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Tema 15 La Corona de Castilla (siglos XIV-XV), Apuntes de Historia de España

Asignatura: Historia de la España medieval, Profesor: agata ortega cera, Carrera: Historia, Universidad: UMA

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 19/06/2017

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¡Descarga Tema 15 La Corona de Castilla (siglos XIV-XV) y más Apuntes en PDF de Historia de España solo en Docsity! Tema 15 La Corona de Castilla (siglos XIV-XV) 1. LA CORONA DE CASTILLA-LEÓN HASTA 1350 1.1. FERNANDO IV (1295-1312) 1.2. ALFONSO XI (1312-1350) 2. LA INSTAURACIÓN DE LA DINASTÍA TRASTÁMARA 2.1. VIOLENCIA Y GUERRA: PEDRO I EL CRUEL (1350-1369) 2.2. ENRIQUE II (1369-1379) 2.3. ENRIQUE III (1390-1406) 3. EL CAMBIO DE SIGLO: JUAN II Y ENRIQUE IV 3.1. JUAN II (1406-1454) 3.2. ENRIQUE IV (1454-1474) 1. LA CORONA DE CASTILLA-LEÓN HASTA 1350 1.1. FERNANDO IV (1295-1312) La prematura muerte de Sancho IV dejó como heredero del trono castellano a un niño, Fernando IV (1295-1312), por lo que fue necesario constituir una Regencia de la que se encargó la reina, María de Molina. Fue una mujer de gran temple, que tuvo que hacer frente a una situación extremadamente difícil, pues se sublevaron algunos magnates de la nobleza, encabezados por el infante Juan, hermano de Sancho IV, y, al mismo tiempo, Jaime II de Aragón decidió apoyar las aspiraciones de Alfonso de la Cerda, el cual, en caso de ser proclamado rey de Castilla, le cedería el reino de Murcia. Una vez declarada la mayoría de edad de Fernando IV, en el año 1301, se llegó a un acuerdo entre castellanos y aragoneses, sellado en la Concordia de Agreda (1304): el 1 reino de Murcia se recupera, aunque Aragón retendrá gran parte de la zona norte. Así pues, se asiste en Castilla, a partir de 1301, a una recomposición de la situación política; la cuestión de la legitimidad del monarca Fernando IV, por su parte, se resolvió satisfactoriamente al conceder el papa Bonifacio VIII (1294-1303) la dispensa eclesiástica a Sancho IV y a María de Molina, quedando el hijo de ambos libre de la tacha de ilegitimidad. De igual modo, los infantes de la Cerda recibieron, en compensación, gran cantidad de señoríos y tierras dispersas por toda Castilla. Asimismo, la Monarquía castellano-leonesa también logró con éxito reagrupar a la nobleza, que se había mostrado muy díscola a finales del siglo XIII. Ello permitió la organización de una campaña militar contra los musulmanes de Granada, saldada con la conquista de Gibraltar y el fracaso asedio de Algeciras (1309); incluso, con la ayuda de los aragoneses, se intentó tomar Almería. Luego, en 1312, se recuperó Tarifa, que había vuelto a ser conquistada por los musulmanes. En definitiva, los resultados de las campañas militares emprendidas por Fernando IV fueron mínimos. El propio rey moría ese mismo año de 1312, iniciándose en Castilla, de nuevo, a un período de inestabilidad política y social por la minoría de edad de Alfonso XI (1312-1250). 1.2. ALFONSO XI (1312-1350) Alfonso XI sólo tenía un año de edad al morir su padre, por lo que otra vez fue preciso establecer una Regencia. Se organizó, en principio, una tutoría cuádruple, de la que formaba parte María de Molina. No obstante, las desavenencias entre los tutores fueron constantes, lo que motivó la introducción de cambios (tutoría tripe en el año 1314 y gobierno unipersonal de María de Molina en 1319). Toda la minoría de Alfonso XI fue una época turbulenta, en especial los años transcurridos entre la muerte de su abuela, en el año 1321, y la proclamación de su mayoría de edad, en 1325. Esta época se caracterizó por la división de la nobleza y el continuo protagonismo político de los poderosísimos magnates del reino castellano, como Don Juan Manuel, escritor, duque de Villena y nieto de Fernando III. Poesía numerosas tierras en Murcia y Castilla. Otros nobles destacados fueron, como no, los Haro y los Lara. También propició, todo ello, el ascenso político de las ciudades y villas castellano-leonesas, que, ante el desconcierto existente y la falta de protección, decidieron actuar por su cuenta, organizando en las Cortes de Burgos, en el año 1315, una Hermandad General. Era una asociación de concejos constituida para defenderse de “los muchos males e dannos e agravamientos que avemos rreçebidos ffasta aquí de los omes poderosos”. Es decir, su objetivo era garantizar la Justicia y defender los bienes de realengo, para evitar caer bajo la dependencia de la nobleza. No obstante, lo cierto es que el rey Alfonso XI, en el momento que tomó directamente las riendas del gobierno, suprimió la Hermandad. En fin, Alfonso XI, a partir del año 1325, actuó enérgicamente contra los nobles levantiscos y se mostró como un decidido partidario del fortalecimiento de la autoridad monárquica. Logró la renuncia definitiva de las aspiraciones de Alfonso de la Cerda, que había vuelto a la escena política castellana durante los años de su minoridad. Es decir, se observa, en el reino de Castilla, un proceso de restauración del poder monárquico tras la concesión de la mayoría de edad a Alfonso XI, algo que, sin embargo, también ocurre en otros reinos peninsulares, donde el poder regio deja, igualmente, de ser dependiente de la nobleza. El monarca castellano, desde 1325 a 1336, se dedicó a someter a la díscola nobleza (Haro, Lara, Núñez, Don Juan Manuel, etc.), carente de cualquier programa político que no fuera la defensa de sus privilegios y el engrandecimiento económico de sus linajes. Respecto a las ciudades, favoreció su fortalecimiento mercantil, pero suprimió la Hermandad General, innecesaria una vez sometida la nobleza. 