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Sangre de campeon Carlos cauthemoc, Resúmenes de Humanidades y Ciencias Sociales

Historia de unos hermanos y que casi lo mata

Tipo: Resúmenes

Antes del 2010

Subido el 29/03/2022

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juan-pablo-5qm 🇨🇴

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¡Descarga Sangre de campeon Carlos cauthemoc y más Resúmenes en PDF de Humanidades y Ciencias Sociales solo en Docsity! novela formativa IR TA ES para convertirse CUT El aa Metu desuperación 2 CARLOS CUAUHTEMOC SANCHEZ SANGRE DE CAMPEON Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón Ediciones Selectas Diamantes, S.Á de C.V Líder mundial en novelas de superación 5 Me di cuenta demasiado tarde de que iba a caer, no en la alberca, sino afuera, ¡en el cemento! Llegaría al piso de espaldas y su nuca golpearía en el borde de concreto. Escuché los gritos de terror de mis papás. Yo mismo exclamé asustado: -¡Nooo! Muchas cosas pasaron por mi mente en esos segundos: El funeral de mi hermano, mis padres llorando de manera desconsolada, los policías deteniéndome y llevándome a la cárcel de menores. De haber podido, me hubiese arrojado al aire para tratar de desviar la trayectoria de Riky y salvarle la vida. Mi hermano cayó en el agua, rozando la banqueta. Me quedé con los ojos muy abiertos. Salió de la fosa llorando. Estaba asustado. No era el único. Todos lo estábamos. Cuando bajé las escaleras, encontré a mi papá furioso. -¿Pero qué hiciste, Felipe? -me dijo -. ¡Estuviste a punto de matar a tu hermanito! -Él me provocó –contesté -, se burló de mí... -¡Cállate! Papá levantó la mano como para darme una bofetada, pero se detuvo a tiempo. Jamás me había golpeado en la cara y, aunque estaba furioso, no quiso humillarme de esa forma. Nos fuimos de regreso a la casa. En el camino todos estábamos callados. Por fortuna, no había pasado nada grave, pero cada uno de los miembros de la familia recordaba la escena. -Felipe -sentenció papá -, pudiste provocar una tragedia. ¿Te das cuenta? vas a tener que pensar en eso, así que durante la 6 próxima semana, no saldrás a la calle, ni verás la televisión. Trabajarás duro, ya te diré en qué. -¡Papá! –protesté -. Mi hermano tuvo la culpa. Él siempre... -¡No sigas! -estaba de verdad enfadado; después de varios segundos continuó -: Te has vuelto muy envidioso. No juegas con Riky ni le prestas tus juguetes; cuando puedes lo molestas y le gritas, ¿crees que no me doy cuenta? Abusas de él porque tienes doce años y él ocho, pero tu envidia es como un veneno que está matando el amor entre ustedes. Vas a reflexionar sobre eso y acatarás lo que te ordene, sin rezongar. Esa tarde, papá compró una cubeta de pintura y dos brochas. -Pintarás la mitad de nuestra casa -me dijo -. La fachada de la planta baja. Y lo harás con cuidado, no quiero que manches el suelo o las ventanas. Cuando te canses de pintar, entrarás a tu habitación y harás ejercicios de matemáticas. En cuanto me quedé solo, busqué a mamá para protestar: -¡Es injusto! –alegué -. Convence a mi papá de que me levante el castigo. Por favor.. ¡No quiero estar encerrado durante la última semana de vacaciones! -Lo siento, Felipe –contestó -, pero él tiene razón. Cometiste una falta muy grave. Harás todo lo que te ordenó y yo te vigilaré. No tienes escapatoria. -¡Eres mala -le reproché -, igual que él! -No soy mala y ¡mide tus palabras! En la vida, si te comportas con paciencia y bondad, obtendrás amigos y cariño; si, por el contrario, actúas con rencor y envidia, te ganarás problemas y enemigos. Ni tu padre ni yo estamos enojados contigo, Felipe, pero nuestra obligación es enseñarte que para cada cosa que hagas, hay una consecuencia. No lo veas como un castigo; sólo pagarás el precio de tu error. Fuiste muy grosero y eso te obliga a cumplir un trabajo que te ayudará a pensar. Y lo harás con agrado. Cuando te 7 sientas más cansado, quiero que le des gracias a Dios porque tu hermano está vivo. A la mañana siguiente, papá me despertó muy temprano, me dio una carta en un sobre cerrado y comentó: -Anoche te escribí algo. Doblé el sobre y lo guardé en mi pantalón. Me llevó hasta el frente de la casa para indicarme cómo realizar mi trabajo. Colocó una enorme escalera de aluminio que llegaba hasta el techo y me explicó la forma de deslizarla sobre la fachada. -Ten mucho cuidado –señaló -. No quiero que vayas a accidentarte. Usa la escalera sólo para pintar los muros desde la mitad de la casa para abajo y cuida que esté bien apoyada e inclinada antes de subirte a ella. Acepté sin protestar más, pero nunca imaginamos que la tragedia verdadera estaba a punto de ocurrir. Por favor; revisa la guía de estudio en la pagina 156, antes de continuar la lectura del siguiente capítulo. 10 entonces, no volvió a entrar al cuarto en el que yo hacía mis labores escolares. Jugaba con el vecino afuera. Una tarde, cuando comenzaba a oscurecer, escuché ruidos extraños en el techo. La casa de dos pisos era demasiado alta. Salí al patio. Encontré al vecinito mirando hacia arriba y a Riky corriendo por la azotea. -¿Qué haces allí? -le grité. -Vine... –dudó -, ¡ah, sí! ¡A buscar mi pelota! Entré a acusarlo. Me interesaba más hacerlo quedar mal que ayudarlo a bajar. Mi madre estaba bañándose. -Mamá –grité -, ¡Riky se subió al techo! Ahora sí vas a tener que castigarlo. -¿Cómo dices? -Anda en la azotea. Subió por la escalera de aluminio con la que estoy pintando. -¿Dejaste la escalera recargada en el muro? -Sí. Es muy larga. Apenas la puedo mover, pero no la dejé ahí para que Riky se subiera. ¡Debes regañarlo! -Dile que se baje -suplicó. -No me obedece. -¡Ayúdalo! -insistió. -Es su problema. Que baje solo. En ese instante recordé que la escalera estaba apoyada sobre una superficie desigual y que había enormes piedras en el suelo. Si mi hermano no tenía cuidado, podía... Cuando razoné esto, era demasiado tarde. 11 Escuché un ruido estrepitoso de metal. Corrí al patio y vi un cuadro aterrador: Mi hermano se había caído. Estaba en el suelo, desmayado a un lado de la escalera. Me acerqué temeroso: Le salía sangre de la nariz y de la frente. Se había descalabrado. Lo miré de cerca, sin saber qué hacer. Todo comenzó a darme vueltas. Carmela salió de la lavandería y comenzó a gritar: -¡Jesús, María y José! ¡Mi niño, Riky! Volví a observar el rostro ensangrentado de mi hermanito y el mareo regresó. Al ver la sangre, tuve como una pesadilla: En diferentes tonos de rojo, vi a varios soldados. Junto a ellos, encadenados, había monstruos con brazos enormes, garras afiladas y cara peluda. Gruñían y enseñaban sus colmillos. Podía ver todo eso en la sangre de Riky. Los soldados cuidaban que los monstruos no escaparan. Sentí que me ahogaba. Mi madre había salido de la casa con una bata de baño, tenía el cabello lleno de jabón. Vociferaba como histérica. -¡Riky! ¿Qué te pasa? ¡Reacciona por favor! Levantó en brazos a mi hermano y lo metió a la casa. -¡Felipe! –gritó -. Llama a tu padre. ¡Pronto! Fui al teléfono y marqué el número de la oficina. -Papá -le dije en cuanto contestó -, mi hermano se cayó de la azotea. Se abrió la cabeza. Está desmayado. -¿Qué? ¿Cómo? ¡Pásame a tu madre! Mamá tomó el aparato. Mientras hablaban miré a Riky, inconsciente, acostado sobre el sillón. Al observar la sangre que le salía sin parar de la cabeza, volví a sentir mareo y deseos de vomitar. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué me impresionaba tanto esa 12 herida? Estaba a punto de caer de nuevo por el agujero de colores, cuando mamá me tomó del brazo: -No mires -me dijo -, te hace mal. Tu papá va a llamar a la ambulancia. Mejor ve hacia la puerta para que recibas a los doctores y los hagas pasar. Obedecí. Me remordía la conciencia por haber acusado a Riky en vez de ayudarlo a bajar, pero me sentía todavía más culpable por haber deseado su muerte al caer del trampolín. También había pensado en voz alta: “ojalá que mis padres se mueran o se divorcien.” ¿Por qué se me ocurrieron esas tonterías? Recordé el programa de televisión que había visto. Sugirieron en él: “Nunca desees el mal a otros, aunque sean tus enemigos o te desagraden. Los pensamientos negativos se regresan como una maldición y destruyen a quien los tiene.” El vecino, amigo de Riky, estaba parado atrás de mí. -¿Por qué se subió mi hermano a la azotea? -le pregunté -, ¿de veras fue por la pelota? -No. Él tiene un secreto. -¿Qué secreto? -No te lo puedo decir. En ese momento llegó la ambulancia. El sonido de la sirena era impresionante. Bajaron dos paramédicos. Les mostré el camino. A los pocos minutos volvieron a salir llevándose a mi hermano. Mamá subió a la ambulancia y me advirtió: -Tu padre va a alcanzamos en el hospital, quédate aquí. -luego se dirigió a la nana -. Carmela, te encargo a Felipe. Al rato les llamo por teléfono. Vi la ambulancia alejarse. El amigo de Riky comenzó a caminar por la calle. 15 Un hermano es el mayor tesoro de la tierra. Los hermanos se necesitan mutuamente, forman parte uno del otro y, al pelearse, abren heridas muy profundas que duelen durante toda la vida. Los hermanos comparten el amor y la alegría de sus padres, pero también los problemas y las lágrimas. Cuando hay carencias, pasan hambre juntos; cuando sus papás discuten, ellos sufren; cuando es Navidad juegan con los mismos juguetes; en vacaciones, se divierten al mismo tiempo. Los hermanos crecen juntos; no son rivales; tienen la misma sangre, el mismo origen; se formaron en el mismo vientre; fueron besados, abrazados y amamantados por la misma madre. Es normal que, a veces, discutan, pero nunca que se guarden rencor, se tengan envidia o se falten al respeto. Conozco hermanos que, al morir sus padres, se demandaron, se traicionaron y hasta se maldijeron por causa de la herencia. Esto es una aberración. Felipe, compréndelo: La amistad y el amor entre hermanos no puede ni debe cambiarse por cosas materiales. Tuve una maestra en la primaria que me platicó una leyenda al respecto: Hace muchos años había dos hermanos. Sus padres tenían un enorme terreno y bodegas donde guardaban las semillas para vender. En un repentino accidente, los padres murieron y ellos quedaron huérfanos. Ambos heredaron la misma cantidad de dinero. Uno de ellos era casado y el otro era soltero. El casado decía: -¡No es justo que mi hermano menor haya heredado lo mismo que yo! En realidad debería tener más, porque desea estudiar en otra ciudad, poner un negocio y alcanzar grandes sueños. Yo, en cambio, tengo la vida resuelta, mi esposa y mis hijos me ayudan y, en realidad, poseemos más de lo que necesitamos. 