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Análisis Biológico de la Diferencia entre Hombre y Mujer, Transcripciones de Sociología

Este texto ofrece una comparativa detallada entre los cuerpos de hombre y mujer desde una perspectiva biológica. Se abordan aspectos como la estructura esquelética, el tejido conjuntivo, la fuerza muscular, la capacidad respiratoria, la diferencia de la laringe y la voz, el peso específico de la sangre y la inestabilidad del organismo femenino. Además, se discute la importancia de estos datos biológicos en la historia y situación de la mujer.

Tipo: Transcripciones

2018/2019

Subido el 08/12/2019

aldjxndx
aldjxndx 🇪🇸

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¡Descarga Análisis Biológico de la Diferencia entre Hombre y Mujer y más Transcripciones en PDF de Sociología solo en Docsity! Simone de Beauvoir - El segundo sexo (Primera parte: Destino) Fragmento extraído del epígrafe: Los elementos de la biografía A las diferenciaciones propiamente sexuales se superponen en la mujer singularidades que son sus consecuencias más o menos directas; su soma está determinado por acciones hormonales. Término medio, ella es más pequeña que el hombre, menos pesada, su esqueleto es más delgado, el bacinete más amplio, adaptado a las funciones de la gestación y del parto; su tejido conjuntivo fija grasas y sus formas son más redondas que las del hombre; el aspecto general: morfología, piel sistema piloso, etcétera, es netamente distinto en los dos sexos. La fuerza muscular es mucho menor en la mujer: más o menos, los dos tercios de la del hombre; más o menos, los dos tercios de la del hombre; tiene menor capacidad respiratoria: los pulmones, la tráquea y la laringe son también menores; la diferencia de la laringe entraña también la de la voz. El peso específico de la sangre es menor en las mujeres: hay menor fijación de la hemoglobina; por lo tanto, son menos robustas y están más dispuestas para la anemia. Su pulso late con más rapidez, su sistema vascular es más inestable: se ruborizan fácilmente. La inestabilidad es un rasgo asombroso de su organismo en general; entre otros ejemplos, la estabilidad del hombre se manifiesta en el metabolismo del calcio, en tanto que la mujer fija mucho menos las sales de cal, pues las elimina durante las reglas y el embarazo; parece que los ovarios y en la tiroides, que en ella se encuentra más desarrollada que en el hombre, y la irregularidad de las secreciones endocrinas reacciona sobre el sistema nerviosos vegetativo; el “control” arrastra su emotividad, ligada directamente a las variaciones vasculares: latidos de corazón, rubor, etcétera, razón por la cual están sujetas a manifestaciones convulsivas: lágrimas, risa loca, crisis de nervios. Se ve que muchos de esos rasgos provienen aún de la subordinación de la mujer a la especie. Esa es la conclusión más notable de este examen: de todas las hembras mamíferas, la mujer es la que está más profundamente enajenada y la que rechaza con más violencia esa enajenación; en ninguna hembra la esclavización del organismo a la función reproductora es tan imperiosa ni es tan difícilmente aceptada; la crisis de la pubertad y de la menopausia, la “maldición” mensual, el embarazo largo y a menudo difícil, los partos dolorosos y a veces peligrosos, y las enfermedades y accidentes son las características de la hembra humana: se diría que su destino se hace tanto más pesado cuanto más se rebela contra él al afirmarse como individuo. Si se la compara con el macho, éste se presenta como infinitamente privilegiado: su vida genital no contraría su existencia personal, pues se desarrolla de manera continua, sin crisis, y generalmente sin accidentes. Término medio, las mujeres también viven más que él, pero se enferman mucho más a menudo y, además, hay muchos períodos en los que no disponen de sí mismas Estos datos biológicos son de extrema importancia: desempeñan en la historia de la mujer un papel de primer plano, y son un elemento esencial de su situación: en todas nuestras descripciones ulteriores tendremos que referirnos a ellos. Porque