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Resumen sobre la novela La virgen de los sicarios, Apuntes de Literatura

Apunte donde se explican las principales características, generalidades e influencias literarias de la famosa novela La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo.

Tipo: Apuntes

2015/2016
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Subido el 15/02/2016

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silvia_gomez 🇪🇸

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¡Descarga Resumen sobre la novela La virgen de los sicarios y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo Radiografía de la violencia cíclica suramericana Abstracto Análisis crítico de la novela del escritor colombiano Fernando Vallejo, La Virgen de los Sicarios, publicada por Alfaguara en 1994. El análisis es hecho por un hijo de las comunas de Medellín, uno de los temas centrales de la obra. Abstract A review on the work The Virgin of the Assassins by Colombian writer Fernando Vallejo. The analysis is made by an inhabitant of the Medellín poor barrios, the main scenario of the Vallejo’s work, where the topic of urban violence is centralized. Introducción “Las comunas son, como he dicho, tremendas. (…) casas y casas y casas, feas, feas, feas, encaramadas obscenamente las unas sobre las otras…” (LVS 56). Foto de la cuadra en donde crecí en el barrio Doce de Octubre, la “Comuna” Noroccidental. Terminé de leer la novela, tal vez la más célebre, del maestro Fernando Vallejo, mi conciudadano, no sólo por colombiano – o anticolombiano -, sino también por medellinense, aunque en este punto habría que discutir si ambos pertenecemos o no a la misma ciudad, pues en su novela hace una división de la misma que yo ya había revelado anónimamente a mis compañeros de clase en la Universidad Pontificia Bolivariana, aunque la propuesta de renominar las dos ciudades es suya y apoyo la iniciativa. Dice el maestro Vallejo que “Medellín son dos ciudades, la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola” (LVS, 82) y agrega además: “Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alias para la de arriba: Medallo” (LVS, 84). Esa propuesta es en verdad un hecho y por eso puedo decir que Vallejo es de Medellín y que yo soy de Medallo, pues es de allí de dónde vengo y por lo cual me ligo íntimamente a esta obra. También debo decir que he leído varias críticas a la obra y que ninguna me convence completamente, porque da la impresión de miradas muy superficiales, al mismo tono con que se mira la realidad de Colombia, desde una perspectiva generalizada, casi temerosa, que cae en conceptos etiquetados. Frases que se sacan de contexto, intelectuales que quieren manejar el tema del sicariato, de la violencia, de Medellín y Medallo, de Colombia, como si supieran mucho. Un crítico costarricense incluso concluye que Medellín es la ciudad maldita, al sacar las frases lapidarias de Vallejo que dice “eran los demonios de Medellín, la ciudad maldita (…)” y “mi Medellín, capital del odio” (LVS 82) y otro asegura que Vallejo es racista porque despotrica del mestizaje: “De mala sangre, de mala raza, de mala índole, no hay mezcla más mala que la del español con indio y el negro (…)” (LVS 90). Respecto a todas esas críticas, con sus debidos valores, pienso que es como aquel director inglés que intentó hacer una formidable película sobre Pablo Escobar con actores mexicanos y escenas en Texas. Hay entonces una ventaja de aquel que no sólo conoce las dos ciudades a las que se refiere Vallejo, Medellín y Medallo, sino que es hijo de una de las dos, Medallo, siendo el autor hijo de la otra. De alguna manera se trata de un complemento entre ambas, como lo es la simbiosis entre Fernando y Alexis-Wilmar. En el caso, la novela es de Vallejo-Medellín y la crítica es de Albeiro-Medallo. Algo así como si Alexis- Wilmar hubiera sobrevivido, estudiado algo y leído la novela para después dar su apreciación. Si tuviera que rescribir esta obra, sin duda no podría hacerlo desde el Fernando de Medellín, sino desde el punto de vista del Alexis-Wilmar de Medallo. Como para el maestro Vallejo la primera persona narrante es la más conveniente en literatura porque “¡No sabe uno lo que uno está pensando va a saber lo que piensan los demás!” (LVS 16), de la misma forma puedo concluir que una crítica literaria en primera persona es más conveniente y detallista que una crítica escrita desde Costa Rica sin conocer Medellín, mientras se elaboran especulaciones. Barrio Santo Domingo Savio. A manera introductoria puedo decir que es una novela estupenda. Su narrativa es dinámica, poética, especialmente descriptiva y rica en juegos gramaticales, sin nada postizo, sin nada que le sobre, sin nada que le falte. Cierto que es una de las más grandes creaciones de