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La Historia: Desde la Edad Media Hasta el Siglo XIX - Prof. García Mora, Apuntes de Historia

Una panorámica de la historiografía desde la edad media hasta el siglo xix, destacando los avances y diferencias entre europa y el extremo oriente, así como la figura de ibn jaldún y la profesionalización de la historia en el siglo xix. Se abordan temas como la preparación teórica de los historiadores, el surgimiento de nuevos tipos de historiografía y la importancia de las lenguas nacionales.

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 14/01/2014

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¡Descarga La Historia: Desde la Edad Media Hasta el Siglo XIX - Prof. García Mora y más Apuntes en PDF de Historia solo en Docsity! A MODO DE INTRODUCCIÓN Historia e Historiografía La crisis de la historia o la historiografía proviene del problema de que un excesivo número de historiadores jamás reflexionaron sobre la naturaleza de su ciencia. Sin embargo, el avance de la historiografía exige que la ciencia reflexiones sobre sí misma sometiendo a reflexión sus objetivos y sus métodos para estar a la altura de su existencia. Para hacer historia se necesita rigurosamente tener conciencia del estado en que se encuentra la ciencia, y que debe enunciar tanto su teoría como su método por parte de los propios historiadores. La fundamentación de la historiografía está muy desfasada en relación con otras ciencias sociales. Este retraso tiene sus consecuencias: la principal es la necesidad de introducir profundos cambios en la enseñanza universitaria de la historia. Los alumnos reciben una preparación teórica, memorística, que enseña a contar historias. Se reclama que se les forme en el manejo de herramientas para el análisis social de la dimensión de la historia. Debería realizarse una crítica a la lección magistral que sea práctica y tenga profundo contacto con las fuentes. Además, el historiador debería conocer y practicar lenguas modernas, y aprender a expresarse de forma oral y escrita en su propio idioma. Por otra parte, se habla con muy poco rigor de las ciencias sociales, y en concreto de la Historia: ¿Es la Historia una ciencia? El conocimiento científico, desde Newton, se caracteriza porque procede de manera sistemática, sus teorías están sujetas a reglas comprobables, y porque otorga explicaciones que son universales y no contradictorias. Asimismo, las explicaciones científicas no son verdades eternas. Las ciencias sociales o humanas nacieron a finales del siglo XIX bajo el impulso fundamental del positivismo, cuyo precursor fue Comte, que abandonaba las ideas religiosas por las racionalistas y se centraba en explicar la evolución de la sociedad y las ciencias. La historia quiso ser ciencia social y dialogar como tal; sin embargo, hoy en día oficialmente se reconoce que la historia no es una ciencia social; sino desde el apartado de arte y humanidades. El alcance de estatuto científico fue una de las grandes bazas defendidas por dos grandes movimientos del siglo XX, del Marxismo y de la escuela de Annales. La historiografía se mueve en un sinfín de problemas teóricos que se resumen en esa consideración de la historia como ciencia o no. Tiempo de Dudas Muchos autores de todos los tiempos señalan la crisis de la historiografía y de la historia. La crisis epistemológica de la historiografía supera la crisis permanente de entender la historia o no como una ciencia, y es inseparable de una ruptura civilizada. Los historiadores británicos fueron más precisos al fechar el momento del cambio de crisis, en la década de los años 60. Vio el comienzo del neoconservadurismo con lo que luego sería el inicio de la economía del conservadurismo de Reagan. Fue en la década de los 80’ cuando el tema de la crisis de la historia se convirtió en tema de debate entre los historiadores hasta el punto de que una editorial de Anales advirtió de que había llegado el tiempo de la incertidumbre. Concretamente se da un “escepticismo controlado” que en España existe en relación a la profesión de historiador. Este escepticismo lo relaciona no solo con las incertidumbres propias de nuestro presente sino también con el rechazo/olvido de los historiadores españoles contemporáneos respecto a su propio pasado. Las raíces de la historiografía española, se han olvidado dos veces en momentos muy concretos. La primera “hora 0” fue el 1 de abril de 1939, como ejemplo de la saña intelectual a la tradición anterior, la tradición de libre enseñanza. La segunda, la sitúa en el momento de la Transición, se produjo el acuerdo entre diferentes partes de la clase política. La derecha española ha alimentado la amnesia y ha conducido a planteamientos sinsentido y no ha procurado síntesis lo suficientemente complejas sobre la pluralidad de la sociedad. Entre otras peculiaridades contamos: la escasez de estudios que no tengan que ver con algo que no sea España y la escasez de estudios teóricos y metodológicos. Otro ejemplo de ensimismamiento será la escasez de debates sobre la memoria histórica, aunque sí ha habido una fiebre de la conmemoración que los políticos han desarrollado con el objetivo de sacar rentabilidad a sus actuaciones. La enseñanza de la Historia La historia nació como saber social y nacional en el siglo XIX, y su importancia radicaba en la influencia que tenía sobre el alumno, pues desarrollaba su espíritu crítico, el respeto a la verdad y transmitía el cambio del antes a la época presente. La Responsabilidad del Historiador La principal responsabilidad del historiador es la de huir del presentismo, que conduce a comparar el presente con tiempos pasados, cuando en realidad la historia nunca se repite. La divulgación será otra parte fundamental del compromiso del historiador con la sociedad, para conseguir una mayor racionalidad, tolerancia y libertad. Las investigaciones en humanidades están poco subvencionadas en el ámbito público y nada en el privado. La creación de una revista es también un elemento de lucha ideológica. Estos estudios también contribuyen a la “calidad de vida del ciudadano”, una calidad diferente a la que proporciona la medicina, que tiene que ver con nuestra capacidad de espíritu crítico. Usos Públicos de la Historia Al éxito internacional se lo conoce con el concepto de espacio público o esfera pública. La historia siempre ha existido como una técnica diplomática para defender intereses propios por parte del poder. La guerra de la memoria ha conducido en poner de manifiesto la falsedad de la nautralidad de la historia. La interpretación de la guerra civil española es uno de los principales debates de la memoria en la actualidad española; el otro es el de las identidades nacionales. El concepto de memoria se impone al de la historia de una forma equívoca. XVIII) La invención moderna de la Historia es fruto de la Ilustración, que hizo que el género se desprendiera de la retórica, de la filosofía moral que hasta entonces la había flanqueado, también de la teología o de la jurisprudencia, de modo que el surgimiento de una ciencia autónoma de la historia se puede atribuir a la burguesía. José Antonio Maravall afirmó incluso que la constitución de la historia no se produjo hasta el siglo XIX, de tal suerte que todo lo anterior no fue sino una serie de prolegómenos de un movimiento que arrancó en la última fase de la Ilustración. Entre la Iglesia y el Estado Previo al nacimiento oficial de la Historia, en la Edad Media y Moderna, ésta no era una disciplina científica y el oficio de historiador no existía como lo entendemos hoy en día. En los primeros siglos de ésta, la práctica de la historia estaba unida a la Iglesia: los annales se escribían al abbrigo de los claustros, la historia que se escribía era auxiliar de la moral, de la teología y del derecho, eran ejercicios de retórica, pero sobre todo, constituían relatos que trataban de transmitir que lo que sucedía en el mundo lo hacía por voluntad divina. Más que historiador, el monje que escribía relatos era un copista, un compilador. La progresiva ascensión que en el mundo romano tuvo el cristianismo, llevó a una interpretación de la Historia como una nueva misión providencialista y redentora, según la cual, la llegada de Cristo tenía que transformar el mundo, y puesto que el futuro estaba predestinado, la historia no era sino un plan proyectado desde los orígenes del mundo y del hombre, que inevitablemente caminaba hacia un fin conocido. A partir de la tradición bíblica, y con la reciente incorporación del Nuevo Testamento, el cristianismo elabora una interpretación de la historia que rompe con la antigua tradición clásica, para elaborar una nueva teoría, basada en el hecho de que la evolución histórica viene predeterminada por los designios de Dios. Será ésta una visión de vocación universalista, ecuménica, que no se adscribe a un solo pueblo, providencial (en el sentido de que sigue un curso determinado por un antes y un después con la llegada de Cristo), y apocalíptica. El primer intento de explicar la historia de la humanidad a partir de la nueva óptica cristiana lo hallaremos a finales del siglo III, en que Eusebio de Cesarea escribe una historia universal, en la que trata de combinar, en un mismo marco cronológico, la historia bíblica, con la de las civilizaciones mesopotámicas, egipcia y grecorromana. Varios años después, San Agustín, en una obra que se erige en el marco de la profunda y definitiva crisis que se abatía sobre el Imperio romano (en el año 410, Alarico había saqueado Roma, desmembrando el Imperio) de forma que dio como fruto “De Civitate Dei Contra Paganos”, una obra que fue impulsada por las acusaciones paganas que culpaban a los cristianos del saqueo de Roma por Alarico y de la propia crisis del Imperio. En este escrito, San Agustín contrapone dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal, ambas regidas por la misma providencia divina, pero diferentes. La primera, pondría su gloria en el Señor, y la segunda en sí misma, por lo que su desarrollo será diferente y su fin diverso, de modo que la Ciudad de Dios tiene su fin en la resurrección y la vida eterna, mientras que la ciudad Terrenal tiene como fin la condenación y la muerte. Será el Juicio Final lo que determine el fin de las dos ciudades. Finalmente, será la Ciudad de Dios la que triunfe sobre la pagana, lo que explica su escaso interés por una historia que no sólo no posee autonomía propia, sino que, además, acabará ineludiblemente derrotada. Así, los dos rasgos fundamentales de la interpretación cristiana de la historia se mantendrán inalterables en el pensamiento histórico europeo hasta finales de la Edad Media, y en los siglos posteriores, a medida que la Iglesia inicie un proceso de institucionalización y cristianización de los reinos bárbaros, los nuevos autores cristianos combinarán la historia bíblica con la historia de la Iglesia y de las nuevas sociedades bárbaras surgidas tras la crisis del Imperio Romano. Fontana ha escrito que la revolución feudal del siglo XI, que puso en peligro la posición de la Iglesia, dio paso a una gran mutación en el pensamiento social cristiano, de la que surgió una economía política –la teoría de los tres órdenes- que serviría de fundamentación ideológica a la sociedad feudal hasta el triunfo del capitalismo y que constituía una división social del trabajo en tres órdenes: los caballeros, el clero y el campesinado. De esta manera, la Iglesia cumplía una clara función social. Sin embargo, esta institucionalización no sería aceptada unánimemente en su seno, y no tardaron en aparecer posiciones doctrinarias que reinterpretaron históricamente los textos bíblicos y las profecías, apuntando hacia una utopía que negaba el orden social feudal. Fue a finales del siglo XII, en un contexto de apertura, cuando la escritura de la historia salió del claustro para refugiarse bajo el manto de la monarquía y fue ganando poco a poco un público laico. La génesis del Estado Moderno que pretendía un reforzamiento del estado monárquico entrañaría un nuevo tipo de historia. El público para el que se escribía fue ampliándose, a lo que contribuyó también la invención de la imprenta y la multiplicación de las bibliotecas. La cultura histórica dejó de servir a la Iglesia para servir al Estado. Las cruzadas y sus relatos contribuyeron de manera importante a ese nuevo género. Ya en el siglo XIII empezaron a aparecer historias de los reyes y nacionales, y con la revolución feudal, aparecieron las crónicas reales, vinculadas a las nuevas monarquías feudales que estaban creando los nuevos “Estados nacionales” de la Baja Edad Media. Este nuevo tipo de manifestaciones historiográficas, cuyo objetivo no era otro que señalar la nueva vinculación entre los monarcas y su pueblo, se vieron acompañados por el abandono de la idea de historia universal, por la sustitución de las lenguas universales por las lenguas nacionales, y por la redacción de nuevos tipos de historiografía, encarnados en las crónicas reales , los relatos memoralistas y los relatos autobiográficos. Nos encontraremos, así pues, con unos relatos históricos que no son obras de historiadores, y que no tienen tampoco pretensiones historiográficas, sino que pretenden, únicamente, ensalzar las gestas de los monarcas y de paso las de la clase de caballeros. De forma paralela, en el Extremo Oriente (sobre todo China), la historiografía había hecho ya importantes progresos y, en lo que respecta al Islam, surgiría una historiografía que en algunos aspectos superó, en cuanto a su cientifismo, al tipo de historia que se estaba dando en Europa. En el Islam, las preocupaciones historiográficas surgieron vinculadas a los acontecimientos religiosos tendentes a reconstruir la vida del profeta, pero muy pronto la misma expansión del Islam le concedió a la historia un carácter universal. En muchos casos, encontraremos crónicas e historias analíticas que tenían muchos puntos de contacto con las crónicas medievales europeas. En el Islam español, historiadores como el cordobés Ben Hazam, o el granadino Ben Aljatib, representan muestras del alto nivel conseguido por la historiografía islámica. Ibn Jaldún, ¿Precursor de la Historiografía Científica? La historiografía islámica alcanza su cenit en el siglo XIV con el autor tunecino de origen hispánico Ibn Jaldún, quien rompe frontalmente con el tipo de historia que se estaba realizando en esos momentos, y sienta las bases de una historia científica, que no tendría continuidad hasta muchos siglos más tarde. De hecho, fue totalmente olvidado a causa del síndrome eurocentrista con el que solemos escribir la historia, y no fue hasta el siglo XIX cuando se descubrió su obra más importante, cuando en la Europa Occidental se desarrollaban la historiografía y la sociología. Muchos de los autores descubrieron en el escritor tunecino una similitud muy estrecha con sus preocupaciones modernas. Su originalidad fue la de hacerse preguntas y buscar respuestas con un sentido moderno, ya que sus soluciones estaban profundizadas en las relaciones sociales, políticas y económicas. Ibn Jaldún se nos presenta como un pensador científico, muy cercano incluso al materialismo histórico. Su obra más importante “Introducción a la Historia Universal”, introduce múltiples novedades: en primer lugar, se propone