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Radicalismo y Reformas Políticas en América Latina: Argentina, Uruguay y Chile, Apuntes de Historia Moderna

Este documento trata sobre el papel del radicalismo en américa latina, particularmente en argentina, uruguay y chile, y su impacto en la política de esos países. Se abordan temas como la lucha contra el predominio oligárquico, la influencia de la crisis de 1929 y la ii guerra mundial, y el surgimiento de movimientos populistas como el peronismo en argentina y el partido democrático nacional en venezuela.

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 27/02/2019

mayowether1936
mayowether1936 🇪🇸

4.2

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¡Descarga Radicalismo y Reformas Políticas en América Latina: Argentina, Uruguay y Chile y más Apuntes en PDF de Historia Moderna solo en Docsity! Tema 31. La crisis del sistema oligárquico. 1. Presentación y objetivos. Este tema estudia cómo las transformaciones socio-económicas del fin de siglo provocaron la crisis de los regímenes oligárquicos, instalados en el poder desde la década de 1880. Inmigración masiva, crecimiento urbano, organización del movimiento obrero y desarrollo de los sectores medios, con creciente nivel de educación, que piden mayor participación en la política nacional, fueron los factores que erosionaron el control oligárquico de la política entre 1914 y 1930. Después el impacto de la crisis económica de 1929 y de la II Guerra Mundial hicieron irreversible la incorporación de las clases medias y populares urbanos a través de los regímenes populistas, como fórmula afrontar los proyectos de industrialización sustitutiva con el consenso nacional para evitar los riesgos de convulsiones sociales graves. El objetivo de este capítulo es revisar cómo se produjo este proceso en las distintas repúblicas latinoamericanas. Para ello, se utiliza una división cronológica marcada por el impacto de la crisis de 1929. En la primera etapa, el declive del dominio oligárquico tuvo resultados muy distintos según la región. En México triunfó la opción revolucionaria. En el Cono Sur, el radicalismo (Unión Cívica Radical argentina, Partido Colorado uruguayo y Partido Radical chileno) ayudaron a resquebrajar el predominio oligárquico, aunque su reformismo fuera muy limitado y se viera cortado de raíz por dictaduras militares (ver tema XXVIII). En otras naciones las soluciones autoritarias no permitieron ni siquiera abrir el proceso garantizando la continuidad del dominio oligárquico. Fue el caso de casi todos los países Centroamericanos (con la excepción de Costa Rica), caribeños (con el intervencionismo norteamericano como constante), andinos (dominio de la oligarquía del estaño en Bolivia) y de Venezuela (dictadura de J. Vicente Gómez); aunque en algunos países andinos se dieron dictaduras militares que se empeñaron en proyectos modernizadores y, a veces antioligárquicos, buscando la incorporación controlada de las clases medias, obreras e indígenas a la vida política nacional (Leguía en Perú, Revolución Juliana en Ecuador, tenentes brasileños). En Colombia se perpetuó el dominio de la oligarquía a través del Partido Conservador, que gobernó por métodos constitucionales desde 1909 a 1930; lo mismo que en Brasil. La segunda parte del tema trata el impacto de la crisis de 1929 y de la II Guerra Mundial: la intensa movilización social, provocada por la situación económica, proyectos nacionalistas de industrialización, el protagonismo de los militares influidos por ideas corporativistas y fascistas; por otra parte, el apoyo masivo al bando aliado, tras la incorporación de EEUU a la II Guerra, y la dependencia económica establecida con este país a causa del conflicto, propició la aprobación de reformas democráticas en algunos países, hasta que se impuso el clima anticomunista de la Guerra Fría desde 1947-8. Así pues, el camino hacia políticas populistas fue muy variado: en algunas repúblicas, se impuso tras una etapa de contrarrevolución preventiva de dictaduras militares (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela), en otras, se llegó a él sin salir de los cauces del modelo liberal (Costa Rica y Colombia); algunas repúblicas nunca llegaron (dictaduras centroamericanas y caribeñas). 2. Esquema. 1. El declive del dominio oligárquico. 1.1. El Cono Sur: el radicalismo contra la oligarquía. - Argentina (Unión Cívica Radical: H. Yrigoyen y M. T. de Alvear). - Uruguay (Partido Colorado). - Chile (Partido Radical). 1.2. Brasil: predominio oligárquico hasta 1930. Ensayo modernizador de los tenentes (1920-1924) 1.3. Los países andinos: - La consolidación de la oligarquía del estaño en Bolivia. - Perú: Dictadura de Oscar Benavides (1914-1919); dictadura de M. Leguía (1919-1930): intento de modernización y reformismo militar antioligárquico hasta 1922, con alta conflictividad social. - Ecuador: las expectativas de apertura política se cierran en 1912 con sucesivos golpes de estado. La Liga de los Militares Jóvenes 1925. - Colombia: predominio del P.Conservador y la oligarquía del café. 1.4. Centroamérica y el Caribe: el control de las oligarquías, dictaduras militares; intervencionismo de EEUU. La excepción de Costa Rica. Venezuela: dictadura de J. Vicente Gómez. 2. El impacto de la crisis de 1929 y la II Guerra Mundial. 2.1. El Cono Sur. - Argentina: del golpe militar de Uriburu (1930) al peronismo. - Uruguay: de la dictadura de Terra al predominio Colorado. - Chile: inestabilidad. De la dictadura de Ibáñez al gobierno de Frente Popular. - Paraguay: el impacto de la guerra del Chaco. El ejército árbitro de la situación política. oligárquico. 1. Presentación y objetivos. Este tema estudia cómo las transformaciones socio-económicas del fin de siglo provocaron la crisis de los regímenes oligárquicos, instalados en el poder desde la década de 1880. Inmigración masiva, crecimiento urbano, organización del movimiento obrero y desarrollo de los sectores medios, con creciente nivel de educación, que piden mayor participación en la política nacional, fueron los factores que erosionaron el control oligárquico de la política entre 1914 y 1930. Después el impacto de la crisis económica de 1929 y de la II Guerra Mundial hicieron irreversible la incorporación de las clases medias y populares urbanos a través de los regímenes populistas, como fórmula afrontar los proyectos de industrialización sustitutiva con el consenso nacional para evitar los riesgos de convulsiones sociales graves. El objetivo de este capítulo es revisar cómo se produjo este proceso en las distintas repúblicas latinoamericanas. Para ello, se utiliza una división cronológica marcada por el impacto de la crisis de 1929. En la primera etapa, el declive del dominio oligárquico tuvo resultados muy distintos según la región. En México triunfó la opción revolucionaria. En el Cono Sur, el radicalismo (Unión Cívica Radical argentina, Partido Colorado uruguayo y Partido Radical chileno) ayudaron a resquebrajar el predominio oligárquico, aunque su reformismo fuera muy limitado y se viera cortado de raíz por dictaduras militares (ver tema XXVIII). En otras naciones las soluciones autoritarias no permitieron ni siquiera abrir el proceso garantizando la continuidad del dominio oligárquico. Fue el caso de casi todos los países Centroamericanos (con la excepción de Costa Rica), caribeños (con el intervencionismo norteamericano como constante), andinos (dominio de la oligarquía del estaño en Bolivia) y de Venezuela (dictadura de J. Vicente Gómez); aunque en algunos países andinos se dieron dictaduras militares que se empeñaron en proyectos modernizadores y, a veces antioligárquicos, buscando la incorporación controlada de las clases medias, obreras e indígenas a la vida política nacional (Leguía en Perú, Revolución Juliana en Ecuador, tenentes brasileños). En Colombia se perpetuó el dominio de la oligarquía a través del Partido Conservador, que gobernó por métodos constitucionales desde 1909 a 1930; lo mismo que en Brasil. La segunda parte del tema trata el impacto de la crisis de 1929 y de la II Guerra Mundial: la intensa movilización social, provocada por la situación económica, proyectos nacionalistas de industrialización, el protagonismo de los militares influidos por ideas corporativistas y fascistas; por otra parte, el apoyo masivo al bando aliado, tras la incorporación de EEUU a la II Guerra, y la dependencia económica establecida con este país a causa del conflicto, propició la aprobación de reformas democráticas en algunos países, hasta que se impuso el clima anticomunista de la Guerra Fría desde 1947-8. Así pues, el camino hacia políticas populistas fue muy variado: en algunas repúblicas, se impuso tras una etapa de contrarrevolución preventiva de dictaduras militares (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela), en otras, se llegó a él sin salir de los cauces del modelo liberal (Costa Rica y Colombia); algunas repúblicas nunca llegaron (dictaduras centroamericanas y caribeñas). 