16 Entonces, por las noches, tomaba un saco de semillas y, en secreto, lo arrastraba hasta la bodega de su hermano para que él tuviera más. El hermano menor también estaba inconforme con su parte de la herencia: -¡No es justo que mis padres nos hayan dejado la misma cantidad a los dos! –decía -. Yo estoy solo y casi no gasto nada. En realidad mi hermano mayor necesita más, pues tiene hijos y esposa que mantener. Voy a ayudarlo dándole parte de mi herencia. Así, cada noche, tomaba un saco de semillas y lo llevaba en la oscuridad hasta la bodega de su hermano para que él tuviera más. Ambos se regalaban una buena cantidad de granos en secreto. Pasaba el tiempo; ninguno de los dos comprendía porqué sus reservas no bajaban, hasta que una noche, se encontraron a la mitad del camino. -¿Qué estás haciendo? -preguntó uno. -¿Y tu? -preguntó el otro -. ¿Qué estas haciendo? Entonces comprendieron lo que sucedía, dejaron caer los sacos a sus pies y se abrazaron muy fuerte. -¡Gracias hermano! -le dijo el mayoral menor--. Eres el tesoro más grande que Dios me ha regalado. Te estaba llevando algo de mis semillas pero, con gusto, daría la vida por ti. El menor, con lágrimas en los ojos, contestó: -Gracias a ti, hermano. Has sido mi consejero y compañero siempre. No podría pagarte eso. Te regalaría todo lo que tengo, si con ello pudiera ver siempre felices a tu esposa, a tus hijos y a ti. Cuenta la leyenda que ese lugar fue bendecido por Dios. Felipe: los hermanos, con sus actos, pueden bendecir o maldecir la casa. Cuando se pelean, dejan entrar a las fuerzas del 17 mal y el hogar se llena de demonios; cuando se ayudan y se quieren, Dios se complace y envía ángeles protectores a esa familia. Nunca maldigas nuestro hogar. Bendícelo. ¡Cómo quisiera decirte, hijo mío, que te amo con todo mi ser! Si he fallado al demostrarte mi amor, por favor, perdóname... Tu madre y yo, a veces cometemos errores, lo reconozco, pero no tenemos nada en contra tuya. Con frecuencia, el hijo mayor de las familias se vuelve muy responsable, porque se le exige más que a los otros; los hijos de en medio se vuelven independientes, porque se les descuida un poco, y el hijo pequeño se hace un despreocupado porque se le consiente demasiado. Felipe, cada lugar en el orden familiar es hermoso, tiene ventajas y desventajas; no reniegues por la parte que te tocó. Jamás sientas celos de tu hermano. Si algún día tienes riqueza, y él no, compártesela. Tiéndele la mano. Cuando te pida que protejas a Riky por ser el menor, no te enojes, no lo tomes como una obligación desagradable, ¡considéralo un privilegio! No todos los niños del mundo tienen hermanos. Tu tienes uno. ¡Cuídalo! Recuérdalo siempre: ustedes forman parte el uno del otro. Pocas cosas le pueden provocar un daño espiritual más profundo a alguien que vivir peleado con su hermano... Terminé de leer la carta de mi padre. La doblé con cuidado. Sentí una repentina angustia; corrí al teléfono y lo tomé con ambas manos. -¡Suena! –le dije al aparato -. Necesito saber cómo está Riky. El timbre del teléfono permaneció silencioso. Tenía muchas ganas de llorar. Carmela me llamó: 20 -¡Claro! Antes de que la nana se diera cuenta, cerré la puerta y me subí a la motocicleta. Lobelo aceleró. Condujo a gran velocidad y tuve miedo de que chocáramos. Después de un rato llegamos al club deportivo donde mi hermano estuvo a punto de accidentarse en el trampolín. Se bajaron de la moto. -¿Vamos a hacer ejercicio? -pregunté. -No seas tonto, “Malapata”. -dijo Lobelo-. Los traje para enseñarles algo padrísimo. Tú eres miembro de este club. Yo no. Una vez vine con mi tío. Encontré una cosa increíble allá adentro. Dile al policía que somos tus invitados. -Pero... no traigo mi credencial. -¡No necesitas credencial! Sólo da tu nombre. -Me van a cobrar una cuota extra. Lobelo sacó un fajo de billetes y me lo sacudió en la cara. -El dinero a mí me sobra. Luego te regalo un poco ¡Reacciona! Vamos a entrar al club contigo... ¿Entendiste? El muchacho gordo me jaló de los cabellos y puso un brazo en mi cuello para asfixiarme. -Déjalo -dijo Lobelo-. Felipe, “el Malapata” es nuestro amigo ¿verdad? Dije que si. Me liberaron. Caminamos hacia la puerta. El policía anotó en su libreta que mi padre debería pagar una cuota extra por los dos invitados que yo había llevado. -¿Y ahora? –pregunté -. ¿Quieren jugar fútbol? Rieron. 21 -No somos deportistas -aseguró Lobelo-. Vengan, les voy a enseñar algo increíble. Lo seguimos. Entramos a las regaderas de hombres; el ambiente estaba húmedo y el piso mojado. Varios señores se bañaban, y una nube de vapor los envolvía. Lobelo caminó por delante volteando para todos lados como un ladrón. Llegó hasta la esquina del vestidor, abrió rápidamente una pequeña puerta y se metió, haciéndonos señales para que lo siguiéramos. Era el cuarto de máquinas, habla motores y calderas. -¿Qué hacemos aquí? -pregunté asustado -. Si nos descubren... -Cállate cobarde... Vengan. Miren eso. Señaló con el dedo una mancha en la pared. -¿Qué es? -pregunté. -Un hoyo. De seguro lo hizo algún trabajador de mantenimiento. Lobelo subió a la caldera y se detuvo sobre el muro para agacharse un poco y mirar por el agujero. -¡Guau! -exclamó después -. ¡Vean nada más! ¡Qué mujer! Está gorda y llena de bolas. ¡Y aquella! ¡Qué diferencia! Ésa si es una flaca. -A ver. Déjame ver. El amigo de Lobelo se trepó junto a él. Tuve la sensación de un hormigueo en el estómago. ¿Estaban viendo mujeres desnudas por ese agujero?, ¿pero, cómo? Pasaron mucho tiempo turnándose para mirar. Después de un rato me dijeron: -¿Quieres echar un vistazo? ¿O te da miedo? 22 El gordo se bajó de la caldera para hacerme un lugar. Subí y me apoyé en el muro. En efecto, pude observar el baño de las mujeres. Había varias señoras sin ropa. - ¡Eh! -gritó Lobelo-, ¡al “Malapata” le está gustando! -¡Ya quítate! -dijo el gordo -. Es mi turno. Pero como tardé en obedecer, quiso subirse junto a mí. Perdí el equilibrio. Empujé los tubos calientes de la caldera y se vinieron abajo haciendo un escándalo. El vapor comenzó a rodeamos. Tosimos. Por fortuna no sufrimos quemaduras. -¡Vámonos! –dije -. ¡Esto puede explotar! Casi de inmediato alguien abrió la puerta. -¿Quién anda ahí? Varios señores a medio vestir nos miraban asombrados. Luego llegaron dos policías. Fuimos llevados a las oficinas del club. El administrador estaba furioso. -¿Qué hacían allá adentro? Mis compañeros se quedaron callados. El hombre se dirigió a mí: -Si no hablas, voy a tener que llamar a tu padre. -No –supliqué -, por favor. últimamente le he causado muchos disgustos. -Entonces dime, ¿qué buscaban en ese cuarto? No tenía escapatoria. Inhalé y dije: -Vinimos a ver a las señoras desnudas por un hoyo que hay en la pared. El administrador se quedó pasmado. Llamó a los vigilantes para que inspeccionaran el cuartito de máquinas. Encontraron una vieja cámara con la que seguramente alguien fotografiaba a las mujeres por el agujero. Se armó un gran problema. -¿Quién es el responsable de esto? -vociferaba el jefe del club -. ¡Traigan a todas las personas de mantenimiento! Quiero interrogarlas. 25 fue empeorando!, hasta que quedamos en el mismo nivel de juego. Siempre empatábamos. Tiempo después, comencé a practicar con un novato. Él subió de nivel y yo bajé, hasta que volvimos a quedar empatados. Es una regla: Dos personas que juegan tenis todos los días, acaban igualándose; el bueno se hará un poco malo y el malo un poco bueno. Y así es en la vida: Si un muchacho perezoso se hace amigo de otro muy dinámico, con el tiempo, el flojo comenzará a ser más activo y el activo se volverá más flojo, hasta que se emparejen. Si nunca dices palabras sucias, pero te juntas con un majadero, él, por convivir contigo, se hará menos grosero y tú por convivir con él, te volverás malhablado, hasta un punto en el que los dos sean iguales. Se llama ley del balance. ¡Cultiva sólo amigos que no tengan vicios, que no digan mentiras ni hagan trampas, que no hablen mal de otros ni creen conflictos, que no sean groseros o agresivos! El vicioso, siempre te llevará por mal camino, el tramposo te obligará a mentir, el grosero te enseñará a maldecir y el que habla mal de otros, hablará mal de ti. ¿Has entendido? Dije que sí con la cabeza. Llenó una hoja en la que me hacía responsable por los daños del vestidor. -Firma esto, por favor. Lo hice. -Ahora, vete. Cuando sepa el costo de los tubos, te lo haré saber. Salí de ahí con pasos lentos. Mis compañeros estaban esperando. El gordo granoso me empujó por el hombro. Casi me caigo. -¿Por qué confesaste? -Estábamos acorralados. 26 -Ay sí, chulis -dijo Lobelo con tono de burla--. “No le digan nada a mi papá”. Ja, ja. Te creí más valiente. Además, grandísimo animal, fue por tu culpa que nos descubrieron. Estabas ahí, pegado al agujero, viendo a las viejas encueradas -comenzó a reírse -. Luego, te caíste y rompiste todo. Eres un idiota, Felipe. Ocasionas problemas dondequiera que andas. Tienes la culpa de que tu hermano esté en el hospital. En realidad tienes la culpa de todo lo malo que pasa a tu alrededor. Se subieron a la motocicleta y la pusieron en marcha. Esta vez no me invitaron. Caminé por la calle sintiéndome como un gusano. -Cobarde, “mala suerte” -me dijo el gordo. Lobelo hizo que la motocicleta pasara rozándome y me golpeó en la nuca con la mano abierta. Esta vez, sí me fui de boca. Tardé en levantarme. -¡Por todos los santos, Felipe!, ¿dónde andabas? -me preguntó Carmela en cuanto llegué a la casa. -Fui a dar la vuelta. -Tu mamá me advirtió que... -Ya sé, ya sé, ya sé... Prendí la televisión y subí el volumen al máximo para no oír sus regaños. Cuando la nana se fue, sintonicé las caricaturas, bajé el volumen y me quedé dormido. Varias horas después, el teléfono sonó y desperté. Había comenzado a oscurecer. Era mi papá. -Hola, hijo. ¿Cómo estás? -Bien, ¿y mi hermano Riky, ha mejorado? 