escribir –y así lo señala de forma explícita- una historia que difiera radicalmente de la escrita hasta entonces, creando para ello un método novedoso, basado en un sistema que afirma totalmente suyo. Someterá asimismo a una crítica durísima alos historiadores que le han precedido, anunciando además el contenido de una nueva materia histórica cuya naturaleza social es más que evidente. Entre Ibn Jaldún y los historiadores de su época encontraremos múltiples disidencias: en primer lugar, abandona la retórica, el leguaje poético y el recurso de la fantasía, para utilizar un lenguaje técnico, la reflexión y un esfuerzo de investigación y comprensión. En segundo lugar, su historia no tendrá una función moralizante, ni pretende tener utilidad alguna para el gobierno, ni guarda nexo alguno con la ciencia administrativa (del gobierno de la familia y la ciudad conforme a las exigencias de la moral y la prudencia), sino que defiende “la ciencia que nos ocupa, no ofrece otra ventaja que las investigaciones históricas”. Así, en Ibn Jaldún, la historia posee una finalidad en sí misma y es considerada como una ciencia por primera vez. Por último, abandonará, como materia de estudio, los grandes acontecimientos, los personajes prodigiosos, ya que por medio de su estudio se tiende a olvidar los caracteres intrínsecos “que son el examen y la verificación de los hechos, la investigación de las causas”. A partir de un cuidadoso método de trabajo, que presupone la verificación y ordenación de los hechos (con el consiguiente rechazo de la mentira), propone una historia que tenga por verdadera finalidad hacernos conocer el estado social Conviene recordar que el nacimiento de la crítica histórica tuvo mucho que ver con el trabajo paciente de anticuarios, coleccionistas, clasificadores o estudiosos de reliquias, obras de arte y textos antiguos, sobre los cuales pueden situarse los orígenes de técnicas como la arqueología, la numismática, la epigrafía, la cronología… fueron además paralelos a la aparición de las primeras bibliotecas públicas o semipúblicas. Ya en el siglo XVII se produce el desarrollo pleno de la crítica histórica, de forma que a mediados del siglo aparecen en Amberes los dos primeros volúmenes de lo que se conocería con el nombre de Acta Sanctorum, que representará el nacimiento de la crítica histórica en el campo de la hagiografía. Sus dos primeros volúmenes, publicados en 1643, estaban dedicados a la onomástica de enero y fueron fruto del trabajo de Jean Bolland, que intentaba aceptar sólo aquellos hechos que pudieran ser probados con documentos fehacientes, aunque existían múltiples obstáculos, por lo que los bolandistas se vieron obligados a utilizar dos medios que se han hecho tradicionales en la actividad de los historiadores posteriores: viajes en busca de los documentos conservados en los archivos y el establecimiento de correspondencia con los intelectuales que pudieran facilitarles noticias. En 1658 aparecerían los volúmenes correspondientes a los santos de febrero, obra de otro jesuita, el holandés Papenbroeck. En 1681 se escribió De Re Diplomática por parte de un monje benedictino llamado Jean Mabillon y será una de las obras más importantes y prematuras de la historiografía y la técnica diplomática. En el siglo XVII se producirá un nuevo acontecimiento: el giro copernicano que dieron las ciencias de la naturaleza durante el Renacimiento y que culminaron, ya acabado el siglo XVII, en las aportaciones de Galileo Galilei, que inauguraron un renovado interés por la física y las matemáticas, llegando a decirse que su objetivo era el dominio del hombre sobre la naturaleza, cuyas ciencias presentaron un generalizado interés. Junto a esta expansión de las ciencias naturales, la Historia entró en una profunda crisis, puesto que, no sólo no se produjeron avances teóricos y metodológicos, sino que incluso se abandonaron los que había aportado la historiografía renacentista. Únicamente un elemento se salvó de la tradición humanística: el interés por la crítica textual, la erudición y la paleografía. Sin embargo, el trabajo de estos hombres, a pesar de su innegable erudición, no puede considerarse como historiográfico, ya que crearon unas técnicas de trabajo pero no supieron o no pudieron aplicarlas a una concepción original o novedosa de la historia, y se limitaron a publicar documentos convenientemente autentificados. La Historiografía Ilustrada La Ilustración hay que comprenderla en el complejo marco de la crisis del feudalismo, de la ascensión de una nueva clase social (la burguesía) y la expansión aún lenta del capitalismo. De ahí su naturaleza compleja y a veces contradictoria, puesto que si los ilustrados, conscientes del estancamiento de la sociedad feudal, trataron de reformarla desde dentro para que subsistiera, su pensamiento tuvo consecuencias, a todas luces, revolucionarias. Voluntariamente conservadores, pero también inconformistas, revolucionarios a su pesar, monárquicos y antirreligiosos, los ilustrados desarrollaron un pensamiento que sentaba las bases del pensamiento político y social contemporáneo. En el plano historiográfico, su gran aportación no sería la continuación de las aportaciones eruditas, sino la sustitución definitiva de la providencia divina en pos de la idea de progreso. El común denominador de todos los movimientos ilustrados europeos será el de confiar en la razón para combatir la superstición y transformar el orden establecido. Bajo esta idea encontraremos a autores como Kant, que emprendería su Crítica de la Razón, en que defendía que lo importante no es enseñar filosofía, sino enseñar a filosofar, y escribió además otra obra ¿Qué significa la Ilustración? -La Ilustración Francesa Muchos historiadores forman parte de la corriente francesa, pero dos serán los más destacados: Voltaire y Montesquieu. De Voltaire se ha escrito casi de todo. Es uno de los personajes más ilustres de la Ilustración y también uno de los más odiados por los moralistas de todas las épocas y por la Iglesia católica. Se trata de un hombre sobre el que recayó la responsabilidad de convertir a la historia en una ciencia social, como no lo había sido en ninguna otra época. Él rechazó los detalles, que en su opinión, acababan con las buenas obras. Sus dos obras más conocidas son: El Siglo de Luis XIV y Ensayos sobre las Costumbres y el Espíritu de la Nación. En él, la historia se seculariza por completo, se torna cosmopolita, al ampliar el área de interés hacia otros continentes hasta entonces prácticamente olvidados, aprovecha los métodos críticos consolidados en el siglo anterior, para sentar definitivamente las bases de una historia cada vez más crítica y rigurosa. Define el término Historia como “la narración de los hechos considerados como verdaderos, contrariamente a la fábula. Existe la historia de las opiniones, la de las artes, la historia natural y la de los acontecimientos, que se divide en sagrada y profana”. A Voltaire no le interesa la historia sagrada, sino que se dedica fundamentalmente al estudio de la historia profana. Pero esta historia no debe limitarse a decir en qué día se dio una batalla, ni a describir la pompa de una coronación. La historia tratará de averiguar cuáles han sido el vicio radical y la virtud dominante de una nación, por qué ha sido poderosa o débil y hasta qué punto se enriqueció, cómo se han establecido sus artes, manufacturas…en fin, los cambios en las costumbres y en las leyes serán su gran tema. Se sabría así la historia de los hombres en vez de conocer una pequeña parte de la historia de los reyes y las cortes. De esta manera, la historia será útil a la sociedad y sobre todo útil para los combates políticos del presente. Precisamente por esta utilidad, a Voltaire sólo le interesa la historia más moderna, en contraposición a la “historia antigua”, que contiene más embustes que verdades. La historia moderna se entremezcla con la vida y con los intereses inmediatos del hombre en el presente, y su utilidad consiste en la comparación que un ciudadano puede hacer de las leyes y las costumbres extranjeras con las de su país, y que incita a las naciones modernas a aventajarse entre sí. Consecuentemente, la historia deja de centrarse en un solo Estado, para centrarse en el estudio de las relaciones entre los Estados y en marcos mucho más amplios. Sin embargo, es cierto que reconoce otras tres etapas que sirven de ejemplo a la posteridad: la Grecia clásica, la Roma Imperial y la Europa Renacentista, pero El Siglo de Luis XIV es el que tiene un lugar más destacado en el tratamiento de las artes y las ciencias, ya que para Voltaire, la cultura y la evolución y el progreso de la cultura constituyen la evolución y el progreso de la propia historia de la humanidad. Voltaire estudia la contribución de cada pueblo, tanto de Occidente como de Oriente, en el progreso general de la humanidad. Aunque posee cierta tendencia al pesimismo en la evolución de la humanidad, éste no será ajeno a las persecuciones que sufrió a lo largo de su vida y al fracaso que supuso su creencia de que a partir de supuestos ilustrados, los monarcas absolutos modificarían sus formas de actuación política respecto al pueblo. Aún así, siguió siendo resuelto defensor del progreso humano que sólo se podría alcanzar mediante la razón y la inteligencia. Otro ilustrado francés es Montesquieu, uno de los personajes que hicieron de la Ilustración un fenómeno contradictorio. Fue un teórico muy importante del derecho y la política, a quien se le atribuye la creación de la división de poderes. Escribió una obra puramente histórica. Consideraciones sobre la Grandeza de los Romanos y su Decadencia, que en su aspecto formal destaca por la distinción de causas con origen en la propia sociedad romana (que se alejan por tanto de la providencia). Sin embargo, su obra cumbre fue El Espíritu de las Leyes, de 1738. En esta obra muestra una constante preocupación por explicar de manera racional la evolución de la historia. La búsqueda de leyes que expliquen el quehacer histórico, el comportamiento de los hombres y sociedades, le lleva a sentar una sólida teoría sobre la casuística de la historia a partir de las leyes, que están basadas en distintos factores que explican el desarrollo histórico de cada nación. Considera que hay varias cosas que gobiernan a los hombres: el clima, la religión, las leyes, las máximas del Gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres y los hábitos, que influencian de una forma u otra en función del desarrollo de cada nación. -La Ilustración en Gran Bretaña En Gran Bretaña, el momento de la Ilustración es importante en lo que respecta al desarrollo de la historia económica escocesa, en la medida en que ésta aportó a la historia la teoría del progreso económico. Para los británicos, la historia es una progresión de la explotación de los recursos económicos y que buscaba la legitimación de las nuevas realidades capitalistas. La llama Escuela Histórica Escocesa desempeñó este papel, aportando a la teoría de la historia la idea de un progreso económico, siendo la historia entendida como una progresión continuada de los recursos económicos de la humanidad, en cuya meta de felicidad y bienestar se vislumbra el capitalismo. El primer representante de la Escuela fue David Hume, del que destaca su Historia de Inglaterra (que estudia hasta la revolución de 1688), aunque sin ninguna duda el historiador británico más conocido será Edward Gibbon, autor de una conocidísima Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, que simultanea la perspectiva teórica de la Ilustración con el trabajo erudito. El título es algo engañoso, porque a primera vista parece que se centra sólo en el período romano, cuando en realidad abarca hasta finales de la Edad Media con la caída de Constantinopla. La obra es conocida también por los problemas que tuvo con las franceses resaltaron sobre todo el protagonismo que en la historia tiene el tercer estado, el pueblo llano. François Guizot, que escribió Historia de la Civilización en Francia y también Historia de la Civilización en Europa, ha sido considerado como el historiador más importante de esta corriente de pensamiento histórico que, por su vinculación a la política, interpreta todo el curso de la historia de Europa Occidental en función de la nueva hegemonía burguesa, y tomando como el elemento más decisivo de la civilización francesa y europea al estado llano. Su concepto de “civilización” será importante, pues amplía las perspectivas del análisis histórico, con las muchas actividades humanas que los ilustrados incorporaron al análisis historiográfico. Otro autor, Agustín Thierry, estará movido por los mismos impulsos que Guizot: la necesidad de reinterpretar la historia a partir de la nueva hegemonía burguesa. Pero en su empeño va más allá que ningún historiador liberal, al introducir una nueva figura, el pueblo, al que coloca en el primer plano del cuadro, mostrando un profundo desprecio hacia la historia que sólo se ocupa de reyes y gobernantes, y situando al pueblo en el centro mismo de la historia. Su preocupación por el tercer estado le llevará a escribir una obra dedicada específicamente a este tema, llegando a un concepto de tercer estado que abarcaba a todo el pueblo, a excepción de la aristocracia y el clero, e igualmente elaboró estudios sobre municipalismo. Destacan también François-Auguste y Adolphe Thiers, amigos con trayectorias diferentes pero que comparten los mismos presupuestos teóricos de la historiografía liberal francesa, y en sendas historias sobre la revolución se sitúan claramente en el terreno y la óptica de la burguesía liberal, si bien sus aportaciones al método y a la teoría son prácticamente nulas, con un relato que ha sido considerado como “historia puramente políticas”. El último gran historiador liberal francés fue el conde Alexis de Tocqueville, católico y conservador, que lleva a cabo un análisis de las causas que provocaron la revolución, el estudio de la estructura social de la Francia del Antiguo Régimen y de los enfrentamientos sociales que se produjeron a lo largo del siglo XVIII. Adentrándonos ya en el plano del Romanticismo, debemos tener en cuenta que éste en Francia entroncó con los ideales liberales característicos de la primera mitad del siglo. Un ejemplo claro será Jules Michelet, un historiador que nació en una iglesia que la revolución había convertido en imprenta, y en la que trabajó al lado de su padre. En 1821 ganó una plaza de agregado y comenzó una dedicación plena a la enseñanza de la filosofía primero y de la historia después, actividad que le supuso obtener una plaza en el College de Francia, tras haber sido nombrado jefe de las sección histórica de los archivos nacionales y haber sido suplente de François Guizot en la Sorbona, aunque más tarde sería destituido de todos sus cargos y le fue negada la pensión por su condición de republicano y anticlerical, que había demostrado en un discurso sobre los jesuitas de la Sorbona. Desposeído de cargos y pensión fue obligado a una tarea activa de escritor. Su obra más conocida es Historia de Francia, cuya parte central estaba dedicada a la historia de la revolución y en la que Michelet buscó el ser nacional francés en el origen de los días, afirmando, en un nacionalismo a ultranza y que rozaba lo peligroso, que “no