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Orientación Universidad
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Resúmenes de la parte de Alta Edad Moderna, Resúmenes de Historia Moderna

Muy buenos resúmenes del libro con gráficos, etc.

Tipo: Resúmenes

2020/2021

Subido el 24/03/2022

Jonto
Jonto 🇪🇸

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¡Descarga Resúmenes de la parte de Alta Edad Moderna y más Resúmenes en PDF de Historia Moderna solo en Docsity! TEMA 1 – LOS DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS CAPACIDADES TÉCNICAS Y MOTIVACIONES La expansión fue el resultado del dinamismo de la economía europea del s. XV y de una serie de adelantos técnicos a finales de dicho siglo. AVANCES TÉCNICOS EN LA NAVEGACIÓN • La brújula fija, que desde el s. XIII permitía orientarse combinada con la rosa de los vientos. • Las cartas de navegación, que habían ido perfeccionando astrónomos y marineros. • El astrolabio, de origen griego, localizaba la latitud gracias a las estrellas, actuaba a modo de reloj y permitía el cálculo de las distancias por triangulación, lo cual facilitaba la navegación en el sentido de las líneas de los meridianos. • La proyección de Mercator (1570). • La carabela, gran innovación en Portugal del s. XV. Dentro del modelo de los barcos redondos del Atlántico, de 120 a 150 toneladas, más pequeño y ligero que los pesados navíos de alto bordo empleados en la navegación continental atlántica. Alargada y con proa afilada, combinaba las velas cuadradas motrices con otras latinas (triangulares) que le aportaban agilidad y maniobrabilidad. Requería una tripulación escasa y tenía buena capacidad de carga lo que le permitía llevar las provisiones suficientes para adentrarse en el océano. • La nao (segunda mitad del s. XV), más potente y con el doble de capacidad que la carabela. CAÑONES Y VELAS Según Carlo Cipolla, cañones y velas fueron los responsables de lo que él llama “primera fase de la expansión europea”, entre 1400 y 1700; y es que se dio también una auténtica revolución en el combate naval. Así, en el s. XV, las fuerzas navales atlánticas se orientan hacia los navíos de vela, a diferencia de los países mediterráneos, basados aún en la galera. Se sustituían remeros por velas y guerreros por cañones. Las sucesivas derrotas de las flotas musulmanas por los navíos portugueses en el Índico a lo largo del XVI son la demostración patente de la superioridad combativa en el océano de los navíos sobre las galeras. Los chinos tenían a comienzos del XV unos cañones iguales o mejores que los de los europeos, pero a lo largo de dicha centuria la tecnología occidental progresó más deprisa. Por otra parte, en América los españoles se enfrentaron con culturas primitivas de escaso desarrollo náutico. Por tanto, el barco armado de cañones impulsado por la Europa Atlántica en los s. XIV y XV (carabelas, carracas y después los galeones) fue el instrumento que hizo posible la saga europea, pieza clave de su dominio de los mares. OTROS FACTORES El Descubrimiento es en gran parte consecuencia del auge económico del s. XV. Europa necesitaba nuevas relaciones comerciales capaces de dar salida a su producción manufacturada, atraer las especias, sedas, perfumes y otros productos del Extremo Oriente y las Indias y hacerse con los metales preciosos (oro africano) indispensables para continuar la expansión económica. El avance de los turcos, con sus efectos restrictivos sobre el tradicional comercio de las especias a través del Próximo Oriente, aceleró la expansión, pero no fue, como se ha dicho muchas veces, su causa inmediata. Al espíritu de acción y la curiosidad del hombre renacentista se añadían estímulos como los procedentes de las descripciones de Marco Polo, el ímpetu misional y el deseo de entrar en contacto con territorios cristianos perdidos en la India y África. Según Chaunu, que fuera Europa y no China (que ya tenía los mismos adelantos técnicos), quien protagonizara esta expansión, es debido, básicamente, a la superior madurez de la civilización europea y que, a finales del s. XV, la sociedad occidental era la más penetrada por la escritura. LAS PRIMERAS EXPEDICIONES. EL PROTAGONISMO DE PORTUGAL La expansión fue, en origen, un hecho de la zona mediterránea occidental. Génova, Cataluña y Mallorca protagonizaron las primeras salidas al Atlántico, posibilitadas por la reapertura del estrecho de Gibraltar tras la reconquista cristiana el s. XIII, y coincidentes con la larga fase expansiva de la economía entre 1200 y 1350. Son los años de las expediciones genovesas de los hermanos Vivaldi (1291) y de Lancelloto Malocello, (redescubridor de las Canarias en 1312), del descubrimiento de las islas Madeira en 1341 o del viaje fracasado de Jaume Ferrer por las costas de África (1346). El balance de este primer periodo de iniciativas mediterráneas en los s. XIII-XIV no fue demasiado favorable debido principalmente a la inadaptabilidad de los barcos del mar interior a la más compleja y arriesgada navegación del océano. La dedicación de Portugal a las expediciones atlánticas se ha explicado por una serie de razones convergentes: su ubicación en el extremo suroccidental de Europa, la temprana conclusión de su reconquista (1253), el espíritu de 2 cruzada contra el Islam tras el rápido avance de los turcos en los Balcanes en la segunda mitad del s. XIV, la personalidad de Enrique el Navegante (1394-1460) y el mito de la escuela náutica creada por él en Sagres (donde reunió a navegantes, geógrafos y astrónomos), los avances en las técnicas de navegación oceánica, etc. A finales del s. XIV y durante el s. XV, Portugal no era un país secundario, atrasado y encerrado en sí mismo. Su contacto secular con estados musulmanes había favorecido el incremento de los intercambios, unido a un considerable desarrollo de la economía monetaria. Su agricultura progresa y se especializa y el fenómeno urbano adquiere un auge no despreciable, particularmente en el litoral. Portugal contaba con una fuerte experiencia marinera, sus barcos pesqueros o mercantes navegaban desde las costas de África y las Canarias hasta Irlanda y Flandes. La importancia del comercio de exportación de aceite, corcho, fruta, cera y miel hacia el norte de Europa, y la necesidad desde mediados del s. XIV de importar cereales favorecieron el crecimiento de la construcción naval. Los primeros navegantes buscaban oro y especias, pero la expansión atlántica también estuvo motivada por la búsqueda de alimentos y de todos aquellos artículos básicos cuya producción en Europa resultaba insuficiente. De hecho, historiadores portugueses como Magalhaés Godinho consideran que la agricultura fue la razón principal de la colonización portuguesa de las islas atlánticas (trigo, azúcar, vino, etc.), así como la expansión de las áreas de pesca. A partir de la crisis política portuguesa de 1382-83, se dieron los pasos decisivos en la exploración de las islas atlánticas y en el avance portugués por las costas occidentales de África. El centro de gravedad había pasado del Mediterráneo occidental al Atlántico de la península Ibérica. Pero las repúblicas noritalianas, Génova especialmente, no se quedaron al margen. Desde finales del s. XIII, con la conexión marítima entre el Mediterráneo y el Mar del Norte y el avance turco de mediados del s. XV, importantes colonias de comerciantes italianos (florentinos y genoveses) y flamencos se instalaron en Lisboa y en los puertos portugueses, actuando en muchos casos de soporte de los viajes de exploración. La crisis política que entronizó a la dinastía Avis en 1385 reforzó el papel de los burgueses (mercaderes y armadores) a costa de la nobleza terrateniente. Junto a los mercaderes italianos, sirvieron de apoyo a las expediciones marítimas, particularmente cuando estas y las ocupaciones territoriales comenzaron a reportar beneficios económicos: marfil, malagueta (tipo de pimienta), polvo de oro, esclavos, etc. El ansia de lucro de los mercaderes se vio acompañada por el interés de la nobleza en lograr el dominio de nuevas tierras y recursos. La expansión estuvo motivada, en cierta medida, por la depresión de la economía rural y el descenso de las rentas de la nobleza los s. XIV y XV, siendo uno de los únicos medios de que disponía para intentar recuperar el nivel de ingresos perdido como consecuencia de la crisis del feudalismo europeo. En otros países, los señores podían ampliar sus tierras de forma más fácil, pero los nobles portugueses, debido a la geografía, no tuvieron otra opción que la expansión ultramarina para tratar de hacer frente a la disminución de sus beneficios señoriales. Parecía haber ventajas en el “negocio de los descubrimientos” para muchos grupos: el estado, la nobleza, la burguesía comercial (indígena o foránea), incluso para el semiproletariado de las ciudades. Así, el protagonismo ibérico será consecuencia de factores como el impresionante progreso de la Reconquista en la primera mitad del s. XIII, la temprana presencia de comerciantes italianos en Lisboa o en los puertos andaluces, la experiencia marítima atlántica de los hombres del Cantábrico o el precoz desarrollo de la marina portuguesa. Pero el elemento decisivo fue el factor geográfico. Dadas las corrientes marítimas, la costa entre Lisboa y Gibraltar era el espacio idóneo para los viajes de exploración atlántica. En las condiciones técnicas de los s. XV y XVI la navegación dependía estrechamente de corrientes y vientos. Las tres voltas o rutas de ida y retorno en los viajes a África, que encerraban la clave de la navegación atlántica, tenían su punto de partida y de llegada en una pequeña porción de la costa atlántica europea, el Atlántico portugués y andaluz. Este determinismo geográfico presidió los destinos marítimos de los s. XV y XVI hasta que a principios del s. XVIII se introdujeran las mejoras en el velamen y una mayor certidumbre en el cálculo del punto, lo que permitió el relevo por parte de la Europa del norte. La intervención de la Europa no ibérica en la empresa exploradora es anecdótica y ocasional, más allá de las expediciones oceánicas de vascos, franceses e ingleses a finales del s. XV, centradas en la apertura de las bases de Terranova. El Atlántico al norte del paralelo 40 es un mar encrespado y difícil, aun no bien dominado en aquella época. La economía de los países ribereños estaba más desarticulada que la de los del sur y los respectivos estados no tuvieron demasiado interés en apoyar los proyectos expedicionarios. En definitiva, desarrollo comercial, presencia de capital extranjero, nivel de monetarización, experiencia marítima, privilegiada situación geográfica… Todo ello creaba las condiciones ideales para el nacimiento de las aventuras marítimas. Portugal contaba también con un estado fuerte, unido, que durante el s. XV no se vio desangrado por luchas civiles como Inglaterra, Francia, Castilla o los estados italianos. 2.1 FASES DE LA EXPANSIÓN PORTUGUESA La exploración del Atlántico siguiendo la costa africana, que abarcaría toda la centuria, se inició simbólicamente con la conquista de Ceuta en 1415. Esta primera fase consistió en el avance hacia el sur, el establecimiento de posiciones en la actual costa de Marruecos, la instalación en los años siguientes en las islas de Madeira y las Azores y, tras el 5 El portugués Pedro Alvares Cabral tocó la costa brasileña en 1500, siguiendo la ruta recién inaugurada por Vasco da Gama, alrededor de África. El objetivo de dicha expedición era regresar a Portugal con especias valiosas y establecer relaciones comerciales en la India (evitando el monopolio en el comercio de especias, en manos de comerciantes árabes, turcos, e italianos). Su flota de 13 navíos navegó a lo largo de la costa africana, y parece que se desvió accidentalmente de su ruta al adentrarse en el Atlántico en busca de vientos que le empujaran hacia el sur, aunque es posible que buscara conscientemente visitar las tierras americanas que le habían correspondido a Portugal en el reparto con Castilla realizado por el Tratado de Tordesillas (1494). De esta manera, arribó a lo que, inicialmente, se pensó que era una gran isla. Como el nuevo territorio se encontraba dentro de la órbita portuguesa de acuerdo con el Tratado de Tordesillas, Cabral lo reivindicó en nombre de la corona portuguesa. Exploró el litoral y percibió que la gran masa de tierra era posiblemente un continente, enviando enseguida un navío para notificar al rey Manuel I sobre el descubrimiento de nuevas tierras. Cabral había desembarcado en América del Sur, y las tierras que había reivindicado para Portugal constituirían lo que hoy es Brasil. 5.2 LOS POSTREROS VIAJES DE COLÓN Como consecuencia lógica de los dos primeros viajes colombinos, una tercera expedición que se necesitaba con urgencia partió el 30 de mayo de 1498 de Sanlúcar de Barrameda. Una flota de 6 naves con rumbo a las Islas Madeira, y de allí a la Gomera canaria, se dividió en dos grupos. Tres naves seguirán la conocida ruta hacia La Española, y las otras tres al mando de Colón descenderían hasta el archipiélago de Cabo Verde para atravesar el océano en dirección suroeste, con presumible destino hacia Asia. Pero, rectificando el rumbo, Colón alcanzó la isla de Trinidad el 31 de Julio y entro en el golfo de Paria, donde divisó el delta del Orinoco. Tras bautizar a la península de Paria como Isla de Gracia y pasar por Margarita, llego a La Española, donde encontró a la población enzarzada en una contienda civil. Su requerimiento a los Reyes de un jurisperito para administrar justicia y poner orden determinaría el envío del Comendador de Calatrava, Francisco de Bobadilla, que llegaría a Santo Domingo el 24 de agosto de 1500, con atribuciones para ejercer la “Gobernación e Oficio de Juzgado de esas dichas islas y tierra firme”. Bobadilla acabó instruyendo un proceso contra Colón, y lo devolvió encadenado a España en octubre de 1500. La fase colombina se había cerrado con el nombramiento en 1501 de fray de Nicolás de Ovando como gobernador de las Indias Occidentales, marchando a La Española el 13 de febrero de 1502 al mando de la mayor flota que hasta entonces se había trasladado a las Indias. Sin, embargo, el 13 de abril de 1502, una expedición formada por 4 carabelas y 140 hombres partió del puerto de Sevilla al mando de Colón. Dos meses después alcanzaría la isla de Matininó, siguiendo hacia las islas Dominica, Santa Cruz y San Juan Bautista con destino a Jamaica y Cuba. Decidió desviarse hacia el sur, alcanzando el 30 de julio el Golfo de Honduras, recorriendo las costas centroamericanas en dirección este hasta Panamá, istmo que identificó como la Cochinchina. El 17 de octubre de 1502 había llegado a la costa de Veragua, y el 6 de enero de 1503, fundó Santa María de Belén, establecimiento que pronto fue abandonado por la hostilidad indígena, regresando a La Española en 3 naves. El precario estado de las naves, sólo les permitió llegar a Jamaica, donde permanecieron más de un año en malas condiciones. Recogidos los supervivientes por una nave enviada por el gobernador de Santo Domingo, Ovando, pudieron afrontar la última travesía del océano, llegando Colón a Sanlúcar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504. A partir del gobierno de Ovando, desde La Española saldrían expediciones hacia las islas y tierras más inmediatas, planteándose desde la metrópolis el hallazgo de un paso hacia la mar del Sur. Cuba, Jamaica y Puerto Rico serían ocupadas durante el gobierno virreinal de Diego Colón (1509-1516). Las expediciones a tierra firme, a Nueva Andalucía (entre el cabo de Vela y el Golfo de Urabá) en la costa noroeste de la actual Colombia, al Darién y Castilla del Oro, darían como resultado el descubrimiento de la mar del Sur. Hacia el Norte, Ponce de León alcanzó y recorrió las costas de Florida persiguiendo el mito de la “fuente de la eterna juventud”. 5.3 LOS VIAJES ANDALUCES Entre 1499 y 1519 tuvieron lugar los llamados “Viajes Menores o Viajes Andaluces”, capitulados por la Corona con otros nautas quebrando el monopolio colombino. A su vez, la Corona tenía otros compromisos políticos y personales como los contraídos con Vicente Yáñez Pinzón, quien desde 1495 aspiraba a una licencia para marchar a las Indias a descubrir nuevas tierras. La Corona arbitró un sistema tendente a evitar los problemas derivados de los primeros asentamientos colombinos en La Española. Se trataba de otorgar licencias a viajes de ida y vuelta para descubrir, pero no para poblar. Pese a la oposición colombina, en mayo de 1499 salía de Cádiz la primera expedición bajo el mando de Alonso de 6 Ojeda, con Juan de la Cosa y Américo Vespucci, los cuales alcanzaron las costas orientales de Guayana, ampliando lo conocido por Colón. Costeando hacia el Oeste pronto encontraron los paisajes descritos por el Almirante (Paria, La Trinidad…) y se encontraron con que la expedición de Guerra y Alfonso Niño se les habían adelantado. No obstante, empeñados en el mismo rumbo, alcanzarían la península de la Guajira para asomarse después al golfo de Venezuela, donde pensaron que Asia estaba a su alcance. La información proporcionada por los indígenas sobre pesquerías de perlas, yacimientos de esmeraldas y de minas de oro serán acicate para posteriores expediciones. Aunque Cristóbal Guerra y Pero Alonso Niño salieron poco después que Alfonso de Ojeda, llegaron antes a las Indias. Tras recorrer la Trinidad y el golfo de Paria, llegaron a la Margarita y las islas de las perlas, donde obtuvieron un importante cargamento, tras lo cual regresaron a España. Vicente Yáñez Pinzón conseguiría la licencia y en diciembre de 1499 salió rumbo al hemisferio sur, alcanzando el 26 de enero de 1500 el continente a la altura del cabo de San Roque, al que llamarían cabo de la Consolación. Siguiendo la costa, descubrieron la desembocadura del Amazonas, que fue bautizado como Río Grande de Santa María de la Mar Dulce. Siguiendo en dirección noroeste, encontraron en el golfo de Paria la expedición de Diego de Lepe, que salió después que Pinzón y alcanzó el sur del cabo de la Consolación en un lugar al que llamó Bahía. Continuando el litoral en dirección noroeste, dieron con la desembocadura del río Pará o Tocantins, al que dieron el nombre de Marañón. Llegados a La Española, se separaron; Lepe volvió a España y Pinzón, tras recorrer los Lucayos en busca de especias, regreso a Sevilla en septiembre del 1500. Poco antes, en agosto, Alonso Vélez de Mendoza, asociado a los hermanos Cristóbal y Luis Guerra, había salido hacia las costas de las esmeraldas que Alonso de Ojeda había visto en su viaje. Tras recorrer las costas septentrionales del subcontinente sudamericano, y comprobar que hacia el sur brasileño la costa volvía a entrar en la parte española de la línea de demarcación, regresó a España con un cargamento de esclavos del Brasil, entrando en Sevilla en junio de 1501. Rodrigo de Bastidas partió en septiembre de 1501 con la intención de descubrir tierras que no hubiesen sido visitadas por Colón o Cristóbal Guerra. Rebasado el cabo Vela (extremo occidental al que llegó Alfonso de Ojeda), prosiguieron hacia la futura Santa María, la desembocadura del Magdalena, la costa de Cartagena y el gran Golfo del Darién. Habiendo rescatado abundantes perlas hicieron escala en Jamaica para reparar sus barcos, hasta concluir en La Española, donde el relato de las riquezas encontradas provocó gran entusiasmo entre sus pobladores. CONSECUENCIAS MATERIALES Y CULTURALES DE LOS DESCUBRIMIENTOS • Efectos intelectuales: se ponen en cuestión muchos de los viejos conocimientos europeos, que tardan en dejar de ser considerados como válidos. • Efectos económicos: importantísimos, no sólo por los productos, metales preciosos y materias que proporcionó a Europa, sino también por las posibilidades expansivas que ofreció a su economía. Por ejemplo, el Imperio de Carlos V seguramente no hubiera sido posible sin los recursos del Nuevo Mundo. • Efectos políticos: por el deseo de los diversos países europeos de ganar territorios. La relación entre ambos continentes no fue una relación entre iguales. Los grandes imperios precolombinos, sus creencias y civilizaciones desaparecieron ante la imposición de los conquistadores, cuya llegada tuvo un devastador efecto demográfico. Si Europa incorporó un Nuevo Mundo, para los americanos la conquista supuso el final de aquel en el que habían vivido durante milenios. 6.1 EL NUEVO MUNDO A LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES En América se había desarrollado un mosaico de razas, lenguas y culturas que, a la llegada de los españoles contaba con una población total imposible de calcular. Las culturas americanas tenían una mezcla de arcaísmo y desarrollo. Desconocían el hierro, la rueda, el arado o la escritura (excepto los mayas), utilizaban ampliamente instrumentos de piedra tallada y apenas se beneficiaban del trabajo de los animales domésticos, pero algunos eran hábiles agricultores, habían desarrollado sistemas de regadío y conocían la metalurgia del oro, la plata o el cobre. Todos presentaban formas complejas de organización social, económica o política y ofrecían avances sorprendentes en cuestiones como el calendario (mayas). El Imperio azteca, en las llanuras de México Central, era reciente al haberse superpuesto desde el s. XIV a una serie de pueblos (totonecas, mixtecas, zapotecas, toltecas…). Su economía se basaba en el maíz y la mandioca, de muy altos rendimientos. Desde 1502 reinaba el emperador Moctezuma, cabeza de una sociedad jerarquizada con los sacerdotes y los guerreros al frente. La religión, que había tomado numerosos elementos de otros pueblos dominados, singularmente los mayas, exigía sacrificios humanos para los dioses. Los principales centros ceremoniales y edificios se hallaban en la capital Tenochtitlán (150.000 habitantes). La fragilidad del Imperio radicaba en el resentimiento de los pueblos sometidos, en el que supo apoyarse Hernán Cortés para su conquista. Al sur del Imperio azteca, sobre la península del Yucatán se desarrolló la civilización maya, ya extinguida antes de que los europeos tuvieran noticias de ella. Conocían la escritura y habían logrado altas cotas en astronomía y matemáticas, así como en sus construcciones arquitectónicas compatibles con un instrumental de la Edad de Piedra. Desconocían los metales y tenían una agricultura elemental. El Imperio quechua había extendido su domino desde las altiplanicies peruanas (Cuzco) hasta el litoral y los valles andinos, entre Quito y Bolivia. El poder estaba en manos de la casta sacerdotal de los Incas, hijos del dios Sol. Fuerte centralización, con una importante red viaria y notables construcciones. Su caída fue más compleja, aunque facilitada por la rivalidad entre los dos hijos de Huayna Capac (1493-1525). En el resto de América, particularmente en el norte, el predominio de economías basadas en la caza con armas 7 paleolíticas frenaba el incremento demográfico, obligaba al nomadismo y a la dispersión en tribus no muy grandes, e impedía el desarrollo de construcciones sociopolíticas complejas. Las tribus y pueblos indígenas eran muy diversos, con sociedades muy poco evolucionadas basadas en la familia. La gran diferencia era la existente entre los pueblos que conocían la agricultura y los que vivían de la caza. Los que habitaban el litoral noroccidental del subcontinente norte desconocían la agricultura y la ganadería, eran nómadas que vivían de la caza o la pesca. En la costa este, pueblos como los iroqueses cultivaban la tierra y trabajaban el cobre. Los indios del interior, divididos en tribus muy diversas (sioux, comanches, arapahoes, cheyennes, etc.) vivían básicamente de la caza del bisonte de las praderas. 6.2 LA CATÁSTROFE DEMOGRÁFICA Tras la llegada de los españoles se dio en el Nuevo Mundo un desastre demográfico que afectó especialmente a las tierras bajas tropicales y las zonas insulares (Caribe). La población descendió brutalmente durante años, no deteniéndose hasta muy avanzada la Edad Moderna. De hecho, desde comienzos del s. XVI fue necesario repoblar los espacios más afectados mediante la importación de mano de obra esclava africana, que cambiaría la población de zonas como el Caribe. En las grandes islas Antillas, epicentro de la catástrofe, se produjo en pocas décadas un exterminio de la población aborigen. En La Española el poblamiento autóctono desapareció en dos generaciones. En muchas otras islas hubo una auténtica extinción, aunque en algunas de las Pequeñas Antillas el fenómeno fue posterior y a consecuencia de colonizaciones de otros europeos. En México central, la zona de poder azteca donde se localizaba el núcleo de población más numeroso de todos los territorios conquistados por los españoles, de entre 16 y 20 millones de habitantes quedaba un millón en 1608. En el caso de Perú, aunque la principal caída se produciría en los años posteriores a la conquista, la población indígena se redujo a menos de la mitad entre 1570 y 1620. La tradición de la Leyenda Negra culpa de la catástrofe demográfica a las matanzas de indígenas realizadas por los españoles. Las hubo en el curso de la conquista, pero la crueldad era la ley de la época y los españoles no se diferenciaban de otros europeos. De hecho, la conquista duró poco tiempo y fue seguida de un período pacífico. Influyeron otros muchos factores: • las transferencias de población, voluntarias o forzosas, causadas por la presencia de los españoles • los malos tratos • las exigencias fiscales • los abusos de la utilización del trabajo indígena, derivados de la encomienda, que asignaba cupos de indios obligados a trabajar para los conquistadores, o posteriormente de la mita minera, que organizaba el trabajo indígena en minas como las de Potosí • desorganización de la producción tradicional • cambios ecológicos (nuevos animales) • impacto psicológico de la conquista, etc. La brusca desaparición del mundo anterior y su sustitución por uno nuevo impuesto desde fuera causó, entre otras consecuencias, depresiones, suicidios, descenso de la natalidad, abortos o infanticidios • la gran culpable fue una causa exógena: las enfermedades infectocontagiosas que llevaron los europeos se cebaron en unas poblaciones que habían permanecido aisladas sin haber desarrollado defensas. Viruela, sarampión, tifus, gripe, malaria, fiebre amarilla, tracoma, etc. causaron enormes mortandades y se convirtieron en endémicas TEMA 2 - EXPANSIÓN DEMOGRÁFICA Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS 1. CARACTERÍSTICAS DE LA DEMOGRAFÍA “ANTIGUA”. LOS FACTORES DEMOGRÁFICOS 1.1 EL PROBLEMA DE LAS FUENTES No existen hasta el s. XVIII ni mentalidad estadística ni la noción individual de habitante, por ello no hay fuentes demográficas, y el acercamiento ha de hacerse por fuentes indirectas como censos o recuentos y registros parroquiales; incluso por fuentes altamente subjetivas, como los relatos de viajeros, cronistas, testigos… Caso peculiar es el de los muertos por una determinada epidemia donde resulta imposible distinguir entre los muertos y quienes huyeron a otras zonas. La dificultad es mayor cuando tratamos de calcular la población de espacios amplios. En el mejor de los casos contamos con recuentos, no siempre fiables, pero que pueden acercarnos a la realidad. En otras ocasiones las valoraciones son puramente estimativas. Los recuentos Los recuentos de población podían afectar a todo un reino o territorio político o a un espacio más reducido, generalmente una localidad. Se efectuaban con una finalidad fiscal o militar, por lo que ofrecen datos del número de fuegos (hogares) o vecinos (cabezas o familia), lo que obliga a introducir un coeficiente multiplicador para aproximarse a la cifra de habitantes. La excepción son los riveli di beni et anime del reino de Sicilia, realizados periódicamente y donde al número de fuegos de cada localidad se le añadía el número de habitantes, reparto por sexos y, en el caso de los hombres, el número de menores de 18 años, además de otros datos de interés económico. 10 a una edad avanzada, considerándose anciano a alguien de 60. Las pirámides de edades del Antiguo Régimen son triángulos puntiagudos de base muy ancha en los que se perciben las huellas de la frecuente mortalidad catastrófica sobre determinados grupos de edades. La mitad de la población tenía menos de 25 años. La tasa de dependencia de aquellas poblaciones era similar a la actual, pero en ella los menores de 15 años suponían casi el 90% mientras que los mayores de 64 años tenían un peso mucho menor que en la actualidad. La baja productividad hacía difícilmente soportables tasas de dependencia del 50% o 60%, lo que llevaría con frecuencia al trabajo de niños, ancianos, mujeres embarazadas, etc. Los niños eran especialmente sensibles a infecciones digestivas en el verano y a enfermedades contagiosas en el invierno y eran también más susceptibles al contagio de la viruela. La mortalidad infantil era muy elevada entre los niños expósitos internados en hospicios. La mortalidad también era frecuente entre las mujeres en edad fértil, un porcentaje importante de las cuales moría en el parto o como consecuencia de él. La frecuencia de viudas y viudos hacía que fueran numerosas las segundas nupcias. La media del número de hijos no era excesiva: en torno a 5-7 por familia. Influían en ello la reducción de la edad fértil como consecuencia de la mala alimentación y el envejecimiento prematuro, así como la pérdida, a los efectos de la procreación, de los años previos al matrimonio, o los posteriores a la muerte temprana del marido en los casos en los que la viuda no contraía nuevas nupcias. La edad media del primer matrimonio entre mediados del s. XVII y mediados del s. XVIII era relativamente tardía: 25-26 años las mujeres y 28-30 los hombres. En definitiva, el período de fecundidad efectiva de la mujer no duraba más de 15 años. Aparte de ello, entre el 10-20% de las mujeres permanecían célibes, de forma voluntaria o forzosa. Europa apreciaba el celibato masculino y femenino. Respecto a los hijos habidos fuera del matrimonio o ilegítimos, su proporción era bastante reducida. Eran frecuentes los hijos anticipados concebidos antes del matrimonio, pero legitimados pronto ante la presión del entorno y de la Iglesia que obligaba a casarse a la embarazada con el presunto padre. Muchos de los recluidos en los hospicios no eran ilegítimos sino abandonados por padres que no podían mantenerlos. 1.5 LAS CIUDADES Se produce el auge de las ciudades, motor de los procesos de crecimiento económico y social. En ellas actúan los agentes económicos que controlan tanto las manufacturas como el comercio a gran escala. Son los principales centros del consumo que estimula la demanda, los lugares en que confluyen capitales y rentas y la sede de las principales instituciones. La vida urbana tenía algunas ventajas para los más necesitados, entre ellas la mayor libertad, el menor peso en general de la fiscalidad directa o la mejor organización de la asistencia y la caridad, pero implicaba también riesgos, el principal de los cuales era que la concentración de personas en las precarias condiciones higiénicas las convertía en focos naturales de enfermedades infecciosas, lo que elevaba la mortalidad. El nombre de ciudad se concedía en muchos casos como una categoría o distinción. Existen 4 criterios básicos para distinguir una ciudad: población, densidad demográfica, proporción de las actividades no agrícolas y diversificación de la estructura productiva. Para ser considerada ciudad, una localidad tiene que alcanzar una posición elevada en cada uno de los cuatro criterios. La segunda mitad del s. XVI fue el periodo en el que se dio el mayor incremento en el porcentaje de población urbana, tomando el umbral de 10.000 habitantes para distinguir una ciudad de un núcleo rural. Según Jan Vries la población urbana aumentó desde un 5,6% en 1500 a un 6,3% en 1550 y un 7,6% en 1600. El efecto principal fue la articulación de una red urbana imprescindible para el desarrollo de la economía capitalista. Las zonas con mayor índice de urbanización del continente coinciden con las más densamente pobladas. Los porcentajes más altos de urbanización los encontramos en Países Bajos (Bélgica, con un peso urbano en 1500 de 22,7% que descendió al 18,8% en 1600) y el Norte de Italia (15,8% en 1500 y 24,3% en 1600). En conjunto la zona más urbanizada era el área mediterránea, superada en el s. XVII por la Europa noroccidental. En 1600 los porcentajes de población urbana en Portugal eran de 14,1% y en España de 11,4%, en Inglaterra y Gales 5,8%. Países como Alemania, Polonia, Austria, Suiza, Escocia presentaban porcentajes bajos. En 1500 las dos principales ciudades en torno 200.000 habitantes eran París y Nápoles, superando esa cifra Estambul. En el s. XVI las tres crecieron con fuerza, superando en 1600 los 300.000 París, 281.000 en Nápoles (siendo una excepción debido a su baja densidad demográfica y estar poco urbanizado), y Estambul, que algunos datos apuntan que a finales del s. XVII llegó a los 700.000 o 800.000 habitantes. A finales del s. XVII Londres se acercaba a París por su evolución con 50.000 almas en 1500, 70.000 en 1550 y 200.000 en 1600. Ante el fortalecimiento de los poderes monárquicos las ciudades que más se benefician del auge urbano son las capitales políticas. Así tenemos el ejemplo del crecimiento del Londres del s. XVI, que además de ser un importante puerto marítimo fue capital política. Nápoles y París también fueron capitales políticas. Algo similar ocurre en Lisboa con 100.000 habitantes, o Sevilla, que pasó de 45.000 a 130.000 y otros puertos como Amberes o Ámsterdam. Todas ellas pertenecían al grupo que superaba los 100.000 habitantes, junto a Milán, Venecia, Madrid, o Roma (estas dos últimas por su capitalidad política). En Sicilia tenemos otras dos ciudades que superan los 100.000 habitantes Palermo y Mesina, compitiendo por la capitalidad política y siendo puertos importantes. En un tercer escalón encontramos ciudades por encima de los 60.000 habitantes, como Génova, Florencia, Bolonia, Valencia, Viena, Lyon o Rouen. Dudas presenta Moscú, que pudo sobrepasar los 100.000. Con una población entre 30.000 y 60.000 encontramos un número mayor de ciudades, como Bruselas, Gante, Hamburgo, Núremberg, Augsburgo, Colonia, Praga, Verona, Marsella, Toledo, Barcelona, Valladolid, Granada o Córdoba. 2. CRECIMIENTO Y CRISIS 11 2.1 LA ECONOMÍA DE SUBSISTENCIA En un sistema económico en el que las predominantes estructuras medievales conviven con los avances del naciente capitalismo, la población europea no podía plantearse otras aspiraciones económicas que las de la mera subsistencia. La alimentación básica era el objetivo prioritario de la actividad productiva en unas sociedades agrarias en las que el principal medio de producción, la tierra, estaba en manos de los grupos dominantes. La subsistencia implicaba también la necesidad de vestirse y tener una vivienda. Existían en todas las localidades rurales una actividad primaria y una actividad artesanal claramente preindustrial. Estas tres necesidades determinaban las funciones esenciales de la actividad económica: la producción agrícola y ganadera de los artículos que componían la dieta imprescindible: cereales, vid y algún ganado doméstico que proporcionara huevos, leche y carne, una artesanía textil basada en la materia prima disponible (fundamentalmente lana). En cualquier localidad campesina encontramos una mayoría de gentes dedicadas al cultivo o la cría de ganado, oficios textiles (hiladores, tejedores, sastres…), carpinteros y albañiles, así como una serie de oficios dedicados a la construcción, que trabajaban materiales como la madera, la arcilla, la paja o la piedra. La actividad económica más elemental exigía también la existencia de gentes que trabajaran los metales, particularmente el hierro (herreros) que se utilizaba para los aperos de labranza o el herrado de las caballerías, así como expertos capaces de hacer cuerdas, serones y otros enseres con fibras textiles como el cáñamo, el esparto, etc. La actividad económica dependía de forma muy estrecha de la naturaleza. La producción específica tanto de la agricultura como de la ganadería se adaptaba a las características de los suelos, la altitud o el clima, lo que daba lugar a la existencia de cultivos o crías ganaderas específicas. La orientación esencial hacia la subsistencia se adaptaba a las condiciones de cada espacio geográfico. Existía una variada tipología de cereales, de mayor o menor capacidad alimenticia, pero impuestos por las condiciones naturales, pues no todas las regiones eran propicias para el trigo y era necesario cultivar cereales para la alimentación del ganado. En el entorno del Mediterráneo era importante el olivo y otros productos arbóreos como los frutos secos o la morera. En los climas más húmedos y fríos del norte era frecuente el cultivo de lúpulo para la cerveza. También plantas destinadas a la elaboración textil como el lino y el cáñamo. Los ganados variaban igualmente, distinguiéndose las zonas de vacuno, dominante en el norte y en tierras altas y húmedas, y las de ganado ovino, propio de climas más cálidos y áridos. El reducido papel del comercio responde a las características de una economía de subsistencia. El transporte y la comunicación eran muy difíciles. Apenas había caminos construidos y el transporte terrestre era muy dificultoso y se encarecía por los peajes, pontazgos y otros derechos de paso. El coste de los productos comercializados se incrementaba en razón directa de la distancia a la que hubieran de llevarse. Más rápido era el transporte fluvial y, en menor medida, canales construidos. El transporte más rápido era el marítimo, usado para la mayoría de los artículos comercializados a larga distancia, incluidos los procedentes de las rutas de caravanas terrestres de Asia y África que llegaban al Mediterráneo. Los puertos eran importantes no sólo de cara al abastecimiento en momentos de dificultades alimenticias, sino también por el estímulo que supusieron los más importantes de ellos para el desarrollo urbano y las consecuencias culturales por ser los lugares mejor conectados. Había un enorme peso del autoabastecimiento (más del 90% de los productos que consumía el campesinado procedía de un círculo de 5 km, su parroquia o comunidad). Algunos productos, generalmente secundarios en orden a la subsistencia llegaban de más lejos, de un ámbito económico de dimensiones variables que puede corresponder con la comarca, la región, la bailía o la senescalía en Francia o el condado en Inglaterra. Un último porcentaje mínimo correspondería a un comercio de más larga distancia, reservado a productos lo suficientemente valorados como para resistir el fuerte incremento derivado del transporte. La progresiva especialización productiva de algunas regiones, en cereales, seda, ganado, paños, manufacturas de hierro u otros productos artesanales y otros bienes, hubo de ampliar la proporción del mercado a media o larga distancia. La coyuntura también modificaba las cosas, pues en momentos de dificultades alimenticias era necesario traer cereales desde lejos, frecuentemente subvencionados por las autoridades locales para evitar una excesiva repercusión en su precio de tales costes. 2.2 EXPANSIÓN DEMOGRÁFICA Y DINAMISMO SOCIAL Una de las características del s. XVI es la expansión demográfica, volviendo a una fase de crecimiento tras la crisis de la peste negra de 1347 que duró unos cien años. Hacia 1450 se invierte la tendencia dando paso a un siglo de incremento de población, con diferencias regionales en su expansión tanto en cronología como en intensidad y también en el límite final de dicha fase expansiva, percibiéndose en algunas zonas hacia los años 70 del s. XVI, no llegando a otras hasta principios del s. XVII. 2.3 FUENTES Y CIFRAS Si era difícil calcular las cifras de un país mucho más difícil es calcular las cifras de Europa, no solo por determinar las fronteras de ésta, sino también por la falta de datos fiables. Entre 1300 y 1340 Europa alcanza una población elevada, llegando al límite del crecimiento demográfico de la Edad Media. Difícil resulta también calcular la caída demográfica de la crisis posterior, a la que se le atribuye un retroceso de más de 1/3 de la población, con picos del 60% en países del norte. El cambio de tendencia en la segunda mitad del s. XV hizo que Europa contara en el 1500 con 84 millones de habitantes, mientras que en el 1600 serían entre 97 y 111 millones. Parece que a lo largo del s. XVI Europa occidental recuperó los niveles de población de antes de la peste negra, 12 superando la población del este. En algunas zonas el crecimiento se ve frenado debido a un cambio de coyuntura en la última década del s. XVI, por abundancia de malas cosechas, aumentando el precio de los cereales que constituían el 40% o 60% del presupuesto de una familia pobre. También se han aducido causas climáticas, así como la tensión entre población y recursos alimenticios del sistema productivo del Antiguo Régimen. También influyeron la intensificación de las guerras y los brotes epidémicos. Es difícil también calcular la población en el conjunto de la población mundial. Jean Noel Biraben se atreve a realizar una estimación aproximada: Según Livi Bacci, en 1550 solo eran fiables los datos de Inglaterra, Holanda, Francia, Italia y España, que representaban aproximadamente el 52% de la población europea sin contar Rusia. Francia era el país más poblado con 19,5 millones, seguida de Italia con 11,5, España 5,3, Inglaterra 3 y Holanda 1,3. En la segunda mitad de siglo, Francia no creció, como consecuencia de la grave crisis que supusieron las guerras de religión (Jaques Dupaquier cifra la población de Francia en 1600 en 18,5 millones). En Italia la población pasó a ser de 13,5 millones (+17,39%). En España 6,7 millones (+26,41%). En Inglaterra 4,1 millones (+36,66%), un incremento que coincidió en la segunda mitad del s. XVI con el reinado de Isabel I. El crecimiento más moderado lo encontramos en Holanda con 1,5 millones de habitantes en 1600, donde influyó la Guerra de los Países Bajos tras su levantamiento contra España en 1566, aunque también influyó su menor capacidad de crecimiento respecto a otras áreas de Europa menos pobladas como Inglaterra o España, lo que nos lleva a considerar no solo las cifras de población absoluta sino también las cifras de población relativa, es decir, la población expresada en número de habitantes por km2 (densidad). Las zonas de mayor densidad de población de Europa eran el norte de Italia y los Países Bajos, además de las cuencas de Londres y París, partes de los valles del Rin y el Danubio y áreas en torno a Nápoles y Roma. Las densidades ofrecen variaciones en un mismo país. En 1500 Holanda superaba los 60 hab/km2 (Flandes 70, media de 40 del conjunto de los Países Bajos). Italia, aproximadamente 35 a 40 hab/km2 de media en el 1600, con Lombardía en 100-120 hab/km2, mientras que el resto del centro-norte italiano tenía cifras entre el 50 y 80 y 15 en Córcega y Cerdeña. En Francia 35 hab/km2 en media, y en España entre 15 y 17 (meseta Norte 20, Aragón 8). En el otro extremo están las zonas despobladas, por condiciones naturales como montañas, zonas pantanosas o porque fueron abandonadas cuando retrocedió la población con la crisis bajomedieval. El crecimiento de población del s. XVI supuso la recuperación de terrenos baldíos, saneamientos de marismas y zonas pantanosas y la conquista de tierras al mar. Entre 1550 y 1650 se recuperaron cerca de 162.000 hectáreas de tierras cultivables. 2.4 CAUSAS DEL CRECIMIENTO Diversos factores favorecieron el crecimiento de la población: coyuntura favorable en clima y cosechas, menor frecuencia de las epidemias, mano de obra suficiente e incremento de producción y salarios. Ningún factor cambió sustancialmente, pero el balance fue positivo. Aumentó la esperanza de vida, lo que aumentó a su vez el periodo fértil de la mujer. También se produjo una pérdida de prestigio del celibato religioso, llegando a desaparecer en los países protestantes. Hubo un adelanto de la edad del matrimonio y un aumento de la natalidad, propios de buenos tiempos, y un aumento del optimismo (respuesta psicológica a nuevas oportunidades). Se redujo la mortalidad ordinaria. Los cultivos se ampliaron con las nuevas roturaciones en toda Europa de tierras anteriormente incultas, muchas abandonadas durante la crisis del s. XIV. La mejora en la alimentación se vio favorecida por la mejora en los transportes, permitiendo en tiempos de dificultad que los cereales llegaran con más facilidad que antes, especialmente el trigo del Báltico. También influyeron positivamente los esfuerzos de las autoridades civiles en procurar alimentos a la población a precios asequibles, especialmente en tiempos de crisis. La mortalidad extraordinaria también se redujo. Las crisis fueron menos duraderas y desastrosas, aunque la peste seguía estando presente, en especial en las grandes ciudades, habiendo tres periodos de gran difusión: 1520-1530, 1575-1588 y 1597-1604. También estuvieron presentes el tifus, la malaria, la viruela (que afectaba a niños, causando graves crisis a finales del s. XVI) o el sarampión y la tosferina. Una enfermedad nueva que se difundió en toda Europa fue la sífilis, probablemente de procedencia americana, apareciendo por primera vez entre soldados franceses de Carlos VIII en las campañas de Nápoles. Extraña fue, en el s. XVI, la enfermedad del sudor inglés que provocaba la muerte en cuestión de horas y que protagonizó epidemias a partir de 1485, extendiéndose por Europa hasta Rusia en 1528, y desapareciendo en 1551. Debemos contar 15 La nobleza menor también sufrió cambios. Los caballeros, infanzones o hidalgos tenían un origen militar que les distinguía, pero con los cambios producidos en la forma de hacer guerra y el incremento de la infantería, perdieron su razón de ser; por ello en muchos casos esta nobleza se encontró con dificultades para subsistir, pudiendo en ocasiones formar parte de revueltas o llegando al bandolerismo. En la Edad Moderna se fueron extendiendo instituciones similares al mayorazgo castellano en virtud de la cual el título y el patrimonio pasaba exclusivamente al primogénito varón. Se trataba de garantizar la potencia y riqueza del linaje, ya que suponía la amortización de las propiedades, las cuales quedaban vinculadas al patrimonio de la casa nobiliaria, por lo que salían del libre comercio y no podían ser vendidas sin permiso del rey. Era otro privilegio que, en momentos de apuro, cuando las deudas se acumulaban sobre la casa, les garantizaba la intervención real. Se nombraba un administrador del patrimonio amenazado cuya finalidad era sanearlo. Por un lado, pagaba a los acreedores y por otro asignaba al noble una cantidad suficiente para su mantenimiento digno, en concepto de alimentos. El mayorazgo o vínculo servía para proteger los patrimonios nobiliarios tanto de ambiciones ajenas como de la mala gestión de sus titulares, pero con el tiempo, la endogamia de las grandes familias concentró en pocas manos los patrimonios y títulos nobiliarios. Por otro lado, la necesidad de buscar salida a los segundones y a las hijas obligaba a importantes gastos compensatorios, dotes, etc. Para los hijos menores, las principales salidas estuvieron en el ejército, la Iglesia o la universidad (que permitía el acceso a la burocracia). Sus posibilidades eran mayores que las de sectores sociales inferiores y la mayoría de los principales puestos les estaban reservados. Con cierta frecuencia se ha tachado a la nobleza de inculta y ociosa, pero como sector social/dirigente, buena parte de sus miembros se preparaban de forma concienzuda para dicha tarea. A su educación en cultura clásica, latín e historia, se añadía el ejercicio, el manejo de la espada o la caza. Muchos conocían idiomas y no pocos poseían importantes bibliotecas, eran mecenas o coleccionistas artísticos. Los nobles con importantes cargos en el gobierno desarrollaron notables carreras que les hicieron gozar de una destacada experiencia política, siendo aprovechada por el soberano en sus consejos de gobierno. Es el caso del Consejo de Estado español, creado por Carlos V. El mayor contrapunto a la estructuración estamental de la sociedad era la existencia de poderosas redes clientelares que recorrían verticalmente los estamentos. Muchos de los nobles menores, igual que los eclesiásticos y gentes no pertenecientes a la nobleza, integraban la clientela de uno u otro alto señor, con quien les unían pactos tácitos de protección y auxilio, huella del feudalismo. Buena parte de la sociedad ofrecía un tejido de redes clientelares que iban desde la Corte a los diversos territorios y que eran capaces de movilizar comarcas y provincias enteras. Ennoblecimiento de la burguesía Un importante factor que explica el desclasamiento de la nobleza, especialmente la menor, fue la apertura en el s. XVI del estamento a personas con suficientes medios de vida, deseosas de gozar de sus privilegios y exenciones: los burgueses, gentes procedentes del común que podían tener un nivel de vida igual o superior al de los nobles (banqueros, comerciantes, recaudadores de rentas, etc.). Aunque los estamentos eran en principio cerrados, en Europa existía una cierta movilidad social. Resultaba difícil ascender o descender de estado, pero todo era cuestión de tiempo, dos o tres generaciones como máximo. Una de las vías para ello era la imitación de los modos de vida noble, la cual podía llevar, con el tiempo, al reconocimiento social como tal, con el consiguiente disfrute de privilegios y exenciones. Además, el rey podía ennoblecer a quien quisiera. Esta prerrogativa, vinculada originariamente a los servicios destacados en la guerra, se iría perdiendo hacia el ennoblecimiento a cambio de dinero. Las monarquías estimulaban el proceso, no solo por incrementar sus ingresos con la adjudicación de títulos sino también para ampliar la base social en la que se apoyaba. En Inglaterra la venta de las tierras confiscadas a la iglesia dio paso a un grupo social nuevo, la gentry, caracterizada en el ámbito rural, no necesariamente de origen noble, que se convirtió en uno de los elementos de articulación rural durante los Tudor. De esta forma, algunos burgueses iban accediendo a la nobleza, incrementándose su número en el s. XVII a pesar de la oposición de la vieja nobleza. A medida que se desarrollaron las estructuras administrativas de las nuevas monarquías fueron cada vez más abundantes los magistrados, letrados, asentistas y arrendadores de impuestos, es decir, burgueses enriquecidos o que habían prosperado gracias a los oficios públicos o a los negocios, que se integraron en la nobleza, frecuentemente mediante la compra de títulos o de oficios que implicaban la consideración nobiliaria. Otros burgueses, más numerosos, actuaron a menor escala en el estado llano, integrados en la burocracia de las nuevas monarquías (letristas, juristas, etc.). En el s. XVIII surgieron también noblezas de servicio en países como Austria o España a partir de un concepto de honor basado más en los méritos que en la sangre. A pesar del desprecio con que la vieja nobleza francesa o española veía a la nueva, ambas tendían a integrarse y era frecuente que lo hicieran algunas generaciones después una vez olvidados los orígenes. En muchos casos para una nobleza de sangre endeudada o con dificultades, el matrimonio con ricos burgueses ennoblecidos o sus herederos era la ocasión para “redorar sus blasones”. 3.2 EL CLERO Destacaba su carácter abierto. El único requisito era integrarse en alguna de las muchas instituciones religiosas existentes, bastaba con formar parte del clero en el escalafón que fuera. En los primeros tiempos modernos hubo una elevada cantidad de tonsurados, que les otorgaba la categoría genérica de eclesiásticos, previa a la recepción de las órdenes menores. Lo mismo ocurría en los conventos y monasterios masculinos y femeninos con sus dependientes y servidores. Los privilegios del clero eran similares a los de la nobleza. Las diferencias entre los miembros del estamento eran muy grandes: el alto clero (cardenales, obispos y abades) no solo compartía el estilo de vida de la nobleza, sino que por lo general eran segundones de familias nobles que, 16 al no poder heredar el título, optaban por una carrera eclesiástica en la que tenían reservados los principales puestos. En la Europa Moderna sólo algunos pocos de los altos eclesiásticos tenían un origen humilde. Lo mismo ocurría en los monasterios femeninos. El clero masculino se dividía en dos grandes grupos: • Regular, formado por los pertenecientes a una comunidad religiosa y que vivían bajo una regla que regía las órdenes monásticas o conventuales. Los monasterios se ubicaban preferentemente en el ámbito rural y habitualmente compaginaban la oración con el trabajo intelectual o el cultivo de la tierra. • Secular o diocesano, formado por los obispos y todos los sacerdotes y diáconos de las diócesis. No pertenecían a ninguna comunidad religiosa. Recibían generalmente el nombre de frailes, vivían en las ciudades y no estaban sometidos a clausura. Al contrario, aunque tuvieran rezos comunitarios en el coro, la mayoría de ellos, los miembros de las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, carmelitas, agustinos), tenía como obligación específica la de procurarse el sustento por medio de la limosna que salían a pedir. En cuanto a las órdenes femeninas, a partir del Concilio de Trento fueron sometidas a la clausura, pasando al estatus de monjas o habitantes de un monasterio femenino. Entre ellas, al igual que sucedía con los hombres, había grandes diferencias que reproducían la de su respectivo origen social. Las categorías y puestos principales estaban reservados para aquellas que aportaban dotes sustanciosas. El resto era destinado a tareas subsidiarias y de servicio. Algunas fundaciones se hicieron exclusivamente para mujeres de la familia real o la alta nobleza. El clero alcanzó mayor relevancia y poder entre los protestantes, con 3 diferencias fundamentales con la Iglesia Católica. La principal era la ausencia de regulares y las otras dos, derivadas de ella, la ausencia de mujeres religiosas y la menor riqueza territorial de la Iglesia (la Reforma suprimió los bienes territoriales de monasterios, abadías y conventos). La posibilidad de los clérigos protestantes de acceder al matrimonio contribuirá a difuminar sus diferencias con el resto de la sociedad, pero era también un estamento dotado de privilegios. En Inglaterra, los obispos anglicanos formaban parte de la Cámara de los Lores, y en Suecia o Dinamarca tenían representación en el parlamento. 3.3 LOS BURGUESES Por debajo de los dos sectores privilegiados se hallaba el amplio estamento del común o pueblo llano, en cuyo seno había grandes diferencias, siendo la principal de ellas las posibilidades económicas. Los más favorecidos formaban la naciente burguesía, de dos tipos: • Burguesía “capitalista”, enriquecidos con el comercio, las finanzas o la agricultura. • Burguesía “de los oficios”, los que desempeñaban algún importante oficio después de una carrera universitaria o de comprarlo/heredarlo: magistrados, letrados, puestos destacados en la administración, abogados, etc. Era un grupo predominantemente urbano que participaba en el gobierno de las ciudades, el patriciado urbano, que incluía también algunos miembros de la nobleza local. Tenían un elevado nivel de vida que los llevaba a compararse con los patricios romanos para distinguirse de la plebe. De hecho, imitaban el estilo de vida de la nobleza (al no haber ningún otro modelo social), a cuyo estatus querían acceder, con todas las ventajas que ello implicaba. En las ciudades existían los bandos y clientelas, integrados a veces en redes más amplias, lo que daba lugar a frecuentes tensiones y luchas por el poder. La figura más característica de la naciente burguesía de los negocios era el mercader o comerciante, personaje que solía actuar como empresario manufacturero, banquero, cambista o asegurador. Podía trabajar con diferentes mercancías (tejidos, especias, cereales, metales…). La única diferencia estaba entre los comerciantes que operaban a escala internacional, moviendo capitales notables, y los que lo hacían a escala local, con medios muy limitados. 3.4 EL CAMPESINADO Formaba el resto del estado llano, junto con los habitantes de las ciudades. Entre ellos había multiplicidad de situaciones que dependían de su situación jurídica y de su relación con la propiedad de la tierra. La situación jurídica La diferencia inicial es la que separa a los campesinos que trabajan en tierras feudales o señoriales de los que se encontraban en zonas de realengo, dependientes directamente de la administración y la justicia del rey. La mayor parte del campesinado de ambos grupos era libre, pero mientras en la Europa occidental la tendencia desde el inicio de la Edad Moderna fue hacia la desaparición de la servidumbre, en zonas de Europa oriental había campesinos siervos, ligados a la tierra y con su libertad restringida por la dependencia de un señor. Las causas de esta segunda servidumbre fueron la escasez demográfica junto con el incremento de la demanda cerealística por parte de la Europa más poblada del oeste, el centro y el sur, fijando al campesino a la tierra, y a quien el señor exigía fuertes prestaciones: tributos en dinero o en especie y corveas. A estas cargas se unían derechos de los señores que restringían la libertad de sus siervos de formas diversas; por ejemplo, con frecuencia los campesinos no podían casarse fuera de los dominios del señor. La propiedad de la tierra En cuanto a la relación de propiedad con la tierra, existían grandes diferencias entre unas zonas y otras. Algunos campesinos eran dueños de la tierra que trabajaban, aunque su fuerza e importancia dependían de la extensión de esta. Unos pocos tenían propiedades suficientemente grandes como para poder ser considerados ricos. Eran los labradores acomodados o villanos ricos en Castilla, gros laboureurs en Francia o yeomen en 17 Inglaterra. El concepto de gran propiedad era variable, dependiendo del tipo de tierras. No es lo mismo que fueran de secano y cerealistas o que se tratara de cultivos más orientados al mercado como las viñas de ciertas regiones. Los campesinos con tierras abundantes contrataban trabajadores para cultivarlas y en muchos casos daban parte de ellas en arriendo. Algunos arrendatarios tenían a su cargo también grandes extensiones, lo que les obligaba a emplear trabajadores asalariados. Sin embargo, los principales propietarios de la tierra no eran campesinos sino nobles, eclesiásticos o monasterios; en este contexto, los campesinos ricos y los arrendatarios importantes eran los elementos emergentes del mundo agrario, grupo en el que se puede incluir a buen número de los delegados y administradores de nobles y señores propietarios. La mayoría de los campesinos propietarios se hallaba en peores condiciones. Había propietarios medios y, sobre todo, pequeños. El tamaño de la tierra marcaba su capacidad económica, así como las posibilidades de resistir las frecuentes crisis. Si no tenían reservas, en tiempos difíciles se veían obligados a endeudarse, pidiendo créditos e incluso préstamos o anticipos sobre la cosecha venidera. Cuando eran incapaces de resistir el endeudamiento, se venían forzados a ceder la propiedad, lo que constituyó un mecanismo de apropiación territorial por parte de burgueses y ahorradores de las ciudades. Los propietarios o cultivadores directos estaban obligados a pagar también el diezmo, una carga destinada inicialmente al sostenimiento de la iglesia local que gravaba exclusivamente la producción agropecuaria en un 10%. En los países protestantes se siguieron pagando diezmos bien a la Iglesia o a los nobles que se habían apoderado de sus tierras. Situación no muy diferente era la de los medianos y pequeños arrendatarios, con la única diferencia de que su capacidad de endeudamiento era menor al no tener la garantía de la propiedad. La diferencia entre ellos la marcaban los tipos de arrendamientos y las formas diversas de pago de las rentas (en especie o en dinero). Los que se hallaban en mejor situación eran quienes se beneficiaban de los censos enfitéuticos en los que el propietario se había reservado el dominio eminente y cedido al campesino por plazos indefinidos o muy largos, a veces durante generaciones, el dominio útil de la tierra, a cambio de un canon generalmente no muy gravoso, lo que permitió que algunos enfiteutas pudieran incluirse entre el pequeño porcentaje de los campesinos ricos. Se trataba de un tipo de contratos propio de épocas de baja presión demográfica sobre la tierra en las que lo que interesaba al propietario era hacerla producir. En los momentos de expansión demográfica (s. XVI y XVIII), los dueños de la tierra trataban de convertir los censos y arrendamientos largos en arrendamientos simples, a poder ser a plazos cortos, para beneficiarse del incremento de los precios. El pago del canon podía estar estipulado en dinero o en especie. En los períodos expansivos de auge demográfico e incremento de los precios, lo que más interesaba al propietario era que el pago fuera en especie, pues su precio subía con los años, en lugar de percibir una cantidad monetaria fija cuyo poder adquisitivo iba menguando. Otro contrato era el de aparcería, que ofrecía diversas formas, aunque era frecuente la división 50-50. En el último escalón estaban los jornaleros y trabajadores sin tierra que trabajaban en las propiedades de otros a cambio de un salario. Eran frecuentes en España y sur de Italia, consecuencia del predominio de la gran propiedad feudo-señorial. Junto a los pequeños y en ocasiones medianos propietarios o arrendatarios formaban la gran mayoría de la población rural. Cuando las cosas iban mal y se acumulaban varios años de malas cosechas, masas de campesinos procedentes de tales sectores abandonaban el campo e iban a las ciudades en busca de trabajo o de caridad que les permitiera subsistir. Un 60-70% de los campesinos no era capaz de hacer frente a las situaciones difíciles. Su situación era precaria y se fue deteriorando en la E. Moderna a medida que avanzaba la propiedad individual a costa, muchas veces, de los bienes comunales y de uso colectivo. Estas categorías no se daban en estado puro, no eran herméticas, pues un campesino podía ser propietario de una extensión y arrendatario de otra. 3.5 PUEBLO URBANO Y MARGINADOS El último gran sector del pueblo llano eran los habitantes no privilegiados de las ciudades: trabajadores, pobres y mendigos. Buena parte de los primeros estaban agrupados en los numerosos gremios, cada uno de los cuales reglamentaba una actividad productiva concreta, hasta llegar en muchos casos a una auténtica especialización, lo que hacía que hubiera decenas de gremios —en algunas ciudades superaban el centenar—. El gremio no era exclusivamente una organización productiva, sino que tenía también funciones religiosas y de solidaridad para con aquellos de sus miembros, para lo que se organizaban en hermandades o cofradías. En algunas ciudades tuvieron alguna participación en el gobierno municipal, la recaudación de impuestos o el reclutamiento y la defensa. Su posición era siempre secundaria respecto a los miembros del patriciado urbano. Eran eficaces instituciones de control social, por lo que en los momentos de dificultades las autoridades trataban de atraérselos, sabedoras de su notable influjo en los sectores populares. Los gremios participaban de las discriminaciones existentes en ella. No admitían a hijos ilegítimos, además de las discriminaciones religiosas y raciales. Otros sectores de trabajadores no habían llegado a organizarse en gremios, quizás por la escasa importancia de su actividad. Más numerosos eran los criados y criadas, muy abundantes en el Antiguo Régimen, que formaban parte de las familias en cuya casa trabajaban y vivían, aunque no dejasen de pertenecer al estamento popular urbano. Los trabajadores eventuales, atentos a contratarse en diversas tareas con las que procurarse el mantenimiento, formaban un sector más inestable por la escasez en que solían moverse. Muchos de los emigrantes procedentes del campo se contarían entre ellos, así como también los pobres y vagabundos. Los pobres no eran privativos de la ciudad, pero el mundo urbano los atraía especialmente por las mayores 20 Los campesinos también protestarán por la fiscalidad real y los abusos cometidos por el paso de las tropas, como ocurrió en Cataluña en varias ocasiones en el s. XVII. Una forma sorda de protesta en el mundo rural era el bandolerismo, que afectaba a amplias regiones, generalmente montañosas, y en el entorno del Mediterráneo. En algunas zonas como Cataluña en los s. XVI y XVII, Nápoles o Sicilia llegó a ser endémico al mezclarse el malestar popular y el desarraigo con los hábitos de violencia y con la mala vida de miembros de la pequeña nobleza rural. La ciudad ofrecía algunos tipos característicos de conflictividad. Los pobres no controlados y vagabundos eran siempre motivo de preocupación, pues no tenían nada que perder. En ocasiones, los criados domésticos participaban también en algaradas. Las autoridades veían en los gremios un eficaz instrumento de control popular, pero en el seno de estos había también conflictos. El principal conflicto urbano era la tensión existente entre quienes ocupaban el poder municipal, un grupo del patriciado que tendía a cerrarse, y los grupos emergentes, entre los que se encontraban sectores del patriciado excluidos, burgueses nuevos y elementos destacados del pueblo. Dicha pugna por el poder municipal se manifestaba a través de la lucha entre facciones opuestas, como las Comunidades de Castilla (1520-21). 4. LA EXPANSIÓN AGRÍCOLA Y GANADERA Se considera el s. XVI como una etapa de crecimiento económico ayudado por la expansión geográfica de los europeos y el crecimiento demográfico. Se produce un tímido avance del capitalismo (iniciado en el s. XIII y desarrollado plenamente en el s. XVIII con la revolución industrial). El principal reto del siglo fue alimentar a una población creciente, que recuperó las cifras de finales del s. XIII. Se incrementa por tanto el espacio cultivado. Sin embargo, la gran debilidad de la agricultura europea del Antiguo Régimen es la existencia de límites en la productividad de la tierra (incapacidad de incrementar la producción sin incrementar la superficie cultivada), consecuencia de la penuria técnica. Era necesario dar el paso de cultivo extensivo a cultivo intensivo. Para evitar tener que dejar tierras en barbecho se introdujeron algunas innovaciones, destacando: • Países Bajos: el punto más avanzado de la agricultura europea, con el mayor rendimiento cerealístico en un momento de descenso de los precios de cereales. Se introducen diques para ganar terreno al mar, plantas forrajeras (nabo, trébol), impulsando la diversificación hacia la ganadería vacuna, y nuevos cultivos (tabaco, lúpulo). • Norte de Italia y Lombardía: desde el s. XV con técnicas agrícolas innovadoras como la cría intensiva de ganado vacuno, arroz, cultivo de prados, frutales, verduras selectas, moreras o plantas colorantes. • Inglaterra: aprovechamiento de la tierra mediante los enclosures, cercamientos de campos iniciados en la Baja Edad Media para reforzar la propiedad privada e impedir el uso comunal de la parcela. Se dan dos fases en función del precio de los cereales. Cuando son bajos, los cercados se emplean para la cría de ganado lanar, y cuando son altos, se dedican al cultivo. • Huertas: se crean obras de ingeniería para aportar agua y regadíos. Ejemplo: presa del Tibi en Alicante que hizo posible un regadío de 3.400 hectáreas. Los cultivos dominantes en Europa son el cereal en primer lugar, seguido de la vid, necesaria para complementar el aporte calórico. Los principales avances en ambos cultivos fueron: • Países Bajos: se desliga la producción agrícola de la subsistencia, se construyen diques (pólders) en unas tierras cuya cota se sitúa por debajo del nivel del mar, gracias a la labor de ingeniería y desecación producida por los molinos característicos de las regiones del norte. • Italia: se sanean y recuperan tierras pantanosas desde el s. XV, vía drenajes o construyendo canales (valle del Po y Terraferma en la República de Venecia). La recuperación de este tipo de zonas para la agricultura no siempre era posible y suponía un peligro para la salud por la propagación de enfermedades endémicas como el paludismo. • Europa en general: incremento de la superficie cultivada a costa de bosques y prados. Se restringen las tierras comunales y los espacios no agrarios, extendiéndose el arado por tierras de mala calidad y baldíos, que se agotaban antes y tardaban más en recuperarse (la ley de rendimientos decrecientes amenazaba el crecimiento demográfico). Las consecuencias del aumento de la demanda del cereal fueron: el incremento de los precios durante todo el s. XVI; el aumento de la presión soportada por la tierra, ya que los nobles trataron de modificar sus derechos sobre ella a través de arrendatarios y rentas de vasallos y los burgueses de las ciudades se hicieron con propiedades agrícolas para aumentar su prestigio social y obtener beneficios; la necesidad alimenticia de Europa occidental sirvió de estímulo para la producción masiva de cereales en Europa del centro y del este, el llamado pan del norte (segunda servidumbre), siendo los territorios más cercanos a los puertos marítimos los más beneficiados. En cuanto a la oferta se puso el foco en cultivos destinados a satisfacer las necesidades básicas. La mayor parte del terrazgo se destinó al cultivo de cereal (trigo, centeno, cebada y avena). Su distribución dependía de las características de suelos y del clima. En Escandinavia dominaba el centeno; en Reino Unido, Polonia o Rusia la cebada; en los Países Bajos la escanda; y en el Mediterráneo el trigo. En el sur dominaba la trilogía mediterránea: trigo, vid y olivo. Los cereales dominaban el cultivo mediterráneo en menor medida que en la Europa del norte y del este, con excepción de zonas como Sicilia o la tierra de campos castellana. Destacaba el papel de la vid en zonas castellanas como en Valladolid o Medina del Campo. Hubo una mayor especialización en cultivos orientados al mercado: la vid, que en ciertas zonas satisfacía el consumo urbano, los cultivos hortícolas de regadío en Cataluña o Levante (hortalizas, naranjas y limones) o el arroz en ciertas zonas de Levante que permitían el cultivo por 21 inundación. Eran importantes las plantas destinadas a las manufacturas artesanales. Se necesitaban plantas tintoreras como la rubia o granza (rojo) y el glasto o pastel (azul), sobre todo producidas en los Países Bajos. El cáñamo para la producción artesana en regiones como Bretaña. El lúpulo originario de Holanda se difunde por Inglaterra (cultivado en los enclosures con estiércol) y el valle del Rin. Hay novedades traídas de Oriente, introducidas a través de España e Italia: alcachofas, algunos tipos de lechugas, berenjenas, calabazas, calabacines o melones. Árboles frutales llevados del mediterráneo al norte (perales, melocotoneros, ciruelos o higueras). Las habas, la alfalfa, las moreras para la cría del gusano de seda y sobre todo la caña de azúcar. Por último, el cultivo de algodón traído de oriente se extiende por las zonas cálidas mediterráneas. Llegan plantas procedentes de América: judía, tomates, pimientos y maíz. El maíz (que tendrá más importancia en el siglo XVIII) fue importado por los castellanos y su adaptación fue lenta; no se conocían sus elevadísimos rendimientos (decenas o más de un centenar de granos por uno). A finales del siglo XVI se extiende por zonas húmedas y costeras del norte peninsular como Santander, Asturias, Galicia o Portugal. Todo lo expuesto hasta el momento afecta a Europa centro-occidental. Más allá del Elba existe otra Europa arcaica, poco urbanizada y sin presencia de la burguesía donde se desarrollará la segunda servidumbre, inducida en parte por la elevada demanda de cereales por parte de occidente. 4.1 PRODUCCIÓN, EXPLOTACIÓN E INTERCAMBIOS La economía de subsistencia impedía la especialización agrícola en la medida en que, en un contexto de comercio tan reducido y costoso, ningún núcleo podía prescindir de cultivar cualquiera de los artículos básicos o de criar las especies ganaderas indispensables. Cada núcleo económico tenía que producir cuanto necesitaba para subsistir. Aunque los terrenos agrícolas de muchos de ellos no fueran propicios para el cereal, no tenían más remedio que dedicar a él una parte importante. El trigo sólo se daba bien en determinadas regiones, pero como las otras no podían prescindir del cereal, recurrían a calidades inferiores o a cereales de menor valor nutritivo, algunos de los cuales se destinaban habitualmente a la alimentación del ganado: cebada, centeno, mijo, avena, escanda, alforfón. En muchos casos se panificaban mezclas diversas o se molían leguminosas para obtener harina. Algo parecido ocurría con el vino o la cerveza. En las zonas que podían irrigarse, junto a ríos y cursos de agua, era posible una agricultura intensiva en la que hortalizas y frutales suministraban un importante complemento en la nutrición. En las regiones del norte, gracias a la extensión de la pradera se incluía una mayor producción de productos animales. La dieta alimenticia, las precisiones de la subsistencia, el trabajo agrícola y el transporte exigían a las comunidades locales contar con un ganado doméstico cuyas especies variaban de acuerdo con las condiciones naturales. Aves (gallinas, patos, palomas o pavos), que aportaban huevos y carne, conejos, algún cerdo para la matanza (carne y manteca, necesaria en territorios donde no se disponía de aceites vegetales), abejas. Y sobre todo el ganado que proporcionaba los imprescindibles productos lácteos: ovejas y cabras, especialmente en el espacio mediterráneo y en las mesetas, y vacas, que abundaban sobre todo en las zonas más húmedas del Atlántico. A la ganadería con una finalidad exclusivamente alimenticia había que unir los animales necesarios para el trabajo y el transporte: caballos, asnos, mulas o bueyes. La presencia de una u otra especie venía marcada por el clima y las posibilidades de alimentarla, ya que, dejando a un lado la trashumancia, la mayoría del ganado no salía del ámbito local y tenía que alimentarse con los recursos del lugar. Así como el ganado bovino requería praderas, el ovino se adaptaba mejor a la utilización de barbechos y rastrojos y los caballos se alimentaban de paja y algunos cereales menores como la cebada o la avena. En toda Europa, además del empleo para pastos de zonas de utilización comunal, las normas jurídicas que regulaban el uso de la tierra limitaron la propiedad privada, con instituciones como la derrota de mieses o el ramoneo de las cepas, que obligaban a los propietarios a permitir el paso del ganado a sus tierras agrícolas una vez levantada la cosecha, aunque provocó tensiones. La alimentación del ganado era en general precaria, y al igual que la población local, también pasaba hambrunas, lo que incidía en la calidad de su carne y otros productos, así como en su trabajo. También se veía sometido a enfermedades y epidemias, que en ocasiones provocaban grandes mortandades con la consiguiente pérdida para sus dueños. El aprovechamiento de los montes comunales permitía a los habitantes de cada lugar proveerse de otros alimentos y bienes, así como las posibilidades que pudieran ofrecer la caza y la pesca fluvial. En ciertas zonas tuvieron especial importancia las castañas que en ocasiones sustituyeron al cereal. La explotación parasitaria del bosque hizo que su existencia se viera comprometida cuando la población crecía. La madera era el principal combustible y la materia prima esencial de viviendas, barcos, muebles y otros muchos enseres, lo que llevó en muchos casos a talas indiscriminadas. En Italia buena parte del bosque desapareció en los s. XI y XIII, por lo que las casas hubieron de hacerse con ladrillos y otros materiales. En Francia se redujo del 35 al 25 por 100 entre 1500 y 1650, y en Inglaterra prácticamente desapareció entre los s. XVI y XVII. En las comunidades marítimas, la pesca suponía un importante complemento alimenticio, además de permitir la 22 comercialización de una parte de las capturas. Cuando esta se hacía a cierta distancia era necesario tratar previamente el pescado por procedimientos como la conservación en sal o la deshidratación. En el mundo católico la prohibición de comer carne en los periodos de vigía hacía que el pescado llegara a todas las comunidades. En el artesanado ocurría algo similar. Los artículos más directamente relacionados con la subsistencia habían de trabajarse por doquier, pues no podían depender del comercio exterior. Para el intercambio o la compra de productos existía el mercado local que solía celebrarse un día concreto de la semana. Había también mercados regionales y otros de mayor alcance hasta llegar a los grandes mercados o ferias de localidades como Lyon, Besançon o Medina del Campo, que se celebraban en fechas precisas, una o dos veces al año, con la participación de comerciantes de diversos países. Desde la Baja Edad Media se convierten en uno de los principales focos de actividad mercantil europea, propiciando el desarrollo de instrumentos capitalistas como la letra de cambio, los bancos o los seguros. Especial interés tenía la cría de ganado trashumante. En las abundantes tierras incultas o pobres del entorno del Mediterráneo había ejemplos, como la Mesta castellana o las existentes en el sur de Italia que efectuaban largos desplazamientos estacionales en busca de pasto para las ovejas. La trashumancia afectaba al ganado vacuno en amplias zonas del este y norte de Europa, como Hungría, Rusia o Lituania. Todos los años los pastores llevaban los bueyes a lo largo de las rutas terrestres que unían estos territorios de cría con los pastos de engorde. Había también grandes tráficos de ganado vacuno destinado al mercado, especialmente importantes durante los s. XVI y XVII en Dinamarca, donde la cría de dicho ganado se convirtió en un privilegio de la nobleza. 5. LAS MANUFACTURAS Y EL COMERCIO 5.1 EL INCREMENTO DE LAS MANUFACTURAS En las manufacturas, al igual que en la agricultura el hecho más relevante fue el aumento de la demanda, mucho más elástica en este caso. La expansión económica fue positiva para la producción artesanal. Algunas materias primas como la madera se vieron afectadas y la deforestación fue notable en la primera mitad del siglo. Las mayores novedades se dieron en los cambios organizativos, suponiendo un paso adelante hacia el capitalismo, con el control del capital sobre la producción. Los dos elementos más importantes fueron: • El desarrollo del verlagssystem o sistema doméstico: figura del mercader-empresario. • El incremento de los centros productivos de cierta envergadura, es decir, empresas en sectores mejor organizados, más capitalizados y con concentración de trabajadores. El sector más importante era el textil; dentro de él la producción de paños de lana, la pañería, se documenta desde el s. XIII en Italia y Países Bajos. En el s. XV Florencia aparece como la gran capital pañera, bajo la dependencia del llamado arte de la lana, gremio formado por mercaderes-empresarios que controlaban todo el proceso de producción de una actividad de la que vivían más de 30.000 personas. El arte, dominado por los Medici, distribuía la materia prima y poseía talleres propios. En el s. XVI el sistema de mercaderes-empresarios se extendió por Europa y entraron en crisis viejos centros pañeros sustituidos por otros nuevos, consecuencia de los cambios productivos del sistema doméstico. El cambio productivo de finales de s. XV, que se intensifica en el XVI, es la introducción de las new draperies (nuevas pañerías), siendo los ingleses los pioneros. Eran tejidos de peor calidad, de pelo más corto, más ligeros y de menor precio, destinados a un público más amplio. Ello fue posible gracias a los mercaderes-empresarios que llevaban la materia prima a talleres domésticos rurales que escapaban al control de los gremios y recogían después la producción para comercializarla. La capital era Amberes cuyos gremios fueron sometidos al control de los mercaderes-empresarios. En Italia solo Venecia se libró de la crisis. En Florencia, su declive como centro pañero también se debió a las guerras en Italia, las alternancias políticas en la ciudad y el abandono del sector por parte de los Medici y otras familias poderosas, que prefirieron dedicarse a comerciar con dinero. Al norte del continente ciudades como Brujas, Gante o Bruselas y las grandes ciudades pañeras de los Países Bajos del sur también se vieron afectadas por la crisis. El conservadurismo de los gremios les impidió transformar la producción para que los gruesos, pesados y costosos paños flamencos de estambre pudieran competir mejor con los paños ingleses. Además, la revuelta de los Países Bajos desarticuló muchos centros de producción y provocó la huida a las provincias del norte o a Inglaterra de los principales artesanos. Las nuevas pañerías se difundieron por Holanda, con centro principal en Leiden, y volvieron a Inglaterra, también por el sur de Alemania y por Francia. Inglaterra no sufre la crisis de la pañería flamenca, pero abandona la pañería corriente (new draperies) y conserva solamente la pañería de lujo. La exportación de paños ingleses se dobló en la primera mitad de siglo, con una pequeña crisis en los años centrales debido al auge de las nuevas pañerías de los Países Bajos del sur. A finales de los 60, Inglaterra adopta de nuevo las new draperies, que se imponen a las old draperies. El auge de la producción también afectó a otras ramas del sector textil: el lino y el cáñamo. Ambos se producían en zonas húmedas de la Europa atlántica. El lino se usaba para la ropa interior, el ajuar doméstico y el velamen de los barcos. Los principales centros manufactureros de lino se localizaban en el norte de Italia, sur de Alemania, Inglaterra, Países Bálticos y Países Bajos. Los mercaderes-empresarios también se introdujeron en estos sectores. Una producción particular era la de los fustanes, que se hacían de algodón importado sobre una urdimbre de lino. Destaca su producción en la ciudad alemana de Augsburgo. La seda era de origen animal y procedente de Asia, aunque existente en Europa desde hacía tiempo. Abasteció un mercado de lujo en Italia y España. Los reyes de Francia la instalaron en Tours (1470) y en Lyon (1536). En Florencia los Medici controlaban la producción de 200 a 300 artesanos. Los mercaderes-empresarios intervienen también en otros sectores como: cuchillos de Solingen (Alemania), agujas (Schwabach), relojes de la Selva Negra, hierro de Siegen o artículos de madera y juguetes de Meiningen. 25 progresiva tecnificación y mecanización de los utensilios de trabajo… La energía seguía siendo la misma de los siglos anteriores, la humana y animal y, en las más sofisticadas, acuática y eólica. El vapor no llegaría hasta los preliminares de la industrialización. En unos casos eran las propias actividades las que exigían una forma distinta de organización del trabajo. Ocurría así en las minas, la fundición de cañones o la construcción de grandes buques, que necesitaban de grandes y costosas instalaciones con muchos trabajadores. Otras veces era la demanda la que marcaba la concentración de ciertas actividades y la tendencia hacia la especialización de una zona determinada: la producción de armas para el ejército o el abastecimiento de madera para grandes barcos, siendo el estado el principal agente de la demanda. El naciente capitalismo tenía una notable capacidad transformadora que implicaba cambios en la organización del trabajo. Como los mencionados mercaderes empresarios que propiciaron el desarrollo del verlagssystem, trasladando la actividad manufacturera al mundo rural para huir de la presión de los gremios en las ciudades. 6. LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS Y LA CRISIS DE FIN DE SIGLO 6.1 LA MONEDA El comercio tenía un reducido papel y había una escasa y limitada circulación de la moneda, ideándose instrumentos, como la letra de cambio, que suplieron sus limitaciones. La característica principal de la moneda en el Antiguo Régimen era la existencia de un doble sistema basado en dos tipos de monedas metálicas: las de metal precioso (oro o plata), que tenían valor en sí mismas y las de escaso valor metálico (cobre con aleación de plata e incluso sin ella). Las primeras eran las monedas fuertes o monedas- mercancía que reciben diferentes valores de curso legal pues eran acuñadas en especies distintas en las que variaban la cantidad y la ley (pureza) del oro o la plata. La clave del asunto residía en que la moneda de metal precioso era una mercancía y como tal tenía un valor legal (de curso) y otro real, no siempre acordes. Para evitar problemas era necesario que hubiera un equilibrio entre el valor real y el de curso legal, pues si el segundo fuera menor que el primero nadie querría cambiarlas, con lo que tales monedas se atesorarían o escaparían del espacio para el que habían sido acuñadas, ante el atractivo que suponía para los países vecinos cambiarlas por las suyas, equivalentes, pero con menor valor intrínseco; en cualquier caso, acabarían saliendo del circuito monetario. Si fuera al revés, la moneda se depreciaría dado que no resultaría fácil cambiarla a un precio superior a lo que valía en sí misma. El asunto se complicaba más por la existencia de monedas diferentes en cada reino o país. Las monedas-mercancía gozaban de libertad de acuñación. Cualquiera que tuviera oro o plata podía llevarlo a una casa de moneda (ceca) y hacer que se lo convirtiesen en piezas de moneda circulantes. El otro grupo de monedas, las de escaso valor metálico, eran más modernas al ser esencialmente fiduciarias. Se basaban en la confianza que se depositaba en su valor de cambio, lo mismo que ocurría con las letras y más adelante con el papel moneda. Las inferiores se limitaban a los valores menores y se usaban para las pequeñas transacciones, lo que hacía que fueran las únicas de que disponían los sectores populares. En cada reino o territorio existía un sistema monetario particular, con monedas de ambos tipos, que establecía un cambio legal entre ellas. La pertenencia a un mismo sistema monetario implicaba que existiera un cambio entre las monedas de oro, plata y vellón, aunque para obtener una de las dos primeras fuera necesario dar una buena cantidad de las últimas. En las compras y pagos entre sistemas monetarios distintos sólo eran admisibles las monedas de oro o plata. La multiplicidad de monedas existente y sus valores diversos hicieron que, junto a tales monedas reales de oro, plata o vellón, surgieran las llamadas monedas de cuenta o monedas nominales, que no correspondían a ninguna moneda efectiva, pero eran una medida de valor que servía para poner en relación todo el sistema y para calcular o contar. Se usaron diversas referencias que solían basarse en monedas ya desaparecidas (maravedíes, sueldos, libras…). 6.2 LA REVOLUCIÓN DE LOS PRECIOS En el s. XVI toda Europa, especialmente España, experimentó una fuerte subida de precios (x4), particularmente sensible en los productos alimenticios de primera necesidad. Tras un largo período de estancamiento la tendencia alcista tuvo hondas repercusiones económicas y preocupó a los contemporáneos. La coincidencia con la avalancha de metales preciosos de América llevó a una serie de tratadistas a esbozar la teoría cuantitativa del dinero según la cual todo incremento en la cantidad de moneda origina un alza proporcionada en el nivel de los precios. Earl J. Hamilton estableció una estrecha relación entre las importaciones de plata de Sevilla y el movimiento de los precios españoles en el s. XVI. A partir de Sevilla el fenómeno se fue extendiendo en ondas concéntricas por toda España, que fue el país europeo en el que se produjeron las alzas más fuertes, y a continuación por toda Europa. Esta relación ha sido discutida al señalarse que la fase más rápida del alza de los precios tuvo lugar entre 1501 y 1562 por lo que no coincidió con la época de máximas llegadas de metales preciosos, que fue la segunda mitad del siglo. La mayoría de los historiadores considera en cualquier caso que la aportación masiva de oro y plata (de Europa y América) y el consiguiente incremento del stock monetario hubieron de influir en el mantenimiento de un elevado nivel en los precios del s. XVI. Tal fenómeno se explica asimismo por otra serie de causas de mayor o menor importancia según territorios y momentos, tales como los cambios en la relación bimetálica oro-plata, las devaluaciones monetarias decretadas por ciertos gobiernos, la política fiscal inflacionista, el endeudamiento de los Estados, el aumento del consumo, el lujo y los gastos suntuarios, la rigidez de la oferta agrícola y la coyuntura cerealista, la expansión de la actividad comercial y el fuerte incremento de la demanda como consecuencia del crecimiento de la población y de la apertura de nuevos mercados. La moneda es esencialmente una mercancía y como tal se encuentra en relación directa con la 26 producción de otras mercancías y con el mecanismo económico general. Según Hamilton, el hecho de que las rentas y los salarios europeos no aumentaran al mismo ritmo que los precios tuvo varios efectos. Perjudicó a los terratenientes y rentistas, y empeoró el nivel de vida de los trabajadores. Los beneficiados por la distancia entre salarios y precios fueron fabricantes y comerciantes (burgueses), estimulando la formación de capital y el crecimiento industrial, contribuyendo a producir un cierto cambio en las estructuras sociales. El retraso de las rentas afectaría seguramente a quienes vivían de ingresos y rentas fijas de pequeña cuantía. En cuanto a los salarios, evolucionaron por detrás de los precios tanto en España como en la mayor parte de las economías europeas salvo las de algunas ciudades de Flandes y del centro y norte de Italia. Estas afirmaciones fueron criticadas dada la impresión general de que en el s. XVI hubo un incremento de las grandes rentas territoriales y que los principales propietarios de la tierra se beneficiaron del auge de los precios. Mayores controversias han suscitado las teorías de Hamilton y Keynes sobre la inflación de los beneficios empresariales como principal estímulo del capitalismo europeo del s. XVI. Según David Félix (1956), dicho planteamiento obvia que el alza de los productos manufacturados fue bastante modesta en relación con el alza de los precios agrícolas. Otra de las objeciones es que el inicio de la actividad económica no se halla en el s. XVI sino en el siglo XV, antes de las llegadas masivas del metal americano. 6.3 COMERCIO Y FINANZAS El elemento más capitalista era el comercio a gran escala, que requería una inversión de capital e implicaba unos riesgos evidentes a cambio de la promesa de grandes ganancias. Pocos productos se prestaban al mismo, ya que su demanda debía ser tal que soportara el incremento de precio derivado de los altos costes de transporte. Era esa capacidad de la demanda para afrontar el precio la que determinaba la distancia desde la que podían traerse los productos. El precio del oro o la plata, las especias, la seda, el marfil y otros bienes justificaban que ya desde la Edad Media se trajeran de Oriente y África. Algunos productos agrícolas destinados a un elevado nivel de consumo, como el vino de Burdeos y, en el s. XVIII el de Jerez, justificaban también el comercio a larga distancia, lo que indujo a la especialización vitícola de tales zonas. Otro caso de especialización productiva agrícola se dio en la conversión de grandes espacios del nordeste de Europa en un granero destinado a satisfacer la enorme demanda derivada de las carencias cerealísticas de Europa Occidental. El comercio a gran escala era consecuencia de la iniciativa individual, pero a partir de cierto nivel requería una organización más compleja. Surgen asociaciones con la forma de sociedades de distinto tipo. En unos casos, son meras agrupaciones de comerciantes con sus respectivos capitales. Otras son sociedades comanditarias en las que diversas personas confían a los comerciantes su capital a cambio de una participación en los beneficios. Muchas de las grandes firmas son de carácter familiar e intervienen en las principales ferias y centros de intercambio. Desde la Baja Edad Media las dificultades de utilización de la moneda metálica habían hecho surgir instrumentos de cambio basados en el crédito, como la cédula, obligación o pagaré, que es un reconocimiento de deuda con compromiso de pago, y la letra de cambio, que permitía pagar en plazas y en monedas distintas sin enviar piezas monetarias, así como operaciones más complicadas que se desarrollarán con el tiempo. El comercio y la moneda contaban con un instrumento básico: el cambio o banco y que originariamente definía a las gentes que realizaban el cambio manual de monedas, admitían y gestionaban depósitos de dinero, hacían pagos por encargo, traficaban con letras de cambio o realizaban préstamos más o menos explícitos. Era una más de las actividades de los hombres de negocios que en tales operaciones percibían y pagaban intereses, aunque en el mundo católico recurrieran a fórmulas que escondían tales réditos, ante la necesidad de salvar la prohibición eclesiástica de que el dinero produjera dinero. A lo largo de la época moderna surgen distintos tipos de bancos, cuyo campo de actuación se amplía y evoluciona, igual que lo hacen otras instituciones mercantiles y financieras de carácter capitalista. La mayor parte de los intercambios se producían a escala local, pero nos centramos en los intercambios de cierta envergadura o a larga distancia. Las ferias más relevantes eran las de Besançon, Medina del Campo, Frankfurt o Lyon, aunque su periodo de auge no superó el s. XVI. Existía una rotación de ferias en Europa occidental, donde las sociedades y hombres de negocios se reunían durante varios días para negociar sobre lanas, tejidos, vinos, cereales, especias y otros productos. Las necesidades de la nueva economía capitalista hacen que surjan grandes mercados permanentes o plazas de negocios en ciudades portuarias como Venecia, Génova, Sevilla, Lisboa, Amberes o Londres. Surgen en ellas las bolsas, mercados de dinero en los que se negocia durante todo el año sobre mercancías. Amberes tendrá una desde 1460, y también se crearon en Colonia, Hamburgo y Frankfurt. Similares a ellas son las lonjas españolas, como las capitales de la Corona de Aragón. En Sevilla se crea en 1453 la Casa de Mercaderes. En el s. XVI se multiplican las firmas comerciales y se producen acuerdos para la explotación de determinados mercados, como las especias en Amberes, el alumbre pontificio o el cobre de la Europa central. Desde finales de la Edad Media tuvo lugar el proceso de sustitución de la vieja pujanza económica y mercantil del Mediterráneo por la del Atlántico. Fue propiciado por el avance turco y por el comercio transoceánico que siguió a los descubrimientos. Fue un proceso lento que no concluye hasta la crisis del s. XVII, manteniendo el Mediterráneo buena parte de su importancia económica durante el s. XVI, hasta que el asentamiento de los neerlandeses en Asia a finales del s. XVI y la llegada al mar del Norte de los productos orientales a precios inferiores provocó la decadencia definitiva del comercio mediterráneo con Oriente. Sus dos grandes centros mercantiles eran las ciudades de Venecia y Génova, cabeceras de sendas repúblicas que supieron mantener con éxito su peculiaridad sociopolítica e incluso lograron ampliar sus negocios. El avance turco repercutió de diferente manera en ellas: • Génova había concentrado su actividad en el Mediterráneo occidental, cuyos productos (seda, lana castellana, sal, 27 vino o azúcar) le permitían conectar con Amberes y el mar del Norte, así como con los tráficos del gran monopolio castellano y portugués. Logran además de los papas la explotación del alumbre de Tolfa. Todo ello sin abandonar del todo sus relaciones con los puertos del Levante mediterráneo. • Venecia, protagonista del comercio con el Mediterráneo oriental, su política con los turcos le permitió mantener en buena media sus intereses mercantiles, sobre todo en Alejandría y Siria. Tras una pequeña crisis, desde la segunda o tercera década del siglo volvieron a llegar al Mediterráneo especias, sedas, telas de algodón, lacas, café, té, maderas de sándalo, porcelanas o coral de Chipre. Venecia revitalizó el comercio que mantenía con las ciudades del sur de Alemania y los Países Bajos, al que aportaba también sus manufacturas, sobre todo textiles, a cambio de cobre y plata, para así saldar el alto coste de los artículos orientales, pues era un comercio deficitario. El comercio atlántico está lleno de novedades en el s. XVI, siendo la principal, el establecimiento de los monopolios ibéricos, el castellano y el portugués, a pesar de aparecer el contrabando y la piratería. Surge también una importante conexión mercantil, por vía marítima, en la que participaron los cuatro continentes conocidos. El comercio con el Nuevo Mundo dio un gran impulso al capitalismo, al incrementar la oferta y demanda de productos en Europa. América suministró a la economía europea multitud de materias primas de enorme valor e importancia: sustancias tintóreas (cochinilla, índigo o añil, palo de Campeche y de Brasil) plantas medicinales, canela, azúcar, tabaco, cacao, cueros, maderas preciosas, perlas, esmeraldas, oro y plata. Esta última fue el artículo más importante en cantidades crecientes. Hacia América se llevaban productos alimenticios (trigo, aceite de oliva, vino, harina, conservas, frutas y aceitunas), ganado, armas, herramientas de cobre o hierro, tejidos, objetos de culto y obras de arte, libros, papel y mercurio, imprescindible para el tratamiento de la plata. De los territorios ultramarinos de Portugal llegaban a Europa pimienta y otras especias (jengibre, canela, clavo, nuez moscada), seda, piedras preciosas, palo de Brasil. Los portugueses trasladaban mano de obra esclava africana, principalmente del golfo de Guinea, a las plantaciones de azúcar de las islas atlánticas y al Caribe. Portugal obtenía en África oro, marfil, pieles, cera y especias, que cambiaba por los productos textiles europeos, sal, jabón, caballos, asnos, metales, cobre, materias tintóreas o bisutería. Pero el oro era la mercancía más buscada, dado que el comercio de los italianos con Asia Menor drenaba los metales preciosos existentes en Europa. Portugal intentó acceder a los lugares del interior de África de los que procedía el oro (cursos altos del Níger, el Senegal y el Volta) pero fueron frenados por el desierto del Sahara, al norte de Cabo Verde y la selva ecuatoriana al sur. En conjunto se trataba de un comercio deficitario. Con la interconexión mundial se inicia un fenómeno que caracterizará a toda la Edad Moderna: la centralidad de Asia en la circulación de la plata y del sistema monetario. China se convertirá en el centro de gravedad de la moneda de la plata. La causa es que China adoptó la plata como patrón de su sistema monetario y fiscal, aumentando luego su valor respecto al resto del mundo. Los hombres de negocios obtenían ganancias comprando en los mercados baratos de plata y vendiendo en China. Los Países Bajos del sur eran el centro principal del comercio y de la actividad económica atlántica, donde Amberes se convirtió en la principal capital económica europea del s. XVI. Sus mercaderes rentabilizaron la importancia de las manufacturas flamencas, la densidad demográfica y el alto grado de urbanización de la zona. Su ubicación era privilegiada, entre el Báltico e Inglaterra, lindando con Francia y Alemania y conectados por vía marítima con las capitales del monopolio ibérico. A ello se añadía la navegación interior de sus ríos y canales. Sus principales productos eran: • Productos textiles: pañerías flamencas y, desde mediados de siglo, paños ingleses, cuando Brujas dejó de comercializarlos, con la ventaja de que las manufacturas amberinas se encargaban del acabado y del teñido. • Productos alemanes, italianos y asiáticos: procedentes de la conexión de las ciudades germanas del sur con Venecia. El más destacado es el cobre, que era muy importante para el comercio de estos con África y Asia, lo que reforzaba su conexión con la ciudad flamenca. • Productos africanos y asiáticos procedentes del monopolio portugués: por ello Amberes se convirtió en el principal mercado de especias de Europa. El comercio ponía a Amberes en relación con Francia, España, el monopolio sevillano y Génova. No solo exportaba paños y productos manufacturados, también obtenía lana española, aceite, vino, sal y la plata con que se saldaba el valor superior de sus exportaciones. La economía-mundo del s. XVI se hacía realidad en Amberes. En el Atlántico empiezan a emerger las dos potencias del futuro: las Provincias Unidas e Inglaterra. El fin de la Unión de Kalmar, con la independencia de Suecia frente a Dinamarca (1523) terminó en el Báltico con el monopolio de la Hansa, que agrupaba a medio centenar de ciudades encabezadas por Lübeck. Los mayores beneficiados del auge mercantil fueron los neerlandeses, que desarrollaron su flota mercante en base a un comercio basado en artículos de gran volumen y peso. Por los registros del estrecho del Sund se 30 Italia fue el origen y epicentro tanto del Renacimiento como del Humanismo. Había sido el núcleo del Imperio Romano y contaba por ello muchos más restos materiales del mundo antiguo y la cultura clásica. También jugó a su favor el desarrollo de las ciudades. La inestabilidad política de la Italia bajomedieval con las pugnas entre las ciudades-estado, la ocupación del poder por familias enriquecidas y capitanes de bandas armadas (condottieri), la necesidad de afianzar dicho poder sobre el prestigio de las obras de arte o la emulación entre los gobernantes de los distintos territorios, favorecieron el desarrollo del mecenazgo, que hizo posible la mayoría de las realizaciones artísticas y humanistas. El mecenazgo se exportaría fuera de Italia junto al Renacimiento y sirvió poderosamente a los monarcas europeos para el fortalecimiento de su poder. Muchos de los humanistas fueron secretarios de príncipes, papas y señores diversos. Buena parte de los esfuerzos de los humanistas italianos se concentró en el intento de depurar el latín, basándose en los modelos clásicos, como Lorenzo Valla (1406-57) o Leonardo Bruni (1369-1444). Se interesaron también por el griego, que en buena parte se había perdido y cuyo conocimiento fue estimulado, entre otros factores, por la llegada de griegos que huían de la invasión turca. Estudiaron también el hebreo o el arameo para acercarse al Antiguo Testamento y a los conocimientos cabalísticos. Con frecuencia reunieron importantes bibliotecas, aunque las principales fueron las principescas, la de los de Este en Ferrara, los Gonzaga en Mantua o la de los papas del Vaticano. La primera biblioteca pública se abrió en Florencia por iniciativa de Cosme de Medici. En el terreno filosófico continúa el predominio del aristotelismo cristianizado, base de la escolástica cuya rama principal proveniente de Tomás de Aquino, que defiende la concordancia entre fe y razón. Existían otras escuelas que las separaban como la nominalista (Ockham) o la averroísta (Averroes). El nominalismo, muy difundido en las universidades, fue responsable de la crisis de la escolástica, ya que defendía la posibilidad del conocimiento sin garantía de que éste se correspondiera con las esencias de las cosas, los conceptos no eran más que nombres vacíos, lo que provocaba el rechazo de los humanistas. El averroísmo postula la existencia de una doble verdad, la racional y la fe; su principal representante, Pietro Pomponazzi, niega la posibilidad de demostrar la inmortalidad del alma y afirmó la existencia de una contradicción entre la omnipotencia divina y el libre arbitrio. El Renacimiento recuperó los textos de filósofos de la Antigüedad inconciliables con el cristianismo. Gran novedad fue el neoplatonismo basado en el resurgimiento de los textos de Platón casi olvidados en la Edad Media pese a San Agustín. El pensamiento idealista de Platón tuvo gran importancia, ya que una de sus afirmaciones es que la vocación del hombre es pasar del mundo de apariencias sensibles (reflejos imperfectos de arquetipos divinos) al conocimiento de las Ideas, las esencias de las cosas materiales que residen en Dios. Uno de los medios de conocimiento es la contemplación de la belleza, lo que explica la eclosión artística. Lo bello y armonioso está más cerca de lo divino. El gran difusor y traductor de Platón fue Marsilio Ficino, que dirigió la Academia de Florencia dentro del neoplatonismo. Intentó armonizar el pensamiento de Platón y Aristóteles. Su discípulo Pico della Mirandola mezcló platonismo, cabalismo y magia, interesado por lenguas, filosofía, religión o astrología, y fue uno de los partidarios de la república teocrática de Florencia de finales del s. XV de Savonarola. 4 ciudades fueron los centros esenciales del Renacimiento italiano: Florencia, Nápoles, Roma y Venecia. Florencia Es el más característico ejemplo de las motivaciones que llevaron a los comerciantes al mecenazgo. Los Medici, familia de banqueros que se hizo con el poder, utilizaron el arte y la cultura como un elemento de prestigio, lo que dio lugar a las grandes realizaciones de tiempos de Cosme El Viejo (1434-64) y de su nieto Lorenzo El Magnífico (1469-92). Nápoles Alfonso V de Aragón (1442-58) conquistó el reino frente a la casa Anjou. Su programa artístico queda resumido en la puerta de Castelnuovo, en la que el rey conquistador aparece representado como un héroe de la Antigüedad. Figura del humanismo napolitano será Lorenzo Valla. Roma En Roma el Renacimiento aparece vinculado a los Papas, cuyo mecenazgo atrajo a los principales artistas que dejaron la huella de su genialidad en diversos lugares, especialmente la Basílica de San Pedro y los palacios del Vaticano. Una primera fase, a mediados del s. XV coincidió con los papados sucesivos de Nicolás V, Calixto III o el humanista Pío II. La segunda, a finales de la centuria y durante las primeras décadas del XVI tuvo como promotores a Alejandro VI (Rodrigo de Borja/Borgia) y sobre todo a Julio II (1503-13) y al hijo de Lorenzo El Magnífico, León X (1513-21) con los que llegó la plenitud. Con ellos colaboraron artistas como Bramante, constructor de la cúpula de la Basílica después de haber hecho en Florencia la de la catedral de Santa María dei Fiori, Rafael Sanzio, autor de los frescos de las Estancias Vaticanas, o Michelangelo Buonarroti, pintor de los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina y del Juicio Final en la pared del altar. Venecia El Renacimiento veneciano tuvo como centros importantes no sólo la Academia, orientada hacia los estudios griegos, sino también la Universidad de Padua, una de las pocas que aceptaron los estudios renacentistas y que se convirtió en sede de la renovación de la filosofía aristotélica, basada en la vuelta a los textos originales del autor. Venecia se beneficiaría de la huida de muchos artistas con ocasión del saco de Roma por las tropas de Carlos V en 1527. El Renacimiento italiano tuvo muchos otros centros como Rimini, Urbino, Milán, con el mecenazgo de los Visconti y los Sforza, Bolonia con los Bentivoglio, Ferrara, Mantua, Parma, Módena, Pisa, Siena… En todos ellos se realizaron 31 magníficas obras de arte cuyo aspecto esencial, por encima de las diferencias existentes, es el realismo. La naturaleza, representada en su intrínseca belleza y armonía y también la sociedad y sus protagonistas, con una explícita preocupación por el hombre, patente en el desarrollo del retrato. 1.3 OTRAS REALIDADES EUROPEAS Desde Italia la nueva cultura se fue extendiendo por otros países asumiendo perfiles propios, fruto del contacto con las características y trayectorias culturales previas e intereses de cada uno. El vehículo esencial para la propagación fueron los viajes, tanto de extranjeros que conocieron los círculos artísticos y humanistas de Italia, como de italianos que se desplazaron a otros territorios. Además de las figuras descollantes, los intercambios de muchas gentes cultas y los intereses de los gobernantes sirvieron de estímulo, desde finales del s. XV y comienzos del s. XVI, al desarrollo del Renacimiento fuera de Italia. Fue importante el mecenazgo de los monarcas como el emperador Maximiliano I, los Reyes Católicos y Carlos I de España, Francisco I en Francia, Enrique VII y Enrique VIII en Inglaterra o Matías Corvino en Hungría. Muchos aristócratas y altos eclesiásticos lo practicaron también, no faltando entre ellos los humanistas, como la hermana de Francisco I, Margarita, reina consorte de la Navarra francesa. España El Humanismo se inició el s. XV en la Corona de Aragón, que mantenía fuertes vínculos con Italia. El centro principal será la Universidad de Alcalá de Henares, creada por el Cardenal Cisneros en 1508 y a la que se traslada Nebrija en 1512 después de que la de Salamanca le privara de su cátedra. La gran obra, también por iniciativa de Cisneros, será la Biblia Políglota, en latín, griego, hebreo y arameo. Años después, el Humanismo español quedó marcado por la crisis religiosa. La influencia principal fue la de Erasmo de Rotterdam que dedicó buena parte de sus esfuerzos en la búsqueda de una tercera vía entre el catolicismo tradicional y la Reforma. Los años de esplendor del erasmismo español no fueron más allá de la década de los 30 en que sus partidarios comenzaron a ser perseguidos. Uno de los autores más importantes fue Alfonso de Valdés, que critica la sociedad de su época. Francia El Humanismo francés, más tardío, tiene como figuras principales a Guillaume Budé, un especialista de latín y griego, de amplia cultura y que participa en el Collège de France, y Jacques Lefévre d’Etaples, que se inscribe en la corriente del Humanismo cristiano, que, preocupado por la pureza de las fuentes, publicó un comentario de las Epístolas de San Pablo y tradujo al francés el Nuevo Testamento griego. Inglaterra Destaca Tomas Moro, jurista, canciller de Enrique VIII y finalmente víctima en el patíbulo por su oposición al divorcio del rey. Aparte de su amplia cultura, su conocimientos de latín y griego y su formación neoplatónica, es autor de una crítica social a partir de la ficción de una sociedad imaginaria y perfecta, Utopía. El caso de Moro, santificado por la Iglesia, es un ejemplo de la libertad de conciencia frente al poder. Alemania La figura más destacada fue Johan Reuchlin (1455-1522), especialista en hebreo y preocupado por cuestiones teológicas. Tío de Melanchthon. Países Bajos: Erasmo de Rotterdam La figura principal del Humanismo de los Países Bajos es Desiderio Erasmo, Erasmo de Rotterdam (1469-1536). En su educación influyeron los Hermanos de la Vida Común y perteneció a la orden de San Agustín, que abandonó en 1493 para pasar a ser secretario del obispo de Cambrai. Viajó después por Europa, completando su formación y estableciendo relaciones con otros humanistas. Su vida, llena de viajes y traslados, es significativa de ese cosmopolitismo renacentista, aunque también de los problemas generados por la Reforma, pues algunos de sus últimos viajes fueron en buena parte forzados por las intolerancias. Estuvo en París (desde 1495), Oxford (1499- 1500 y 1505-06), Italia (1506-09), Cambridge (1509-14), Flandes y Lovaina (1502-04 y 1517-21), Basilea (1521-29), Friburgo y de nuevo Basilea, donde muere. Sus obras se dividen en dos grupos, las de carácter civil y las religiosas. A las primeras pertenecen los Adagia (Adagios, 1500), una colección comentada de proverbios de la Antigüedad, los Colloquia (1518), ejercicios en latín escritos en forma de diálogo, diversas ediciones de textos clásicos y traducciones al latín de autores griegos y el Elogio de la Locura (1511), obra breve, irónica y divertida en la que constata la omnipresencia y triunfo de la estupidez y contrapone la abundancia y mayor felicidad de los estúpidos a la sequedad, aburrimiento y escaso séquito de los cultos y sabios. En el terreno religioso Erasmo era partidario de una reforma de la Iglesia, aunque nunca llegó a romper con ella. Criticó la excesiva influencia del clero, ansiaba un cristianismo más íntimo y personal, centrado en la figura de Cristo y alejado de excesos en las manifestaciones externas y las prácticas populares, plagadas de superstición. Un cristianismo elitista en armonía con la cultura clásica, poco amigo de la Escolástica, que tuvo muchos seguidores pero que, pese al irenismo y la actitud tolerante que proponía, acabaría siendo rechazado por los protestantes por tibieza y perseguido por la Iglesia. Tales ideas las expuso en el Manual del Caballero Cristiano (1503). Realizó una edición bilingüe del Nuevo Testamento, en latín y ediciones de diversos padres de la Iglesia. Frente al pesimismo antropológico de Lutero escribió De libero arbitrio (1524) en el que expresaba su optimismo y 32 su creencia en la capacidad del hombre para colaborar en su salvación, eligiendo entre el bien y el mal. Lutero le respondería con De Servo arbitrio. Erasmo fue el humanista de mayor éxito editorial. Otro personaje vinculado a los Países Bajos es el valenciano Juan Luis Vives (1492-1539). Hijo de judíos conversos, estudió en París, de donde pasó a Lovaina (1517-21). De 1522 a 1528 estuvo en Londres, junto con Moro. En Inglaterra fue tutor de María Tudor, la futura reina, y profesor en el Corpus Christi College de Oxford. Cuando comenzaron los intentos de Enrique VIII de obtener el divorcio marchó a Brujas donde permanecerá hasta su muerte. Su pesimismo se incrementó con hechos como las guerras y querellas religiosas, el ajusticiamiento de Moro o la desaparición de Erasmo. Su obra es muy extensa y destaca en los terrenos del Humanismo cristiano, la filología, la pedagogía, la filosofía o el reformismo social. Algunas de sus obras son: Formación de la mujer cristiana; El socorro de los pobres, Tratado del Alma, o Ejercicios de lengua latina. 4. LA CRISIS DEL RENACIMIENTO En los años 30 y 40, al compás del endurecimiento de las posturas religiosas, comenzaban a olvidarse los sueños cosmopolitas e integradores del Humanismo. Europa se encaminaba hacia una época de definiciones y ratificación de las ortodoxias que no dejaba espacio a las posturas conciliadoras, como lo prueba la crisis de la tercera vía erasmista. Muchas de las aportaciones del Humanismo permanecieron en la cultura posterior, pero los nuevos tiempos eran más propicios al conformismo resignado ante las adversidades, lo que propició actitudes escépticas, como las de Michel de Montaigne (1533-92) o Giordano Bruno (1548-1600), formado en el averroísmo paduano, que optaron por profundizar en la veta filosófica ocultista y hermética (basada en el Hermes Trismegisto, del s. II). El elemento más positivo, deudor del Humanismo, pero también de los enfrentamientos entre países, fue el desarrollo de las culturas nacionales en el terreno literario, caracterizadas por la utilización de las lenguas respectivas, la recuperación de elementos de la propia historia y cultura, así como cierta revalorización de lo maravilloso y lo irracional, frente al ansia renacentista de explicar los misterios de la naturaleza. En arte, el Manierismo, basado en la imitación de los grandes artistas de la etapa anterior es esencialmente un arte cortesano, etapa de paso hacia el Barroco. Los pintores venecianos Tintoretto (1518-94) y Paolo Veronese (1528- 88) o El Greco (1541-1613) serían algunos de sus principales representantes. En el arte religioso, la iglesia jesuítica del Gesú de Roma, de Jacopo Vignola y Giacomo Della Porta, se convertirá en el modelo de la Contrarreforma; en arquitectura civil destaca el monasterio-palacio de El Escorial, símbolo del poder de Felipe II y su Monarquía. 5. LA CIENCIA EN LOS SIGLOS XV Y XVI La época del Renacimiento fue brillante en el terreno artístico, sobre todo en Italia, con genios en arquitectura, pintura, escultura y artes plásticas, avances en las técnicas constructivas. La ciencia no avanzó en la misma medida. La interpretación del mundo físico siguió vinculada a la filosofía natural de Aristóteles, sin que los saberes de otros autores de la Antigüedad aportaran cambios sustanciales. Hubo ya anticipaciones geniales como las de Nicolás de Cusa (1401-64) o Leonardo Da Vinci (1452-1519), quienes intuyeron que las matemáticas eran la base del conocimiento del universo. En el campo de la medicina fueron relevantes los estudios de fisiología del francés Jean Fernel. Caso similar es el del médico italiano Girolamo Fracastoro, estudioso de la sífilis, que era además geógrafo, geólogo y óptico. También el médico, alquimista y filósofo suizo-alemán Paracelso (1493-1541). En el s. XVI destacan el aragonés Miguel Servet, que descubrió la circulación pulmonar, y el flamenco Andreas Vesalio, que defendía una anatomía empírica que ponía en cuestión muchas de las opiniones tradicionales basadas en el griego Galeno. En el campo de la astronomía, el canónigo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) en su De revolutionibus orbium Caelestium (1543), defendió que la Tierra giraba en torno al Sol, que se enfrentaba con la concepción geocéntrica de Ptolomeo, sostenida por la Iglesia y los reformadores Lutero y Calvino sobre la base de algunas afirmaciones de la Biblia. La defensa del heliocentrismo por Copérnico se basaba en razones geométricas y estéticas, sin que hasta el s. XVII surgieran las explicaciones de carácter físico o mecánico. Algunos de los progresos técnicos eran tributarios de los conocimientos de autores antiguos, como la geometría de Euclides, que influiría en el hallazgo de la divina proporción. También fueron importantes los estudios en trigonometría o en álgebra. En el terreno de la técnica, destaca la figura del florentino Leonardo Da Vinci, inventor y dibujante de numerosos ingenios y máquinas. Durante el Renacimiento hubo avances evidentes en las técnicas de la guerra, la artillería y la fortificación. También en el dominio del mar y en las representaciones geográficas, en las que destacó la invención de la proyección de Mercator (Geert de Kremer, 1569). La cartografía experimentó un gran desarrollo, vinculado a la expansión oceánica y el descubrimiento de nuevos mundos. En 1595 aparece por vez primera el término Atlas para definir a las colecciones de mapas. Se producen avances en la minería y la metalurgia, a los que habría que unir los que se obtienen en el aprovechamiento de la energía proporcionada por el agua o el viento a través de los molinos. Otro logro consistió en la reducción en el tamaño de los mecanismos que se utilizaban en las máquinas para medir el tiempo, lo que permitió la difusión de los relojes. 6. LA CRISIS DE LOS PODERES UNIVERSALES Y LAS MONARQUÍAS DEL RENACIMIENTO 6.1 EL PODER ¿EXISTÍA EL ESTADO? En el Antiguo Régimen, el Estado era una entidad discutible cuya realidad es negada por algunos historiadores. Existían poderes supremos que gobernaban amplios territorios y se caracterizaban por no depender de ningún poder 35 junto al monarca y desempeñar cargos de gobierno diplomáticos o militares, resultando en un absentismo señorial con incremento de poder de delegados y representantes. Fuera o no dueño de la tierra, el señor ejercía poderes recibidos teóricamente del rey, aunque muchos poderes habían sido usurpados tiempo atrás. Los titulares de señoríos eran nobles y eclesiásticos a los que se fueron sumando consejos, universidades y otras entidades, así como particulares que tratan de ennoblecerse viviendo de las rentas. Sus poderes eran variados dependiendo de su grado de propiedad y control de la tierra, las atribuciones jurisdiccionales que tuvieran o tributos que recibieran. Muchos señores poseían privilegios como vender su cosecha antes que los campesinos, monopolio de instalaciones (molinos, hornos, prensas, lagares…), o el derecho exclusivo a la caza (que propiciaba el furtivismo, con duras sanciones). En épocas de baja presión demográfica, muchos señores habían cedido parte de sus tierras en enfiteusis, especialmente en Aragón, parte de Francia y norte de Italia. Con el incremento de población y precios agrarios los señores intentarán recuperarlos para convertirlos en contratos de arrendamiento simple a corto plazo con más beneficio. En norte de Francia, sur de España e Italia predominan grandes explotaciones señoriales, muchas cedidas a arrendatarios basadas en mano de obra subarrendada o asalariada. En Inglaterra, los señores agrandan posesiones a costa de campesinos con la restricción del dominio útil en la enfiteusis, compra, apoderamiento comunal o usurpación. En muchos casos las tierras serán explotadas con espíritu capitalista de cara al mercado por medio de arrendados. Muchas veces, aunque vivía en Londres, el señor mantiene su mansión y gestiona propiedades a través de intermediarios. En señoríos eclesiásticos (obispo, cabildo, abad…) sus atribuciones podían reforzarse con las armas espirituales (excomunión, sanción eclesiástica) a vasallos desobedientes o que no pagaran a tiempo. En Europa occidental quedaban restos de la servidumbre de gleba, fijación del campesino a la tierra, y en la parte oriental se desarrolló en la Edad Moderna la segunda servidumbre, que responde a la fuerza de la nobleza y a la demanda de grano por Occidente. El poder de los señores podía ser agobiante y era más visible, permanente e inmediato que el del monarca. La literatura de la realeza ensalza la acción justiciera del rey contra el abuso de los señores, pero las intervenciones no eran frecuentes. Los abusos de señores dieron lugar a la revuelta antiseñorial, pero en muchos casos acababan en largos pleitos contra señores que requerían una capacidad económica que no todos tenían. 6.7 LAS NUEVAS MONARQUÍAS DEL RENACIMIENTO Al margen de la discusión de si existía Estado o no, el tránsito a la Edad Moderna contempló el inicio del reforzamiento de monarquías y poderes soberanos de buena parte de los países. Aunque exista continuidad con reyes anteriores podemos hablar de las nuevas monarquías del Renacimiento, en cuanto a que amplían su poder y ámbito de actuación. Será la primera fase de un proceso que llevará al desarrollo del absolutismo. Con el feudalismo los poderes del rey se habían debilitado, eran primus inter pares en relación con los nobles. Había emergencia de nobles con amplios dominios territoriales, feudatarios del rey, pero en la práctica independientes y que se alían con sus enemigos. Borgoña es un ejemplo; apoya a Inglaterra en la Guerra de los Cien años, aspira a constituir un estado desligado de Francia y llega a constituir un modelo cortesano que inspirará a las monarquías del Renacimiento. La crisis del poder real era generalizada y afectaba de distinta manera a las monarquías de acuerdo con su historia. Se ha empleado el término ‘monarquías nacionales’, con el que se identifica su carácter territorial y la negativa a aceptar los poderes universales en la cúspide de la cristiandad heredada de la Edad Media. El término “nación” tiene su propia historia, sin el mismo significado que hoy, siendo alusivo al nacimiento del individuo en referencia al orden geográfico. Se habla de nación castellana, española, burgalesa o localidades menores. Su identificación con territorios de monarquías o el conjunto de los habitantes es una realidad posterior que incluye conciencia de comunidad e intereses colectivos. El sentido de nación se irá creando en la modernidad hasta desembocar en la noción de la Revolución Francesa y liberalismo. Caso parecido es el de “patria” alusivo a la tierra de padres y antepasados, entendiéndose en un sentido extenso y reducido, local. 6.8 LA CRISIS DE LOS PODERES UNIVERSALES Durante la Edad Media el modelo imperial se mantuvo como referencia ideal en el extenso ámbito cultural de matriz cristiana, que acabaría siendo mucho más dilatado que el sometido a la autoridad del Papa tras la división de la Iglesia en el Cisma de Oriente (1054). La aspiración de reconstruir el Imperio sobre el modelo romano solo era posible a partir de un poder territorial fuerte y extenso, lo que permitió al rey de los francos, Carlomagno, convertirse en Emperador el año 800. Desde un principio se planteaba la existencia de dos instancias distintas al frente de la cristiandad, los considerados poderes universales, el Papa y el Emperador, cabezas espiritual y temporal de la cristiandad. El que no se deslindaran claramente los límites respectivos de sus poderes espirituales y temporales originaría numerosos conflictos entre ellos. La emergencia de los poderes monárquicos asentados sobre diversos territorios europeos coincide y viene propiciada por la larga crisis de dichos poderes. Hay que destacar 3 hechos: • La base romana que llevará a los emperadores germánicos a utilizar el nombre de César. • La idea de unidad. Un solo Emperador. • El carácter hegemónico del Imperio, cuya superioridad sobre el resto de los reyes cristianos sólo tenía sentido a partir de la supremacía efectiva. En el s. XV esta se había desvanecido y el Emperador era uno más entre los monarcas cristianos, convirtiéndose su título en un mero honor. Los reyes se arrogaron una serie de prerrogativas reservadas al Emperador, como el tratamiento de Majestad, la utilización del Derecho Romano como la base jurídica para sus pretensiones de racionalización y centralización del 36 sistema judicial y administrativo, el uso de vestimentas y atributos imperiales o la insistencia en el origen divino y la sacralización del poder. El prestigio y la preeminencia del Papa sobre los príncipes cristianos habían quedado dañados por hechos como el traslado de la sede pontificia a Avignon (1309-77) y el cisma posterior (1378-1417). Una crisis de más de un siglo de duración coincidente con los tiempos más duros de la Edad Media, la cual dejó huellas profundas que no logró superar el Concilio de Constanza (1417). La Iglesia recuperaba su unidad y en adelante sólo habría un Papa, pero el desgaste no sólo afectaba al prestigio, sino también a su poder sobre los soberanos cristianos, cada vez menos dispuestos a reconocerle una superioridad en terrenos que no afectaran estrictamente a cuestiones dogmáticas. Los intereses personales y excesivamente terrenales de los Papas en las luchas entre los diversos Estados italianos, la mundanización o la vida poco ejemplar de algunos papas contribuyeron a su pérdida de prestigio. Aun así, los reyes más poderosos ansiaban distinguirse de los demás, por lo que solicitaron y obtuvieron del Papa diversos títulos honoríficos que les diferenciaban del resto de los príncipes cristianos. A los reyes de Francia se les otorgó en el s. XV el de Cristianísimo; el Papa Alejandro VI concedió a los monarcas españoles, Isabel y Fernando el de Reyes Católicos (1496); Enrique VIII de Inglaterra, en 1521, logró el título de Defensor Fidei; y a los reyes de Portugal se les dio el de Rey Fidelísimo. El s. XVI, coincidiendo con el afianzamiento de las monarquías y la terrible crisis de la Reforma, se contempló un nuevo proyecto imperial y una depuración del Papado. Se produce con Carlos V, el último de los grandes Emperadores de Occidente que, sobre la base de sus extensos dominios de los que el Imperio era una parte, aspiró a reconstruir la universitas christiana. Buena parte del fracaso de tales pretensiones se debe al surgimiento en las tierras alemanas de su Imperio de la Reforma protestante, que habría de propiciar la renovación del Papado y la recuperación de su prestigio moral, aunque su influencia quedará limitada a los Estados católicos. 6.9 OBJETIVOS DE LAS NUEVAS MONARQUÍAS El objetivo esencial de los monarcas del Renacimiento era incrementar su poder (potestas), entendido como su capacidad de actuación, tanto dentro de sus propios Estados, que conciben en un sentido patrimonial, como frente a los territorios vecinos, en un sistema internacional cuyo elemento esencial es la noción de competencia. Un segundo objetivo básico era el de reforzar su prestigio (auctoritas) y el de su dinastía. El fortalecimiento del poder real exigirá un proceso previo o simultáneo de recuperación y expansión del poder territorial, mediante dos vías principales: el matrimonio o la conquista por las armas. El prestigio como herramienta de legitimación y fortalecimiento Para el incremento de su propio prestigio y el de las dinastías, los reyes se apoyarán tanto en elementos míticos, tomados muchos de la cultura clásica, como, sobre todo, religiosos. La gran mayoría de los contemporáneos consideraba la unidad religiosa como un sólido respaldo al orden social. Todos los reyes basaban su auctoritas en la unción divina, lo que exigía que sus súbditos compartieran su misma fe. Tanto las artes como las letras se pondrán al servicio del rey y de la dinastía. En la época en que surgen los primeros retratos pictóricos individuales, los reyes son los primeros en perpetuar su imagen. Se trata de pinturas basadas en el aspecto real de los monarcas, aunque con el grado de idealización exigido por un género que surge ahora: el retrato de Corte, cuya finalidad es la plasmación y difusión de una imagen de majestad (dignidad, elegancia, belleza, serenidad…). El retratado asume toda una serie de rasgos y virtudes que la tratadística relatará con detalle y que compendian cuanto se puede pedir y esperar de un príncipe. La habilidad del pintor estará en plasmarlo adecuadamente. Junto al monarca, la dinastía, los antepasados y los descendientes, la familia, símbolo de la continuidad del linaje. Llevados por el afán de autoexaltación, los monarcas crearán galerías de retratos y encargarán frescos y pinturas en los que aparezcan sus acciones gloriosas o las de sus antepasados. La escultura contribuirá al prestigio, lo mismo que la arquitectura de los grandes palacios y residencias reales, adornados por símbolos de la familia: el escudo real, los emblemas, divisas y símbolos que desarrolla la heráldica, los antepasados ilustres, los personajes legendarios o míticos con los que se quiere entroncar. Los viajes del monarca, las celebraciones, los nacimientos y los lutos se convertirán en sendas ocasiones para la glorificación de la dinastía con la contribución de arquitecturas y otras obras artísticas efímeras. Y junto a las artes, las letras. La historia tendrá un papel esencial en la creación de amplias genealogías reales hasta donde sea posible y a partir de ahí, ficticias. La falsificación genealógica e histórica sirve al objetivo de prestigiar el linaje y será imitada por nobles y grandes familias. Los reyes se rodearán de cronistas cuya función es exaltar sus acciones. La biografía magnificará los hechos individuales en el ámbito de las letras. La tratadística política, sobre la base medieval de los espejos de príncipes que ahora se desarrollan, insistirá en las virtudes del monarca. Todo contribuye a crear una especie de hombre perfecto o superhombre, representante actual de un linaje que sobrepasa a todos los demás en antigüedad, prestigio, valor o prudencia. Cada príncipe pretende pertenecer a la mejor de las dinastías. Los dos elementos fundamentales serán la antigüedad (con la tradición) y el carácter sagrado del poder. Un último elemento es la apariencia. El brillo y la majestad que rodean al monarca, con la doble misión de resaltar su autoridad e impresionar a los visitantes. El lugar propicio para ello será la Corte, espacio vital en torno al rey, que se desarrolla a partir de los precedentes medievales de las casas y séquitos reales. Las Cortes son espacios creados para la exhibición del poder real y el ceremonial cortesano combina elementos propios del ideal caballeresco de la Edad Media con otros procedentes de la admiración por el mundo antiguo propia del Renacimiento y cuya primera plasmación se produjo en las cortes italianas. La representación de los reyes como dioses paganos o emperadores 37 de la antigüedad será un tema recurrente. Hay que unir el poderoso e imprescindible influjo de la religión. La Corte se convertirá en una especie de nueva Iglesia cuyo objetivo esencial es el culto al rey, su familia y la dinastía. 7. INSTRUMENTOS DEL PODER REAL Y PODERES DEL REINO 7.1 LOS INSTRUMENTOS DEL PODER REAL Para el logro de los objetivos, los reyes se sirvieron de 4 instrumentos de igual importancia: el poder militar, el incremento de sus recursos financieros, el desarrollo de la administración real y la identificación del monarca con la justicia. El poder militar El poder militar radica en el ejército y la marina, más importante avanzado el siglo XVI. El punto de partida es la imposición a los nobles de su competencia militar exclusiva. La guerra se convierte en un monopolio del monarca, y ningún noble podrá tener ejércitos propios ni armas o mantener tropas, a no ser al servicio del rey. Las nuevas monarquías desempeñaron un papel esencial en las transformaciones militares al tiempo que el ejército les ofrecía la principal oportunidad para consolidarse. El principal elemento motor de tales transformaciones militares es la guerra o competición entre príncipes, estimulada por una serie de avances técnicos, como el uso cada vez más eficaz de la pólvora, el desarrollo de la artillería y las armas de fuego individuales o los cambios en las fortificaciones ante la necesidad de defenderse de cañonazos o disparos y acometer a los atacantes. La capacidad para herir desde lejos cambió las formas de hacer la guerra y privilegió a la infantería sobre la caballería pesada. Se produce el notable incremento numérico de los ejércitos, compuestos por infantes plebeyos, a lo que contribuirá la duración cada vez mayor de las guerras como consecuencia de los avances en la fortificación y la prolongación de los sitios. Los ejércitos se convirtieron en permanentes. No sólo había que reclutar a los soldados, también había que armarles, pagarles, alojarles, mantenerles e imponerles una disciplina, para lo que se requería una gran capacidad organizativa y financiera. Fue necesario organizar una administración militar cada vez más compleja, incrementar las finanzas reales y disciplinar a los soldados mediante normas, códigos y mandos militares e instancias judiciales capaces de imponerlos. Se produjo así un efecto recíproco. Las nuevas monarquías desempeñaron un papel esencial en las transformaciones militares, al tiempo que el ejército les ofrecía la principal oportunidad para consolidarse. Aumento de los recursos financieros Los reyes necesitaban cada vez más recursos para hacer frente a sus nuevas competencias, entre las que las militares ocupaban un destacado papel. La Hacienda Real estaba compuesta por las rentas procedentes del patrimonio de la Corona y por una serie de tributos y derechos que el monarca percibía por su propia condición, las regalías (monopolios sobre la explotación de minas y salinas, derechos aduaneros, impuestos sobre el comercio, etc.). Si quería aumentar sus fuentes de ingreso tenía que recurrir a las asambleas que representaban a los estamentos del reino (Parlamento, Cortes, Estados Generales, Dieta…) y negociar con ellas donativos o concesiones por un período de tiempo, generalmente, a cambio de contrapartidas. Otra posibilidad era obtener del Papa la participación en tributos percibidos por la Iglesia, como la cesión de las rentas de las sedes episcopales vacantes. En los países de la Reforma los bienes confiscados a la Iglesia supusieron un importantísimo refuerzo para la Hacienda Real. En la mayor parte de los casos, el incremento de la presión tributaria se hizo por medio de impuestos indirectos, que gravaban la producción, el comercio y el consumo, en alza durante aquel período expansivo de la economía. No se trataba sólo de incrementar las fuentes de ingresos, era necesario también aumentar la eficacia en su recaudación, pero existía carencia de personal suficiente (los llamados ministros y oficiales) para hacerse cargo de unas competencias cada vez mayores. La solución será buscar la colaboración de hombres de negocios que, en virtud de los asientos o contratos establecidos con la Corona, se ocuparán de la recaudación de determinadas rentas, a cambio de importantes compensaciones, cuando no del beneficio extra que fuesen capaces de obtener por encima de las cantidades fijadas en sus contratos. Surge un doble sistema de recaudación: por administración (a cargo de ministros y oficiales regios) y por asiento. La colaboración de los hombres de negocios no acabará con la gestión de rentas. Los monarcas tendrán que recurrir a ellos en busca de préstamos. En este campo destacaron los soberanos de la casa de Austria, cuya creciente dependencia de los banqueros internacionales los obligó a recurrir a bancarrotas o suspensiones de pagos con Felipe II, con la intención de renegociar las deudas. Se trataba de convertir la deuda flotante a corto plazo (el dinero recibido de los asentistas) en deuda consolidada, mediante la emisión de títulos conocidos como juros y que los hombres de negocios transferían a particulares, conventos o instituciones locales. La repetición de este proceso hizo que la deuda consolidada se convirtiera en un lastre para la Hacienda Real. Otro recurso para incrementar los ingresos fueron la venta de títulos, cargos, rentas u oficios, así como las manipulaciones monetarias. Desarrollo de la administración real Todos los reinos en los que se avanza hacia el reforzamiento del poder real verán un crecimiento notable de la administración. Hacen falta agentes de diverso tipo que ayuden al rey en el gobierno y hagan efectivas sus disposiciones, administren y lleven hasta el último rincón la legislación y la justicia del rey, recauden y gestionen los ingresos y pagos de la Corona, recluten y mantengan las tropas, etc. El aumento de la burocracia sirvió también a las monarquías para la creación de una amplia clientela social, de la que formaban parte miembros de la alta nobleza 40 7.3 ÉXITOS Y FRACASOS Las nuevas monarquías del Renacimiento acabaron imponiéndose en España, Inglaterra, Francia y Rusia. También en reinos menos importantes como Portugal, Dinamarca o Suecia e incluso en varios de los pequeños estados italianos de dimensión regional, sobre todo la Roma Pontificia y Florencia, donde se impuso la familia Medici. En otros casos, como el Imperio o Polonia, el intento de crear un poder real fuerte se saldó con fracaso. Se dan las composite monarchies (monarquías de agregación), cuando confluye sobre una misma persona los derechos dinásticos o de conquista sobre varios reinos o territorios, surgiendo un príncipe que lo era al tiempo de diversos reinos o estados. La principal de todas ellas será la Monarquía de España, aunque también están las que se construirían en torno a Austria o principados integrados por diversos estados como el del duque de Saboya. También cabe mencionar las repúblicas italianas de Venecia o Génova dirigidas por elites mercantiles. Se les unirán las Provincias Unidas, que el s. XVII alcanzan su independencia del rey de España, o Suiza, que mantiene su teórica independencia del Imperio hasta la Paz de Westfalia. Por su singularidad organizativa al estilo de una república cabe destacar la Hansa o Liga Hanseática, federación comercial y defensiva de ciudades, en su mayor parte del norte de Alemania e integradas en el Imperio que desde el s. XIV agrupaba a más de 70 localidades interesadas en el comercio del Báltico. 8. EL PENSAMIENTO POLÍTICO EN LA PRIMERA EDAD MODERNA La vinculación del pensamiento sobre la res pública con la teología y la filosofía hacía que muchos de los que se ocuparon de tales cuestiones fueran teólogos en una época en que se pretendía explicar todo a la luz de la fe y la filosofía escolástica. El pensamiento político se expresaba en términos éticos, religiosos y jurídicos. A lo largo de la Edad Moderna irá consolidándose como un campo específico del conocimiento. La política planteaba problemas que no resultaban sencillos, relacionados con el origen y la justificación del poder, sus límites, la tiranía, los derechos de los súbditos y la guerra y su justificación. En los comienzos de la modernidad se añadieron los derivados de la conquista española del Nuevo Mundo y su legitimidad. 8.1 EL IUSNATURALISMO CRISTIANO El gran objetivo de la escolástica era la búsqueda de una visión coherente y armónica, capaz de analizar todas las realidades políticas desde la moral cristiana. En virtud de la ley natural impresa por Dios en las conciencias, los seres humanos eran capaces de distinguir el bien del mal y lo justo de lo injusto. La gran corriente escolástica de pensamiento político fue el iusnaturalismo cristiano. Destaca el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546), padre del Derecho Internacional. El bien universal y la aspiración común a la paz y la justicia exigen la existencia de un orden más allá de cada Estado por medio de unas leyes (el ius gentium) de carácter positivo, aunque supeditadas al Derecho Natural. La forma de castigar a quien no las cumpla será la guerra justa. Justifica el poder como el resultado de la integración armónica de todas las esferas: Dios, el Derecho Natural y la República o el Estado. El poder viene de Dios lo que anula cualquier derecho de resistencia del súbdito, pero en caso de amenaza para los fines espirituales, la Iglesia puede deponer al titular del poder. 8.2 ABSOLUTISMO Y PACTISMO Dos grandes ejes marcarán el desarrollo del pensamiento político, el del absolutismo y el del pactismo. El primero reforzaba el poder real al insistir en su fundamento divino y el segundo admitía un pacto básico entre el príncipe y el reino, que podía deshacerse. En el mundo protestante la teoría política había evolucionado en un doble y contradictorio sentido. De una parte, mientras necesitó el apoyo de los príncipes, hubo de respaldar el poder de estos como hicieron Lutero y Calvino. De otra, allí donde propició la formación de minorías religiosas, se opuso al poder. Las principales teorías del s. XVI en la línea del absolutismo vendrán de sectores ajenos al eclesiástico. El autor más importante es el florentino Niccolo Maquiavelo (1469-1527), de quien destaca su obra El Príncipe (1531). Se centra en analizar las causas por las que se ganan, conservan o pierden los principados. Maquiavelo elimina la moral, defiende una política cuyo objetivo es la conservación y el aumento del poder y que debe ser juzgada según el éxito o el fracaso en su consecución, no desde la moral cristiana; rompía así toda la tradición del pensamiento político que proclamaba la unidad entre ética y política. Suscitó reacciones e incluso el papa Paulo IV lo incluye en el índice de libros prohibidos. El derecho a la resistencia fue una de las cuestiones más debatidas de la filosofía política; los partidarios del Derecho divino de los reyes lo negaban, mientras que quienes partían de concepciones pactistas, defendían el derecho a resistir. Las doctrinas de Maquiavelo quedaron en entredicho tras la matanza de San Bartolomé (1572). Se producen dos reacciones entre los partidarios de reforzar el poder real. Por un lado, quienes, en la línea más tradicional, reafirmaron la subordinación de la política a la religión. Por otro, una serie de autores más pragmáticos que, dentro del pensamiento católico, no renunciaban a las enseñanzas de Maquiavelo. El principal representante de los primeros fue el jesuita español Pedro de Rivadeneyra. Los autores del segundo grupo trataron de desarrollar las teorías de Maquiavelo, aunque sin citarlo, mediante el recurso al historiador romano Publio Cornelio Tácito. La reacción contra Maquiavelo aglutinó a cuantos se oponían al crecimiento del poder real tanto en el campo católico como en el protestante. En el tránsito del s. XVI al XVII tales teorías del derecho a la resistencia serán expresadas por los jesuitas españoles Juan de Mariana (1536-1624) y Francisco Suárez (1548-1617), cuyas obras serían 41 quemadas en el Parlamento de París tras morir Enrique IV. Las ideas políticas de Suarez están en contra de las concepciones luteranas y calvinistas. Distingue el poder temporal del espiritual, cada uno con su autonomía y su ámbito de actuación. El Derecho Natural no es únicamente el fundamento de la autonomía del Estado, sino también el presupuesto ineludible para la constitución del poder político que emana de la comunidad. La soberanía o summa potestas se basa en el Derecho Natural en cuanto que es la consecuencia necesaria de la unión de los individuos en sociedad. Al proceder de la comunidad, la soberanía no es atribuida directamente por Dios a los monarcas, lo que implica la responsabilidad de los monarcas ante la comunidad y el derecho de resistencia frente al rey que actúe como un tirano. El obligado respeto de los monarcas a las normas del Derecho Natural se extiende a las del naciente Derecho de Gentes. De especial importancia fueron las teorías antimonárquicas o monarcómacas entre los hugonotes a raíz de la matanza de San Bartolomé, que justifican la desobediencia contra el tirano y la alianza de potencias protestantes contra este. Las teorías monarcómacas se desarrollaron también fuera de Francia, sobre todo entre los calvinistas, como Teodoro de Beza. En 1581, los Estados Generales rebeldes de los Países Bajos se basaron en el derecho de resistencia contra el tirano para abjurar de Felipe II. La búsqueda de una fórmula que permitiera superar las guerras civiles y evitar la destrucción de Francia llevó al jurista Jean Bodin (1529-96), perteneciente al grupo de los políticos, a basar el poder del rey en la soberanía, un concepto independiente de las confesiones religiosas enfrentadas. La define como el poder que no reconoce ningún otro superior en el ámbito de su territorio y que está sometido a las leyes, dado que el soberano es la fuente del Derecho. La capacidad de dar leyes a los ciudadanos, tanto colectiva como individualmente, sin el consentimiento de un superior es el atributo primario de la soberanía, al que se unen otros como su carácter perpetuo, no delegado, indivisible, inalienable y no prescriptible. De la capacidad de dictar las leyes se deriva la de interpretarlas y ejecutarlas, así como la de declarar la guerra y la paz, nombrar magistrados, actuar como la última instancia judicial, acuñar monedas, imponer tributos. El poder soberano sólo está limitado por las leyes divina y natural, por lo que el soberano no es responsable ante sus súbditos, pero sí ante Dios. TEMA 4 – LA RUPTURA DE LA CRISTIANDAD En el s. XVI, la religión estaba presente en todos los aspectos de la vida. Pese al optimismo de los humanistas y la positiva coyuntura del siglo, la vida era corta y la muerte omnipresente. Comparada con la vida eterna, la terrenal carecía de valor; el objetivo era la salvación según la doctrina cristiana. Precisamente la obsesión por la salvación está en la base de la Reforma, pues constituye el eje central de la doctrina de Martín Lutero, el principal reformador. 1. LA VIDA EN UN MUNDO SACRALIZADO Y LA RELIGIOSIDAD POPULAR 1.1 UNA EXISTENCIA SACRALIZADA La sacralización de la existencia es la subordinación de la vida terrena a la vida considerada como eterna. En aquella época toda Europa estaba fuertemente sacralizada: calendario gregoriano, todas las festividades eran de carácter religioso (menos numerosas en el mundo protestante), la Iglesia regulaba los diversos momentos y circunstancias a través de los sacramentos, etc. 1.2 LA RELIGIOSIDAD POPULAR El carácter transitorio de la existencia y el objetivo esencial de la misma centrado en la salvación llevaban a una valoración de la muerte muy diferente a la que tenemos actualmente, la despojaba del carácter excepcional que tiene para nosotros. La habitual muerte de un niño se veía más como la consecución de un valedor más de la familia en el otro mundo; lo importante era pues que estuviera bautizado para que se salvase. Como el objetivo supremo de la vida era la salvación, toda la existencia y actividad humana se dotaban de protecciones y seguridades para conseguir el objetivo, empezando por el nombre que suponía la elección de un protector. Había otras protecciones, como los santos patronos de las ciudades o de los oficios. Toda protección era poca para prepararse para el momento decisivo de la muerte y aun así buena parte de los creyentes tenían que expiar sus pecados durante un tiempo en el purgatorio. La existencia precisamente de esta Iglesia purgante permitía prolongar al más allá la mediación clerical a través de las indulgencias, que tanto contribuyeron a la reforma de Lutero. Por otro lado, una práctica más frecuente en el mundo protestante era la quema de brujas; en España, por ejemplo, esta práctica no existía gracias esencialmente a la Inquisición y en el mundo católico en general gracias a la protección de los santos. 1.3 PRÁCTICAS RELIGIOSAS DE LAS MINORÍAS CULTAS Las gentes cultas criticaban habitualmente las prácticas religiosas de las masas, teñidas de superstición: peregrinaciones, romerías, procesiones, penitencias públicas, tráfico de indulgencias, etc. Frente a estas prácticas proclamaban una religiosidad más íntima y personal, sin tantas mediaciones y centrada en la figura de Cristo. Así lo hicieron los reformadores de los s. XV y XVI, tanto los que rompieron con Roma como los que permanecieron en ella. La ruptura entre la religiosidad popular y la de las gentes con más cultura llegó al máximo con la Ilustración. Una de las manifestaciones de la llamada crisis del Antiguo Régimen fue precisamente que la sociedad sacralizada empezaba a ser sustituida por otra secularizada en la que la religión tiene su propio espacio sin invadirlo todo. 42 1.4 LAS DOS CULTURAS A parte de la religión, la existencia de las dos culturas básicas, la de las masas iletradas y la de las élites formadas, se manifiesta también en el terreno más propiamente cultural y se basa en el estudio de la alfabetización de las gentes. Para ello, se utilizó el tanto por ciento de la población que sabía firmar, si bien esto no implica que la persona que supiera firmar supiera escribir, pero por lo menos el estudio de estos porcentajes nos permite fijarnos en la evolución y las diferencias entre unas zonas y otras. Un ejemplo fue Castilla la Nueva donde sabía firmar el 49% en el s. XVI, el 54% en el s. XVII y el 76% en el s. XVIII debido al esfuerzo de los ilustrados. En el mundo protestante, debido al acercamiento personal a la Biblia, el nivel de alfabetización fue superior; por ejemplo, en Ginebra, la cuidad de Calvino, la enseñanza elemental se hizo obligatoria para todos, excluyendo el analfabetismo. 1.5 CARACTERÍSTICAS DE LA CULTURA POPULAR La cultura entre las clases populares se trasmitía básicamente de forma oral, la charla familiar, en el trabajo, en la taberna o en la iglesia era mucho más frecuente que en la actualidad. Todos los conocimientos orales que se habían ido trasmitiendo de generación en generación se habían ido codificando en dichos y refranes que las élites culturales despreciaban. Otras formas de trasmisión oral de la cultura eran a través de la lectura en voz alta, coplas de ciego y pliegos de cordel o almanaques. Nada igualaba a la enorme capacidad de las iglesias tanto católicas como protestantes en el dominio del mensaje oral utilizando el púlpito y el confesionario. 1.6 LA CULTURA LIBRESCA. LA EDUCACIÓN Es difícil trazar la línea divisoria entre la cultura popular y la de las élites, ya que el elemento esencial para diferenciarlas es el uso habitual de libros y textos escritos. El uso habitual de libros sería frecuente entre ciertas profesiones como médicos, abogados, catedráticos y estudiantes universitarios que ya presupone para éstos el uso habitual de libros durante toda su vida. También podemos medir esta cultura por la tenencia de bibliotecas y colecciones artísticas que están en manos de las élites de la nobleza y la Iglesia, como por ejemplo en España, donde la Biblioteca del Conde de Gondomar en Valladolid contaba en el s. XVII con unos 15.000 volúmenes o la Biblioteca Real creada por Felipe V a comienzos del s. XVIII y antecedente de la Biblioteca Nacional. Pero la gran revolución en el ámbito cultural con la que se caracteriza la Edad Moderna es por la aparición y difusión de la imprenta, ya que sólo gracias a ella fue posible la enorme difusión de la Reforma protestante con la edición de miles de ejemplares de Biblias. También hizo posible el éxito editorial de algunos libros destacados. No obstante, esta difusión del libro tenía sus límites debido al elevado precio y control que ejercían sobre ellos los poderes civiles y eclesiásticos, siempre temerosos de sus contenidos. También limitaba la difusión el uso frecuente del latín (en textos eclesiásticos el uso del latín siguió presente hasta el Concilio Vaticano II); por ello era esencial una buena enseñanza que dependía, en gran medida, del nivel social, ya que se recurría a preceptores privados que se encargaban de la educación de los hijos en el hogar. Para los nobles o gentes de buena posición que no quisieran o no pudieran permitirse un preceptor existían escuelas y colegios. Para el resto de la gente que estudiaba (que no debía ser un porcentaje muy elevado), existían las escuelas municipales en el ámbito privado o de la iglesia. En un primer nivel se encontraban las escuelas de primeras letras donde se enseñaba a leer y escribir, aritmética sencilla y catecismo, y un 2º nivel, aún más restringido, formado por las escuelas de latinidad y de gramática. Los gobiernos centrales no comenzarían a organizar y dirigir la enseñanza en los niveles previos a la universidad hasta finales del s. XVIII, como consecuencia de los programas ilustrados y su marcada preocupación por la educación. Para las niñas la educación era muy básica salvo excepciones y se realizaba en casa o en un convento, lo que no evitaba que los niveles de analfabetismo fueran muy superiores al de los hombres. El nivel más alto de la educación lo constituían las universidades, que experimentaron un gran crecimiento a comienzos de la Edad Moderna debido a la Reforma y por la fuerte demanda de juristas por las nuevas monarquías del Renacimiento. Las Facultades de Arte y Filosofía eran de carácter menor y las Facultades de Teología, Medicina y Cánones y Leyes eran las de carácter mayor. No obstante, las universidades eran instituciones muy vinculadas a la escolástica medieval y poco abiertas a los cambios que tuvieron lugar en la ciencia a lo largo de la Edad Moderna. Por ello, salvo excepciones, muchas de las aportaciones humanísticas y avances científicos tuvieron lugar fuera de ellas, en centros como las Academias que surgen en los primeros siglos de la Edad Moderna. 2. CRISIS DE LA RELIGIOSIDAD MEDIEVAL Y PRIMERAS TENTATIVAS REFORMISTAS 2.1 EL DESPRESTIGIO DE LA IGLESIA Desde la Baja Edad Media existía un descontento generalizado en relación con la Iglesia, los Papas, el clero o las prácticas religiosas, acompañado del deseo de volver a las enseñanzas genuinas del Evangelio sin los añadidos posteriores. Respecto al Papado, el primado romano sobre los obispos no era aceptado por todos ni se había definido aún la infalibilidad pontificia —que se hará en 1870—, ni los Papas contaban con auctóritas moral. La decadencia del Papado era evidente tras la prolongada estancia de la sede pontificia en Avignon (1309-77) y el cisma posterior (1378-1417). El Concilio de Constanza (1414-18) iniciado cuando había 3 Papas no sirvió para consolidar su autoridad y prestigio y tampoco ayudaron la mayor parte de los papas del Renacimiento, excesivamente preocupados por su poder temporal y demasiado mundanos. Se añadía el importante desarrollo que habían adquirido en los s. XIV y XV las teorías conciliaristas que defendían la superioridad de los concilios sobre el papa y 45 Años después, muerto ya Lutero y tras la victoria imperial en Mülhberg, parecía haber posibilidades de arreglo, pero Paulo III las abortó, enfrentándose al Emperador y suspendiendo el Concilio reunido en Trento (febrero de 1548) con lo que se frustró la posibilidad de solucionar en él las divergencias. El hecho decisivo para la implantación de la Reforma fue la actitud de los príncipes y gobernantes civiles. 3.3 LA OBRA DE LUTERO Buena parte del éxito de la Reforma se debe a la fuerza e importancia de los escritos de Lutero, autor de una obra ingente y variada, poco sistemática, pero de gran calidad. Se dirigió no sólo a los cultos sino también a la gente común, utilizando en muchas ocasiones la lengua alemana: • Tratado sobre el Papado de Roma (1520). Expone su creencia en una Iglesia sin jerarquías, una comunidad de creyentes en Cristo, única cabeza, y basada en el primado exclusivo de la Sagrada Escritura, lo que implica la supresión del Pontificado. Esboza la idea del sacerdocio universal. • Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania (1520). Desarrolla la idea del sacerdocio universal. Critica al Papa y los abusos de Roma de forma más dura. Llama a las autoridades civiles a impulsar la Reforma en sus territorios. • La cautividad babilónica de la Iglesia (1520). Manifiesta su doctrina sobre los sacramentos que considera meros signos salvíficos y los reduce de 7 a 2, los únicos establecidos por Cristo: el bautismo y la eucaristía, a la que llama ‘cena’, aunque no rechaza totalmente la confesión o penitencia. La Iglesia justificaba la presencia real de Cristo en la eucaristía mediante la teoría de la transubstanciación, en virtud de la cual la consagración convierte las sustancias del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, aunque manteniendo la forma externa de pan y vino. Lutero defiende la presencia simultánea tanto de las substancias originales (pan y vino) como del cuerpo y la sangre de Cristo. Es la consubstanciación, que será uno de los puntos fuertes de la teoría del reformador. Lutero considera que el sacrificio de la cruz se realizó una única y exclusiva vez, por lo que se opone a la idea de la misa como repetición incesante del mismo como proponía la Iglesia o a la de los sacramentos como transmisores de la Gracia. En esta obra atacaba buena parte de las prácticas religiosas tradicionales, lo que le supuso algunas deserciones y respuestas airadas como la de la Universidad de París. • La libertad del cristiano (1520). Reflexiona sobre la liberación del cristiano en virtud de la muerte de Cristo en la cruz. • Traducción del Nuevo Testamento al alemán. • Tratado sobre los votos monásticos. Atacaba los fundamentos de la vida religiosa al considerarlos una invención humana. Provocó una oleada de deserciones de frailes y monjas que se pasaron a la Reforma. • De servo arbitrio (1525). Respondía a Erasmo y supuso el abandono de numerosos humanistas, incapaces de conciliar la centralidad de su creencia en el ser humano con la antropología pesimista de Lutero. • Edición completa de la Biblia en alemán (Antiguo y Nuevo Testamento) (1533). Fue la de mayor difusión. • Contra el Papado de Roma fundado por el demonio (1545). Ataque a sus enemigos, especialmente el Papa. 3.4 LA DOCTRINA DE LUTERO La aportación doctrinal de Lutero suponía una simplificación de la creencia y la práctica religiosa y otorgaba a los fieles unos textos de fácil acceso, al estar escritos en su lengua vernácula, y una liberación de las frecuentes angustias anteriores respecto a la salvación del alma. Las principales afirmaciones de Lutero responden a una lógica bastante coherente. Las dos básicas son: • La salvación sólo por la fe, por los méritos de Cristo en la ocasión única e irrepetible de la cruz; • El primado exclusivo de la Sagrada Escritura, única fuente de la fe. De ellas se desprenden otras como la centralidad de Cristo y la desaparición de las mediaciones de la Virgen o los santos, el sacerdocio universal (con la supresión de jerarquías, votos monásticos, etc.). Puesto que Dios habla a cada creyente a través de la Biblia, aboga por la supresión de la misa entendida como repetición del sacrificio de la cruz, la reducción de los sacramentos a los dos únicos que él considera instaurados por Cristo, la eliminación de la tradición como fuente de la fe o la teoría de la consubstanciación basada en su interpretación del Nuevo Testamento. Sus planteamientos implicaban la inexistencia de una Iglesia visible pues sólo existiría la invisible o espiritual, formada por la comunidad de los creyentes y ausente de jerarquías. Lutero se ocupará intensamente de proporcionar a sus seguidores abundante material para la práctica religiosa, 46 como su regulación de la misa alemana (1526), sus catecismos, sus escritos relativos a la confesión o al matrimonio, sus libros consolatorios ante la muerte, etc. En el Manifiesto a la nobleza cristiana en Alemania apelará al poder civil como protector y cabeza de su organización eclesiástica lo que dará pie a diversos territorios a la organización de las Iglesias nacionales. Establece una especie de nuevo clero, los pastores o ministros del sacramento y la palabra (que podían casarse) y reintroduce la organización eclesiástica basada en circunscripciones o diócesis, encabezadas por obispos nombrados por el príncipe. Los dos elementos claves fueron las visitas periódicas de las iglesias iniciadas en 1526 y el Consistorio, organizado entre 1538 y 1542 en Sajonia y controlado por él mientras vivió. Se trataba de un tribunal de juristas y teólogos creado para resolver las cuestiones vinculadas con el matrimonio, aunque iría acumulando competencias sobre las iglesias hasta llegar a controlar la vida personal de los fieles, con investigaciones a cargo de comisarios y penas diversas, incluidos el secuestro de bienes o la cárcel. Así, el poder civil asumía la jurisdicción eclesiástica y reproducía métodos de control no muy distintos de los de las inquisiciones católicas. Los dos aspectos más positivos de la dependencia estatal fueron la extensión de la enseñanza, con índices de analfabetismo inferiores a los de los países católicos, y la transferencia al poder civil de la asistencia a pobres y enfermos. 3. ULRICH ZWINGLIO (1484-1531) De amplia formación humanista, estudió en las universidades de Viena y Basilea, tras lo que se ordenó sacerdote. En 1521, siendo predicador y deán de la colegiata de Zúrich, renunció a la pensión que recibía de Roma. En los años siguientes atacó la abstinencia pascual, se casó, defendió el matrimonio de los clérigos y dejó claro en sus escritos la autoridad exclusiva de la Sagrada Escritura. Los fermentos subversivos de su teología influyeron en las reformas radicales más que los planteamientos de Lutero. Zúrich celebró en 1523 la disputa teológica que constituía la fórmula habitual de adhesión a la Reforma. Las 67 tesis sobre las que giró esta fueron preparadas por Zwinglio. En las transformaciones posteriores, iniciadas con una violenta destrucción de imágenes y objetos sagrados, la ciudad adoptó un modelo bastante riguroso inspirado en él. La predicación dominaba todo, incluso se destruyeron los órganos y se eliminaron los cánticos y la música, al revés que en la mayoría de las reformas. La reforma de Zwinglio tuvo una preocupación específica por la atención a los pobres y la enseñanza. Para el auxilio a los necesitados se utilizaron los bienes secularizados de monasterios y cofradías mientras que la enseñanza se financió con las rentas de la colegiata, en la que se fundó una escuela de formación bíblica, una de cuyas primeras tareas fue la traducción de la Biblia al alemán (1529). Zwinglio escribió una serie de obras sencillas, formativas y orientadoras de la liturgia, como el catecismo Breve instrucción cristiana (1523), y más complejas, como su ataque a los anabaptistas o el Comentario sobre la verdadera religión (1525), en el que resume sus doctrinas. Zwinglio admitía sólo dos sacramentos, el bautismo y la cena (eucaristía), ambos con el carácter de meros símbolos. Para el suizo no había presencia real y física del cuerpo y la sangre de Cristo, sino una mera conmemoración simbólica. Al igual que Lutero, su idea inicial era de la de una iglesia invisible, pero ante la experiencia de desviaciones como el anabaptismo, inspirado en sus doctrinas, se dio cuenta de la necesidad de organizar a los creyentes. Surgió así en Zúrich una Iglesia marcadamente inquisitorial, gobernada por un Consejo Secreto del que formaban parte miembros del gobierno de la ciudad y predicadores, todos ellos bajo la inspiración y guía teocrática del reformador. El Consejo controló de forma rigurosa la vida de los habitantes de la ciudad mediante el Tribunal Matrimonial, cuya misión inicial de regular las cuestiones matrimoniales se fue extendiendo a otros muchos aspectos, incluidas las ideas, en la que sería la primera experiencia puritana en el seno de la Reforma. Su deseo de incorporar toda Suiza a su credo, apoyado en el prestigio que comenzaba a tener fuera de Zúrich, llevaron a los cantones rurales católicos a organizarse contra él, apoyados por Austria. Tras una disputa pública en la Dieta federal de Baden (1526), convocada por los católicos, Zwinglio fue excomulgado, aunque continuó protegido por su ciudad. Los campos católico y protestante se dividieron y el enfrentamiento se hizo inevitable. Zwinglio se enfrentó con escasas fuerzas al ejército católico, que lo derrotó en la batalla de Kappel (1531), muriendo en el combate. Después de la batalla se trazó en Suiza una frontera bastante rígida e intolerante entre cantones católicos y protestantes. Desde fecha tan temprana se evidenciaba que la adhesión a la Reforma, iniciada en nombre de la libertad del cristiano no iba a ser cuestión de conciencia individual sino de la confesión oficial adoptada por las autoridades civiles. Quienes discreparan sólo podían conformarse o emigrar. En Zúrich, la figura de Zwinglio fue sustituida por la de Heinrich Bullinger, que logró clarificar los límites entre los poderes civil y religioso, acogió a varios exiliados confesionales y consiguió reunir a las principales ciudades suizas, junto con Estrasburgo, en la primera confesión de fe helvética (1539), logrando posteriormente acuerdos en cuestiones eucarísticas con el propio Calvino. 5. REBELIONES Y REFORMAS RADICALES Lutero reaccionó con dureza e incluso violencia verbal contra quienes amenazaban el orden social y desacreditaban su obra reformadora, de carácter espiritual, y para la que consideraba imprescindible el apoyo del poder civil. Mientras él estaba encerrado en el castillo de Warburg, a raíz de la Dieta de Worms, sus convecinos de Wittenberg se dejaron llevar por las predicaciones de Andreas Bodenstein (Karlstadt o Carlostadio) (1477-1541), decano de la facultad de teología en la que enseñaba Lutero. Karlstad no circunscribía la libertad del cristiano al ámbito personal de sus relaciones con Dios, sino que trató de aplicarlo a la conformación de la sociedad. En Wittenberg, y a imitación 47 suya en otras ciudades, se invadieron iglesias, se destruyeron libros litúrgicos, imágenes, altares y objetos de culto, se expulsó a los sacerdotes católicos, se cambió la misa o se reformó la caridad. Lutero reaccionó primero con escritos y más tarde se presentó en la ciudad y consiguió hacerse con el control de la situación. Karlstadt, anatematizado por Lutero, a quien llamaría nuevo papista, hubo de emigrar. Los caballeros del suroeste de Alemania, abundantes en regiones como el Alto Rin, Franconia o Suabia, veían comprometida su situación tanto por la inflación como por las transformaciones políticas y militares. Un número impreciso de ellos, bajo el liderazgo del humanista Ulrich Von Hutten y el caballero Franz Von Siedkingen intentaron aprovechar la Reforma para ocupar y secularizar las tierras del arzobispado de Tréveris (1522-1523). El ataque acabó en fracaso. 5.1 LA GUERRA DE LOS CAMPESINOS Los campesinos se levantaron en el sur de la Selva Negra (1524-25), donde los rebeldes llegaron a las puertas de Stuttgart. La rebelión se propagó por el sur (Alsacia, Suabia, Franconia), hacia el norte (Turingia y Sajonia) e incluso al este, en regiones gobernadas por los Habsburgo como Tirol o Carniola o en el principado eclesiástico de Salzburgo. En el sur sólo quedó libre Baviera. Fue un movimiento confuso, desorganizado y con diversos focos y expresiones, en el que se mezclaba el Evangelio con reacciones antiseñoriales, deseo de reparto de las propiedades eclesiásticas y propuestas igualitarias y subversivas. Su objetivo principal fueron monasterios y castillos, aunque atacaron alguna ciudad. Fueron frecuentes las acciones violentas, la destrucción de imágenes y las reacciones anticlericales. Hubo acciones más moderadas de algunos campesinos, como los Doce artículos de Memmingen, y otros más radicales como el surgido en Tirol bajo la inspiración de Michael Gaismair (1525-26), que proyectaba una sociedad utópica e igualitaria sin propiedad privada. Coincidiendo con las sublevaciones campesinas tuvo lugar la utopía de Thomas Müntzer (1489-1525). Mezcló sus afanes reformadores con la preocupación por los pobres y los sueños apocalípticos de crear la Iglesia de los Elegidos. Enfrentado a los poderes civiles y a Lutero, se instaló en la ciudad libre de Mühlhausen (Turingia). Aprovechándose del clima reformista existente trató de realizar en ella su Iglesia de los Elegidos Pobres que daría paso al Reino de Dios en la Tierra. En un clima de exaltación religiosa se aprestó a defenderla por las armas poniéndose al frente de los campesinos. El 15 de mayo de 1525 fue derrotado en la batalla de Frankenhausen por las tropas al mando de Felipe de Hesse y el Duque Jorge de Sajonia. Müntzer fue torturado y decapitado. Fue la derrota más importante de los campesinos a manos de los nobles, mejor pertrechados y organizados y que, diferencias religiosas aparte, priorizaban el restablecimiento del orden. A esta represión violenta se sumó Lutero con su obra Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos. 5.2 LOS ANABAPTISTAS La ira de Lutero se manifestó también contra otros dos grandes enemigos, surgidos de la Reforma por él iniciada, aunque más radicales en sus planteamientos: Ulrich Zwinglio y los anabaptistas, una serie de grupos y tendencias poco organizadas que se autodenominaban hermanos, y así llamados por su decisión de rebautizar o posponer el bautizo hasta la edad adulta. También defendían la igualdad, sin iglesia ni organización civil y eran muy sectarios, excluyendo a los demás y considerándose los elegidos por el espíritu. Desataron las iras y persecuciones tanto de los poderes civiles como de Lutero y Zwinglio a pesar de inspirarse en el espiritualismo de este. La Dieta de Spira (1529) convirtió la prohibición del anabaptismo en ley del Imperio. Las persecuciones a las que se vieron sometidos les dieron una conciencia de martirio y les convirtieron en emigrantes casi permanentes, en busca de la tierra prometida en la que realizar sus ideales, al tiempo que su espiritualismo y su desprecio por los poderes terrenales les convirtió en pacifistas, enemigos del pago de impuestos y contrarios a cualquier compromiso cívico. Al principio buscaban estrictamente la transformación personal, pero más adelante hubo intentos de cambiar también la sociedad, como el de las comunidades de hermanos de la zona minera del Tirol, llamados hutteritas por su inspirador Jacob Hutter, que proponían abolir la propiedad privada. En los Países Bajos el panadero de Haarlem Jan Mathijs hizo realidad en la ciudad de Münster (1534-35) la idea de que el reino de Dios había de establecerse por la espada y la violencia, para lo que instauró con sus seguidores un régimen de propiedad común, sin monedas ni víveres privados y con las puertas de las casas abiertas. Fue sucedido por el sastre Jan Van Leiden quien incrementó su dominio sobre la ciudad. El asedio al que fueron sometidos por el desposeído obispo y una alianza de príncipes católicos y protestantes extendió el fanatismo, así como el hambre y las prestaciones colectivas. Decretó la poligamia en 1534. Todo concluyó cuando unos traidores abrieron las puertas en 1535. La represión fue brutal y los principales responsables fueron condenados a morir asados en parrillas. Sus cadáveres quedaron largo tiempo expuestos en jaulas de hierro colgados de la torre de la iglesia de San Lamberto. Los últimos restos del anabaptismo en los Países Bajos y el norte de Alemania fueron influidos por el antiguo sacerdote católico Menno Simons (1496-1591) quien lo convirtió en una espiritualidad interior, basada en el dolor y la aceptación pasiva de las persecuciones. Simons eliminaba dos de los elementos que más oposiciones habían suscitado, pues ni rechazaba la autoridad ni pretendía imponer modelo social alguno. El movimiento se extinguió poco después de su muerte, aunque tendría manifestaciones posteriores en los llamados menonitas. 6. LA SEGUNDA GENERACIÓN DE REFORMADORES. CALVINO (1509-64) El francés Jean Cauvin (Calvino) protagonizará un nuevo tipo de Reforma con un carácter más público, proselitista, expansivo y combativo. Si la Reforma inicial se había apoyado en la protección de los poderes civiles, la impulsada por Calvino no los necesitaba en la misma medida y era capaz de imponerse a ellos si resultaba necesario. En ella tenía importancia la organización eclesial, secundaria para los primeros reformadores. Nació en Noyon (Norte de 50 mantuvieron fieles a Roma. El luteranismo se extendió fuera de Alemania, con seguidores en muchos países europeos, incluida España. Donde alcanzó un éxito evidente y fácil fue en los países bálticos, en los que la influencia de Roma era escasa y la imagen del Papado se veía negativamente afectada por los impuestos que se le enviaban. Influyeron los humanistas y la importancia que daban al Evangelio, pero el elemento esencial fue la política, en un período de inestabilidad marcado por la independencia de Suecia y el fin de la Unión de Kalmar. Tanto en Dinamarca como en Suecia y en los territorios vinculados a ellas (Noruega, Islandia y Finlandia), el luteranismo permitió reforzar el poder real. La expansión posterior del calvinismo por los Países Bajos, Francia y Escocia, junto con la separación de Inglaterra de la Iglesia de Roma, contribuían a diseñar un nuevo mapa religioso europeo producto de la ruptura de la cristiandad medieval. La ruptura religiosa del s. XVI, el antagonismo entre las diversas confesiones que surgieron y el afán expansivo de unos y otros favorecieron el incremento del poder civil sobre las iglesias, que era uno de los grandes objetivos de príncipes y gobernantes. Al propio tiempo que reforzaban y dotaban de una personalidad específica a las monarquías y Estados del Renacimiento, las Iglesias adquirieron un fuerte carácter territorial o nacional que se manifestaba en un doble aspecto: el fuerte disciplinamiento social de los súbditos y el proceso de confesionalización o vinculación entre la fe reafirmada y los objetivos políticos, que marcaría las relaciones entre los Estados desde los años 60 del s. XVI hasta mediados de la centuria siguiente. TEMA 5 – LOS ORÍGENES DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL DE LA EDAD MODERNA: EXPANSIÓN TURCA Y GUERRAS DE ITALIA (1494-1559) 1. LA SITUACIÓN INTERNACIONAL A MEDIADOS DEL SIGLO XV El concepto de relaciones internacionales se ajusta mal a los s. XV y XVI, en los que la política entre los diferentes príncipes y gobernantes europeos tenía un fuerte carácter personal. Además, la idea de una comunidad, la cristiandad, que agrupaba a todos los que hoy llamaríamos europeos, dificultaba el desarrollo de visiones particularistas. Los dos hechos de comienzos de la Edad Moderna que más influjo tuvieron en este ámbito fueron la constitución y expansión del Imperio turco y las guerras de Italia. El primero convirtió a los otomanos en la principal amenaza para la cristiandad occidental, estableciendo en el sudeste europeo y en el Mediterráneo una peligrosa frontera. Las guerras de Italia marcaron el inicio de la competencia entre príncipes en la Edad Moderna otorgando a su vencedor, España, una supremacía europea que se mantendrá los 100 años posteriores. Así, en los últimos años del s. XV y en la primera mitad del s. XVI las relaciones internacionales en Europa se basan en tres ejes: • Antagonismo hispano-francés. • Defensa de la Europa central frente a la expansión turca en el Danubio y frente a los aliados norteafricanos de los turcos en el Mediterráneo. • Pugnas entre católicos y protestantes en Alemania, una vez iniciada la reforma luterana. Hay otros dos factores que ayudan a explicar el desarrollo de los acontecimientos en esta época. Por un lado, el uso de nuevas armas, como la artillería, armas de fuego, nuevas fortificaciones, etc. Por otro lado, encontramos el despliegue de una nueva diplomacia renacentista, fruto de la cual aparecerán un conjunto de ligas internacionales, que se harán y desharán con cierta facilidad. El denominador común de todo este juego de alianzas internacionales es el hecho de que suelen agrupar a diversas potencias que se agrupan para hacer frente a otra más fuerte y así establecer una especie de frágil equilibrio en una zona determinada, que a finales del s. XV y principios del s. XVI va a ser la dividida península italiana. Italia, fragmentada en una serie de estados independientes, fue el campo de conflicto entre las dos potencias más fuertes de la cristiandad occidental de la época: Francia y España. Hasta 1526 las ligas y alianzas se formaron para frenar a Francia. A partir de esa fecha se aglutinaron en torno a Francia para limitar el poderío de España. Así Francia no tuvo reparos en aliarse con los enemigos de la Casa de Austria, como turcos y protestantes. 2. EL IMPERIO TURCO. ORGANIZACIÓN Y FASES DE EXPANSIÓN Los turcos eran una amplia variedad de pueblos procedentes del Turquestán (Asia Central) de los que surgen los Selyúcidas, creadores de un imperio extendido por Anatolia, Irán e Irak entre los s. XI y XIII, que es destruido por Gengis Khan a finales del s. XIII. El s. XIV, aprovechando la crisis del Imperio Mongol, otro grupo de poblaciones turcas, los otomanos u osmanlíes se desplazan al oeste, creando el Imperio Turco. Instalados en la mayor parte de Asia Menor ocupan algunas islas griegas y penetran en el continente europeo donde atacan a los pueblos eslavos de los Balcanes. Conquistan Sofía (1339), se extienden por Tracia y Macedonia y se apoderan de Adrianópolis, que será su nueva capital con el nombre de Edirne (1362). El Imperio Romano de Oriente resistirá la presión turca. La victoria otomana en la batalla de Kosovo (1389) les permite someter a vasallaje a Serbia. Su acción expansiva se completa con la conquista de Bulgaria, Tesalia y la extensión de su dominio sobre la península de Anatolia. Se vio frenada por el resurgir de los mongoles con Tamerlán y su victoria sobre Bayaceto I en Ankara (1402). 51 A la muerte de Tamerlán en 1405 se reanuda la expansión turca. Mehmet II (1451-81) toma Constantinopla en 1453, cuyo nombre cambia a Estambul y pasa a ser la nueva capital turca. Mehmet II continúo la expansión por los Balcanes. En 1459 los últimos reductos de la Serbia independiente pasaron a convertirse en la provincia fronteriza otomana de Semendria, aunque los turcos fracasaron en el intento de conquistar Belgrado que resistirá medio siglo. Bosnia fue invadida en 1463-1464 y su aristocracia abrazó el islamismo. En Grecia ocuparon entre 1458 y 1460 el principado de Atenas y las zonas de la península de Morea en poder de los griegos (había otras en manos de Venecia), además de algunas islas del Egeo. En 1470 arrebatan a Venecia la isla de Negroponte (Eubea) y en 1478 acaban con la resistencia de las montañas de Albania encabezada por Skanderberg. En 1480 confirman sus ambiciones sobre el Adriático con la toma de Otranto, en el extremo oriental de la bota italiana. Por el este los turcos conquistaron el Estado griego de Trebisonda (1461) y Crimea (1479). La conquista se ralentizó durante el reinado del Sultán Bayaceto II (1481-1512). Prosiguió el avance con la lenta ocupación de Bosnia y Herzegovina y el reforzamiento de sus posiciones en el Adriático, que incrementaba su amenaza a Venecia. En la guerra contra esta (1499-1503) le arrebataron buena parte de sus dominios en la costa oriental de dicho mar y en la península de Morea. En los inicios del s. XVI la expansión turca se vio limitada por la amenaza sobre sus territorios del nuevo Sha de Persia, Ismail. La guerra con Persia sucede en tiempos de Selim II (1512-20), que logra la victoria de Tchaldirán (1514), que asentó su dominio sobre Armenia y el norte de Irak, extendiéndolo sobre el Kurdistán. La debilidad de los mamelucos y el temor a su alianza con Persia le animaron a la rápida conquista de Siria y Egipto (1516-17), lo que supuso la expansión de su imperio por el noreste de África y la consolidación de su dominio sobre el Mediterráneo oriental, en el que contó con la ayuda de los hermanos corsarios Barbarroja, que se apoderaron de Argel en 1516. Egipto fue un granero para el Imperio y posibilitó la participación de los turcos en el tráfico de oro procedente de Etiopía y el Sudán y más tarde en el comercio de las especias con la cristiandad. En lo religioso, era la primera vez que un Sultán otomano tenía bajo su protección las dos ciudades santas de Medina y La Meca. Selim II mantuvo la paz con los cristianos, inició la construcción del gran arsenal de Estambul e intensificó la política de Bayaceto tendente a dotar al Imperio de una poderosa flota naval. La época de máximo esplendor llega con su hijo Solimán el Magnífico (1520-66). Toma Belgrado en 1521 y la fortaleza de Rodas (1522), esta última enclave de los caballeros de la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén, a quienes Carlos V ofrece como nueva sede Malta y Gozo, así como Trípoli, que perderán en 1551 frente al turco Dragut. Su mayor éxito en estos primeros años fue la victoria de Mohács (1526), en la que la artillería turca destrozó la caballería húngara y murió el rey Luis II de Hungría. La capital Buda y Transilvania les prestaron vasallaje y el hermano del Emperador Fernando de Habsburgo, elegido nuevo rey, sólo pudo mantener una pequeña parte del antiguo reino húngaro, la franja comprendida entre el oeste del lago Balatón y Eslovaquia. Aun así, el dominio turco no se estableció sólidamente en Hungría hasta 1541, tras la muerte de su vasallo Juan Záplya, voivoda de Transilvania. En 1529 Solimán sitió Viena y en 1534 ocupó Bagdad y se extendió por Arabia y Mesopotamia, llegando al Golfo Pérsico. En el Mediterráneo contó con la colaboración de los piratas berberiscos, vasallos suyos, desde la base de Argel. Con la ayuda de juristas promulgó un código, el Kanuname, que constituye una de las grandes recopilaciones legislativas de la historia, recibiendo el sobrenombre de el Legislador. Junto a su Gran Visir hasta 1536, Ibrahim, incrementó el número de funcionarios y la centralización. La expansión turca en los Balcanes se ve favorecida por la debilidad derivada de la fragmentación política, las divisiones religiosas entre latinos y ortodoxos y el malestar campesino ante el poder de los señores. El dominio turco no fue uniforme. Gracias a la caballería su expansión fue muy rápida por las llanuras y valles (Moravia, Tesalia, Siria, Egipto) con grandes rutas y vías de comunicación, pero no así en zonas montañosas como Morea, Bosnia o Albania. Nunca llegan a controlar plenamente Moldavia o Valaquia, (accidentadas y en las que hubo frecuentes incursiones de los tártaros), ni los Cárpatos o Transilvania. Con Solimán el Imperio alcanzó su máxima expansión. Tenía puntos débiles como el permanente conflicto con los 52 persas chiitas, el incremento de los precios del s. XVI, la escasez de metales preciosos, la invasión de sus mercados por el comercio europeo o la dependencia técnica militar con respecto a Occidente. 2.1 ORGANIZACIÓN Y CARACTERÍSTICAS La expansión otomana tuvo características distintas según las zonas. En Asia Menor estuvo acompañada por una lenta inmigración de pueblos turcos, unida a una propaganda religiosa que fue sustituyendo paulatinamente la religión y la cultura griega ortodoxa. En otras zonas la población turca era minoritaria. Quizás por ello toleraron a los pueblos sometidos la práctica de su religión e incorporaron a buen número de sus gentes tanto al ejército como a los cuadros administrativos. Además de por turcos, el Imperio estaba poblado por judíos, griegos, cristianos renegados, habitantes de los territorios conquistados en el sureste de Europa, Asia Menor y África. Hubo una intensa mezcla racial favorecida por la extensión de la esclavitud. Muchas de las esposas de los sultanes eran esclavas del serrallo y también se reclutaban entre sus esclavos numerosos altos dignatarios. El poder político y el religioso confluían en la figura del Sultán (despotismo oriental). En origen era un jefe guerrero descendiente de Osmán, pero en el curso de la expansión el Sultán fue incrementando su poder, ligándolo a la jefatura religiosa. Tras la toma de Constantinopla se convirtió en heredero de los emperadores romanos, mientras que la victoria en Egipto y la incorporación de los territorios emblemáticos del islam hicieron de él el nuevo Califa, heredero de Mahoma pese a que no utilice dicho título hasta el s. XVIII. Reunía todos los poderes y tenía una amplia capacidad de disposición sobre las vidas de sus súbditos siendo además dueño de la tierra. El Sultanato se transmitía regularmente de padres a hijos, pero existía la costumbre, convertida en ley por Mehmet II, de que para evitar posibles competidores, el nuevo Sultán debía eliminar a todos sus hermanos varones y a los hijos de estos. Como quiera que cada uno de los hijos del Sultán solía prepararse para el gobierno como gobernador de alguna de las principales provincias, cada sucesión daba lugar a cruentas luchas que transcendían el ámbito de la Corte, llegándose a pequeñas guerras civiles, como la que se produce a la muerte del propio Mehmet entre sus hijos Bayaceto y Djem. También se enfrentarán por la herencia los 3 hijos de Bayaceto, con la victoria de Selim, que destronó a su padre y dio muerte a sus hermanos y sobrinos. Existía un alto grado de crueldad en la vida en la Corte. No sólo las luchas fratricidas de los hijos del Sultán o la frecuente eliminación por los propios sultanes de algunos de sus hijos. También la arraigada costumbre de eliminar a cualquier jefe militar o naval que hubiera sido vencido o a muchos de los grandes visires que por los motivos más variados eran eliminados. Por debajo del Sultán se situaba el Gran Visir, una especie de primer ministro que constituía la figura principal de un gobierno cuyos miembros más importantes formaban un consejo conocido como el Diván (Diwan) del que eran miembros destacados los dos visires de Anatolia y Rumelia, que constituían las dos grandes divisiones administrativas del Imperio, además de los jefes militares y el Kapurdán Pachá o almirante en jefe de la Armada. Con Mehmet II comenzó una fase de centralización que llegó al máximo en tiempos de Solimán. El Imperio se dividía en provincias (sancaks) gobernadas por beys, que encabezaban toda la administración en su zona (militar, judicial, fiscal, etc.). Las agrupaciones de sancaks eran gobernadas por un pachá. Por encima de ellas había 8 gobiernos a cargo de beylerbeys. Grupo social de gran importancia eran los ulemas, clérigos de los que dependía también la aplicación de la ley. La institución clave para el reclutamiento del personal al servicio del Sultán era el devchirmé u obligación que tenían todas las familias cristianas de los Balcanes (y los musulmanes de Bosnia) de entregar uno de sus hijos, que era enviado a alguna de las principales ciudades, donde se le convertía al Islam. El proceso formativo incluía una selección en virtud de su capacidad y su aspecto. A los mejores se los enviaba a palacio, pudiendo ser destinados a la caballería personal del Sultán, a los oficios administrativos o a los gobiernos de provincias. Iniciaban así un cursus en la Administración que podía llevarlos hasta los puestos más altos. El resto eran formados como jenízaros, principal unidad de infantería del ejército otomano para lo que recibían un exigente adiestramiento. Eran una especie de soldados-monjes que tenían prohibido el matrimonio. La clase dominante eran los esclavos del Sultán, también llamados de la Puerta, un sector selecto del que formaban parte algunas de las principales unidades del ejército, entre ellos los jenízaros. Otra unidad de élite era la caballería turca procedente de los timar, tierras que se concedían de forma temporal a cambio de tal servicio. Cada señor titular de un timar estaba obligado a proporcionar al Sultán un número de sipahis (soldados a caballo) proporcional a la importancia de su dominio. Algunos jenízaros que se distinguieron en el 55 Sicilia y Cerdeña fueron para su hermano Juan II, padre de Fernando El Católico, mientras que el Reino de Nápoles quedó en manos de su bastardo Ferrante (Fernando I), cuyo reinado estuvo marcado por dos grandes revueltas feudales cuya represión puso a buena parte de los nobles a favor de Francia. 3.6 LA REPÚBLICA DE GÉNOVA Un siglo atrás poseía también la isla de Córcega y se encontraba entre las grandes de Italia. Su comercio y su dominio de territorios en el oriente mediterráneo la habían situado en una posición cercana en algunos aspectos a la de Venecia. Sin embargo, en la segunda mitad del s. XV los turcos habían conquistado buena parte de sus posesiones orientales, acelerando la decadencia interna de la República. Aliada habitual del Milán de los Sforza, estuvo sometida a Francia de 1499 a 1528 salvo un breve período. Desde mediados del s. XV los genoveses tenían un puesto de privilegio en las finanzas ibéricas: Sevilla, Lisboa, Madeira y Canarias, que habrían de darles una preeminencia importante en los negocios derivados del Nuevo Mundo. 3.7 OTROS TERRITORIOS En el centro de Italia había toda una serie de pequeñas ciudades-estado: activas, pero en decadencia, como Lucca o Siena; o que viven un auge cultural importante, como Urbino (Montefeltro), Mantua (Gonzaga) o Ferrara (Este). A estos pequeños estados de la Italia Central se oponían tres territorios un tanto marginales: el Ducado de Saboya y los reinos de Sicilia y Cerdeña. El Ducado de Saboya Conglomerado de territorios que no incluía los marquesados de Saluzzo y Monferrato o el condado de Asti, este último perteneciente a la Corona de Francia hasta que en el curso de las guerras de Italia pasó a poder de Carlos V que lo donó en 1531 a su prima Beatriz de Portugal, duquesa de Saboya. Se trata de un espacio mal consolidado y buena parte de la propia Saboya se situaba al otro lado de los Alpes. En el terreno cultural, además de la influencia francesa, persistía el arte gótico y apenas incidían las corrientes humanistas. Los reinos de Sicilia y Cerdeña El reino de Sicilia expulsó en 1282 a los angevinos franceses en beneficio de los reyes de Aragón. La isla conservaba su antigua legislación e instituciones propias. Era productora de trigo, cereales, seda o caña de azúcar. Buena parte de la tierra pertenecía a los barones feudales. El reino de Cerdeña, aislado y con una economía pastoril y arcaica era el espacio más retrasado de Italia. 4. FACTORES DETERMINANTES DE LAS GUERRAS DE ITALIA La Italia de finales del s. XV se nos presenta como una de las regiones más ricas y evolucionadas de Europa, con un alto grado de urbanización, especialmente en el norte de la península. El nivel medio de riqueza en Italia supera claramente el nivel de otros países del occidente cristiano. Las ciudades italianas poseen una serie de instituciones que favorecen el bienestar de la población, como las agencias de trigo, que previenen hambrunas, las instituciones de asistencia, o los montes de piedad, que favorecen el crédito popular. Además, en Italia encontramos una agricultura avanzada que produce grandes y variados rendimientos y una industria pujante, especialmente textil. Además de lo anterior, Italia domina las esferas del comercio y las finanzas. Venecia es una gran potencia comercial, que controla las rutas entre oriente y occidente. Los banqueros italianos están presentes en toda Europa, como es el caso de la banca Médicis de Florencia y los banqueros romanos, que administran las rentas pontificias. La superioridad económica se completa con una superioridad intelectual y artística. La cultura renacentista llevó el prestigio italiano a los más altos niveles. Pero esta Italia, rica y prestigiosa, adolece de una fuerte debilidad política, lo que no hace más que estimular la codicia de los estados vecinos, menos ricos, pero más fuertes. Los italianos son poco conscientes de esta debilidad, por lo que para resolver sus querellas van a acudir a la ayuda extranjera, lo que acabará causando su perdición. A esta división de Italia hay que añadir el desacuerdo permanente entre el Papa, Milán y Venecia. La costumbre de los patricios urbanos a recurrir a ejércitos de mercenarios para arreglar los conflictos, unieron a la debilidad política una fuerte debilidad militar. Éste fue seguramente el profundo origen de las guerras de Italia, durante los cuales la península se convirtió en el objetivo para la monarquía francesa y la monarquía española, los cuales, esgrimiendo viejos derechos o acudiendo en ayuda de alguna de las facciones rivales, se disputarán la posesión de territorios que consideran estratégicamente imprescindibles. Hubo también otros actores secundarios, tanto italianos como extranjeros. Así los turcos incidieron en algunos momentos de la lucha, lo mismo que los protestantes alemanes, ya en la segunda fase. También intervinieron, de forma más marginal, el emperador Maximiliano, por sus conflictos territoriales con Venecia, y los suizos. A partir de 1512 interviene también Enrique VIII de Inglaterra, enemigo tradicional de Francia. Podemos diferenciar una primera fase de las guerras de Italia, que va desde 1494 hasta 1516, cuando Francisco I de Francia se apodera del Milanesado y en la que el objetivo será frenar a Francia. La segunda fase va desde esta fecha hasta 1559, con la paz de Cateau-Cambrésis, y en ella será Francia la que organice ligas contra el creciente poder de los Habsburgo. A lo largo de ambas fases veremos desarrollarse una serie de ligas que se forman y deshacen con facilidad, cuyo objetivo es contrarrestar la acción del contendiente más fuerte. Latía una tendencia al equilibrio que ya se había manifestado en la Italia precedente. 5. PRIMERA FASE DE LAS GUERRAS DE ITALIA (1494-1516) 56 Esta primera fase se caracteriza por el enfrentamiento hispanofrancés en tiempos de Fernando El Católico y que concluye en 1516 con los tratados que sancionaban el triunfo de Francisco I en el Milanesado. En cuanto a la participación no italiana aparte de Francia y Aragón-España, se limitó a vecinos como el emperador Maximiliano, también con intereses desde la época medieval y el gibelinismo, además de conflictos territoriales con Venecia y los suizos. Sólo en 1512-1513, de forma secundaria, intervino Enrique VIII contra Francia. El conflicto lo inicia el rey francés Carlos VIII (1483-1498) que actúa movido por una mezcla de sueños caballerescos, afán de gloria y reivindicación dinástica del Reino de Nápoles, perteneciente hasta mediados del s. XV a la familia francesa de Anjou, descendiente de un hermano de San Luis (Luis IX). Las tensiones existentes en el Reino de Nápoles y la inestabilidad italiana le decidieron. Por un lado, existía una tendencia profrancesa de la nobleza napolitana angevina; por otro lado, había peticiones de ayuda: de los adversarios de los Medici en Florencia; del cardenal Giulano Della Rovere, enemigo del papa Alejandro VI; y de Ludovico el Moro, de la familia Sforza, quien aspiraba a consolidar su gobierno efectivo del Ducado de Milán frente a su sobrino Gian Galeazzo. 5.1 LA CAMPAÑA DE CARLOS VIII La preparación diplomática de la expedición trató de neutralizar a los monarcas que pudieran estorbar su proyecto. Con Enrique VIII de Inglaterra firmó el Tratado de Étaples (1492), con Fernando de Aragón el de Barcelona y con el Emperador Maximiliano el de Senlis (ambos de 1493). En ellos procuraba satisfacer las aspiraciones respectivas, incluyendo en algunos casos renuncias territoriales, como la devolución de los condados catalanes del Rosellón y la Cerdaña, cedidos por Juan II en 1463 o el Artois y el Franco Condado, cuya posesión se reconocía al emperador. En 1494 tras la muerte del rey Ferrante o Fernando I de Nápoles, Carlos VIII anunció su aspiración al trono y un potente ejército francés, dotado de moderna artillería y encabezado por el monarca y el Duque de Orleáns, invadió los territorios italianos. Su paso por Lombardía permitió a Ludovico el Moro eliminar a su sobrino y proclamarse Duque de Milán. En Florencia, el hijo mayor de Lorenzo el Magnífico, Pedro de Medici, vacilante ante la expedición francesa, hubo de permitir el paso de las tropas por sus territorios. Al regresar a la capital fue derrocado por los partidarios del fraile dominico Savonarola, quien impuso una república teocrática. Pisa se sublevó, desligándose del dominio de Florencia. En Roma no faltaron cardenales que alentaran la destitución de Alejandro VI. Venecia, por su parte, aprovechó la ocasión para adueñarse de algunos puertos de la Puglia. La conquista de Nápoles fue sencilla, dada la superioridad militar francesa y a finales de febrero de 1495 la expedición concluye con éxito. 5.2 LA REACCIÓN Los Estados italianos, desconcertados por la facilidad de la invasión, recurrieron a la diplomacia para intentar contrarrestarla. La República de Venecia organizó en 1495 una gran coalición de la que formaban parte el Papa, España y el Emperador. En el caso de Fernando de Aragón, la neutralidad que había pactado tenía como único límite el respeto a la Santa Sede, lo que le permitió intervenir alegando que el Reino de Nápoles era feudatario del Sumo Pontífice. El conflicto se internacionalizaba demostrando la incapacidad de los italianos para defenderse sin ayudas exteriores. Ante el riesgo de verse aislado de sus bases, Carlos VIII regresó a Francia en busca de refuerzos, dejando una guarnición en Nápoles y sin más tropiezos que la batalla de Fornovo (1495). En los dos años siguientes, en un clima de revuelta antifrancesa del pueblo napolitano, las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba fueron conquistando las plazas napolitanas ocupadas por el ejército francés. El Reino de Nápoles fue devuelto al sucesor de Ferrante I, Ferrante II. 5.3 LA CAMPAÑA DE LUIS XII Carlos VIII muere en 1498. El nuevo rey Luis XII (1498-1515) mantuvo las pretensiones sobre dicho reino, aunque su objetivo prioritario fue el Ducado de Milán, cuyos derechos reivindicaba por su parentesco con el último duque de la familia Visconti. Consiguió romper la coalición y casarse con Ana de Bretaña para mantener ese ducado unido a la Corona francesa. La anulación se la llevó Cesare Borgia, hijo del Papa, que, abandonando el cardenalato logró del rey de Francia el Ducado de Valentinois y contrajo matrimonio con Carlota de Albret, hermana del Rey Juan III de Navarra. Luis XII se atrajo a Venecia, enemiga tradicional de los Duques de Milán, ofreciéndole la región de Cremona una 57 vez que consiguiese hacerse con el Milanesado. Logró también acuerdos con Inglaterra, Felipe el Hermoso, soberano de los Países Bajos, o los cantones suizos. Su ejército conquistó Milán (1499) y firmó con Fernando de Aragón el Tratado de Granada (1500) por el que ambos se repartían el Reino de Nápoles. Cesare Borgia conquista en estos años (1499-1503) una serie de territorios de la Romagna vinculados a los Estados Pontificios, aunque prácticamente independientes, convertidos en señorías en manos de diversas familias, aunque no se limitó a los teóricos dominios del Papa, pues conquistó algunos territorios de la Toscana, amenazó a Florencia y tomó Piombino. Su acción tendía a crear un Estado propio pero la muerte de su padre Alejandro VI (1503) convierte su obra en efímera, suscitando las apetencias del nuevo Papa Julio II (1503-13). En Nápoles, la convivencia entre franceses y españoles fue imposible. En abril de 1503, Fernández de Córdoba ocupó la capital tras su victoria de Cerignola. Los refuerzos franceses son derrotados en otoño a orillas de río Garigliano. Al año siguiente, por el Tratado de Lyon, Luis XII abandonó las pretensiones francesas, dejando el reino de Nápoles en manos de Fernando El Católico. Desde entonces y hasta 1707, pasará a formar parte de la Monarquía de España. Los años posteriores serán tranquilos en Italia salvo por cuestiones como la represión de Luis XII de una sublevación en Génova (1507). Influyó el cambio de política de Fernando el Católico tras el fallecimiento de Isabel I de Castilla y el enfrentamiento con su yerno Felipe el Hermoso y una parte importante de la alta nobleza castellana. Forzado a ausentarse de Castilla, Fernando busca la alianza con el rey de Francia con quien firmó el Tratado de Blois (1505) y se casa con su sobrina Germana de Foix. Si dicho matrimonio no tenía descendencia, el Reino de Nápoles sería para Francia. La muerte de Felipe el Hermoso (1506) permite a Fernando el regreso a Castilla que gobernará en nombre de su hija Juana. 5.4 LA EXPANSIÓN PONTIFICIA Las tensiones en Italia vuelven cuando el Papa Julio II, deseando reconstruir los Estados Pontificios frente al expansionismo veneciano, proyecta con el Emperador Maximiliano, que acababa de perder Trieste y Fiume frente a Venecia, la creación de una liga contra la Serenísima, a la que se suman Luis XII y Fernando El Católico. La liga se materializó en los dos tratados de Cambrai (1508) que además de una coalición contra el turco establecían una liga secreta contra los venecianos con la intención de desposeerlos de sus posesiones en la península italiana, la llamada Terraferma. La batalla de Agnadello (1509), a orillas del Adda fue la gran derrota veneciana por la que perdieron buena parte de sus posesiones y vieron invadido su territorio. Gracias a la resistencia popular y a la habilidad diplomática Venecia se salva de la catástrofe y divide a los coaligados, estableciendo paces separadas con Fernando El Católico, con Francia y con el papa. Julio II dirigió entonces su acción contra Francia. Intentó que se sublevase Génova y atacó al Duque de Ferrara, aliado de Luis XII. El rey francés contraatacó en el terreno espiritual convocando un concilio en Pisa con la pretensión de reformar la Iglesia en un momento de fuerte desprestigio del papado y la curia romana. Pese a que logró grandes apoyos en Francia y Alemania, incluido el propio emperador, el conocido como Conciliábulo de Pisa (1511-1512) fue una iniciativa ineficaz. Por su parte, el Papa reunió el V Concilio Lateranense, celebrado en la basílica de San Juan de Letrán (1512-1517) y organizó contra Francia una Santa Liga en la que se integraron los cantones suizos, Venecia, Fernando El Católico, el emperador y Enrique VIII de Inglaterra. En 1512 las tropas francesas comandadas por Gastón de Foix, Duque de Nemours, derrotaron a las pontificias y españolas en Rávena, pero el duque muere en la persecución posterior, lo que hace cambiar el signo de la contienda: los suizos les expulsaron del Ducado de Milán, en el que sería investido como Duque el joven Maximiliano Sforza, hijo de Ludovico el Moro, y Génova volvió a sublevarse contra Francia. Los españoles vencían a la República de Florencia reinstaurando en el poder a los Medici. El retroceso francés se produce también en los Pirineos, donde bajo el pretexto de las negociaciones entabladas por sus reyes con Luis XII, las tropas de Fernando El Católico conquistaron el Reino de Navarra, incorporándolo a su monarquía. Tras la muerte de Julio II (1513), Luis XII logró separar de la coalición a Venecia y España. En su intento de recuperar el Ducado de Milán sufrió una derrota frente a los suizos en Novara (1513). Francia fue invadida tanto por los ingleses como por los suizos que sitiaron Dijon, capital del Ducado de Borgoña. Para tratar de romper la coalición en su contra, Luis XII hubo de hacer la paz con Inglaterra y con el nuevo Papa León X, renunciando a apoyar el Conciliábulo de Pisa, que se había trasladado a Lyon. 5.5 FRANCISCO I Su sucesor Francisco I (1515-47) renovó los intentos de hacerse con el Milanesado. Se produce la Batalla de Marignano (septiembre de 1515) en la que reconquistó el Ducado; logró que el Papa reintegrara al mismo Parma y Piacenza, cedidas 3 años antes a Julio II tras la derrota de Luis XII, y que se aviniera a firmar el Concordato de Bolonia, que reguló hasta 1789 la Iglesia de Francia y sus relaciones con Roma. La muerte de Fernando el Católico en enero de 1516 cambió el escenario. Acede al trono de España, con 16 años, Carlos I, señor de los Países Bajos. Guillermo de Chievres, su principal consejero, era un decidido partidario del entendimiento con Francia. El Tratado de Noyon, de agosto de ese año, olvidaba las reivindicaciones flamencas sobre Borgoña y ponía las bases de una alianza Habsburgo-Valois con el proyecto de un matrimonio entre Carlos y Luisa, hija del Rey de Francia. El Emperador Maximiliano se adhirió a dicho acuerdo y adoptó una tregua con 60 para reafirmación de su poder, pronto extendido a los territorios de la Corona de Aragón. Su objetivo inicial fue la persecución de los conversos acusados de judaizar. Tras la segunda guerra de los campesinos remenças en Girona (1483-85), Fernando dictó la Sentencia arbitral de Guadalupe (1486) que estabilizó la situación social del campesinado catalán, aboliendo la servidumbre y poniendo fin a los abusos (malos usos) señoriales de tiempos anteriores. En 1496 Fernando e Isabel obtienen del Papa Alejandro VI el título de Reyes Católicos. Esto junto con el fin de la Reconquista, la creación de la Inquisición o la unidad religiosa que implantaron tras la expulsión de la Corona de Castilla de los judíos en 1492 y los musulmanes en 1502 (como castigo a la sublevación de los de Granada), puso las bases de lo que habría de ser la progresiva identificación de la Monarquía con la religión. La creación de una nación y el fortalecimiento del poder real exigían la uniformidad social y esta se basaba en la religión. La pertenencia a un mismo credo era un factor básico de sociabilidad, de tal forma que la propia sociedad rechazaba en toda Europa la presencia de elementos extraños. Ningún soberano aceptaba súbditos de una religión distinta a la suya. Esto llegará a su plasmación formal en la Paz de Augsburgo de 1555, en virtud de la fórmula cuius regio, eius religio, que obligaba a los súbditos a tener la misma religión que su príncipe. Los judíos ya habían sido expulsados tiempo atrás de numerosos territorios europeos. Carecían de los derechos de los cristianos y, si formaban parte de la sociedad, era en virtud de un permiso específico de los reyes, quienes, a cambio del pago de determinados impuestos, se constituían en sus protectores. El carácter dinástico de la unión castellano-aragonesa implicaba un elevado grado de precariedad. Los años de tensiones del periodo de regencias desde la muerte de Isabel (1504) hasta el acceso al trono de su nieto Carlos (1516) así lo prueban. La unidad se mantuvo gracias a la habilidad política de Fernando El Católico y del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, pero también por hechos fortuitos como la locura de la reina Juana I, el fallecimiento de su esposo Felipe El Hermoso (1506) o la muerte al poco de nacer del único hijo habido por Fernando en su matrimonio con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia. Esta crisis castellana del llamado período de las regencias (1504-1516) es la base de descontentos que se manifiestan a principios del reinado de Carlos I (revuelta de las Comunidades). 2. EL IMPERIO DE CARLOS V. DINASTÍA Y TERRITORIOS Nació en Gante (1500) y fue el emperador que tuvo bajo su mando un mayor número de territorios europeos debido a las 4 líneas dinásticas de sus abuelos (fenómeno único en la Historia). • A los 6 años, de su padre Felipe el Hermoso recibe la herencia de su abuela María de Borgoña (conde de Flandes y señor de los Países Bajos). • En 1516 muere Fernando el Católico; debido a los desequilibrios de Juana I se convierte en heredero de la Monarquía de los RR.CC. Por primera vez desde los visigodos un único soberano reunía bajo su cetro todo el espacio de la vieja Hispania (salvo Portugal), además de importantes dominios al sur de Italia. • En 1519, tras la muerte de su abuelo paterno, el Emperador Maximiliano I, Carlos recibe los dominios patrimoniales de los Habsburgo, Austria y un conjunto de territorios cercanos. • Fue elegido Emperador en 1520, que le daba una serie de derechos sobre los territorios semiindependientes que constituían el Imperio, así como una supremacía sobre espacios del norte y centro de Italia. Carlos V vivió y protagonizó como monarca la fase culminante del período en el que Europa comenzó a imponerse y a trasplantar su civilización a otros ámbitos del planeta. Súbditos suyos incorporaron a sus dominios grandes espacios de la América continental, los virreinatos de Nueva España y el Perú, la parte más extensa e importante de la América española, que permanecerá vinculada a los reyes de España durante las 3 centurias siguientes. Gentes a su servicio fueron los primeros navegantes que dieron la vuelta al mundo demostrando la esfericidad de la Tierra y la superioridad técnica y armamentística de los europeos sobre el resto de las civilizaciones. Felipe II aumentará aún más el Imperio con la incorporación de Portugal y sus extensos dominios ultramarinos. La política de Carlos I se movía en buena medida por intereses dinásticos. Un monarca lo era en tanto que representante de una familia reinante. Recibía los derechos inalienables al dominio de los territorios que formaban parte del patrimonio dinástico que tenía que administrar, defender y transmitir íntegramente a su heredero. Lo que 61 habría de determinar la política del Emperador fueron sus herencias, como la herencia perdida de Borgoña. Carlos nace y se educa en la Corte de los Países Bajos, con la tutela de su tía Margarita, la viuda del príncipe Juan, el único y malogrado hijo de los Reyes Católicos. Carlos es un flamenco educado en la mística de Borgoña, pese a la existencia de sectores e intereses partidarios de un entendimiento con Francia, como su consejero Chiévres. Menos importancia tiene en él la herencia austriaca, los dominios de la familia Habsburgo. El poder de Maximiliano se había centrado más en los Países Bajos, en los que gobernó desde la temprana muerte de su esposa, que en Austria o el Imperio. Carlos V los dejó en manos de su hermano menor Fernando, que tras la derrota y muerte en Mohács de su cuñado Luis II de Hungría, casado con María, hermana del Emperador, se convertiría en rey de Bohemia y de Hungría en 1527 y Rey de Romanos y heredero del Imperio en 1531. De su madre Juana y de su abuelo materno, Carlos recibe la herencia española de los Reyes Católicos. Su madre vivía aun, aunque encerrada en Tordesillas hasta su muerte en 1555, tres años antes del fallecimiento del Emperador. Carlos no era propietario exclusivo de la Corona de Castilla, cuyos territorios constituían la base principal de su poder. Legalmente le precedía su madre, la reina titular. A pesar de su enfermedad y el cansancio, tras las derrotas de 1552 Carlos I no pudo renunciar a sus dominios hasta que no le pertenecieron en plenitud tras la muerte de su madre. Carlos heredó los planteamientos y las ambiciones políticas de Fernando el Católico, coincidentes en la oposición a Francia, con los que se derivaban de las herencias de Borgoña y el Emperador Maximiliano. En los primeros años de su reinado se produjeron revueltas en varios de sus territorios como las Comunidades de Castilla (1520-1521), las Germanías o los incidentes ocurridos en Palermo y otras localidades de Sicilia. La más significativa fue la de las Comunidades, que expresaba el malestar de las ciudades castellanas con voto en Cortes por los cambios políticos derivados de la llegada de un rey ajeno a sus tradiciones y la política inicial del joven monarca y sus acompañantes flamencos. Las principales reivindicaciones de los comuneros se centraron en el reforzamiento del poder de las Cortes en la gobernación del reino. La revuelta se localizó en la zona central de la Corona de Castilla, especialmente en el Valle del Duero, que era la región más poblada, próspera y con mayor densidad de redes de comunicación de toda la Península Ibérica. Los Comuneros fueron derrotados. A finales de los años 30 Carlos I otorgó a las Cortes unas atribuciones en el terreno fiscal superiores a las que siempre habían tenido, que se limitaban en la práctica a la concesión de servicios. El Emperador puso bajo su responsabilidad el encabezamiento y la recaudación de las alcabalas y tercias que aportaban una parte importante de los ingresos del rey. Se produjo un pacto tácito con las oligarquías urbanas representadas en las Cortes. El reinado de Carlos I supuso un importante paso adelante en la estructuración del gobierno de sus reinos y territorios. No sólo se crearon instituciones para la gobernación conjunta de todos ellos, como el Consejo de Estado, sino que prosiguió la tarea institucional en la línea inaugurada por los Reyes Católicos con la instauración de otros consejos que supusieron un notable avance en la constitución del sistema polisinodial, caracterizado por la existencia de diferentes tipos de consejos que asesoran y colaboran con el rey, que es quien toma las decisiones en el gobierno y en la administración de justicia de los diversos territorios. La Corona de Castilla fue, junto a los Países Bajos, el centro de gravedad de la política del Emperador. Era un territorio próspero, con la población en una fase expansiva. Disponía de importantes recursos, entre otros las riquezas que comenzaban a llegar de Indias, que atraían el crédito europeo. El oro y la plata de América multiplicaron la liquidez y la capacidad de endeudamiento del Emperador. En el terreno religioso, Carlos I buscó proteger la fe, algo que había caracterizado el reinado de sus abuelos. En 1525, en el marco de la represión del levantamiento valenciano y mallorquín de las Germanías, decretó que los musulmanes de la Corona de Aragón hubieran de convertirse o emigrar. Completó así la eliminación de las religiones minoritarias iniciada por los Reyes Católicos. Desde esta fecha todos los musulmanes de la Península serían moriscos, conversos de origen islámico, oficialmente católicos. 3. CONFLICTOS POLÍTICOS Y CONFESIONALES: FRANCIA, TURCOS Y PROTESTANTES Por influencia de Chiévres el reinado se inició con el acercamiento a Francisco I en el Tratado de Noyon (1516), pero el objetivo hegemónico de su política requería el aislamiento de Francia. El ámbito prioritario de su acción inicial seguía siendo Italia, donde persistían las reivindicaciones francesas tras la recuperación del Ducado de Milán en 1515, pero también el Mediterráneo, en cuya parte occidental se había consolidado el poder hispano durante el reinado de Fernando El Católico. 62 Por otra parte, los primeros tiempos del reinado de Carlos coincidieron con uno de los períodos de mayor expansión turca (Egipto, Siria, Belgrado, e isla de Rodas). La tercera amenaza para su poder fue el inicio de la predicación de Lutero que prendió la mecha de la Reforma religiosa en Alemania. La necesidad de hacer frente a estos enemigos hizo que la política de Carlos I variara con frecuencia de objetivos y escenarios, respondiendo tanto a las decisiones y recursos de cada momento como a los movimientos de sus enemigos, que, a medida que avanzaba el reinado, hallaron en la unión su mayor fuerza con el acercamiento de Francia tanto a los protestantes alemanes como a los turcos. La elección imperial en 1519 abría una nueva etapa. Era el mismo año de la expedición de Hernán Cortés a México, que suponía la transferencia de la conquista de las Indias desde las Antillas al continente. Uno de los primeros efectos de la elección fue el final del acercamiento a Francisco I, que reaccionó frente al crecimiento de poder de Carlos, al tiempo que en la Corte Imperial se imponían los consejeros antifranceses. 3.1 LA GUERRA CON FRANCIA La guerra, iniciada en 1521, se desarrolló en el frente pirenaico y el norte de Italia. Se produjo un triunfo del Emperador en Bicoca (1522) sobre las tropas de Francia y de Venecia, pero el ejército imperial fracasó en la invasión de Provenza y el sitio a Marsella (1524). Francisco I recuperó la iniciativa y avanzó por Lombardía, pero fue derrotado en Pavía (1525) y el Ducado de Milán fue conquistado por las tropas de Carlos I. El Rey de Francia fue enviado a España prisionero, donde firmó el Tratado de Madrid (1526) por el que se comprometía a devolver el Ducado de Borgoña. Una vez liberado se negó a cumplirlo y formó con el Papa Clemente VII la Liga Santa de Cognac. El Pontífice, de la familia Medici, no sólo temía el incremento del poder imperial en Italia, sino que mantenía desavenencias con el Emperador sobre la forma de afrontar el problema creado por Lutero. Francisco I buscó en su enfrentamiento con el Emperador la colaboración de los turcos, que ese año se apoderaban de buena parte del Reino de Hungría tras la derrota y muerte de Luis II en Mohács, acercándose a los territorios patrimoniales de los Habsburgo y su capital, Viena. El 6 de mayo de 1527 las tropas del Emperador, sin paga después de la muerte de su comandante el Condestable francés Carlos de Borbón, saquearon Roma. La ocupación española se mantendrá 8 meses. En 1528 la pugna en el mar se inclinó a favor de Carlos I tras el paso a sus filas del comandante genovés Andrea Doria, antes en el bando francés. La Paz de las Damas o de Cambrai (1529) confirmó el Tratado de Madrid excepto en lo relativo al Ducado de Borgoña. El mantenimiento del Milanesado cedido a Francesco II Sforza hasta su muerte en 1535 afianzaba la supremacía del Emperador en Italia. En 1530 las tropas de Carlos I acabaron con la República de Florencia, restableciendo a los Medici. Clemente VII hubo de oficiar en Bolonia la coronación imperial de Carlos V (1530). 3.2 LA CONNIVENCIA DE FRANCESES Y TURCOS El mayor peligro turco estaba en las fronteras del Imperio. En 1529 la interdependencia entre los frentes italiano y balcánico que revelaba la sintonía entre Francisco I y los otomanos se manifestó en el primer ataque turco a Viena, que debió ser defendida 3 años después. El Emperador conquistó Túnez en 1535. El ataque francés a Piamonte en 1536 inició una nueva guerra en la que el Emperador, rechazado en la Provenza por el mariscal Anne de Montmorency, no pudo impedir que el rey de Francia expulsara de la mayor parte de sus estados a su aliado el duque Carlos III de Saboya, viéndose obligado a firmar la Tregua de Niza (1538) para enfrentarse a los turcos. En 1538 fracasó ante La Prevesa la Santa Liga formada por Carlos V, el Papa y Venecia contra los turcos comandados por Jeireddin Barbarroja, y en 1541 lo hizo también la expedición naval contra Argel, centro principal del corso berberisco en manos de Barbarroja. La política de Carlos I en el Mediterráneo se orientó hacia la defensa, privilegiando en España e Italia la construcción de fortificaciones y defensas costeras a la de galeras. Se produjo un retroceso en su política mediterránea con hechos como la pérdida de Trípoli (1551). 3.3 EL ENFRENTAMIENTO CON LOS PROTESTANTES Los intentos de negociación El conflicto armado fue tardío. Antes hubo unos años en los que los desacuerdos religiosos trataron de resolverse en reuniones de la Dieta Imperial o en contactos entre ambas partes, coincidentes con los momentos de distensión en los frentes bélicos del Emperador. La primera Dieta fue la de Worms (1521) a la que acudió Lutero con la salvaguardia de un pasaporte imperial y que acabó sin acuerdo y con la prescripción de Lutero y su doctrina. La ausencia del Emperador los años siguientes y la presión de los turcos sobre los territorios patrimoniales de los Habsburgo facilitó la expansión del protestantismo en Alemania. La victoria sobre Francisco I hizo posible pensar en un acuerdo, pero la Dieta de Spira (1526) convocada al efecto mostró la dificultad de resolver las divergencias al tiempo que el Emperador comenzaba a diferir a un concilio, general o restringido a Alemania cualquier innovación en materia religiosa. En la segunda Dieta de Spira (1529), 5 príncipes y 14 ciudades que se habían adherido a la Reforma presentaron un manifiesto “Protestamos ante Dios…” del que procede el nombre de protestantes. La década termina con la Dieta de Augsburgo (1530). Tuvo una consecuencia muy importante: la “Confesión Augustana” elaborada por Philipp Melanchthon que habría de ser uno de los textos básicos del luteranismo. Fracasadas las perspectivas de entendimiento y sin que el Papa se decidiera a convocar un concilio temeroso de sus resultados y de la posible reducción de sus poderes y los de la Curia, ambos sectores se reafirmaron en sus posturas. 65 La Cortes periféricas En las Cortes periféricas, Felipe II desarrolló el sistema precedente por el que existían diversas instituciones de gobierno bajo la supervisión de un representante personal del rey, que recibía el título de virrey en los reinos o gobernador en los estados que no tenían dicha categoría. Las Juntas Defectos de este sistema era la falta de coordinación, la lentitud y los problemas derivados del cruce de competencias. Estos problemas trataron de resolverse mediante la creación de juntas, que tenían la misión de ocuparse de una materia específica o un asunto concreto y solían estar integradas por un número reducido de miembros. En algunos casos fueron permanentes como la Junta de Obras y Bosques, pero la mayoría serían efímeras. En 1586 se creó la Junta de Estado o Junta de Noche, cuya misión era ayudar al rey en el desempeño de unas tareas de gobierno. La relación con las Cortes y las ciudades Felipe II entendió la necesidad de reanudar el pacto tácito con las Cortes de Castilla a que había llegado su padre. Así lo hace en 1577 con el nuevo Encabezamiento General de Alcabalas, pero, sobre todo, las necesidades de su política le llevaron al final de su reinado tras el fracaso de la Gran Armada contra Inglaterra, a un nuevo acuerdo por el que se creó un cuantioso servicio, el llamado de millones, que sería la base esencial de la fiscalidad castellana durante el s. XVII. Era un servicio administrado por las ciudades que controlaban las Cortes, lo que da lugar a la aparición de una hacienda del reino paralela a la del rey, que redundó en grandes beneficios para las oligarquías urbanas. Una de las peculiaridades de la constitución política castellana fue que el poder de negociación con la Corona nunca pasó a las Cortes, permaneciendo en las ciudades con derecho a enviar procuradores a dicha asamblea. Ello impediría a la larga la evolución institucional de esta y convirtió a Castilla en un reino “entendido como un agregado de ciudades”, dado el poder que acumularían. La castellanización de la Monarquía, consolidada durante el reinado de Felipe II, fue en detrimento de la integración de las elites políticas del resto de los territorios y de la idea que se tenía en ellos de la realidad conjunta, agravando la tensión centro-periferia. En algunos territorios la política del rey chocó con privilegios, leyes o instituciones autónomas, como ocurrió en los Países Bajos antes de su revuelta o en el reino de Aragón en 1591. El Rey actuó de forma enérgica para imponer su poder. 5. LA SEGUNDA FASE Y FIN DE LAS GUERRAS DE ITALIA Francia había conseguido la alianza del Papa Paulo IV y el Duque de Ferrara, con un proyecto de invasión del Reino de Nápoles frenado por el ataque del Duque de Alba a los territorios pontificios en septiembre de 1556. En 1557 Alba aniquiló al ejército francés del Duque de Guisa y obligó al Papa a firmar la paz. Una expedición desde los Países Bajos a Paris decidió la guerra, pues aquellos territorios ofrecían a España la ventaja estratégica de que los valles del Oise y del Aisne llevaban directamente a la capital francesa. El 8 de agosto de 1557, día de San Lorenzo, derrotó al francés en la Batalla de San Quintín, conmemorándolo en El Escorial. La guerra languideció en 1558 con operaciones como la toma francesa de Calais que estaba en manos de Inglaterra o la derrota de las tropas de Enrique II en Gravelinas por un ejército al mando del Conde de Egmont. En 1559 se firmó la Paz de Cateau-Cambrésis, un acuerdo fruto del agotamiento de los contendientes. Enrique II muere accidentalmente en 1559 y tras su desaparición se inician las guerras de religión, que mantendrán a Francia alejada del escenario internacional durante el resto del siglo. Cateau-Cambrésis consagró el fin de las guerras de Italia y la confirmación de la hegemonía española en la política europea. Italia en su conjunto se convertía en una especie de protectorado español, más allá de los territorios italianos que formaban parte de la Monarquía de Felipe II incrementados por los presidios de Toscana (una serie de islas y enclaves costeros de importancia estratégica en la ruta hacia Nápoles). Los territorios conquistados por Francia pasaban a sus antiguos dueños, aliados de Felipe II, Saboya y Piamonte; como Turín y Pinerolo, que serían posteriormente cedidos al Duque o Córcega a Génova. 66 Octavio Farnese vio reconocida su posesión del nuevo Ducado de Parma y Piacenza, consolidándose así la cesión que hiciera en 1545 el Papa Paulo III, que separó dichos territorios de los Estados de la Iglesia para constituir un dominio en manos de su hijo Pier Luigi, padre de Octavio. El Duque de Mantua obtuvo el Marquesado de Monferrato y Felipe II cedió Siena como feudo al Duque Cosme I de Medici. Aunque seguía amenazada por turcos y berberiscos, Italia entraba en una fase de relativa tranquilidad. En 1559 el dominio de Italia y la neutralización de Francia se añadían al fin de la lucha contra los protestantes (al no heredar Felipe II el titulo imperial, lo que ocurriera en Alemania solo lo afectaba indirectamente). Los tres enemigos del Emperador se reducían a uno solo, los turcos y sus aliados berberiscos. 6. LA LUCHA CONTRA LOS OTOMANOS Y BERBERISCOS En los años posteriores a Cateau-Cambrésis se reactivó el frente mediterráneo, llegando los ataques turcos hasta las Baleares (1558). Después de algunos fracasos como las expediciones contra Tremecén (1558) o el desastre ante Djerba (1560), se producen los éxitos de las defensas contra Dragut de Orán y Mazalquivir (1563), la recuperación del peñón de Vélez de la Gomera (1564), perdido ante los berberiscos en 1522, y especialmente la defensa de Malta frente a los turcos en 1565. Como en los años 30, se organizó una efímera liga contra los otomanos con el Papa Pío V, España, Venecia y Génova, disuelta después de la Batalla de Lepanto (1571). El vencedor de la batalla, D. Juan de Austria, recuperó Túnez (1573), que se perderá de nuevo en 1574. Pese a Lepanto los turcos mantenían firmemente el control del Mediterráneo oriental. Ambos contendientes querían cerrar aquel frente ante la emergencia de otros problemas. Para Felipe II la revuelta de los Países Bajos y para Selim II, la necesidad de defender sus fronteras frente a un nuevo ataque de los persas. En 1577 se pactó una tregua que se renovaría posteriormente. Así, a comienzos de los 70 se habían superado los 3 grandes frentes de tiempos de Carlos I. El frente mediterráneo pasó a un lugar secundario, dando inicio en Italia el período de Pax Hispánica que se extiende hasta el s. XVII. 7. LA REBELIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS La época de Felipe II fue la del inicio de la Contrarreforma. El Concilio de Trento terminó en 1563 y el cierre ideológico y la consolidación de posturas de las diversas creencias cristianas y la militancia intolerante de la mayoría de ellos llevó a un período definido como de confesionalización de la política, con el rey de España convertido en defensor del catolicismo. La religión fue una de las causas principales de los nuevos conflictos que marcarían su reinado, prolongándose hasta el s. XVII. Ella está detrás del enfrentamiento con sus súbditos protestantes de los Países Bajos, así como de la lucha posterior contra Inglaterra o de su intervención en las guerras de religión en Francia. Hubo también sentimientos nacionalistas, deseos de frenar la creciente soberanía hispana o, en el caso de Inglaterra, aspiraciones mercantiles en relación con las Indias. 7.1 LA ORGANIZACIÓN DE LOS PAÍSES BAJOS Los Países Bajos serán el gran problema de Felipe II hasta mediados del s. XVII. Eran un conglomerado de 17 provincias escasamente unificadas, una de las cuales, Flandes, se utilizaba para referirse al conjunto. Dos de las meridionales, los Ducados de Luxemburgo y Limburgo se encontraban casi separadas del resto por el principado independiente de Lieja, gobernado por sus obispos. Desde tiempo de Carlos V planteaban un problema político por la dificultad de establecer organismos de gobierno que permitieran una acción eficaz sobre el conjunto, situación que se agravaría cuando Felipe II los abandonó para regresar a España en 1559. 7.2 CAUSAS DEL CONFLICTO Los motivos de descontento eran muchos. La nobleza se sentía marginada del gobierno, la economía atravesaba serias dificultades por el desgaste sufrido, especialmente en el último período de la guerra contra Francia, los poseedores de renten (títulos de deuda equivalentes a los juros castellanos) se vieron perjudicados por la reducción de intereses que acompañó a la bancarrota de finales de los años 50, etc. Pero el problema principal era el religioso. Una parte de la población había sido ganada por la Reforma, sobre todo calvinista. El malestar de la nobleza se incrementó con la reorganización eclesiástica autorizada por el Papa en 1559, la cual preveía la creación de nuevos obispados y el desmembramiento de antiguas abadías y monasterios que afectaba a sus derechos de presentación y patronazgo. En 1566 se produce una revuelta y su solución militar y represiva contribuiría a consolidar las opciones nacionalistas y la adscripción religiosa. La represión lograría rescatar una parte y reducir la zona rebelde a las provincias del norte. El envío de una gran expedición militar al mando del Duque de Alba (1567) permitió a los españoles una serie de importantes victorias militares frente a las tropas rebeldes encabezadas por Guillermo de Orange. La acción militar estuvo acompañada por una fuerte represión, con la instauración de un organismo judicial extraordinario, el Tribunal de los Tumultos, que dictó numerosas condenas, y entre ellas la de los Condes de Egmont y Horn, decapitados en la plaza mayor de Bruselas (1568). La falta de dinero, la necesidad de atender el frente mediterráneo o el problema que supuso en España la revuelta de los moriscos granadinos (1568-71) frenaron las posibilidades de acabar con la rebelión. Se concedió un amplio perdón (1570) y el poder real pareció restablecerse al tiempo que se producía una reorganización eclesiástica en virtud de la cual se introdujeron 14 nuevos obispados creados por el Papa unos años atrás. En 1572 surgió de nuevo la revuelta apoyada en la capacidad naval de los marinos conocidos como gueux o mendigos del mar. El 1 de abril se apoderaron del puerto de Brielle en la desembocadura del Mosa, tras lo cual la 67 insurrección se extendió desde la ciudad de Flesinga en las bocas del Escalda, a las provincias del norte, suprimiendo el culto católico en cuantos lugares conquistaban. La dominación española se vio seriamente amenazada. Sólo el efecto de la matanza francesa de la Noche de San Bartolomé permitió salvar la situación facilitando al Duque de Alba el avance en las provincias del norte. El fracaso de la política militar más dura llevó a la destitución de Alba, sustituida por la política más conciliadora de Luis de Requesens (1573- 76), que tampoco logra avances sustanciales. Las dificultades del territorio, llano, aunque con numerosos cursos de agua (ríos y canales) y la existencia de buen número de fortificaciones modernas facilitaban la táctica defensiva. La experiencia inicial convenció a los rebeldes de la inconveniencia de enfrentarse en campo abierto al enemigo. La guerra evolucionaría hacia una lenta lucha de desgaste en la que predominaban los largos sitios de plazas, que consumían incansablemente hombres y dinero. La falta de dinero para pagar a las tropas sería casi crónica. La bancarrota de 1575 explica los motines de 1576 y el saqueo de Amberes con varios miles de muertos en noviembre de 1576. Rebeldes y leales a Felipe II llegaron al acuerdo de la Pacificación de Gante (1576), que pedía la marcha de las tropas y encomendaba a los Estados Generales la solución de los problemas religiosos. El hermanastro del Rey, D. Juan de Austria, llegó como sucesor del fallecido Requesens y aceptó tales condiciones y ordenó la salida de los Tercios en el Edicto Perpetuo de febrero de 1577. El poder se debilitó y D. Juan abandonó Bruselas en manos de Guillermo de Orange, con la aparición de personajes como el Archiduque Matías, al que los Estados Generales ofrecieron el cargo de Gobernador General. Felipe II decide el regreso del ejército, lo que permite a D. Juan retomar la iniciativa logrando vencer a las tropas de los Estados Generales en Gembleux (1578), lo que supuso la vuelta a la obediencia de buena parte de los territorios del Sur. La falta de dinero y los apoyos exteriores que recibían los rebeldes le impidieron mayores avances, muriendo en octubre de ese año en el sitio de Namur. En enero del año siguiente varias provincias católicas del Sur se agrupaban en la Unión de Arras (1579) y el mismo mes las influidas por los calvinistas constituían la Unión de Utrecht. Era un primer paso para la división de los Países Bajos cuyo hito fundamental será el Acta de Abjuración (1581), por el que las provincias calvinistas rompieron la lealtad que les unía a Felipe II. Alejandro Farnesio, duque de Parma, sustituyó a D. Juan de Austria y empezó a obtener victorias. A él se debe la reconquista de las provincias del sur con la toma de Brujas y Gante (1584) o Bruselas y Amberes (1585), junto con un avance importante en el norte donde conquista Eindhoven, Breda, Oudenaarde, Steenwijk, Zupthen o Nimega. 7.3 LA INTEGRACIÓN DE PORTUGAL La muerte en la batalla de Mazalquivir (1578) del Rey de Portugal, D. Sebastián, que con buena parte de la nobleza se había empeñado en una cruzada en Marruecos dejó el trono portugués en manos de su anciano tío, el cardenal D. Enrique, después del cual el trono quedaría vacante, con una serie de candidatos vinculados a los Avis, entre los que estaba el propio Felipe II. Tras la muerte en 1580 del Rey-Cardenal, Felipe II invadió Portugal y lo conquistó fácilmente frente a la débil oposición de las tropas del Prior de Crato. En 1581 las Cortes de Tomar ratificaron su acceso al trono y fijaron las bases constitucionales de la integración de Portugal en la Monarquía de España. Dos años después, el Marqués de Santa Cruz conquistaría las islas Azores, último reducto que mantenían los partidarios del Prior apoyados por Francia. La incorporación del Reino de Portugal con su imperio colonial en América, África y Asia convirtió a Felipe II en el primer soberano del mundo, el monarca en cuyos dominios no se ponía el Sol, no sólo por la presencia de tierras portuguesas en los 4 continentes, sino por la propia expansión española en territorios como las Islas Filipinas. 7.4 LA INTERVENCIÓN DE INGLATERRA Isabel I entró en el conflicto después de muchos años de apoyo solapado a los rebeldes. La intervención inglesa no cambió la situación y los éxitos de las tropas hispanas continuaron con la conquista de Venlo, Grave, Deventer y la provincia de Güeldres. El daño mayor provino de la decisión de Felipe II de organizar una armada para desembarcar en Inglaterra fuerzas terrestres del ejército de Flandes, lo que frenó la acción reconquistadora del Duque de Parma. 70 1.4 LAS RELACIONES CON LA IGLESIA El Concordato de 1516 incrementó los poderes del rey sobre la Iglesia, ya que adjudicaba al monarca el derecho de presentación de los candidatos, lo que suponía el nombramiento de los mismos (unos 80 obispos y 600 abades). El Papa se limitaba a otorgarles la investidura canónica. Todo ello a costa de la Iglesia francesa, que desde la Pragmática Sanción de 1438 elegía a los mismos a través de elecciones libres. A cambio el Papa pasaba a poder percibir tributos que antes se le negaban. Para evitar nuevos problemas, el rey sustrajo al Parlamento de París las competencias eclesiásticas, pasándolas al Grand Conseil. Al poner a disposición de la Corona gran cantidad de beneficios, el Concordato reforzó el interés de los reyes en el mantenimiento del statu quo, alejando de ellos la tentación de secularizar los bienes eclesiásticos en la línea iniciada por la Reforma. 1.5 EL PROBLEMA DEL GOBIERNO DEL TERRITORIO En 1500 existían 12 provincias a cuyo frente se situaban, como gobernadores, miembros de las principales familias de la nobleza. Con frecuencia estaban ausentes y eran sustituidos por lugartenientes. Sus poderes eran muy grandes, con atribuciones militares y de control de las autoridades locales y del orden público, entre otras. La Corona no se fiaba de ellos, ya que muchas familias nobles tenían un fuerte arraigo en determinadas provincias, con fortalezas, bienes rurales, rentas y amplias clientelas. Dicho dominio se veía incrementado frecuentemente por la sucesión hereditaria. Francisco I intentó reducir sus atribuciones y limitó dicho cargo a los territorios fronterizos. Sin embargo, los gobernadores se mantuvieron, lo que seguía dejando en sus manos un enorme poder. El problema se incrementaba a nivel local. El territorio del reino se dividía en un centenar de bailías y senescalatos, al frente de los cuales estaba el baile o senescal, (nobles locales que vivían en sus fortalezas y con gran poder a través de redes clientelares) al que asistía un consejo con funciones diversas, incluidas las del tribunal de justicia en apelación a las justicias locales de las circunscripciones menores, cuyos nombres variaban según la región. 1.6 LOS PARLAMENTOS La cúspide judicial estaba ocupada por los parlamentos, que se encargaban de la jurisdicción ordinaria. Ante la gran cantidad de asuntos que llegaban a ellos, en 1552 Enrique II creó los presidiaux, tribunales intermedios entre bailías y parlamentos. La existencia de parlamentos coincidía con los pays d’ etats, que mantenían mayor autonomía institucional que los pays d’elections. Además de funciones administrativas, judiciales y de policía, los parlamentos tenían una competencia importante, pues los edictos reales habían de ser registrados en ellos, lo que les confería una fuerza singular a través de su capacidad para formular remontrances (objeciones), que el rey podía superar mediante su derecho real de lit de justice. La preeminencia del parlamento de París se manifestaba en su condición de corte de apelación para buena parte del territorio francés, su competencia en la defensa de las prerrogativas de la justicia real y las libertades galicanas frente a los tribunales eclesiásticos, o su capacidad de vigilar la actuación de los funcionarios regios. Su principal poder se derivaba de la defensa de las leyes fundamentales del reino y la aspiración a representarlo en ausencia de los Estados Generales. Francisco I le prohibió entrometerse en los principales asuntos políticos (1527). 1.7 LA GESTIÓN DE LAS FINANZAS La administración de las finanzas estaba dividida entre las ordinarias (dominio real, regalías, derechos señoriales del rey) y las extraordinarias, que incluían la mayoría de los impuestos. De las primeras se encargaba el Tesoro, con 4 tesoreros, una corte o cámara (Cour de Trésor) para los asuntos contenciosos y una amplia serie de recaudadores de los diversos derechos. Las finanzas extraordinarias dependían de una administración distinta, con 4 generales de finanzas (uno por cada generalidad), asistidos por otros tantos receveurs généraux. Los miembros principales de ambas administraciones se reunían anualmente para formar una especie de Consejo, l’État Général des Finances que establecía algo similar a un presupuesto. Francisco I realizó una serie de reformas en la administración financiera tendente a unificar los organismos encargados de la Hacienda Real. En 1523 creó el Trésor de L’Épargne, que centralizaría todos los ingresos, incluidas las rentas del dominio. En 1542 dividió las 4 antiguas generalidades en 16, siendo 22 a finales de siglo. Se crearía en cada generalidad un bureau de finances, lo que mejoró el control de ingresos y gastos. Desde mediados de siglo aparece con una importancia creciente el superintendente de finanzas. De la jurisdicción financiera al más alto nivel se ocupaban las Chambres de Comptes (Cámaras de Cuentas) en París y las ciudades con parlamento, y las Cours des Aides (Cortes de las Ayudas), con la de París y en las provincias, sobre todo los pays d’états. Las finanzas ordinarias, procedentes del dominio real, aportaban una pequeña parte de los ingresos, cuya proporción se fue reduciendo ante la importancia progresiva de las extraordinarias. Lo principal de la recaudación procedía de impuestos diversos. El más importante era la taille, impuesto directo que aportaba cerca de 2/3 partes de la recaudación. Había grandes diferencias de unas zonas a otras, pero lo pagaban especialmente los campesinos, pues muchas ciudades estaban exentas. Originalmente esta imposición debían aprobarla los Estados Generales, pero como apenas se reunían su cuantía la fijaba el Consejo del Rey. Los principales impuestos sobre el consumo y la circulación de diversos productos eran las aides (ayudas), las traites (derechos aduaneros) y las gabelas (sal). La división en pays d’élections y pays d’états afectaba a la fiscalidad. El nombre de los primeros hace referencia a las subdivisiones de las generalidades existentes en tales territorios, en las que un funcionario (élu) se encargaba 71 de recaudar la taille y las aides. Los otros, en principio más autónomos, tenían estados provinciales con una cierta capacidad de aprobar la carga fiscal que se les atribuía, pese a la importancia decreciente de tales instituciones. Durante la Edad Moderna, en especial el s. XVII, los primeros se incrementarán respecto a los segundos. A pesar de las continuas subidas durante todo el siglo XVI, fueron incapaces de soportar los fuertes gastos de la Hacienda Real durante las guerras de religión. La extensión de la autoridad real por el territorio del reino crecía gracias a un amplio cuerpo de oficiales (12.000), que eran propietarios de sus cargos. Considerado un bien patrimonial, muchos vendían o transmitían los oficios a sus herederos. Existían también los comisarios, encargados de una misión o comisión específica y, por tanto, temporal, que reforzaban la capacidad de actuación del poder real. Muchos pertenecían al selecto grupo de magistrados de la Casa del Rey, conocidos como maîtres de requêtes (peticiones), que realizaban una importante labor al servicio del Consejo del Rey. 2. EL AVANCE DEL PROTESTANTISMO. CAUSAS Y CARACTERÍSTICAS DE LAS GUERRAS DE RELIGIÓN La temprana difusión del protestantismo en Francia conectaba con el fuerte matiz evangélico del Humanismo francés. Las obras de Lutero impresas en Alemania y Suiza circularon ampliamente y provocaron numerosas conversiones que no pudieron evitar ni la Condena de la Sorbona (1521), ni las leyes de los parlamentos contra la herejía, ni la decidida política antiluterana de los reyes (matizada, ya que al principio Francisco I lo permitió y sólo persiguió activamente a los reformados a partir de 1536, en contraste con el apoyo que prestaba a los protestantes alemanes frente a Carlos V). Su hijo Enrique II continuará dicha política creando un tribunal específico, la Cámara Ardiente, que mandó a la hoguera a buen número de víctimas. La reforma protestante tuvo su figura en Francia en la persona de Juan Calvino, especialmente a partir de 1540, cuando la difusión de sus doctrinas aportó a sus seguidores una organización eclesial que aumentó las adhesiones, así como una notable capacidad de desafío, manifiesta en hechos como la propagación de sus creencias o la realización de actos iconoclastas. A finales de los años 50 había en Francia cerca de un millón de calvinistas, pertenecientes a grupos sociales muy variados, sobre todo en París y regiones periféricas del oeste y el sur: Normandía, Guyena, Languedoc, Provenza, Delfinado o Béarn. En 1559 comenzó el camino hacia la organización de los calvinistas: las iglesias locales se reunieron en una asamblea nacional en la que adoptaron la Confesión de Fe de La Rochelle y una Disciplina Eclesiástica, que regulaba el funcionamiento del calvinismo francés, con iglesias locales autónomas, sínodos provinciales anuales y un sínodo nacional cada dos años. Para defenderse se organizaron políticamente y pronto se les denominó hugonotes, deformación de eidgenossen (juramentados), término con el que se conocía en Ginebra a la agrupación de quienes defendían la independencia frente a Saboya. A la crisis religiosa se unirá la crisis económica. A finales del reinado de Enrique II, en 1558, se produce una bancarrota como consecuencia de los grandes gastos bélicos de los años anteriores. Las guerras de religión sumirán a Francia en una gran crisis. Entre 1562 y 1598 hubo 8 guerras sucesivas enormemente violentas con represión por ambas partes, saqueos de iglesias y furia iconoclasta de los hugonotes. La inestabilidad del poder real con el acceso sucesivo al trono de los hijos de Enrique II y Catalina de Medici, los dos primeros en edad temprana, contribuyó a agravar la situación a lo que contribuiría la inexistencia de una clara línea de actuación por parte de la Corona. El enfrentamiento esencial se produjo entre católicos que deseaban mantener la unidad de la fe y los hugonotes. El conflicto escondía también la resistencia de numerosos nobles al crecimiento del poder real, luchas entre linajes y clanes, ambiciones sobre los bienes de la Iglesia y otras motivaciones. Lo peor estaría por llegar a finales del siglo XVI con la desaparición de la Casa Valois en 1589. 3. LAS PRIMERAS GUERRAS: LOS REINADOS DE LOS ÚLTIMOS VALOIS (1562-89) 3.1 LA PRIMERA GUERRA (1562-63) La muerte inesperada de Enrique II en julio de 1559 dejó el trono en manos de su hijo Francisco II, de 15 años y enfermizo, en un momento muy delicado, con el calvinismo a las puertas y enormes apoyos incluso entre los nobles. Influido por su esposa María Estuardo, Francisco II dejó el poder en manos de los tíos de ella, el Duque Francisco de Guisa, libertador de Calais, y Carlos, Cardenal de Lorena. María, Reina de Escocia desde 6 días después de su nacimiento (1542) era sobrina de ambos, María de Guisa, que actuaba como regente de su hija en el trono escocés. Los dos continuaron la política de represión de la herejía iniciada por Enrique II, aunque sin la autoridad de este. Su ascenso político contribuyó a la crisis, por el malestar de la nobleza francesa, en especial de los hugonotes como Antonio de Borbón, rey consorte de Navarra (por su esposa Juana de Albret) o su hermano Luis, Príncipe de Condé, y otros altos nobles, como el Condestable Anne de Montmorency, consejero de Enrique II, cuyos sobrinos, el Cardenal Odet de Chatillón, el Almirante Gaspar de Coligny o el hermano menor de ambos, François d’Andelot se inclinaban hacia la Reforma. La oposición llevó a la conjuración de Amboise, organizada por diversos cabecillas protestantes con la colaboración de los dos Borbón. El objetivo era expulsar del poder a los Guisa, que la descubrieron a tiempo y la reprimieron con violencia (marzo de 1560). Sospechosos además de promover la agitación que comenzaba a percibirse en dos regiones del sudeste, Delfinado y Provenza, el rey de Navarra y Condé fueron llamados a la Corte y el segundo condenado a muerte, aunque la condena no llegó a ejecutarse por la muerte del joven rey, que alejó del poder a los Guisa y calmó el clima de violencia. En nombre del nuevo monarca, Carlos IX, ejercería la regencia su madre, la reina viuda de Enrique II, Catalina de Medici. Su principal colaborador fue el Canciller Michel de l’Hôpital, partidario de buscar salidas a la oposición entre 72 católicos y protestantes. Se iniciaba un período de reconciliación con el nombramiento de Antonio de Borbón como lugarteniente general del reino y la convocatoria de los Estados Generales, que se iniciaron en diciembre de aquel año en Orléans. Este periodo volvió a facilitar la expansión del protestantismo. En enero de 1562 fracasó un coloquio entre ambos credos convocado en Poissy. Catalina de Medici decidió conceder a los protestantes la libertad de culto público en el exterior de las ciudades amuralladas, así como la celebración de reuniones privadas dentro de sus muros. Esta tolerancia levantó en contra a los católicos más radicales, la familia de Guisa, que se reconcilió con Montmorency y el Mariscal de Saint-André formando un triunvirato. El 1 de marzo de 1562 un incidente desencadena la guerra. El Duque de Guisa disolvió una reunión de protestantes que se celebraba en una granja cerca de Vassy, dejando entre ellos numerosos muertos y heridos. Cuando llegó a París fue recibido con entusiasmo por la población. Deseoso de controlar su política, el triunvirato trasladó al rey y a la reina madre desde Fontainebleau a París, lo que Condé interpretó como un atentado a la libertad del rey, por lo que el 8 de abril se levantó en armas. Se iniciaba la primera de las guerras. Los protestantes se apoderaron de una serie de ciudades, ayudados por la alianza de Isabel de Inglaterra. Antonio de Borbón murió en el asedio de Rouen y el Duque de Guisa fue asesinado por un hugonote en el sitio de Orleans. La reina madre se aprovechó de la caída de líderes de ambos bandos para pacificar el país mediante el edicto de Amboise (marzo de 1563); con menos libertades para los protestantes, aun así, produjo varios años de paz, durante los cuales Carlos IX accedió a la mayoría de edad y realizó un viaje de 2 años por todo el reino acompañado de su madre, entrevistándose en Bayona con su hermana Isabel, esposa de Felipe II. La revuelta de los Países Bajos y el comienzo de la represión del Duque de Alba cambiarán las cosas. 3.2 LA SEGUNDA GUERRA (1567-68) El desencadenamiento de la guerra en 1567 fue el intento del Príncipe de Condé de poner bajo su control a la familia real, a lo que reaccionaron los católicos, entre ellos la reina Catalina de Medici. Los dos hechos más significativos de la segunda guerra fueron la muerte en batalla del Mariscal Montmorency y la ayuda prestada a los hugonotes por Juan Casimiro, hijo del elector del Palatinado. La Paz de Longjuneau (marzo de 1568) confirmó el Edicto de Amboise. La caída de un moderado como el Canciller de l’Hôpital, representante de los llamados políticos que buscaban la reconciliación por encima de las diferencias religiosas anunció un recrudecimiento del conflicto. Comenzarían a formarse las primeras ligas o agrupaciones de católicos intransigentes. 3.3 LA TERCERA GUERRA (1568-70) La tercera guerra se inicia en septiembre de 1568. Sus hechos suceden en la zona occidental del reino. Los hugonotes son derrotados en varias batallas como Jarnac (donde murió Condé) o Moncontour, pero los católicos no logran imponerse. La reina madre inició las negociaciones que llevaron a la Paz de Saint-Germain (agosto de 1570), favorable a los hugonotes, a quienes se concedieron durante 2 años 4 plazas de seguridad, entre ellas La Rochelle, que era su principal plaza fuerte. 3.4 LA MATANZA DE SAN BARTOLOMÉ Carlos IX, con 20 años, deseaba librarse de la tutela materna y se acercó a los hugonotes siguiendo las insinuaciones de Luis de Nassau, uno de los nobles que lideraban la revuelta de los Países Bajos, quien deseaba alejarle de la influencia española y comprometerle a favor de los rebeldes flamencos. También era partidario de la intervención en Flandes el Almirante Coligny, nuevo miembro del Consejo y con un influjo creciente ante Carlos IX, convencido de que una empresa exterior contra Felipe II podía unir a católicos y protestantes. La reina madre y los líderes católicos organizaron un atentado para eliminar al Almirante, en el que resultó herido. Se trataba de una ocasión especial, con numerosos nobles protestantes reunidos en París para asistir a la boda del Borbón Enrique de Navarra con Margarita (Margot), hermana del Monarca, acordada dentro del acercamiento posterior a la Paz de Saint- Germain. Los dirigentes hugonotes pidieron justicia. La reina, con la colaboración de otro de sus hijos, el Duque de Anjou, futuro Enrique III, el Duque de Guisa y otros cabecillas católicos, decidió eliminarlos. Carlos IX asustado por las noticias de un complot anticatólico, dio su aquiescencia final ordenando el asesinato de Coligny y otros destacados hugonotes. Dos días después, en la madrugada del 24 de agosto de 1572, se produce en París la matanza de la Noche de San Bartolomé. La matanza fue mucho más allá, a causa de que las milicias urbanas, movilizadas para mantener el orden, trataron de acabar con todos los protestantes de la ciudad. Murieron unos 2.000 y las matanzas se repitieron en algunas otras ciudades siguiendo las órdenes enviadas desde la Corte. La causa oficial fue la acusación de que proyectaban un atentado contra el Rey. Entre las consecuencias de esta matanza están los avances en la organización política de los territorios dominados 75 TEMA 8 – INGLATERRA. CENTRALIZACIÓN POLÍTICA Y RUPTURA CON ROMA 1. LA GUERRA DE LAS DOS ROSAS Y LA CUESTIÓN DINÁSTICA La Guerra de las Dos Rosas fue un violento y prolongado conflicto sucesorio (1455-1485) que escondía el malestar y la frustración creados entre la nobleza feudal por la derrota en la Guerra de los 100 Años y con la que concluyó la Edad Media en Inglaterra. Iniciada al final del reinado del desequilibrado Enrique VI, de la Casa de Lancaster, que fue destronado y encarcelado en la Torre de Londres (1461), la guerra enfrentó a las Casas de Lancaster y York cuyos emblemas eran una rosa roja y una blanca. El conflicto fue favorable inicialmente a la Casa de York, pero concluyó con la elevación al trono de una tercera familia, los Tudor, cuando Enrique Tudor venció en la Batalla de Bosworth (1485) a Ricardo III, que resultó muerto. Su matrimonio con Isabel de York, hija del hermano y predecesor de Ricardo, Eduardo IV, puso las bases de la reconciliación entre los bandos enfrentados. Con Enrique VII (1485-1509) se inicia la dinastía Tudor que reina en Inglaterra durante el s. XVI. La guerra redujo el número de miembros de la gran nobleza, extinguiendo numerosas familias, lo que facilitó la tarea pacificadora de Enrique VII. Sólo la nobleza del norte de Inglaterra mantenía aún un gran poder territorial. 2. LAS REFORMAS POLÍTICAS DE ENRIQUE VII (1485-1509) 2.1 GOBIERNO E INSTITUCIONES Pese a incluir el principado de Gales, el reino de Inglaterra no dominaba los territorios del norte, el reino independiente de Escocia. El monarca inglés era rey de Irlanda, aunque su dominación efectiva a comienzos de los tiempos modernos no iba más allá de la zona costera conocida como The Pale, en torno a Dublín, en la que un Lord lugarteniente llamado Lord Diputado representaba al monarca, que contaba con un Consejo Real irlandés y ocasionalmente convocaba un parlamento. Al igual que otras monarquías, en Inglaterra dos instituciones controlaban el poder, la Casa del Rey y el Consejo. 2.1 La Casa del Rey Constituía el entorno personal del monarca y se dividía en dos partes que reflejaban los dos espacios existentes en los palacios reales: el privado o Chamber (Cámara) a las órdenes del Gran Chambelán, y el público o de servicio, que constituía la Household, encabezada por el Mayordomo Mayor. Con Enrique VII se diferenció en los palacios reales un espacio más estrictamente privado, que daría origen a una subdivisión de la Cámara Privada, principal centro del poder de la Casa del Rey. A finales de la segunda década del s. XVI se creó la figura del gentleman de la Casa Privada. 2.2 El Consejo Era la institución que permitía a los nobles y altos personajes del reino asistir al rey en sus tareas de gobierno, en cumplimiento de su deber de consilium. Organismo poco reglamentado, entraban en él altos nobles y eclesiásticos, los grandes oficiales del reino de origen medieval (Canciller, Tesorero, Guardián del Sello Privado), así como quienes ocupaban los principales cargos. Sus funciones gubernativas eran muy amplias, incluida la judicial como tribunal superior del reino. Enrique VIII reguló su funcionamiento de una forma más moderna y efectiva en torno a 1540, limitando el número de miembros a 19, que se reunían diariamente, convirtiéndose en el Privy Council (Consejo Privado) del monarca, dominado en aquellos años por la alta nobleza. Enrique VIII creó también la figura del Secretario de Estado que tendrá un papel creciente con Isabel I, perdiendo importancia figuras de origen medieval como el Canciller o el guardián del sello (Lord del Sello Privado). 2.3 La administración de justicia La cúspide judicial estaba representada por 3 grandes tribunales que actuaban en Westminster: la Court of Common’s Pleas (Tribunal de los Pleitos Comunes) para asuntos civiles, la Court of King’s Bench (Tribunal del Rey) para los criminales, y el Exchequer (Tribunal del Tesoro) para los financieros, a cuyo frente se reforzó, durante el reinado de Isabel I, la figura del Lord Tesorero. Había surgido una jurisdicción dependiente del Canciller, la Court of Chancery, que se ocupaba de los poderes discrecionales, privilegios e inmunidades legales reservadas al rey y de la que dependían las Prerrogative Courts. Otras dos nuevas Cortes complicaron en el s. XVI la estructura judicial: la Star Chamber (Cámara Estrellada) y la Court of High Commission (Tribunal de la Alta Comisión). La primera, creada por Enrique VIII, era una especie de alto tribunal de seguridad que se convirtió en el instrumento de la represión religiosa y política de aquellos años. La segunda, instituida por Isabel I al comienzo de su reinado, habría de ser el máximo tribunal eclesiástico con una importante función represiva. 76 La administración de finanzas dependía del Exchequer (Tesorería). Enrique VII redujo sus competencias a los ingresos procedentes de las aduanas, poniendo bajo la dependencia de la Cámara los que provenían del patrimonio real. Las rentas ordinarias eran la base esencial de la Hacienda. Las extraordinarias habían de ser aprobadas por el Parlamento, que el rey procuraba no convocar. Se financiaba así con los ingresos procedentes del dominio, derechos aduaneros que el Parlamento le había concedido de forma vitalicia, sedes episcopales vacantes, derechos recaudados por la administración de justicia, derechos feudales, multas de justicia, confiscaciones… Enrique VIII incrementó fuertemente los ingresos de la Corona. Reorganizó la administración del patrimonio real, sobre todo las tierras, aumentó las rentas de las aduanas o reforzó la eficacia en la recaudación de otros derechos. 2.4 El Parlamento El Parlamento, procedente de la Curia Regis creada el s. XI, constaba de dos Cámaras desde el s. XIV: los Lores y los Comunes, que reunían respectivamente a los principales miembros de los dos estamentos y a un grupo más amplio representado esencialmente por pequeña nobleza y sectores intermedios. La mayor importancia la tenían los Lores entre los que a finales del reinado de Enrique VII predominaban los llamados lores espirituales (49) frente a 43 nobles. Los Comunes era una asamblea con 74 knights (caballeros), dos por cada uno de los 37 condados, elegidos por los freeholders (propietarios libres) y 224 diputados de los burgos, elegidos por los habitantes inscritos en los registros de impuestos locales. No todas las ciudades o localidades tenían tal derecho, sólo aquellas a las que los reyes habían concedido dicho privilegio, cuya lista no cambiará desde Isabel I hasta 1832. Tenía un papel menor. Sólo uno de los miembros, el speaker podía tomar la palabra y no se levantaba acta de sus intervenciones. El rey controlaba ampliamente el Parlamento, pero la fuerza de este radicaba en dos prerrogativas. La primera, que ninguna contribución extraordinaria ni ningún nuevo tributo podía imponerse sin su consentimiento y la otra que las leyes aprobadas en su seno eran superiores al resto. Con los primeros Tudor tuvo un escaso papel y la iniciativa legislativa estuvo en manos de la Corona, la cual solicitaba al Parlamento su ratificación, no siempre sencilla. Enrique VII sólo lo convocó en 7 ocasiones. Enrique VIII incrementó su actividad e importancia a causa de la necesidad del rey de buscar su apoyo en el cisma frente a Roma. Isabel I lo convocó en 13 ocasiones en sus 45 años de reinado, desconfiando de los Comunes. El autoritarismo real era grande y la reina lograba imponer sus decisiones. Durante la fase final de reinado, coincidiendo con el empeoramiento de la situación económica, la oposición del Parlamento fue mayor. 2.5 La organización territorial La pieza básica de la organización territorial era el condado. El rey de Inglaterra disponía de bastantes menos oficiales a su servicio que los monarcas franceses. Dependía de los nobles, especialmente los miembros de la gentry, que ocupaban los principales cargos del condado, sheriff y justice of peace (Juez de Paz). Los primeros, procedentes de la conquista normanda, tenían amplias atribuciones gubernativas y judiciales, mientras que los segundos eran una especie de comisarios, titulares de una misión encomendada por un tiempo limitado. Los sheriffs se convirtieron en figuras honoríficas frente a los jueces de paz. 3. ENRIQUE VIII (1509-47). REFORMA Y EMPIRE Uno de los reyes más preparados de la historia Moderna de Inglaterra, sin embargo, en sus primeros años se despreocupó del gobierno, mientras el culto, refinado y renacentista Cardenal Wolsey, arzobispo de York y Canciller del Reino, dominaba el Consejo, sólo contrarrestado desde la Cámara Privada por los favoritos del rey, varios de los cuales logró sustituir por gentes afines en 1519. 3.1 EL CISMA A partir de 1527 la política inglesa se ve inmersa en un enfrentamiento con el Papa, cuyo desencadenante fue el deseo de Enrique VIII de separarse de su esposa, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, para casarse con Anne Boleyn (Ana Bolena). En la decisión del monarca influía el deseo de tener un hijo varón y el temor a una posible maldición bíblica al ser Catalina la viuda de su hermano Arturo, estimulado por varios abortos e hijos frustrados habidos años atrás en su matrimonio. El conflicto con Roma incidía en una Inglaterra donde en el siglo XIV, John Wyclif, había introducido nuevas ideas religiosas encaminadas a la Reforma, proseguidas por los humanistas, como Tomás Moro que en 1516 escribe Utopía, un alegato a una nueva iglesia humanista y tolerante, con los sacerdotes (incluido las mujeres) elegidos por los fieles. En este ambiente religioso se habían extendido círculos luteranos clandestinos como el de Cambridge. A ello hay que añadir la fuerza del anticlericalismo, la mala imagen que tenía en Inglaterra la figura del Papa y las críticas a la riqueza de la Iglesia, trasmitida en Inglaterra desde la Edad Media por los lolardos, perseguidos en Europa y asentados en suelo inglés. No es de extrañar por tanto el amplio respaldo al rey en la cuestión del divorcio, que pese a ello no parecía fácil de conseguir (no había causas, como la más habitual, que era la falta de consumación del matrimonio). La reina era además tía de Carlos I que, pese a tratarse de un aliado habitual, difícilmente vería con buenos ojos la pretensión del monarca inglés. Desde finales de los años 20 el divorcio se convirtió en el asunto prioritario de la política inglesa, al tiempo que las disputas religiosas incidían en la lucha faccional, debilitando en el Consejo y en la Cámara el poder de Wolsey, y consiguiendo Ana Bolena introducir partidarios y familiares en ambas instancias. Un acontecimiento internacional, la victoria del bando imperial en Italia y la firma de la Paz de Cambrai (1529) acabó 77 con las posibilidades de que el Papa Clemente VII autorizara el divorcio, lo que provocó la caída del Cardenal Wolsey (1529). Pasaron a primer plano personajes como el humanista Tomás Moro, nuevo Canciller, el eclesiástico Thomas Cranmer, ganado por la Reforma Luterana, y Thomas Cromwell, de origen humilde e influido por ideas evangélicas, que será Secretario de Estado desde 1532. A continuación, el Parlamento aprobó diversas acts (leyes) propuestas por Cromwell que limitaban el poder del Papa sobre la Iglesia de Inglaterra, incrementando el del rey, como el Acta de Restricción de Apelaciones (1533). Cranmer, nuevo arzobispo de Canterbury, declaró nulo el matrimonio del monarca y confirmó el que había celebrado en secreto con Ana Bolena, que estaba embarazada (1533). Clemente VII negó la anulación y excomulgó al rey (1534). En 1534 Enrique VIII logró que el Parlamento aprobara el Act of Supremacy (Ley de Supremacía) por el que la Iglesia de Inglaterra (Anglicana Ecclesia) se separaba de la obediencia de Roma y el rey era nombrado jefe supremo de la misma. Otras leyes del Parlamento obligaron a prestar diversos juramentos de fidelidad al rey y declararon traidor a quien negara la supremacía eclesiástica del monarca o le acusara de hereje. En ese momento comenzará una limpieza de católicos en Inglaterra. El obispo de Rochester, John Fisher, y Tomás Moro, que en 1532 había dimitido como Canciller, se negaron a aceptar el Act of Supremacy por lo que fueron condenados a muerte y decapitados (1535). Las resistencias fueron escasas en el clero secular, pero abundaron entre monjes y frailes, más dependientes de Roma, sobre todo cartujos y franciscanos reformados. Los más significativos, incluidos algunos abades, fueron ejecutados y descuartizados mientras que varios centenares pagaron la oposición con la cárcel u otras penas. En las regiones del norte, más alejadas de Londres, se dio una resistencia católica más decidida, en la que se mezclaba el descontento o la incertidumbre de los campesinos que trabajaban la tierra de la Iglesia ante los cambios de propiedad provocados por la desamortización de bienes eclesiásticos. Las más importantes fueron las rebeliones que confluyeron en la Pilgrimage of Grace (Peregrinación de Gracia, 1536-37) dirigida por Lord Darcy y Robert Aske o la encabezada por Thomas Kildare en Irlanda, que fueron reprimidas de forma sangrienta. El personaje más poderoso de la Corte era Cromwell. Ana Bolena tenía un poder notable que resultaría efímero pues sus enemigos alentaron el matrimonio del rey con Jane Seymour (1536). Cromwell supo desligarse a tiempo de la reina y acercarse a los contrarios al divorcio como María Tudor o el embajador imperial Eustace Chapuys, a quien le unía su opción exterior favorable al Emperador frente a la inclinación francesa de Ana Bolena, quien, acusada de traición por adulterio, fue ejecutada en 1536, meses después de que muriera Catalina de Aragón. Algunos partidarios de Ana sufrieron la misma suerte. Cromwell se alejó de las gentes cercanas a la política imperial. María Tudor se vio forzada a reconocer la disolución del matrimonio de su madre y su propia bastardía. Más adelante, acusados de traición, fueron ajusticiados los miembros de dicho sector: el Marques de Exeter (Henry Courtenay), Sir Edward Neville y Sir Nicholas Carew. Cromwell lo controlaba todo. Él y sus gentes procedían de la burocracia, frente a muchos de los nobles que había eliminado. A finales de la década de los 30 ocupó la presidencia de la Cámara Privada y el cargo de Lord Gran Chambelán, pero la oposición que le derribaría vino de los aristócratas cada vez más fuertes en el Consejo. El motivo fue el descontento del rey con su cuarto matrimonio, con la protestante alemana Ana de Cleves (Cléveris), que había sido organizado por él con la colaboración del arzobispo Cranmer, quien poco después lo anularía a petición del monarca. Un grupo aglutinado por el Duque de Norfolk y el Obispo de Winchester, Stephen Gardiner, denunció sus manejos, acusándole de negar la presencia real en la eucaristía, lo que le llevaría al patíbulo (1540). Dos años después, acusada de infidelidad por Cranmer y los evangélicos sube al patíbulo la quinta esposa del rey, Catherine Howard. Celebrará un sexto matrimonio con Catherine Parr, que le sobreviviría. Las medidas adoptadas por la Iglesia de Inglaterra en tiempos de Enrique VIII fueron más un cisma que una cuestión doctrinal o dogmática. Inglaterra no se adhería a la Reforma, sino que por una cuestión política se separaba del tronco común de la Iglesia Católica encabezado por el papa. Tras una postura inicial cercana a la Reforma, el rey evolucionó hacia una vuelta al catolicismo, aunque manteniendo siempre la separación de Roma. El primer período se manifestó en los llamados Diez Artículos (1536) y en un catecismo, La instrucción del cristiano o Libro de los Obispos, ambos inclinados moderadamente hacia el protestantismo, que se complementaron con medidas como la supresión del latín en la liturgia, la orden de que la Biblia en inglés se pusiera a disposición de los fieles (1537) o las directivas y órdenes de la jerarquía eclesiástica tendentes a acabar con las imágenes y el culto a los santos, las reliquias, peregrinaciones o procesiones. Cromwell y Cranmer, cada uno en sus sectores, fueron los impulsores de la Reforma, pero el rey frenó algunas de sus propuestas. El regreso al catolicismo fue posterior a la caída de Cromwell y estuvo marcado por la influencia creciente del obispo Gardiner, enemigo de la Reforma, y por hechos de carácter internacional como la vuelta al entendimiento con Carlos V frente a Francia. Su expresión doctrinal fueron los Seis Artículos de diciembre de 1539, que afirmaban la transubstanciación, imponían el celibato sacerdotal y daban marcha atrás en otra serie de cuestiones. Frente al catecismo anterior se adoptó el llamado Libro del Rey (1543) que obligaba al culto a la Virgen y los santos. La lectura de la Biblia se restringió, prohibiéndose a las mujeres y a las gentes sin una amplia formación, al tiempo que los tribunales condenaban a un lado y a otro, desde personas que negaban la supremacía del rey sobre la Iglesia de Inglaterra a luteranos e incluso a algún seguidor de Zwinglio. Los primeros fueron condenados a la horca por traidores y los otros a la hoguera por herejes. 4. EDUARDO VI (1547-53) Y MARÍA TUDOR (1553-58): LA AMBIVALENCIA CONFESIONAL 4.1 EDUARDO VI Y LA REGENCIA PROTESTANTE Tras las pocas o inexistentes diferencias doctrinales, había un trasfondo económico: una de las causas del 80 En política exterior, el hecho fundamental fue el tardío enfrentamiento con España, después de años de ayudar, no siempre de forma encubierta, a los rebeldes de los Países Bajos y a los hugonotes, o de proteger las agresiones al comercio hispano con América. Se producen los ataques de Drake a Vigo, las islas de Cabo Verde, Santo Domingo y Cartagena de Indias. Desde 1583 el Marqués de Santa Cruz propone a Felipe II una intervención contra Inglaterra, origen de la fallida expedición de la Gran Armada de 1588. La acción de Drake en Cádiz donde hunde algunos navíos y la ejecución de María Estuardo por su participación en un complot contra la reina, ambos en 1587, ratificaron la decisión de Felipe II. Al final, la reacción nacional contra el ataque exterior acabó asociando el odiado papismo con Felipe II y España, lo que supuso un reforzamiento del anglicanismo. 6. ECONOMÍA Y SOCIEDAD En la Guerra de las Dos Rosas desapareció un número elevado de miembros de la gran nobleza. Su poder seguiría siendo importante en el norte, pero la mayoría de sus miembros fueron castigados tras las rebeliones del Pilgrimage of Grace (1536-37) o la de los Condes (1569) y la ejecución del duque de Norfolk (1572). Todo ello sancionó la crisis del feudalismo y favoreció el fortalecimiento de sectores intermedios, al amparo de una coyuntura económica favorable. 6.1 EL MUNDO RURAL. LA AGRICULTURA Y LOS ENCLOSURES Uno de los efectos de dicha coyuntura fue la generalización de los enclosures o cerramientos de campos de cultivo, muchos de los cuales pasaron a dedicarse a pastos para el ganado de sus propietarios, evitando con el vallado que fueran sometidos a usos colectivos como el pasto comunitario durante el barbecho o tras la recogida de la cosecha. Estaba en marcha un doble proceso que estimulaba a los propietarios de la tierra a incrementar sus beneficios y, por otra, trataba de estrechar la relación entre la producción y el mercado (cereales o lana según la demanda). Las consecuencias fueron muchas, y entre ellas, el interés de la nobleza por la producción de sus tierras, el acceso a la propiedad rústica de gentes con dinero procedentes en muchos casos de la ciudad, el desarrollo en el mundo rural de un sector social intermedio —la gentry—, la decadencia de las tierras y usos comunales o el empobrecimiento y la huida a la ciudad de los campesinos más desfavorecidos. Las desamortizaciones eclesiásticas favorecieron una enorme transferencia de propiedad, que incrementó el movimiento favorable a los enclosures. Colaboradores de Enrique VIII o Eduardo VI, nobles, gentilhombres rurales, burgueses y gentes de la ciudad e incluyo yeomen (propietarios y arrendatarios rurales con cierta capacidad económica) se hicieron con tierras por donación real o por compra, lo que reforzó la gentry, que se convertiría en un firme apoyo de la Corona y la Iglesia de Inglaterra. Muchos de los campesinos, empobrecidos, hubieron de emigrar a la ciudad lo que incrementó el descontento social, mientras la desaparición de conventos y monasterios implicó la crisis de todo el sistema asistencial basado en la caridad. La asistencia pasó a ser regulada por el Parlamento, con las leyes de pobres que crearon uno de los primeros sistemas nacionales de atención a la pobreza —la primera en 1536—. El empeoramiento general de la situación económica a finales del reinado de Isabel I (malas cosechas, deterioro de la situación de los grupos sociales más desfavorecidos…) obligó a promulgar nuevas leyes de pobres (1597), que organizaron la asistencia desde las parroquias, gracias a una tasa instituida al efecto. 6.2 EL COMERCIO La pañería conoció un fuerte desarrollo sobre todo a partir de la paz. Se incrementó el comercio marítimo favorecido por el aumento experimentado por la flota mercantil durante el reinado de Enrique VII. En 1504 el rey encargó a los Merchant Adventurers (Comerciantes Aventureros) la difusión exterior de los valiosos tejidos ingleses. Las dos primeras Actas de Navegación (1485 y 1489) concedieron a los barcos y tripulaciones inglesas el monopolio de la importación de vino y otros productos, iniciando un camino proteccionista que habría de ser decisivo para el desarrollo inicial de la producción y el comercio marítimo de Inglaterra. La ambición expansiva de los marinos ingleses los llevó a buscar nuevos mercados. El mayor éxito fue el del buque mandado por Richard Chanceller, perteneciente a una de las varias compañías de Merchant Adventurers, fundada en Londres en 1551. Tras bordear los mares de la Península Escandinava llegó a la desembocadura del Druina (1554), en el mar Blanco, donde los comerciantes establecieron una factoría que será el origen de Arkhangelsk. Era una región recientemente incorporada a Moscovia por Iván IV. Al año siguiente los mercaderes implicados constituyeron la Moscovy Company o Russia Company que conectaría dicha factoría con el mercado de Moscú. Posteriormente sus miembros intentarían llegar a China por tierra desde Moscú y a Persia a través del Volga y el mar Caspio. Fue el antecedente de otras compañías de comercio como la English Levant Company para el comercio con el Imperio Turco (1581), la East India Company (1600) y las posteriores del s. XVII. El comercio marítimo de Inglaterra se basaba en el dominio de las pesquerías atlánticas y en su relación mercantil desde finales del s. XIII con las economías del Mediterráneo Occidental y los puertos ibéricos. Ello le permitió aprovecharse de los productos que afluían a Sevilla y Lisboa, para incrementar sus intercambios entre distintas zonas europeas de economías complementarias. 81 TEMA 9 – OTROS ESTADOS EUROPEOS 1. EL IMPERIO Y OTROS PODERES EUROPEOS La tendencia general en Europa fue el reforzamiento de los poderes principescos, de reyes o príncipes soberanos de menor rango (duques y otros) en un camino hacia el absolutismo que se completará los s. XVII y XVIII. Fuera de él quedaban las repúblicas existentes, la mayoría en Italia (Venecia, Génova, Lucca, etc.), en las que el poder siguió en manos de los patriciados urbanos. 2. EL IMPERIO: ORDEN CONSTITUCIONAL Y TENSIONES CONFESIONALES En este contexto el Imperio era una realidad política del pasado, que sobrevivía por el prestigio que emanaba tanto de la superioridad jerárquica en la cristiandad como de la memoria de períodos más gloriosos de su historia. 2.1 COMPOSICIÓN DEL IMPERIO 2.1.1 Territorios Integrados Se trataba de un rompecabezas territorial, en el que sus componentes buscaron soluciones diversas. Según Gerhard Köbler, en 1489 eran en total de 330 unidades políticas distintas, a las que habría que añadir pequeñas posesiones de caballeros que no dependían más que del emperador, repartidas entre Suabia, Franconia y la zona del Rin, componentes de mayor o menor envergadura y soluciones políticas diversas provenientes de la realidad feudal anterior: principados, principados eclesiásticos, abadías, ciudades libres en manos del patriciado mercantil, y minúsculos estados caballerescos. Los de primer orden comprenden alrededor de un centenar de principados laicos, unos 130 principados (ducados, condados, etc.), de importancia variable, como el Palatinado dividido en dos territorios separados (alto y bajo), Baviera, Württemberg, las dos Sajonias, Meklemburgo o Brandemburgo. Además, había 43 principados eclesiásticos, 50 abadías y 4 dependencias de la Orden Teutónica. Los principales obispados se hallaban en el NE (Magdeburgo, Minden, Halberstadt, Padernborn, Münster), el Rin (Maguncia, Colonia, Tréveris) o Franconia (Bamberg, Würzburg). Las ciudades libres eran 74 y predominaban en Renania o Suabia, destacando entre ellas Aquisgrán, Ulm o Nuremberg, en Franconia. En el norte se encontraban las ciudades Hanseáticas, la mayoría costeras, pero también algunas en el interior distribuidas en un amplio espacio desde Estonia a Holanda, y entre ellas destacaban Bremen, Hamburgo o Lübeck. 2.1.2 Territorios formalmente imperiales El ámbito geográfico del Imperio había ido menguando, lo que explica que incluyera formalmente territorios como los Países Bajos, Suiza o los antiguos feudos imperiales del norte y centro de Italia, que eran en la práctica territorios independientes. Como solución a esta irrealidad, en 1512 Maximiliano I integró el conjunto de los Países Bajos en el círculo de Borgoña, sin que sin embargo formaran parte efectiva del Imperio. Por otro lado, Suiza se había alejado de la influencia austriaca y desde 1499 (Paz de Basilea) se independiza de hecho del Imperio (de derecho en 1648, con la Paz de Westfalia). La Confederación estaba formada por 13 cantones, unos rurales y otros urbanos, destacando el poder de ciudades como Berna y Zúrich. Se les une en 1526 Ginebra mediante un pacto con Berna y Friburgo. Su integración en Suiza facilitaría la expansión de la Reforma y la defenderá de los deseos de recuperarla de los duques de Saboya, cuyos ataques se intensificaron en tiempos de Carlos Manuel I (1580-1630). 2.1.3 Territorios problemáticos El resto de territorios abarcaban la totalidad del espacio germánico, dividido en círculos (kreise) con diversas competencias administrativas, si bien la vinculación de algunos territorios era problemática, como en el caso de los dominios prusianos de la Orden Teutónica (Prusia), los territorios de los caballeros Livones de la Espada, el ducado de Holstein y el reino de Bohemia. Prusia se había dividido a mediados del siglo XV en dos estados separados aproximadamente por el cauce bajo del río Vístula: • Prusia Occidental o Real. Perteneciente a Polonia, que contaba con el puerto de Danzig. • Prusia Oriental. Encabezada por Königsberg, en manos de los Caballeros hasta la secularización de la Orden y la conversión de sus dominios en el Ducado de Prusia (1525), cuyos duques mantendrían una débil fidelidad feudal al rey de Polonia. Los territorios de los Caballeros Livones de la Espada, situados en el este del Báltico y el sur del golfo de Finlandia, mantenían un encaje particular alejado de las dinámicas imperiales. El Ducado de Holstein formaba parte del Imperio, pero tenía por soberano al Rey de Dinamarca. Bohemia tenía una vinculación peculiar, pues pese a la condición de elector de la que gozaba su rey, dicho título resultaba inadecuado dentro del imperio. 2.1.4 Electorado imperial Del conjunto de príncipes y autoridades destacaban los 7 electores, los únicos con capacidad para elegir el Emperador de acuerdo con la Bula de Oro de 1356. Se trataba de 3 eclesiásticos: los arzobispos de Maguncia, Colonia y Tréveris; y 4 laicos: el Rey de Bohemia, el Duque de Sajonia-Wittenberg (la Sajonia electoral), el Margrave de Brandeburgo y el Conde Palatino del Rhin, que gobernaba el Palatinado. 82 2.2 PODERES DEL EMPERADOR Y LAS INSTITUCIONES DEL IMPERIO Los poderes del Emperador eran muy limitados. La principal institución imperial era la Dieta (Reichstag), dividida a mediados del s. XVI en tres cámaras: la de los electores, la de los príncipes laicos y eclesiásticos y la de los delegados de las ciudades libres. Esta última no participaba de la actividad legislativa, pues sólo se consideraban leyes de la Dieta las aprobadas por las dos primeras. Los aproximadamente 1730 caballeros del imperio, con territorios muchas veces minúsculos, no gozaban de representación y se organizaban en 14 cantones. Las misiones de la Dieta eran superiores a las de la mayoría de las asambleas parlamentarias pues, además de aconsejar al Emperador, aprobaba las leyes y los impuestos, así como cualquier disposición que afectara al conjunto del territorio. Había además un Consejo Palatino, una Cancillería presidida por el arzobispo de Maguncia (por lo que tenía el título de Archicanciller del Imperio) y un Tribunal Imperial poco significativo. La Dieta supuso un freno al incremento del poder imperial, por lo que nunca hubo un ejército imperial propio (más allá de las aportaciones ocasionales de sus diversos miembros), ni unos impuestos fijos o una burocracia suficiente a su servicio. De esta forma, en vez de avanzar hacia el absolutismo como en España, Francia o Inglaterra, se produjo la evolución contraria, un reforzamiento del poder de muchos de los príncipes territoriales del Imperio por la vía de la centralización administrativa, el incremento de sus atribuciones, el fortalecimiento de sus finanzas o la creación de una burocracia a su servicio, con predominio de los juristas. 2.3 LOS INTENTOS DE MAXIMILIANO I Y CARLOS V Ni Maximiliano I (1493-1519) ni Carlos V (1519-55) consiguieron incrementar su poder imperial. El primero trató en vano de unificar las finanzas y la justicia, apoyándose para ello en los Países Bajos, de los que fue regente desde la muerte de su esposa, la duquesa María (1482) hasta la mayoría de edad de su hijo Felipe El Hermoso en 1494. Falto de dinero y hombres, no pudo lograr un peso efectivo en la política europea. Derrotado por los cantones suizos, firmó la Paz de Basilea (1499), que reconocía en la práctica la independencia de la Confederación Helvética pese a mantener la vinculación formal al Imperio hasta la Paz de Westfalia (1648). Por su parte, Carlos V, pese al respaldo de la Corona de Castilla y sus posesiones en el Nuevo Mundo, fracasó aplastado por la Reforma protestante iniciada en los territorios del Imperio durante su reinado, que favoreció los intereses de los príncipes germánicos, lo que explica el apoyo que muchos prestaron a Lutero. 2.4 LA FORTALEZA IMPERIAL: LOS DOMINIOS DE LOS HABSBURGO La fuerza de los emperadores radicaba en sus propios dominios dentro del Imperio. Los Habsburgo accedieron a la dignidad imperial en 1438. Eran señores de una serie de estados situados al sur, los Países Hereditarios o Erbländer, que incluían los archiducados de la Alta y Baja Austria, los ducados de Estiria, Carintia y Carniola, los condados del Tirol y, desde 1500, Gorizia, o las ciudades de Trieste y Fiume en el Adriático, además de algunas posesiones en Suabia y una parte de Alsacia. Maximiliano los recuperó en su totalidad e impulsó en ellos un proceso de centralización similar al de otros estados europeos. En 1490, tras la muerte de Matías Corvino, hijo de Casimiro IV de Polonia, Ladislao Jagellón, rey de Bohemia desde 1471, pasó a serlo de Hungría. Ambas eran coronas electivas y hubo otros candidatos como Maximiliano de Habsburgo. Como compensación recuperó los territorios patrimoniales de su familia que había ocupado Matías Corvino, además de la promesa de ser elegido rey de Hungría en caso de que Ladislao no tuviera descendencia, pero le sucedió su hijo Luis II. Tanto en Bohemia como en Hungría había potentes noblezas que limitaban los poderes y recursos del rey, lo que dificultó la defensa contra los turcos, patente en la derrota de Mohács. La inmensidad de las posesiones de Carlos V le impidió dedicarse a los dominios patrimoniales de los Habsburgo, cuyo gobierno cede en 1522 a su hermano Fernando, que se casó con Ana Jagellón, hermana de Luis II. Cuando en 1526 su cuñado Luis II fue derrotado y muerto por los turcos en Mohács, Fernando fue elegido rey de Bohemia y Hungría pero la soberanía de esta última quedó limitada a la parte que había quedado libre de los turcos y había que disputarla con el Voivoda de Transilvania, Juan Zápolya, elegido rey con el apoyo de Solimán, lo que originó un largo conflicto que no finalizó hasta 1570 con el reconocimiento de Transilvania como un principado vasallo de los turcos en manos del hijo de Zápolya, Juan Segismundo. Hungría quedaba dividida en 3 partes: los territorios de los Habsburgo en el oeste y el norte, los dependientes de los turcos y el principado de Transilvania en el Este. En 1531 Fernando fue elegido Rey de Romanos y heredero del Imperio, sucediendo a Carlos V en 1558. Continuó la centralización de los estados Habsburgo iniciada por Maximiliano. A su muerte dividió sus territorios entre sus hijos. El nuevo emperador Maximiliano II (1564-1576) recibió Austria, Bohemia y Hungría, Fernando heredó el Tirol y Carlos, la Austria interior, formada por los ducados de Estiria, Carintia y Carniola. La dispersión patrimonial no se superará hasta que el Tirol vuelva a Austria al morir Fernando en 1595 y Estiria, Carintia y Carniola lo hagan en 1619, cuando su soberano, el Archiduque Fernando (Fernando II) suceda en el trono al emperador Matías. 2.4.1 Política internacional El peligro turco en las fronteras de Hungría, aunque menor en la primera mitad de la centuria, se mantuvo activo todo el siglo, con diversas guerras hasta entrado el s. XVII. A partir de la Reforma, la historia del Imperio estuvo marcada por las luchas religiosas. La Paz de Augsburgo de 1555 estabilizó un tiempo las fronteras religiosas en su seno, aunque siguió habiendo conflictos. 3. LOS TERRITORIOS ITALIANOS EN TIEMPOS DE FELIPE II La Paz de Cateau-Cambrésis (1559) puso fin al período de las guerras de Italia y otorgó al rey de España una 85 3.2.5 Venecia Ni en los años de colaboración antiturca, un tanto forzada por el ataque y la posterior pérdida de Chipre (1570), lograron superarse los recelos entre España y Venecia. Después de Lepanto y coincidiendo con la reducción de la importancia mercantil del Mediterráneo, Venecia se esforzó en consolidar sus territorios en tierra firme, que abarcaban el Véneto y los territorios nororientales de Italia hasta los Alpes, así como una serie de posesiones al norte del Adriático (Istria, Dalmacia y parte de la costa este de dicho mar). La incorporación del Ducado de Ferrara a los Estados Pontificios añadió nuevas tensiones que desembocaron en el conflicto del Interdicto (1606), provocado por la actuación de un tribunal veneciano contra varios sacerdotes acusados de delitos comunes, lo que era contrario a las normas del Derecho Canónico aprobadas por Roma. El Papa Paulo V (1605-21) excomulgó a las autoridades civiles de la República (1606) amenazándoles, si no se retractaban, con el Interdicto que excomulgaba a la población y les prohibía celebrar ceremonias religiosas en las iglesias vénetas. El clero secular respaldó a la República, encabezada por el Dogo Leonardo Donato, pero algunas de las nuevas órdenes (jesuitas, capuchinos y teatinos) se alinearon con el Papa, por lo que fueron expulsadas. El conflicto se prolongó un año y en él intervinieron el rey francés Enrique IV, aliado de Venecia, y España, que organizó en Milán un poderoso ejército dispuesto a intervenir. Los jesuitas no fueron readmitidos. 4. EL IMPERIO COMERCIAL Y LA CRISIS DINÁSTICA DE PORTUGAL Portugal participará escasamente de la historia europea. Las posibilidades económicas del país eran escasas; su agricultura pobre (déficit de cereales que llevó al reino a su expansión en ultramar) y su escaso desarrollo mercantil y manufacturero, hicieron de Lisboa uno de los polos de atracción de hombres de negocios europeos cuando se convirtió en un punto de llegada de los productos procedentes de Oriente. Si bien existía una fuerte identidad portuguesa frente a Castilla, por su temprana independencia y la victoria de Aljubarrota (1358), existieron intentos de reconstrucción de la unidad ibérica, resultado del sentimiento común de pertenencia a la Hispania romana y visigoda a través de matrimonios principescos hispano-portugueses y la participación en la Guerra de Sucesión al trono castellano (1474-79), apoyando Alfonso V (1438-81) a la hija de Enrique IV, Juana la Beltraneja, con la que se casó y que hubiera supuesto la unión de las coronas en lugar de la vinculación de Castilla-Aragón. La iniciativa fracaso tras la Batalla de Toro (1476), al intentar provocar una invasión de Castilla por el norte con la ayuda de Francia, sin finalmente conseguirlo. En el s. XV se desarrolló de forma notable el poder real, sobre todo con Juan II, o príncipe Perfeito (1481-95). Su reinado supuso simbólicamente la entrada de Portugal en la Edad Moderna, después de los sueños caballerescos y cruzados. En su primer año de gobierno se recortaron el poder y los privilegios de los nobles, lo que generó un clima de crispación y conspiración que llevo a juzgar y decapitar al duque de Braganza. También cayó el duque de Viseu (apuñalado por el propio rey), y otros nobles se vieron forzados a exiliarse en Castilla. Las confiscaciones de los bienes de los conspiradores sirvieron para aumentar el patrimonio del reino. Además, Juan II aprovechó para hacer frente al predomino de la aristocracia promoviendo a letrados, así como miembros de la baja nobleza, a altos puestos burocráticos. Su reinado fue un momento clave de expansión ultramar, culminado por las bulas alejandrinas (Alejandro VI) de 1493 y el tratado de Tordesillas de 1494. Los años de esplendor coincidieron con el reinado de Manuel I el Afortunado (1495-1521) y Juan III (1521-27), como consecuencia de las ganancias del tráfico con la India. Huella de esta riqueza son los monumentos de estilo manuelino, como el monasterio de los Jerónimos o la torre de Belem en Lisboa. Las nuevas condiciones comerciales permitieron alcanzar nuevos acuerdos con la nobleza favorables a una centralización del poder real. Su dominio evolucionó desde un humanismo y mecenazgo de las artes, hasta un gobierno más inspirado en principios confesionales. Aceptó en 1496 como condición para el matrimonio con Isabel, hija mayor y heredera de los Reyes Católicos, la expulsión de la comunidad hebrea de Portugal, y creó en 1536 la inquisición portuguesa a imagen y semejanza de la española, permitiendo la entrada de los jesuitas en 1540. A su muerte le sucedió Sebastián I (1557-78), un niño de 3 años que no comenzaría a gobernar hasta 1568. En esta época se publicaron Os Luísiadas (1572) de Luis de Camoens, que describe la epopeya de la expansión y la conquista portuguesa. Símbolo de esta expansión es el desastre de El-Ksar-el Kebir (1578), en Marruecos, donde sucumbieron el monarca y muchos nobles arrastrados por las fantasías de conquista y expansión de la fe de Don Sebastián. Tras el intervalo de gobierno del cardenal rey Enrique (1578-80), Felipe II hizo valer sus derechos sucesorios frente a otros pretendientes, dando lugar a la Unión Ibérica. 5. EL FIN DE LA UNIÓN DE KALMAR Y LA REFORMA Desde finales del s. XIV (1397), la Unión de Kalmar había reunido bajo un solo monarca las tres Coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia, de la que dependía en la práctica Finlandia y en la que la hegemonía correspondía a Dinamarca. Pese a la autonomía otorgada por los daneses a los otros reinos, en Suecia había un importante sector partidario de la independencia que protagonizó diversas revueltas. 