1. El declive del dominio oligárquico. Los regímenes oligárquicos instalados en el poder desde 1880 tuvieron que afrontar las consecuencias de las transformaciones socio-económicas del fin de Siglo. La expansión económica lograda por el éxito del modelo exportador, llevó aparejados fenómenos tales como la inmigración masiva, el crecimiento urbano, la organización del movimiento obrero y el desarrollo de sectores medios que reclamaban mayor participación en la vida política local y nacional. El declive del dominio oligárquico comienza en el primer cuarto del XX (1914–1930), años durante los cuales se incorporaron al sistema político sectores sociales emergentes pero no se desarrolló de la misma forma en todas las repúblicas. Mientras en México triunfaba la oposición revolucionaria, en otros países se logró mantener la normalidad constitucional merced a la reforma del sistema electoral. Otras naciones impusieron soluciones autoritarias. En cualquier caso, ni siquiera donde se abrió la participación en el juego de la política a los sectores medios, se consiguió desbancar a la oligarquía de su predominio socio económico y político. El colapso económico de 1929 y la 2ª Guerra Mundial obliga a muchos gobiernos a buscar el apoyo de las clases medias y populares con prácticas populistas. El protagonismo masivo de los sectores populares urbanos en la política latinoamericana no se dio hasta 1930- 1960, fase de la crisis definitiva del sistema oligárquico. En el primer tercio del siglo XX este régimen neocolonial alcanza su plenitud. Las exportaciones aumentan con la guerra y, aunque en los años siguientes los productos sintéticos, las tendencias proteccionistas y la reconstrucción de la economía europea perjudican ciertas exportaciones básicas (nitratos chilenos, caucho del Amazonas, carne de la Argentina), la coyuntura bélica favorece la creación de algunas industrias autóctonas, y en la década de los veinte el desarrollo de campos petrolíferos (Colombia, Ecuador Perú y, sobre todo, México y Venezuela) mantiene un marcado signo de prosperidad. En consonancia con estos cambios, la textura social se modifica –la demografía se dispara, crecen los grandes núcleos urbanos, aumenta la población obrera, aparecen las tensiones sociales-, y, reflejo de estas mutaciones, las estructuras políticas tienden a adquirir un carácter de radicalismo democratizante (vía revolucionaria y populista, como es el caso de México –1911-1917-; vía democratización electoral, como es el caso de Argentina, 1912), que no altera, sin embargo, la inestabilidad y el caudillismo tradicionales. 1.1. El Cono Sur: el radicalismo contra la oligarquía. - Argentina (Unión Cívica Radical: H. Yrigoyen y M. T. de Alvear). - Uruguay (Partido Colorado). - Chile (Partido Radical). Sin llegar a un reformismo social progresista que supondría una alianza entre las capas medias y el proletariado, en Argentina, Uruguay y Chile los sectores medios urbanos pudieron compartir el poder político con la oligarquía nacional. Argentina (Unión Cívica Radical: H. Yrigoyen y M. T. de Alvear). La Unión Cívica Radical (UCR) fue el grupo político que trató de incorporar a la clase media en las tareas de gobierno. Se ha dicho que la UCR fue la plataforma de la burguesía contra la oligarquía tradicionalista. Fue fundado el partido por Leandro N. Alem en 1890 y su programa consistía en la defensa de la libertad personal y del federalismo y sobre todo en una reforma moral del estado. Alem se suicidó y le sustituyó al frente del radicalismo argentina Hipólito Yrigoyen. Sus reivindicaciones mantenían la defensa de la autonomía de provincias y municipios, la moralidad del régimen y la reforma del sistema electoral. Cuando el Gobierno propuso la reforma del sistema electoral con el sufragio secreto y obligatorio (1912), la UCR decidió participar en las elecciones. El candidato radical fue Yrigoyen que ganó, abriendo 15 años de gobierno radical aunque durante todo el periodo los conservadores mantuvieron la mayoría en el Senado. Se creó la ley de defensa de los agricultores que favorecía la propiedad media rural (una de las bases electorales del radicalismo) y no dañó los intereses de los grandes terratenientes. En el partido radical, el liderazgo personal era más importante que las bases doctrinales. En Sep. de 1930, una rebelión militar encabeza da por Félix Uriburu acabó con la presidencia de Yrigoyen. El golpe militar de septiembre de 1930 liderado por el general Uriburu puso fin a un largo período de vigencia de las instituciones democráticas y permitió la restauración de la república conservadora, que abriría las puertas a uno de los mayores y más típicos movimientos populistas de América Latina: el peronismo. Para algunos observadores de la época el período de 1930 a 1943 era sinónimo de fraude electoral y de corrupción política y fue denominado popularmente la "década infame". Más allá de lo anecdótico se puede decir que buena parte de las instituciones democráticas funcionó durante esos años, que se mantuvo la división de poderes y que las dos cámaras del Poder Legislativo los Estados Unidos en la guerra. El Brasil rompió relaciones diplomáticas con Alemania en abril de 1917 y el 26 de octubre declaró la guerra a los germanos. Esta vez no se enviaron tropas a Europa, lo que sí ocurrió en la Segunda Guerra, pero la armada intervino en algunas operaciones conjuntas con los aliados. La declaración de guerra supuso el cierre de los bancos y compañías de seguros alemanes y la persecución de las empresas relacionadas con Alemania. En 1922 se eligió presidente a Artur da Silva Bernardes, de Minas Geraes, que impulsó el abandono de la Sociedad de las Naciones. En la década de 1920 se produjo en Brasil una explosión militarista, muy influida por los sucesos que ocurrían en Europa y que provocó manifestaciones de distinto signo, que fueron severamente reprimidas. En 1924, se produjo la rebelión de los "tenentes", uno de cuyos principales dirigentes era Luis Carlos Prestes, posteriormente un líder mítico del Partido Comunista Brasileño. Los "tenentes" eran un grupo de oficiales jóvenes que intentaban superar el componente oligárquico del sistema político brasileño, democratizándolo. Estos militares buscaban la modificación del marco institucional de la república y entre sus reivindicaciones estaban la lucha contra el fraude, las desigualdades regionales, la inflación y el déficit fiscal. Prestes fue capaz de unir a los rebeldes de Rio Grande do Sul y de Sáo Paulo, que ocuparon durante casi un mes la capital paulista. La represión gubernamental los hizo huir hacia el Oeste, lo que dio lugar a la formación de la Columna Prestes, que realizó una larguísima marcha atravesando el "sertao" desde abril de 1925 a febrero de 1927, y terminó con los sobrevivientes exiliados en Bolivia. Bernardes fue sucedido por el paulista Washington Luis Pereira de Sousa, que intentó cumplir un programa de estabilización económica y de disciplina fiscal, para lo cual puso al frente del Tesoro Público a Getúlio Vargas, un político "gaúcho" de creciente influencia entre la oligarquía de su estado. Pereira desarrollaría su mandato con formas personalistas y dictatoriales, lo que acrecentó el clima de malestar y depresión económica que se vivía en 1929 y 1930. Al concluir su mandato, Pereira quiso imponer la candidatura del también paulista julio Prestes, lo que provocó el descontento de algunos estados del Norte y del Sur, junto con los de Minas Geraes, frente a la consolidación del poder paulista. La Alianza Liberal presentó como candidato a un ex gobernador del estado de Rio Grande do Sul, Getúlio Vargas. Pese a la victoria de Prestes, una sublevación militar terminó llevando a Vargas a la presidencia, con lo que se pondría fin a todo un ciclo en la política brasileña. 