hay más clases, sino franceses, no más franceses, sino una Francia viva”. No se ocupó de los grandes personajes, sino de la masa, del pueblo. Por ello en algunos momentos de su historia surgen personajes que encarnan a estas masas, al igual que en muchas ocasiones interpreta al pueblo con grandes personajes como San Luis o la doncella Juana de Arco. Sin embargo, existen también personajes que se distancian de las virtudes de ese pueblo, y es por ellos que se desatan las violencias de las Revolución de 1789. Fue un historiador erudito, republicano y anticlerical. La Comuna de París le llevaría a posiciones reaccionarias y a reafirmarse aún más en su nacionalismo unificador. Las concepciones positivistas fueron aplicadas también en Francia por los historiadores de la generación posterior a Michelet en el sincretismo romanticismo- positivismo (historicismo), encarnado por Numa-Denis Fustel de Coulanges, que afirma que la historia no es un arte, sino una ciencia pura, que no consiste en relatar con gracia o en disertar con profundidad, sino en exponer hechos, analizarlos, cotejarlos, indicar los lazos que los unen, etc. La única habilidad del historiador consiste en extraer de los documentos todo lo que contienen y en no añadir nada de lo que no contienen, ya que se considera que el mejor historiador es el que se mantiene aferrado a los textos, no es un intérprete de la realidad, sino un mero notario. Además, puso el acento sobre todo en las ideas y creencias religiosas, a las que consideraba como el motor de la historia. Su obra más conocida es La Ciudad Antigua, dedicada al mundo griego y romano, donde mantiene que hay que analizar estas civilizaciones en base a sus creencias. La Escuela Whig Británica La interpretación Whig de la Historia es la nomenclatura que utilizamos para referirnos al liberalismo inglés, que tendrá un carácter mucho más conservador que en Francia y compartía su idea de progreso con la escuela escocesa. Las características de la historia del Whig según lo definido por Butterfield incluyen: -Interpretar historia como historia del progreso hacia el presente, y específicamente hacia el establecimiento constitucional británico. -Ven a la monarquía constitucional como el ápice del desarrollo político humano, asumiendo que la monarquía constitucional era un ideal llevado a cabo a través de todas las edades del pasado, de modo que se asume que la historia británica no era más que el marco para el progreso cuyo resultado inevitable era dicha monarquía constitucional. -Presentan las figuras políticas del pasado como héroes que ayudaron a avanzar en el proceso político, o como bandidos que intentaban obstaculizar su triunfo inevitable. Butterfield discutió que este acercamiento a la historia comprometiera el trabajo del historiador de varias maneras: -El énfasis en la inevitabilidad del progreso conduce a la creencia equivocada de que la secuencia de evento progresiva se convierte en “una línea de la causalidad,” tentando al historiador para ir no más lejos a investigar las causas del cambio histórico. -El foco en el presente como la meta del cambio histórico conduce a historiador a abreviar la historia, seleccionando solamente esos acontecimientos que tengan alguno concerniente el presente. El considerado como máximo exponente de esta corriente fue Thomas Babington Macaulay, un lord liberal, autor de una Historia de Inglaterra , en que pone el acento en los logros constitucionales ingleses que, diferenciándose del resto de Europa, no supusieron un trauma, sino un ascenso continuado hacia formas de libertad donde predominaba la idea de reforma más que la de revolución. Y si bien Macauly no podía pasar por alto que el sistema establecido estaba siendo cuestionado por el movimiento cartista, atribuía las insurrecciones inglesas a unos pocos malvados que deseaban la licencia y el pillaje. Otro autor destacado dentro de esta tendencia será Lord Acton, caracterizado por haber sido el historiador inglés que hizo de puente con la historiografía positivista alemana de la época. Habiendo estudiado en Alemania, desarrolló su condición de católico liberal. Introdujo los nuevos métodos de la erudición germánica y la idea de imparcialidad. Se encargó de un vasto proyecto, The Cambridge Modern History e intentó un proyecto, una Historia de la Libertad, que nunca llegó a escribirse. Por último, destacará Frederick Jackson Turner, que publicó El Significado de la Historia, donde se enfrenta a los objetivistas académicos advirtiendo que cada época vuelve a escribir la historia según sus intereses. En El Significado de la Frontera en la Historia Norteamericana, negaba la teoría de que la sociedad norteamericana había surgido en el este con una semilla traída de Europa y sostenía que fue en el oeste, es decir en la frontera, donde había que encontrar el germen de la conquista pues hizo posible a los inmigrantes que se americanizaran y se adquiera su carácter independiente y autosuficiente, y que fueran capaces de crear instituciones al margen del gobierno central. La frontera supuso una válvula de seguridad que permitió que algunos conflictos internos encontrasen vías de escape. Cuando a finales del siglo XIX dejó de existir, se buscaron nuevos caminos y fronteras. Alemania: del Romanticismo al Historicismo (Positivismo) Junto al liberalismo, empezó a desarrollarse el romanticismo, un amplio movimiento surgido a finales del siglo XVIII como reacción al racionalismo de la Ilustración. Sus bases teórico-filosóficas se formularon en Alemania, donde configuraron el movimiento nacionalista alemán que, con gran empuje, surgió durante y después de la expansión napoleónica. Su pionero fue Johann Gottfried von Herder, considerado también como el pionero de la nueva ideología romántica del nacionalismo. Una de sus aportaciones más destacables fue la formulación del que más tarde será llamado por Hegel el “espíritu del pueblo”, una suerte de “alma colectiva” que diferencia a las naciones y cuyas manifestaciones se concretan en el lenguaje, la literatura, la educación, las costumbres… Sus teorías fueron muy importantes, puesto que incitaron a muchos historiadores románticos a buscar en el pasado los rasgos de la identidad nacional colectiva, de modo que la historia se convirtió muy pronto en un instrumento cultural de exaltación nacionalista. Esto se debe a que se trataba de un período de unificación nacionalista que buscaba poner fin al mosaico de entidades políticas existente en la Alemania del momento sin llegar a los fenómenos revolucionarios que había protagonizado el modelo francés, y para el que trabajaron los intelectuales alemanes, buscando las bases de una cultura nacional, primero en la lengua, y luego en la recuperación de mitos y poesía transmitidos por la cultura popular. trabajo histórico. En paralelo, se multiplicaban las ediciones de fuentes documentales primarias en vastísimas colecciones. En 1819, con patrocinio oficial prusiano, se inició la publicación de los Monumenta Germaniae Historica, recopilación de documentos medievales alemanes. En Francia Guizot promovió la Colección de Documentos Inéditos sobre la Historia de Francia. En España la Real Academia de la Historia salió de su letargo secular con la publicación de la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España. La tendencia a la profesionalización derivada del surgimiento de puestos en las universidades e instituciones de enseñanza secundaria dio origen al gremio profesional de los historiadores, bien configurado en casi toda Europa a partir de mediados del siglo XIX. Al final de la centuria, Alemania contaba con 175 cátedras de Historia Universitaria, y Francia y España con más de 60. Esa corporación profesional fue cristalizando a medida que se regulaban los mecanismos de acceso a la función (cursos, exámenes y oposiciones), las convenciones técnicas sobre la edición de libros y documentos, las reglas de citación y referencia bibliográfica, los criterios mínimos de cientificidad historiográfica, las sucesivas especialidades dentro de la disciplina, etc. Sobre esa base sociológica de historiadores profesionales, surgieron las primeras revistas especializadas destinadas al propio gremio, como la alemana Historische Zeitschrift o la francesa Revue Historique, entre otras. De esta última, su prólogo, elaborado por Gabriel Monod, decía que la revista admitiría únicamente trabajos originales, que respetasen criterios estrictamente científicos y quería servir de vínculo entre todos los dedicados a la profesión historiográfica. Una vez que la profesión se constituye de forma sólida, fueron apareciendo los primeros manuales docentes de introducción al trabajo histórico, en los que la palabra “metodología” servía tanto para designar los propios métodos de trabajo, como cuestiones de índole filosófica y metadisciplinar. De la mano de esos manuales, generaciones enteras de estudiantes universitarios fueron entrenados en las tareas de la investigación histórica y en ocasiones incorporados al gremio para perpetuar la propia tradición académica. Finalmente, casi a términos del siglo XIX, comenzaron a celebrarse los primeros congresos internacionales. El Nacimiento del Materialismo Histórico Durante todo el siglo de la Historia, el positivismo y el liberalismo eran expresiones de la ideología burguesa. Sin embargo, la mayor novedad en el ámbito de la teoría historiográfica, el Materialismo Histórico, va a funcionar fuera de ese mundo, ya que ni Karl Marx ni Friedrich Engels pertenecían al mundo académico. Karl Marx pertenecía a una familia judía de clase media, y había estudiado derecho y filosofía en la Universidad de Berlín, donde recibió la influencia de la izquierda hegeliana, que posteriormente abandonaría en pos de las teorías mecanicistas de Feuerbach. Por su parte, Engels, más joven, era hijo de un rico fabricante de tejido y únicamente pasó un año en la Universidad de Berlín. Su formación es de carácter económico, y lo adquirió gracias a la práctica, ya que su familia le envió a Manchester para que conociera el mundo de la producción, de forma que pudo formarse en el funcionamiento del capitalismo que se iba consolidando, pero también entraría en contacto con los líderes obreros británicos que surgían frente a un sistema económico que ya se presentaba como un régimen explotador. Si bien los elementos de crítica de la economía política procedieron más de Engels que de Marx, sería éste quien los elevaría a su máxima expresión en su obra El Capital. El materialismo histórico se presentó como una alternativa crítica radical al capitalismo, a la nueva hegemonía de la burguesía y por ello estuvo vinculado con el movimiento que canalizaba la protesta y la reivindicación de la nueva clase obrera. Pero como es natural, su formulación teórica no surgió de forma espontánea, sino que se recogieron, sistematizaron y formularon de modo novedoso experiencias teóricas que Vladimir Ilich Lenin, el teórico de la revolución bolchevique, expuso en algunos textos. Lenin escribió sobre la obra de Marx y Engels y advirtió que el materialismo histórico se basaba en tres fuentes: -La economía política inglesa que arrancaba desde Adam Smith. -El socialismo francés y más tarde del socialismo utópico. -La filosofía clásica alemana, concretada en la izquierda hegeliana, contra la que Marx tendría algunos debates teóricos, de modo que en las famosas Tesis sobre Feuerbach, pues dijo que estos filósofos sólo hicieron una interpretación, y que lo que realmente se precisa es transformar la realidad económica. Está claro que hay una indicación a la acción política, a la praxis revolucionaria, hay que comprender el mundo para transformarlo, una acción política que pronto iba a convertirse en la ideología teórica de los movimientos revolucionarios que iban surgiendo. En este sentido conviene subrayar que las primeras manifestaciones del pensamiento de Marx se encuentran en una serie de artículos que publicó un periódico berlinés: Gaceta Renana, que sirvieron a Marx para reflexionar sobre derecho y sociedad y entre propiedad y estado. Estas reflexiones las ampliaría Engels en el libro El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Fue a partir de 1845 cuando Marx y Engels se conocieron y decidieron trabajar conjuntamente, iniciando una gran colaboración que se acompañó de una sólida amistad en la que Engels ayudó a Marx a sobrevivir en momentos de extrema penuria. No deja de llamar la atención que el libro donde por primera vez se expuso el materialismo histórico, La Ideología Alemana, no viera la luz hasta 1932. En ella se exponían unas premisas de las que debía partir el análisis de la sociedad: los individuos reales, su actividad y condiciones materiales de vida, tanto las que se han encontrado preparadas como las que han podido crear con su propio esfuerzo. Todas estas premisas son comprobables por vía empírica, atenerse a la realidad y no la especulación o la elocuencia. De acuerdo con esa premisa cualquier historia debe partir de la contribución física de los individuos, pero también tiene que tener en cuenta las transformaciones que la naturaleza sufre por iniciativa de ellos y que lo que diferencia al hombre de los animales es que producen sus propios medios de existencia. De ahí que la población sea el elemento prioritario en la historiografía, y que aparece relacionado con la actividad social, las relaciones políticas y sociales, la estructura social, pero también la producción de ideas, la concepción del mundo… todo ello está en relación con la producción. A pesar de que en la ideología alemana se expongan los elementos fundamentales del materialismo histórico, el texto más usado como expresión de la nueva teoría es el Prefacio de Karl Marx a la Economía Política de 1859. En este texto aún está ausente el tema de la lucha de clases. De hecho, Marx llegó a decir que esta lucha había sido creada por los historiadores liberales. Marx había dejado claro que la creación primitiva del capital fue dada por la acción social y política, la expropiación de las tierras del campesinado que empezó a engrosar las filas de la primera clase media, y señala también que el proceso de expropiación campesina fue favorecida por la política que lo permitió. Advirtió que no podía acabar el volumen segundo de su obra El Capital hasta que no se resolviese la crisis de en torno a 1869 de la economía inglesa, dijo que hay que observar la realidad antes de producir una teoría. Otros textos serán las Cartas Rusas, que Marx escribió a algunos personajes de la Rusia de su tiempo y en las que se pronuncia en contra de cualquier uso dogmático de su pensamiento (por lo que no son muy citadas). También en sus cartas, Engels advirtió que el materialismo histórico se puede convertir en algo contraproducente si se emplea como esquema fijo e inamovible con el que clasificar los hechos históricos. Era también una llamada de atención sobre el inconveniente de usar la economía como el único elemento de estudio (método del marxismo dogmático). En parte, la culpa de este dogmatismo la tuvo el propio Engels, pues además de las cartas emprendió la tarea de escribir pequeños folletos de divulgación de materialismo histórico en las que por fuerza tuvo que simplificar sus teorías. Esta simplificación será elevada a los altares, hasta que el materialismo