2 de la lana y el control comercial de Flandes. No obstante, en 1345 se asiste en Castilla a una mayor proximidad a Francia, lo que se acentúa bastante durante los años iniciales del reinado de Pedro I el Cruel, hijo de Alfonso XI; ello provocará reacciones violentas por parte de los ingleses, que destruyen la flota comercial castellana en agosto de 1350, frente a las costas de Inglaterra. 2. LA INSTAURACIÓN DE LA DINASTÍA TRASTÁMARA 2.1. VIOLENCIA Y GUERRA: PEDRO I EL CRUEL (1350-1369) Un primer hecho a tener en muy cuenta es que todos los reinos peninsulares, en la segunda mitad del siglo XIV, se van a ver envueltos en un cruel proceso de violencia y guerra., que durará más de veinte años. Su efecto más importante fue el ascenso de una nueva dinastía al poder castellano, los Trastámara; se ve, igualmente, una redefinición de las relaciones de poder entre nobleza y Monarquía. Esta violencia y guerra, en toda la Corona de Castilla, se inicia en el reinado de Pedro I el Cruel, verdadero personaje de leyenda, pues ha sido presentado como el prototipo de la crueldad y, otras veces, como el paladín de la Justicia. La subida al trono castellano de Pedro I hizo resurgir, con gran intensidad, el comflicto nobleza-Monarquía, lo que, obviamente, provocó la aparición de facciones nobiliarias, cuyas pretensiones consistían en incrementar su poder, riqueza y propiedades y en las que, además, figuran miembros de la propia familia real. El rey era un claro defensor del concepto autoritario del poder monárquico; apoyándose en legistas, baja nobleza y judíos, como Samuel Leví, Pedro I alentó una política de claro signo centralista. Las Cortes castellanas, por ejemplo, apenas fueron convocadas durante su reinado (sólo en el año 1351, en Valladolid). Como ya debemos saber, en relación a Europa, el gran problema que se debatía en la Corte de Castilla era la alianza con Francia o Inglaterra, que estaban duramente enfrentadas en la Guerra de los Cien Años. En realidad, el tema nuclear de este debate era el futuro económico y social de Castilla, que de haber triunfado Pedro I sobre su hermanastro y oponente Enrique II de Trastámara habría supuesto la preponderancia de una economía industrial y comercial sobre la agricultura y ganadería. Asimismo, en el terreno social hubiese significado el fin de la sociedad feudal. El rey, a principios de su reinado, hubo de tomar medidas excepcionales ante la grave situación social y económica por la que pasaba toda Europa, no sólo Castilla: ▪ Efectos catastróficos de la Peste Negra. ▪ Crisis agraria y descenso de la producción. ▪ Aumento de los precios. ▪ Incremento de la inseguridad en los caminos. Por todo ello, como hemos apuntado, se reunieron Cortes en 1351, en la ciudad de Valladolid. Los objetivos principales eran intentar fijar los precios y salarios, para así frenar la inflación, apaciguar el bandolerismo y tomar medidas de carácter laboral, como la obligatoriedad del trabajo. La Monarquía también intentó poner coto a las ambiciones de los nobles y reorganizar la Hacienda Pública, para lo cual impulsó la confección de un índice fiscal (Becerro de las Behetrías), en el que figuraban los privilegios de las ciudades, con mención expresa de los impuestos que les correspondía pagar a cada una y quiénes eran los beneficiarios de dichas tributaciones. Esto hubiera acabado con los privilegios de numerosos señores y nobles, quienes cobraban impuestos en determinadas villas sin ninguna justificación jurídica, razón por la cual pronto apareció una fuerte oposición nobiliaria, en la que estaba Juan Alfonso de Alburquerque, bastardo del rey de Portugal, y los hijos naturales de Alfonso XI. El mayor de ellos, Enrique, a quien su padre había hecho conde de Trastámara, en Galicia, encabezaba la 5 oposición, que fue vencida militarmente en 1353-1356. En definitiva, recapitulando, estas medidas tenían una clara finalidad económica, pero, a la misma vez, reflejaban también una mentalidad política muy definida: predominio de la autoridad del monarca sobre toda Castilla sin valorar la existencia de dominios señoriales, dotados de inmunidad. La división de la nobleza En fin, la nobleza, que había sido sometida por Alfonso XI, pretendió recuperar su posición política y económica durante los primeros años del reinado de Pedro I. No obstante, esta nobleza, que no constituía un estamento social cohesionado, no fue la que actuó contra la Monarquía, sino que los que intentaron controlar la voluntad política del rey fueron algunos nobles particulares. Así las cosas, nos encontramos en el reinado de Pedro I el Cruel a una nobleza segmentada, dividida en dos facciones, según fueran partidarios de Francia o Inglaterra en la Guerra de los Cien Años: 1.