1.3. Los países andinos: - La consolidación de la oligarquía del estaño en Bolivia. - Perú: Dictadura de Oscar Benavides (1914-1919); dictadura de M. Leguía (1919-1930): intento de modernización y reformismo militar antioligárquico hasta 1922, con alta conflictividad social. - Ecuador: las expectativas de apertura política se cierran en 1912 con sucesivos golpes de estado. La Liga de los Militares Jóvenes 1925. - Colombia: predominio del P.Conservador y la oligarquía del café. Los países andinos En Perú, los gobiernos civilistas, que habían controlado el país desde finales del siglo XIX, llegaron a su fin con la conclusión de la Primera Guerra Mundial, en medio de una creciente agitación estudiantil. Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui tuvieron un lugar destacado en la liquidación del régimen civilista. Ambos fueron producto de los cambios producidos con la llegada del nuevo siglo, ambos fueron exiliados por Leguía y ambos trastocaron el panorama político e ideológico peruano. Sus planteamientos, de inspiración marxista, insistían en el carácter semifeudal y semicolonial del país y en el lugar que el indigenismo debía jugar en la solución de los problemas. Pero mientras Haya de la Torre eligió el reformismo y en 1924, durante su exilio mexicano, creó el APRA, Mariátegui volcaría su militancia en el Partido Comunista del Perú, fundado en 1928. Leguía, antiguo ministro de Hacienda y presidente constitucional, tras romper con los civilistas se constituyó en el hombre que podía resolver los problemas del país y fue reelecto presidente. Durante el oncenio, de 1919 a 1930, gobernó de una manera dictatorial, en su empeño de construir la Patria Nueva. Su pretensión era impulsar una política modernizadora, una política que podría catalogarse como progresista, aunque para cumplir con sus fines tuvo que recurrir a la violencia represiva con cierta frecuencia. La oligarquía limeña, apartada de los círculos políticos dominantes, opuso una seria resistencia a sus pretensiones. Su política en los tres primeros años de gobierno buscaba ampliar sus bases de apoyo y podría definirse como de reformismo democrático. Modificó la legislación laboral y realizó inversiones en obras públicas, que redujeron el desempleo. La llegada masiva de capitales norteamericanos (la famosa "danza de los millones"), abrió un período especulativo, que convivió con un cierto relanzamiento económico y un incremento de la actividad constructiva en las obras públicas, que se centraron en la construcción de caminos, llevando la presencia del Estado allí donde nunca antes había llegado. La ampliación de la red viaria permitió comunicar la sierra con la costa, para lo cual desarrolló la leva forzosa de indígenas, la conscripción vial, a fin de que los indígenas aportaran la mano de obra necesaria para su construcción. El mismo Leguía que había adoptado el título de Viracocha, con la intención de ganarse el apoyo de las comunidades indígenas para su causa, consagraría posteriormente el país al Sagrado Corazón de Jesús. La Administración conoció una expansión sin precedentes, y entre 1920 y 1931 multiplicó casi por cinco el número de empleados, aumentando el peso del clientelismo político. El perfeccionamiento del aparato represivo a través de la Guardia Civil amplió el control del Estado en las remotas zonas rurales, en un duro golpe para una cierta y arcaica forma de caudillismo. En 1922 abandonó las formas democráticas y el tono populista que lo caracterizaban y, con el apoyo de la oligarquía, adoptó un carácter más represivo a partir de 1923. Fue entonces cuando los obreros y los estudiantes se sumaron a la oposición, destacando entre estos últimos aquellos que desde 1919 sostenían posturas reformistas. La crisis mundial de 1929 y el deterioro de la situación económica y social condujeron al golpe militar encabezado por el coronel Luis Miguel Sánchez Cerro que acabó con el régimen de Leguía. En Bolivia, el crecimiento de los sectores medios urbanos consolidó el dominio del Partido Liberal y permitió la elección de Ismael Montes por segunda vez en 1913. Su mandato, extendido hasta 1917, se vería favorecido por la expansión de las exportaciones de estaño como consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial. Las reacciones que generaba el liderazgo de Montes en el seno de su partido, sumadas al intento de crear un banco nacional, la crisis agraria y el malestar causado por el descenso de las exportaciones de estaño, motivaron la ruptura del Partido Liberal a fraccionarse en dos, dando lugar en 1915 al nacimiento del Partido Unión Republicana, liderado por Daniel Salamanca. En 1920 terminó el período liberal y comenzó el republicano, que se extendió hasta 1934, gracias a la elección de Juan Bautista Saavedra. Tanto los programas como los apoyos del partido republicano eran similares a los liberales y fueron los que le permitieron el acceso a la presidencia. En esos años se consolidó un sistema multipartidista en reemplazo del bipartidismo existente. En 1920 se creó el Partido Obrero Socialista en La Paz, seguido de formaciones similares en Oruro y Uyuni, que al año siguiente dieron lugar al Partido Socialista, una organización de alcance nacional, de ideología populista no marxista. En estos años se comenzó a modificar la estructura política tradicional, basada en el dominio de la oligarquía y la marginalización de las masas indígenas, en un período que no estuvo exento de graves tensiones políticas, al contrario de lo ocurrido en los años de dominio liberal. En la década de 1920, coincidiendo con la reactivación de las exportaciones de estaño, comenzaron a plantearse serios problemas sociales, que acabaron en estallidos violentos, que serían duramente reprimidos por el poder ejecutivo. Las respuestas de los indígenas ante los avances de los hacendados sobre las tierras comunitarias fueron conflictivas y los trabajadores comenzaron a formar sindicatos y otras formas de asociación y lucha, que en el caso de los mineros fueron especialmente combativos. La huelga minera de 1923 terminó con la intervención del ejército. Otro problema se planteó con las concesiones petroleras en las selvas del Este, que beneficiaron a la Standard Oil Company de Nueva Jersey. El ataque a las concesiones dio lugar al nacionalismo económico, una de las nuevas formas de expresión política, convertido en patrimonio tanto de la izquierda como de la derecha tradicional. A fines de 1928 hubo serios problemas en la frontera paraguaya, debido a la importancia de las explotaciones petrolíferas. El presidente Hernando Siles Reyes, que no deseaba el estallido de la guerra, negoció en 1929 un principio de acuerdo, aunque aprovechó la conflictividad para decretar el estado de sitio y limitar los derechos políticos. La consolidación de la oligarquía del estaño en Bolivia. En BOLIVIA los liberales estuvieron hasta 1920 y con ellos se mejoraron las comunicaciones y se consolidó un nuevo grupo oligárquico. No hubo reformas ni se alivió la explotación de la mano de obra indígena. Hasta la crisis de 1929 y la guerra del Chaco no se rompió el sistema político tradicional. Perú: Dictadura de Oscar Benavides (1914-1919); dictadura de M. Leguía (1919-1930): intento de modernización y reformismo militar antioligárquico hasta 1922, con alta conflictividad