histórico acaba por relacionarse con el régimen bolchevique, malinterpretando el materialismo histórico. como Michelet y Pirenne. Actualmente existe un debate abierto acerca de si la Escuela de Annales pudo tener relación o estar influenciada por el marxismo, aunque dicha relación no debe exagerarse. Si bien Febvre simpatizó en un principio con el comunismo soviético, escribiendo, en esa línea, su Historia de las Mentalidades, luego se integraría con Bloch en el republicanismo de izquierdas, y a la muerte de su compañero (fusilado en 1944), abandonó esta influencia. Escribieron bajo la idea de que la historia debía servir de apoyo al ciudadano para el razonamiento histórico. Esta era la única utilidad que le asignaban a la historia, y ello no significaba que tuviese que estar al servicio de los intereses del Estado. Otra influencia a destacar fue la sociología de Durkheim, que continuó a su vez la sociología de Comte, y que fue el creador de la revista L’Anne Sociologie, en la que contribuyeron una serie de intelectuales que incluyeron muchísimo en los primeros años del siglo XX y que iniciaron la lucha contra la historia de los acontecimientos. Todos ellos lucharon denodadamente contra la escuela metódica o positivista. De ellos, Bloch y Febre heredaron ese sentimiento de denuncia contra los presupuestos de la historia positivista, y copiaron de la revista de Durkheim la costumbre de crear una sección de reseñas críticas en las que el autor aprovechaba las críticas para desarrollar su propio pensamiento. Otra figura que influenció a los creadores de Annales fue Berr, fundador de la Revista de Síntesis Históricas y de una colección de obras históricas. Él propuso la incorporación de las leyes sociológicas al estudio de la historia, abogando así por vez primera en Francia por la relación entre la historia y las otras ciencias sociales. Febvre resumió su pensamiento diciendo que fue el primero que desde 1900 introdujo el Caballo de Troya en la ciudad de Clío. Además de la sociología, entró también con fuerza la geografía propia de Vidal de la Blache, que incidía en la necesidad de estudiar el marco natural, no como algo que influye determinantemente en la acción humana, aino como un factor que entraba dentro de lo que la dialéctica humana podía transformar para sus propios fines. Como vemos sus influencias fueron múltiples. Dentro ya de sus características propias, vemos que no contaban con una doctrina historiográfica sistemática y coherente, pues en los primeros años se limitaron a concebir la historia conforme a las exigencias de las ciencias sociales que la influenciaban. El objetivo de la revista era luchar por sacar el pensamiento histórico del aislamiento disciplinario y universitario, intentando sacar la historia a la calle, lo que no significaba despreciar la enseñanza (si bien denunciaron el utilitarismo de la Historia por parte de los Estados). Pretendían una mejora de la enseñanza, que los profesores de enseñanza secundaria tuvieran espíritu de historiadores y no historiadores con espíritu de profesor de secundaria. Otra característica de los primeros años será la existencia de diferencias entre Bloch y Febvre, que últimamente se están estudiando en mayor profundidad: el propio Febvre lo reconocería en el homenaje póstumo que se le hizo a Bloch tras su asesinato por los alemanes. Ambos compitieron por entrar en el gran College de France, pero sólo Febvre lo consiguió, mientras que Bloch quedaba permanentemente relegado a la postura de segundo de a bordo. De hecho, en más de una ocasión Febvre habló de que la revista atravesaba derroteros equivocados que atribuía a Bloch, al que consideraba “muy erudito”, dedicado a la historia económica y político-social, mientras que a Febvre le interesaba la historia religiosa y cultural. Tras la entrada de Febvre en el College, abandonaron Estrasburgo y se dirigieron a París, donde Bloch consiguió una cátedra en la Sorbona. Sus grandes libros fueron Los Reyes Taumaturgos, Los Caracteres Originales de la Sociedad Rural Francesa y la Sociedad Feudal. De Febvre destacarían Felipe II y el Franco Condado, La Tierra y la Evolución Humana o el Rhin, aunque sobre ellas destacaron sus obras dedicadas a la religión como La Incredulidad en el siglo XVI y Un Destino, Martín Lutero. Para cuando Bloch publicó la Sociedad Feudal, existía una gran tensión entre ambos. Febvre se quejaba de lo aburrida que se estaba tornando la revista y acusó a Bloch de practicar un sociologismo abstracto (preocupado de analizar y estudiar los grupos sociales y despreocuparse del individuo). La ocupación de Francia por los nazis enfrió aún más la relación entre ambos, hasta que en 1944, tras participar en la guerrilla contra los nazis, Bloch fue asesinado. Febvre se quedó en París y continuó publicando en la revista, cambiando su nombre por el de Melange de Historie Social. Sus posturas llevaron a que muchos historiadores le acusaran de colaboracionismo con el gobierno de Petain. En el estudio biográfico no se le acusa de colaboracionista pero sí de acomodarse a la posición burguesa. La Revista de Annales se había fundado en 1929 en la Universidad de Estrasburgo, y en su artículo editorial se encuentran dos ideas que resumen perfectamente sus objetivos y el alcance de la nueva publicación: de una parte, acabar con el monopolio de la disciplina y promover más variedad además de buscar la unión de las ciencias humanas y en segundo lugar, pasar de los debates teóricos a las realizaciones concretas, haciendo encuestas para la historia contemporánea. La innovación que la revista supuso en el panorama historiográfico fue grande, considerando el objeto de la historia en la sociedad y a través del tiempo, y promoviendo la superación de las barreras cronológicas o espaciales que de forma artificial había construido la historiografía hasta ese momento: -Se rompió con el absurdo de la periodización clásica y se intentó convertir la historia en una ciencia (esto fue explicitado por Bloch, mientras que Febvre sólo aspiraba a convertirla en una práctica científica). -Se buscó romper con la tradición positivista y se incorporó la necesidad de formular continuamente hipótesis, plantear problemas o preguntas. -Se aceptó que no sólo existen los documentos escritos ni los de archivo, sino que cualquier fuente de la que se pueda servir el historiador es útil. Además, había que estar atento al silencio de las fuentes y su significado. Esto no implicaba el desprecio de la erudición, sino que creían necesario que ésta tuviera una perspectiva y que era necesario conocer que sus preguntas estaban condicionadas por el paradigma en el que vivían. -Promovieron la interacción de la historia con otras ciencias sociales. Sin embargo, los puntos básicos de Annales nunca fueron expuestos en forma de teoría y al igual que ocurre con otras tendencias, no se puede hablar de Annales como un movimiento uniforme, sino como cambiante, en el que es posible encontrar etapas y cambios sucesivos. De hecho, en el estudio de la Escuela de Annales, Fontana distinguió tres etapas: -1929-41: primeros años desde la fundación. - 1941-1956: Febvre se desmarca del marxismo y dirige sólo la revista hasta su muerte. En 1947 se incorporó junto a su equipo en un organismo universitario de investigación en la Sorbona: la Escuela Práctica de Estudios Superiores, que en 1975 se desdobló en la Escuela de Estudios Superiores en ciencias sociales. Tras la IIGM aparecieron los textos canónicos de los fundadores. -1956-1968: dirección de la revista por parte de Braudel. Sus aportaciones fueron decisivas para la universalización de la revista, aunque sus suscripciones fueron decayendo hasta que volvió a elevarse tras la IIGM. Fernand Braudel: los Tiempos de la Historia y la Institucionalización de Annales Braudel nació en 1921, y tras aprobar la oposición de enseñanza media con 21 años marchó a Argelia, donde vivió 9 años. En 1935 se marchó a Brasil para poner en marcha la Facultad de Letras de Sao Paulo. Hasta entonces había sido un hombre sin medios, pero ya había comenzado su tesis sobre el Mundo Mediterráneo en Época de Felipe II y la había planteado como una tesis de historia política tradicional, basándose sobre todo en los fondos documentales de Simancas y de los archivos italianos. Sin embargo, conforme avanzaba en la tesis, se fue interesando cada vez más en los aspectos de la vida económica. En su viaje de vuelta de Brasil conoció a Febvre, con quien inició una fructífera relación que tuvo como primera consecuencia una ampliación de las preocupaciones de su tesis, que ahora se referirían al conjunto de la civilización en el Mediterráneo en la época de Felipe II. Para 1939 su tesis estaba ya fijada, pero a consecuencia de la IIGM estuvo preso en el campo de concentración de Lübeck, donde terminó de desarrollar su tesis que se publicaría en 1949 con el título de El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la Época de Felipe II y en 1966 publicó otra edición comentada. En su prólogo enumeraba los principios sobre los que había articulado sus estudios y que ya había avanzado en 1944 en una carta a su mujer. La primera parte de su obra trata de una historia casi inmóvil, la del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea. Por encima de ella se alza una historia de ritmo lento que nosotros podríamos llamar “social” (si el término no se hubiera malentendido con el paso del tiempo), una historia de los grupos. La tercera parte es la de la historia tradicional, cortada a medida del individuo, la historia de los acontecimientos. Así, vemos cómo a través de una historia compuesta por pisos, Braudel trató el tiempo geográfica, el tiempo social y el tiempo individual. Un medievalista francés que ha hecho incursiones en la historiografía, Guerreau, lo llamó motor de tres tiempos, y creía que suponía superar el erróneo enfoque exclusivo que los viejos historiadores habían dado atándose al ritmo breve de la historia, en los acontecimientos. Y frente a este enfoque propone otro de más largo alcance, que lleva a analizar las relaciones sociales, sin olvidarse del ritmo geográfico casi inmóvil y de las condiciones materiales que actúan en cualquier sociedad. Para 1957, Braudel no sólo había asumido la dirección de la revista , sino que se puso al frente del ambicioso proyecto de expansión académica que poco a poco se había ido creando en torno a ella gracias al apoyo de instituciones americanas que se presentaban como una alternativa refrescante al marxismo y una hornada nueva de historiadores que se incorporaron a la revista, como Le Goff. Si bien en un cuerpo doctrinal y dogmático, que llevaba inevitablemente a la simplificación y al dogmatismo. Esta tendencia se intensificó a partir del triunfo de la revolución bolchevique. A partir de 1916 se escribieron obras que pretendían ofrecer una visión pedagógica del marxismo, con obras como El ABC del Comunismo o La Teoría del Materialismo Histórico: Manual de Sociología Marxista. Los dos rasgos característicos de esa literatura eran la simplificación catequista del marxismo y la defensa de la revolución. Y se reflejaron también en el trabajo de los historiadores soviéticos desde el comienzo del Estalinismo. Estos historiadores seguían las directrices del Kremlim, pues un programa que Stalin había decidido de forma tajante, en 1931, decía que los historiadores debían de seguir las directrices del partido. Un tema que fue muy debatido es el modo de producción asiático que aparecía citado fugazmente en un escrito de Marx. Una simplificación del marxismo, el Prefacio de Contribución a la Crítica de la Economía Política, constituye un análisis del modo de producción antiguo, feudal y burgués moderno, pero también al modo de producción asiático, de tal manera que si a esos cuatro modos de producción se le añadía un primero al principio, el llamado comunismo primitivo y otro al final, el modo de producción socialista, quedaba configurado el modelo de producción de la historia a través de esos seis modelos productios. El modo de producción asiática había sido pensado por Karl Marx para referirse a las sociedades hidráulicas, con un poder centrar fuerte, de índole tributaria, pero era un modo de producción que quedaba descolgado con respecto a los otros cuatro si se observaba desde una perspectiva eurocéntrica. La cuestión se complicó por una razón de coyuntura política, planteada a propósito de una cuestión. ¿Cuál debía ser la relación respecto a China? A este respecto existen dos teorías: la primera, relativa a quienes decían que China se encontraba todavía en una fase feudal y por lo tanto su receta política era fomentar la burguesía, y otros, como Trotsky, que pensaban que la china se encontraba en pleno capitalismo y no cabía otra vía que la hegemonía del proletariado. En ambos casos, el modo de producción asiático era una realidad teórica desconcertante, que no cuadraba con los planteamientos generales, y la solución más fácil, resuelta por Stalin, fue suprimir el modo de producción asiático bajo la excusa de que era una variante oriental del feudalismo. Stalin habló sólo de cinco tipos: la comunidad primitiva, la esclavitud, el régimen feudal, el régimen capitalista y el socialista. Ese era el esquema por el que tenían que pasar todas las sociedades, y como tal dogma al historiador no le cabía otra posibilidad que rellenar con hechos este esquema. Se encerraba en la conversión del materialismo histórico en una filosofía de la historia, algo de lo que Marx había rehusado. Este dogmatismo trascendió a la Unión Soviética y contagió a los países que tenía bajo su influencia, entre ellos a la muy católica Polonia, donde destacó el historiador Kula, entre cuyas obras destacan Problemas y Método de la Historia Económica, La Medida y los Hombres y Teoría Económica del Sistema Feudal. Esta última planteaba un principio teórico que no admite discusión: que cualquier modo de producción o sistema económico es una formación social y la economía se rige por lógicas distintas. El problema que planteó esta obra es que Kula intentó demostrar su hipótesis mediante enrevesados métodos basados en el estilo francés (basándose en documentos de la Polonia del siglo XVII), intentando hacer de un ejemplo concreto una teoría elaborada para mil años. Esto hace que, si bien la teoría era aceptable, se considerase que estaba mal explicada. A pesar de ello hubo iniciativas, historiadores que practicaron una investigación histórica original de calidad, que por lo general sería ignorada fuera de sus países de origen a causa de los problemas de la Guerra Fría. Sobre todo se produjo una renovación en el campo del orientalismo: la recuperación del concepto de modo de producción asiático y el escape del modelo eurocéntrico impuesto por Stalin. Esta innovación se produjo también en el campo de la historia moderna, de modo que encontramos a autores como: Boris Porshnev, autor de Levantamientos Populares en el Sigo XVII, que hizo aportaciones importantes sobre las revueltas populares en la Edad Moderna; Frantisek Graus que escribió sobre la santidad y Josef Macek, que escribió Herejía y Sociedad: el Usismo, obra en la que entendía la herejía como un movimiento social. Fuera de la URSS también hubo manifestaciones que se alejaron de los principios de Marx, que dejaron claro que no