su falsedad» (24). Cicerón plantea el problema de la distinción entre naturaleza de los vi- cios y sus causas y concluye que son las causas las que distinguen los vicios y delitos. «Si quitas la vida a un padre es por sí maldad, los saguntinos, que quisieron que muriesen sus padres libres antes que morir esclavos, fueron parricidas. Luego también a un padre se puede quitar la vida sin delito a al- guna vez y a un siervo no se puede muchas veces sin injusticia. Así que la causa es la que distingue estas cosas, no su naturaleza» (25). C) La II paradoja, tal vez dirigida contra Marco Antonio, dice que «Nada falta para vivir felizmente a aquel en quien haya virtud». Sitúa pues la felicidad en la virtud y la excluye de la fortuna. Pone los ejemplos de M. Atilio Régulo, que siendo Cónsul en 256 A.d.C. fue hecho prisionero de los cartagineses y éstos lo pusieron en libertad para acompañar a una mi- sión púnica a Roma, que proponía un canje de prisioneros. Llegado a Roma, Régulo, llevado de su patriotismo, no defendió la pretensión carta- ginesa y sin embargo impulsado por su palabra de honor regresó a Cartago, donde los cartagineses tras atormentarle lo mataron. Igualmente pone como ejemplo a Mario, el líder democrático que era «superior en las cir- cunstancias adversas». Afirma Cicerón que ni la grandeza de ánimo de Régulo fue atormentada por los cartagineses, ni las adversidades atormentaron la virtud superior de Mario, porque la fuerza y la felicidad están en la virtud. «No sabes, insensa- to, cuántas fuerzas tiene la virtud; toma solamente el nombre de virtud; igno- ras qué valga la misma. Nadie que de sí mismo es todo apto, y que en sí solo pone todas sus cosas, puede no ser muy feliz. Nada puede haber de cierto para aquel para quien toda esperanza, razón y pensamiento depende de la fortuna; nada que tenga averiguado que le ha de durar un solo día» (26). (24) M. T. CICERÓN: Las Paradojas, cfr. nota 210, Ed. Aguilar, pág. 504. (25) M. T. CICERÓN: Las paradojas, cfr. pág. 452, Ed. Aguilar. (26) M. T. CICERÓN: Las paradojas, Ed. Prometeo, Valencia, pág. 184. 230 REFLEXIONES SOBRE CICERÓN LAS PARADOJAS. EL REGRESO A CICERÓN D) La llamada IV paradoja no lo es. En ella Cicerón ataca a Clodio, que no solamente había organizado su destierro, sino que además una vez desterrado se hizo acompañar de una banda armada, derribó la casa de Cice- rón en el Palatino y para hurtarla a la propiedad del orador consagró el lugar a la diosa de la Libertad. Vuelto Cicerón logró la restitución consiguiendo que el «Colegio de los Pontífices» declarara nula la consagración y que el Senado otorgara la reconstrucción y le concediera una indemnización. La inexistente o incompleta paradoja lleva el título de «Que todo necio es loco» y se dedica a atacar a Clodio con pruebas que lo denigran como in- existente ciudadano. Estas pruebas son: 1. Si la ciudad está constituida sobre los vínculos del derecho y la equi- dad, el territorio sobre el que actuó Clodio contra él no era ciudad, sino «reu- nión de hombres fieros y bárbaros». En ese territorio «nada valían las leyes cuanto los juicios yacían por tierra, cuando la costumbre de nuestros padres se había perdido, cuando, expulsados los magistrados por el hierro, no había en la República nombre de Senado. Aquel concurso de depredadores, y aquel latrocinio constituido, siendo tú el jefe, en la plaza pública y las reli- quias de la conjuración pasada de las furias de Catilina a tu maldad y furor, no era ciudad. Y, así, no fui yo expulsado de la ciudad, que ninguna había». 