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retablo jovial casanova pdf, Resúmenes de Lengua y Literatura

libro interesante para niños de 3 de la eso

Tipo: Resúmenes

2020/2021
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Subido el 14/03/2021

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¡Descarga retablo jovial casanova pdf y más Resúmenes en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! RETABLO JOVIAL (1949) ALEJANDRO CASONA DEPTO. LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA IES SÉNECA Córdoba 2015 NOTA PRELIMINAR En 1931, recién proclamada la República, el maestro de maestros Manuel B. Cossío1 abría con las Misiones Pedagógicas un capítulo ejemplar de la educación popular de España. No es hora de recordar aquí la honda raigambre y la limpia entraña social de aquella empresa, pero sí de uno de sus aspectos, primera razón y fuente de estas farsas: el Teatro del Pueblo, escena andariega que, paralelamente a La Barraca de García Lorca, recorría el mapa mural de la península llevando los gozos del arte a los más apartados rincones campesinos. A semejanza de la carreta de Angulo el Malo2, que atraviesa con su bullicio colorista las páginas del Quijote, el teatro estudiantil de las Misiones era una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio. Formado por estudiantes y consagrado a auditorios sin letras, no podía ser de otra manera. Tanto por sus representantes como por su público, la comedia y el drama hubiesen resultado géneros demasiado evolucionados para él. En cambio, la farsa, el proverbio y la fábula, con su juego violento y su sabor agraz, eran su expresión natural, así como lo eran en la música el romance coral, la cantiga y la serranilla. Juan del Encina, Lope de Rueda, el Cervantes de los entremeses, el Calderón de las jácaras y las mojigangas, Ramón de la Cruz y el sabroso Molière universal formaban la nómina de sus autores predilectos3. Pero no vaya a imaginarse nadie, ante la gloria de tales nombres, que impulsaba a los estudiantes misioneros el más remoto propósito cultista. Lejos de ellos todo intento de reconstrucción histórica y perfectamente lavados de pedantería libresca, si se amparaban en tan ilustres firmas era precisamente por lo que sus temas tienen de milagrosa sencillez y frescura perdurable. «No hacemos más que devolver al pueblo lo que es del pueblo», decía Cossío. Lope el sevillano, Cervantes, Molière fueron sólo los acuñadores artísticos de es plata redonda de curso legal en todo tiempo y lugar. Durante los cinco años en que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiante, más de trescientos pueblos —en aspa desde Sanabria4 a la Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana— nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas o sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea. Si alguna obra bella puede enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos, son una educadora experiencia. Allí comprobé una vez más que los grandes autores cómicos universales pueden divertir noblemente a un auditorio rural, y acaso más profundamente que a un público cultivado. Lo que en este es previa disposición sumisa al prestigio de un nombre, es en aquél espontánea adhesión al tema fértil, a la expresión jocunda, a esa mezcla de honradez esencial y sabrosa malicia que le es tan familiar. Al revés de lo que ocurre en las salas urbanas, la obra vive con total independencia del autor y con vida más fuerte que la suya; muchos de nuestros campesinos no han oído jamás el nombre de Cervantes, pero ignora el nombre, el gesto y la significación de Sancho. 1 Manuel Bartolomé Cossío fue un eminente pedagogo que colaboró en las actividades de la Institución Libre de Enseñanza como las Misiones Pedagógicas. Uno de los proyectos más originales de estas era la representación ambulante de obras dramáticas clásicas; esto es lo que llevarían a cabo Alejandro Casona con el «Teatro del Pueblo» y García Lorca con el grupo« La Barraca» entre 1931 y 1935. 2 En el capítulo 11 de la Segunda parte, don Quijote se encuentra con el «Carro de las Cortes de la Muerte», cuyo conductor se declara integrante de la compañía de Angulo el Malo, famoso director de comedias de finales del siglo XVI. 3 Lista de autores que cultivaron un teatro de inspiración popular. 4 La comarca de Sanabria se encuentra al norte de la provincia de Zamora. FARSA Y JUSTICIA DEL CORREGIDOR Tradición Popular PERSONAJES El Corregidor El Secretario El Posadero El Cazador El Peregrino El Sastre El Leñador Dos Alguaciles Un Ministril ………. Sala capitular con estrado. Gran puerta de cuarterón al fondo, ante la cual montan guardia dos Alguaciles, y otra falsa de acceso al palacio. Preside cualquier Majestad barroca de Castilla. (Entran el CORREGIDOR y el SECRETARIO de audiencias. Hablan de los vinos y manjares con esa tierna malicia que otros, menos curtidos, reservan a las confidencias de amor). SECRETARIO Por Cristo vivo que no recuerdo haber disfrutado en mi vida semejante banquete. Bien pregona la fama que en cien leguas a la redonda no hay mesa como la del señor corregidor. CORREGIDOR Cada edad tiene su pecado capital. A los veinte padecía la lujuria; a los treinta la ira y a los cuarenta, la soberbia. Ahora, en mis cincuenta corridos, y antes que me llegue la avaricia, que es maldición de viejos, bendita sea esta gula que me libra de tantos males y, a la que debo tantos bienes. SECRETARIO Según eso, ¿afirmaría vuestra señoría que la gula puede ser una virtud? CORREGIDOR Sin vacilar. En los años que lleva en mi secretaría, ¿qué le han parecido mis sentencias? SECRETARIO Todo el mundo las celebra como la suma de la bondad, de la sabiduría y la justicia. CORREGIDOR ¿Y a qué lo atribuye vuesa merced? SECRETARIO Ante todo a vuestro noble corazón. CORREGIDOR Error profundo. SECRETARIO A vuestro prodigioso cerebro salmantino CORREGIDOR Tampoco, hermano. Todo el secreto está en el estómago. (Mientras se sirve licor que un MINISTRIL trae en salvilla) Un hombre bien comido es siempre un hombre bueno. Un hombre bien bebido es siempre un hombre sabio. El día que a Salomón se le ocurrió la idea de partir a un niño en dos, estaba inspirado por una luminosa digestión. (Le ofrece un vaso y levanta el suyo.) ¡Por el único pecado de carne que se puede llevar dignamente a mis años! SECRETARIO ¡Por el nuevo Salomón de todas las Españas! LOS DOS Salud. (Beben y restallan la lengua jurisperita) SECRETARIO ¿Tostado? CORREGIDOR Demasiado viejo para eso. SECRETARIO ¿Solera? CORREGIDOR Demasiado joven. SECRETARIO Entonces moscatel. CORREGIDOR Tu dixisti. SECRETARIO Bendita sea la cepa madre (Beben y restallan de nuevo.) y ese plato que hemos comido, ¿no podríais decirme de qué dulce milagro está hecho? CORREGIDOR ¿No lo adivina aún? SECRETARIO Por momentos sabía a pernil de monte; por momentos, a muslo de volatería. CORREGIDOR Tal vez fueran ambas cosas juntas. Piense en una. SECRETARIO ¿Paloma torcaz? CORREGIDOR Demasiado duras; vuelan largo. SECRETARIO ¿Perdiz? CORREGIDOR Demasiado flojas; vuelan corto. Piense más alto. SECRETARIO ¿Pato salvaje? CORREGIDOR Menos popular. SECRETARIO ¿Garza? CORREGIDOR Más noble aún. SECRETARIO ¡Faisán! CORREGIDOR ¡Bravo, secretario! Ya está desvelada la mitad del misterio. ¿Vamos con la otra mitad? (Se sientan juntos en plena intimidad confidencial.) SECRETARIO Esperad que recuerde. Olía a campo y a fruta. CORREGIDOR Buen principio. SECRETARIO El sabor era de muerte reciente y en sazón, como de cerdo por diciembre. CORREGIDOR Cerca le anda. Pero ¿y aquella inocente ternura de manteca? SECRETARIO ¿Lechón, quizá? CORREGIDOR Caliente, caliente. Pero ¿y aquel sabor de carne perseguida? SECRETARIO ¿Venado? CORREGIDOR ¡Que se quema! Pero ¿y aquel gusto bravío de retama? SECRETARIO ¿Jabalí? CORREGIDOR ¡Lechón de jabalí con salsa de ciruelas! SECRETARIO ¡Alabado sea el Santísimo! ¿Y a qué espera el Cabildo para levantar una estatua a vuestra cocinera? CORREGIDOR ¿Cocinera? ¡Vade retro, blasfemo! Si mi cocinera fuera capaz de tal prodigio, ya hace tiempo que sería mi esposa. No, hijo mío; las mujeres se quedan en los platos mostrencos: la olla podrida, la pepitoria o la menestra. Algunas, más audaces, llegan al estofado de liebre con olivas..., y hasta hay casos aislados de paella. Pero la cocina artística está reservada al genio del hombre. Y entre todos los llamados solo hay un elegido... SECRETARIO el rabo entre las manos. Y ahí están los cuatro como cuatro furias pidiendo a gritos mi cabeza. ¡Defiéndame señor! CORREGIDOR Calma, Juan Blas, calma. Difícil es tu caso, pero soy hombre agradecido ¡y mal potaje de nabos me dé Dios, si no te salvo! Que más le valiera a la República perder sus monumentos y su historia que perder un cocinero como tú. POSADERO (Besándole las manos.) ¡Gracias, señor, gracias! (El CORREGIDOR sube a su estrado y agita la campanilla. Se abre la puerta) CORREGIDOR Que pasen los querellantes. (Entran en tropel, detrás del SECRETARIO, el CAZADOR con su pluma y escopeta, el PEREGRINO con su bordón y conchas santiaguinas, el SASTRE con sus enormes tijeras ,y el LEÑADOR con un rabo de asno. Los ALGUACILES nuevamente en la guardia.) CAZADOR Allí está el ladrón. ¡A la picota! SASTRE El asesino de niños. ¡A la horca! PEREGINO ¡Mis costillas…, hay mis pobres costillas. LEÑADOR Mi pollino querido…, mi compañero de fatigas. ¡Mire, señor, este triste despojo! TODOS ¡Justicia, señor corregidor! CORREGIDOR (Imponiéndose a campanillazos) ¡Silencio todos! Siéntese el acusado. Siéntense los querellantes. Y oigamos en derecho a las dos partes. (Alza el brazo, solemne.) En el nombre del Padre, etcétera, etcétera. ¿juran todos decir, etcétera, etcétera? TODOS ¡Juramos! CORREGIDOR Queda abierta la audiencia. Escriba secretario, secretario. (Se sienta. Los cuatro acusadores vuelven a alborotarse.) CAZADOR ¡Cien latigazos a ese ladrón! PEREGRINO ¡Mis costillas…., mis costillas! SASTRE ¡Venganza para un padre malogrado! LEÑADOR ¡Justicia contra ese arrancador de rabos inocentes! (Llora besando y acariciando su despojo. Campanillazos.) CORREGIDOR ¡Silencio, repito, o hago desalojar la sala! Que hable el primero. CAZADOR (Se levanta) Yo, señor, soy cazador de oficio. Esta mañana salí temprano al monte y tuve la fortuna de cazar un faisán y un lechón de jabalí, que, juntamente con una libra de ciruelas, lleve al horno de este enemigo público. Tres horas después vuelvo con la boca en agua a reclamar mi guiso, ¿y sabe su señoría con qué cuento me sale