pretendían crear una filosofía de la historia. Intentaron, a partir de principios teóricos proponer una metodología, una forma de entender las sociedades que naturalmente la investigación completa debía particularizar. En el caso de Francia, la figura que puede citarse como ejemplo de teorización extrema de materialismo histórico es el caso de Louis Althusser (que no era historiador, sino filósofo). Él propuso una teorización extrema del marxismo aplicando una euforia verbalista que dio lugar a otras simplificaciones. Contra la desnaturalización, que podemos calificar de economista, de científica, se alzaron en los países sometidos a la Unión Soviética y Europa Occidental alternativas lúcidas. De ellas destaca la de Gramsci, dirigente del Partido Comunista Italiano que fue encarcelado por los fascistas. Escribió Cuadernos de la Cárcel, que se publicaron tras su muerte, donde propuso algunas ideas, como que el método de interpretación de Marx no había que buscarlo en textos generales, sino en las obras que analizaban situaciones concretas, como el XVIII de Napoleón. En segundo lugar puede observarse su rechazo al economismo elemental que constituía uno de los pilares del marxismo ortodoxo que lo reducía todo a la influencia de la economía, y barajó la idea de lo que denominó el bloque histórico, entendido como la conjunción de la estructura y la superestructura (social, cultural…). Así la realidad histórica presenta unas combinaciones muy rica, sólo apreciables desde una mirada que no esté sujeta a una directriz prefijada y estrecha. Barajó además un nuevo concepto, el de hegemonía, y buscó entender los procesos a través de los cuales una clase dominante puede ejercer esa dominación sobre otras clases, ya sea mediante coerción o mediante consenso. Volviendo a Francia, debemos recordar a Pierre Vilar, en cuya obra confluye la tradición marxista elaborada al margen del partido comunista, la tradición de Annales y el magisterio de Labrousse. De este concepto nació el concepto que mejor define su aportación: la Historia Total. Esta Historia Total no implica decirlo todo sobre todo, sino observar la relación/conexión que mantienen los distintos ámbitos de análisis histórico entre sí. Para comprender esta relación nos sirve el concepto del “código relacional”. Puesto que los procesos históricos son procesos sociales, él distingue: -Hechos de masa: demografía, economía y demostraciones colectivas del sentimiento ideológico. -Hechos Institucionales: constituciones, relaciones internacionales, etc. -Acontecimientos: hechos puntuales en los que intervienen los individuos y el azar. Aplicó este esquema en su obra más importante: Cataluña en la España Moderna, Los Fundamentos Económicos de las Estructuras Nacionales, una obra que fue traducida por la Editorial Crítica (dado que escribía más en catalán y francés), aunque suprimiendo el aparato crítico. Otras obras suyas serán Iniciación al Vocabulario Histórico e Historia de España. En Inglaterra se combinaron, según los estudiosos del asunto, dos realidades que pueden explicar la fortaleza y la brillantez de los marxistas británicos: de una parte, la debilidad del partido comunista inglés que se guiaba por el marxismo dogmático, y de otra, la vieja tradición de la historiografía progresista inglesa. Surgió así tras la IIGM el Grupo del Historiador del Partido Comunista Británico en 1946 entre cuyas filas encontramos a Rodney Hilton, Christopher Hill, George Rudé, Edward Palmer Thompson, Hobsbawm, el economista Maurice Dobb o el arqueólogo australiano Gordon Childe. Este grupo fundó dos publicaciones importantes: Marxism Today y una colección de panfletos, Our History, además muchos participaron en la fundación de la revista Past and Present, con la intención de que sus trabajos pudiesen llegar a un público más amplio que el que los historiadores podían conseguir con las publicaciones del partido, y con la traba que suponía las vejaciones universitarias por su condición de comunistas. Ninguno llegó a ser catedrático de las grandes universidades británicas, y tras 1956 la mayoría abandonó el partido, aunque no su condición de marxistas. Sobre estos autores se tradujo en 1989 El Libro de los Historiadores Marxistas Británicos. De ellos procede el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, que comenzó con la publicación, en 1946 del Libro de Estudios sobre el Desarrollo del Capitalismo, donde se proponía una lectura de la transición basada en los métodos de producción y no sólo en la esfera del intercambio que proponían otros grupos de historiadores. Había también marxistas como Paul Sweezy, que ponían el acento en la progresiva importancia que adquirieron los intercambios comerciales en la economía europea, participando por tanto de una lógica de que la burguesía es eterna, en lugar de partir de la lógica marxista. Uno de los historiadores de este grupo, que ha merecido también biografías particulares ha sido Palmer Thompson, autor de obras como El Nacimiento de la Clase Obrera Inglesa o La Miseria de la Economía. Éste se movió siempre en la idea de que el materialismo histórico tenía el objetivo de dar cuenta no sólo de la economía de una sociedad, sino de toda su sociedad. Hobsbawm ha remarcado la originalidad de Thompson dentro de ese grupo diciendo de él que “tenía la capacidad de producir algo distinto, llamémosle genio”. La Historiografía Española La Historiografía Ilustrada Española -El Problema de la Ilustración Española La Ilustración española constituye un problema, que el modernista Francisco Sánchez Blanco, resumió bajo una idea: que en la historia de España tenemos muchos ilustrados, pero que seguimos sin saber si hemos tenido o no una Ilustración. Este problema se agrava en la medida en que casi de forma inconsciente, el término ilustrado se ha convertido en sinónimo de dieciochesco, es decir, se ha llegado a pensar que todos los autores del siglo XVIII son Estas tertulias darían lugar, posteriormente, a las academias, unas instituciones culturales que nacieron de la iniciativa privada, pero que pronto fueron capaces de sobrevivir gracias al patronazgo real, pasando a depender del poder político, es decir, de la monarquía, del gobierno y del rey, que trataron de servirse de ellas para sus propios intereses. Quizás sea ésta una de las características de la Ilustración española: su subordinación a la esfera pública y a la privada. Esta historiografía conocería novedades importantes como la superación de la historia medieval entendida como espacio de reyes y caballeros, que poco a poco fueron sustituidos por grupos civiles (que a fin de cuentas estaban constituidos por la sociedad burguesa) y cuyo argumento estaba guiado por la ley del congreso, la persecución de la razón y la verdad, una forma de escribir la historia interesada en demostrar el encadenamiento de los acontecimientos y no la simple acumulación de datos a la que se prestaron unos pocos eruditos, aunque es necesario reconocer que su labor supuso un paso importante en el desarrollo de la crítica histórica en España. El propio Padre Flores, autor de la España Sagrada, tuvo que reconocer que no escribía historia, sino que escribía lo que era necesario para poder hacerlo, pues cada vez estaba más claro que la historia era un saber que debía basarse en la interpretación. Uno de los historiadores del siglo XVIII fue Juan de Ferreras, autor de la obra en seis tomos, Sinopsis Histórica Cronológica de España Formada por Autores Seguros y de Buena Fe. Destinado como cura en la Alcarria, conoció al marqués de Mondéjar, quien le instruyó en el método historiográfico. En su obra, su escepticismo le llevó a desechar las fábulas y narraciones inverosímiles que se habían introducido en la historia eclesiástica, por lo que se le considera un novator. Incluso en su obra dijo, para alertar de la existencia de falsos testimonios, que “no está de más recordar de vez en cuando que no basta con que todo el mundo crea algo para que se haga verdad”. La vox populi no garantiza la veracidad de un hecho. Fue uno de los autores que con mayor claridad trató de destruir las falsedades que se habían construido, por lo que no es de extrañar que de cada santuario u obra religiosa le salieran críticos. Pero la oposición más feroz le vino de Aragón, pues en su obra puso en duda que en Zaragoza la virgen del Pilar se le hubiese aparecido a Santiago. El Consejo Real, presionado por las críticas aragonesas obligó a que se suprimieran las páginas referidas al asunto en la primera de las ediciones. En el ámbito privado, a Ferreras le llovieron las críticas: la más sistemática fue anónima y lanzó un panfleto diciendo “el crítico moderno transformado en corredor de ovejas”. El ejemplo de Ferreras es un claro reflejo de las pocas posibilidades que la Ilustración española iba a tener en un país caracterizado por una actitud colectiva que se aferraba a las tradiciones localistas y las versiones providencialistas. Los benedictinos representados por Francisco Verganza fueron punta de lanza contra Ferreras, que en su afán por defender la verdad puso en duda muchos de los dogmas de la nobleza, del clero y también de las ciudades que se apoyaban en cronicones cuya falsedad era fácilmente demostrable, había puesto en duda la fundación de su orden. Además, dentro de ese grupo de afán de la verdad centrado en la búsqueda de documentos, existió un grupo muy numeroso para los cuales esa búsqueda no era más que una forma de presumir de su saber. Eran ejemplos perfectos de una sabiduría meramente libresca, y que no se planteaban ni una alternativa o crítica. Este grupo erudito también representaba los intereses del poder. En la polémica provocada por la Historia de España de Juan de Ferreras, participaron otros dos clérigos: Jacinto Segura y Benito Jerónimo Feijoo. El primero de ellos, Jacinto Segura, dominico alicantino, es un ejemplo algo extremo de la forma tradicional de entender la crítica, sobre todo por los teólogos, pues, alarmado por el escepticismo y relativismo que se extendía en el campo histórico, quiso de nuevo apuntalar el baluarte de la certeza, dando pautas en una suerte de guía para que el criticismo no fuera por sendas o caminos arriesgados que cuestionaran algunas creencias populares. Lo que propone sobre todo es obediencia a la autoridad, que permita mantener al gran público fuera de las cuestiones que se debatían, por lo que aconseja aceptar como fuente sólo a autores católicos. La inseguridad en ese ámbito sólo estaba reservada a la autoridad eclesiástica. El primer punto que reprocha a Feijoo (que fue uno de los ilustrados más importantes de la España del siglo XVIII), es el de que hayan participado al vulgo las dudas que acosan al historiador, pues, evidentemente, todo lo que se relaciona con las creencias o con lo que merece duda no es bueno que inquiete a la masa, de modo que la inseguridad debe quedar reservada para la élite. Quiere cubrir con un manto protector la religión popular, mientras que a Feijoo le disgustan estas celebraciones y falsedades recibidas de la tradición, incluidas las religiosas, como milagros, reliquias y leyendas veneradas por iglesias locales, que aseguró se parecían más al culto de los dioses paganos que a los cultos cristianos. Segura dice además que las tradiciones universales hay que creerlas en todas partes, mientras que las locales sólo en la correspondiente región, lo cual significa blindar las costumbres e instituciones locales frente a cualquier intento de reforma en nombre de espíritu crítico. Constituirá, así, un claro ejemplo de cómo hasta las primeras figuras intelectuales no acababan de separar el peso de la autoridad eclesiástica al enfocar los asuntos históricos. Lo cual, en última instancia, demuestra que las dificultades, a causa del ambiente socio-religioso en que vivían, eran enormes. Otro autor, considerado como el punto culmen del criticismo, será Gregorio Mayans i Siscar, que es el abanderado del criticismo español. Alrededor de su figura se ha extendido una divergencia de opiniones, pues Antonio Mestre, gran estudioso de su obra, le considera de manera exagerada como un novator, e incluso como un ilustrado. También Sánchez Blanco destacó su carácter ilustrado y Aguilar Piña dirá que se trata de un autor ecléctico que arremetió contra la figura de los falsos cronicones, pero sin renunciar a su devoción católica o monárquica. Nació en Valencia, en una familia conocida por su filiación austracista, es decir, familiarizada con la idea de conservar la España de los Habsburgo y reticente a los cambios borbónicos. Tanto fue así que renunciaría al cargo de bibliotecario del palacio real tras no conseguir el puesto de cronista de Indias y los últimos 40 años de su vida los pasó dedicado a trabajos filológicos e históricos, aislado del mundo salvo por sus relaciones con otros pensadores extranjeros. Fue el inventor de la expresión “Siglo de Oro” y como buen filólogo, su obra más importante es Orígenes de la Lengua Española. Como historiador destacó fundamentalmente por su labor editora de dos libros clásicos del criticismo español: las Censuras de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio (cuya edición le valió muchas críticas de lo que él llamaba “ignorantes y supersticiosos”) y también editó las Obras Cronológicas y Advertencias del Padre Mariana, del Marqués de Mondéjar. Fue el más claro defensor de que la verdad era más práctica que la mentira piadosa, y encontró múltiples obstáculos, sobre todo por parte de la monarquía, que por sus intereses particulares estaba interesada en mantener las falsedades. Por esta razón hubo de abandonar los proyectos que tenía de edición de documentos de colecciones diplomáticas, defendiendo que había que editar las fuentes originales para acabar con las falsedades. En su retiro a su pueblo natal mantuvo su prestigio como filólogo y fue foco de peregrinación de sabios eruditos de la época. Concretamente de otros dos clérigos: el agustino Enrique Flórez y el jesuita Andrés Marcos Burriel. Enrique Flórez, agustino que se sintió atraído por la historia eclesiástica desde su formación de teólogo, pero el aprendizaje de la historia fue lento, y enfoca su trabajo desde la perspectiva de la educación ética de los estudiosos, para que los jóvenes historiadores tuvieran una voluntad ética cristiana. Su gran obra será la España Sagrada, de 27 tomos y continuada después por otros autores, (ya Mayans había expresado la necesidad de una España Eclesiástica que recogiese la documentación básica), lo que explica la fama de Flórez como el gran historiador español del siglo XVIII, considerado como el historiador ideal: crítico pero moderado, situado entre dos extremos (los cronicones dominados por la superstición, y la actividad de Mayans, a quien acusa de ser excesivamente crítico), de modo que el límite de sus labores eruditas estaba en no atentar contra la piedad. Incluso lo reconoció en uno de sus escritos, diciendo que no sólo había que defender el origen apostólio de la Iglesia española por no romper la creencia popular, sino que también había que defender este origen contra la envidia de otras naciones. En contraste, Mayans manifiesta un concepto muy distinto de nacionalismo, al establecer que la gloria nacional tiene que ser real e históricamente probada, y no sólo leyenda o ficción, si