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TEMA 5 Novela española del 39 al 74. Tendencias, autores y obras, Apuntes de Lengua y Literatura

Apuntes literatura 2º bachillerato novela española

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 04/05/2019

isabel.escalona
isabel.escalona 🇪🇸

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¡Descarga TEMA 5 Novela española del 39 al 74. Tendencias, autores y obras y más Apuntes en PDF de Lengua y Literatura solo en Docsity! 1. La novela de los primeros años de postguerra En 1939 el panorama cultural es desolador; muchos autores se han exiliado y la literatura se encuentra determinada por la presión de la censura. En la década de 1940 solo hay casos excepcionales y aislados, como Camilo José Cela, Carmen Laforet y Miguel Delibes. Estos autores encarnan dos tendencias narrativas: • Novela existencial: Lo existencial se convierte en uno de los temas fundamentales de la narrativa. La desorientación, la hostilidad de la vida y la angustia marcan los motivos de parte de la novela de estos años. Hay que destacar Nada de Carmen Laforet; la trama recoge hechos cotidianos de su vida, inmersa en la incomunicación y el desencanto. Es una novela en primera persona: una joven vive la decepción de sus ideales al marchar a casa de unos tíos a estudiar su carrera universitaria. Allí choca con el ambiente de miseria económica y moral propio de la pequeña burguesía de posguerra. • Tremendismo: Algunas novelas reflejan los aspectos más desagradables y brutales de la realidad para efectuar una reflexión profunda sobre la condición humana. La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela es una novela que narra un cúmulo de crímenes y de atrocidades que parecen verosímiles por el tipo de protagonista y por el ambiente. Se presenta como una carta manuscrita en la que un condenado a muerte cuenta su vida a un hombre distinguido. Recuerda su dura infancia en el medio rural y los terribles crímenes que ha cometido llevado por una especie de impulso ciego. 2. Década de los 50. El realismo social Con la Guerra Fría España empieza a salir del aislamiento y se incorpora a algunos organismos internacionales. El desarrollo del turismo y la industria trae cierta recuperación económica. Los jóvenes que han vivido le guerra como niños o adolescentes empiezan a manifestar actitudes críticas respecto al poder y a la división social entre vencedores y vencidos. Para muchos, La colmena de Cela es un precedente de la novela social. En ella con más o menos realismo aparece reflejada la sociedad del momento. La novela adelanta rasgos técnicos de la narrativa social como el del personaje colectivo, la concentración espaciotemporal y la tendencia a la objetividad del narrador. La estructura se fragmente en múltiples secuencias breves. Se observan dos grandes tendencias: • El neorrealismo: Que se centra en los problemas del hombre como ser individual. Hay que destacar a Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama, novela conductista que recoge un anodino día de excursión de unos jóvenes empleados sin alicientes vitales junto al rio Jarama. • Novela social (realismo social): Se centra en los problemas de los grupos sociales. Hay que destacar Central eléctrica de Jesús López Pacheco. El tema de la novela es la propia sociedad española: la dureza de la vida en el campo, las dificultades de la transformación de los campesinos en trabajadores industriales; la explotación del proletariado y la banalidad de la vida burguesa. El estilo de la novela realista es sencillo, tanto en el lenguaje como en la técnica narrativa, se pretende llegar a un amplio público. Los contenidos testimoniales o críticos son más importantes. 3. La novela de los años sesenta: Entre la preocupación social y el experimentalismo La novela española de 1939 a 1974. Tendencias, autores y obras principales Durante la década de los sesenta se detecta un cierto agotamiento del realismo social y una clara evolución hacia la experimentación y la renovación. Los escritores españoles se dejan influir por los autores europeos, norteamericanos o latinoamericanos. Las novelas pasan a ser más complejas y experimentales. Las novedades no afectan solo al argumento o la estructura, también a la ortografía, ya que algunos autores suprimen los signos de puntuación, o lo párrafos, y es frecuente que se mezclen los géneros. Ya no se pretende solo denunciar la situación social, sino que también se persigue la experimentación de nuevas formas y elementos. Esta corriente comienza con Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, síntesis de las tres grandes tendencias: social, existencial y experimental. La trama es simple: un médico que consigue ratas para sus investigaciones en un barrio chabolista se ve envuelto allí en un aborto con final trágico. El desenlace muestra el fracaso vital del protagonista, y ni sus amigos adinerados ni los chabolistas escaparan a la amarga visión del narrador omnisciente. Aunque el narrador cede a veces su voz a los personajes mediante monólogos interiores, también introduce digresiones críticas sobre España. A esta línea innovadora se le van a unir novelistas de varias generaciones. 