el muy bribón? ¡Qué se atreva a repetirlo delante de la justicia! CORREGIDOR Conteste el reo. ¿Dónde están las ciruelas de este hombre? POSADERO Se las comió el faisán. CORREGIDOR ¿Y el faisán? POSADERO Se lo comió el jabalí. CORREGIDOR ¿Y el jabalí? POSADERO No hice más que abrir el horno y echó a correr hacia el monte como una centella. CAZADOR ¿Cuándo se ha visto mayor desvergüenza? Encima del robo, el embuste y el escarnio. ¿No es para mandarlo al garrote de cabeza? CORREGIDOR Calma, cazador, que la ira es mala consejera. Juzguemos serenamente. Por lo pronto, las tres afirmaciones que ha hecho el acusado podrán ser sospechosas de facto, pero in principio son indiscutibles. ¿Puede nadie negar que un faisán coma ciruelas? CAZADOR Eso no. CORREGIDOR ¿Puede nadie negar que un jabalí coma faisanes? CAZADOR Tampoco. CORREGIDOR ¿Y puede nadie negar que un animal de monte tire al monte? CAZADOR Pero, señor corregidor, es imposible. El jabalí estaba muerto y bien muerto. CORREGIDOR Nada hay imposible ante la voluntad de Dios. Muerta estaba la hija de Jairo cuando le fue dicho: « ¡Dormida estás, despierta!». SECRETARIO San Mateo, capítulo nueve, versículo veinticinco. CORREGIDOR Muerto y bien muerto estaba Lázaro cuando le fue dicho: «Levántate y anda.» SECRETARIO San Juan, capítulo once, versículo cuarenta y tres. CORREGIDOR ¿Vas a poner en duda los Santos Evangelios? CAZADOR ¿Qué importan ahora Juan y San Mateo? CORREGIDOR ¿Cómo que no importan? ¡Anote, secretario! SECRETARIO Anoto. (Escribe vertiginosamente) CORREGIDOR De lo que se trata aquí es de Juan Blas el posadero. Y yo afirmo que un posadero no puede hacer milagros. CORREGIDOR ¡Imprudencia temeraria! ¿No tiene acaso todos los posaderos del mundo el don de transformar el agua en vino como en las bodas de Caná? ¡Anote! SECRETARIO Anoto. CAZADOR Yo no hablo de agua ni de vino sino del jabato al horno. ¡Y lo que yo digo es que la carne al horno muerta está y muerta se queda, para siempre! CORREGIDOR ¿Qué dices insensato? ¿Serás también capaz de negar la resurrección de la carne? ¡Anote! SECRETARIO Anoto CAZADOR Pero, señor corregidor... CORREGIDOR ¡Silencio! ¿Anoto? SECRETARIO Anoté. CORREGIDOR Lea el folio. SECRETARIO ¡Alto ahí! ¡Protesto la sentencia! CORREGIDOR Protesta rechazada. Si este infame te ha arruinado una cosecha, ¿no es justo que te devuelva otra cosecha? SASTRE Me niego. ¡Es una injusticia manifiesta! CORREGIDOR ¿Insulto a la autoridad? ¡Veinte reales de multa por desacato al tribunal! (El SECRETARIO escribe vertiginosamente, consumiendo folios.) SASTRE No me importa el precio. ¡Todos mis ahorros con tal de ver a ese desalmado en la picota! CORREGIDOR ¿Intento de soborno? ¡Cuarenta reales! SASTRE (Desesperado, buscando amparo en la conciencia popular.) ¿Oyen esto, vecinos? ¿Puede consentirse este atropello? CORREGIDOR ¿Incitación a la rebelión? ¡Ochenta reales! SASTRE ¡Apelaré a su Majestad! ¡Si es necesario llegaré hasta Roma! CORREGIDOR ¿Colaboración con una potencia extranjera? ¡Ciento sesenta reales! ¿Tienes algo más que alegar? SASTRE (Calmándose de repente.) Nada, señor, muchas gracias. Solo quisiera hacer constar humildemente -sin alevosía ni ensanchamiento- que, en cuanto al posadero, renuncio a toda restitución en especie. Mis cosechas prefiero sembrármelas yo mismo. CORREGIDOR Puesto así, puede considerarse. ¿De acuerdo el acusado? POSADERO De acuerdo. CORREGIDOR Conciliadas las partes. (Campanillazo y en pie.) Veinte, cuarenta, ochenta y ciento sesenta, tres cientos reales redondos. Páguese, cóbrese y embólsese (Se sientan) Que hable el cuarto. (El LEÑADOR se levanta confuso escondiendo su rabo. Vacila. De repente echa a correr hacia la puerta. Los ALGUACILES le cierran el paso.) LEÑADOR Es tarde y tengo que llevar mi leña al mercado. CORREGIDOR Aguarda, hijo. Primero tienes derecho a que se te escuche y se te haga justicia ¿No traías acusación contra este maldito posadero? LEÑADOR ¿Una acusación yo? ¡Jamás! Yo juro por toda la corte celestial que mi burro nació sin rabo, que toda su vida ha vivido sin rabo, y que sin rabo ha de morir en paz y en gracia de Dios ¡con licencia señor corregidor! (Sale corriendo). CORREGIDOR ¡Sobreséase, lácrese y archívese! ¿Anoto? SECRETARIO ¡Anote! CORREGIDOR Caso cerrado. (Telón) ENTREMÉS DEL MANCEBO QUE CASÓ CON MUJER BRAVA SEGÚN EL EJEMPLO XXXV DE EL CONDE LUCANOR PERSONAJES PATRONIO EL MANCEBO EL PADRE DEL MANCEBO LA MOZA EL PADRE DE LA MOZA LA MADRE DE LA MOZA MUSICOS Y DANZANTES ………. PRÓLOGO (Sale PATRONIO ante la cortina y habla al público) PATRONIO Ahora escuchad, señores, si os queréis divertir con un antiguo cuento. Y sabed que soy Patronio, criado y consejero del ilustre conde de Lucanor, el cual ha por costumbre consultarme en cuantas dudas le acaecen. Y es la duda esta vez que a un su criado le tratan casamiento con una moza muy rica que él y de más alto linaje; y siendo así que el casamiento es bueno, no se atreve a llevarlo por adelante por recelo que tiene. Y es el recelo que la tal moza es la más fuerte y la más brava cosa que hay en el mundo, y tan áspera de genio que, a buen seguro, no habrá marido que con ella pueda. Por eso yo Patronio, consejero fiel, quiero sacar hoy al teatro este cuento que viene aquí como de molde, para que a vos y a mi amo sirva de ejemplo. Y es La historia del mancebo que casó con mujer brava, y del arte que se dio para dominarla desde el punto y hora que se casaron. Escuchad la historia, que escrita en un famoso libro, primero de los libros de cuentos que por estas tierras de España se escribieron. Y vaya el gozo y la reflexión que os cause, a la mayor gloria de su autor, el infante don Juan Manuel, que hace seiscientos años fue en Castilla cortesano discreto, poeta de cantares y autor de libros de caza y de sabiduría. (Retírase PATRONIO y suben al tablado EL MANCEBO y EL PADRE DEL MANCEBO.) ESCENA PRIMERA PADRE Dígote, hijo mío, que lo pienses mejor antes que a esa puerta llame. Que la tal moza es muy más rica que nosotros y de más alto linaje; y malo es que la mujer aventaje en prendas y fortuna a SU marido MANCEBO Cierto es. Pero pensad también, padre que siendo vos pobre, nada tenéis que me dar para vivir a mi honra. Y siendo eso así, si no me concertáis el casamiento que os pido, forzado me veré a hacer vida menguada o a irme de estas tierras en busca de mejor ventura. PADRE Mucho me maravilla tu intento y osadía. Tanto más cuanto que en todo sois diferentes. Tú eres pobre y ella es rica. Más tierras tiene de las que podrías andar a caballo en todo un día, aun yendo al trote. MANCEBO No reparéis en eso; que si ella tiene fortuna, yo se la aumentaré con mi esfuerzo. Y si sus tierras son tantas que no se pueden andar en todo un día, aun yendo al trote, ¡yo se las andaré al galope! PADRE ESCENA TERCERA PATRONIO Ya veis aquí, señores cómo principia el cuento. Pronto hemos de ver cómo se adoba y acaba. Fuerte es la moza y bien tajado el mancebo. Lo que sea de su casamiento y fortuna, ahora lo sabréis. Yo voyme a retirar, que el cortejo llega, y yo salí para advertiros esta razón: que el casamiento se hizo y ya traen a la novia a casa de su marido. (Saluda al cortejo de bodas, que viene por la plaza y sale. El cortejo sube al tablado. Vienen dulzainas, tamboriles y panderos. Luego, el PADRE RICO y la MADRE; detrás los novios y parejas de mozos y mozas coronados de guirnaldas. Trenzan una danza de cintas y figuras. Cuando el baile termina, entre relinchos y gritos el PADRE RICO toma a la MOZA de la mano y la aparta a un rincón.) PADRE RICO Casada sois, hija mía; oídme ahora un consejo: obedeced y servid a vuestro marido, que más sosiego hay en obedecer que en mandar. MADRE (Tomando a la MOZA de la mano y llevándola al otro extremo) Casada sois, hija mía; oídme ahora un consejo: no os dejéis ablandar ni por buenas ni por malas; que al que lame las manos, a ese danle palos. PADRE RICO Ea, señores, retírese ya el cortejo y déjese a los novios en su soledad hasta otro día. (Hacen la despedida, entre risas y abrazos, y salen todos cantando. El MANCEBO descorre la cortina y entra la novia en su casa. Está puesta la mesa y sobre ella un candelabro encendido. Al fondo, por una ventana, se ve la cabeza del caballo rumiando en el pesebre. Mientras la MOZA se quita sus galas y guirnaldas, se oye el canto del cortejo alejándose.) ESCENA CUARTA MANCEBO Digo, mujer, que no se cumple con nosotros la costumbre de esta tierra, que es la de adobar cena y mesa a los novios sin que nada les falte. MOZA Pues qué, ¿no veis ahí todo? MANCEBO No veo que hayan dispuesto el aguamanos. MOZA ¡Aguamanos! ¿Con esa salís, marido? Comed y callad, que bien acostumbrado estaréis, de vuestra casa, a comer sin lavaros. MANCEBO No tal, que siempre he sido pobre, pero limpio. ¡Lavarme quiero! (Espera. Al ver que no le atiende da un puñetazo sobre la mesa alzando la voz) ¡Lavarme quiero! (Mira airado en su alrededor.) ¡Eh, tú, don perro: dame agua a las manos! (Otra pausa esperando) ¡Cómo! ¿No oíste, perro traidor, que me des agua a las manos? ¡Ah! ¿callas? ¿no obedeces? ¡Pues aguarda y verás! (Sale furioso entre cortinas y da de cuchilladas al perro, que aúlla espantado) MOZA Pero ¿qué habéis hecho marido? ¿Al perro habéis matado? ¡Miren qué empresa de hombre! MANCEBO Mandele traer agua y no me obedeció. (Limpia su espada en el mantel y vuelve los ojos airado alrededor. Se dirige al gato, que se supone al otro lado.) ¡Eh, tú, don gato: dame agua a las manos! MOZA ¿Al gato habláis, marido? MANCEBO ¡Cómo, don falso traidor! ¿También tú callas? Pues qué, ¿no viste lo que fue del perro, por no obedecer? Prometo que si poco ni más conmigo porfías, lo mismo te he de hacer a ti que al perro. ¡Dame agua a las manos ahora mismo! MOZA Pero, marido, ¿cómo queréis que un gato entienda de aguamanos? MANCEBO (Le impone silencio secamente.) ¿Qué, no te mueves todavía? ¡Ah gato traidor!…. ¡Aguarda, aguarda tú también! (Sale entre cortinas. Se oyen unos maullidos estridentes y vuelve a entrar con el gato ensartado en la espada. Lo tira contra el suelo.) MOZA ¡Ay mi gato, mi pobre gato querido!