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Orientación Universidad
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teoría feminista. Orígenes del feminismo ilustrado, Monografías, Ensayos de Ciencias Sociales

introducción teórica del feminismo ilustrado

Tipo: Monografías, Ensayos

2018/2019

Subido el 10/06/2019

LEON2011
LEON2011 🇪🇸

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¡Descarga teoría feminista. Orígenes del feminismo ilustrado y más Monografías, Ensayos en PDF de Ciencias Sociales solo en Docsity! 8 El feminismo MIES AQUELLA TRADICIONES DEA Menear, alicia y dermuritica, que mantiene qu ningún individuo de la espec humana re de ser cido de caalqae in y deinpin derecho nasa su Sox, sos este sexo masculino, femenino, spiceno, poco dose € nedicpensionisaPeruinsmo<s prsar normatvamentecomos1 el xo no existir, Por ano el emi o esla ontario del much Sino que es muy esa cosa. una de as diciones políticas fueros ssllarias dela modernidad probablemente amás dile aderás pues 16 quese opone la earn más ancestral de todas. Incoso cuado 104 ls jernquís so ponen e cues, y momentos de seria han xisido algunos alo largo dela historia polos” la Jerangal cn Jos Vray Es mujeres se he manten, Poo, puedo stc! leminismo pone alu del sexo como mesa, se opone os abusos en función el acao: no 410 contrario del machi, pero es aboolutoment co irario a machismo. Sn ebago, $ verd ro quid sl propia jr uña sexual, o algunas de sus indeseables consecuencias Yue las mujeres Chan et snreads 9 los varones ha do di cie leona pacos pone en cucsión alar de scr spero oponse de moda cose la joranquía nl, delaaa Sieslama! pegarse por porqué y 3 haa nino no ur posi 124 AMELIA VALCÁRCEL hasta que a su vez no se produjo el adecuado contexto de ideas. Hace falta haber llegado al siglo XVII y que se esté presentando en el panora- ma una noción como la nueva de individuo que se plantea en la filosofía política barroca: el individuo que es abstracto y carece de cualquier de- terminación. Sólo entonces cabe decir que tales individuos abstractos deben de existir en la legislación, también encarnados en las prácticas morales, en los cuerpos civiles, en las costumbres... Esto es el funda- mento de la democracia y el feminismo, el individuo abstracto de la filosofía política liberal. Ese individuo que es esencialmente libre y que, por serlo, es igual a todos los demás individuos. El feminismo como tal es uno de los pilares más fuertes de una democracia, y una democracia cuando funciona es feminista, y cuando no lo es, se le puede reprochar: no puede mantenerse sorda ante la acu- sación de que está ejerciendo una discriminación deliberada sobre tal punto o en tal parte, Sin embargo, si un pensamiento o movimiento se opone a una de las dominaciones menos puesta en cuestión y más ancestrales, es fácil suponer que no va a ser recibido con albricias y aplausos. La filosofía política del primer liberalismo lockeano convivía con la esclavitud, con tensiones, naturalmente, pero con ajustes tam- bién: los individuos libres e iguales, más o menos, son...los amos. Para los demás la teoría no es conveniente, Del mismo modo, la individuali- dad, la libertad y la igualdad no rezan para las mujeres, ni siquiera para las afortunadas madres, hijas y esposas de los privilegiados. Ningún sistema de dominación disfruta con ser puesto en trance de abrogarse, ni los que lo mantienen se alegran de que por fin se ilegalice. Los amos de una situación, y a veces también los que la padecen, no suelen congratularse de que se la ponga en peligro. No sucede que ante la luz de la clara razón exclamen: «¡Que gozo sentimos al ver que no nos creéis ni superiores, ni excelentes, ni sabios, ni siquiera maravillosos... gozo sólo paralelo a que nos pongais ante el reto de creer que no hemos tenido razón en manteneros siempre en una posición inferior y humilla- da!». Y tampoco ocurre que, encantados de saberlo, cambien magnánima- mente de usos. Quien parece poner en peligro un orden no obtiene de ello palmas y alfombras rojas. Demócratas y feministas tuvieron eríti- cos y enemigos virulentos. Pero el feminismo, dado que ponía en cues- tión algo considerado privado, la sumisión sexual y doméstica, fue ata- cado por los moralistas e ignorado, aparentemente, por la política. Ob- vio es decir que no todos los demócratas eran