social. El APRA es un grupo nacionalista que se enfrenta a los partidos tradicionales como a los de izquierda. Se denominó Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) fundada por el peruano Víctor Haya de la Torre en 1924. Tenía una doctrina marxista y una influencia agrarista de la revolución mexicana. Aspiraba a la constitución de un Estado antiimperialista dueño de su propia economía nacional. Como había pocos obreros, Haya incorporó a su programa a las masas campesinas y a los sectores más liberales de las clases medias. Su programa político se centraba en la "peruanización" entendida como la recuperación nacional; para ello era necesaria la lucha contra el imperialismo de EE.UU. y para ello era necesaria la consecución de la unidad continental americana. En Perú el periodo militarista se cerró con Nicolás Piérola que devolvió el poder a la oligarquía con una coyuntura económica exportadora favorable hizo posible el desarrollo urbano e industrial. Así surgió el APRA y la agitación del movimiento estudiantil. Desde 1914 se impuso el autoritarismo, Benavides y Leguía con el apoyo del ejército llevan a cabo una política modernizadora, reformista y antioligárquica, con tintes populistas. La carestía y el desempleo forzaron el pacto con las oligarquías. Leguía fue derrocado por el golpe militar de Sánchez Cerro con el telón de fondo de la crisis mundial de 1929. Ecuador: las expectativas de apertura política se cierran en 1912 con sucesivos golpes de estado. La Liga de los Militares Jóvenes 1925. En ECUADOR los conflictos entre los grupos oligárquicos habían quedado dirimidos con la victoria del caudillo liberal Eloy Alfaro, con un golpe de estado en 1912. Alfaro dio expectativas a las clases medias pero su sucesor el general Plaza se convirtió en portavoz de la oligarquía nuevamente. Hasta que mediante otro golpe militar la Revolución Juliana de la Liga de los Militares Jóvenes en 1925 inauguró un periodo de dictadura donde fueron atendidas las reivindicaciones de las clases medias, obrera e indígena frente a la oligarquía. Colombia: predominio del P.Conservador y la oligarquía del café. En COLOMBIA las plataformas políticas siguieron vinculadas al Partido Liberal. En Colombia, en 1930 se produjo una escisión en las filas conservadoras, que sumada a la crisis económica llevó a la presidencia al liberal Alfonso López Pumarejo, quien se preocupó por ampliar la base electoral de su partido y favoreció los esfuerzos de algunas organizaciones liberales y de los comunistas por estructurar el movimiento sindical. También intentó ganar a parte de los campesinos propietarios, haciendo más transparentes los derechos de propiedad sobre las explotaciones agrícolas. El liberalismo negoció directamente con el Vaticano las diferencias que lo habían enemistado con la Iglesia y logró la separación entre la Iglesia y el Estado. Algunos logros comenzaron a ser cuestionados como demasiado radicales por el ala más derechista del Partido Liberal. La fracción izquierdista se nucleó en torno a Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo de fuerte arraigo popular y no demasiado sensible a la disciplina partidaria. El candidato liberal para las elecciones de 1938 fue Eduardo Santos, representante del ala conservadora. Su gobierno tuvo que hacer frente a una coyuntura poco favorable para el progreso del país, al desaparecer las condiciones que habían posibilitado la recuperación tras la crisis. 1.4. Centroamérica y el Caribe: el control de las oligarquías, dictaduras militares; intervencionismo de EEUU. La excepción de Costa Rica. Venezuela: dictadura de J. Vicente Gómez. En CENTROAMÉRICA, los gobiernos permanecieron bajo el control de la oligarquía tradicional, aliada a las nuevas oligarquías del café, el banano o la minería. Su característica dominante fue el predominio del caudillismo el autoritarismo y la inestabilidad. El descontento popular se ahogó con dictaduras. El intervencionismo norteamericano no hizo más que reforzar el papel de las oligarquías. En Guatemala, El Salvador y en Honduras se sucedieron los pronunciamientos de caudillos militares. Sólo Costa Rica se benefició de la inversión de EEUU con obras sociales y una intentona militar hizo eliminar el ejército permanente. • En Nicaragua la intervención de los marines norteamericanos se prolongó desde 1912 a 1933 para garantizar la estabilidad según sus intereses económicos. En Panamá tres cuartas de lo mismo. • En Cuba, Haití y Santo Domingo la intervención norteamericana se movía entre el caos la intervención militar y el juego de intereses. • En VENEZUELA la política estuvo marcada desde 1909 a 1935 por la dictadura del general Juan Vicente Gómez. 2. El impacto de la crisis de 1929 y la II Guerra Mundial. Las masas irrumpieron en la escena política a raíz de la crisis económica de 1929. Los sectores medios juntos a los obreros, cuyo número se multiplicó cuando se produjo el éxodo rural provocado por mala situación del sector agro-exportador. Los partidos de izda. y sindicatos se reforzaron con las reivindicaciones de los trabajadores industriales, mineros y agrícolas. Al mismo tiempo los sectores medios, estudiantes e intelectuales, y la pequeña burguesía pedían democracia y una política nacionalista frente al imperialismo económico, esto sería los gérmenes de los partidos populistas. Con este panorama México, Brasil, Argentina o Uruguay donde empezó a intervenir el Estado comenzó una burguesía nacional empeñada en reactivar el sistema productivo y el desarrollo industrial. El clima nacionalista era propicio con el telón de fondo de la crisis económica y la simpatía del ejército. Las oligarquías se pusieron a la defensiva y los más conservadores tuvieron tentaciones anticapitalistas y antiliberales, vía fascismo. No es de extrañar que en el periodo 1930-36 las Fuerzas Armadas irrumpieran en el escenario político. Por ejemplo, en Argentina Irigoyen fue derrocado por el general Uriburu con un golpe militar nacionalista. En Brasil Vargas llegó al poder de la mano de los militares, y en Perú Leguía fue sustituido del mismo modo. Cuba con Batista; el coronel Franco en Paraguay (Rev. Febrerista) y Somoza en Nicaragua son algunos ejemplos de la imposición de tendencias militaristas. Desde 1939 EEUU propagó una política contra los totalitarismos y fascismos frente a los valores democráticos, muestra de ello es la constitución de la Confederación de Trabajadores de América Latina (1938). En Hispanoaméricana siguieron las dictaduras pero con una fachada más “democrática” que facilitara las relaciones con los EEUU ya que era el proveedor de créditos, ayudas económicas y militares y comprador de productos agrícolas o mineros que constituían la base de las exportaciones nacionales. estabilidad del sistema democrático. El radicalismo pudo superar sus divisiones gracias al liderazgo de Alvear y proyectarse nuevamente en la vida política. Tras comprender que su estrategia era equivocada, los radicales retornaron a la lucha electoral en 1935 pero su triunfo en los comicios provinciales de Entre Ríos y Córdoba, convencieron al oficialismo a contrapesar la mayoría radical con el "fraude" patriótico, lo que permitió el triunfo conservador. En 1938 asumió la presidencia un radical antipersonalista, Roberto Ortiz, que intentó pacificar el clima político, tratando de eliminar el fraude electoral. La mayor transparencia en los comicios permitió a los radicales ganar la gobernación de Buenos Aires, el distrito electoral más importante. Cuando todo indicaba que Ortiz lograría sus objetivos, tuvo que renunciar por una grave enfermedad. A su muerte, el vicepresidente, Ramón Castillo, un conservador autoritario, recuperó las prácticas fraudulentas e interpretó la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial como una señal de apoyo a la Alemania nazi. En las filas conservadoras Justo elevó su voz contra estas prácticas y reclamó la vuelta a la democracia y un mayor apoyo a los Estados Unidos. Uruguay: de la dictadura de Terra al predominio Colorado. En Uruguay, tras