Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Resumen sobre Nido de Avispas, Apuntes de Literatura

Apunte sobre las principales características literarias de las historias de suspenso de Agatha Christie como Nidos de Avispas.

Tipo: Apuntes

2015/2016

Subido el 03/02/2016

alejandra86
alejandra86 🇪🇸

4.4

(497)

873 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Resumen sobre Nido de Avispas y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! Breves historias de suspenso, por Agatha Christie- Parte 5 “Nido de Avispas, de Agatha Christie” Estos relatos son contados por los miembros del Club de los Martes que se reúnen cada semana. En la cual cada uno de los miembros y por turno expone un problema o algún misterio que cada uno conozca personalmente y del que, desde luego sepa la solución. Para así el resto del grupo poder dar con la solución del problema o misterio. El grupo está formado por seis personas: Miss Marple, Mujer ya mayor pero especialista en resolver cualquier tipo de misterio. Raymond West: Sobrino de Miss Marple y escritor. Sir Henry Clithering:Hombre de mundo y comisionado de Scotland Yard. Doctor Pender: Anciano clérigo de parroquia Mr. Petherick:Notable abogado Joyce Lempriére:Joven artista John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo. Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire. Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba. -¡Qué alegría! -exclamó Harrison-. ¡Si es monsieur Poirot! En efecto, allí estaba Hércules Poirot, el sagaz detective. -¡Yo en persona. En cierta ocasión me dijo: "Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo, venga a verme." Acepté su invitación, ¿lo recuerda? -¡Me siento encantado -aseguró Harrison sinceramente-. Siéntese y beba algo. Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas. -Gracias -repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre-. ¿Por casualidad no tiene jarabe? No, ya veo que no. Bien, sírvame un poco de soda, por favor whisky no - su voz se hizo plañidera mientras le servían-. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor. -¿Qué le trae a este tranquilo lugar? -preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón-. ¿Es un viaje de placer? -No, mon ami; negocios. -¿Negocios? ¿En este apartado rincón? Poirot asintió gravemente. -Sí, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas. Harrison se rió. -Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo preguntar. -Claro que sí. No sólo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas. Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía allí un asunto de importancia. -¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave? -Uno de los más graves delitos. -¿Acaso un ...? -Asesinato -completó Poirot. Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento lo invadió. Al fin pudo articular: -No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí. -No -dijo Poirot-. No es posible que lo sepa. -¿Quién es? -De momento, nadie. -¿Qué? -Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado. -Veamos, eso suena a tontería. -En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después. Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse. Harrison lo miró incrédulo. -¿Habla usted en serio, monsieur Poirot? -Sí, hablo en serio. -¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo! Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo: -A menos que usted y yo podamos evitarlo. Sí, mon ami. -¿Usted y yo? -Usted y yo. Necesitaré su cooperación. -¿Esa es la razón de su visita? Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud. -Vine, monsieur Harrison, porque ... me agrada usted -y con voz más despreocupada añadió-: Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye? El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo: -Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido. -¡Ah! -exclamó Poirot-. ¿Y cómo piensa hacerlo? -Con petróleo rociado con un inyector de jardín. Traerá el suyo que es más adecuado que el mío. -Hay otro sistema, ¿no? -preguntó Poirot-. Por ejemplo, cianuro de potasio. Harrison alzó la vista sorprendido. -¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en la plantas. Poirot asintió. -Sí; es un veneno mortal -guardó silencio un minuto y repitió-: Un veneno mortal. -Útil para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? -se rió Harrison. Hércules Poirot permaneció serio. -¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con petróleo? -¡Segurísimo. ¿Por qué? -¡Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude Langton. Eso es bueno. -¿Malestar? ¿Por qué? -Por el carbonato sódico. Harrison alzó la cabeza. -¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso? Poirot se excusó. -Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en uno de sus bolsillos. -¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso? Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños. -Una de las ventajas o desventajas del detective radica en su conocimiento de los bajos fondos de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno. Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico. Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana. Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados. -Es muy peligroso -murmuró - llevarlos sueltos. Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado. Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la cabeza y regresó al pórtico. -Una muerte muy rápida -dijo. Harrison pareció encontrar su voz. -¿Qué sabe usted? -Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que había comprado cianuro de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas, y denunció el empleo de cianuro como peligroso e innecesario. -Siga. -Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor. -Siga. -Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que sólo he observado un par de veces en mi vida, pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón o no? -Sí. Sólo dos meses de vida. Eso me dijo. -Usted no me vio, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio, amigo mío. No se moleste en negarlo. -Siga -apremió Harrison. -No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el cianuro, e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado. -¿Por qué vino? -gritó Harrison-. ¡Ojalá no hubiera venido! -Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia. -¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir! -No -la voz de Poirot sonó claramente aguda-. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. Él compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan. Harrison gimió al repetir: -¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido! -Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Lo aprecio monsieur Harrison. Escuche, mon ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Dígame la verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese? Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo: -Fue una suerte que viniera usted.
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved