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Orientación Universidad
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The chosen one......, Apuntes de Literatura

Harry Slytherin, Harry moral gris,

Tipo: Apuntes

2023/2024

Subido el 01/07/2024

say-torres-1
say-torres-1 🇨🇴

Vista previa parcial del texto

¡Descarga The chosen one...... y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity! The chosen one Posted originally on the Archive of Our Own at http://archiveofourown.org/works/23021215. Rating: Not Rated Archive Warning: Graphic Depictions Of Violence Category: M/M Fandom: Harry Potter - J. K. Rowling Relationship: Draco Malfoy/Harry Potter Characters: Draco Malfoy, Harry Potter, Hermione Granger, Pansy Parkinson, Ron Weasley, Blaise Zabini, Cedric Diggory, Astoria Greengrass, Tom Riddle | Voldemort, Cho Chang, Neville Longbottom, Luna Lovegood Additional Tags: Dark!Harry, Slytherin!Harry, Horror, Hogwarts, Drama, Blood and Gore, Gore, Mystery, Rivalry, Drarry, Harco Language: Español Series: Part 1 of The chosen one Stats: Published: 2020-03-05 Words: 156,006 Chapters: 45/45 The chosen one by ilianabanana Summary Harry siempre supo que había algo extraordinario en él pese a que sus tíos se esforzaban en hacerle creer lo contrario. La confirmación llegó cuando Hagrid entró a su vida y le confesó algo que la cambiaría para siempre; era un mago y además era famoso. Sin embargo Harry nunca pensó que terminaría en la misma casa que su enemigo jurado, Voldemort, y ahora debe luchar para probar que si, es un Slytherin, pero no es igual a los demás, es mejor. Notes Está historia no pretende, bajo ningún motivo, romantizar las relaciones tóxicas. Esta es una obra de ficción y se pide encarecidamente no idealizarla. a simple vista lo único que había aprendido de él es que era sumamente distraído, aunque bonachón. Cuando él y Ron negaron haber visto al sapo el niño simplemente se marchó pidiéndoles que, si lo veían, le avisaran y ellos aceptaron aquello, no sin que antes Harry tuviera la amabilidad de regalarle una caja con grajeas de todos los sabores para no se olvidara de él y lo tuviera en cuenta en el futuro. Entonces, cuando ambos chicos se quedaron solos de nuevo y habían comenzado una nueva charla sobre las mascotas, el sapo del niño gordinflón, la rata de Ron y finalmente un encantamiento para volverla amarilla, la puerta se abrió una vez más, dejando ver a una niña de su edad de castaños cabellos alborotados y ojos avellana, pero sin duda lo más notorio sobre su cara eran sus dientes y Harry tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no mirarlos de más, pues aquello hubiera sido descortés y seguramente habría ofendido a la niña. Ella preguntó: —¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona y a Harry aquello le llamó la atención. —Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano. —Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo. —Se sentó. Ron pareció desconcertado. —Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. Rayo de sol, margaritas, vuelve amarilla a esta tonta ratita. Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers (la rata) siguió durmiendo, tan gris como siempre. —¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —Preguntó la niña—. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y ustedes quiénes son? Dijo todo aquello muy rápidamente. Harry miró a Ron, parecía agobiado por el hecho de que la chica hubiera memorizado todos los libros, pero Harry, quién también lo había hecho simplemente sonrió, definitivamente ella sería una buena amiga, parecía inteligente, un tanto irritable, pero nada que no pudiera manejar. Sí, definitivamente Hermione Granger debía ser parte de su círculo, alguien con quién intercambiar ideas y conversar de cosas interesantes. —Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron. —Harry Potter —dijo Harry, extendiéndole una rana de chocolate que ella tomó de inmediato agradeciéndole con una sonrisa. —¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX. —Harry sonrió apenado. —Sí, leí un poco sobre eso, aunque creo que no deberían hacer tanto alboroto, yo era solo un bebé y ni si quiera puedo recordar que fue lo que hice para derrotar a Voldemort—dijo Harry, sintiéndose halagado, importante y no completamente invisible como antes de Hogwarts. —Tienes razón, pero no por eso dejas de ser importante —dijo Hermione—. ¿Saben a qué casa van a ir? —Cambió el tema. —Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que siga buscando el sapo de Neville. Y ustedes deberían cambiarse ya, vamos a llegar pronto. —Y se marchó. —Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron. Arrojó su varita al baúl,—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso. —¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry. —Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imagina si me ponen en Slytherin. —Merlín estuvo en esa casa —dijo con simpleza. —Y quien-tu-sabes también. Harry meditó un poco sobre aquello, por supuesto que sabía que Voldemort había estado en Slytherin y que muchos magos tenebrosos lo habían hecho. Pensaba que Gryffindor podría estar bien para él, aunque Ravenclaw parecía encajar con él también, al contrario de Hufflepuff, la única casa con la que no compartía ningún rasgo. Pensaba en sus padres, por lo que había logrado averiguar, los dos habían estado en Gryffindor, igual que su traidor amigo, Sirius Black, así que no podía decir que todos los Gryffindor fuera leales y valientes pero... ¿Estar en Slytherin? No estaba seguro de querer residir en la misma casa del hombre que había matado a sus padres a sangre fría. Suspiró, tal vez Gryffindor si era su mejor opción después de todo. Ron había comenzado una charla sobre quidditch que Harry podía seguir a duras penas pues se había familiarizado con el deporte de los magos apenas un par de días atrás. Entonces la puerta se abrió una vez más y Harry se preguntó que tenía de maravilloso su compartimento que parecía que todos querían estar dentro. Era como si hubieran colocado un letrero en la entrada que decía "Hemos comprado todos los dulces del carrito, por favor entre y sírvase, es gratis". Harry miró hacia la puerta esperando ver a Hermione o Neville, el niño del sapo, pero lo que encontró le sorprendió bastante; un rostro conocido. Unas semanas atrás, durante su excursión al callejón Diagon, Harry había conocido a un muchacho de tez blanca, ojos grises y cabello platinado en la tienda de túnicas. Él había sido el primero niño mago que conoció y el cual le hizo la plática muy amablemente, aunque Harry debía admitir que era bastante presumido y pedante. Sin embargo reconoció en él alguien inteligente, bastante prejuicioso y Potter sospechaba que bastante mimado también, pero algo en él le había llamado la atención y, aunque al final no se habían dicho ni sus nombres, Harry jamás olvidaría su rostro, pese a su andrajosa apariencia y sin saber que él era el niño que vivió, aquel jovencito había intentado entablar una conversación. Extraño para alguien que parecía juzgar cada cosa que se le paraba enfrente, como lo había hecho con Hagrid. —Así que eres tú— dijo el rubio esbozando una sonrisa. Entonces se percató de que el ojigris iba acompañado por un par de chicos que más que parecer muchachos parecían gorilas. El chico parecía entender aquello de las alianzas bastante bien—. Estos son Crabbe y Goyle — señaló a sus amigos—. Y yo soy Malfoy, Draco Malfoy, no nos presentamos adecuadamente cuando nos conocimos —le extendió la mano y Harry la aceptó pese a la mirada irritada de Ron. —Si, es verdad, creo recordar que fue por que estabas demasiado ocupado criticando a mi amigo Hagrid —Malfoy soltó una carcajada. —Me disculpo por eso, generalmente no soy tan descortés— miró a Ron con cierto desagrado—. O tal vez sí —sonrió—. Como sea, ha sido un placer Potter —miró al pelirrojo nuevamente— Weasel — y salió de allí. —Su familia y la mía no se llevan muy bien —dijo Ron nada más se quedaron solos. —Eso lo he notado —dijo sonriendo amablemente. —Los Malfoy son prepotentes, avariciosos y prejuiciosos, ellos estuvieron con Voldemort y luego fingieron demencia cuando se les interrogó. Por supuesto quedaron libres, son ricos y son influyentes, era obvio que no pisarían Azkaban aunque se lo merecieran —bufó enojado —. No deberías relacionarte con Malfoy, Harry, no es un buen chico. —Lo tomaré en cuenta —le respondió. Continuaron charlando sobre nimiedades y se pusieron el uniforme cuando estuvieron por arribar a la estación de Hogsmeade, el mal humor de Ron había pasado después de unos dulces más y el tema de Malfoy quedó rápido en el olvido. Al llegar, Hagrid los guió hasta el lago, en donde transportó a los alumnos de primero en un pequeño barco hasta el castillo que se levantaba majestuoso en lo alto de una montaña, era ya de noche y las estrellas y la luna solo lo hacían lucir mucho más mágico. Hermione parloteó algo sobre el libro de la historia de Hogwarts, Ron mascullaba que aquello era aburrido, Neville escuchaba maravillado a su amiga y Harry sonreía, su nueva vida le esperaba. En las mazmorras. Pasó la cena en un relativo estado shock y no era el único, los alumnos e incluso los profesores parecían estar igual de sumergidos que él aquella incertidumbre. Al parecer todos esperaban que el héroe del mundo mágico, el chico de que vivió, terminara justamente en la casa rival a la de su más grande enemigo, Lord Voldemort y no precisamente en la misma, todos habían dado por hecho que, como era un héroe vencedor de señores tenebrosos, terminaría en Gryffindor, la casa de los valientes, la casa de los justos, de los caballeros y no en la casa de los ambiciosos, los astutos e ingeniosos, en la casa de las serpientes. Antes de aquella noche Harry abría jurado que no le importaba quedar allí o en cualquier otra casa, pero al parecer la comunidad de Hogwarts no había pensado igual que él, al parecer habían decidido sin preguntarle cual era la mejor casa para él y Slytherin no había entrado dentro del ranking. Se sentía observado, todos parecían realmente atentos a su persona, como si intentaran encontrar en él algo que lo hiciera merecedor de semejante clasificación, como si quisieran ver a través de él y encontrarle poseedor de conocimientos oscuros o prejuicios sobre los nacidos de muggles, prejuicios que él, por supuesto, no poseía. Se viera por donde se viera, Harry no era como el resto de los Slytherin o al menos eso pensaba él, no era sangre pura, era un mestizo pues su madre era una nacida de muggles y, aunque su padre fuese un sangre pura aquello no lo convertía a él en sangre pura. No era asquerosamente rico, sí, sus padres habían dejado en su cámara de Gringotts una pequeña fortuna pero nada comparado con lo que escuchaba que sus compañeros presumían en voz demasiado alta para su gusto, sobre todo Draco Malfoy. Él no odiaba a los muggles ni a los magos nacidos de éstos, su misma madre había sido una bruja en esta condición. Él definitivamente no era oscuro, como había escuchado decir a Ron en su viaje al colegio. Él no era malvado. Si, tal vez debía admitir que algunas veces era calculador (sobre todo a la hora de elegir a sus amistades), que a veces era demasiado ingenioso para zafarse de los problemas y algunas otras veces era un tanto ambicioso, solo un poco, si ser ambicioso significaba haber soñado cada noche con salir de la casa de los Dursley en busca de una vida sin maltratos y pequeños lujos que le habían sido negados; como el poseer una habitación propia o poder comer una comida de cumpleaños mucho más decente que aquel tocino quemado que su tía le ofrecía comúnmente (y no por su cumpleaños, siempre que él no cocinaba su tía le daba la parte de la comida que generalmente se le echaba a perder). Además era cauteloso y precavido, pero había tenido que aprender a serlo, con su brabucón primo buscándole la cara solo para molerlo a golpes con ayuda de sus amigos igual de gigantes. Suspiró, bueno, tal vez no era precisamente lo opuesto a un Slytherin, aunque él podía ser caballeroso, su tía Petunia era amante de la cortesía y la educación y siempre le había exigido comportarse como tal, él podía ser valiente, una vez había enfrentado a su primo quién gandaya había intentado patear a un pobre perro callejero y, aunque después había tenido que correr, lo había encarado sin problemas, él podía ser osado, él no era prejuicioso, él no era como Voldemort aunque todas las miradas sobre él sospecharan que podría serlo, acusándolo, analizándolo, preguntándose que había hecho en esos once años que nadie supo nada de él para merecer terminar entre las serpientes, como si estar en Slytherin fuese una clase de castigo, aunque para las serpientes era un claro orgullo pertenecer a la casa de Salazar. Pasó la cena en silencio, pensando, con la mirada de Ronald Weasley clavada en su nuca, como si quisiera decirle algo y no se atreviera a hacerlo —vaya Gryffindor—, con las pequeñas sonrisas de Hermione Granger desde la mesa de Ravenclaw diciéndole que estaba bien, que para ella las cosas no eran diferentes, con los ojos de Neville Longbottom rehuyéndole, gritándole silenciosamente que, para él, las cosas si habían cambiado, si hasta parecía tenerlo algún tipo de miedo infundado, pues Harry había sido especialmente amable con él durante su encuentro en el tren. Y no entendía nada, porque él se sentía como el mismo Harry Potter que aquella mañana había llegado al andén nueve y tres cuartos, pero el resto de la gente parecía no pensar igual y aquello le hacía sentir aislado, rechazado, incomprendido, una vez más, como se había sentido toda su vida en compañía de su familia muggle, con diferencia que ahora no era invisible, para ellos existía, era el centro de atención y aquello era mucho peor. Después de cenar casi nada –pues las miradas insistentes no le dejaban probar bocado— uno de los prefectos comenzó a guiar a todos los de primero hacia la sala común de Slytherin, explicando en el camino hacia donde conducían algunas escaleras, algunos pasillos y donde se encontraban algunas de las clases cercanas, Harry intentó memorizar aquella información más por entretenerse en otra cosa y no en las ansiosas miradas de algunos de los chicos que parecían realmente emocionados de compartir casa con Harry Potter, todos menos Draco Malfoy que, junto a sus dos amigos Crabbe y Goyle, iba en su propio mundo, como si nada extraordinario hubiera ocurrido, no le miraba, no le buscaba, simplemente continuaba con su vida, como si él y no Harry, fuese el centro de atención, como si fuese el nuevo miembro más llamativo de Slytherin en ese momento. Harry no pudo evitar observarlo, se movía como pez en el agua con la atención de algunos chicos y chicas sobre él, charlando sobre algunas cosas poco importantes, gesticulando con las manos y dando énfasis a algunas de sus palabras, riendo cortésmente cuando el asunto lo merecía y tomando perfectamente bien su papel líder, aquel que Harry ya había presentido que poseía. El moreno supo entonces que, aún entre serpientes y aristócratas existía alguien que siempre iba a la cabeza y ese alguien bien podía ser Draco Malfoy, ese alguien podía ser el mismo incluso pero ¿cómo competir ante el carisma del rubio? ¿Ante sus modos sangrepura? ¿Harry de verdad quería competir? Él pensaba que no, pero con las miradas insistentes de algunos que expresaban adoración y fascinación, comenzaba a creer que tendría que hacerlo, contra su voluntad incluso. Entonces Malfoy dejó su charla por un segundo, le miró y le sonrió, como la primera vez que se encontraron en la tienda de túnicas, como si él viera más allá de la cicatriz de su frente y tal vez era verdad, Draco Malfoy veía más allá, mucho más allá. Desde su primer encuentro había mostrado interés en él aún sin reconocerlo y, aunque no había sido muy agradable, apreciaba que existiera alguien que viera mucho más allá de "el niño que vivió", él era Harry, solo Harry y desde que había comenzado a mezclarse con magos, parecía que aquello había dejado de ser verdad. Tan solo en su primer día en el mundo mágico había estrechado más manos que en toda su vida, había recibido más agradecimientos y palabras de elogio, había recibido muchas más sonrisas, todas de ellas sinceras, pero no dirigidas a él, si no al pequeño bebé que había acabado con el que no debía ser nombrado. Extrañamente había sido Malfoy uno de los pocos en haberse dirigido a él, a Harry, al chiquillo flacucho por la falta de alimentación, con la ropa tres veces más grande, completamente vieja y desgastada, cabello indomable y gafas redondas nada elegantes. Él junto con Ron y Hermione habían sido de los pocos en interesarse en él por sobre su cicatriz y aquella era una de las cualidades que Harry estaba aprendiendo a valorar en sus amistades, el desinterés en el héroe, pero, ¿acaso Malfoy era tan de fiar como lo podía ser Ron? ¿Cómo lo podía ser Hermione? Pensaba que no, porque Draco Malfoy era un Slytherin sí, pero sobre todo era un Malfoy y no había hecho más que escuchar cosas negativas de su familia y aquello lo tenía dudoso. El prefecto de Slytherin finalmente los guió bajando las escaleras hacia las mazmorras y a Harry en realidad no le sorprendió mucho que la sala común de Slytherin se encontrara ahí. Se detuvieron frente a un muro de piedra que a simple vista era parte del pasillo pero cuando el prefecto dijo con voz clara la contraseña "Saturni dente relictam anguis" Ésta se movió, dejando ver una puerta que daba hacia la sala común, una que Harry no tuvo mucho tiempo de observar pues casi de inmediato les habían guiado escaleras arriba hacia las habitaciones. Uno a uno los chicos de primer años fueron acomodados en parejas en diferentes habitaciones donde sus cosas ya estaban dentro. Harry fue de los últimos en ser acomodado, pero finalmente fue llamado. —Harry J. Potter —dijo el prefecto frente a la puerta— y Draco L. Malfoy ésta es su habitación, espero que se lleven bien, porque serán compañeros de cuarto hasta su graduación —y una vez dicho esto se marchó a repartir el resto de las habitaciones. Malfoy se despidió de sus amigos y se adentró a la habitación al ver que Harry no lo había hecho primero, rápidamente se apropió de la cama con dosel junto a la ventana y se sentó en ella, como probando si era suficientemente cómoda y finalmente hizo un gesto que decía que el colchón podría estar mejor. Harry, aún desde la puerta se dedicó a observar aquel que sería su hogar por los siguientes siete años; la habitación era espaciosa, con paredes de piedra oscura y todo decorado en tonos verdes y plata, incluyendo las cortinas alrededor de las camas, las colchas y los tapices en las paredes con el escudo de Slytherin. Junto a su cama —la más cercana a la puerta— tenía una mesita con una pequeña lámpara, había un par de escritorios de madera oscura y tallados a mano y en medio de las dos camas una puerta más que él supuso daban al baño. Había un par de armarios de madera y un espejo de cuerpo entero en una de las esquinas del cuarto. —¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —le preguntó Malfoy—. Porque si es así, lo mejor será que te quedes afuera, me gusta la privacidad y quiero la puerta cerrada —Harry pareció reaccionar ante esto y finalmente se adentró a la habitación y cerró la puerta a sus espaldas, la habitación era mejor de lo que había esperado, lujosa y mucho, mucho mejor que su vieja "habitación". Era tan bonita que ni si quiera le molestaba tener que compartir—. Pareces bastante satisfecho con éste lugar —su siseante voz interrumpió sus pensamientos —, sinceramente no entiendo por qué, mi cuarto en Malfoy Manor es mucho más grande y apuesto que la tuya igual —Harry hizo una mueca pero no intentó sacar al rubio de su error. aunque tampoco quieres ser el centro de atención es innegable que lo serás, hoy y dentro de siete años, incluso después de ello, eres Harry Potter después de todo. Ahora solo te queda decidir, ¿vas a ser un don nadie? ¿Alguien que se puede pisar y desechar? ¿O vas a hacer honor a tu fama y vas a ser el líder que todos esperan que seas? ¿Vas a tener el valor de demostrar de que estás hecho? ¿De probarte y probarle al mundo de lo que eres capaz? ¿Tendrás el valor de hacer lo necesario si el-que-no-debe-ser-nombrado se levanta de nuevo? Dime, Potter ¿No harías lo que fuera por vengar a tus padres y proteger a este mundo de aquel hombre? Porque yo sé, puedo verlo en tus ojos, que sí, qué harías lo que fuera y eso, eso es precisamente lo que hace de ti un Slytherin.» Harry le miró directamente a los ojos, sus palabras, cada una de ellas se habían gravado en su mente como al fuego vivo, Draco estaba realmente convencido de cada acosa que había dicho y aquello le había removido algo en el interior y había disipado la duda y la incertidumbre que había sentido momentos atrás. Sabía que Malfoy hablaba así seguramente por enseñanza de sus padres, pero la verdad era tan avasallante y el orgullo de pertenecer a Slytherin era tanto que pronto comprendió que estaba en el lugar correcto; el ojigris tenía razón, estar en la casa de los serpientes no lo volvería Lord Voldemort, ni un mortífago, simplemente lo ayudaría en su camino a la grandeza, al poder que le ayudaría a proteger aquello que amara, de poder salvar las vidas de las personas que apreciara, porque tal vez no había podido salvar a sus padres, pero podría ayudar a otras personas y Slytherin abría ante él el camino para hacerlo, silencioso, inteligente, analizando cada detalle. Entendía lo que Malfoy quería transmitirle y se sintió motivado, él no quería reconocimiento, él quería el poder de proteger y vivir. Porque tal vez Harry era un Slytherin diferente; no era un sangre pura, ni tenía prejuicios contra los muggles, pero tenía ambiciones, tenía metas y el sombrero había leído aquello en su mente y por ello lo había mandado ahí y ahora, Draco Malfoy le abría el panorama completo y le gustaba lo que veía, Harry Potter podía ser un héroe, uno discreto, no como los Gryffindor. —No sé nada sobre Slytherin, o sobre este mundo —dijo con semblante serio y Draco Malfoy volvió a sonreír, poniéndose de pie frente a él. El rubio le miró intensamente, como orgulloso de que por fin comprendiera, colocó su pálida mano sobre su mejilla y dijo. —Déjame enseñarte —entonces acercó su rostro y le besó castamente en los labios. El buscador y la bóveda. Harry despertó aquella mañana realmente contento de que fuese viernes y no tuviera que volver a verle la cara a Severus Snape si no hasta el lunes, pues totalmente contrario a lo que Malfoy creyera, para él, Snape no solo era el peor de los profesores, sino además, también el más desagradable; era injusto, era grosero, déspota y además su nariz le distraía durante las lecciones. Tan solo la primera clase el profesor de pociones había aprovechado para intentar humillarlo con un montón de preguntas que Harry sabía era de cursos avanzados y, aunque había contestado bien, la sola intención de rebajarlo frente a sus compañeros y además frente a los Gryffindor, le había hecho odiarlo. Ahora la primera semana por fin había terminado y estaba realmente aliviado de simplemente tener a Snape lo suficientemente lejos como para no tener que mirar su horrible y grasiento cabello. Estirándose como un gato se giró hasta la cama de Malfoy en la que el rubio aún descansaba, con la luz verduzca que se colaba por la ventana, efecto del lago negro que les rodeaba, golpeándolo en el rostro, haciéndole lucir mas pálido que de costumbre. El rubio se encontraba descansando boca arriba, completamente inmóvil y con las manos cruzadas sobre el pecho, haciéndolo lucir como un muerto, solo su pecho subiendo y bajando le hacían saber que seguía respirando. Mantenía sus finos y rosados labios ligeramente entreabiertos, inhalando y exhalando y su cabello platinado y perfectamente ordenado reposaba sobre la almohada, completamente contrario a la apariencia de Harry al despertar; por su cama parecía haber pasado un torbellino y su cabello estaba más desastroso que de costumbre, pero Harry ya se estaba acostumbrando a las diferencias que tenía con Draco Malfoy quién parecía haber sido educado con rigor y rectitud, incluso para dormir. Entonces el ojigris abrió los ojos, muy lentamente y lo primero que hizo, una vez se acostumbró a la luz y se desperezó un poco, fue dedicarle una pequeña sonrisa que el mismo Harry correspondió amablemente para ponerse de pie inmediatamente y dirigirse al pequeño baño a tomar una ducha. Ahora comenzaba a ver las ventajas de pertenecer a Slytherin; Ron le había contado, durante las clases de pociones en las que coincidían, que en Gryffindor compartía habitación con cuatro chicos más, y que todo el tiempo se la pasaban peleando por quién se ducharía primero. Draco le había dicho que probablemente era porque la casa con más miembros era Gryffindor y tal vez tenía razón, porque charlando con Hermione, con quién compartía defensa contra las artes oscuras, se enteró que incluso los Ravenclaw dormían de a tres personas en una sola habitación. Salió de la ducha y Malfoy entró de inmediato, miró el reloj colgado en la pared y se dio cuenta de que estaban a tiempo para ponerse el uniforme, arreglar sus cosas y finalmente ir al desayuno sin prisas. Estaba un poco nervioso, aquel día tendrían como primera clase las lecciones de vuelo y, como él nunca había volado en escoba, pues temía hacer el ridículo. Sabía por charlas con sus compañeros que la mayoría de ellos había montado una escoba apenas habían tenido fuerza suficiente para sostenerse y él, bueno, criado por unos muggles completamente mezquinos con él, ni si quiera le habían enseñado a andar en bicicleta o a nadar, por lo que sus posibilidades de fracaso eran altas. Por supuesto que no había compartido esta información con nadie, ni si quiera con Draco que parecía dispuesto a ser su aliado, sentía demasiada vergüenza. Una vez con el uniforme puesto y con los morrales colgando del hombro, ambos chicos se dirigieron a la sala común donde se encontraron con Gregory Goyle, Vincent Crabbe, Blaise Zabini, Theodore Nott, Pansy Parkinson y Millicent Bulstrode, con quienes rápidamente se envolvieron en una charla sobre el ensayo de treinta centímetros de pociones. Draco le había asegurado que todos ellos eran de su confianza, había crecido con Pansy y Blaise y había hecho muy buena amistad con el resto apenas un par de años atrás y a Harry lo habían incluido como si siempre hubiera sido parte del grupo, aunque en el fondo él no se sintiera como tal. Pese a su disponibilidad a ser un buen Slytherin, la verdad es que tenía sus reservas sobre quienes podían ser buena compañía y quienes no y prefería mantenerse al margen; él confiaba en Draco y Draco confiaba en él, y para Harry aquello era suficiente. Sin embargo y pese a sus dudas, a veces optaba por no pasar tiempo con las serpientes, embarcándose en algunas escapadas con Hermione a la biblioteca o con Ron a los jardines, incluso pasaban tiempo de calidad los tres juntos, pese a las negativas de Ron de soportar a la Ravenclaw por su actitud mandona y sabelotodo. Draco por supuesto no estaba muy contento, le ofendía que prescindiera de su amistad, pero Harry se las había arreglado para convencerlo de que tener amigos fuera de Slytherin podía ser beneficioso, y aquello lo dejaba solo un poco más tranquilo. Por ello, cuando iban entrando al gran comedor y Hermione le invitó a la mesa de las águilas, él no se negó y despidiéndose de sus compañeros y sus miradas de incredulidad siguió a la castaña hasta un lugar apartado. Vieron llegar a Ron minutos después y le hicieron señas para que se acercara, al pelirrojo no le hizo demasiada gracia no sentarse en su mesa pero aquello era necesario, Ravenclaw era un terreno neutral, donde ninguno de los dos chicos sería atacado por no estar en su lugar correspondiente. Si Harry había aprendido algo en aquella semana de su estadía en Hogwarts era la profunda rivalidad que existía entre los leones y las serpientes y que Ron decidiera seguir siendo su amigo no dejaba de maravillarle. —A Neville le han dado una recordadora —dijo Weasley con la boca atascada de comida, haciendo que Hermione hiciera un mohín de disgusto—. Es realmente despistado y torpe, en serio, no sé como va a sobrevivir a la clase de vuelo —los tres chicos miraron a la mesa de los leones justo a tiempo para ver como Neville derramaba su vaso con leche de chocolate. —Bueno... —dijo Harry— al menos no seré el único en hacer el ridículo— se auto consoló. —Yo creo que lo harás bastante bien —le animó Hermione con una sonrisa— yo tuve mi primera clase con los Hufflepuff ayer, ni si quiera logré que la escoba se levantara del piso... —dijo un poco desanimada pero inmediatamente agregó de manera digna— aunque de todas formas no me interesa el quidditch o el vuelo en escoba, hay cosas más importantes sobre las cuales preocuparse, como... historia de la magia, por ejemplo —Harry y Ron intercambiaron una mirada que decía que ambos pensaban lo zafada que debía para pensar aquello pero no dijeron nada en voz alta. Finalmente terminaron el desayuno y ambos chicos se despidieron de Granger. Casi de inmediato, Ron y Harry se encaminaron hacia la salida donde se separaron nuevamente, para recto, sí, así y ahora no pongas esa cara, parece que de verdad crees que nos van a expulsar o algo —le sonrió—. Y ahora, cuando entremos, observa y aprende. Llegaron a las mazmorras, donde la oficina de Snape. La jefa de la casa de los leones tocó y luego de recibir autorización para entrar, los tres se adentraron. Draco tomó asiento frente al escritorio del profesor de pociones sin mostrar ni una señal de duda, Harry, en cambio, aunque lo intentó no lo logró, haciendo que Snape le mirara con una ceja en alto y que sus oscuros ojos le gritaran "¿Qué diablos has hecho ahora?". —Severus, sé que has de estar un poco ocupado pero he creído conveniente charlar esto contigo —miró a los dos chicos—. Atrapé a tus alumnos volando sin permiso de la profesora Hooch por los jardines —Severus los miro con imprimido enojo— y debo decir, que lo que vi me pareció realmente maravilloso —Draco parpadeó claramente confundido, Harry volteó a ver a la mujer tan rápido que casi se saca un esguince en el cuello. — Tengo entendido que Flint aún busca un buscador y un cazador, pues bien, creo que éstos dos son tus mejores opciones. —¿Disculpe? —preguntó Snape incrédulo. —Que he visto a Malfoy arrojar una recordadora con una habilidad de campeonato y vi a Potter atraparla como todo un profesional, sé que por regla general ellos no deberían ser tomados en cuenta pero... —volvió a mirarlos y le dedicó a Harry una sonrisa cálida que él respondió agradecido— sería un desperdicio no hacerlo, sobre todo ahora que mi capitán ya ha encontrado buscador y Gryffindor está listo para aplastarlos en el primer partido de la temporada. —sonrió orgullosa y Snape hizo una mueca, pensativo. —¿Dices que has venido aquí a ayudar al equipo rival, Minerva? —preguntó Snape finalmente. —La competencia sana siempre es divertida, además, tú me ayudaste con un golpeador hace unos años. Manda llamar a Flint, que les haga una prueba si no confías en mí, estoy segura que Dumbledore no se opondrá a hacer una excepción con ellos —sonrió—. En fin, tengo que marcharme ahora y... —se puso seria— cinco puntos de cada uno, muchachos, no intenten seguir rompiendo las reglas —y salió de la oficina de Snape. Harry miró a Draco, parecía fascinado con la idea de pertenecer al equipo de Slytherin y su insistente mirada sobre Snape lo demostraba. El profesor de pociones en cambio los miraba de forma seria, como si ni si quiera lo estuviese pensando, como si la idea fuese tan absurda que ni si quiera valía la pena tomarla en cuenta. Pero Malfoy no se rendía y Harry, inquieto, esperaba a que los regañara por haber perdido diez puntos o que simplemente los dejara marchar. Minutos que se sintieron como horas pasaron para Potter, mientras Snape le miraba con aquel gesto de desprecio que tenía solo para él, hasta que finalmente se reclinó hacia el escritorio y dijo: —De acuerdo —y Draco casi salta de su asiento de alegría—. Pero van tener que demostrarle a Flint que lo valen, Slytherin no ha perdido en años y no vamos a hacerlo ahora —se recargó en el respaldo de su silla—. Ahora largo, que estoy muy ocupado —ambos se pusieron de pie de inmediato y justo cuando llegaron a la puerta Snape añadió—. Díganle a Flint que venga lo antes posible y Draco, diez puntos por romper las reglas en nuestro beneficio. Prácticamente corrieron hasta la sala común, Draco estaba radiante de alegría y Harry no sabía exactamente como sentirse, estaba confundido y estaba feliz, pero algo abrumado porque de quidditch no sabía más lo que había leído y lo que había escuchado de Draco o de Ron. El rubio prácticamente tiró a bajo la puerta del dormitorio de Flint y lo mandó de inmediato a la oficina de Snape para finalmente regresar a su propia habitación, con un aún incrédulo Harry tras él; incrédulo porque cundo se subió a esa escoba y comenzó a corretear a Malfoy por diversión, jamás esperó terminar con un lugar en el equipo de quidditch de su casa y mucho menos con el permiso de Snape quién debía ser realmente competitivo si había aceptado dejarlo jugar. —No puedo creerlo, no puedo creerlo —repetía Malfoy mientras arrojaba sus cosas sin cuidado a la cama y se dirigía a su escritorio—. Madre y padre van a estar orgullosos ¡Somos los jugadores más jóvenes de la historia de Hogwarts, Harry! —sacó un trozo de pergamino y con su pluma comenzó a escribir a gran velocidad, de repente un golpe de entusiasmo llegó hasta Harry quién decidido también se sentó en su escritorio solo para darse cuenta de que no tenía a quién darle la noticia. Se quedó ahí, sentado, la pluma de Draco dejó de escribir y sintió su mirada encima pero él decidió no voltear, no quería que le viera como un idiota solitario, aunque él fuese precisamente eso. Entonces la pluma de su amigo volvió a escribir a gran velocidad y Harry decidió hacer tres notas, una para la profesora McGonagall, agradeciéndole el gesto, otra para Ron y otra pera Hermione, contándoles la nueva noticia, seguro de que ellos se alegrarían por él. —Yo... voy a la lechucería —dijo el rubio en tono cauto, como si quisiera medir su estado de humor. —¿Podrías llevar éstas también? —le sonrió tendiéndole las pequeñas notas. —¿Por separado? —preguntó y Harry asintió— de acuerdo, volveré en seguida —llegó a la puerta y luego se detuvo—. Esta mañana mamá envió todos los periódicos de los últimos dos meses para que puedas ponerte al tanto del mundo mágico, le pedí a los elfos que los dejaran junto a tu baúl. —¿Los elfos? —sacudió la cabeza—. Luego hablaremos de ello —Draco asintió y salió. Harry se dirigió hacia los periódicos únicamente por tener algo que hacer, se sentía un poco abrumado y triste, solitario, pero toda su vida se había sentido así, con los Dursley no había conocido el cariño o el afecto, ellos nunca le habían mostrado si quiera simpatía o apoyo moral, para ellos Harry no existía y él nunca se había dado cuenta de lo mucho que le había afectado hasta que conoció a sus amigos, él incluso hubiera preferido tener escasez de dinero como Ron si eso significaba que podía tener una enorme y cariñosa familia, incluso Malfoy tenía unos padres estupendos y Hermione ni se diga, pero él no tenía nada, ni si quiera un par de recuerdos sobre Lily y James Potter. Tomó el primer periódico sobre el bonche de papel y lo hojeó sin cuidado, luego pasó al siguiente y luego al siguiente, así hasta que encontró el ejemplar del día de su cumpleaños. El gran titular decía: RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lugar en Gringotts el 31 de julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas desconocidos. Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada. La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día. «Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo portavoz de Gringotts . Harry recordaba aquel día, había ido con Hagrid al callejón Diagon e incluso había estado en Gringotts, por lo que el robo pudo haber ocurrido mientras ellos estaban allí... Entonces una idea se cruzó por su cabeza, recordaba que después de haber pasado a su cámara, Hagrid y él habían hecho una parada en otra, con encargo del profesor Dumbledore, había dicho el guardabosques. Y la nota decía que la cámara que habían intentado robar había sido vaciada aquel mismo día... sí, era posible, aquel único paquetito arrugado que Hagrid se llevó podía ser lo que esos magos oscuros buscaban. El guardabosque le había dicho que el banco mágico era el segundo lugar más seguro del Londres mágico, que el primero era Hogwarts... Tal vez aquella cosa importante ya se encontraba resguardada dentro del colegio. Se mordió el labio, pensativo y curioso. Sabía que Hagrid no le contaría nada, ya antes le había pedido no hacer preguntas ni decir que habían estado allí cuando habían hecho la parada en la cámara. Pero la curiosidad le picaba y sentía la imperiosa necesidad de saber. Resopló. Bien, si esa cosa era tan importante ya se enteraría. Y así pasó al siguiente ejemplar del profeta. Draco era ligero como una pluma, por lo que no era incómodo tenerlo encima, Harry cerró los ojos nuevamente, sintió el momento preciso en que ambas respiraciones se sincronizaron y aquello le trajo una paz inexplicable. Estaba cayendo rendido al sueño cuando Draco se levantó, lentamente, tal vez intentado no despertarlo. Cuando logró ver a través de la oscuridad notó que el rubio se había colocado los zapatos y una capa sobre el uniforme que tampoco se había molestado en quitarse. Iba a salir. —¿A dónde vas? —preguntó con voz ronca. —Tengo un duelo de media noche que atender. —¿Qué? ¿Por qué?—Preguntó acomodándose las gafas que se le habían enchuecado— ¿Dónde? ¿Con quién? ¿Sabes que si te cachan podrían castigarte? —Draco le sonrió. —Con Weasley, en el salón de trofeos, porque se lo buscó. Harry se puso de pie de un salto, aún medio adormilado. Se paró frente a la puerta decidido a detener aquella locura, no iba a permitir que sus dos amigos mantuvieran un duelo absurdo, podían hacerse daño... o Draco podía hacerle daño a Ron, dudaba que los Weasley, a comparación de los Malfoy, hubieran enseñado a su hijo a defenderse desde que había dejado los pañales. Definitivamente no podía dejar que se enfrentaran. —Estás loco si crees que te voy a dejar ir a enfrentarte en duelo con Ron —le dijo decididamente y Malfoy sonrió seguro de sí mismo. —¿Ah, sí? ¿Y exactamente qué piensas hacer para impedírmelo? —Se cruzó de brazos, decidido— ¿Maldecirme? ¿Acusarme con algún profesor? —Harry lo miró a los ojos, sabía que no podía ir de soplón, de ello dependía la lealtad que tanto Malfoy como Weasley le tenían y lanzarle un maleficio a su compañero de cuarto no podía ser la mejor de las ideas, no si quería dormir tranquilo por el resto de su estancia en Hogwarts. Suspiró, rindiéndose. —Iré contigo —sentenció finalmente. —¿Serás mi segundo? —preguntó divertido y Harry rodó los ojos, sabía lo suficiente sobre duelos para entender a lo que se refería. —Ron no va a matarte y tú tampoco vas a matarlo, no necesitan un segundo y si voy es únicamente para detener esta tontería... ¿De todas formas, por qué se han retado a un duelo? —Por ti —respondió llanamente y no agregó nada más. Se encaminó hacia la salida con una capa calentita encima, sabía que Malfoy le seguía por lo que sin girarse abrió la puerta de la sala común y siguió caminando hasta la sala de trofeos. Era peligroso, él lo sabía, no solo Filch el conserje andaba por ahí merodeando y asegurándose de que ningún estudiante desobediente estuviera fuera de la cama a horas indebidas, también estaba Peeves el poltergeist del colegio quién amaba meter en problemas a los estudiantes, a los chicos como ellos que creían que podían salirse con la suya. Los pasillos estaban desiertos y aquello era una buena señal, no habían prefectos a la vista y lo único que se escuchaba eran los casi silenciosos pasos de ambos Slytherin. Harry mantenía el oído atento a cualquier señal de movimiento, Draco en cambio caminaba tranquilamente, con la nariz en alto, como si fuera medio día y no tuviera nada de malo estar fuera de la cama. Llegaron al salón de trofeos cuya puerta estaba entreabierta y el moreno supo que Ron estaba dentro y no estaba solo, la voz de Hermione también se escuchaba desde dentro. El ojiverde no podía creer que la chica se hubiera prestado a semejante cosa, la creía mucho más inteligente que eso, pero cuando se acercó un poco más y escuchó su charla se percató de que Granger, al igual que él, solo buscaba detener aquella tontería. Un poco más aliviado empujó la puerta; tal cual había sospechado Ron estaba ahí, con Hermione y además Neville Longbottom quién un poco nervioso y temeroso se había mantenido alejado de la discusión de los otros dos chicos. Malfoy lo hizo a un lado delicadamente, abriéndose paso y sacando su varita con suma elegancia, Ron reaccionó segundos después, sacando su varita bastante torpemente. —Suficiente —dijo el moreno interponiéndose entre ellos. —Es lo mismo que he dicho yo —apoyó Hermione—, lo mejor será volver a nuestras respectivas casas antes de que alguien nos encuentre y nos metamos en problemas. —Puedes irte si quieres, Granger —dijo Ron su bajar su varita— nadie te ha invitado de todas formas— la chica abrió mucho la boca, claramente ofendida, pero Harry no le dejó replicar nada pues rápidamente dijo: —No va a haber un duelo ahora, ni nunca —tomó el brazo de Draco quién mantenía una sonrisa burlona y lo bajó, luego se acercó a Ron he hizo lo mismo —No voy a consentir que mis amigos se dañen entre ellos ¿entendido? —Ron bufó pero se dio media vuelta, alejándose, Draco desvió la mirada hacia alguno de los anaqueles aún sonriendo. —No sabía que tu padre había sido cazador, Harry —dijo Neville entonces, rompiendo el incómodo silencio. Todos se acercaron hacia el anaquel donde el Gryffindor miraba, dentro descansaban todos los trofeos de Gryffindor y algunas placas conmemorativas de los jugadores que habían sido capitanes del equipo; dentro de ellas había una con el nombre de James Potter, capitán de Gryffindor al parecer y cazador del equipo, con honores. Los dos leones, el águila y las dos serpientes miraron detenidamente la chapa, pero solo Harry sintió que, por un momento, había descubierto algo invaluable, algo relacionado con sus padres que iba más allá de lo que los libros de historia contaban y se sentía fabuloso. Necesitaba saber más, conocer más de aquellas dos fabulosas personas que habían dado su vida para proteger, tenía todo el derecho, él era su unigénito, él deseaba saber. Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había levantado su varita cuando oyeron unas voces. —Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón— era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizada, Hermione gesticuló para que los demás la siguieran lo más rápido posible. Se escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz del conserje. Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos. —Tienen que estar en algún lado —lo oyeron murmurar—. Probablemente se han escondido. —¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a atravesar una larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch, acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura. Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo. —¿Es que acaso eres idiota? —exclamó Malfoy perdiendo la paciencia. —No ahora, Draco —le regañó Harry— ¡Corran, por aquí! —y los cinco se lanzaron por la galería, sin darse la vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por el quicio de la puerta y corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de Encantamientos, que sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos. —Creo que lo hemos despistado —dijo Harry, apoyándose contra la pared fría y secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con dificultad. —Se... los... dije —añadió Hermione, apretándose el pecho—. Esto... era... era una mala idea. —Tal vez no estaríamos en ésta situación si Wesel conociera su lugar —espetó Draco. —Repite eso —le retó el pelirrojo y ambos se fulminaron con la mirada. —Tenemos que regresar lo más rápido posible —interrumpió Harry. Pero aquello no sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos, cuando se movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a ellos. Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría. —¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malos, malos, niños malos. —No, si no nos delatas, Peeves, por favor. —rogó Hermione. Draco bufó fastidiado. la chica era de gran apoyo a la hora de hacer la tarea y además era muy suspicaz e inteligente, sabía que era conveniente tenerla de su lado. Una semana después, mientras desayunaba en la mesa de Slytherin, Harry y Draco se encontraban charlando sobre los entrenamientos de quidditch que comenzarían pronto, entusiasmados por que Flint les había hecho la prueba y les había dejado unirse al equipo satisfecho con sus habilidades. No había otra cosa de la que se hablara y Potter estaba realmente contento con ello, la gente había dejado de observarlo como si fuese el siguiente Lord Voldemort y ahora le miraban nuevamente con fascinación y respeto por ser uno de los jugadores más jóvenes de Hogwarts en jugar para su respectiva casa, incluso algunos muchachos de otras casa lo habían felicitado, como Ron o sus hermanos gemelos Fred y George quienes jugaban en Gryffindor y habían prometido aplastarlo. Cuando la hora de la correspondencia llegó, Harry simplemente se sumergió en su nada interesante ejemplar de El Profeta, por alguna razón le incomodaba ver el cariño y la frecuencia con la que los Malfoy le escribían a su hijo, al menos tres veces a la semana; presenciarlo le hacía sentir solitario y algo deprimido, claro, se alegraba por Draco quién podía disfrutar de sus padres, pero no por eso le afectaba menos. Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todos se fijó de inmediato en un par de paquetes largos y delgados, que llevaban doce lechuzas blancas, respectivamente. Harry levantó la vista únicamente por los cuchicheos de los demás alumnos, por lo que se sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron uno de los paquetes frente a él, tirando al suelo su tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete. Ni si quiera notó que el otro paquete había caído en manos de Draco, quien a su lado le miraba expectante. Harry tomó la carta y miró el selló en el sobre, el emblema de los Malfoy reposaba en él, elegante y sofisticado, solo entonces miró a su rubio amigo quién le dedico una pequeña y sincera sonrisa. La carta decía: Estimado señor Potter ¿Cómo se encuentra?. Espero que gozando de impecable salud y pasando sus días en el colegio gratamente. Sé que le sorprenderá recibir una carta mía y más aún un paquete, pero mi querido hijo Draco no ha dejado de hablar de lo atento y buen mozo que se ha potado con él, agregando por supuesto, lo buenos amigos que se han hecho. Mi intención es únicamente agradecerle las atenciones que ha tenido con mi hijo y aclararle que, cualquier amigo de Draco es considerado por mí, un hijo más. Espero que el presente sea de su agrado, ya he puesto al profesor Dumbledore y al resto de los profesores al tanto de que el paquete contiene una nimbus 2000 completamente nueva y me han pedido, que le diga a usted, se abstenga de abrirla frente a todos, para ahorrar problemas o algo similar, según me han informado. Espero que la encuentre útil para sus entrenamientos de quidditch, Draco está muy entusiasmado con el asunto, le hace realmente feliz poder jugar con usted, imagine lo contento que estará si ganan la copa de las casas, que es lo único que espero a cambio de mi presente. En fin, debo despedirme no sin antes agregar que Severus me ha pedido avisarles que esta noche empiezan sus entrenamientos con el resto del equipo. Espero poder conocerlo pronto en persona, señor Potter. Atentamente, Narcissa Malfoy. Harry tuvo problemas para contener su alegría, nunca, jamás en la vida alguien le había regalado algo y se sentía tan increíblemente bien que habría podido saltar sobre la mesa, feliz. Estaba agradecido, mucho, demasiado, tanto era así que, cuando su mirada se encontró con la de Draco, no tuvo manera de expresarlo en palabras, pero tal parecía que su amigo lo entendía y simplemente le sonrió, satisfecho de que Harry pareciese tan contento por algo tan insignificante como una escoba de carreras. El pelinegro miró a la mesa de los profesores, McGonagall le sonreía, contenta por él, al igual que Dumbledore, Snape en cambio solamente rodó los ojos y evitó cualquier contacto visual. Miró a la mesa de los leones, Ron, Seamus, Dean, Neville y los gemelos Weasley preguntaban con la mirada que era aquello, incluso Hermione pareció olvidar un poco su enojo y lo miró curiosa. Harry jamás se había sentido más feliz, porque definitivamente recibir algo de alguien que te aprecia, como Draco, era la mejor parte, aunque por supuesto, la escoba no estaba nada mal. Durante aquel día, Harry tuvo que esforzarse por atender a las clases. Su mente volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama, o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar, como su padre, como James Potter. Quidditch y una fiesta. Harry aferraba su mano con fuerza a la escoba que vibraba tanto que era casi imposible que pudiera seguir colgado durante mucho más tiempo. Todos miraban aterrorizados, mientras los Weasley —pese a ser del otro equipo— volaban hacía él, tratando de poner a salvo a Harry en una de las escobas. Pero aquello fue peor: cada vez que se le acercaban, la escoba saltaba más alto. Se dejaron caer y comenzaron a volar en círculos, con el evidente propósito de atraparlo si caía. Marcus Flint cogió la quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo advirtiera y Draco, aunque acongojado, se mantenía en su posición de juego por órdenes de su capitán. Harry no sabía exactamente lo que ocurría, solo recordaba que todo había estado perfectamente bien durante el inicio del partido y luego, bueno, su escoba había perdido la razón. Cerró los ojos para intentar descubrir de donde provenía el maleficio que tenía al objeto completamente fuera de control. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que venía del palco de los profesores, pero le asombró aún más que ninguno de los maestros se hubiera percatado de que uno de ellos, muy cerca, estaba haciendo uso de magia para hacerlo caer desde tan terrible altura. Por supuesto el principal sospechosos era Severus Snape, sobre todo desde que el día anterior le descubriera aquella terrible herida que el perro de tres cabezas le había causado, Snape estaba asustado, pensaba Harry, asustado de que él abriera la boca y le gritara al mundo sus intenciones; porque Harry sabía, porque lo intuía, que el profesor de pociones quería robar aquello que se ocultaba tras la trampilla. El perro aquel había cumplido magníficamente con su tarea de proteger la puerta bajo sus pies, pero aquello no aseguraba que Snape se rendiría y Harry, por supuesto, no estaba dispuesto a dejarlo salirse con la suya, número uno, porque lo detestaba, segundo, porque lo que sea que Dumbledore guardaba con tanto recelo podía ser peligroso en las manos equivocadas, en las manos de Snape quién, según había averiguado, en su tiempo había servido a Voldemort para después "redimirse". Claro que Harry no era ingenuo, ni tonto y aunque Dumbledore se tragase el cuentecito del mortífago reformado, Potter no lo hacía y la clara prueba de ello eran sus planes de traicionar al director del colegio y obtener aquel paquete misterioso del tercer piso. Entonces la escoba se detuvo de repente, el tiempo suficiente para que Harry tomara impulso y se trepara a ella nuevamente. Jamás habría creído que los entrenamientos intensos de Flint dieran tales resultados en tan corto tiempo, pero lo habían hecho y ya no era tan debilucho, aunque en apariencia si lo fuese. Recobró el ritmo de juego tan rápido como le fue posible no sin antes dirigir una mirada suspicaz al palco de los profesores donde algo había ocurrido, no sabía qué, pero había funcionado para que Snape dejara de maldecir su escoba. Draco voló cerca de él y palmeó el hombro, animándolo a seguir cuando la quaffle llegó a sus manos y anotó un tanto más a favor de Slytherin. Fue justo cuando Harry iba a decirle algo Malfoy que la snitch se cruzó en su camino y sin poder evitarlo casi se la traga. Festejaron hasta el anochecer y ni si quiera Snape fue capaz de detener la fiesta, aunque Harry lo prefería así, tenía asuntos pendientes con él y no iba a darse por vencido hasta dejarle bien en claro que no le tenía miedo, que sabía quién era y que quería y que usaría aquello a su favor. Bebió cerveza de mantequilla hasta saciarse, comió tantos dulces como le fue posible e incluso recibió un par de pequeños besos de un par de chicas de grados mayores que estaban fascinadas con el joven buscador, con el famoso Harry Potter. Se sentía bien ser el rey, tenía que admitirlo. Cuando Harry decidió que había sido suficiente y subió a su habitación apenas y se había percatado de la ausencia de Draco en la sala común, el chico yacía dormido, o aparentemente dormido, sobre su cama, con las cobijas hasta la cabeza, cubriéndole por completo. El moreno, aún con una enorme sonrisa en el rostro se dirigió al baño donde tomó una ducha lo más silenciosamente posible, temeroso de despertar al ojigris quién se ponía de muy mal humor si no dormía lo suficiente. Al salir intentó encontrar su pijama en la oscuridad y justo cuando estuvo listo para meterse a la cama, dispuesto a disfrutar que al día siguiente era domingo y podría dormir más, la voz siseante y conocida de Draco se coló entre el silencio de la habitación, preguntándole: —¿Te has divertido? —su voz sonaba apagada, pero Harry sabía que no era por que estuviese adormilado allí había algo más. Sin embargo y para no arruinar la noche simplemente respondió: —Sí, ha sido genial. —Me alegro —respondió pero no sonaba alegre. Harry le vio removerse un poco bajo las cobijas, estaban en otoño, el frio en las mazmorras era mucho más notable y en invierno seguramente sería peor. El moreno se recargó en sus antebrazos y miró su silueta, por un momento le pareció ver que se encogía sobre su propio cuerpo y se preguntó si estaría enfermo o si algo le habría caído mal, tal vez había comido demasiados dulces, Harry le había dicho que se detuviera, peor él le había respondido que se jodiera que él hacía lo que quería y Harry, encogiéndose de hombros no insistió más. Lo observó un poco un rato hasta que decidió que, si el rubio no se había quejado, entonces nada malo ocurría y volvió a acostarse, mirando hacia el techo. Largos minutos pasaron y Harry no podía conciliar el sueño y todo por el extraño cambio de humor del ojigris que, hasta la mitad de la fiesta había sido todo sonrisas y bromas crueles a otros Slytherin. Sabía que no debía darle tanta importancia, pero Draco era su amigo y no se estaba portando como él mismo, así que, un poco contrariado se sentó sobre el colchón, dispuesto a preguntarle si todo estaba en orden, total, si lo mandaba al carajo bien podría darse por buen amigo y entonces si podría dormir. Dejó que sus ojos se acostumbraran nuevamente a la oscuridad y cuando lo hicieron se aclaró ligeramente la garganta. Apenas había abierto la boca para decir la "O" de "Oye" cuando las cortinas de la cama de su compañero se cerraron y Harry supo que estaba haciendo un berrinche. Intentó hacer memoria, como cada que Draco le hacía algún berrinche, cosa que sucedía con más frecuencia de la que le gustaba admitir. Bien, ¿Qué había sido ahora? Se preguntaba Harry; la última vez se había enojado con él por haber ensuciado su uniforme accidentalmente con tinta, la vez anterior a esa porque se había comido la última de sus grajeas que había resultado ser su favor favorito, el de manzana, la vez anterior a esa porque había olvidado entregar el libro que le había pedido de favor regresara a la biblioteca, y la anterior a esa porque le había llamado Malfoy en vez de Draco como habían acordado llamarse ahora que eran mejores amigos o algo así. Si, Draco Malfoy se enojaba por cualquier cosa, todo el tiempo y, aunque Harry a veces se preguntaba cómo lo soportaba, la verdad es que no se veía siendo amigo de nadie más. En esos meses habían aprendido a conocerse mutuamente y Harry podía decir con seguridad que, no había persona que le conociese más que Malfoy, ni si quiera Ron que también era un gran amigo. Y es que con Malfoy tenía una extraña conexión que hacía que, aunque diferentes, se llevaran bástate bien, porque Draco no era con Harry como era con el resto del mundo, Draco no lo trataba como alguien inferior ni superior, —como la mayoría en el castillo— Draco lo trataba como su igual, con respeto y amistad bien marcadas y que todo el mundo podía ver. Nadie se metía con ellos, especialmente si estaban juntos, Harry no se había percatado de ello hasta ese momento, pero ellos dos, juntos, inspiraban respeto y Potter sabía, porque no era tonto, que aquello se lo debía a Draco, pues había sido él el que había trabajado arduamente en que ambos se posicionaran bien en lo alto. Gracias a Draco Harry había dejado de ser el chiquillo flacucho que todos podían golpear por placer y se había convertido en una clase de líder y todo en poco menos de un año, no podía ni imaginarse lo que harían juntos al llegar a la graduación; serían los reyes del colegio seguramente. Se puso de pie y caminó hasta la cama del rubio donde intentó descorrer las cortinas pero estas estaban bien afianzadas con magia. Fue por su varita sobre su mesita de noche e intentó romper el encantamiento, notando que además de aquel que le permitía tener sus cortinas cerradas, Draco también había colocado un encantamiento silenciador que ni si quiera sabía que conocía. Trabajó silenciosamente tratando de revocar ambos hechizos, sintiendo como la magia del rubio se resistía a la suya, en un juego de estira y afloja que les llevó minutos enteros hasta que el rubio decidió sentarse en la cama y revocar los encantamientos por él mismo. —¡¿Qué!? —preguntó claramente fastidiado. —Sólo quería saber porque de repente te has enojado —dijo encogiéndose de hombros. —No estoy enojado —dijo volviendo a acostarse y dándole la espalda—. Ahora si me disculpas quiero volver a dormir. —Harry lo miró por un instante, con sus delgados pies descalzos congelándose contra la madera del piso. —¿Seguro? —preguntó finalmente. Draco no contestó y dio media vuelta dispuesto a volver a su cama. Fue entonces cuando el rubio dijo: —¿Te han gustado? —preguntó casi en un susurro. Harry se quedó de pie allí, no sabiendo a lo que se refería—. Los besos de esas chicas —aclaró. El pelinegro se quedó nuevamente sin palabras. ¿Por qué Malfoy insistía tanto con el tema de gustar y los besos?, Harry no tenía la respuesta, no sabía si le había gustado o no, simplemente había sucedido y él se había prestado porque negarse hubiera sido algo tonto. Sin embargo aquello parecía ser algo importante para su amigo, así que hizo un gran esfuerzo por analizarlo, pero justo cuando estuvo a punto de contestar Malfoy suspiró pesadamente y dijo —No importa Harry, está bien, buenas noches —y las cortinas se cerraron de nuevo. Harry volvió a su cama, un tanto enojado por la manera en que el rubio le había cortado la conversación. Quería abrir las malditas cortinas y pedirle, no, exigirle que le encarara y le dijera con palabras claras que había sido aquello que le había molestado, pero conocía los límites y obligar a Malfoy a hablar podría costarle su amistad y a esas alturas no quería jugársela, lo apreciaba demasiado. Se sentó en medio de la oscuridad mirando las cortinas cerradas y pensando, pero no encontrando respuesta a su dilema, Malfoy no parecía enojado, para nada, más bien parecía decepcionado y Harry se preguntó si había sido por su manera tan burda de atrapar la snitch, aunque aquella idea la desechó casi de inmediato, percatándose de que, sí, Draco podía ser absurdo algunas veces, pero aquello sería demasiado. Suspiró pesadamente y se acostó, acomodándose entre las cobijas mientras intentaba — nuevamente—desechar aquel pensamiento que le gritaba que tenía que arreglar lo que fuese que había echado a perder, pero no podía y aquello le irritaba por lo que cerró los ojos con fuerza, repitiéndose una y otra vez que si Draco no quería hablar era claramente su problema, que él no tenía por qué hacerse responsable. Pero ni aquello le había ayudado a conciliar el sueño, porque, aunque le costara admitirlo, Malfoy era su mejor amigo, con quién pasaba gran parte de su tiempo y quién, además, le había ayudado en su estadía en Slytherin, sí, a veces desconfiaba de él, pero el rubio jamás le había dado razones para dudar, al contrario, no había mentido cuando le había dicho la primera noche que los Slytherin eran leales con quién se lo merecía... y Harry al parecer se lo había ganado. Pero al día siguiente, cuando intentó retomar el tema, el rubio simplemente minimizó el problema, agitó una mano restándole importancia, le sonrió y le apuró para que no se lecturas, mucho menos aquellas relacionadas con el mundo mágico, pues el saber que era un mago había sido una gran motivación para investigar y aprender. No por nada era uno de los mejores alumnos de su curso, además, por supuesto, de la habilidad innata que todos le decían que poseía para la magia. —Sigues aquí —dijo entonces una voz, la voz de Draco quién con todo y maletas se adentró en la vacía biblioteca. —No sabía que habías dejado tanta tarea pendiente. —Estoy por terminar —mintió— ¿te marchas? —Sí, mi madre me recogerá en Hogsmeade y me llevará a casa... —hizo una pequeña pausa — ¿estás seguro de que no quieres venir? Mis padres estaban bastante entusiasmados por conocerte y tú... bueno, dijiste que no querías volver con tu familia muggle. Podríamos pasar las vacaciones jugando al quidditch en los jardines de Malfoy Manor, son enormes... apuesto a que te gustaría mucho. —Ya he puesto mi nombre en la lista de alumnos que se quedarán —sonrió— pero tal vez el próximo año, te enviaré tu regalo. —Draco frunció el ceño, abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato. Harry quiso preguntar que sucedía pero no se atrevió. —De acuerdo, Harry, entonces yo... bueno, me marcho —se acercó y se inclinó hacia su rostro, por sobre la mesa de madera. Potter con el corazón latiéndole a mil por hora, por primera vez en su vida, cerró los ojos con fuerza, esperando el beso en los labios, pero en lugar de eso simplemente recibió un besito en la mejilla que lo dejó ¿desilusionado? Draco se marchó con una pequeña sonrisa en el rostro y Harry se quedó ahí, completamente rígido, mirando hacia la salida, sintiéndose extrañamente feliz por ese gesto tan simple como un beso en la mejilla. Sí, no había sido como el beso en los labios pero era mejor que nada... Sacudió la cabeza, no entendía nada, se sentía abochornado, se sentía abrumado, se sentía bien, pero también se sentía culpable. Durante toda su vida había crecido rodeado de unos tíos que odiaban las cosas anormales, lo odiaban a él por ser hijo de magos, odiaban a la vecina por ser madre soltera y odiaban al chico del periódico por ser homosexual. Tío Vernon no dejaba pasar nunca ningún comentario desagradable para cualquiera que no fuera normal, para cualquiera que no fuera como ellos; una familia conformada por un padre trabajador, una madre que se ocupara de la casa y de la crianza del niño y finalmente el pequeño que aprendería de ellos las buenas costumbres y, aunque Harry no quería, era verdad que algunas cosas se le habían quedado. Por ello, cuando Draco le había besado la primera vez había decidido no pensar en ello y dejarlo pasar, se había sentido inseguro, sí, pero no había hecho un alboroto solo porque no había podido, la naturalidad con la que Malfoy le había besado le había descolocado por completo, como si aquello fuese lo más normal del mundo, como si no le importara nada, como si no fueran dos chicos. Y después, cuando le había preguntado el por qué y recibió la respuesta "hago lo que quiero porque soy Draco Malfoy" no pudo evitar pensar que aquello era solamente un juego para él y una vez más lo dejó pasar. Tal vez si fingía que no había pasado, o le daba poca importancia entonces la culpa de haber besado a otro chico se desvanecería y su tío no podría volver a señalarlo por ser, además de un mago, un marica. Suspiró cansado, hacía mucho tiempo que no pensaba en los Dursley y hacerlo le causaba dolor de cabeza, era increíble que ni a miles de kilómetros de ellos pudiera sacárselos de encima, con sus críticas y prejuicios. Por ello no había regresado a casa para navidad y si hubiese sido por él, no regresaría ni durante el verano, pero sabía que no podía —ya le había preguntado sobre eso a McGonagall— y solo le quedaba aprovechar el tiempo lejos de aquellos a quienes tanto detestaba por haber hecho su vida miserable, mintiendo sobre sus padres, siempre haciéndole creer que era un bueno para nada, un inútil como su padre que nunca había sido tal cosa. Hogwarts se había convertido en su nuevo hogar, con una verdadera familia como lo eran Hermione, Draco y Ron, ahí había encontrado su lugar y no uno cualquiera, allí en el mundo mágico él era alguien, él era un mago destacado aún entre los chicos de su edad, allí no era un enclenque que no podía defenderse, allí era Harry James POTTER, el vencedor de Voldemort, jugador estrella de quidditch, uno de los miembros más respetados de Slytherin y del colegio entero. Intentó regresar a su lectura mientras intentaba olvidar lo duro que sería volver al mundo muggle, lo duro que sería volver a su vida pasada y tener que soportar aquellas situaciones que tanto detestaba ¿y lo peor? Que había descubierto que no podía hacer magia fuera del colegio, así que trasformar a Duddley en cerdito quedaba completamente fuera de la lista. Hermione llegó un momento después para ayudarlo a buscar antes de marcharse, Ron le siguió y entre los tres se embarcaron en la tarea de descubrir que rayos era aquello que Dumbledore ocultaba en la trampilla bajo Fluffy. Finalmente Hermione se marchó y Ron y él se quedaron solos, el pelirrojo mortalmente aburrido y él sumamente cansado por lo que, en común acuerdo de volver a buscar al día siguiente, ambos regresaron a sus dormitorios. La habitación sin Draco no se sentía igual. Durante las vacas, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo para pensar en Flamel. Tenían el castillo entero solo para ellos y aunque sus salas comunes estaban mucho más vacías que de costumbre, ninguno se animaba a llevar al otro a sus respectivas salas, así que elegían sitios neutrales como el comedor que, a esas alturas, estaba completamente decorado con temática navideña. Se quedaban comiendo todo lo que podían pinchar en un tenedor de tostar (pan, buñuelos, melcochas) y repasaban cada libro que caía en sus manos. Harry por supuesto, había estado tentado en buscar en la sección prohibida, pero para ello necesitaba un permiso especial, uno que no iba a conseguir. Pensaba que si Draco estuviera allí él ya le hubiera ayudado a idear el plan perfecto para colarse, y no que a Ron no gustara de saltarse las reglas, pero definitivamente no era tan astuto como el rubio. A veces, Harry y Ron pasaban el tiempo jugando ajedrez mágico. Era igual que el de los muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía muy parecido a dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy antiguo y estaba gastado. Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien de su familia, en este caso a su abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una desventaja. Ron las conocía tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que quería. Al contrario de Harry a quién nunca obedecía, haciendo que este dudara sobre su capacidad de liderazgo, uno que Draco le había dicho que era importante desarrollar. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas le daban distintos consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes a mí. ¿No ves el caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo». Y le desesperaba, detestaba no tener el control. Finalmente durante víspera de Navidad Harry se fue a la cama, cansado de leer libros que no le servían para lo que deseaba encontrar y no esperando de regalo nada que no fuese de Draco o Hermione, primero que nada porque sabía que Ron no tendría dinero para obsequiarle algo aunque quisiera y segundo porque sus tíos solían mandarle nada o algo completamente inútil que solo lo hacía sentir peor cuando despertaba y miraba la montaña de regalos de su primo entre los que figuraban los juguetes más nuevos y aparatos electrónicos de última generación que terminarían en la basura cuando Duddley descubriera que no sabía usarlos y los azotara contra el piso, frustrado. Por eso, cuando despertó y encontró a los pies de su cama un montón de regalos no puedo evitar sentirse visible, como parte del mundo. Había recibido de sus tíos cincuenta peniques y una escueta nota que prácticamente no decía nada, una caja de ranas de chocolate de parte de Hermione, un suéter verde esmeralda y pastel casero de chocolate de la señora Weasley, una capa de invierno verde botella de parte de Draco, con sus iniciales bordadas en hilo de plata y finalmente un paquete que no tenía remitente, únicamente una nota que decía: "Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te sea devuelto. Utilízalo bien. Una muy Feliz Navidad para ti." Alucinando como estaba de haber recibido algo que había pertenecido a su padre, desenvolvió el regalo solo para encontrarse con una delgada tela plateada, al tacto se sentía como el agua y aquello era verdaderamente extraño. Pero cuando Harry se la colocó encima y descubrió que era una capa de invisibilidad no pudo más que exclamar asombrado. Poseer una capa de esas cambiaba muchísimo las cosas, podría colarse en la sección prohibida sin ser descubierto, incluso podría seguir a Snape en caso de que fuese necesario. Pero sabía que debía esperar, que debía planear todo, tranquilamente, él era un Slytherin, por Merlín, no podía simplemente arrojarse a la nada e improvisar en el momento. Así que con ese pensamiento tomó una ducha y se dirigió en busca de Ron, vistiendo incluso el jersey marca Weasley que combinaba tan bien con sus ojos. Aquella navidad, fue la mejor de su vida, en compañía de Ron, Fred, George e incluso Percy, comieron hasta reventar y se llenaron de sorpresitas navideñas que habían repartido los profesores a los alumnos que se habían quedado. Jugaron en la nieve, bebieron chocolate y al final del día, los leones habían decidido que Harry ya era parte del clan y le habían invitado a la sala común donde, por supuesto, había tenido que taparse los oídos para no escuchar la contraseña. Jugaron ajedrez y comieron más dulces para finalmente terminar el día nuevamente solo, en su habitación, preguntándose si Draco se habría divertido tanto como él. Dudaba que en Malfoy Manor las cosas fueran tan informales como lo eran con los Weasley. Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas en un rincón de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente en ello: la capa invisible y quién se la había enviado. De su padre... Aquello había sido de su padre. Dejó que el género corriera por sus manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo bien», decía la nota. Tenía que probarla. Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la capa. Miró hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una sensación muy curiosa. «Utilízalo bien.» De pronto, La piedra filosofal. Harry no podía comer, no podía dormir y no podía pensar. Había visto a sus padres y podría verlos cuando quisiera, pero había sido demasiado cobarde con el tema de Draco como para volver. Casi se había olvidado de Flamel, el asunto ya no le parecía tan importante. ¿A quién le importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? A él ya no. ¿Y qué más daba si Snape lo robaba? Total, lo que quisiera hacer con ella, incluso si eso regresaba a Voldemort a la vida, no era su asunto mientras aquel espejo quedara completamente intacto. Era tanta su obsesión que soñaba con él cada noche que no pasaba frente a él, omitiendo, obviamente, el pequeño detalle de Draco Malfoy besándolo suavemente. Durante el día no podía pensar en otra cosa y definitivamente nadie estaba enterado de su pequeño secreto, de su espejo, era suyo y de nadie más, no lo compartiría con nadie, nunca, no se arriesgaría a que quisieran arrebatarle la única imagen casi real de sus padres, de los Potter, de su familia, aquella que le había sido arrebatada. No le importaba ser egoísta, no cuando se trataba de las personas que más amaba pese a no haberlas conocido, pese a saber de ellos únicamente por un montón de textos que no existirían si ellos no hubieran muerto y él no hubiera detenido a Voldemort. Pensaba que era justo, porque él les había salvado a todos y a cambio había perdido a Lily y a James, lo normal sería que le dejaran conservar el espejo, lo normal sería que le perteneciera por derecho. Pero sabía que muchos no lo entenderían, que intentarían apartarlo y por ello había guardado silencio, esperando pacientemente la noche que por fin se diera el valor de enfrentarse al reflejo en el espejo y por fin comprender que hacía Malfoy colado en aquella visión. La noche llegó finalmente, casi al final de las vacaciones, decidió que era estúpido acobardarse por Malfoy y simplemente se encaminó hasta el aula donde él sabía que estaba el espejo. Tuvo mucho cuidado de no hacer el mínimo ruido, confiaba en su capa pero ella no ocultaba el sonido y lo mejor era ser precavido, lo último que necesitaba era encontrarse con Snape y ser castigado, nadie le impediría ver a su familia, absolutamente nadie. Cuando encontró la puerta simplemente se adentró sin molestarse en mirar a los lados y entonces ahí estaba, el espejo se erguía a la mitad de la sala, con su familia saludándole, dándole la bienvenida, mientras Draco, quien se había mantenido sentado en el suelo se levantaba y le recibía con una sonrisa. Harry no se había dado cuenta de cuanto había extrañado verlo. Se sentó frente al espejo, silencioso, su madre comenzó a arreglarle el cabello en el reflejo mientras Draco se reía de sus inútiles intentos por hacerlo lucir menos despeinado, y su padre, charlando con uno de sus abuelos, simplemente le sonreía cálidamente. Y era tranquilizante, se sentía tan completo, como nunca en su corta vida se había sentido. Estaba rodeado de su familia, y acompañado del que, ahora debía admitir, era su mejor amigo, la única persona viva que le había tendido la mano desde el principio, sin interés, sin preocuparse por su cicatriz, mirando únicamente el muchacho flacucho con la ropa desgastada. Suspiró, tal vez si lo pensaba más a fondo hasta le debía una disculpa, generalmente Draco era bastante expresivo con él y él bueno, simplemente solía ignorarlo. Había sido un pésimo amigo y probablemente el rubio ya se había percatado de ello ¿por eso su cambio de actitud? Probablemente, tal vez incluso debió irse a Malfoy Manor con él durante las vacaciones, pero estaba aterrado de que las cosas se pusieran mucho más incómodas, le estaba rehuyendo, lo sabía pero ¿Qué otra cosa hacer? Entonces sintió una ola de energía mágica invadir el aula, sabía de quién se trataba pero decidió fingir que no se había percatado de su presencia y esperó. Los vellos se le erizaban por tal poder mágico, era abrumante y le causaba jaqueca. Cerró los ojos y tomó aire, relajándose hasta que aquella sensación se desvaneció; no sabía cómo lo había hecho, pero su propio poder le había protegido del poder de Dumbledore quién por fin y luego de un breve instante se animó a hablar. —Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry? Miró por el reflejo del espejo, pero tal cual esperaba la imagen de su familia seguía ahí y nada de lo que estuviera en esa sala, excepto él, se reflejaban en la superficie. Entonces miró hacia atrás por sobre su hombro; sentado en un pupitre, contra la pared, estaba Albus Dumbledore mirándolo con una expresión serena, como si para él no estuviese quebrantado el toque de queda. Harry no entendía si simplemente se había aparecido allí, suponía que sí, su poderosa magia lo hubiera delatado ante él... o tal vez era que el profesor era capaz de ocultarla y solo la había desplegado para que se percatara de que no estaba solo. —¿Estoy en problemas, profesor? —preguntó girándose totalmente hacia él, aunque creía conocer la respuesta. —Para nada —dijo Dumbledore, y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía.— Entonces — continuó Dumbledore, bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como cientos antes que tú, has descubierto las delicias del espejo de Oesed. —Con que ese es su nombre... —expresó en un susurro al recordar que había leído sobre él mientras hacía su investigación sobre Flamel. No recordaba mucho realmente, no había profundizado en el tema. —Supongo que ya te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no? —Harry lo sospechaba, pero el recordar a Malfoy y el beso se negó rotundamente a reconocerlo, seguramente estaba equivocado, tenía que estar equivocado. —Bueno... me mostró a mi familia y... —se calló de golpe, Dumbledore no necesitaba saber aquel otro pequeño detalle. —Y ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a todos nosotros? — Harry negó con la cabeza, nervioso, mientras le dirigía una fugaz mirada al Draco del reflejo quién ya se había acostado en su regazo y le miraba con curiosidad. —Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede utilizar el espejo de Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá exactamente como es. ¿Eso te ayuda? —Harry miró al profesor, luego al reflejo en el espejo, cerró los ojos, derrotado. —Nos muestra lo que queremos, lo que sea que queramos. —Sí y no —dijo con calma Dumbledore, ignorando completamente su actitud atribulada.— Nos muestra ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que nunca conociste a tu familia, verlos rodeándote. —Y Draco Malfoy besándome como si estuviera bien, pensó con pesar mientras dicho rubio le sonreía, burlándose de su miseria sin apartar la cabeza de sus piernas. — Sin embargo, este espejo no nos dará conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados por lo que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o siquiera posible. —Harry miró a sus padres una última vez, comprendiendo finalmente y Dumbledore agregó: —El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido que no lo busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar preparado. No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo. Ahora ¿por qué no te pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama? —el moreno asintió y se puso de pie, pensativo, estuvo a punto de comenzar a avanzar hacia la salida cuando el viejo profesor agregó— Una cosa más Harry, es sobre Draco Malfoy —Automáticamente se tensó, era imposible que Dumbledore supiera lo que veía... ¿cierto? —¿Qué hay con él? —preguntó intentado recobrar la compostura, como si aquello no lo hubiera tomado por sorpresa. —Tengo entendido que son buenos amigos —Harry asintió, fingiendo naturalidad. — Me gustaría darte... un pequeño consejo, no dejes que influya demasiado sobre ti, él fue criado de una manera... diferente y aquello podría traerte problemas —sonrió.— Estaría más tranquilo si intentaras relacionarte más con personas como los Weasley, o la señorita Granger, sé que te llevas muy bien con ellos —el ojiverde frunció el ceño. —Con todo respeto, señor —dijo entonces, irguiéndose cual alto era, aunque no era mucho —, creo que sé escoger a mis amistades sin problemas, Draco ha sido realmente bueno conmigo y de ninguna manera ha sido una influencia negativa, todo lo contrario, me ha ayudado a encontrar mi lugar en Slytherin y gracias a él incluso he entrado el equipo de quidditch de nuestra casa —el hombre le miró profundamente, pero su rostro no reflejó nada que él pudiera leer y Harry se sintió irritado por eso. —Pero, lo tomaré en cuenta— agregó, siendo cauteloso, luego sonrió como si nada. — Ahora creo que debo irme, buenas noches y... gracias. —Y salió de ahí sin volver a mirar al hombre Se sentía ofendido, realmente ofendido pese a que había sabido disimularlo lo mejor que pudo, pero es que estaba cansado de que todo el mundo creyera que era un completo inútil, un chiquillo fácil de influenciar, un ciego total que no sabía diferenciar lo bueno de lo malo. Él no era una víctima de nada, había decidido dejar de serlo el día que pisó el callejón Diagon por primera vez, no sería víctima de sus tíos o de su pesado primo y mucho menos lo sería de alguno de sus compañeros. Ahí todos le respetaban, sobre todos los chicos de su casa qué hasta parecían adorarlo tanto como al mismo Salazar y, aunque Draco era la excepción — pues era el único que se atrevía a mostrarle sus errores o a burlarse de él— la verdad era que siempre había sido respetuoso y él con el rubio, era algo mutuo. Harry influenciaba a todo el mundo menos al rubio y al revés, era como si la jerarquía silenciosa que se había establecido con su llegada no lo permitiera. Cuando las vacaciones terminaron finalmente y el regreso del rubio fue inminente, un nervioso Harry Potter se había propuesto olvidar el asunto del espejo y del beso y momento creyó que estaba en pleno invierno de nuevo. — En compañía de un Gryffindor y una Ravenclaw... y ahora me dices que... —miró el libro— gracias a mi rana de chocolate descubriste la verdad —Harry no se atrevió a responder mientras el poder de Draco comenzaba a levantarse y a envolver la habitación, furioso. La cabeza comenzó a punzarle y las rodillas le temblaban un poco. Tal cual hizo con Dumbledore se encargó de que su propia magia estuviera por encima de la de Draco y el dolor menguó. —¿Sabes algo? Si me hubieras dicho antes que estabas buscando a Flamel yo te hubiera respondido hace... no sé... ¿desde cuando estás buscando al hombre? —Desde el primer partido de Slytherin —contestó sabiendo por donde iba la cosa. —Ah... claro, noviembre —respondió con una indiferencia que no convencía al moreno.— ¿Cuánto trabajo te hubieras ahorrado si hubieras confiado en mí. —Tú... ¿sabías sobre él? —Sé sobre muchas cosas, mi educación en casa fue la mejor. —¿Estás molesto? —Draco sonrió. —Por supuesto que lo estoy. Pero ya decidí que voy a dejar de perder mi tiempo contigo —se dio la media vuelta. —Es claro que tú no te sientes parte de Slytherin, no confías en mí, aunque soy tu compañero de cuarto, el primer niño mago que conociste, la única persona que te extendió una mano cuando fuiste sorteado aquí, la única persona que se ofreció a guiarte —suspiró dramáticamente.— Es obvio que, si después de todo eso aún no confías en mí, o no me consideras un amigo, nada lo va a hacer, así que, no vale la pena. —No Draco, te equivocas yo... —Última lección para ti, Potter —Lo miró una última vez, con la mano en la manija de la puerta de salida— Los Slytherin no tomamos las migajas, los Malfoy no tomamos las sobras, los Black no nos rebajamos, ni si quiera por el salvador del mundo mágico. Si no vas a ofrecerme el platillo completo es mejor no me ofrezcas nada, por que no voy a tomarlo... y recuerda la primera lección, los Slytherin solo somos leales a aquellos que nos demuestran que lo merecen y tú —sonrió— , ya me has demostrado que no lo vales —y salió de la habitación. El príncipe caído. Harry había aprendido una valiosa lección que no olvidaría ni dentro de vente años: sin Draco Malfoy de su parte, las cosas podían ser realmente difíciles, no solo dentro de Slytherin, aunque era el lugar en que más se notaba, sino en todo el colegio. Draco había sabido hacer muy bien su trabajo al demostrarle que sin él, no sería ni la mitad de Slytherin que se esperaba que fuera y sus compañeros comenzaban a darse cuenta de ello. Se sentía un tanto desprotegido, para que negarlo, intentaba con todas sus fuerzas actuar como le había sido instruido desde principio del curso pero la verdad era que le costaba más trabajo del que generalmente le costaba cuando Draco estaba su lado, mostrándole silenciosamente como debía comportarse, como responder, incluso, como imponerse con una sola mirada y es que Harry se sabía completamente perdido sin su amigo. Sin Draco, Harry no podía ser un Slytherin, sin Draco no era nada, no era una serpiente, no pertenecía a ningún lado, no tenía a nadie que lo respaldase, que lo respaldase de verdad. Había intentado hacerse con más amigos, pero los mejores Slytherin ya tenían su lealtad con Malfoy y no iban a cambiarla por nada del mundo. La estadía en su casa se había vuelto insoportable y la compañía de Ron o Hermione solo empeoraba todo, en Slytherin se comenzaba rumorear que Potter moría por cambiarse de casa y aquello los tenía realmente enojados, pero sobre todo, los hacía sentir traicionados y la traición era algo que los Slytherin no soportaban. Para ellos la traición era una vergüenza y Harry los estaba avergonzando frente a todo el colegio. Ser el salvador del mundo mágico había perdido importancia para ellos y Harry se encontró de repente con que no valía nada, nuevamente. No valía el respeto, no valía si quiera un saludo en los pasillos y se estaba volviendo loco, estaba hasta el cuello con la frialdad y la indiferencia de los miembros de su casa, aquellos que no creía que le importaran hasta que aquello ocurrió. Había sentido lo que era pertenecer a alguna parte, lo que era ser notado, lo que era ser respetado, lo había probado todo y había sido tan dulce que ni si quiera había notado cuanto había necesitado algo así en su vida. El respeto de las otras cosas ya no era tan importante, no cuando en su hogar volvían a tratarlo como si fuese invisible, como si estuviera con los Dursley y ni el quidditch le había ayudado a recuperar su posición, aunque si le ganaron un par de simpatizantes más. Pensó que tenía mucho que aprender, era sumamente ingenuo comparado con sus compañeros, comparado con Draco Malfoy. Pensaba que necesitaba que alguien le instruyera de nuevo, pero no había más Slytherin que aquel que ya había sido su mentor, además, claro de Blaise Zabini que parecía haber tomado su lugar de mejor amigo con una rapidez que no era ni medio normal. ¿De qué le había valido atrapar la snitch en los primeros cinco minutos de su juego contra Gryffindor si no había podido celebrar con nadie? Por qué no era que Harry estuviera solo de verdad, era que las personas que le acompañaban como perros falderos le hacían sentir así. Algunos Slytherin de bajo rango que no hacían más que lamerle los zapatos haciéndole sentir incómodo. Extrañaba a Malfoy y sus comentario altivos, burlándose de él, extrañaba que le corrigiera, que le instruyera, que lo viera como un igual, estaba cansado de ser invisible para él. Incluso, el haber descubierto que Snape trataba de extorsionar a Quirrell para llegar a la piedra le había sabido a nada. Los había atrapado escabulléndose al bosque prohibido después del partido contra Gryffindor, cuando había estado en la cabaña de Hagrid y les había visto pasar frente a la ventana. Ahora sabía que la piedra era custodiada por más cosas además del perro, pero a Harry ya no le importaba si Voldemort era traído a la vida o si Snape se volvía un nuevo señor oscuro, pensaba que tal vez aquello era lo que necesitaba, vencer a otro loco para recuperar la gloria y la fama, al menos entre sus serpientes. Ni si quiera el haber visto por primera vez un dragón, el dragón mascota de Hagrid —que un extraño le había regalado— le había subido el ánimo y en lugar de eso había terminado por deprimirlo más, pues Ron y Hermione ya estaban haciendo planes para sacarlo de Hogwarts en los que él estaba incluido pero no lo hacía sentir como parte de un grupo. Y parecía que Malfoy realmente estaba disfrutando con su miseria, como si aquella fuera una lección que tenía que aprender y aunque tal vez era su imaginación, Harry estaba cayendo redondito en ello. A veces simplemente quería encararlo y decirle que había entendido, pero él era un Slytherin y arrastrarse de aquella manera decepcionaría mucho al que había sido su mejor amigo y no se había dado cuenta. Sabía que necesitaba una manera más digna de recuperar todo lo que había perdido, sabía que necesitaba planear y calcular pese a que la salida más rápida era simplemente pedir disculpas, cosa que no iba a hacer, necesitaba hacer algo que hiciera que Draco volviera, algo que le dejara en claro que él valía, que valía mucho, no quería volver a ser nada, no quería volver a ser el chico que dormía bajo las escaleras en un horrible cuarto oscuro y húmedo. El sombrero le dijo que estaba hecho para la grandeza y grandeza era lo que quería. Lo primero que se lo ocurrió fue simplemente ganarse el favor de aquellos que se dejaran comprar con falsas sonrisas y ranas de chocolate, Draco apreciaba un buen estatus, él se relacionaba únicamente con los mejor posicionados como Nott, Zabini, Parkinson o Greengrass. Lo segundo que pensó fue en fortalecer sus conocimientos mágicos, Draco valoraba el poder y Harry, aunque tenía el potencial, era verdad que no se había esforzado mucho en desarrollar sus habilidades mágicas. Sabía mucho más que sus compañeros de su edad pero en cuanto a la práctica era verdad que no se había animado a hacerlo fuera de la visión de algún adulto responsable, por si algo salía mal. Ahora aquello era lo que menos le importaba, estaba consciente de lo difícil que era volver a ganarse su favor y estaba frustrado, muy frustrado. Pensaba que era un completo tonto, con lo accesible que Malfoy había sido con él desde el principio, jamás lo había visto actuar con otra persona como había actuado con él, dándole una oportunidad para incluirse, para ser alguien y él lo había arruinado completamente. ¿Quién además de Malfoy hubiera visto algo más allá de su apariencia desaliñada? ¿Quién además de Malfoy hubiera visto en él algo más que lo que aquella tonta cicatriz representaba? conocimientos, ni si quiera Hermione que, aun siendo una Ravenclaw, carecía de la habilidad natural de Potter para hacer que las cosas funcionaran. Cuando finalmente los dos Slytherin se quedaron solos Potter intentó iniciar una charla. —Podría ser un hombre lobo, ya sabes el que anda tras los unicornios. —No son suficientemente rápidos —respondió Malfoy, con voz cansina y distante. — No es tan fácil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno —explicó como si fuera lo más obvio del mundo y Harry se sintió avergonzado. —Tal vez un hombre lobo —intentó de nuevo pero esta vez solo recibió como respuesta una mueca de fastidio. Siguieron caminando, siguiendo el rastro de sangre de unicornio, en medio de la oscuridad, únicamente alumbrados por una lámpara que Malfoy sostenía y un lumos que Harry había conjurado; era uno de esos encantamientos que había aprendido fuera de clases. El silencio era asfixiante, el moreno moría porque algo más fuera dicho pero Malfoy parecía reacio a ceder, el ojiverde iba por su tercer intento de plática cuando algo entre algunos arbustos los alertó. Draco desenfundó su varita, apuntando hacia el lugar de donde provenía el ruido, Harry alumbró y mantuvo la mirada fija, alerta. Cerró los ojos por un instante, intentando sentir algo, la energía proveniente de los arbustos era positiva así que se relajó y dijo. —No van a atacarnos. —¿Cómo lo sabes? —preguntó Draco sin bajar la varita. —Puedo sentirlo, lo que sea que esté ahí no... —entonces una figura se abrió paso y Harry sonrió al darse cuenta de que estaba en lo correcto, solo era un centauro. —Lo ves, mira, no van a hacernos daño. Buenas noches. —saludó cortésmente al centauro. Draco lo miró, inspeccionándolo y luego miró a la criatura. —Alumnos de Hogwarts —dijo el centauro en respuesta. —Estamos aquí con Hagrid, buscamos a un unicornio, herido ¿usted no habrá visto nada, cierto? —continuó Harry y el centauro respondió mirando al cielo. —Esta noche marte brilla mucho —aún sin mirarlos continuó. —Los inocentes son siempre las primeras víctimas —dijo. — Ha sido así durante los siglos pasados y lo es ahora. —Harry le miró con los ojos entrecerrados, comprendiendo. —Debemos salir del bosque —interrumpió Draco tomándolo de la mano y Harry asintió. — Muchas gracias —dijo el rubio al centauro quién únicamente asintió, dejándolos partir. Comenzaron a caminar, regresando por el que creían era el camino correcto. Harry comprendía lo que el centauro había tratado de decir y no le sorprendió que Malfoy lo hiciera también, tal vez no había sido directo, pero lo que aquella criatura había intentado decir era que había peligro y ellos dos no iban a quedarse a averiguar qué clase de peligro, aquello era para los Gryffindor. Aún con las manos entrelazadas subieron unas colinas, esquivaron ramas de árbol caídas e intentaron divisar el final del bosque pero era imposible, el sendero se había desvanecido también, estaban perdidos. Draco miró a su alrededor, Harry suponía que intentaba orientarse o reconocer algún tipo de peligro, él por su parte intentó con un hechizo brújula, pero el bosque estaba tan plagado de energía mágica que apuntaba para todas partes. —No podemos quedarnos, tenemos que salir de aquí —dijo Malfoy, ligeramente alertado— sabes lo que significa, sabes que lo que nos dijo el centauro no es bueno, nada bueno. —¿No estarás asustado o sí? —preguntó el moreno, ganándose una mirada furiosa de su compañero que un instante después le sonrió. Harry vio la boca de Draco abrirse para decir algo, luego sus ojos se desviaron a una sustancia plateada a los pies de un árbol, un enorme charco, espesa y brillante como la luna misma. El moreno vio algo moverse entre las sombras y automáticamente se interpuso entre el rubio y lo que fuera que estaba ahí; podía sentirlo, esta vez había algo, algo malvado, algo que no dudaría en hacerles daño. Permanecieron quietos, Malfoy con la varita en alto, por sobre el hombro de Potter, temblando ligeramente, tal vez él también podía sentir todo ese terrible poder proveniente de solo Merlín sabía donde. —El unicornio... —susurró Draco a su oído y Harry giró un poco la cabeza. Sus ojos se posaron en el cuerpo muerto del unicornio que reposaba entre las raíces de los árboles y entonces, de entre las sombras, una figura encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho. Harry y Draco permanecieron paralizados, incapaces de hacer el más mínimo movimiento, no por miedo, sino por la enorme presión que aquel poder ejercía sobre ellos. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre. Harry abrió los ojos muchísimo, aquello era terrible, nadie, absolutamente nadie debía hacerlo, pero aquella cosa lo estaba haciendo. Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido, como si la cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió, pisando una ramita de árbol que atrajo la atención de aquella cosa que de inmediato se puso de pie y como deslizándose se acercó a ellos, a una gran velocidad. —¡Protego! —exclamó Malfoy y un escudo se levantó entre ellos y la criatura encapuchada. Harry solo pudo ver la luz del encantamiento cuando el rubio ya lo había tomado de la mano, tironeando de él para largarse de allí lo más rápido posible. Era insoportable, aquel dolor no lo dejaba reaccionar, no le dejaba pensar y se sentía tan indefenso que el miedo comenzó a apoderarse de él. El protego se quebró, la poderosa magia oscura de aquel ente se coló por las gritas del escudo, haciéndolo caer a pedazos, Malfoy tropezó junto con Harry quién al mirarse realmente desprotegido solamente atinó a ponerse entre aquella cosa y su amigo, estiró una mano hacia el ente y presa del pánico dejó que su magia fluyera y explotara, alejando a tan terrible creatura. Escuchó la respiración agitada de su compañero, él aún tenía una mano al aire y la otra en la cicatriz, así que relajándose un poco se dejó caer sobre las hojas secas en el suelo. —Eso fue... ¿lo habías hecho antes? —preguntó el rubio y Harry negó, sintiéndose repentinamente cansado. —Nos has salvado, Potter —entonces Malfoy se arrastró hasta él y le abrazó con fuerza— ¡Nos has salvado! —El sonido de galopes interrumpió justo cuando Harry se disponía a corresponder la muestra de afecto. Ahí a su alrededor, una horda de centauros se había congregado, mirándole profundamente, con un respeto que le hizo engrandecerse. —Harry Potter —dijo uno de los centauros y de inmediato todos inclinaron la cabeza, mostrándole sus respetos— has demostrado tu poder y nosotros los centauros nos sentiremos orgullosos de seguirte hasta la victoria —miró en la dirección en que el ser oscuro había desaparecido. — Prepárate, cosas terribles se acercan y ahora —miró hacia el cielo— será mejor que se marchen, no es seguro permanecer aquí. —Draco mostró una reverencia y Harry le imitó. Ambos chicos caminaron en silencio con la frente en alto y escoltados por algunos de los centauros que los guiaron hasta la salida del bosque. Cuando Harry divisó la cabaña del guardabosque pudo respirar con tranquilidad, los centauros los dejaron junto a ella, a salvo y con un asentimiento de cabeza se marcharon. Harry miró a Draco quién, con sus profundos ojos grises inspeccionaba a aquellas creaturas, como calculando algo. —Sabes para qué es la sangre de unicornio ¿cierto? —le preguntó luego de un largo silencio. —La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, a un precio terrible. —Si alguien mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios. —completó Draco entrecerrando los ojos. — ¿Sabes lo que eso significa? —Que no va a conformarse solo con la sangre... esa cosa va tras... —La piedra filosofal, él... —entonces se giró y lo miró penetrantemente. Harry comprendió. —Voldemort, él sigue con vida —el rubio asintió seriamente. —Snape... él busca la piedra para su amo. —¿Y vas a dejar que eso ocurra? —preguntó el rubio. —Es el asesino de tus padres, Potter —Harry endureció la mirada y Draco sonrió. —Prepárate para lo peor... —una luz brillante venía del bosque, Hagrid, en compañía de Hermione y Neville volvían — Pero tranquilo, no voy a dejarte solo. Esta vez, Harry Potter, vamos a hacer esto al estilo Slytherin y tú... nosotros, venceremos. —No entiendo cómo puedes confiar en él —le respondió rodando los ojos. Subieron las escaleras de las mazmorras y caminaron rápidamente entre pasillos hasta que al pie de la primera escalera divisaron a la Señora Norris. Harry miró alrededor, pero Filch no parecía estar cerca. —Si no me gustaran tanto los gatos la patearía —murmuró Draco en el oído de Harry, quién negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio. No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que iba al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra para que la gente tropezara. —¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían hacia él. Entornó sus malignos ojos negros. —Sé que están aquí, aunque no pueda verlos. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantes detestables? —Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo. —Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible —Entonces Draco dijo: —Peeves —su voz en un ronco susurro—, el Barón Sanguinario tiene sus propias razones para ser invisible. —Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó a unos centímetros de la escalera. —Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso.— Fue por mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor. —Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Draco—. Manténte lejos de este lugar esta noche. —Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré —y desapareció. —Eso ha sido genial —dijo Harry conteniendo una risita— ¿cómo has sabido que...? —¿Por qué crees que nunca se mete con los Slytherin? Le teme al Barón más que a nada, si nos hiciera algo nuestro fantasma le castigaría —Harry sonrió divertido y continuaron con su camino. Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer piso. Antes de acercarse a la puerta Harry, se guardó la capa y la ocultó, nadie más que él y Draco sabían de la capa y no iba a compartirlo con nadie más. Al llegar a la puerta se percataron de que ya estaba entreabierta y Ron y Hermione esperaban muy cerca, con rostros alerta y temblando ligeramente. Draco rodó los ojos y Harry se acercó para saludarlos en voz muy bajita. —Snape ha llegado antes, la puerta ya estaba así cuando llegamos —informó la chica. —Si es que es Severus —defendió el rubio, a una distancia prudente del grupo. —No perdamos más el tiempo —dijo Harry y empujó la puerta. Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del perro olfateaban en dirección a ellos. Draco rápidamente divisó un arpa a los pies del perro y con un encantamiento la hizo funcionar de nuevo. Poco a poco, los gruñidos se fueron apagando, se balanceó, cayó de rodillas y luego se derrumbó en el suelo, profundamente dormido. —Demasiado fácil —dijo el Slytherin— La escuela debe estar en decadencia si esto es lo que protege la piedra más codiciada del mundo —Ron bufó claramente fastidiado por su fanfarronería. —Rápido Weasley, abre la trampilla. De mala gana el pelirrojo se acercó hasta el perro, sintiendo su aliento golpeándole el rostro, quitó una de las pesadas patas del animal de la trampilla y jaló del aro metálico que funcionaba como manija. —¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad. —Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse caer —el Gryffindor sonrió — primero las damas. Hermione rodó los ojos pero aun así se arrojó a la oscuridad, pensando en que los Gryffindor no siempre eran tan valientes. El siguiente fue Ron, con algo de temor. Luego Harry, cuando Draco hizo un exagerado ademán inclinándose y cediéndole el paso, para finalmente arrojarse también. Después de superar el frio aire de la caída, se percataron de que habían aterrizado sobre una especia de planta, Harry no veía nada, todo estaba sumamente oscuro. Pero no necesitaban ver para darse cuenta que la planta no estaba precisamente para amortiguar la caída; se les enredaba en las extremidades, atándolos por completo. Ron luchaba contra la planta, haciendo que ésta lo atrapara a una velocidad mayor. Harry, quien intentaba acostumbrarse a la oscuridad finalmente lo hizo; la herbología no era precisamente su mejor materia pero conocía aquella planta. —¡Deja de moverte! —ordenó Hermione.— ¡Es Lazo del Diablo! —Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda — gruñó Ron, tratando de evitar que la planta trepara por su cuello. —Salazar bendito, que ignorante —se quejó Draco pero ya no pudo replicar más pues Hermione ya había usado su varita para matar a la planta cuya debilidad era el fuego. —Es bueno contar con alguien con neuronas —Agregó el rubio. —Él trata de decir gracias —aclaró Harry a la chica quién se ruborizó. —Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que era el único camino. Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del agua en las paredes. El pasadizo bajaba oblicuamente. Después de un momento un leve tintineo y un crujido se escucharon y parecían proceder de delante. Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una habitación brillantemente iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de pajaritos brillantes que volaban por toda la habitación. En el lado opuesto, había una pesada puerta de madera. —La puerta debe estar cerrada —observó Harry. —Y la llave debe estar por aquí —agregó Hermione. —Ahí —dijo Draco— el ave llave que tiene el ala rota, la de plata que luce más antigua que las otras —sus ojos grises se dirigieron al otro extremo de la habitación donde unas cuantas escobas descansaban. Sonrió. —Bueno Potter, todo tuyo. —¿Por que no usamos un encantamiento de invocación? —preguntó el ojiverde caminando hacia las escobas. —Porque así no sería divertido —Respondió Malfoy. Harry alzó una ceja.— Por que dudo que funcione —se corrigió sonriendo, ganándose una mirada extrañada de Hermione y Ron. Potter montó la escoba y con la habilidad de "el buscador más joven de la historia" se dirigió hacia la llave, esquivando al resto. Le costó un par de volteretas, dos caídas en picada y una curva perfecta bajo la cúpula del techo, pero finalmente la atrapó y aterrizó para llevarla hasta la puerta donde sus amigos ya esperaban. La llave se removía sobre su mano así que rápidamente la introdujo en la cerradura y dio vuelta. Para su alivio era la llave correcta, Draco no se había equivocado, aunque rara vez lo hacía, si era justo. La puerta se abrió. La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada. Pero cuando estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar un espectáculo asombroso. Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las piezas negras, que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía piedra. Frente a ellos, al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Ron y Hermione se estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros. —Parece que mi momento ha llegado —dijo Ron, bastante seguro de sí mismo. —No te ofendas Weasley pero dudo que seas mejor jugador que yo —intervino Draco. — Somos las piezas negras. Harry —le sonrió— serás el rey, Weasley, el caballo, Granger... Tal vez el alfil. —Hermione y Harry se miraron preocupados de que Ron fuese a reaccionar mal, pero de igual forma obedecieron, entonces Draco se colocó al lado de Harry, ocupando el lugar de la reina. El juego comenzó con Draco Malfoy comandando sus piezas como si fuera un general, firme y sin titubeos, Harry lo miraba de reojo, asombrado por su capacidad de liderazgo y su habilidad estratégica. Era verdad que Potter había intentado aprender a jugar, pero no era ni por poco tan bueno cono Ron o Draco y en ese momento agradecía tener a los mejores ayudando con aquella prueba. A mitad de la partida Malfoy se había quedado en silencio, pensando su siguiente movimiento cuando Ron intervino, seguro de lo que hacía y había sido tan buena elección que el rubio ni replicó. Después de eso, ambos se complementaron bastante bien para llevar el juego sin tener que arriesgarse ellos mismos, sacrificando peones u otras piezas. Sin —Si el-que-no-debe-ser-nombrado está allí, no dejes que te mate, hemos estudiado mucho y tienes un gran potencial Harry —sonrió— ya lo has vencido una vez, hazlo de nuevo — señaló la corona sobre su cabeza— tú eres el nuevo rey. El moreno asintió y ambos tomaron su respectiva botella con poción, la bebieron y se separaron. Venganza personal. Harry vio la cabellera rubia de Draco desaparecer tras las llamas a sus espaldas sin problemas. Se sentía extraño al quedarse repentinamente solo, pero tal vez era así como siempre debía ser, él solo contra Voldemort, solo ellos dos, cara a cara, como los dos lados de una misma moneda. Tomó aire y atravesó el fuego oscuro sin una pizca de duda, confiaba en que había tomado la poción correcta. Se acercó a la puerta de madera, tomó la argolla metálica que fungía como manija y haló de ella. Potter había esperado encontrar una sala oscura únicamente alumbrada por velas, había esperado ver a Voldemort al centro de ésta, mirándole y sonriéndole, retándole. Así que, cuando se encontró con una sala bien iluminada por varias antorchas, llena de columnas y arcos, con el profesor Quirrell de defensa contra las artes oscuras —y no con Snape— al centro de ésta, mirándose en el espejo que Dumbledore insistió no buscara más, simplemente no pudo evitar fruncir el ceño. Tal vez si lo pensaba un poco las cosas eran más lógicas de lo que parecían, ¿quién sospecharía de aquel perdedor y tartamudo profesor en comparación con Snape que a simple vista no solo era inteligente, sino también un tanto tenebroso? Nadie, ni si quiera él y se sentía sumamente imbécil por no haberlo previsto. Había sido inteligente, mucho, actuar como el corderillo para que cualquiera asumiese que otro era el lobo. Astuto, no había otra palabra para describirlo y Harry supo que aún tenía muchas, pero muchas cosas que aprender, no podía permitirse errores como aquellos, no si quería ganar, no si quería convertirse en un Slytherin ejemplar, no si no quería terminar muerto a manos de sus enemigos, enemigos poderosos e inteligentes como había resultado ser Quirrell o mejor dicho Voldemort. A simple vista no había rastro del señor oscuro por ninguna parte, pero Harry podía sentirlo, en la piel, con su magia, con su cicatriz, él estaba ahí, probablemente dentro del cuerpo del profesor, aunque a simple vista no pareciera estar poseído. Y era agobiante, pues la energía mágica de Voldemort, aunque débil, le calaba hasta los huesos, haciéndole estremecer, erizándole los bellos de la nuca. Sabía que aquel no era todo su poder, porque no había manera de que alguien con aquel nivel de magia tan inferior fuese el mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos, el asesino de sus padres, pero aun así podía sentir como aquel poder mágico se igualaba al suyo y le superaba por muy poco, si iban a enfrentarse él tendría que ser más inteligente, tenía que ser más hábil, el milagro que lo había mantenido con vida la primera vez no volvería a repetirse, no podía depender del azar, debía ser un Slytherin. Aferró su varita con fuerza, Quirrell no se había percatado de su presencia, demasiado ensimismado con el reflejo que el espejo le mostraba; el deseo más desesperado de su corazón. Miró a su alrededor, no parecía que hubiera más salida que la que tenía a sus espaldas así que lanzó un encantamiento a la puerta para mantenerla abierta en caso de necesitar volver a la sala anterior y protegerse. Pero aquel pequeño encantamiento hizo que su adversario le notara, su magia había fluido por el cuarto y se maldijo internamiente por no poderla hacer pasar por desapercibida. El profesor se dio la vuelta y levantó su varita contra él, lanzándole un encantamiento que debió haberlo atado con unas sogas mágicas y que Harry logró bloquear con un escudo mágico. Ambos se miraron, desafiantes hasta que Quirrell dijo: —Bienvenido, Potter —ya no tartamudeaba, todo había sido una actuación. —No te veo muy sorprendido de encontrarme aquí —Lanzó otro encantamiento par inmovilizarlo, encantamiento que el chico esquivó. —Soy un Slytherin —dijo fingiendo que aquello no le había sorprendido. Una de las primeras lecciones de Draco habían sido fingir saberlo todo para obtener información de verdad y él había aprendido a valorar aquella lección; la gente soltaba la lengua cuando creía que no había necesidad de ocultarte nada, porque tú ya lo sabías. El pelinegro lanzó un encantamiento de fuego contra el profesor que rápidamente se cubrió con un escudo que brilló en prismático, era poderoso, pero no irrompible, por lo que Harry intentó con un par de maldiciones más. Fuego y rayos se estrellaban contra la protección y el moreno la sintió tambalearse justo un segundo antes de que su enemigo contrarrestara el ataque. Se cubrió tras un pilar de piedra y luego tras otro, uno a uno caía hechos pedazos por los maleficios que se estrellaban contra ellos, al menos hasta que el muchacho reforzó el quinto pilar con un encantamiento. Sintió la magia chocar contra el objeto, una y otra vez, pero él no quería enfrentarse a Quirrell, él quería enfrentarse a Voldemort, tenían asuntos pendientes. Salió de detrás de su pilar, rodeado la sala circular y posándose justo detrás del espejo, dejó que el siguiente maleficio se estrellara contra él, entonces salió de detrás y lanzó un encantamiento de desarme. Pero éste no dio en la varita del hombre, si no en su turbante, haciéndolo volar por los aires y dejando al descubierto algo que le horrorizó y le asombró a partes iguales; Voldemort estaba ahí, detrás de la cabeza del hombre, quién por el impacto se había girado un poco, dejándolo cara a cara con el asesino de Lily y James Potter, sonriente, macabro y poderoso. Harry retrocedió un poco, incapaz de pensar en nada, era repugnante, como un parásito, un parásito en la nuca del hombre que orgulloso lo mostraba. —Harry Potter —dijo Voldemort con su escaza apariencia humana y Harry se estremeció, pero intentó recomponerse rápidamente —, mi viejo enemigo, la causa de mi caída —sonrió débilmente— no pareces tan valiente como hace unos minutos. Una gran batalla debo decir, mira que no cualquier muchacho podría haberse enfrentado a un adulto, aun siendo el inútil de Quirrell. Dime Potter, ¿sabes acaso cómo funciona el espejo? Sé que la piedra se encuentra dentro y quisiera obtenerla. —Sé como funciona —admitió, sabía que aquello lo mantendría con vida—, pero dime, ¿Qué he de obtener yo si te ayudo? —Voldemort soltó una carcajada ronca. —El sombrero ha hecho bien en colocarte en Slytherin —contestó mirando su uniforme. — Poder, Potter, un poder tan grande que ni si quiera podrías alcanzar a comprender por completo. A menos, por supuesto, que seas suficientemente fuerte como para buscarlo. Lo miró por un instante, pensando. Él no necesitaba poder, él necesitaba venganza y aquello era su motor en aquel momento. ¿Unirse al hombre que le había arrebatado a su familia? Nunca en la vida. Pero necesitaba mantenerse en un estado neutro mientras algo más se le ocurría, debía planear y lo más lógico en aquel momento parecía hacer tiempo y fingir que sí, que era un muchachito ambicioso, ansioso de obtener poder lo más pronto posible. Bien, aquello no era mentira del todo, Harry quería reconocimiento, pero lo quería por su propia mano, no por ser uno de los esclavos de aquel tipo. Solo necesitaba mirar a Quirrell para veces, llena de complicidad. Se paró entonces frente a él y acaricio su rostro, Harry cerró los ojos y luego los abrió nuevamente, Draco lloraba pero sonreía de igual manera, estiró sus pálidas manos sobre su cabeza y le retiró algo de la cabeza, una corona de oro negro y esmeraldas. Cuando abrió los ojos Harry no recordaba lo que había soñado pero tenía una sensación bastante extraña en el estómago, no desagradable, más bien agridulce. Aquella sensación quedó en el olvido cuando sus ojos se encontraron con los de Draco quién muy atento le miraba, con una sonrisa en los labios y un libro de pociones en el regazo. El rubio se puso entonces de pie y le abrazó fuertemente. Harry correspondió el acto y sonrió ampliamente. Draco olía a jabón y su cabello estaba ligeramente húmedo. —Al fin —le dijo separándose de él. —Tres días, Potter, llevamos tres días esperando a que despiertes. —¿Tres? —preguntó asombrado mientras tomaba de la mesita a su lado sus gafas. Cuando pudo enfocar mejor se encontró con que frente a él, una mesa entera era cubierta por regalos —¿Y esto? —Regalos de tus admiradores y de tus amigos, por supuesto —sonrió, — él más grande es mío, como es obvio. Eres el tema central en todo el colegio, no dejan de hablar de lo heroico y poderoso que eres, todos están sumamente impresionados, claro que yo me he asegurado de decirles a todos que no deberían estar tan asombrados, después de todo eres Harry Potter. ¿No es genial? Incluso los chicos de nuestra casa que aún estaba reacios a tratarte como parte de nuestro grupo han tenido que morderse la lengua, eres el orgullo de Slytherin, Potter y también el alumno más respetado de todo el colegio. —¿Pero cómo...? —se interrumpió a media pregunta y sonrió. —Tú, pequeña serpiente. —Última lección del año, la publicidad positiva siempre es importante y yo, soy bastante bueno en hacer que los rumores corran. Granger no está muy contenta y Weasley está bastante enojado pero solo porque no le he mencionado —soltó una carcajada. —¿Y qué hay de ti? ¿Disfrutando de la atención? —Ellos no saben que estuve allí —dijo tomando una rana de chocolate de Harry y desenvolviéndola.— Creo que prefiero mantenerme en el anonimato. —Pero... —No me interesa colgarme de tu gloria Harry, yo anhelo cosas diferentes —le sonrió una vez más, pero cuando el moreno estuvo a punto de preguntar que era aquello el rubio se puso de pie, Dumbledore había entrado a la sala.— Creo que los dejaré solos —y robando una cajita con dulces salió de la enfermería. Dumbledore tomó el asiento que el otro Slytherin había dejado y le sonrió paternalmente. —Harry ¿cómo te encuentras? —Bastante bien —respondió correspondiendo la sonrisa por cortesía. —Creo que te alegrará saber que Slytherin se ha llevado la copa de las casas —la sonrisa del moreno se ensanchó— y que la piedra ha sido destruida. —Creo que ha sido lo mejor, Voldemort va a volver tarde o temprano y mientras menos armas tenga, mejor —el director asintió y sonrió satisfecho con su respuesta. Luego de un corto silencio dijo. —Me gustaría hablar contigo —le miró y Harry se puso serio, atento— , es sobre... tu poder mágico, no he podido evitar percatarme que después de tu encuentro con Voldemort ha crecido y bastante, lo noto, así como tu notas el mío ¿te has percatado de ello? —Harry negó con la cabeza.— Escucha bien, Harry, eres un muchacho especial, no solo por la cicatriz de tu frente y parece que todo el mundo se ha percatado de ello... me gustaría pedirte que estudies, mucho, un poder tan grande como el tuyo fuera de control podría causar estragos y ninguno de los dos quiere eso. —¿Usted nota mi poder? —Desde el primer día, muchacho, pero me temo que ahora es como si le hubieran quitado el candado que lo mantenía al margen, se está desbordando —lucía genuinamente preocupado. —Haré lo que pueda para aprender a controlarlo —dijo. —Te enviaré un par de libros antes de que te marches, estoy seguro que te serán de ayuda — entonces dejó su expresión preocupada y le sonrió. —Ahora estoy seguro de que Madame Pumfrey querrá revisarte. Si todo está en orden podrás volver a tu sala común, después de todo son los últimos días de clase y después de eso, el verano. —Harry frunció la boca recordando que debía volver al agujero de donde proveía. Dumbledore se despidió no sin que Harry le ofreciera antes una caja con grageas de todos los sabores. Potter no sabía que pensar sobre el hombre, para él era obvio que Dumbledore había sabido todo ese tiempo que las cosas terminarían de aquella manera y sentirse utilizado no le agradó en lo más mínimo. Incluso sospechaba que el viejo había sido quién le había enviado la capa y que había dejado el espejo en aquella sala en desuso para que lo encontrara y supiera como funcionara. Las personas misteriosas no le gustaban, le parecía que estaban fuera de sus planes, de su alcance y aquello era incómodo. Sin embargo había callado sus dudas para no meterse en problemas, no podía darse el lujo de perder el favor del director, Voldemort regresaría en cualquier momento y entre más aliados tuviera mejor, sobre todo si eran tan poderosos como Albus. El tema de su poder también lo tenía inquieto, pero de manera positiva, era una buena noticia que su magia hubiese crecido, aquello aumentaba las posibilidades de, en un futuro, volver a enfrentarse a Voldemort y salir victorioso de aquello. Se sentía confiado, aquel año no solo había hecho buenas alianzas, como tenía planeado, sino que además había adquirido muchos conocimientos que aprovecharía ahora que sabía que era más poderoso. Debía irse con cuidado, lo sabía, debía aprovechar cada oportunidad que se le presentara para ir siempre un paso adelante. Sabía que tenía mucho por aprender, pero no iba a darse por vencido, no ahora que había demostrado de que era capaz, no ahora que había demostrado lo que valía. Aquella misma tarde volvió a Slytherin donde lo recibieron entre apretones de mano y respeto expresado de manera verbal. Pasó sus últimos días con Draco y sus compañeros serpientes sirviéndole como si fuera el nuevo príncipe de Slytherin. Pasaba algunas tardes con Hermione y Ron y otras tantas en el campo de quidditch. Cuando fue el momento de volver ya tenía dos invitaciones, una de Ron para pasar el verano en la madriguera y otra de Draco para pasarla en Malfoy Manor. Aceptó ambas sin problemas y volvió a número cuatro de Privet Drive sintiéndose como una persona nueva. Tal vez no podría hechizar a su primo, pero había aprendido métodos diferentes que no dudaría en utilizar, después de todo, era un Slytherin, los Dursley no la tendrían fácil para fastidiarlo, ya no más. de Potter era verdad y era tan poderoso como contaban. Pensaba que definitivamente él estaba a su altura, él y nadie más. No podía decir que aquella tarde en la tienda de túnicas cuando lo vio por primera vez había estado planeado, todo había sido una coincidencia bastante agradable. Draco no había visto la cicatriz y como el muchacho había desaparecido del mundo mágico desde la noche en que se enfrentó al-que-no-debía-ser-nombrado pues ni si quiera tenía idea de que luciera así en la actualidad. Si le había hecho plática había sido por qué sintió como su magia se adaptaba a la suya, como un trozo de arcilla, porque aquel poder era tan grande que le causaba un zumbido en los oídos. La apariencia del salvador del mundo mágico dejaba mucho que desear y de haber sido únicamente un Malfoy ni si quiera lo habría volteado a ver, peor él era un Black también y él valoraba el potencial, no la apariencia. Cuando descubrió que aquel flacucho muchacho de gafas redondas era Harry Potter estuvo más seguro que nunca de que los dioses conspiraban a su favor, cosa que se reforzó cuando el salvador fue sorteado en Slytherin junto con él y además, fue asignado como su compañero de cuarto. Estaba seguro, no tenía más dudas, el universo conspiraba para que él obtuviera lo que fuese que deseara y todo de mano de Potter quién además de ser poderoso, era bastante moldeable. El héroe había crecido con muggles y no sabía muchas cosas, Draco sabía que debía enseñarle, moldearlo, hacerle saber de lo que era capaz y aprovecharse de eso. Potter era inseguro, estaba perdido y no veía su potencial, pero Draco lo hacía y se había encargado de que todos lo notaran. Los besos los usaba porque había visto a su madre hacerlo cuando quería algo en específico y su padre se negaba a dárselo —al final siempre cedía—, los ánimos sutiles porque su madre los usaba con él y siempre funcionaban, el apoyo moral porque su intuición se lo dictaba y el hacerle creer que sin él no era nada porque era el arma favorita de Narcissa. Tenía todo bajo control, Harry coopera con él sin dudarlo, aprendía rápido y aquello le motivaba a seguir. Pero entonces algo comenzó a fallar, algo que el joven heredero de los Malfoy no había tomado en cuenta y es que se había encariñado con Potter. Intentó desesperadamente mantener el control, pero entre más obediente era Harry más difícil se le hacía. Ya no quería llevarlo a la grandeza por interés, sino porque sabía que se lo merecía. Y es que Harry era tan poderoso que dolía verlo desperdiciado entre sus inseguridades. Él quería verlo brillar, porque tenía el potencial. Y se preguntó si su madre aprobaría aquello, ayudar a alguien desinteresadamente a crecer, se preguntó si en algún momento ella se habría sentido así con Lucius. Era una sensación incómoda, pero no incorrecta. Al final le había dado gloria al héroe a cambio de su confianza y su amistad. Pensaba que tal vez después podría obtener algo más pero que por el momento con aquello tenía suficiente. No estaba siendo un Malfoy o un Black, estaba siendo Draco y era extraño, tal vez después de todo aún tenía un millón de cosas por aprender, pero mientras aquel momento llegaba disfrutaría de la compañía de su nuevo mejor amigo, del poderoso y legendario Harry Potter que tan solo en unos días llegaría a Malfoy Manor para pasar las vacaciones. Segundo año: Cumpleaños feliz. Si a Harry le hubieran dicho muchos años atrás que solo necesitaba de una mirada fría y una actitud segura de sí mismo para evitar que sus tíos dejaran de insultarle y su primo dejara de golpearle, seguramente se habría ahorrado muchas noches llorando contra la almohada a causa de la impotencia. Porque aquello había sido justamente lo único que había necesitado, mostrarles su nueva cara, su nuevo rostro Slytherin para dejarles bien en claro que si creían que volverían a abusar de él estaban sumamente equivocados. Era verdad que el abuso se había reducido en niveles increíbles, que ya no pasaban cada segundo que tenían en insultar a sus padres muertos o dejándolo sin comer por días, pero aquello no significaba que se hubiesen vuelto agradables ni algo por el estilo, parecía que ahora optaban por fingirlo completamente invisible y Harry lo disfrutaba muchísimo. La primera semana de vacaciones le habían dejado una habitación, una de verdad, para él y solo para él. No era la mejor de la casa, de hecho era pequeña, anteriormente servía como el almacén de todas las cosas de Dudley que echaba a perder por poseer la delicadeza de un troll. Había bastado con que Harry mencionara lo muy enojados que estarían sus poderosísimos amigos magos de encontrarlo durmiendo bajo la alacena y que agregara casualmente el incidente en el faro donde Hagrid le había puesto una cola de cerdo a su primo. Prácticamente habían sacado sus cosas y las habían ido a aventar a aquella habitación extra que por supuesto él había tenido que acondicionar, tirando cosas por aquí y por allá, guardando aquellas que servían de algo como el viejo armario que en nada se comparaba con el hermoso armario que tenía en su habitación de Hogwarts, o el escritorio al que le había tenido que poner mucha cinta para que no se destartalara por completo. Una vez que logró tener una habitación decente, lo siguiente había sido sacarse de encima la responsabilidad de preparar el desayuno y la cena como si fuera alguna especie de elfo doméstico. Aquello había sido mucho más fácil, simplemente se había encargado de pasearse por la sala con un libro de pociones venenosas que Draco le había enviado a petición suya, recitar los ingredientes en voz alta —muchos de los cuales podían encontrarse en la cocina de su tía— y luego dejar bien en claro que los había memorizado todos. Su tía había estado tan asustada que había cerrado con llave todos los anaqueles de la cocina y le había prohibido terminantemente acercarse a la comida, temerosa de terminar envenenada, o algo peor, que su pequeño retoño, bueno para nada, pagara las consecuencias. Los Dursley no sabían —y Harry tampoco se los diría— que tenía prohibido hacer magia fuera del colegio, por ello, cada que Duddley comenzaba a tomar valor para molestarlo; empujándolo por las escaleras o comiéndose su desayuno, Harry simplemente se limitaba a susurrar palabras inventadas y su primo salía despavorido de allí, tal vez Vernon le regañaría después, pero la satisfacción de verle temer a lo que era, a su magia, era suficiente para que Harry aceptara pasar el resto de la tarde encerrado en su habitación leyendo sus libros de texto, realizando sus tareas y las de Draco quién tranquilamente le escribía cada tres días para recordarle como le gustaba la presentación de sus ensayos. Parecía que el único que no se dejaba intimidar por Harry era su tío, quién furioso con su nueva actitud estaba más insoportable que nunca. Tal vez era porque, en comparación con su esposa, el hombre no había presenciado de primera mano ningún acto mágico o extraordinario, pues la mayor parte del tiempo la pasaba en el trabajo fuera de casa. Tal vez era que le temía tanto que hacerse el fuerte era su única manera de sobrellevarlo. Fuese como fuese el asunto, Harry se sentía capaz de soportar sus gritos incivilizados el tiempo que fuese necesario, su motivación residía en el ideal de que algún día, cuando fuese mayor de edad, o quizá antes, sería capaz de irse de ahí, no sin antes dejarles un pequeño recuerdo de los años de trato insoportable. Harry añoraba tanto Hogwarts que estar lejos de allí era como tener un dolor de estómago permanente. Añoraba el castillo, con sus pasadizos secretos y sus fantasmas; las clases (aunque quizá no a Snape); las lechuzas que llevaban el correo; los banquetes en el Gran Comedor; dormir en su cama con dosel en el dormitorio de las mazmorras; visitar a Hagrid, añoraba el quidditch, pero sobre todo echaba de menos a sus amigos; a Ron con sus ocurrencias y sus chistes dichos con la boca llena de pan, a Hermione con su cara sabelotodo y su nariz en alto, ofendida por el chiste de Ron, a Draco con su sonrisa ladeada y sus brillantes ojos grises, mirándolo con complicidad por alguna broma. Su vida entera estaba en el mundo mágico, allá él era alguien, allá no necesitaba fingir que envenenaría los alimentos para ser tratado con respeto, allá era un héroe, un príncipe. Se levantó la mañana de su cumpleaños por los golpes de su tío en la puerta quién le apuraba para el desayuno. Harry, por supuesto, como en años anteriores no esperaba nada especial por aquella fecha que era especialmente ignorada por su familia, para él no habían cenas especiales, o vente millones de regalos esperando en la sala desde la primera hora del día, no tenía un trato especial o un viaje divertido a la playa. Harry sospechaba que ese día lo único que obtendría sería una escoba y no la de carreras que su tío había guardado bajo llave junto con su varita, si no aquella que servía para barrer el piso, pues la limpieza era alguna de las cosas de las que no se había podido librar ¡Ya podía imaginarse el horror de los Slytherin si vieran al gran Harry Potter limpiando la tierra que su gordinflón primo metía a propósito! La mitad del desayuno pasó en un tranquilo semi silencio, únicamente interrumpido por la forma tan poco elegante que tenía su primo para masticar el tocino. Harry picoteó su comida tratando de formular una excusa conveniente al hecho de que ninguno de sus amigos le había mandado ni una felicitación de cumpleaños, o si faltaría mucho para que llegaran algunas, aún era temprano y siendo vacaciones era probable que todos sus amigos estuvieran durmiendo aún. En aquel pensamiento estaba cuando Vernon, con el bigote lleno de pan dijo: —Bueno, como todos sabemos, hoy es un día muy importante. —Harry levantó la mirada, incrédulo. —Puede que hoy sea el día en que cierre el trato más importante de toda mi vida profesional. —El muchacho volvió a su desayuno viéndolo venir. Vernon se refería a una estúpida cena. No había hablado de otra cosa en los últimos quince días. Un rico inversionista, su esposa y su hijo irían a cenar, y tío Vernon esperaba obtener un contrato descomunal. —Creo que deberíamos repasarlo todo otra vez. Tendremos que estar en nuestros puestos a las ocho en punto. Petunia, ¿tú estarás...? —¿Hola? —preguntó el pelinegro y el nervioso elfo le miró con sus enormes ojos verdes. Solo vestía una sucia funda de almohada y estaba descalzo. —¡Harry Potter, señor! —exclamó la criatura con su voz chillona—. Hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señor... Es un gran honor... —Harry sonrió. ¡Por fin alguien que le recordaba! —¿Cuál es tu nombre? —preguntó cerrando la puerta tras de sí, todavía envuelto en una toalla. Afuera se escuchó el sonido del timbre. —Eres un elfo doméstico ¿cierto? —Sí, señor, sí, mi nombre es Dobby. —Bueno, no quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico. Estoy encantado de conocerlo —se apresuró a añadir—. Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en especial? —Sí, señor —contestó Dobby con franqueza—. Dobby ha venido a decirle, señor, dos cosas, señor, la primera de ellas es que el joven Malfoy y el ama Narcissa han enviado esto para usted —señaló la caja de regalo sobre la cama—. Ellos dicen, señor, que debe ponérselo de inmediato... la segunda cosa... Dobby se pregunta por dónde empezar... —Siéntese —dijo Harry educadamente, señalando la cama. Ya antes había descubierto las ventajas de tener de su lado a algunas creaturas mágicas, como los centauros. —¡Sen-sentarme! —gimió—. Nunca, nunca en mi vida... —A Harry le pareció oír que en el piso de abajo hablaban entrecortadamente. —Lo siento —murmuró—, no quise ofenderle. —¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con voz disgustada—. A Dobby ningún mago le había pedido nunca que se sentara..., como si fuera un igual. —¿Los Malfoy no lo hacen? —¡Por supuesto que no! ¡El amo jamás...! —entonces calló de golpe. Harry le miró atentamente. —Harry Potter no debe aceptar nada que venga del amo —soltó de repente y entonces desapareció con un chasquido. Harry se quedó de pie, mirando el espacio vacío que el elfo había dejado, había ido a advertirle sobre su amo, sobre Lucius Malfoy, el padre de su mejor amigo. Miró la caja, Dobby había dicho que aquello venía de parte de Draco y de su madre. ¿Sería seguro abrirlo? ¿Sería una broma de Draco? Después de todo los elfos estaban obligados a cumplir con cada orden que se les daba, incluso mentir. Suspiró y se sentó en la cama, mirando el regalo envuelto a la perfección. El único que había recibido en todo el día. Colocó la palma de su mano sobre la caja y cerró los ojos, intentando sentir algo que le alertara de algún peligro, tal cual los libros que Dumbledore le había dado le habían enseñado. Al no encontrar nada decidió abrirlo. Dentro había un conjunto de seda negra, una túnica, unos pantalones, una camiseta un chaleco e incluso un par de zapatos. Sobre todo aquello había una nota en la que reconoció la letra de Draco. "Ponte esto y baja, tengo el mejor regalo del mundo." Harry miró el conjunto de manera sospechosa. ¿Bajar? ¿Bajar las escaleras cuando su tío había expresado de manera rotunda que debía quedarse arriba y guardar silencio? Se encogió de hombros y comenzó a vestirse. Aquello podía ser divertido. Mientras se arreglaba comenzó a imaginar un montón de cosas que podían suceder; se imagino a Draco apareciendo por la chimenea del salón para llevárselo a Malfoy Manor — por fin— no sin antes haberle causado a su familia un paro cardiaco. Se lo imaginó llegando junto a sus padres por medio de la aparición o haciendo una gran entrada, aterrizando un carruaje con pegasos negros en el jardín. Todo le parecía divertidísimo y la cara de sus tíos y de su primo seguramente no tendrían precio. Se miró en el roto espejo detrás de la puerta y salió de su habitación. Los zapatos relucientes hacían el mínimo de ruido sobre la madera por lo que Harry no se molestó en ser sigiloso. Su túnica arrastraba ligeramente sobre el suelo, era sumamente suave y ligera. Bajó los escalones uno a uno, preguntándose si debía esperar a algo en específico, Draco no mencionó nada sobre una señal. Se quedó de pie sobre el último escalón, pensando y fue entonces que lo escuchó, la voz de su amigo proviniendo del salón, charlando, tranquilamente. Caminó como metido en un trance hasta que se encontró en la entrada del salón donde la imagen más extraña del universo se pintaba frente a él; los Dursley y los Malfoy, tomando el té. Las personas que más detestaban a los muggles y los enemigos número uno de los magos. Harry parpadeó un par de veces, incluso los Malfoy vestían como muggles pero... ¿Dónde estaba Lucius? El primero en percatarse de su presencia fue su tío que furioso se aproximó hasta él, el segundo fue Draco quién le guiñó un ojo de manera cómplice. Vernon había estado a punto de gritarle algo cuando Narcissa Malfoy se adelantó. —Harry Potter —dijo la mujer con voz angelical. Tío Vernon se quedó congelado en su lugar. Narcissa Malfoy, con su increíble cabellera rubio platino y sus hermosos ojos azules se acercó hasta él, empujando a su tío de manera sutil, le sonrió y dijo:— Me alegra que hayas podido bajar, comenzaba a aburrirme con los muggles. —¿Usted es el inversionista de mi tío? —preguntó atónito. —Eso aún está por decidirse —le respondió tomándolo de los hombros y guiándolo hasta uno de los sillones. Tía Petunia y Dudley les miraban con la boca abierta. —Quisiera saber... ¿Qué significa esto? —preguntó Vernon saliendo de su estupefacción, prácticamente balbuceaba. Entonces se puso rojo de la ira y dirigiéndose a Harry exclamó — ¡Tú! ¡Les has hecho algo! ¡Sabía que no podía confiar en que dejaras las cosas tranquilas! ¡Tenías que venir y arruinarlo todo! ¿¡Es por que ignoramos tu estúpido cumpleaños!? —Vernon... —intentó tranquilizarlo su esposa. Narcissa, impasible le miraba con sus ojos de hielo. —¡Es suficiente! ¡Lo que sea que estás haciendo, termínalo ya! —Ugh, Harry, no habías exagerado, ellos de verdad son horribles —dijo Draco de pronto, ganándose la mirada de todos—. Mi nada estimado señor, me temo que no podemos hacer un trato en estas condiciones, mucho menos cuando ha osado hablarle así a mi mejor amigo —se puso de pie, apurando su último sorbo de té. —Madre ¿podemos retirarnos ahora? —Tú —lo señaló su tío, con la boca abierta —y ellos... —señaló a los Malfoy. —Si hubieras preguntado tal vez te habría contado sobre ellos, sin magos sí, pero también son una de las familias más ricas de Inglaterra —respondió restándole importancia. Los Dursley mantenía la quijada en el suelo, como no creyéndose que semejantes personas, distinguidas y elegante estuvieran dentro de su círculo social. —Gracias por la cena —dijo Narcissa finalmente. —Me temo que el negocio no podrá llevarse a cabo, pero nos gustaría poder llevar a Harry a casa unos días, Draco estaba muy ansioso por verlo —Los miró educadamente—. Quiero creer que no se negarán —los Dursley negaron atónitos— Que amabilidad. Vamos Harry, Dobby se encargará de tus cosas. —La mansión va a encantarte —dijo Draco lo suficientemente fuerte como para que Dudley chillara algo como "¡¿Se lo llevan a una mansión?!" —. Podremos jugar al quidditch sin problemas, tenemos unos jardines inmensos. —Más de veinte hectáreas —intervino Narcissa—. El traje te ha quedado perfecto, espero que te haya gustado, lo he elegido yo, Draco dice que prefieres las cosas más sencillas. —Es perfecto señora Malfoy —giró por última vez para ver el cuadro de su familia de pie, mirándolo como si el mundo se hubiera vuelto loco. —Gracias. —Por favor llámame Narcissa. Al llegar a la puerta se aparecieron directo en Malfoy Manor. tranquilamente y de manera civilizada. Al principio era claro que Lucius había intentado humillarlo, Harry suponía que al creerlo criado entre muggles él sería un ignorante desmerecedor de todos los lujos que su esposa y su hijo habían insistido en tener con él. Pero grande fue la sorpresa del hombre —y del mismo Harry— cuando se percató de que el chico no solo no era un ignorante, sino que además, estaba muy bien informado de todo. La idea de que Draco lo hubiera preparado sutilmente para aquel momento, día a día, entre charlas casuales, hizo que el moreno temblara internamente y se hizo la nota metal de reforzar su habilidad de sigilo y sutileza. Se alegró de que Draco fuera su amigo, no se imaginó lo perdido que estaría de no haber sido así, tener al rubio como enemigo podía ser mortal, sobre todo porque era tan silencioso que cuando te percatabas del veneno ya estaba en todo tu organismo. Cuando el delicioso festín terminó, Lucius parecía sumamente impresionado con él, o al menos lo suficiente como para dejar de mirarlo con recelo. Después del postre recibió sus regalos; Algunas túnicas de primavera y de invierno de parte de Narcissa, así como equipo de lujo de quidditch, además de su agradecimiento por haberle dado la copa a Slytherin, no solo de quidditch, sino de las casas. Un anillo de plata con forma de serpiente y ojos de esmeralda de parte de Draco quién tenía uno exactamente igual, haciéndolos algún tipo de anillos de la amistad. Y finalmente una colección de libros de todo tipo de parte de Lucius, entre los que figuraban pociones, encantamientos, historia, herbología, criaturas mágicas, defensa contra las artes oscuras y un pequeño diario de tapas negras que nada más tocar le hizo sentir extraño, despedía magia antigua, una que no conocía, pero que le hacía sentir inevitablemente atraído. Se sentía tan contento por aquel espectacular día de cumpleaños que ni si quiera recordó la advertencia de Dobby y con la insensatez de un muchacho que se deja cegar por las cosas brillantes, guardó todas sus nuevas pertenencias en su habitación. Sin embargo, el diario no estuvo demasiado tiempo en sus manos, al tercer día —con los Malfoy fuera de la mansión— Draco había vuelto a ser el niño berrinchudo de siempre y había expresado bastante disgustado las veces que había querido quedarse con el objeto, alegando que lo encontraba fascinante, supuestamente había sido fabricado por duendes. Harry, por supuesto, ya acostumbrado a sus pataletas silenciosas se limitó a dárselo como agradecimiento por los días fabulosos que habían pasado juntos y Draco, fingiendo muy bien que no lo quería, finalmente accedió. Pasaron las mañanas jugando al quidditch, las tardes practicando los encantamientos que verían el siguiente año escolar, aprovechando que nadie en el ministerio se atrevería a molestar a los Malfoy por que dos menores de edad estuvieran haciendo magia sin autorización. Harry pensó que ser influyente era genial, no como él que ni si quiera había podido ponerle orejitas de cerdo a su molesto primo. Pasaban las noches en la habitación del otro charlando hasta que estaban demasiado cansados como para seguir. Hedwig pasaba las noches por los terrenos de Malfoy Manor, cazando ratones o lagartijas, libre, tan libre como su dueño que por primera vez se sintió cómodo fuera de Hogwarts. Cuando faltaba solamente una semana para que las vacaciones terminaran Harry recibió una carta de Ron quién realmente preocupado de no causarle problemas con sus tíos le invitaba a pasar el tiempo en la madriguera. A lo que Draco dijo: —No estarás pensando meterte en esa pocilga pudiendo quedarte aquí ¿cierto? —Ron es mi amigo, y la verdad es que tengo curiosidad por saber cómo viven los magos que no gastan quinientos galeones en chocolate. —Eso era una emergencia —respondió el rubio poniéndose de pie, ambos estaban sentados en el jardín, leyendo. Entonces le sonrió. —De acuerdo, entre más aliados mejor. Le diré a mi madre que te prepare un carruaje ¿o prefieres un traslador? —Creo que prefiero el traslador. Gracias. —Lo que sea para su majestad —Respondió el rubio a modo de juego y ambos entraron a la mansión. Harry llegó a la madriguera aquella misma noche, Ron le había ido a recoger junto a sus hermanos en los límites donde se le tenía permitido aparecerse con el traslador. Los Weasley, por supuesto, le recibieron de manera completamente diferente a los Malfoy, ellos eran mucho más cálidos y blandos, le sonreían sin reparos y dejaban al descubierto sus sentimientos y emociones, eran sumamente sinceros. Cosa que para Harry era un grave error. Pensaba que de ser el enemigo no le sería difícil atacarles sin necesidad de violencia física, pero él estaba allí para divertirse, no para ser el príncipe de Slytherin. Sin embargo bajar las protecciones no estaba a discusión, solo debía dejar que los Weasley pensaran que era tan sincero como ellos y no tendría problemas. La propiedad de los Weasley parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia, y Harry sospechó que así era probablemente. Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral. Y Harry no pudo evitar pensar en la diferencia de familias, no que la panda de pelirrojos fuera inferior, pero si Harry no le tuviera afecto a Ron, seguramente tampoco les tendría respeto, no como a Lucius Malfoy que toda su apariencia gritaba "No te conviene meterte conmigo". Los Weasley eran un gigante oso de felpa ya algo viejo y polvoso, pero bonito, los Malfoy como una escultura de piedra tallada con maestría junto al que sentarte en una tarde calurosa de verano. Y es que eran tan diferentes que a Harry le fascinaba a partes iguales. Eran como las dos caras de una moneda y Harry estaba en medio, pensaba que aprender de ambos sería lo mejor, tener la lealtad de gente que no le traicionaría y el apoyo de gente poderosa que le ayudaría a llegar cuán lejos quisiera, tal cual le había dicho el sombrero. Con los Weasley no tuvo una gran cena de comida exótica, ni una habitación con baño para él solo, de hecho, tenía que compartir cama con Ron, pero se divirtió jugando con los gemelos e incluso con la hermana mejor de su amigo quién entraría a Hogwarts ese año y quién parecía sumamente interesada en él y no solo por ser Harry Potter. Ron le había dicho que al parecer era su amor platónico o algo así, pero la chiquilla en su presencia no solía decir más de dos palabras balbuceadas con inseguridad. Fred y George no dejaban de molestarlos con eso, pero Harry no se molestaba en lo más mínimo, pensaba que no tenía tiempo para perderlo en tonterías, aún tenía que dejar su nombre bien en alto. Recibió cartas de Draco casi todos los días en las que le contaban lo aburridos que eran sus tardes ahora que se había marchado e intentaba convencerlo de volver sobornándolo con ese chocolate de quinientos galeones que terminó compartiendo con los Weasley. Estar con los pelirrojos era divertido, pero no lo era tanto como estar con Draco, incluso cuando Neville los visitó un par de días. Y es que Harry se sentía sumamente extraño rodeado de leones, suponía que era la costumbre, la costumbre a las actitudes menos cálidas, la costumbre a Draco cada mañana en la cama de al lado y es que por muy buen amigo que fuera Ron, Malfoy era su mejor amigo y él le entendía mejor que nadie. Ron necesitaba de palabras, Draco le entendía aun cuando su mirada aparentaba aburrimiento y es que ambos se complementaban tan bien que Harry no imaginaba ni por un momento su vida en otra casa, con otros compañeros. Era como si la vida le hubiera puesto al rubio para abofetearle en la cara y gritarle cuan equivocado estaba sobre la vida. Para que le enseñara y él aprendiera, para ser camaradas, para ser aliados, para llegar lejos, juntos. A lado de Draco, Harry se sentía capaz de dominar al mundo entero, junto a Ron solo quería descansar, comer golosinas y hablar de quidditch, como si fuera un chico normal. Solo que Harry no era un chico normal, él era el niño que vivió, quién había derrotado a Voldemort ya dos veces, quién volvería a vencerlo cuando el momento llegara. Y es que mientras había estado con los Dursley, Harry no solo había estudiado al derecho y al revés los libros que Dumbledore le había dado para aprender a controlar su poder, sino que se había hecho con otros —provenientes del acervo de los Malfoy— que le habían enseñado un montón de cosas. Tal vez no tendría tanto conocimiento como Dumbledore, pero como mínimo sabía lo mismo que un alumno de cuarto año, eso sumado a su poder mágico natural le hacían sentir muy seguro de sí mismo. La carta de Hogwarts con los materiales del siguiente años llegó finalmente, junto a una carta de Hermione quién preocupada preguntaba donde había estado Harry quien no se había molestado en responder sus lechuzas. Al final los tres chicos habían acordado ir juntos al callejón Diagon para comprar los materiales que terminó en un desastroso encuentro entre los Weasley y los Malfoy y todo por que Draco había decidido burlarse de Ginny quién no se le había despegado para nada desde que había agarrado confianza. Fue ahí que Potter comprendió que tal vez sería imposible mantener las alianzas con ambas familias, que en algún punto tendría que elegir. Y le daba pena, porque no quería perder los beneficios de ninguna. Pensaba que siempre elegiría a Draco, después de todo era su mejor amigo y compañero de casa, pero además le había mostrado cosas de sí mismo que nadie había hecho, le había ayudado a recuperar su seguridad y a ver qué tan capaz era de lograr todo lo que quisiera. Y no que Ron valiera menos, solo era que para Harry no valía lo mismo. Pero como para aquello tal vez faltasen siglos, Harry decidió que lo más inteligente sería mantenerse neutral, aquello no solo le aseguraba ambas alianzas, sino además le ahorraba problemas. Finalmente aquella tarde de compras volvió a la madriguera con los inútiles libros de Lockhart que eran pura basura, una fotografía para El Profeta junto a aquel inútil que invisible. Harry no lo había visto en acción y al parecer no lo vería nunca, pues la señora Weasley no estaba de acuerdo en usarlo. Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda velocidad para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación. La dificultad estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, había que hacerlo con cuidado para que ningún muggle notara la desaparición. Harry pensó que la estación más concurrida de Londres no era el mejor lugar para colocar el andén para los magos, suponía que la idea había sido de alguien no muy bien dotado de materia gris pero bueno, no todos podían ser Ravenclaw o Slytherin ¿Verdad? Los primeros en cruzar la barrera fueron Percy y el señor Weasley, luego los gemelos Fred y George, después de ellos la señora Weasley con Ginny, quién le había dedicado una sonrisita antes de desaparecer. Finalmente fue el turno de Ron quién cruzó sin problemas. Pero Harry en lugar de cruzar se quedó ahí de pie, mirándose hacia la pared entre el andén nueve y diez. Sentía una fuerza mágica conocida, oculta a simple vista, sabía que no era un enemigo, podía sentir las intenciones nada hostiles vibrar aquella magia, la magia de un elfo. —Sé que estás allí Dobby —dijo en voz muy bajita. —Sé que estás ahí y que has cerrado el paso al andén. Será mejor que me dejes pasa ahora o tendré que aparecerme —mintió, había aprendido la teoría pero no se había atrevido a ponerlo en práctica. Sintió la magia vibrar una vez más y la entrada mágica se agitó frente a él, como un golpe de calor en pleno verano. El pelinegro ni si quiera se molestó en ubicar físicamente al elfo, cruzó el portal rápidamente, pues el tren debía estar a punto de marcharse y él no iba a perderlo. Llegaría a Hogwarts así fuera volando en su nimbus 2000 y tardase tres días en hacerlo. Pensó que aprender a aparecerse ilegalmente podía ser de ayuda, pero no tendría oportunidad de practicarlo fuera de Hogwarts así que, recorriendo el prácticamente vacío andén subió al tren justo a tiempo para marcharse. Arrastró su baúl y la jaula de su lechuza por los pasillos, cuidadoso de no encontrarse con nadie que pudiera criticar su vestimenta usada y tres tallas más grande. Iba pasando delante de un compartimento cuando unas manos le sujetaron y le hicieron entrar. Draco había cerrado la puerta tras de él y se había recargado en ella mostrándole una sonrisa ladeada que le hizo sonreír a él también. El rubio ya tenía encima el uniforme del colegio y parecía de muy buen humor, casi de inmediato le recibió con un abrazo fuerte y una lamida en la mejilla que lo hizo sonrojar hasta las orejas. Draco simplemente soltó una carcajada y se sentó en su lugar. Harry, aún avergonzado le imitó y se sentó frente a él, recordando aquellos besos que habían dejado de compartir desde... desde la primera victoria de Slytherin. Vale, Harry no podía decir que los extrañaba, porque no los extrañaba, es decir, eso de los besos eran cosa que solo se compartían con personas que querías... él quería a Draco, pero Draco era un chico y a los chicos no se les besaba en la boca... ¿verdad? Como fuera, Harry no extrañaba los besos, pero habían sido tan recurrentes al principio del primer año que había sido extraño a no tenerlos y no que él esperara tener alguno por haber vencido a Voldemort o por haber descubierto todo sobre la piedra filosofal, es decir, porque él, él no... —¿Harry? —preguntó la voz de Malfoy trayéndolo de vuelta a la realidad. El pelinegro fingió con toda naturalidad que su cabeza no había sido, hasta hacía un momento atrás, una máquina de engranajes tratando de procesar todo y nada al mismo tiempo. —Estas muy callado. —Trato de recuperarme de los gérmenes que me dejaste en la mejilla —mintió limpiándose con exageración la zona. Draco solo sonrió divertido y volvió a fijar su mirada en su libreta, donde comenzó a escribir. Harry reconoció el diario que él le había regalado. —Entonces si lo usas. —Por supuesto —respondió su amigo, aun escribiendo sobre las amarillentas hojas— a que tú también lo sientes, el poder que emana. —Si, pero no puedo distinguir si es bueno o malo —dijo frunciendo el ceño. Draco rio. —¿No había quedado claro que no existe poder bueno o malo? Solo poder, Harry. —Sí, pero Dumbledore... —Dumbledore no entiende muchas cosas —alzó la mirada, penetrándolo con sus ojos grises — y a menos que aspires a director de Hogwarts no deberías seguir sus pasos —Harry arqueó una ceja. —¿Entonces los de quién? —Draco sonrió mostrando todos sus dientes. —Los míos por supuesto. Ambos se sonrieron y volvieron a lo suyo, Harry leía el final del último libro que Dumbledore le había mandado para aprender a controlar su poder y Draco volvió a su escritura sobre la libreta. El moreno se preguntó en más de una ocasión que tanto escribía en ella, parecía fascinado. Más que escribiendo, lucía como si leyera algo. Harry pensó que probablemente sí había cosas escritas, pues él ni si quiera le había hojeado antes de regalárselo al rubio. Probablemente eran notas antiguas de encantamientos o pociones y Draco solo estaba agregando sus propias notas a lo ya escrito. Como fuese, no iba a preguntar, si algo había aprendido de Draco, era que su privacidad era importante, no le gustaban los entrometidos y Harry no iba a hacer nada que le hiciera enojar, no después de lo bien que se había portado con él. En algún punto del viaje, Harry decidió colocarse el uniforme usando un encantamiento que había aprendido, Draco le miró con aprobación y luego volvió a lo suyo. Un par de minutos después Ginny Weasley aparecía por la puerta del compartimento. Tocó débilmente, pero lo suficientemente fuerte como para ser escuchada. Draco le dirigió una mirada indiferente y luego miró a su amigo. —¿Y esa? —preguntó antes de que Harry se pusiera de pie para abrir el compartimento. —Ginevra Weasley. —Debí suponerlo —dijo de mal humor antes de volver a su diario —el pelinegro le miro con el ceño fruncido, Draco generalmente no mostraba sus emociones de esa manera y aquello le descolocó. De todas formas abrió la puerta. —Hola Ginny. —H-Harry hola —sonrió—. Mi hermano y yo nos preguntábamos... —miró a Malfoy por sobre su hombro— Bueno, te perdimos en el andén y queríamos saber si querrías venir a sentirte conmigo, con nosotros, quiero decir, con Ron, Hermione y Neville, estamos todos... en... —Lo siento pelirroja —dijo la voz de Draco a sus espaldas. Se había puesto de pie a su lado y le sujetaba por el hombro con fuerza, como si pensara que Harry se iría de allí si lo soltaba. — Por si no lo has notado está conmigo —agitó su mano, ahuyentándola como a un bicho, mirándola con sus fríos ojos grises. La chica se estremeció ante la mirada pero no se aminoró, entrecerró los ojos, furiosa. Draco se irguió imponente, cual largo era, apoyándose de los centímetros que había ganado durante vacaciones. Harry sabía que Ginny tenía carácter, había crecido rodeada de puros hombres y la chica no era para nada una florecilla frágil, aunque se portara como tal frente a él. Sin embargo, Draco era otra cosa, él había sido criado solo, pero bajo la vara y el yugo de un padre rígido que no le permitiría ser humillado por una traidora a la sangre. Harry esperó silencioso aquella batalla, una que Draco no tardó en ganar. Potter pensaba que si Ginny hubiera sido educada bajo los estándares de los magos tradicionales, probablemente la pelea hubiera durado más, pero los Weasley no eran ese tipo de familia y aquello le había costado a la chica la derrota. El rubio sonrió con satisfacción cuando la pelirroja se marchó de allí con el rostro enrojecido del enojo, sin si quiera despedirse. Ambos Slytherin volvieron a sus asientos, Draco a su diario y Harry a su libro, en un silencio un tanto incómodo. El moreno no terminaba de explicarse por qué su mejor amigo se había molestado en mantener semejante pelea sin importancia. Aquello no era cosa de un Slytherin, ni de un Black, pensaba que tal vez el gen Malfoy había tenido algo que ver, Harry solo esperaba que aquello no les causara problemas, Draco siempre había sabido elegir sus batallas, y aquella había sido una que no solo no valía la pena, sino que además era bastante tonta. El moreno se percató de lo mucho que había estado observando a su mejor amigo, hasta que éste le devolvió la mirada de manera seria. El ojigris se puso de pie entonces, afuera estaba anocheciendo y pronto llegarían al castillo. Draco se inclinó hacia adelante, con sus ojos fijos en los de Harry quién no podía ni respirar de lo cerca que se encontraban. El moreno vio al rubio cerrar los ojos lentamente y acercarse, podía sentir su aliento sobre sus labios y Harry no supo que hacer; si se hacía solo un poco hacia adelante le besaría pero ¿aquello era lo que Draco quería? ¿era lo que él quería? No tuvo tiempo de averiguarlo, la señora del carrito de dulces pasó y tocó la puerta, el rubio se apartó con expresión indiferente y con fría amabilidad pidió un par de ranas de chocolate que no compartió con Harry. El moreno, aún en estado de shock ni si quiera respondió a la mujer. —Chicos —dijo entonces la voz de Pansy Parkinson en la puerta. La muchacha se sentó junto a Draco y éste le dio su segunda rana de chocolate—. Creí que se sentarían con De alianzas y publicidad. Si a Harry le hubieran dicho que aquella portada en El Profeta con Lockhart le iba a traer una cantidad enorme de simpatizantes jamás lo hubiera creído, sobre todo porque a kilómetros podía notar lo inútil que era aquel tipo. Un fanfarrón, un mentiroso cuya única habilidad era la de mantener las apariencias, un arte que Harry comenzaba a dominar con maestría. Lockhart no solo era el nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras, quién sustituyera a Quirrell después de su... accidente, sino que además el tipo era sumamente popular entre las chicas pese a ser un vividor de primera. Draco decía que el tipo solo era un embustero, que no podía encontrar en él nada de especial y que, para haber sido un Ravenclaw, era tan inteligente como Crabbe, pero bueno, era imposible que todos encajaran tan bien en sus casas. Tan solo en la primera clase, el nuevo profesor había demostrado lo inepto que era, no solo en habilidad mágica, sino en conocimiento. Hermione y él mismo Harry habían tenido que arreglar el desastre del profesor cuando había dejado libres a algunas doxys en el aula. Draco hubiera podido hacer algo, pero en su lugar, se rio de la miseria del prójimo sin disimularlo, sentado en su pupitre, mirando el caos a su alrededor sin inmutarse mientras Harry petrificaba a las creaturas con ayuda de Granger, salvando el trasero de algunos Ravenclaw de quienes Harry se ganó su respeto. Por supuesto que Lockhart (como en todo lo que hacía) se había aprovechado de la situación alegando que aquello era justamente lo que esperaba, identificar a los alumnos más capaces y se alegró de que Harry estuviera entre ellos. Ravenclaw ganó puntos, Slytherin también, Harry ganó una nueva ventaja y Draco un nuevo dolor de cabeza que con el tiempo se volvió insoportable. Arreglar lo que Lockhart jodía era la mejor publicidad que Harry hubiese recibido nunca, además de que por los pasillos ya comenzaban a escucharse rumores sobre sus nuevas habilidades mágicas y su manera de destacar en clases —incluso en la de Snape—, los alumnos de todos los grados se le acercaba en busca de ayuda académica o de una simple fotografía que Colin Creevey, al parecer su nuevo admirador número uno, estaba encantado de tomar. Parecía que todos en Slytherin estaban maravillados por la manera en que su nuevo príncipe estaba tomando las riendas, no solo lideraba a las serpientes, sino que además, influenciaba a los leones, las águilas y los tejones. Todos los Slytherin excepto Draco, quién más que encantado por cómo se estaban dando las cosas, parecía fastidiado. Parecía que Harry había aprendido, después de su desliz en primer año, a aceptar que su lugar estaba y siempre estaría entre serpientes. Al moreno le impresionaba de sobremanera la forma en que sus compañeros parecían aceptar con facilidad su liderazgo. Él era un alumno de segundo año que tenía mucho por aprender y sospechaba que la razón principal por la que se encontraba a la cabeza era Draco y solo Draco. El rubio no parecía interesado en ser el líder, parecía más interesado en que Harry lo fuera y el ojiverde encantado tomaba las riendas, después de todo, jamás le habían relegado tan importante responsabilidad en su vida y él quería demostrar que lo valía, que podía ser un gran líder, que podía ser el príncipe de Slytherin y de Hogwarts. Todo lo que tenía se lo debía a su mejor amigo y Harry había creído que tener el control de aquella manera tan sutil le alegraría, que se enorgullecería de ver que había aprendido bien y que seguía aprendiendo, que era capaz de lograr la unión de las cuatro casas a su favor y solo con doce años de edad. Pero el efecto deseado fue todo lo contrario, Draco estaba irritado todo el tiempo y aislado, como si no le importara ser parte de eso que habían comenzado a construir juntos el año anterior. Y Harry estaba realmente confundido, pues él pensaba que lo estaba haciendo perfectamente bien, tal vez era que había actuado sin consultarlo con él, tal vez era que ahora rodeado de tanta gente se sentía desplazado. Fuese lo que fuese Malfoy no estaba contento y se encargaba de demostrárselo cada que podía. Llegaba al dormitorio tarde por las noches, cuando Harry ya estaba durmiendo y se levantaba antes que el sol, perdiéndose de vista. Las clases en las que antes habían sido pareja, Draco lo había reemplazado con Pansy y aunque a Harry le sobraban personas dispuestas a ser parte de su equipo, le dolía verse desplazado de aquella manera tan obvia. Era tan claro el contraste que quemaba; el resto del colegio le adoraba por haber demostrados solidaridad con todas las casas, por haber demostrado que no solo era Harry Potter por la estúpida cicatriz en su frente, si no que era Harry Potter por sus habilidades, por sus destrezas y que Draco Malfoy se diera el lujo de ignorarle como si no hubiera trabajado arduamente para conseguir lo que tenía le hacía sentir enojado. Ron le decía que debía encararlo, Hermione que le debía pedir una oportunidad para charlar, incluso Cedric había propuesto que le escribiera expresándole lo que sentía, pero Harry sabía perfectamente bien cómo funcionaba la mente de su mejor amigo que además de ser un Slytherin era un Malfoy, y aquello no iba a funcionar. Draco debía dejarlo pasar por voluntad propia, Harry solo debía estar atento cuando aquella pequeña rendija se mostrara ante él. Sin embargo conforme pasaban los días Draco no solo estaba más distante con él, sino con todos en general, incluso Parkinson y Zabini estaban preocupados. Con el tiempo, Malfoy dejó de asistir a los desayunos, las cenas y las comidas y nadie tenía prueba de que estuviese probando bocado, Harry le dejaba algunas porciones que tomaba del comedor en el escritorio, pero la comida se mantenía intacta sobre el mueble y eran tan pocas las veces que le veía la cara que comenzó a preocuparse de verdad. En Slytherin no se hablaba de otra cosa, del chico que había el año anterior había tomado de forma natural el liderazgo de los suyos y que ahora se había hecho a un lado y había dejado el paso libre a Potter sin pelear. Y aquello aunque era una cuestión de honor y dignidad, Malfoy no reaccionó ante los comentarios. A veces se le veía completamente solo en los jardines, con su diario en manos, escribiendo frenéticamente. A veces simplemente lo hacía durante las clases, sin que le importara ser reprendido. Y fue entonces que Harry comenzó a creer que tal vez no era que Draco estuviese enojado con él, tal vez era que simplemente se traía algo entre manos. Comenzó a vislumbrar la idea de que Malfoy se hubiera hecho a un lado solo para que Harry tomara el control de Slytherin, eso sonaba a algo que el rubio haría, después de todo, ya le había dejado bien en claro en algunas ocasiones que él no necesitaba la gloria. Sin embargo no le encontraba sentido al hecho de cortar lazos con todos los que le rodeaban. Draco conocía la importancia de las alianzas y las estaba dejando ir todas. Sin embargo y aparte de eso, las cosas para Potter iban viento en popa, su nombre se escuchaba en cada rincón y a diferencia del año anterior era por cosas positivas. Por supuesto que siempre existían aquellos que no querían verlo brillar y no desaprovechaban cada oportunidad para manchar su imagen con comentarios poco inteligentes que la mayoría ignoraba porque nadie quería escuchar que el héroe del mundo mágico probablemente no era perfecto. Aquellos comentarios decían generalmente que Potter además de ser manipulador era sumamente hipócrita, Harry habría respondido que él se consideraba un estratega selectivo pero no tenía caso escuchar a la minoría y desgastarse, después de todo, sus aliados lo defendían a capa y espada cada que podían y Harry solamente debía sonreír ampliamente fingiendo agradecimiento. Su pequeño reinado que apenas comenzaba se veía reforzado por ser el jugador estrella de quidditch de Slytherin. Marcus Flint, el capitán y buen amigo suyo había comenzado los entrenamientos antes que cualquier equipo, solamente para lucir a su buscador frente a las otras cosas y Harry sospechaba que para intimidarlos también. En Hogwarts no había mejor buscador que él pero fingir modestia siempre le traía más seguidores y él, encantado cedía ante sus peticiones. Cedric Diggory le daba consejos que Harry sabía que no necesitaba. Cho Chang, la buscadora de Ravenclaw iba a verlo a las prácticas y al final siempre le hacía algún comentario constructivo y Nancy Dyler, la buscadora de Gryffindor, aunque nunca se había acercado directamente, parecía admirarlo de verdad. Aquella mañana Harry se levantó muy temprano para su entrenamiento, era sábado y él estaba por salir, el moreno miró la cama de Draco esperando verlo ahí, era tan temprano que ni si quiera él se hubiese levantado para evadirle. El rubio se encontraba durmiendo aún, su rostro lucía agotado, como si apenas hubiera dormido un par de horas, su lacio cabello sobre la almohada, perfectamente arreglado y la boca ligeramente entreabierta, pálida como la de un muerto. Harry debía admitir que era la primera vez en semanas que le veía con detenimiento y la verdad es que lucía ligeramente enfermo. Se acercó hasta la cama y apartó delicadamente un mechón de cabello de su rostro, temeroso de despertarle. Sin embargo, Malfoy no se movió ni un poco y aquello no terminó de gustarle; a diferencia de él, Draco solía tener el sueño bastante ligero. Miró la mesita de noche junto a la cama de su mejor amigo, ahí descansaba su diario. El moreno extendió la mano para tomarlo pero se detuvo casi de inmediato, no muy seguro de querer invadir su privacidad. Sin embargo aquel pensamiento fue opacado por una sensación mágica bastante extraña, la libreta ya no emanaba aquella magia poco común que Harry había sentido en un principio. Parecía que ahora la única magia que residía en él era la de Draco, el chico suponía que por la cantidad de tiempo que el rubio pasaba pegado a él. Ignorando aquel hecho, Harry volvió a mirar a su amigo preguntándose si sería buena idea despertarlo para el entrenamiento. Recordó la amenaza de Flint la semana anterior en que Draco no se había presentado ni una sola vez, si volvía a faltar estaría fuera del equipo.
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