la literatura colombiana y es lamentable que muchos han tratado de ignorarla, puesto que toca la llaga de muchos problemas actuales y el aurea de diferentes instituciones nacionales que le crean enemigos. La diferencia es que Vallejo ha alcanzado un gran prestigio internacional, el mismo que no pudieron a su tiempo escritores como Vargas Vila o Porfirio Barba Jacob, personajes que recibieron un gran desprecio de parte de la sociedad agudamente conservadora de su tiempo. Incluso lumbreras como el maestro Tomás Carrasquilla o El Brujo de Otraparte, Fernando González Ochoa, tuvieron sus oponentes de peso que los acallaron y que apenas en la actualidad repuntan con creciente valor. Por su parte, Fernando Vallejo puede sentirse satisfecho de que tiene muchos simpatizantes dentro y fuera de Colombia y eso le da fuerza a sus obras y una gran influencia en el pensamiento colombiano de hoy. A pesar de la situación social, política y económica en que se encuentra el país y de un estado lamentable de sus instituciones corroídas por la corrupción, la megalomanía, la retórica vacía y la inoperancia, la Colombia de hoy no es la que vivió Vargas Vila o Barba Jacob o Fernando González Ochoa, en donde las conciencias eran cerradas por las llaves de la Iglesia de entonces, por la absoluta ignorancia del pueblo y la arrogancia de las oligarquías. En la Colombia de hoy es más posible escuchar voces como las de Fernando Vallejo, de esas que llaman al pan, pan y al vino, vino. Leí la Virgen de los Sicarios el 2 de enero de 2009 en la ciudad marítima de Kep, en Camboya. Vine solo a este balneario lleno de franceses a descansar y me encerré en un hotel con Vallejo. Ya había visto la película y leído numerosas críticas, algo opuesto a lo normal y los colombianos no somos amigos de seguir las leyes regulares de este mundo. La razón de que leyera la obra a lo último, es que en Camboya no hay obras hispanoamericanas ni en español ni en inglés ni en chino. Camboya se encuentra en este momento de su historia mirándose el ombligo y hambrienta de dólares. Se miran a los extranjeros como cerdos, por kilos de dólares. Tengo la segunda edición de Alfaguara publicada en Santafé de Bogotá en julio de 2000 (digo Santafé porque así se llamaba Bogotá ese año y según el libro). Respecto a la película, aunque impresionante, creo que tiene escenas muy postizas. Recuerdo a mi profesor de cine en la UPB que decía que una novela hecha cine siempre sería un desastre. ellos mismos. La única víctima directa de Fernando es un perro callejero herido y atrapado en un caño cuyas esperanzas de vida son pocas (LVS 77). Los dos personajes sienten pesar y Fernando decide que es mejor matarlo para que no sufra más. Sorprendentemente Alexis se siente incapaz de hacerlo y entonces lo hace directamente Fernando. Alexis: Un adolescente de los barrios populares, sicario, homosexual. Su casa queda en el Barrio Santo Domingo Savio. Su padre murió asesinado. Su madre tiene hijos con otro hombre que la abandonó. Miembro de una banda de sicarios al servicio de Pablo Escobar. Los miembros de la banda fueron todos asesinados y Alexis es el único sobreviviente. La banda también estaba en problemas territoriales contra una banda del barrio La Francia. Dos elementos reiterativos: ojos verdes y llevaba tres escapularios. Llevaba siempre una pistola que se ponía al cinto, entre los pantalones. Wilmar: Adolescente también de los barrios populares y sicario, su casa estaba en el Barrio Santa Cruz. Alexis había matado a su hermano y lo buscaba para vengarse. Le decían Laguna Azul porque se parecía al personaje de esa película. El personaje asume completamente la identidad de Alexis, es su continuación, aunque haya sido su asesino. Tiene también ojos verdes y el carácter no lo distingue para nada del anterior. Dice las mismas cosas y reacciona de la misma manera, por ejemplo, matando. Personajes secundarios El Difunto: Es un persona casi omnisciente que aparece y desaparece durante toda la obra. Su pequeña biografía se encuentra en LVS 43: Lo habían acribillado, lo estaban velando y en el velorio se despertó, de ahí el nombre. Previene a los personajes principales de atentados contra su vida (dos veces) y les cuenta historias suplementarias como la muerte de El Ñato. La Plaga: También es un joven sicario, amigo de Alexis. Su nombre es Heider Antonio, pero Fernando no está seguro (ver LVS 35). Es quien le dice a Fernando que Wilmar es Laguna Azul, el asesino de Alexis. La mamá de Alexis: Aparece una sola vez en la historia. Su corta biografía se recuenta en LVS 86-87. Tiene tres niños pequeños, hijos de otro hombre que la había abandonado, mientras el papá de Alexis había sido asesinado. Ella le da información a Fernando sobre el asesino de Alexis, un muchacho de los lados de Santa Cruz y La Francia que llaman Laguna Azul. José Antonio: Amigo de Fernando, un proxeneta, presta su casa en donde hombres adultos se encuentran con muchachos para tener relaciones. Es en su casa en donde Fernando conoce a Alexis. El Ñato: Un personaje extraño que Fernando dice fue asesinado dos veces. Era homofóbico (LVS 106 – 108). Difuntos A través de la obra se presentan una serie de asesinatos perpetuados por Alexis-Wilmar y en la mayoría de los casos animados por el mismo Fernando: “Basuqueros, buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y abogados, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por su mano bendita, por la su espada de fuego” (LVS 103). 