Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Rosenhan paper traducción español, Traducciones de Psicología

Validez del diagnostico psiquiatrico

Tipo: Traducciones

2021/2022

Subido el 15/12/2023

beatriz-tomas-1
beatriz-tomas-1 🇪🇸

2 documentos

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Rosenhan paper traducción español y más Traducciones en PDF de Psicología solo en Docsity! 1 SOBRE ESTAR CUERDO EN CENTROS PARA LOCOS (1973). El experimento de David Rosenhan David L Rosenhan. On being sane in insane places. Science. 1973 Jan 19;179(4070):250-8. Si la cordura y la locura existen, ¿cómo podemos distinguirlas? La pregunta no es ni caprichosa ni una locura en sí misma. A pesar de que a nivel personal estemos convencidos de poder distinguir la cordura de la locura, las pruebas no son convincentes. Por ejemplo, es común leer en las investigaciones por asesinato donde los eminentes psiquiatras de la defensa contradicen las opiniones profesionales de los también eminentes psiquiatras de la acusación en cuanto a la cordura mental del defendido. En general, lo que hay es una gran cantidad de datos confusos en cuanto a la utilidad y el significado de términos tales como “cordura”, “locura”, “enfermedad mental” y “esquizofrenia” [1]. Finalmente, en 1934, Benedict sugirió que los términos normalidad y anormalidad no son universales [2]. Lo que es considerado normal en una cultura puede ser visto como aberrante en otra. Y, lo que es más, las nociones de normalidad y anormalidad pueden no ser tan precisan como la gente tiende a pensar. Preguntarse sobre los términos normalidad y anormalidad no cuestiona en modo alguno el hecho de que, en efecto, existan conductas desviadas y extrañas. El asesinato es una desviación, como también lo son las alucinaciones. Aflorar estas cuestiones no niega la existencia de la angustia personal que normalmente aparece asociada con la enfermedad mental. La ansiedad y la depresión existen. El sufrimiento psicológico existe. Pero la normalidad y la anormalidad, la cordura y la locura y los diagnósticos que se hacen de ellas pueden ser mucho menos fundamentales de lo que muchos creen. En el fondo, la cuestión de si la cordura puede distinguirse de la locura, y de si pueden distinguirse distintos grados de locura, es una pregunta simple: ¿radican las características más significativas que conducen al diagnóstico de la enfermedad en el propio paciente o en el entorno y condiciones en las que los observadores lo encuentran? Desde Bleuler, pasando por Krecthmer, hasta los autores del recientemente revisado Manual Diagnóstico Estadístico, DSM-II, de la Asociación Americana de Psiquiatría, ha habido una fuerte creencia de que los pacientes presentaban síntomas, que esos síntomas podían ser categorizados y que, implícitamente, la cordura era distinguible de la locura. En cambio, más recientemente, esta creencia ha sido cuestionada. En parte debido a consideraciones teóricas y antropológicas, y en parte, debido a consideraciones filosóficas, legales y terapéuticas, ha ido ganando terreno la visión de que la categorización psicológica de la enfermedad mental, en el mejor de los casos resulta inútil, y en el peor de los casos dolorosa, engañosa y peyorativa. Los diagnósticos psiquiátricos, desde esta perspectiva, se encuentran en la mente del observador y no reflejan de manera válida las características mostradas por el observado [3-5]. Para decidir cual de las dos aproximaciones es más precisa, se decide utilizar gente normal (es decir, gente que no tiene y que nunca ha tenido síntomas de desorden psiquiátrico serio) y conseguir que sean admitidos en hospitales psiquiátricos, comprobando después si se descubre que están cuerdos y, si así fuera, cómo. Si se descubriera en todos los casos que estos pseudopacientes eran individuos cuerdos, supondría una evidencia palmaria de que un individuo cuerdo puede ser distinguido claramente a pesar de encontrarse en un entorno de locura. Bajo tal asunción, la normalidad (y, presumiblemente la anormalidad) son lo suficientemente distintas como para ser diferenciadas en cualquier entorno que ocurran, debido a que se encuentra dentro de la persona. Si, por el contrario, la cordura de estos pseudopacientes no fuera descubierta nunca, quienes apoyan los tradicionales métodos de 2 diagnóstico psiquiátrico se encontrarían en serias dificultades. Dado que el personal del hospital no era incompetente, que el pseudopaciente se había estado comportando tan cuerdamente como lo había hecho fuera del