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Orientación Universidad
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Resumen de la Odisea de Homero, Resúmenes de Literatura Española

Asignatura: literatura española comparada cn la universal, Profesor: Eloy Sanchez Rosillo, Carrera: Lengua y Literatura Española, Universidad: UMU

Tipo: Resúmenes

2015/2016
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Subido el 07/03/2016

elisa_chumillas_ruiz
elisa_chumillas_ruiz 🇪🇸

3.9

(24)

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¡Descarga Resumen de la Odisea de Homero y más Resúmenes en PDF de Literatura Española solo en Docsity! Canto I. (Cuenta musa, consejo de los dioses, visita de Atenea a Telémaco, los pretendientes). Homero comienza la Odisea invocando a la Musa, para que cuente lo sucedido a Odiseo y a sus hombres después de destruir Troya. Ya que sus hombres fueron muriendo cayendo en las tentaciones que se iban presentando a lo largo del camino. Devoraron las vacas del Sol Hiperión y este dios les privó de la luz de regreso. La diosa Calipso tenía retenido en sus grutas a Odiseo, pues quería hacerlo su esposo. En una asamblea de dioses se decretó que Ulises volviese a Ítaca, aunque Poseidón seguía con su odio hacia este. Los etíopes se hallaban haciendo hecatombe para el dios del mar, por lo que este fue a gozar del festín, mientras que los demás dioses se hallaban en la casa de Zeus el Olimpio (padre de dioses y hombres). Zeus cuenta que se acordaba de Egisto, varón intachable, al que Orestes (Átrida) dio muerte. El Olimpio dice que todos los hombres culpan a los dioses de sus males, sin saber que son los hombres mismos los que traen esos males con sus locuras. Aunque Hermes (el celador Argifonte) intentó impedirle a Egisto que se casase con la esposa de Átrida, no lo consiguió. Por lo que Orestes le dio muerte. Atenea, la diosa ojizarca dijo: “Padre nuestro Cronión, soberano entre todos los reyes” (a Zeus) y comenzó a defender el regreso de Ulises a su tierra. Dice que la diosa nacida de Atlante es quien tiene cautivo a Odiseo intentando hacer olvidar a este a su tierra y a su familia. En vano. Zeus le contesta diciendo que es Poseidón el que le impide volver a su tierra por el daño causado a su hijo el cíclope Polifemo, al que Ulises cegó, nacido de la ninfa Toosa (hija de Forcis y de Poseidón). Finalmente Zeus accedió, pensando que Poseidón iba a ceder. Atenea pidió a su padre que enviase a Hermes (el guía luminoso) que fuese a al islote de Ogigia, para transmitir a la ninfa Calipso la decisión de los dioses de que Ulises (el rico en ingenios) partiese de regreso a casa. Mientras que Atenea iría a Ítaca a dotar de valentía a Telémaco para llamar a los dánaos crinados al ágora para hacer frente a los pretendientes de su madre, también le hará ir hasta Pilo arenosa (donde deberá preguntar a Néstor el divino) y Esparta (donde deberá preguntar a Menelao) para tratar de encontrar información sobre el regreso de su padre. Atenea, la diosa del padre terrible, cogió su lanza robusta con punta de bronce, fuerte, grande y pesada, y se puso las sandalias inmortales doradas que la hacían volar con los soplos del viento y se presentó en Ítaca, en figura de Mentes, señor de los Tafios, como huésped. Mientras que los pretendientes de Penélope seguían aprovechándose de la hospitalidad de la familia de Ulises, el sufrido de entrañas. Telémaco vio a Palas Atena y se dirigió hacia el nuevo huésped que se hallaba en la puerta. Le ofreció de comer y le preguntó por si sabía algo de su padre. Pernio comenzó a tocar la cítara. La ojizarca Atenea comenzó a decir que él, Mentes, era rey, nacido de Anquíalo el discreto, señor de los tafios, nación de los remeros. Le dijo que iban hacia Témesa en busca de bronces y que su barco atracó en el puerto de Ritro al socaire del Neyo selvoso. Comenzaron a hablar de Laertes el anciano, que ya no iba a la ciudad, sino que se había retirado al campo con sus penas, cuidado por una vieja sirvienta que le da de comer y beber. Atenea le dijo a Telémaco que su padre no había muerto, sino que estaba preso con vida en el océano, en una isla. Además le dice que por mucho que intenten los dioses impedir su regreso, este no descansaría, puesto que siempre fue ducho en ardides. Atenea le pidió a Telémaco que después de hablar con Néstor y Menelao, si estos le daban esperanzas de que su padre seguía vivo, que mantuviese esa creencia durante al menos un año. Pero que si por el contrario le dicen que ha muerto, vuelva a su casa, levante un túmulo, le ofrezca dones fúnebres y entregue a su madre a otro esposo. Tras esta conversación, Atenea decidió marcharse y, tras esto, Telémaco se dio cuenta de que había estado hablando