1. Un ladrón obeso asesina a un joven por robarle el carro (LVS 19). 2. Un mendigo amanece acuchillado a la entrada del edificio en donde viven Fernando y Alexis (LVS 26). El muerto no es de ambos, pero denuncia la muerte de indigentes en Colombia: “les están sacando los ojos para una universidad”. 3. Alexis asesina al punkero que no le gusta a Fernando porque hace ruido en la noche (LVS 26). 4. Se narra la muerte de Pablo Escobar, histórica (LVS 33-34 y 61). 5. Muerte de tres soldados que hacen una requisa (LVS 38). 6. Se narra la muerte histórica de Luis Carlos Galán (LVS 40). 7. Alexis asesina a un transeúnte que se tropieza con ellos y los insulta (LVS 40-41). 8. Alexis asesina al taxista que se negó a bajar el volumen del radio por solicitud de Fernando. Cuando se bajaron, el muchacho le disparó y el taxi atropella a una señora con dos niños (LVS 47-48). 9. Alexis asesina a una camarera que los atiende mal (LVS 49). 10. Alexis asesina cuatro gamines que están atacando a un joven policía desarmado (LVS 54). Es una parodia de la justicia en Colombia: el que debería proteger, es en cambio protegido. Es el sicario y quien lo manda quien posee la verdadera autoridad y quien decide quién vive y bajo qué leyes. Los policías son vistos como otros delincuentes o como seres indefensos, como en este caso en el que se trata de lo que se conoce como policía-bachiller, un muchacho que presta su servicio militar en la policía y que cuida las violentas calles desarmado: “El policía, uno de esos jovencitos bachilleres que están reclutando ahora para lanzarlos, sin armas y atados de manos por las alcahueterías de la ley, al foso de los leones (…)”. 11. Unos sicarios que iban a matar a Alexis y a Fernando, asesinan a una señora embarazada (LVS 62). 12. Alexis asesina a un mimo que se burla de un anciano y a una persona que hace un comentario sobre esa muerte (LVS 64 – 65). 13. Alexis asesina a seis borrachos en una cantina (LVS 67). 14. Alexis asesina al guardián de la tumba de Los Priscos que les hace un mal comentario (LVS 71): Otra parodia a la violencia. Los Priscos fueron la banda de sicarios más fuerte de Medellín y todos asesinados fueron enterrados en un pomposo mausoleo en el cementerio de San Pedro en donde fue ordenado poner la música que ellos oían en vida por espacio de quince años. Para cuidar que nadie se robe el equipo, se pone a un guardia. La muerte de este al lado de la que fuera la más temible familia de matones de la ciudad, es una burla más de la violencia. 15. Alexis asesina a dos niños que pelean y a cuatro espectadores de la pelea (LVS 72). 16. Alexis mata a sicarios que iban a matarlos (LVS 72-73). 17. Alexis mata a un carretillero desde un taxi porque Fernando le dijo que estaba torturando un animal al hacerlo trabajar y mata al taxista para no dejar testigo (LVS 76). 18. Alexis es asesinado por Laguna Azul (LVS 78). 19. Wilmar asesina a un hombre que silbaba en la calle y que molesta a Fernando. Después Fernando descubre que era el hombre obeso que había matado al muchacho por robarle el carro (LVS 99). Otro ciclo de violencia que recuerda el adagio “quien a fierro mata a fierro muere”. 20. Wilmar asesina a una señora con dos niños en un bus porque los niños estaban molestando y no eran controlados por la mujer. Al bajarse del bus, asesina al conductor porque se tarda en abrir la puerta (LVS 101). 21. Wilmar asesina a un mendigo que pide en el bus (LVS 103). 22. Historia de la muerte de El Ñato (LVS 106 – 108). 