hospital y que nunca se había sugerido con anterioridad que el paciente hubiera estado en un hospital psiquiátrico, un resultado tan improbable apoyaría la idea de que los diagnosticos psiquiátricos revelan poco del paciente, pero mucho en relación al ambiente en que los individuos son observados. Este artículo describe este experimento. Ocho personas cuerdas fueron admitidas secretamente en doce hospitales diferentes [6]. Su diagnostico constituye la primera parte de este artículo. El resto se dedica a describir sus experiencias en las instituciones psiquiatritcas. Muy pocos psiquiatras y psicólogos, incluidos aquellos que habían trabajado en tales instituciones, sabían como era una experiencia así. Ellos casi nunca hablaron de ello con pacientes anteriores, quizá porque desconfiaban de la información proveniente de individuos previamente enfermos. Es probable que los que habían trabajado en hospitales psiquiátricos estuvieran tan profundamente adaptados a las condiciones, que fueran insensibles al impacto de la experiencia. Si bien ha habido informes ocasionales de investigadores que se han sometido a sí mismos a internamiento en instituciones psiquiátricas [7], normalmente han permanecido así durante cortos períodos de tiempo, frecuentemente con conocimiento del personal del hospital. Por tanto, es difícil saber hasta qué punto fueron tratados como pacientes o como colegas investigadores. No obstante, sus informes acerca del interior de los hospitales psiquiátricos han sido valiosos. Este artículo amplía esos esfuerzos. Pseudopacientes y sus condiciones Los ocho pacientes constituían un grupo variado. Uno era un estudiante de psicología graduado. Los siete restantes eran mayores y estaban ya situados. Entre ellos había tres psicólogos, un pediatra, un psiquiatra, un pintor y un ama de casa. Tres de los pseudopacientes eran mujeres, cinco eran varones. Todos ellos usaron pseudónimos para evitar que los diagnósticos alegados resultaran embarazosos después. Aquellos que pertenecían al campo profesional de la enfermedad mental alegaron pertenecer a otra profesión para evitar que el personal del hospital le prestara una atención especial por cortesía, precaución o por ser colegas [8]. Con la excepción de yo mismo (yo fui el primer pseudopaciente y mi presencia era conocida por el administrador del hospital y por el jefe de psicología y, hasta donde yo se, por nadie más), la presencia de pseudopacientes y la naturaleza del programa de investigación no era conocido por el personal del hospital [9]. Para generalizar los hallazgos, se buscó en una variedad de hospitales. Los doce hospitales estaban localizados en cinco estados diferentes de las costas este y oeste. Algunos eran antiguos y otros más recientes. Algunos estaban orientados a la investigación y otros no. Algunos de ellos tenían ratios personal/paciente adecuados y otros estaban cortos de personal. Sólo uno de ellos era estrictamente privado. El resto se mantenía con fondos estatales o federales o, en un caso, con fondos de la universidad. Una vez concertada la cita con el hospital, el pseudopaciente se presentaba en el departamento de admisión quejándose de haber estado oyendo voces. Preguntado por lo que decían esas voces, él contestaba que normalmente no eran claras, pero parecían ser “vacío”, “hueco” y un ruido sordo como de un golpe. Las voces eran desconocidas y pertenecían al mismo sexo que el paciente. Se eligieron estos síntomas debido a su evidente similitud con síntomas existenciales. Tales síntomas se dice que afloran a consecuencia de la dolorosa preocupación de percibir la falta de sentido de la vida de uno mismo. Es como si la alucinación de esa persona estuviese diciendo “mi vida está hueca y vacía”. La elección de estos síntomas 5 del personal se le pidió que evaluara a cada paciente que se presentara en admisión o en el ala, de acuerdo a la probabilidad de que el paciente fuera un pseudopaciente. Se utilizó una escala de 10, expresando la puntuación 1 y 2 una alta confianza en que el paciente era un pseudopaciente. Se evaluaron 193 pacientes que fueron admitidos para recibir tratamiento psiquiátrico. A todo el personal que hubiera mantenido contacto o que hubiera tenido una responsabilidad directa con los pacientes –cuidadores, enfermeras, psiquiatras, médicos y psicólogos– se le pidió una valoración. Fueron valorados 41 pacientes como pseudopacientes por al menos un miembro del personal, con alto grado de confianza; 23 fueron considerados sospechosos por al menos un psiquiatra