2. Pese a su latrocinio de la casa del Palatino, Cicerón le increpa que nadie le había injuriado: «Si me hubieses robado la divina constancia de mi ánimo, mis cuidados, mis vigilias, mis consejos, por los cuales se mantiene la República, muy a pesar tuyo; si hubieses borrado la memoria inmortal de este eterno beneficio (Cicerón se refiere a su nombramiento como Padre de la Patria tras el Consulado); mucho más aún, si me hubieses robado aquella mente de la que estos consejos manaron; entonces confesaría yo haber reci- bido una injuria.» 3. Ausencia de ciudadanía para Clodio. Finalmente reflexiona Cicerón sobre la ciudadanía, negándole a Clodio tal condición y autootorgándosela: «Yo he sido siempre ciudadano y mucho más entonces, cuando el senado en- comendaba mi salud como de un ciudadano óptimo a naciones extrañas» (se refiere Cicerón a que el escrito del senado que lo exilia, lo presenta como acto de consideración para con él, con lo que el destierro perdía el carácter de castigo). Sin embargo a Clodio le niega la condición de ciudadano: «¿Por ventura distingues tú al ciudadano del enemigo por la naturaleza y el lugar, no por el ánimo y los hechos? Tú has hecho una matanza en la plaza pública, has ocu- pado los templos con ladrones armados, has incendiado las casas de los par- ticulares, los edificios sagrados. ¿Por qué fue enemigo Espartaco, si tú eres ciudadano? ¿Puedes, pues, ser ciudadano tú, por quien en algún tiempo no hubo ciudad? ¿Y me llamas, con un nombre que es tuyo, desterrado, cuando 231 PEDRO FARIAS todos piensan que con mi salida fue desterrada la República?» Como puede observarse el orgullo de Cicerón no era escaso. I I I . EL REGRESO A CICERÓN El año 1957 se conmemoró el bicentenario de la muerte de Cicerón. A partir de esa fecha ha renacido el reconocimiento del gran orador. Sus obras se han reeditado y sus tratados de Retórica se han reinterpretado. El nuevo tratamiento ha descubierto un Cicerón científico-humanista en Retórica; antidogmático en Filosofía y apasionado por la Roma republicana en política. Su obra retórica se distingue del resto de autores retóricos romanos por la racionalidad inspirada en la filosofía moral, el método dialéctico, la expe- riencia de la historia general y de la particular tradición romanas (27). En filosofía, que fue para Marco Tulio consolatio en tiempos de ocio y retiro político, siguió la doctrina académica que desembarcaba en lo proba- ble y lo verosímil y que era la concepción más acorde con su condición de orador. A esto hay que añadir que el dogmatismo estoico y la negación de la dialéctica y la retórica por parte de los epicúreos le condujeron a seguir la vía antidogmática de los académicos (28). La dimensión moral impulsó toda la actividad política de Cicerón. Fue un republicano que aspiraba a reconstruir el viejo estado, frente a las amena- zas revolucionarias y las pretensiones dictatoriales o monárquicas. Mas la monarquía se acercaba implacable, era el signo de los tiempos que César perfilaba plebiscitariamente y que Octavio consumó con energía y astucia. Su pensamiento político se nutre de la filosofía política griega; la tradi- ción nacional legendaria e histórica y su propia experiencia. La función que debe desempeñar la filosofía la simboliza en el «sueño de Scipión» con el que acaba el VI libro de la República. En él, tras conversar con Massinissa se sumerge en un sugestivo colo- quio con sus antepasados, que le incitan al patriotismo. Su padre le dice: «Pero, así Scipión, como este abuelo tuyo y yo que te engendré, cultiva la Justicia y la Verdad, la cual, siendo virtud grande tratándose de los padres y parientes, tratándose de la Patria es entonces muy grande. Esa vía es una vía al cielo y esta compañía de aquellos que vivieron ya, y sueltos del cuerpo, habitan aquel lugar que ves» (29). Y ese lugar que ve es el firmamento del (27) A. FONTÁN: Humanismo romano, Ed. Planeta, Barcelona, 1974, pág. 42. (28) Jbidem, pág. 61. (29) CICERÓN: La República, Ed. Prometeo, Valencia, págs. 159-160. 232
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