23. Wilmar es asesinado cuando va a despedirse de su mamá para irse con Fernando (LVS 116). Personajes históricos Una serie de personajes históricos afectan la historia. Pablo Escobar: Este personaje tiene una gran importancia en la obra porque es señalado como uno de los principales responsables de la violencia y del sicariato. Con su muerte, los sicarios sin empleador van por la ciudad cometiendo crímenes atroces. Virgio Barco: El presidente de Colombia que declaró la guerra al narcotráfico, es visto por el autor con gran simpatía. César Gaviria: Su nombre no es mencionado, pero es visto por el autor con gran antipatía. Durante su gobierno se dio la muerte de Pablo Escobar. Padre García Herreros: Sacerdote eudista, muy apreciado en Colombia por sus obras de caridad pública conocidas como El Minuto de Dios, por un programa de televisión que era de un minuto. Logró recaudar fondos para construir casas para los pobres. Su nombre se ha incluso introducido para causa de canonización. Pero para el autor, su acción no es buena porque ayuda a promover más pobreza e incluso lo relaciona con las mafias al, según el autor, recibir donaciones de los mafiosos. Cardena Alfonso López Trujillo: Un hombre controvertido en Colombia y con muchos enemigos dentro y fuera de la Iglesia. Murió en El Vaticano. El autor lo acusa de gran amistad con Pablo Escobar y de grandes robos. Pedro Justo Berrío: Gobernó Antioquia a finales del siglo XIX y le abrió las puertas a un gran progreso. Se cuenta como uno de los grandes del orgullo antioqueño. Es mencionado varias veces frente a su monumento en el Parque Berrío, como una parodia de la que fuera una edad de oro y paz en la región. Fidel Castro: Mencionado una vez con gran antipatía. Luis Carlos Galán: Candidato liberal asesinado por sicarios de Pablo Escobar en plena campaña política. Don Bosco y los salesianos: Mencionados con frecuencia debido a que el autor estudió en uno de los colegios salesianos. En Medellín sus escuelas han sido de gran prestigio y otros intelectuales han tenido que ver con los salesianos y sus obras educativas. La percepción negativa del autor hacia la Iglesia hace que presente a estos de manera dura. Los Priscos: Una de las primeras y más poderosas bandas de sicarios de Medellín al servicio de Pablo Escobar. Fueron todos asesinados y sus restos guardados en un mausoleo al cual tiene música infinita por quince años. Temas Medellín – Medallo y la violencia La violencia divide y fragmenta. La ciudad, Medellín, es presentada como un campo violento, sin reglas, en donde el que manda es el que está bien armado. Después de la muerte del mimo “El terror se apoderó de todos. Cobarde, reverente, el corrillo bajó los ojos para no ver al Ángel Exterminador porque bien sentían y entendían que verlo era condena de muerte porque lo quedaban conociendo” (LVS 66). Aunque en esta época Medellín ganó el record de ser la ciudad más violenta de América, el problema de la violencia en el continente no es ingénito a Medellín, como quieren presentarlo algunos en su afán de buscar chivos expiatorios. La violencia descrita en la obra incluye todo el país y a muchas regiones de América, bajo los mismos patrones. El sicario, llamado “Ángel Exterminador”, es el dueño de cada situación sin que exista una autoridad que ponga fin a su paso de muerte. La policía no tiene en la obra un papel protagónico, es completamente ausente, lejana y en los pocos momentos en que es mencionada se hace con desprecio, se equipara a la misma delincuencia e incluso patrocina la delincuencia cuando un sargento vende balas a Fernando sin muchos problemas (LVS 37). El sicariato es una acción directa de las mafias sobre los barrios más pobres de la ciudad. Estos sectores, conocidos en Medellín como las “comunas”, son en realidad en su mayoría antiguas invasiones que hicieron campesinos, muchos de los cuales huían de la violencia en el campo. Esto creó las dos ciudades de las que habla el autor: la ciudad tradicional, la que estaba de siempre, la de clase media y alta, en la parte baja del valle y la ciudad ilegal, sin planeación, marginal, en las laderas de las montañas. La carencia de una presencia de Estado en estos sectores, la marginación de los planes de desarrollo, dio paso a que las mafias y especialmente las de Pablo Escobar, encontraran un caldo de cultivo para sus planes. El origen a su vez campesino de Escobar lo hizo un hombre popularmente carismático entre los sectores menos favorecidos. Sin duda, Pablo Escobar no era un tipo arrogante con el pueblo pobre y necesitado. Al contrario, actuaba como un líder que se preocupaba por sus problemas y les daba soluciones inmediatas, algo que los gobernantes tradicionales del país no tienen. A su muerte, miles de personas acompañaron su féretro y le mostraron su simpatía, aprecio y agradecimiento. Era técnicamente un Robin Hood criollo, con la diferencia de que no utilizaba flechas, sino subametralladoras y carros-bomba. Pablo Escobar ofreció oportunidades de empleo a una población desempleada en donde abundaban los niños y los jóvenes. Trabajar con Pablo Escobar era tenerlo todo y bastaba con serle fiel, porque fallarle, era condenarse definitivamente. De ahí que en Medellín, especialmente en las barriadas populares, se comenzó a llamar como El Patrón. Nadie mencionaba directamente su nombre. No era solo trabajar como sicario. El Patrón tenía una verdadera empresa en la cual usted podía vincularse: en el departamento