el estallido de la Gran Depresión el país fue gobernado por el militante del Partido Colorado y seguidor de Batlle, Gabriel Terra. Con el argumento de la crisis Terra reclamó más poderes y con el respaldo de la mayoría del Partido Blanco, de algunos grupos minoritarios del Colorado y de los terratenientes se convirtió en dictador en 1933. En 1934 se sancionó una nueva Constitución que repartía el Senado entre blancos y colorados y se proclamó la ley de Lemas (aún vigente), que permite a los grupos organizados de cada partido presentarse en solitario a las elecciones, aunque luego se suman los cómputos del conjunto. Las elecciones de 1946 las ganó el candidato colorado y batllista Tomás Berreta, gracias a la ley de Lemas, pese a que el blanco Luis Alberto de Herrera había sido el candidato más votado. Sin embargo, su gran elección le permitió a Herrera reunificar el partido, dividido desde 1931. Las tensiones se agravaron en las filas del gubernamental Partido Colorado. Por un lado estaba el vicepresidente, Luis Batlle Berres, sobrino del caudillo, que se hizo cargo del ejecutivo a la muerte de Berreta. Batlle favorecía la modernización con industrialización y proteccionismo y la coyuntura iniciada en la Guerra de Corea ayudó a Uruguay en el logro de sus intenciones. En el otro lado estaban los hijos de Batlle, y si bien pretendían ser los legítimos herederos del batllismo, en la práctica seguían una política más conservadora. • Los pequeños agricultores se veían representados por Benito Nardone, un periodista radiofónico, que hablando del "hombre olvidado" sentó las bases del movimiento ruralista, que terminaría en el Partido Blanco. En las elecciones de 1958 los blancos, con el apoyo ruralista y el de numerosos descontentos de la capital, recuperaron el gobierno después de largas décadas en la oposición. Pese a las promesas electorales, los blancos no reformaron la burocracia ni liquidaron la industria en crisis, sino todo lo contrario, aumentando el descontento popular. URUGUAY vivió desde 1931 la presidencia del colorado Gabriel Terra, quien desde 1933 se convirtió en dictador, apoyado por el Partido Blanco. En 1942 Juan Amezaga logró el consenso de toda la formación colorada en apoyo de una política definitivamente democrática. Durante el predominio colorado, hasta 1958 se ensayó la modernización económica del país. Chile: inestabilidad. De la dictadura de Ibáñez al gobierno de Frente Popular. En las elecciones de 1946 el jefe del ala izquierda del Partido Radical, Gabriel González Videla, apoyado por el PCCh, fue el candidato más votado.El presidente fue derechizando su política, por lo que los comunistas abandonaron el gabinete y luego le retiraron el apoyo parlamentario. Al tiempo, los sindicatos comunistas radicalizaban su postura y el PCCh avanzó en las elecciones de 1947. Ante la guerra fría y para ser visto con buenos ojos por la administración norteamericana, González Videla reprimió duramente la huelga general declarada por los comunistas, confinó a muchos de sus líderes y posteriormente ilegalizaría al PCCh. El Frente Popular había desaparecido. El giro conservador del Partido Radical lo convirtió en mayoritario. Ante la falta de respuesta por parte de los partidos tradicionales, el populismo comenzó a ganar terreno. Carlos Ibáñez se presentó a las elecciones de 1952 con las banderas de la lucha contra la inflación, la reforma agraria, la modernización rural y la industrialización, con las que ganó a importantes sectores de las clases medias y populares. Con el único apoyo de los socialistas, Ibáñez fue el candidato más votado y el Congreso lo hizo presidente. La situación económica se hizo asfixiante y el crecimiento del déficit de la balanza de pagos llevó a Ibáñez a aplicar las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, con el aumento del malestar popular. A fin de apaciguar los ánimos, el presidente legalizó al PCCh, mientras los socialistas se reunificaban bajo la dirección de Salvador Allende, el nuevo líder de la izquierda, al converger electoralmente socialistas y comunistas. La Democracia Cristiana, convertida en la expresión reformista de los sectores medios, surgió en 1957. En las elecciones de 1958 fue electo Jorge Alessandri, el candidato de la derecha, que era partidario de una política económica ortodoxa y de la apertura de la economía. En CHILE, en 1932 tras el fracaso de la República Socialista, las elecciones fueron ganadas por Arturo Alessandri, respaldados por los partidos de la derecha. En las elecciones de 1938, la táctica de Frente Popular propugnada por el Partido Comunista fue aceptada por socialistas y radicales. NO obstante, las divisiones en el seno del Frente Popular permitieron en 1942 el triunfo de J. Antonio Ríos, el ala derecha del radicalismo. El presidente González Videla del ala izquierda del partido radical optó por derechizar su política disponiéndose a seguir la línea anticomunista propugnada por Washington. Paraguay: el impacto de la guerra del Chaco. El ejército árbitro de la situación política. La Guerra del Chaco fue determinante en la evolución política del PARAGUAY La victoria final fue para Paraguay y llevó al primer plano de la política a los militares, descontentos ante el resultado de las negociaciones de paz. La Revolución Febrerista protagonizada por la oficialidad media, entregó la presidencia al coronel Rafael Franco. El poder volvió a la influencia liberal en la presidencia de José F. Estigarribia. Desde 1947 a 1954 se sucedieron diversos gobiernos Colorados; sin embargo, el ejército siguió siendo el árbitro de la política paraguaya, hasta que finalmente el general Stroessner dio un golpe militar instaurando una larga dictadura represiva que llegó a 1989. La victoria paraguaya en la Guerra del Chaco reforzó la posición política de los altos jefes militares. Cuando se vio que la paz no reportaría los beneficios territoriales que esperaban recibir de Bolivia el malestar se extendió y un golpe militar (la revolución febrerista), orquestado por oficiales de segundo nivel, entregó la presidencia al coronel Rafael Franco, quien logró aglutinar a un heterogéneo grupo de partidarios del cambio, desde nazis a comunistas. La imposibilidad de lograr la paz provocó un nuevo golpe, en 1939, que permitió la restauración liberal, bajo la presidencia del general Marshal José Félix Estigarribia, líder máximo de la guerra del Chaco. La Constitución de 1940 recogió las principales banderas de la revolución febrerista y dio un marco institucional a la hegemonía militar. En 1947 un nuevo intento revolucionario apoyado por liberales, febreristas y comunistas, con un importante respaldo militar, fue reprimido con el auxilio de Perón. Tras las elecciones, se eligió presidente a Natalicio González, el ideólogo y líder máximo del Partido Colorado, favorable a ciertos aspectos del aprismo. González intentó reemplazar la dictadura militar por la dictadura de su partido, para lo cual creó una serie de organizaciones coloradas que pretendían reforzar el control político y social. El ejército favoreció el relevo de González por Federico Chaves, un moderado del Partido Colorado, que insistió en el rumbo ya trazado. La solución seguía sin ser del agrado del ejército y un golpe liderado por el general Alfredo Stroessner inauguró una dictadura militar de muy larga duración. El régimen vació de contenido al Partido Colorado y reprimió duramente cualquier intento de forma sistemática los derechos individuales. La dura represión contra el APRA, que acabó con su líder en la cárcel, lanzó al partido de Haya a la insurrección, comenzada en Trujillo, uno de sus principales feudos. Tras la toma de la guarnición local, se libró un sangriento combate con miles de víctimas, que propicio el odio eterno del ejército peruano hacia el APRA. Desde entonces los militares vetaron su participación en el gobierno, veto que sólo se levantó después de la victoria de Allan García en 1985. El asesinato de Sánchez Cerro por un simpatizante aprista en 1933 aplazó la solución de la