27 -Más o menos. Hay algunas complicaciones. Luego te explico. Tu mamá y yo estaremos en el hospital hasta tarde. Pórtate bien... Obedece a Carmela. -Descuida, papá. Lo haré. Carmela había dejado un plato de guisado sobre la mesa y se había metido a su cuarto. Tomé un tenedor y comí el alimento frío. Casi, de inmediato, el teléfono volvió a sonar. Pensé que a papá se le había olvidado decirme algo, pero no era él. -Hola, “Malapata”. -¡Lobelo! ¿Qué quieres? -Te llamo para hacer las paces. Me porté grosero contigo. Lo reconozco. ¿Olvidamos todo? Desconfiaba de sus palabras. Guardé silencio. -¿Y tus papás? -preguntó. -No han llegado. -Tampoco mi padrastro está -me dijo -. Invité a varios cuates a mi casa. Haremos una reunión. También vendrán chicas. ¿Qué te parece?, ¿fumamos la pipa de la paz? Quise colgar el teléfono. Decir “no me interesa” , pero me faltaba valor para enfrentarme a él. -¿Qué dices? –insistió -. ¿Quieres que vayamos por ti? -No. -Felipe, en la fiesta, te daré un regalo para contentarte. Sabes que tengo mucho dinero. Acompáñanos, aunque sea un rato. Si no llegas pronto, iremos por ti. -Lo pensaré. Colgué el teléfono. 30 El perro chilló y me soltó. Hubo exclamaciones de enojo. Lobelo protestó: -¿Qué haces? ¡Vas a lastimar a mi mascota! Volví a golpear al perro con la silla y entonces la fiera se olvidó del juego que le habían enseñado y se abalanzó a mi cara. Interpuse el brazo y me encogí. Comenzó a morderme todo el cuerpo. Sentí sus colmillos penetrar en mi costado, mis piernas, mi espalda, mi oreja... -¡Sepárenlo! ¡Lo va a matar! Al fin lo apartaron. Me quedé tirado en el rincón. Tenía la ropa desgarrada y varias heridas profundas. Estaba temblando de miedo y llorando de dolor. Dos muchachitas me llevaron a un sillón de la casa. -¡Pobrecito! -murmuró una de ellas -, ¿te sientes bien? Antes de que llegaras, estuvieron jugando con el perro. Hubo varios voluntarios. Fue divertido, pero contigo las cosas se salieron de control... Pobrecito... Voy por medicina. Me senté en el sillón y sentí que me desmayaba. A los pocos minutos volvió. -Necesitas desvestirte. Para lavarte y ponerte desinfectante. -¡Yo me voy! -dijo la otra chica -. Te quedas con él. -¡Nada de eso! Felipe, desvístete solo y entra al baño a curarte tú mismo. Aquí están las medicinas. Caminé abriendo las piernas, lleno de vergüenza. Entré al sanitario. Me quité el pantalón lo lavé, lo exprimí y lo froté con una toalla. Las heridas me lastimaban el cuerpo, pero el pantalón orinado me lastimaba el amor propio. 31 Y ahora, ¿cómo iba a salir del sanitario? Bajé la tapa del excusado y me senté para contemplar mi piel hecha trizas. Después, toqué mi oreja y observé el liquido rojo que me manchaba la mano. Sentí ganas de vomitar. ¿Qué me pasaba? Eso no era normal. Volví a fijar la vista en la sangre. Descubrí cientos de bolitas moviéndose de forma temblorosa, como si mi visión pudiera penetrar en los intrincados secretos de ese líquido rojo. Recordé las clases de Ciencias Naturales. Me habían explicado que la sangre transporta oxígeno y nutrientes para llevarlos a cada célula, también me habían hablado de los defensores que habitan en ella y cuidan al cuerpo. Me dejé ir por un rato como adormecido. Entonces comencé a tener una especie de pesadilla más definida: Las ruedas en la sangre formaron la figura de algunos soldados flacos, adormilados y enfermos. Parecían los tristes esclavos de una guerra perdida. Era lógico pensar que a los pobres no les habían dado de comer en varios días. También distinguí la imagen de varias bestias infernales, musculosas, fuertes y de aspecto feroz. Sin duda, se habían alimentado muy bien últimamente. De pronto, ambos grupos comenzaron a pelear. Fue una lucha brutal y desigual. Los monstruos despedazaron a los débiles soldados. Salté lleno de miedo. -¿Qué me pasa? ¿Por qué veo esas terribles cosas? En la sangre de mi hermano distinguí los mismos monstruos y soldados. Entonces no pude comprender el significado de mis alucinaciones, pero hoy sé que todos poseemos seres internos que nos dominan. Cuando un niño tiene conducta o pensamientos negativos, alimenta a los poderes del mal. Cuando, por el contrario, piensa o hace cosas buenas, vigoriza a sus defensores. En mi caso, los monstruos eran más fuertes y habían dominado a los 32 soldados. Podía sentirlo, porque me invadían el coraje, la tristeza, el rencor, el odio, y el temor. Hice un esfuerzo, terminé de lavarme y coloqué antiséptico en mis heridas. Después, me puse el pantalón húmedo para salir del baño dispuesto a correr hasta la calle. En el garaje habían puesto música y algunos muchachos bailaban. Lobelo se me interpuso. -Perdóname brother. Nunca creí que el perro te atacara de a de veras. Olvidemos los malos ratos y terminemos el día en paz. Ven. Me abrazó por la espalda y me condujo hasta una mesa en la que varios muchachos contaban chistes. Me recibieron con amabilidad. Todos estaban un poco apenados por lo que me había pasado. Me ofrecieron una deliciosa bebida dulce. A los primeros tragos, sentí que mi cuerpo se revitalizaba. Sabia que debía alejarme de ahí, pero me faltaba carácter. Estaba muy mareado. Algunos de mis compañeros de doce y trece años fumaban. En el centro del rectángulo dos muchachas interpretaban un baile sexy. Después, una chica me sacó a bailar y yo acepté. Me ofreció un cigarrillo e intenté fumar. No pude. Seguí tomando la bebida dulce que todos tomaban. En pleno baile, perdí el equilibrio y caí al suelo. Oí que alguien dijo: -Felipe está borracho. No recuerdo qué pasó después. Me llevaron a mi casa a medianoche. Hallaron la llave de la puerta en mi pantalón y me dejaron tirado en la sala. Tuve pesadillas: Soñé que tenía como mascota un perrito blanco que me acompañaba a todas partes; pero estaba flaco y enfermo. íbamos caminando por la calle, cuando apareció Lobelo frente a mí. Llevaba a su enorme perro 35 7. Un campeón tiene capital de autoestima Papá respiró hondo y comenzó a hablarme con voz tierna. -Cuando yo era niño, algunos compañeros también se portaban groseros conmigo. Me decían “el sapo” y se burlaban de mí todo el tiempo. Un día, me quitaron los pantalones en el baño y me obligaron a ir por ellos hasta el patio. Las niñas me vieron. Todos se rieron. Entonces comencé a ser rebelde y grosero. En casa gritaba y tenía el carácter agrio; afuera me hice juguete de los demás. Me sentía como basura... Una mañana, mi maestra titular enfermó y llegó una nueva profesora suplente. Era joven y bonita. Se dio cuenta de la forma en que mis compañeros abusaban de mí y comenzó a hablarme todos los días al final de las clases. Me contó muchas historias bellas. Dijo cosas que me ayudaron a salir del agujero en el que estaba. -¿Ella te platicó la leyenda de los hermanos que me escribiste en tu carta? -sí, ella fue. Yo estaba sentado en la cama, sin camisa, con mis heridas al aire. Papá volvió a levantar la voz: -Felipe, respétate a ti mismo y obliga a los demás a que te respeten. Hay fiestas a las que no debes ir... compañeros que no deben ser tus amigos. Sé fuerte y enfrenta una realidad: las personas malas desean aplastarte y hacerte sentir como una lombriz. ¡No les sigas el juego! ¡No trates de caerles bien! ¡Aléjate de ellas! Piensa: ¿Por qué buscas a Lobelo? ¿Sólo porqué tiene moto y tú no?, ¿sólo porque lo dejan andar en la calle, hacer fiestas, fumar y emborracharse, y a ti no te dejan? ¡Cuidado, hijo! La maldad se disfraza de belleza, pero detrás de ella hay muerte y destrucción. 36 Hizo una pausa. Protesté: -Mi problema no es solo Lobelo, papá. Soy torpe... eso no me lo dijo nadie. ¡Yo me doy cuenta! -Felipe ¡tú no eres torpe! ¡A todos nos salen las cosas mal, a veces! Es normal equivocarse, caerse, cometer errores, sufrir la burla de gente envidiosa. Así es la vida. -¡Pues yo no soporto la vida! -¡Tranquilízate! Sé menos nervioso. No tomes las cosas tan a pecho. Te voy a explicar algo que mi maestra llamaba “el juego de la autoestima”: Imagina una alcancía, en la que has ido ahorrando monedas. Cada vez que realizas alguna actividad, debes apostar parte de tus ahorros. Si todo sale bien, ganas más monedas; si te va mal, pierdes las que apostaste. Tu problema, Felipe, es que siempre apuestas demasiado y al perder, te vas a la ruina, ¿me entiendes? Dije que no moviendo la cabeza. Sonaba complicado. -Voy a darte un ejemplo –continuó -. Imagina que tienes cien monedas en tu alcancía de autoestima y vas a participar en un concurso. Como es algo muy importante para ti, apuestas las cien. Pierdes el concurso y te quedas con nada. Entonces te sientes un verdadero fracasado. -Pero si hubiera ganado, tendría doscientas y me sentíría un triunfador.. -¡Exacto! El chiste del juego es hacerlo emocionante, pero no apostando mucho sino valorando cada moneda de tus ahorros. Otro ejemplo: Ves a una muchacha sola, quieres acercarte a ella, y apuestas dos moneditas de autoestima en la aventura. Si la chica te acepta y platica contigo, no te pones nervioso; si te rechaza, sigues adelante con una sonrisa en la cara, pues sólo perdiste dos insignificantes monedas -me tomó por los hombros y alzó aún más la voz Cuando se burlen de ti, no debes pensar que es el fin del mundo, y cuando te acepten, tampoco creas que has logrado algo 37 muy importante. ¡Toma la vida más a la ligera! No te desanimes si alguien te maltrata. Sigues valiendo mucho por otras razones. Tu alcancía de autoestima debe permanecer llena, aunque a veces te vaya mal. -Papá -le dije sonriendo, pero con ganas de llorar--. Esta noche, mi alcancía de autoestima está vacía. Me acarició con ternura. -Lo sé. Déjame llenarla un poco -puso sus dos manos en mis mejillas para obligarme a verlo a los ojos -. Felipe, te amo -dijo con voz suave -. Acéptalo: Vales mucho. A tu madre y a mí nos diste una gran alegría cuando naciste, y cada día te vemos crecer con mucho orgullo. No te sientas culpable por el accidente de tu hermano ni por ninguna otra cosa. Eres grandioso, pero también vulnerable. Cuídate. No te metas en más problemas... Dije que sí. Poco después, me recosté y papá volvió a la cuidadosa tarea de curar las heridas de mi cuerpo. Me quedé profundamente dormido. Al día siguiente, fuimos a casa de Lobelo. Abrió la puerta un hombre de aspecto sombrío. Mi padre le explicó que su hijo me había echado al perro en medio de una fiesta y que el perro me había mordido varias veces. También le dijo que, en esa reunión, los niños fumamos y tomamos licor. El hombre se mostró sorprendido. - -Lobelo no está en casa, pero me las va a pagar. En cuanto llegue le daré su merecido. Mi padre agregó: -Necesito ver la cartilla de vacunación del perro. 