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Orientación Universidad
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Resumen del Quijote de la Mancha por capítulos, Apuntes de Literatura

para la asignatura de Literatura de primero con Florencio

Tipo: Apuntes

2018/2019
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Subido el 29/07/2019

MinaMediavuelta
MinaMediavuelta 🇪🇸

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¡Descarga Resumen del Quijote de la Mancha por capítulos y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! Quijote Prólogo de la Primera Parte Cervantes en el prólogo nos dice que aunque parece padre, es `padrastro de don Quijote, que no se puede esperar nada importante del libro, porque “en la naturaleza, cada cosa engendra su semejante” y, como consecuencia, su débil ingenio, solamente dará un libro flojo, lleno de pensamientos variados, debido a que se engendró en una cárcel. Los padres que tienen hijos con problemas, no lo suelen reconocer, pero él no quiere ser como estos padres, y ya que cada uno es libre de pensar lo que quiera, según su libre albedrío y de acuerdo con el refrán “debajo de mi manto al rey mato”, opine sobre el libro lo que crea oportuno. Afirma que le costó mucho trabajo escribir el prólogo. Se encontraba con muchas dudas sobre cómo hacerlo, cuando entró en su aposento un amigo y le dijo que no se preocupara, que hacer la introducción no era difícil, bastaba con poner: a) una serie de poemas, inventados por él mismo y atribuidos a personajes famosos; b) escribir sentencias y atribuirlas a autores importantes; c) mostrarse erudito y con conocimientos geográficos…etc; pero dado que el libro iba dirigido contra los de caballerías, debía desechar todo esto y escribir con claridad, “pintando en todo lo que alcanzáredes y fuera posible vuestra intención, dando a entender los conceptos sin intrincarlos y oscurecerlos. Procurad también que leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada de los libros de caballerías”. Cervantes aceptó este consejo. CAPÍTULO I - NACIMIENTO Y COSTUMBRES DE DON QUIJOTE En la Mancha vivía un humilde hidalgo, con escasos medios. Tenía unos cincuenta años y lo acompañaba su sobrina y un ama. “Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”. No se sabe si su nombre era “Quijada”, “Quesada” o “Quijana”. Leía obsesivamente libros de caballerías, de tal manera que “se pasaba las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio”. Tomó tal interés en estos libros que llegó a vender algunas fanegas de tierra para comprarlos. Como algunos estaban enrevesadamente escritos, él trataba de discernir lo que querían decir. Tanto es así que perdió la razón y decidió hacerse caballero andante como los héroes de sus libros. Fue su propósito hacer justicia a los agraviados y con ello adquirir nombre y fama. Lo primero que hizo fue buscar las armas. Las halló en unas viejas de sus bisabuelos que llevaban siglos olvidadas. Como no tenía celada de encaje, se hizo una de cartón. Como caballo usó un hambriento rocín y le puso de nombre Rocinante. Dado que “el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y si fruto y cuerpo sin alma”, pensó que debería tener una dama a quien se le presentasen y se le ofrecieran como homenaje todos aquellos a quienes él venciera. La halló en Aldonza Lorenzo, una de la que estuvo enamorado hacía mucho tiempo. Le puso por nombre Dulcinea del Toboso, porque era natural de esta ciudad, próxima a la suya. CAPÍTULO II - PRIMERA SALIDA DE DON QUIJOTE Una vez que lo tuvo todo dispuesto, una mañana de julio, salió con sigilo por una puerta falsa del corral. Subido sobre Rocinante, con su atavío de caballero, se dejaba ir por donde el animal quería, siempre pensando en “los agravios que deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y deudas que satisfacer.” Pronto se dio cuenta de que no había sido armado caballero, por lo cual se lo pediría al primer caballero que se topase. Hablaba sólo. El lenguaje que utilizaba no era el corriente, sí más bien el que le habían enseñado los libros de caballerías que había leído. Se elogiaba a sí mismo y a quien en épocas posteriores contaran sus hazañas. También se dirigía a Dulcinea, pidiéndole que se acordara de él. Anduvo todo aquel día sin que le aconteciera nada; al anochecer llegó a una venta, que él creyó ser castillo. En las puertas de la venta había dos prostitutas a las cuales confundió con dos damas. Oyó el cuerno de un porquero que llamaba a sus animales; Don Quijote lo confundió con un enano que anunciaba su llegada. Se acercó a las prostitutas, pero estas salieron corriendo cuando vieron semejante figura. Utilizando un lenguaje arcaico se dirigió a ellas, pero no pudieron contener la risa y él, el enojo. Llegó el ventero y al ver tal figura contrahecha, a punto estuvo de soltar también las carcajadas. Le ofreció posada, mas no cama porque no había, contestándole don Quijote que con cualquier cosa tenía suficiente y, citando unos versos de un romance viejo, decía: “mis arreos son las armas, mi descanso el pelear”. Le sujetó el caballo el ventero, se bajó don Quijote y las mozas, que se habían avenido a ayudarle, siguiéndole el juego, le quitaron la armadura, pero no pudieron con la celada pues estaba muy atada; tampoco lo permitió don Quijote. Cuando le quitaron la armadura les dijo don Quijote los famosos versos del viejo romance de Lanzarote: - Nunca fuera caballero/ de damas tan bien servido/ … Le preguntaron las mozas que si quería cenar a lo que contestó don Quijote que sí, pues“el trabajo y el peso de las armas, no se puede llevar sin el gobierno de las tripas”. Le pusieron la mesa al fresco, a la entrada de la venta y él saboreó unas truchuelas por truchas y un negro y mugriento pan, por un hermoso candeal. Grotesca era su imagen cuando tenía que beber; al no haberse podido quitar la celada, el vino se lo echaban en la boca, a través de un canuto, las rameras y el ventero. Un castrador de puercos que tocaba su silbato le pareció una suave y delicada música. Se sentía feliz, pero lamentaba no haber sido todavía armado caballero. CAPÍTULO III. EL VENTERO ARMA CABALLERO A DON QUIJOTE Después de cenar don Quijote se hincó de rodillas ante el ventero y le pidió que, como señor del castillo, al día siguiente lo armara caballero, pues estaba ansioso por salir en busca de aventuras en pro de los que las necesitaran. El ventero, al verlo con esa actitud, le dijo que sí. Le contó que él, en sus años mozos también había ejercido de caballero. Recordó los lugares de España en los que había estado, todos coincidían en que eran sitios de mala fama. Además había visitado varias veces los juzgados. Al no tener el castillo capilla, le dijo que podía velar las armas toda la noche en un corral que al lado de la venta había. Le preguntó que si traía dinero; don Quijote le contestó que no y el ventero le aseguró que un caballero andante debería llevar dinero y otras cosas, como ropa y ungüentos para curarse en caso de necesidad. Don Quijote se dispuso a velar sus armas. Las colocó sobre un abrevadero que había en el corral para beber agua las bestias. Embrazó la adarga y cogió la lanza; comenzó a pasearse por el patio, a la luz de la luna, con aire marcial. Todos en la venta contemplaban atónitos el espectáculo. Un arriero se acercó a darles agua a sus bestias y como lo impedían las armas, las cogió y las tiró con malas formas. Don Quijote le embistió y el arriero quedó mal herido. Vino otro y le sucedió lo mismo. Cuando los demás arrieros vieron lo que estaba ocurriendo, empezaron a lanzarle piedras a don Quijote. Para nada les valió la advertencia del ventero, diciéndoles que estaba loco. El ventero, al ver lo ocurrido quiso acelerar el proceso de armarlo caballero; le aseguró que ya había velado las armas suficiente tiempo. Trajo un libro que tenía para asentar las cuentas de la venta y, leyendo como si fuera la Biblia, le mandó que se pusiera de rodillas. Le dio un pescozón y un golpe en la espalda con la espada. Les dijo a las rameras que lo auxiliasen. Una le ciño la espada, otra le calzó la espuela. Les preguntó don Quijote por sus nombres. Una le manifestó que se llamaba la Tolosa, la otra la Molinera. Don Quijote les rogó que se pusiesen don, llamándose doña Tolosa y y camisas y compuso su armadura. Por la mañana, cuando salió el sol, estaban lejos de su pueblo. Sancho iba muy a gusto en su rucio, pensando que sería gobernador. La conversación que mantenían giraba en torno al gobierno de la ínsula. Le decía don Quijote que era costumbre entre los caballeros darles a sus escuderos, al final de sus días, alguna ínsula, pero que él no esperaría tanto, pues en seis días la tendría, y quizá no como gobernador, sino como rey. Sancho no veía a su mujer como reina, ni siquiera como duquesa. Finalmente dice Sancho que espera poder llevar bien lo que su amo le dé. CAPÍTULO VIII. LOS MOLINOS DE VIENTO Y OTROS SUCESOS NOTABLES Iban en su conversación cuando divisaron a lo lejos treinta o cuarenta molinos de viento. Don Quijote, movido por la fama que buscaba, pronto los identificó con gigantes y se dispuso a enfrentarse a ellos. Sancho le advirtió de inmediato que aquellos no eran gigantes, sino molinos. Don Quijote lo tachó de miedoso. Con la rodela en una mano y la lanza en otra, arremetió contra ellos. Debido a que se levantó viento, las aspas se movieron y golpearon a don Quijote, cayendo al suelo, en tal estado que casi no se movía. Recriminado por Sancho, don Quijote contestó diciendo: Calla, amigo Sancho, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza” . Levantándose como pudo, se dirigieron al Puerto Lápice. Iba don Quijote de medio lado sobre Rocinante y con muy mal aspecto por los golpes recibidos. La lanza se le había roto y le iba comentando a Sancho que cuando encontrase una buena encina se haría otra igual o mejor que la primera. Sancho sintió ganas de comer, don Quijote dijo que lo hiciera él, pues no tenía hambre. Aquella noche la pasaron entre unos árboles. Sancho, durmiendo a pierna suelta. Don Quijote, después de haberse hecho la lanza, pensando en Dulcinea. A la mañana siguiente tampoco quiso desayunar don Quijote, pues se alimentaba con los recuerdos de Dulcinea. Le pidió a Sancho que si tenía que entrar en una nueva aventura, solamente le ayudase si se trataba de canalla y gente baja”; no, si eran caballeros andantes. Estando en esta conversación aparecieron a lo lejos dos frailes subidos en sus mulas. Detrás de ellos venía un coche con cuatro o cinco hombres a caballo y dos mozos a pie. En el coche iba una señora vizcaína que se dirigía a Sevilla. Don Quijote confundió de inmediato a los frailes por encantadores que llevaban secuestrada una princesa. Siguiendo su propósito de deshacer entuertos se dispuso a atacarlos. Sancho le volvió a corregir al igual que en los molinos. Desistió de la advertencia de Sancho y tomando carrera envistió contra los frailes. Uno, al verlo venir, salió corriendo; el otro cayó al suelo. Sancho se dirigió al caído y quiso despojarlo del hábito y de sus pertenencias porque le pertenecían, según había acordado con Don Quijote. Los mozos al ver lo que Sancho hacía, se dirigieron a él, aprovechando que don Quijote se había ido hacia el coche. Golpearon sin compasión a Sancho. El fraile cuando pudo se levantó, se subió en su mula y rápidamente huyó, “haciéndose más cruces que si llevara el diablo a espaldas”. Do Quijote se dirigió a la señora que iba en el coche, diciéndole que sus secuestradores estaban en el suelo; que él era el famoso don Quijote de la Mancha y que solamente le pedía que fuese al Toboso y le dijera a Dulcinea lo que había visto. Dado que no dejaba pasar el coche, un vizcaíno que acompañaba a la mujer, se dirigió a don Quijote, en una “mala lengua castellana y peor vizcaína”, amenazándolo si no los dejaba pasar. Don Quijote que oyó la amenaza se dirigió furiosamente contra el vizcaíno. Este, protegiéndose con una almohada blandió su espada contra don Quijote. CAPÍTULO IX. LOS CARTAPACIOS DE TOLEDO Y LA BATALLA DEL VIZCAÍNO Nos dice el narrador que se quedó muy intrigado por saber lo que le ocurriría a don Quijote en su pelea con el vizcaíno, pues estaban los dos muy encolerizados. Sospechaba que tan importante historia debía de tener su historiador. Buscaba ansiosamente información sobre la historia de don Quijote y la halló en el Alcaná (o calle de los mercaderes) de Toledo. Había allí un joven con unos cartapacios que contenían unos papeles que se referían a don Quijote. El título de uno de ellos era Historia de don Quijote de la Mancha, escrito por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Los compró todos. Estaban escritos en árabe. Le dijo a un morisco que hablaba castellano que los tradujese. Le pagó con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo. Como tenía interés por saber lo que pasaba, llevó al morisco a su casa y en un mes y medio los tradujo. En uno de los papeles estaba pintada la batalla entre el vizcaíno y don Quijote. El vizcaíno estaba sobre su mula y debajo estaba escrito “Don Sancho de Azpeitia”. Don Quijote estaba subido sobre Rocinante y debajo ponía “Don Quijote”. Junto a él estaba Sancho Panza y tenía cogido el cabestro de su asno; debajo ponía Sancho Zancas. El autor de la historia era árabe, los cuales tienen fama de mentirosos. El de ésta es probable que pusiera algo de menos que demás, sin embargo “los historiadores deben ser puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. La segunda parte de la historia nos cuenta el bravo enfrentamiento entre don Quijote y el vizcaíno. El vizcaíno se lanzó sobre don Quijote y le descargó un fuerte golpe con la espada; tuvo suerte don Quijote porque no le acertó de lleno y logró escapar con solo una herida en la oreja. Cayó, se levantó y se subió sobre Rocinante. Cogió la espada con las dos manos; se lanzó sobre el vizcaíno, que se protegía con la almohada, pero le dio tal golpe que empezó a echar sangre por la boca, narices y oídos; después cayó de la mula. Don Quijote se acercó al vizcaíno, le puso la espada entre lo ojos y le conminó a que se rindiese so pena de perder la vida. Intervinieron las señoras que iban en el coche para que se la perdonara, contestando don Quijote que así lo haría con la condición de que se presentara ante Dulcinea y se pusiese a su disposición. Las señoras, por librarse de aquel loco furioso, le prometieron que así . CAPÍTULO X. DIÁLOGOS ENTRE DON QUIJOTE Y SANCHO Sancho se levantó maltrecho por lo palos que le habían dado los mozos de mulas. De inmediato se dirigió a don Quijote a pedirle una ínsula, pues en la aventura había vencido. Don Quijote le contestó que no se ganaban tan fácilmente y que quizá más adelante se la podría dar. Seguía Sancho a don Quijote cuando le sugirió que se debían quedar al amparo de alguna iglesia, pues era muy probable que el vizcaíno los hubiese denunciado a la Santa Hermandad. Si los cogían pasarían muchos años en la cárcel. Don Quijote les contestó que dónde había leído él que la justicia hubiera apresado a un caballero andante, acusado dehomicidio. Sancho contesta que él no sabía nada de omecillos. Viendo el estado en que estaba don Quijote, sangrando por la oreja, le dice que se la va a curar con unos hilos y ungüento. Don Quijote le habla de los milagros del bálsamo de Fierabrás. Le explica sus propiedades y Sancho, que cree que se ganará dinero con la venta del bálsamo le pide que se lo dé. Le contesta don Quijote que tiempo tendrá de enseñarle cosas importantes y que le cure la oreja, pues le duele. Al darse cuenta don Quijote de que se le había roto la celada en el combate con el vizcaíno, jura que actuará como el marqués de Mantua cuando quiso vengar la muerte de su sobrino Valdovinos: “no comer pan a manteles ni con su mujer folgar” hasta que pueda vengarse. Sancho le contestó que el vizcaíno cumplió su penitencia cuando se presentó ante Dulcinea, por lo tanto no procedía más. Pensó don Quijote ganarle la lanza al primer caballero que se encontrase. Iban en esto cuando sintió ganas de comer. Le pidió a Sancho que le diese algo de lo que llevaba en las alforjas, pero era unos mendrugos de pan, una cebolla y un poco de queso, cosa que Sancho consideraba inadecuada para un caballero. Don Quijote le contesta que los caballeros andantes comen lo que tienen a mano. Pasa el tiempo, la noche se echa encima y se cobijan junto a las chozas de unos cabreros. CAPÍTULO XI. DON QUIJOTE CON UNOS CABREROS. DISCURSO SOBRE LA EDAD DORADA Los cabreros se disponían a cenar, tendieron unas pieles de ovejas en el suelo e invitaron a don Quijote y a Sancho. Don Quijote se sentó en una artesa, que estaba puerta del revés. Sancho se quedó de pie. Don Quijote le dijo que se sentara a su lado, pues era propio de los caballeros andantes comer en igualdad de condiciones que sus criados, porque “de la caballería andante se puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala”. Sancho le contestó que prefería comer de pie e incluso a solas, “pues el comer acompañado supone respeto y ciertos comportamientos como mascar despacio, beber poco, limpiarse a menudo, no estornudar ni toser si te viene en gana ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo”. Don Quijote insistió y consiguió que Sancho se sentara a su lado. Después de comer la carne, pusieron los cabreros encima de las zaleas bellotas avellanadas y un medio queso muy duro. Tampoco faltó el vino, que corría abundantemente. Una vez que hubo don Quijote comido bien, cogió un puñado de bellotas y habló de la bondad de aquellos tiempos en los que no existían las palabras tuyo y mío, en los que no había necesidad de trabajar porque la naturaleza, abundante en todo, nos daba lo que necesitábamos; en los que predominaba la concordia y la paz en la tierra; no había fraude, ni se mezclaba el engaño y la malicia con la verdad y la llaneza; la justicia no se movía por los favores y los intereses, ni existía la ley del encaje en las sentencias; las jóvenes podían andar libremente sin temer a que su honestidad fuese manchada por otros. Lamentablemente –continuó don Quijote- ahora, en estos tiempos, no ocurre igual: el amor, ha perdido su inocencia y se le busca con requerimiento. Ha crecido la malicia y para defender las doncellas, amparar a las viudas y ayudar a los menesterosos se creó la orden de la caballería. A esta orden pertenecía él. Terminaba dándole las gracias a los cabreros por lo bien que lo habían acogido. Sancho, por su parte, oyó en silencio el discurso, sin parar de comer bellotas y beber vino. Una vez que don Quijote terminó, lo cabreros lo quisieron agasajar con cancines. Le presentaron a un zagal que cantaba muy bien: Antonio. Éste cantó el romance de sus amores con Olalla, una hermosa pastora a quien deseaba hacer su esposa. Terminado de cantar el romance, antes de irse a dormir, don Quijote se quejó de la oreja. Un cabrero se la curó con hojas de romero y sal. CAPÍTULO XII. EL AMOR DE GRISÓSTOMO A MARCELA Estaban curándole a don Quijote la oreja cuando llegó Pedro, otro pastor y gran prevaricador del lenguaje, con la noticia de lo que había ocurrido en el pueblo. Un estudiante de Salamanca, rico y buen compositor de versos, Grisóstomo, había muerto de amor por causa del rechazo de la pastora Marcela, sin que esta le hubiese dado trato de favor ni esperanza alguna. Pidió ser enterrado al pie de un alcornoque, donde por primera vez vio a su amada. Se opuso a ello el cura y un amigo del estudiante, Ambrosio, que conocía la causa de su muerte. Grisóstomo, cuando venía al pueblo era muy apreciado por sus conocimientos de astrología entre los agricultores. Les hablaba de los eclipses, así como de la abundancia o esterilidad de las estaciones y cosechas. Además componía villancicos y escribía autos sacramentales. Un día se vistió de pastor, junto con su amigo Ambrosio y se marcharon al campo, siguiendo la estela de Marcela. Esta era huérfana de padre y de madre. El padre fue un rico labrador con más fortuna que la de Grisóstomo. Se casó con una mujer que era admirada en el pueblo por su honestidad y hermosura. Murió en el parto de Marcela. Al poco tiempo, de dolor, murió su marido. A la niña la crió un tío suyo que era sacerdote en el lugar. Desde pequeña se vio que en belleza iba a superar a la madre. A la edad de catorce o quince años, empezaba a ser cortejada por los mozos ricos del lugar, pero su tío, no quería concederles la mano de la sobrina sin su consentimiento, pues era de la opinión de que “no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad”. Cuando se lo decía, ella contestaba que no estaba todavía preparada para el matrimonio, razón por la cual el tío no insistía. había metido ni se metería en trifulca alguna. Don Quijote le recordó que cuando fuera gobernador de la ínsula debería tener valor para defenderla, pues en las conquistas, “el nuevo posesor debe tener entendimiento para saberse gobernar y valor para ofender y defenderse en cualquier acontecimiento”. Sancho, que estaba molido, le contestó que no estaba para pláticas, que debían ayudar a Rocinante y que jamás creyó lo que vio en él. Lo cual le llevaba a pensar lo que se dice: “que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida”. Sancho le preguntó a don Quijote que si era frecuente entre los caballeros andantes salir con tanta frecuencia tan mal parados, a lo que éste contestó que los caballeros andantes siempre estuvieron sometidos a los triunfos y a las derrotas, poniéndole el ejemplo de Amadís de Gaula, que llegó a recibir doscientos azotes y al Caballero del Febo que, a traición, le pusieron una lavativa de arena, nieve y agua. Se quejó Sancho de los estacazos que le dieron, de los cuales se acordaría siempre. Le respondió don Quijote que “no hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma”. Deciden ir a ver a Rocinante, pues había quedado mal parado y continúan con su diálogo lleno de razonamientos. Dice Sancho que se maravilla de que su rucio haya quedado “libre y sin costas”, a lo que contesta don Quijote que “Siempre deja la aventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio a ellas”, razón por la cual le vendría bien subir en el rucio, pues Rocinante no estaba para tal. A la afirmación de Sancho de que hay diferencia entre ir a caballo ha subido en asno, vuelve a argumentar don Quijote que las heridas que se reciben en las batallas antes dan honra que la quitan”. Quiso don Quijote terminar el diálogo, pues estaba anocheciendo y era conveniente salir del lugar. Sancho le ayudó a subir en el rucio; detrás iba él llevando a Rocinante del cabestro cuando vieron una venta que don Quijote creyó que era castillo. Llegaron a ella y Sancho se introdujo con toda la recua. CAPÍTULO XVI. LAS AVENTURAS DE LA VENTA Don Quijote, atravesado en el asno, llegó a la venta. A la pregunta del ventero, Sancho contestó que se había caído desde una peña. La mujer del ventero, caritativa, su hija y la criada Maritornes: tuerta, fea, algo enana y jorobada, ayudaron a Sancho a acostar a don Quijote en un camaranchón que en otro tiempo fue pajar. Mientras alumbraba Maritornes, la mujer y la hija del ventero embadurnaron el cuerpo de don Quijote; como le vieron el cuerpo acardenalado, le preguntaron a Sancho y éste contestó que al caerse se había dado contra las piedras. Que dejaran algo de ungüento para él, pues también llevaba algunos cardenales producidos por la lástima que le dio al ver los de don Quijote. Preguntó Maritornes que quién era. Sancho contestó que don Quijote de la Mancha, caballero aventurero, que tan pronto podía verse emperador como ser apaleado. También le dijo que muchas veces se busca una cosa y se halla otra. Intervino don Quijote para darles las gracias por lo que estaban haciendo, en unos términos que ellas no entendieron. El arriero había quedado en refocilarse aquella noche con Maritornes. Compartían habitación don Quijote, Sancho y el arriero. Este, que era un rico de Arévalo, debía de ser pariente del autor de la historia, pues, según el narrador editor, nos la cuenta toda, con pelos y señales, y no como los historiadores, que se dejan lo más importante. Del dolor que tenían, tanto Sancho como don Quijote, no podían dormir. Con la venta en silencio y sin luz, el arriero esperaba a Maritornes. Don Quijote se imaginaba que la hija del señor del castillo se había enamorado de él y que aquella noche acudiría a su lecho, pero no yacería con ella por no ser infiel a Dulcinea. Entró Maritornes en el camaranchón, oliéndole la boca a ensalada trasnochada. Don Quijote, que pensaba en la hija del ventero, al oírla, extendió los brazos, la cogió, la sentó en la cama y le tocó el vestido. Don Quijote le dijo, en pulido lenguaje, que le gustaría complacerla, pero que se lo impedía el malestar que tenía y la fidelidad a su dama. El arriero, que esperaba con ansiedad a Maritornes, oía escamado lo que don Quijote decía. Se acercó con sigilo y le dio tal puñetazo en las quijadas que le dejó la boca llena de sangre. Después se subió encima de él y lo vapuleó. La cama en la que estaban el arriero, don Quijote y Maritornes, cayó al suelo. El ventero oyó el ruido y de inmediato pensó que sería alguna aventura de Maritornes. Entró en la habitación, Maritornes al verlo, se metió en la cama de Sancho; éste, que soñaba, le empezó a dar golpes a la sirvienta, esta a él, el arriero a Sancho, el ventero a Maritornes y todos contra todos, pues se apagó el candil que llevaba el ventero. Un cuadrillero de la Santa Hermandad, que estaba en la venta, entró en el camaranchón, creyó que don Quijote estaba muerto. Quiso detenerlos a todos y cada uno se escapó por donde pudo. CAPÍTULO XVII EL BÁLSAMO DE FIERABRÁS Y LA HUIDA DE LA VENTA Se despertaron don Quijote y Sancho e iniciaron una conversación refiriéndose a lo mal que se encontraban por la paliza que les habían dado. Don Quijote le dijo que estaba recibiendo a la seductora hija del ventero cuando recibió del guardián de la doncella unos puñetazos tan fuertes que le provocaron sangre por la boca. Sancho se quejaba de que sin ser caballero andante, también lo habían aporreado. Entró el ventero en el camaranchón a interesarse por don Quijote. Al verlo despierto, le preguntó en términos amables, pero poco corteses para un caballero andante, que cómo se encontraba. Don Quijote se sintió ofendido por la forma en que le habló el ventero y contestó desacertadamente. Irritado por la respuesta el ventero lanzó el candil sobre la frente de don Quijote, provocándole unos chichones. Al verse así le pidió a Sancho que le trajese sal, aceite, vino y romero para hacer el Bálsamo de Fierabrás. Trajo Sancho lo que le pidió don Quijote. Hizo el bálsamo, cociendo los ingredientes anteriores, y se lo tomó, provocándole un fuerte vómito. Durmió después más de tres horas y se levantó muy aliviado. Debido a la mejoría que experimentó don Quijote, quiso Sancho probar el famoso bálsamo y, tomándose el que quedaba empezó a sudar de una manera que creía morirse. Después tuvo unas diarreas fortísimas. Según don Quijote, a Sancho le habían provocado unos efectos diferentes a los suyos, debido a que Sancho no había sido armado caballero andante. Don Quijote que se encontraba bien quiso partir rápidamente, así pues ensilló a Rocinante y enalbardó el rucio de Sancho. Se disponían a salir de la venta. Don Quijote se dirigió al ventero, tomándolo como señor del castillo y diciéndole que, como caballero andante, se ponía a su disposición. El ventero contestó que no era señor de ningún castillo, que aquello era una venta y que sólo necesitaba cobrar. Don Quijote lo llamó sandio y mal hostelero y, picando a Rocinante, salió rápidamente de la venta. El ventero se dirigió a Sancho pidiéndole que le pagara, pero él contestó con el mismo razonamiento de don Quijote. Si los caballeros andantes no pagaban, tampoco lo hacían los escuderos. Ante esta situación, los presentes, entre los que se encontraban unos mozos pillos y algo taimados, se dirigieron a Sancho y con una manta lo mantearon. Sancho daba gritos, a estos acudió don Quijote y, desde la tapia pudo ver cómo manteaban a Sancho. Cuando lo dejaron, quien únicamente acudió en su ayuda fue la compasiva Maritornes, le trajo agua, pero él pidió vino. Cuando bebió, salió también rápidamente de la venta Sancho, aunque si sus alforjas con las cuales se quedó en prenda el ventero. CAPÍTULO XVIII. LA AVENTURA CON LOS REBAÑOS Con dificultades Sancho alcanzó a don Quijote. Cuando llegó, don Quijote le dijo que vio cómo lo manteaban, pero que no lo pudo evitar porque se encontraba encantado y le fue imposible saltar las tapias para evitarlo. Sancho le contestó que no era cosa de encantamientos, que eran hombres con nombre y apellido, como fue el caso del ventero Juan Palomeque el Zurdo. De lo anterior, sacaba la experiencia de que aquello les había ocurrido por ir tras de aventuras de las que no se sacaba nada. Consideraba que sería mejor volver a casa y no andar de un sitio en otro y de mal en peor. Don Quijote argumentaba que era propio de caballeros andantes verse envueltos en achaques de caballerías y que pronto vería cómo triunfaban en alguna batalla. Sancho replicó que hasta ahora la única batalla en la que se había vencido fue contra el vizcaíno, y aún salió mal parado don Quijote, pues perdió media oreja y media celada; desde entonces lo único que han recibido han sido palos y más palos y él, en concreto, un duro manteo. Sentía don Quijote lo que le había ocurrido a Sancho y le decía que deseaba encontrar una espada que sirviera contra los encantadores, similar a la de Amadís. Sancho, con ironía, le contestó que él era una persona con