con la diosa y no con un huésped cualquiera. Este corrió a reunirse con los demás. Un aedo cantaba el regreso desastroso de Ilión que impuso la diosa a los dánaos. Penélope, hija de Icario, se sintió herida por aquel canto, puesto que el protagonista era su amado esposo. Aunque Telémaco actuó con sensatez calmando a su madre. Tras esto, Telémaco comenzó a decirle a los huéspedes que al día siguiente irían al ágora y deberían abandonar el palacio, pero Antínoo, nacido de Eupites le replicó diciendo que, tal vez, el hijo de Crono (Zeus) no le otorgase el trono de Ítaca. Tras esto, el hijo de Pólibo, Eurímaco preguntó a Telémaco por el forastero que había hablado con el hijo de Ulises y se había marchado rápidamente, sin hablar con nadie más. Telémaco le contestó que el regreso de su padre era imposible y que ese hombre era Mentes, nacido de Anquíalo y que procede de Tafos. Telémaco decidió retirarse, tras la fiesta, a sus aposentos y fue acompañado por Euriclea, engendrada por Ops Pisenórida. Telémaco le quería como a ninguna otra sierva, pues ella lo había creado cuando era pequeño. Canto II (Telémaco emprende su viaje) Telémaco ordenó a los heraldos que reuniesen en la plaza a los dánaos crinados. Este se presentó con una lanza de bronce y dos perros. Atenea le otorgó un divino esplendor por el cuerpo, y este ocupó el lugar de su padre. El primero en hablar fue Egiptio. Su hijo el intrépido Ántifo, que partió en las naves con Ulises hacia Troya. Este encontró la muerte a manos del cíclope y con él preparó su comida postrera. Egiptio comenzó a alagar a Telémaco y este no pudo reprimir más sus ganas de hablar. Se levantó y el prudente Pisénor, uno de los heraldos, le puso en las manos el cetro. Telémaco comenzó a decir que no tenía noticias del regreso de su padre ni de sus tropas. Decía que era su aflicción que le llevaba a reunirles a todos, pues dos males habían caído en su hogar. Uno el perder a un padre y el otro, ver a su madre agobiada por los hijos de los nobles de Ítaca. Que con horror se resisten a marchar a las casas de Icario, su padre, y que este, tras recibir los dones nupciales, entregue a su hija al que mejor parezca. El hijo de Odiseo les mostró su descontento sobre que estuviese ocupando su palacio y acabando con todos los animales que pudiesen comer, así como con el vino que beben sin límites. Les pidió que parasen, por Zeus, el señor del Olimpo, y por Temis, la deidad que reúne y disuelve las juntas que suelen tener los humanos. Irritado, tiró al suelo su cetro y comenzó a llorar, la asamblea quedó en silencio y nadie se atrevió a dar respuesta. Solo Antínoo replicó diciendo que no son los huéspedes los causantes de esos males, sino su madre, la mujer sin igual en astucias, puesto que han pasado 3 años, casi 4, y va engañando el corazón de los aqueos, dándoles esperanzas, haciéndoles promesas, pero en su mente piensa todo lo contrario. Comenzó a tejer un telar y les pidió que esperasen hasta que lo terminase, puesto que ese iba a ser la mortaja de Laertes el día que la parca le diese muerte. Esto lo hacía durante el día, puesto que por la noche se dedicaba a deshacer el trabajo. Así durante 3 años, porque al cuarto, una no estaba con su hermano, pues si hubiese encontrado a Egisto le hubiera dado muerte. Egisto, mientras que Agamenón estaba en la guerra, sedujo a su esposa Clitemnestra y ambos planearon la muerte de Agamenón. Mientras Néstor, Menelao, el Átrida, y sus tropas llegaban a Atenas, Febo Apolo lanzó sus flechas y mató al piloto de la nave, Frontis de Onétor. Por lo que esto detuvo a Menelao, ya que este quiso darle sepultura a su amigo. Zeus quiso fastidiarle el camino y con grandes vientos levantó grandes olas. La flota quedó dividida y unas naves llegaron a Creta. Allí salía una peña escarpada y una roca. Contra ella chocaron unos barcos, aunque los hombres sobrevivieron las naves se quebraron. Mientras que las otras naves llegaron a Egipto. Entretanto, Egisto mató a Agamenón y se convirtió en rey de Micenas la rica durante 7 años, porque al 8, Orestes el divino, llegó desde Atenas a vengar la muerte de su padre, matando a su madre y a Egisto. Tras esto, Néstor le aconsejó a Telémaco que fuese en busca de Menelao. Néstor le proporcionó caballos, carro y a sus hijos para que les sirviesen de guía a Laconia divina. La diosa Atenea dijo que sería mejor partir después de dormir. Néstor ofreció mantas y buenos lechos a ambos, por ser Telémaco hijo de Ulises. Este aceptó pero la diosa dijo que debía volver al barco para a la mañana siguiente ir a cobrar una deuda. La ojizarca pidió a Néstor que a la mañana siguiente hiciese partir a Telémaco y a su hijo en el carro con los mejores caballos que tuviese. Y la diosa se marchó