- Alianza con Inglaterra. Bando liderado por Juan Alfonso de Albuquerque y el infante Fernando de Aragón, primo de Pedro I, pues era el hijo primogénito de su tía Leonor de Castilla. 2. Alianza con Francia. Postura capitaneada por los hermanastros del rey, cuyo principal líder era, como sabemos, Enrique de Trastámara, conde de Noreña. Otros hermanos destacados eran Tello, señor de Vizcaya, y Fabrique, maestre de la poderosísima Orden de Santiago. Eran hijos de Leonor Núñez de Guzmán, que fue asesinada por Pedro I en 1351. Inicialmente, prosperó la alianza de Castilla con el reino de Francia, lo que llevó a los ingleses a arremeter contra la flota mercantil castellana y a bloquear la navegación por el Canal de la Mancha. Sin embargo, los marineros cántabros, perjudicados por esa política francesa, firmaron la paz con Inglaterra, a espaldas de Pedro I el Cruel; se comprometieron a no atacar ninguna nave inglesa y a no secundar, por lo tanto, la política de la Monarquía castellana, pese a la sabida alianza con Francia. Esta independiente actuación de los marinos del mar Cantábrico, unido al grave peligro de una sublevación en Castilla, debilitó política y económicamente a Juan Alfonso de Alburquerque, pero no a su aliado, Fernando de Aragón, ni, tampoco, claro está, a los Trastámara, quienes aunaban el descontento de los nobles castellanos contrarios a la Monarquía, dispuesta a imponer su propia autoridad en detrimento de los privilegios nobiliarios. Es así como surgieron las sublevaciones nobiliarias contra Pedro I a inicios de la década de 1350, las cuales pudo el rey sofocar en 1353 y luego, de nuevo, en 1355-1356, con la colaboración de Fernando de Aragón y, sobre todo, de la incipiente burguesía, que basaba su riqueza en el comercio, actividad que precisaba de un ambiente de paz. Seguidamente, Pedro I el Cruel puso en práctica una dura política represiva contra los nobles rebeldes, confiscándoles sus propiedades y, en muchos casos, desterrándolos fuera de Castilla; persiguió, igualmente, a todos los clérigos que se le habían opuesto o colaborado con los sublevados. Esta feroz represión fue combinada, conjuntamente, con el control de los nombramientos de los cargos institucionales más altos de Castilla, caso de los maestres de las órdenes militares (Santiago, Alcántara y Calatrava). La política represiva de Pedro I alcanzó, incluso, a sus propios hermanastros, puesto que él mismo ordenó asesinar a Fabrique y también lo intentó con Tello, quien, junto con Enrique, se refugió en Aragón. Ahora bien, todas estas arbitrariedades, que fue, precisamente, las que le valieron el sobrenombre de El Cruel a Pedro I, encuentran justificación en las complicadas circunstancias que atravesaba la Corona de Castilla, pues las ambiciones de Enrique de Trastámara hallaron buena 6 acogida en Aragón y, además, éste contaba con el apoyo de los otros hijos naturales de Alfonso XI, nobles muy poderosos, ya que bajo su poder estaban el señorío de Vizcaya y la Orden de Santiago, dos de las más importantes fuerzas político-económicas de Castilla. Guerra de los dos Pedros (1356-1369). Guerra civil castellana (1366-1369) Sin duda alguna, la derrota nobiliaria y el asesinato y destierro de muchos nobles permitió que Castilla disfrutara de algunos años de relativas paz, aunque, al mismísimo tiempo, los magnates supervivientes a la represión de Pedro I el Cruel se unieron en un único frente y aprovecharon cualquier oportunidad para hacerse con el poder. La paz se vio interrumpida por la guerra castellano-aragonesa, la Guerra de los dos Pedros, que se inició en 1356, siendo ella, por consiguiente, la perfecta ocasión para que los nobles contrarios al rey castellano intentaran derrocarle. Un incidente marítimo en Sanlúcar sirvió como pretexto a Pedro I para reivindicar la recuperación de Alicante y resucitar las viejas aspiraciones castellanas de hacerse con una amplia salida al mar Mediterráneo por Valencia. La Paz de Murviedro (1363) pareció sancionar la hegemonía castellana y la derrota de Pedro IV el Ceremonioso, quien, sin embargo, mantuvo las hostilidades abiertas e influyó de manera muy decisiva en la guerra civil castellana (1366-1369). De hecho, la Guerra de los dos Pedros no concluirá hasta que Enrique de Trastámara venza a su hermanastro Pedro I en 1369. Todo empezó, aparentemente, frente a las costas de Sanlúcar, cuando unas naves de Génova, aliada de Castilla, fueron destruidas por la flota catalano-aragonesa, por lo que Pedro I declaró la guerra a Aragón para defender los intereses de su aliada italiana. En realidad, se trataba de una guerra política, una guerra por la hegemonía política y, sobre