suerte, y la espada serviría como el Bálsamo de Fierabrás, útil para el caballero, pero no para el escudero. Estando en esto divisaron dos grandes polvaredas que en sentido opuesto se acercaban. Se trataba de dos manadas de ovejas y carneros. Creyó don Quijote que iba a entrar en una nueva aventura y así se lo dijo a Sancho. En su calenturienta fantasía, Don Quijote vio dos ejércitos y supuso que uno era el del emperador Alifanfarón y el otro, el de su enemigo Pentapolín del Arremangado Brazo, rey de los garamantas y buen cristiano. Se pondría de parte de este y ganaría noble y eterna fama. Don Quijote explicó la causa del enfrentamiento y por qué deberían intervenir. Sancho dijo que la causa era noble y que él también participaría; pero que le preocupaba su rucio, porque no estaba para tales batallas. Contestó don Quijote que lo dejara a su ventura, pues con su intervención conseguirían muchos caballos. Así pues, decidieron subirse a una loma para ver el enfrentamiento. Don Quijote de inmediato, llevado de su loca fantasía empezó a ver los personajes de sus novelas enfrentándose los unos con los otros. Sancho le advirtió de inmediato que aquellos no eran ejércitos, sino dos bandadas de ovejas y corderos. Don Quijote le respondió que el miedo que tenía le impedía ver la realidad, pues “uno de los efectos del miedo es que turba los sentidos y hace que las cosas no parezcan lo que son”. Sin explicar más se lanzó contra ellos. Los pastores le pidieron que se alejase, pero al ver que don Quijote no hacía caso, cogieron las hondas y lo machacaron a pedradas, dejándolo por muerto. A la primera pedrada, don Quijote quiso reponerse con el Bálsamo de Fierabrás, así que tomo un trago. Cuando Sancho llegó, después de maldecirse por ir con don Quijote, éste le pidió que le viese la boca, pues le faltaban dientes. Cuando Sancho se acercó, don Quijote vomitó sobre él. Del asco que sintió vomitó a su vez Sancho sobre el caballero, quedando los dos como de perlas. Se levantó don Quijote y se acercó a Sancho para consolarlo, pues se encontraba muy triste por lo acontecido. Don Quijote le dijo: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto se ha de serenar el tiempo, porque no es posible que ni el mal ni el bien sean durables”. Le dice don Quijote que las desgracias son para él, pero Sancho replica que también tiene sus quebrantos, que van desde la pérdida de las alforjas al manteo que recibió. Se sorprende don Quijote ruinas. Pronto se dieron cuenta de que de allí venía el ruido. Entraron y vieron que lo producían seis mazos de batán que rítmicamente golpeaban. Sancho no pudo evitar la risa y empezó a recitar, a modo de guasa, el discurso heroico que había dicho don Quijote. Este, irritado por la actitud de Sancho, le asestó con la lanza dos palos en la espalda. Trató Sancho de tranquilizarlo y dijo que lo que les había ocurrido era de risa y digno de contarse, a lo que replicó don Quijote que “no era digna de contarse, porque no son todas las personas tan discretas, que sepan poner su punto en las cosas”. Admite Sancho los palos que le dio don Quijote, pensando en el refrán de “quien bien te quiere te hará llorar”. Le pide don Quijote que olvide lo que ha pasado, pues “los primeros movimientos no son en manos de hombre”. La risa y los palos han venido porque no se han respetado las distancias, pues “es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero, así es que de hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, porque de cualquier manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro”. En el supuesto de que no se adjudicase la ínsula y hubiese que acudir a salarios, desea saber Sancho cuánto cobraba un escudero de los de antes y si se le pagaba por días, semanas o meses. Contesta don Quijote que estaban a merced de lo que el amo les deba, pero que él ya había hecho testamento cerrado por lo que le pudiera ocurrir. Promete Sancho no volver a hacer donaires de su amo a lo que contesta don Quijote que “después de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen” CAPÍTULO XXI. EL YELMO DE MAMBRINO. LA HISTORIA DEL CABALLERO ANDANTE Después del desengaño de los batanes, no quiso don Quijote continuar por la vía que llevaban. Giraron y se marcharon por otro camino. De inmediato divisó don Quijote un hombre a caballo que traía puesto en la cabeza un objeto que relucía. Se dirigió don Quijote a Sancho diciéndole que “no hay refrán que no sea verdadero, pues todos son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice. “Donde una puerta se cierra, otra se abre””. Aplica el refrán a su frustrada aventura de los batanes y supone que ahora se ha de enfrentar a una aventura cierta: coger el yelmo de Mambrino que juró conseguir (Recuérdese que en el capítulo 9, don Quijote pierde la celada en el enfrentamiento con el vizcaíno; en el 10, dice que se comportará como el Marqués de Mantua hasta que encuentre una celada nueva). Le pide Sancho que no se vaya a confundir una vez más como ocurrió con los batanes, que él no veía ninguna celada o yelmo en la cabeza, sino un objeto que relumbraba, “que ojalá orégano sea y no batanes”; pero don Quijote, ofendido, no quiere volver a oír hablar de los batanes. A continuación, sin escuchar las razones de Sancho, embistió don Quijote contra un pobre barbero que se dirigía a un pueblo vecino del suyo a realizar una sangría; estaba lloviendo y se puso en la cabeza la bacía para protegerse de la lluvia. El hombre, al ver venir de aquella manera a don Quijote pidiéndole el yelmo que llevaba, se tiró del caballo y puso pies en polvorosa. Se acercó Sancho y don Quijote le pidió que recogiese el “yelmo”. Sancho se echó a reír al ver que llamaba yelmo a la bacía, pero se contuvo por no irritar a don Quijote Este, llevado de sus lecturas, cree que es de oro finísimo e inventa una explicación a la transformación que el yelmo había experimentado y aunque pueda ser bacía de barbero como decía Sancho, para él estaba seguro de que en realidad no lo era: “sea lo que fuere, que para mí la conozco no hace al caso la trasmutación”. Considera que le puede ser útil para protegerse de las pedradas y Sancho le contesta que si se las tiran con honda no. Sancho, aprovechándose que el barbero se había marchado, dejando abandonado su caballo, quiso cambiarlo por su asno, pero don Quijote se opuso, argumentando que era impropio de los caballeros quitarles los caballos a los vencidos y dejarlos marchar a pie, aunque le permitió cambiar los aparejos, dejando su rucio muy bien presentado. Después de comer, subieron a caballo y fueron por donde Rocinante quiso. Sancho trató de convencer a don Quijote de que sería de más provecho ponerse al servicio de algún rey. Don Quijote le replicó contándole con todo lujo de detalles la historia ideal del caballero andante: el reconocimiento de sus aventuras, su acogimiento por los reyes, sus amores con su hija la princesa, su servicio al rey en la guerra, el descubrimiento de que el caballero también es de ascendencia real, su subida al trono al fallecer el rey y las mercedes que le hace a su escudero. Le contesta Sancho que lo que don Quijote ha contado se verá cumplido y llegará a ser rey Esto lo aprovecha don Quijote para decirle que quizá pudiera ser, aunque la condición principal para casarse con princesa es ser descendiente de reyes. De lo anterior saca como conclusión que “hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su descendencia de príncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes de señores; de manera que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron.”. Aplica lo anterior a su caso y considera que cuando pidiera la mano de la princesa, se la deberían de conceder, pero que si no se la concedían, la podría robar. Esta última afirmación la apoya Sancho con dos refranes que dicen algunos desalmados:“No pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza” y “Más vale salto de mata que ruego de hombres buenos”. Continuaron con el tema de las mercedes que Sancho recibiría si don Quijote llegara a ser rey. Nombraría a Sancho conde, pero debería arreglarse la barba. Sancho le responde que si llegara a conde, llevaría tras de sí un barbero que le rapase y cuidase su barba. CAPÍTULO XXII. LIBERACIÓN DE LOS GALEOTES Después de la conversación mantenida en el capítulo anterior, cuenta Cide Hamete Benengeli que vieron a un grupo de hombres que venían ensartados por el cuello con una cadena y esposadas las manos. Los custodiaban cuatro guardias. Sancho de inmediato advirtió que se trataba de galeotes que iban forzados por la justicia real a las galeras. Don Quijote respondió que aquí debía intervenir él, pues su oficio era deshacer entuertos y ayudar a los necesitados. Sancho le volvió a advertir que los mandaba la justicia, en nombre del rey, en pena por los delitos cometidos. Quiso don Quijote saber las razones por las que iban castigados. Se lo preguntó a un guardia y le contestó que se lo preguntase directamente a ellos. Así lo hizo don Quijote y le fueron respondiendo con ironía: uno va a galeras por enamorado, pero enamorado de “una canasta de colar atestada de ropa blanca”; otro, según el primero, por músico y cantor, es decir, cantar en el ansia, que según el guarda es “confesar en el tormento”: confesó su delito, “ser cuatrero”; otro, por seducir a jóvenes doncellas; otro por alcahuete y hechicero. Sobre lo primero, don Quijote realiza un elogio de los alcahuetes, los cuales son necesarios en una república bien ordenada. Sobre la hechicería dice que “no hay hechiceros en el mundo que puedan mover la voluntad, como algunos simples piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce”. Por último le preguntó a un condenado que iba cargado de cadenas bastante más que los otros. Dijo llamarse Ginés de Pasamonte; que dejó escrita y empeñada la historia de su vida en la cárcel por doscientos reales y aunque le habían echado diez años, pensaba volver y recuperar el libro, cuyo título era La vida de Ginés de Pasamonte. Este libro es “tan bueno…, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o se escribieren”. Discute Ginés con el guardia que los llevaba, quiso este alzar la vara para pegarle y don Quijote se lo impidió. Don Quijote le pide a los guardias que los suelten, argumentando que “lo que se pueda hacer por bien no se haga por mal…porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres…que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado…y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello.” El comisario le contestó que no le buscara tres pies al gato, pues no estaba autorizado para soltarlos. Don Quijote arremetió contra él. Cayó al suelo. Los guardias atacaron a don Quijote. Se produjo un momento de gran confusión y los galeotes se quitaron las cadenas y atacaron a los guardias; estos salvaron la vida huyendo. Sancho le advirtió a don Quijote que se deberían marchar, pues la Santa Hermandad vendría a buscarlos. Don Quijote reunió a los galeotes y les dijo que “Es de gente bien nacida agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. De acuerdo con lo anterior les pidió que fueran al Toboso, se presentaran ante Dulcinea y le contaran la hazaña que había realizado. Le respondió en nombre de todos Ginés de Pasamonte. Le dijo que eso era imposible porque la justicia podría prenderlos de nuevo y que era como pedir peras al olmo. Don Quijote montó en cólera al oír la respuesta de Ginés, lo llamó “don hijo de la gran puta, don Ginesillo de Paropillo”. Este, al darse cuenta de que a don Quijote le faltaba el juicio, se puso de acuerdo con los otros galeotes, se apartaron y los apedrearon. Don Quijote cayó al suelo. Se acercó un galeote y le rompió la bacía en la espalda; les quitaron las ropas; a Sancho lo dejaron en pelota. Solos se quedaron el jumento y Rocinante; don Quijote, afligido; Sancho, temeroso de encontrarse con la Santa Hermandad. CAPÍTULO XXIII. ENCUENTROS CON EL "ROTO DE LA MALA FIGURA" A raíz de lo acontecido con los galeotes, don Quijote le dijo a Sancho que “el hacer bien a villanos es echar agua en el mar…así que paciencia y escarmentar para desde aquí adelante”. Considera Sancho que no escarmentará don Quijote, pero le advierte que la Santa Hermandad no entiende de asuntos de caballerías y por lo tanto deberían esconderse por algún lugar de Sierra Morena. Don Quijote lo trata de cobarde, pero para que no lo califique de contumaz, acepta su consejo con tal de que no se lo diga a nadie. Sancho lo tranquiliza diciéndole que “el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana, y no aventurarse todo en un día.” Se subieron en sus monturas y se adentraron por las montañas para apartarse de la Santa Hermandad. Iba don Quijote sobre Rocinante, pensando en sus aventuras y Sancho, comiendo sobre su rucio, cuando don Quijote encontró en el suelo, un podrido cojín y una deshecha maleta que Sancho abrió; en ella venían varias monedas de oro, que Sancho, con el acuerdo de don Quijote se guardó, varias camisas de holanda y un librillo de memorias. Cree don Quijote que el dueño fue probablemente asaltado en el camino, pero Sancho le replica que no pues se habían dejado el dinero. Cogió don Quijote el libro y leyó dos textos. El primero un soneto con el tema del amor sufrimiento por el desdén de la dama; el segundo, una carta con el mismo tema, en la que le reprocha que lo ha dejado por “quien tiene más, no por quien vale más que él”. Deseaba don Quijote saber quién era el dueño de los objetos para devolvérselos, cuando a lo lejos vieron un joven medio desnudo que iba saltando de risco en risco. Decidió seguirle don Quijote porque se imaginó que era el dueño de las cosas encontradas, pero lo accidentado del terreno se lo impidió. Sancho se opuso alegando que tenía miedo de quedarse solo y que si se encontraba al propietario, se vería obligado a devolverle los escudos. No lejos de allí oyeron el silbido de un cabrero. Se dirigieron a él y le comentaron lo de la maleta. Dijo que también la vio él, pero que no quiso abrirla porque no le fueran a tachar de hurto, pues “es Sancho le contesta que también incluya los tres pollinos que le prometió. A continuación comenta que el suyo es un amor platónico, que no la había visto ni cuatro veces por el recato con que sus padres Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la habían criado. Lo anterior le da pie a Sancho para saber quién es Dulcinea del Toboso, por otro nombre Aldonza Lorenzo. Dice al respecto que esta es ”mujer de pelo en pecho y que tiene mucho de cortesana”. Le contesta don Quijote con el cuento de la viuda hermosa y rica que se enamora de un fraile motilón y al preguntarle el prior para qué quería un fraile como ese, ella contesta que para lo que lo quiere, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles. Así que para lo que él quiere a Dulcinea, tanto vale como la más alta princesa, pues “dos cosas incitan a amar, más que otras, la mucha hermosura y la buena fama “ Escribió don Quijote su carta amorosa y se la leyó a Sancho. Le pide este que escriba también la cédula de los tres pollinos prometidos. Una vez realizado lo anterior y explicado a Sancho que dejara unas retamas por el camino para saber volver, se quedó don Quijote “en carnes y en pañales”; dio “dos zapatetas en el aire y dos tumbas”. Subido en Rocinante, se marchó Sancho satisfecho de que podía decir que su amo estaba loco. CAPÍTULO XXVI. DON QUIJOTE EN LA PEÑA POBRE. LA CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA CONTADA POR SANCHO Una vez que Sancho se marchó, don Quijote se subió a lo alto de la peña y empezó a pensar cómo podría tolerar mejor la ausencia de Dulcinea. Podría imitar a Roldán, que sufrió mucho cuando se enteró que Angélica se había acostado más de dos siestas con el morillo Medoro; o podría imitar a Amadis de Gaula cuando su señora Oriana le prohibió que la visitara hasta que ella quisiese, razón por la cual Amadís se tuvo que retirar a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño: allí se hartó de llorar hasta que el cielo los socorrió. No tenía sentido imitar a Roldán, pues Dulcinea, jamás había visto moro alguno. Por lo tanto lo razonable era imitar a Amadís. Se sabía que Amadís se encomendó a Dios y rezó mucho, en consecuencia eso es lo que él haría: rezar. Rompió su camisa e hizo una gran tira; le hizo once nudos, a manera de rosario, y rezó un millón de avemarías. Como no tenía ermitaños con quien hablar, se entretuvo en escribir poesías en las cortezas de los árboles. Las poesías se apoyaban en el estribillo “Aquí lloró don Quijote/ausencias de Dulcinea / del Toboso/”. Así pasó tres días don Quijote, encomendándose a las ninfas de los ríos y comiendo hierbas para mantenerse. Tenía al final tal aspecto, que si Sancho tarda más en venir, no le hubiera conocido “ni la madre que lo parió”. Sancho se dirigió al Toboso. En el camino se encontró con la venta en la que lo mantearon. No se atrevía a entrar, a pesar de ser la hora de comer y tener hambre. Salieron de la venta el cura y el barbero. Cuando vieron a Sancho subido en Rocinante le preguntaron por don Quijote, pero no quería decirles donde lo había dejado porque así lo había prometido. Amenazaron a Sancho, argumentando que probablemente lo habría matado. Este replicó diciendo que “no era hombre que robaba ni mataba: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo”. Después les contó el estado en que quedó don Quijote y la finalidad de su viaje: darle la carta a Dulcinea. Les piden que les dé la carta, la busca y no la encuentra. Sancho se afligió pues la pérdida de la carta suponía también el extravío de la cedula con la entrega de los tres pollinos. Le replicó el cura diciéndole que no se preocupara, pues cuando llegaran a donde estaba don Quijote, escribiría la cédula y la firmaría don Quijote. Sancho decide entonces decirla de memoria, con estas graciosas palabras: “Alta y sobajada señora … el lego y falto de sueño….Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura”. Le vuelven a pedir el cura y el barbero que nuevamente les diga la carta y Sancho vuelve a cometer otros tres mil errores. Les cuenta Sancho la promesa de don Quijote de que cuando fuera emperador, lo bien que lo colocaría a él, una vez enviudado, casándolo con una rica doncella. Se quedaron admirados de cómo se había contagiado la locura de don Quijote a Sancho. Les dice el cura a Sancho y al barbero que tienen que sacar a don Quijote del lugar en el que se encuentra, pero antes entrarían a comer. Sancho se niega a entrar por las razones que más adelante les dirá y les pide que les saquen un plato de caliente y así lo hicieron. Comenta el cura cómo sacarían de allí a don Quijote: se vestiría de doncella y el barbero de escudero. Se presentarían ante don Quijote y requerirían su presencia para deshacer un agravio que a ella le habían hecho. Probarían a llevarlo a algún lugar a ver si conseguían poner remedio a su locura. CAPÍTULO XXVII. EL CURA Y EL BARBERO CONSIGUEN SU PROPÓSITO. CONTINÚA LA HISTORIA DE CARDENIO Le pareció bien a Sancho la propuesta del cura y entraron en la venta para pedirle a la ventera unas faldas y una toca para la cabeza. Esta les preguntó que para qué las querían. Le contó el cura las razones de la locura de don Quijote y cómo tenían que traérselo de donde estaba. Cayó ella en la cuenta de quién era don Quijote y de lo que aconteció con él y Sancho en la venta. Le pidió que dejara depositadas unas sotanas nuevas y les dio todas las ropas que necesitaban. Vistió la ventera al cura con prendas “que se debieron hacer en tiempos del rey Bamba”, y el barbero se hizo unas grandes barbas de una cola de buey rojizo, dirigiéndose hacia Sierra Morena. Al poco de salir no le pareció bien al cura el ir vestido de esa manera y le pidió al barbero que trocasen la vestimenta. Aceptó este y el cura le explicó todo lo que le tenía que decir a don Quijote. Sancho los fue guiando, siguiendo las ramas que había dejado en el camino. En el trayecto les fue contando la historia de Cardenio. El cura aleccionó a Sancho en lo que tenía que decirle a don Quijote sobre la carta: su entrega a Dulcinea y cómo esta le pedía que regresase. Sancho se adelantó y quedaron el cura y el barbero, esperando, en un lugar apacible, y resguardados del calor del medio día. Estando en este lugar reconocieron la voz de Cardenio, por lo que Sancho les había contado, que con voz lastimera cantaba versos de amor, celos y locura. Se le acercó el cura y con convincentes razones le pidió que dejase aquella vida. Les respondió Cardenio, al cura y al barbero, en su sano juicio, que les contaría la desgracia que lo había llevado allí y verían cómo tal desgracia no tenía consuelo alguno. Como Cardenio se dio cuenta de que los oyentes ya sabían quién era él y lo que le había acontecido, reanudó su historia donde la había dejado cuando don Quijote lo interrumpió. Empezó contando el contenido de la carta que Luscinda le dirigía a Cardenio y que estaba dentro del Amadís: le decía que la pidiese por esposa a su padre. Dado que Cardenio sabía que por un tiempo tenía que ejercer de compañero de don Ricardo, le pidió a su amigo don Fernando que intercediera por ellos. Dicho lo cual, se desahogaba diciendo: ¿ de qué me quejo, desventurado de mí, pues “es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto a bajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda?.” don Fernando, que anteriormente había visto a Lucinda y se había enamorado de ella, para alejar a Cardenio, lo mando a su casa a pedirle a su hermano don Ricardo dinero para comprar caballos. Mientras, aprovechándose de que Cardenio no estaba allí, le pidió al padre de Lucinda la mano para casarse con ella, cosa que consiguió sin mayor dificultad. Luscinda, a través de un mensajero, se lo dijo a Cardenio. Este volvió rápidamente a su casa, no sin antes decir que ¿”quién hay en el mundo que se pueda alabar que ha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condición mudable de una mujer?”. Dicho lo cual continuó su historia refiriendo cómo Luscinda se desposa con don Fernando, lo ve él personalmente, se aleja del pueblo y se razona a sí mismo por qué se habría producido tal hecho, si ella le había manifestado siempre su amor. Llega a la conclusión de que “una doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada siempre a obedecerlos, hubiese querido condescender con su gusto, pues le daban por esposo a un caballero por principal, tan rico y tan gentilhombre, que a no querer recibirle, se podía pensar o que no tenía juicio o que en otra parte tenía la voluntad, cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opinión y fama”. Dicho lo anterior continuó contando cómo se marchó, llegó al lugar en el que se encontraban, perdía el juicio y lo recuperaba. Cuando terminó de contar su historia se oyó una voz lastimera que se quejaba. CAPÍTULO XXVIII. HISTORIA DE DOROTEA La voz que oyeron don Quijote, Sancho y Cardenio provenía de una persona que estaba muy cerca de allí, lavándose los pies en un arroyo. Se estaba lamentando de su desgracia, diciendo que obtendría más recompensa del silencio de las montañas que de ningún hombre a quien le pudiera contar las quejas que tenía. El joven en cuestión iba vestido de labrador y llevaba puesto una montera. Cuando se la quitó dejó esparcir una larga melena rubia. Por la finura de los pies ya habían advertido que se trataba de una mujer. Pronto se percataron de su belleza, que para Cardenio sólo era comparable a la de Luscinda. Al darse cuenta de la presencia de ellos, quiso huir, pero el cura se le acercó y cogiéndola de la mano le dijo que le contase lo que le ocurría, “pues ningún mal puede fatigar tanto que rehúya de no escuchar siquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece. Así que contadnos vuestra buena o mala suerte que en nosotros hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias.”Oído lo anterior, y dado que se habían dado cuenta de que era una mujer que algo grave le había pasado, pues estaba sola y vestida de hombre en un lugar como ese, contó su historia, diciendo que sus padres eran vasallos, en Andalucía, de un duque de los que llaman “grandes” en España. Dicho señor tenía dos hijos: el mayor, heredero de su estado y el menor, don Fernando, traidor y embustero. Ella provenía de unos padres, labradores, cristianos viejos, honrados y virtuosos. Se dedicaba a controlar la hacienda y en los ratos libres, leía libros piadosos y tocaba el arpa porque la experiencia le mostraba “que la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu”.Ella, que solamente salía acompañada de su madre y unas criadas para ir a misa, fue vista por don Fernando que inmediatamente se enamoró de ella. Se lo comunicó con múltiples cartas, sin que ella diese respuesta, lo exteriorizó con músicas y verbenas en su calle. Todo ello se volvía en contra de él, no porque no le agradaban las alabanzas, pues “por feas que seamos las mujeres, siempre nos da gusto oír que nos llamen hermosas”, sino por la honestidad y por seguir los consejos de sus padres. Supo don Fernando que sus padres quisieron casarla. Una noche, estando ella en su habitación, se encontró a don Fernando. No tuvo fuerza para gritar, él la sujetó y “empezó a decirme tales razones, que no sé cómo es posible que tenga tanta habilidad la mentira, que las sepa componer de modo que parezcan verdaderas”. El lloraba; ella no se ablandaba, pues solamente se entregaría a su legítimo esposo. Le prometió serlo él y le dio palabra de que quería ser su marido. Le advirtió que se fijase bien en lo que hacía, porque “nunca los desiguales casamientos se gozan ni duran en aquel gusto con que se comienzan,”; él continuó con su intento, “así como el que no piensa pagar, que al concertar de la barata, (al hacer un contrato fraudulento) no repara en inconvenientes”. Allí, poniendo por testigo una imagen de La Virgen y en presencia de una criada suya, dejó de ser doncella, una vez que su criada se marchó. Al día siguiente, don Fernando se marchó, “porque, después de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de donde le alcanzaron” Por la misma criada que la traicionó cuando metió a don Fernando en su casa, supo después que este se había casado con una hermosa mujer llamada Luscinda; al enterarse, se vistió de muchacho y se fue en busca de don Fernando. Cuando llegó al pueblo supo que Luscinda, por una nota que don Fernando le encontró en el pecho, se había casado por obediencia a sus padres, pues ella le había dado el sí a Cardenio. Don Fernando la quiso matar y ella desapareció de la ciudad. Trató Dorotea de encontrar a don Fernando, pero no lo consiguió. Su fracaso la había llevado a aquellas montañas. Cuando salió de su casa se hizo acompañar por un criado suyo. Quiso abusar de ella y lo arrojó por memoria y que así se la pudo recitar, pero que la había olvidado. Recordaba lo de “sobajada” o “soberana” y, el final : “Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura” y entre una y otra manifestación, había añadido más de mil trecientas palabras enamoradas. CAPÍTULO XXXI LAS NOTICIAS DE SANCHO SOBRE DULCINEA. OPINIÓN DE ANDRÉS SOBRE LA CABALLERÍA ANDANTE Don Quijote estaba muy interesado en saber cosas de Dulcinea. Así que interrogó a Sancho por todo lo referido a su embajada a Dulcinea. Sancho fue ensartando una mentira con otra para salir airoso de la empresa. Le dijo que cuando llegó, Dulcinea estaba cribando el trigo rubión (De las tres clases de trigo: candeal, trechel y rubión, este es el peor). Le pidió don Quijote que no se dejara nada en el tintero (que no se olvidara ni un detalle) y mostró especial interés en saber lo que Dulcinea pensaba de él. Le contestó que esta ni siquiera le preguntó; no obstante, le dijo que don Quijote se había quedado haciendo penitencia y maldiciéndose su fortuna por no tener a su lado a su señora. Le respondió don Quijote que no maldecía su fortuna, sino que estaba orgulloso de tener una tan alta señora. Lo de alta lo utiliza Sancho para burlarse, diciendo que es tan alta como él, pues cuando entre los dos echaron un saco sobre el rucio, comprobó su estatura. Aprovecha lo anterior para preguntarle que qué fragancia exhalaba. Sancho le contesta que desprendía cierto tufo a piel cultivada y olor a hombruno. Quiso saber don Quijote lo que hizo cuando leyó la carta y Sancho le contestó que no la leyó porque no sabía leer. Lo que sí le dijo Dulcinea es que deseaba que su caballero dejase la sierra y fuera a verla al Toboso. Le preguntó don Quijote que si le entregó alguna prenda para él y Sancho replicó que únicamente le dio un trozo de pan y queso ovejuno. Le contesta don Quijote que si no le dio algo de oro es que no lo tenía por allí, pero que “buenas son mangas después de Pascua” (lo bueno siempre es bueno, aunque llegue a deshora). Pasa a continuación don Quijote a decirle que está extrañado del poco tiempo que había tardado. Lo atribuye a que algún encantador amigo suyo había llevado a Sancho por los aires., pues existían encantadores que de esta manera colaboraban con los caballeros andantes cuando se tenían que trasladar a lugares lejanos. Dice don Quijote que tiene dudas sobre lo que debe de hacer: ¿Ir al Toboso, como le pide Dulcinea o cumplir la palabra que le ha dado a la princesa Micomicona?. Considera que debe cumplir su palabra y después dirigirse al Toboso. Inmediatamente intervino Sancho para decirle que se casara con Micomicona, que los podría casar el cura, pues “más vale pájaro en mano que buitre volando y quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no se venga.” Don Quijote le dice que si el interés que muestra es por conseguir recompensas económicas, él, si recibe alguna