de distribución (las mulas de la cocaína), como transportador (llevando cocaína dentro y fuera del país en vehículos de todo tipo), como representante (testaferro), como asociado (jueces, abogados, policías, militares, médicos, periodistas, etc, comprados por el negocio de las mafias y trabajando para esta), como agente de seguridad (guardaespaldas o sicario) o en el departamento de entretenimiento (prostitución). Se trataba de una inmensa red de empleo en donde corría el dinero y muchos querían participar. Esta situación obviamente corrompería todos los mecanismos democráticos, institucionales, industriales y económicos. Haría bien pronto de Colombia una narcodemocracia (John F. Kerry, 1994), pero no sólo de Colombia: sería un problema de toda las américas en donde otras nacionalidades se verían implicadas, desde Argentina y Chile a México, el Caribe, Canadá y, claro, Estados Unidos, primer consumidor global de drogas. La diferencia es que en Colombia el problema tocó fondo y se agudizó en Medellín. La palabra sicario es del latín por sicca, “puñal”. Un sicario era en el antiguo Imperio Romano un asesino pagado para que apuñaleara a un enemigo político. Básicamente es eso lo que la mafia genera, sin decir con ello que el fenómeno sea nuevo en Colombia. Un sicario, por ejemplo, asesinó el 9 de abril de 1949 al caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, aunque en ese tiempo el término no estaba muy en uso. Son pues las mafias las que le dan vigencia al término. Buscan entre los barrios populares a muchachos que puedan hacer ese trabajo, el de eliminar a aquellos individuos que se declaran enemigos del narcotráfico y ponen en peligro sus redes, como magistrados, jueces, periodistas, policías, militares, etc., pero también los que traicionan la organización, los que deben y no pagan, los que roban a la organización (dentro de la mafia misma no hay corrupción administrativa) y cualquier otro tipo de uso funcional. Un sicario puede ser cualquiera, desde un niño con el suficiente coraje hasta un hombre maduro o una mujer. La razón por la cual se hizo recurrente que los sicarios fueran muchachos, es precisamente porque estos no tienen tanto temor y se muestran firmes en lo que hacen. El muchacho tiende a ser más leal y es capaz de dar su vida por quien sabe es su amigo o su ayuda. Por ejemplo, Alexis cubrió con su cuerpo a Fernando para protegerlo. Un sicario adulto es más calculador y teme más, porque tiene mayores obligaciones. A esto dice Fernando que un sicario es: “un muchachito, a veces un niño, que mata por en una sociedad, con la diferencia que no se puede dar un valor ético a la religiosidad para concluir que es bueno o malo en sí. La religiosidad popular es la religión alternativa, en la cual no existen mandos reguladores. Ésta es el mismo pueblo y los valores que éste da a sus creencias y relaciones con lo mistérico y adquiere mayor fuerza allí en donde está ausente la autoridad religiosa. En la novela Fernando y Alexis-Wilmar visitan siempre los templos como señal de la profunda identidad católica de la cultura colombiana. Sin embargo, en ninguno de ellos se encuentran con sacerdotes, aunque estos no están del todo ausentes. Aquellas personas que encuentran en el templo son siempre del pueblo raso. La violencia se pasea incluso en los lugares sagrados con la misma impunidad que hace en las calles. Abaleos y asesinatos en los templos colombianos y americanos han sido reales y no son una exageración literaria: ¿Acaso no murió asesinado por un sicario Monseñor Oscar Romero en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador? Por su parte, hay una crítica tácita a una Iglesia que se pronuncia vehementemente en temas como el control de la natalidad, el homosexualismo y otros, pero se muestra tímida en el confronto de realidades tan crueles como el sicariato, las mafias, la guerrilla, los paramilitares, la corrupción, la explotación, etc., muy a diferencia de lo que hizo un pastor como Monseñor Romero en El Salvador. La malinterpretada idea de que la Iglesia no puede intervenir en política, se convirtió en un arma de doble filo: esgrimida por los enemigos de la Iglesia cuando les conviene que ésta no se pronuncie y exhibida por algunas personas de las jerarquías para cerrar los ojos ante las evidencias de la realidad criminal. Cuando se habla de que la Iglesia no puede intervenir en política, esto se entiende estrictamente dentro del ámbito de las disputas partidistas y electoreras. Por otro lado, la Iglesia, sea que se vea como institución divina o no, científicamente es un conglomerado social y por lo tanto, tiene responsabilidades sociales. Como a su vez es un ente social, es un ente político. Ello no quiere decir que la Iglesia colombiana no haya tomado posiciones frente a la violencia y la injusticia social, sino que no ha sido un papel activo en aquella que históricamente participó en la generación de espirales de violencia durante la primera mitad del siglo XX. En ello, la Iglesia colombiana, al mejor estilo de un Juan Pablo II, debería pedir perdón al pueblo colombiano por el comportamiento de ciertos individuos que azuzaron de manera fundamentalistas a los creyentes alineados en el rango conservador para violentar a aquellos que señalaron como enemigos de la fe y de la patria.[2] El ícono de María Auxiliadora tiene su atracción para el mundo devoto del sicariato. Es la devoción nacida al seno de fuertes disputas y guerras religiosas en la Europa medioeval. La devoción que esgrimió Pío V en contra de los musulmanes y a la que se debe su derrota en la Batalla de Lepanto. La devoción a la que acudió Pío VII prisionero de Napoleón. Por último, la devoción de San Juan Bosco, a la que le dedicó la siguiente interesante oración: “¡Oh María, Virgen Poderosa! ¡Grande e ilustre defensora de la Iglesia y auxilio poderoso de los cristianos! Terrible como un ejército ordenado para la batalla, ¡Tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero! Oh Madre querida, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestras dificultades defiéndenos del enemigo! Y en la hora de la muerte recibe nuestra alma en el paraíso. Amen.“ No es que la devoción tenga en sí algún problema. ¡Por favor! No comencemos a manipular los elementos que han servido a tantos otros para inspirarse hacia el bien. Por otro lado, con Don Bosco nadie se mete (LVS 105). En este punto el maestro Fernando Vallejo olvidó leer a Garibaldi, el líder de la unificación italiana y férreo enemigo de la Iglesia, quien en 1880 dijo que no iría a Turín porque allí estaba Don Bosco.[3] En este sentido, el maestro Vallejo desconoce la trayectoria de uno de los hombres más carismáticos del siglo XIX y, como diría mi padre, hombre de las comunas a las que nunca ha subido el maestro, la excepción confirma la regla. Pero volvamos a la oración que Don Bosco compuso en un tiempo particular, en medio de una mentalidad propia de su siglo, de una Iglesia que se defendía con garra fundamentalista de las invasiones musulmanas y después se enfrentaba al avance frenético de los nacionalismos agnósticos de Europa. Se trata de la oración de un guerrero, por lo que resalta los elementos bélicos: “Virgen poderosa”, “defensora”, “auxilio poderoso”, “terrible como un ejército ordenado para la batalla”, “defensora del enemigo” y cuya tarea va incluso hasta la muerte cuando ha de recibirnos en el paraíso. Elementos que cazan perfectamente para los sicarios que, dicho sea de paso, utilizan tres escapularios de la Virgen del Carmen (correspondiente en orden a nuestros hermanos carmelitas): “(…) tres escapularios, que son los que llevan los sicarios: uno en el cuello, otro en el antebrazo, otro en el tobillo y son: para que les den el negocio, para que no les falle la puntería y para que les paguen (…)” (LVS 16). Obviamente estas devociones sicariales no fueron una concertación de los mismos sicarios. Esto está presente en toda la cultura colombiana y paisa en particular. No eran solo los sicarios los que utilizaban escapularios de la Virgen del Carmen y le rezaban a María Auxiliadora. También yo de muchacho los utilicé bajo recomendación expresa de mi madre con el fin de evitar los peligros de la calle. Pero María Auxiliadora recuerda también un elemento de mucho peso en las comunas: la cucha. Es decir, la mamá. No podría decir de dónde se originó la palabra “cucha”. De muchachos decíamos que cucha era la contracción de cuchara, es decir, esa mujer que nos alimenta día a día. Esto nos remite entonces al papel de la mujer en la vida de las comunas. Como siempre, es la mujer la que termina asumiendo las consecuencias de las guerras y los conflictos de un país como Colombia. Las guerras son cosas de hombres. Ellos se matan unos a otros, mientras las mujeres terminan casi siempre solas. Muchos decían en las comunas que padre era cualquier hijueputa, lo que revela ya la situación a la que me refiero y que es la realidad de muchas familias allí. Muchos de esos barrios fueron levantados en realidad por mujeres, niños y el cura que llegó con ellos. Muchas de esas mujeres, como la mamá de Alexis (LVS 86-87), levantaron a sus familias solas, viudas o abandonas por sus maridos. De niño, recién llegado a la cuadra en donde crecí en el barrio Doce de Octubre, recuerdo que unos ladrones asesinaron a la entrada de su casa a uno de los vecinos. El hombre llegaba del trabajo a altas horas de la noche y cuando iba a abrir la puerta, los asaltantes lo apuñalearon. La viuda, una mujer llegada del campo, quedaba con seis hijos, cinco de ellos varones, todos pequeños, para criar. El marido era