y 19 fueron considerados como sospechosos por un psiquiatra y por otro miembro del personal. Pero la verdad es que ningún pseudopaciente real (al menos de mi grupo) se presentó durante este período. El experimento es instructivo. Indica que puede ser revertida la tendencia a catalogar como loca a la gente cuerda cuando hay mucho en juego (en este caso el prestigio y la agudeza diagnóstica). Pero ¿qué puede decirse de las 19 personas de las que un psiquiatra y un miembro del personal sospecharon que estaban cuerdos? ¿Estaban realmente “sanos” o era más bien un intento de evitar el error de tipo 2, incurriendo en un error tipo 1 (considerar como sano a un enfermo verdadero)? No hay forma de saberlo. Pero una cosa es cierta: cualquier proceso diagnóstico que conduzca tan claramente a errores masivos de este tipo no puede ser un proceso en el que se pueda confiar. La rigidez de la catalogación psicodiagnóstica Más allá de la tendencia a denominar como enfermos a los verdaderos sano –tendencia que se debe más al diagnóstico en el momento de la admisión que al comportamiento durante largos períodos de internamiento– los datos hablan del papel masivo de “etiquetado” durante la valoración psiquiatrica. Así, una vez que uno ha sido etiquetado como esquizofrénico, no hay nada que el pseudopaciente pueda hacer para superar esa etiqueta. La etiqueta determina profundamente la percepción que el resto tiene de él y de su comportamiento. En cierto modo, estos son sorprendentes, porque se sabe desde hace mucho tiempo que el significado que se da a los indicios depende del contexto en que ocurran. La psicología de la Gestalt ya lo apuntó con fuerza y Solomon Asch [13] demostró que existen rasgos “centrales” de la personalidad (tales como “cálido” frente a “frío”) que son tan poderosos que matizan considerablemente el significado de otra información al conformar una impresión acerca de una personalidad determinada [14]. “Loco”, “esquizofrénico”, “maníaco-depresivo” e “insano” se encuentran probablemente entre los más potentes de los rasgos “centrales” mencionados. Una vez que una persona es catalogada como “anormal”, el resto de rasgos y características personales quedan “enmascaradas” por esa etiqueta. Y, lo que es más, esa “etiqueta” es tan poderosa que muchos de los comportamientos normales de los pseudopacientes pasaron desapercibidos completamente o fueron malinterpretados. Algunos ejemplos, pueden clarificar esta idea. Ya he mencionado con anterioridad que no se manipularon las historias personales de los pseudopacientes ni su estatus actual, salvo el nombre, el puesto de trabajo y la profesión. Por el contrario, se hizo una descripción verídica de las historias y circunstancias personales. Aquellas circunstancias no eran psicóticas. ¿Cómo las hicieron coincidir con un diagnóstico de psicosis? ¿O fueron los diagnósticos “retorcidos” de tal forma que, finalmente, los hicieron concordar con las circunstancias de las vidas de los pseudopacientes, tal y como fueron descritas por ellos? En lo que yo puedo determinar, los diagnósticos no fueron afectados, en forma alguna, por la relativa salud de las circunstancias vitales de los pseudopacientes. Más bien, ocurrió lo 6 contrario: la percepción de sus circunstancias fue modelada completamente por el diagnóstico. Un claro ejemplo de esta interpretación es el caso de un pseudopaciente que había tenido una relación estrecha con su madre, pero más bien distante con su padre durante su primera infancia. Durante y después de la adolescencia, en cambio, su padre se había convertido en un buen amigo, mientras que la relación con su madre se enfrió. La relación actual con su mujer se caracterizaba por su calidez y cercanía. Dejando de lado pequeños enfados ocasionales, los roces eran mínimos. Los niños apenas habían recibido azotes alguna vez. Seguramente no hay nada especialmente patológico en una historia como esa. Incluso muchos lectores pueden reconocer un patrón similar con sus propias experiencias vitales, pero sin que tuvieran esas consecuencias perjudiciales. Observemos, si embargo, como fue interpretada la historia en un contexto psicopatológico a partir del sumario del caso después de ser dado de alta el paciente. ‹‹Este hombre blanco de 39 años… tiene un amplio historial de considerable ambivalencia en sus relaciones cercanas, que comienza en su primera infancia. Una cálida relación con su madre que se enfría durante la adolescencia. Una distante relación con su padre que pasa a convertirse en intensa. Ausencia