convertida en águila. Los aqueos quedaron impresionados y Néstor quedó admirado pues la hija de Zeus, Tritogenia, honraba a Ulises y ahora también al hijo de este. Néstor le dedicó una oración a la diosa, que Palas Atena escuchó. Telémaco durmió sobre un lecho tallado en el atrio junto a Pisístrato. Con la Aurora, Néstor gerenio fue a sentarse en los bancos de piedra, donde se sentaba el gran Neleo, que yacía en el Hades. Alrededor de Néstor se juntaron sus hijos, Equefron, Estratio, Areto, Perseo, Trasimedes y Pisístrato, y además Telémaco. Invocaron a Atenea, sacrificaron una vaca y cubrieron sus cuernos de oro. Toda la tripulación del hijo de Ulises asistió, menos dos hombres. Atenea se acercó para gustar su víctima. Policasta, la hija pequeña de Néstor, bañó y ungió con aceite a Telémaco. Tras esto fueron a comer y emprendieron el viaje los hijos de Néstor y el hijo de Odiseo. Al ponerse el sol entraban en Feras. Durmieron en la casa de Diocles, hijo de Ortíloco y nieto de Alfeo. Con la Aurora partieron de nuevo, prosiguiendo así su camino. Canto IV. (Visita de Telémaco a Menelao) Llegaron a Laconia y se dirigieron hacia la casa de Menelao. El rey se encontraba celebrando el banquete nupcial de su hijo Megapentes (engendrado de una esclava) y con la hija de Aléctor. Los dioses castigaron a Helena sin descendencia nueva después de nacer la hechicera Hermíona semejante en belleza a Afrodita. Detuvieron el carro en la puerta, Eteones, mayordomo de Menelao, los vio y fue a avisar al rey. Menelao le dijo que los hiciese pasar. Una vez dentro, dos esclavas los lavaron y ungieron con aceite, los vistieron y ocuparon lugar junto al hijo de Atreo. Menelao les invitó a que comiesen y bebiesen, y que cuando estuviesen saciados les contase quiénes eran y qué querían. Tras esto, Telémaco le habló a Nestórida en voz baja diciendo que la morada de Zeus en el Olimpo debía ser muy parecida a aquel rico y bello palacio. Menelao dijo que ningún mortal era capaz de medirse con ningún dios. Comenzó a contarle la historia de que mientras que navegaba, buscando el rumbo a su hogar, otro hombre mató a traición a su hermano, esto sumado con todos aquellos que murieron en Troya, le causaba un gran dolor y gran penar, pero dice que no lloraba igual a nadie que al gran Ulises del que no sabe si vive o ha muerto, el que dejó a Penélope y a su hijo muy pequeño. Telémaco rompió a llorar. Tras esto entró en la sala Helena, semejante en belleza a Artemisa, la diosa de rueca de oro. Trajo Adrasta a su lado una silla que Alcipa le cubrió con un tapete de suave lana, mientras que Filo, su sierva, le acercaba una cesta de plata. Todos estos regalos de Alcandra, esposa de Pólibo. Entonces Helena dijo a Menelao que le parecía que el muchacho que lloraba era hijo de Odiseo y se lamentaba por ser la culpable de aquella guerra. Menelao le respondió que también creía que se trataba del hijo de Ulises. Telémaco seguía llorando, por lo que su amigo Pisístrato, hijo de Néstor, habló por él diciendo que efectivamente era el hijo de Ulises y que estaban allí para pedir ayuda. Menelao se dio cuenta entonces que el que llegaba a su casa era el hijo del héroe al que amó. Tras esto, entraron a todos ganas de llorar. El Nestórida recordó a su hermano Altíloco, que murió a manos del varón nacido de la Aurora. Menelao creyó que era mejor hablar al día siguiente, después de descansar. Dicho esto, Asfalión, servidor diligente de Menelao, les vertió el agua en las manos para que pudiesen acabar de disfrutar los manjares de aquel banquete. Pero Helena pensó otra cosa, para ayudarlos a que no sufriesen tanto y puso en el vino una droga. Remedio de hiel y dolores y alivio de males, que los curaba todo un día de llantos. La nacida de Zeus aprendió estos remedios gracias a Polidamna, la esposa de Ton el de Egipto. Helena decidió entretener la velada con una pequeña historia, pues Zeus tiene guardados bienes y males a los hombres. Contó que Ulises se hizo grandes heridas y se disfrazó de mendigo, logrando introducirse en la ciudad enemiga. Todos cayeron en la trampa, pero Helena lo reconoció, lo bañó y lo ungió con aceite, lo vistió con otras ropas y tras jurarle silencio, Ulises le contó el plan. Tras matar a varios troyanos, Helena se alegraba, pues sabía que era hora de volver a casa, con su hija y con su esposo, así como llorar el error que Afrodita le había hecho cometer al abandonar su hogar. Menelao dijo que aunque había conocido a muchos hombres, jamás ninguno igualaría el valor del intrépido Ulises. Habló también del gran caballo de madera que lograron introducir en Troya, diciendo que Helena se acercó, empujada por algún dios que pretendía dar gloria a los troyanos, tras ella Deífobo igual a los dioses. Helena