bien la polémica de ambos autores tuvo lugar entre bastidores, en privado. Por último, el jesuita conquense Andrés Marcos Burriel y López, manifestó su interés por la historia desde sus años mozos de residente en la casa profesa de Toledo, y se dirigió a Mayans, con quien mantuvo una correspondencia que clarifica su criticismo creciente respecto a los falsos cronicones, que fue aumentando a lo largo de su vida y la paternidad del padre Higuera, que le sirvió de guía. Contó con el favor del confesor de Fernando VI, lo que le permitió residir en la Corte y desarrollar una actividad proyectista que concretó en unos Apuntamientos de algunas ideas para fomentar las letras, proponiendo la creación de una Junta Académica con fines culturales, que estaría controlada y dirigida por los padres de la Compañía de Jesús, y sus actividades estarían financiadas por el Gobierno. Los proyectos propuestos en los Apuntamientos marcan dos grandes bloques: Las ciencias eclesiásticas –estudiar la Biblia propia de España, el oficio mozárabe, misales, brevarios…- y las ciencias profanas –propiciando ediciones sobre monumentos de la antigüedad española, crónicas…-. Su aportación original y singular vino cuando Burriel entró en contacto personal con los documentos del archivo de la catedral de Toledo, ante los cuales proyectó orígenes también llevaban a una tertulia de amigos, la que en 1735 empezó a reunirse en casa del abogado Julián de Hermosilla y que estaba compuesta de personas al servicio de la monarquía, nobles y religiosos próximos al rey. El enfoque en un principio fue de tipo enciclopédico, acorde con el de otras academias europeas de inspiración renacentista. Pero en poco tiempo, y de manera significativa, la orientación inicial se cambió por un trabajo exclusivamente dedicado a la historia y geografía de España. En la línea de la Academia de la Lengua, la nueva tertulia dirigió entonces la mayor parte de su esfuerzo a la elaboración de un Diccionario histórico-crítico de España, pero éste no salió adelante por la desmesura de los objetivos. La concepción erudita del trabajo geográfico-histórico, defendida por algunos de los académicos, buscaba la depuración de la historia de España de invenciones basadas en leyendas y cronicones falsos, y debía hacerse compatible con la historia sagrada. En 1736, la Academia celebró por primera vez su reunión en la Real Biblioteca con el beneplácito del confesor del rey. Dos años más tarde, Felipe V le dio el título de Real Academia de la Historia y a sus miembros les otorgó el privilegio de “criados de la Casa Real”. Los privilegios concedidos por el rey, incluían una pensión económica a la institución, la incorporación a la misma del empleo de Cronista de España e Indias, fuero y consideración jurídica especial de sus miembros, así como honores y prelaciones. La Academia fue el ejemplo más acabado de la relación que la corona mantuvo con los historiadores españoles, y de cómo la historia fue también un importante instrumento de la política. Los problemas actuales de la academia se comprender repasando algunos de los rasgos de su historia: hay que suprimir que sea utilizada por la política. La verdad es que todos los proyectos, o casi todos los que se iniciaron, terminaron en casi nada, sobre toro el gran fracaso que supuso la creación de un Diccionario Crítico de España, que empezó con fuerza pero nunca llegó a revelarse. La única obra que en el siglo XVI se terminó publicando fue un Tratado de Cronología para la Historia de España, de Martín de Ulloa. También es significativo su contenido, con una preocupación erudita e instrumental, ya que nos advierte de las lagunas de la Real Academia de la Historia, y es su nula participación en el debate teórico de la historiografía. Desde 1764 a 1791, Campomanes tomó la presidencia e impulsó un Diccionario Geográfico, que contaba ya con un carácter más ilustrado. En 1772, en enero, los académicos se reparten las provincias, y apenas un mes después se consigue la Licencia de Impresión para la Instrucción geográfica que debía servir de guía a todas las tareas. Los elementos que debía recoger tendrían que ser detalladamente situados dentro de su provincia, corregimiento, partido, merindad, etc., a la que pertenecían, apuntando también su distancia de la respectiva capital y si eran de realengo, señorío o propiedad de órdenes. Fue concebido con fines fundamentalmente prácticos, para conocer los recursos naturales y humanos de la nación para poder desarrollar adecuadamente los programas reformistas. El impulso inicial orienta los trabajos hasta 1792, en que, como consecuencia de la primera reforma corporativa, se da una nueva orientación a las actividades. Las grandes obras enciclopédicas se convirtieron en objetivos futuros y, aunque los trabajos geográficos continuaron, se admitió la imposibilidad de acabar el Diccionario. Otro objetivo fue el proyecto de Campomanes sobre la formación de un Índice Diplomático en España, una obra que hiciera mención de todas las fuentes (inscripciones, epitafios, y otros letreros de cualquier tipo, carácter y lengua), citadas en historias generales o particulares de España. Pensaba también la corporación que con ello se facilitarían los trabajos sobre cronología, cuyo reto principal era confrontar datos en los libros, memoriales, genealogías y otros papeles de los que no se tenía un conocimiento exhaustivo y ordenado. Una vez que la Academia hubo aprobado la formación del Índice Diplomático, se imprimió una Instrucción con el método y las reglas del trabajo. Una de las características fundamentales de la actividad de Campomanes al frente de la Real Academia de la Historia, fue la colaboración con los benedictinos en el intento de crear una Escuela de Diplomática similar a la de San Mauro en París. El proyecto de elaboración de un gran corpus diplomático por parte de los benedictinos hispanos data ya de 1730, y su objetivo era la publicación de una diplomática española en varios tomos. Entre 1765 y 1769, Campomanes propuso al General de la Congregación de benedictinos de Valladolid, padre Isidoro Arias que los religiosos de la misma trabajasen por dotar a España de una Diplomática Nacional. Entre los sujetos más capaces, Ibarreta fue nombrado académico y dirigió el proyecto a partir de 1771, pero no llegó a buen puerto. Relacionado con esa colaboración entre Academia y benedictinos, tuvo lugar una amplia actividad investigadora entre los monjes de San Benito de Aragón. Sus investigaciones iniciales en San Juan de la Peña suscitaron el interés del Gobierno, porque encontró las tumbas de los primeros reyes de Aragón y, sobre todo, por los documentos regalistas exhumados. Con el apoyo de Campomanes, se le concedió el encargo de visitar el monasterio de Valldigna, ampliado con posterioridad a otros monasterios y, finalmente, a todos los archivos del reino. De cualquier forma, la actividad historiográfica de los monjes españoles durante el reinado de Carlos III fue asombrosa en varios lugares. Pero difícilmente podría darse una visión completa de las aportaciones en el campo de la historia eclesiástica sin aludir a la actividad intelectual de los jesuitas españoles exiliados. Otro punto objeto del estudio de la Academia, fue la Historia de Indias, un estudio que no nació de la inspiración de la Academia, sino de una obligación pretendida y adquirida por ella, que estrechó aún más su dependencia de la monarquía, cuando el rey Fernando VI, en 1755, decidió confirmar la gracia de Felipe V y dio a la Academia la plaza de cronista de Indias, cuya historia se tuvo por la más importante de sus dominios. Así, se dieron a conocer cuatro puntos sobre la forma y medios a emplear para escribir la historia natural y civil de las Indias y se propuso como instrumento para lograr estos mismos objetivos la elaboración de una biblioteca que recogiera todas las obras relativas a la historia ultramarina, proyecto finalmente aprobado. A partir de 1766, las preocupaciones y actividades se orientaron sobre todo hacia el acopio bibliográfico y documental. Sin embargo, el suceso más destacable ocurrido durante los cuatro años anteriores a la reforma de 1792, fue la polémica y enfrentamiento en el que tomaron parte la Academia de la Historia y Juan Bautista Muñoz. Éste había sido nombrado Cosmógrafo mayor de Indias por Carlos II en 1770, y en 1779, recibió el encargo de escribir una historia de América que fuera réplica de la de William Robertson: éste es el origen de su Historia del Nuevo Mundo. El Consejo de Indias, tras decidir encargar a Muñoz la obra, prescindiendo de los servicios de la Academia, ordenó a ésta que facilitara a Muñoz los papeles y documentos conservados en su archivo. Esta orden no agradó en absoluto a la corporación, pues Muñoz no era académico. El rey, tras oír ambas partes, decidió que la comisión continuara, pero que, para decoro de la institución se le diese a Muñoz el título de Académico. El primer volumen de la Historia del Nuevo Mundo fue sometido al examen y la censura de la Academia. En vista de las dudas y reparos interpuestos, se optó por sometes a la obra a un examen detallado que retrasó la edición definitiva, lo que fue considerado por el gobierno como una actitud injustificada, y ordenó a la Academia devolver al Consejo el manuscrito original y dar por terminada la revisión. El Estado demostraba así su poder para intervenir en cualquier programa reformista, bien impulsándolo, bien imposibilitándolo. La Academia de la Historia sufrió con este episodio un duro golpe del que intentaría reponerse con la reforma de 1792, buscando avanzar con mayor firmeza hacia los objetivos para los que había sido creada. Si bien había compartido los ideales historiográficos europeos en el planteamiento de sus primeras actividades, dando cabida a un saber aglutinador que comprendía aspectos políticos, económicos, religiosos, demográficos y lingüísticos, además de la crítica bibliográfica y documental, 1792 fue el año de la revisión en busca de las claves de sus fracasos (a menudo la escasez de recursos materiales, frenos en la organización…). Su aportación radica en sus planteamientos renovadores, la investigación bibliográfica y de fuentes, y su obra académica debe ser valorada en el contexto de una historiografía ilustrada repleta de proyectos que no dieron buenos resultados en función de sus ideales, pero que marcaron las pautas de la conversión de la historia en una ciencia social. De este modo, salvo en lo referente a la renovación teórica, donde despuntó, la Academia fue un fracaso profundo. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA DURANTE EL SIGLO XIX La Historiografía Isabelina El reinado de Fernando VII fue una época de asfixia que empujó a muchos intelectuales españoles a partir al exilio. Ello sirvió de cordón umbilical que permitió la comunicación de las ideas entre España y los países latinoamericanos y europeos. No sería hasta el reinado de Isabel II cuando se consolidaría la intelectualidad española, que recogió la herencia ilustrada del siglo anterior y algunos aspectos del pensamiento francés e inglés. Por lo que respecta al saber historiográfico, fue en el reinado de Isabel II cuando comenzaron a manifestarse de forma rotunda los inicios de la profesionalización del oficio del historiador, algo que se consolidaría a mediados de siglo. La historiografía isabelina en pocas palabras se asentó sobre tres pilares: erudición monóloga, el eclecticismo teórico fruto de las influencias exteriores, la consideración del saber histórico como un instrumento de primer orden en la formación del nacionalismo español. La pregunta más importante que podríamos hacer de este tema es cuáles son los condicionantes del liberalismo en España. La cultura historiográfica del período isabelino no estuvo tan alejada de las propuestas europeas como tradicionalmente se ha dicho. En España, efectivamente, se conocía lo que sobre ella se escribía en formación jurídica que no excluía una amplia formación humanística. El historiador de la época isabelina ejerció también con frecuencia el periodismo escrito que se había inspirado por un fuerte espíritu político y que se hacía desde la preocupación por influir en la opinión pública, por crear opinión entre los ciudadanos, que tenía mucho que ver con esa intención de escribir la historia para que el pueblo aprendiera de ella. Los temas coetáneos ocuparon gran parte de las obras de historia, que procuraban discusiones vivas cuya vía de adjudicación era sobre todo la prensa. Algunos pensaban que se podía ser objetivo y que se debía ser objetivo, pues algunos pensaban que al hablar del pasado se perdían los perfiles, aunque otros creían que la historia debía escribirse para tomar partido y para defender las decisiones políticas en unos momentos evidentemente en el que el proceso revolucionario se elevaba. Otros autores creían que la dificultad no estaba en historiar el pasado, si no en historiar el presente. Esa precaución ante la escritura de la historia del tiempo presente, late en una idea muy ortegana que hablaba de la perspectiva histórica, es decir que la historia no se puede escribir sin que haya transcurrido un tiempo lo suficientemente amplio para que el historiador se aísle de la subjetividad del momento. La preocupación por los temas coetáneos, lógica por la conflictividad del momento, fue pareja a la paulatina aparición de una especialización temática y profesional y en este sentido podemos referir cuatro ámbitos: medievalismo, arqueología, arabismo y archivística. El ámbito de la arqueología se concretó ya muy avanzado el siglo XIX en la fundación del museo arqueológico nacional 1867 que fue parejo a las primeras reordenaciones científicas del patrimonio nacional. El ámbito de los archivos y bibliotecas ligado al interés por la erudición se manifestó en 1857 con la primera convocatoria que la biblioteca nacional hizo de los premios de bibliografía que determinaron el desarrollo de los repertorios bibliográficos. En 1858 se creó el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, que nacía por la expresa fidelidad de poner a salvo una serie de documentos diseminados por toda la península, era una de las formas en la que estado reconocía la función social de la historia y creaba el personal funcionarial necesario para ejecutar esa función. La Academia de la Historia desempeñó también en esta época un papel activo en la reunión de materiales, la recopilación de documentos, recuperación de crónicas, pero ya entonces el centrarse demasiado en esa función hizo que la academia estuviese a remolque de los avances historiográficos producidos en otros países y es ahí donde empieza la decadencia de la academia de la historia. En 1885 la Real Academia de la Historia publicó un gran volumen que tenía en cuenta 1500 trabajos u obras publicado entre 1839 y 1878, una producción por tanto muy abundante tanto más cuanto de ella se excluye los libros de texto de enseñanza primaria y secundaria que debido a la aparición de la historia como enseñanza obligatoria. En ese gran volumen lo primero que destaca es el escaso volumen que tuvieron las sobras de historia general dedicadas a España, que no llegaron ni al 2% de esa producción. Sin embargo, a pesar de ser poco numerosas, las obras sobre la historia final de España sí que marcaron al