de estabilidad afectiva. Sus intentos de control emocional con su esposa e hijos se ven rotos por estallidos de furia y por azotes en el caso de los niños. Y mientras él afirma que tiene numerosos buenos amigos, uno percibe una considerable ambivalencia incrustada en esas relaciones también…›› Los hechos del caso fueron distorsionados por el personal para que resultaran coherentes con la popular teoría de la dinámica de la reacción esquizofrénica [15]. Nada de una naturaleza ambivalente había sido descrito en las relaciones con sus padres, esposa o amigos. El grado de ambivalencia que podía deducirse en este caso no era probablemente mayor de la que puede encontrarse en todas las relaciones humanas. Es cierto que las relaciones del pseudopaciente con sus padres cambió a lo largo del tiempo, pero en un contexto que no tenía nada de extraordinario, sino que, incluso podía ser predecible. Claramente, los significados adscritos a sus manifestaciones verbales (ambivalencia, inestabilidad afectiva) fueron determinados por el diagnóstico: esquizofrenia. Si hubieran sabido que el hombre era normal, se le habría adscrito un significado completamente diferente. Todos los peudopoacientes hicieron muchas anotaciones públicamente. En circunstancias ordinarias, un comportamiento así habría llamado la atención de los observadores, como de hecho sucedió entre los pacientes. Es más, parecía tan seguro que las notas levantarían sospechas que se tomaron precauciones para retirarlas del ala cada día. Pero las precauciones fueron innecesarias. Lo más cerca que estuvo alguien del personal del hospital de sospechar de esas notas ocurrió cuando uno de los pseudopacientes preguntó a su médico que clase de medicación le estaban dando y comenzó a escribir su respuesta. “No necesita escribirlo”, le dijo amablemente. “Si tienes algún problema para recordarlo, sólo tienes que preguntarme otra vez”. Si no hicieron preguntas a los pseudopacientes, ¿cómo interpretaron las anotaciones que éstos hacían? Los registros de enfermería de tres pacientes indican que las notas eran interpretadas como una manifestación de su comportamiento patológico. “Paciente ocupado en tareas de escritura”, era el comentario diario de la enfermera de uno de los pseudopacientes que nunca fue interrogado acerca de sus escritos. Dado que el paciente está en el hospital, debe estar psicológicamente trastornado. Y puesto que está trastornado, estar escribiendo continuamente debe ser una manifestación conductual de dicho trastorno, quizá una parte de la conducta compulsiva que algunas veces se relaciona con la esquizofrenia. 7 Una característica implícita del diagnóstico psiquiátrico es que localiza el foco de la aberración dentro del individuo, y sólo en raras ocasiones en el complejo de estímulos que lo rodean. En consecuencia, las conductas estimuladas por el entorno normalmente son erróneamente atribuidas al trastorno del paciente. Por ejemplo, una amable enfermera encontró a un pseudopaciente paseando por los largos pasillos del hospital. ¿Nervioso, Mr. X?, le preguntó. “No, aburrido”, contestó. Las notas tomadas por los pseudopacientes eran malinterpretadas por un personal bienintencionado como conductas de pacientes. Con bastante frecuencia un paciente se volvía iracundo porque había sido tratado erróneamente, digamos, por un cuidador. Si una enfermera irrumpía en escena, raramente indagaba sobre los estímulos que rodean la conducta del paciente. Más bien asumía que su irascibilidad se debía a su propia patología y no a su interacción con otro miembro del personal hospitalario. Ocasionalmente, el personal suponía que la familia del paciente (especialmente si lo habían visitado recientemente) u otros pacientes habían provocado el estallido violento. Nunca se encontró a nadie del personal que asumiera que la conducta del paciente tenía que algo que ver con ellos mismos o con la estructura del hospital. Uno de los psiquiatras, dirigiéndose a un grupo de jóvenes residentes, señaló a un grupo de pacientes que estaban sentados a la entrada de la cafetería media hora antes de la hora del almuerzo, diciéndoles que tal conducta era característica de la naturaleza “oral-posesiva” de la enfermedad. No pareció ocurrírsele que había muy pocas cosas a las que “anticiparse” en un hospital, aparte de la comida. La “etiqueta psiquiátrica” tiene vida propia y ejerce una influencia en sí misma. Una vez conformada la impresión de que el paciente es esquizofrénico, lo previsible es que el paciente continuará siéndolo. Una