dio tres vueltas al caballo y comenzó a llamar por su nombre a los héroes argivos, imitando la voz de sus esposas. Menelao, el Tidida, y el prócer Ulises escuchaban sus gritos, Menelao y Diomedes quisieron salir del caballo, o dar respuesta desde dentro, pero Ulises se lo impidió. Tras esto, la argólica Helena ordenó a sus esclavas que preparasen las camas a Pisístrato y Telémaco en el porche, estos fueron conducidos hasta ellas por un heraldo. Mientras tanto, Menelao descansaba al fondo de la mansión con Helena, la del peplo ondulante, mujer divina. Con la aurora, Menelao fue a hablar con Telémaco. Este le preguntó que qué quería saber o necesitaba, Telémaco le respondió que solo quería noticias de su padre, porque la mansión se va consumiendo, está llena de enemigos y estos cortejan a su madre. Menelao le contestó que Ulises volvería a echar sobre esos desgraciados su destino. Que cuando quería volver a Egipto, los dioses enfurecieron porque no se les hizo hecatombe en su honor, por lo que se quedó durante 20 días en una isla, llamada Faro. Poco a poco se consumían los víveres, hasta que una deidad se apiadó de él, la hija del Viejo del Mar, el insigne Proteo, la que llaman Idótea. Caminando por la playa comenzó a hablar con ella, esta le habló de que el egipcio Proteo, conocía el océano puesto que era el vasallo de Poseidón. El Viejo del Mar le diría el modo de regresar por el mar. La diosa le dijo que cuando el sol llegase a su punto más alto, el anciano saldría del agua para acostarse en las cavernas, rodeado de focas que están con él, descendencia de Halosidna. Idótea guiaría a Menelao y a tres de sus hombres más valientes hasta el lugar y, además, instruiría sobre las mañas del viejo. Primero cuenta las focas y tras esto se tumbará a dormir. Una vez que esto suceda, debían sujetarle con fuerza, aunque este iba a resistirse y a intentar escapar metamorfoseándose. Cambiando a reptil, hoguera, agua… pero estos no debían dejar de apretar ni de seguirlo hasta que este tomase de nuevo su forma en que estaba al dormirse, en ese momento deberían de dejar a un lado la violencia y preguntarle qué dios era el que impedía que volviesen a casa. Tras esto, la diosa volvió al mar y se hundió en las olas. Cuando llegó la noche se quedaron dormidos. Con la aurora Menelao fue a orar a los dioses y eligió tres de sus hombres. La diosa surgió del mar, llevando con ella cuatro pieles de focas, recién arrancadas. Ellos se tendieron en fila en el suelo y la diosa les puso las pieles, estas olían a muerte, pero la diosa les untó la nariz con ambrosía y mató los malos olores. Esperaron durante toda la mañana, después las focas comenzaron a salir del mar en manada, y con la siesta el viejo salió del mar, comenzó a contar a sus focas y, tras esto, se tumbó a dormir. En ese momento, Menelao y sus hombres saltaron sobre Proteo. Este se convirtió primero en león, después en serpiente, leopardo, cerdo gigante, corriente de agua y en un frondoso árbol. Tras esto, el anciano se volvió hacia Menelao y le preguntó qué divinidad le había ayudado a tramar aquella emboscada. Menelao le contestó que ya lo sabía. Y le preguntó cuál era el dios que lo retenía en aquella isla. El viejo le dijo que debería de haber hecho hecatombe a Zeus y al resto de dioses antes de embarcar, y que pare volver a su hogar debía volver a Egipto y hacer sacrificios en honor a los dioses junto al río que se nutre de las lluvias de Zeus. Menelao le dijo a Proteo que cumpliría todo lo que le dijo, pero además quiso saber si los demás barcos habían llegado a sus hogares. El viejo dijo que muchos murieron y que muchos quedaron, pero que solo habían muerto dos hombres de regreso. Mientras que otro sigue preso en el océano. El primero que se perdió fue Áyax, Poseidón lo echó a las rocas de Giras, pero le salvó de las olas, entonces Áyax empezó a decir que los dioses no habían podido con él. Poseidón hizo que el peñón se partiese en dos. Sobre uno de ellos quedó este, que fue arrastrado por las olas hasta tragárselo. Por el contrario, Agamenón había esquivado la muerte, salvado por Hera la augusta, pero Egisto tramaba su mal. Eligió a 20 hombres e invitó a Agamenón a un banquete, tras esto, lo mató y murieron todos sus hombres. Tras esto, Menelao rompió a llorar y el viejo le dijo que tal vez encontraría a Egisto con vida o, al menos, Orestes sería el encargado de matarlo. Tras esto, Menelao le preguntó por aquel que se encontraba atrapado en el mar, sin poder volver a su casa. El viejo le respondió que era Ulises y que estaba retenido en la isla y palacio de la ninfa Calipso. Además el viejo le dijo que el destino de Menelao no era morir en Argos, pues los dioses lo enviarían a los campos elisios, donde está