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Orientación Universidad
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Sánchez, V. A. (2003). 1. Que es la praxis y 3. Praxis creadora y praxis reiterativa., Resúmenes de Pedagogía

Lectura de repaso y conocimiento de praxis

Tipo: Resúmenes

2022/2023

Subido el 27/06/2024

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¡Descarga Sánchez, V. A. (2003). 1. Que es la praxis y 3. Praxis creadora y praxis reiterativa. y más Resúmenes en PDF de Pedagogía solo en Docsity! Documento utilizado con fines didácticos. 1 Capítulo I Qué es la praxis Actividad y praxis Toda praxis es actividad, pero no toda actividad es praxis. Al señalar Marx que el idealismo, en contraste con el materialismo, admite el lado activo de la relación sujeto- objeto; y al subrayar, a su vez, su defecto —no ver esta ac- tividad como práctica—,1 nos previene contra todo intento de establecer un signo de igualdad entre actividad y praxis. De ahí que para delimitar el contenido propio de esta última y su relación con otras actividades sea preciso distinguir la praxis, como forma de actividad específica, de otras que pueden estar incluso íntimamente vinculadas a ella. Por actividad en general entendemos el acto conjunto de actos en virtud de los cuales un sujeto activo (agente) modifica una materia prima dada.2 Esta caracterización de la actividad justamente por su generalidad no especifica el tipo de agente (físico, biológico o humano), ni la naturaleza de la materia prima sobre la que actúa (cuerpo físico, ser vivo, vivencia psíquica, grupo, relación o institución social), ni determina tampoco la especie de actos (físicos, psíquicos sociales) que conducen a cierta transformación. El resultado de la actividad, o sea, su producto, se da asimismo en niveles diversos: puede ser una nueva partícula, un concepto, un útil, una obra artística o un nuevo sistema social. En este amplio sentido, actividad se opone a pasividad y su esfera es la de la efectividad, no la de lo meramente posible. Agente es lo que obra, lo que actúa, y no lo que está solamente en posibilidad o disponibilidad de 1 C. Marx, Tes i s ( I ) so b re Feu erb a ch , en: C. Marx y F. Engels, La id eo lo g ía a l ema na , ed. cit., p. 633. 2 Actividad es aquí sinónimo de acción, entendida también como acto ò conjunto de actos que modifican una materia exterior o inmanente al agente. Sánchez, V. A. (2003). 1. Que es la praxis y 3. Praxis creadora y praxis reiterativa. En Filosofía de la praxis. (PP. 245-331) México, D.F: Siglo XXI. Documento utilizado con fines didácticos. 2 actuar u obrar. Su actividad no es potencial, sino actual. Se da efectivamente sin que pueda ser separada del acto o conjunto de actos que la constituyen. La actividad muestra en las relaciones entre las partes y el todo los rasgos de una totalidad. Varios actos desarticulados o yuxtapuestos casualmente no permiten hablar de actividad; es preciso que los actos singulares se articulen o estructuren, como elementos de un todo, o de un proceso total, que desemboca en la modificación de i '¡a materia prima. Por ello, a los actos del agente y a la materia sobre la cual se ejerce esta actividad hay que agregar él resultado o producto. El acto o conjunto de actos sobre, una materia se traducen en un resultado o producto que es esa materia misma ya transformada por el agente. Nuestro concepto de actividad es lo suficientemente amplio para que englobe, por ejemplo: a un nivel físico, las relaciones nucleares de determinadas partículas que conducen a la transformación de unos elementos químicos en su conjunto o la actividad de un órgano en particular; a un nivel psíquico, las actividades del hombre o del animal del tipo de la sensorial, refleja, instintiva, etcétera; en este plano instintivo, la actividad puede manifestarse como una serie de actos tan complejos como el de la construcción de un nido por un pájaro, sin que por ello deje de ser una activi- dad meramente biológica, natural. El hombre también puede ser sujeto de actividades —biológicas o instintivas— que no rebasan su nivel meramente natural y que, por tanto, no podemos considerarlas como específicamente humanas. La actividad propiamente humana sólo se da cuando los actos dirigidos a un objeto para transformarlo se inician con un resultado ideal, o fin, y terminan con un resultado o producto efectivos, reales. En este caso, los actos no sólo se hallan determinados causalmente por un estado anterior que se ha dado efectivamente —determinación del pasado por el presente—, sino por algo que no tiene una existencia efectiva aún y que, sin embargo, determina y regula los diferentes actos antes de desembocar en un resultado real; o sea, la determinación no viene del pasado, sino del futuro. Documento utilizado con fines didácticos. 5 incluyendo, por supuesto, la práctica material. Marx hace resaltar el papel del fin en una actividad práctica como el trabajo humano: Al final del proceso de trabajo brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero: es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo> realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene que supeditar su voluntad.4 Al subrayar aquí el papel de la producción de fines en el proceso de trabajo, Marx destaca asimismo el papel del objeto —«la materia que le brinda la naturaleza»— sobre el cual se ejerce dicha actividad. La transformación de la naturaleza material en productos mediante el trabajo no podría darse sin estas condiciones materiales; pero, a su vez, Marx subraya, justamente por tratarse del trabajo como una actividad específicamente humana, el papel determinante del fin y su carácter de ley en dicho proceso de transformación material. El fin, por tanto, prefigura aquí el resultado de una actividad real, práctica, que ya no es pura actividad de la conciencia. Gracias a ello el hombre no se halla en una relación de exterioridad con sus diferentes actos y con su producto como sucede cuando se trata de un agente físico o animal, sino en una relación de interioridad con ellos, ya que su conciencia establece el fin como ley de sus actos, ley a la que se subordinan, y que rige, en cierto modo, el producto. Este dominio jamás puede ser absoluto, ya que se halla limitado por el objeto de la acción y los medios con que se lleva a cabo la materialización de los fines. Así, pues, al anticipar idealmente el resultado efectivo, puede ajustar sus actos como elementos de una totalidad regida por el fin. Esta prefiguración ideal del resultado real diferencia radicalmente la actividad del hombre de cualquier otra actividad animal que, externamente, pudiera asemejarse a ella. Una araña —dice Marx— ejecuta operaciones que semejan las 4 C. Marx, El Ca pi ta l , F.C.E., México, 1964, t. I, pp. 130-131. Documento utilizado con fines didácticos. 6 manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro.5 Tomando en cuenta la semejanza externa que puede darse entre ciertos actos animales y humanos, hay que concluir que la actividad propia del hombre no puede reducirse a su mera expresión exterior y que de ella forma parte esencialmente la actividad de la conciencia. Esta actividad se despliega como producción de fines que prefiguran idealmente el resultado real que se quiere obtener, pero se manifiesta, asimismo, como producción de conocimientos, es decir, en forma de conceptos, hipótesis, teorías o leyes mediante los cuáles el hombre conoce la realidad. Entre la actividad cognoscitiva y la teleológica hay diferencias importantes, pues mientras la primera tiene que ver con una realidad presente de la cual se pretende dar razón, la segunda hace referencia a una realidad futura y, por tanto, inexistente aún. Por otro lado, mientras la actividad cognoscitiva de por sí no entraña una exigencia de acción efectiva, la actividad teleológica lleva implícita una exigencia de realización, en virtud de la cual se tiende a hacer del fin una causa de la acción real. En efecto, en cuanto anticipación ideal de un resultado real que se quiere alcanzar, el fin es también expresión de una necesidad humana que sólo se satisface con el logro del resultado que aquél prefigura o anticipa. Por ello no es sólo anticipación ideal de lo que está por venir, sino de algo que, además, queremos que venga. Y, en este sentido, es causa de acción y determina —como porvenir— nuestros actos presentes. Cierto es que el hombre no sólo anticipa el futuro con su actividad teleológica: al dar razón de una realidad presente, y sobre la base de su conocimiento, puede prever una fase de su desenvolvimiento que no se da aún. Tal es la legítima función de la previsión científica. Con ella se anticipa idealmente lo que todavía no existe efectivamente. Pero esa anticipación ideal del futuro no entraña necesariamente que queramos su existencia real o aspiremos a 5 Ib id em, p. 131. Documento utilizado con fines didácticos. 