todo, económica de la península Ibérica. La Corona de Aragón, por su parte, pretendía la defensa del comercio catalán, constantemente amenazado por la presencia genovesa en el Mediterráneo occidental. Incluso, como ya hemos dicho, Castilla planteó hacerse con Alicante, buscando dar satisfacción a sus viejas aspiraciones de contar con una salida al Mediterráneo. Téngase en cuenta que los castellanos no tenían en toda Murcia ningún puerto importante para el comercio y la guerra. En fin, lógicamente, esta guerra fue aprovechada por la nobleza castellana, muy enfrentada a Pedro I; el conflicto acabó desembocando en una guerra civil en el seno de la Corona de Castilla. Los nobles rebeldes invadieron el territorio castellano y triunfaron en Araviena (1359), pero al año siguiente fueron derrotados. Enrique de Trastámara huyó a Francia, reino que, junto a Aragón y el Papado, le prestó todo su apoyo, mientras que su hermanastro reforzó los lazos con los ingleses (Tratado de Londres, 1362). Los nuevos éxitos de Castilla contra Pedro IV posibilitaron la Paz de Murviedro, pero esto no acabó con el peligro de los bastardos de Alfonso XI. Se vive, pues, una grave situación en el reino de Castilla, complicada todavía más por el hecho de que la nobleza fiel a Pedro I se vio obligada a atacar en nombre del rey a sus iguales. Al monarca aragonés, por su parte, le interesaba destronar a Pedro I no sólo debido a que los genoveses hacían peligrar sus posesiones comerciales, sino porque así también tendría la posibilidad de establecer su hegemonía sobre la península Ibérica, a través del infante Fernando de Aragón, candidato al trono castellano en caso de morir su primo Pedro I el Cruel sin descendencia. Igualmente, a Francia le interesaba destronar al monarca de Castilla a causa de que había repudiado a Blanca de Borbón sólo dos días después de la boda, en junio de 1353, uniéndose a su amante María de Padilla, que ya esperaba descendencia suya; es más, en el año 1361, la princesa francesa murió asesinada en Medina Sidonia, muy probablemente por mandato de su brutal marido. Asimismo, a los franceses también les convenía que Pedro I dejara de 7 definitiva, Enrique II puso en práctica una Monarquía fuerte, para lo cual debía contar con una nobleza también fuerte, formada por sus parientes cercanos, los jefes militares, los partidarios de siempre o los que cambiaron a tiempo de bando; además, creó una nobleza de servicio, origen de la nobleza clásica de finales de la Edad Media, que copó los cargos del reino castellano y los órganos de la administración. 2.3. JUAN I (1379-1390) Enrique II de Trastámara fue sucedido en el trono por su primogénito, Juan, nacido del matrimonio con Juana Manuela, hija de Don Juan Manuel y Blanca de la Cerda. En líneas generales, Juan I (1379-1391) continuó la política de su padre, manteniendo su apoyo a la nobleza, a la cual confirmó las “mercedes enriqueñas”. Asimismo, se atrajo al estamento ciudadano con la aprobación de leyes antisemitas y promulgando nuevas leyes suntuarias, que limitaban el gasto excesivo. Pero, el rey Juan I no aceptó la petición de las Cortes de que el estamento ciudadano formase parte del Consejo Real mediante la presencia en él de tres representantes de las ciudades. Es decir, Juan I consiguió atraerse a las ciudades, aunque no las consideró brazo político. Puede decirse, por lo tanto, que el rey Juan I mantuvo en Castilla el equilibrio interior con las fuerzas sociales, siendo el hecho más importante de su reinado la crisis castellano-leonesa de 1383, derivada de sus propias pretensiones de ser nombrado rey de Portugal. Crisis castellano-leonesa (1383-1385) Cuando Juan enviudó de su primera mujer, Leonor de Aragón (m. 1382), madre de Enrique III y Fernando de Antequera, se casó con Beatriz de Portugal, hija del monarca luso Fernando I (1367-1383). Este segundo matrimonio de Juan I se concertó para seller la paz entre ambos reinos, pues Portugal era aliada del duque de Lancaster, que estaba casado con Constanza, hija de Pedro y María de Padilla. De hecho, la alianza luso-inglesa tenía como objetivo el ataque de los intereses castellanos en el Atlántico, pero fueron derrotados en la batalla de la Isla Saltés, en 1381. Así, cuando Fernando I muere en el año 1383, sin descendientes masculinos, el rey castellano, como rey consorte, hizo valer los derechos hereditarios de su esposa y entró en Portugal, contando, eso sí, con el apoyo de gran parte de la nobleza castellana y también de algunos nobles lusos. Avanzó imparable y llegó, incluso, a poner cerco a Lisboa en 1384. La guerra, no obstante, pronto cambió de curso, pues apareció una facción anti- castellana, encabezada por el poderoso maestre de la Orden de Avis, João, hijo natural de Pedro I de Portugal. Apoyados por los ingleses, fue nombrado rey portugués en abril de 1385, derrotando a los castellano un mes después; la victoria definitiva se produjo en la batalla de Aljubarrota, en agosto de 1385. La facción del maestre de la Orden de Avis fue decididamente