40 8. Un campeón no se queda postrado Era viernes en la tarde. Los empleados se irían y la escuela estaría cerrada todo el fin de semana. Grité con todas mis fuerzas: -¡Déjenme salir! Nadie contestó. Trepé por la escalera y golpeé la tapa hasta que me lastimé el brazo. Lágrimas de pánico y coraje comenzaron a mojarme la cara. Era inútil. Estaba atrapado. Oscurecía. Cada vez entraba menos luz por las rendijas. Volví a gritar: -¡Abran, por favor! ¡Estoy aquí encerrado! Alguien que me escuche... ¡abran, abran, por favor! Cuando mis padres volvieran del hospital, no me encontrarían en casa; Carmela se encogería de hombros y ellos enloquecerían buscándome. Pero nadie me hallaría, hasta el lunes, y para entonces, estaría muerto. Las palabras de papá se repetían en mi mente una y otra vez: “Eres grandioso, pero también vulnerable. Cuídate. No te metas en más problemas...” Afuera se oían murmullos muy lejanos. -¡Auxilio! Ábranme, ¡por favor! Los rumores disminuyeron. Se hizo de noche y el colegio quedó solo. Hablé conmigo mismo: -¡Cuánta maldad! Una cosa es hacer bromas, poner apodos o echarle el perro a alguien, y otra muy diferente es encerrar a un compañero durante dos días y tres noches. ¡No lo puedo creer! ¡Lobelo quiere matarme! 41 Sentí dolor en la oreja. Me froté con la mano. Estaba húmedo. De la herida me salía sangre de nuevo. Miré el líquido rojo que me llenaba la mano. Esta vez no me mareé ni vi monstruos peleando. Faltaba luz. Sólo sentí frío y tuve ganas de volver el estómago. -Ayúdame, Dios mío –supliqué -. No quiero morir aquí. De pronto, recordé algo: Había un conserje que vivía en el extremo oriente de la escuela. Tenia esposa y una joven sobrina de quien se habían hecho cargo cuando quedó huérfana. Aunque la casa de esa familia estaba lejos de donde yo me encontraba, grité con todas mis fuerzas: -¡Auxilio! ¡Ayúdenme! Estoy atrapado. ¡Auxilio! En el silencio de la noche, tal vez mis clamores llegarían al conserje o a algún vecino y llamarían a la policía. Después de varias horas, sentí la garganta desgarrada. -¡Auxilio! ¡Auxilio! Por favor ¡Alguien que me escuche! Ya no podía más. Me dediqué a llorar. Encendí la lucecita azul de mi reloj: Iba a dar la una de la mañana. Tenia mucho sueño, así que me acurruqué en un rincón, dispuesto a dormirme. Repentinamente oí algo. Abrí mucho los ojos. ¡Era el sonido de pisadas cercanas! Encendieron el foco del patio y una luz tenue entró por la rendija arriba de mi cabeza. -¡Auxilio! -grité, pero mi queja sonó débil y ronca. -¿Quién está allá adentro? -preguntó la voz de una mujer. -¡Yo! –contesté -. ¡Soy yo! Felipe. Un alumno. Me dejaron encerrado en el sótano. Ayúdenme a salir, por favor. -¿Felipe? -dijo la voz -. El candado está cerrado. Voy a ver si puedo romperlo. 42 Me apreté las manos nerviosamente. Escuché golpes. -Imposible -continuó la voz -. Es un candado muy grande. -¿Por qué no despiertas al conserje? -pregunté llorando -. Él debe tener la llave. -¡El conserje no está! Escúchame, Felipe. Hay otra salida. Ve hacia la esquina y busca tres escalones que descienden. Bájalos. Llegarás a una puerta que da al respiradero del sótano. Ábrela y entra despacio. Es un pasillo muy angosto. Conduce al drenaje. Toca las paredes hasta que encuentres otra escalera de metal. Súbela y podrás salir. -Tengo miedo –contesté -, ¿y si hay ratas o arañas? ¿Cómo las voy a ver? -¿Quieres salir o no? Felipe, esfuérzate. Sé valiente. Lucha por tu vida. La voz de la mujer sonaba segura y con autoridad, como si conociera a la perfección cada rincón de ese sótano. -¿Y si me golpeo con algo? ¡Estoy lastimado! No puedo. -Jamás digas “no puedo”. Claro que puedes. ¡Vamos! Toqué a mi alrededor como un ciego buscando los viejos escalones. Los hallé. Empujé la puerta interior. No se movió. Lo intenté con más fuerza. Abrió un poco. El temor me inmovilizó. No quería entrar a ese pasillo. Estaba demasiado oscuro y angosto. ¿Y si me atoraba? -Mejor voy a quedarme aquí, donde estoy... -anuncié temblando -. Mañana, alguien me sacará. -¡No! -dijo la voz -. Debes salir ahora. Como bien dijiste, tal vez haya animales peligrosos allá abajo, muy cerca de ti. ¡Levántate! ¡Sé valiente! Pelea contra el temor que te domina. 45 -¡Pero son casi las dos de la mañana! Quédate a dormir aquí. Te conseguiré cobijas. Entonces la miré: Era una joven de dieciséis o diecisiete años, vestida con zapatos tenis y ropa deportiva. Tenía ojos cafés y cabello castaño brillante. Usaba un fuerte perfume. Murmuré en voz baja: -¿Eres la sobrina del conserje? Todos en la escuela hablan de ti, pero como nunca sales... dicen que... –titubeé -, dicen que... eres fea y jorobada. Sonrió. -Algunos niños son muy crueles –comentó -. En fin. Oi tus gritos y me desperté. Por suerte conozco muy bien ese sótano. He bajado varias veces -hizo una pausa; después preguntó -: ¿Qué hacías allá adentro? Sentí vergüenza y comencé a decir mentiras: -Me gusta explorar. Entré al sótano buscando aventuras. De seguro, el conserje, es decir, tu tío, vio la tapa abierta y cerró sin darse cuenta de que yo estaba adentro. -¡Oh! –exclamó -. ¿Y qué te pasó en la oreja? -Ah, no es nada. Me rasguñé escalando una montaña. Ella negó con la cabeza. Sin duda detectó la falsedad de mis palabras. -Hace poco leí -relató con tono maternal -, que en una tribu se ponía a prueba a los jóvenes para medir su valor. A un chico le pidieron que se internara en la selva, buscara un león, una serpiente y un elefante; se acercara a cada uno y los tocara. El joven partió. A las pocas horas encontró al león, después a la serpiente. Arriesgando su vida, tocó a ambos animales. Buscó al 46 elefante, pero no halló ninguno. Varios días después, desfalleciendo de hambre, regresó a la aldea. Todos lo rodearon para escuchar su informe. Él sólo tenía que decir “Logré lo que me pidieron”, sin embargo, dijo la verdad: “Lo siento, no pude encontrar a ningún elefante.” Entonces, para su sorpresa, lo levantaron en hombros y le aplaudieron. “Eres una persona de gran valor” -le dijeron -, “no hay ningún elefante cerca porque ahuyentamos a todos; pudiste mentirnos, pero la prueba para demostrar tu valor era decir la verdad.” Piensa en esa historia, Felipe. La fortaleza real de alguien, se mide por su capacidad para resistir a la tentación de mentir, aunque “la verdad” lo avergüence o no le convenga. -Yo... yo... –titubeé -. Soy un aventurero.... Por eso estaba en ese sótano... -¿En serio? Apreté los dientes, abochornado. -Tienes razón... Estoy mintiendo... Perdóname... Sentí un nudo en la garganta y, después de unos minutos, comencé a platicarle todo. Le hablé de mi familia, de Lobelo, del trampolín, de la fiesta y de mis alucinaciones cada vez que miraba sangre. Ella me contestó con ternura: -Tienes un don muy extraño. Puedes ver la esencia de las personas en la sangre, pero los demás podemos verla en los ojos; son como las ventanas del alma. Supe que mentías porque te miré a los ojos. También sé que eres un niño muy noble porque lo veo en tu mirada. Sentí una especie de cariño espontáneo hacia esa hermosa joven. La miré de frente y le seguí el juego. -¿Qué más ves en mis ojos? 47 -Que tienes muchos miedos; no confías en la fuerza que se te ha dado para ser campeón. Bajé la vista contrariado. -¿Cómo lo sabes? –pregunté -. ¿Eres psicóloga? Sonrió. -Algo así. ¿Sabes, Felipe? -dijo después -. Alguien, a quien quiero mucho, me regaló una cajita con consejos muy valiosos. Te la voy a enseñar. Salió de la oficina y después de un rato regresó trayendo varias cosas: bajo el brazo derecho, una cobija blanca y una almohada; bajo el izquierdo, una pequeña caja de madera y, en la mano, un vaso de leche con galletas. -Déjame ayudarte -le dije. Pusimos la leche sobre la mesa y acomodé la cobija en la alfombra. -Descansa un rato -me sugirió -. Te presto esta caja. Luego me la devuelves. Cuando tengas tiempo lee las tarjetas que contiene. Me tomé la leche de un trago y devoré las galletas. Bostecé. Puse la almohada en la alfombra, me tapé con la cobija y abracé la cajita de madera. Me dormí casi de inmediato. Entre sueños sentí que la caja brillaba. Desperté como a las nueve de la mañana. Doblé la cobija, tomé el pequeño cofre de madera y salí. La reja estaba abierta. El conserje barría la calle. -Buenos días –dije -. Le da las gracias a su sobrina de mi parte. El lunes le traigo su caja. 50 Lavar los platos = $ 30.00 Aspirar la casa = $ 20.00 Recoger la basura = $ 20.00 Ir al mercado por comida = $ 30.00 Total del trabajo = $100. 00 Y agregué una nota al final: Mamá: Te ayudaré, pero espero que tú también me ayudes. Es justo que me pagues. Voy a hacer todos tus encargos. No olvides que me debes $100. 00 Mamá pareció hallar lo que buscaba. Se dirigió a la puerta. Antes de que saliera, le di la nota y corrí a encerrarme. Estaba nervioso. Cuando calculé que ya se había ido, salí de mi habitación. Para mi sorpresa, la encontré todavía sentada en una silla de la cocina. Estaba agachada con la nota frente a ella. Me acerqué despacio por su espalda. Pensé: “Si ha analizado las palabras que le escribí, con seguridad ha reconocido que tengo razón”. Pero al llegar a su lado vi que lloraba. -¿Qué... qué te pasa, mamá? -pregunté. Ella se limpió la cara de inmediato. Luego me observó con una mirada muy fija. Sacó un billete de $ 100.00 y me lo dio. Lo tomé confundido. Después pregunté. -Si estás... dispuesta... a... pagarme, ¿por qué lo haces tan de mala gana? Tardó mucho en contestar. Al hacerlo, su voz sonó débil: 51 -Felipe, necesito que sepas algo: Cuando tú ibas a nacer, los médicos detectaron que mi vida corría peligro. Me dijeron que la única forma de salvarme era sacrificando al bebé. Les dije que nunca haría eso. Firmé un documento en el que aceptaba los riesgos. Estuve muy grave. No te imaginas cuánto. Al final, ocurrió un milagro: Nos salvamos los dos. Controló su congoja, respiró hondo y prosiguió. -Hijo, me he pasado en vela muchas noches junto a tu cama cada vez que estás enfermo; es verdad, cometo errores, pero todo lo que hago es por tu bienestar y el de tu hermano. Los amo con toda mi alma; daría cualquier cosa por verlos felices, mi vida misma si fuera necesario y, ¿sabes? No cobraría ni un centavo a cambio. Sentí que unas pinzas de arrepentimiento me apretaban el corazón. Entonces me di cuenta de cuan vil y grotesca había sido mi carta. Recordé las palabras de mi maestro Miguel: Hay personas muy interesadas que sólo hacen las cosas cuando les dan dinero o premios. Son seres vulgares. Los grandes hombres trabajan, estudian y ayudan a otros sin esperar una recompensa. Se convierten en personas amadas y necesitadas por los demás. A los generosos, la vida siempre les paga su entrega con felicidad y fortuna. Niños: ustedes pueden tener muchos defectos pero, por favor, nunca sean interesados. ¿Cómo había olvidado esas palabras? -Mamá perdóname... -le dije -. Arreglaré la casa para ti. Toma el dinero. Rompe la nota. Fue una tontería. La abracé con mucha fuerza. 