7 contribuir a que advenga. En este caso, el futuro no determina nuestros actos, es decir, la prefiguración ideal de una realidad inexistente no rige como una ley —a diferencia del fin— nuestra acción. En pocas palabras, la actividad cognoscitiva de por sí no nos mueve a actuar. Pero eso no significa que una y otra actividad de la conciencia se hallen separadas por una muralla insalvable. No se conoce por conocer, sino al servicio de un fin, o serie de fines, que puede tener como eslabón inicial el de la conquista de la verdad; a su vez, como señalamos antes, los fines que la conciencia produce llevan en su seno una exigencia de realización, y esta realización presupone —entre otras condiciones— una actividad cognoscitiva sin la cual dichos fines jamás podrían tocar tierra, es decir, cumplirse. Por otro lado, todo fin presupone determinado conocimiento de la realidad que él niega idealmente y, en este sentido —como índice de cierto nivel cognoscitivo—, no podría desvincularse tampoco del conocimiento. Así, pues, la actividad de la conciencia, que es inseparable de toda" verdadera actividad humana, se nos presenta como elaboración de fines y producción de conocimientos en íntima unidad. Si el hombre aceptara siempre el mundo como es y si, por otra parte, se aceptara siempre a sí mismo en su estado actual, no sentiría la necesidad de transformar el mundo ni de transformarse él a su vez. Se actúa conociendo de la misma manera que — como veremos más adelante— se conoce actuando. El conocimiento humano en su conjunto se integra en la doble e infinita tarea del hombre de transformar la naturaleza exterior y su propia naturaleza. Pero el conocimiento no sirve directamente a esta actividad práctica, transformadora; se pone en relación con ella a través de los fines. La relación entre el pensamiento y la acción requiere la mediación de los fines que el hombre se propone. Por otra parte, si los fines no han de quedarse en meros deseos o ensoñaciones, y van acompañados- de una apetencia de realización, esta realización —o con- formación de una materia dada para producir determinado resultado— requiere un conocimiento de su objeto, de los medios e instrumentos para transformarlo y de las condiciones que abren o cierran las posibilidades de esa realización. En consecuencia, las actividades cognoscitiva y teleológica de la Documento utilizado con fines didácticos. 10 La praxis productiva Entre las formas fundamentales de la praxis tenemos la actividad práctica productiva, o relación material y transformadora que el hombre establece — mediante su trabajo— con la naturaleza.9 Gracias al trabajo el hombre vence la resistencia de las materias y fuerzas naturales y crea un mundo de objetos útiles que satisfacen determinadas necesidades. Pero como el hombre es un ser social, este proceso solamente se realiza en determinadas condiciones sociales, es decir, en el marco de ciertas relaciones que los hombres contraen como agentes de la producción en este proceso, y que Marx llama justamente relaciones de producción.10 En el proceso de trabajo, el hombre, valiéndose de los instrumentos o medios adecuados, transforma un objeto con arreglo a un fin. En cuanto materializa cierto fin o proyecto se objetiva en cierto modo en su producto. En el trabajo —dice Marx— el hombre asimila «bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda»; 11 pero sólo puede asimilarlas objetivándose en ellas, es decir, imprimiendo en la materia trabajada la marca de sus fines. Marx señala esta adecuación a un fin como uno de los factores esenciales del proceso de trabajo: «Los factores simples que intervienen en el proceso de trabajo son: la actividad adecuada a un fin, o sea, el propio trabajo, su objeto y sus medios.» 12 En esta caracterización del proceso de trabajo podemos hablar de condiciones subjetivas —la actividad del obrero— y objetivas —las condiciones materiales del trabajo— representadas tanto por el objeto del trabajo como por los medios o instrumentos con que se lleva a cabo esa transformación. Sin embargo, esta división no puede considerarse absoluta. En primer lugar, el hombre transforma el objeto con arreglo a fines valiéndose de instrumentos que él mismo usa y fabrica, razón por la cual Marx dice que su uso y fabricación «caracterizan el proceso de trabajo específicamente 9 «El trabajo es, en primer término —dice Marx—, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste se realiza, regula y controla mediante su propia acción, su intercambio de materias con ía naturaleza.» (E l Ca p i ta l , ed. cit., t. I. p. 130.) 10 C. Marx. Prólogo a la Co n t r ib u c ión a l a c r í t i ca d e l a eco n omía p o l í t i ca , en: C. Marx y F. Engels, Ob ra s e sco g id a s , ed. cit., t. I, pp. 517-518. 11 C. Marx, El Capital, ed. Cit., t. L. p. 130. 12 Ibidem, p. 131. Documento utilizado con fines didácticos. 11 humano13.Al reducir Marx el instrumento de trabajo —condición material y objetiva del proceso laboral— a trabajo humano, el instrumento aparece así humanizado también —tanto por su uso como por su fabricación—. Cierto es que esta humanización no puede concebirse en un sentido abstracto, antropológico, sino como expresión tanto de una determinada relación entre el hombre y la naturaleza como de las relaciones sociales en que los hombres producen (relaciones de producción). Por ello dice Marx: «Los instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro indicador del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja.» 14 Gracias a los instrumentos, la relación entre el hombre y la naturaleza deja de ser directa e inmediata. La aparición de instrumentos más perfeccionados modifica el tipo de relación entre el hombre y la naturaleza y, en este sentido, es un índice revelador del desarrollo de su fuerza de trabajo y de su dominio sobre la naturaleza. El poder de mediación del instrumento se ha extendido y elevado con la introducción de la máquina hasta llegar a la automatización con la que el hombre queda separado radicalmente del objeto de la producción. Pero cualesquiera que sean los instrumentos de que se valga para transformar la materia conforme a sus fines, es, en definitiva, el hombre quien los usa y fabrica y es él, en última instancia, el que valiéndose de ellos actúa sobre las materias y las transforma conforme a sus necesidades. El papel dominante de los medios de pro. ducción subrayado por Marx, lejos de eliminar la presencia del hombre concreto, como sujeto de la producción, la revela inequívocamente. Pero esta presencia se pone de ma. nifiesto abiertamente en el tercer factor del proceso de trabajo señalado por Marx: su carácter de actividad personal adecuada a un fin. No se puede desconocer el papel de este factor al analizar el proceso de trabajo, aunque ello se haga para subrayar la naturaleza material de las condiciones del proceso de trabajo y el papel dominante de los medios de producción.15 Se puede afirmar el carácter teleológico de la actividad práctica material, que es el trabajo humano, sin que ello implique hacer abstracción de la 13 Ibidem, p. 132 14 Ib id em. 15 Al analizar la concepción de Marx del proceso de trabajo en El Cap i ta l , Louis Althusser subraya, interpretando el pasaje correspondiente, la naturaleza material de las condiciones del proceso de trabajo y el papel dominante de los medios de producción en dicho proceso. A juicio suyo, el p ro ceso de trabajo se halla determinado por esas condiciones materiales («el proceso de trabajo como mecanismo Documento utilizado con fines didácticos. 12 materialidad misma de ese proceso, materialidad que no se reduce, por otra parte, al objeto de trabajo y a los instrumentos materiales, sino que incluye también la propia actividad subjetiva del hombre que se enfrenta con sus instrumentos a la materia, ya que en el trabajo «pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano [...]» 16 La praxis productiva es así la praxis fundamental porque en ella el hombre no sólo produce un mundo humano o humanizado, en el sentido de un mundo de objetos que satisfacen necesidades humanas y que sólo pueden ser producidos en la medida en que se plasman en ellos fines o proyectos humanos, sino también en el sentido de que en la praxis productiva el hombre se produce, forma o transforma a sí mismo: A la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma —dice Marx en El Capital—, transforma su propia naturaleza desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina.17 La praxis artística Otra forma de praxis es la producción o creación de obras de arte. Al igual que el trabajo humano es transformación de una materia a la que se imprime una forma dada, exigida no ya por una necesidad práctico-utilitaria sino por una necesidad general humana de expresión y comunicación. En cuanto que la actividad del artista no se halla limitada por la utilidad material que el producto del trabajo debe satisfacer, puede llevar el proceso de humanización que —en forma limitada— se da ya en el trabajo humano hasta sus últimas consecuencias. Por ello, la praxis artística permite la creación de objetos que elevan a un grado superior la capacidad de expresión y objetivación humanas, material se halla determinado por las leyes físicas de la naturaleza y de la tecnología»), Al mostrarse así las «condiciones materiales irreductibles del proceso de trabajo», Marx rompe con la concepción del «trabajo como esencia del hombre» y con el «idealismo del trabajo» que í'sta concepción —propia de los Ma n u scr i t o s d e 1 8 4 4 — entraña (C f . L. Althusser, «L’objet du Capital», en Li re Le Ca p i ta l , t. II, ed. cit., pp. 144-149). L. Althusser tiene razón al pronunciarse contra una «ideología antropológica del trabajo» y, por ello, procede justamente al subrayar la importancia de las condiciones materiales del trabajo, lo que le lleva a detenerse sobre todo en dos de los elementos constitutivos de dicho proceso según Marx. Pero en su análisis omite por completo el estudio del tercero de ellos: la actividad adecuada a un fin, o trabajo propiamente dicho. Es esa omisión la que le permite contraponer radicalmente en esta cuestión los Ma n u scr i t o s d e 1 84 4 a El Cap i ta l al reducir la concepción de la primera obra a un «idealismo del trabajo» y la de la segunda a una «concepción materialista de la producción». A nuestro juicio, la importancia de ese tercer factor del proceso de trabajo —señalado en distinta forma tanto en los Ma n u scr i t o s d e 1 84 4 como en El Ca p i ta l — es la que mantiene cierta continuidad entre una y otra concepción, sin que por ello se borren sus diferencias esenciales. 