5.1 DINAMARCA Y NORUEGA La represión sangrienta de Cristian II (1513-23) agudizó la crisis (1519-21) al tiempo que los descontentos provocados en Dinamarca por sus reformas y el aumento impositivo llevaron a su destronamiento, pasando el trono danés a su tío Federico I (1523-33), que fue reconocido por Noruega, aunque no por Suecia, que elevó al trono a 86 Gustavo Vasa. A la muerte de Federico I tanto el destronado Cristian II como el hijo de Federico, Cristian III se disputaron el trono contando con distintos apoyos, siendo Cristian III (1537-59) el finalmente coronado. La implantación en los primeros años del luteranismo tanto en Dinamarca como en Noruega contó con un amplio respaldo por parte de la nobleza que había apoyado mayoritariamente al nuevo monarca. Tanto el rey como los nobles se apoderaron de las tierras de la Iglesia, casi un tercio del total. Aunque la nobleza consiguió mucho poder a costa de los campesinos no supo impedir el avance del poder real, tanto en tiempos de Cristián III como de su sucesor Federico II (1559-88). Los reyes se apoyaban en unos recursos económicos abundantes, entre ellos el control de las aduanas y de los estrechos, que generaban en torno a 2/3 de las rentas. La nobleza danesa colaboró en el control de Noruega, territorio escasamente poblado y dedicado a la pesca y la explotación de los bosques. Pese a la independencia sueca, el auge del comercio báltico y el proceso de fortalecimiento del poder real hicieron que a finales del s. XVI Dinamarca fuera la primera potencia del norte. Desde 1460 los reyes de Dinamarca poseían los ducados de Schleswig y Holstein, al sur de la península de Jutlandia. En 1544 Cristián III se los repartió con sus dos hermanos lo que supuso el inicio de 2 dinastías menores, vasallas de los reyes daneses. Una de ellas se extinguió en 1580 pero la de los duques de Holstein-Gottorp se consolidaría, convirtiéndose a partir de la Guerra de los 30 años en un aliado habitual de Suecia que creará problemas a Dinamarca. 5.2 SUECIA Tras varias revueltas contra la Unión de Kalmar, el Riksdag (Dieta) de Suecia reconoció como rey a Gustavo I Vasa (1523-60), que tuvo que enfrentarse a los partidarios de Dinamarca y superar varias oposiciones internas. Desde los primeros años 30 desarrolló una hábil tarea de construcción de un poder real fuerte y bien implantado sobre el territorio, logrando en 1544 que el Riksdag concediera a su Monarquía la condición de hereditaria. La adopción del luteranismo le proporcionó importantes recursos al apoderarse de las tierras de la Iglesia, un quinto de las totales. Sus finanzas se vieron respaldadas por el auge de la economía sueca a lo largo del siglo, gracias a la alta demanda por parte de Occidente de productos como hierro, cobre o pieles. La mayor equivocación de sus sucesores fue una política exterior demasiado activa, que supuso múltiples conflictos y un agotamiento de los recursos del reino. La participación de Erik XIV (1560-68) en la llamada Guerra Nórdica de los 7 Años frente a Dinamarca y Polonia dio ocasión a los descontentos para su destitución y el acceso al trono de su hermano Juan III (1568-92), que contaba con un importante apoyo entre la nobleza. Su inclinación hacia el catolicismo, en el que educó a su hijo Segismundo, provocó divisiones internas y le enfrentó a su hermano Carlos. Segismundo, hijo de Catalina Jagellón fue elegido Rey de Polonia en 1587 (Segismundo III) y accedió en 1592 al trono de Suecia (Segismundo I) en el que su catolicismo le impediría consolidarse, siendo su tío Carlos proclamado Regente en 1595. Años después, tras aplastar las oposiciones surgidas en su contra, accedería al trono como Carlos IX (1604-11), iniciando una nueva etapa en el fortalecimiento del poder real que culminaría en tiempos de su hijo Gustavo II Adolfo, pese a lo cual la política sueca siguió caracterizándose por la gran fuerza de la alta nobleza. 6. POLONIA Y EL GRAN DUCADO DE LITUANIA 6.1 EL TERRITORIO Y LA DIVERSIDAD Toda la Europa Oriental, en la que los dos principales espacios políticos eran Polonia y Rusia, ofrecía unas características comunes: escasa población, enorme poder de la nobleza, debilidad de los sectores sociales intermedios, escasa presencia de lo urbano, servidumbre del campesinado. El territorio sometido al Rey de Polonia incluía dos extensos Estados: la propia Polonia y el Gran Ducado de Lituania, además de la Prusia Real, constituida por los territorios al este de Pomerania cedidos a Casimiro IV por la Orden Teutónica después de 12 años de guerra (1466) y que proporcionaban a Polonia una salida propia al mar a parte de las costas lituanas. El Rey de Polonia y el Gran Duque de Lituania dominaban un territorio inmenso, situado al este del Imperio Germánico que llegaba por el sur hasta los límites del Imperio Turco en Besarabia y Crimea, se adentraba por el este bastante más allá del Dniéper, en territorios dominados posteriormente por Rusia y por el norte hasta las fronteras de Moscovia y Estonia. Había eslavos, alemanes, polacos, lituanos y judíos. No había entre estos territorios nada en común a excepción del soberano. Polonia era fiel a Roma y en Lituania predominaban los ortodoxos, con importantes minorías judías y griegas, e influenciada por la Reforma. Las relaciones entre Polonia y Lituania no eran intensas, aunque en 1386 y 1401 había habido intentos de unión entre 87 ambos Estados y en 1501, a causa de la amenaza que representaban rusos y tártaros se estableció la Unión de Melnik, que mantenía la existencia de dos Dietas distintas, pero con un monarca único, elegido en sesión conjunta, así como una moneda y una política exterior y de defensa común. La Dieta de Lituania no lo ratificó por lo que la unidad no se produjo hasta la Unión de Lublin (1569) que estableció una única Dieta y una mancomunidad o confederación polaco-lituana llamada República de las Dos Naciones. 6.2 EVOLUCIÓN DINÁSTICA Y ESTRUCTURA DE PODER El trono era ocupado desde finales del s. XIV por la familia Jagellón, cuyos miembros se sucedieron durante casi dos siglos. A mediados del s. XV y desde 1490 a 1526 la dinastía Jagellón ocupó el trono de Bohemia-Hungría. La familia desapareció en 1572 a la muerte sin sucesión de Segismundo II Augusto. La Dieta Polaca (Sejm) decidió entonces convertir la Corona en electiva, recayendo en el Duque de Anjou, Enrique de Valois, heredero de Carlos IX de Francia, que la abandonó poco después de ocuparla para acceder al trono de Francia tras la muerte de su hermano. El elegido para sustituirle fue el húngaro Esteban Báthory (1576-86), que tras la muerte de Juan Segismundo Zápolya (1571), le había sucedido como Príncipe de Transilvania. Para asentar su poder, Báthory se apresuró a tomar como esposa a Ana Jagellón, hermana del fallecido Segismundo II Augusto. Los poderes del rey eran escasos frente a una nobleza que constituía el grupo social dominante, seguido por una pequeña nobleza rural, la slachta. El rey se ayudaba de un Consejo formado por los principales miembros de la alta nobleza y altos cargos palatinos (canciller, tesorero, jefe del ejército…). La particularidad de Polonia radicaba en la enorme fuerza de la Dieta, dividida en dos Cámaras: el Senado, que reunía a la alta nobleza y la Cámara de Nuncios o delegados de las dietinas, dietas provinciales, dominada por la Slachta. La capacidad de oposición de la Dieta ahogó cualquier posibilidad de avance del poder real, que no pudo desarrollar ninguno de los instrumentos en los que se apoyaron otros príncipes occidentales. 6.3 REFORMA Y CONTRARREFORMA Tal vez por las expectativas económicas, una parte importante de la nobleza se adhirió a la Reforma, expandiéndose el luteranismo y el calvinismo, sobre todo en Lituania, o herejías como la del antitrinitario italiano emigrado a Polonia Fausto Sozzini (socinianismo). El último de los reyes Jagellón, Segismundo II Augusto, logró impedir la difusión del protestantismo, al tiempo que promovía la Contrarreforma con la presencia de los jesuitas. Por la Paz de Lublin (1569) consiguió someter a Lituania a un régimen unitario con Polonia dirigido desde Cracovia y en 1577 impuso a la Prusia Real una mayor dependencia. El fin de la dinastía frustró estos intentos de fortalecer el poder real, a pesar de que también Esteban Báthory, que se enfrentó al ruso Ivan IV, trató de hacerlo e impulsó decididamente la Contrarreforma. A su muerte el trono pasó a la dinastía sueca de los Vasa. La ofensiva contrarreformista de Báthory , bien organizada por los jesuitas, acabaría triunfando hasta convertir el catolicismo en un elemento sustancial de la identidad polaca. 7. EL PODER AUTOCRÁTICO EN RUSIA El enorme territorio ruso estaba ocupado a finales de la Edad Media por diversos poderes, destacando en el sur el de los kanatos tártaros (Kazán, Astracán…) en los que se había dividido la Horda de Oro, derivada de la disgregación del Imperio Mongol. Uno de tales poderes, el Gran Ducado de Moscú, con Ivan III el Grande al frente (1462-1505), afirmó su autoridad sobre Moscovia e inició un notable proceso expansivo que le llevó a rechazar la dependencia de los kanatos y a inquietar a sus vecinos, no sólo Polonia y Lituania, que poseían parte de las tierras rusas reivindicadas por Iván III, sino también la Hansa, cuyos mercaderes fueron expulsados de la factoría de Novgorod, cerrada por el Zar en1494, años después de apoderarse de aquel territorio. 7.1 PODER REAL. IVÁN III Iván III estableció un poder firme en sus dominios, si bien distinto al de los príncipes europeos. El zar intentaría desarrollar un régimen autocrático, reforzado por una creencia en su condición sagrada, sin ningún tipo de limitación o regulación, que habría de caracterizar el gobierno posterior de los zares hasta la Revolución de 1917. Aplicó la crueldad sin vacilaciones. Para evitar competidores sometió a sus hermanos e incorporó sus principados. Tras elegir sucesor a su hijo Basilio (Basilio III) permitió que su nieto Demetrio, heredero de su fallecido hijo mayor, Iván, muriera en prisión para evitar que reclamara sus derechos. Durante su reinado arquitectos italianos construyeron algunos de los edificios más significativos del Kremlin, sede del poder central, político y religioso de Rusia. Su matrimonio en 1472 con Zoe, sobrina del último Emperador Bizantino, Constantino Paleólogo, junto con la fuerte vinculación de la Iglesia Ortodoxa rusa con la cultura y la Iglesia bizantinas, proporcionó el respaldo simbólico a su 90 Isabel muere I en 1603, siendo sucedida por el rey de Escocia Jacobo VI (I de Inglaterra), hijo de María Estuardo, pero protestante. La guerra marítima entre España e Inglaterra continuaba con ataques aislados, destacando por parte española el apoyo a la revuelta católica irlandesa, con el envío de barcos y tropas en socorro de Kinsale (1601-02). Pese al fracaso de sus objetivos, hechos como la política española de embargos o las actividades del corso flamenco perjudicaban seriamente los intereses mercantiles ingleses, por lo que las negociaciones de paz se iniciaron aun en vida de la reina y finalizaron en 1604 con el Tratado de Londres. Se trataba de una paz firme, pese a la oposición de sectores católicos como los que organizaron el Complot de la Pólvora contra el Parlamento (1605). A favor de ella jugaban los intereses mercantiles ingleses, las inclinaciones de Jacobo I y la acción de diplomáticos españoles como el embajador Conde de Gondomar. La buena relación entre ambos países, pese a la rivalidad mercantil en el Atlántico y la vinculación de Inglaterra con los intereses protestantes, se mantendrá hasta 1625. 1.2 LA TREGUA CON LOS REBELDES NEERLANDESES La lucha no se había limitado a los Países Bajos, pues afectaba también los dominios de la Monarquía de España en otros continentes: • En 1600, una flota neerlandesa, tras ser rechazada en La Coruña y en las islas de Tenerife y La Palma saqueó Las Palmas de Gran Canaria y atacó La Gomera. • En 1607, la Armada del Estrecho, creada para controlar el tráfico marítimo y mercantil por sus aguas sufrió una derrota por parte de los neerlandeses cerca de Gibraltar. • En los Países Bajos Mauricio de Nassau derrotó al ejército de los Archiduques en la primera batalla terrestre de Las Dunas o de Nieuwpoort (1600). • El Archiduque Alberto emprendió el sitio de la plaza fuerte de Ostende (1601-04), cuya toma por el genovés Ambrosio Spínola permitió proyectar una ambiciosa ofensiva contra las tropas rebeldes. Las campañas de 1606 y 1607 fueron victoriosas para los españoles, que recuperaron parte del terreno perdido, pero el agotamiento de ambos bandos y en el caso de España, una nueva bancarrota o suspensión de pagos, llevó a un armisticio convertido en una tregua firmada en Amberes en 1609 que interrumpía las hostilidades durante un período de 12 años. La tregua de las Provincias Unidas beneficiaba a los rebeldes en mayor medida que a España, cuyos gobernantes no quisieron oponerse al acuerdo negociado por los Archiduques, que no incluía cláusulas para permitir el culto católico en las provincias rebeldes y dejaba sin resolver cuestiones como el bloqueo del Escalda o el peligro que suponía para los intereses ultramarinos hispanoportugueses la actividad de la compañía de las Indias Orientales (VOC). 1.3 NUEVOS ENFRENTAMIENTOS CON FRANCIA SOBRE ITALIA Francia cerraba su larga crisis de guerras de religión con el reconocimiento generalizado de su nuevo rey, Enrique IV, primero de la dinastía Borbón, y la pacificación interna establecida en 1598 por el Edicto de Nantes y la Paz de Vervins. Enrique IV retomó las ambiciones francesas en el ámbito internacional que llevaban aparejado el enfrentamiento con España. Los conflictos se producirán nuevamente en Italia. 1.3.1 El ducado de Saboya El Tratado de Vervins (1598) no resolvió el enfrentamiento entre Francia y Saboya, que, además de las injerencias del duque en la crisis sucesoria abierta a la muerte de Enrique III, incluía disputas territoriales como la del Marquesado de Saluzzo, pequeño estado italiano situado entre ambos, que había sido independiente hasta 1548, cuando fue anexionado por Francia. El duque Carlos Manuel I de Saboya, yerno de Felipe II, reivindicaba su posesión, respaldado por las tropas del conde de Fuentes, gobernador de Milán. El Marquesado no era el único territorio que se disputaban Saboya y Francia, cuyos ejércitos invadieron las posesiones saboyanas al oeste de los Alpes, lindantes con su territorio. Ambos países firmaron el Tratado de Lyon (1601), en el que Francia cedió el Saluzzo a Saboya a cambio de algunos de los territorios que había ocupado (Bresse, Bugey, Valroney y Gex). Enrique IV salía ganando, extendiendo sus fronteras hacia los Alpes al hacerse con una rica y extensa zona cercana a Lyon, mientras el duque de Saboya perdía buena parte de sus posesiones al oeste de dicha cadena montañosa. El tratado redujo su dominio sobre los pasos alpinos, lo que perjudicaba a España al interrumpir la ruta entre el norte de Italia y el Franco Condado. La pieza clave era el Gobernador de Milán, que combinaba la diplomacia con la presencia militar o el pago de pensiones. Para garantizar la utilización de los pasos alpinos, el conde de Fuentes firmó un tratado con los cantones católicos de Suiza (1604) y construyó los fuertes de Sandoval y Fuentes, este último a la entrada del valle de la Valtellina. La alianza acordada entre Francia, Venecia y los cantones protestantes puso en guardia a España. 1.3.2 La crisis sucesoria en los ducados del Bajo Rhin El mayor conflicto con la intervención de Francia surgió en 1609 con motivo de la crisis sucesoria de los Ducados de Jülich (Juliers), Cleves (Clévers) y Berg, que junto con los condados de Mark y Ravensberg, dependían de un único príncipe. Su importancia se derivaba de su situación estratégica en el Bajo Rhin, al este de los Países Bajos y los riesgos que implicaba cualquier cambio confesional en aquella zona del Imperio. Los dos candidatos eran el Elector de Brandeburgo, protestante, y el Duque de Palatinado-Neoburgo, miembro de una rama menor de la familia palatina (Wittelsbach) convertido al catolicismo. Se llegará a una solución de compromiso en el Tratado de Xanten 91 (1614), que establecía un reparto de los territorios: Juliers y Berg, quedaban en manos del Duque de Neoburgo y Cléveris, Mark y Ravensberg, en las del Elector. 1.3.3 Distensión y conflicto sucesorio en Monferrato La tensión existente en la primera década del siglo se disipa en 1610 con el asesinato de Enrique IV, gracias al cambio favorable para España que supuso la regencia de María de Medici, que llevó a un doble matrimonio hispano: el futuro Felipe IV con Isabel de Borbón y Luis XIII con la infanta española Ana Mauricia. El equilibrio del norte de Italia se vio comprometido por el conflicto sucesorio de Monferrato. Este Marquesado (Ducado en 1574) pertenecía a los duques de Mantua desde los años 30 del s. XVI. A la muerte en 1612 del Duque Francisco II de Mantua, yerno de Carlos Manuel I de Saboya, este aprovechó las dificultades sucesorias que se plantearon, dado que en Monferrato no regía la Ley Sálica, lo que permitía ocupar el Ducado a una niña de 3 años, la hija única de Francisco. En nombre de los derechos de su nieta y contando con el apoyo oculto de Francia y Venecia, Carlos Manuel ocupó parte del Monferrato y se enfrentó al ejército español, siendo derrotado por el gobernador de Milán, Marqués de la Hinojosa (1614). Tuvo la habilidad de negociar de forma ventajosa la Paz de Asti (1615). El V Marqués de Villafranca, nuevo gobernador de Milán, derrotó a Carlos Manuel I, a quien arrebató la Plaza de Vercelli (1617) y forzó en dicho año un acuerdo de paz en Madrid, una de cuyas estipulaciones fue la devolución de Monferrato al nuevo duque de Mantua, hermano del fallecido. 1.3.4 La Guerra de Friuli Un segundo aspecto de la Paz de Madrid fue la solución de la Guerra del Friuli (1615-17), conflicto entre el Ducado de Venecia y el archiduque y futuro emperador Fernando de Estiria, hermano de la fallecida esposa de Felipe III. Conocida como la Guerra de Gradisca o Guerra de los Uscoques, se centró en Friuli e Istria. Los uscoques eran refugiados cristianos procedentes de los Balcanes y asentados en Croacia que gozaban de la protección de los Habsburgo y cuya actividad mercantil, contrabandista y corsaria, resultaba nociva para los venecianos a quienes atacaban en ocasiones más que a los propios turcos. España respaldaba al Archiduque para frenar a Venecia, tendente siempre a aliarse con Francia, Saboya o cualquiera que se opusiera a los intereses españoles. Las Provincias Unidas mandaron hombres en ayuda de la República, que contó con barcos neerlandeses e ingleses en el Adriático que trataron de impedir la expedición de galeras y navíos enviada desde Nápoles por el Virrey Duque de Osuna. El Tratado de Madrid (1617) determinó la retirada de tales flotas y la expulsión de los uscoques de los dominios del Archiduque, incluida Segna, su base de Croacia. Por su parte, Venecia hubo de restituir todos los territorios ocupados durante la guerra en Istria y Friuli. 1.3.5 El pacto de Praga En 1617 España firmó con el Emperador el Pacto de Praga, que suponía la renuncia de Felipe III a la sucesión en el Imperio a cambio del compromiso de cederle las posesiones de los Habsburgo en Alsacia. El pacto acabaría implicando a España en la guerra en el Imperio, impidiéndole realizar la expedición que proyectaba contra Argel. Ante la sublevación protestante de Bohemia, se impusieron en la corte los reputacionistas y la privanza de Lerma fue sustituida por la de su hijo duque de Uceda (1618). Esta caída coincidía con cambios en otros países, ya que desde 1616 los pacifistas que ocupaban la mayoría de los gobiernos comenzaron a ser sustituidos por gobernantes más decididos a la acción. En la primavera de 1618 se produce la conjuración de Venecia. 2. PRIMER PERÍODO DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1618-1629) En la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), las diversas campañas bélicas se desarrollaron en territorio alemán, aunque coincidieron con otros conflictos ajenos al mismo. El conflicto responde a causas diversas, de carácter político, dinástico, económico o confesional. La fundamental fue la división religiosa en el seno del Imperio, mal resuelta por la Paz de Augsburgo de 1555. Se la ha considerado la última guerra de religión. En esta primera etapa el Emperador luchó contra súbditos suyos con alguna ayuda extranjera. En la siguiente etapa, a partir de 1630, se combatió contra potencias extranjeras, cuyos auxilios alemanes fueron escasos en número y de recursos limitados. Los efectos de la guerra fueron numerosos y las implicaciones políticas y sociales del esfuerzo al que obligó a muchos de los territorios implicados dieron lugar a una serie de rebeliones, las principales tendrán lugar en los años 40, afectando a las monarquías de España y Francia, que eran las grandes competidoras. 2.1 ANTECEDENTES En el seno del Imperio, las tensiones y enfrentamientos religiosos, agravados por la rápida expansión del calvinismo en la segunda mitad del s. XVI, impedían el buen funcionamiento de las instituciones, como se demostró con el fracaso de la Dieta de Ratisbona reunida en 1606. Las tensiones entre luteranos y católicos eran frecuentes en varias ciudades imperiales libres en que estaban permitidos ambos cultos. Diversos príncipes protestantes, entre ellos el calvinista Federico V, Elector del Palatinado, constituyeron la Unión Evangélica, por la que se comprometían a apoyarse mutuamente en caso de agresión, durante un período de 10 años. Contaron con el apoyo del rey de Francia, Enrique IV. Los príncipes católicos alemanes organizaron frente a ellos una Liga Católica (1609), liderada por el duque Maximiliano I de Baviera. En 1610, tras el asesinato de Enrique IV, los protestantes buscaron la protección de Jacobo I de Inglaterra mediante 92 el matrimonio del Elector del Palatinado con su hija y la firma de una alianza defensiva. Otros poderes protestantes, como las Provincias Unidas o Cristian IV de Dinamarca se aprestaron a establecer pactos con la Unión Evangélica. Los conflictos religiosos que llevaron a la guerra se dieron en los territorios de los Habsburgo en los que el protestantismo había aumentado en la segunda mitad del s. XVI. En 1580 un 90% de la nobleza de la Alta y Baja Austria era protestante, siendo elevado el porcentaje en la Austria Interior (Estiria, Carintia y Carniola). La reacción de los Habsburgo había comenzado a tener algunos efectos positivos. Desde los años 90, influidos por hechos como la revuelta campesina en la Baja Austria a mediados de aquella década, importantes miembros de la nobleza de sus dominios se convirtieron al catolicismo. Los jesuitas, a través de sus colegios, participarán de forma activa en la recatolización. A los reinos de Bohemia y Hungría no les afectaba el principio “cuius regio eius religio” adoptado en 1555. El carácter electivo de sus monarcas, la Bula de Oro Húngara (1222) o la tradición heterodoxa derivada de la Revolución Husita en Bohemia (1418-36) propiciaban cierta libertad religiosa. En los primeros años del s. XVII, el Emperador Rodolfo II (1576- 1612) trató de impedir en ambos reinos la expansión del protestantismo. • En Hungría, el número de católicos se redujo frente al predominio de calvinistas, luteranos o socinianos y en 1604-06 se produjo una importante revuelta político- religiosa dirigida por el calvinista Istrán Bucksai, que también afectó a Transilvania, donde Bocksai sería reconocido como Príncipe. Los rebeldes contaron con el apoyo de los turcos, en guerra con el Emperador desde 1593, lo que llevó a Rodolfo a firmar la paz en Viena (1606), otorgando amplias concesiones al culto protestante en Hungría. • Bohemia era un reino importante por sus recursos demográficos y económicos superiores a otros estados regidos por los Habsburgo y por su condición de principado electoral, que permitía al Emperador resolver el teórico empate a tres entre católicos y protestantes existente en el colegio de los Electores de la Dieta. Así, en 1575, los disidentes religiosos habían adoptado un credo común, la confessio bohemica, una forma de protestantismo en que se mezclaban las doctrinas husitas con elementos luteranos y calvinistas. Ese año, Rodolfo hubo de comprometerse a adoptar una política de tolerancia a cambio de su elección como Rey. En 1608 Rodolfo II, en decadencia de sus facultades mentales, fue forzado a un reparto de los territorios sobre los que reinaba, quedándose únicamente con Bohemia, Silesia y Lusacia, que formaban junto con Moravia el Reino de Bohemia, mientras Matías era reconocido como soberano de Austria, Hungría y Moravia. En Praga los Estados forzaron al Emperador a firmar la Carta de Majestad (1609) la cual además de otorgar una amplia autonomía a Bohemia hacia importantes concesiones a los disidentes religiosos. Dos años después, con el beneplácito imperial, un ejército dirigido por el Archiduque Leopoldo de Habsburgo, hermano menor de Fernando de Estiria, invadió Bohemia, siendo obligado a retroceder ante Praga. Rodolfo fue depuesto y a su muerte en 1612, Matías fue coronado como nuevo Rey tras confirmar la Carta de Majestad. 2.2 EL DESENCADENANTE DE LA GUERRA En 1617-18 fue elegido Rey de Bohemia y Hungría y heredero del Imperio (Rey de Romanos) el Archiduque Fernando de Estiria. Su deseo confesado era abolir la Carta de Majestad. Sus primeras medidas en Bohemia fueron antiprotestantes y favorables a los nobles católicos. Se formó contra él una oposición en la que predominaba la nobleza inferior y los miembros de la alta burguesía. Reunidos en Praga, los contrarios a sus políticas le enviaron un memorial de protesta y dos de los regentes católicos y el Secretario de Memoriales fueron arrojados por la ventana del Palacio Real (Hradschin) el 23 de mayo de 1618. La Defenestración de Praga propició la organización inmediata de los territorios que formaban la Corona de Bohemia en defensa de la Carta de Majestad, para lo que instituyeron un directorio y organizaron un ejército mandado por el conde Matthias Von Thurn. En los meses siguientes, la rebelión se extendió a otros Estados de los Habsburgo, siendo apoyada por el príncipe de Transilvania, Bethlen Gábor y por las tropas que comandaba el mercenario alemán Ernest Von Mansfeld. Frente a ellos se fue organizando el bando imperial, que contaba con el apoyo militar de Baviera y el rey de España. La muerte del emperador Matías en 1619 fue el paso definitivo hacia la guerra. 95 defendidas por guarniciones imperiales como Frankfurt-am-Oder (1631). El saqueo, las crueldades cometidas y la destrucción de Magdeburgo por Tilly en mayo de 1631 o el avance de las tropas católicas en Sajonia obligaron a los electores a unirse con el rey de Suecia, no sin acordar entre ellos una alianza defensiva en el manifiesto de Leipzig. Cerca de allí en la batalla de Breitenfeld (septiembre de 1631) los suecos y sus aliados derrotaron al ejército de Tilly. El Emperador perdió las posiciones que había conquistado en el Báltico y las tropas suecas pudieron avanzar hacia el centro y oeste de Alemania. En marzo de 1632 Tilly fue derrotado y muerto en la batalla de Rain, en el río Lech, lo que dio paso al saqueo del ducado de Baviera. El 17 de mayo, el Rey de Suecia y el desposeído Federico V del Palatinado entraron en Múnich. El ejército sueco llegó a controlar una amplia parte de Alemania. Los españoles retrocedían en los Países Bajos, lo que obligó a regresar a ellos a un ejército enviado para la defensa del Palatinado. A mediados de noviembre los suecos avanzaron hacia Lützen, en Sajonia, donde tenía el cuartel general Wallenstein. El día 16 se produjo allí una batalla favorable a los suecos, pero murió Gustavo Adolfo (1632). Wallenstein abandonó sus conquistas en Sajonia y se replegó a Bohemia. Acusado por sus adversarios de querer constituir un poder personal, en 1634 será declarado rebelde por el Emperador, que le hizo asesinar. Suecia mantendría su ejército en Alemania pese a la desaparición de su rey y en 1633 formó la Liga de Heilbronn con una serie de príncipes protestantes del centro y el oeste. 3.2 LA RECUPERACIÓN CATÓLICA Los protestantes recuperaron el Palatinado y avanzaron en Alsacia, bloqueando el Camino Español. En 1633, el gobernador de Milán, el duque de Feria, tras atravesar la Valtelina, restableció el Camino a través de Alsacia, liberando o reconquistando varias plazas, entre ellas Rheinfelden, aunque los franceses tomaron Nancy y otras localidades importantes de Lorena, cuyo duque, aliado de los Habsburgo, fue expulsado. En 1634 los protestantes invadieron Bohemia, llegando a Praga y tomaron Landshut en Baviera. Las tropas del Emperador, mandadas por su hijo, el rey de Hungría y de Bohemia y futuro Emperador Fernando III, reconquistaron Ratisbona y Donauwörth, restableciendo el contacto entre Baviera y los territorios de los Habsburgo. El enfrentamiento decisivo será en Nordlingen (6 de septiembre de 1634). Uno de los efectos de la victoria católica fue la desunión de sus enemigos. El Canciller Oxentierna, que dirigía la política sueca durante la minoría de edad de la Reina Cristina, abandonó la Liga de Heilbronn, mientras Hesse-Darmstadt y Sajonia pactaban con el Emperador, esta última a cambio del reconocimiento de su posesión de Lusacia. En mayo de 1635 se llegó a la Paz de Praga. Tuvo entre los protestantes un reconocimiento que no tuvo la pacificación impuesta por el Emperador en 1629, siendo aceptada por casi todos. Gustavsburg, campamento sueco a las afueras de Maguncia fue conquistada en 1636, siendo el preludio de la reconquista completa de Renania por las tropas imperiales. El repliegue sueco incluyó la cesión de Bremen y Verden en el Noroeste a sus enemigos daneses. 3.3 LA INTERVENCIÓN FRANCESA La intervención directa de Francia reavivó la guerra, aunque se trató desde entonces de un enfrentamiento directo franco-español y se dilatará en el tiempo hasta 1659. Fue el triunfo católico y los avances de las tropas españolas lo que forzaron la entrada de Francia en la guerra. Después de organizar toda una serie de alianzas ofensivas con enemigos de los Habsburgo (Saboya, Parma, Liga de Heilbronn, Provincias Unidas, Suecia) y de instalarse u ocupar zonas o localidades estratégicas como Lorena, Heidelberg (1634) o la Valtelina (1635), que facilitaban el acceso a Alemania e interrumpían el Camino Español, los franceses declararon la guerra a España en mayo de 1635. La declaración de guerra a Fernando II se retrasó hasta la renovación del pacto franco-sueco en 1636. La guerra franco-española se libró en la frontera con los Países Bajos, Italia y la frontera con España. En Italia los franceses fracasaron en los ataques al Milanesado (1635-36) y fueron desalojados de la Valtelina (1637). El duque de Parma, aliado suyo, hubo de hacer la paz con España. El marqués de Leganés conquistó en los años siguientes buen número de plazas del duque de Saboya, incluidas Vercelli (1638) y Turín (1639). En España los franceses fueron derrotados en el cerco de Fuenterrabía. En 1639 tomaron la fortaleza de Salses, 96 pero los desalojó el conde de Santa Coloma, Virrey de Cataluña. En las fronteras con Alemania, en 1637 ocuparon parte de las posesiones españolas de Luxemburgo y el Franco Condado y al año siguiente, en el Rin, vencieron a los imperiales en Rheinfelden, tomaron Breisach y pasaron a controlar Alsacia. A partir de 1640 las revueltas de Cataluña y Portugal influyen en el cambio de tendencia de la guerra a favor de Francia, al verse obligada España a multiplicar y diversificar su esfuerzo militar y financiero. Los franceses ayudaban a los rebeldes catalanes y en 1642 toman Salses y Perpiñán, en la Cataluña norte. En noviembre de 1643, meses después de la batalla de Rocroi, el ejército francés del Rhin, que había invadido Würtemberg y se dirigía a Baviera, sufre una derrota en Tuttlingen a manos de tropas de Baviera, Lorena y unos cuantos regimientos de caballería del ejército de Flandes, bajo el mando de Franz von Mercy, viéndose obligado a retirarse hasta el Rhin. En 1644 las tropas francesas son vencidas por Mercy en Friburgo. Francia obtendrá algunos éxitos en el frente alemán. En agosto de 1645 en la batalla de Allerheim los franceses y sus aliados bajo el mando de Turenne derrotan al ejército de Mercy, que muere en combate. En mayo de 1648 vencen a Maximiliano de Baviera en Zusmarshausen, que huye a Salzburgo. El estallido de La Fronda pone fin al ataque francés y convence a Mazarino de la necesidad de firmar la paz. Las revueltas sufridas por Francia manifestaban el enorme desgaste y las tensiones originadas por la guerra. 3.4 EL REGRESO SUECO En el este del Imperio, los suecos, en 1636, al mando de Johan Baner, vencieron al ejército imperial en la batalla de Wittstock (Brandeburgo), que sacó de la coalición a dicho electorado y permitió a los suecos ocupar buena parte del mismo, extendiendo hasta el Elba su control en la zona báltica de Alemania. En 1637 se ven obligados a retroceder hasta Pomerania. En 1638 Baner avanzó hacia el sur. En 1639 derrotó al ejército imperial y sajón en Chemnitz (Sajonia) y en 1641 amenazó a la Dieta reunida en Ratisbona. En 1642 la victoria del comandante sueco Lennart Torstenson en la segunda batalla de Breitenfeld (Sajonia) le permitió tomar Leipzig y extenderse por otros territorios alemanes además de Bohemia y Moravia. Los suecos tendrán que regresar a su país requeridos por una nueva guerra con Dinamarca (1643-45). Fernando III envió tropas en ayuda de los daneses. La invasión de Hungría por el príncipe de Transilvania Jorge Rákóczi (1644) aliado de Suecia y subvencionado por Francia y Turquía, le obligó a hacerlas volver, lo que les costó graves pérdidas. En 1645, Torstenson, con una clara superioridad artillera, venció al ejército imperial en la Batalla de Jankov, a unos 60 km al sureste de Praga, forzando a Fernando III y su familia a huir a Graz. Suecia ocupó Krems, en la Baja Austria, y suecos y transilvanos se preparaban para atacar Viena cuando la guerra turco-veneciana por la posesión de Creta interrumpió la ayuda financiera a Rákóczi, que acordó la paz con el Emperador. En el invierno de 1646-47, el ejército sueco dirigido por Carl Gustav Wrangel saqueó Baviera y Renania con la ayuda de tropas francesas mandadas por Turenne. La última operación bélica fue una nueva invasión sueca de Bohemia, con el ataque a Praga (1648), donde tomaron una parte importante de la ciudad y saquearon el palacio imperial. La invasión de Baviera y la caída de Praga por tercera vez (las otras fueron en 1618 y 1631) prueban que la guerra terminaba en Alemania con la fuerza de los ejércitos contrarios a los Habsburgo, especialmente el sueco. 4. DE NUEVO LA GUERRA EN LOS PAÍSES BAJOS La coincidencia cronológica de la segunda parte de la guerra de los Países Bajos (1621-1648) con la de los Treinta Años vinculó los acontecimientos de ambos conflictos. Por parte española, la institución clave sería el Almirantazgo de los Países Septentrionales, creado en 1624, el cual contó con la ayuda eficaz de las armadas de Flandes y los corsarios que actuaban desde la base de Dunkerque. En agosto de 1622 se libró la batalla de Fleurus (Henao). El ejército de Flandes mandado por Gonzalo Fernández de Córdoba se enfrentó a las tropas protestantes del Imperio comandadas por Ernesto de Mansfeld y Christian de Brunswick, que habían entrado desde el sur. Fracasó el asedio español de Bergen-op-Zoom (Brabante) en octubre. La ofensiva española posterior logró algunos éxitos, coronados en 1625 por la toma de Breda. A finales de 1627 la contraofensiva neerlandesa se vio favorecida por la intervención española en la Guerra de Monferrato. España prefirió garantizar la seguridad del Estado de Milán a cambio de sacrificar los Países Bajos. La captura de la flota de plata en 1628 disminuyó la capacidad financiera de España e incrementó la de las Provincias Unidas. Los neerlandeses se hicieron con una serie de plazas importantes, entre ellas Wesel, en el bajo Rhin, de gran valor estratégico pues permitía la comunicación fluvial con los ejércitos protestantes alemanes y suecos. Su principal éxito fue la toma en 1629 de S’-Hertogenbosch (Bois-le-Duc o Bolduque), principal ciudad de Brabante. En 1632 el ejército neerlandés tomó otras plazas y el Estatúder Federico Enrique de Nassau puso sitio a la fortaleza de Maastricht sobre el río Mosa. En los años siguientes prosiguió su avance y en 1636 tomaron el fuerte de 97 Schencken en el bajo Rhin. La gran victoria del Cardenal-Infante D. Fernando de Austria en Nördlingen frente a los suecos y los protestantes alemanes (1634) le permitió llegar a Bruselas con un importante refuerzo militar que amenazaba con cambiar las cosas. Ello forzará la declaración de guerra de Francia contra España y su intervención en los conflictos abiertos. El ejército de Flandes respondió bien los primeros años. Las ofensivas franco-neerlandesas apenas lograron resultados, incluido el desastre de la invasión francesa en 1635, en la que se enajenó a la opinión flamenca con el saqueo de Tilemont y la derrota de los neerlandeses en Kallo (1638), cerca de Amberes. En 1636, el Cardenal-Infante entró en Francia, derrotando a los franceses en varias batallas, siendo la principal la toma de Corbie (Picardía). En 1638 los franceses fueron rechazados y sufrieron graves pérdidas en Saint-Omer. Los españoles perdieron algunas plazas en la frontera con las Provincias Unidas, especialmente Breda (1637). Tales pérdidas se vieron compensadas por la toma de Limburgo (1636), Venlo y Roermond (1637). La derrota española en la batalla naval de Las Dunas (1639) redujo de forma considerable el poderío naval hispano en el mar del Norte. Se incrementaron la superioridad naval neerlandesa y el aislamiento marítimo de los Países Bajos españoles. A comienzos de agosto de 1640 los franceses avanzaron en la frontera con los Países Bajos, tomando Arras y la mayor parte del Artois. En 1642 el ejército de Flandes mandado por Francisco de Melo logró la victoria de Honnecourt y recuperó las plazas de Lens y La Bassée. El 19 de mayo de 1643 el ejército francés vence en la batalla de Rocroi. El dominio francés de Alsacia, Lorena y Tréveris desarticulaba el Camino Español lo que facilitó los avances posteriores de franceses y neerlandeses. Los primeros tomaron las plazas de Thionville (1643), Gravelinas (1644) o Dunkerque (1646) y los neerlandeses Sas Van Gent (1644) o Hulst (1645), en el Flandes zelandés. Los ejércitos españoles mostraron una gran capacidad de resistencia, que impidió a los neerlandeses adentrarse hacia plazas claves de los Países Bajos del sur como Amberes o Gante. A la paz se llegó por el agotamiento español y neerlandés, iniciándose las negociaciones en 1646. 5. LA PAZ DE WESTFALIA (1644-48) El emperador había muerto en 1637, siendo sustituido por su hijo Fernando III. El cardenal Richelieu y el rey Luis XIII mueren en 1642-1643 y el conde-duque de Olivares fue apartado del poder a comienzos de 1643. La Paz de Westfalia estuvo precedida de una reunión de representantes de numerosos príncipes alemanes en Frankfurt (1643-1645) y dos largas conferencias internacionales iniciadas en Münster y Osnabrück, en las que negociaban los católicos (incluidas Francia y España) y los protestantes (incluidos los suecos). La generalización de la guerra y la importancia de sus efectos negativos sobre la población y la economía alarmaron a los príncipes europeos en mayor medida que en conflictos anteriores. Fue el primer tratado de paz que pretendía regular el conjunto de la política europea. Era necesario identificar algunos principios que rigieran las relaciones internacionales y fueron los de la soberanía de cada Estado, la igualdad entre ellos, la obligada laicización de la política internacional y la afirmación de la necesidad de regular por medio del incipiente Derecho Internacional las relaciones entre Estados. Además de diversos tratados bilaterales entre los beligerantes, el 24 de octubre de 1648 se firmó en Münster el tratado final. Westfalia enterraba los últimos restos de la cristiandad medieval encabezada por el papa y el emperador. El primero se veía apartado de su anterior papel eminente y la derrota de los Habsburgo sancionó la desaparición de lo poco que quedaba de la vieja idea imperial convirtiendo al emperador en uno más de los soberanos europeos, despojado incluso de su primacía simbólica. Sus poderes quedaron limitados a los que pudiera ejercer sobre sus dominios patrimoniales o sobre los reinos de Bohemia y Hungría pues los tratados de Westfalia reorganizaron el poder en el seno del Imperio, que vio reducidos sus límites teóricos con el reconocimiento formal de la independencia de Suiza y Francia en virtud de sus adquisiciones territoriales. Los príncipes y ciudades libres del Imperio serán en adelante soberanos, pudiendo pactar libremente en el terreno internacional, salvo en contra del Emperador. El poder de la Dieta Imperial quedó aún más reducido. En su seno, el número de príncipes electores paso a 8, pues se restituyó tal categoría al Bajo Palatinado o Palatinado Renano, que le fue devuelto a Carlos Luis, hijo de Federico V, y se mantuvo la que se había asignado en su lugar al duque de Baviera, a quien se adjudicó la soberanía sobre el Alto Palatinado. Alemania en conjunto mantenía un elevado número de soberanías, apenas inferior a 1.500. En el aspecto territorial el Emperador apenas sufrió pérdidas a excepción de Lusacia, que quedó bajo el dominio del elector de Sajonia y de sus posesiones en Alsacia y el Alto Rin, que pasaron a Francia. Incrementó su poder religioso sobre los territorios dominados por los Habsburgo, lo que favoreció el reforzamiento de su autoridad. El Imperio se orientará preferentemente hacia la creación de un importante poder territorial y la expansión por el espacio balcánico, aprovechando el retroceso del Imperio Turco.
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