4. De los 70 a nuestros días En 1975, una vez desaparecida la dictadura, los escritores se encuentran ante posibilidades cerradas: por una parte, la literatura social ha perdido su razón de ser; por otra, el experimentalismo ha llevado a la literatura a un callejón sin salida pues propugna, por ejemplo, la destrucción de la novela. Por ello, optan por recuperar la tradición sin desaprovechar los recursos técnicos recientes. La primera novela de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta, inicia una nueva etapa en que se va a recuperar el placer de contar historias. La obra tiene como base una intriga policíaca enlazada con una trama amorosa de rasgos folletinescos. Sus quince capítulos se subdividen en secuencias de diferentes narradores y desordenadas cronológicamente, lo que obliga al lector a recomponer la trama. Encontramos una gran variedad de estilos. LA NOVELA DE LOS AÑOS 50: La novela social. La novela social puede dividirse en dos corrientes distintas: el objetivismo y el realismo crítico. 1. En el objetivismo destacamos la desaparición de la figura del narrador; predominio del diálogo, una gran condensación espaciotemporal y la preferencia por un personaje colectivo. Todos los temas se basan en la sociedad española contemporánea, en el mundo rural y obrero urbano; en la vida burguesa, o en la Guerra Civil que es siempre un tema subyacente y que hay que tener en cuenta para interpretar correctamente las obras. De este género, podemos destacar La colmena, de Cela (1951), El camino (1950), de Delibes (representativa de la vida en el campo); y El Jarama (1953), de Sánchez Ferlosio (novela sobre la abulia). Rafael Sánchez Ferlosio (1927) es el máximo exponente de la novela objetivista. Se dio a conocer con su obra El Jarama premio Nadal en 1955. Esta novela es la crónica de un asueto dominical de un grupo de jóvenes junto al río Jarama, donde coinciden con otros excursionistas. Está estructurada de forma que el narrador prácticamente desaparece y el lector únicamente puede obtener información de las conversaciones de los personajes, que discuten acerca de la vida social y anodina. Sin embargo, el tedio individual. Se trata de la llamada generación de los 50, otras veces también llamada promoción de los 60. La poesía será ahora una vía de indagación moral, un modo de conocer el mundo, con mayor voluntad de estilo y mayor cuidado del lenguaje, y una vuelta a temas clásicos como el amor, la amistad, y la autobiografía moral. Entienden la poesía como método de conocimiento de la realidad humana y no como comunicación. Introducen la ironía en los temas sociales, y para distanciarse de lo excesivamente sentimental, y usan a menudo un lenguaje coloquial. Y todo esto dará lugar más tarde a la llamada poesía de la experiencia. Ángel González, con su tono irónico y pesimista evolucionó a la metapoesía en libros como Áspero mundo. Palabra sobre palabra abre un paréntesis amoroso. Una escritura más imaginativa y lúdica es la que emplea en Breves acotaciones para una biografía, de cuya ironía surge la parodia y el humor. Por otro lado, Claudio Rodríguez y su teoría del conocimiento del mundo hicieron manifestar el aprecio a la realidad que envuelve el vivir. Celebra la capacidad de nombrar una naturaleza que es armónica en Don de la ebriedad, embriaguez que se supera en Conjuros, de tono simbolista. Jaime Gil de Biedma escribió Las personas del verbo, sobre su experiencia vital tratada con distancia. En Poemas póstumos muestra un resentimiento contra la propia vida. José Ángel Valente escribe una poesía del silencio, de un simbolismo depuradísimo, en La memoria y los signos. cd5 Los novísimos Una vez superada la poesía social, que no indagaba en nuevas soluciones estéticas, los poetas apostaron a finales de los 60 por la experimentación. José M.