16 C. Marx, El Cap i ta l , ed. cit., t. I, p. 130. 17 i b id em. Documento utilizado con fines didácticos. 15 el hombre sólo puede llevarla a cabo contrayendo determinadas relaciones sociales (relaciones de producción en la praxis productiva) y, además, porque la modificación práctica del objeto no humano se traduce, a su vez, en una transformación del hombre como ser social. En un sentido más restringido, la praxis social es la actividad de grupos o clases sociales que conduce a transformar la organización y dirección de la sociedad o a realizar ciertos cambios mediante la actividad del Estado. Esta forma de praxis es justamente la actividad política. En las condiciones de la sociedad dividida en clases antagónicas, la política comprende la lucha de clases por el poder y la dirección y estructuración de la sociedad, de acuerdo con los intereses y fines de clase correspondientes. La política es una actividad práctica en cuanto que la lucha que libran los grupos o clases sociales se halla vinculada a cierto tipo de organización real de sus miembros (instituciones y organizaciones políticas, como son, por ejemplo, los partidos) . En segundo lugar, aunque la actividad política vaya acompañada de un choque y contraposición de ideas, proyectos, programas, etcétera, y esta lucha ideológica ejerza una influencia indudable en las acciones políticas reales, concretas, el carácter práctico de la actividad política exige formas, medios y métodos reales, efectivos, de lucha; así por ejemplo el proletariado en su lucha política se vale de huelgas, manifestaciones, mítines e incluso de métodos violentos. En tercer lugar, la actividad política gira en torno a la con- quista, conservación, dirección o control de un organismo concreto como es el Estado. El poder es un instrumento de importancia vital para la transformación de la sociedad. La praxis política presupone la participación de amplios sectores de la sociedad. Persigue determinados fines que responden a los intereses radicales de las clases sociales y en cada situación concreta la realización de esos fines se halla condicionada por las posibilidades objetivas inscritas en la propia realidad. Una política que responda a esas posibilidades y que excluya todo aventurerismo exige un conocimiento de esa realidad y de la correlación de clases para no proponerse acciones que desemboquen inexorablemente Documento utilizado con fines didácticos. 16 en un fracaso. La lucha tiene que ser, por tanto, consciente, organizada y dirigida; y la necesidad de librarla en esta forma explica la existencia de los partidos políticos. Los partidos trazan, con una mayor o menor conciencia de los objetivos, posibilidades y condiciones, la línea de acción. Para transformar lo ideal en real, es decir, para realizar prácticamente cierta política, se requiere una estrategia y una táctica. La estrategia señala las tareas correspondientes a una etapa histórica general, y la táctica determina el modo de cumplir la línea política en un período relativamente breve. Estrategia y táctica se relacionan dialécticamente dentro de la línea política y en su aplicación como lo general y lo particular, lo previsible y lo imprevisible, lo esencial y lo fenoménico. La praxis política, en cuanto actividad práctica transformadora, alcanza su forma más alta en la praxis revolucionaria como etapa superior de la transformación práctica de la sociedad. En la sociedad dividida en clases antagónicas, la actividad revolucionaria permite cambiar radicalmente las bases económicas y sociales en que se asienta el poder material y espiritual de la clase dominante e instaurar así una nueva sociedad. El agente principal de este cambio es el proletariado a través de una lucha consciente, organizada y dirigida, lo que presupone la existencia de partidos que eleven su conciencia de clase y tracen claramente los objetivos de esa lucha, su estrategia y su táctica; que organicen las fuerzas y las dirijan. Si el hombre existe en cuanto tal como ser práctico, es decir, afirmándose con su actividad práctica transformadora frente a la naturaleza exterior y frente a su propia naturaleza, la praxis revolucionaria y la praxis productiva constituyen dos dimensiones esenciales de su ser práctico. Pero, a su vez, una y otra actividad, junto con las restantes formas específicas de praxis, no son sino formas concretas, particulares, de una praxis total humana gracias a la cual el hombre como ser social y consciente humaniza el mundo y se humaniza a sí mismo. Documento utilizado con fines didácticos. 17 La actividad teórica La actividad teórica en su conjunto, considerada también a lo largo de su desenvolvimiento histórico, sólo existe por y en relación con la práctica, ya que en ella encuentra su fundamento, sus fines y criterio de verdad, como trata- remos de poner de manifiesto más adelante. Pero por estrechas que sean las relaciones entre una y otra actividad, la actividad teórica de por sí no muestra los rasgos que hemos considerado privativos de la praxis, y, por ello, no debemos ponerla en el mismo plano que las formas de actividad práctica que antes hemos examinado. A nuestro modo de ver, la actividad teórica no es de por sí una forma de praxis. Aunque la «práctica» teórica transforme percepciones, representaciones o conceptos, y cree el tipo peculiar de productos que son las hipótesis, teorías, leyes, etcétera, en ninguno de esos casos se transforma la realidad. No se cumplen en ella las condiciones que señalábamos anteriormente con respecto a la materia prima, la actividad y el resultado en el proceso práctico. Falta aquí el lado material, objetivo, de la praxis, y por ello no consideramos que sea legítimo hablar de praxis teórica. Lo que a nuestro juicio veda caracterizarla así es precisamente lo que hay de distintivo en la actividad teórica, entendiendo por ésta tanto la producción de fines como de conocimientos. Por su objeto, fines, medios y resultados, la actividad teórica se distingue de la práctica. Su objeto o materia prima son las sensaciones o percepciones —es decir, objetos psíquicos que sólo tienen una existencia subjetiva—, o los conceptos, teorías, representaciones o hipótesis que tienen una existencia ideal. El fin inmediato de la actividad teórica es elaborar o transformar idealmente, no realmente, esa materia prima, para obtener, como productos, teorías que expliquen una realidad presente o modelos que prefiguren idealmente una realidad futura. La actividad teórica proporciona un conocimiento indispensable para transformar la realidad o traza fines que anticipan idealmente su transformación, pero en uno y otro caso queda intacta la realidad efectiva. Las transformaciones que lleva a cabo la actividad teórica con relación a ésta —paso de una hipótesis a una teoría, y Documento utilizado con fines didácticos. 20 Capítulo I II Praxis creadora y praxis reiterativa Niveles de la praxis «Toda vida social es esencialmente práctica»,21 dice Marx, Pero esta totalidad práctico-social podemos descomponerla en diferentes sectores tomando en cuenta el objeto o material sobre el que ejerce el hombre su actividad práctica transformadora. Ahora bien, si la praxis es acción del hom- bre sobre la materia y creación —mediante ella— de una nueva realidad, podemos hablar de niveles distintos de la praxis de acuerdo con el grado de penetración de la conciencia del sujeto activo en el proceso práctico y del grado de creación o humanización de la materia puesto de relieve en el producto de su actividad práctica. Con relación a estos dos criterios niveladores distinguimos, por un lado, la praxis creadora y la reiterativa o imitativa, y, por otro, la praxis reflexiva y la espontánea. Estas distinciones de nivel no eliminan los vínculos mutuos entre una y otra praxis ni entre un nivel y otro. La práctica reiterativa se emparenta con la espontánea, y la creadora con la reflexiva. Pero estos vínculos no son inmu- tables; se dan en el contexto de una praxis total, determinada a su vez por un tipo peculiar de relaciones sociales. Por ello, lo espontáneo no está exento de elementos de creación, y lo reflexivo puede estar al servicio de una praxis reiterativa. Por otra parte, el concepto de nivel es relativo; algo se nivela o se halla en un determinado nivel conforme a un criterio que permite hablar de inferior y superior. Como ya adelantábamos un poco antes, estos criterios niveladores son: a) el grado de conciencia que revela el sujeto en el proceso práctico, y b) el grado de creación que testimonia el producto de su actividad. No se trata de 21 C. Marx, Tes i s (V i l i ) so b re Feu erb a ch , ed. esp. cit. Documento utilizado con fines didácticos. 