participación política del APRA. El Congreso eligió para completar el mandato de Sánchez Cerro al mariscal Oscar Benavides, aliado militar del civilismo durante la república oligárquica y comandante en jefe del ejército. Pese a su política de "apacipamiento y concordia", que buscó recuperar la normalidad y sacó de la cárcel a Haya y a numerosos militantes apristas, el APRA permaneció en la ilegalidad. Las elecciones de 1936 las ganó Luis Antonio Egtziguren, un candidato independiente apoyado por Haya de la Torre, lo que planteó un serio problema político al equipo gobernante, al ejército y a las fuerzas políticas tradicionales, que dejaron de ver en las urnas la mejor garantía para el funcionamiento del sistema. Las elecciones se anularon y Benavides, cuyo mandato se prorrogó hasta 1939, gobernó bajo el lema de "orden, paz y trabajo" y desarrolló posturas claramente fascistas, reforzadas por una ideología de derechas e hispanista, que se oponía al indigenismo desarrollado en la década anterior, como una forma de oposición al régimen. El sucesor de Benavides fue Manuel Prado, un banquero europeizante, elegido en 1939 sin el apoyo, pero sin la oposición, del APRA. Su prestigio aumentó tras la victoria peruana sobre Ecuador en una guerra no declarada sobre cuestiones limítrofes. El apoyo al presidente se generalizó dada la postura del gobierno favorable a los Estados Unidos en la Guerra Mundial y alcanzó al APRA y al Partido Comunista, que consideró a Prado como el Stalin peruano, por su capacidad de conformar un frente antifascista. El APRA adoptó la fachada legal de Partido del Pueblo y constituyó un Frente Democrático triunfador en las elecciones de 1945, que también obtuvo la mayoría del Congreso. El presidente electo fue José Luis Bustamante y Rivero, un abogado arequipeño de influencias socialcristianas. El ejército y los partidos tradicionales mantenían sus reservas contra el aprismo, que se expresarían en un nuevo golpe de estado. La experiencia democratizadora tuvo que afrontar importantes problemas, como la agudización del movimiento huelguístico, especialmente en las haciendas de la costa norte y el empate político entre el aprismo y sus rivales. Mientras los primeros controlaban el Parlamento, los segundos dominaban el aparato militar, el mundo económico y financiero y los medios de comunicación. Bustamante intentó mantener una política de equilibrio frente a las presiones del APRA que le recordaba el apoyo a su elección. En 1948 el APRA impulsó una nueva insurrección con apoyo de la marina, que estalló en el puerto de El Callao, y fue reprimida por el ejército de tierra. Bustamante ilegalizó nuevamente al APRA, pero no modificó su política económica para ganarse el apoyo del sector exportador. Un golpe militar en noviembre de 1948 llevó a la presidencia al general Manuel Odría. El gobierno militar reprimió al aprismo y al Partido Comunista y se negó a reconocer el derecho de asilo de Haya; refugiado durante años en la embajada colombiana en Lima. La nueva alianza entre los militares y el sector exportador, que posibilitó la apertura de la economía peruana, infrecuente en un continente proteccionista, le permitió al país crecer a buen ritmo hasta 1955, bajo los efectos beneficiosos de la guerra de Corea. Odría tomó algunos elementos del populismo peronista: concedió el voto femenino e intentó atraer a los habitantes de los "pueblos jóvenes", las poblaciones marginales que rodeaban Lima. En esta operación de ampliación de la base electoral, su esposa, María Delgado de Odría jugó un papel relevante. La oligarquía, aliada a Odría, no veía con entusiasmo estas concesiones populistas. Haya fue moderando su estilo y la línea política partidaria, tan proclive a la insurrección armada, y se mostró favorable a la convivencia con ciertos sectores de los partidos pro-oligárquicos. Su enfrentamiento con los comunistas lo llevó a acercar sus posiciones a la de los Estados Unidos. En las elecciones de 1956 triunfó Manuel Prado, con el apoyo del APRA. Su gestión económica continuó los derroteros marcados por Odría y las exportaciones de harina de pescado sostuvieron el crecimiento del país. La moderación electoral tuvo un alto precio para el APRA, que perdió Lima y vio su hegemonía reducida a su tradicional feudo norteño. En el seno del partido aparecieron fuertes tensiones políticas e ideológicas, entre quienes buscaban la pureza de los postulados originales de Haya, incluida su raíz leninista, y los que se movían hacia el posibilismo y la moderación. Esta situación se agravó por las repercusiones de la Revolución Cubana. En Bolivia, la Gran Depresión y la derrota de la guerra del Chaco tuvieron efectos profundos. La posición boliviana en el mercado mundial del estaño se había deteriorado y el presidente Daniel Salamanca fue a la guerra esperando distraer al país de sus graves problemas. Tras la derrota, con sus 80.000 muertos, se produjo un golpe en 1936, favorable al socialismo militar, encabezado por el general José David Toro, que sería sucedido por el coronel Germán Busch. Se abría un período de diez años de inestabilidad política, con algunas reformas económicas y sociales, como la nacionalización de los pozos petroleros. En 1938 Busch convocó a una Asamblea Constituyente, dominada por los izquierdistas pero que elaboró un producto moderado. Tras el suicidio de Busch en 1939, que había roto de forma alternativa con la izquierda y con la derecha, el ejército se inclinó por los partidos tradicionales y permitió el acceso del general Enrique Peñaranda al poder. La oposición, con nuevos actores políticos, se hizo más activa. El Partido Comunista (PCB) se presentó a las elecciones en el Frente de Izquierda, que obtuvo el 20 por 100 de los votos. En la región minera destacaba el trotskista Partido Obrero Boliviano (POR). En 1941 se creó el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que unía posturas de distinto signo, desde las apristas a otras más ortodoxamente marxistas e inclusive algunas pro nazis. El prestigio de sus líderes, entre los que destacaba Víctor Paz Estenssoro, posibilitó una gran implantación en los sectores medios. La ocupación japonesa de vastos territorios asiáticos convirtió a Bolivia en el único proveedor de estaño a los aliados, pero el gobierno se negó a aumentar su precio. La tensión aumentó en la región minera por los bajos salarios, lo que condujo a una gran huelga en 1942, duramente reprimida por el ejército, siendo la masacre de Catavi un ejemplo de barbarie. En 1943 un nuevo golpe condujo a la presidencia al mayor Gualberto Villarroel, con el apoyo del MNR y del POR, que incorporó a su gobierno a Paz Estenssoro como ministro de Hacienda. La posterior exclusión de los ministros del MNR y la represión sobre los líderes de la izquierda culminó con una fuerte huelga en 1946 y con el asesinato a manos de las masas de Villarroel. La unión del MNR y de los líderes mineros, entre ellos Juan Lechín, se disponía a ocupar el gobierno. En 1946 se derrumbó el régimen militar nacionalista. Las fuerzas tradicionales y la oligarquía junto al PCB, que participó activamente en el derrocamiento de Villarroel, aparecían con buenas perspectivas, pero el frente liberal-comunista fue derrotado por una coalición antiliberal. El descontento y la mala situación económica favorecieron el resurgir del MNR. Las elecciones de 1951 fueron ganadas por Paz Estenssoro, con el apoyo del POR y de Lechín, que no obtuvo la mayoría absoluta. La fragilidad institucional favoreció un nuevo golpe y el general Hugo Ballivián se hizo con el poder. Una sublevación civil, apoyada en las zonas mineras, derrotó a los militares y controló la capital. En abril de 1952 Paz Estenssoro recuperó la presidencia. Entre sus primeras reformas figuraron la extensión del sufragio a los analfabetos y la nacionalización del estaño. La ampliación de la base electoral se buscó a través de la reforma agraria. Las posturas más pro-oligárquicas fueron defendidas por la Falange Socialista Boliviana, de influencias fascistas. En 1956 Hernán Siles