Radamantis de blondo cabello. Puesto que es el esposo de Helena, yerno de Zeus. Tras esto, el viejo volvió al mar y Menelao marchó con sus compañeros de vuelta a la nave. A la mañana siguiente partieron a Egipto, hicieron hecatombe y levantó una tumba en honor a su hermano Agamenón y volvieron directos a casa. Tras esto, Telémaco le dijo que no podía quedarse allí más tiempo y que tenía que partir. Pero Menelao, el valiente en la lucha, quiso darle una de sus más preciadas joyas. Era una crátera con nadó con todas sus fuerzas. Atenea atajó los vientos y quebró las olas para que Ulises llegase al pueblo feacio, esquivando la muerte. Al tercer día vio la tierra cerca, pero solo veía puntiagudos islotes, pero ningún lugar para poder salir del mar. De pronto una ola lo arrastró hasta el cantil, pero la ojizarca lo salvó, aunque la corriente volvió a enviarlo de golpe al mar. Comenzó a nadar y encontró la boca de un río con gran corriente, por lo que comenzó a orar a la deidad del río para que tuviese compasión. La corriente cesó y Ulises salió del mar. Desprendió de su pecho el velo y lo lanzó al río que entraba al mar. Ulises pensó que lo mejor era refugiarse en la selva. Ulises divino, el de heroica paciencia se acostó allí y se cubrió con hojarasca. Atenea, tras esto, vertió el sueño en sus ojos. Canto VI. (Ulises y los feacios) Ulises dormía y Atenea se dirigió a la tierra donde habitan los feacios. Estos habitaban primero en Hiperea, inmediata al país de los cíclopes. Nausítoo los condujo, emigrantes, hasta Esqueria y una vez que este murió, descansaba en el Hades y reinaba Alcínoo. Atenea se adentró por la casa hasta llegar al cuarto de Nausícaa, hija de Alcínoo, que igualaba en talle y belleza a las diosas. Atenea tomó la figura de Dimante, amiga e igual en edad a Nausícaa. Le dijo que tenía olvidados los vestidos y que el día de su boda se iba acercando. Con la aurora irían a lavar toda la ropa. Cuando se hizo de día, Nausícaa fue a contarles a sus padres lo que tenía pensado hacer, estos no rechistaron y le dieron permiso. Enseguida se dieron las órdenes pertinentes y cargaron el carro con la ropa y comida para pasar el día. La doncella montó en el carro y le siguieron a pie sus doncellas. Al llegar junto a la fuente, dejaron a las mulas ir junto al río, sacaron los vestidos y los echaron al agua de la fuente. Enseguida quedaron limpios, los tendieron en la playa. Estas se bañaron y se ungieron con aceite. Tras esto, almorzaron junto al río. Tras esto, empezaron a jugar a la pelota y a cantar. Cuando todo estaba preparado para partir de regreso al palacio, Atenea quiso que se despertase Ulises. Nausícaa tiró la pelota y dio en un remolino del río, y estas gritaron, despertando así a Ulises. Este salió de entre las ramas y cubrió sus vergüenzas viriles. Las mozas se asustaron y salieron corriendo. Nausícaa quedó firme, se mantuvo frente a él. Ulises le suplicó mediante halagos. Tras suplicarle piedad, Nausícaa se apiadó de él, se presentó como la hija de Alcínoo, y gritó a sus siervas para que bañasen a Ulises en el río y le diesen un vestido y un manto. Ulises les pidió a las mozas que dejasen que se bañase solo, pues le daba vergüenza desnudarse ante ellas. Tras bañarse y ungirse con el aceite, Atenea le hizo parecer más fuerte y alto. Nausícaa ordenó a sus siervas que le diesen de comer y beber, y estas así lo hicieron. Tras esto se apresuraron hacia la ciudad. La hija de Alcínoo le explicó que cuando llegasen al bosque de Atenea, Ulises debería esperar allí para que ellas llegasen solas a casa, y que cuando ellas llegasen, Ulises preguntaría en el pueblo por la mansión del rey. De manera que cuando estuviese en el palacio, pidiese clemencia a los pies de la reina. Cuando llegaron al bosque iba a ponerse el sol, Ulises quedó allí orando a Atenea que le ayudase a caer bien a los feacios. Canto VII. (Ulises en el palacio de Alcínoo) Nausícaa llegó a la puerta del palacio, sus hermanos soltaron a las mulas y bajaron las ropas. Nausícaa fue a su habitación, donde Eurimedusa, su vieja doncella, encendió la lumbre y donde había criado a la hija de Alcínoo. Ulises emprendió la marcha hacia la ciudad y Atenea creó una niebla alrededor de este. La diosa se transformó en una moza con un cántaro y fue al encuentro de Ulises. El héroe le preguntó por el camino hacia el palacio, y esta se ofreció a llevarle. Una vez que llegaron, la diosa, le explicó que los reyes estaban celebrando un banquete y que la reina, Areta, estaba en las salas y procedía del mismo linaje que Alcínoo. Poseidón engendró a Nausítoo en Peribea, fue la hija menor que dejó Eurimedonte, que a su vez engendró a Rexénor y Alcínoo. Pero Apolo mató a Rexénor y dejó a su hija, Areta, sola. Alcínoo tomó a esta por esposa. Ulises llegó a la morada de Alcínoo. Traspasó decidido el umbral y entró en las salas. Allí encontró a regidores y jefes del pueblo feacio loando al celador Argifonte. Ulises llegó, envuelto todavía en niebla, hasta los pies de Areta. La niebla desapareció y este se abrazó a las rodillas de la reina, implorándole a ella y a su marido que le ayudasen a volver a casa. Tras esto Ulises se sentó en las cenizas junto al fuego. Todos quedaron en silencio. El anciano Equeneo rompió el silencio y le dijo a Alcínoo que diese asiento al extranjero. Este hizo lo que el anciano le dijo y sentó a Ulises en el lugar que ocupaba normalmente su hijo Laodamante. Tras quedar saciados, Alcínoo pidió que cada cual marchase a su casa, pero que estuviesen allí al alba para obsequiar al extranjero y hacer sacrificios a los dioses, y después ayudarle a partir. En la sala quedaron Ulises, Areta y Alcínoo. Areta empezó a hablar porque se dio cuenta de que la túnica y la capa que llevaba Ulises la había cosido ella con ayuda de sus siervas. Ulises le relata su cautiverio en la isla de Calipso, su liberación, la tormenta y la ayuda de Nausícaa. El rey Alcínoo se impresiona del relato y del hombre que lo cuenta, y le ofrece a Ulises la mano de su hija o si lo prefiere la ayuda para volver a su hogar, aunque estuviese más allá de Eubea, al llevar a Radamantis en busca de Ticio, el nacido de Gea. Armaron una cama para Ulises en el porche y este comenzó a dormir. Los feacios desconocen el nombre de Ulises. Canto VIII. (Ulises entre los feacios y la malicia de Hefesto, juegos al aire libre, el aedo y Ulises). Al día siguiente, Alcínoo ordena una fiesta y la celebración de juegos en honor a Ulises, destructor de ciudades y retoño de Zeus. Se reunieron todos en el ágora, Atenea disfrazada de heraldo del rey llamaba a los feacios para informarse sobre el extranjero, el hijo sagaz de Laertes. Atena bañó de esplendor a Ulises, hizo que este pareciese más grande y robusto, logrando infundir así respeto y temor antes los feacios. Alcínoo, el prudente de entrañas, dijo que se preparase un barco negro con 50 muchachos para ayudar a Ulises a volver a casa. Sacrificó varias ovejas, cerdos y algunos bueyes. Pontónoo le puso al ciego aedo Demódoco un sillón y colgó de una percha su lira. La Musa inspiró al aedo una acción que se hizo muy famosa, el enfrentamiento entre Ulises y el Pélida Aquiles cuando estaban sentados al rico festín de los dioses. Disfrutaba por esto Agamenón que ya sabía que eso sucedería, pues se lo anunció el oráculo de Pito divina. Ulises comenzó a llorar y cubrió su rostro con la túnica. Alcínoo se dio cuenta y decidió que era hora de salir fuera a disfrutar de los juegos que tenían preparados. Laodamante, hijo de Alcínoo junto con Halio y Clitoneo, invitó a Odiseo a participar en los juegos, pero Euríalo lo desafía a Ulises para que juegue a algo, logrando enfadar a este cogió un disco y lo lanzó mucho más lejos que cualquiera de los presentes que hubiese participado. Tras esto se dispusieron a seguir con la celebración dentro y el aedo Demódoco cantó la historia de los amores de Afrodita con Ares a espaldas de su esposo, Hefesto. Pero el Sol fue a contárselo a este pues los vio abrazarse desde el cielo. Cuando Hefesto se enteró, emprendió el camino a la fragua. Creó con un yunque y a golpes unas trabas sin engarces, capaces de aguantar cualquier fuerza. Tras esto, Hefesto fue a donde estaba su lecho y sujetó aquellos lazos por toda la sala, como una finísima tela de araña, invisible a los ojos. Tras acabar con esto, simuló que marchaba a Lemnos, esto lo vio Ares que estaba al acecho y fue en busca de su amada. Juntos fueron al lecho, tras esto se corrieron los lazos de Hefesto quedando estos inmóviles. Hefesto volvió y los pilló en su trampa, de manera que comenzó a invocar a todos los dioses, las diosas no asistieron, para que viesen aquella escena. Tras esto Laodamante y Halio bailaron tomando en sus manos la pelo fabricada y teñida de rojo por Pólibo que se tiraban uno al otro, recogiéndola y lanzándola con suma gracia. Los feacios obsequian con muchos regalos a Ulises y Nausícaa le ruega que nunca se olvide de que fue ella la que lo salvó. En el festín, Ulises le solicita al aedo Demódoco que cante sobre el caballo de Troya que Epeo fabricó con la ayuda de Atenea y que Ulises llevó con los soldados dentro a Troya. Cuando Alcínoo ve que Ulises está llorando, pide que el aedo deje de cantar y solicita a Ulises que diga quién es y a decir cuáles son sus desventuras. Canto IX. (Relato de Ulises. Los cicones. Los lotófagos. Lucha con el cíclope) Ulises revela su identidad y empieza a contar sus tres años de odisea, empezando desde la caída de Troya, hasta