21 criterios que tengan exclusivamente en cuenta: en un caso, a) el sujeto, y en otro, b) el objeto. Puesto que sujeto y objeto se hallan en una unidad indisoluble en la relación práctica, existe también una estrecha relación entre un criterio y otro. El grado de conciencia que el sujeto revela en el proceso práctico no dejí de reflejarse en la creatividad del objeto, y viceversa. Perc estas influencias mutuas en virtud del contexto social en que la praxis tiene lugar, no se dan de un modo estático y absoluto. Pero abordemos ya los niveles antes señalados y, en primer lugar, los representados por la praxis creadora y la praxis reiterativa imitativa. La praxis se presenta bien como praxis reiterativa, es decir, conforme a una ley previamente trazada, y cuya ejecución se reproduce en múltiples productos que muestran características análogas, o bien como praxis innovadora, creadora, cuya creación no se adapta plenamente a una ley pre. viamente trazada y desemboca en un producto nuevo y único.22 La praxis creadora Desde el punto de vista de la praxis humana, total, que se traduce en definitiva en la producción o autocreación del hombre mismo, es determinante la praxis creadora, ya que ésta es justamente la que le permite hacer frente a nuevas necesidades, a nuevas situaciones. El hombre es el ser que tiene que estar inventando o creando constantemente nuevas soluciones. Una vez encontrada una solución, no le basta repetir o imitar lo resuelto; en primer 22 El término «creación» o sus derivados «creador» y «creadora» se presentan, históricamente, con una pluralidad de significados tanto en el lenguaje ordinario como en el lenguaje filosófico. Tienen de común el significado de producción de algo nuevo, ya sea como acción creadora limitada (en la filosofía griega), como creación divina ex nihilo (en la tradición cristiana) o como creación humana a partir de cosas existentes (desde el Renacimiento). A veces se utiliza para calificar la evolución en un sentido universal o cósmico con el fin de subrayar el carácter imprevisible o nuevo de ella («evolución creadora» en Bergson o «evolución emergente»: en C. Lloyd Morgan). La carga mítica, religiosa o metafísica de la mayor parte de los significados tradicionales obstaculiza el uso riguroso y preciso —es decir, científico— del término «creación». De ahí que necesitemos advertir que para nosotros significa una actividad que sólo puede atribuirse al hombre como ser consciente y social en virtud de la cual produce algo nuevo a partir de una realidad o de elementos preexistentes. De este modo, se produce un nuevo objeto cuyas propiedades surgen, gracias a ¡a actividad humana, desarrollando lo que sólo existía virtual pero no efectivamente. El hombre produce así algo nuevo que no podría existir sin él. Esto excluye —a nuestro juicio— la legitimidad del uso del concepto de creación fuera del hombre: en los procesos de la naturaleza o con referencia al universo. En cambio, dondequiera que el hombre como sujeto activo esté presente —en la ciencia, el arte, el trabajo, la técnica, las relaciones sociales, etc.— es perfectamente legítimo usarlo y hablar, por tanto, de creación científica, artística, social, etc. La creación supone siempre producción de algo nuevo (teorías, obras de arte, objetos útiles, instituciones políticas, relaciones sociales, etc.). Lo nuevo está inscrito como una posibilidad en los elementos preexistentes, pero su aparición no responde a una determinación inexorable. Lo virtual sólo se realiza con la intervención del hombre y no deriva por una necesidad lógica de lo que ya existía. No se crea algo nuevo sino a partir de lo que ya existe, pero no basta nunca lo preexistente para producirlo. Así entendida, la creación sólo existe propiamente como actividad específica humana, es decir, como actividad que produce un objeto que no podría existir por sí mismo, es decir, sin la intervención de la conciencia y la práctica humana. Documento utilizado con fines didácticos. 22 lugar, porque él mismo crea nuevas necesidades que invalidan las soluciones alcanzadas y, en segundo, porque la vida misma, con sus nuevas exigencias, se encarga de invalidarlas. Pero las soluciones alcanzadas tienen siempre, en el tiempo, cierta esfera de validez, y de ahí la posibilidad y necesidad de ge- neralizarlas y extenderlas, es decir, de repetirlas mientras esa validez se mantenga. La repetición se justifica mientras la vida misma no reclama una nueva creación. El hombre no vive en un constante estado creador. Sólo crea por necesidad, es decir, para adaptarse a nuevas situaciones o satisfacer nuevas necesidades. Repite, por tanto, mientras no se ve obligado a crear. Sin embargo crear es, para él, la primera y más vital necesidad humana, porque sólo creando, transformando el mundo, el hombre —como han puesto de relieve Hegel y Marx desde diferentes ópticas filosóficas— hace un mundo humano y se hace a sí mismo. Así, pues, la actividad práctica fundamental del hombre tiene un carácter creador; pero, junto a ella, tenemos también —como actividad relativa, transitoria, siempre abierta a la posibilidad y necesidad de ser desplazada— la repetición. La praxis es, por ello, esencialmente creadora. Entre una y otra creación, como una tregua en su debate activo con el mundo, el hombre reitera una praxis ya establecida. Considerada en su conjunto, así como en sus formas específicas —política, artística o productiva—, la praxis se caracteriza por este ritmo alternante de lo creador y lo imitativo, de la innovación y la reiteración. Ahora bien, ¿qué es lo que nos permite propiamente situar una actividad práctica determinada en un nivel u otro? Ante todo, hay que tomar en cuenta la relación, característica del proceso práctico, entre la actividad de la conciencia y su realización. En el proceso verdaderamente creador, la unidad de ambos lados del proceso —lo subjetivo y lo objetivo, lo interior y lo exterior— se da de un modo indisoluble. En la creación artística, en la instauración de una nueva sociedad o en la producción de un objeto útil tenemos la actividad consciente del sujeto sobre una materia dada, que es trabajada o estructurada conforme al fin o al proyecto que la conciencia traza. Un acto objetivo, real, es precedido por otro, subjetivo, psíquico; pero, a su vez, el acto material aparece fundando tanto un nuevo acto psíquico, en virtud de los problemas que suscita, como un nuevo acto material, en cuanto que representa el marco en que éste se hace posible. Documento utilizado con fines didácticos. 25 La revolución como praxis creadora Estos rasgos podemos hallarlos en las diferentes formas específicas cíe praxis en cuanto revisten un carácter creador. Veí.mos, por ejemplo, la Revolución Proletaria de Octubre de 1917, en Rusia, como muestra de praxis social creadora en cuanto actividad material de los hombres que transforma:) radicalmente la sociedad y producen un régimen social nuevo. Los revolucionarios rusos, encabezados por el Partido Bolchevique, han partido de un proyecto inicial de transformación y creación social que es el elaborado por Lenin y tos bolcheviques en sucesivos congresos del Partido, pardee do, a su vez, de proyectos básicos y más generales formulados por Marx y Engels. Este proyecto inicial, por lo que toca al Estado, se formula en una obra de Lenin, escrita en el verano de 1917, es decir, en vísperas de la tormenta re- volucionaria. El tránsito del modelo ideal de transformación revolucionaria de la maquinaria estatal a su realiza. ción efectiva es tan directo e inmediato que el propio autor, como reconoce en la última página de su libro, interrumpe el manuscrito porque «es más agradable y más provechoso vivir “la experiencia de la revolución” que escribir acerca de ella».24 Tenemos así una gestación interna, subjetiva, de la revolución —los fines y teorías con que los bolcheviques se hallan pertrechados al iniciarla— y su realización efectiva. Pero este proyecto originario ha tenido que plasmarse sobre una materia humana, social, que resiste, y con unos medios cuyas posibilidades sólo se han revelado en toda su dimensión en el proceso práctico. El proyecto ha tenido que modificarse en algunos aspectos tomando en cuenta la resistencia misma de la materia social, la presencia o ausencia de determinadas condiciones objetivas o el desarrollo de los factores subjetivos. Ha habido que peregrinar constantemente de lo ideal a lo real y de éste a lo ideal mismo, abriéndose así una brecha entre el proyecto originario y la actividad práctica revolucionaria que había de transformar la realidad social, de acuerdo con ese proyecto. El proyecto tiene que ser modificado ya que, en su realización, no todo puede ser trazado de antemano, a la vez que se presentan circunstancias que no podían ser previstas (hambre, bloqueo, 24 V. I. Lenin, El Estado y la revolución, en: Obras completas, ed. cit., t. XXV, p. 437 Documento utilizado con fines didácticos. 