ª Castellet, en su antología Los nueve novísimos, publicó a los poetas más importantes del momento. Entre otros, aparecen Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Pere Gimferrer o Leopoldo María Panero. Los novísimos cultivan una métrica tradicional y, al mismo tiempo, exploran nuevos aspectos formales. Se tiende al juego lingüístico y a la frivolidad. Se recuperan el exotismo, la huida de la realidad y el refinamiento modernistas. En resumen, la poesía no es compromiso, sino arte. Emplean recursos como el prosaísmo y la ironía, reflejan la influencia del cine, de la música pop y de los medios de comunicación y buscan un lenguaje poético de procedencia, a veces, surrealista. Pere Gimferrer publicó el primer libro y más emblemático: Arde el mar. Luis Alberto de Cuenca pasó del culturalismo inicial a una poesía intimista y narrativa. Ha recogido su obra en Los mundos y los días. Guillermo Carnero escribió Dibujo de la muerte y Antonio Carvajal, Tigres en el jardín. El culturalismo y experimentalismo que perduran en la obra de un poeta como José Miguel Ullán se han ido depurando hasta el decidido entronque de muchos poetas con la tradición clásica. Así sucede con Luis Antonio de Villena y Antonio Colinas. En la línea de la búsqueda de la pureza poética se situaría la “poesía del silencio” de Jaime Siles o de Andrés Sánchez Robayna, y en la de la independencia y la ironía, Antonio Martínez Sarrión. 6 De los años 80 hasta hoy Durante los años 80, sin que se advierta una ruptura estética con la poesía precedente, sí se aprecia el gusto por el intimismo, la vuelta decidida a las formas clásicas, la utilización del humor y de la parodia y la referencia a la experiencia individual que puede ser compartida por los lectores. En esta sensibilidad común, que ha venido en denominarse poesía de la experiencia, conviven tendencias poéticas y autores a veces muy disímiles como Miguel d’Ors, Justo Navarro, César Antonio Molina Felipe Benítez Reyes o Luis García Montero. Este último se dio a conocer con El jardín extranjero, aunque su libro fundamental es Habitaciones separadas. Los poetas más jóvenes parecen tener en común, a finales del siglo XX y principios del XXI, un acentuado pesimismo existencial que en muchos casos llega a un absoluto nihilismo. Almudena Guzmán se mueve en el ámbito del realismo con una obra de carácter confesional, Estoy ausente. Blanca Andreu sorprendió con el surrealismo en De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. También irracionalista, aunque más moderado, era el lenguaje de la poeta Luisa Castro. En sus últimos libros, como Amor, mi señor, opta por un registro lingüístico más realista. LA LÍRICA ESPAÑOLA DESDE 1940 HASTA HOY 1.- La lírica desde 1940 a los años setenta “Hoy se hace en España la más hermosa poesía de Europa”, afirmaba Federico García Lorca en 1936, en el banquete homenaje a Luis Cernuda por la publicación de su libro La realidad y el deseo. La poesía de los años 30 se había ido distanciando del camino de la “poesía pura” de Juan Ramón Jiménez y de la deshumanización defendida por Ortega y Gasset. Así, la lírica volvía a acercarse al contenido humano, a la rehumanización. Y ello se debió, fundamentalmente, al contacto con el surrealismo y con la poesía social y revolucionaria del chileno Pablo Neruda. La Guerra Civil oscureció el brillante panorama poético con la muerte de Lorca (1936) y de Miguel Hernández (1942), y el exilio de A. Machado, Juan Ramón, Salinas, Guillén, Alberti, Cernuda, Moreno Villa, León Felipe y tantos otros. En España permanecieron poetas como Manuel Machado, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre, quien pronto se convirtió en el maestro de las nuevas generaciones. Durante la guerra (1936-1939), solo se cultivó una poesía llamada “de urgencia”, destinada a exaltar el ánimo de los combatientes de uno u otro bando (en noviembre de 1936 se publicó un Romancero de la guerra civil con 35 composiciones tanto de poetas consagrados como espontáneos, que exhortaban a los soldados a la defensa de los valores democráticos o cantaban la muerte heroica de algunas personas del pueblo). Los años de la posguerra fueron poco propicios para la lírica y estuvieron marcados por la represión, la miseria y el hambre. En los primeros años de la década de los 40, la lírica toma la forma de la denominada poesía arraigada, una poesía reconciliada con el mundo y absolutamente ajena a la trágica situación de la realidad española. Los autores de esta tendencia se organizan en torno a las revistas “Escorial” y “Garcilaso”. Unos y otros conectan, como se manifiesta en sus temas, con la ideología del bando vencedor, adoptando un lenguaje muy elaborado, muy culto, en la línea de los poetas clásicos. La perfección formal de sus