feministas, aunque sí to- das y todos los feministas eran demócratas. El feminismo, que es un hijo no querido del racionalismo y la Ilustración, quiso siempre convertir en público, en objeto de leyes y acuerdos, lo que sus enemigos querían a El feminismo 127 mano, asistimos a la emergencia de un nuevo discurso, un nuevo para- digma. La antropología como un saber de la diferencia se inicia en el XIX y a finales del mismo siglo encontramos antropólogos de primera magnitud, de los cuales casi ninguno de ellos desdeña estudiar, (justa- mente más bien les divierte por si existe un diferencial notable), la dife- rencia de reparto de tareas y funciones entre varones y mujeres en las diversas culturas que son objeto de estudio. La diferencia en el reparto del espacio, la diferencia en los usos del tiempo, la diferencia en el len- guaje, la diferencia de jerarquía atribuida a las producciones según quien las haga, etc... Todo ello se convierte en parte del estudio normal de la antropología. Cuando Margaret Mead estudia en qué consiste ser ado- lescente en Samoa nos cuenta también esto. Conocer esas diferencias es parte del punto de vista normalizado de la antropología cultural, ¿Dónde está eso que se denomina «género» y que sea distinto de este estudio? Todos los trabajos de antropología cuentan con ello como una parte importante. Incluso los estudios de antropología de los setenta y los ochenta del siglo XX, cuando afirman que «el punto de vista antropológico» no debe ser limitado a los pueblos «así llamados primi- tivos» y emprenden la antropología de las sociedades urbanas comple- Jas, relatan estas diferencias y muchas más. La antropología reclama como parte de su campo no sólo la cultura materia, los sistemas de caza, recolección, danzas y ritos, sino el conjunto completo de la cultura, sis- temas de parentesco, producciones, intercambios comerciales e inter- cambios rituales, sistema de señalación en el cuerpo de la jerarquía, marcas del cuerpo en varones y mujeres diferenciables, matrimonios, etc... Los estudios de antropología de campo tienen siempre la preten- sión de exhaustividad: dar el mapa completo de lo que sucede en el lugar seleccionado. En ese sentido, si la perspectiva llamada «de género» in- cluyera exclusivamente ver en qué relación se encuentran los sexos en un momento dado en una cultura dada, éste sería un punto de vista más parcial que aquél que incluyera eso y además todo lo demás. Sería «el género» un sesgo singular, parcial, de una investigación. Gender es un anglicismo introducido en el castellano, que la gente se resiste a utilizar!. No hay una traducción de gender y realmente nues- | Cristina Alberdi, por ejemplo, lo utilizó en la la expresión «violencia del gé- nero» en El Pais y varias cartas y tribunas, incluida la del defensor del lector del diario, lo pusieron en solfa: ¿qué es eso del género, aparte de un barbarismo?, ¿qué rayos significa?, ¿será la violencia de los varones sobre las mujeres?, y ¿de qué género?, ¿de género violento? Lo cierto es que el significado de gender no coincide con lo que se quiere decir en castellano con género. 128 AMELIA VALCÁRCEL tro término género no se corresponde con gender, sino que tiene un uso distinto. Hay pues un debate abierto en el uso exlusivamente terminoló- gico. Pero no se limita a él. Puede existir este debate de si el castellano admite o no o la traslación de gender y, por mi parte, mantengo que cabe hacerla porque ello depende mucho de otros factores extralingúísticos, pero no es ese debate el que me resulta significativo. Voy a la cosa en sí: ¿Cuál es la diferencia entre women studies, gender studies, feminist studies? Para no alimentar equívocos adelanto que me importa por lo general poco saber si las romanas cosían con la mano izquierda o con la derecha, o si una vez que realizaban las tortas frumentales las llevaban a Vesta o si, en especiales circunstancias, las llevaban también a Venus. Toda esta erudición, que existe, me parece encantadora, pero, por lo común, impertinente. Sólo la tengo por digna de consideración si entre esos datos y rasgos encuentro algo que sea determinante, alguna rela- ción, algo que propicie un significado más general. Si un rasgo, que parece a primera vista episódico, resultare que no es casual, porque se corresponde con tal modo de acción y busca tal fin o interés, entonces