que llegó a la isla de Calipso que se enamoró de él y lo retuvo durante varios años, asimismo, Circe, la ninfa de Ea, pretendió que quedase cautivo en sus salas y se casara con ella. Navegando desde Troya en varios barcos, llegó a Ísmaro, donde saquearon la ciudad de los cicones. Después llegaron al país de los lotófagos, algunos hombres cayeron en la tentación y comieron loto, con lo cual ya no querían regresar a los barcos y tuvieron que ser obligados. De ahí fueron a la isla de los cíclopes. Ulises les pidió a sus compañeros que lo esperaran en los barcos, mientras él iba junto con doce de sus mejores hombres a ver si les ofrecían hospitalidad. Polifemo, el gigante de un solo ojo, hijo de Poseidón, los encerró y se comió a varios, lo que hizo que Ulises lo engañara lo dejara ciego, para lograr escapar agarrado a la lana de sus ovejas, esto se le avisó a Polifemo por medio de un oráculo que le hizo el adivino Télemo el Eurímida. Polifemo le rogó a su padre que no permitiese que Ulises volviese a su hogar, pero que si lo conseguía que fuese con la muerte de todos sus hombres, en nave extranjera, tarde, en desdicha y que al llegar a casa encuentre nuevos males. Canto X. (Los odres de Eolo. Los lestrigones en poder de Circe). Invitados por un mes en la isla de Eolia, el rey de los vientos, Eolo Hipótada, le regala a Ulises todos los vientos dentro de una bolsa, excepto el que los puede llevar a Ítaca. Mientras duermen, los hombres revisan la bolsa pensando en los tesoros que podría tener, liberando todos los vientos. Llegan a la isla de los lestrigones, gigantes antropófagos, Ulises mandó a dos de sus hombres y a un heraldo a que investigasen sobre quiénes habitaban aquella isla. Se encontraron con una doncella, hija del lestrigón Antífate. Esta les indicó el camino hasta la mansión de su Palas Atenea se dirigió a Lacedemonia y se le aparece en un sueño a Telémaco y le dice que debe de regresar de inmediato a Ítaca, también le advierte de la emboscada de los pretendientes que desean su muerte. Él y Pisístrato se despiden de Menelao y de Helena, quienes le dan regalos. Se dirigen a Pilos, donde Telémaco se despide de Pisístrato y sin acercarse a Néstor para que este no lo retenga, sube en su embarcación para dirigirse a Ítaca. En el momento de embarcar acoge al adivino Teoclímeno, que le pide ayuda para huir. Mientras Ulises y Eumeo se cuentan historias, Telémaco sortea la emboscada y al llegar a Ítaca sigue los consejos dados por Atenea y se dirige a la porqueriza. Canto XVI. (Ulises se da a conocer. Los pretendientes) Telémaco llega con Eumeo y le pide que avise a su madre de la llegada. Tras esto, Atenea que vio que Eumeo se marchaba se convirtió en una muchacha alta, hermosa y perita en labores brillantes se detuvo ante la puerta. Ulises la vio y también los perros, pero en cambio Telémaco no. Ulises entonces se levantó y se dirigió hacia la ojizarca, entonces esta le dijo que ya era hora de que le comunicase a su hijo Telémaco la verdad. Tras esto, Ulises se transforma en él mismo, gracias a Atenea, y le dice a Telémaco que él es su padre. Al principio el hijo de Ulises no se lo cree, pero al final acaba creyendo lo que ese extranjero le estaba contando. Solo ellos dos sabrán la verdad y prevén lo que van a hacer para derrotar a los pretendientes, quienes están atónitos de que haya fracasado su plan de matar al hijo de Ulises. Penélope los increpa por querer dar muerte a su hijo, puesto que se enteró de los planes de los galanes por el heraldo Medonte. Atenea volvió a convertir a Ulises en mendigo y cuando Eumeo, regresó a la porqueriza, les informa que vio llegar una velera llena de hombres. Canto XVII. (Telémaco regresa a Ítaca. Muere el perro de Ulises. Los pretendientes y el mendigo). Telémaco regresa al palacio y le cuenta a Penélope lo que le dijo Menelao. Teoclímeno profetiza que Ulises vive. Mientras va hacia la ciudad, su cabrero, el hijo de Dolio, Melantio, lo insulta y le da una patada. El único que le reconoce al llegar es su fiel perro Argo, que haciendo un último esfuerzo le mueve la cola justo antes de morir. Durante el banquete de los pretendientes, Ulises se pasea entre ellos solicitando su caridad. Antínoo lo desprecia, nadie entiende por qué el porquerizo Eumeo ha llevado a aquel mendigo a molestar a los galanes que se encuentran disfrutando del banquete, pero Penélope lo defiende, que le solicita a través de Eumeo, para que le cuente algo de su esposo. Canto XVIII. (Ulises pelea con Iro. Los pretendientes y Penélope. Escarnecen a Ulises). Arneo, mendigo que andaba por todo el pueblo, aunque todos lo llamaban Iro, resiente que Ulises se encuentre en el palacio y provoca una pelea. Para mantener oculta su identidad, Ulises trata