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TEMA II LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO Antonio Santos Ort, Apuntes de Relaciones Laborales y Recursos Humanos

Asignatura: Sociología, Profesor: Juan Jesus Perez, Carrera: Relaciones Laborales y Recursos Humanos, Universidad: UAL

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 28/09/2017

alvaro9193
alvaro9193 🇪🇸

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¡Descarga TEMA II LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO Antonio Santos Ort y más Apuntes en PDF de Relaciones Laborales y Recursos Humanos solo en Docsity! Descargado en: patatabrava.com SOCIOLOGIA DE LES RELACIONS LABORALS (UV) SOCIOLOGIA , JULIO 13-14 1 TEMA II LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO Antonio Santos Ortega y María M. Poveda Rosa Dpto. Sociología – Univ. Valencia No son pocos los que achacan a la sociología del trabajo un interés excesivamente parco en su aproximación a las desigualdades laborales entre varones y mujeres. El sujeto pretendidamente universal de la disciplina era, en realidad, el trabajador típico del fordismo: el obrero industrial varón, cabeza de familia, encargado de suministrar la renta principal a la unidad familiar y que construye su identidad social, prioritariamente, alrededor de su empleo. El modelo complementario de roles (ganapán/amadecasa) instituido con el desarrollo de la sociedad industrial, ha impregnado durante décadas los modos de hacer de la sociología del trabajo, sólo recientemente se ha comenzado a considerar las relaciones de trabajo como sexuadas, alzándose el concepto de género a una categoría de importancia similar a la que puedan tener otras como la clase social, la explotación o el conflicto social. En la actualidad, el filón de estudios más novedoso en la reciente sociología del trabajo procede de los autores y, sobre todo, de las autoras que se han preocupado por introducir dicha categoría como dimensión central del análisis de los procesos de producción y reproducción social. Este tema se plantea tres objetivos diferenciados. El primero es conocer y profundizar en algunos conceptos claves en el análisis de la división sexual del trabajo y en los enfoques teóricos más influyentes en el campo del género y el trabajo (II.1). El segundo objetivo se propone describir y analizar la aportación económica y la contribución al bienestar social que realizan las mujeres a través del trabajo doméstico-familiar (II.2). El tercer objetivo consiste en estudiar la interrelación existente entre el lugar que ocupan mujeres y varones en el mercado de trabajo y su respectiva participación en el ámbito doméstico (II.3). II.1. CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DEL TRABAJO DE LAS MUJERES En las ciencias sociales, la división sexual del trabajo comienza siendo una preocupación de los antropólogos. Las primeras rupturas con las burdas generalizaciones de las teorías biológicas de la diferenciación de las tareas entre los sexos y de sus esquemáticos argumentos acerca de la superioridad biológica del macho, provienen de la constatación de que la adscripción de tareas a uno u otro sexo difiere, tal y como observan algunos antropólogos en sus trabajos de campo, de unas culturas a otras. Margaret Mead profundiza, en el primer tercio del siglo XX, en esta cuestión. En su opinión, la división sexual de las tareas puede considerarse como un fenómeno universal, pero la diversidad que al respecto se encuentra en las diferentes culturas es tal que anula cualquier formulación biologicista y obliga a explicar cuáles son los motivos por los que se asignan las tareas a uno y otro sexo, y por qué esto ocurre de forma tan variada en los diferentes grupos humanos. Mead aporta a sus interesantes puntos de vista una apreciación de considerable interés para los desarrollos posteriores de las ciencias sociales: la división del trabajo no deriva de la biología sino que se define en el conjunto de representaciones simbólicas que cada 4 momento lo que se ha hecho ha sido invitar a las mujeres a participar dentro de ese traje hecho a medida de ese modelo de trabajador masculino. La doble carga para las trabajadoras y la llamada "crisis de los cuidados" son consecuencias directas de las resistencias al cambio de las políticas públicas, de las políticas empresariales, de las prácticas cotidianas de los varones y de las de las propias mujeres. El control sobre la reproducción biológica, la asignación de las tareas del hogar o la participación en el trabajo de la esfera pública —condicionado al lugar ocupado en la esfera doméstica—, son aspectos que ponen en evidencia, nuevamente, cómo los factores sociales —expresados en las relaciones de dominio entre los géneros— explican mucho mejor que las meras diferencias fisiológicas las desigualdades entre hombres y mujeres en el ámbito laboral. Diferencias en la formación académica y en el desarrollo de la carrera laboral derivadas, de las desiguales atribuciones de papeles dentro del grupo doméstico, perfilan las asimetrías fundamentales entre los recorridos masculinos y femeninos en el trabajo. Susana Narotzky ha resumido en una frase el significado simbólico que en nuestra sociedad se atribuye al trabajo que realizan las mujeres: «trabajo es ayuda» (Narotzky, 1988). Las tareas de procesamiento dentro del hogar, la procreación, crianza y educación de los hijos entran en el campo semántico de «lo natural» y esto, socialmente, no es considerado trabajo —de la misma manera que el hecho de caminar no es considerado trabajo—. Estas tareas de producción de bienes de uso en el hogar o de reproducción biológica son consideradas como naturales y como «ayuda» al mantenimiento del núcleo familiar. En el polo opuesto, se encuentra el trabajo asalariado del hombre, este no es natural, produce mercancías y no meros bienes de uso. Frente al «trabajo es ayuda» en la mujer, se sitúa el «trabajo es dinero» en el hombre. Según la misma autora, cuando la mujer realiza un trabajo