parte del reino de Micomicona, se la entregaría a Sancho. Le pide a continuación que de lo que han hablado no diga nada a nadie, pues Dulcinea era muy reservada en sus pensamientos. Esto lo aprovecha Sancho para preguntarle a don Quijote que por qué obliga a los que vence a presentarse a su señora. Don Quijote responde que porque así lo disponen las leyes de la caballería para las damas de los caballeros: deben tener muchos vasallos que las sirvan, sin que los pensamientos vayan a más, interpretándolo Sancho que él ha oído hablar de esa clase de amor: “he oído predicar que se ha de amar a nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena” Elogió don Quijote la forma de hablar de Sancho y, en ese momento oyeron la voz del barbero diciéndoles que se esperasen un poco, pues había una fuentecilla y querían pararse a beber. Así lo hicieron y comieron algo. Estando en esto pasó por allí un muchacho que llorando se abrazó a un apierna de don Quijote. Le dijo que era Andrés, a quien él había desatado de la encina en la que lo estaban castigando (cap. IV) De inmediato don Quijote lo reconoció y lo puso de ejemplo de lo que los caballeros andantes hacen en bien de los necesitados. Invitó a Andrés a que les contase la heroicidad. El muchacho contestó que no solamente no le pagó su amo, sino que descargó toda su cólera contra él y por culpa de don Quijote ha estado mucho tiempo en el hospital, debido a la paliza que le dio. Decidió don Quijote ir en busca del labrador, pues ya sabía él por experiencia que “no hay villano que guarde palabra que tiene, si no saca provecho en guardarla” . Cuando Dorotea se da cuenta de que don Quijote se disponía a marcharse, le pidió que no se entremetiera en ninguna empresa hasta no haber terminado con la suya. Dice don Quijote que tendrá que esperar Andrés por las razones que había apuntado Dorotea. Pidió el muchacho algo de comer. Sancho le dio pan y queso y maldiciendo a don Quijote y a todos los caballeros andantes del mundo se marchó corriendo camino de Sevilla, quedándose don Quijote afrentado por sus palabras. CAPÍTULO XXXII. DE VUELTA CON LOS LIBROS DE CABALLERÍAS Cuando terminaron de comer continuaron su camino y llegaron nuevamente a la venta de Juan Palomeque. De inmediato los saludaron el ventero, la ventera, su hija y Maritornes. Don Quijote pidió un camaranchón que fuese mejor que el anterior. Se lo dio la ventera, no sin antes pedirle que lo pagara, y se acostó a descansar. La ventera, de inmediato le pidió al barbero las barbas que le había dejado, insinuando, en un doble sentido sexual, que las de su marido estaban por el suelo. Se las dio el barbero, a ruegos del cura. En la sobremesa, la ventera contó lo del manteamiento de Sancho, aprovechando que este no estaba presente. Hablaron de la locura de don Quijote y el cura aprovechó la conversación para explicar el efecto de los libros de caballerías en su enfermedad. Cuando el ventero oyó lo de los libros de caballerías, los elogió extremadamente, pues era frecuente en los días de siega que algún segador leyese para los demás, y lo pasaban tan bien que según el ventero nos quita mil canas (nos quita años y preocupaciones); la ventera dice que es el único tiempo en que descansa, pues no riñe con su marido; para Maritornes son libros muy entretenidos, especialmente cuando una doncella vigila mientras está su señora con su amante; a la hija le gustan porque la enternecen las separaciones de los caballeros con sus señoras. Pidió el cura ver los libros de caballerías y el ventero les trajo tres: Don Girongilio de Tracia, Felixmarte de Hircania y, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba con la vida de Diego García de Paredes. El cura reprobó los dos primeros por mentirosos y disparatados y aprobó el último porque trataba de cosas que habían ocurrido realmente. El ventero que ya sabía la quema de los libros de don Quijote, probablemente contado por el cura cuando estuvo allí, le preguntó que si sus libros eran herejes o flemáticos, el barbero lo corrigió, diciéndole que se dice cismáticos. El ventero cuenta algunas de las historias de estos libros, como el caso de Felixmarte, que “de un revés partió cuatro gigantes, así como irracionalidades de otro tipo. Con tal vehemencia lo contaba que Dorotea le dijo a Cardenio que poco le faltaba al bueno del ventero “para hacer la segunda parte de don Quijote”. El cura volvió a rebatirle la calidad de dichos libros, pues sólo servían para entretener; todo lo que contaban era falso. El ventero, que no se creía las razones del cura, contestó: A otro perro con ese hueso ( se repele algo que no nos gusta o consideramos desagradable), sé dónde me aprieta el zapato (sé lo que me gusta). A estas razones argumentó que esos libros no podían decir “disparates y mentiras”, porque tenían licencia del Consejo Real. El cura le explicó que en las repúblicas bien concertadas existen juegos de ajedrez, de pelota y de trucos para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar. También se permite imprimir estos libros, pensando que la gente no los toma por verdaderos. Contestó el ventero que no se le ocurriría hacerse caballero andante, pues sabía que eso había existido en épocas pasadas, pero no ahora. Oído lo anterior, Sancho pensó que una vez que terminara esta aventura de don Quijote, lo dejaría y se volvería a su casa. Se llevaba la maleta el ventero y le pidió el cura ojear los libros. Vio uno, cuyo título decíaEl curioso impertinente. Lo abrió y le pareció bueno. Todos los presentes le rogaron que lo leyera para que todos lo oyeran. CAPÍTULO XXXIII. SE INICIA LA NOVELA DEL "CURIOSO IMPERTINENTE" El cura dio lectura a la novela, diciendo que En Florencia, vivían dos jóvenes amigos ricos y caballero, llevados por tal grado de amistad que eran conocidos por todos, como “los dos amigos”. Uno se llamaba Anselmo y era aficionado a pasatiempos amorosos; el otro, Lotario, a los de la caza. Anselmo se enamoró de Camila, joven bellísima y honesta. Le confió el secreto a Lotario y quiso que este fuese el que interviniese en pedirle la relación a sus padres. Quedó satisfecha Camila de su casamiento con Anselmo y muy agradecida a Lotario por lo que había hecho. Este, una vez pasadas las bodas, dejó de ir con la frecuencia que solía a casa de su amigo, porque “no se han de visitar ni continuar las casa de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros, porque aunque la verdadera y buena amistad no puede ni debe ser sospechosa en nada, con todo esto es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mismos hermanos, cuanto más de los amigos.” Quedó extrañado Anselmo al darse cuenta de que su amigo Lotario no frecuentaba la casa como antes. Se lo dijo y le comunicó que su mujer, Camila, también estaba sorprendida, pues ella era sabedora de la excelente amistad que los unía. Es más, le insistió en que no quería que ese comportamiento circunspecto echara por tierra el nombre por el que los conocían: “los dos amigos”. Lotario era de la opinión de que “el casado a quien el cielo había concedido mujer hermosa tanto cuidado había de tener con los amigos que llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas ni en los templos, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfacción se tiene. Anselmo andaba preocupado por la fidelidad de Camila y un día se lo confesó a su amigo Lotario. Quería saber si Camila le era fiel, pues según él, “no es una mujer más buena de cuanto es si no es solicitada, y que aquella sola es fuerte siempre que no se doble a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque ¿qué hay que agradecer que una mujer sea buena si nadie le dice que sea mala?. Le pide que sea el mismo Lotario quien la solicitase en amores , pues siendo su amigo, en el caso de que Camila sea vencida, él respetaría la amistad y se impondría la cordura. Lotario le respondió con un largo discurso, empleando cuatro argumentos para que desistiera de lo que se proponía: a) La amistad tiene un límite. Este está en no utilizarla contra los deseos de Dios:” Los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un poeta, “usque ad aras”, (hasta el altar) que quiso decir que no se habían de valer en su amistad en cosas que fuesen contra Dios”; b) La utilidad. Se debe intentar realizar cosas de las que pudiéramos obtener algún provecho. “Las cosas dificultosos se intentan por Dios, o por el mundo o por entrambos a dos...la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de fortuna, ni fama con los hombres…no has de quedar ni más ufano, ni más rico, ni más honrado”; c) La estima y fama de la mujer. “Hase de guardar la mujer buena como se guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee.” ; d) La Biblia. Dios creó a Eva de una costilla de Adán. Este la miró y dijo: “Esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos”; y Dios dijo: “Por ésta dejará el hombre a su padre y madre, y serán dos en una misma carne. Y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que sólo la muerte puede desatarlos” Viendo Lotario que no había razón que convenciese a Anselmo y, pensando que le podría ofrecer el asunto a otro, se ofreció a entrar en la prueba. Uno de los días que Lotario fue a comer a casa de Anselmo, le dijo este que se tenía que ausentar por motivos de negocios. Le pidió a Camila que mientras, la hija callaba y se sonreía. El cura tranquilizó a la ventera diciendo que se les pagaría todos los daños de don Quijote. Sancho le prometía a Dorotea que había visto rodar la cabeza del gigante; esta lo contentaba respondiéndole que una vez que estuviese en su reino le daría el mejor condado. Una vez que todos se tranquilizaron le pidieron al cura que terminara de leer la novela. Anselmo se sentía muy orgulloso de su mujer. Lotario le dijo que no consideraba prudente ir por su casa, pues Camila se mostraba apesadumbrada con su presencia. Anselmo le insistía que acudiese. Leonela, aprovechándose de lo que sabía, recibía cada vez con más frecuencia a su novio. Una noche, Anselmo oyó ruidos en el dormitorio de Leonela. Entró y al entrar vio que un embozado saltaba por la ventana. Cogiendo una daga obligó a Leonela a que le dijera quién era. Dijo que era su marido, pues se había casado en secreto y que a la mañana siguiente le contaría cosas interesantes. Volvió Anselmo a la habitación de Camila; le contó lo que le había dicho Leonela. Se turbó por lo que oyó de su esposo y, temiendo que Leonela la traicionase, cuando estuvo dormido se marchó, después de coger las joyas, a casa de Lotario. Le pidió que se pusieran a salvo y, después de haber cogido el dinero Lotario salió de su casa, camino de un convento, donde dejó a Camila. Fue Anselmo, al día siguiente al dormitorio de Leonela, vio que no estaba allí; fue a la habitación de Camila y se dio cuenta de que también se había ido; se trasladó a casa de Lotario y los criados le dijeron que se había marchado. Desesperado volvió a su casa; no encontró a nadie. Decidió ausentarse de la ciudad e irse al pueblo de su amigo. En el camino se encontró a un viajero que venía de Florencia; le preguntó que qué se contaba por allí. Le dijo que todos hablaban del suceso de los dos amigos. Camila, la mujer de Anselmo el Rico se había marchado con Lotario. Consumido de tristeza, volvió a casa de su amigo, y se encerró en un aposento donde dejó en el bufete un escrito en el que reconocía que toda su tragedia se debía a su necia impertinencia. Camila murió a los pocos días, después de haberse enterado que Lotario había muerto en Nápoles peleando a las órdenes del Gran Capitán. El cura dio su impresión general de la novela: estaba bien contada, pero la historia le parecía inverosímil CAPÍTULO XXXVI. ENCUENTROS Y RECONCILIACIONES EN LA VENTA DE JUAN PALOMEQUE EL ZURDO El ventero, que estaba en la puerta, advirtió a los huéspedes que se acercaba gente. Pronto fue a esconderse Cardenio; Dorotea se cubrió el rostro. Al preguntarle el cura que si venían cerca, este contestó que se acercaban a caballo cuatro hombres y una mujer con las caras tapadas, a pie venían dos mozos. Cuando llegaron, el cura le preguntó a un mozo que quiénes eran. Contestó que uno de ellos parecía ser gente principal; la mujer debería ir a un convento de monjas, sin vocación monjil, pues se quejaba amargamente de su situación. Ante los suspiros y sollozos de la dama, Dorotea se acercó ofreciéndose para ayudarla. El que parecía principal, según el mozo que los acompañaba, sujetó a la dama apenada y le dijo a Dorotea - se había presentado también con la cara tapada- , que no le hiciera casado, pues era muy mentirosa. Al oír esa palabra, la mujer le contestó que por ser de palabra verdadera, se encontraba en esa situación, llevada por sus engaños y mentiras. Cuando oyó esta voz, Cardenio lanzó un grito de sorpresa. A su vez, la mujer, cuando oyó la voz de Cardenio, quiso entrar en su aposento. La sujetó nuevamente el caballero por la espalda. Cuando lo hizo se le cayó el tafetán y se le descubrió la cara. Apareció la belleza de Luscinda. Como la tenía sujeta con los dos brazos, se le cayó la protección de la cara al hombre. De inmediato se vio que era don Fernando. Dorotea, de la fuerte impresión, se desmayó. El cura acudió a quitarle el embozo. Don Fernando la reconoció de inmediato, pero no soltaba a Luscinda. Pronto, en suspenso, se cruzaron todas miradas: Dorotea – Fernando y Cardenio- Luscinda La primera que habló fue Luscinda. Le pidió a don Fernando que la dejase ir a unirse con quien consideraba realmente su esposo: Cardenio. Había procurado serle fiel y nunca su pensamiento se había apartado de él. Después tomó la palabra Dorotea. Con lágrimas en los ojos le pidió a don Fernando que la reconociese como su legítima esposa, de acuerdo con los siguientes argumentos: a) Fue el culpable de que ahora se encuentre en este estado: vivía honestamente hasta que “a las voces de tus importunidades, te entregué las llaves de mi libertad; b) “No puedes ser de Luscinda porque eres mío, ni ella puede ser tuya porque es de Cardenio; c) Se entregó a su voluntad, por lo tanto no debe sentirse engañado; d) Apela a su palabra de cristiano y caballero; e) Le pidió que no se fijara en la ascendencia de cada uno. Sus padres eran personas honradas y como labradores habían servido con dignidad a los suyos. “La verdadera nobleza consiste en la virtud”. Le vuelve a pedir que la acepte por esposa, pues si virtud le falta a él, a ella le sobra. Por último apela a su conciencia: “Tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y contentos”. Don Fernando aceptó las razones de Dorotea. Cardenio se lanzó a sujetar a Luscinda cuando la dejó don Fernando; este al ver a Cardenio quiso coger la espada, pero Dorotea se lo impidió, diciéndole que dejase a Luscinda encontrarse con su esposo y viniese a ella por ser su legítima. Intervino el cura con estos razonamientos, dirigidos a don Fernando: a) El cielo había propiciado esta situación; b) Solamente la muerte podría separar a Cardenio y Luscinda; c) Debería fijarse en la hermosura de Dorotea, que unida a la honestidad, pueden igualarse a la más alta nobleza; d) Un caballero cristiano debería ser fiel a la palabra dada. Dorotea seguía a los pies de don Fernando. Este, oídos los razonamientos del cura abrazó a Dorotea y le rogó que lo aceptase y lo disculpase, pero que no lo reprendiese. Se alegraba por el encuentro de Cardenio y Luscinda. Todos los presentes se emocionaron con lo ocurrido. También Sancho Panza, aunque dijo que él no lloraba por el desenlace feliz, sino porque había dejado de existir Micomicona y con ella el condado que esperaba encontrar. Por último, cada uno contó la historia de sus aventuras: Dorotea, la que ya le contó a Cardenio; Don Fernado, lo que le ocurrió con Luscinda: que cuando se enteró por la carta que le encontraron en el pecho, que su corazón era para Cardenio, la quiso matar. Impedido por sus padres, huyó. Continuó diciendo que ella se había refugiado en un convento; que ”la secuestró y acompañado de estos hombres llegó a esta venta, que para él era el cielo, donde rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra”. CAPÍTULO XXXVII. LLEGADA DEL CAUTIVO Y ZORAIDA. DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS Las anteriores explicaciones de Dorotea fueron escuchadas por todos, pero especialmente por Sancho, con gran pena, pues había volado el condado prometido. Los demás se sentían agradecidos, don Fernando, al cielo por haberle resuelto los problemas que tenía; especialmente agradecida al cura y a Cardenio se sentía la ventera porque le habían prometido que le pagarían los gastos hechos por don Quijote. Sancho, pesaroso, se fue al camaranchón en el que dormía don Quijote y lo despertó, diciéndole que durmiera todo lo que quisiera porque ya se había resuelto el problema de Micomicona. Don Quijote volvió con el mismo sueño que la vez anterior. Se había resuelto porque según él había matado al gigante y la sangre corría a ríos. Sancho quiso volverlo a la realidad, diciéndole la verdad sobre la ruptura de los cueros de vino. Volvió don Quijote a insistir sobre los encantamientos en la venta y Sancho a desmentirlo, argumentando que no eran encantadores los que lo vapuleaban a él, sino el ventero con otros más. Salió vestido don Quijote con toda su parafernalia. Todos se sorprendieron, especialmente don Fernando. Dirigiéndose a Dorotea le dijo que se había enterado por Sancho cómo se había transformado de princesa en doncella. Si ello había sido porque su padre desconfiaba de él es porque “no sabía de la misa la media” (prov. lo ignora casi todo). “Pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.” Respondió Dorotea diciéndole que ella no se había mudado en su ser, que era la misma que ayer. El estar con él le ha traído suerte y ha sido para bien, que mañana saldrían de camino para conseguir el buen suceso que esperaban. Reprendió duramente don Quijote a Sancho, llamándolo “Sanchuelo”, el mayor “bellacuelo” que hay en España por haberlo engañado sobre la transformación de la princesa Mitomicona. Respondió Sancho que lo de la ruptura de los cueros de vino, “al freír los huevos lo verá” (al final lo verá), cuando el ventero le pase la cuenta. Don Fernando pidió partir al día siguiente como había decidido Dorotea. Hablaron entre don Quijote y don Fernando con mucha cortesía. Se rompió la conversación porque entraron en la venta un cristiano recién venido de tierra de moros, muy bien vestido, con una casaca de paño azul, con bonete y calzones de lienzo azul. Lo acompañaba, subida en un jumento una mujer a la morisca vestida, con ropas de gran calidad. Pidieron aposento, pero no había. Dorotea y Luscinda se ofrecieron a la mora para compartir la habitación. Al ver que no contestaba, el caballero cristiano les dijo que no preguntaran, pues no entendía la lengua. Le preguntó Dorotea que si era mora o cristiana. Respondió que mora era en el traje y en el cuerpo, pero que en el alma era cristiana y pronto se bautizaría con la liturgia de la Iglesia. Desistieron de preguntarles que quienes eran; pero Dorotea le dijo a la mora que se quitara el embozo. El cristiano se lo tradujo al árabe y ella aceptó. Cuando descubrió la cara todos se sorprendieron de su belleza. Don Fernando le preguntó al caballero que cómo se llamaba. Contestó que Zoraida, ella rectificó con insistencia diciendo que se llamaba María. El ventero preparó la mesa para cenar. Dorotea se sentó junto a don Quijote. Levantándose este dio comienzo al discurso de las armas y las letras. Empieza don Quijote por preguntarse por el valor que encierran las armas y las letras. Esto se puede resolver si nos preguntamos a su vez por los trabajos que realizan los que se dedican a unas y otras. Refuta primero aquellas opiniones que sostienen que las letras trabajan solamente con el espíritu y las armas con la fuerza. Demuestra que las últimas lo hacen con los dos. Pasa a continuación a preguntarse por la finalidad de unas y otras: “las letras humanas tienen por fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se cumplan”. “Las armas tienen por objeto la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”.Pone como ejemplos distintas expresiones: “Gloria sea en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”; “Paz sea en esta casa”. Habla después de los trabajos del estudiante. Destaca en primer lugar por la pobreza,porque quien es pobre no tiene cosa buena . Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto”. Si sabe aguantar el camino y superar los obstáculos, puede llegar a mandar y gobernar el mundo, “premio justamente merecido a su virtud”. se ofrecía a ser su esposa. El cautivo, valiéndose de un amigo suyo renegado, le contestó diciéndole que él y sus compañeros cautivos harían por ella lo que pudieren, que darían su vida y que pensase cómo podrían salir de allí. Que se fiara de su palabra, pues la palabra de un cristiano es fiel, no como la del moro. Le encargó a su amigo renegado que averiguase quién era aquella mujer. Supo que se trataba de Zoraida, una hermosa mujer que había tenido muchos pretendientes moros y a todos había despreciado. Se ofreció el renegado a poner en libertad a Zoraida y al cautivo, jurando delante de un crucifijo que llevaba. A los pocos días volvió Zoraida a enviar una nota en la que, además de mandar dinero en monedas de oro y plata, pedía que alguien fuera a tierras cristianas, comprara una barca, volviera y todos se marcharían. Ella estaría esperando en el jardín de su padre, que estaba junto a la marina. Trataron sobre cómo llevarían a cabo la liberación y quién iría a Mallorca a comprar la barca. Se impuso, con razón, el criterio del renegado. Según su experiencia, cuando un cautivo se marchaba no volvía “porque el gozo de la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo”. Propuso que él, junto con un moro tagarino, cogerían el dinero, comprarían una barca allí y, con la excusa de comerciar bienes desde Tánger, poder escapar. Zoraida volvió a mandar dinero para pagar los rescates. Él lo consiguió pagando seiscientos escudos a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel. Ordenó también, para evitar males mayores, pagar el rescate de tres compañeros que les acompañarían a España. CAPÍTULO XLI. TERMINA LA HISTORIA DEL CAUTIVO Continuó el cautivo contando su historia, diciendo que su compañero renegado había comprado una barca capaz para treinta personas. Había realizado, el renegado, algunos viajes como mercader, para aparentar dicho oficio. Había fondeado varias veces en una caleta cercana al jardín de Zoraida y hablado con su padre, para pedirle fruta; no así con Zoraida, pues las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. Dado que él ya había sido rescatado le dijo el renegado que dispusiese lo necesario para salir un viernes para España. Contrató el cautivo a doce españoles como remeros. Los acompañarían tres compañeros de la prisión, también rescatados. Dio instrucciones para que estuvieran todos, ese viernes, por los alrededores de la casa de Zoraida. Allí se presentó él; a quien primero vio fue al padre de Zoraida. Éste le preguntó en una lengua franca que allí se habla que quién era. Le respondió que era esclavo de Arnaute Mamí y que buscaba hierbas para hacer ensaladas. En ese momento salió Zoraida. Iba cargada de alhajas, desde los pies a la cabeza. Se encontró ante una diosa y eso que la ocasión era difícil, porque ya se sabe que la hermosura de alguna mujeres tiene días y sazones y requiere accidentes para disminuirse o acrecentarse, y es cosa que las pasiones del ánimo la levanten o abajen, puesto que las más veces la destruyen.” Le dijo a Zoraida, en la lengua franca que se habla en Berbería, mezcla de todas lenguas, que ha sido rescatado por mil quinientos zoltanís. Mantienen una conversación sobre la fecha de salida para España, convenciéndole ella delante de su padre, de que es mejor que parta en un bajel español que en uno francés. Le pregunta ella que si está casado, contestándole que está enamorado de una mujer que se parece mucho a ella. En esta conversación, unos criados avisaron al padre de Zoraida que unos turcos habían entrado en la casa. El padre se marchó; le pidió a su hija que se retirase; cuando lo iba a hacer, se acercó al cautivo y le echó las manos por el cuello. Cuando el padre regresó los vio cómo iban; ella disimuló que estaba mareada. Le dijo al cautivo que se marchara; el padre reconoció cómo había ayudado a su hija y le ofreció su casa para que viniera cuando quisiera. Zoraida se marchó con pesar y él recorrió toda la fortaleza que rodea el jardín de la casa. Puso en aviso a los cristianos remeros que saldrían al día siguiente, sábado. El renegado se encargó de reducir a los marinos moros que la barca llevaba. Se desplazaron unos cuantos a la casa de Zoraida, pronto entraron porque la puerta estaba entreabierta. Al oírlos entrar, Zoraida bajó, trayéndose un cofre lleno de monedas de oro; su padre dormía y con el ruido se despertó. Se vieron obligados a llevárselo atado y con la boca tapada. Pronto advirtió el padre que Zoraida, reclinada en el pecho del cautivo, estaba con ellos. Se dirigieron a Mallorca, por ser la ciudad cristiana más cercana. El viento les obligó a cambiar el rumbo. El renegado trató de tranquilizar a los moros y a Agi Morato, diciéndoles que los pondrían en libertad tan pronto como llegaran a tierras cristianas. El Padre de Zoraida no salía de su asombro. Se interrogó por la situación que ella tenía. El renegado le contestó diciendo que por Zoraida, nueva cristiana, están allí; ella ha roto las cadenas de la esclavitud que tenían los cristianos. La hija se disculpó diciendo que Lela Marie –la Virgen María-, se lo pidió. Oído lo anterior, el padre se arrojó al agua con intención de suicidarse. Fue salvado por los marineros. Empezó de inmediato a maldecir a la hija; una vez hubo amanecido, llegaron a una pequeña cala desierta y pusieron en libertad al padre y a los moros. El primero continuó maldiciendo a su hija; posteriormente le pidió que no lo abandonara. Le preguntó que por qué lo había hecho. Ella manifestó su constancia de bautizarse y hacerse cristiana. Se quedó su padre en tierra. Continuaron y al amanecer divisaron tierras españolas, perocomo pocas o nunca viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado de algún mal que le turbe o sobresalte”, fueron abordados, en la oscuridad de la noche, por unos corsarios franceses; les hundieron la barca y les robaron las pertenencias, a excepción de cuarenta escudos que el capitán francés quiso regalar a Zoraida. Los pusieron en libertad en las costas españolas. Cuando llegaron, después de besar emocionados el suelo patrio, se dirigieron hacia el interior; oyeron el sonido de una pequeña esquila, pronto apareció el pastor, que al verlos vestidos con ropa de moros a Zoraida y al renegado, rápidamente salió a dar aviso al pueblo. Siguieron al pastor, previamente el renegado se quitó las ropas de moro. Llegaron varios jinetes a caballo, encargados de la vigilancia de las costas. Uno de los que iban reconoció a un tío suyo. Habían llegado a Vélez Málaga. Les atendieron muy bien. Después de seis días en la ciudad, el renegado se fue a arreglar sus papeles a La Santa Inquisición, a Granada. Los cristianos quedaron en libertad. Él compró, con lo cuarenta ducados que el corsario francés le dio a Zoraida, un caballo en el que viajaban, dirigiéndose a León donde creía que podría estar su familia, si ya no habían muerto. CAPÍTULO XLII. LLEGADA DEL OIDOR Y ENCUENTRO CON SU HERMANO, EL CAPITÁN PÉREZ DE VIEDMA Una vez terminó el cautivo de contar su historia fue alabado por todos, pero especialmente por don Fernando, que se ofreció a llevarlo a su tierra, pedirle a su hermano que actuase de padrino de Zoraida y darles cabida entre sus gentes, pero él rehusó cortésmente tales ofrecimientos. Había entrado ya la noche cuando llegó a la venta un coche con algunos hombres a caballo. Pidieron alojamiento y la ventera les dijo que no había. Le comunicaron que se trataba de un oidor - (“juez de los supremos en las chancillerías o consejos del rey, dichos así porque oyen las causas y lo que cada una de las partes alega”. Covarrubias)- que se dirigía a las Indias, a la Audiencia de México. Cuando esto escucharon, se turbaron un poco y la ventera le ofreció la estancia que ella y su marido compartían. Se bajó del coche el oidor, acompañado de su hija, de unos dieciséis años, se llamaba Clara y encandilaba su belleza. También le dio la bienvenida don Quijote a “aquel mal acomodado castillo”, con ceremoniosas palabras; elogió la belleza de su hija y consideró que aunque el castillo era pequeño, siempre habría un lugar para las armas y las letras. Quedó confuso el oidor cuando vio su figura y oyó las razones de don Quijote. Los otros personajes también lo saludaros cortésmente. El comprendió que estaba con gente principal. A la hija se le ofreció, junto con las mujeres, un camaranchón; el oidor, con su cama, dormiría en el aposento del ventero. El cautivo, de inmediato, tuvo la corazonada de que aquel era su hermano. Se informó por uno de los criados que acompañaban al oidor, que se llamaba licenciado Juan Pérez de Viedma y que se dirigía a la Audiencia de México. Esto le confirmó lo que sospechaba: era su hermano. Se lo comunicó a los que estaban en la venta y se preguntaba si lo recibiría o se afrentaría al verlo pobre. Deseaba darse a conocer con prudencia y delicadeza Se ofreció el cura a introducir al Cautivo, asegurándole que el parecer que le había dado su hermano era el de una persona “que sabe entender los vaivenes de la fortuna”. Estaba preparada la mesa para cenar; todos estaban sentados excepto el Cautivo que se encontraba cenando con las señoras en su aposento. Tomó la palabra el cura para decirle que en Constantinopla, donde estuvo, conoció a un bravo capitán con sus mismos apellidos, por nombre Ruy Pérez de Viedma. A continuación contó la historia de su origen, los consejos que el padre dio a sus hijos, su entrada en el ejército, su rescate por Zoraida y el ataque de los franceses cuando regresaron a España. Cuando oyó lo anterior, con lágrimas en los ojos, intervino el oidor para decir que la persona a la que se había referido era su hermano. Su tercer hermano estaba en el Perú. Era una persona muy rica y había enviado mucho dinero, tanto a su padre como a él. Su padre no se quería morir sin ver al hijo. Él estaba dispuesto a ir adonde estuviera cautivo a rescatarlo. Oído lo anterior, se levantó de la mesa el cura; se dirigió a la habitación en la que estaban las señoras y el Cautivo. Cogió a Zoraida de una mano y al Cautivo de otra y dirigiéndose al oidor le dijo que aquí estaban su cuñada y su hermano, el capitán Ruy Pérez de Viedma. Las emociones no se podían describir. Acordaron los dos hermanos Pérez de Viedma pedirle a su padre que viniera a Sevilla al casamiento del hijo y al bautismo de Zoraida. El oidor partía para México sin que pudiera demorar su viaje. Don Quijote oyó en silencio todas intervenciones; consideraba que estos extraños sucesos eran obra de encantadores. Se ofreció a hacer la guardia de castillo para proteger a tanta belleza como allí había. Era ya noche avanzada y todos se retiraron a descansar. Durante la madrugada se oyó la voz de un mozo que cantaba bella y emocionadamente. Dorotea, que dormía acompañada de Clara de Viedma, se despertó y junto con Cardenio, se dispuso a oír lo que la canción decía. Los que no tenían dinero para comprar señoríos como en el caso anterior y querían subir peldaños sociales, tenían que hacerlo siguiendo el refrán que vimos en capítulos anetriores: “Iglesia, Mar o Casa Real”. El ascenso más fácil, nos dice Domínguez Ortiz, era por cauces eclesiásticos, pues la Iglesia admitía a todos y en ella podían hacer magníficas carreras. Con el segundo término se solía aludir o bien a los que se dedicaban al comercio marítimo, como a los armadores de buques mercantes. Recordemos que el hermano menor se encuentra en el Perú, es muy rico y ha enviado mucho dinero, tanto al oidor como a su padre. CAPÍTULO XLIII. EL MOZO DE MULAS LE CANTA A CLARA. DON QUIJOTE COLGADO EN LA VENTANA La voz que sonaba en la madrugada se quejaba afligidamente de no ser atendido por su amada. Su canto era tan tierno y melodioso que Dorotea despertó a Clara para que lo oyera. Esta, cuando lo oyó experimentó tal temblor que Dorotea, con gran ternura, le pidió que le explicase lo que le pasaba. Clara contó que se trataba de un joven, dueño de su alma, desde que se vieron la primera vez. Volvió a oírse la canción en la que se decía que iba a porfiar en conseguir el cielo, aunque le sea difícil, cantando una canción que decía: “Que amor sus glorias venda caras, es gran razón y es trato justo, pues no hay más rica prenda que la que se quilata por su gusto, y es cosa manifiesta que no es de estima lo que poco cuesta. Dado que Clara se volvió a echar a llorar, Dorotea quiso conocer la causa de su lloro. Clara le confesó que el mozo de mulas que cantaba, no era tal, sino un vecino suyo, hijo de una noble y rica familia de Aragón, que se había enamorado de ella y ella de él; pero por el decoro con que su padre la criaba, nunca habían podido hablarse, limitándose a comunicarse los sentimientos por medio de en la discordia del campo de Agramante y, viendo la trifulca, dijo: “quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante (Fig. “Lugar en el que hay mucha confusión y en que nadie se entiende”. Agramante es un personaje del Orlando furioso). Todos se tranquilizaron y dejaron de aporrearse, quedándose, hasta el día del juicio, la albarda por jaez, la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote. Los criados de don Luis persistían en que se fuera con ellos, pero como el oidor había hablado con él y con don Fernando, éste llevado de su rango social convenció a los criados de que don Luis lo acompañaría a Andalucía. Estaría bajo la protección de su hermano, pues se negaba a regresar a su casa. Todo transcurría con tranquilidad hasta que uno de los cuadrilleros reconoció a don Quijote como el que había liberado a los galeotes. Quiso apresarlo porque así lo ordenaba una orden y, cogiendo a don Quijote de la camisa, pidió ayuda a sus compañeros de la Santa Hermandad. Don Quijote respondió cogiéndole a él por el cuello. Una vez que don Fernando los soltó, inició don Quijote un discurso justificando lo que había hecho:“¿Saltear de caminos llamáis al dar libertad a los encadenados, soltar a los presos, socorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos?. Con varias preguntas más trató de persuadir a los que querían detenerlo que el caballero andante tiene como ley su espada, por fuero sus bríos y por premáticas (o decretos), su voluntad. CAPÍTULO XLVI. DON QUIJOTE ENJAULADO Los cuadrilleros persistían en llevarse preso a don Quijote, pero el cura se opuso argumentando que don Quijote estaba loco. Esto lo eximía de sus actos, por lo tanto lo deberían dejar en libertad. También arregló el cura el problema de la bacía, para ello le entregó al barbero, a escondidas de don Quijote, ocho reales, considerando saldada la deuda. Consiguió también que Sancho le cambiase la albarda, pero no las cinchas y la jáquimas Los criados aceptaron que don Luis, acompañado de uno de ellos, se marchara con don Fernando. Esto le produjo mucha satisfacción a doña Clara. El ventero, a la vista de que el barbero cobró la bacía, también exigió que se le pagase por los destrozos que don Quijote causó en los cueros de vino. Los abonó don Fernando, también se ofreció a pagarlos el oidor. Zoraida entendió que había llegado el sosiego y todos quedaron tan tranquilos que aquello había dejado de ser el campo de Agramante. Viéndose don Quijote libre quiso continuar con el compromiso que tenía con Micomicona y le rogó que partieran ya, pues tenía ganas de verse con su contrario, ya que “la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo.” Dorotea contestó que quedaba a su disposición. Don Quijote, al argumento de que “en la tardanza está el peligro” le dijo a Sancho que ensillara a Rocinante para salir de inmediato. Sancho, con voz y gesto socarrón, le contestó que por lo que había visto aquella señora que dice ser reina de Micomicona, no lo era más que su madre, pues “andaba hocicándose con alguno de los presentes”. Oído esto, don Quijote, tartamudeando, montó en cólera contra Sancho. Intervinieron Dorotea y don Fernando para decirle que lo perdonara, pues algún encantador le habría hecho ver a Sancho lo que decía. Don Quijote lo perdonó; Sancho contestó que aceptaba lo del encantamiento, pero el manteo que recibió no era cosa de encantadores, sino de gente de la venta. Pasaron dos días y al cura le pareció lógico que deberían volver con don Quijote a su aldea para curarle la locura. Decidió que lo llevarían enjaulado, diciéndole que iba encantado. Aprovecharon que pasaba por allí un carro de bueyes, para pedirle al carretero que le preparase en la carreta una jaula con palos enrejados. Una noche, cuando don Quijote dormía, se cubrieron los rostros y se disfrazaron. Entraron en la habitación de don Quijote y le ataron de pies y manos. Cuando se despertó, creyó estar nuevamente encantado, y las extrañas figuras, fantasmas del castillo. Cuando a hombros lo sacaban del aposento, se oyó una voz que infundía pavor. Era la del barbero, que en lenguaje refinado y extravagante, le anunciaba que aquella aventura terminaría cuando el “león manchado” yaciera con “la blanca paloma tobosiana”, fruto de lo cual nacerían unos bravos cachorros que imitarían al padre. Posteriormente, dirigiéndose a Sancho le dijo que no dejaría de percibir el salario que don Quijote le había prometido. Oído lo anterior, don Quijote dijo sentirse dichoso por la buena profecía que le habían hecho. Respecto a Sancho le pidió que no lo dejara, pues en el supuesto de no poder darle la ínsula prometida, había dejado en su testamento lo que se le debería de entregar. Sancho, le besó las manos. Posteriormente cogieron la jaula en hombros para acomodarla en el carro de los bueyes. CAPÍTULO XLVII. LA SALIDA DE LA VENTA Y LA LLEGADA DEL CANÓNIGO DE TOLEDO Don Quijote, al verse enjaulado en un carro de bueyes, llamó a Sancho para mostrarle su extrañeza, diciéndole que lo que él había leído en los libros de caballerías sobre los caballeros, cuando eran encantados, era que solían ser trasladados, bien en alguna nube o subidos en algún hipogrifo; en cambio iba él subido en un carro de bueyes, moviéndose con gran lentitud. Sancho le contestó que “no era católico” (no era cierto) todo lo que decía. No entendió el sentido don Quijote y respondió que era evidente que no podía ser católico, puesto que eran demonios los que allí iban. Sancho, que notaba el perfume de don Fernando, contestó que de demonios nada, pues estos huelen a azufre y allí se olía a ámbar. Se adelantó la salida para que Sancho no le explicase a don Quijote lo que estaba pasando. El grupo, organizado por el cura, salió de la siguiente manera: abría la marcha el carretero con el carro, don Quijote, sentado en la jaula, con las manos atadas, tendidos los pies y arrimado a la verja; flanqueaban el carro los dos cuadrilleros de la Santa Hermandad, con sus escopetas. Sancho, subido sobre el rucio, tiraba de Rocinante; algo más retrasados, el cura y el barbero sobre sus mulas. La ventera, su hija y Maritornes, fingiendo que lloraban salieron a despedirlo. Don Quijote al verlas llorar quiso consolarlas, diciéndoles que lo que le ocurría era propio de los caballeros andantes importantes, porque los que no lo son les tienen envidia; “pero al final se impondrá la virtud, vencedora de todo trance y dará luz en el mundo como la da el sol en el cielo.”. Después pidió perdón por si algún mal había hecho. Se despidieron también los que en la venta estaban, especialmente don Fernando, que le insistió al cura que le escribiese contándole cómo le iba a don Quijote. Especial despedida tuvo el ventero, pues, ya que no sabía leer, le entregó al cura un cartapacio en el que iba la novela de Rinconete y Cortadillo, junto con la del Curioso impertinente. Después de haber andado dos leguas, la comitiva fue alcanzada por un grupo a cuyo frente venía un canónigo de Toledo. Al verlo de esta manera les preguntó a los cuadrilleros la razón por la que lo llevaban así. Al no saber decirla ellos, Don Quijote le contestó que sólo respondería si sabía algo de la caballería andante. Al decirle el canónigo que la conocía muy bien, don Quijote le dijo que iba encantado en la jaula por la envidia y mala fe de los encantadores, pues “la virtud más es perseguida de los malos que amada por los buenos”. El cura, que lo estaba oyendo, reiteró lo que dijo don Quijote, argumentando que era “el Caballero de la Triste Figura, cuyas valerosas hazañas serán escritas en bronces duros y en eternos mármoles”. Sancho, que se había dado cuenta de todo, le espetó al cura que don Quijote no iba encantado, sino preso, pues los encantados, según él ha oído decir ni comen, ni duermen ni hablan, y su amo “habla más que veinte procuradores”. Le echa en cara al cura lo mal que lo está haciendo, porque “donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni donde hay escaseza la liberalidad”. Después de decirle que por su culpa don Quijote no se ha casado con la princesa Micomicona, comprendía lo que se suele decir: “que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino y que los que ayer estaban en pinganitos (arriba) hoy están por el suelo”. Especialmente lo sentía por sus hijos, que no lo verían entrar en el pueblo “como gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino”. Después de recriminarle el barbero a Sancho que se estaba volviendo como su amo, Sancho le replicó diciendo que “si ínsulas deseo, otros desean cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa (y por el hecho de ser hombre, puedo ser papa); pasa después a decirle que “algo va de Pedro a Pedro”, es decir, no todos somos iguales, por lo tanto, diferencias hay entre él y don Quijote. El barbero no le quiso responder para no descubrirle a don Quijote lo que pasaba. El cura le hizo una señal al canónigo de que se adelantara para explicarle todo lo que pasaba a don Quijote. El canónigo comentó el daño que hacen los libros de caballerías, pues “este género de escritura cae dentro de las fábulas milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente”. Parte del principio de que es agradable aquello que es verosímil y se adapta a la realidad, por lo tanto es desagradable aquello que manifiesta desproporción y falta de realidad. Pone como ejemplo el caso de una batalla en el que se enfrentan el protagonista del libro “contra un millón de competientes …. ¿habemos de entender que el tal caballero alcanzó la victoria por solo el valor de su fuerte brazo?. Pasa a continuación a dar reglas sobre cómo escribir: “Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verosimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfección de lo que escribe”. A pesar de todo lo anterior, dijo que la materia era adecuada para un buen escritor, siempre que describiera bien el ambiente y las cualidades del protagonista, no perdiendo nunca el fin de los escritos: “enseñar y deleitar juntamente”. CAPÍTULO XLVIII. OPINIONES DEL CANÓNIGO SOBRE EL TEATRO Tomó la palabra el cura para decir que se debería reprender a los que escriben libros de caballerías sin tener en cuenta las reglas del arte. El canónigo le reveló que él mismo tuvo la tentación de escribir un libro de caballerías y que incluso llegó a tener escritas más de cien hojas, que incluso se las dio a leer a personas entendidas y a ignorantes, gustándoles a todos, pero que no siguió adelante por no ser cosa de su profesión y por ser mayor el número de ignorantes que el de entendidos que las celebraban, y no quería someterse al juicio del vulgo. Pasa a continuación a criticar la teoría dramática que se está imponiendo, en alusión al Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega. Divide las comedias en “imaginadas e históricas”; unas y otras se caracterizan por los disparates que dicen y la falta de verosimilitud. Estas comedias que ahora se representan no guardan las tres unidades: lugar, tiempo y acción; están llenas de anacronismos y atribuyen verdad histórica a lo que es puramente imaginado. Estas obras les gustan al vulgo; sus autores las escriben y los actores las representan porque les dan dinero. No obstante, hay comedias que siguen las reglas del arte. Se refriere a la Isabela, La ingratitud vengada, La Numancia, El Mercader amante y La enemiga favorable. Las que se escriben de acuerdo con las reglas del arte, muy pocos las entienden, y no se venden. La razón anteriormente dicha: escribir un libro de caballerías, de acuerdo con las normas del arte, no sería vendible. Por eso él dejó de escribirlo, pues le pasaría como “al sastre del cantillo” ( “de la esquina, que cosía de balde y ponía el hilo”). El cura es de la misma opinión que el canónigo, y parte de la siguiente premisa: “la comedia, según le parece a Tulio, (debe ser) espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplo de necedades e imágenes de lascivia”. Pone ejemplos que demuestran que las comedias que se representan no respetan las tres unidades. Las de tema religioso tampoco dicen la verdad. Los extranjeros, al ver con qué descuido hacemos nuestras comedias, sin guardar las leyes de las mismas, nos toman por bárbaros e ignorantes. A partir de los argumentos anteriores considera que en las repúblicas bien ordenadas, el fin principal del teatro es “entretener a la comunidad”, pero esto se conseguiría mejor con buenas comedias que critiquen el vicio y ensalcen la virtud. Pone el ejemplo de autores perfectamente dotados para por su belleza. Su fama se extendió por todas partes; su padre miraba por ella, y ella por sí misma, puesto que “no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que las del recato propio”. La riqueza del padre y las cualidades de la hija provocaron que fueran muchos los pretendientes que tenía; pero especialmente había dos con más posibilidades: Anselmo y Eugenio (el cabrero que cuenta la historia). El padre no se pronunciaba por ninguno de los dos, pues cumplía con su obligación: dejar que Leandra, su hija, escogiera de acuerdo con su voluntad. Por esta época llegó a la aldea un joven soldado, se llamaba Vicente de la Roca y era hijo de un labrador pobre. A los doce años se marchó con un capitán que por allí pasó. Regresó después de doce años, vestido a la soldadesca. Aunque sólo tenía tres trajes, los combinaba con arte y aparentaba que tenía un gran vestuario. Se adornaba con plumas, se colgaba dijes y contaba fantasiosas aventuras. Era muy fanfarrón, decía que había matado más moros que hay en Marruecos y en Túnez, juntos. Se las daba de poeta y componía romances de cualquier cosa que pasase. De este Vicente de la Roca se enamoró Leandra y como “en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama”, se marcharon los dos, llevándose ella muchas joyas de casa de su padre. Todos quedaron impresionados, especialmente Anselmo y Eugenio; su padre triste y sus parientes afrentados. Los buscó la justicia. Se encontró a Leandra a los dos días, semidesnuda en una cueva. Según ella, Vicente la había engañado y la había robado. Reiteró varias veces que no le había quitado el honor; solamente le robó las joyas y el dinero que llevaba. El mismo día que apareció Leandra, su padre la encerró en un monasterio. Todos opinaron del asunto: unos decían que había sido debido a su poca edad; otros, a causa de su desenvoltura. Todos los pretendientes quedaron desconsolados, pero especialmente Anselmo y Eugenio. Ambos se hicieron pastores; vagaron con sus rebaños por los valles y montes vecinos y juntos con otros que también sufrieron el desengaño, convirtieron el lugar en una pastoral Arcadia en la que por todas se oye el nombre de la hermosa Leandra. Está en boca de todos: unos la maldicen y otros la perdonan; pero todos las deshonran y todos la adoran. CAPÍTULO LII. EL ENFRENTAMIENTO CON LOS DISCIPLINANTES. LLEGADA DE DON QUIJOTE A SU ALDEA A todos les gustó el relato del cabrero Eugenio. El canónigo resaltó que el cura había dicho la verdad cuando dijo que los montes criaban letrados. Don Quijote se le ofreció para ayudarle a sacar a Leandra del monasterio, cumpliendo con su misión de favorecer a los necesitados. El cabrero, que desconocía a don Quijote, quedó confundido al oírlo y ver el aspecto que tenía. Por este motivo preguntó quién era. El barbero se lo explicó, diciéndole que era don Quijote de la Mancha. El cabrero respondió que por su forma de hablar “debía tener vacío los aposentos de la cabeza”. Don Quijote se sintió molesto y le contestó diciendo que tenía mejor cabeza que jamás tuvo “la muy hideputa puta que os parió”. No se quedó en esto don Quijote, sino que cogiendo un pan se lo lanzó al cabrero a la cara. Se enzarzaron en un remolino de mojicones y quedaron los dos con las caras ensangrentadas. Los que los miraban se reían y los azuzaban, sólo Sancho quería intervenir para ayudar a su amo, pero un criado del canónigo se lo impedía. Estando en la refriega oyeron el sonido triste de una trompeta. Don Quijote le pidió al cabrero que detuvieran la pelea por una hora, dado que podría haber algún necesitado de sus favores. Prestaron atención y vieron una procesión de hombres vestidos de blanco, a modo de disciplinantes que imploraban al cielo que lloviese. Los disciplinantes traían en procesión una imagen de la Virgen María, vestida de negro. Don Quijote pensó que llevaban a una señora secuestrada y llamando a Rocinante, cogió su armadura y, haciendo caso omiso a todos, que le pedían que se parase, tomando la espada, se plantó delante de ellos y les dijo que dejasen en libertad a la hermosa y triste dama, que tanto iba sufriendo. Los disciplinantes cuando lo oyeron empezaron a reír. Esto enfureció más a don Quijote y, cogiendo la espada se dirigió contra ellos. Uno de los que llevaban las andas en las que iba la Virgen, se enfrentó a don Quijote con la horquilla en la que descansaban las andas. Don Quijote se la partió con la espada, pero con el trozo de horquilla que le quedó le dio tal palo a don Quijote en el hombro que cayó al suelo como un muerto. Todos los que acompañaban a don Quijote, corrieron a socorrerlo. La procesión de los disciplinantes, al verlos venir, creyeron que iban a por ellos; se aglutinaron en torno a la virgen. Los disciplinantes alzaron los capirotes y empuñaron las disciplinas; los clérigos, los cirios. Estando los dos batallones enfrentados, uno de los curas conoció a otro. Pronto, uno le dijo al otro quién era don Quijote. Sancho realizó una lamentación a don Quijote, diciéndole ¡Oh humilde entre los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros…imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!. Con las voces y gemidos, revivió don Quijote y le pidió a Sancho que lo pusiese en el carro encantado porque iba malherido y no podía subir sobre Rocinante, esperando poder realizar otra salida que fuera de más provecho. Todos se volvieron a poner en marcha. Los disciplinantes continuaron en su procesión. Los acompañantes de don Quijote se separaron, pidiéndole el canónigo al cura que le informase de la salud de don Quijote. Continuó el carro con don Quijote. Llegaron a su aldea a los tres días; era domingo y todos se apresuraron a ver lo que el carro traía. Un muchacho se lo dijo al ama y a la sobrina, éstas, con lágrimas y gritos, lanzaban maldiciones a los libros de caballerías. También llegó la mujer de Sancho y de inmediato le preguntó por los regalos que les traía a ella y a su hija. Sancho le contestó que se sentía muy orgulloso de ser escudero de un caballero andante. Que en la próxima salida esperaba poder hacerla condesa u ofrecerle alguna ínsula. Al desconocer ella el significado, Sancho le contestó que “no es la miel para la boca del asno”. A don Quijote lo llevaron a su casa. El cura les pidió al ama y a la sobrina que procurasen que no se volviese a escapar. A su vez volvieron a maldecir a los libros de caballerías y a sus autores. El ama y la sobrina se imaginaron que cuando don Quijote sanase se volvería a marchar. El autor de la historia quiso indagar en los hechos de la tercera salida, pero sólo pudo hallar vagas noticias en unos pergaminos encontrados en una caja de plomo en poder de un médico. SEGUNDA PARTE DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA. PRÓLOGO Inicia Cervantes su prólogo, diciéndole al lector que probablemente espere expresiones de rabia y vituperios contra el autor del segundo don Quijote, pero él no va a caer en esa tentación, porque “los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla”…”castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo halla” ( Estas tres frases significan lo mismo: “allá él, él sabrá lo que hace” ) Se queja de que el autor lo mote de viejo, manco y envidioso. Respecto a lo primero contesta “como si hubiese sido en mi mano detener el tiempo”. ..”hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años”. Tocante a lo segundo, que su manquedad no ha nacido en una taberna, sino “en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”. Referente a lo tercero, “de dos envidias que hay, yo sólo conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada” Dice que no se siente agraviado por ese autor, pues comprende que a veces el demonio puede hacerle creer a un hombre que puede escribir un libro con el que ganar fama y dinero. Para ilustrarlo le cuenta dos cuentos de locos. Uno cogía un perro y con un canuto, lo inflaba, preguntándoles después a los circunstantes: “¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?. ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?. El otro lanzaba piedras sobre los perros, en una de las ocasiones lo vio el dueño de uno y cogiendo una vara, no le dejó al loco un hueso sano, diciéndole “¿No vistes cruel que era podenco mi perro?. Desde ese momento, el loco cuando veía un perro, decía “Éste es podenco, ¡guarda!”. De la misma manera, cree Cervantes que le puede ocurrir a ese autor, que no descargue más su ingenio en libros, pues le salen malos y “más duros que las peñas”. Por último, respecto a que con su falso Quijote le va a quitar ganancias en las ventas, le dice que no le importa, pues tiene la protección del Conde de Lemos y la caridad del ilustrísimo de Toledo; a estos dos príncipes les está agradecido por su ayuda, pues “la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por consiguiente, favorecida. Continúa diciendo que la segunda parte que le da al lector es cortada del mismo artífice y del mismo paño que la primera.”. Dado que “la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo” quiere presentar un Quijote “dilatado” y finalmente muerto y sepultado, para que ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO I EL CURA Y EL BARBERO CONVERSAN CON DON QUIJOTE SOBRE SU ENFERMEDAD Sigue diciéndonos Benengeli en la segunda parte y tercera salida de don Quijote que el cura y el barbero llevaban sin verlo un mes, pero no por eso dejaban de interesarse por él, pues con frecuencia les preguntaban al ama y la sobrina. Dado que ellas les decían que les parecía que estaba curado, fueron a verlo, procurando no hablarle de nada que se refiera a la caballería andante. Encontraron a don Quijote sentado en la cama, vestido con una almilla verde y un bonete colorado. Tan delgado que parecía amojamado. Le preguntaron por su salud y contestó con discreción. También la mantuvo cuando en la conversación sacaron el tema de la “razón de estado” o modos de gobierno. En la conversación, el cura sacó el tema político, en concreto que el Rey se tenía que volver a enfrentarse con los turcos. Cuando esto lo oyó don Quijote aseguró que él podría sugerirle a su Majestad cómo resolver la situación. Tanto el cura como el barbero pensaron que don Quijote volvería a dar muestras de su locura. El barbero quiso saber los arbitrios o consejos que don Quijote le daría al Rey. Después de prometerle que lo que dijera no saldría de aquella habitación para que otros no se llevaran el mérito, dijo don Quijote que la solución estaba en reunir unos cuantos caballeros andantes. Ellos habían dado prueba de que uno solo era capaz de enfrentarse a un ejército de doscientos mil hombres. El ama y la sobrina manifestaron ante ellos, que don Quijote deseaba regresar a la caballería andante, a lo cual replicó él que “Caballero andante he de ser hasta morir…y digo que Dios me entiende”. A propósito de lo anterior contó el barbero el siguiente cuento: En un manicomio de Sevilla, había un loco, licenciado en cánones por Osuna, que escribió reiteradas cartas al arzobispo, diciéndole que se encontraba curado. Si permanecía en el manicomio era porque tenían interés sus familiares de que permaneciera allí para poder heredar su hacienda. Con este mismo propósito le daban dinero al rector del manicomio. El arzobispo mandó un capellán para que se interesara por el caso. Cuando se lo dijo al rector, éste contestó que el tal graduado estaba loco. Quiso el cura comprobarlo; mantuvo una correcta conversación con él y mandó que lo pusiesen en libertad. Cuando se vistió y fue a despedirse de los otros locos, les habló con mucha cordura, diciéndoles que tuviesen confianza en Dios, que lo mismo que a él lo había curado los curaría a ellos; a uno de ellos lo animó con las siguientes palabras: “Todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire. Esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte”. Cuando esto oyó uno de los que allí estaban contestó que si a ese lo sacaban, él, que era Júpiter, castigaría a la ciudad con tres años de sequía. A esto, el graduado, cogiendo al capellán de la mano le dijo que no se preocupara, que él, que era Neptuno, llovería tanto como quisiese. Oído lo anterior, y bastante avergonzado, el capellán contestó que en otra ocasión volvería a por él. Don Quijote se dio por aludido y, enfadado por haber sido mal interpretado, se dirigió al barbero como ¡Ah, señor rapista, señor rapista! “ Y cuán ciego es aquel que no ve por tela de cedazo! ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de satisfacerse aunque no sea lo que más le guste a uno). Critica don Quijote que se hayan intercalado en la obra novelas y cuentos, pues sólo con sus pensamientos se hubiera hecho una gran obra filosófica, ya que “para componer historias y libros, de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento. Decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la del bobo…La historia es cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos”. Pasa la conversación entre don Quijote y Sansón a criticar las obras impresas. Según el último, los escritores importantes “son envidiados por aquellos que se entretienen en juzgar los escritos ajenos sin haber dado algunos propios a la luz del mundo”. Sale don Quijote en defensa de los críticos literarios, contestándole Sansón Carrasco que ”los tales censuradores deberían de ser más misericordiosos y menos piadosos…es grandísimo el riesgo que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal que satisfaga y contente a todos los que le leyeren”. Sobre los otros defectos apuntados, en los que se hace referencia a Sancho, éste no quiere entrar en la conversación porque tiene hambre y se marcha a su casa a comer. Don Quijote invita a su mesa a Sansón Carrasco. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO IV. SANCHO Y EL BACHILLER ALIENTAN A DON QUIJOTE A BUSCAR NUEVAS AVENTURAS En el capítulo anterior, el bachiller quiso saber quién era el autor del hurto del rucio de Sancho. Este se había marchado a su casa sin decirlo. Cuando regresó le dijo al bachiller que el autor del robo fue Ginés de Pasamonte. Se lo robó una noche cuando dormían en Sierra Morena, después de que se escondieron, cuando huían de la Santa Hermandad. Lo recuperó cuando acompañaba a la princesa Mitomicona. Iba Ginés en el rucio disfrazado de gitano. Respecto a la segunda pregunta que hizo el bachiller: qué fue de los escudos que Sancho encontró, éste contestó que los gastó en favor de su persona, de su mujer y de sus hijos, a cambio de los muchos palos que recibió; razonando, a continuación, que “cada uno meta la mano en su pecho y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco, que cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces” Quiso saber don Quijote si habría una segunda parte, le contestó Sansón que unos opinaban que “Nunca segundas partes fueron buenas”, mientras que otros sí la esperaban; sin embargo, movido por el interés, si el autor encontraba material para su historia, seguro que la escribirá. Sancho, que lo oyó, le dijo que si buscaba el dinero, sería difícil que acertara, pues “las obras que se hacen aprisa nunca se acaban con la perfección que requieren”; continúa diciendo que se fije bien el autor en lo que escribe, que ya le darían ellos motivos para escribir, pues si piensa que “nos dormimos aquí en las pajas” (no hacemos nada), “ténganos el pie al errar y verá del que cosqueamos” (Haga por conocernos y verá quiénes somos). A continuación le pide a don Quijote que vuelvan a salir y a retomar las aventuras. Relinchó Rocinante y tomándolo don Quijote por buen agüero, le pidió parecer al bachiller de cuál sería el mejor sitio para ir. Este le contestó que a Zaragoza, donde se celebraban unas justas en las que “podría ganar gran fama entre todos los caballeros aragoneses, que sería ganarla entre todos los del mundo”. A continuación, le alabó su determinación de ir y le dijo que se cuidase, pues su vida le pertenecía a los muchos que lo necesitaban. Sancho, tomando como referencia la frase que le había oído a don Quijote: “entre los extremos de cobarde y de temerario está el medio de la valentía”, puntualizó que su señor había sido demasiado osado en sus aventuras y debía ser más moderado. Le advierte a don Quijote que si se digna en llevarlo con él, se limitaría a serle buen escudero y a cuidarlo, pero no a pelear contra nadie. Si después de todo le da una isla, la recibirá con agrado, pues “cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla” y “cuando viene el bien, mételo en tu casa”(Los dos dicen lo mismo: hay que aprovechar las ocasiones cuando se presentan). Después de elogiarle el bachiller lo bien que habla, le dice que don Quijote no le dará una isla, sino un reino. Sancho contesta que “Tanto es lo demás como lo de menos” (Tan malo es pasarse como quedarse corto), aunque él siempre sería Sancho; a esto contesta el bachiller que “Los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió) Por último le pide don Quijote al bachiller que componga unos versos que traten de la despedida que le pensaba hacer a Dulcinea del Toboso. Le pide que no diga a nadie nada, pues saldría dentro de unos días. Sancho se marchó para preparar las cosas necesarias para la partida. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO V. SANCHO Y TERESA RAZONAN SOBRE LAS VENTAJAS E INCONVENIENTES DE ASCENDER EN LA CLASE SOCIAL Sancho ha ido a su casa a decirle a Teresa que va a iniciar con don Quijote su tercera salida. Los razonamientos de Sancho dictan bastante de lo que de él se conoce: algunos de ellos dan la impresión de ser una persona culta. Por esta razón, dice el traductor de la historia que parece apócrifa. Sancho llegó alegre y contento a su casa, tanto que su mujer le preguntó por qué ocurría eso. Este contestó que si por una parte iba contento, por otra se sentía triste, pues tenía que dejar a los suyos para emprender la tercera salida con don Quijote; pero esto era el precio que tenían que pagar los pobres si querían progresar en la vida. A él no le gustaba, pero no había más remedio. Le pide que en los tres días que quedan que cuide bien del rucio, pues les esperan difíciles jornadas. Sin embargo, la esperanza de verse gobernador de una ínsula lo merecía todo. Dado que Sancho insistía en ser gobernador, su mujer lo tranquilizó diciéndole que no se preocupase tanto por ascender en la sociedad, pues eran mucho los que pensaban desde el refrán: “ Viva la gallina, aunque sea con su pepita”(Es mejor vivir, aunque sea con dificultades, que no pasarlo mal por querer mejorar). Le dice que son muchos los que viven sin gobiernos y no por eso dejan de ser personas; el pobre tiene una ventaja: puede adaptarse a todo; lo explica con el refrán: “La mejor salsa del mundo es el hambre; y como ésta no falta en los pobres, siempre comen con gusto”. Sin embargo, Teresa tampoco pierde la esperanza y le dice que si llegara a ser gobernador, que se acuerde de Sanchico, que tiene que ir a la escuela si su tío el abad le ha de dar entrada en la Iglesia. También de su hija Mari Sancha, que quiere casarse y “mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada”. Insiste Sancho en que cuando sea gobernador casará a su hija con uno de este estado; sin embargo, Teresa se opone, argumentando que el casarla con uno de posición superior, le traerá problemas. Lo más tranquilo, según ella es casarla con uno de su misma condición social, según el refrán “Al hijo de tu vecino, límpiale las narices y mételo en tu casa” (Casa a tu hija con uno de su misma clase). Sancho, que se ve gobernador, despotrica contra Teresa por no tener miras más altas, y argumenta que “el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa”. Sigue Sancho insistiendo en que cuando él sea gobernador, toda la familia mejorará en su condición social, pero Teresa opina lo contrario. Quiere ser como le llaman “Teresa Panza”, pues como dice el refrán “allá van reyes do quieren leyes” (allá van leyes, donde quieren reyes: los poderosos imponen la ley; da entender que así la bautizó su padre y así seguirá ella, sin ningún tipo de don). Persiste Teresa en sus ideas y dice que ni ella ni su hija se moverán de su aldea, de acuerdo con el refrán “la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta”. Sancho le replica que no ha entendido nada; que lo refranes que ha dicho no vienen a cuento y que solamente aspira a que su hija tenga una buena posición social. Al preguntarle que por qué se opone a esto, contesta Teresa que el refrán “!Quién te cubre, te descubre!”, lo dice todo (Quien te encumbra socialmente hace posible que se vean tus deficiencias). Sancho también persiste en su idea, argumentando que ha oído decir que lo importante es el aspecto que presentamos en el presente: “Todas las cosas presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas”. De lo anterior concluye que si la persona viste bien y es cortés y educada, nadie se acordará del “borrador de su bajeza”. Le corrige a Teresa varias prevaricaciones idiomáticas y después de decirle que le mandará dinero cuando sea gobernador, se marcha a ver a don Quijote “para dar orden en su partida”. CAPÍTULO VI. RAZONAMIENTOS DE DON QUIJOTE SOBRE LAS VIRTUDES DEL CABALLERO Y LOS LINAJES SOCIALES El ama y la sobrina se proponían que don Quijote no volviera a salir, pero “todo era predicar en el desierto y majar en hierro frío”. Argumenta el ama que si no sienta la cabeza y se queda en su casa, que se ha de quejar a Dios y al rey para que ponga remedio. A esto último contesta don Quijote que “si yo fuera rey me excusara de responder a tanta infinidad de memoriales impertinentes como cada día le dan, que uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados a escuchar a todos y a responder a todos”. Le pregunta el ama que por qué no se queda en la corte a servir a su rey, siendo un caballero. A esto responde don Quijote que “no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesano pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo, y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies, y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser”. Después de decirle que los príncipes deben estimar más a los últimos por ser necesarios para el reino, intervino la sobrina para decir que todas esas historias de caballerías son fábulas y mentiras y deberían llevar “un sambenito”, como prueba de su falsedad. A lo anterior le reprocha don Quijote que los que son buenos, como Amadís, te hubieran perdonado; pero no todos pueden estar “al toque de la piedra de la verdad” (no todos son buenos). “Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos: aquellos se levantan o con la ambición o con la virtud, éstos se abajan o con la flojedad o con el vicio”. Elogia la sobrina el ingenio de su tío, pero no acaba de comprender por qué se hace llamar caballero, cuando en realidad no lo era ¡“porque aunque lo puedan ser los hidalgo, no lo son los pobres…! Don Quijote les contesta al ama y a la sobrina que “a cuatro suertes de linajes (…) se pueden reducir todos los que hay en el mundo, que son éstas: unos, que tuvieron principios humildes y se fueron extendiendo y dilatando hasta llegar a una suma grandeza; otros, que tuvieron principios grandes y los fueron conservando y los conservan y mantienen en el ser que comenzaron; otros, que, aunque tuvieron principios grandes, acabaron en punta, como pirámide, habiendo disminuido y aniquilado su principio hasta parar en nonada, como lo es la punta de la pirámide, que respecto de su basa o asiento no es nada; otros hay, y éstos son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán el fin, sin nombre, como el linaje de la gente plebeya y ordinaria”. Pone ejemplos de cada uno de ellos para terminar diciendo que los linajes grandes e ilustres “lo muestran en la virtud y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será viciosos grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo, que al poseedor de riquezas no le hace dichoso el tenerlas (…) , sino el saberlas bien gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso, no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo caritativo”. Vuelve la sobrina a alabar las cualidades de don Quijote y, en ese momento llegó Sancho Panza. Don Quijote salió a recibirlo. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO VII. SANCHO TRATA DE CONSEGUIR UN SUELDO FIJO POR SERVIR A DON QUIJOTE Cuando llegó Sancho, don Quijote se encerró con él en su aposento. El ama sospechó de inmediato que se volvería a marchar y fue a decírselo al bachiller para que viniera y lo persuadiera a no irse Cuando llegó a casa del bachiller le dijo que don Quijote se disponía a emprender su tercera salida: “mi amo se sale”, le dijo el ama. Se sale “por la puerta de su locura”. El socarrón del bachiller le dijo que regresara a su casa, preparara una buena comida y posteriormente iría él. edificar palacios en callejuelas. Don Quijote, que se dio cuenta de la ironía le contestó: “Tengamos la fiesta en paz” (No compliquemos más la situación) y “No arrojemos la soga tras el caldero” (No llevemos las cosas al límite). Sancho, que entendió las palabras de don Quijote, le dijo que le era imposible llevarlo a casa de Dulcinea, pues es de noche y antes la vio sólo una vez. Parece más lógico que sea don Quijote que la ha visto miles de veces. Don Quijote le contesta que sólo la conoce de oídas, replicándole Sancho que ni él la había visto ni don Quijote tampoco. Lo toma don Quijote por una burla y le advierte que “Tiempos hay de burlar y tiempos donde caen y parecen mal las burlas”. Iban con esta conversación cuando oyeron a un mozo de mulas que iba cantando un romance . Don Quijote lo tomó por signo de buen agüero y le preguntó que si conocía dónde estaba el palacio de Dulcinea. Le contestó que llevaba poco tiempo allí y estaba “sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo”. No conocía tal palacio, aunque sí había oído que en el pueblo vivían señoras principales. El día llegaba, Sancho se dio cuenta de que don Quijote se estaba poniendo triste y le sugirió que lo mejor es que salieran al campo, se emboscase don Quijote en alguna floresta y él volviera al Toboso a buscar el palacio. Le pareció bien a don Quijote. Sancho se alegró porque evitó hablar del engaño de la respuesta a la carta que don Quijote le mandó a Dulcinea cuando estaba en Sierra Morena. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO X. DON QUIJOTE ENCUENTRA ENCANTADA A DULCINEA En este capítulo nos advierte el narrador que el autor mismo se asombra de las locuras que cometió don Quijote, pero para ser fiel a la verdad, las cuenta como las vio, porque la verdad adelgaza y no quiebra, (la verdad prevalece por encima de todo) y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua”. Tras esconderse en la floresta, se dirigió don Quijote a Sancho, llamándolo “hijo” y “amigo”. Le mandó volver al Toboso, presentarse a Dulcinea y suplicarle que se dejara ver “de su cautivo caballero”. Le advierte que se fije bien en cómo lo recibe, así como las reacciones que tiene cuando oiga su nombre, pues has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes las acciones y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores se trata son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en el interior del alma pasa”. Al darse cuenta de que don Quijote se sumergía en una triste soledad, Sancho lo animó, argumentándole que si no tuvieron suerte de ver anoche el palacio, pudiera ser que se lo encontrara hoy, en su embajada, por lo tanto debía quedarse animoso pues “buen corazón quebranta mala ventura” ( el ánimo ayuda a superar las dificultades) y añade otros refranes para apoyar su suerte: “donde hay tocinos, no hay estacas” (donde se piensa que hay tocinos, no hay ni estacasdonde colgarlos (las apariencias engañan). “Donde no piensa, salta la liebre” (las cosas ocurren cuando menos se esperan). Sancho vareó su rucio y se dirigió al Toboso, pero nada más darse cuenta de que don Quijote no lo veía, se sentó debajo de un árbol y empezó a reflexionar sobre lo ilógico de su viaje, diciéndose que no tenía sentido, pues ni él ni don Quijote la habían visto jamás, que lo único que podía obtener eran problemas, como dicen los refranes para estos casos: “ándeme yo buscando tres pies al gato” (buscar complicaciones donde no las hay); “así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o albachiller por Salamanca” ( es difícil buscar a alguien entre una muchedumbre ). Con sus reflexiones, Sancho llegó a la conclusión de que como don Quijote estaba loco, aunque él no le iba a la zaga, de acuerdo con los refranes: “Dime con quién andas, decirte he quien eres”, y el otro de “No con quien naces, sino con quien paces” (en la vida influyen más las compañías que el origen de cada uno)-, lo mejor sería engañarlo, haciéndole ver que cualquier labradora que pasase era Dulcinea. Al rato de estar allí, vio que venían del Toboso tres aldeanas, subidas en sus borricas. De inmediato se fue a donde estaba don Quijote. Le dijo Sancho que el viaje le había ido muy bien, tanto era así que Dulcinea en persona, acompañada de dos doncellas, venía a verlo. Le describió Sancho, con ciertas prevaricaciones lingüísticas, corregidas por don Quijote, que las aldeanas venían subidas en cananeas por hacaneas (jacas de reinas y grandes señoras) Don Quijote salió bastante turbado a verla, pero se encontró con tres rústicas aldeanas subidas en sus borricas. Sancho continuó con la patraña y le insistió en que era Dulcinea y, cuando se aproximaban, cogió el cabestro de una de las aldeanas y parándolo, se puso de rodillas, presentándole pidiéndole al “asenderado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura”. Don Quijote, sin decir palabra, con ojos desencajados y vista turbada, mirando a la moza carirredonda y chata, se postró de hinojos junto a Sancho. Las aldeanas pidieron que se apartaran, pero como insistió Sancho en que se ablandara viendo a don Quijote como estaba, otra de las aldeanas dijo “¡Jo, que te estrego, burra de mi suegro!” ( Según Clemencín, “Se aplica a los que se niegan a recibir el bien que se les quiere hacer, a manera de la bestia que resiste los halagos de quien la rasca. En boca de nuestra labriega es irónico, y tilda la inoportunidad del obsequio con que se la detenía”). A continuación, picó a la borrica, ésta se espantó y descabalgó a la moza. Acudieron don Quijote y Sancho a ayudarlas, pero ésta se negó y, tomando carrera, de un salto se sentó a horcajadas. Se quejó don Quijote de su mala suerte, diciendo “yo nací para ejemplo de desdichados y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asesten las flechas de la mala fortuna”. Continúa lamentándose de que cuando la quiso subir en lo que a Sancho le parecía hacanea y a él borrica, olía a ajos crudos. Sancho despotrica contra los encantadores por haber cambiado a Dulcinea y no haberle dejado ver a don Quijote las perlas de los ojos, los cabellos de oro purísimo y su silla a la jineta. Se volvió a lamentar don Quijote por no haber podido ver lo que Sancho decía. Este se contenía la risa al oír las sandeces de su amo. Continuaron con estas razones y subidos en sus cabalgaduras, se dirigieron a Zaragoza. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XI. LA CARRETA DE "LAS CORTES DE LA MUERTE" Iba don Quijote, subido en Rocinante, triste y pensativo por el encantamiento de Dulcinea. El caballo deambulaba de un sitio a otro. Sancho, para animarlo le dijo: “-Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte”. Se sentía don Quijote culpable de la desgracia del encantamiento de Dulcinea. Le reprochaba a Sancho lo mal que describió su hermosura y éste le contestó que tal belleza lo turbó, tanto como a él su fealdad, “Pero encomendémoslo todo a Dios, que Él es el sabidor de las cosas que han de suceder en este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería”. Le dice Sancho que le preocupa el estado de Dulcinea, porque los vencidos por don Quijote que tuvieran que presentarse ante ella, no la reconocerán. Don Quijote le replica que quizá para ellos no haya sufrido transformación alguna la belleza de Dulcinea, teniéndola sólo para él y Sancho. Este le contesta que hay que pasarlo bien, “dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor médico de estas y de otras mayores enfermedades”. No pudo don Quijote seguir el diálogo con Sancho porque se les cruzó una carreta, conducida por un demonio y en la que iban la Muerte, un ángel, el emperador, Cupido y “un caballero de punta en blanco”, (preparado para entrar en combate), y otras figuras. Todas ellas iban con la clara descubierta. Don Quijote, que en un principio se impresionó, reaccionó después y deteniendo a los de la carreta, les conminó a que le dijeran quiénes eran. El que la conducía le explicó que eran una compañía de comediantes, que habían representado el auto de Las Cortes de la Muerte y, por tener que representarla esa tarde en un pueblo vecino, ni siquiera se habían desvestido. Le contestó don Quijote que creía que se le presentaba otra nueva aventura, añadiendo que “ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”. Se pone a su disposición y añade que “desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”. Uno de la compañía, el bojiganga, empezó a danzar delante de Rocinante y a dar con unas vejigas de vaca en el suelo. Rocinante se espantó, salió huyendo y dio con d0on Quijote en tierra. Sancho acudió en su ayuda y dejó el rucio; el comediante se subió y salió huyendo con el rucio hacia donde iban a realizar la fiesta. Cuando llegó a donde estaba don Quijote le dijo que el diablo se había llevado el rucio. Don Quijote subió en Rocinante y salió en persecución de los cómicos, reclamando el rucio de Sancho. Después de que el payaso se tiró del rucio por imitar a don Quijote, no se pudo subir y el rucio regresó. Sancho advirtió a don Quijote que no se enfrentara a los comediantes, diciéndole que “nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida”. Como salió detrás de ellos, desafiándolos, los comediantes se tiraron del carro, cogieron piedras y puestos en combate se dispusieron a recibir a don Quijote. Sancho que vio la que se avecinaba, desaconsejó a don Quijote en su aventura. Argumentó que los oponentes no eran caballeros andantes. El argumento anterior lo convenció, contestándole a Sancho que debería ser él el que se enfrentara. Este contestó que “ No hay para qué, señor (…) tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios”. Don Quijote elogió el consejo y lo aceptó por “bueno, discreto, cristiano y sincero”. Dieron la vuelta y los comediantes de la carreta de la Muerte continuaron su viaje. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XII. EL TEATRO Y LA VIDA. APARECE EL CABALLERO DEL BOSQUE Después de dejar a los comediantes, don Quijote y Sancho pasaron la noche debajo de unos frondosos árboles. En la conversación que mantuvieron mientras cenaban, Sancho se sentía contento de haber seguido el refrán de “más vale pájaro en mano que buitre volando (no hay que dejar lo seguro por cosas mejores, pero dudosas). Le había dicho a su señor que prefería las crías de las tres yeguas antes que los despojos de la primera aventura. Don Quijote le contestó que si hubiera perseguido a los comediantes le habría conseguido la corona de la emperatriz; a esto respondió Sancho que “Nunca los cetros y coronas de los emperadores farsante fueron de oro puro, sino de oropel o hoja lata”. Don Quijote elogia la reflexión de Sancho y añade que es lógico que así sea, pues todo es una comedia y “todos (los que las representan y los que las componen) son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso por delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes”. Sigue don Quijote explicando la imagen del mundo como un teatro, en el que cada uno hace su papel, pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y todos quedan iguales en la sepultura”. Sancho añade que también se puede comparar el mundo con una partida de ajedrez, pues todas las fichas acaban al final en la misma bolsa. Elogia don Quijote la comparación y la discreción de Sancho. Este contesta que la discreción se le ha pegado de él, pues “las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas vienen a dar buenos frutos”. A continuación explica la metáfora: su ingenio era estéril, pero las conversaciones mantenidas con él y el tiempo que lo lleva acompañando, están dando como resultado las palabras que oye. Se rio don Quijote del razonamiento de Sancho, el cual lo iba alternado con decir refranes, vinieran o no a cuento. Antes de echarse a dormir, Sancho dejó en libertad al rucio. De inmediato, los animales, que se tenían gran amistad, se juntaban a para rascarse mutuamente. Tal amistad debe ser ejemplo para los hombres, que no se la saben guardar, como dicen los versos: No hay amigo para amigo: / las cañas se vuelven lanzas ( Lo que empezó como un juego acabó mal), o bien este otro: “De amigo a amigo, la chinche, etc” (No hay que fiarse de los que se llaman amigos). Continúa el narrador explicando las enseñanzas que los hombres han recibido de los animales. Terminaron los dos por coger el sueño, pero al poco, oyó don Quijote un ruido: eran dos hombres que el desmontaban de sus caballos. Uno de ellos se dejó caer en la yerba y, al ruido de las armas, comprendió que era un caballero andante. Despertó a Sancho y pronto oyeron que el “Caballero del del bachiller Sansón Carrasco. Cuando Sancho lo vio se dio cuenta de que era su vecino y compadre Tomé Cecial, que para cambiar de aspecto se había puesto unas narices de pasta y barniz. Don Quijote obligó al de los Espejos a que confesara que Dulcinea aventajaba en belleza a Casildea de Vandalia, a que iría al Toboso y se pondría a su disposición. Confesado lo anterior, lo ayudaron a levantarse don Quijote y Tomé Cecial. Finalmente, el de los Espejos y su escudero se apartaron para sobreponerse del enfrentamiento. Don Quijote y Sancho se dirigieron a Zaragoza. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XV. EXPLICACIÓN DE LA LOCURA DEL CABALLERO DE LOS ESPEJOS Y DE SU ESCUDERO Don Quijote iba contento por haber vencido al de los Espejos, pero especialmente porque esperaba que volviese y le contase si seguía Dulcinea encantada; sin embargo este último sólo buscaba como bizmarse. El autor de la historia explica a continuación cómo surgió que el bachiller Sansón Carrasco se enfrentase a don Quijote. Según dice se fraguó esta salida cuando se reunieron en casa del cura, éste, el barbero y el bachiller. Allí decidieron no oponerse a la salida de don Quijote para no contravenirle. Posteriormente sería el bachiller el que le saliera al encuentro y, con algún pretexto, se enfrentarían con él, lo vencería y le pondría como condición que no volviera a salir de su casa en dos años. No lo logró, “por no haber hallado nidos donde pensó hallar pájaros” (Expresa que no se ha logrado aquello que se pretende; salió todo al revés de como se esperaba) Dado el resultado de la aventura, Tomé Cecial le dijo al bachiller: “tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale de ella. Don Quijote loco, nosotros cuerdos, él se va sano y riendo; vuestra merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora cuál es más loco, el que lo es por no poder menos o el que lo es por su voluntad”. Tomé Cecial regresó a su pueblo y el bachiller fue a buscar un algebrista que lo curara y a imaginarse cómo se vengaría de don Quijote. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XVI. EL CABALLERO DEL VERDE GABÁN Y LOS CONSEJOS DE DON QUIJOTE Después de la victoria con el bachiller se consideraba don Quijote el más valiente caballero del mundo. No se acordaba de las dificultades, derrotas y problemas que tuvo anteriormente. Pensaba que si pudiera desencantar a Dulcinea, no envidiaría la mejor de las aventuras que el mejor caballero andante pudo alcanzar. Sancho, sin embargo, iba preocupado por el gran parecido que el de los Espejos y su escudero tenían con el bachiller y su compadre Tomé Cecial. Se lo manifestó a don Quijote y éste le contestó que no eran ellos. Todo había sido obra de sus enemigos los encantadores. Pues no había razones para que el bachiller, que era su amigo, viniera a enfrentársele todo armado. Le puso el ejemplo de la transformación de Dulcinea en zafia labradora. Sancho, que conocía la verdad, no le quiso contestar. Estaban en la conversación anterior cuando pasó cerca de ellos un caballero, vestido con un gabán de fino paño verde, subido sobre una yegua tordilla con un buen aderezo. El caballero llevaba alfanje morisco, pendiente de un ancho tahalí de verde oro. Las espuelas estaban tan bruñidas que aventajaban a las de oro. Don Quijote lo invitó a andar juntos el camino. Aceptó el caballero, no sin antes conocer las reacciones que Rocinante podría tener por la presencia de su yegua. Lo tranquilizó Sancho de este temor. Al darse cuenta don Quijote que lo miraba sorprendido, se presentó diciéndole que era caballero andante, que tenía como misión ayudar a los necesitados y que sus aventuras y reconocimiento se conocían en todo el mundo, pues se habían impreso más de treinta mil volúmenes, pero como las propias alabanzas envilecen,no quiere continuar; se ha visto obligado a decir las suyas porque no hay nadie presente para decirlas. Siguió sorprendido el del verde gabán por encontrase ante un caballero andante que se dedicaba a hacer el bien como decía don Quijote, pero especialmente porque creía que tales caballeros ya no existían. Se presentó el del verde gabán con el nombre de don Diego de Miranda; era un hidalgo, medianamente rico, que poseía unas seis docenas de libros, aunque ninguno de ellos de caballerías, era moderadamente amigo de la caza y de la pesca, no le gustaba murmurar, oía misa cada día, se llevaba bien con sus vecinos y repartía de sus bienes con los pobres, “sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado”. Después de elogiarlo Sancho, considerándolo casi como un santo, habló don Diego de su hijo diciéndole que lo tenía preocupado porque andaba muy embebido en la poesía clásica y miraba con desdén las obras compuestas en romance. A él le gustaría que estudiara la carrera de leyes y la de teología; pues nuestros reyes premian las virtuosas y buenas letras: porque letras sin virtud son perlas en el muladar. Le respondió don Quijote con ponderada sindéresis de los siguientes temas: a) La educación de los hijos. Los hijos (…) son pedazos de las entrañas de sus padres , y, así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida. A los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad, y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia, no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso, y cuando se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; b) Sobre la poesía (…) La poesía… a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá de oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. c) El concepto de vulgo. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor o príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y, así, el que con los requisitos que he dicho y tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. d) La poesía en romance. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche (…) y siendo esto así, razón sería que se extendiese esta costumbre por todas naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya; e) El poeta. Según es opinión verdadera , el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta, y con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: “Est Deus in nobis”, etc. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo (…) Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas ; pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, (…) alábele, porque lícito es al poeta escribir contra la envidia, y decir en sus versos mal de los envidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna. (…) La pluma es lengua del alma: cuales fueron los conceptos que en ella se engendraren , tales serán sus escritos”. Don Diego quedó admirado de los razonamientos de don Quijote. Sancho, que se había apartado de ellos para pedirles un poco de leche a unos pastores, oyó de pronto la voz de don Quijote que lo llamaba. Había visto un carro lleno de banderas reales y pensó que entraría en una nueva aventura. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XVII. LA AVENTURA DE LOS LEONES Don Quijote, al ver el carro que venía hacia ellos, llamó a Sancho a voces, pidiéndole el yelmo. Sancho, que estaba comprando unos requesones, se marchó rápido hacia donde estaba don Quijote. Debido a la prisa, echó los requesones en la celada. Cuando llegó Sancho, el del Verde Gabán, le dijo que lo que veía era un carro, que por sus banderas, pertenecía al rey. Don Quijote le contestó que se preparaba para una nueva aventura, pues “hombre apercibido, medio combatido”(hombre preparado tiene medio combate ganado). Don Quijote se colocó la celada. Inmediatamente empezaron a derretirse los requesones, bañándole el rostro y las barbas. Al darse cuenta de que se trataba del suero de la leche, se indignó con Sancho, pero éste, con bastante cachaza, le echó la culpa a los encantadores. Después de haberse limpiado la celada, don Quijote sacó la espada y esperó a que el carro de las banderas viniera. A las preguntas de don Quijote, el carretero le contestó que llevaba enjaulados dos grandes y fieros leones, regalo del general de Orán al rey. Don Quijote le contestó con la frase¿Leoncitos a mí? (Indica que alguien no se asusta ante los peligros). A continuación le exigió que les abriera la puerta de la jaula. Los que estaban presentes trataron de evitarlo y el del Verde Gabán trató de hacerle ver la diferencia entre valentía y temeridad, argumentándole que “la valentía que se entra en la jurisdicción de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza”, por lo tanto, no entendía que acometiera una aventura en la que no había esperanza de salir con vida. No le hizo caso a don Diego Miranda. Volvió a amenazar al carretero con la espada si se negaba a abrirles la puerta a los leones. Sancho se le acercó llorando, pidiéndole que desistiese de tal empresa, pues comparándola con las de los molinos de viento, la de los batanes y otras, éstas eran tortas y pan pintado (las anteriores eran buenas, comparándolas con esta). Cuando el leonero, al fin, abrió las puertas de la jaula del macho. Don Quijote lo esperaba de pie, con el escudo en una mano y la espada en la otra. El león se revolvió en la jaula, se desperezó, sacó la cabeza fuera de la jaula y, después de mirar a todas partes, volvió la espalda a don Quijote, le enseñó el trasero y con gran flema se volvió a echar en la jaula. Le pidió don Quijote al leonero que azuzase al león para que saliera, pero éste desistió argumentando que el primero que moriría sería él y que don Quijote ya había demostrado su valentía, pues “cuando un bravo peleante desafía a su enemigo y éste no acude, en él se queda la infamia y en el primero la gloria”. Admitió el razonamiento don Quijote y después de llamar a los que se habían alejado, le dijo a Sancho: “Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”. Después de haberle dicho el leonero que contaría la aventura, don Quijote le contestó que si el rey preguntaba por el nombre del que lo había hecho, que contestara que había sido el Caballero de los Leones. El carretero siguió su camino y don Quijote, Sancho y don Diego continuaron el suyo. Don Diego no había dicho nada hasta entonces, en su monólogo pensaba en lo que don Quijote decía y en lo que hacía. Su discurso era cuerdo, pero sus acciones eran las de un loco, por lo tanto, a veces le parecía un loco cuerdo y otras un cuerdo loco. Don Quijote intuyó lo que don Diego pensaba y justificó su acción diciendo que se cometían muchas locuras y no se criticaban, puso el ejemplo del caballero que se enfrentaba a los toros, el que compite con otro en alegres justas delante de las damas, o lo que en ejercicios militares, entretienen las cortes de los príncipes. Tiene más importancia alcanzar fama ayudando a los necesitados que requebrando a una doncella en la ciudad. Dice que fue una temeridad acometer a los leones, porque bien sé lo que es la valentía, que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad: pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de lo temerario que no baje y toque en el punto de lo cobarde, que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que el avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía (…) que antes se ha de perder por carta de más que de menos ( Es preferible excederse que no llegar). Alabó don Diego el razonamiento de don Quijote. Continuaron el camino y sobre las dos de la tarde llegaron a la casa del Caballero del Verde Gabán. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XX. LAS BODAS DE CAMACHO O EL DESBORDAMIENTO DE LOS SENTIDOS Amaneció. Don Quijote se levantó y llamó a Sancho, pero éste roncaba. Antes de despertarlo, invocó la suerte que tenía por ser criado, frente a él que es señor y como tal tiene que procurar el sustento a quien le sirve; Sancho dormía, mientras que él velaba. Sancho se despertó y a lo primero que se refirió es al buen olor a comida que llegaba. A continuación manifestó su opinión sobre la boda, diciendo que el pobre Basilio fue un ingenuo al creer que Quiteria se casaría con él, porque “el pobre debe de contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el golfo” (no pedir imposibles). Mantiene Sancho que hizo bien Quiteria en casarse con Camacho porque éste tiene bienes y el otro, gracia y habilidades y con esto no se vive, pues sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero. Subieron en sus monturas y se dirigieron al lugar de las bodas. Sancho de inmediato se fijó en la abundancia de comida: se estaba asando un novillo, en cuyo vientre había doce tiernos y pequeños lechones; en las ollas de alrededor se embebía y encerraban carneros enteros. Las liebres sin pellejo, las gallinas sin plumas y las aves, colgadas para que se orearan, eran numerosas. Contó Sancho más de sesenta zaques de vino, había rimeros de pan y una muralla de quesos. Era rústico el aparato de la boda, pero suficiente para sustentar un ejército. Sancho le pidió a uno de los cocineros que le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas; el cocinero le dio un caldero con tres gallinas y dos gansos. Don Quijote, a través de la enramada vio que entraban doce labradores subidos en sus yeguas, con ricos y vistosos jaeces de campo y con muchos cascabeles en los petrales. Al poco entraron diferentes danzas y entre ellas una de espadas. En una de las danzas bailaban al son de la gaita zamorana jóvenes doncellas hermosas, guiadas por un venerable viejo y una anciana matrona. A continuación entró una danza de artificio, hablada y con figuras alegóricas entre las que se encontraban la Poesía, el Buen linaje, la Valentía, la Liberalidad, el Tesoro y el Interés. Se disputaban la posesión de una hermosa doncella. Al final de la disputa venció el interés. Don Quijote comentó la representación diciendo que el autor de la misma debía de ser un autor satírico, más amigo de Camacho que de Basilio. Sancho se disponía a chascar su desayuno y, después de contemplar la escena, dijo: El rey es mi gallo: A Camacho me atengo (Expresión que quiere decir apuesto por el poderoso). Después de recriminarle don Quijote que era de los que “Viva quien vence”, Sancho contesta que “dos linajes solos hay en el mundo (…), que son el tener y el no tener; (…) y el día de hoy, (…) antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado. Don Quijote le reprochó lo mucho que hablaba; que antes moriría él que Sancho, con lo cual no lo vería callado. Sancho contestó diciendo que” no hay que fiar en la descarnada, digo en la muerte, la cual tan bien come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es nada asquerosa: de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber a solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.” Por las palabras anteriores le dijo don Quijote que podría ser un buen predicador, a lo que contestó Sancho que” Bien predica quien bien vive” (El ejemplo persuade más que la palabra). SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXI. LA ASTUCIA DE BASILIO. EL MATRIMONIO Estaban don Quijote y Sancho aún en la conversación sobre el poder de la muerte, cuando oyeron todo el fragor de la fiesta. Se aproximaban los novios, acompañados de los participantes en la boda. Sancho elogió la grandeza con que iba vestida la novia. A don Quijote le parecía que, después de Dulcinea, no había visto una mujer más hermosa que ésta. Cuando los novios llegaban a una plataforma adornada de Alfombras y ramos, en las que se iban a realizar los desposorios, oyeron a sus espaldas una voz que les pedía que se esperaran. Era la de un hombre que iba vestido de negro y rojo, llevaba puesta una corona de ciprés y traía en las manos un bastón grande. Era Basilio. Se dirigió a Quiteria y la acusó de ingrata e injusta por querer hacer “señor de lo que es mío a otro cuyas riquezas le sirven no sólo de buena fortuna, sino de buenísima fortuna”. Después de decirle con despecho a Camacho que para que fuese feliz con Quiteria , lo mejor es que él se suicidara, se arrojó sobre la mitad del estoque que había clavado en la tierra, quedando atravesado de parte a parte en un baño de sangre. Todos acudieron a ayudarle y don Quijote, cogiéndolo quiso sacarle el estoque, pero el cura aconsejó que no le sacasen el estoque hasta que se confesase del pecado cometido. Basilio puso una condición para hacerlo; antes debería Quiteria aceptarlo por esposo. Todos influyeron en Camacho y en Quiteria para que se aceptase la petición de Basilio, pues sólo le quedaban minutos de vida. Después de oír tanta petición por parte de los presentes, y entre ellos don Quijote, asintió Camcho. También lo aprobó Quiteria y, triste y pesarosa, se acercó a Basilio; se puso de rodillas y por señas le pidió la mano. Este, con los ojos desencajados le dijo que en un momento como éste no se podía jugar con la verdad. Ella, cogiéndole la mano, le contestó que nadie torcería su voluntad y le daba la mano de “legítima esposa” y recibía la de él de su libre albedrío. La respuesta de Basilio fue recíproca. Sancho sospechó que algo raro estaba ocurriendo porque Basilio hablaba demasiado. El cura les echó su bendición. En ese momento, Basilio se puso de pie, se sacó el estoque, al cual servía de vaina su cuerpo. Todos quedaron sorprendidos, diciendo que se había producido un milagro, mientras que Basilio dijo que de milagro nada, sino que había sido maña y astucia, puesto que la espada no había atravesado su cuerpo, sino un tubo lleno de sangre que llevaba preparado. Todos se tuvieron por burlados y afrentados; tanto los seguidores de Camacho como los de Basilio desenvainaron las espadas. De inmediato intervino don Quijote para decir que“no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace, y advertir que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo de la cosa amada. Quiteria era de Basilio, y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos (…) a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre”. También intervino el cura y se apaciguaron los ánimos. Camacho pensó que si Quiteria quería a Basilio de soltera, también lo seguiría queriendo después de casada, por lo cual“debía dar gracias al cielo más por habérsela quitado que por habérsela dado”. Basilio y Quiteria se fueron a su pueblo y allí continuaron las fiestas de Camacho como si realmente se desposara. Los primeros se llevaron consigo a don Quijote por el valor que había mostrado. También los siguieron gran número de personas, pues “también los pobres virtuosos y discretos tienen quien los siga, honre y ampare como los ricos tienen quien los lisonjee y acompañe”. Sancho, que llevaba en el alma las ollas de la fiesta, se alejó con gran pesar porque tenía que dejarlas. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXII. HACIA LA CUEVA DE MONTESINOS. EL PRIMO. EL SENTIDO DE LA VIDA Después de pasar tres días en casa de los novios, en los que recibieron copiosas muestras de agradecimiento, don Quijote defendió a Basilio diciendo que No se pueden ni deben llamar engaños los que ponen la mira en virtuosos fines, añadiendo a continuación que El de casarse los enamorados era el fin de más excelencia. Añade a continuación unos avisos a Basilio sobre la importancia de saber llevar la hacienda de la casa, aconsejándole que deje de ejercitarse sobre las habilidades que le dan fama, pero no dinero advirtiendo que el mayor contrario que el amor tiene es el hambre y la continua necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada, con quien son enemigos opuestos y declarados la necesidad y la pobreza”.Sigue con bellos consejos sobre la buena fama de la mujer: “El pobre honrado (si es que puede ser honrado el pobre) tiene prenda en tener mujer hermosa, que cuando se la quitan, le quitan la honra y se la matan. La mujer hermosa y honrada cuyo marido es pobre merece ser coronada de laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La hermosura por sí sola atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y estrecheza, también la envisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña: y la que está a tantos encuentros firmes bien merece llamarse corona de su marido. Añade que si alguien le pidiese consejo sobre cómo debe ser la mujer que se elija por esposa, le diría lo siguiente: “Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda, porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo, que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla y aun mejorarla en aquella bondad; pero si la tres mala, en trabajo te pondrá el enmendarla, que no es muy hacedor pasar de un extremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.” Sancho comentó que podría ser un excelente predicador, pues “no hay cosa donde no pique y deje de meter su cuchara” (Lo sabe todo y por lo tanto opina). Al preguntarle don Quijote sobre lo que murmuraba, Sancho le contestó que si ese discurso lo hubiera oído antes de casarse, ahora hubiera podido decir “El buey suelto bien se lame” (Quien es libre hace lo que quiere). Se inició a continuación un breve diálogo sobre los tropiezos que hay en el matrimonio. Al final se despidieron con intención de ir a ver la cueva de Montesinos y las lagunas de Ruidera. Don Quijote le pidió al diestro licenciado que los acompañó a las Bodas, que les diese un guía que los llevase a las cuevas. El estudiante le dijo que le daría un primo suyo muy aficionado a la lectura de libros de caballerías. Llegó el primo, Sancho aderezó al rucio, proveyó las alforjas y tomaron el camino de las cuevas. En el camino don Quijote le preguntó al primo cuál era su ocupación. Este le contestó que era humanista, aficionado a las novelas de caballerías y componía libros de provecho y entretenimiento para la república. A continuación le fue contando los libros que había escrito: de las libreas; Metamorfóseos o Ovidio español; Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosa, donde explicaba quién fue el primero que cogió un catarro. Esto, lógicamente, provocó comentarios burlones de Sancho por las necedades y disparates que el primo decía. Llegó la noche y se albergaron en una aldea. Al día siguiente, después de comprar cien brazas de soga, se dirigieron a la cueva a la que llegaron a las dos de la tarde. La boca de la cueva era espaciosa, pero estaba llena de arbustos, zarzas y malezas. Sancho sintió miedo por don Quijote. Don Quijote mandó que lo atasen a la soga. El primo le pidió que averigüe bien lo que hay dentro, pues algunas de las cosas que hallare las podría poner en un nuevo libro que pensaba escribir, llamado de las Transformaciones. A esto respondió Sancho que En manos está el pandero que le sabrá bien tañer (Ya sabe lo que tiene que hacer). Después de encomendarse a Dios y a Dulcinea descendió. Soltaron las cien brazas de soga que tenían. A la media hora empezaron a recoger la soga. Como no pesaba, creían que don Quijote se había quedado dentro. A las ochenta brazas, sintieron peso. Don Quijote salió dormido. Consiguieron despertarlo, pero renegó, porque “le habían quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto y ha pasado”, añadiendo a continuación que “ahora acabo de conocer que todos los contentos de esta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como flor del campo”. Se sorprendieron de sus palabras y le dijeron que les contase lo que en aquel infierno había visto. Les dijo que se sorprenderían. Pidió de comer: se sentaron, merendaron y cenaron. Después les comunicó que estuviesen atentos a lo que les iba a contar. en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanza, si no más riquezas, a lo menos más honra que por las letras, como yo tengo dicho muchas veces (…) aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como ésta sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte: respondió que la impensada, la de repente y no prevista; y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso dijo bien, para ahorrase el sentimiento humano. Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y acabose la obra, y según Terencio más bien parece el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida y tanto alcanza la fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los que mandar le pueden. Y advertid, hijo, que al soldado mejor le está el oler a pólvora que a algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza. Cuanto más que ya se va dando orden como se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a su negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con títulos de libres los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte. A continuación don Quijote le dijo al muchacho que subiese en las ancas de su caballo, que lo invitaba a cenar en la venta; el muchacho no subió, peso sí aceptó la cena. Sancho se preguntó cómo don Quijote, que había dicho tantas verdades, pudiera decir que vio tantos disparates como contó de la cueva de Montesinos. Llegaron a la venta cuando anochecía. Nada más entrar, preguntó don Quijote por el hombre de las lanzas. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXV. EL CUENTO DEL REBUZNO. MAESE PEDRO Cuando llegaron a la venta, don Quijote, al que no se le cocía el pan (estaba impaciente), se fue de inmediato a ver al hombre que conducía las armas. Le pidió que le contara lo que le había prometido y al verlo ocupado, preparando el pienso para la bestia, con el fin de que acabase pronto, le ayudó en tan humilde ocupación. Cuando terminaron, el hombre se sentó en un poyo y, teniendo como oyentes a Sancho, al primo y al paje, comenzó a contar la historia. El arriero le contó que en un lugar no muy lejos de allí sucedió que a un regidor se le perdió un asno. Otro regidor del mismo pueblo le dijo que lo había hallado en el monte, pero cuando fue a cogerlo huyó. Se ofreció a acompañar al dueño a buscarlo. Como no lo hallaron acordaron que se separarían en direcciones distintas y rebuznarían. Así lo hicieron; sus rebuznos eran tan perfectos que cuando se volvieron a encontrar, cada uno de ellos creyó creer que la respuesta a su rebuzno venía del asno que buscaban. Después de mucho rebuznar encontraron al asno muerto y comido por los lobos; no obstante, el dueño del asno dio el trabajo por bien empleado al conocer la habilidad de su amigo para rebuznar, contestándole el otro que si bien canta el abad, no le va en zaga el monaguillo(Si el primero lo hace bien, el segundo no se queda atrás). Descubiertas las habilidades, el segundo corregidor llegó a la conclusión de que “hay raras habilidades perdidas en el mundo y que son mal empleadas en aquellos que no saben aprovecharse de ellas”. Volvieron a su aldea desconsolados y roncos, pero contándole a los vecinos las gracias de los rebuznos. El suceso se conoció en las aldeas cercanas; los vecinos de éstas, imitaban sus rebuznos. El hecho llegó a tal extremo que se produjeron enfrentamientos entre una y las otras aldeas. Por esta razón, dijo el arriero que llevaba las lanzas, serían usadas en la próxima batalla campal. Estando en esto entró en la venta un hombre, conocido por el ventero como maese Pedro: era titiritero. Pidió posada y el ventero, después de preguntarle por el mono que solía llevar, de inmediato se la dio. Maese Pedro salió a buscar el mono y un retablo que llevaba. Don Quijote quiso saber más de él. Le contó el ventero que el tal maese Pedro era una persona rica, cuyo dinero lo había hecho, utilizando un mono adivino que llevaba con él. Dicho mono, a través de maese Pedro, contestaba a las preguntas que se le hacían. Por cada respuesta acertada cobraba dos reales. Cuando regresó, don Quijote de inmediato le preguntó que qué había de ser de ellos. Maese Pedro contestó que el mono sólo respondía por las cosas pasadas, no por las que han de venir. Sancho le preguntó que qué estaba haciendo su mujer y le quiso dar dos reales. Maese Pedro no los cogió, pues no quería recibir por adelantados los premios, sin haber realizado los servicios. Maese Pedro llamó al mono; se le puso encima del hombro y, al parecer, le cuchicheó algo al oído. Después se arrojó a los pies de don Quijote, alabándole sus hazañas. A continuación se dirigió a Sancho y le dijo que su mujer estaba bien, que en ese momento estaba rastrillando el lino y, para más señas, tenía un jarro de vino con el que se entretenía en su trabajo. Todos se sorprendieron de lo que oyeron del titiritero. Don Quijote argumentó que el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho, porque si no lo hubiera visto, nadie lo hubiera podido persuadir de que hay monos adivinos. Después de volver a repetir maese Pedro que su mono no adivinaba el porvenir, instaló su retablo en la venta. Don Quijote, en privado le dijo a Sancho que el tal maese Pedro debe tener algún pacto con el diablo,” pues la sabiduría del diablo no se puede extender a más, que las (cosas) por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces, que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente”. A instancias de Sancho le preguntaron que si las cosas que vio don Quijote en la cueva de Montesinos eran verdaderas o falsas. Después de consultar con el mono, respondió Maese Pedro que en parte eran verdaderas y en parte falsas. Sancho le comentó a don Quijote que la respuesta confirmaba su presentimiento. Don Quijote le contestó que “el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra”. Después de lo anterior se marcharon a ver la función de títeres. Maese Pedro montó el retablo y se metió dentro. Todos tomaron asiento. Un criado suyo que hacía de trujamán o intérprete, comenzó a presentar el espectáculo. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXVI. LAS VIVENCIAS DE DON QUIJOTE EN EL RETABLO DE MAESE PEDRO Había un silencio total, solamente roto por el sonido de las trompetas y los atambores cuando el trujamán empezó diciendo que la historia que se iba a representar trataba de la liberación de Melisendra, cautiva por los moros en Zaragoza, por su esposo don Gaiferos. El trujamán empieza describiendo la escena en la que se ve a don Gaiferos jugando despreocupadamente a las tablas, en París. Su suegro, el emperador Carlomagno, le recrimina duramente y se marcha. Don Gaiferos se indigna, arroja el tablero y le pide la espada a su primo don Roldán, éste rehúsa dársela porque quiere acompañarlo a rescatar a Melisendra. Don Gaiferos lo rechaza, diciendo que se basta él solo para recuperar a su esposa. Les pide a continuación el trujamán al público que miren hacia una de las torres del alcázar de Zaragoza, en la que está Melisendra asomada mirando hacia Francia donde se encuentra su esposo. En ese momento aparece un moro por detrás y la besa en la boca. Ella escupe. En ese momento aparece el rey Marsilio; ha visto la acción y manda que lo castiguen con doscientos azotes. El trujamán cuenta a continuación ciertas características del proceso judicial moro. Intervino don Quijote para decirle al muchacho “seguid vuestra historia línea recta y no os metáis en las curvas o transversales, que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas”. También añadió maese Pedro: “sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sutiles” (Uno y otro consejo insisten en contar las cosas de la forma más simple posible) Aceptó los consejos el trujamán y presentó a don Gaiferos con su capa gascona. Su mujer, sobrepuesta del acoso del moro, mirando desde la torre y hablando después con su esposo. Da entender que lo ha reconocido y se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su marido, pero se queda enganchada en una punta del faldellín. Don Gaiferos consigue que baje al suelo. La sube a las ancas de su caballo, le manda que le eche los brazos por la espalda para que no se caiga. El caballo relincha de alegría porque lleva a su señor y su señora y, unidos, emprenden la huida hacia Francia. El trujamán ensalza la acción e interviene maese Pedro para decir “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.” Continuó el intérprete diciendo que el rey Marsilio al enterarse mandó que tocasen todas las campanas que están en las torres de las mezquitas de Zaragoza to. Intervino don Quijote para rectificarlo y decirle que los moros no tienen campanas sino atambales y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías. Maese Pedro le dijo al muchacho que continuara, pues ¿ No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Terminó el intérprete diciéndoles a los presentes que miraran cómo salía la caballería de la ciudad, al son de los atabales y dulzainas, persiguiendo a los dos católicos amantes. Don Quijote cuando vio y oyó lo anterior sacó su espada y, pidiéndoles que se detuvieran, empezó a lanzar cuchilladas sobre las figuras, de tal manera que echó todo el retablo por el suelo, no dejando títere con cabeza. Maese Pedro le pidió que se detuviera, pues le estaba echando a perder su hacienda; los oyentes se alborotaron, el mono huyó. Don Quijote se jactaba de su buena acción, pues gracias a él, don Gaiferos y Melisendra se habían salvado. Maese Pedro se quejó amargamente del cambio que había experimentado, si antes era una persona pudiente, ahora se veía desolado, pobre y abatido. Sancho lo consoló diciéndole que cuando don Quijote se diera cuenta de lo que había hecho, le pagaría el agravio. Admitió su error don Quijote argumentando que los encantadores le habían hecho creer que las figuras eran de verdad. Se había limitado a cumplir con su profesión de caballero andante, ayudando a los que huían. No había actuado con malicia y estaba dispuesto a pagar lo que le correspondía en “buena y corriente moneda castellana”. Le fueron poniendo precio a cada una de las figuras. En total pagó don Quijote cuarenta y tres reales y tres cuartillos, más dos reales por buscar el mono. Sancho todo lo desembolsó. Se terminó “la borrasca del retablo” y cenaron en paz a costa de don Quijote, que en todo era liberal. Antes de que amaneciese se marcharon el de las alabardas, maese Pedro, el primo y el paje, a este último le dio don Quijote una docena de reales. Al ventero le pagó bien Sancho, por orden de su señor. Eran casi las ocho cuando dejaron la venta y se pusieron en camino. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXVII. MAESE PEDRO O EL GALEOTE GINÉS DE PASAMONTE. CONSEJOS A LOS DEL REBUZNO En este capítulo cuenta Cide Hamete quién era maese Pedro y cómo trabajaba con su mono. Éste era Ginés de Pasamonte (I,22), galeote que junto con otros, don Quijote los puso en libertad y que tan mal se lo agradecieron; era un pícaro al que don Quijote lo llamaba “Ginesillo de Parapilla” y fue también el que le robó el rucio a Sancho mientras dormía (II, 4). Como era buscado por la justicia por las muchas delitos cometidos, se pasó al reino de Aragón; escribió un libro con sus bellaquerías; consiguió un retablo; le enseñó trucos a un mono que le compró a unos cristianos que venían de Berbería; se cubrió un ojo y se buscó la vida como titiritero, engañando a la gente, haciéndoles creer que adivinaba cosas que antes había averiguado. Cobraba dos reales por las respuestas. Cuando entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, con lo cual le fue fácil responder a lo que se le preguntó. Cuando don Quijote salió de venta quiso ver primero las riberas del Ebro antes de dirigirse a Zaragoza. Anduvo dos días sin que le aconteciera nada especial. Al tercer día oyó un gran estruendo de atambores, trompetas y arcabuces. Creyendo que era un ejército, se subió a una loma y vio a los pies de ella más de doscientos hombres armados de lanzas, ballestas y arcabuces. En uno de los estandartes que llevaban había pintado un asno rebuznando y debajo se podían leer los siguientes versos: “No rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde”. Se lo dijo don Quijote a Sancho y le comentó que los que le habían dado la noticia habían confundido a regidores con alcaldes. Sancho le replicó que esa confusión poco afectaba para la verdad de la historia. Pronto don Quijote se dio cuenta de que se trataba de los del pueblo del rebuzno que habían salido a luchar contra los de alguna aldea vecina. Estando en lo anterior, vieron unas grandes aceñas en medio del río. Don Quijote las confundió con algún castillo en el que tenían cautivo algún caballero. Sancho le contestó que aquello era simplemente unas aceñas en las que se molía el trigo. Dado que el barco se acercaba, los molineros salieron con largas varas para impedir que el barco se aproximara y fuese destrozado por las ruedas de las aceñas. Como salieron enharinados, don Quijote los confundió con gente malvada que retenía contra su voluntad a los caballeros o a las princesas; les amenazó y blandió la espada. Los molineros consiguieron detener el barco, pero no impidieron que cayeran al agua don Quijote y Sancho. Los sacaron y Sancho, puesto de rodillas, le pidió a Dios que lo librase de los atrevimientos de don Quijote. Se acercaron los pescadores dueños del barco, reclamando los daños. Don Quijote, después de pedirles a los molineros que liberaran a quien tenían encerrado y decirles a los pescadores que les pagaría los daños, exclamó:” ¡Basta!, aquí será predicar en el desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, y en esta aventura se deben haber encontrado dos valientes encantadores, el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie,que todo este mundo es máquina y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más!”.Después de invocar a los que según él estaban encerrados, llamándolos amigos, pidiéndoles que lo perdonaran por no haber podido liberarlos, Sancho les pagó a los pescadores cincuenta reales. Entristecidos volvieron don Quijote y sancho a sus bestias. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXX. ENCUENTRO CON LOS DUQUES Cabizbajos y pensativos iban don Quijote y Sancho después de la aventura del barco encantado. Don Quijote, pensando en Dulcinea; Sancho, en lo mal que le iba con su amo, por los disparates que cometía y con ello la pérdida del dinero; por todo esto pensaba pronto regresar a su casa; pero la fortuna dispuso que las cosas transcurriesen de otra manera. Al día siguiente, cuando salían de un bosque, divisó a lo lejos don Quijote un grupo de cazadores de altanería. Entre ellos resplandecía una gallarda señora, vestida de verde y subida en un palafrén con silla de plata. En la mano izquierda sostenía un azor. Don Quijote le ordenó a Sancho que se presentara a ella y con mucha atención le ofreciese los servicios del caballero de los leones. Especialmente le ordenó que no encajara muchos refranes en su embajada. Sancho, que se sabía con recursos para ejecutar el encargo, contestó que a buen pagador no le duelen prendas (el que tiene razón o medios para realizar las cosas, no le importa comprometerse), y en casa llena presto se guisa la cena(donde hay medios no hay dificultades). Sancho fue a donde estaba la hermosa señora y cuando llegó se postró de rodillas y en nombre de don Quijote le ofreció sus servicios. Le pidió la duquesa que se levantara, pues había realizado muy bien la embajada y, a continuación, le dijo que ya tenían conocimiento de quién era don Quijote y su escudero, pues su historia andaba escrita en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; aceptaba complacida tal ofrecimiento y se sentía contenta por tenerlos en sus territorios. Antes de que don Quijote llegara, la duquesa le había contado a su marido todo lo referente a la embajada de Sancho. Dado que habían leído la primera parte del Quijote, acordaron que, con humor, le seguirían en las peticiones que él hiciera, de acuerdo con lo que habían leído en los libros de caballerías. Llegó don Quijote a donde estaba la duquesa. Sancho, como de costumbre, fue a bajarse del rucio para tenerle el estribo a don Quijote, pero con tan mala suerte que se le enganchó el pie en unas sogas de la albarda y quedó enredado colgando boca abajo. Don Quijote, que creía que Sancho le estaba sosteniendo el estribo, fue a bajarse y enganchándosele el pie, cayó del rucio, llevándose consigo la albarda de Rocinante, y quedando en el más deplorable ridículo. El duque les ordenó a sus cazadores que les ayudasen. Tan pronto como don Quijote se levantó fue a donde estaban los dos señores e hizo ademán de ponerse de rodillas, pero el duque no lo consintió, abrazó a don Quijote y le expresó su disgusto por la mala suerte que había tenido al llegar a sus dominios. Correspondió con cortesía don Quijote, diciéndole que por el solo hecho de servirles a él y a su señora la duquesa, “digna consorte de la hermosura universal”, se daba por satisfecho. El duque le contestó que la única señora de la hermosura era Dulcinea. Sancho, con el lenguaje diplomático del acto que acababa de realizar, quiso cumplir con las dos: “ No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre (Hay cosas que ocurren inesperadamente); que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos y tres y ciento: dígolo porque mi señora la duquesa a fe que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso” Le habló don Quijote a la duquesa de la gracia de Sancho y ésta correspondió, diciéndole que “las gracias y los donaires (…) no se asientan sobre ingenios torpes, por lo cual tenía a Sancho como una persona con gracia, donaire y discreta. A esto añadió don Quijote que también era hablador. El duque quiso justificarlo, diciendo que “muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras.” Dicho lo anterior, los duques le reiteraron la invitación a su casa, como solían hacer con todos los caballeros andantes. Hacia allí se dirigieron los cuatro. La duquesa le manifestó a Sancho lo mucho que disfrutaba oyendo sus discreciones. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXXI. RECIBIMIENTO EN EL CASTILLO. EL ECLESIÁSTICO Sancho iba muy contento por el afecto que le había mostrado la duquesa y porque el ir a su castillo le recordaba las otras casas que había visitado: la de don Diego y la de Basilio, en las que comió cuanto le apeteció. El duque se había adelantado y les había ordenado a sus subordinados cómo tenían que tratar a don Quijote. Cuando llegaron, dos doncellas le echaron por los hombros un manto escarlata. En los corredores del patio aparecieron criados y doncellas que vitorearon y derramaron pomos de aguas olorosas. Por primera vez don Quijote se sintió tratado como un caballero andante. Sancho, “se cosió con la duquesa” y desamparó al rucio. Al darse cuenta, le dijo a una dueña, llamada doña Rodríguez, que cuidara del animal. La dueña se sintió ofendida, contestándole que tales trabajos no los hacían ellas. Sancho le respondió de acuerdo con los versos del romance de Lanzarote, que había oído a don Quijote: “cuando de Bretaña vino, / que damas curaban de él / y dueñas del su rocino.” A estos versos respondió la dueña que si era juglar, los guardara para donde se los pagaran, pues de ella no obtendría nada. Se establece una graciosa, pero violenta discusión entre los dos. Intervino la duquesa y apaciguó a doña Rodríguez; el duque tranquilizó a Sancho, diciéndole que “al rucio se le dará recado a pedir de boca” ( prov. según lo que se precise y quiera) . Después de la intervención del duque aparecieron seis doncellas que, llevándose aparte a don Quijote, le quitaron la ropa y cuando iban a desnudarlo totalmente, éste lo impidió, argumentando que en los caballeros andantes, la honestidad iba unida a la valentía. Les dijo que les diesen la camisa a Sancho y, encerrándose con él en una cuadra, se desnudó y se vistió. Aprovechó que estaba a solas con Sancho para reprenderle por su comportamiento con la dueña, advirtiéndole que “ en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos los criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos”. A continuación le dice que se encuentran en un lugar del que pueden conseguir buenos beneficios económicos; que se frene en su forma de hablar, pues depende de él que los duques tengan una buena impresión. Llagó la hora de comer y don Quijote se vistió, colocándose su tahalí con la espada, el manto de escarlata y una montera de raso verde que le dieron las doncellas. Con mucha cortesía lo acompañaron doce pajes al comedor, donde estaba dispuesta la mesa. Salieron a recibirles los duques acompañados de un grave eclesiástico, excesivamente severo y duro en la conversación. El duque le ofreció a don Quijote la cabecera de la mesa; amablemente éste rehusó, pero ante la insistencia del anfitrión, aceptó. Aprovechando la invitación del duque a don Quijote para que se sentara en la cabecera y el haberlo rehusado éste, hasta que tuvo que aceptarlo, Sancho contó un cuento en el que se escenificaba una situación parecida: un hidalgo convidó a un labrador a comer en su casa. Le ofreció sentarse en la cabecera de la mesa, éste rehusaba hasta que el hidalgo, enfadado, lo sentó diciéndole: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me asiente será vuestra cabecera”. Don Quijote se sintió avergonzado. La duquesa desvió la conversación y le preguntó por Dulcinea y por los gigantes que había vencido. El eclesiástico, cuando oyó lo de encantamientos, gigantes y malandrines, comprendió que el personaje era don Quijote de la Mancha, cuya historia leía de ordinario el duque. Aprovechó el momento para criticar con acritud y duras palabras, los disparates que don Quijote cometía; lo llamó “don Tonto” y “alma de cántaro” (prov. ingenuo, bonachón), diciéndole también que volviera a su casa y cuidara de su hacienda. Don Quijote se puso en pie para contestarle. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXXII. RESPUESTA AL ECLESIÁSTICO Y COLOQUIO CON LOS DUQUES Don Quijote contestó al Eclesiástico argumentándole que el respeto que le merecía el lugar en el que se encontraban, así como la profesión que representaba, le ataban las manos, pero especialmente “por saber que saben todos que las armas de los togados son las mismas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuestra merced, de quien se debería esperar antes buenos consejos que infames vituperios. Las reprehensiones santas y bienintencionadas…piden: a lo menos, el haberme reprendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien que sin tener conocimiento del pecado que se reprehende llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto”; después de insistir en que no es bueno entrar en casas ajenas a imponer leyes de caballería, continúa diciéndole que “unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mis estrellas, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra…; sostiene que como caballero andante se ha enamorado, pero no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”. Sancho apoyó el discurso de don Quijote y se presentó al Eclesiástico como “soy quien júntate a los buenos, y serás uno de ellos, y soy yo de aquellos “no con quien naces, sino con quien paces” (en la vida influyen más las compañías que el origen de cada uno), y de los quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. El duque le prometió que lo nombraría gobernador de una ínsula que tenía. Al oír esto el Eclesiástico exclamó: “¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan (aprueban) sus locuras.” Y, lleno de cólera, abandonó la mesa. El duque le manifestó su conformidad a don Quijote y éste continuó diciendo que “Las mujeres, los niños y los Eclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados. Porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia…la afrenta viene de quien la puede hacer, y la hace, y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Intervino Sancho para comentar lo mal que le hubiera ido al Eclesiástico con Amadís. Se reía la duquesa de las palabras de Sancho cuando, después de la comida, entraron cuatro doncellas con aguamaniles y toallas y, sin más, procedieron a lavarle y enjabonarle las barbas a don Quijote; la doncella barbera fingió que se le había acabado el agua y dejó al caballero lleno de espuma, en el más deplorable ridículo. Con el fin de que don Quijote no notase la burla, también pidió el duque que se las lavaran; Sancho le comentó a la duquesa que el espectáculo de lavar las barbas que había contemplado, no lo había visto en otro lugar, pero “por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho, aunque también dicen que “el que larga viva vive mucho mal ha de agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos”. A partir de las anteriores razones, le recomienda a Sancho que cuando sea gobernador se ocupe de la caza y “veréis como os vale un pan por ciento” (Obtendréis muchos beneficios). Sancho, insistiendo en su idea de que el gobernante se debe dedicar al buen gobierno de sus estados, le respondió que el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa (Sancho adapta a sus circunstancias el refrán “La mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa” (Aconseja ser cauteloso, reservado y honesto). La caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. A lo anterior replicó el duque, diciendo que ojalá fuera así, pues del dicho al hecho hay un gran trecho (Es más fácil hacer promesas que cumplirlas). Volvió a tomar la palabra Sancho para ensartar una serie de refranes con el propósito de decir que con la ayuda de Dios, gobernará bien: A buen pagador no le duelen prendas (Quien tiene razón no le importa comprometerse); más vale a quien Dios ayuda que a quien mucho madruga (Más vale más la suerte que afanarse mucho en el trabajo; sin embargo); tripas llevan pies, que no pies a tripas (Es necesario alimentarse para tener buen ánimo); ¡No, sino póngame el dedo en la boca, y verán si aprieto o no! (No me pongan a prueba). Don Quijote le censuró a Sancho su forma de hablar por utilizar tantos refranes; la duquesa lo elogió. Salieron de la tienda en la que estaban al bosque; de repente oyeron un gran estruendo de cornetas similar al de ejércitos que se enfrentan en una guerra; una fuerte luz, provocada por los fuegos, los cegaba. El duque y la duquesa se asustaron; don Quijote se sorprendió y Sancho cayó desmayado en las faldas de la duquesa. Pasó un diablo correo, a caballo, un tanto extraño, para ser diablo: Sancho se dio cuenta de que juraba “en Dios y en mi conciencia”; le dijo al duque que venía buscando a don Quijote, de parte de Montesinos, para decirle que no se moviera de allí porque traía encantada a Dulcinea y le revelaría el modo de desencantarla. Don Quijote decidió esperarla. Pasaron tres carros tirados por bueyes, guiado cada uno por un extraño personaje que decía ser sabio y encantador, de los libros de caballerías. A continuación se oyó una suave música, que Sancho tomó como buena señal; por esto le dijo a la duquesa: Señora, donde hay música no puede haber cosa mala. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXXV. EL DESENCANTO DE DULCINEA. DIVERSAS INTERPRETACIONES Al compás de la música de arpas, laúdes y chirimías, venía un carro triunfal, lujosamente ataviado, tirado por seis mulas cubiertas de blanco; a lomos de las mulas iban disciplinantes de luz, vestidos también de blanco. Sentada en el trono iba una ninfa, cubierta de plata y lentejuelas de oro, de entre diecisiete y veinte años. A su lado venía una figura vestida con largos vestidos y cubierta la cabeza con un velo negro. Al llegar a donde estaban los duques y don Quijote cesó la música, la figura se descubrió la cara y apareció la terrible imagen de la muerte. Todos se asustaron; se presentó como el mago Merlín y se dirigió a don Quijote, en verso, llamándolo “discreto don Quijote, de la Mancha esplendor, de España estrella”. Le comunicó que le ha dado pena de ver cómo se encuentra Dulcinea y venía a darle la solución para desencantarla: Sancho se había de dar tres mil trescientos azotes en cada una de sus posaderas, de tal manera que le “escuezan, le amarguen y le enfaden”. Sancho, de inmediato se negó a ello; don Quijote le ordenó que aceptase, pues si no lo hacía se encargaría él de dárselos. Intervino nuevamente Merlín para decir que se los ha de dar Sancho de propia voluntad o debe permitir que otra persona le dé la mitad. A una y otra cosa se opuso Sancho. Tomó la palabra Dulcinea y criticando duramente a Sancho, ofendiéndolo en su persona, le dijo que si lo que le pedía fuera algo repugnante de hacer, como comer sapos, lo entendería; pero que la petición era que se diese los azotes para liberarla del estado en que había caído. Si no lo hacía por ella, que lo hiciera por don Quijote. Sancho volvió a insistir en lo mismo. Apoya su rechazo en las malas formas que ha utilizado Dulcinea cuando se lo ha pedido. Argumenta con refranes que apoyan el que se deben pedir las cosas con agrado o bien ofrecer beneficios para el que las realiza, diciendo que“un asno cargado de oro sube ligero por una montaña; dádivas quebrantan peñas; a Dios rogando y con el mazo dando; más vale un toma que dos te daré; mi señor había de traerme la mano por el cerro (cerro, lomo del animal por el que se pasa la mano para amansarlo; el prov. quiere decir que su señor debería mimarlo). Termina diciéndoles que sepan pedir las cosas y no las lleven al extremo de “bebe con guindas” (Siendo muy malo lo que le piden, no lo hagan con tan malas formas). El duque le amenazó con que si no se daba los azotes, no sería gobernador, ya que se mostraba excesivamente duro a los requerimientos de las afligidas doncellas. Sancho pidió dos días para pensárselo, pero Merlín le contestó que se decidiera ahora mismo, o Dulcinea volvería al estado de labradora. Intervino la duquesa para pedirle a Sancho que lo hiciera y que todo transcurriera bien, pues de acuerdo con el refrán “un buen corazón quebranta mala ventura” con buen ánimo, las cosas se pueden solucionar. Se dirigió Sancho a Merlín para preguntarle por qué no había venido Montesinos como anunció el diablo correo. Le respondió que Montesinos estaba encantado en su cueva. Aceptó Sancho darse los azotes con la condición de que no le pusieran tiempo y se contaran todos, también los de “mosqueo”. Aceptó las condiciones Merlín; don Quijote besó a Sancho en la frente y en las mejillas. Todos expresaron su contento. Sonó la música, pasó el carro con Dulcinea, amaneció y los duques se marcharon a su casa, pensando en qué nuevas burlas les harían a don Quijote y Sancho. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXXVI: CARTA DE SANCHO A TERESA. LA EMBAJADA DE TRIFALDÍN El espectáculo del desencanto de Dulcinea lo había prepara un mayordomo de los duques. Participó él mismo en el desarrollo, tomando el personaje de Merlín. Al día siguiente, la duquesa le preguntó a Sancho que si había empezado a darse los azotes para conseguir el desencanto de Dulcinea. Le contestó que sí; al preguntarle que con qué se los había dado, le dijo que con la mano. Le regañó y le exhortó a que fuese más duro con la penitencia, advirtiéndole que: “La letra con sangre entra” (Nada se consigue sin esfuerzo); No se va a dar la libertad de Dulcinea por tan bajo precio; Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni sirven para nada”. Aceptó Sancho sus deseos y le pidió algún tipo de disciplina con la que se flagelaría convenientemente. A continuación le dijo que llevaba una carta escrita para su mujer, Teresa, en la que a manera de como escriben los gobernadores, le decía todo lo que había ocurrido desde que se apartó de ella. Se iniciaba la carta con la frase: “Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba: si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta”(El significado del refrán, “si buenos azotes me daban…”el castigo importa poco si a pesar de ello se obtiene un beneficio”). Le comunicaba que se iba a azotar para desencantar a Dulcinea, pero que no se lo dijera diga a nadie, pues como dice el refrán “pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro” (cada uno te dará una opinión diferente). También le decía que tenía muchos deseos de ser gobernador porque así obtendría dinero, “porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mismo deseo”. Le mandaba muy buenos recuerdo de parte de la duquesa y le pedía que se los devolviera con creces, como le había enseñado don Quijote, pues no hay cosa que menos cueste ni valga más barata que los buenos comedimientos”. Se despedía de ella asegurándole que cuando fuera gobernador conseguirían riquezas. Cuando la duquesa leyó la carta le dijo a Sancho que no estaba de acuerdo con algunas de las cosas que manifestaba; destacó la codicia con la que pensaba gobernar y le advirtió que “la codicia rompe el saco (el ansia de obtener una ganancia mayor, malogra el bien que se poseía) y el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada, así como no querría que orégano fuese (espero que no salga como lo piensas). Le contestó Sancho que modificaría en la carta lo que ella considerara, pero ella la dio por buena, mostrándosela al duque, el cual se alegró mucho por los mensajes que Sancho enviaba. Se fueron a comer a un jardín y, en la sobremesa, oyeron el triste sonido de un pífaro y los roncos redobles de un tambor. De inmediato aparecieron cuatro hombres vestidos de negro. El último era más grande que los demás e iba completamente enlutado y con un antifaz; cuando se lo quitó, mostró una larga, blanca y poblada barba. Se presentó ante el duque como “Trifaldín el de la Barba Blanca”, escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre “la dueña Dolorida”. Informó de la llegada de su señora, que había viajado a pie y “sin desayuñarse”, desde el reino de Candaya para solicitar la ayuda de don Quijote. Autorizó el duque su entrada y realzó la generosidad, amparo y ayuda que ofrecía el caballero manchego, cuya fama había llegado a tierras tan lejanas. Saltaba de gozo don Quijote y comentó que le hubiese gustado que estuviera presente el cura que el otro día lo ofendió; a continuación, demandó que entrara doña Dolorida y que le pidiera lo que quisiera, pues pondría a su disposición la fuerza de su brazo y la intrepidez de su espíritu. SEGUNDA PARTE.CAPÍTULO XXXVII. COLOQUIO SOBRE LAS DUEÑAS Estaban contentos los duques porque todas las burlas estaban saliendo como estaba previsto. Sancho recelaba de la presencia de dueñas porque, como decía un boticario de Toledo, no traían nada bueno; si además de enfadosas e impertinentes, eran doloridas como la condesa “Tres Faldas o Tres Colas”, tanto peor. Don Quijote le corrigió, argumentándole que ésta era diferente, pues era condesa que servía de dueña a alguna reina o emperatriz, por lo tanto, tendrá otra dueña que le sirva a ella y, además, venía de tierras lejanas. Doña Rodríguez, que estaba en la conversación, le advirtió a Sancho que no hablara mal de las dueñas, porque si ellas pudieran serían condesas, pero al final se impone el refrán:“allá van leyes do quieren reyes” (Los poderosos acomodan las leyes a sus intereses). Le avisa también que tenga cuidado y no le vaya a ocurrir como dice el refrán: “quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano” (Quien ha perjudicado a alguien, puede causar daños a otros). Sancho se daba cuenta de que empezar a volver a discutir con doña Rodríguez no le interesaba, y contestó: “será mejor no menear el arroz, aunque se pegue” (Es preferible dejar de hablar de un asunto porque traería peores consecuencias seguir hablándolo). Doña Rodríguez, siguió defendiendo su profesión, argumentando que los escuderos las envidiaban, sin embargo era difícil encontrar una dueña que no tuviera alguna virtud. Apoyó la duquesa a doña Rodríguez, diciéndole que tendría tiempo de demostrarles a todos, y especialmente a Sancho, lo equivocado que estaba el boticario. Sancho contestó que lo suyo era el gobierno y que el asunto de las dueñas no le importaba. Se detuvo el coloquio dueñesco cuando oyeron el pífano y los tambores anunciando la llegada de la dueña Dolorida. Le comentó la duquesa al duque la conveniencia o no de salir a recibirla. Sancho se adelantó y contestó que estaría bien recibirla por lo de condesa, pero no por lo de dueña. Le increpó don Quijote por entrometerse en la conversación a lo cual contestó que se metía en las cosas de cortesanía porque en tales cosas,, “tanto se pierde por carta de más como por carta de menos” (Es conveniente dar a cada uno el tratamiento que le corresponde) y “ a buen entendedor pocas palabras bastan” (La persona inteligente comprende fácilmente lo que se le quiere decir). Apoyó el duque las palabras de Sancho, argumentando que verían a la condesa y por el aspecto sacarían la atención o el respeto que le darían. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXXVIII. LA ESPERPÉNTICA HISTORIA DE LA DUEÑA DOLORIDA Después de las tristes músicas aparecieron por el jardín, en procesión doce dueñas repartidas en dos hileras de seis; vestían con tocas blancas y los rostros cubiertos por velos negros. En medio de ellas venía la condesa Trifaldi dándole la mano al escudero Trifaldín de la Blanca Barba. El vestido de la Trifaldi, llevado por tres pajes, vestidos de luto, terminaba en tres puntas. Por esta razón, la llamaban la condesa de las tres faldas o Trifaldi, también conocida como condesa Lobuna o Zorruna, por criarse en su condado lobos y zorras. Se acercó la comitiva a donde estaban los duques, don Quijote y Sancho. Los primeros salieron a recibir a la Trifaldi; cuando llegó se puso de rodillas y, dirigiéndose a ellos, preguntó por el Se subieron sobre Clavileño y les vendaron los ojos; Sancho se sentó “a mujeriegas” para no sentir tanto la dureza de las tablas; lleno de miedo, se descubrió y, con lágrimas en los ojos, le pidió a los presentes que rezaran por ellos. Le reprendió don Quijote por no confiar en él. Este apretó la clavija y, los presentes, a vivas voces, les desearon buen viaje. Con gran sosiego ascendía Clavileño. Sancho, agarrado fuertemente a don Quijote, sospechaba que no se elevaban porque se oían muy bien las voces de los que allí estaban. Se lo comentó a don Quijote y éste le contestó que en un vuelo tan extraordinario como éste todo podía ocurrir; la cosa iba bien y el viento lo llevaban de popa. Lo del viento por detrás, como decía don Quijote, ocurría porque los criados del duque con fuelles lo provocaban. Después lo sintieron por delante porque les quemaron unas estopas en sus mismas narices. Mientras, don Quijote y Sancho comentaban los lugares por donde pasaban. Este último decía que se estaban acercando a la región del fuego, porque se le chamuscaban las barbas Los duques se reían del diálogo que los dos valientes mantenían. Para rematar la aventura, los criados le pegaron fuego a Clavileño por la cola. Explosionaron los cohetes que en vientre llevaba. Voló por los aires y ellos cayeron al suelo medio chamuscados. Cuando se levantaron, se sorprendieron de verse en el mismo jardín del que habían salido, la gente, excepto las dueñas que habían desaparecido, estaba tendida por tierra. En el extremo, colgado de unos lazos había un pergamino en el que se decía que don Quijote había muerto al intentar acabar la aventura de la condesa Trifaldi, pero que a ésta y las demás dueñas les habían desaparecido las barbas. Don Quijote fue a despertar a los duques; Sancho a comprobar cómo estaban las dueñas; le dijeron que rapadas y “sin cañones”. La duquesa le preguntó a Sancho que cómo le había ido. Le contestó que se descubrió un poco y, desde arriba, vio la tierra como un grano de mostaza y a los hombres como avellanas; que vio también “las siete cabrillas”, que se bajó de Clavileño y jugó con ellas. Después de haber comentado don Quijote, a una pregunta del duque, sus impresiones, argumentó que lo que Sancho había dicho era imposible que ocurriera, por lo tanto, mentía o soñaba. Respondió Sancho que ni mentía ni soñaba, y dijo cuáles eran los colores de las cabrillas. Le preguntó el duque que si vio algún cabrón, a lo que contestó que “ninguno pasaba de los cuernos de la luna”. Don Quijote le respondió que si quería que le creyera sobre lo que decía que había visto en el cielo, debería creerle a él sobre lo que dijo haber visto en la cueva de Montesinos. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XLII. SENTIDO EDUCADOR DE LA NOVELA. CONSEJOS DE DON QUIJOTE A SANCHO PARA JUZGAR Los duques se habían quedado contentos con los acontecimientos de Clavileño y decidieron seguir adelante con sus burlas. Al día siguiente le dijeron a Sancho que se preparara porque iba a ser enviado como gobernador a la ínsula prometida. Sancho, después de su experiencia se había quedado algo afectado en sus ansias de gobierno, pues según él no merecía tanto la pena gobernar al hombre en la tierra cuando tenía, como él había visto, un tamaño tan pequeño. Añadiendo a continuación que desearía más tener un pedazo del cielo que todas las ínsulas de la tierra. Las afirmaciones de Sancho, fueron contestadas por el duque, diciéndole que con la ínsula que le iba a dar, si la sabía gobernar podría alcanzar el cielo. Sancho la acepta, según él, “ni por codicia, ni por levantarme a mayores” (ni por querer ser más de lo que soy), “sino por el deseo de probar a qué sabe ser gobernador”. El duque le replicó que “si una vez lo probáis, (…) comeros heis las manos tras el gobierno, ( no renunciaréis) por ser dulcísima cosa el mandar y el ser obedecido”; tras esto, Sancho le replicó que “yo imagino que es bueno mandar, aunque sea un hato de ganado”. El duque le dijo que al día siguiente tenía que partir por lo que habría que prepararle el traje adecuado, pues “los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa”. Habiéndole dicho el duque que para un gobernador, tan importante son las armas como las letras, Sancho le contestó que de las primeras, pocas tenía, pero “básteme tener el Christus (la señal de la cruz)en la memoria”. Don Quijote, cuando se dio cuenta de lo que pasaba, se llevó a Sancho aparte para aconsejarle en su nueva tarea. Lo primero que quiso que entendiera es que el nombramiento de gobernador no se debía a sus méritos, pues mientras que unos“cohechan, importunan, solicitan, porfían, … y no alcanzan lo que pretenden, llega otro y, sin saber cómo ni como no, se halla en el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones”. A partir de los anteriores razonamientos, don Quijote le dio los siguientes consejos para juzgar Has de temer a Dios, porque en temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada. Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey. Los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape. Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje … y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Si tomas por medio a la virtud y te aprecias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista (se adquiere), y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza. Si acaso enviudares…y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y caña de pescar, y del “no quiero de tu capilla “ ( Los dos vienen a decir no utilices a tu mujer para que reciba los beneficios que tú simulas rechazar). No te guíes por la ley del encaje (Juzga de acuerdo con la ley, no de manera arbitraria), que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas el rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva ( no admitas sobornos) sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria (olvídate de la ofensa que te hizo) y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable (digno de misericordia), sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. SEGUNDA PARTE.CAPÍTULO XLIII.CONTINÚAN LOS CONSEJOS DE DON QUIJOTE Los anteriores razonamientos de don Quijote mostraban, una vez más, que su locura se manifestaba solamente cuando tocaba asuntos de caballería. Se esforzaba Sancho en memorizar los consejos relacionados con las virtudes cuando don Quijote empezó a darle los ya anunciados consejos “para adorno del cuerpo”. Le dice que sea limpio, que se corte las uñas, que no ande desceñido, pues era señal de decaído o dejado; que a sus criados los atendiera con honestidad; que fuera prudente en la comida y en la bebida, pues “el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”; que procure no eructar ni oler a ajos ni cebollas; que fuera cuidadoso con el estómago ya que de su salud dependía todo el cuerpo; que fuese moderado en el dormir, ya que “el que no madruga con el sol, no goza del día”; que anduviese despacio y hablase con reposo, pero sin afectación. También le aconsejó cómo debía ir vestido. Le recomienda también que no introduzca tantos refranes en su conversación, porque con frecuencia no se ajustaban y más parecían disparates que sentencias. Sancho se disculpó diciendo que no los podía evitar, pues sabía muchos y le venían todos juntos a la boca, peleándose por salir; procuraría utilizarlos de acuerdo con la importancia del cargo que iba a tener, pues “en casa llena, presto se guisa la cena” (donde hay medios no hay dificultades), “y quien destaja no baraja” (no pueden hacerse varias cosas al mismo tiempo) “y a buen salvo está el que repica” ( no hay de qué preocuparse) “y el dar y el tener seso, ha menester (la prudencia es muy necesaria). Don Quijote, para demostrarle a Sancho que no le había entendido, puesto que había ensartado sin venir a cuento los refranes anteriores, le respondió con ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! (Me reprende mi madre y yo me burlo de ella. Se usa el refrán para reprender a los que reinciden en algo después de haber sido advertidos). Sancho le respondió que pronto se les olvidarían, por esta razón le pidió que se los diera por escrito, pues aunque no sabía leer, se los daría a su confesor para que “me los encaje y recapacite cuando fuere menester”. Le critica don Quijote que no sepa leer y aquel le responde que cuando tenga que firmar “fingiré que tengo tullida la mano derecha y otro firmará por mí”, pues “para todo hay remedio, si no es para la muerte y teniendo yo el mando y el palo (tener la facultad de mandar), haré lo que quisiere, cuanto más que el que tiene el padre alcalde...seguro va a juicio (el que cuenta con un poderoso protector). Con la condición de gobernador Sancho dice que no le temerá a nadie, pues vendrán por lana y volverán trasquilados (si se meten contra él les sucederá lo contrario de lo que esperan), y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe (quien tiene buena suerte no tiene de qué preocuparse), y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo. …haceos miel, y paparos han las moscas (convertíos en miel y os comerán las moscas. Don Quijote le volvió a criticar el uso que hacía de los refranes, a lo que Sancho le respondió que se servía de la única hacienda que tenía, que era refranes y más refranes; le venían cuatro a la memoria, pero no quería seguir porque al buen callar llaman Sancho ( es una variante abreviada de refr. Al buen callar llaman Sancho; al bueno, bueno, Sancho Martínez (Conviene moderarse en el hablar)). Don Quijote muestra interés en saber qué refranes eran y Sancho los dice: “entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares”(no hay que entrometerse en problemas de parientes cercanos) y “a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder”(hay cosas que no admiten réplica), y “si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro” ( el desengaños prestos suelen ser remedios calificados”. Tras lo cual se marchó rápidamente para que no lo viesen hablando con la doncella. Las jóvenes informaron a la duquesa de la petición de don Quijote; los duques concertaron para esa noche una nueva burla. La duquesa despachó a un paje para que le llevase a Sancho sus cartas y alguna ropa. Cuando don Quijote entró a acostarse encontró en el dormitorio una vihuela y, templándola le cantó a Altisidora el siguiente romance que le había compuesto: “Suelen las fuerzas de amor / sacar de quicio a las almas, / tomando por instrumento / la ociosidad descuidada. // Suele el coser y el labrar / y el estar siempre ocupada / ser antídoto al veneno / de las amorosas ansias. // Las doncellas recogidas / que aspiran a ser casadas, / la honestidad es la dote / y la voz de sus alabanzas.// Los andantes caballeros / y los que en la corte andan / requiébranse con las libres, / con las honestas se casan.// Hay amores de levante, /que entre huéspedes se tratan, / que llegan presto al poniente, / porque en el partir se acaban.// (Para algunos transeúntes (huéspedes), el amor es como la salida y puesta del sol). El amor recién venido, / que hoy llegó y se va mañana, / las imágenes no deja / bien impresas en el alma//. La firmeza en los amantes / es la parte más preciada, / por quién hace amor milagros/ y a sí mismo los levanta. // Cuando don Quijote terminó de cantar descolgaron desde una ventana encima de su dormitorio una cuerda que llevaba atados más de cien cencerros. Al final de la cuerda, un saco lleno de gatos con cencerros atados a las colas. Algunos gatos entraron en su dormitorio y, en sus carreras, apagaron las velas; los maullidos de los gatos y el ruido de los cencerros le hicieron creer a don Quijote que habían llegado sus enemigos encantadores; sacó la espada y comenzó a dar reveses a diestro y siniestro; uno de los gatos le saltó a la cara y le dejó “acribado el rostro” (como una criba o un colador). Los duques entraron para ayudarle. Altisidora le curó las heridas y, con voz baja, le dijo que lo que le había ocurrido era por su dureza con ella; que, mientras ella viviese, ojalá Dulcinea se mantenga encantada y no la pueda gozar, porque lo adoraba. No le contestó don Quijote, solamente suspiró y se recostó en su lecho: tuvo que guardar cama durante cinco días. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XLVII. EL BANQUETE DE SANCHO Del juzgado llevaron a Sancho al comedor de un palacio; se sentó en la única silla que había en la mesa, llena de frutas y diversos manjares. Delante de él, que tenía mucha hambre, fueron desfilando suculentos platos de comida sin poderlos probar porque el médico que velaba por su salud, los mandaba retirar. Lo único que le autorizó fueron unos barquillos finos y “unas tajadicas sutiles de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión”. No pudo aguantar tanta impertinencia y mandó echar de la sala al doctor Pedro Recio de Agúero, natural de Tirteafuera, llamado por Sancho Pedro Recio de Mal Agüero; a continuación ordenó que le diesen de comer o se tomaran su gobierno, “que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas”. Se marchaba Pedro Recio cuando apareció un correo con una carta del duque. Éste le avisaba que tomase precauciones porque había espías en la ínsula y se preparaba un ataque que tenía como objetivo acabar con su vida También le decía que tuviese cuidado con la comida, pues podía estar envenenada. Sancho se quedó perplejo. El maestresala le recomendó que no comiera de aquellos platos porque los habían traído unas monjas y, como suele decirse, “detrás de la cruz está el diablo” (Detrás de lo que aparenta ser bueno puede ocultarse algo malo). A Sancho no le convenció lo que dijo el maestresala, contestándole que necesitaba comer, porque “tripas llevan corazón, que no corazón tripas”(Es una variante del refrán “tripas llevan pies, que no pies a tripas (es necesario alimentarse para tener buen ánimo)). Como estaba hambriento pidió que le trajeran pan y uvas. Lo interrumpió en su comida un labrador que pedía audiencia. Dando muchos rodeos le presentó su problema: su hijo, un joven endemoniado y epiléptico se quería casar con Clara Perlerina, una grotesca figura, enferma de perlesía. Le pedía que intercediese ante su consuegro, una persona pudiente, para que permitiera el casamiento. También solicitaba una pensión de seiscientos ducados para la dote de su hijo. Sancho, cogiendo la silla en la que estaba sentado, amenazó con lanzársela a la cabeza si no se retiraba de su presencia. El narrador, después de decir refrán “ándese la paz en el corro”, (se aplica a aquellas reuniones o corros en que hay disputas o riña) prometió que volvería a contar cosas de la historia de don Quijote. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XLVIII. DON QUIJOTE, EN SU DORMITORIO, CON DOÑA RODRÍGUEZ Don Quijote estaba una noche entristecido en su aposento, sin poder dormir, dolido por los arañazos de los gatos y pensando en cómo era perseguido por Altisidora, cuando oyó que abrían la puerta del dormitorio. Pensó de inmediato en la enamorada doncella y temió que hubiese venido a comprometer su honestidad; pero en vez de entrar Altisidora, como esperaba don Quijote, lo hizo una dueña, vestida con largas y blancas tocas, con anteojos en la cara y, llevando una vela en la mano. Don Quijote, de pie sobre la cama, envuelto en una concha amarilla, tocado con un gorro de dormir y, con el rostro y los bigotes vendados por los arañazos de los gatos, empezó a santiguarse nerviosamente, porque creía que alguna bruja había entrado en su aposento. La dueña, cuando se acercaba y vio el aspecto de don Quijote, se asustó tanto que se le cayó la vela y, al intentar huir en la obscuridad, se pisó las faldas y cayó al suelo. Creía que era un fantasma y le conjuró a que le dijera qué quería de él, pues como tal caballero andante, su oficio se extiendía a hacer el bien hasta las ánimas del purgatorio. Se dio a conocer la dueña. Era doña Rodríguez y venía a exponerle sus cuitas y a pedirle ayuda. Don Quijote, que no se fiaba de las dueñas, le respondió que si su petición era celestinesca, él sólo estaba para Dulcinea. Al final accedió a escucharla, quedándose él acostado en su lecho, asomando sólo la cabeza; ella sentada en una silla a una enorme distancia. Doña Rodríguez era asturiana. Su padre la trajo a Madrid y la acomodó a servir como doncella de labor en casa de una señora principal; al poco de llegar quedó huérfana. Se enamoró de un escudero de la casa. La señora, para evitar comentarios, los casó. Tuvieron una hija; al poco tiempo falleció su marido a consecuencia del trauma que le produjo el maltrato de su señora doña Casilda. Tenía fama de buena costurera y, cuando se quedó viuda la duquesa se la trajo con ella al reino de Aragón. Su hija tenía dieciséis años, era muy bella y poseía grandes cualidades. Se había enamorado de ella el hijo de un rico labrador; le había dado palabra de ser su esposo, pero ahora no quería cumplirla. Por eso venía a pedirle ayuda. Termina destacando el valor de su hija frente a Altisidora y la duquesa; en la primera porque “no es oro todo cuanto reluce” (refr. Las apariencias engañan), pues le huele la boca; en la segunda, porque tiene llagas en las piernas. Nada más terminar de hablar abrieron la puerta; del sobresalto, se le cayó la vela a doña Rodríguez y se quedó la habitación a obscuras. Dos manos la cogieron por la garganta y otra persona le levantó las faldas y le dio varios azotes con una chinela. A don Quijote le pellizcaron por todas las partes y le dieron mamporros. Tuvo que defenderse a puñadas. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XLIX. EL PROGRAMA DE GOBIERNO DEL GOBERNADOR SANCHO PANZA Sancho se sentía triste por la propuesta que el socarrón labrador le había hecho. No obstante, a pesar de que todo eran problemas, sabía hacerles frente. A todos los que con él estaban les dijo: “Ahora verdaderamente entiendo que los jueces y gobernadores deben de ser o han de ser de bronce para no sentir las importunidades de los negociantes…Negociante necio, negociante mentecato, no te apresures: espera sazón y coyuntura para negociar. Dirigiéndose al doctor Pedro Recio de Tirteafuera, le dijo que sus recetas más quitaban la vida que la daba, pues el ayuno al que lo sometía no era bueno para su naturaleza. El médico se hizo eco de las quejas de Sancho y aquella noche le permitió que cenara un salpicón de vaca con cebolla y unas manos cocidas de ternera. Después de cenar, le pidió Sancho al médico que le procurase dar comidas sencillas, nada de manjares exquisitos, sino ollas podridas (“la que además de la carne, tocino y legumbres, tiene en abundancia jamón, aves y embutidos”). Para que todo funcione bien les dice Sancho que no se burlaran de él: vivamos todos y comamos en buena paz y compañía, pues cuando Dios amanece, para todos amanece. Yo gobernaré esta ínsula sin perdonar derecho ni llevar cohecho (ni admitir soborno. Alude al refrán “Ni hagas cohecho, ni pierdas derecho”) y todo el mundo traiga el ojo alerta y mire por el virote(mire por lo suyo), porque les hago saber que el diablo está en Cantillana (está en todas partes. Alude al refrán “El diablo está en Cantillana, urdiendo la tela y tramando la lana”).No, sino haceos miel, y comeros han las moscas (“sed blandos y abusarán de vosotros”). El maestresala habló en nombre de los insulanos para decirle que tenía razón en lo que decía y que todos en la ínsula colaborarían con él. Sancho le contesta que es hora de salir a rondar porque quiere mantener la ínsula limpia de holgazanes, ya que “la gente baldía y perezosa es en la república lo mismo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen”. Antes de salir les expuso su plan de gobierno: “Pienso favorecer a los labradores, guardar las preminencias a los hidalgos, premiar los virtuosos y, sobre todo tener respeto a la religión y a la honra de los religiosos” Cuando salían oyeron la riña de dos hombres. Sancho y la comitiva que lo acompañaba se acercaron; les preguntó que por qué se peleaban. Uno de ellos dijo que el otro, con jugadas dudosas, había ganado dinero en una casa de juego, pero a él, estando como mirón, que las había apoyado, le quería dar una propina despreciable. Le pedía una parte mayor. Sancho le preguntó al jugador que si eso era verdad. Este le contestó que sí, pero que eran muchas las veces que se las había dado y “los que esperan barato han de ser comedidos y tomar con rostro alegre lo que les dieren”. El mayordomo le preguntó qué se debía de hacer. Sancho le mandó al jugador que le diera cien reales al mirón y, treinta para los pobres de la cárcel. El mirón, por no tener oficio ni beneficio, debía de salir al día siguiente de la ínsula; el jugador se marchó a su casa. Les comentaba Sancho a los acompañantes su deseo de cerrar todas las casas de juego cuando un corchete le trajo a un joven. Sancho lo interrogó, pero a todas las preguntas contestaba con mucha ironía. Se sintió molesto por las respuestas y decidió que dormiría en la cárcel, pero el joven mostró gran viveza y le contestó que no dormiría por muchas cadenas y grilletes que le pusieran. Sancho reconsideró su mandato y ordenó que lo dejasen en libertad, tras advertirle que no volviese a burlarse de la justicia. Dos corchetes le trajeron a una joven vestida de hombre. Era hija de Diego de la Llana, un hidalgo principal del pueblo. Les dijo la joven que su padre, desde que falleció su madre, hace diez años, la había tenido encerrada en su casa.; pero no podía contener por más tiempo sus deseos de ver mundo y había decidido aquella noche, vestirse de muchacho y salir con su hermano, disfrazado de doncella, a recorrer las calles de la ciudad. Otro corchete llegó con su hermano; Sancho comprobó que lo que la joven decía era verdad. Los llevaron a su casa y Sancho les dijo que “de aquí adelante no se muestren tan niños, ni tan deseosos de ver mundo, que la doncella honrada, la pierna Sancho respondió inmediatamente, por medio de su secretario. Le dice que está muy ocupado, pues no tenía tiempo, según él, ni para rascarse la cabeza; le comenta el hambre que pasa, debido a las dietas del doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera; le pide que evite problemas con los duques porque repercutiría en su gobierno y, por último, que le cuente cómo están su mujer, su casa y sus hijos. Terminada la carta empezó Sancho a dictar unas ordenanzas sobre el buen gobierno que consistieron en prohibir la especulación con los alimentos de primera necesidad; moderar los precios, ponerle tasa a los salarios; prohibir los cantares lascivos y las coplas de ciego que cantaban milagros. Creó un alguacil de pobres, no para que los persiguiese, sino para que comprobasen si en realidad lo eran. Estas buenas ordenanzas se guardan en la ínsula con el nombre de “Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO LII. TERESA PANZA QUIERE IR A LA ÍNSULA Y SENTIRSE GOBERNADORA Una vez que don Quijote se curó de los arañazos de los gatos, se sintió en la necesidad de continuar su vida de caballero andante y pensó decirles a los duques que próximamente saldría para Zaragoza a participar en unas justas que allí se hacían. Un día, estaba sentado a la mesa con sus anfitriones cuando se presentaron en la sala, llorando, dos mujeres, completamente enlutadas, pidiéndole ayuda. Se lamentaban con tal ahínco que los propios duques dudaban de que fuera una broma. Se descubrieron a petición de don Quijote y doña Rodríguez le pidió ayuda para reponer el honor de su hija que había sido burlada por el joven y rico labrador que le había prometido matrimonio y no cumplía su palabra. Le pedía que le hiciese justicia porque desconfiaba de que el duque la fuera a dar, pues eso sería pedir peras al olmo (pretender algo imposible). Con mucha gravedad le prometió a doña Rodríguez que así lo haría. Antes le había advertido a la hija que “le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales por la mayor parte son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir”. El duque le contestó que aceptaba el desafío en nombre del mozo y que le obligaría a que pelease allí, en el castillo, en un plazo de seis días. Mientras, por orden de la duquesa, doña Rodríguez y su hija, hasta que se hiciese justicia, recibirían el trato especial de señoras aventureras. Estando en esto entró el paje con dos cartas de Teresa; una para la duquesa, que decía “Carta para mi señora la duquesa tal de no sé dónde”; y la otra: “A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí”. La duquesa, que “no se le cocía el pan”, (expresa la inquietud hasta conseguir lo que se desea),la leyó para sí y después en voz alta. Le decía que “en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro, y que sacado de gobernar un hato de cabras, no pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno”. Le suplicaba que le ordenara a su marido que le mandara dinero, porque pensaba ir a la corte y allí la vida está muy cara, ya que el pan vale a real y una libra de carne, treinta maravedís; que en la corte se sorprenderán cuando la vean con Sancho y “a Roma por todo” (el proverbio expresa el ánimo y la confianza con que se comienza una empresa difícil). Finalmente le dice que le manda medio celemín de las mejores bellotas que recogió en el monte, una a una. En la carta a Sancho, lo llamaba como “Sancho mío de mi alma” y “hermano”. Le expresa la alegría que se llevó cuando recibió su carta, diciéndole que pensó que se iba a caer muerta, pues “así mata la alegría súbita como el dolor grande”. Le aseguraba que, de acuerdo con lo que su madre decía: “es menester vivir mucho para ver mucho”, no pararía hasta verlo “arrendador o alcabalero (recaudador de impuestos), que son oficios que aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre tienen y manejan dineros”. Le contaba algunos sucesos recientes del pueblo, que Sanchica hacía encaje y cada día echaba en la alcancía ocho maravedís para ayudarse en su ajuar, que la fuente de la plaza se secó porque le cayó un rayo, “y allí me las den todas” (expresión proverbial, con el sentido de “y a mi me tiene sin cuidado, allá se las arreglen”) Hubo júbilo con la lectura de las cartas. Después, el paje le entregó a la duquesa los dos regalos de Teresa: las bellotas y un queso mejor que los de Tronchón. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO LIII. SANCHO SE FRUSTRA COMO GOBERNADOR El tiempo del gobierno de Sancho se pasó rápidamente. Por esta razón nos cuenta el narrador que el autor Cide Hamete reflexionó con gran cordura en los siguientes términos:“Pensar que en esta vida las cosas de ella han de durar siempre es pensar en lo excusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten”. Cansado de juzgar y de dar pragmáticas y con hambre por la rigidez de las dietas, se había acostado Sancho la séptima noche de su estancia en la ínsula cuando fue despertado por un gran estruendo de campanas, voces, trompetas y atambores. Se levantó a ver qué ocurría y se encontró con más de veinte personas que, con antorchas, venían hacia él, diciéndole que la ínsula había sido invadida y que, como gobernador, debía dirigirlos en su defensa. Les argumentó que desconocía los temas de las armas, pero no consiguió disuadirlos. Le colocaron dos paveses, uno delante y otro detrás, se los ataron con cuerdas, y por unos agujeros le sacaron los brazos; le dieron una lanza y le pidieron que los animase a todos, pues siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios”. Sancho quedó “como galápago, encerrado y cubierto en sus conchas, o como medio tocino metido entre dos artesas, o bien como barca que da al través en la arena”. Intentó caminar y cayó al suelo; se apagaron las antorchas, con grandes voces, llamando a las armas, pasaban por encima de él; con las espadas golpeaban sobre los escudos y él, recogiéndose en el interior como pudo, rogaba a Dios que se perdiese de una vez la ínsula y terminara la angustia y el sufrimiento que soportaba. Se oyeron voces de “!victoria!”; levantaron a Sancho, pidió un trago de vino y, tras beberlo, se desmayó del miedo que había pasado. Cuando se despertó estaba amaneciendo; empezó a vestirse y, “sepultado en un enorme silencio”, se fue a donde estaba el rucio y con lágrimas en los ojos le dio un beso de paz en la frente; recordó lo feliz que era cuando sólo se preocupaba de cuidarlo, pero que desde que lo dejó y “me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos” Subido en el rucio, pidió que le abrieran paso y se despidió diciendo: “dejadme volver a mi antigua libertad”; “Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido”. Les sigue diciendo que quiere vivir en su libertad y que “sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas”. El doctor Pedro Recio le pidió que se quedara, prometiéndole darle de comer lo que quisiera, pero Sancho contestó: “Tarde piache” (Tarde te quejas);”No son estas burlas para dos veces”. No deseaba más ser gobernador, argumentándoles que deseaba seguir como antes estaba: “Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos, en alusión al refrán, “Por su mal le nacieron alas a la hormiga (algunas cosas que por sí son buenas, pueden ser motivo de desgracia); Cada oveja con su pareja ( la persona debe relacionarse sólo con los de su clase); Nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana (nadie debe querer ir más allá de sus capacidades). El mayordomo ensalzó su ingenio y su cristiano proceder. Sancho les pidió un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él; Se despidió llorando, los fue abrazando a todos y se dirigió al castillo de los duques. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO LIV. EL MORISCO RICOTE CUENTA SU HISTORIA El mozo que engañó a la hija de doña Rodríguez había huido a Flandes, evitando a la suegra. Los duques decidieron que lo representara en el combate el criado Tosilos. Lo aleccionaron sobre la fórmula del desafío. Tenía que presentarse “en el campo armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba, y aun por toda la barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado palabra de casamiento”. Don Quijote esperaba alborozado el día de la pelea. Sancho, que ya había partido de la ínsula subido en su rucio, se encontró en el camino con seis peregrinos tudescos que pedían limosna. Le hablaron en una lengua que no entendía. Sospechaba que le pedían de comer y les ofreció lo que llevaba: pan y queso. Ellos lo rechazaron y le dieron a entender que querían dinero. Él, que no tenía ni un céntimo, se abrió paso entre la fila. En ese momento, uno de ellos lo reconoció; era su vecino el tendero: el morisco Ricote, que, con los de su nación, había sido expulsado de España hacía algún tiempo. Sancho se sorprendió del atrevimiento que había tenido en regresar por las penas que se les imponía. Ricote le respondió que si él no lo descubría, nadie lo reconocería. A petición de Ricote, todos se sentaron a comer en una alameda cercana. Sobre el mantel de la hierba pusieron abundante comida, desde frutos secos a caviar, tocado todo con abundante vino. Los peregrinos, que eran buenos mozos, comían despacio y alzaban la bota con mucho gusto. Sancho, siguiendo el refrán de “cuando a Roma fueres, haz lo que vieres”, empinó la bota tan bien como ellos. Brindaron por la camaradería de españoles y alemanes. Se apartaron del grupo Sancho y Ricote. Éste le contó cómo sufrió con la pena del destierro a la que los bandos del Rey sometieron a los moriscos. A él le pareció que tal resolución fue “de inspiración divina”, porque la mayor parte de los moriscos eran culpables y suponían un grave peligro para España. Abandonó su casa y, pasando por Francia, fue a parar a Alemania: allí, “cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia”. Se había juntado con estos peregrinos, que tienen por costumbre venir a España porque son bien recibidos; en los pueblos les daban de comer y también dinero; volvían a Alemania con más de cien escudos que cambiaban por oro que sacaban en los huecos de los bordones. Ha regresado porque quiere desenterrar un tesoro que ocultó en su pueblo y llevarse a su familia, que está en Argel. Le pidió a Sancho que le ayudara a recuperarlo, diciéndole que le daría doscientos ducados, pero Sancho se negó argumentando que ni era codicioso, ni quería traicionar a su rey, pues sabía que “lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño” (refr. “ lo bien ganado se lo lleva el diablo, y lo malo, a ello y a su amo”). Le aseguró que no lo descubriría a la justicia y le informó de la salida de su familia: el cuñado de Ricote la había llevado a Argel; la hija iba bellísima y todos los despidieron llorando. Especialmente lo sintió, su pretendiente, el joven y rico mayorazgo Pedro Gregorio. Desapareció del pueblo y nada se sabe de él. Llegó la hora de despedirse. Se dieron un abrazo y, Sancho, montado en su rucio, partió al castillo de los duques. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO LV. LA CAÍDA DE SANCHO EN LA SIMA El haberse entretenido con Ricote le impidió a Sancho llegar aquella noche al palacio de los duques. Cuando se hizo de noche, en vez de continuar, se apartó para descansar, con tan mala fortuna que cayeron él y el rucio en una sima. Pensó que sería el final, pero cuando tocó suelo, comprobó que se encontraban bien los dos. Empezó Sancho a lamentarse comparando el estado en el que estuvo cuando era gobernador y el que tenía ahora, decía en su lamento “… cuán no pensados sucesos suelen suceder a cada paso a los que viven en este mundo miserable!. Compara su suerte con la de don Quijote cuando cayó en la Cueva de Montesinos y saca como conclusión las diferencias entre
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