… (Lo levanta por el rabo, comprobando que está muerto. El MANCEBO mira en torno cada vez más furioso. Se oye en el patio el relincho del caballo.) MANCEBO Y ahora vos, don caballo. ¡Dame agua a las manos! MOZA ¡Eso no! ¡Teneos marido, que perros y gatos muchos hay, pero caballos no tenéis otro que ése! MANCEBO Y bien, mujer, ¿pensáis que porque no tengo otro caballo se ha de librar de mí si no me atiende? Guárdese de enojarme, o si no, ¡yo juro a Dios que tan mala muerte le he de dar a él como a los otros! (Mirando fijamente avanza hasta ella, que retrocede comenzando a espantarse.) Y no habrá cosa viva en la casa a quien no hiciera lo mismo. ¡Eh!. ¿Oíste, don caballo? ¡Dame pronto agua a las manos! MOZA (Se santigua) ¡Ánimas del Purgatorio! ¡loco está! MANCEBO ¿Qué, no te mueves? ¡Pues toma tú también! ¡Toma! (Le suelta un pistoletazo. El caballo cae redondo.) MOZA ¡Dios nos valga, marido! ¡Muerto es el caballo! MANCEBO Pues qué, ¿he de mandar yo una cosa y no se me ha de obedecer en mi casa? (Tira la silla de un puntapié. Vuelve a mirar a todos lados con furia. Fija los ojos en ella y dice reposadamente:) Mujer…, dame agua a las manos. MOZA ¿Agua? ¡Ahora mismo! ¿Por qué no me la pedisteis a mí antes, marido? (Corre y vuelve con aguamanil y toalla) Dejad, no os molestéis; yo misma os lavaré. MANCEBO Bien está. Dadme ahora la cena. MOZA Sí, sí, sí…, la cena…, ahora mismo. Lo que mandéis, señor. Aquí está la cena. (Le sirve prodigando sonrisas. Queda en pie mientras él cena.) MANCEBO ¡Ah!, cómo agradezco al cielo que hicisteis a tiempo lo que os mandé. Que si no, con el enojo que tengo, otro tanto os hubiera hecho a vos como al caballo. MOZA ¿Y cómo no os había de obedecer, marido? Bien sé yo que no hay gala que tan bien siente a una mujer como servir y honrar al señor de su casa. Mandadme cuanto queráis, que yo os juro… MANCEBO ¡Callad! MOZA Sí, sí, sí, perdón. MANCEBO Mala está la cena. MOZA Sí, sí, sí, mala está. MANCEBO Que no vuelva a suceder. MOZA No, no, no volverá. Yo misma la preparé mañana. MANCEBO Yo voime ahora a la cama. MOZA Sí, sí, sí. MANCEBO Y cuidad que nadie me turbe ni desasosiegue, que con la saña que tuve esta noche no sé si podré dormir. ¡Esa silla! MOZA Sí, sí, sí, la silla…. (Se apresura a levantarla y ponerla en su lugar.) MANCEBO ¡Alumbrad! MOZA Sí, sí, sí. MANCEBO ¡Y silencio! (Le acompaña con el candelabro hasta el umbral, cediendo al paso con una reverencia. Sale el MANCEBO. Fuera se oye nuevamente la canción de bodas. La MOZA se vuelve aterrada imponiendo silencio en todas direcciones.) MOZA ¡Eh, locos, ¿qué hacéis? ¡Callad, no turbéis a mi marido; si no, todos, todos somos aquí muertos esta noche! (Va apagándose la música lejos. Ella impone silencio hacia el público andando en puntillas, mientras corre la cortina suavemente.) ¡Silencio! ¡Silencio todos, por Dios…, que duerme mi señor! (Queda el teatro a oscuras un momento. canta el gallo del alba y empieza a amanecer.) FARSA DEL CORNUDO APALEADO SEGÚN LA HISTORIA LXXVII DE EL DECAMERÓN DE BOCCACCIO PERSONAJES EL PRÓLOGO MICER EGANO, rico mercader BEATRIZ, su esposa ANICHINO, su intendente BRUNELA, dueña Dos Criados ………. (Sale entre cortinas el PRÓLOGO, criado de MÍCER BOCCACCIO, luciendo un amplio tabardo pícaro a cuadros multicolores, con heráldica de naipes y juglaría. Saluda a lo cortesano con profunda reverencia) EL PRÓLOGO Nobles mujeres de Florencia; damas altísimas y humildes menestrales; aturdidas doncellas y matronas prudentes; solteras llenas de sueños y casadas ya despiertas; a vosotras y solo a vosotras, que sois la sal de la tierra y el jardín de la vida, ¡salud! Si algún sesudo varón se ha deslizado al descuido en este ilustre senado, a tiempo está de retirarse, que mi amo y señor, Mícer Boccaccio, sólo de las mujeres fía, sólo a las mujeres canta y solo a ellas dedica lo que ha escrito y lo que espera escribir mientras le quede vida. Y hecha esta aclaración y este saludo, diré la embajada que mi dueño y señor me ha encomendado. Recordaréis, dulces amigas mías —son las palabras de mi señor Boccaccio—, recordaréis que hace años, cuando la peste asolaba a nuestra querida Florencia, os hice una sagrada promesa. Era el día un martes por la mañana, y era el lugar la iglesia de Santa María la Nueva. Todo a nuestro alrededor era desolación y llanto. En vez de arpas y laúdes, solo se oía el doblar de las campanas y la letanía de las rogativas y procesiones públicas. En vez de galantes carrozas, atestaban nuestras calles interminables filas de angarillas con la sábana de los apestados o el crespón de los muertos. El esposo abandonaba cobardemente a la esposa; los padres huían de sus propios hijos, y los malhechores aprovechaban el sueño de las leyes para sembrar mayor espanto, saqueando las casas indefensas y despojando sacrílegamente a las víctimas. ¿Qué podía yo hacer por vosotras en tan funesta ocasión? Sólo una cosa: ofrecemos la risa el ingenio para combatir el mal; contaros las más divertidas historias que supiere o inventar las que no supiere, con tal de alejar de vosotras los negros pensamientos. Tal fue la promesa que os hice aquel terrible martes en Santa María la Nueva, y que vengo cumpliendo sin descanso, hasta tal punto que la historia que os presento esta noche hace el número setenta y siete de las cien que pienso escribir si el aliento me alcanza y vuestra venia no me falta. Pues bien, amigas mías: ¿podéis creer que tan gentil intento, lejos de valerme plácemes me ha valido las más acerbas críticas de esos enemigos del género humano que se llaman censores? ¡Y con qué aspavientos de gritos, silbidos y dentelladas! Poco les ha faltado para pregonar mi cabeza como corruptor de costumbres y enemigo de la República. Confieso que todavía no he salido de mi asombro. Creía que la envidia es vendaval que solamente sopla contra cumbres altas; pero, al parecer también lo hace contra las más humildes colinas, puesto que ahora se ha desátalo contra mi pobre ingenio, lo cual en verdad no sé si lamentar o agradecer, pues siempre he oído decir que los escritores sin talento son los únicos que se libran de la crítica. Y ya que por vosotras se me condena, ante vosotras traigo mi defensa, como único tribunal legítimo. De tres crímenes me acusan esos feroces mastines de la moral pública. Primero: de rebajar mi natural ingenio, desperdiciándolo en historietas galantes al servicio de una cosa tan ínfima y liviana como sois las mujeres. A esto contesto que, si la galantería es un pecado, yo me declaro, cien veces pecador. Si amaros sobre todas las cosas es un delito, yo me confieso alegremente el más feliz de los delincuentes. ¿Qué culpa tengo yo si todo en vosotras lo encuentro hermoso? ¡Si hasta vuestros pecados, solo por ser vuestros, no me parecen más que un travieso adorno de vuestras virtudes! Discretos eran los antiguos, y al representar en las Musas toda la belleza y la sabiduría del mundo, a todas nueve dieron forma de mujer. Y a fin de cuentas, si las mujeres son tan faltas de seso y peso como dicen mis censores, déjenme a mí tan deliciosa carga, y allá ellos con todo el peso de los hombres. Es el segundo crimen -según los dichos censores- que no sienta bien a la dignidad de mis canas entretenerme en bagatelas amorosas, más propias de aturdidos mozalbetes y ociosos libertinos que de hombres sabios y maduros. A esto respondo que para el amor hay edades buenas y menos buenas, pero ninguna mala. Básteles el ejemplo de ilustres varones que honraron nuestra ciudad, como Guido Cavalcanti y el divino Dante Alighieri, los cuales vivieron vida más larga que la mía sin avergonzarse de emplearla entera en esta gaya ciencia del amor. En cuanto a la muchedumbre de mis años, quizá sea su única generosidad la de añadirme algunos, que en esto no son tacaños. Pero no se dejen engañar por el color de mis cabellos, porque acaso yo sea como el puerro, que por blanca que tenga la cabeza siempre conserva verde la cola. Piensen que es torpeza insigne juzgar por la cabeza lo que se escribe con el corazón. Y en cuanto a este, lo único que siento es tener uno solo, que si cien tuviera cien os ofrecería, dulces señoras mías. Acúsanme finalmente de libertades de lenguaje, reprochándome el servir demasiado crudo lo que otros suelen servir bien adobado; de mostrar al desnudo las costumbres de mi tiempo en vez de cubrirlas con un piadoso velo, y de obedecer a ciegas las leyes de la naturaleza en lugar de adoptar los disfraces de la buena educación. Manía es esta de hipócritas timoratos, que tienen más miedo a las palabras que a las cosas. Ninguna palabra es mala por sí misma, y más a menudo está la malicia en los oídos del que escucha que en los labios del que cuenta. Respecto a las costumbres, yo no las inventé; no hago más que reflejarlas como un espejo fiel. Si ellas son licenciosas, ocúpense mis censores de reformarlas en lugar de tirar piedras al espejo. Y en cuanto a la supremacía de la naturaleza o de la educación, nada pienso contestar por mi cuenta. Me bastará recordar una vieja historia florentina titulada Las ocas del hermano Filipo. Y esta, señoras mías, os la doy de barato, sin ponerla en la cuenta de las cien prometida. Dice así el cuento: «Érase en otro tiempo, en nuestra buena Florencia, un ciudadano llamado Filipo Balducci, el cual se quedó viudo al nacer su único hijo. Desengañado de eso que llaman «vanidades del mundo», resolvió retirarse a una cueva en el monte Asinaio y educar allí a su hijo, lejos de apetito carnal, criándolo en una santa ignorancia tierra como camino más corto para alcanzar el cielo. Creció, pues, el joven Filipo en la oscuridad de su caverna sin conocer placer ni tentación y, por supuesto sin haber visto jamás una mujer ni haber oído siquiera esa palabra. Cuando el inocente salvaje cumplió dieciocho años quiso el buen padre probar los frutos de tan bizarra educación y trájolo consigo a Florencia a pedir limosna para su ermita. Miraba pasmado el mozo la belleza del mundo se le presentaba por primera vez, y todas sus preguntas dormidas se despertaban de pronto: —¿Qué fiera es tan gallarda, padre? Es un caballo, hijo mío. —¿Qué es aquel camino que se arrastra, padre? —Es un río, hijo mío. —¿Y aquello que relumbra, padre? —Un palacio, hijo mío. Llegaban así a las puertas de la ciudad, cuando vieron un tropel de hermosas mujeres que venían de una boda cantando riendo alegremente. No hizo más que verlas el joven Filipo y se quedó pálido de repente. — ¿Qué es eso que se nos viene encima, padre? —Aparta, hijo; son unos animales peligrosos. —¿Cómo se llaman esos lindos animales, padre? —No recuerdo bien; creo que se llaman... ocas. Pero camina y no vuelvas la cabeza, hijo. ¡Mira cómo se encabrita aquel caballo! ¡Mira cómo relumbra aquel palacio! —¡Al demonio palacios y caballos! ¡Yo quiero una oca, padre! ¡Yo quiero una oca! Los que piensen que la educación es más fuerte que la naturaleza, que le pregunten al hermano Filipo. Y basta de preámbulos, que va ya siendo demasiado larga la disculpa para una culpa tan corta. Esta noche voy a presentaros mi último cuento, el cual, para no escandalizar a mis censores con palabras malsonantes, he titulado simplemente: Cornudo, apaleado y contento. Si los imprudentes varones que han penetrado en este recinto lo han pensado mejor, aún están a tiempo de retirarse. Mis palabras, repito, van dedicadas solamente a nosotras, benditas mujeres, gloria de Florencia y alegría del mundo. A vosotras, ¡ocas despertadores de este eterno Fílipo que es el corazón del hombre! (Retírase el PRÓLOGO.) ESCENA PRIMERA Cámara en casa de MÍCER EGANO. Al fondo, balcón ojival con yedras azules. A un lado, el lecho con baldaquino; al otro, la puerta. Un arcón y mesa volante con tablero de ajedrez. De noche. (BRUNELA, arrodillada, termina de calzar botas y espuelas a MÍCER EGANO. BEATRIZ descuelga capa y espada.) EGANO Ciñe firme, Brunela. Son catorce leguas y he de galopar todo el camino. BEATRIZ ¿Puede saberse, marido, a qué se debe este atropellado viaje? EGANO Simples negocios, mujer; ya te dije. BEATRIZ ¿Así tan de repente, en plena noche y con tanto misterio? EGANO En ciertos negocios, tan importante como la diligencia es el secreto. ¿Por qué preguntas con tanta insistencia? BEATRIZ Porque es muy sospechoso todo esto. Esta mañana nada sabías de ese dichoso viaje; por la tarde, aún hablabas de una posible cacería. Y de repente: «¡Botas y espuelas; que ensillen mi mejor caballo; tengo que estar en la Hostería del Gallo al amanecer!» (Celosa.) ¿No me ocultas nada, marido? EGANO ¿Te he ocultado algo alguna vez? BEATRIZ BRUNELA Tenía experiencia. (Cierra.) ¿Os ayudo a desnudaros? BEATRIZ Todavía es temprano. (BRUNELA bosteza) ¿Tanto sueño tienes? BRUNELA No sé lo que me pasa esta noche; un sopor como en invierno cuando se bebe el vino caliente. BEATRIZ Ojalá pudiera yo decir lo mismo. Pero siento que no voy a poder dormir; desde que me casé es la primera noche que me encuentro sola. BRUNELA ¿Queréis algún libro edificante para divertir los pensamientos? Tengo en mi cuarto una vida de Santa María Magdalena BEATRIZ Historias de santos, no; suelen traer muy malos ejemplos. Mejor irá con mi ánimo un poco de música. (Toma el laúd. Canta una melodía lánguida. ANICHINO desde la puerta, escucha el final.) ¡Oh!, ¿estabais escuchando? ANICHINO Hasta donde es posible escuchar cuando se os mira. BEATRIZ Gracias. ¿Es todo lo que teníais que decirme? ANICHINO Mi señor ha partido y la servidumbre se ha retirado a descansar. ¿Tenéis alguna orden para mí? BEATRIZ Nada. ¿Habéis cerrado bien todas las puertas? ANICHINO Con doble llave. Si algo os da miedo durante la noche, llamadme sin reparo, que yo no dormiré velando vuestro sueño. BEATRIZ Siempre gentil ANICHINO Soy vuestro criado. BEATRIZ Ya no; más que como intendente os precio como consejero. Si algo queréis hacer por mí amigablemente, acompañadme al ajedrez. El tablero está esperando. ANICHINO No podíais ofrecerme algo más de mi gusto BEATRIZ Pero ha de ser con una condición: que me trates como a un rival digno de vos. ANICHINO Comprendo. BEATRIZ ¿Creéis que no lo he notado? Cuando jugáis con un caballero, no perdéis nunca; cuando jugáis conmigo siempre me dejáis ganar. Y no quisiera tener por gentileza lo que se ha de conquistar en buena ley. ANICHINO Aceptado el desafío. ¿En guardia? BEATRIZ En guardia (Mueven) vuestro peón de dama es la primera víctima. ANICHINO No podía morir de mejor muerte. BEATRIZ (Viendo que la mira fijamente y suspira) Pero, ¿adónde miráis, ANICHINO? ¿Acaso está en mis ojos el tablero? ANICHINO Perdón (Mueve) BEATRIZ Si no ponéis más atención, no os auguro nada bueno. Nuevo peón perdido. BRUNELA (Bosteza) ¿Tiene muchos peones en este juego? BEATRIZ Para tu sueño, demasiados. Puedes retirarte, BRUNELA BRUNELA Gracias, señora. Buenas noches, señor intendente. (Sale pesadamente y cierra la puerta) BEATRIZ Vuestro caballo del rey está en peligro. ANICHINO Retrocedo. BEATRIZ Pero ¿dónde estáis esta noche? Las blancas son las mías. ANICHINO Entonces no hay salvación. (La mira y suspira nuevamente.) BEATRIZ ¿Otro suspiro? Tanto os duele perder un caballo? ANICHINO Penas más hondas son las que me tienen sin sosiego. Pienso en un pobre amigo mío que esta misma noche y a esta misma hora, ante una mesa como esta se está jugando su corazón y su vida. BEATRIZ Extraña relación. ¿Es un acertijo? ANICHINO Es una historia de amor. BEATRIZ Magnífico; me encantan las historias. ¿Queréis contármela? ANICHINO Es una historia triste. BEATRIZ Mejor; me encantan las historias tristes; sobre todo si terminan bien. ANICHINO Esta no ha terminado todavía BEATRIZ Entonces hay esperanzas. Jaque a la dama y ya escucho. ANICHINO (Suspira largamente.) La cosa comenzó en Francia hace tres años, junto al fuego de una chimenea. Mi amigo, descendiente de una noble familia florentina, vivía alegremente en París su vida de estudiante, sin sospechar siquiera qué sabor tiene una lágrima de amor. Hasta que una noche, cenando con unos caballeros que volvían de Jerusalén, oyó hablar por primera vez de prodigiosa desconocida que había de trastornar su entera. Jaque al rey. BEATRIZ (Aparta el tablero.) ¿Qué importa el rey ahora? Prefiero parís y las desconocidas prodigiosas y los caballeros de Jerusalén. Seguid. ANICHINO Contaban aquellos peregrinos las maravillas que habían visto sus largos viajes. Hablaban unos de la rubia Inglaterra, otros de la luminosa España, otros de la alegre Italia. Por fin todos quedaron de acuerdo en una cosa: la mejor tierra del mundo era Italia, lo mejor de Italia era Bolonia y lo mejor de Bolonia, una mujer de tal belleza y donaire que merecía por si sola la más larga y penosa de las peregrinaciones. BEATRIZ ¿Tanto? ANICHINO Eso afirmaban a una voz los viajeros. Y sus palabras impresionaron de tal modo el corazón de mi amigo que desde aquel momento ya no supo vivir para otra cosa. Despierto, pensaba en ella; dormido, la soñaba. Finalmente, abandonó su casa, tomó un caballo y emprendió el camino de Italia, en busca de la dama de sus sueños. Desde París a Bolonia hay catorce jornadas yendo al trote. BEATRIZ Por favor, hacedlas al galope, que ya estoy en ascuas por saber el final. ANICHINO El final fue que llegó a Bolonia, que la buscó inútilmente días y días, asistiendo a todas las fiestas, visitando todas las iglesias, devorando con los ojos todas las ventanas. Hasta que una tarde la encontró por fin asomada a su balcón de yedras azules. BEATRIZ Loado sea el cielo! ¿Y era realmente tan hermosa como su fama? ANICHINO Más. Si alguna vez el agua del mar se ha hecho ojos y la lluvia con el sol se ha hecho cabellos, fue el día que nació esa mujer. (Suspira.) Desdichadamente, estaba casada con un rico mercader. BEATRIZ ¡Cielos! ¡Estamos perdidos! ANICHINO No temas. Será algún caminante extraviado. BEATRIZ Jamás. Yo he leído que cuando dos amantes se besan y suena un aldabonazo, siempre es el marido (Corre al balcón.) ¿No lo dije? ¡Él es! Ya está abriendo la puerta con su llave maestra. (Deteniendo a ANICHINO que corre a la puerta.) Por la escalera, ¡no! ¿Qué pensara si te encuentra saliendo a esta hora de mis habitaciones? ANICHINO Por el balcón. BEATRIZ Tampoco; hay luna y pueden verte. ¿Quieres colgar mi honra al viento como una sábana de escándalo? (Abre el arcón.) Aquí. VOZ DE EGANO (Acercándose.) ¡Beatriz! ... ¡Beatriz!... BEATRIZ ¡Pronto, ya sube! ¡Silencio! (Se besan rápidamente y ANICHINO se esconde en el arcón. Entra EGANO molido y quejumbroso. BEATRIZ corre a su encuentro con solícito aspaviento.) ¡Dulce esposo mío! ¿Vienes herido? ¿Ha ocurrido alguna desgracia? EGANO Nada grave, querida. Calma, calma. (Se desciñe la espada y se sienta dolorido.) BEATRIZ Pero esa palidez.... esas ropas destrozadas, ¿Te han asaltado ladrones? EGANO Peor. Imagínate que algún desalmado ha prendido fuego al bosque; una ráfaga de chispas me cegó el caballo y lo hizo desbocarse, derribándome por tierra y arrastrándome un buen trecho colgado del estribo. ¡Ay mis costillas molidas! BEATRIZ ¿No te habrás roto nada importante? EGANO Según a lo que tú llames importante. ¿Te parecen poco mis costillas? BEATRIZ Si no es más que eso, yo te daré unas friegas de ruda, que son mano de santo para verdugones. EGANO ¿Y mi caballo ciego? ¿Y el negocio perdido? ¡Ay mi pobre espinazo! ¡Maldita noche y maldito viaje! BEATRIZ No maldigas, marido. Pensándolo bien deberías dar gracias a Dios, que te ha devuelto a tu en el momento justo. (Iluminada.) Ahora lo veo claro: el incendio del bosque..., el caballo desbocado... ¡Qué extraños caminos elige la Providencia para salvarnos! ¡Gracias, señor, gracias! EGANO Eso faltaba. ¿Es una bendición del cielo que haya perdido diez mil escudos y me haya roto el bautismo? BEATRIZ ¡Un verdadero milagro! ¿No comprendes, incrédulo, que esa ráfaga de fuego era la mano de Dios avisándote que hacías falta aquí para defender tu honra? (ANICHINO levanta la tapa del arcón y escucha pasmado.) EGANO ¿Qué tiene que ver mi honra en todo esto? BEATRIZ Más de lo que imaginas, y ahora vas a verlo. Respóndeme serenamente: ¿cuál de tus criados te parece honrado y fiel? EGANO Linda pregunta. De sobra sabes que mi favorito es el mismo que el tuyo: Anichino. BEATRIZ ¿Estás seguro de que merece esa confianza que hemos puesto en él? EGANO Me dejaría cortar la mano. Anichino no es solo mi intendente; es mi mejor amigo, mi hermano. Si algún día no pudiera yo regir mi casa, a ningún otro elegiría para ocupar mi puesto. BEATRIZ Pero ¿qué puesto, desdichado? ¡Hay puestos en que un marido no puede nombrar sucesor! EGANO Sin adivinanzas, Beatriz. ¿Qué pretendes insinuar? BEATRIZ Eso mismo que estás sospechando. Que tu intendente, tu amigo y hermano, es un miserable impostor: el más redomado pícaro del mundo, y el peor enemigo de la tranquilidad de tu frente (ANICHINO se santigua lívido y se oculta) EGANO ¡Mientes! BEATRIZ ¡Tengo pruebas! esta noche, y aquí mismo, aprovechando tu ausencia, ha tenido la audacia de proponerme tales cosas que no hay labios de mujer capaces de repetirlas. EGANO Imposible. ¿No habrá exagerado tu honestidad unas simples lisonjas de galantería? BEATRIZ ¿Galanterías dices? ¡Declaraciones ardientes! ¡Arrebatos impúdicos!, ¡Proposiciones tan licenciosas que harían enrojecer a un cardenal florentino (Solloza.) EGANO (Furioso.) ¡Basta! Vive Dios que si eso es cierto no verá la luz del sol. BEATRIZ (Fingiendo dirigirse a EGANO, pero tranquilizando con el gesto a ANICHINO, que vuelve a asomar suplicante.) ¡Calma, querido mío, mi único amor! Comprendo que es terrible tener que decir esto, pero te juro que lo hago por tu bien y para tranquilidad de los dos. EGANO ¡Pronto mi espada! (La desnuda) ¿Dónde está ese infame? (ANICHINO cierra de golpe) BEATRIZ No es la espada el arma que necesitas ahora sino la astucia. Ponte este vestido mío. EGANO ¿Yo? ¿Te parece esta ocasión para disfraces? BEATRIZ En seguida lo comprenderás. Escucha. Anichino estaba tan fuera de sí que temí cualquier locura si le rechazaba. Entonces fingí ceder a sus deseos prometiéndole bajar luego a encontrarme con él en el jardín. Ya comprenderás que era solo un ardid para alejarle. Pues bien, ahí tienes la ocasión: acude tú a la cita vestido con mis ropas; así podrás escuchar la infamia de sus propios labios y no te quedará la duda de haber matado a un inocente. EGANO Excelente idea. ¡Oh inventiva sutil de las mujeres! Venga ese vestido. (Se lo pone, urgente y torpe ayudado por ella.) ¿Dónde es la cita? BEATRIZ En mi jardín privado; por el postigo del seto. Toma la llave. EGANO ¿A qué hora? BEATRIZ A medianoche, al sonar las doce en Santo Domingo. ¡No hay tiempo que perder! EGANO ¿Habéis convenido alguna señal? BEATRIZ Él imitará tres veces el cuco; tú agitarás tres veces este pañizuelo, y contestarás con el silbido del sapo. EGANO Podíais haberlo hecho menos complicado. BEATRIZ No tendría ese sabor furtivo. EGANO (Termina de vestirse.) ¿Estoy bien así? ¿No se notará el engaño? BEATRIZ Cuida sobre todo los pies y las manos; es lo más bruto que tenéis los hombres. Camina menudito, así. Agita el pañuelo con donaire.... así. Y no hables, una palabra: silba. La sombra del jardín te ayudará. (Retrocede contemplándole.) ) Dios mío... ¿y esa cabeza? EGANO ¿Qué tengo? BEATRIZ Nada todavía. Pero esos cabellos tan cortos... BEATRIZ No lo esperes. En cuestiones de amor muchos se arrepienten después; pero antes, ninguno. (Comienza a oírse las doce en una torre lejana.) La medianoche en Santo Domingo. ¡Ha llegado el momento EGANO Ocúltate. Desde ahí puedes escucharlo todo sin ser vista. BEATRIZ Valor, esposo mío. EGANO ¡Un momento! ¿Cómo canta el cuco? BEATRIZ Como un primer día de primavera. EGANO ¡Gentil información! Y el sapo, ¿cómo silba? BEATRIZ Como el “la” de una flauta. Así. (Silbido. BEATRIZ se retira del pabellón. EGANO se cubre nuevamente el rostro y vuelve al centro de la escena. Ligera pausa tras la última campanada. Se oye tres veces el canto del cuco. EGANO agita su pañuelo y contesta con tres roncos silbidos.) VOZ DE ANICHINO Beatriz... Beatriz... (Un silbido contestando.) ¿Eres tú, mi dulce alondra? (Dos silbidos.) .Traes en tu seno la llave de plata que ha de abrir este desde muro? (EGANO la muestra en alto y silba afirmado.) Abre, querida; mis ojos y mis labios tienen hambre de ti. (EGANO abre se retira pudoroso escondiendo el rostro. Entra ANICHINO) ANICHINO ¡Por fin! había llegado a temer que tu promesa no fuera más que un sueño de mi propia fiebre. Pero no, aquí estás iluminando mi noche. Ya presiento bajo el pudor de ese chal la súplica temblorosa de tus ojos. ¿Por qué ese recelo de corza sorprendida? ¿No estás dispuesta a todo? (Silbido afirmativo) Júrame que nada te detendrá; ni el miedo al peligro, ni la paz de tu casa, ni la fe que debes a tu esposo. ¿Me los juras? (Silbido. ANICHINO cambia repentinamente el tono y enarbola un garrote que trae escondido) ¡Ah miserable! ¿Luego eran ciertas mis sospechas? ¡Infame Adúltera! ¡Despreciable Mesalina (Golpea a EGANO, que trata de huir.) ¿No has comprendido, insensata, que mi falsa declaración era solo un ardid, para poner a prueba tu virtud? ¿Me creías capaz de traicionar, como lo haces tú, al hombre al que debo honra y fortuna? ¡Toma, pérfida mujerzuela! ¡Pecadora impía! (EGANO sofocando gritos, trata de huir y cae enredado en sus faldas.) EGANO ¡Piedad! ¡Misericordia! ANICHINO No temas, cobarde, que te denuncie a tu esposo. No lo haré por ahorrarle esta vergüenza, pero no ha de quedar sin castigo tu traición. (Redobla los garrotazos.) ¡Libidinosa perjura! ¡Inverecunda vulpeja! EGANO ¡Socorro! ¡Beatriz! ¡Beatriz! BEATRIZ Beatriz (Se adelanta alzando los brazos.) ¡Basta, Anichino, por amor de Dios! ANICHINO (Fingiendo pasmo.) ¿Qué ven mis ojos? ; ¿Otra Beatriz? Pero entonces, ¿quién es esta desdichada? EGANO ¿Tan ciego estás que no reconoces a tu señor? ANICHINO ¡Cielos! ¡Mícer Egano! ¿Estoy soñando o es arte de brujería? EGANO (Se levanta quejumbroso arrancándose toca y chal.) Tal me has dejado, hijo mío, que ni yo mismo me reconocería. ¡Ay noche aciaga! ¡Atropellado por mi mejor, caballo y apaleado por mi mejor amigo! ANICHINO ¿Y yo he ultrajado al hombre por el que daría mi alma y mi vida? (Tira el garrote y cae de rodillas.) ¡Cortad, señor, estas manos pecadoras que han escarnecido lo que más veneran! BEATRIZ Levantaos, amigo, que mi esposo ya lo sabe todo y no ha de negaros su perdón. ANICHINO ¡De rodillas lo he de ganar, besando la tierra donde él pise! EGANO Así no; en mis brazos, hermano. (Se abrazan.)Lástima que un alma tan noble tenga unas manos tan duras ANICHINO Permitidme que os explique esta confusión. EGANO No hace falta, que va Beatriz me lo había contado todo, y creyéndose traidor, ella misma imaginó esta industria para sorprenderte in fraganti. BEATRIZ Perdonadme si os ofendí con mis sospechas. ANICHINO Yo soy el único culpable de este funesto enredo. EGANO Los tres lo fuimos un momento; tú por dudar de Beatriz y nosotros por dudar de ti. Afortunadamente todo está aclarado, y si hasta hoy has sido mi servidor, desde ahora serás mi compañero en todo. ANICHINO Gracias, señor. ¡Bendito el cielo que así transforma una infausta noche en la más hermosa de mi vida. EGANO Bendito mil veces, digo yo. ¿Qué importan mi caballo ciego y mis costillas santiguadas, si ahora puedo jurar con las manos en el fuego que mi amigo es el más fiel de los amigos y mi esposa la más fiel de las esposas? BEATRIZ Alegrémonos todos. Toma mi brazo, querido. Tomad vos el otro. ¡Es la primera vez que el amor hace felices a tres al mismo tiempo! (Entran alegremente en la casa.) (Telón) FABLILLA DEL SECRETO BIEN GUARDADO PERSONAJES Bruno Juanelo Leonela Sandra Asunta Liseta ………. Cocina de aldea. La tina para la colada, el hogar, el horno, un arcón de roble, un montón de sacos y, colgados en espigones de madera alforjas y atalajes. Es mediodia. Se oye el reloj de la iglesia dando las doce. (JUANELO, pálido y nervioso, aparece en la puerta; mira hacia atrás como temiendo que alguien le siga. Entra escondiendo bajo el brazo un envoltorio disimulado entre pámpanos. Llama tres veces en voz alta y espera conteniendo el aliento.) JUANELO: ¡Leonela!... ¡Leonela!... ¡Leonela!... (Tranquilizado al sentirse solo, deja el envoltorio y corre a cerrar, puerta y, ventana. Después busca un lugar donde esconderlo. Lo hace primero en el arcón, no le parece seguro; vuelve a sacarlo y lo mete en el horno. Duda, lo saca nuevamente, mira en todas direcciones buscando otro escondite. Llaman a la puerta. JUANELLO, sobresaltado, corre a esconder su tesoro entre los sacos mientras responde. Las lentas campanadas de la iglesia han llenado la larga pausa. Llaman de nuevo más fuerte.) ¡Voy! ... VOZ DE BRUNO ¡Ah de la casa! J UANELO ¡Voy…voy…! (Abre. Entra BRUNO, viejo campesino. Colgados a un hombro la escopeta el zurrón de caza; al otro, una red) BRUNO ¡Novedad grande es esta! ¿Desde cuándo se cierra con llave la casa de un pobre? JUANELO Habrá sido Leonela al salir BRUNO ¡Por San Fabricio que sería cosa de ver! ¿Tu mujer sale y deja la casa cerrada por dentro? JUANELO Se habrá corrido la llave. BRUNO ¿Ella sola? ¿Y con dos vueltas? JUANELO Pues habré sido yo sin pensar. BRUNO ¿Por qué? ¿Has cometido algún crimen? Porque miedo a los ladrones no será. JUANELO En eso no andas descaminado, que fortuna encontrada pide secreto; y dinero en casa pobre y amor en ojos mozos, pronto se dan a entender. JUANELO A eso iba yo. Si la cosa quedara entre nosotros, ahí me las den todas. Pero ¿qué va a ser de mí cuando lo sepa todo el mundo? BRUNO ¿Y por qué tiene que saberlo el mundo? ¿Te vio alguien con el cofre? JUANELO Nadie. BRUNO ¿Entonces...? JUANELO ¿Soy yo acaso el único detrás de mi puerta? Demasiado conoce usted a mi mujer: ¡larga de lengua como la sombra de un pino por la tarde!. Saberlo ella y saberlo el pueblo entero, todo es uno y lo mismo. BRUNO Por esta vez callará. Dile que es cosa de vida o muerte. JUANELO Como si dijera misa. Secreto en su boca, agua en una cesta. BRUNO Ruégale de rodillas. JUANELO Se reirá de pie. BRUNO Cósele la boca. JUANELO Lo contará por señas. BRUNO ¡Pégale! JUANELO ¡Es más fuerte que yo! BRUNO Pues si no puedes con tu mujer, no hay más que una solución; la primera que debiste pensar. No se lo digas a ella tampoco. JUANELO ¿Y las narices? BRUNO ¿Qué narices? JUANELO ¡Se lo huele desde lejos! Solo una vez la engañé en mi vida, con la panadera... ¡y no hice más que llegar a casa y por el olor me sacó la torta! BRUNO Entierra el cofre en el sótano. JUANELO Tiene ojos de zahorí. BRUNO ¡Arráncale los ojos! JUANELO ¡Tiene una vela en cada dedo! BRUNO ¡Mátala de una vez! JUANELO ¡Ésa es de las que vuelven! No hay salvación, padre: una soga y un árbol.... una soga y un árbol... BRUNO Calma, hijo, calma. Pongámonos en lo peor: que tu mujer se entera y lo publica a los cuatro vientos. A fin de cuentas, ¿qué te puede pasar? JUANELO ¿Y usted me lo pregunta? ¡Ay padre, y qué poco conoce el mundo, a pesar de sus años! Por lo pronto, como la viña solo es mía en arriendo, el dueño me pondrá pleito. Los vecinos, por si hay más cofres, me excavarán las tierras por la noche, arruinándome la cosecha. Los amigos me pedirán; los que me deben no me pagarán; los que me prestaron me reclamarán... Y entre tanto, el notario que levanta escritura; el escribano, que me llena la casa de tinta, vaciándomela de vino... ¿Terreno valorado?, más contribuciones. Palabra que se te escape, legajo nuevo...; exhorto que entra, jamón que sale... Y el pleito que no se acaba, y embargos para responder, y alguaciles vienen y testigos van… BRUNO No hay mal que cien años dure; ganarás el pleito! JUANELO ¿Y con eso qué? Ahí están las partijas: la mitad para el dueño del terreno; el tercio para el Fisco; el quinto para el rey; el diezmo para el convento…quite gabelas y alcabalas y lo que sobre, si sobra, para ayuda de costas. ¡Eso si no ocurre lo peor! BRUNO Peor todavía. JUANELO Que entre todos encuentren pequeña la tajada y me acusen de ocultación. ¿Defraudación pública? Proceso criminal. ¿Qué confieso? Incautación. ¿Qué no confieso? Tormento. Ítem más: los peritos sentenciarán que el tesoro es de moros, judíos o paganos. ¡Excomunión! Suma y sigue: el defensor dirá que soy inocente, y cobrará; el fiscal dirá que soy culpable, y cobrará; el obispo cobrará sin decir nada... ¡Ay padre de mi alma, el dineral que me va costar este tesoro, si no me cuesta la honra y el pellejo! BRUNO ¡Basta, cuerpo de Dios, basta de desatinos! JUANELO Le juro que es el Evangelio. ¿No oye pasos? ¿Quien va? (Frenético.) ¡No hay nadie en casa! ... nadie.... ¡nadie!... BRUNO ¡Juanelo! JUANELO ¡Yo no fui! ¡Yo no sé nada!.... BRUNO ¡Basta, repito! ¡Quieto! (Lo sujeta, fuerte y le da una bofetada. JUANELO reacciona, calmándose)… Perdona. JUANELO De nada padre…Gracias. BRUNO ¿Sabes lo que te digo, hijo? Por tu bien, coge ahora mismo ese maldito cofre, vuelve a enterrarlo donde estaba. Y aquí paz y después gloria. JUANELO ¿Renunciar yo, a mi tesoro? Primero me arrancarían la uña de la carne. Hay que pensar algo antes que llegue mi mujer. (Se la oye cantar acercándose.) ¡Y pronto, que ya está ahí! BRUNO Buena me has dejado la cabeza para pensar nada. JUANELO ¡Una idea, padre! ¡Cien escudos de oro por una idea! BRUNO Allá tú y ella con vuestro negocio. A mí pocos años me quedan ya de ser pobre, y con mi liebre y mi trucha tengo bastante por hoy. (Se dispone a salir. JUANELO repite como un obseso:) JUANELO Una liebre, una trucha..., una trucha, una liebre... liebre-trucha....trucha-liebre....liebre-trucha... (Lanza un grito de júbilo, le abraza y retoza como un corzo.) ¡Gracias, padre! ¡Cuente con los cien escudos! BRUNO ¿Qué quieres decir? JUANELO Que estamos salvados. ¡Pronto! Ayúdeme a cambiarlas de sitio: la liebre en la red..., la trucha en el zurrón de caza..: ¡Pronto! BRUNO ¿Has perdido el juicio? Nunca lo tuve más claro. Ahora, déjeme solo con ella. ¡Y silencio, por Dios..., silencio! (BRUNO sale pasmado. JUANELO se santigua rápido y se sienta junto a la lumbre en actitud de profunda meditación. Entra LEONELA con un gran cesto de ropa que empieza a disponer seguidamente para la colada, sin reposar un momento. Movimiento y reniego son sus dos modos habituales de expresión.) LEONELA ¡Malos años marido! Siempre sentado, como San Alejo en la escalera. Bien dicen que el que nace redondo no muere cuadrado. Por el siglo de mi madre que si en vez de seguir mi gusto hubiera seguido sus consejos, no me vería ahora como me veo: lavando ropa ajena para remendar la propia. ¡Y qué ropa, Virgen santa! ¡Roña roñosa, tiña tiñosa, zarrapastrosa! Miren las sábanas del alcalde, con más ventanas que el ayuntamiento en un día de fiesta. Y las camisas de la boticaria, que bien podía ahorrar jubones de terciopelo para tapar mejor sus vergüenzas... las de su casa. ¡Las de su casa, sí! Por la sobrina lo digo. Que esta mañana le dio un desmayo en la fuente; ella dice que del vientre vacío, pero no me sorprendería lo contrario, que anda muy quebrada de color JUANELO ¿Tengo cara de sueño? ¿No me ves temblando como una vara verde? LEONELA Pero, entonces, Juanelo, entonces..., ¡Era un aviso del cielo! JUANELO Lo mismo que pensé yo: «¡Arrodíllate, miserere, que la mano de Dios está sobre tu cabeza!” Caigo de rodillas rezando el «Yo pecador». Me agacho a besar la tierra, cuando, de repente, allí mismo, delante de mis ojos, veo una cosa que relumbra. LEONELA ¡Una espada de fuego! JUANELO ¡Un tesoro! Leonela! un cofre repleto de alhajas y monedas contantes y sonantes! LEONELA (Se levanta de un salto) ¡Ah, no, no, no y no! lo de la liebre... pase. Lo de la trucha... pase. ¡Pero un tesoro! ¡Tú quieres matarme de una alferecía ¡ ¿De verdad que no me engañas? JUANELO ¿Necesitas pruebas, mujer de poca fe? (Mientras busca su cofre.) Mira esa red: ¿qué ves ahí? JUANELO ¡Ciega me quede si no es una liebre! LEONELA Mira ahora ese zurrón de caza. ¿Qué ves? JUANELO ¡Muerta me caiga si no es una trucha! JUANELO (Volcando su tesoro sobre la mesa.) ¿Y esto? ¿Son sueños de mal vino esto? LEONELA (Deslumbrada) ¡Oro, ajorcas, collares! ... Juanelo de mis pecados, que yo me vuelvo loca de alegría (Le abraza y le besa sonoramente.) ¡Mi maridito querido! ¡Siempre dije yo que en el mundo, de arriba abajo, no había hombre como el mío! JUANELO Calma, mujer, calma; y baja la voz. Por lo que más quieras, júrame que, pase lo que pase, nadie sabrá una sola palabra de esto. ¡Júralo! LEONELA ¡Por la memoria de mi padre, que cien años me espere, amén! (Revolviendo el tesoro como almorzadas de trigo.) ¡Ay qué rubio color de toronjas! ¡Ay qué retintín de campanas de gloria! ¡Oro...oro....oro...! (Se oye repicar el aldabón de la puerta.) JUANELO ¡Dios nos ampare! ¿Habrán oído? LEONELA (Recogiendo rápida.) ¡Corre a enterrarlo en el sótano! ¡Ciérrate con siete llaves! ¡Siéntate encima! ¡Si hay peligro, de aquí no pasan! ¡Pronto! (Más aldabonazos y voces de las vecinas llamando.) VOCES ¡Leonela! ¡Leonela!... (JUANELO sale con el cofre. LEONELA se domina con esfuerzo y respira hondo.) ¿No hay nadie en esta santa casa? ¡Leonela! LEONELA ¡Ya va! ¡Ya va! (Abre. Entran ASUNTA, SANDRA y LISETA, con grandes cestos de ropa.) Buen día, vecinas. ¿A qué viene tanto repicar en casa ajena? ASUNTA Como tardabas en abrir… SANDRA ¿Estabas ya durmiendo la siesta? LEONELA Buenos están los tiempos, para dormir. Muy cargadas venís las tres. Y a buen seguro que regalos no son. ASUNTA Trabajo, que es el regalo del pobre. yo, cuatro camisas y ocho sábanas. Trátalas con cuidado, que son de hilo portugués. LEONELA Podrías ahorrarte el consejo. ¿O crees que no sé lo que son sábanas de hilo, yo que nací entre holandas? SANDRA Yo, dos mudas completas y el mantel grande de fiesta. LEONELA Portugués también, ¿verdad? Madapolán, y gracias. LISETA Y yo el ajuar de Petruca. Mojar y planchar nada más. ¿Estará para el domingo? LEONELA (Reticente.) Allá veremos. LISETA ¿Cómo veremos? Tiene que estar. LEONELA Paciencia, hija; si no es para este será para el que viene, y si no, para el Domingo de Ramos. LISETA Pero la boda no puede esperar. LEONELA ¿Y a mí qué? ¿Soy yo acaso la novia o la madrina? ¿Te acordaste siquiera de mí para convidarme? LISETA La verdad, no lo pensé LEONELA ¡Naturalmente! Los pobres están bien para servir a la mesa; para sentarse, no. ASUNTA Pero, hija, ¿qué mal repente te dio hoy, que todo te enfada? LEONELA Que ya estoy harta de ser la última y que todos me empujan. La pobre Leonela al río, la pobre Leonela al molino, la pobre Leonela al horno... ¡Y se acabó la pobre Leonela! ¿Lo oís? Señora nací, a mi señorío me vuelvo..., ¡y al que le pique, que se rasque! SANDRA Siempre con tus manías de grandeza. LEONELA Manías, ¿eh? ¡Verdades como puños! ¿Ves estas manos cortadas del agua? ¡De marfil las has de ver, como las de una abadesa, y con más sortijas que la reina de Nápoles! ASUNTA ¿Esperas un milagro? LEONELA ¿Y por qué no? ¿No fuiste tú criada en casa de mi madre y ahora pagas reclinatorio de terciopelo en la misa mayor? ¿No empezaste tú fregando platos y ahora tienes un olivar? SANDRA Nadie me lo regaló, sino el trabajo de mi marido. LEONELA Tu marido, tu marido... ¡qué manera llenarse la boca con la palabra, como si fuera la única casada por la iglesia! ¿Y qué tiene el tuyo que no tiene el mío? ¿Ha pescado alguna vez tu marido una liebre en el río? SANDRA ¿Una liebre en el río? ¡Sería cosa de ver! LEONELA Pues el mío, sí. Mírala en esa red. LAS TRES (Riendo.) ¡Una liebre en el río....! ¡Una liebre en el río! LISETA Pero, Leonela, ¿a qué viene esa burla? LEONELA Nada de burlas. ¿Y el tuyo? ¿Ha cazado alguna vez tu marido una trucha en el bosque? LISETA Bien seguro que no. LEONELA Pues el mío, sí. Mírala en ese zurrón. LAS TRES (Ríen.) Una trucha en el bosque..., una trucha en el bosque... ASUNTA Jesús mil veces. ¿Hablas en serio, vecina? SANCHO PANZA EN LA ÍNSULA RECAPITULACIÓN ESCÉNICA DE PÁGINAS DE EL QUIJOTE11 PERSONAJES Sancho El Mayordomo El Doctor El Cronista El Sastre El Labrador El Viejo con báculo El Viejo sin báculo El Gracioso La Buscona El Ganadero Dos Pajes Guardias, Marmitones, Galopines y Pueblo de Barataria ……… Salón de la de Justicia en el palacio de Sancho. Estrado y sillón con baldaquino rojo en que se lee la siguiente inscripción: «Hoy tomó posesión desta ínsula de Barataria el señor don Sancho Panza, que muchos años la goce». (El cronista, asomado a un ventanal, contempla la plaza, donde se oyen vítores, tambores, chirimías y repique de campanas. Entra el MAYORDOMO), MAYORDOMO ¿Viene ya el señor gobernador? CRONISTA. En este momento entra en la plaza rodeado de pajes y escuderos. Allí el pueblo le aclama, la guardia le rinde armas y el alcaide le besa las manos. (Cesan la música y se oye el rijo largo de rebuzno.) MAYORDOMO ¡Qué donosa figura hace nuestro gobernador en su jumento! CRONISTA. Pero decidme, por vuestra vida, que yo no salgo de mi asombro: ¿Qué significa todo esto? ¿Es posible que nuestros señores los duques hayan elegido para gobernador a ese villanote de bota y alforja, con trazas de labrador y barba de dos semanas? MAYORDOMO Los duques nos le envían, en efecto. Pero habéis de saber que todo esto no es más que una famosa burla. Este gobernador que aquí llega no es otro que el gran Sancho Panza, rústico simple y sin sal en la mollera. CRONISTA ¿El escudero de ese extraordinario loco al que llaman don Quijote de la Mancha? MAYORDOMO 11 Casona escenifica aquí los capítulos 45, 47 y 49 de la Segunda parte: los duques, para reírse del Quijote y Sancho, hacen realidad la promesa del hidalgo a su escudero de que lo nombraría gobernador de una ínsula. El mismo que viste y calza. Según parece, el tal don Quijote le tenía prometido el gobierno de una ínsula a su escudero, que, por lo visto, no está mucho más cuerdo que su amo. Y nuestros señores los duques, en cuyo palacio se hospedaban ahora uno y otro, no han podido imaginar más divertida burla que esta, hacerle creer al bueno de Sancho que este lugar es la ínsula prometida, dejarle que la gobierne durante unos días para ver hasta dónde llega su simpleza, pasando de destripar terrones a administrar justicia y a vivir como señor en palacio. CRONISTA Entonces todos esos que le rinden pleitesía ¿están en el secreto? MAYORDOMO Unos sí y otros no, para que no sabiéndolo algunos tenga esta patraña más trazas de verdad. Tratadle vos con toda cortesía y anotad por escrito los hechos y dichos memorables de Sancho Panza para comunicarlos a la señora duquesa, que espera dos fanegas de risa de esta nunca vista aventura. CRONISTA Silencio. Aquí llega nuestro gobernador (Vuelven a oírse vítores y música. Dos soldados de alabarda ocupan los umbrales, y entra SANCHO, de rústico, seguido por el DOCTOR, PAJES y PUEBLO de Barataria. El MAYORDOMO se adelanta y rodilla en tierra, le ofrece las llaves en un cojín.) MAYORDOMO Estas son las llaves de nuestra ciudad, señor. A vuestro corazón y a vuestro valeroso entregamos, poniendo en vos nuestra esperanza. SANCHO Luego ¿ya soy gobernador? MAYORDOMO Por la gracia de Dios y de nuestros señores los duques, lo sois desde aquí mismo. SANCHO ¿Y puedo va mandar? MAYORDOMO Ardiendo estamos todos en deseos de obedeceros como fieles vasallos. SANCHO ¿Quién sois vos? MAYORDOMO Mayordomo soy de este palacio, con licencia vuestra. (Nuevo rebuzno.) SANCHO Pues a vos mando en primer lugar, señor mayordomo. Cuidad de ese rucio que me ha traído como fuera mi propio hermano MAYORDOMO. ¿Qué rucio decís? SANCHO Mi pollino, que por no avergonzarle con ese nombre vil, le llamo rucio por el color de su pelaje. MAYORDOMO (Altivo) ¿Y paréceos que soy yo hombre para cuidar pollinos? SANCHO. Paso a paso, señor mayordomo, no madruguéis tanto para ofenderos. Sepamos: si aquí estuviera mi mujer, Teresa Panza, ¿qué tratamiento le daríais? MAYORDOMO Tratamiento de señora, por ser la esposa del gobernador. SANCHO Muy puesto en razón. Y si aquí estuviera mi hija Sanchica Panza, ¿qué tratamiento le daríais? MAYORDOMO De señora también, como a hija de gobernador. SANCHO. Pues sabed que ese pollino es mi amigo fiel, mi compañero de fatigas, la lumbre de mis ojos y las telas de mi corazón. ¡Tratadle, pues, con la reverencia debida a un pollino del gobernador! Y llevad entendido que no será el primer asno que reciba honores por méritos que no son suyos. MAYORDOMO Pero, señor... SANCHO No se hable más, el gobernador lo manda, y basta. Y bien se está San Pedro en Roma; que, con quien tiene el mandar, callar y callar. Y entre dos muelas cordales nunca metas los pulgares. Pues no si no haceos de miel y os paparán las moscas12. Dicho está. ¡Cuídese de mi rucio! MAYORDOMO Como mandéis, señor. (Al DOCTOR.) ¡Atiéndase al rucio del señor gobernador! DOCTOR (Al CRONISTA.) ¡Atiéndase al rucio del señor gobernador! CRONISTA (A un PAJE.) ¡Atiéndase al rucio del señor gobernador! PAJE (Desde la puerta.) ¡Atiéndase al rucio del señor gobernador (La orden se repite fuera, alejándose, en rigurosa escala de precedencia. SANCHO, que ha seguido pasmado el traslado de órdenes, comenta.) SANCHO ¡Prodigiosa organización! Y vos, ¿quién sois? CRONISTA Cronista soy de esta ínsula, a vuestro servicio. SANCHO ¿Sabéis leer y escribir? CRONISTA ¿Pues cómo no, siendo cronista? SANCHO 12 Casona, al igual que en el Quijote, caracteriza al personaje por la incesante repetición de refranes castizos, las aficiones a la comida y bebida. MAYORDOMO ¿Han oído, señores? PUEBLO ¡Dios guarde a nuestro gobernador! MAYORDOMO Tomad, pues, la vara de la Justicia; que si todas vuestras sentencias son como ésta, bien seguros podemos estar en vuestras manos. SANCHO Quédese aquí la vara, que ya habrá tiempo de usarla. Y vamos a comer, señores, que no tengo yo la cabeza para tanto pensamiento ni el estómago para tanto ayuno. DOCTOR Esperad todavía, señor; los pleiteantes aguardan. SANCHO Mala costumbre es ésta de traer los pleitos a la hora de comer. Pero, en fin, el que quiera estar a las maduras esté también a las duras, y cada palo aguante su vela, que cuando Dios amanece, amanece para todos. Que pasen esos hombres. (Sale un PAJE a dar la orden.) MAYORDOMO Tomad las insignias de vuestro cargo (Ayudado por un PAJE le ciñe ceremoniosamente un rico tabardo con guarnición de cibelinas, gorra de velludo con pluma y collar de oro. SANCHO toma la vara y sube solemnemente al estrado. Entretanto el DOCTOR comenta con el CRONISTA.) DOCTOR ¿Qué me decís de nuestro flamante gobernador? CRONISTA Que no tiene pelo de tonto, y no sería yo quien le metiera un dedo en la boca. Por burla se le ha nombrado, pero bien pudiera ser que, si sigue como hasta aquí, las bromas se vuelvan veras y salgan burlados los burladores. (Pasa el CRONISTA a su mesa, donde va tomando nota de los juicios. Entran el LABRADOR con sus alforjas y el SASTRE con ferreruelo y grandes tijeras colgadas a la cintura. Tras ellos entran dos VIEJOS barbados —el uno con grueso báculo—, que permanece en el fondo esperando su audiencia.) SASTRE (Mirando a todos.) ¿Quién es el señor gobernador? SANCHO ¿Quién va a ser? ¿No veis aquí la vara? (Corren los dos a sus pies, disputándose la palabra.) SASTRE ¡Dadme a besar esas manos justicieras! LABRADOR ¡Dadme a mí las manos y los pies! SANCHO ¡Ni manos, ni pies, ni besos! Al grano, y barras derechas! ¿Qué negocio es el vuestro? SASTRE ¡Justicia contra ese acusador embustero! LABRADOR ¡Justicia contra ese ladrón de sastre! SASTRE Ladrón yo? LABRADOR ¿Embustero yo? SANCHO ¡Silencio los dos! Cómo, ¿no ensilláis y ya cabalgáis? ¿Es que puedo yo ver clara una cosa que contáis turbia? Que hable uno solo. SASTRE Yo soy el acusado. SANCHO Pues pasad vos a este lado; quedaos vos a ese otro. Y hábleme el acusado por este oído, que el otro lo necesito para el que hable después. (Se inclina a un lado, haciendo caracola con la mano en la oreja correspondiente.) SASTRE Yo, señor, soy sastre, que por mala fama que tenga es oficio tan de bien como otro cualquiera. Estando ayer en mi tienda llegó este labrador, me entregó dos cuartas de paño y me preguntó:«¿Habrá bastante con este paño para hacer una caperuza?» Yo, tanteando el paño, díjele que sí. Pero como los sastres tenemos esta maldita fama de quedarnos con una parte del paño como maquila, el hombre volvió a preguntar: «Diga, ¿y no habría bastante para hacer dos en lugar de una?» Yo le comprendí la intención, pero como nada se había hablado del tamaño, respondí que también. Entonces el muy zorro volvió a quedarse pensando y tornó a preguntar: «¿Y podrían salir tres?» «Sí, como poder, también pueden salir tres.» En fin, por no cansar, que él siguió añadiendo caperuzas y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco. Con esto ya le pareció bastante y quedamos en que yo le haría cinco caperuzas. Ahora, al entregárselas, pone el grito en el cielo, y no solo no me quiere pagar la hechura, sino que pretende que yo le pague o le devuelva su paño. Eso es todo. SANCHO (Cambiando ostensiblemente de mano y de oreja) ¿Es así, hermano? LABRADOR Así es SANCHO ¿Es verdad que vos le encargasteis las cinco caperuzas? LABRADOR Verdad. SANCHO ¿Y es verdad que él las hizo con el paño que le disteis y no con otro? LABRADOR Verdad también. Pero él nada me advirtió del tamaño ¿Y sabe su señoría lo que ha hecho? ¡Muestra, muéstralas a la Justicia! SASTRE (Sacando la mano de debajo del ferreruelo con una caperuza roja en cada dedo.) Aquí están las cinco, una por una. Y juro a Dios que nada me sobró del paño, y que están cortadas y cosidas con todas las de la ley. LABRADOR ¿No es un escarnio, señor gobernador? SASTRE Considere que él nada me dijo del tamaño. ¿Pues qué creía este bribón que puede hacerse con dos cuartas «adminículas» de paño? SANCHO ¡Basta va! El pleito está bien claro y aquí no han de ser menester más leyes que juzgar a juicio de buen varón. Ninguno de los dos tiene razón porque los dos habéis obrado de mala fe. Por tanto, que pierda el labrador el paño, y el sastre que pierda su trabajo. Quédense aquí las caperuzas para enseñanza de pleiteantes. Y lárguense los dos con viento fresco, que no están los gobiernos para perder su tiempo con pleitos menudos de truhanes y maliciosos. ¡Largo ahora mismo! (Levanta la vara amenazando. los dos litigantes corren atropellándose.) ¿Queda algún otro? DOCTOR. Estos dos ancianos, con pleito de dineros. (Se adelantan los dos.) SANCHO Que hable el demandante. VIEJO SIN BÁCULO Es el caso, señor, que este vecino mío me pidió prestados hace tiempo diez escudos. Díselos con la mejor voluntad, tardé todo lo que pude en reclamárselos por no ponerle al devolvérmelos en mayor necesidad de la que tenía al pedírmelos. Ahora los necesito, y me niega la deuda diciendo que ya me los devolvió y que no me acuerdo. SANCHO ¿Tenéis pruebas, buen viejo? VIEJO SIN BÁCULO Ahí está lo malo: que como le tenía por honrado, le entregué los escudos sin firma ni testigos. SANCHO (Al MAYORDOMO.)¿Es conocido en la ínsula el demandado como hombre de opinión y de creencias? MAYORDOMO Los dos lo son, señor. De ninguno de ellos se sabe que haya faltado nunca a su palabra. SANCHO ¿Qué queréis que haga yo entonces, hermano? Si él se empeña en que sí y vos en que no bajo palabra, nada vamos a sacar en limpio. VIEJO SIN BÁCULO Solo pido a vuestra señoría que le tome juramento público y solemne. Téngolo por hombre de fe no lo creo capaz de falso juramento. SANCHO Sea como queréis. (Se pone en pie y muestra un crucifijo) ¿Estáis dispuesto a jurar delante de la Santa Cruz? VIEJO CON BÁCULO DOCTOR. Fuera ese guiso también, que el conejo es manjar «peliagudo» y demasiadamente montaraz para estómagos delicados. SANCHO ¿Delicado el mío? Paso a paso, señor doctor, que más miedo tengo yo a la hambre que no a la hartura. No me venga con melindres, que más quiero asno que me lleve que no caballo que me despeñe. Y más, que siempre he oído decir que no hay estómago que sea un palmo mayor que otro. Y si el estómago es fuerte, no hay piedra que lo reviente; y si no, no hay ciencia que valga: que lo que es bueno para el bazo es malo para el espinazo. Conque quíteseme de delante y tengamos la fiesta en paz, que de la panza sale la danza. ¡Daca ese vino, muchacho! (El PAJE sirve una copa. El DOCTOR se interpone.) DOCTOR ¿Vino decís? No en mis días, que el vino anubla el cerebro, altera los pulsos y desata los malos humores del organismo. ¡Libre Dios del vino a nuestro gobernador! (El PAJE vuelve el vino al ánfora.) SANCHO ¿Esto más? DOCTOR Así lo dijo Hipócrates. Un sabio, señor SANCHO ¿Y era tonto el que dijo que «ajo crudo y vino puro pasan el puerto seguro»? ¿Que el pan, el vino y la carne hacen buena sangre»? ¿Que «al buen comer, tres veces beber»? ¿Y que «al catarro, dale un buen jarro»? Estos, estos son los sabios que yo quiero y no los doctores como vos, que de tanto cuidarme me acabarán la vida! (Una fila de reposteros, marmitones y pinches, con pasos concordados de bailete, va desfilando con platos y fuentes incitantes. El DOCTOR husmea y los va rechazando con un golpe de varilla. La fila da vueltas a la mesa ante las narices de SANCHO, y regresa virgen a la cocina.) ¿Qué plato es ése, galopín? GALOPÍN Salpicón de vaca con nabos y cebollas. SANCHO ¿Cebollas has dicho? ¡Santa palabra querida! DOCTOR ¡Fuera de aquí tal villanía! ¿Y ese otro? MARMITÓN Ternera en adobo. DOCTOR ¿Caliente y con especias? Funesto enemigo del «húmedo radical» en que consiste la vida. Vade retro ese adobo! ¡Y ese plato también! ¡Y el siguiente con él! ¿Postre habemus? MARMITÓN Menestra de cabra. DOCTOR ¡Absit! Vuelva esa cabra al monte sin mancillar nuestros manteles. ¿Queda algo más? PAJE 1º Olla podrida, señor. SANCHO ¡Loado sea Dios! Ahora nadie podrá decir que no; que por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no dejaré de topar con alguna que me sea de gusto y de provecho. DOCTOR Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento. Allá las ollas podridas para los canónigos, para los rectores de colegios y las bodas de labradores; y déjennos libres las mesa de los palacios, donde ha de asistir todo primor y todo atildamiento. ¡Retírese esa olla en seguida! SANCHO Entonces, ¿queréis decirme, ilustrísimo señor doctor, qué es lo que yo puedo comer? DOCTOR Ahora, después de esa fruta y esos vahos de perdiz que habéis tomado, bien será que terminéis con un gran vaso de agua y una tajadica sutil de carne de membrillo, que os ayude a una buena digestión. SANCHO (Se respalda y lo mira de hito en hito, conteniendo su enojo.) Prudentísimo consejo. ¿Cómo os llamáis vos? DOCTOR Yo, señor gobernador, me llamo el doctor don Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la Universidad de Osuna. SANCHO (Arrastrando cada frase entre dientes.) Pues, señor don Pedro Recio de mal agüero.... Natural de Tirteafuera.... Graduado en Osuna..., ¡Quíteseme ahora mismo de delante, o si no, voto al sol que tome un garrote y a garrotazos, empezando por vos, no deje médico sano en toda esta ínsula. (Se levanta rojo de cólera empuñando la vara judicial.) ¡Fuera de aquí, enemigo de la salud, verdugo de la República! ¡Fuera! MAYORDOMO Y CRONISTA ¡Téngase, señor! ... ¡téngase! (El DOCTOR huye, perdida su solemnidad ante la vara. El MAYORDOMO y el CRONISTA calman y detienen a SANCHO) SANCHO Y ahora, señor mayordomo, vea si hay manera de que yo coma algo a modo. Y si no, tómense su gobierno; que oficio que no da de comer, cargue el diablo con él. MAYORDOMO No desespere su señoría. Yo daré órdenes terminantes para que mañana no vuelva a ocurrir esto. SANCHO Para hoy las necesitaba yo: que el hoy ya está aquí, y el mañana aún no lo vi. ¿No podría ser que volvieran a traerme de aquellas perdices? MAYORDOMO Imposible sin licencia del médico. Y menos de esos manjares, que bien pudiera ser que por manejos de algún enemigo estuvieran envenenados. SANCHO ¡Hola! ¿Venenicos también? Por Dios que, según se me va trasluciendo, no es tan gustoso oficio este de gobernador como yo imaginaba. MAYORDOMO A la noche tomaréis una libra de uvas, que no es manjar de peligro. Y ahora, muchachos, álcense esos manteles; y tomad otra vez la vara, que no han de faltar pleitos en el día. (Retiran la mesa dos PAJES. El CRONISTA, que habrá salido durante la escena anterior, vuelve. SANCHO ocupa, mal resignado, un sillón. Los guardias quedan nuevamente en el umbral.) CRONISTA Aquí está el primero. SANCHO ¿Qué pleito trae este mozo? CRONISTA Nada sabemos todavía. Según me dicen se tropezó en esa callejuela con la ronda y, nada más verla, echó a correr como un gamo. Luego si corría de la justicia, señal que debe de ser un delincuente. SANCHO Suéltenlo y veamos. ¿Qué delito es el tuyo, mancebo? GRACIOSO Ninguno, señor. SANCHO ¿Por qué corrías entonces de la justicia? GRACIOSO Para evitar preguntas, que hacen demasiadas. SANCHO ¿Cómo te llamas? GRACIOSO Yo no me llamo. Me llaman. SANCHO Ah ¿graciosico me sois? ¡Pues a fe que tengo yo hoy el cuerpo para gracias! Cuidado, mancebo, que el que va por lana…, ya me entiendes. Conque más respeto y responde discretamente a lo que se te pregunten. ¿Adónde ibas cuando te topó la justicia? GRACIOSO A tomar el aire. SANCHO Muy bien. ¿Y dónde se toma el aire en esta ínsula? GRACIOSO Como en las otras: donde sopla. SANCHO ¿Burletas a mí? Pues mira, hijo, hazte cuenta que yo soy el aire, y que te soplo en popa, y que te encamino a la cárcel ahora mismo. ¡Hola, guardias! Llevadle a que duerma esta noche en el calabozo. GRACIOSO ¿A mí? Por Dios que así me hará vuestra merced dormir hoy en la cárcel como hacerme emperador de las Indias SANCHO Pues qué, ¿no tengo yo poder para prenderte? GRACIOSO GANADERO Pierda cuidado, que ni a tonto ni a sordo se lo ha dicho. (Corre tras ella.) ¡Eh, buena mujer! ¡Alto nombre de la ley! ¡Alto! MAYORDOMO Cómo, señor, ¿ahora os volvéis atrás? SANCHO Silencio, que yo me entiendo, y a perro viejo no hay tus-tus. Lo que sea no ha de tardar en sonar. (Oyese afuera la voz de la mujer, clamando.) BUSCONA ¡Justicia de Dios y del mundo! ¡Al ladrón, al ladrón! (Entra con el GANADERO, ambos aferrados a la bolsa que disputan hasta que vence la mujer, cayendo el GANADERO medio derribado.) ¡Mire la poca vergüenza y el poco temor de este desalmado, que en vuestro palacio mismo me ha querido quitar la bolsa que vuestra justicia mandó darme! SANCHO Pero ¿os la ha quitado? BUSCONA ¿Quitarme? Primero me dejaría yo arrancar la vida. ¡Pues bonita es la niña! Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serían bastante a sacármela de entre las uñas. ¡Antes me sacarían el alma de en mitad de las carnes! SANCHO Así se hace, valiente mujer. Venga acá esa bolsa BUSCONA Pero, señor gobernador... SANCHO ¡Venga, he dicho! (La toma.) ¿De dónde habéis sacado tantas fuerzas, hermana? Yo os juro que, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado ahora para defender esta bolsa lo hubierais mostrado antes para defender vuestra honra17, no habría fuerza en la tierra que pudiera contra vos. (Levantándose y alzando la vara amenazador.) Andad enhoramala, embustera, y no me paréis en toda la ínsula, so pena de doscientos azotes. ¡Largo! (Sale la mujer sollozando protestas.) Y vos, buen hombre, tomad vuestros ducados v volveos a casa sin parar con nadie en el camino. Y llevad entendido que una buena mujer no se paga con todo el oro del mundo, pero de las otras líbrenos Dios. Que bien dice el refrán: que una buena cabra, una buena mula y una mala mujer son tres malas bestias. Conque mucho ojo, y que no os vuelva a soplar el diablo. GANADERO Dios os lo premie, señor gobernador. (Sale. Se oye fuera un redoble y un toque largo de clarín.) SANCHO ¿Trompeticas ahora? ¿Qué quiere decir esa señal? CRONISTA Una de dos: o son noticias importantes o los centinelas han avistado a los bajeles moriscos y es un alerta de guerra18. SANCHO 17 La honra constituyó un motivo fundamental del teatro del Siglo de Oro. 18 Durante el siglo XVII son frecuentes los saqueos de las costas levantinas y andaluzas del Meditterráneo por parte de piratas norteafricanos. (Deja la vara y baja del estrado.) ¿Guerra y bajeles moriscos? MAYORDOMO Son nuestros enemigos jurados, y siempre hemos de vivir con este sobresalto, bajo amenaza de invasión. SANCHO Linda noticia para terminar la digestión. Y dígame, hermano: cuando los enemigos entran en una ínsula, ¿qué hacen los gobernadores? MAYORDOMO Salir al frente de las tropas. Que es privilegio de su cargo toda la gloria del triunfo o el honor de morir los primeros en la batalla. (Volviéndose al PAJE que aparece con un pliego.) ¿Son enemigos o noticias? PAJE Un correo urgente del señor duque. SANCHO Menos mal. Vea vuestra merced de qué se trata. MAYORDOMO. (Leyendo el sobrescrito.) «A don Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su secretario.» SANCHO ¿Y quién es mi secretario? CRONISTA Yo, señor, porque sé leer y escribir y además soy vizcaíno19. SANCHO Con esa añadidura bien podrías ser secretario del mismo emperador. Abrid luego ese pliego y sepamos qué dice. CRONISTA «A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que los eternos enemigos de esa ínsula piensan darle un asalto furioso no sé qué noche de estas. Estad alerta y no descanséis, no sea que os sorprendan a oscuras y acostado. Sé también por espías verdaderos que han entrado en ese lugar cuatro personas disfrazadas para quitaros la vida. Ojo avizor: no os fiéis de nadie que se os acerque o comáis ningún manjar de cocina, sospechosos todos de veneno. En vuestro valor y en vuestra discreción confío para la salvación de la ínsula. Deste lugar, a veintiséis de julio. Vuestro amigo: el duque.» MAYORDOMO Graves son las noticias. ¿Qué dice su señoría? SANCHO (Después de una pausa con una tranquila tristeza.) Digo, señores, que si así es el oficio de gobernar, no es el hijo de mi madre el que nació para esto. (Comienza a despojarse de sus insignias.) Si he de mandar ejércitos y velar sobre las armas, y sentenciar pleitos a todas horas para que la una parte se vaya contenta y la otra me saque el pellejo, y vivir con el temor de que me maten enemigos a los que nunca ofendí, y no comer ni beber vino como manda ese médico verdugo.... Si todo eso es gobernar, quédense aquí mis llaves y mis galas, y tómelas el que quiera. A mi trabajo y a mi tierra me vuelvo; que más quiero vivir entre mantas que no morir entre holandas. Devuélvanme mi pollino, mi único amigo fiel, del que no pienso volver a separarme más. Y si algo merezco por lo que hice, sólo pido a vuestras mercedes que me den medio pan v medio queso, que yo comeré de camino a la sombra de una encina mejor que comí en palacio entre manteles brocados. (Al público.) Y a vosotros, ciudadanos 19 En Miguel de Cervanres y en la literatura del siglo XVII es habitual la burla de los vizcaínos tanto por su forma de hablar como por sus alardes de hidalguía. Recuérdese la aventura del vizcaíno en la Primera parte de El Quijote. de esta ínsula Barataria, adiós. Si no os hice mucho bien, tampoco quise haceros mal. Nadie murmure de mí, que fui gobernador y salgo con las manos limpias. Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Adiós, señores20. (Telón) 20 La despedida del público, característica del teatro menor del Siglo de Oro, es una forma de acercar la representación al pueblo; no olvidemos que Casona compuso esta obra para el teatro ambulante de las Misiones Pedagógicas, cuyas piezas se escenificaban por los pueblos de Castilla.
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