26 intervención militar, descontento de los campesinos, fracaso de la revolución alemana, peculiaridades de la transición al socialismo en un país atrasado económica y culturalmente, etcétera) La revolución no ha sido por ello una mera duplicación de algo ideal, ni tampoco la sujeción a una ley a priori. El resultado y el curso mismo de la actividad práctica revolucionaria, en virtud de esta distancia entre un plano y otro, tenía que contener elementos de imprevisibilidad. El curso de la revolución y su producto —la transición al socialismo- no estaban sujetos a una ley inmutable que rigiera todas las modalidades de su acción. No era posible conocer de antemano lo que sería el paso al socialismo en la U.R.S.S., como producto acabado, antes de la revolución y de su lucha pos- terior, pues no podían considerarse éstas como la materialización de un proyecto o producto ideal también acabados. De aquí el carácter imprevisible de ella en algunos aspectos, si cotejamos su desarrollo y sus resultados con el proyecto originario de Lenin y los bolcheviques y, con mayor razón, si se les compara con los modelos de transición del capitalismo al comunismo, elaborados antes por Marx y Engels. Esto nos lleva de la mano al tercer rasgo distintivo de una praxis creadora que antes señalábamos: su unicidad e irrepetibilidad. Si la Revolución Rusa tiene una ley que sólo se descubre a posteriori, porque se ha ido haciendo también con su propia realización, ello quiere decir que no se trataba de una ley exterior al proceso práctico mismo y que, por consiguiente, estuviera escrita en alguna parte. Se trata de una revolución que se da a sí misma su propia ley y, por tanto, no es sólo un proceso práctico unitario —en el que lo ideal y lo real se conjugan dinámica e imprevisiblemente por desbordar constantemente el proyecto originario— sino además único e irrepetible. La ley que se descubre como ley de este proceso total no puede aplicarse sin más a otros procesos prácticos revolucionarios, ya que ello sólo podría hacerlo olvidando la particularidad de sus condiciones objetivas y subjetivas. Esto no excluye la comunidad de rasgos esenciales entre una y otra revolución, pero esta comunidad lejos de excluir lo que hay de único e irreptible en ellas lo presupone necesariamente. La experiencia de las revoluciones posteriores — en China, Vietnam, Cuba y Nicaragua— ponen de manifiesto en cada caso — en unidad dialéctica con lo que hay en ellas de común y esencial— su carácter Documento utilizado con fines didácticos. 27 único e irrepetible. Este carácter único e irrepetible de cada revolución responde, como hemos visto, a la necesidad de transformar radicalmente las relaciones sociales de un país dado según las condiciones peculiares históricas que se clan en él tanto en el terreno objetivo como en el subjetivo. Es justamente esta peculiaridad la que imprime sus rasgos irrepetibles a la Revolución de Octubre de 1917, primera revolución proletaria Las revoluciones posteriores se distinguen de ella en cuanto a las vías seguidas para la toma del poder, el papel del partido en la dirección del Estado (compartida en algunos casos con otros partidos), las formas de los órganos de poder popular, las peculiaridades de la organización del trabajo en la industria y la agricultura, etcétera. Las particularidades de una verdadera revolución se hacen aún más patentes en nuestros días al afirmarse la posibilidad —señalada ya por Lenin— de que los pueblos liberados del colonialismo avancen hacia el socialismo sin pasar necesariamente por la fase capitalista. Sin embargo, por excepcionales que sean las formas de estas revoluciones, así como las vías y métodos que llevan a su realización, ello no excluye —sino que presupone— una serie de rasgos fundamentales comunes por lo que toca a sus objetivos, esencia, condiciones de su aparición y desa- rrollo. Pero estos rasgos fundamentales no se dan de un modo general y abstracto sino a través de la singularidad impuesta por las circunstancias históricas en que se desarrolla el movimiento revolucionario y liberador de un pa.'s dado. Lo nuevo, lo irrepetible y singular no es aquí sino el desarrollo peculiar de lo que aparece como una esencia común de las diferentes revoluciones. Sin embargo, no se trata de un desarrollo determinado necesariamente por una ley general o por posibilidades objetivas inscritas ya en la realidad por peculiar que sea ésta. Se trata de un desarrollo que nunca está escrito de antemano y que sólo se cumple con la intervención de factores subjetivos —las fuerzas populares y su vanguardia—. De ahí también su imprevisibilidad que no excluye, a su vez, cierta previsión o anticipación ideal del desarrollo de la praxis revolucionaria. Documento utilizado con fines didácticos. 30 La obra de arte no existe como posibilidad al margen de su realización; de ahí la aventura, el riesgo, la incertidumbre que atormenta al artista. La posibilidad estética que realiza Picasso en Guernica sólo la conocemos como producto de su actividad práctica, es decir, ya realizada. Por ello, en el terreno del arte, nadie puede determinar a priori lo que puede hacerse en el futuro, pues ello sería tanto como crear conforme a una ley o regla exterior a la creación misma, le cual —como ya hemos señalado— es incompatible con una verdadera praxis creadora.26 Si la obra de arte fuera mera sujeción a una ley o norma preexistentes al proceso creador mismo el artista podría caminar con paso seguro, sin la incertidumbre en que se mueve justamente porque esa ley no existe de antemano y sólo se encuentra o se establece en el proceso mismo de la creación. Tanto en la praxis revolucionaria como en la praxis artística se pone de manifiesto, por lo que acabamos de exponer, que la verdadera creación supone una elevación de la actividad de la conciencia y que su materialización exige la íntima relación de lo interior y lo exterior, de lo subjetivo y ló objetivo. El examen anterior demuestra igualmente que la actividad creadora no se da cuando divorciamos lo subjetivo de lo objetivo y se hace de éste un mero duplicado del primero, sino cuando lejos de trazarse una ley o forma exterior al proceso práctico se parte de una ley o forma ori- ginaria que se transforma a la par que la materia. La praxis imitativa o reiterativa A un nivel inferior con respecto a la praxis creadora se halla la praxis simplemente imitativa, o reiterativa. Una praxis de este género se caracterizó precisamente por la inexistencia de los tres rasgos antes señalados o por una débil manifestación de ellos. En esta praxis se rompe, en primer lugar, la unidad del proceso práctico. El proyecto, fin o plan preexiste de un modo acabado a su realización. Lo 26 Picasso con su arte demuestra que es posible realizar lo que en otro tiempo, desde otra perspectiva estética, habría parecido imposible. Pero esta posibilidad que realiza Picasso no podía ser conocida —ni siquiera como posibilidad— antes de su realización. Por ello, en el terreno del arte no se pueden trazar límites a la creación artística, ni reducir ésta, desde el punto de vista de su desarrollo histórico, a las posibilidades ya realizadas o, lo que es más grave aún, a una de ellas. Eso significaría fijar ya, desde ahora, las posibilidades estéticas —d<; forma, estilo, lenguaje o contenido-—- que el arte puede realizar. Pi- casso, con su arte, con su renovación constante, con su inagotable sucesión de búsquedas y exploraciones, de realización de nuevas posibilidades, es la encarnación misma del carácter imprevisible de la verdadera creación artística. Documento utilizado con fines didácticos. 