asalariado, es tal el condicionamiento del lugar que ocupa en la familia que éste sigue siendo considerado como ayuda. Narotzky lo explica de esta forma: «como el ‘trabajo’ se asocia con el ‘dinero’ y el ‘dinero’ son los ingresos de la familia y el hacer ‘dinero’ es la responsabilidad del ‘cabeza’, cualquier miembro que contribuye a la ‘tarea común’ y no es el cabeza de familia está automáticamente ‘ayudando’, cualquiera que sea la suma monetaria de su contribución (lo que puede causar tensiones en los grupos domésticos cuando el salario de la mujer es superior al del hombre). O sea que, cuando las mujeres trabajan en el ‘hogar’ están ‘ayudando’ y cuando son asalariadas siguen ayudando y así, mediante la expansión de dos núcleos conceptuales distintos y por mor de la unidad doméstica reproductiva, el ‘trabajo’ de la mujer es siempre una ‘ayuda’.» (ibid. 150). La metáfora «trabajo es ayuda» se expresa en cuatro importantes dimensiones que afectan de lleno a la división sexual del trabajo: La primera la hemos mencionado de pasada en párrafos anteriores. Como en el grupo familiar las funciones y actividades de la mujer se presentan como ‘ayuda’, en el orden socioeconómico global se produce una extrapolación de la idea anterior, de modo que, aunque esta realice trabajos remunerados, la ayuda es «la función económica de la mujer en la sociedad.» (ibid. 152). El trabajo asalariado sería así 5 considerado porque no es la actividad principal de la mujer en la división sexual del trabajo que emana del grupo doméstico. En segundo lugar, es ayuda porque los ingresos derivados de su actividad se perciben como complemento a los ingresos del hogar, aportados principalmente por el cabeza de familia, idealmente un varón. En tercer lugar, es ayuda porque la participación de la mujer en el mundo del trabajo asalariado sigue considerándose provisional, circunstancial. La implicación del hombre en el trabajo productivo se piensa, idealmente, como continua, mientras que en la mujer se supone discontinua debido a sus responsabilidades reproductivas. Cualquier mujer trabajadora suele ser considerada como una madre en potencia y, en consecuencia, una trabajadora con trayectoria laboral discontinua, con menor disponibilidad de tiempo y energías. Es esta presunción la que legitima las prácticas laborales discriminatorias utilizadas contra las mujeres. En cuarto lugar, es ayuda porque tradicionalmente los factores que definen el carácter del trabajo que se realiza: la cualificación, la formación, la profesionalidad han sido acaparados por los trabajadores varones asalariados y formalizados institucionalmente; mientras que, a muchas de las mujeres que trabajan fuera de casa se les ha requerido un adiestramiento no formalizado, que provenía del grupo doméstico, para cumplir tareas consideradas poco cualificadas. Durante mucho tiempo la fuerza de trabajo femenina ha sido técnicamente cualificada —conocedoras de las técnicas, poseedoras de las destrezas—, pero formalmente descualificada —carentes de títulos y credenciales formales—. «Las mujeres aparecen por tanto como el género naturalmente cualificado para ejercer tareas descualificadas.» (ibid. 154). En la actualidad, estos argumentos deberían ser matizados pues las mujeres jóvenes obtienen credenciales educativas más elevadas que el conjunto de los varones jóvenes. Con todas las matizaciones que pueden hacerse a los argumentos de Narotzky, su metáfora «trabajo es ayuda» aporta un interesante punto de partida para apreciar la problemática de las asimetrías de género en la división del trabajo. Enlazando con lo anterior, el segundo concepto que nos interesa volver a destacar es la relación entre reproducción y producción. De la misma forma que el concepto de género desvelaba las dimensiones no naturales de las relaciones entre los sexos, el par de conceptos producción/reproducción descubre toda una trama de procesos sociopolíticos de interés central para comprender el funcionamiento social. El concepto de reproducción es, en ciencias sociales, excesivamente polisémico, generalmente va acompañado de algún atributo que especifica de qué se está hablando; así, podemos encontrar reproducción biológica, reproducción de la fuerza de trabajo o el más amplio de reproducción social. Este último, el más genérico, abarca los anteriores y «define las condiciones por medio de las cuales se conserva, o reproduce, y adapta un orden social específico sin perder sus características definitorias principales a causa del cambio social.» (Mingione, 1993: 170). La reproducción social incluye el conjunto de condiciones organizativas que posibilitan la supervivencia de los seres humanos en contextos grupales. De acuerdo con este sentido, el concepto de reproducción social es equivalente al de estrategias de supervivencia o al de subsistencia. 6 Las diferentes escuelas que han explicado la aparición de la sociedad industrial han hecho hincapié en cómo en la nueva sociedad se produce una separación física —el espacio doméstico y el taller— y simbólica —trabajo productivo e improductivo, trabajo y no-trabajo— de las prácticas de reproducción y de las de producción. Mientras que en la sociedades precapitalistas, el objetivo general de la supervivencia y la reproducción del grupo no distinguía nítidamente contextos diferentes para la producción —que se llevaba a cabo en el marco de la familia inserta en el entramado comunitario—, en el capitalismo, en cambio, la esfera productiva se separa de la reproductiva, distinguiéndose lugares y divisiones del trabajo determinados por esta separación: la fábrica como el ámbito de la producción y el hogar de la reproducción. La prioridad concedida a la producción de mercancías al explicar el desarrollo del capitalismo y el lugar secundario de las actividades de reproducción social se han convertido en un problema en los numerosos estudios sobre la división sexual del trabajo. Pese al economicismo de los análisis de Marx a este respecto, alguna de sus ideas ha servido como