cambio completamente mi disposición. Y en los gender studies la mez- cla ocurre. En ellos muchas veces también el esencialismo tiene su pla- za. Y debo también honradamente adelantar que el discurso esencialista me aburre soberanamente. A fin de poner el alma sobre la mesa, debo confesar que ni siquiera estoy convencida de que exista una cosa lluma- da el alma femenina, dotada de una tópica distinta del alma en general, ya exista el alma general o exista solamente el alma masculina suplan- tándola. Y menos aún creo que esa tópica se exprese de una forma tal y tan propia que debamos participar en desentrañarla mediante análisis especiales que sólo a ella le convienen. El rollo discursivo esencialista ya lo escuché en mi infancia tanto tiempo que, encontrarlo ahora vestido de otra manera, no me hace gra- cia. Estoy desgraciadamente prisionera de la universalidad, y de mis prisiones cortísimas no me puedo liberar. Á veces nos pasan Cosas así. No sólo que se me explique en qué consiste la esencia femenina no me dice absolutamente nada, sino que agravo mi culpa: entre Miguel de Cervantes y Virginia Woolf, si tuviera que elegir, me gusta más Miguel de Cervantes. Supongo que estoy perdida. Por tales limitaciones. todo lo que en los gender y hasta en los women studies tenga que ver con llamar «sesgo de género» a rasgos epocales y prácticas que la antropología sabe estudiar mejor, o con ceñirse exclusivamente a «la conciencia fe- menina», no me parece adecuado como objeto de estudio. Ahora bien, pudiera ser que, porque precisamente el feminismo ha tenido fuertes enemigos, hubiera tenido que trasvestirse y tomar otros nombres para El feminismo 129 ser aceptado. Encuentro que bastantes investigaciones «de género» son en realidad filosofía política, social y moral feminista. La palabra prohi- bida u objeto de rechazo no aparece, pero sí se presenta la panoplia com- pleta de análisis y conceptos que el feminismo ha utilizado y utiliza. En ese caso debo entender las circunstancias de su ocultación. Y aún existe otro caso, menos estudiado y reflexionado todavía, que justifica ampliamente muchos de esos trabajos y hasta un cierto esencia- lismo: a lo largo del proceso de paridad la conciencia de un «nosotras» surge como un agregado necesario de la acción y los logros consegui- dos. Este precipitado toma diversas formas, pero cierto esencialismo lo acompaña siempre. Y ése también debe ser admitido y analizado. Pero, pese a todo esto, el universalismo, mantengo, es el fundamento esencial del feminismo. Puede existir un universalismo excluyente. Es más, ha existido. Una democracia que se entienda como tal, pero que excluya completamente al sexo femenino de cualquier posición de autoridad, prestigio o poder. ¿En qué consiste la lucha del Sufragismo durante un siglo? A medida que la democracia va dando sus primeros pasos durante el siglo XIX demuestra que es absolutamente excluyente. ¿Cuál es el argumento sufragista? Que no hay principio de equidad e imparcialidad, de igual- dad modulada como universalidad, puesto que no se puede excluir a nadie en razón de su sexo de todo aquello a lo que como ser humano tenga derecho. Las mujeres son, somos, humanos. ¿Cuál es la respuesta del orden excluyente? El gran conglomerado argumentativo y explicati- vo que conocemos como misoginia romántica. ¿Quién os ha dicho a las mujeres que sois seres humanos? No lo sois. Estáis a medio camino entre la naturaleza y la humanidad. Sois otra cosa, inferior o superior a lo meramente humano, pero, en todo caso, otra cosa. Que seais seres humanos normalizables es una falsa concepción que os equivoca: varo- nes y mujeres no son iguales, sino, por diferentes, complementarios. La ley o la costumbre no pueden ni deben mermar esa complementariedad, para mantener la cual es muy útil que no voteis y que os esté prohibido el acceso a las instituciones eductaivas medias y superiores. Estamos hablando de un orden excluyente que ha producido efec- tos, no de una broma. Los segmentos completos de cultura y de alta cultura, beligerantes, no son ninguna broma. ¿Cómo la palabra «femi- nista» va a tener buen crédito? Ha sido denostada tanto por el tradicio- nalismo como por la democracia excluyente. Ya el siglo XVIII, tras la grande y extensa polémica feminista que lo recorre, contra las diversas vindicaciones feministas, sigue por el