apoyada por la burguesía de la zona marítima portuguesa, mientras que al lado del rey de Castilla, por el contrario, se situaron los linajes de la alta nobleza lusitana. El fracaso de Juan I de Castilla fue aprovechado por el duque de Lancaster para invadir Castilla; en el año 1386 desembarcó en Galicia, penetrando desde allí en tierras leonesas. A pesar de estos éxitos iniciales, los ingleses encontraron una resistencia muy tenaz, viéndose obligados a firmar el Acuerdo de Bayona (1388), que ponía fin al viejo pleito de Juan de Gante, duque de Lancaster, con los castellanos: su hija Catalina se casaría con el heredero de Castilla, Enrique III. Se liquidó definitivamente la cuestión dinástica, la cual venía siendo planteada desde 1369. Finalmente, Juan I fallecería en el año 1390, dejando al frente de Castilla a un varón de once años, cuya minoría de edad va a ser aprovechada, como no, por los miembros de la alta nobleza emparentados con 10 la Casa real, intentando, sobre todo, recuperar el poder político que habían perdido tras el ascenso al trono castellano de la dinastía Trastámara. La amplia base de consenso que había logrado la dinastía Trastámara y el fin de la fase ibérica de la Guerra de los Cien Años en 1389 (Treguas de Leulingham), permitió a Castilla entrar en una etapa de pacifismo internacional, aliada con Francia y en buenas relaciones con Inglaterra, que beneficiaba los intereses del comercio castellano y hacía aparecer los primeros síntomas de recuperación económica y de expansión hegemónica por la península Ibérica. Signo de estos nuevos tiempos, así como de las orientaciones posteriores de la Monarquía castellana, es el apoyo prestado por el rey Enrique III a las campañas de Juan de Béthencourt en la conquista de las Islas Canarias, abriendo paso a la presencia castellana en el Atlántico sur. 2.3. ENRIQUE III (1390-1406) Política interior. Sentimiento y leyes anti-judías Enrique III fue proclamado mayor de edad en el año 1393, fecha hasta la cual el reino de Castilla estuvo sumido en el caos, pues la nobleza, el clero y las ciudades otra vez se dividieron en bandos. Esta situación hizo que el odio hacia los judíos encontrase fácil salida, siendo destruidos numerosas juderías (progoms de 1391). Dicho con otras palabras, el antisemitismo, que especialmente se dio en Andalucía, encontró un perfecto caldo de cultivo en la pésima situación económica y social que atravesó Castilla durante la minoridad de Enrique III. Los esfuerzos del arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, por mantener la autoridad monárquica y poner fin a las disputas fueron estériles. De esta manera, cuando Enrique III asume el poder en 1393 su principal objetivo fue anular a la alta nobleza y terminar con la independencia de las ciudades. Para ello, consiguió el apoyo económico y militar de las Cortes, perdiendo la nobleza Trastámara todo su poder político en beneficio de la realeza y la segunda nobleza (1393-1395). De igual modo, la existencia en las ciudades castellanas de facciones, facilitó la intervención del rey mediante el nombramiento de corregidores, cuya misión era, en nombre del monarca, restablecer la paz y fortalecer el poder regio. En fin, los parientes del rey y la alta nobleza (Fabrique, duque de Benavente; Alfonso, conde de Noreña...) no tuvieron peso político, puesto que los grandes colaboradores de Enrique III fueron todos miembros de la segunda nobleza o de servicio: ▪ Juan Hurtado de Mendoza – Mayordomo ▪ Diego López de Stúñiga – Justicia Mayor de Castilla. ▪ Ruy López Dávalos – Condestable de Castilla. En el reinado de Enrique III, por otro lado, se acentuaron las leyes anti-judías. Por ejemplo, a los hebreos se les prohibió ejercer el préstamo, medida que, obviamente, en la práctica no se cumplió; suprimieron sus jueces especiales; se perdonó a los deudores cristianos de los judíos el 50% de la deuda; y, por último, se les obligó a llevar señales identitarias que les diferenciasen de los cristianos. Política exterior La tónica dominante del reinado de Enrique III, en cuanto a la política exterior, fue el pacifismo. No hay, en esencia, grandes cambios; Castilla siguió siendo aliada de los franceses, pero las relaciones con Inglaterra mejoraron a raíz de la unión matrimonial del monarca castellano-leonés y Catalina de Lancaster. Se concretó alianzas con Aragón y Navarra, mientras que la actitud hacia Portugal y el reino nazarí de Granada osciló entre la paz y la guerra. Asimismo, como hemos apuntado, fue 11 también en estos años cuando se iniciaron las campañas de las Islas Canarias, en las que fue crucial la colaboración del aventurero francés Juan de Béthencourt. En el Mediterráneo, ante el peligro otomano que se anunciaba, Enrique III planeó una alianza con los mongoles de Tamerlán. Con esa finalidad salió de la península Ibérica una embajada que, aunque no logró resultados concretos, permitió a Ruy González de Clavijo transmitirnos un interesantísimo relato de su viaje al Extremo Oriente. Así las cosas, afianzado su poder en Castilla y lograda la paz con el reino de Portugal, el rey Enrique III pudo plantearse iniciar la guerra contra los musulmanes de Granada. Los preparativos se iniciaron en 1406, pero la dirección de la empresa, al morir el monarca en diciembre de se año, fue asumida por su hermano, el infante Fernando, el futuro Fernando de Antequera. 