punto de partida para la comprensión de la ruptura entre el orden de la producción y de la reproducción. Marx aborda el problema de la reproducción social cuando se detiene a estudiar el precio de la fuerza de trabajo como mercancía, pero como mercancía muy especial capaz de generar plusvalía. Las peculiaridades del proceso mediante el que se genera este particular producto le llevan a hablar de reproducción y no de producción de la fuerza de trabajo. La función social (más allá de las relaciones privadas) que cumplen las tareas realizadas dentro de la unidad doméstica es resaltada en el «debate sobre el trabajo doméstico» que emprenden autoras de procedencia marxista a finales de los sesenta. La tesis central de estas autoras es que la situación de las mujeres en el ámbito de la reproducción obedece a la lógica del capital, ésta determina la existencia del trabajo doméstico como forma consustancial al sistema capitalista. En dicho sistema, el trabajo doméstico contribuye a producir la fuerza de trabajo necesaria para el funcionamiento y la continuidad del capitalismo y lo hace, además, de forma casi gratuita reduciendo el coste de su reproducción (salario) y, por lo tanto, mejorando la capacidad de extracción de plusvalía. Aunque desplazado a una esfera separada de la producción, el trabajo doméstico no deja de constituir, para estas autoras, un elemento central en el ciclo del capital. Las posiciones de este feminismo de raíces marxistas, han generado un amplio debate acerca de la adecuación de los esquemas, conceptos y términos marxistas al análisis de la subordinación social de las mujeres. Se discute, entre otras cuestiones, acerca de si es correcto hablar de explotación o de relaciones de clase entre hombres y mujeres dentro del modo de producción doméstico. Las discusiones a raíz de este debate no hacen sino dar mayor relieve al lugar ocupado por las mujeres en la esfera de la reproducción como factor determinante de su posición social subordinada. La relación entre producción/reproducción también ha sido destacada por parte de quienes han considerado que por encima de la «lógica del capital» existe una «lógica patriarcal», que domina a las mujeres y controla su trabajo en beneficio del «modo de producción doméstico» regido por los hombres, convertidos en «l’ennemi principal» (Delphy, 1982). Este modo de producción superaría las fronteras temporales, espaciales y políticas, de tal manera que ni siquiera la propia 9 imágenes construidas a partir de las categorías de marginalidad o debilidad, de opresión y discriminación. Esta nueva perspectiva viene a confrontarse, además, con la homogeneización de los modelos de empleo y de trabajo surgidos de teorías sociológicas y económicas, y de algunos modelos emancipacionistas que han reflexionado sobre la participación de las mujeres en el mercado de trabajo en términos exclusivamente de «inserción» en un modelo masculino considerado prevalente. A lo largo de este proceso enormemente rico y complejo, la diferencia sexual se ha configurado como una clave fundamental de lectura de la estructura y las modalidades de organización social del trabajo.» (Borderías, Carrasco, 1994: 91). Partiendo de la premisa comentada en los párrafos anteriores, acerca de la necesidad de interrelacionar las actividades laborales realizadas por las mujeres en los ámbitos mercantil y doméstico, con objeto de comprender cómo se interconectan y producen diferencias sociales entre varones y mujeres y entre las propias mujeres, abordaremos primeramente algunos pormenores de la cuestión del trabajo doméstico y posteriormente nos detendremos en los movimientos del mercado de trabajo y en los procesos de feminización tan insistentemente divulgados en los medios de comunicación; trataremos de averiguar de qué tipo es esta incorporación que se verifica en las estadísticas y si, paralelamente, se han producido dinámicas de segregación y exclusión. El repertorio de problemas y desigualdades con que las mujeres se encuentran nos servirá para acercarnos a las modalidades sociales de construcción del empleo femenino, siempre sin desprendernos de la idea de que nos hallamos frente a un problema que trasciende el terreno del empleo y se instala en la división sexual del trabajo II.2. LA CARA OCULTA DEL TRABAJO DE LAS MUJERES: LA ESFERA DE LA REPRODUCCIÓN Y EL TRABAJO DOMÉSTICO Hablar de trabajo doméstico, familiar, de cuidados, o cualquiera que sea el nombre que queramos emplear para designar el conjunto de actividades de mantenimiento necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo y del grupo familiar, implica hablar del ámbito de la reproducción y de la división sexual del trabajo. En apartados anteriores, hemos dedicado nuestra atención a estos aspectos, aunque al centrarnos particularmente en la dinámica que el capitalismo pone en marcha en el terreno de la ruptura entre producción-reproducción y en el intento de generalizar un modelo de empleo asalariado, tal vez hayamos insistido poco en señalar cómo esta separación también se producía en momentos históricos anteriores. La participación desigual de hombres y mujeres en las tareas derivadas de la división sexual del trabajo es un aspecto que, para muchas autoras (Combes, Haicault, 1994) no conviene olvidar ya que la asignación a las mujeres de las tareas de reproducción ha ido siempre acompañada por una exclusión de la esfera sociopolítica. Esto es, la división sexual del trabajo va más allá de la asignación de tareas y penetra en esferas sociales globales que explican el menor acceso de la población femenina a todo tipo de recursos (económicos, políticos, tiempo...) Si bien es cierto que la división sexual del trabajo, que adscribe prioritariamente a los hombres a la producción y a las mujeres a la reproducción, es anterior al modo de producción capitalista, también lo es que la llegada del capitalismo alteró no sólo las condiciones de producción de las mercancías, sino también las de la producción de los 10 seres humanos. Como ya