Suazo reemplazó a Paz Estenssoro y dio un tono más pragmático a su gobierno. Y si bien estabilizó la economía, no respondió a los retos de la acelerada urbanización ni a los problemas generados por una minería de estaño en plena decadencia. En 1960 retornó Paz Estenssoro a la presidencia, esta vez acompañado por el dirigente minero Juan Lechín. En Ecuador, desde Guayaquil emergió la figura de José María Velasco Ibarra, que hasta 1972 ocupó un lugar destacado en la escena política ecuatoriana. De origen liberal, impuso su estilo autoritario cuando llegó al poder por primera vez en 1930. Su dictadura posterior, sin apoyo militar, provocó una gran inestabilidad y la alternancia de gobiernos civiles y militares, ya que entre 1931 y 1945 Ecuador tuvo catorce presidentes. La derrota ante Perú en 1941 desacreditó enormemente al ejército frente a la población. Ecuador también vivió la oleada democratizadora que barrió el continente tras la Segunda Guerra. En 1944 Velasco Ibarra recuperó el poder, con el apoyo de un frente de liberales disidentes, socialistas y comunistas, pero una vez en el gobierno rompió con sus aliados e imprimió un giro autoritario a su gestión. El ejército dio un golpe que colocó en el gobierno a Galo Plaza, un rico integrante de la oligarquía costeña y ex alto funcionario de la United Fruit. La presencia de la compañía se incrementó en el país durante su mandato y controló la exportación de plátanos. En las elecciones presidenciales de 1952 volvió a ganar Velasco y la herencia peronista de su exilio argentino lo mostró contrario al liberalismo y deseoso de ser el portavoz de las masas urbanas. Tras la Centroamérica y el Caribe Regímenes dictatoriales en El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana, Cuba y Haití). Ensayo democrático y reformista en Guatemala (Ubico) desde 1944-54. En CENTROAMÉRICA, los regímenes dictatoriales se perpetuaron y con ellos el dominio oligárquico: Maximiliano Hernández en EL SALVADOR hasta 1944; Carias en HONDURAS hasta 1948 y en 1934 el jefe de la Guardia Nacional nicaragüense (nombrado por las autoridades norteamericanas de ocupación poco antes de abandonar el país), Anastasio Somoza, inauguró su dictadura militar y patrimonial en 1934, tras asesinar a Sandino, contrario al intervencionismo estadounidense y defensor de un programa liberal-reformista. Sólo en GUATEMALA se ensayó un experimento democrático tras la caída de Ubico en 1944. Se convocaron las primeras elecciones en diciembre de 1944, ganadas por Juan Arrebola quien puso en marcha reformas políticas y sociales. Pero la conflictividad social no disminuyó. El apoyo norteamericano y de otras dictaduras centroamericanas a un golpe militar dirigido por Castillo Armas en 1954, inició una interminable fase de autoritarismo. En COSTA RICA la oligarquía pudo mantener el control de la política sin contratiempos, aunque desde 1940 uno de sus candidatos, el presidente Calderón Guardia admitió la colaboración del partido comunista. Su sucesor, Teodoro Picado continuó en la misma línea. Se denunció fraude en las elecciones de 1948 y estalló una guerra civil en la que triunfaron los socialdemócratas. Su junta Provisional disolvió el ejército. Desde entonces han alternado en el poder los conservadores y el Partido Liberación Nacional de Figueres. En el Caribe, la República Dominicana permaneció bajo la dictadura férrea de Trujillo, durante décadas. En PUERTO RICO el vínculo con los Estados Unidos propició el desarrollo del sector azucarero. Destacó la labor de Luis Muñoz Marín que fundó el Partido Popular Democrático y ganó las primeras elecciones de gobernador, celebradas en 1947. En CUBA el movimiento revolucionario de 1933, respaldado por sectores medios urbanos, acabó con la dictadura de Machado pero no se pudo consolidar por el boicot norteamericano contra el gobierno de Grau San Martín. Un golpe de estado del general Batista, devolvió el poder a los partidos de la vieja oligarquía que servía a los intereses norteamericanos y estuvo como dictador hasta 1944. Desde 1938, la presión de Washington le obligó a una mayor apertura política y a permitir elecciones libres, ganadas por Grau San Martín y su partido revolucionario auténtico. Los Auténticos dieron un claro viraje a la derecha, permitieron la corrupción y el terror policial anticomunista en un ciclo de descomposición política que se cerró con el golpe militar de Batista en 1952. Capítulo 6 La búsqueda del nuevo equilibrio (1930-1960). TULIO HALPERIN DONGUI 1. Avances en un mundo de tormenta (1930-1945) La crisis mundial abierta en 1929 alcanzó de inmediato un impacto devastador sobre América Latina, cuyo signo más clamoroso fue el derrumbe, entre 1930 y 1933, de la mayor parte de las situaciones políticas que habían alcanzado consolidarse. Solo paulatinamente iban a descubrir los latinoamericanos que el retorno a la normalidad no era fácil y que les sería preciso avanzar sobre una etapa imprevisible. La catástrofe se revisa desde esa perspectiva económica latinoamericana a partir de la primera posguerra se descubre cómo más de uno de los rubros que dieron vigor a la economía exportadora parece haberlo perdido por entero o haber por lo menos abandonado su claro rumbo ascendente o aún deber su supervivencia a los subsidios que le prodiga el estado. Mientras los cimientos del orden económico latinoamericano no tornaban más endebles, él adquiría una complejidad nueva. En los países mayores la industrialización realiza avances significativos, gracias a la ampliación de la demanda local sostenida por el previo avance de la economía exportadora y hacía ella se vuelca una parte de la inversión extranjera que antes se atenía al crédito, al estado, al sector primario y al de servicios. El contraste entre la debilidad del viejo núcleo de economía y la tendencia de esta a expandirse mas allá de él se traduce en un desequilibrio que sólo puede ser salvado gracias a créditos e inversiones provenientes de la nueva capital financiera, New York. La crisis mundial redefinió radicalmente los términos en que esos problemas que venían ya madurando debieron ser encarados. Sus consecuencias fueron: el derrumbe del sistema financiero mundial y una contracción brutal de la producción y el comercio, que se reflejó en los tres años que siguieron a 1929 en una disminución del valor de los tráficos internacionales a menos de la mitad. El derrumbe del sistema financiero significaba la desaparición de la fuente de recursos que ha mantenido a flote más de una economía latinoamericana durante la década anterior. Ahora no es solo Latinoamérica la que se descubre deudora, morosa y arruinada; en Europa devastada por la I Guerra Mundial y efímeramente reconstruida por el influjo del crédito norteamericano. La insolvencia se convierte muchas veces en realidad, solo que esta vez el problema es contemplado desde los centros con espíritu más compresivo que cuando esta afectaba solo a América Latina. La caída de la economía productiva en los países centrales impulsaba a una búsqueda febril de mercados externos capaces de salvarla del surgidas durante la expansión de exportaciones. La industrialización avanza allí donde se encuentran no sólo sus potenciales consumidores, sino su mano de obra disponible y sus futuros dirigentes, y todo ello lo ha de encontrar en las concentraciones urbanas más ligadas a la expansión del comercio interno e internacional, y en algunas que tienen además funciones administrativas. Son entonces las áreas que en el pasado se han constituido en emisarias de las metrópolis ultramarinas las que comienzan a esbozar una nueva como áreas metropolitanas de esa economía más cerrada en sí misma que la crisis está creando. La segunda guerra mundial va a introducir de nuevo un cambio radical en el contexto externo en que deben avanzar las economías latinoamericanas, que en poco más de dos años (1939-1941) van quedando aisladas de la mayor parte de los mercados. Esta situación va a ampliar aún más el papel del estado en la orientación y control de la economía. A ello