como el cuerpo es el instrumento de nuestra aprehensión del mundo, éste se presenta distintamente según se le aprehende de una u otra manera. Por eso, los hemos estudiado tan largamente, pues son una de las claves que permiten comprender a la mujer. Pero lo que rechazamos es la idea de que constituyan para la mujer un destino inamovible. No bastan esos datos para definir una jerarquía de los sexos, pues ellos no explican por qué la mujer es el Otro, y no la condenan a conservar para siempre ese papel subordinado A menudo se pretendido que bastaría la fisiología para responder a estas preguntas: ¿el éxito individual ofrece las mismas oportunidades para ambos sexos? ¿Cuál desempeña el papel más importante en la especie? Pero el primero de estos problemas no se presenta de ninguna manera del mismo modo para la mujer y para las otras hembras, porque los animales constituyen especies dadas respecto de las cuales es posible proveer descripciones estáticas: basta agrupar las observaciones realizadas para decidir si la yegua es o no tan rápida como el caballo, y si los chimpancés machos responden a los tests individuales mejor que sus compañeras, en tanto que la humanidad se halla en un estado de evolución constante. Ha habido sabios materialistas que han pretendido plantear el problema de una manera puramente estática; imbuidos de la teoría del paralelismo psico-fisiológico, han buscado establecer comparaciones matemáticas entre los organismos macho y hembra: imaginaban que esas medidas definían inmediatamente sus capacidades funcionales. Citaré un ejemplo de las discusiones ociosas que ha suscitado dicho método. Como se suponía que el cerebro segrega de laguna manera misteriosa el pensamiento, pareció muy importante decidir si el peso medio del encéfalo femenino es menor o no que el del encéfalo macho. Se ha encontrado que, término medio, el primero pesa 1.220 gramos y el segundo 1,360, y que el peso del encéfalo femenino varía entre los 1.000 y los 1.500 gramos, y del encéfalo femenino varía entre los 1.150 y 1.700. Pero el peso absoluto no es significativo y, por lo tanto, se decidió considerar el peso relativo. Se encontró que era de 1/48,4 en el hombre, 1/44,2 en la mujer. Ésta, pues, era superada. No. Había que rectificar aún: en tales comparaciones, el organismo más pequeño parece siempre privilegiado; para ofrecer una correcta abstracción del cuerpo en la comparación de dos grupos de individuos, hay que dividir el peso del encéfalo por la potencia 0,56 del peso del cuerpo si pertenecen a la misma especie. Se considera que hombres y mujeres representan dos tipos distintos. Se llega así a los resultados siguientes: 1360 En el hombre: P 0,56 == 498 ——— == 2,73 498 1.220 En la mujer: P 0,56 == 446 ——— == 2,74 446 Se llega a la igualdad. Pero lo que quita mucho interés a estos debates tan cuidadosos, es que no se ha podido establecer ninguna relación entre el peso del encéfalo y el desarrollo de la inteligencia. Además, no se podría dar una interpretación psíquica de las fórmulas químicas que definen las hormonas machos y hembras. En cuanto a nosotros, desechamos categóricamente la idea de un paralelismo psico fisiológico; es ésta una doctrina cuyos fundamentos han sido definitivamente minados desde hace mucho tiempo. Si la señalo es porque aunque está filosófica y científicamente en desuso, todavía inquieta a muchos espíritus. Rechazamos también todo sistema de referencias que sobreentienda la existencia de una jerarquía natural de valores, de una jerarquía evolutiva, por ejemplo; es ocioso preguntarse si el cuerpo femenino es o no más infantil que el del hombre, y si se acerca más o menos que éste a los primates superiores, etcétera. Todas esas disertaciones, que mezclan un vago naturalismo con una ética o una estética todavía más vaga, son pura charla. Sólo desde una perspectiva humana es posible comparar a macho y hembra en la especie humana. Pero la definición del hombre es que se trata de un ser que no es dado, que se hace ser lo que es. Como lo ha dicho muy justamente Merleau-
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