composiciones (se puso de moda escribir en sonetos) revela una visión optimista del mundo, arraigada en sólidas convicciones religiosas y políticas, y alejada, por tanto, de la triste realidad de esos años. Entre estos poetas se encuentran José García Nieto (fundador de la revista “Garcilaso”), Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo. Parece increíble que ante el drama de la Guerra y sus consecuencias, pudiese surgir una poesía tan desvinculada de la realidad española. Sin embargo, en 1944, Dámaso Alonso publica Hijos de la ira, obra que viene a iniciar un nuevo rumbo en la poesía española de posguerra, un camino de auténtica renovación. Dámaso opta por una poesía sin patrones métricos, con versos muy extensos, casi narrativos, y con un lenguaje conversacional próximo al hombre de la calle. Temáticamente, Dámaso expresa su profundo desarraigo, su denuncia de un mundo con el que el hombre no se siente reconciliado, su protesta contra un mundo del que se ha apoderado todo lo sórdido, lo inhumano, la parte más siniestra del hombre, iniciando, de esta forma la llamada poesía desarraigada (recordemos el poema “Insomnio”). En esta misma línea de poesía existencial, habría que citar a los poetas que se organizan en torno a la revista “Espadaña”. En sus obras reflejan la angustia de la existencia humana en estos trágicos años, elaborando una poesía comprometida con la realidad de ese tiempo. Destacan dos figuras esenciales: Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. Finalmente, para terminar de describir el panorama de la poesía española de los años 40, hemos de considerar a una serie de poetas más marginales y organizados en torno a dos grupos: el Postismo, que incorpora las experimentaciones vanguardistas propias del surrealismo (Carlos Edmundo de Ory) y el grupo cordobés Cántico (con Pablo García Baena como máximo representante), que se sirve de una poesía formalista e inspirada en el modernismo y en la generación del 27. La década de los años 50 está caracterizada por el llamado realismo social en todos los géneros. La poesía se convierte ahora en un instrumento para cambiar el mundo. El poeta denuncia en sus textos las injusticias, las desigualdades sociales y la falta de libertades políticas. La temática central, pues, es la crítica de las trágicas condiciones de la posguerra. Formalmente, su lenguaje es directo, sencillo, conversacional, casi prosaico, al alcance de “la inmensa mayoría”. Dos de sus obras más significativas se publicaron en 1955: Cantos iberos de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra de Blas de Otero. En esta misma línea cabe destacar la figura de José Hierro con Quinta del 42, su obra social más representativa , y Cuanto sé de mí (1957). En ellas presenta una concepción de la poesía como conocimiento tanto de la realidad exterior como del ser íntimo. Estos poetas siguen el lema de Antonio Machado (“la poesía es la palabra en el tiempo”) y el de V. Aleixandre (“la poesía es comunicación”). La afirmación de Celaya de que “la poesía no es un fin en sí mismo, sino un instrumento para transformar el mundo” deja bien claras sus intenciones. A finales de los 50 irrumpió un grupo de poetas que, sin dejar los temas sociales, buscaba una mayor elaboración del lenguaje poético y un desplazamiento de lo colectivo a lo personal. Las características generales que definen a estos autores son: -Posición crítica ante la realidad. -Tono menos dramático que el de la poesía social. -Preocupación por un lenguaje más cuidado, aunque habitualmente sobrio. -Vuelta al intimismo, a lo subjetivo. -Presencia del humor, de la ironía y del escepticismo. -Tratan temas comunes: el tiempo y la fugacidad de la vida que hacen que evoquen con nostalgia el paraíso perdido de la infancia y la adolescencia; el amor, la amistad, el erotismo; la creación poética como reflexión sobre la metapoesía. A estos poetas se les conoce como “generación del medio siglo” o “de los poetas de los cincuenta” y entre sus máximos representantes encontramos a Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente y Ángel González. Este último es uno de los poetas de su generación en cuyos versos late un mayor espíritu crítico y social sin faltar un matiz irónico. Sus obras más importantes son: Áspero mundo (1956) que refleja la dureza del mundo de la posguerra de estos años. Sin embargo, este autor consolida su estilo y adquiere un tono más personal en la década de los 60, en los años de la poesía de la experiencia. En esta década publica Tratado de urbanismo (1967).
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