52 Ella me contestó: -Sé que escribiste eso porque te sientes solo... últimamente te he descuidado. He sido fría y distante. Ni siquiera he venido a verte. No sé si has comido. No sé nada de ti. Tengo dos hijos y, aunque ambos merecen mi atención, en estos días sólo he pensado en uno... -lloró de forma inconsolable, como si se estuviese desahogando de una gran presión interior--. Perdóname tú a mí, Felipe... pero... debes saberlo: Tu hermano se está muriendo. Me quedé paralizado. ¿Po... por el golpe en la cabeza? -No. El accidente de la azotea no tuvo ninguna consecuencia... De hecho fue algo bueno, porque gracias a eso le hicieron muchos exámenes y al fin descubrieron porqué, desde hace meses, sufre dolores en todo el cuerpo y le sube la temperatura por las noches... El llanto la dominó otra vez. -Tranquilízate, mamí. Se limpió las lágrimas y susurró: -A tu hermano lo ha invadido una enfermedad muy grave Todavía tenemos posibilidades de atacarla.... La voz me tembló al preguntar: -¿Tiene... cáncer? Mi madre no contestó de inmediato. Antes, se limpió el rostro y trató de mostrarse fuerte. -Sí -dijo al fin -. En la sangre. Los médicos decidieron iniciar un tratamiento de quimioterapia. Son medicamentos muy fuertes, como bombas que se meten a su cuerpo. Le cayeron mal. Riky está cada vez peor. 55 Se necesita mucho dinero para vivir bien hoy en día. Hay demasiadas exigencias en las familias. Los padres deben trabajar en exceso para suplir todas las necesidades del hogar. Si tu papá trabaja mucho, no lo juzgues ni lo trates mal. Ámalo. Compréndelo. Cuando llegue de mal humor, sé atento y cariñoso con él; déjalo descansar, pues no sabes todo lo que le ha pasado durante el día. Por otro lado, las mamás deben atender la casa, la limpieza, la comida, la ropa de toda la familia, la tarea de los hijos, la salud, las clases extra, trabajar para ayudar a papá, ser amiga, consejera y esposa. La labor de una madre es, con frecuencia, heroica. Muchas mujeres la hacen sin protestar, pero se les rompe el corazón cuando sus hijos son groseros con ellas y no las valoran. Ten cuidado. Nunca te acerques a tus papás sólo cuando te hace falta dinero o quieres pedir algún permiso. Los padres se dan cuenta de la hipocresía. Busca a tus papás con ternura. No les exijas. Demuéstrales tu amor. Ellos también, con frecuencia, se sienten solos, tienen miedo, preocupaciones y, a veces, igual que tú, dejan escapar una lágrima de tristeza por las noches. Jamás seas el tipo de hijo que causa problemas. Al contrarío. Sé quien ayuda y resuelve conflictos. Si tu mamá o tu papá se equivocan, diles que perdonas sus errores. Algún día, tendrás que irte de tu casa. Cuando llegue el momento, hazlo por la puerta de enfrente, con la bendición de tus papás, orgulloso porque durante los años que estuviste a su lado, fuiste un gran hijo, un extraordinario elemento de unión y comprensión. Mis padres llegaron acompañados de un médico. Guardé la tarjeta en la caja. -Ven Felipe, pasa. Entramos a la habitación. Ríky estaba ahí, acostado. Una manguera le salía del pecho. Según me explicaron después, era un catéter que le habían insertado cerca del corazón para introducirle todas las medicinas por la vena principal. -Mira quién vino a verte -le dijo el doctor. 56 Su cara se iluminó con una sonrisa. Quiso levantarse a saludarme, pero el doctor le pidió que permaneciera quieto. Fui hasta él y le toqué la frente con cuidado. Me preguntó: -¿Ya me perdonaste? -¿De qué, hermano? No tengo nada que perdonarte. -Te castigaron por mi culpa. -No, no digas eso. Yo me lo gané. Fui envidioso contigo. Tú, en cambio, eres muy bueno. Subí a la azotea y me di cuenta de lo que estabas haciendo. Tratabas de ayudarme a pintar la casa. ¡Por eso te caíste! Mis padres abrieron mucho los ojos. -¿Por eso te caíste? -preguntó papá asombrado. En ese instante llegó el médico trayendo unos papeles. -Quiero hablar a solas con ustedes. Salieron de la habitación. No soporté la curiosidad y fui tras ellos; el médico esperó que yo me retirara. Creí que papá iba a alejarme, pero, al contrario, me atrajo hacia él y le dijo al doctor: -Felipe es un muchacho maduro y somos una familia muy unida. Puede hablar con confianza. Me sentí orgulloso y feliz. El doctor comenzó a explicar. -Riky, necesita un transplante urgente de médula ósea. -¿Qué es eso? -pregunté. -Los huesos, en su interior, tienen una sustancia que “fabrica” la sangre. Se llama médula ósea. Es ahí donde radica el problema de Riky. La médula de sus huesos produce células cancerosas. El tratamiento indicado es destruir toda su médula, mediante quimioterapia, y transplantarle la médula de un donante sano. El 57 problema es que tenemos poco tiempo y debemos encontrar a alguien compatible. -¿Y eso es difícil? -preguntó papá. -Mucho. Buscando en las bases de datos de todos los hospitales del mundo y haciendo exámenes a cada persona cercana, podemos tardar meses o años en hallar la médula indicada. Puede estar en cualquier lugar del planeta. Mi mamá parecía muy asustada. -¿Qué pasa si no la encontramos rápido? -Riky tiene un tipo de leucemia muy agresiva. Si no encontramos donador, morirá en pocos meses. Hable con todos sus conocidos para que acudan al laboratorio. Debemos hacer análisis de sangre a familiares y amigos... La mayor cantidad de gente posible. -¿Pueden comenzar con nosotros? -pregunté. -Por supuesto --dijo el médico. Caminamos por el pasillo. De pronto me detuve al ver a un hombre que se acercaba. ¿El padrastro de Lobelo? ¿Qué hacía en el hospital? Papá lo saludó de mano, le dijo que necesitábamos buscar un donante de médula ósea y le pidió que nos acompañara al laboratorio. Le hice una seña a mi padre. De inmediato comentó: -El señor Izquierdo me pidió trabajo. Se lo di y ahora va a ayudarnos como chofer durante un tiempo. -Pe... pe... –tartamudeé -, pero... Lobelo. -Tranquilízate muchacho -dijo el hombre -. Ya castigué a mi hijastro por la broma que te jugó. Inclusive vendí su motocicleta. Si vuelve a portarse mal contigo, le daré una paliza. 60 Posees las armas y el poder para enfrentar el presente. Que no te atormente el futuro, pues en este momento, el futuro no existe; sólo existe este momento. Cuando llegue el futuro, ya no será futuro, será un nuevo momento presente y lo enfrentarás sin problemas. Sé alegre. Procura estar contento. Nada hay más desagradable que una persona triste. No te atormentes con ideas dudosas sobre el mañana. Jamás sufras por pensamientos como: ¿y si me va mal?, ¿y si se muere un familiar?, ¿y si caigo enfermo?, ¿y si me quedo inválido? Recuerda que tu Padre Celestial controla el universo y para quienes lo aman, nada de lo que ocurre es dañino. Haz siempre lo mejor que puedas, y al final, Él siempre te bendecirá. Mamá terminó de leer la nota. -Voy a ir al hospital -me dijo después -, ¿quieres acompañarme? -No. Prefiero quedarme aquí. Me portaré bien. -De acuerdo, Felipe. Confío en ti. Cuando se fue, limpié las brochas y me dediqué a pintar la casa. Mientras lo hacía, me prometí que, cuando Riky estuviera de vuelta, me convertiría en su mejor amigo. También pensé mucho en Ivi. El recuerdo de su bondad y de su belleza me llenaba el corazón. A mis doce años, jamás había tenido novia, pero solía enamorarme de chicas mayores que yo. -¡No! -me dije -, no estoy enamorado. Sólo es una buena amiga. Casi terminé de pintar la fachada. Después de varias horas, limpié todo y salí de la casa rumbo a la escuela. Necesitaba hablar 61 con Ivi: Saber quién le había dado esa caja, y platicarle sobre la horrible visión que tuve cuando miré la sangre del señor Izquierdo. Tomé la cajita de madera, la metí en una bolsa de plástico y la llevé conmigo. Después de caminar media hora, llegué a la escuela. Toqué el timbre y salió el conserje. -¿Qué se te ofrece? -me preguntó. -Vengo a hablar con su sobrina, ¿la puede llamar? El hombre me miró con desconfianza. Pareció no entender. -¿A quién quieres ver? -A su sobrina –repetí -. La conocí hace poco. Me prestó algo -levanté la bolsa -, y vengo a devolvérselo. -¿Estás seguro? Me hizo dudar. -¿Usted tiene una sobrina muy bella, como de dieciséis años, ¿verdad? -Sí -contestó. -¡Pues yo hablé con ella la otra noche! Somos amigos. -Qué extraño... Mi sobrina casi nunca sale de su cuarto -Me llamo Felipe Cepeda. Dígaselo, por favor. -Déjame preguntarle si quiere verte. Me pasé una mano por el cabello para acomodármelo. Al poco rato, apareció el conserje acompañado de su sobrina. Un escalofrío me estremeció al mirarla. Era una chica jorobadita, de aspecto enfermizo y descuidado. -¿E... ella... es? -Si. 62 -Señor... ¡Yo busco a otra muchacha! -Pues Rafaelita es la única joven que vive aquí... -¡No puede ser! El viernes me quedé en la escuela toda la noche. En la madrugada conocí a una joven... Iba a decir: “muy limpia, con mejillas rosadas, pelo brillante y mirada dulce”, pero me detuve. -El viernes en la noche -dijo el hombre con seriedad -, no había nadie aquí. Mi familia y yo dormimos en otro lado. -¡Señor! ¡Yo lo vi a usted en la mañana barriendo la calle! ¿Se acuerda? Cuando salí, le dije que le diera las gracias a su sobrina de mi parte. Dio un paso al frente como para reconocerme. -¡Conque fuiste tú quien me dio ese tremendo susto Claro, lo recuerdo. Saliste corriendo. Fui a investigar y encontré la oficina abierta. ¿Cómo la abriste? Yo mismo la cerré con llave antes de irme. Las manos comenzaron a temblarme... -E... e... estoy di... diciendo la... la verdad –tartamudeé -. Dormí adentro de la escuela el viernes. Ivi me abrió la oficina -me detuve -. ¿Ustedes conocen a una chica llamada Ivi? Negaron con la cabeza. -Jamás hemos oído hablar de ninguna persona llamada así. -¡Pero yo la vi! ¡Estuve con ella! Me abrazó. Me consoló. Me dio un vaso de leche, una almohada y una cobija. -Muchacho, ¿te sientes bien? En la oficina no había vasos ni cobijas. Cerré los ojos, aturdido. 