hemos comentado en párrafos anteriores, las nuevas formas de producción de mercancías modificaron los marcos sociales previos de la reproducción, fundamentalmente debido a la separación entre los espacios y los tiempos de la producción y la reproducción. De esta forma, la historia del capitalismo será también la historia de una nueva organización de la reproducción. Los trabajos de Mary Nash (1984) ilustran, en nuestro país, los efectos de la industrialización y el consiguiente cambio de pautas en la producción y reproducción tras el declive de la sociedad agraria tradicional y el auge de la modernización económica. Cuando afrontamos la definición, la caracterización y las funciones del trabajo doméstico entramos de lleno en el debate, ya mencionado en el punto anterior, entre la consideración del trabajo de reproducción realizado por las mujeres dentro del modo de producción capitalista o bien, más allá de este, en un modo de producción doméstico. Las y los partidarios del primer enfoque ponen el acento en lo económico, en la necesidad para el sistema capitalista de un trabajo imprescindible para la reproducción de la fuerza de trabajo y en cómo estas actividades son desplazadas fuera del terreno de la producción y no se pagan. En cambio, quienes se decantan por una perspectiva que no se limite a las relaciones estrictas del trabajo doméstico con las actividades de producción capitalista, hacen hincapié en cómo, a lo largo del tiempo, el dominio del patriarcado o el marco de la familia y su distribución de funciones, explican mejor la condición laboral de las mujeres y de los varones. «El trabajo doméstico no es simplemente la combinación de tareas necesarias para la reproducción cotidiana del núcleo familiar y para satisfacer las necesidades físicas y psicológicas de sus miembros. La verdadera misión del trabajo doméstico es reconstruir una relación entre producción y reproducción que tenga sentido para las personas. De hecho, se espera que, gracias al trabajo de las mujeres, la relación alienada que estructura el sistema de producción y el sistema social se invierta en el seno de la familia o, al menos, que esta absorba sus conflictos. El trabajo doméstico tiene como objetivo el bienestar de las personas, mientras que el objetivo de la producción de mercancías es la acumulación de beneficios (Picchio, 1994: 455). En este sentido, la familia es el lugar de reciclaje de los residuos nocivos para el sistema social producidos fuera de ésta. Tanto el enfoque del trabajo más ceñido a la producción como el más ceñido a las funciones de la institución familiar tienen cierta relevancia. La perspectiva de un doble antagonismo (de sexo y de clase) que tenga en cuenta las desigualdades producidas, por el mercado y por la familia, sirve para comprender mejor y profundizar en el mantenimiento y la transformación de las modalidades de producción-reproducción. Algunas cuestiones de actualidad pueden ayudar a clarificar los debates teóricos anteriores y a concretar el lugar ocupado por el trabajo doméstico en las sociedades actuales. Detallaremos, en primer término, la discusión sobre la puesta en marcha de un salario doméstico. Esta es una polémica que tiene ya cierta historia, pero su replanteamiento siempre produce airadas reacciones. El punto de partida es la consideración o no de las actividades domésticas como trabajo y su cuantificación en términos monetarios en los diversos indicadores de riqueza y producción. Conocemos, por las anteriores 11 observaciones, cuál es el lugar que ocupan las tareas domésticas en el marco del sistema capitalista: son tareas necesarias para el mantenimiento del sistema pero naturalizadas e invisibilizadas. Su no salarización, por tratarse de actividades desarrolladas en y para el ámbito privado-doméstico, dificulta su consideración como actividades laborales; de hecho las mujeres que se ocupan de «sus labores» son clasificadas como inactivas en las estadísticas de trabajo. En el sistema capitalista, la fuerza de trabajo es una mercancía que se compra y se vende y las relaciones contractuales de esta transacción dan lugar a las relaciones de empleo. El trabajo, así, pasa a ser definido por el empleo y su marco institucional, todo lo que queda fuera tiene obstáculos importantes para ser considerado como trabajo, y esto es, precisamente, lo que ocurre con el trabajo doméstico. Las posiciones más conservadoras son reacias a emplear el término trabajo para referirse a las actividades realizadas en la esfera doméstica. Sin embargo, existe un cierto acuerdo en considerarlas como tal debido a la importancia que se les concede en el funcionamiento de nuestras sociedades. El trabajo doméstico, así conceptualizado, pasa a constituirse como una actividad laboral no monetarizada. Las numerosas valoraciones económicas que se han hecho del trabajo doméstico (Vandelac, 1994; Carrasco, Mayordomo, Domínguez y Alabart, 2004, Durán (coord.), 2000) han contribuido a revelar la importancia cuantitativa de éste. Las mediciones económicas son diversas entre sí, tanto en sus resultados como en los aspectos que cuantifican y, también, en cuanto a los objetivos que se persiguen con este «espíritu contable». La principal enseñanza que se obtiene de estas estimaciones es la complejidad y diversidad del trabajo doméstico y las limitaciones del análisis económico en sus intentos de valoración. Algunos de estos han sido: medir el peso de las actividades de las mujeres a través del coste de oportunidad, es decir, calculando lo que deja de ganar un ama de casa por el hecho de dedicarse a las actividades domésticas. Otras valoraciones han optado por el cálculo del coste global de reemplazamiento, esto es, midiendo el coste que supondría reemplazar las actividades cumplidas por el ama de casa con el trabajo de una empleada de servicio doméstico. En tercer lugar, se ha tratado de contabilizar el coste desagregado de los servicios, desagregando las diferentes tareas cumplidas y sustituyéndolas por su coste en el mercado. En cualquier caso, las limitaciones de esta aproximación económica radican en acotar qué tareas entrarían dentro de la consideración de trabajo doméstico y en la imposibilidad de poner precio a alguno de sus contenidos. No obstante, el hecho de pensarlas como trabajo y, más aún, el contabilizarlas no va más allá de una apreciación teórica o de una dedicación curiosa de los expertos, pues, salvo esto, no se dan pasos adelante para cambiar la condición de quienes realizan estas tareas. El debate sobre la salarización del trabajo doméstico parte de esta necesidad de propuestas para mejorar las condiciones de las mujeres que se dedican al trabajo de la casa. Las y los partidarios de medidas de este tipo —subsidios, prestaciones, salarios, las opciones serían también parte de la discusión— son firmes defensores del carácter de trabajo de las actividades que estamos estudiando y, por ello, de su capacidad productiva. La contribución de la esfera de la reproducción a la de la producción es manifiesta, sin embargo, no existe una remuneración económica directa para quien se dedica al trabajo doméstico. Por otra parte, quienes defienden las propuestas de remuneración piensan que el reconocimiento social hacia las personas que se ocupan del trabajo doméstico o familiar mejoraría si recibiesen una prestación económica por su realización, lo cual, entre otras cosas, supondría 14 vital con más cargas reproductivas también merece ser destacado. Sin embargo, conviene analizar qué tipo de incorporación se ha producido y señalar, además, los movimientos de segregación y de exclusión que han tenido lugar y que, a menudo, no se mencionan para no frustrar interpretaciones eufóricas. La incorporación de un buen número de mujeres al empleo asalariado en el último tercio de siglo XX es un acontecimiento de gran importancia en nuestro país, pero magnificarlo y confundirlo con el final de la división sexual del trabajo es un error que conviene evitar. «La aparente elevada participación femenina en el mercado laboral no es necesariamente un indicador de igualdad entre los sexos, más bien refleja formas distintas —más precarias para las mujeres— de integrarse al trabajo asalariado.» (Carrasco, 1995: 39). Por todo ello, si bien es necesario reconocer los beneficios conseguidos que, además, incitan a pensar en cambios definitivos —parece cada vez más difícil la vuelta atrás para más mujeres y se afianza la imposibilidad de un retorno a la exclusividad doméstica sobre todo para las mujeres con experiencias de trabajo asalariado—, también es preciso destacar los procesos de desigualdad que han persistido y los que se han inaugurado en paralelo al incremento de la participación. Así, cabría señalar, en primer lugar, que si fuerte es la incorporación, también lo es la persistencia de las desigualdades tradicionales. La más elevada tasa de paro femenino es un buen indicador de éstas, buena parte de la participación de la que estamos hablando se ha expresado en la búsqueda activa de un empleo que a la postre no se ha encontrado. Los altos niveles de paro de larga duración y las elevadas tasas de paro entre mujeres de edades intermedias que buscan su primer empleo, son un síntoma de la alta selectividad del mercado de trabajo que han de superar las mujeres. No obstante, la segmentación sexual del empleo en ocasiones también protege a las trabajadoras. En momentos de crisis, la incidencia sobre el empleo femenino dependerá de los sectores y ramas de actividad más afectados. Así, en la crisis del empleo que comienza en 2008 que, en un primer momento, afecta sobre todo a la construcción, las tasas de paro masculino y femenino se aproximan. Evidentemente, no se trata de una mejoría de la oportunidades de empleo de las mujeres, sino de un empeoramiento de la de los varones. Entre las nuevas desigualdades destacan aquellas que se producen en el seno del propio colectivo femenino. Estas diferenciaciones intra-género se expresan en el recrudecimiento de la situación de cara al mercado para algunos grupos concretos, fundamentalmente casadas, separadas o divorciadas de edades intermedias y con niveles de estudio no muy elevados, que buscan un primer empleo o que tuvieron una experiencia laboral bastantes años atrás. Este grupo compite con muchas dificultades con mujeres más jóvenes, sin compromisos familiares y con recorridos educativos más largos. Algunos autores han hablado de «las dos biografías laborales» de la mujer en España: «lo cual deja en evidencia la profunda cesura que se ha producido entre las distintas generaciones de mujeres. Tanto su actividad global como la presencia relativa en los diferentes sectores ha cambiado de una forma importante. La aceleración de la historia económica y política ha colocado simultáneamente en escena a mujeres cuya experiencia vital personal es radicalmente diversa. La notable diferencia entre las distintas fases de su integración laboral y la proximidad temporal entre ellas han convertido en convivientes a unas generaciones de mujeres entre las que es más sencillo encontrar diferencias que similitudes. Por ello la edad se convierte en un factor estratégico a la hora de dilucidar las distintas formas de su participación laboral» (Garrido, 1994: 1326) 15 Para este último autor, las mujeres cuya biografía laboral está ligada al periodo del desarrollo (1964-74) es radicalmente diferente a las mujeres cuya integración se produce en el periodo de la recuperación (1984-90). El incremento de la soltería, la postergación de la primera maternidad y la permanencia en el trabajo de las madres de familias reducidas ha alargado la vida laboral de las mujeres del segundo periodo y esto se ha reflejado en la actividad y en las diferentes trayectorias laborales — empleos más cualificados respecto a las mujeres del primer periodo desarrollista—. (cf. Garrido, 1992). Diferentes posiciones, por tanto, entre las mujeres que buscan empleo y diferentes posibilidades de inserción, nuevas oportunidades y nuevas desigualdades (Poveda, 2008). II.3.1. Desigualdades en el empleo de las mujeres Por comenzar con los problemas que expresan en el terreno laboral la construcción social de las identidades masculinas y femeninas, distinguiremos cuatro tipos de cuestiones: 1) La comprobación de la similitud entre los trabajos asalariados más frecuentes de las mujeres con las actividades domésticas típicas: sus trabajos son como una extensión de las ocupaciones que realizan en casa; 2) la segregación horizontal de la ocupación femenina, o la mayor concentración de las mujeres (en comparación con los varones) en determinados sectores y puestos de trabajo; 3) la segregación vertical, que nos indica la menor presencia femenina en las posiciones más elevadas de la jerarquía laboral; 4) la menor remuneración del conjunto de las trabajadoras en relación a la del total de varones ocupados y las condiciones diferenciales de empleo. 1. Como hemos visto, en la división sexual del trabajo que hemos analizado, el trabajo familiar se asigna a las mujeres, incluso cuando buena parte de las mujeres están presentes en la población activa y trabajan. Esta asignación se realiza a través de todo el entramado de la socialización y de las varias instituciones patriarcales que refuerzan la división del trabajo y la subordinación de las mujeres a los proyectos vitales del hombre. Sus recorridos vitales están condicionados también por las metas de los esposos o por las necesidades de los hijos o de los abuelos. Un futuro definido por la falta de autonomía, donde no es infrecuente que las mujeres consideren el trabajo profesional como algo secundario y provisional en el conjunto de sus vidas. Su trabajo fuera del hogar se halla, así, estrechamente vinculado con el trabajo dentro. «Tiende a asumir formas y contenidos derivados de la experiencia de la reproducción» (Bianchi, 1994: 496) o ser considerado como una extensión de la actividad doméstica: la abundancia de enfermeras, auxiliares administrativas o maestras —que cuidan, organizan y enseñan— es una muestra de como la distribución de los trabajos está relacionada con los estereotipos de género y con la atribución de los roles familiares. Para una gran parte de las mujeres —sobretodo las más mayores y las menos cualificadas— el trabajo retribuido no se constituye como elemento central en el 16 proyecto de vida y, en ese caso, está condicionado y muy limitado por las necesidades familiares, por las actividades domésticas: «proximidad al domicilio, horario reducido (o concentrado, o en turnos adaptables al horario escolar de las hijas e hijos, etc.) [...] la exigencia de horas extraordinarias y de prestaciones en horarios distintos, la distancia del domicilio y de las escuelas de los hijos o hijas, constituyen otros tantos obstáculos insuperables para el acceso y la presencia de la mayoría de las mujeres en muchos sectores y profesiones (ibid. 501). No obstante, comienzan a imponerse entre algunos grupos de mujeres (las más jóvenes y/o las más cualificadas) modelos de actitudes y comportamientos laborales parecidos a los considerados «masculinos». Todo este conjunto de situaciones de trabajo dentro-fuera caracterizan la doble jornada de las mujeres, para algunas autoras rasgo específico de las sociedades capitalistas tardías (Balbo, 1994), que, además, contribuye a componer una identidad femenina de trabajo, diferente del modelo de trabajador masculino. La identidad y la experiencia de trabajo de las mujeres son, a resultas de la doble presencia, más complejas, y tienen una entidad diferente a las de los varones, cuyo modelo de representaciones del trabajo no ha incorporado la necesidad de compaginar su trabajo fuera de casa con actividades domésticas. La doble presencia puede ser una fuente de identidad y diferencia femenina, pero seguramente las mujeres no se sentirían molestas si la parte de «jornada» dedicada a actividades domésticas fuese compartida progresivamente por los varones. 2. La segregación horizontal muestra cómo las mujeres se aglutinan en algunos empleos y ramas, fundamentalmente del sector servicios. Esto nos alerta sobre el hecho de la feminización y posterior desclasamiento de algunas ocupaciones, cosa que no ocurría en el momento en que eran realizados por hombres. Esta concentración sectorial y profesional se acompaña a menudo por sucesivas concentraciones en los niveles retributivos más bajos y en los estratos de cualificación inferiores, así como por agruparse en los sectores productivos considerados más atrasados y con especializaciones obsoletas. En España, en torno al 70% de las ocupadas se emplean en un minúsculo número de ramas: agricultura, comercio, servicios personales y domésticos, educación y sanidad. Destrezas consideradas femeninas, como la habilidad manual, la paciencia o la precisión orientan el destino de trabajo de muchas mujeres en el sector industrial. Estas capacidades se asocian, nuevamente, a las experiencias del trabajo realizado en la casa. El rango de valoración social y retributiva de esas tareas no alcanza umbrales muy elevados, al contrario, las actividades que requieren paciencia y precisión y que son llevadas a cabo por hombres tienen, generalmente, una alta estimación social, sin embargo, cuando la paciencia y la precisión provienen de las mujeres son consideradas como algo natural y no son valoradas como cualificación. La identificación entre presencia, cuidados físicos y atributos sexuales marcan otra de las líneas por las que las mujeres alcanzan el trabajo profesional. Dependientas de diverso tipo, azafatas y otros servicios de atención personal, secretarias y, ni que decir tiene, modelos fotográficas, trabajan a costa de la mercantilización de su físico. 3. La segregación vertical nos indica cómo las mujeres ocupan un número mucho más reducido de puestos de trabajo con responsabilidades directivas. A pesar del incremento del número de mujeres que acceden a puestos técnicos, el crecimiento en 19 embargo, quedan abiertas algunas posibilidades de discriminación salarial difícilmente denunciables. Entre ellas: –La asignación de categorías profesionales diferentes a tareas similares según sean desarrolladas por uno u otro sexo. –La fijación, mediante convenio, de retribuciones diferentes a categorías profesionales y ramas de actividad «feminizadas». –La asignación de primas y gratificaciones —acordadas libremente por el empresario— inferiores para las mujeres. –La menor valoración de las habilidades y características consideradas «femeninas». [...] Todo ello sin olvidar que la regulación antidiscriminatoria afecta sólo a una parte de las ocupadas: las que trabajan dentro del mercado regulado y formal. La mayor presencia femenina dentro del mercado secundario de la economía —una de cuyas características es la baja retribución económica de los trabajadores— afecta al nivel retributivo medio del conjunto de las mujeres.» (Poveda, 1992: 207). A modo de conclusión respecto al trabajo retribuido de las mujeres, podría decirse que hasta los años ochenta del s.XX la cuestión que más preocupaba era la de los determinantes de la relación actividad-inactividad laboral femenina; después fue el balance entre ocupación y las altas tasas de paro femeninas; en la actualidad, las cuestiones que más preocupan son, junto a la precariedad de la mayoría y "los techos de cristal" (barreras invisibles para el acceso a los puestos de mayor responsabilidad) de la minoría, la persistente segregación sexual del empleo y el conflicto entre una organización social de la producción que ignora, pero se apoya en una organización de la reproducción que sigue descansando sobre los hombros y las vidas de mujeres. Menos mujeres dispuestas o disponibles para cuidar dentro de las familias y mayor número de dependientes entre la población anciana, han hecho saltar al espacio público la llamada "crisis de los cuidados". Así, se han promulgado leyes y se han desarrollado políticas de igualdad como la Ley para la igualdad efectiva de mujeres y hombres (2007) y la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en situación de Dependencia que han tenido, de momento, escasa incidencia sobre la población. Sin embargo, ni los cambios en las organizaciones empresariales y en las políticas públicas de bienestar, ni los cambios en las relaciones de género han venido a solucionar los problemas de los cuidados. La llamada «crisis de los cuidados» de las sociedades desarrolladas se ha intentado resolver transfiriendo los trabajos de cuidados a otras mujeres sobre la base de los ejes de poder derivados de la clase social, la etnia o el lugar de procedencia. Esa transferencia de cuidados tiene lugar, frecuentemente, entre espacios geográfica y socialmente cada vez más distantes. La necesidad de importar cuidadoras de unas sociedades se combina con la circunstancia de que, como señala Sassen (2005), en los «hogares transnacionales» de los países en crisis, son las mujeres las únicas o principales responsables del sostenimiento de la familia lo que estaría en el origen del incremento de los procesos migratorios femeninos. Las «cadenas globales de cuidados» (Hochschild, 2004) son un claro exponente de la importancia de las relaciones de género en los actuales procesos de globalización. 20 Relaciones de género en los márgenes del mercado de trabajo. Por cuatro duros, Barbara Ehrenreich, RBA, Barcelona, 2003. El panorama que relata Barbara Ehrenreich (2003) en su libro es una buena muestra de las condiciones de vida y trabajo de las mujeres de las franjas más desfavorecidas de la clase obrera americana. Puede asegurarse que el libro de Ehrenreich relata mejor que las frías estadísticas la realidad de estas trabajadoras. Representante del más serio periodismo de investigación, Ehrenreich pasó más de un año trabajando en empleos descualificados –limpiadora, camarera, dependienta de gran superficie- para describir la situación de los trabajadores de bajos salarios en Estados Unidos. Salvando las distancias, y con las cautelas comparativas correspondientes, el ejemplo americano que ella estudia puede ajustarse bien al caso español. Al ponerse en la piel de estas trabajadoras con bajos ingresos, Erhenreich comprueba la regularidad de sus malas condiciones de trabajo sea cual sea la ocupación realizada. Además de los salarios reducidos, soportan una fuerte inseguridad en el empleo, unas condiciones de trabajo muy degradadas, una intensificación extenuante, un control jerárquico marcado por la arbitrariedad y los abusos y un notable desprecio generalizado hacia su ocupación. En el sector de los bajos salarios, las dificultades para conseguir empleo no son muy frecuentes. A la hora de buscar uno, la autora se sorprende de la facilidad de encontrar el cartel de “se necesita empleado” en tantas empresas, pero en muchas de ellas su solicitud es denegada a pesar de tener una buena impresión de la entrevista realizada. Cuando se incorpora a su primer trabajo se da cuenta de que el cartel no se quita nunca y de que las empresas utilizan la estrategia de los carteles como un reclamo para tener siempre mano de obra disponible en un tipo de empleo sujeto a una rotación permanente. A pesar de ser trabajos poco atractivos, los procesos de selección en estos malos empleos son duros y cargados de una fuerte violencia simbólica. Más que una función de verificar la valía del trabajador, los frecuentes controles antidroga y los test psicotécnicos cumplen la finalidad de informar al futuro empleado de que está a las órdenes de la empresa1. El trabajo intenso se refleja en todas las experiencias por las que Ehrenreich pasa. La siguiente cita transmite bien la sensación de sobrecarga que produce uno de sus empleos de camarera en restaurante rápido: “Lo único que se puede hacer es considerar cada turno como una emergencia continua: ahí tienes a cincuenta personas hambrientas, desparramadas por el campo de batalla, ¡así que ya puedes estar saliendo y alimentarlas! Olvídate de que mañana tendrás que volver a hacerlo, [...] Lo ideal es que en algún momento cojas lo que los camareros llaman «el ritmo» y los psicólogos, «estado de fluidez», cuando las señales pasan de los órganos sensoriales directamente a los músculos, evitando la corteza cerebral, y se establece una especie de vacuidad estilo zen.” (pag. 40). 