contrario la doctrina de Rousseau: la democracia ha de existir, pero ha de ser democracia excluyente. El 132 AMELIA VALCÁRCEL. Una mujer puede a todo título decir «Yo soy un hombre», con indepen- dencia de que el uso consagre también en nuestra lengua el solapamiento y esta afirmación resulte para algunos confusa. Con la misma propiedad idiomática, en la propia ontología que el idioma forma, una mujer puede dejar de afirmar de sí misma «Yo soy un hombre», pero lo es. Siempre se puede precisar que oponer «los hombres» y «las mujeres» es un uso impropio; es correcto «los varones» y «las mujeres», porque hombres somos todos. Y en latín ocurre exactamente lo mismo con «homo», «mulier» y «vir», Sin embargo el problema no es idiomático. Cuando Lévi-Strauss estudia a los yanomamis y escribe «aquel día todo el pueblo se marchó por la mañana, cogieron las canoas y subieron río arriba. Nos quedamos completamente solos con las mujeres y los niños», nos dice en qué cree. Cree que «todo el pueblo» son los varones; la otra mitad del pueblo, la que se había quedado, era como si no se hubiera quedado porque no es significativa. Esto es el falso universalis- mo, por poner un ejemplo trivial, pero de uso continuado en la lengua corriente. Tales frecuentes solapamientos indican que el universalismo aún existe con sesgo de género. Eso que llamo ahora género y que, en efecto, es un barbarismo, (que probablemente se acabará importando), es la for- ma corriente del androcentrismo. Nuestra cultura es androcéntrica de modo que relaciona primariamente con el varón todo lo que es propio del común de la especie, del mismo modo que dota de exclencia a lo que sea peculiar por viril. «Género» no en sí mismo diferente de lo que Hegel llamó Sittlichkeir en La Fenomenología del Espíritu, sin cambiarlo en nada pertinente. Lo que afirma Hegel es que es un acaso el nacer varón o mujer, un acaso del orden de la naturaleza, pero que la dimorfia en la especie humana está siempre significada: pertenecer a uno de los sexos hace que un individuo esté bajo una normativa específica, la de uno o la de otro, pues no hay normativa intermedia; por lo tanto el sexo es una dimensión ética, no un hecho natural. Ejemplifica esto Hegel con un comentario de la Antígona de Sófocles. La tragedia muestra, en su aná- lisis, no sólo la relación entre los sexos, el género, en la Grecia clásica, sino también los límites de la misma forma de conciencia griega. Pues bien, otro tanto sucede con las pretensiones del concepto de género cuan- do es manejado por la teoría feminista. El género es un eje explicativo que no se limita a constatar las dife- rencias que la jerarquía sexual introduce en las relaciones de sujeto a sujeto, ni en aquellas de cada sujeto con su colectivo de referencia, sino que se extiende también a las relaciones genéricas en ellas mismas y al mundo que conforman. Porque una cosa es la jerarquía entre los sexos y El feminismo 133 otra cosa es el poder. Los separamos sólo analíticamente porque en gran- des tramos son lo mismo. En principio no hemos de suponer que la natu- raleza del poder cambie según quien lo detente. Si la naturaleza del poder fuera homogénea, como pensó Maquiavelo, siempre igual en todos los tiempos, igual resultaría que el príncipe se llamara Juan que Juana. Por esta hipótesis imaginamos que la naturaleza del poder es tal que no depen- de de quien lo detente. Imaginemos que hay otra distinta: que la jerarquía siempre connote masculinamente. Que las pocas Juanas habidas hayan debido ser Juanes o tener que lamentarlo si no lo supieron hacer, En nuestro mundo, el acceso de una cantidad significativa de muje- res a puestos de relevancia en el poder político público ¿cambia significa- tivamente el poder? Los feminismos dan a esta cuestión diferentes res- puestas y, en vista de ello, yo prefiero esta otra pregunta: la presencia significativa de mujeres en puestos de relieve ¿cambia significativamente la jerarquía sexual? En otros términos ¿es el género un eje explicativo que justo aparece cuando está a punto de desaparecer? Y ¿cómo lo hará, por anulación de características o por proliferación paródica? Son cues- tiones éstas que el feminismo postmoderno se plantea en la actualidad para las que no hay respuestas unánimes. En todo caso pienso que, cuan- do esa presencia femenina en el poder sea numéricamente