de no llamar la atención y gana la pelea, los pretendientes le invitan a cenar con ellos y le dan una gran tripa y un cáliz de oro. Penélope le dice a su hijo que no debe dejar que los pretendientes traten así al huésped, y a ellos les solicita que le entreguen los regalos que le corresponden. Melanto, esclava de la casa que mantiene amores con uno de los pretendientes (Eurímaco) zaire a Ulises quien se enoja, Eurímaco también lo provoca, pero Telémaco lo reprende. Canto XIX. (Conversación de Penélope y Ulises. La cicatriz.) Padre e hijo esconden todas las armas que estaban en la sala. Telémaco ordenó a la nodriza que encerrase a todas las mujeres. Ulises habla con Penélope y le cuenta historias ficticias. Penélope le exige una prueba de que conoció a Ulises, y este le relata cómo era el manto que traía y quién era su heraldo. La reina ordena a Euriclea que le lave los pies, lo que la nana hace y así ve una cicatriz que a Ulises le hizo un jabalí cuando era pequeño. Ella lo reconoce, pero Ulises le pide que guarde el secreto. Penélope le cuenta un sueño que tuvo, y entre ellos dos discuten su significado. Penélope decide hacer una contienda entre los pretendientes y el que gane se casará con ella. Canto XX. (Incidentes). Sin poder dormir, Ulises le solicita a Atenea su ayuda para matar a los pretendientes. Penélope le ruega a Artemis morir para no sufrir más. Melantio, el cabrero, volvió a meterse con Ulises. Filetio, mayoral de pastores, le trató bien, pero los pretendientes, al ver que Ulises se sentaba con ellos a disfrutar del banquete volvieron a insultarlo. Teoclímeno, el adivino, presiente una desgracia y les advierte, pero los pretendientes se ríen de él, tras esto el adivino decide marcharse del palacio de Ulises, temeroso de lo que pudiese allí ocurrir, por el mal presagio que había tenido. Canto XXI. (Ulises y su arco). Atenea, la diosa ojizarca, inspira a Penélope para que diga a los pretendientes que el que pueda armar, tensar el arco y el hierro y disparar una flecha entre el centro de 12 hachas, será el que gane la contienda y se casará con él. Telémaco trata de hacerlo, pero una señal de Ulises lo detiene. Los pretendientes lo intentan pero ninguno lo logra. Ulises se identifica con Eumeo y Filetio, les dice que deben de cerrar las puertas a una señal suya. Los pretendientes se molestan cuando ven que el mendigo quiere tensar el arco, pues dice que los humillaría si él pudiese hacerlo y se llegase a saber. Mientras Ulises arma el arco, les hace una seña a sus fieles, y estos cierran las puertas, y Euriclea encierra a las mujeres. Ulises dispara la flecha que pasa por los blancos. Los pretendientes tienen miedo, Telémaco a una señal de su padre, se sitúa junto a él. Canto XXII. (La venganza de Ulises). Ulises se despoja de sus harapos, y le dispara una flecha a Antínoo que cae muerto. Ulises les dice a los pretendientes quién es él y Eurímaco le contesta que le asista la razón y que los deje vivir. Y que cada pretendiente le devolverá 20 bueyes, bronce y oro para reparar lo que ellos devoraron. Ulises lo mata. Telémaco va a por armas para los 4 y se desata la batalla. Melantio llega a donde están las armas y se las da a 12 pretendientes, cuando va a por más, es capturado por Eumeo y Filetio, quienes lo castigan. Todos los pretendientes son asesinados, excepto Femio el aedo y Medonte el heraldo. Ulises le pide a Euriclea que quiénes de las mujeres eran traidoras y que las traiga para limpiar y llevarse los cadáveres. 12 fueron ahorcados y Melantio fue mutilado hasta que murió. La casa fue purificada con Azufre. Canto XXIII. (Sí, tú eres Ulises). La anciana, llena de alegría despierta a Penélope para informarle de que Ulises había regresado y matado a los pretendientes. Ella no se lo cree. Y al explicarle cómo fabricó su lecho nupcial es cuando empieza a creérselo. Ulises manda que se toque música y que dancen las esclavas para que la gente que pase crea que celebran una fiesta. Solos en la noche, Ulises le relata sus aventuras y le dice que debe cumplir la profecía que le había dicho Tiresias cuando fue a la morada de Hades. A la mañana siguiente, acompañado de su hijo y pastores, van a buscar a su padre Laertes. Canto XXIV. (Los infiernos y la paz). Hermes guía a las almas de los pretendientes, que le seguían temblorosos, donde estos le relatan su suerte a Agamenón y a Aquiles. Ulises va a la casa de Laertes y lo encuentra triste y empobrecido. La noticia de la matanza se ha propagado y el padre de Antínoo llega a buscar venganza. Empieza una nueva batalla, Laertes mata a Eupítes, Atenea y Zeus ayudan a hacer una tregua y hacen que se selle para siempre la concordia entre ambos bandos.
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