3. EL CAMBIO DE SIGLO: JUAN II Y ENRIQUE IV 3.1. JUAN II (1406-1454) En definitiva, la muerte del rey Enrique III coincide, más o menos, con la llegada del siglo XV, centuria que va a estar ocupada en su primera mitad por el largo reinado de Juan II (1406-1454), padre de Isabel la Católica. Enrique III muere prematuramente a fines de 1406, dejando como sucesor de la Corona de Castilla a un pequeño niño, de un año de edad, Juan II. Ciertamente, falleció en un momento poco oportuno, no sólo por la minoría de edad del heredero castellano, sino también porque acababa de comenzarse una guerra contra el reino de Granada. Dicha contienda exigía un caudillo de mucha experiencia, motivo por el cual una facción de la nobleza pidió que se proclamase rey a su señor natural, el infante Fernando. Sin embargo, Enrique III, con enorme carácter previsor, había establecido en su testamento que, en caso de fallecer siendo su hijo todavía menor de edad, la Regencia se encomendase a su hermano Fernando y a su viuda, Catalina de Lancaster; si surgía el conflicto entre ambos, sería el Consejo Real el que debía actuar como árbitro. El rey, al mismo tiempo, nombró tutores de su pequeño heredero a dos nobles de su mayor confianza, Diego López Estúñiga y Juan Fernández Velasco, miembros, ya lo sabemos, de la nobleza de servicio de los Trastámara. Ahora bien, el testamento del padre de Juan II no fue completamente respetado, pues los regentes intentaron, desde un primer momento, controlar el Consejo Real en beneficio propio. Así, Fernando se las ingenió para permitir la entrada en dicha institución de sus hijos, el futuro Alfonso V de Aragón y Juan, rey consorte de Navarra, siendo alejados, a la vez, los partidarios de la princesa inglesa. Es decir, el infante Fernando, de manera hábil, gobernó Castilla a placer, pues el Consejo Real, controlado internamente por él, mantenía las apariencias. Como tío del rey y como regente de Castilla aprovechó los diez años de su Regencia para realizar tres empresas fundamentales: 1.- Encumbrar a sus hijos a la cúspide de la nobleza de Castilla. 2.- Guerra de Granada. 3.- Acceder al trono aragonés. El infante Fernando, casado con Leonor de Alburquerque, buscó, ante todo, que sus hijos, los infantes de Aragón, ascendieran a la cúspide de la nobleza castellana, para que en el futuro pudiesen imponer su voluntad política a su primo Juan II, para quien el regente, además, estaba planeando el matrimonio con una de sus hijas. De hecho, la boda, con María de Aragón, se llevaría a cabo en 1420. La segunda empresa destacada que Fernando de Antequera planteó fue la guerra contra Granada, conflicto que le sirvió para adquirir prestigio, controlar a los nobles e imponer su autoridad a las Cortes, ya que logró desviar la belicosidad de la nobleza y, a la vez, conseguía su 12 convertirse en el favorito del monarca. Es posible que la ambición personal fuera uno de los móviles de su actuación, pero, en cualquier caso, Álvaro de Luna fue símbolo de la necesidad de afianzas la institución monárquica y los poderes del rey. Es decir, durante el reinado de Juan II son tres los grandes protagonistas: la Monarquía, los ricoshombres castellanos y los Infantes de Aragón; vistos como extranjeros, aunque, en ocasiones, se unieron a los ricoshombres en contra de la tiranía de Don Álvaro. Es decir, Álvaro de Luna fue, en la práctica, el auténtico gobernante de Castilla en tiempos de Juan II. Se trataba, además, de una persona hábil y dura, cualidades ambas que le permitieron desarrollar una política de respaldo a la autoridad monárquica frente a los Infantes de Aragón, que con frecuencia, como hemos dicho, figuran encabezando múltiples reivindicaciones de la nobleza. Ahora bien, finalmente, la gran vencedora fue la oligarquía nobiliaria castellana, que pudo desembarazarse de los infantes de Aragón y del condestable Don Álvaro de Luna, caracterizados todos ellos por su insaciable afán de riquezas y poder, lo que quedó plasmado en las múltiples guerras. Es decir, de esta dura pugna salió beneficiada la alta nobleza, la cual, mediante lealtades y apoyos a un bando u a otro consiguió ampliar escandalosamente sus señoríos, obtener los más altos títulos nobiliarios y tener una mayor participación en los ingresos de la Hacienda. De igual modo, tampoco hay que olvidar que la alta nobleza no dejó de aumentar su poder militar y de infiltrarse en el gobierno de las principales ciudades de Castilla, a través de la aristocracia local, ligada a los grandes magnates por vínculos familiares o por formar parte de su clientela. En esencia, en esa actitud de la alta nobleza subyacía un definido programa político, basado en el