directrices de la producción de esos 30 años del siglo XIX. El tema fue el estudio de las naciones extranjeras y ahí quizá es donde comienza también una de las lagunas de la historiografía española, lo que Miguel Artola denomino el complejo de inseguridad de los historiadores españoles: España ha sido objeto de atención de un grupo numeroso de hispanistas, el hispanismo surge en estos años también pero también en estos años es cuando se descuida el estudio de otros países, ya que en España no hay anglicistas, germanistas,… sí que se tradujeron obras importantes de historia de otros países, pero la obsesión era investigar el pasado del pueblo español para, o bien fundamentar el proceso revolucionario en marcha o bien para atacarlo desde posiciones antagónicas. En segundo lugar estaba la historia local o regional, en que podemos ver algo de un prenacionalismo que propicio la aparición del Diccionario Histórico Geográfico inaugurado por Pascual Madoz, una obra de consulta obligada en el estudio de la historia moderna. Una historia localista pero carente todavía de diferenciación que por el contrario salvo algunos atisbos en Cataluña, País Vasco, Aragón,… esa historia localista se cultivaba con la intención de poder presentar a la localidad como arquetipo del español en un ámbito temático que se centraba en el medievalismo, la historia del derecho, archivística… el interés por la Edad Media es una característica general de todo el romanticismo, un periodo privilegiado porque ahí estaban las raíces de las naciones, del espíritu del pueblo… además los siglos medievales servían tanto para los tradicionalistas como para los liberales, pues los tradicionalistas encontraban en la Edad Media argumentos para demostrar la armonía entre las clases sociales y la supremacía de lo religioso, los tres estados, armonía de los gremios, etc., mientras que los liberales encontraban los precedentes del constitucionalismo y parlamentarismo, además del origen de la burguesía tanto en el aspecto económico como tradicional, viendo a los burgueses como precedente de los burgueses del siglo XIX, aunque fuera esto algo falso. Ese interés por la edad media desembocó en la reunión de importantes comisiones documentales como la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, la Colección de Fueros y Cartas-Pueblas para la Historia de España, entre otros. Los estudios constitucionales que estuvieron muy unidos a estas recopilaciones documentales tenían en mente historiar las instituciones del verdadero pueblo y no de la canalla. En relación con el medievalismo estuvo el estudio del arabismo, aunque sólo en sus inicios, tal como se ve en la obra de Bernabé López García Orientalismo e Ideología Colonial en el Arabismo Español, muy voluminosa, en la que pone en conexión el arabismo con el colonialismo. Fuera de España el arabismo esta fuera de toda duda ya que un núcleo importante del arabismo europeo está en Holanda. El origen de ese arabismo español está en el interés por la Edad Media, por Al andalus. Los primeros balbuceos del arabismo español se dieron en el reinado de Carlos III y fue obra de José Antonio Conde, la Historia de la Dominación de los Árabes en España, que se considera acta de nacimiento del arabismo español. La madurez del arabismo se produce en el siglo XIX. Quizá el año cumbre sea 1844 cuando se crea la primera cátedra de árabe en la Universidad de Madrid, que estuvo regentada por Pascual Gallanos, formado en Paris y Londres donde publicaría su Historia de las Dinastías Mahometanas. Fue también por eso años cuando en Granada se crea una cátedra de árabe, dando origen a una tradición de origen semítico. En los orígenes del arabismo español aparecieron dos tendencias tanto en el ámbito de la investigación como en el ámbito ideológico. En el ámbito de la investigación se produjo una división entre aquellos arabistas volcados al estilo de la literatura que daría lugar a la filología y que ha predominado en el arabismo español, una dedicación extraordinaria que hace que en España sea muy aplicable la máxima de que el arabismo esta hecho por arabistas que no saben historia y por otra parte, el grupo que se dedicó a la investigación documental con sobre textos crónicos o epigráficos. La otra división que se produjo entre los arabistas se dio entre los conservadores y los progresistas, conservadores son aquellos que se acercaron a la civilización árabe de la misma forma que el detective se acerca al mundo de la delincuencia, ya que los musulmanes en España fueron el enemigo, eran los extraños, cuyo máximo exponente fue Francisco Javier Simonet que clasificó a la Alhambra como testimonio de la brutal tiranía árabe, Simonet recriminó a los reyes católicos que hubieran dado lugar al problema morisco y que no los hubieran expulsado desde el primer momento de la conquista. Luego estaba los progresistas como Francisco Fernández y González, que se acercaron mundo andalusí con menos prejuicios y siendo capaces de valorar también la herencia cultural que se produjo, no llegaron al punto de lo que luego se haría recientemente con las aportación de Pierre Richard que vio a Al-Andalus como una sociedad orientalizada y algo metabolizado por la sociedad indígena. Fueron muy pocos los autores que efectivamente valoraron la aportación de los árabes en España. Una de las pocas voces que lo hizo y además en un ámbito no universitario, la enseñanza primaria, fue Joaquín Rodríguez, un sacerdote que escribió en 1850 Lecciones de Cronología e Historia General de España, en la cual reivindicó que la diferencia de religión no permitía que se faltara a la justicia con los musulmanes españoles, llamando la atención sobre lo contradictorio q suponía atacar a los árabes y enzarzar a los godos, que fueron los que destruyeron las ciencias y las artes en nuestro país, de tal manera que reivindicaba la herencia árabe. En los años 30 se inicia también la Arqueología, iniciándose varias cátedras. Sin embargo, en un sentido negativo y resultado de ese interés creciente por la arqueología se amplió un fenómeno que no era nuevo pero que encontró nuevos bríos al calor del interés por ésta, nos referimos a los aficionados, coleccionistas, anticuarios… que llegaron a cometer auténticas barbaridades, rompiendo la secuencia estratigráfica y otros destrozos. No obstante, la arqueología positiva se manifestó también en un creciente interés por el arte antiguo, estando muy ligada al mundo monumental, al arte antiguo, así como el desarrollo de técnicas auxiliares, la epigrafía y la numismática. Ese interés se concretó en la fundación del Museo Arqueológico Nacional en 1867 y al mismo tiempo se crearon también en otras capitales de provincia los primeros museos provinciales. El gran tema de la historiografía isabelina fue el tema de la nación española. Las pocas obras que se escribieron son ahora muy importantes para conocer la historia de España. Ejemplo claro es la obra maestra continuadora de la obra del padre Mariana, la obra de Modesto la Fuente, que escribió una obra en 30 volúmenes entre 1850 y 1859, que tuvo una gran demanda. La historia de la nación española se hizo dos preguntas fundamentales: ¿Cuándo nace la nación? ¿Cuándo nace la esencia de la nación española? ¿Cuáles son las características de España? El cuándo nace contaba con una respuesta unánime: el nacimiento del carácter nacional español era la monarquía goda, en ese momento se produjo la soberanía territorial en manos de una dinastía que centralizó el poder político y permitió una unidad legislativa y de ahí la confluencia Fue este contexto socio-cultural el que permitió a Cánovas “monarquizar a las clases intelectuales”. Se trató de un proceso general de aceptación del sistema político. En tal sentido, el prestigio de las Academias fue una forma más de legitimación del sistema político restauracionista, una forma de poder que formaría parte del Senado. Por todo ello, se habla de Cánovas como el “gran hacedor de académicos”, con el predominio total de los “hombres de la Restauración”. El territorio académico sería un espacio cultural burgués, preparado para borrar las diferencias de clase y neutralizar los posibles conflictos ideológicos. Y uno de los pocos caminos abiertos para la promoción social y la asimilación directa a la burguesía: después de socio del Ateneo, ser miembro de la Academia era una condición necesaria, la meta de muchas carreras y la línea de salida de otras tantas. La historia cultivada por afición por los burgueses ilustrados se iba a desarrollar en estos círculos. La intervención directa de la Academia en la fundación de la Escuela Superior de Diplomática, que resultó determinante en el nacimiento de la “erudición profesional”, siendo la primera vía institucional hacia la profesionalización de la historiografía española. Crítico con el último gobierno isabelino y ausente de las Cortes en la legislatura de 1868, era natural que, ante la proximidad de los acontecimientos revolucionarios, el político astuto y joven académico, Antonio Cánovas del Castillo, se retirara al Archivo de Simancas a estudiar documentos históricos. Sólo seis años más tarde, se presentaría ante la nación como el “continuador de la historia de España”. Las transformaciones políticas y sociales que se sucedieron durante el Sexenio Democrático (18668-1874), apenas afectaron a la actividad cotidiana de la Real Academia de la Historia, que continuó representando los valores culturales y los principios ideológicos de “aquella minoría que forman en todas partes el saber, la inteligencia y la riqueza”. La inestabilidad política, el constante déficit presupuestario y la rapidez de los acontecimientos, hicieron muy problemática la puesta en marcha de un programa cultural y educativo. De manera directa, las academias adquirieron carta de legitimidad democrática cuando, en la Constitución de 1869, se estableció que una de las condiciones para poder ser elegido Senador era ser o haber sido Presidente o Director de las Academias (de cualquiera de ellas). La de la Historia se vería especialmente favorecida cuando, en su calidad de guardiana del patrimonio nacional, Manuel Ruiz Zorrilla le confió la custodia de los objetos y colecciones artísticas de las catedrales, cabildos, monasterios y Órdenes Militares que habían sido desamortizados por decreto el 1 de marzo de 1869. Tras su fundación y establecimiento en la antigua Biblioteca del Palacio Real y la Casa de la Panadería, la Real Academia de la Historia se trasladó al desamortizado edificio del Nuevo Rezado. Tras diversos trabajos de adaptación, quedaría definitivamente en este edificio. Mientras tanto, en plena época de libertad de pensamiento, de disputas de ideas y de recepción de autores y corrientes, la Academia acentuó su carácter de institución conservadora. Manteniendo los Estatutos y Reglamento de 1856, la vida interna del centro experimentó muy pocas alteraciones: ninguna filosofía de la historia que superase los límites del eclecticismo y el providencialismo escolástico penetró en el centro. Frente al desbordamiento político por las exigencias democráticas, planteó en términos de identidad histórica, las barreras de la neutralidad de la ciencia. Políticamente hablando, la Academia de la Historia fue uno de los centros culturales utilizados por los partidarios de la restauración borbónica para reclutar apoyos entre las capas medias y altas de la sociedad y una excelente plataforma de difusión pasiva de aquella propaganda que convirtió a los conspiradores alfonsinos en la autoridad legítima frente a gobiernos que se deshacían. Pero además, en unos años donde las ideas estaban totalmente vinculadas a la interpretación del pasado, la Academia sería depositaria y guardiana del lema que inauguraba un nuevo período histórico y un sistema político: restablecer la continuidad histórica de España. En directa conexión con el programa político y cultural desarrollado por Cánovas, la corporación académica se acomodó a las circunstancias de la época. En 1877, quedaron aprobados los Estatutos y Reglamento de la real Academia de la Historia que, se limitaba a realizar pequeñas precisiones a las normas establecidas veinte años antes. De esta manera, eliminadas las posibles conexiones con el régimen anterior, la Academia canovista se encontraba en disposición de recibir al monarca Alfonso XII y de presentar una imagen corregida del pasado, que garantizaba la continuidad del orden conservador y de cumplir su función de legitimación histórica de una clase social, de un sistema político, y de un concepto de nación española. En todo caso, durante el último cuarto del siglo XIX, la presencia de la Academia y, en su defecto, del Cuerpo de Archiveros, se hizo constante en todas las iniciativas culturales de la época, gracias a cuatro puntos: -La multiplicación de publicaciones patrocinadas por el centro: la corporación, encargada de dar a la luz nuevamente las Memorias, acordó la publicación del Boletín de la Real Academia de la Historia, de modo que la revista se convertirá desde su primer cuadernillo en el vehículo divulgador de las directrices y noticias académicas. Con anterioridad, la academia había contado con el Memorial Histórico Español, y los hombres de una institución y un Cuerpo estrechamente vinculados a la de la Historia, como eran la Escuela Superior de Diplomática y el Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. La aparición del boletín corporativo, al tiempo que un factor determinante en la consolidación institucional del academicismo, resultó un instrumento para divulgar el conocimiento de las llamadas ciencias auxiliares de la historia general. Convertido en el órgano de expresión por excelencia de quienes creían que la historia debía hacerse con crítica y documentos, su ejemplo fue seguido por toda una pléyade de revistas que comenzaron a surgir en las diversas capitales de provincia. En ellas, la colaboración regular de los académicos de la Historia, fue una característica común y una garantía de su éxito. Mientras para los asiduos lectores de novedades académicas, el discurso de ingreso de cada nuevo numerario suponía un punto de referencia, para los académicos significó la incontestable validez más académica de los elegidos: la lectura del discurso de ingreso y la necrología realizada por sus compañeros tenían un significado muy concreto: ratificar el triunfo de la corporación al elegir sus miembros, consagrar la norma implícita de que la Academia no se equivocaba nunca. Escritos en un lenguaje retórico, repleto de metáforas, los textos se rigieron por un principio, el de que todos los numerarios son, o fueron, buenos académicos. Los discursos contribuyeron a definir el ideal imaginario del académico refugiado en un mundo “superior”, construido a la medida de las necesidades y de acuerdo a las condiciones de aquellos. -Los programas ofrecidos por la Academia: la fórmula de los certámenes adquirió un éxito extraordinario entre todas las asociaciones artístico-literarias del Estado. La convocatoria, unida a la propuesta de un tema y al posterior dictamen académico, permitía el control y el reclutamiento de los eruditos por las “obras de verdadero mérito”, las memorias premiadas daban a sus autores una dotación metálica y una notoriedad que alcanzaba al gran público. Todos estos concursos, al dar