31 subjetivo se da como una especie de modelo ideal platónico que se plasma o realiza, dando lugar a una copia o duplicado suyo. Como en la metafísica platónica, también aquí lo determinante es el modelo; lo real sólo justifica su derecho a existir por su adecuación a lo ideal. Su inadecuación entraña una pérdida para lo real. Mientras que en la praxis creadora el producto exige no sólo una modificación de la materia, sino también de lo ideal (proyecto o fin), aquí lo ideal permanece inmutable, como un producto acabado ya de antemano que no debe ser afectado por las vicisitudes del proceso práctico. En la praxis creadora no sólo la materia se ajusta al fin o proyecto que se quiere plasmar en ella, sino que lo ideal tiene que ajustarse también a las exigencias de la materia y a los cambios imprevistos que surgen en el proceso práctico. En la praxis imitativa se angosta el campo de lo imprevisible. Lo ideal permanece inmutable, pues ya se sabe por adelantado, antes del propio hacer, lo que se quiere hacer y cómo hacerlo. La ley que rige el proceso práctico existe ya, en forma acabada, con anterioridad a este proceso y al producto en que culmina. Mientras que en la praxis creadora se crea también el modo de crear, en el hacer práctico imitativo o reiterativo no se inventa el modo de hacer. Su modo de transformar ya es conocido, porque ya antes fue creado. Queda, pues, poco margen para lo improbable y lo imprevisible, puesto que planeación y realización se identifican. El resultado real del proceso práctico corresponde por entero al resultado ideal. Además, se busca esta correspondencia y se sabe cómo y dónde encontrarla. Por ello, el resultado no tiene nada de incierto, y el obrar nada de aventura. Hacer es repetir o imitar otro hacer. La ley que rige las modalidades de la acción es conocida de antemano, y sól'o falta sujetarse a ella por caminos ya explorados. Y, como se conoce a priori esta ley, cabe repetir el proceso práctico cuantas veces se quiera y obtener tantos productos análogos como se desee. Vemos, pues, que la praxis imitativa o reiterativa tiene por base una praxis creadora ya existente, de la cual toma la ley que la rige. Es una praxis de segunda mano que no produce una nueva realidad, no provoca un cambio cualitativo en la realidad presente, no transforma creadoramente, aunque contribuye a extender el área de lo ya creado y, por tanto, a multiplicar Documento utilizado con fines didácticos. 32 cuantitativamente un cambio cualitativo ya producido. No crea, no hace emerger una nueva realidad humana, y en ello estriba su limitación y su inferioridad con respecto a la praxis creadora. Con todo, este lado negativo no excluye un lado positivo que es, como acabamos de señalar, extender lo ya creado. Pero, si el hombre no hiciera más que repetirse a sí mismo, y el mundo, a su vez, fuera para él mera reiteración —un mundo de viejas y persistentes cualidades—, es decir, si la actividad práctica humana no hiciera más que reiterarse a sí misma, el hombre no podría mantenerse como tal, ya que justamente lo que lo define, frente al animal, es su historicidad radical, es decir, el crearse, formarse o producirse a sí mismo, mediante una actividad teórico-práctica que jamás puede agotarse. De ahí que por positiva que sea su praxis reiterativa en una circunstancia dada, llega un momento en que tiene que dejar paso —en el mismo campo de actividad— a una praxis creadora. En virtud de la historicidad fundamental del ser humano, el aspecto creador de su praxis —concebida ésta en escala histórica universal— es el determinante. Los aspectos positivos que podemos reconocer en una actividad práctica imitativa, en cuanto que ésta tiene su raíz en una praxis creadora cuyos productos extiende y multiplica, alcanza consecuencias negativas extremas al cerrar el pase a una verdadera creación. Estas consecuencias son negativas, sobre todo, en la praxis revolucionaria y en la praxis artística, terrenos en los que propiamente no queda margen para el lado positivo de una actividad práctica de ese género. Con respecto a la revolución, ya vimos en el ejemplo de la Revolución de Octubre cómo se cumplían en ella los tres rasgos distintivos de una praxis creadora. Una revolución imitativa —valga la expresión— significaría el desenvolvimiento de una ley fijada de antemano, al margen de su realización y con olvido de sus condiciones peculiares. Pero la experiencia de las grandes revoluciones sociales demuestra hasta qué punto cada revolución se ve obligada, para responder a condiciones objetivas y subjetivas peculiares, a. darte su propia ley, a no buscarla fuera de ella, trasplantando sin más, como un producto acabado, la ley que rigió en otra revolución. De la praxis revolucionaria cabría decir lo que Marx decía de la historia: que sólo se repite dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa. Ciertamente, una revolución que pretendiera quedarse en un simple duplicado de otra estaría al borde de la farsa o de la caricatura y, en Documento utilizado con fines didácticos. 35 administración de un Estado socialista, y el burocratismo como rasgo esencial del Estado opresor y explotador de la sociedad dividida en clases antagónicas. Es justamente este tipo de Estado el que Marx tiene presente al analizar la concepción hegeliana de la burocracia, y al que se refiere también Lenin al señalar la estrecha y mutua relación entre burocratismo y explotación. Pero todo burocratismo es un fenómeno propio de un sistema de gobierno en el que el Estado se halla divorciado del pueblo y es incompatible no sólo con todo control popular de su actividad, sino que por esencia, con ayuda de los métodos burocráticos de gobierno, excluye toda participación «de abajo» en la dirección de la sociedad. El burocratismo se opone por ello diametralmente a la verdadera democracia. De ahí que en el pasado alcance su apogeo en los regímenes más antidemocráticos y absolutistas. Por ello también, en nuestra época, como señala con razón Lenin, es un rasgo esencial del imperialismo en cuanto que éste tiende a fundir el aparato estatal con el poder de los monopolios. Como demuestra elocuentemente el ejemplo de los Estados Unidos en nuestros días, el burocratismo es un fenómeno característico del imperialismo, con la particularidad de que, en una sociedad en la que el poder estatal se funde con el de las grandes corporaciones privadas, el proceso de burocratización no sólo abarca las instituciones propiamente estatales sino, en general, toda la vida social; alcanza asimismo a la cultura entera e impregna incluso las formas de relación entre los hombres. El burocratismo aparece así en las condiciones del capitalismo monopolista de Estado no como una deformación aislada, sino como una característica esencial del sistema que exige necesariamente la burocratización de la economía, de la política, de la cultura y, en general, de toda la vida social. El fenómeno es tan patente que ya existe en los propios Estados Unidos una extensa bibliografía sobre el tema. En ella se pone de manifiesto la profundidad y extensión de este proceso de burocratización, aunque sus autores no lleguen a poner de relieve las raíces de clase de este fenómeno.30 Pero el riesgo de que la praxis se burocratice no sólo se da en el Estado, sino en general en todo aquel organismo —económico, político, social, sindical 30 Véase a este respecto los trabajos de C. W. Mills, M. Lemer, Vanee Packard, David Riesman, E. Fromm, William H. Whyte Jr., E. L. Bcrnays, etc. Documento utilizado con fines didácticos. 36 o de partido— que para realizar sus planes cuenta con un cuerpo especial de funcionarios que hace de ese organismo su “propiedad privada”. Por ello, vemos que incluso la actividad política o sindical reviste, en ocasiones, el carácter de una praxis burocratizada. En suma, esta praxis degradada y diametralmente opuesta a una praxis creadora no es sino el despliegue de una ley establecida y conocida de antemano, sin tomar en cuenta las particularidades concretas de su aplicación; es, en consecuencia, la plasmación de una forma no determinada por su con- tenido. Es una forma de la praxis mecánica en la que la repetición infinita de ella se alcanza mediante su extrema formalización, o sea, mediante la negación del papel del contenido para supeditarlo todo a una forma exterior a él. De esta praxis se elimina, por ende, toda determinabilidad del proceso práctico que se vuelve así abstracto y formal, y con ello desaparece igualmente la imprevisibilidad y aventura que acompañan a toda praxis verdaderamente creadora. La praxis reiterativa en el trabajo humano En la praxis productiva, en el trabajo humano, particularmente en las condiciones propias de la producción altamente mecanizada, podemos ver también las consecuencias negativas que tiene para el hombre, para el sujeto práctico, una praxis reiterativa. Esta última, sobre todo en las formas específicas que adopta con el trabajo en cadena, parcelario, o en la producción en serie, se opone diametralmente al trabajo creador que, como señala Marx, se halla vinculado a su determinabilidad o a su carácter concreto, tanto por lo que se refiere a las necesidades que satisface como a la actividad misma y a sus productos. El trabajo creador supone la actividad indisoluble de una conciencia que proyecta o modela idealmente y de una mano que realiza o plasma lo proyectado en una materia. El producto como resultado de esta actividad unitaria es, por ello, la culminación de una actividad consciente del productor y, por tanto, el objeto producido revela, expresa, al hombre que lo produjo. En el trabajo creador se pone de manifiesto la unidad de conciencia y cuerpo como actividad manual dirigida por la primera. En consecuencia, en él se borra, en cierto modo, la diferencia entre trabajo intelectual y físico, pues todo trabajo manual es, al mismo Documento utilizado con fines didácticos. 