respeto a las instituciones de la Monarquía y, por otra parte, en la vinculación al rey mediante compromisos políticos y pactos beneficiosos para la alta nobleza. Consecuentemente, ante la actitud abúlica del rey Juan II, el edificio político de Castilla se desequilibró a favor de los grandes magnates. El combate triangular entre el favorito de Juan II, los Infantes de Aragón y la alta nobleza castellana conoció muchas oscilaciones. En una primera etapa, la pugna con los infantes fue presentada por Álvaro de Luna como un conflicto entre los reinos de Castilla y Aragón, sellándose victoriosamente para los castellanos en el año 1430, con la firma de las Treguas de Majano. Don Álvaro de Luna, gran vencedor, emprendió una campaña militar en tierras granadinas para aureolar su figura, pero los magnates y nobles de Castilla se mostraron descontentos con esa política personalista, por lo que entraron en contacto con el infante Juan, soberano consorte de Navarra. Esta alianza entre los ricohombres castellanos y los Infantes de Aragón puso en graves aprietos al valido de Juan II e, incluso, a la propia Monarquía. No obstante, en el año 1445, con el apoyo de varios nobles fieles (Juan Pacheco, Iñigo López de Mendoza) y las milicias reales el favorito castellano venció a la nobleza hostil y a la recia caballería del rey de Navarra en la batalla de Olmedo. Esta contienda significó el triunfo del poder real y, como no, la victoria total del propio Álvaro de Luna; se consiguió alejar definitivamente del gobierno de Castilla al “apartido aragonés”, tras lo cual los vencedores procedieron a repartirse las inmensas propiedades de los Infantes de Aragón: ▪ Condado de Alburquerque – Álvaro de Luna ▪ Marquesado de Villena – Juan Pacheco (hombre de confianza de Enrique IV). ▪ Marquesado de Santillana – Iñigo López de Mendoza. En otro orden de cosas, hay que destacar la aproximación dinástica entre Castilla y Portugal, sancionada con el matrimonio de Juan II e Isabel de Portugal (1447), unión de la cual nacerá Isabel la Católica, en 1451. Volviendo al tema de antes, puede decirse 15 que en Olmedo se inició, no obstante, el declive de Álvaro de Luna. Las críticas contra él crecieron, sumándose a las mismas las del propio príncipe heredero, Enrique, respaldado por algunos de los más grandes linajes nobiliarios de Castilla. Abandonado por el propio monarca, Don Álvaro de Luna moría ejecutado en 1453, en Valladolid. Al año siguiente fallecía también Juan II. 3.2. ENRIQUE IV (1454-1474) El último monarca medieval del reino castellano-leonés fue Enrique IV, hermano de Isabel la Católica. De espíritu débil y enfermizo, es conocido historiográficamente como El Impotente, aunque no se puede olvidar la propaganda adversa que contra él hicieron los cronistas de la época de los Reyes Católicos. Como su padre, tenía también un favorito, Juan Pacheco, marqués de Villena, pero sus principales colaboradores los encontró entre los conversos, legistas e hidalgos: Lucas de Iranzo, Beltrán de la Cueva y Diego Arias, lo que descontentó a la alta nobleza. Su reinado, en principio, comenzó con buen pie, no sólo porque Castilla experimentaba una recuperación económica, sino también por la satisfacción de la nobleza castellana, que se vio libre, por fin, de la tutela de los Infantes de Aragón y de Don Álvaro de Luna. De esta manera, la posibilidad de que los magnates de Castilla se hicieran con el gobierno regio era inmediata y nada complicada. Efectivamente, la conquista del poder monárquico por la nobleza castellana llegó a su máxima expresión durante el reinado de Enrique IV. Ello se explica por la actitud del propio Enrique IV en los años que fue príncipe, estando rodeado de una camarilla de nobles, liderados por Juan Pacheco, quien continuó dominando la voluntad de Enrique IV cuando se convirtió en rey. Es decir, la respuesta del monarca castellano al nuevo ascenso político de los magnates fue favorecer a unos y otros nobles, provocando, eventualmente, enfrentamientos entre ellos, pero, en cualquier caso, siempre a costa del prestigio institucional de la Corona. La falta de voluntad política de Enrique IV y la intrínseca desmesura de la nobleza, sin límites para incrementar su poder y riquezas, van a caracterizar, pues, las relaciones entre la nobleza y el poder regio. Esto es, precisamente, lo que acabó con el bienestar inicial del reinado de Enrique IV, pues el comportamiento de la nobleza, como decimos, sólo estaba movido por el deseo infrenable de aumentar su poder, propiedades y rentas. Así las cosas, se produce en el seno de la nobleza castellana un descontento por haber ordenado Enrique IV que se reservase para los telares del reino un tercio del total de la lana producida (Cortes de Toledo, 1462), lo que molestó tremendamente a los grandes propietarios de rebaños, la alta nobleza, mucho más interesados en la ganancia a corto plazo. Asimismo, también importunó a la nobleza la actitud titubeante del rey castellano en la guerra contra los musulmanes, concebida como una guerra larga, de desgaste, a base de talar las vegas granadinas, todo lo contrario de lo que querían los nobles, deseosos de grandes batallas y botines. Pronto comenzó a configurarse un grupo nobiliario de oposición, impulsado por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, y el maestre de Calatrava, Pedro Girón. Sin embargo, la posición de Enrique IV en esos años era todavía fuerte, aunque dejó de serlo tras los malos pasos que dio en política exterior; el rey apoyó a Carlos de Viana, hijo del infante Juan, en sus pretensiones hereditarias a Navarra y a la Corona de Aragón, lo cual le condujo hacia las posiciones de los beamonteses navarros, muy radicales, a favor de la revuelta de Cataluña contra Juan II, soberano de Aragón desde el año 1458. Tras la muerte del príncipe de Viana, en 1461, estalló la sublevación catalana, otorgándole los rebeldes catalanes el Principado al propio Enrique IV (1462), que no dudó en aceptar la oferta. Sin embargo, para que tal empresa resultara exitosa se precisaba la intervención de un buen intermediario, un árbitro, tarea que se encomendó 16 a Luis XI de Francia, que reinó de 1461 a 1483. Ahora bien, el monarca francés terciará a favor de sus propios intereses, traicionando a Enrique IV: la Sentencia de Bayona le obligaba a denegar la petición de los catalanes. Las relaciones franco- castellanas, por ende, se deterioraron gravemente y se produjo un distanciamiento, claramente motivado por la colaboración y apoyo de Castilla al navarro Carlos de Viana. Pugna entre la nobleza y la Monarquía. La Farsa de Ávila (1465) A partir de este momento, tras el descontento nobiliario por el tema de la lana, la guerra contra los granadinos y la poquísimo efectiva política exterior, se inició una etapa enormemente caótica en el reino de Castilla. Los nobles, a los que se añadió el antiguo favorito del monarca, el marqués de Villena, aumentaron sus pretensiones y acabaron sublevándose. Enrique IV, que aún contaba con la fidelidad de algunos linajes de la más alta nobleza, como los Mendoza, se mostró muy débil y accedió a las peticiones de sus oponentes, entre las cuales figuraban, especialmente, la aceptación como heredero de su hermanastro Alfonso, auténtico juguete en manos de los nobles. La culminación de este proceso de desprestigio monárquico se produjo en 1465, cuando la nobleza levantisca, en una ceremonia incalificable, la Farsa de Ávila, proclamó rey al infante Alfonso y depuso a Enrique IV, despojándose de sus atributos reales a un muñeco que lo representaba. No obstante, todavía pudo salvarse la situación para Enrique IV, pues los concejos, ante el desorden existente, constituyeron una Hermandad General. El monarca consiguió vencer a sus rivales en la segunda batalla de Olmedo, en 1467. Debemos apuntar que en la Farsa de Ávila participaron todos los grandes nobles de Castilla: Álvaro de Stúñiga, conde de Plasencia y Justicia Mayor de Castilla; el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo; el marqués de Villena; Rodrigo Pimentel, conde de Benavente; Rodrigo Manrique, conde de Paredes; Don Gómez de Solís, maestre de la Orden de Alcántara; Pedro Girón, hermano de Juan Pacheco. La sucesión al trono. Causas de la guerra civil castellana de finales del siglo XV Sin embargo, el monarca, como siempre indeciso, no fue capaz de sacar partido a este triunfo y en 1468, al año siguiente, la situación política castellana toma un nuevo rumbo por la muerte del infante Alfonso, víctima de la peste. Los nobles castellanos se dirigieron a Isabel, hermanastra de Enrique IV, hija de Isabel de Portugal, con el deseo de utilizarla como instrumento para socavar el poder del monarca. Tengamos en cuenta que Enrique IV tenía una hija, Juana, nacida de Juana de Portugal, nombrada heredera del reino castellano en 1462. Pero, la nobleza castellana no tardó en atribuir la paternidad de la princesa Juana a Beltrán de la Cueva, consiguiendo, sin ser declarada ilegítima, que dejara de ser heredera, tras lo cual se produjeron los burlescos hechos ya narrados de la Farsa de Ávila. Muerto su hermano de sangre, Alfonso, la princesa Isabel llegó a un acuerdo con su hermanastro, la Concordia de los Toros de Guisando, en septiembre de 1468, quedando reconocida como heredera de Castilla, aunque no podía casarse sin el consentimiento de Enrique IV; así, Juana la Beltraneja perdió cualquier derecho de sucesión al trono castellano. El afán de Isabel no era ser mediatizada por su hermanastro o por alguna de las facciones nobiliarias de Castilla, sino adquirir margen de maniobra política. Indispensable era disponer de sí misma para un negocio de capital importancia: su matrimonio. Frente a las pretensiones de Juan Pacheco, marqués de Villana, que pretendía que contrajera matrimonio con Alfonso V de Portugal (1438-1481), la princesa Isabel prefirió casarse con Fernando de Aragón, hijo de Juan II, en Valladolid, en 1469. La castellana obtuvo un importantísimo apoyo exterior, pero 17
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