la posibilidad de alcanzar el diploma de correspondiente y, en algunos casos, facilitar el acceso directo a la categoría de numerario, tuvieron una gran aceptación entre todos los intelectuales restauracionistas. -La concesión de subvenciones por el Estado para obras impresas o manuscritas: la labor de la Academia de la Historia, no quedó reducida a opinar sobre los manuscritos cuyos autores o editores solicitaban ayuda para su impresión. Para los escritores, los eruditos de segundo orden y los profesores de historia, conquistar el beneplácito corporativo era una recompensa necesaria y deseada, no sólo por el prestigio personal que suponía un informe académico favorable, sino por las repercusiones en su carrera profesional. En este punto, la Academia fue el organismo encargado de determinar sobre la selección de los textos escolares y de enjuiciar los libros de los profesores de instituto y universidad. Al mismo tiempo, había una vertiente del academicismo que podía resultar decisiva para el progreso profesional de los catedráticos de historia: los altos puestos ocupados por numerarios de la corporación en la administración educativa: hasta finales del siglo, los académicos desarrollaron una extraordinaria actividad al frente del Real Consejo de Instrucción Pública, cuya función principal fue el control del profesorado, desde el nombramiento de los tribunales de oposiciones y la elección de los aspirantes, hasta las decisiones sobre las jubilaciones, los ascensos y la moralidad de las obras. Si a ello unimos que la Real Academia de la Historia adquirió la costumbre de presentar candidatos las “cátedras universitarias de las materias que son de su competencia”, podremos explicarnos el interés de los catedráticos por cultivar la amistad con los académicos. Y es que, también en el mundo de la docencia, la recomendación era una condición necesaria para asegurar el avance profesional. -La presencia de la Academia en la creación de sociedades político- culturales surgidas al pairo de las aspiraciones imperialistas de la oligarquía española: que reivindicaba una presencia pacífica y limitada en el concierto internacional dirigida a conservar “nuestras posesiones ultramarinas”, garantizar la pretensión africanista de ocupar Santa Cruz de la Mar Pequeña y establecer una factoría española en el Mar Rojo. Así, por ejemplo, se celebró el acto de fundación de la Sociedad Geográfica de Madrid, creada con el interés de que se encargase de propulsar los estudios prácticos y las exploraciones que preparasen el camino para una futura acción colonial. La Real Academia de la Historia, comprometida con la monarquía conservadora, participaba en todas sus iniciativas culturales y reformas educativas estatales. De hecho, aprovechó la limitada expansión del mercado cultural para crear una compleja red de establecimientos que estructuraron el espacio historiográfico sobre la base de unas relaciones esencialmente jerárquicas. Un Significaba esto la manifestación de una toma de conciencia profesional que al denunciar la crítica situación en la que se encontraba la universidad, la investigación y la enseñanza de la historia, al reclamar con urgencia reformas educativas, abogaba a favor de la profesión del historiador y exigía el reconocimiento de su propia función social. La Academia de Historia ofrecía un planteamiento sustancialmente idéntico: la práctica totalidad de historiadores y eruditos académicos estaban insertos en el clima regeneracionista. Las críticas contra la corporación y el modelo historiográfico que representaba pocas veces superaron los límites de una crónica periodística, un palique o la protesta irritada de alguno de los candidatos no elegidos. Aunque no deja de ser significativa la reacción corporativa del profesorado de segunda enseñanza, que veía atacados sus derechos ante proyectos de la Academia en cuanto a la realización de libros de historia, pues los catedráticos consideraban la publicación de éstos como un privilegio inherente a la consecución de la cátedra de instituto. De ese modo, se criticaba al modelo académico, en general, y a la Academia de la Historia, en particular. Al primero, por sostenerse sobre unas corporaciones en las que “el espíritu de la rutina se impone” y donde cualquier innovación supone un esfuerzo que casi nunca se hace, y a la de la Historia, por intentar imitar la publicación de manuales. En sí mismos, estos juicios representan el avance experimentado hacia la homogeneización profesional de los funcionarios docentes que comenzaban a poner en duda la hegemonía socio-cultural del sistema institucional académico. A pesar de éstos y otros ataques, la Real Academia de la Historia continuaba siendo el organismo titular de la historiografía española. Superó el vacío dejado por el fallecimiento de Antonio Cánovas, recurriendo al turno de los partidos. En este punto, no deja de ser irónico que los académicos depositaran sus esperanzas en un destacado oligarca del Partido Liberal, a quien Cánovas había vetado una vez su entrada en la corporación: Antonio Aguilar Correa, marqués de la Vega de Armijo. El 10 de febrero de 1899, se aprobó un nuevo Reglamento Corporativo, que mostraba una actitud cultural y una moral de salvación de la vieja corporación restauracionista. A la mayoría de los historiadores de las primeras décadas del Novecientos, les resultaba difícil imaginar un escenario institucional diferente, sin el prestigio y la gloria que representaba la Academia. Todo el mundo conocía lo que significaba ser académico. Y por supuesto, los primeros profesionales sabían la importancia de conquistas las medallas corporativas para la promoción personal y el reconocimiento colectivo de la naciente carrera de historiador. Por ello, no ha de extrañar que la sustitución progresiva del viejo academicismo de ateneos, sociedades y corporaciones por uno directamente vinculado al mundo universitario todavía pareciera lejano en los albores del nuevo siglo. Para esas fechas, sin embargo, el mapa de la historiografía española estaba cambiando con los signos de modernización expresados de una manera heterogénea e individual en la década de los noventa que habían preparado la transición hacia el modelo profesional. A partir de 1900, el proceso se vio acelerado por las reformas educativas decretadas desde el nuevo Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y a través de medidas como la supresión de la Escuela Superior de Diplomática el 20 de julio de 1900 y la integración del cuadro de sus asignaturas y profesores en la universidad, la reorganización de las Facultades de Letras, la creación de nuevas cátedras universitarias y la ampliación del mercado universitario de la historia. Fue en esos años cuando las universidades comenzaron a dejar de ser establecimientos subordinados a las academias, para convertirse en los auténticos centros rectores de la cultura y la conciencia histórica española. LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA DURANTE EL lugar importante, aunque no sea exclusiva. Fue el historiador más preocupado y mejor informado acerca de lo que la historiografía coetánea producía en Europa. Desde finales del XIX, Altamira gusta de escribir y difundir las crónicas científicas de los congresos internacionales en los que está presente, así el de 1900 en París y el de 1903 en Roma. En este último se pretendió hacer un balance de los últimos cincuenta años de la historiografía en Europa y América, aunque no se cumplió su objetivo con exactitud. Altamira expresará con claridad la escasa presencia de profesores españoles y el mínimo interés que en los medios oficiales de la educación en España despertaba una reunión como aquella. Fue también atento y asiduo seguidor de la bibliografía internacional y uno de los pocos historiadores españoles conocido en ambientes no españoles y llamado a la colaboración en foros internacionales. Los contactos de Altamira le llevaron a colaborar con frecuencia en la Revue Internationale de L’Enseignement y a ser miembro correspondiente del Instituto de Francia. Todos los estudiosos de Altamira han descartado el hecho de que nunca llegó a ver publicado un gran tratado completo de teoría y de método de la historiografía, un asunto, sin embargo, al que dedicó una importantísima parte de su obra y para cuya documentación estuvo reuniendo materiales toda su vida. Su pensamiento histórico se puede deducir en su obra Cuestiones modernas de historia, o en La enseñanza de la historia, que es tanto un tratado de didáctica, cuanto una introducción a la teórica de lo histórico. Él mismo dice que su obra está dedicada a “la enseñanza y el estudio de la historia”. José Deleito y Piñuela fue discípulo de Altamira y de Giner de los Ríos y fue catedrático de Historia Antigua y Media en la Universidad de Valencia hasta su depuración. Tras su primera estancia como investigador fuera de España, pronunció un discurso en 1918, con motivo de la apertura del año académico en la Universidad de Valencia, con el título La enseñanza de la historia en la universidad española y su reforma posible, un extenso alegato a favor de un nuevo modo de concebir la historia como disciplina universitaria que había de formar investigadores en la dirección de lo que ocurre en los dos países que van a la cabeza del movimiento historiográfico: Francia y Alemania. Para lo cual era preciso cambiar en España el sistema de enseñanza de la historia e introducir cursos superiores de investigación, poniendo en contacto a los estudiantes con las fuentes directas y con los nuevos métodos de trabajo, y familiarizándolos con los archivos, las bibliotecas y los museos. La ciencia histórica, por otra parte, no debía confundirse con el “abuso de la investigación detallista”. Los historiadores no habían de ser “simples ratones de archivo”, sin cultura general ni sentido histórico. Las ideas de Deleito contrastan con el panorama universitario que describe: los estudios superiores no se habían organizado en España conforme a directrices racionales, y los estudios históricos se encontraban entre los que menos atención recibían. En la Revista de Síntesis Histórica, Deleito publicará en diciembre de 1930 un artículo (el único de un historiador español en toda la historia de la revista), titulado Algunos Datos sobre la Historiografía en España desde 1900 a 1930, en Términos de Síntesis. Es muy significativo porque muestra los progresos que se habían dado en España en el campo de la historiografía desde la fecha de 1900, cuando, según él, surge un nuevo tipo de historiografía, rigurosa en sus métodos de trabajo, con sentido crítico y una “gran masa de lectores” que se contrapone a la cultura histórica del siglo XIX, que constituía un género superficial y poco sólido, contra el cual reaccionaron numerosos historiadores que conocían las corrientes europeas y en particular los trabajos salidos del cuerpo de archiveros, llevados siempre al análisis micrográfico e inspirándose en el tipo alemán de historia, que muestra sus preferencias por los detalles y las investigaciones minuciosas. De Rafael Altamira, Deleito destaca que se formó en la enseñanza filosófica de un gran pensador español, Giner de los Ríos, en la enseñanza histórico-jurídica de Joaquín Costa y en la enseñanza propiamente histórica de Gabriel Monod. De su obra Historia de España y de la Civilización Española, dice que es el trabajo de síntesis más extraordinario que se ha realizado hasta el momento. En el campo de la prehistoria, Deleito resalta a Pere Bosh Gimpera, cabeza visible de una escuela de jóvenes prehistoriadores catalanes. La democratización de la historia de España fue mucho más lejos en la década 1930, tras la proclamación de la Segunda República. La historia de España entró de lleno en el reconocimiento de la pluralidad cultural de España, un terreno en el que, hasta entonces, incluso el nacionalismo español más progresista sólo había sido capaz, como mucho, de esbozar tímidas propuestas “regionalistas”. Todavía en los años treinta, predominaba lo que Pere Bosh Gimpera llamó una “historia ortodoxa de España”. En ella, España era imaginada como un ente casi metafísico, reconstruido durante la Reconquista y culminado con los Reyes Católicos, los verdaderos restauradores de la nación española y el punto inicial de su grandeza. Los valores castellanos se habían convertido en los valores españoles por antonomasia y cuanto no se ajustaba a su esquema era considerado herético. Sin embargo, en palabras del prehistoriador catalán, la España que nos presentaba la historia tradicional carecía de fundamento científico, y no tenía nada que ver con la verdadera España. Según Bosh Gimpera, el único hecho evidente era la unidad geográfica de la Península Ibérica, la analogía de los elementos étnicos, la relación entre sus Estados y sus pueblos. Ello había creado una solidaridad, una hermandad y una cierta cultura en común, pero nunca una nación unitaria, y menos la necesidad de admitir la identificación de determinado pueblo, y determinada cultura, con el todo. La idea de España transmitida por la historia tradicional había comenzado a ser cuestionada primero en Cataluña, por federalistas como Pi i Margall y por el catalanismo político, y fuera de Cataluña, por quienes, como Menéndez y Pelayo, ponían al descubierto la diversidad de los pueblos hispánicos, la existencia de lenguas, literaturas y culturas distintas de la castellana. Todavía había quien seguía empeñado en escribir que España se había vertebrado desde Castilla y quien buscaba comprobar esta tesis en época romana. Pero ya nadie pensaba en negar la variedad española. La tesis de una España plural aparecía en los años treinta, en palabras de Bosh Gimpera, como la única que estaba de acuerdo con la verdadera tradición y la verdadera realidad de España y contaba encima con el respaldo del presidente de la II República. Estos dos autores, entre otros, seguirían el mismo camino que Claudio Sánchez Albornoz, que, además de haber ocupado el rectorado de la Universidad Central de Madrid y diversos cargos políticos, había sido el último embajador de la República en Portugal, salió para el exilio en abril de 1939. Marcados por el estigma de los vencidos y perseguidos por la furia de las tropas franquistas, la multiplicidad de aventuras de los exiliados iba a encontrar en el antifascismo de la inteligencia internacional el compromiso que les permitiría reiniciar sus trayectorias intelectuales. Configurada la realidad como una gran masacre, no se puede omitir la importancia que la incorporación de nuestra historiografía a la comunidad de historiadores del mundo occidental iba a adquirir en los momentos del desastre y el exilio. Movilizadas las universidades e instituciones europeas y americanas en auxilio de los científicos alemanes e italianos perseguidos por el nazismo y el fascismo, el éxodo masivo de profesores e intelectuales republicanos significó una vuelta de tuerca más en la internacionalización de los mecanismos de solidaridad profesionales. De esta manera, junto a las actuaciones de alcance colectivo, merece la pena recordar los apoyos individuales recibidos por parte de prestigiosos colegas extranjeros, que procuraron que la investigación española pudiese continuar fuera de sus fronteras.
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