65 13. Un campeón se define pronto ¡Hey! –grité -, ¿qué hacen allí? Los hombres escucharon mi advertencia. Miraron hacia todos lados. Volví a gritar: -¿Qué quieren en mi casa? ¡Bájense de esa barda! Un sujeto salió del coche que estaba estacionado adelante y caminó hacia donde yo me encontraba. Traía en la mano un enorme palo, como bat de béisbol. Dudé. Si me quedaba quieto, llegarla hasta mí y me golpearía. Quise amenazarlo: -¡Voy a llamar a la policía! El tipo levantó el bat como para mostrarme, desde lejos, que estaba dispuesto a volarme la cabeza de un batazo. No pude verle bien las facciones; tampoco lo intenté. Salí corriendo como liebre. Sin descansar ni un segundo y sin mirar atrás, fui hacia la caseta de vigilancia de la colonia. Encontré a un oficial. -Cuatro hombres quieren meterse a mi casa -le dije -. Mis papás no están. Acompáñeme, no quiero ir solo. El policía llamó a su comandante por radio y, a los pocos minutos, llegó una patrulla. Me invitaron a subir. Encendieron la sirena y fuimos a mi casa. Los autos sospechosos se habían ido. Todo parcela tranquilo. -Quédate aquí -me dijeron -. Vamos a entrar nosotros para inspeccionar. 66 Les di las llaves de la puerta. Bajaron. Sentí calor en mis manos. Me di cuenta que estaba apretando con mucha fuerza la caja de madera dentro la bolsa. Me fascinaba la idea de que, aunque Ivi no existiera, yo tenía esa extraña caja que si existía. Arriba de mi cabeza había una pequeña lámpara interior de la patrulla. La encendí. Los policías se estaban tardando mucho. Saqué la primera tarjeta y leí: Ha llegado la hora de definirte. Todos los campeones se definen cuando son niños. ¿Qué es definirse? Es imaginarse el tipo de persona que serás dentro de diez o quince años. Hazlo ahora: En tu mente visualiza una película del futuro. Estás ahí; eres el protagonista. Deja que la imaginación te defina con exactitud: ¿Cómo estás vestido?, ¿cómo es tu casa, tu coche, tu pareja, tu familia?, ¿eres profesionista?, ¿de qué carrera?, ¿tienes dinero?, ¿cuánto?, ¿eres famoso?, ¿por qué motivo?, ¿eres artista?, ¿cantante?, ¿poeta?, ¿pintor?, ¿político?, ¿orador?, ¿deportista?, ¿de qué tipo? Imagina esa película y ¡defínete ahora lo mejor que puedas! Debes trazar un plan de vida cuanto antes. Los campeones hacen eso desde su niñez: Si eligen ser escritores, comienzan a redactar un diario, cuentos, versos, ¡lo que sea!, pero escriben algo todos los días. Si deciden ser pianistas, practican, componen sus primeras piezas, se hacen amigos del piano, estudian con ahínco y cada semana tocan nuevas melodías. Si deciden ser karatekas, van al gimnasio y practican catas hora tras hora. Así funciona la vida. Mientras más pronto te definas y comiences a perseguir tus anhelos, más pronto los alcanzarás. 67 Los policías salieron. Guardé la tarjeta. -Todo está en orden -me dijeron -. Puedes entrar con confianza. No le abras la puerta a nadie. Te dejamos estos datos. Por favor, dile a tus padres, cuando lleguen, que llamen por teléfono a la comandancia. -Sí, oficial –contesté -. Muchas gracias. Me bajé de la patrulla y entré a mi casa. Cerré bien. Encendí todas las luces. Luego me senté en una silla del comedor, puse la caja de madera frente a mí y volví a abrirla. Saqué otra tarjeta: En el mundo hay mucha gente dominada por la mediocridad. Los mediocres son personas que nunca sobresalen en nada, no intentan nada y no saben lo que quieren... Dejaron pasar su niñez y su juventud sin definirse. ¡Tú tienes sangre de campeón! Libérate de la mediocridad. ¡Defínete ahora! No puedes pasar por la vida sin dejar huella. Sueña grandes logros e imagina cómo los alcanzarás, pero ¡comienza hoy mismo!, no dejes pasar más tiempo. ¡Vamos!: ¿Elegiste ser un cantante famoso? Inscríbete en clases de canto y participa en todos los eventos musicales. ¿Quieres ser un nadador olímpico? Entrena diario y concursa en cada competencia de natación. Tal vez haya personas que se rían de ti o te hagan burla: ¡Ignóralas! Tú eres un campeón. Abre las puertas del éxito. Los campeones aguantan la burla de los mediocres y continúan luchando por sus metas. Por eso, algún día las alcanzan. Dejé de leer. Fui a mi cuarto por pluma y papel. 70 14. Un campeón observa y analiza Me acerqué a pasos lentos. Aparté despacio las plantas y miré al interior del escondite. La caja brillaba. Como pequeño sol, emitía una luz suave de color amarillo que se convertía en azul. Mi corazón latía a toda velocidad. Contemplé la caja un largo rato. El brillo se fue apagando poco a poco. Escuché ruidos. Luego la voz de mi padre: -¿Felipe? ¿Estabas jugando con pólvora? -No, papá, ¿Por qué? -Me pareció ver una luz. El resplandor había desaparecido. Pregunté: -¿Cómo está mi hermano? Agachó la cabeza preocupado. -Mal –contestó -. Sufre fuertes dolores. Parece que ninguno de nosotros tiene una médula ósea compatible con la suya. Seguimos buscando... Durante un largo rato, la tristeza nos invadió. Caminamos. Después, papá comentó: -Mañana es tu primer día de clases. Voy a irme muy temprano al hospital. Vendrá a recogerte el señor Izquierdo para llevarte a la escuela. -El señor Iz... -no terminé la frase; protesté -. ¡Es malo! Me da miedo... 71 -¡Hijo, no juzgues a la gente sin antes conocerla! Permanecí callado. Fuimos a la cocina. Papá preparó algo de cenar. Mientras lo hacía, pregunté: -¿Por qué contrataste a ese hombre? -El viernes en la tarde -me explicó -, cuando regresé a revisar los papeles de vacunación del perro, el señor Izquierdo se portó muy amable; me confesó que no tenía trabajo. Me dijo que la madre de Lobelo se fue con todo el dinero y lo dejó a cargo del rebelde muchacho y en la ruina. -¿Eso te dio lástima? -No le ofrecí empleo por lástima. Mientras Riky esté en el hospital, tu madre necesitará alguien que haga las compras. También pensé que Lobelo dejará de molestarte si su padrastro trabaja para nosotros. -Papá, ¡te estás contradiciendo! Tú me dijiste: “Hay fiestas a las que no debes ir, compañeros que no deben ser tus amigos; no trates de caerle bien a los malvados; aléjate de ellos.” ¿Ya no te acuerdas? ¡Tú me lo dijiste! Se quedó quieto y me miró fijamente. -Felipe ¿por qué tienes tanta desconfianza del señor Izquierdo? Guardé silencio. Yo conocía a pocos “campeones”. Pero, sin duda, mi padre era uno. Si no le tenía confianza a él, ¿entonces a quién? -Papá -le expliqué -. Desde hace algún tiempo presiento cosas... Cuando observo sangre, tengo visiones raras, como si pudiera conocer el alma de las personas. He tenido como pesadillas, pero despierto. He visto monstruos peleando con soldados. Los vi en la sangre de Riky y los vi en mi propia sangre. 72 El otro día, junto al señor Izquierdo, también me ocurrió lo mismo, pero con él fue peor. Sentí algo muy feo. De verdad. Mi padre se rascó la barba pensativo. -No estoy mintiendo. -Te creo -contestó de inmediato. -¿De veras? -Sí. De niño también me pasaban cosas extrañas... No veía nada en la sangre, pero podía descubrir las intenciones de una persona. Como si pudiera sentir vibraciones... -¿Vibraciones? ¿Qué es eso? -Son señales invisibles que salen de la gente. Alguien triste, emite ondas de tristeza, alguien feliz, irradia alegría. El malvado emana vibraciones de maldad. Los niños pueden percibir eso mejor que los adultos. Voy a contarte una anécdota: Cuando tenía diez años, mi padre me llevó a una tienda de ropa. El empleado entró conmigo al vestidor y aunque yo sentí sus ondas perversas, no dije nada. Al probarme la ropa nueva, el hombre aprovechó para meter su mano a mi calzón y tocarme las partes íntimas. Tuve asco y miedo, pero no valor para gritar o pedir ayuda. Al salir, quise acusar al empleado. En cuanto comencé a explicar, mi padre me interrumpió: “Eres un niño con demasiada imaginación, ¿cuándo dejarás de inventar cosas?” Sentí mucha ira y tristeza. Por eso hoy, Felipe, deseo creer todo lo que tú me dices. El ejemplo de mi padre me impresionó. Quise saber más. -Ese señor de la tienda, ¿por qué te hizo eso? -Mira -me explicó -. Existen muchas personas mayores que esconden problemas mentales muy graves: Buscan la forma de estar a solas con los niños para hacerles daño. A veces, el niño no sospecha nada porque el adulto malo puede ser un familiar o 75 15. Un campeón tiene integridad El padrastro de Lobelo escuchó la grosería y no dijo nada. Volví a encogerme, atemorizado. De inmediato sentí las vibraciones: El ambiente dentro del coche se notaba pesado, como si las dos personas que iban en los asientos de adelante me odiaran. De repente, Lobelo abrió la guantera y sacó una pistola real. Comenzó a jugar con ella; se volvió hacia mí, y me apuntó a la cabeza. Me quedé frío al sentir el cañón en mí frente. Lobelo soltó una risotada. -No está cargada -dijo abriendo la otra mano y enseñándome las balas sin dejar de reír -. ¡Cálmate, “Malapata”! No te vayas a orinar en el carro. El señor Izquierdo también rió. Papá me había dicho: “No te arriesgues. Si notaste algo malo en ese señor y en su hijastro, aléjate de ellos.” Siempre que desobedecía a mis padres, me iba mal. Eso era definitivo. Miré alrededor. Sentí un temblor de miedo. El carro en el que íbamos era negro y viejo ¡igual al de los ladrones que intentaron brincarse la barda de mi casa la noche anterior! Comencé a respirar con rapidez. Al agachar la vista, vi que mis pies estaban pisando algo duro y largo... Lo observé bien... ¡Era un bat de béisbol! 