obliga entre otras circunstancias el nuevo régimen de comercio internacional, que se perfecciona luego de la entrada de los EE.UU. en la guerra, y que agrega al racionamiento administrativo de los fletes aun disponibles para el comercio latinoamericano la introducción de un monopolio de compras de todos los productos de interés para las Naciones Unidas (UN) en guerra, cuya administración era confiada a otros organismos similares. La segunda guerra reaviva la demanda externa, que no se ha recuperado totalmente de las consecuencias de la crisis, pero ese efecto se hace sentir de modo muy desigual, y afecta más bien a los volúmenes importados que a los precios. La situación es muy distinta en cuanto a la importación: a las insuficiencias de una infraestructura que se amplía se suman las fallas técnicas de las industrias mismas, creadas o ampliadas con medios de fortuna cuando es imposible importar maquinarias o herramientas de los países metropolitanos, y la ausencia de otras importaciones de estos permite por otra parte ignorar la incidencia de ese primitivismo tecnológico sobre el costo de producción. Mientras dura la guerra, las industrias de los países mayores de Am. Lat. conquistan el mercado interno y avanzan hacia la exportación. Para hacer esto posible, los países mayores buscan suplir la escasez de fletes creando flotas nacionales. De nuevo, el transporte así asegurado no hubiera podido competir en volumen, precio y calidad de servicio con los ofrecidos en tiempos normales por las grandes empresas navieras, pero estos tiempos no lo eran. El fin de la guerra encuentra así a una América Latina cuya economía más radicalmente desequilibrada y ese desequilibrio puede vérselo y tocárselo a través de la experiencia de vivir en ciudades en que el crecimiento demográfico e industrial ha creado un déficit energético que pronto obligara, cuando la Europa vuelva a recobrar su equilibrio, a opacarlo a través de racionamientos cada vez más severos, y donde la concentración de recursos en la cada vez más lucrativa expansión industrial, en medio de una avance ahora más rápido de la urbanización, que halla cada vez más difícil mantener los niveles de vida a los que su ubicación en la sociedad le permite aspirar, como consecuencia de la carestía creciente de la vivienda y la escasez de servicios que considera esenciales. En 1945, entonces, se ha madurado universalmente una conciencia muy viva de que las economías latinoamericanas afrontan una encrucijada decisiva, que sus problemas nuevos y viejos se han agravado hasta un punto que hace impostergable una reestructuración profunda. A la vez, no se deja de advertir que en medio de todos esos problemas las naciones latinoamericanas se han constituido por primera vez en su historia en acreedoras netas frente a Europa y EE.UU. Pero si ese desenlace aparecía prometedor, esta presentación necesariamente lineal del avance económico que se da en la estela de la crisis y la guerra corre riesgo de hacer olvidar no solo que todo fue vivido en el subcontinente bajo el signo de la incertidumbre, sino que esa incertidumbre misma vino pronto a sumarse a la que iba a inspirar la gravitación creciente de las consecuencias de la crisis más allá de la esfera económica. Entre las razones de incertidumbre que brotan fuera de la esfera económica ninguna es quizá más poderosa que la inminencia cada vez menos dudosa de una crisis quizá mortal del orden mundial. Ese orden, que había sufrido ya, con la primera guerra mundial, un golpe del que no se había nunca recuperado del todo, parecía derivar a una confrontación aun más devastadora, originada en ese mismo núcleo europeo, y ello como consecuencia de la agudización de los conflictos entre las mayores potencias, en la que era posible reconocer una consecuencia por lo menos indirecta de la crisis. Fue el agravamiento progresivo de la crisis política internacional, que pronto la lanzó sobre un plano inclinado que conducía ineluctablemente a la guerra, el que vino a contrarrestar en buena medida las consecuencias negativas que la crisis económica, financiera amenazaba alcanzar sobre el ritmo de avance de los EE. UU. en Latinoamérica. La alarma suscitada por el ingreso de la política internacional en una zona de tormenta disminuyó las reservas latinoamericanas ante la dimensión política de ese vínculo necesariamente desigual con la gran potencia del norte. Roosevelt y su política de buena vecindad hemisférica, plantea como el New Deal, parecía más nueva de lo que en verdad era. Esta política renunciaba a la intervención directa y unilateral, y buscaba en cambio vigorizar los organismos panamericanos, que con ampliadas atribuciones debían transformarse en instrumentos principales de la política hemisférica de los EE. UU. El abandonote la intervención armada no suponía por cierto la renuncia al ascendiente ya ganado mediante ella en América Central y las Antillas. En los países que habían sufrido la ocupación militar norteamericana, la potencia interventora, había creado fuerzas armadas locales que le conservaban fidelidad; el influjo de estas iba a asegurar la consolidación de regímenes dictatoriales a la vez estables y devotos a los intereses norteamericanos. Esto no significaba por cierto que la presión política directa deje de emplearse. La introducción de la política de buena vecindad elimina el obstáculo más vistoso a la aceptación del panamericanismo en Latinoamérica, pero es el derrumbe de esa última versión del orden internacional centrado en el concierto de Europa, que había encontrado tardío marco institucional en la Liga de Naciones el que influye más activamente para restar eficacia a reticencias que están por cierto lejos de desaparecer del todo, y logra que la posibilidad de organizar un orden panamericano abrigado contra las tormentas del viejo mundo por el prestigio y la fuerza de los EE. UU. sea vista por la opinión latinoamericana con ánimo más abierto. Las dificultades para la consolidación del panamericanismo no vinieron entonces del eco de las nuevas experiencias políticas en curso en el Viejo Mundo. Tampoco provinieron de la acción estadounidense, que seguía siendo de una potencia hegemónica de mano nada blanda, o de que su política económica se desentendía de la búsqueda de cualquier reciprocidad de ventajas con los países con los que establecía contacto: todo esto contaba menos desde que la consolidación del panamericanismo parecía ofrecer ventajas directas a os países latinoamericanos. Por el contrario, los obstáculos del panamericanismo siguieron proviniendo sobre todo de los países más ligados a metrópolis europeas. Se llegaba así a la II Guerra Mundial, desencadenada esta, la conferencia Panamericana de Panamá creaba una vasta zona oceánica en torno a EE. UU. y Latinoamérica, dentro de la cuál reclamaba que los países beligerantes, se abstuvieran de actos de guerra. Aunque el valor jurídico de esta declaración era más que dudoso, y la voluntad de imponerla por la fuerza a los países en guerra faltaba por completo, la conferencia de Panamá no dejó de tener consecuencias significativas: el movimiento panamericano tomaba por primera vez posición política unánime frente a una emergencia internacional, y parecía esbozar su transformación en una liga de neutrales. Pero esa transformación estaba destinada a no madurar. La neutralidad no era la política definitiva de los EE. UU. frente al conflicto mundial. Los EE. UU. manejaron su política internacional sin recurrir nuevamente a un mecanismo panamericano; arrendaron así unilateralmente bases navales en posiciones británicas, y ocuparon juntamente con Brasil la Guayana holandesa. Solo después de producido el ingreso de los EE. UU. en la guerra, el mecanismo panamericano volvería a ser puesto en movimiento: 1942 se reunía en Río de Janeiro una conferencia panamericana que se limitó a recomendar la ruptura de las relaciones con las potencias del Eje; Chile iba a tardar un año y Argentina dos, antes de recoger esa recomendación.
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