vez transcurrido un tiempo suficiente sin que el paciente haya hecho nada anormal, será considerado “en remisión” y estará dispuesto para que se le de el alta. Pero la etiqueta perdura más allá del alta médica con la expectativa no confirmada de que volverá a comportarse como un esquizofrénico de nuevo. Estas “etiquetas” otorgadas por los profesionales de la salud mental tienen tanta influencia en los pacientes como en sus familiares y amigos, y no debería sorprender a nadie que el diagnóstico provoque en ellos una sensación de profecía auto-cumplida. Al final, el paciente mismo acepta el diagnóstico con toda su carga de expectativas adicionales y acaba comportándose de acuerdo a ellas [5]. Las deducciones que resultan de estos hechos son muy simples. Muchos, como Ziegler y Philips, han demostrado que hay una superposición enorme entre los síntomas presentados por pacientes que han sido diagnosticados de forma muy diversa [16]. Por tanto, hay una superposición enorme en el comportamiento de los “cuerdos” y de los “locos”. Los “cuerdos” no estamos cuerdos todo el tiempo. Perdemos los nervios sin razones que lo justifiquen. De cuando en cuando, nos deprimimos y tenemos ansiedad, igualmente sin tener buenas razones para ello. Y podemos encontrar dificultades en convivir con una u otras personas, sin razones que podamos explicar. De forma similar, los “locos” no están siempre “locos”. De hecho, la impresión de los pseudopacientes mientras convivieron con ellos, era que estaban “cuerdos” durante largos períodos de tiempo, de forma que aquellos comportamientos extraños en los que se habían basado sus diagnósticos constituían solo una pequeña parte del total de su conducta. Si no tiene sentido etiquetarnos a nosotros mismos como “permanentemente deprimidos” basándonos en nuestras depresiones ocasionales, esto constituye la mejor evidencia disponible para no etiquetar a todos los pacientes como locos o como esquizofrénicos basándonos en sus comportamientos extraños ocasionales. Parece más útil, como señaló Mischel [17], limitar nuestras discusiones a las conductas, a los estímulos que las provocan y a las correlaciones entre ellos. No se conoce por qué emergen impresiones tan poderosas de los rasgos de la personalidad como “loco” o “insano”. Posiblemente, cuando los orígenes y los estímulos que dan lugar a determinadas conductas son remotos o desconocidos, o cuando son percibidos 10 Los datos de estos estudios aparecen en la tabla 1, separando los médicos (columna 1), y los enfermeros y cuidadores (columna 2). Las diferencias medias entre los cuatro hospitales quedaron se perdieron completamente en vista de la medida en que el personal evitó consentir los contactos verbales iniciados por los pacientes. Con mucho, la reacción más frecuente consistía, bien en una breve respuesta a sus preguntas mientras continuaba andando y con la cabeza mirando hacia otro lado, o bien en no responder en absoluto. El encuentro, normalmente, se producía de esta extraña forma: Pseudopaciente: “Perdóneme, Dr. X, ¿puede decirme cuando se me permitirá salir al jardín? Médico: “Buenos días, Dave. ¿Cómo se encuentra hoy? (Alejándose sin esperar una respuesta.) Resulta muy instructivo comparar estos datos con los datos recientemente obtenidos en la Universidad de Stanford. Se dice que las Universidades grandes y prestigiosas se caracterizan por tener un profesorado tan ocupado que no tiene tiempo para los estudiantes. A efectos de comparación, una joven abordó individualmente a miembros del profesorado que parecían encaminarse con paso firme a alguna reunión o a algún compromiso adquirido y les preguntó las seis cuestiones siguientes: “Perdone, ¿podría indicarme como llegar al Encina Hall? (en la facultad de Medicina) ¿… al centro de investigación clínica? ¿Sabe dónde está el edificio Fish? (no hay ningún edificio Fish en Stanford.) ¿Da clases aquí? ¿Cómo puedo solicitar la admisión? ¿Es difícil ser admitido? ¿Existe alguna ayuda financiera? Como puede verse en la tabla 1 (columna 3), todas las cuestiones fueron contestadas, sin excepción. Con independencia de la prisa que tuvieran, todos ellos no sólo mantuvieron el “contacto visual” sino que se detuvieron para hablar. Y, lo que es más, muchos de los encuestados se apartaron de su ruta para indicar o acompañar a la joven a la oficina que estaba buscando, trataron de localizar el edificio Fish, o debatir sobre sus posibilidades de ser admitida en la Universidad. Datos similares, también mostrados en la tabla 1 (columnas 4, 5 y 6) fueron