37 tiempo, trabajo o actividad de la conciencia. Junto al carácter unitario del proceso práctico, en el trabajo creador se dan los otros dos rasgos antes señalados como distintivos de una praxis creadora: el producto no es una mera duplicación o reproducción de un objeto ideal ni es tampoco la reproducción de éste como elemento de una serie que puede repetirse hasta el infinito. Este carácter creador del trabajo lo hallamos históricamente en el trabajo artesanal, en el cual el sujeto práctico se halla en contacto directo e inmediato con la materia; en él la relación entre la conciencia y la mano es- también in- mediata o a través de útiles que son una prolongación directa de la mano. Dicho trabajo tiene, a su vez, un carácter universal en el sentido de que sus operaciones diversas las realiza un mismo individuo como partes de una totalidad que no se disgrega en operaciones parciales, hechas por diferentes individuos. El trabajo artesanal reviste un carácter creador en cuanto que está lejos de reducirse a la repetición de una o varias operaciones y en cuanto que pone en juego la actividad de la conciencia. Pero el trabajo es una actividad social cuya función primordial es producir valores de uso para la sociedad, y, en este sentido, el trabajo artesanal se caracteriza por su bajo rendimiento. El desarrollo social exigía la elevación de esta productividad, la multiplicación de los productos. Desde este punto de vista, los intereses de la sociedad, coincidentes durante un largo periodo con los de la sociedad capitalista, empujaban no a la producción de artículos únicos y, en cierto modo, irrepetibles, como 'los del trabajo artesanal, sino a la producción en serie y masiva que sólo se hizo posible con la introducción de la máquina y la mecanización de la producción. La producción maquinizada incrementó enormemente la productividad del trabajo y, en este sentido, fue un elemento altamente positivo para el desarrollo de la sociedad. Ésta en su conjunto se benefició con la posibilidad de ampliar el círculo de necesidades humanas, así como la producción de los objetos útiles que podían satisfacerlas. Pero estos aspectos positivos no dejaban de tener otros negativos para el hombre, y particularmente para el obrero, aspectos entrevistos, como ya señalamos, por Hegel y puestos de relieve, sobre todo, por Marx. Estos aspectos negativos, impuestos por la creciente división y especialización del trabajo, son: pérdida del carácter Documento utilizado con fines didácticos. 40 ante nuestros ojos. Merced a ella será posible negar dialécticamente la particularización del trabajo para lograr su universalidad, pero a un nivel superior al de la universalidad del trabajo artesanal. Así, pues, mientras no se dan esas condiciones sociales y técnicas nuevas, la división del trabajo en las condiciones peculiares de la producción maquinizada conduce a un trabajo extremadamente simple, descalificado, mecánico y lo más impersonal e inconsciente posible, pues la intervención de la conciencia, tan necesaria cuando se trata de escoger entre varias alternativas, es decir, en una situación problemática, se convierte en un obstáculo cuando propiamente no hay alternativas, cuando se trata de recorrer un solo y único camino, y no queda margen alguno para lo imprevisible. El trabajo se vuelve entonces una praxis reiterativa que, de modo radical, hallamos en la producción en cadena y, particularmente, en la forma específica que ésta adoptó en los países capitalistas altamente industrializados con la aplicación de los principios tayloristas, o de la llamada «ciencia de la organización de la producción». Esta praxis repetitiva absoluta entraña, en primer lugar, la destrucción radical de la unidad de la conciencia que proyecta y de la mano que realiza, y, una vez desespiritualizada esta última, se reduce al mínimo su capacidad de formar o de adaptarse a un uso infinitamente variado. La mano es privada de su espiritualidad para poder convertirse en un apéndice de la máquina.31 Esta praxis reiterativa absoluta, exigida por el progreso tecnológico en las condiciones sociales en que rige el principio de la obtención del máximo rendimiento de la fuerza de trabajo en la producción en cadena, se asienta en una mutilación del ser unitario del hombre, mucho más grave que una mutilación física, como es el cercenamiento espiritual de la mano. Aunque la mano exista físicamente y ejecute las operaciones mecánicas que exige el trabajo en cadena, puede decirse que no existe, en rigor, la mano humana, 31 El «taylorismo» representa el intento más radical de organizar el trabajo industrial sacrificando toda consideración humana a la eficacia, es decir, a la rentabilidad de la producción. Esto se logra des- personalizando al máximo el trabajo de cada obrero, haciendo que éste cumpla la tarea que le fija el órgano de dirección correspondiente, contando con su más completa pasividad e ignorancia. De este modo se abre un abismo insalvable entre el pensamiento del obrero y su acción. Con la aplicación de los métodos tayloristas, el trabajo en cadena alcanza su máxima atomización y se logra una productividad no alcanzada por la cadena tradicional. Pero esto sólo puede lograrse a costa de suprimir toda actitud creadora y consciente del obrero hacia su trabajo. Ahora bien, la productividad así alcanzada tiene también sus límites, y ello explica que el taylorismo haya dejado paso a nuevos métodos de explotación de la mano de obra. Pero el abandono de LOS métodos tayloristas no significa el abandono del trabajo en cadena impuesto por el propio progreso técnico. Domina todavía —en los países industrializados, incluyendo a los del campo socialista— , mientras dicho progreso técnico señala ya el tipo de producción que, una vez generalizado, habrá de sustituirlo: la automatización. Documento utilizado con fines didácticos. 41 pues ésta es tal no sólo como parte del cuerpo, sino como parte del cuerpo que es movida por la conciencia. Al separar la mano de la conciencia, el trabajo en cadena no hace sino encadenar la mano humana, esclavizarla y alterar así radicalmente su destino como lazo de unión entre el hombre y las cosas, entre la conciencia y la materia. Grandeza y decadencia de la mano Esa posición privilegiada de la mano, entre las otras partes del cuerpo, ya fue advertida desde la Antigüedad. De un modo u otro, su importancia se ve en la relación que guarda con la inteligencia. Así la ve el viejo Anaxágoras; pero Aristóteles va aún más lejos y atribuye una importancia aún más decisiva a la mano, ya que, a juicio suyo, si el hombre es el más inteligente de los seres vivos es precisamente porque tiene manos. Y la superioridad de la mano proviene de su capacidad de utilizar gran número de útiles y convertirse, de este modo, en un «instrumento de instrumentos».32 La importancia de la mano se reconoce más categóricamente en los tiempos modernos cuando se trata de encontrar la diferencia específica entre el animal y el hombre. Todos los evolucionistas, y particularmente Darwin y Haeckel, vinculan la preponderancia del hombre en el mundo al empleo de la mano, pero de una mano que se ha liberado en el curso de la evolución natural.33 De la idea de la liberación na- tural de la mano se pasa, con Engels, a la idea de la liberación de la mano por el trabajo, de la mano como producto del trabajo.34 Pero Engels formula a su vez la idea capital —que complementa otras ideas de Hegel y Marx sobre el papel del trabajo en la formación del hombre—, según la cual la transformación de la naturaleza sólo ha podido llevarla a cabo el hombre gracias a la mano.35 La mano es así, a la vez, órgano y producto del trabajo. En nuestros días, José Gaos subraya que la mano cumple su función más alta de uso y fabricación de instrumentos justamente por hallarse vinculada a la inteligencia; y basándose en este vínculo «se halla en relación no sólo con la cultura material, sino con la cultura humana toda, hasta la menos material».36 Para el marxista vietnamita Tran-Duc-Thao lo que caracteriza y distingue al 32 Aristóteles, Del A lma , libro III, cap. 8; c f . también, La s p a r t e s d e l o s a n ima le s , IV, 10, 687 a 19. 33 En la obra de Jean Brun, La ma in e t l ’ e sp r i t (Presses Universitaires de France, 1963, Caps. I y II), puede hallarse un estudio histórico de las concepciones de la mano, desde Aristóteles al evolucionismo moderno. 34 F. Engels, Dia léc t i ca d e la na tu ra l e za , ed. cit., p. 143. 35 Ib id em, p. 15. 36 José Gaos, 2 exclu s i va s d e l Ho mb re . La ma n o y e l t i emp o, , F .C .E . , Méx i co , 19 4 5 , p . 28 . Documento utilizado con fines didácticos. 