76 “Tranquilo”, me dije, “pronto saldrás de aquí” Al fin llegamos a la escuela. Abrí la puerta del carro y escapé sin despedirme. Pasé la mañana nervioso. Aunque Lobelo no estaba en mi salón, de todas formas me costó trabajo concentrarme en las clases. Como era el primer día, no llevaba libros, pero si la caja de IVI que ocupaba casi todo el espacio de mi mochila. A medio día, el profesor titular hizo un sorteo para elegir al que sería el próximo jefe de grupo. Para mi sorpresa, fui seleccionado. A partir de ese momento, tendría la responsabilidad de guardar conmigo la lista de asistencia, ayudar a profesor a recoger exámenes y a calificar trabajos. También reportaría a los indisciplinados y distribuiría los premios que se dieran al grupo. El nombramiento me llenó de orgullo, pero pasó algo curioso a mi alrededor: se me acercaron varios compañeros que antes ni siquiera me hablaban; aunque no eran mis amigos, se portaban como si lo fueran. Recordé: “Casi todas las personas dicen mentirillas y tratan de convencer a los demás de lo que les conviene.” Algunos muchachos se atrevieron incluso a decirme en secreto frases muy extrañas: “Ahora no tendrás que estudiar demasiado, porque podrás arreglar las calificaciones cuando el maestro te preste sus listas.” Otro me dijo: “Déjame ayudarte en tu trabajo de jefe. Juntos podemos repartir los premios y quedamos con los mejores.” Y otro más me advirtió: “No te olvides que soy tu cuate. Cuando tenga faltas o reportes, espero que me protejas.” Aturdido por tanta presión, me aparté de mis compañeros y saqué la caja de Ivi. Tomé una de sus tarjetas y la leí. Hay dos formas de obtener premios: La primera, con engaños y mentiras. La segunda, con trabajo y rectitud. Por desgracia, en la primera se alcanzan más: El 77 mundo está lleno de personas que presumen recompensas no merecidas, títulos robados, dinero, ilegal. Todos quieren parecer campeones, pero muy pocos están dispuestos a serlo de verdad. El camino de la rectitud es lento. No te desesperes. Si eres honesto, ganarás pocas veces, porque competirás contra demasiados tramposos, pero no te obsesiones con tener todos los premios. Esmérate siempre y colecciona alegrías por hacer lo correcto. Tú eres un niño distinto. Jamás entres al juego del engaño. Los tramposos tratarán de convencerte para que te vuelvas tramposo también, pero tu naturaleza es hacer el bien. Un campeón no vale por sus diplomas, vale por su honradez. Recuerda que la verdadera medalla de honor no es de metal; no se puede tocar, porque se lleva en el corazón. Tú tienes una. Jamás la cambies por dinero o galardones. Si estudiaste poco, reconócelo, pero no copies en el examen. Si te faltó trabajar en casa, admítelo, pero no le pidas a un compañero que mienta y diga que trabajaste con él. Si tu entrenamiento fue deficiente, acepta cuando pierdas en la competencia: no te enfades, no trates de hacer trampa. Cuando actúas con honradez, siempre conservas tu medalla de honor. La gente no la ve, pero tú la puedes sentir. Ahí está. Dentro de ti. Te sientes orgulloso de ella porque te permite mirar de frente, como un verdadero campeón. Guardé la tarjeta. Estaba sorprendido. Si la aparición de IVI y la existencia de esa caja no eran un milagro, sí lo era el hecho de que, cada vez que sacaba una tarjeta, recibía la respuesta indicada. En mi mente se repetía constantemente una frase: “la verdadera medalla de honor no es de metal; no se puede tocar, porque se lleva en el corazón.” Fui decidido a ver al profesor titular a su oficina. -Maestro, Miguel, ¿puedo hablar con usted? -Adelante, Felipe. -Vengo a renunciar al cargo de jefe en mi grupo. -¿Por qué? 80 16. Un campeón está unido a su familia El auto del señor Izquierdo pasó muy despacio junto a mí. Por fortuna, sus ocupantes no me descubrieron, ni vieron la caja de Ivi. Se alejaron y dieron vuelta en la esquina. Permanecí varios minutos escondido, luego bajé del árbol y recuperé la caja. La avenida estaba solitaria. Caminé. Llegué a la esquina pero, al dar la vuelta por la calle angosta, encontré algo terrible: Una anciana gritaba y lloraba, abrazando a su esposo que se hallaba en el suelo. -¡Ayúdenme! –decía -. ¡Nos asaltaron! Eran dos tipos en un coche negro. A mi marido le ha dado un ataque al corazón. ¡Alguien que llame a la ambulancia! El viejito estaba tirado de espaldas. Corrí de regreso a la avenida principal e hice señales a los coches que pasaban para que se detuvieran. Al fin, una mujer se orilló. -Venga, por favor -le dije -. Hay una emergencia en esa calle. La mujer llamó por su teléfono celular y al poco tiempo llegó una patrulla. ¡La misma que me había llevado a mi casa la tarde anterior, conducida por el comandante que me dejó su tarjeta! La ambulancia arribó poco después. Vi cómo los paramédicos atendían al hombre infartado y escuché la versión de la anciana que dijo llorando: -Íbamos caminando por la acera, cuando un automóvil se detuvo a nuestro lado. Quisimos acelerar el paso, pero mi esposo y yo estamos viejos; no podemos correr. Un hombre se bajó del coche y vino hacia nosotros. Nos apuntó con un pistola. Le dimos el bolso y la cartera. El tipo, entonces, acercó el arma a la cabeza de 81 mi marido y disparó. La pisto la no tenía balas, pero oímos el ruido del gatillo. Fue un susto terrible. A mi esposo comenzó a dolerle el pecho de inmediato. El ladrón se subió a su carro con nuestras cosas. ¡Iba riéndose! -¿Había más personas en el auto? -Si. Una -y agregó después -: creo... El policía volteó alrededor y se dirigió a los que estábamos cerca. -¿Quién de ustedes sabe algo que pueda ayudamos? Las manos me sudaban por el nerviosismo. -¡Yo! -dije con voz fuerte. Todos voltearon a verme. El policía me reconoció. -¡Felipe! ¿Sabes qué ocurrió? -Sí. Venía caminando detrás. Vi el coche que dio la vuelta en esa esquina. Sé quiénes asaltaron a los señores y cómo localizarlos. -¿Estás seguro? -¡Absolutamente! Esa tarde, di todos los datos a la policía. -Debes quedarte en tu casa -me advirtieron -. Vamos a detener a las personas que señalaste como responsables del robo y luego vendremos por ti para que nos acompañes a identificarlas. La anciana y tú tienen que declarar. Me encerré en mi cuarto lleno de temor. 82 Pensé en salir al patio para guardar la caja de Ivi en mi escondite. Antes de hacerlo, saqué una tarjeta y leí. Un campeón no se separa de sus padres o hermanos al atravesar por momentos difíciles. Al contrario, confía en ellos y busca la unión. Si tomas un lápiz de madera y lo flexionas, podrás romperlo con facilidad. Si tomas dos lápices juntos y los doblas, te costará más trabajo quebrarlos, pero si tomas varios y tuerces el manojo, nunca podrás partirlo. Es una ley natural: cuando las familias se desunen, cualquier ataque exterior hace destrozos, pero si están enlazadas, nada puede dañarlas. Tú debes provocar la unión que dará fortaleza a todos. ¿Cómo? Tenle confianza a tus padres y hermanos. Compárteles tus preocupaciones y convive mucho con ellos. No permitas que cada uno ande por su lado o que un miembro de tu casa atraviese solo los momentos de tormenta. Las familias existen para que los integrantes se apoyen en amor; pero los necios, destruyen sus hogares y prefieren ir por la vida en soledad, corrompiéndose, llorando y lamentándose. No cometas ese error. Grábalo en tu memoria: Un campeón siempre está unido a su familia. Quise experimentar lo que habla leído. Tomé un lápiz con las dos manos y lo rompí. Luego tomé muchos y traté de partirlos. No pude. Era verdad. Salí al jardín y guardé la caja de Ivi en el rincón detrás de las plantas. Al poco rato llegaron mis padres. Les platiqué todo lo que ocurrió en el día. Se mostraron preocupados, pero agradecieron mi confianza y me abrazaron. -Tranquilízate -dijo papá -. Estamos contigo. No te pasará nada. Cuando los guardias tocaron a la puerta para llevarme a declarar, papá y mamá se opusieron: 85 17. Un campeón suele ser deportista Al día siguiente, en la escuela, hubo un evento importante: Reunieron en el patio principal a todos los alumnos de quinto año en adelante. Nos visitaba un famoso deportista que había ganado varias medallas olímpicas. El director de la escuela trataba de presentarlo, pero nadie parecía muy atento a sus palabras. Los compañeros jugaban y hablaban. -¡Ya basta! -dijo el director levantando la voz en el micrófono -. Este atleta se ha ofrecido a trabajar con nosotros, por las tardes, dirigiendo un programa deportivo profesional. ¡Pongan atención! ¡Aprovechen esta oportunidad! Mis compañeros guardaron silencio al escuchar el tono enojado de nuestro director. El invitado tomó el micrófono y dijo: -Les voy a contar algo: Hace poco hubo una carrera de ciclismo para niños. Las tribunas estaban llenas. Me avisaron que uno de mis pequeños se había escondido. Fui a buscarlo. En efecto, estaba en el baño. “¿Qué te pasa?”, le pregunté y él me contestó: “Entrenador. ¡Tengo mucho miedo! No me gusta el ciclismo. Los nervios me paralizan durante las competencias. » Lo abracé por la espalda y me puse en cuclillas para verlo a la cara. Entonces le expliqué: “El reto que tienes ahora, no es competir en ciclismo, sino forjar tu carácter, ¿entiendes?, hay personas cuya voluntad es tan débil, que ante cualquier presión, se esconden, lloran, fuman, o toman pastillas tranquilizantes; pero, en cambio, hay otras que levantan la cara, abren la puerta y enfrentan los desafíos; esos son los triunfadores. Sal de este escondite y haz tu mejor esfuerzo; aunque no ganes la carrera, fortalecerás tu carácter; es lo único que me interesa.” 86 » El niño comprendió y, temblando de miedo, salió a la pista. Se subió a su bicicleta y en cuanto dieron la señal, pedaleó con todas sus fuerzas. Para nuestra sorpresa, ganó el hit. Lo levantamos en hombros, le aplaudimos y lo felicitamos. Estaba sonrojado por el esfuerzo, pero tenía una sonrisa enorme. Ese muchacho será un gran hombre, pues ha comprendido que lo importante de un concurso, de un examen, de una tarea, de una presentación pública, no es ganar la medalla o el reconocimiento ajeno, sino aprender, madurar, fortalecer el carácter. » Ustedes ¿no se sienten inseguros a veces? ¿No les pasa, con frecuencia, que el temor los domina?, ¿que se quedan callados cuando quieren hablar y les falta valor para sobresalir? Si es así, jóvenes, es porque no son deportistas. ¡Entiéndanlo! Muchos de los grandes lideres, de las personas más ricas del mundo, de las más emprendedoras e importantes en la sociedad, llegaron alto porque practicaron algún deporte de competencia en su juventud. Y no me refiero a jugar un partidito de fútbol de vez en cuando, andar en bicicleta con los amigos o nadar cuando están de vacaciones; me refiero a un deporte formal que exige disciplina de alimentación, de sueño y de entrenamiento diario, un deporte en el que se compite todos los fines de semana, en el que se coleccionan trofeos y derrotas, en el que se apuesta la vida por ser mejor cada día. El deporte nos enseña a ser perseverantes y a actuar con eficiencia bajo presión. ¡No se inscriban en las actividades que tendremos para ganar medallas, sino para ser mejores personas! Se había hecho un silencio absoluto. Todos escuchábamos al invitado con atención. -Ahora -preguntó el director -, ¿quién de ustedes desea inscribirse al nuevo programa deportivo? Casi todos mis compañeros levantaron la mano. Yo también lo hice. Repartieron unas fichas en las que debíamos anotar nuestro nombre y el deporte que elegíamos. 