1 Estos ejemplos americanos se filtran hoy en el funcionamiento cotidiano de las empresas españolas. Los sindicatos se enfrentan día a día a pequeños conflictos provocados por la influencia de este tipo de gestión de personal. Recientemente, uno de los sindicatos mayoritarios ha tenido que hacer frente a la intención de una empresa de instalar un alcoholímetro en la entrada del centro de trabajo. La comprobación del marco legal respecto a esta circunstancia desveló al sindicato otro tipo de prácticas de control que las empresas promueven en este terreno. Las analíticas preventivas para “combatir” el consumo de alcohol y otras drogas son muy frecuentes en ramas industriales. En manos de las empresas, este procedimiento preventivo pasa a ser, en la práctica, punitivo y disciplinario; un instrumento para solicitar despidos procedentes, para justificar la siniestralidad laboral -descargando sobre el consumo de drogas la responsabilidad de los accidentes- y para amenazar o sustituir a trabajadores mayores -con hábitos de consumo de alcohol más establecidos- por jóvenes temporales. Esta transmutación de lo preventivo a lo punitivo es un mecanismo de control empresarial en expansión. 21 Los turnos irregulares y una variada gama de malas condiciones de trabajo agravan la situación en estos empleos descualificados de los servicios. Sin embargo, el rasgo más distintivo que los caracteriza es el bajo nivel salarial. Ehrenreich se sorprende de la regularidad con que esto sucede en las tres ciudades en las que trabaja y en las diversas empresas y empleos que ocupa. De hecho, el interrogante que da origen al libro es precisamente cómo pueden apañárselas los trabajadores que cobran 6-8 dólares hora; sobre todo en esta fase de nueva economía donde todo fluctúa, excepto, parece ser, los bajos salarios, que siempre se quedan bajos. Sin grandes argumentaciones técnicas, observa cómo esta franja salarial es la que sufre mayores dificultades para obtener mejoras económicas. Aunque muchos observadores han comprobado que existe cierta escasez de mano de obra y un buen ritmo de crecimiento de la productividad, los salarios siguen demasiado bajos, incluso estancados. Las grandes teorías de la oferta y la demanda se tambalean. En su libro, Ehrenreich indaga sobre los mecanismos que mantienen esta situación y en la que se combinan una fuerte explotación –que utiliza medios de control que rozan lo represivo- y una intensa dominación -a través de la cual los empresarios hacen creer a los trabajadores que no merecen más-. La conjunción de estas prácticas, unidas a una legislación que recorta las ayudas sociales y castiga a quienes no trabajan, empuja a los trabajadores a someterse a los bajos salarios. No hacen falta muchas teorías para captar todas estas dinámicas de poder y control que están en la base de los bajos salarios: “Incluso uno que no es economista puede entenderlo”, comenta con humor la autora. Para manejar el proceso de trabajo, las empresas se han dotado de toda una “filosofía” que se pone en marcha desde los primeros pasos de la selección de personal. Ehrenreich pone el ejemplo de la empresa Wal-Mart, donde trabaja como empleada; la mayor empresa de Estados Unidos es sin duda un caso de estudio ideal para comprender algunos nuevos estilos de control por parte de las empresas. Tras los habituales controles antidroga y los test psicotécnicos, que persiguen cada vez más la evaluación de las cualidades morales de los seleccionados, en Wal- Mart se plantea además una sesión de orientación, que dura todo un día y está destinada a convencer a los futuros empleados de la suerte que han tenido al ser contratados por esta empresa prototipo del modo de vida americano. Allí se expone su filosofía, que consiste en respetar al individuo, satisfacer las expectativas del cliente y esforzarse por alcanzar la perfección. A los clientes se les llama invitados y los jefes son líderes que están al servicio de los trabajadores, a los cuales se denomina colaboradores. Las tensiones, en caso de que existan, se resuelven con “pensamiento correcto y actitud positiva”. Un video de presentación, en el cual son entrevistados algunos empleados, aclara que la familia es el pilar central en Wal-Mart y que los sindicatos ya no son necesarios pues “ahora no tienen gran cosa que ofrecer” y los trabajadores los rechazan “por manadas”. Incluimos la cita completa que ilustra bien el antisindicalismo imperante: “Wal-Mart está en alza, los sindicatos en decadencia; juzga tú mismo. Pero, se nos advierte, “los sindicatos han estado tratando de captar a los colaboradores de Wal-Mart durante años”. ¿Por qué? Por el dinero de las cuotas, claro está. Piensa en lo que perderías en un sindicato: en primer lugar, el dinero de las cuotas, que puede ser 20 dólares y “a veces mucho más”. En segundo lugar, perderías “tu voz”, porque el sindicato insistiría en hablar en tu nombre. Por último, podrías perder hasta tus salarios y beneficios “porque todos ellos estarían en juego en la mesa de negociaciones.” (ibid. p. 156). Los mensajes paradójicos saturan el video. Por un lado, se ensalza la confianza en los empleados-colaboradores y, por otro, se dedica una atención especial a expresar el temor de la empresa al robo de tiempo y de mercancías por parte de los trabajadores. Por una parte, se insiste en el valor del individuo y en el lema de Wal-Mart, “nuestra gente hace la diferencia”, y, por otra, se regula obsesivamente a los empleados en cuanto al uniforme, al peinado o al maquillaje. No hay que olvidar que el personal debe cumplir todos estos requisitos por 7 dólares la hora y que, como matiza Ehrenreich, entre este personal que, tal y como reza el lema de Walt-
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