42 hombre frente a cualquier comportamiento animal, por elevado que éste sea, es el uso del útil. «El Antropoide utiliza, el instrumento; pero únicamente el Hombre sabe usar el útil.» 37 La mano con su capacidad de usar útiles permite llegar, a través de una serie de etapas, a la «vida humana en sentido propiamente humano». ¿De dónde proviene esta superioridad de la mano con respecto a otras partes del cuerpo? —podemos preguntarnos nosotros—. Justamente —como señalábamos antes— de su vinculación con la conciencia, de su valor propiamente espiritual. Este carácter intelectual de la mano entraña su modo peculiar de relacionarse con las cosas, radicalmente distinto de otros órganos análogos de los animales. La mano puede realizar una infinidad de movimientos y adaptarse a los usos más diversos. Su plasticidad le permite imprimir su forma a un objeto y también dejarse formar, en cierta manera, por el objeto que alberga en ella.38 Si el hombre es, como hemos subrayado una y otra vez a lo largo de nuestro estudio, un ser práctico, es decir, un ser transformador o formativo, la mano es justamente un instrumento de esta transformación, y todos los útiles no son, en definitiva, sino prolongaciones de ese instrumento originario. Con las manos el hombre ha aprendido a vencer la resistencia de las cosas, y con ellas comenzó a dominarlas. Con las manos el hombre ha empezado a marcar su huella en la naturaleza, y su uso, como primer útil o herramienta, señala también la existencia ya de una relación propiamente humana entre el hombre y las cosas. Las manos no sólo forman venciendo la resistencia de las cosas, sino que también tocan exploran, y, de esta manera, por su contacto con ellas, las cosas cobran una significación humana. Pero las manos no solo establecen una relación peculiar entre el hombre y las cosas, sino entre los hombres mismos. Acarician o acercan a los hombres en el apretón de manos; pero los hombres no sólo se acarician o saludan, sino también llegan a las manos. Es decir, éstas expresan de un modo sensible y concreto relaciones humanas, ya sea entre individuos o entre grupos sociales. Y esta capacidad de la mano de testimoniar los sentimientos más opuestos tiene por base su estrecha vinculación con la conciencia. 37 Tran-Duc-Thao, Fen o men o lo g ía y ma te r ia l i smo d ia léc t i co , Ed. Lautaro, Buenos Aires, 1959, p. 243. 38 Cf . el análisis de Jean Brun en su obra antes citada sobre «la mano y la forma» (cap. IX). Documento utilizado con fines didácticos. 45 sociales del trabajo mismo. Cierto es que no se trata de volver a una unidad de la conciencia y la mano, como la que se daba en el trabajo artesanal, y que el propio desarrollo técnico y social hace imposible hoy; una vuelta de este género sería una regresión a formas de trabajo ya superadas. Pero el reconocimiento de la humanidad del obrero y del hombre como fin último de la producción permitirán, por un lado, elevar el papel de la conciencia en el proceso de producción, en la medida en que se eleve el papel del trabajador en la dirección, control y regulación del proceso práctico, ejecutado sobre todo pollas máquinas; por otro lado, con la automatización, al emanciparse el obrero de su inclusión directa en el proceso de producción, su mano deja de ser la mano indeterminada, abstracta, separada de su conciencia. La mano liberada del trabajo en cadena, esa mano que durante milenios hizo posible la cultura material humana, podrá elevar a los niveles más altos la «cultura de la mano» de que habla Gaos, y que no se agotan en su trato directo, material, con las cosas en el trabajo. Con todo, la mano no estará ociosa; siempre será necesaria, por automatizada que esté la producción, la mano inteligente del hombre: Y esta mano que la automatización reclama —para iniciar el proceso de producción, para reparar la máquina que se detiene, etcétera— ya no podrá ser la mano mecánica, deshumanizada, de la época del trabajo en cadena, sino la mano humana que obedece a la conciencia. El análisis anterior nos ha permitido ver las consecuencias negativas de la praxis reiterativa en la esfera del trabajo humano. Cabría preguntarse —como hace el sociólogo francés G Friedmann—43 si estas consecuencias negativas de una praxis repetitiva, como la del trabajo en cadena, son por completo independientes de las relaciones de producción en una sociedad socialista. Veámoslo. Se puede eliminar una serie de consecuencias negativas vinculadas, sobre todo, al taylorismo. Esta eliminación se obtiene reduciendo el ritmo del trabajo de modo que la velocidad de la cadena se adapte a las posibilidades normales de un hombre cuya salud física y mental hay que conservar y no sacrificar en aras de la producción. Pero en un país socialista no se puede eliminar una serie de consecuencias negativas del trabajo en cadena que se hallan vinculadas a la 43 G. Friedmann, 7 é tud es su r l ’h o mme e t l a t cch niq u e , Ed. Gon- thier, París, 1966, p. 175. Documento utilizado con fines didácticos. 46 separación entre el pensamiento y la acción, entre la conciencia y la mano, característica de dicho trabajo que produce la monotonía y uniformidad de movimiento que, en modo alguno, puede producir satisfacción al obrero. Estas consecuencias negativas sólo pueden ser superadas relativamente tomando conciencia de ellas y buscando vías diversas para colmar el «vacío» de la conciencia que se crea en este proceso. Se superan aún más cuando el obrero ve que su trabajo tiene una finalidad social que él ya no considera externa. Sin embargo, la naturaleza técnica del proceso mismo de trabajo no permite acabar con su monotonía y uniformidad. Sólo un estímulo moral, ideológico —como el antes señalado—, permite verdaderamente hacer frente a ellas. El socialismo, por tanto, permite reducir, suavizar —pero no abolir—, las consecuencias negativas de dicho trabajo. Ahora bien, el propio progreso técnico hace posible superarlas —sobre todo, su uniformidad y monotonía—, ya que la industria automatizada suprime la parcelación del trabajo y eleva de nuevo el papel de la conciencia —la necesidad del trabajo altamente cali- ficado— que el trabajo en cadena tiende a reducir. Cierto es que la automatización tiene una serie de consecuencias sociales que pueden ser de un signo negativo. Pero estas consecuencias por su carácter social, por no estar vinculadas necesariamente a la técnica automatizada, pierden su carácter negativo bajo el socialismo. La praxis imitativa en el arte Las consecuencias negativas de una praxis imitativa no sólo se dan en la esfera del trabajo humano. Incluso el arte, esfera por esencia de una praxis creadora, no escapa a los peligros de una praxis imitativa. Una expresión elocuente de esta última es el academicismo, o creación artística conforme a principios o leyes que se presentan con un carácter normativo. En el academicismo o rutinarismo artísticos observamos la disociación de lo interior y lo exterior, de la ley y el proceso práctico que hemos observado en otros dominios de la praxis. El artista conforma aquí su creación a un canon ya establecido; ese canon, o ley de su actividad, puede desprenderse de una experiencia artística cuyos mejores días ya pasaron (academicismo propiamente dicho) o puede ser impuesta previamente, en una relación de exterioridad con la creación artística, por consideraciones de orden extraes- Documento utilizado con fines didácticos. 47 tético: moral, político, religioso, etcétera (normativismo artístico). En el primer caso, la creación se rige por una ley establecida de antemano. No queda sitio, por tanto, para lo imprevisible y sorprendente ni para la unicidad e irrepetibilidad. Como la actividad del artista se atiene a una ley ya creada, y ésta no se va haciendo en el proceso mismo de la creación, en cierto modo, el resultado real no es sino la duplicación del fin o resultado ideal. No hay, pues, propiamente creación. En principio, a todo gran arte puede corresponder, como una detención o simulación de las fuerzas creadoras que en él se han plasmado, cierto academicismo que no es sino la degradación de una praxis artística verdadera. Aquí lo superior existe como premisa de lo inferior. Sin el gran arte clasicista de todos los tiempos no se habría dado esa actividad artística inferior, degradada, que es el academicismo del siglo xix. En verdad, el academicismo puede darse con respecto a toda verdadera praxis creadora, siempre que el principio que conformó viva e internamente una praxis creadora anterior se convierta en una norma o regla exterior al proceso práctico artístico. En este sentido, al arte auténtico de nuestro tiempo que se caracteriza, entre otras cosas, por una voluntad de ruptura, de negación de cánones, de antiacademicismo, puede corresponder también un nuevo academicismo del «no», o, valga la expresión, un academicismo del antiacademicismo. Mientras que en el caso anterior la praxis reiterativa tiene su manifestación más acusada en el intento de supeditar el proceso práctico a un principio artístico que conformó fecundamente un proceso creador anterior, en el normativismo artístico en general este intento de conformación por un principio exterior lleva a convertir la obra en una ilustración artística de algo extraartístico (político, moral, religioso etcétera). Entre el principio que rige a la obra y su plasmación no existe aquí sino una unidad externa. El principio, en rigor, no se plasma, no se desarrolla a lo largo de un proceso, no baja, por decirlo así, de su pedestal conceptual. Al final del proceso tiene el mismo modo de ser que al comienzo. No ha conformado propiamente a la materia ni ha suscitado una fusión de contenido y forma. Ha entrado como un principio exterior al proceso de creación y, por ello, ha podido mantener su sustantividad —es decir, su estructura conceptual— a lo largo del hacer artístico. Convertido en ley del proceso práctico, en ley a prior: y exterior a él
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