87 Llené mis datos con rapidez y busqué la urna para depositar mi solicitud. Iba caminando, cuando alguien me dio un golpe en la nuca con la mano abierta. -“Malapata”, ¿quieres fortalecer tu carácter? ¡Buena falta te hace! -¿Por qué me pegas? -respondí enfrentándome al grandulón -. ¡Ya déjame en paz! Lobelo me empujó y el granoso que siempre venía con él puso una pierna detrás de mi. Caí de sentón. Solté mi solicitud deportiva. Me puse de pie y arremetí hacia Lobelo, lleno de ira, pero me recibió con un gancho al hígado. El golpe me dejó doblado, sin aliento. -Mira esto, marica -me restregó en la cara un reloj de pulsera antiguo y se acercó a mi oído para decir en secreto-, ¿qué te parece?, ¿eh? Era del anciano al que le dio un paro cardiaco. También tengo su anillo y su cartera de piel. Me levanté asustado sin poder respirar bien. ¿Lobelo y su padrastro asaltaron a los ancianos? ¿Y por qué la viejita no los reconoció? Una edecán pasó junto a nosotros cargando la urna en la que debíamos depositar nuestra solicitud. Busqué la mía. El amigo de Lobelo la tenia. -Dámela. Me la arrojó a la cara. Los tiranos soltaron a reír y se alejaron. Una lágrima de rabia se escapó de mis ojos. La limpié de inmediato con el brazo. Tomé la ficha que había llenado, la doblé en cuatro partes sin mirarla, y la entregué. Luego me fui a mi salón. A las dos horas me mandaron llamar de la rectoría. El director y el maestro del programa deportivo estaban furiosos, esperándome en la oficina. 90 18. Un campeón sabe pedir ayuda a tiempo -Hola -me dijo. -¡Ivi! Caminé hacia ella, pero no la toqué. Sentí como si estuviera rodeada de un fuerte campo de energía magnética. -Te he buscado por todos lados -le dije -. ¿Dónde has estado? El conserje no te conoce. ¡Nadie te ha visto nunca! ¿Por qué vienes otra vez? -Siéntate, Felipe. Necesitamos hablar. Obedecí. Me limpié las lágrimas y la observé con cuidado. Era, en verdad, una joven hermosa. Tenía el cabello ligeramente húmedo y la piel sonrosada, como si acabara de salir de la ducha. No era un sueño. ¡Ella estaba allí! ¡Frente a mí! Una fuerte emoción me invadió. Le pregunté: -¿Vas a aparecer cada vez que esté en problemas? Sonrió antes de decirme: -Siempre habrá seres como yo cerca de ti, aunque no los veas. Mi corazón comenzó a latir a toda velocidad. -¿Seres... co... como tú? Asintió. Tenía la hermosa cara de una joven princesa salida de los cuentos de hadas. -Mi trabajo –continuó -, es organizar y dirigir a los custodios de los niños, pero cada determinado número de años se me permite manifestarme a un pequeño. 91 Guardé silencio unos segundos. Luego pregunté: -¿Eres... un... ángel? Tardó en responder, aunque podía escuchar en mi mente sus pensamientos de amor. -Soy un arcángel, Felipe -dijo al fin -. He tenido bajo mi cuidado a algunos chicos que, al crecer, se convirtieron en personas importantes. Volví a sentarme. Me froté la cara con ambas manos. Luego miré de nuevo a mi deslumbrante amiga. -¿Eso significa -le pregunté -, que yo voy a ser una persona importante? -Ya eres una persona importante. -IVI, ¡no lo creo! –protesté -. A mí siempre me va mal. Soy torpe y arrebatado. Todo lo que hago se convierte en un desastre. La mala suerte me persigue. ¡Dentro de unos minutos van a expulsarme de la escuela! Estas enterada ¿verdad? Ivi me observó durante varios segundos sin hablar. Su presencia irradiaba paz, dulzura, ánimo, esperanza... -Felipe, amado, yo sé muchas cosas que ignoras. Tu guerra no es contra gente de carne y hueso sino contra seres espirituales malvados. -¡Mi lucha es contra Lobelo! –protesté -. Y él es de carne y hueso. -Estás en un error. Lobelo no es malo. También tiene sangre de campeón. Cada niño la tiene, pero todos deben luchar para que su esencia esté limpia. Lobelo se ha dejado dominar por influencias malignas y, aunque ha recibido muchos mensajes de que debe cambiar, no ha querido hacerlo. Tú sí... ¡Sigue adelante, porque la guerra no ha terminado! Ahora entiende: Así como hay fuerzas perversas que quieren destruirte, cuentas con un enorme ejército 92 de fuerzas bondadosas que te defienden. No te sientas solo, ni trates de resolver solo todos tus problemas. ¡Pide ayuda! -¡lVI, no te entiendo! ¿A quién le pido ayuda? Se acercó a mí. Agaché la cabeza. No sentí el contacto de su piel, pero sí un calor y una ternura que sosegaron mi alma. -Voy a contarte algo que yo misma vi -dijo después separándose un poco -: Hace tiempo hubo un tornado. La rama de un gran árbol cayó sobre la bicicleta de un niño. El chico era fuerte y tenía mentalidad de triunfador. Su papá le dijo: “te reto a que uses toda tu inteligencia para quitar la rama que está sobre tu bicicleta.” El niño pensó de manera creativa e hizo varios intentos: Tomó la rama por un lado y trató de girarla, pero ésta no se movió ni un centímetro; acercó un tubo y quiso usarlo como palanca, pero también fue inútil; finalmente quiso incendiarla; la rama era fresca y el fuego no prendió. Después de varias horas de trabajo, el niño se dio por vencido. Le dijo a su padre: “no puedo mover la rama, en realidad he fracasado.” El papá insistió preguntando: “¿Ya usaste todos los recursos a tu alcance para moverla?” “Sí,” le dijo el chico. “¿Estás seguro?” El joven volvió a contestar que sí. “¡Pues te equivocas!,” respondió el papá. “No usaste el recurso más importante: ¡Te faltó pedirme ayuda! Nadie puede lograr todo solo en la vida. Los verdaderos campeones hacen su mejor esfuerzo siempre, pero saben pedir ayuda a tiempo y les agrada trabajar en equipo con otros... » El padre acompañó a su hijo y entre los dos quitaron la rama. Ahora entiende Felipe: Cuando seas víctima de una injusticia, en vez de ponerte a llorar, debes hablar con las personas que pueden ayudarte. ¡Nunca te dejes intimidar ni permanezcas tirado! Tú tienes un problema y debes poner un alto ya. No puedes permitir que sigan abusando de ti. Ármate de valor y habla claramente con el director de la escuela, con tu papá y con el nuevo profesor de atletismo. No tengas miedo de contarles lo que ha ocurrido. Quien dice la verdad, recibe una protección especial. 95 19. Un campeón busca el equilibrio ¿De dónde salió ese perfume de flores tan fuerte? -me preguntó el maestro de atletismo. No contesté. -Pasa por favor. Mis papás se encontraban ahí. Parecían preocupados y enfadados. Me invadió una gran vergüenza sólo de pensar que les estaba causando más aflicciones. -Acabo de explicarle a tus padres -dijo el director -, porqué vamos a expulsarte. A partir de mañana, ya no podrás venir aquí. Como está empezando el año escolar, encontrarán algún otro colegio que te reciba. Papá alzó la voz para defenderme. -Sinceramente no creo que Felipe haya escrito esas majaderías en su solicitud deportiva -me miró -, ¿o sí? La frialdad de esos cuatro pares de ojos hubieran hecho pedazos a cualquier niño, pero esta vez no estaba tan nervioso. -Me cuesta trabajo... –balbuceé -, decir con palabras lo que pienso... por eso escribí esto. Saqué el papel de mi bolsillo y lo desdoblé. -¿Puedo leerlo? Hubo un momento de tensión. Papá fue quien me autorizó a continuar: -Adelante. 96 Me coloqué frente al director y comencé a leer. Hay dos compañeros que me han golpeado y a los que les tengo mucho miedo. Uno se llama Lobelo. El otro no sé cómo se llama. Es un gordo que anda siempre con él. Hoy me agarraron entre los dos. Lobelo me enseñó un reloj antiguo. Dijo que era del anciano al que robaron ayer. Tal vez estaba mintiéndome para hacerme sentir miedo. Él se quiere vengar de mí, porque yo lo acusé de que, cuando iba en su carro, me amenazó con una pistola sin balas También siente coraje porque cuando fuimos al club deportivo, yo lo dije al administrador que estábamos espiando a las mujeres desnudas en el baño. El viernes de la semana pasada, me encerraron en el sótano de la escuela y pasé aquí toda la noche. Como mis papás estaban en el hospital, no se dieron cuenta. Hoy, Lobelo me pegó en el estómago. Mientras tanto, su amigo tomó mi hoja de inscripción y la llenó de groserías. Yo no lo hice. Deben creerme. He hecho demasiadas tonterías en mi casa: Mi hermanito se accidentó y a veces pienso que fue por mi culpa. Eso me duele muchísimo. También fui malo con mi mamá y ella me hizo entender cómo debo comportarme. He sido travieso, pero no digo maldiciones y no escribo palabras sucias; ni siquiera las digo. Quiero mucho a mi escuela. Me entusiasma el programa deportivo. Admiro al atleta que vino. Deseo ser como él y fortalecer mi carácter para que, algún día, la gente mala deje de molestarme y me respete. Cuando terminé de leer, nadie habló durante un rato. Después, el director preguntó: -¿Hay algún testigo que haya visto lo que dices? -Tal vez –contesté -. Pero no quiero involucrar a más compañeros. Lobelo se vengaría de ellos. Estoy diciendo la verdad... 97 El hombre se rascó la cabeza y asintió. -Te creo, Felipe. Tu carta es muy convincente. Voy a investigar a esos dos chicos y, cuando tenga pruebas suficientes, será a ellos a quienes expulse de la escuela. Mis padres y yo salimos de la oficina. -Estoy muy orgullosa -me dijo mamá -. Observé algo que nunca había visto en ti, Felipe: Una combinación de humildad y decisión. No trataste de imponer tus ideas con arrogancia, pero tampoco suplicaste ni pediste misericordia. Siempre te mostraste dócil y, a la vez, seguro de ti mismo. Eso se llama equilibrio. Te felicito. Estoy impresionada. -Gracias, mamá –contesté -. últimamente he aprendido muchas cosas. Llegamos a la puerta del colegio. -Antes de que regreses a tu salón de clases -dijo papá -, tenemos que darte una noticia... -se puso en cuclillas frente a mí -. Los médicos hicieron más de cien pruebas con diferentes personas y buscaron en un banco de datos que existe en América y... -¿Qué crees? -lo interrumpió mamá emocionada. -¿Encontraron al donador de médula ósea? -Sí... -¿De veras? -di un brinco de alegría -. ¿Y cuándo llega? ¿En qué país vive? ¿Tendremos que ir por él? -Bueno. Hubo algunas confusiones en los primeros exámenes que se hicieron. Arrojaron resultados contradictorios. Tuvieron que repetirse y recibimos una gran sorpresa... -No lo vas a creer -comentó mi madre sonriente. Una mezcla de alegría y miedo me paralizó.
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