ascensorista y allí fue ella a continuar el trabajo para poder levantar la familia. De estos seis hijos se criaron cuatro: dos de ellos murieron abaleados en su adolescencia. Ello hizo que se resaltara la figura de la madre. Las comunas, en sentido estricto, son culturas matriarcales. Son las mujeres, las comuneras, si se puede llamar así, las que han levantado estas familias que se agarran de la montaña y tratan de sobrevivir cómo se puede. Todo para la cucha, nos levantamos oyendo y el día de la madre es una fiesta mayor en los barrios. Regalarle una nevera, una lavadora, una cocina integral, ropa nueva, un equipo de sonido, es la realización de los sueños de cada muchacho. Entre las cosas que Wilmar quiere para sí está “una nevera para la mamá: uno de esos refrigeradores enormes marca Whirpool que soltaban chorros de cubitos de hielo abriéndoles simplemente una llave…” (LVS 91) y antes de irse con Fernando, tenía que ir “(…) a su barrio a despedirse de su mamá y a constatar que de veras le hubieran enviado la nevera” (LVS 116), hecho que le costó la vida. También en este sentido, María Auxiliadora asume de lleno el papel de la cucha. Una mujer poderosa, que todo lo puede, como las mamás de las comunas que trabajaron incansablemente y enfrentándose a peligros y durezas para levantar a sus hijos y que lleva en el regazo a un niño. La ternura y la fortaleza unidas. Cada sicario en su oración se siente identificado con ese niño rubio y que le pide a su mamá su protección, que nunca lo abandone, que lo perdone de todo y le dé capacidad para ayudar a la mamá, para responder a la pregunta de Fernando: “¿De qué estaría dando gracias Alexis, perdón, Wílmar a la Virgen?” (LVS 95). Realismo, realismo mágico, neo-realismo o surrealismo Evidentemente Fernando Vallejo se presenta como una figura del realismo muy contraria a la literatura del realismo mágico o macondiano de Gabriel García Márquez y otros del boom de la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX. Sin embargo, esta es una discusión abierta. Para muchos como el escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet, el realismo mágico es ficción, una apreciación que suelen tener observadores superficiales europeos y estadounidenses de la literatura hispanoamericana, seguramente porque Fuguet creció prácticamente en Estados Unidos. La descripción de la Masacra de las Bananeras en Cien Años de Soledad no es precisamente ese “tucanes parlantes y abuelitas volando” que el maestro Fuguet dice. Lo cierto es que el realismo mágico nace no de los desvaríos de los escritores de la región, sino de la propia realidad cruda, mezclada con esas imágenes semióticas que ponen a hablar a los tucanes y a volar a las abuelitas. Pero en la apreciación que el maestro Fuguet hace de Andrés Caicedo,[4] le da la razón en la búsqueda de ese eslabón pérdido del boom hispanoamericano que expresa esa realidad cruda de otra manera que no sea el realismo mágico. En lo personal creo que Andrés Caicedo no es de los primeros que se aleja completamente de Macondo. El maestro Fernando Vallejo dice en su obra: “El pobre surrealismo se estrella en añicos contra la realidad de Colombia” (LVS 118). De hecho, parece que el realismo mágico atrae más al común, porque si bien parte de dicha realidad cruda, como la narración de la Masacre de las Bananeras ya mencionada, tiene un mayor candor, una mayor musicalidad que la hace menos cruel, como ese vallenato mencionado en la obra, La gota fría, que todos cantan a pulmón, “Me lleva a mí o me lo llevo yo pa que se acabe la vaina“ y sobre lo cual acota Fernando “(…) Lo cual traducido al cristiano, quiere decir que me mata o lo mato porque los dos, con tanto odio, no cabemos sobre este estrecho planeta. ¡Ajá, conque eso era! Por eso andaba Colombia tan entusiasmada cantándola, porque le llegaba al alma” (LVS 64). Quizá esa sea la virtud o el defecto del realismo mágico: que dice lo que tiene que decir con música y a veces no le paran bolas o le parece a los extranjeros libretos de ficción como para películas de Hollywood. En cambio una novela como La Virgen de los Sicarios gusta menos a un público selecto que seguramente tiene en sus estantes a Cien Años de Soledad. La obra de Vallejo ha sido condenada ya por muchos que no soportan que se desnude la realidad de esa manera, sin ponerle magia al ambiente, como se margina a Viento Seco de Daniel Caicedo que describe crudamente la violencia, esa que generó mis comunas de Medallo y otras tantas en Bogotá y Cali. Seguramente a públicos selectos no les interesa leer ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo sobre la realidad de los jóvenes en la Cali de los años 60. Sin embargo, hay algo que anotar en la obra de Vallejo. Un elemento que no puede pasarse por alto y que creo demuestra que el realismo mágico no está completamente ausente de La Virgen de los Sicarios: el caso de El Ñato. El caso está narrado entre LVS 106 y 110. Cuatro páginas que se salen completamente de tónica. En ella, la participación de Alexis-Wilmar es nula y la historia es misteriosa y llena de semántica. Sólo tres personajes son importantes en esta pequeña historia que podría ser acusada de realismo mágico: Fernando, El Difunto y El Ñato. El Difunto es en sí un símbolo muy fuerte: aparece y desaparece como un arcano de la violencia y como un ángel que protege a los protagonistas. El Difunto le cuenta a Fernando que El Ñato, uno que detestaba maricas, fue muerto en el cruce de Maracaibo con la Avenida Oriental. Fernando había recordado que hacía 30 años habían matado a uno con el mismo apodo y en el mismo cruce y por la misma razón. Esto motiva a que quiera ir a ver el difunto y cuando abre el ataúd descubre que es el mismo: “Y en efecto, era El Ñato, el mismo hijueputa. Las bolsas bajo los ojos, la nariz ñata, el bigote a lo Hitler… Igualito. Era por que era. Pero si habían pasado treinta años, ¿cómo podía ser igual? Ahí les dejo, para que lo piensen, el problemita“. A esto concluye: “¿No sería que la realidad en Medellín se enloqueció y se estaba repitiendo?” (LVS 109). Ese es el punto: la realidad de la violencia tiene una explicación muy difícil. Nadie sabe cómo comenzó ni con quién y nadie sabe cómo se va a terminar. En Colombia todas las generaciones recuentan de violencia y muchos tratan de explicarla a sus maneras, desde posiciones ideológicas, políticas, religiosas, sociales o literarias. Pero lo cierto y es lo que en La Virgen de los Sicarios insiste el autor, la realidad de la violencia es cíclica: “Los pobres producen más pobres y la miseria más miseria, y mientras más miseria más asesinos y mientras más asesinos más muertos. Esta es la ley de Medellín, que regirá en adelante para el planeta tierra” (LVS 83). La violencia gira sobre su mismo eje: “Una muerte trae otra muerte y el odio más odio. Esto es así, la ley del gato que gira y gira queriendo agarrarse la cola. Y las rachas de violencia que no apagan los entierros…” (LVS 58). Y ese girar de los personajes por la ciudad es la representación de la muerte no detenida por nada ni por nadie, solo por más muerte. Y La Virgen de los Sicarios es la continuación de Viento Seco y si la violencia no se detiene, será la antecesora de más novelas sicariescas para este nuevo siglo. La violencia se detiene sólo con una cosa: que los pobres dejen de ser pobres, las comunas dejen de ser comunas y Colombia progrese con las mismas oportunidades para todos. Apéndice Cuando entré por primera vez a un salón de clases en la UPB, me sentí de pronto en otro mundo, como si hubiera ido al extranjero. Pronto pensé que mi papá me había enviado a ese lugar por capricho, cuando llegaba a pie y la mayoría de los compañeros en sus propios autos. Hablaban diferente, con acento paisa, pero no era el mismo acento que yo tenía, ese de mis comunas, ese que después llamarían parlache. Me dediqué a estudiar con esmero para que el sacrificio de mi papá pagándome una universidad tan costosa, no se perdiera. Poco a poco me fui ausentando del barrio. Llegaba siempre de noche y veía a mis amigos cada vez menos, para empezar a recorrer la Medellín, no mi Medallo, por todos los barrios de abajo de mis nuevos compañeros. Un día mi buen amigo Luis Miguel Rivas, compañero en la Facultad de Comunicación Social, quiso hacerme una entrevista para algún medio en el que trabajaba. La primera pregunta fue “¿Cuántos mataron anoche en tu barrio?”. En realidad no sabía cuántos habían matado la noche anterior, pero la pregunta me pareció entonces exagerada. Uno se enteraba siempre de muertes con una frecuencia casi indiferente y para todo había una justificación popular: se decía lo mataron por marihuanero, lo mataron por sapo, lo mataron por ladrón, lo mataron por sicario, lo mataron por robarle, lo mataron por error… Para mis compañeros yo era un sobreviviente de las comunas. Ahora me doy cuenta que sí, que lo soy y por eso me propongo a contar las cosas que vi. La ciudad ha cambiado substancialmente, pero los problemas no se han solucionado completamente. Decir que la ciudad vive un oasis de paz es falso, pero decir que ha habido pasos es cierto. El descenso de las estadísticas de muertes violentas es positivo, pero hay que seguir trabajando por ello. La idea es que las comunas deben ser integradas a la sociedad, a Medellín. Es necesario que se acabe con la marginación social, promotora de la violencia. En ese sentido, lo que hizo el alcalde Sergio Fajardo fue muy importante, porque abrió esos espacios que no se tenían y creó una mayor presencia de Estado. Dignificó las comunas,
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