obtenidos en el hospital. Aquí, igualmente, la joven había preparado seis preguntas. Después de la primera pregunta, sin embargo, comentó a 18 de los encuestados (columna 4) que “estaba buscando un psiquiatra” y a otros 15 (columna 5) “que estaba buscando un internista”. A otros diez de los encuestados no hizo ningún comentario (columna 6). El grado general de colaboración en las respuestas es considerablemente más elevado en los grupos de la Universidad de lo que fue para los pseudopacientes del hospital psiquiátrico. Incluso así, se observaron diferencias significativas entre los encuestados en la facultad de medicina. Una vez 11 que la joven hubo comentado que buscaba un psiquiatra, el grado de cooperación fue menor que cuando buscaba un internista. La impotencia y la despersonalización El contacto visual y la verbal indican el interés y el desarrollo de la personalidad. Su ausencia refleja evitación y despersonalización. Los datos que he presentado no hacen justicia a los enriquecedores hallazgos diarios que crecieron en torno a la despersonalización y la evitación. Dispongo de datos de pacientes que fueron golpeados por el personal por haber cometido el pecado de haber iniciado contacto verbal. Durante mi propia experiencia, por ejemplo, un paciente fue golpeado en presencia de otros pacientes por haber abordado a un cuidador y haber dicho “usted me gusta”. Algunas veces el castigo infligido a los pacientes por simples fechorías era tan excesivo que no podía ser justificado ni por las interpretaciones más radicales de los cánones de la psiquiatría. Sin embargo, aparentemente, no eran cuestionados. Un paciente que no hubiera oído una llamada para medicación sería duramente vilipendiado y los cuidadores de la mañana con frecuencia despertaban a los pacientes con un “Vamos, h-d-p, fuera de la cama”. Ningún episodio ni ningún dato, por duro que sea, puede expresar la abrumadora sensación de indefensión que invade a un individuo continuamente expuesto a la despersonalización de un hospital psiquiátrico. Apenas importe qué hospital psiquiátrico sea. Los excelentes hospitales públicos y los lujosísimos hospitales privados eran mejores, en este aspecto, que los viejos hospitales rurales, pero, de nuevo, las características que todos tenían en común sobrepasaban, con mucho, sus aparentes diferencias. La indefensión se evidenciaba en todas partes. Los pacientes eran privados de muchos de sus derechos legítimos en virtud de su “compromiso psiquiátrico” [21]. Es privado de credibilidad debido a su “etiqueta psiquiátrica”. Se restringe su libertad de movimientos. No puede iniciar contactos con el personal y sólo puede responder en caso de que ellos lo inicien. La privacidad es mínima. El alojamiento y las pertenencias de los pacientes pueden ser examinados por cualquier miembro del personal por cualquier motivo. Su historial y su angustia están a disposición de cualquier miembro del personal que elija leer su expediente sin importar su relación terapéutica con él. Su higiene personal y sus evacuaciones frecuentemente son monitorizadas. Los servicios pueden no tener puertas. A veces la despersonalización alcanza tales proporciones que los pseudopacientes se sentían como invisibles, o, al menos, no dignos de consideración. Después de la admisión fui sometido, al igual que los otros pseudopacientes, a un primer examen físico en un recinto semipúblico, donde los miembros del personal hablaban de sus propios asuntos, como si nosotros no estuvieramos allí. En el ala, los cuidadores abusaban verbalmente, y alguna vez incluso físicamente, de los pacientes en presencia de otros pacientes, algunos de los cuales (los pseudopacientes) lo anotaban todo. Las conductas abusivas, por otra parte, cesaban abruptamente cuando se enteraban de que otro miembro del personal se dirigía hacia allí. Los miembros del personal son testigos creíbles. Los pacientes no. Una enfermera se desabrochó el uniforme para ajustarse el sujetador delante de los hombres de un ala completa que la estaban mirando. Uno no tenía la sensación de que la enfermera intentara seducirlos. Más bien, parecía que ni notaba su presencia. Un grupo de miembros del personal podía señalar a un paciente en la sala de día y discutir con él animadamente, como si no estuviera allí. Uno de los ejemplos más ilustrativos de despersonalización e invisibilidad tuvo lugar en relación a la medicación. En conjunto, a los pseudopacientes les fueron administradas casi 2100 pastillas, incluyendo Elavil, Stezaline, Compazine