más signifi- cativa que ahora lo es, sin duda alguna tendrá incidencia en la compleja y total estructura genérica; sin embargo y por el momento no es tan significativa. Estoy convencida de que lo será en los próximos veinte años y por una razón muy simple: el sobreexceso de cualificación feme- nina. En la actualidad, en nuestro tipo social y político (sociedades in- dustriales avanzadas con democracias estables y coberturas mínimas amplias), considerada la ratio por sexos, el colectivo completo de las mujeres menores de cincuenta años tiene mayor formación que el colec- tivo homólogo de varones. En esas condiciones seguir manteniendo la exclusión es complicado. Nunca imposible, sólo complicado. Y no sólo por las organizadas presiones de las afectadas, sino porque, cualesquie- ra que sean, se apoyan en el fundamento mismo de este orden nuestro, de nuevo el universalismo. ¿Por qué? Porque la democracia es una meritocracia y no se puede desfundamentar ella misma por la sistemáti- ca práctica del desprecio de sexo. Pero una cosa es que esto sea «casi» de sentido común y otra que nadie padezca mientras eso resuelva. La presencia femenina en el poder es todavía muy escasa y esos ámbitos son resistentes y hasta resistenciales. Si en este momento hay determi- nado acceso a puestos de toma de decisión en el poder político público, pequeño, ¿qué sucede en el poder económico? ¿yy en el saber y la autori- dad? ¿y en la creatividad? 134 AMELIA VALCÁRCEL Se ponen grandes esperanzas en el poder público y generalmente con razón; el poder político en particular es, dentro de nuestros poderes, el que está más sujeto a controles. Es, además y en general, un poder bastante apetecido pues, aun sujeto a controles, siempre hay bastantes descontrolados que creen que en su caso sabrán sortearlos. Es un poder por así decir, abierto a la ambición corriente. Es legítimo y, sin embargo, permite a algunos favorecer sus propios fines mientras lo sirven; algu- nos, par ejemplo, llevan ideas y proyectos en la cabeza cuando acceden al poder político, esto es, fines...; otros calculan cómo forrarse, forrarse un poco más...: a veces incluso piensan en cómo forrarse más todavía. Esa posibilidad de cumplir fines propios hace que sea el político un po- der muy apetecido, en ocasiones, por algún tipo de gente, no precisa- mente devota del bien común, ni de las normas de cortesía, Esto viene a que si alguien tiene poder político público en un escenario en el que todavía la depredación está bien vista, la especie femenina cae al primer envite, aunque sea depredadora. Etología pura: el individuo peor se que- da con el centro del aparato a la menor señal de que la veda se abre... Sólo cuando una democracia es muy sólida, está consolidada y guarda controles morales fuertes por parte de la sociedad civil sobre aquellos que ejercen los cargos públicos —y esto pudiera estar conectado también con un sistema económico menos depredador=, entonces adviene el or- den que permite que los mansos hereden la tierra, pues la propia idea de democracia no es otra cosa. No hay que ser pesimista irredenta para calcular que falta todavía un buen trecho. De modo que al feminismo le interesa promover la paridad en los poderes, comenzando por el públi- co, para cambiar lo indeseable de la misma jerarquía sexual y, en el camino, se tropieza con la democracia imperfecta. ¿Qué hacer? Exigir y obtener la paridad en cualquier caso. Si bien la capacidad de corromper que puede tener un depredador es muy grande, y pese a que la mujer depredadora existe, la paridad mejora por lo general la decencia de lo público. Por lo común una depredadora en política casi siempre forma parte de una familia carismática que lleva depredando bastante tiempo y a ella le viene por genealogía directa. Otras redes con similares aficiones no suelen gustar de la presencia de mujeres por co- optación. Las finanzas no están sometidas al mismo orden de lo público. Si un banco, por ejemplo, obtiene beneficios desmedidos, o pone a otro banco en estado de no competir, sólo hay que lener en cuenta la legislación económica; mientras no la contravenga, está operando con su dinero, es completamente libre de hacerlo. Sin embargo, el Estado está operando con el nuestro. El dinero con el que opera el Estado es público, es de
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