y Thorazine, por nombrar algunas. (Que esta enorme variedad de medicación fuera administrada a pacientes que presentaban síntomas idénticos es, en sí mismo, un hecho destacable). Sólo dos fueron tragadas. El resto 12 fue arrojada al retrete o escondida en el bolsillo. Los pseudopacientes no eran los únicos que lo hacían. Aunque no dispongo de datos precisos de cuántos pacientes rechazaban su medicación, los pseudopacientes, con frecuencia, encontraban la medicación de otros pacientes en el servicio, antes de tirar las suyas. Como tanto los pacientes como los pseudopacientes encubrieron mutuamente su conducta en este asunto, dicha conducta, al igual que otros asuntos importantes, pasó inadvertida. Las reacciones de los pseudopacientes a tal despersonalización fueron intensas. Aunque ellos habían llegado al hospital como parte de un experimento y tenían plena conciencia de que ellos no pertenecían a aquel lugar, se encontraron a sí mismos, “atrapados” y enfrentándose al proceso de despersonalización. Algunos ejemplos: un estudiante graduado en psicología le pidió a su mujer que le trajera sus libros al hospital, de forma que pudiera poner al día sus deberes de trabajo –esto a pesar de las precauciones que se tomaron para ocultar su relación profesional. El mismo estudiante, que se había preparado durante cierto tiempo para entrar en el hospital y que estaba deseando experimentar tal experiencia, “recordó” unas aburridas carreras de coche que deseaba ver el fin de semana e insistió en que tenía que estar dado de alta para entonces. Otro pseudopaciente intentó una relación romántica con una enfermera. Enseguida informó al personal que estaba haciendo los trámites para ser admitido en la facultad de psicología y que era muy probable que lo admitieran, pues uno de los profesores lo visitaba regularmente en el hospital. La misma persona comenzó a involucrarse en psicoterapia con otros pacientes, todo ello con la intención de convertirse en “persona” en un ambiente impersonal. Los orígenes de la despersonalización ¿Cuáles son los orígenes de la despersonalización? Ya he mencionado dos. Primero, están las actitudes mantenidas por todos nosotros hacia los enfermos mentales (incluidos aquellos que los tratan), actitudes caracterizadas, por una parte, por el miedo, la desconfianza, y las horribles expectativas, y por otra, por benevolentes intenciones. Nuestra ambivalencia conduce, en este caso, como en otros muchos, a evitarlos. En segundo lugar, y de no de forma totalmente independiente, la estructura jerárquica de los hospitales psiquiátricos facilita la despersonalización. Aquellos que se encuentran en los puestos de mando son los que menos se relacionan con los pacientes, y su comportamiento inspira el comportamiento del resto de los miembros del personal. El contacto medio diario con psiquiatras, psicólogos, residentes y médicos combinados, va desde 3,9 a 25,1 minutos, con una media total de 6,8 (comprobado en seis pseudopacientes durante 129 días de hospitalización). En esta media se encuentra incluido el tiempo empleado en la entrevista de admisión, reuniones del ala psiquiátrica en presencia de un miembro experimentado del personal, psicoterapia de grupo e individual, conferencias de presentación de los casos y reuniones para el alta. Claramente los pacientes no emplean mucho tiempo en contactos interpersonales con el personal médico. Y el personal médico es el ejemplo a seguir para las enfermeras y cuidadores. Probablemente existen otras causas. Las instituciones psiquiátricas se encuentran en este año 1972 en una difícil situación económica. Los recortes de personal son generalizados, por lo que el tiempo de personal es muy caro. A algo hay que renunciar, y ese algo, es el contacto con los pacientes. Aún así, aunque las dificultades financieras son una realidad, se las culpa en exceso. Tengo la impresión de que las fuerzas psicológicas que dan lugar a la despersonalización son mucho más fuertes que las financieras, y que el aumento del personal no se correspondería con una mejora en el cuidado de los pacientes. La frecuencia de las reuniones del personal y las enormes cantidades de registros de datos de los pacientes, por ejemplo, no han sido reducidos de forma tan sustancial como el contacto con los pacientes. Existen prioridades incluso en los tiempos duros. El contacto con los pacientes no es una prioridad significativa en los hospitales psiquiátricos tradicionales, y la presión económica no
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved