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TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE, Esquemas y mapas conceptuales de Historia

—dijo Molly, desconectando la radio—. Sólo miseria. No voy a escuchar otra vez las recomendaciones para que economicemos combustible. ¿Qué es lo que esperan? ¿ ...

Tipo: Esquemas y mapas conceptuales

2021/2022

Subido el 10/10/2022

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¡Descarga TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE y más Esquemas y mapas conceptuales en PDF de Historia solo en Docsity! TRES RATONES CIEGOS AGATHA CHRISTIE TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE1 INDICE 79Capítulo VI 69Capítulo V 53Capítulo IV 33Capítulo III 22Capítulo II 6Capítulo I 5Prologo 4«Tres ratones ciegos» 3Guía al lector TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE2 Prólogo Hacía mucho frío, y el cielo, encapotado y gris, amenazaba nieve. Un hombre enfundado en un abrigo oscuro, con una bufanda subida hasta las orejas y el sombrero calado hasta los ojos, avanzó por la calle Culver y se detuvo ante el número 74. Apretó el timbre y lo oyó resonar en los bajos de la casa. La señora Casey, que se hallaba fregando los platos muy atareada, dijo amargamente: —¡Maldito timbre! Nunca le deja a una en paz. Jadeando, subió los escalones del sótano para abrirla puerta. El hombre, cuya silueta se recortaba contra el oscuro cielo, le preguntó con voz ronca: —¿La señora Lyon? —Segundo piso —informó la señora Casey—. Puede usted subir. ¿Le espera? —El hombre afirmó lentamente con la cabeza—. ¡Oh! Bueno, suba y llame. Le observó mientras subía la escalera, cubierta por una alfombra raída. Más tarde dijo que le había producido una «extraña impresión». Pero en aquellos momentos sólo pensó que debía sufrir un fuerte resfriado que le hacía temblar de aquella forma... cosa nada extraña con aquel tiempecito. Cuando el hombre llegó al primer rellano de la escalera comenzó a silbar suavemente la tonadilla de Tres ratones ciegos. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE5 Capítulo I Molly Davis dio unos pasos hacia atrás en la carretera para admirar el letrero recién pintado de la empalizada: MONKSWELL MANOR Casa de Huéspedes Hizo un gesto de aprobación. Realmente tenía un aspecto muy profesional. O tal vez pudiera decirse casi profesional, ya que la última ‘a’ de Casa bailaba un poco y el final de “Manor” estaba algo apretujado; pero, en conjunto, Giles lo hizo muy bien. Era muy inteligente. ¡Sabía hacer tantas cosas! Molly no cesaba de descubrir nuevas virtudes en su esposo. Hablaba tan poco de sí mismo que sólo muy lentamente iba conociendo sus talentos. Un ex marino siempre es un hombre “mañoso”, se decía. Pues bien, Giles tendría que hacer uso de todos sus talentos en su nueva aventura, ya que ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo dirigir una casa de huéspedes. Pero era divertido y les resolvía el problema de alojamiento. Había sido idea de Molly. Cuando murió tía Catalina y los abogados le escribieron comunicándole que le había dejado TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE6 Monkswell Manor, la natural reacción de ambos jóvenes fue vender aquella propiedad. Giles le preguntó: —¿Qué aspecto tiene? Y Molly había contestado: —Oh, es una casona antigua, llena de muebles victorianos, pasados de moda. Tiene un jardín bastante bonito, pero desde la guerra está muy descuidado; sólo quedó un viejo jardinero. De modo que decidieron venderla, reservándose únicamente el mobiliario preciso para amueblar una casita o un pisito para ellos. Pero en el acto surgieron dos dificultades. En primer lugar no se encontraban pisos ni casas pequeñas, y en segundo lugar todos los muebles eran enormes. —Bueno —decidió Molly—, tendremos que venderlo todo. Supongo que la comprarán. El agente les aseguró que en aquellos días se vendía cualquier cosa. —Es muy probable que la adquieran para instalar un hotel o casa de huéspedes, en cuyo caso pudiera ser que se quedaran con el mobiliario completo. Por fortuna la casa está en muy buen estado. La finada señorita Emory hizo grandes reparaciones y la modernizó precisamente antes de la guerra y apenas se ha deteriorado. Oh, sí, se conserva muy bien. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE7 —Tuve que volver al pueblo a comprar algunas cosas que había olvidado —le diría. Y él preguntaría: —¿Más latas de conserva? Siempre bromeando por eso; en la actualidad su despensa estaba bien provista para casos de apuro. Y ahora, pensó Molly mirando al cielo preocupada, parecía que los apuros iban a presentarse bien pronto. La casa estaba vacía. Giles aún no había regresado, Molly fue primero a la cocina, y luego subió a revisar los dormitorios recién preparados. La señora Boyle, en la habitación sur, la de los muebles de caoba. El mayor Metcalf, en el cuarto azul, de roble. El señor Wren, en el ala este, en el del mirador. Todos eran bonitos... y ¡qué suerte que tía Catalina tuviera un surtido tan espléndido de ropas de cama! Molly ahuecó un edredón y volvió a bajar. Era casi de noche, y la casa le pareció de pronto muy silenciosa y vacía. Era una casa solitaria, situada a dos millas del pueblo. «A dos millas...» , pensó Molly, «de cualquier parte». A menudo se había quedado sola en la casa..., pero nunca hasta aquel momento tuvo aquella sensación de soledad... La nieve batía blandamente contra los paneles de la ventana, produciendo un susurro inquietante... «¿Y si Giles no pudiera regresar?... ¿Y si la capa de nieve TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE10 fuese tan espesa que no dejara avanzar el automóvil? ¿Y si tuviera que quedarse allí sola... tal vez durante varios días?» Contempló la cocina, grande y confortable, que parecía reclamar una cocinera rolliza que la presidiera moviendo las mandíbulas rítmicamente al comer pasteles y beber té muy cargado, teniendo a un lado de la mesa a un ama de llaves entrada en años, al otro una doncella sonrosada y enfrente una fregona que las miraría con ojos asustados. Y en vez de eso, allí estaba ella sola. Molly Davis, representando un papel que aún no encontraba muy natural. Toda su vida, hasta aquel momento, parecía irreal... lo mismo que Giles. Estaba representando un papel, sólo representando... Una sombra pasó ante la ventana y Molly se sobresaltó... Un desconocido se acercaba quedamente. Molly oyó abrir la puerta lateral. El desconocido se detuvo en el umbral, sacudiéndose la nieve antes de penetrar en aquella casa vacía. Y de pronto se tranquilizó. —¡Oh, Giles! —exclamó—. ¡Cuánto me alegro de que hayas vuelto! *** —¡Hola, cariño! ¡Buen tiempecito! ¡Cielos, estoy congelado! Golpeó el suelo con los pies y se frotó las manos. Automática- mente, Molly cogió el abrigo que él había arrojado, como de TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE11 costumbre, sobre el arcón de roble, y lo colgó en la percha luego de sacar de sus bolsillos la bufanda, un periódico, un ovillo de cordel y el correo de la mañana. Dirigiéndose a la cocina, dejó todo aquello encima de la mesa y puso la olla sobre el fogón de gas. —¿Conseguiste la alambrada? —le preguntó—. Has tardado mucho. —No era de la que yo quiero. No nos hubiera servido para nada. ¿Y tú qué has estado haciendo? Me refiero a que no habrá llegado nadie todavía. —La señora Boyle no vendrá hasta mañana. —Pero el mayor Metcalf y el señor Wren tendrían que haber llegado hoy. —El mayor Metcalf ha enviado una postal diciendo que no podrá llegar hasta mañana. —Entonces a cenar sólo tendremos al señor Wren. ¿Cómo te lo imaginas? Yo como funcionario público retirado. —No, creo que es un artista. —En ese caso —repuso Giles—, será mejor que le cobremos una semana por adelantado. —Oh, no, Giles; trae equipaje. Si no paga nos quedaremos con él. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE12 alquilaron? Todo se atascaba... las puertas no cerraban, y si se cerraban, luego no podían abrirse. —Sí, eso es lo malo de las casas modernas. Si se estropean estás perdido. —Bueno, vamos a escuchar las noticias. Las noticias consistieron principalmente en tristes pronósticos sobre el tiempo, el acostumbrado punto muerto de los asuntos de política internacional, discusiones en el Parlamento y un asesinato en la calle Culver, en Paddington. —¡Bah! —dijo Molly, desconectando la radio—. Sólo miseria. No voy a escuchar otra vez las recomendaciones para que economicemos combustible. ¿Qué es lo que esperan? ¿Que nos quedemos helados? No creo que haya sido un acierto inaugurar nuestra casa de huéspedes en invierno. Debimos haber esperado hasta la primavera. —Y agregó en otro tono de voz—: Quisiera saber qué aspecto tenía esa mujer que han asesinado. —¿La señora Lyon? —¿Se llamaba así? Me pregunto quién la asesinó y por qué... —Tal vez tuviera una fortuna escondida debajo de un ladrillo. —Cuando se dice que la policía está deseando interrogar a un hombre que “se vio por la vecindad”, ¿significa ello que él es el presunto asesino? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE15 —Por lo general creo que sí. Es simplemente un modo de decirlo. La aguda vibración del timbre les hizo sobresaltarse. —Es la puerta principal —dijo Giles—. ¿Será el asesino? —agregó a modo de chiste. —En una comedia, desde luego, lo sería. Date prisa. —Debe de ser el señor Wren. Ahora veremos quién tiene razón, si tú o yo. *** El señor Wren entró acompañado de un ramalazo de nieve y, todo lo que Molly pudo distinguir de su persona, desde la puerta de la biblioteca, fue su silueta recortándose contra el blanco mundo exterior. «Qué parecidos son todos los hombres civilizados», pensó Molly. Abrigo oscuro, sombrero gris y una bufanda alrededor del cuello. Giles cerró la puerta, mientras el señor Wren se quitaba la bufanda y el sombrero y dejaba la maleta en el suelo... todo ello sin parar de hablar. Tenía una voz aguda, casi molesta, y la voz del recibidor, le reveló como un hombre joven, de cabellos rubios, tostado por el sol, y los ojos claros e inquietos. —Muy malo, demasiado malo —decía—. El invierno inglés ha llegado a su punto culminante... y hay que ser muy valiente para TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE16 hacerle cara. ¿No le parece? He tenido un viaje terrible desde Gales. ¿Es usted la señora Davis? ¡Encantado! —Molly sintió suma no aprisionada en una mano huesuda—. Es completamente distinta de como la había imaginado. Yo me la suponía como la viuda de un general del Ejército Indio... muy triste... una verdadera rinconera victoriana... y es celestial... sencillamente celestial... ¿Tienen flores de cera? ¿O aves del paraíso? Oh, este lugar me va a encantar. Temía que fuera demasiado anticuado... muy, muy... Manor. Y es maravilloso, auténticamente victoriano. Dígame, ¿tienen alguno de esos aparadores de caoba... de caoba rojiza con grandes frutas talladas? —Pues a decir verdad —dijo Molly, casi sin aliento ante aquel torrente de palabras—, sí lo tenemos. —¡No! ¿Puedo verlo en seguida? ¿Está aquí? Su velocidad era desconcertante. Ya había hecho girar el pomo de la puerta del comedor y encendido la luz. Molly le siguió consciente de la mirada desaprobadora de su marido. El señor Wren pasó sus dedos largos y angulosos por el rico trabajo de talla del macizo aparador, lanzando exclamaciones apreciativas. —¿No tienen una gran mesa de caoba? ¿Cómo es que han puesto todas esas mesitas pequeñas? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE17 No obstante, los Nidos Prefabricados de Cris Wren puede que lleguen a tener fama. Giles bajaba la escalera y Molly dijo: —Ahora le enseñaré su habitación, señor Wren. Cuando bajó al cabo de unos minutos, Giles le preguntó: —Bueno, ¿le han gustado los muebles de roble? —Tenía tantas ganas de dormir en una cama con dosel que le di el cuarto rosa. Giles gruñó algo que terminaba en «ese joven cargante». —Escúchame, Giles —Molly adoptó una expresión severa—. Esto no es una reunión de invitados, sino un negocio. Y te guste o no, Cristóbal Wren... —No me gusta —la interrumpió Giles. —...tienes que aguantarte. Nos paga siete guineas a la semana y eso es todo lo que importa. —Si las paga, sí. —Se ha comprometido a pagarlas. Tenemos su carta. —¿Y le has llevado tú la maleta hasta la habitación rosa? —La ha llevado él, naturalmente. —Muy galante. Pero no te hubieras cansado cargando con ella. Desde luego no es probable que esté llena de piedras envueltas en papeles. Es tan ligera que me parece que debe estar vacía. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE20 —¡Chist! Ahí viene —dijo Molly avisándole. Cristóbal Wren fue acompañado a la biblioteca que presentaba un bonito aspecto con sus butacones y el hogar de la chimenea encendido. Molly le dijo que la cena se servía al cabo de media hora, y contestando a sus preguntas le explicó que de momento él era el único huésped. —En este caso —dijo Cristóbal—, ¿le molestaría que fuera a la cocina a ayudarla? Puedo hacer una tortilla, si me lo permite —ofreció para que Molly accediera. Así fue cómo Cristóbal se metió en la cocina y luego les ayudó a secar los platos y los vasos. Molly se daba cuenta de que todo aquello no acreditaba a una casa de huéspedes formal... y a Giles no le había gustado nada. «Oh, bueno» , pensó Molly antes de quedarse dormida; «mañana, cuando estén los demás, será distinto». TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE21 Capítulo II La mañana llegó acompañada de un cielo oscuro y nieve. Giles se mostraba preocupado, y Molly desanimada. Con aquel tiempo todo iba a resultar extremadamente difícil. La señora Boyle llegó en el taxi de la localidad pertrechado con cadenas en las ruedas, y el conductor le dio malas noticias sobre el estado de la carretera. —¡Vaya nevada que va a caer antes de la noche! —profetizó. Y la propia señora Boyle no contribuyó a desvanecer el pesimismo reinante. Era una mujer alta, de aspecto desagradable, voz campanuda y ademanes autoritarios. Su natural agresividad se había acrecentado con el cargo de gran utilidad militar que desempeñó durante la guerra. —De haber imaginado que esto no estaba en marcha, nunca se me hubiera ocurrido venir —dijo—. Pensé que era una Casa de Huéspedes debidamente establecida. —No tiene por qué quedarse si no es de su agrado, señora Boyle —dijo Giles. —No, desde luego, y no pienso hacerlo. —Tal vez prefiera que llame a un taxi, señora Boyle —continuó Giles—. Las carreteras todavía no están bloqueadas. Si es que ha habido algún malentendido, lo mejor será que vaya a otro sitio. —Y TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE22 —Pero fue estrangulada, ¿no es así? Quisiera saber... —dijo extendiendo sus manos largas y blancas— lo que debe sentirse al estrangular a alguien. —¡Por favor, señor Wren! Cristóbal se acercó a ella bajando la voz. —¿Ha pensado usted, señora Boyle, lo que debe experimentarse al ser estrangulado? La señora Boyle volvió a exclamar: —¡Por favor, señor Wren! Molly leyó en voz alta y apresurada: —El hombre que la policía está deseando interrogar lleva un abrigo oscuro y un sombrero claro, es de mediana estatura y se cubre el rostro con una bufanda de lana. —En resumen —concluyó Cristóbal Wren—, tiene igual aspecto que otro cualquiera —Rió. —Sí —dijo Molly—; que otro cualquiera. *** En su despacho de Scotland Yard, el inspector Parminter decía al sargento detective Kane: —Ahora recibiré a esos dos obreros. —Sí, señor. —¿Qué aspecto tienen? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE25 —De clase humilde, pero decentes, y reacciones bastante lentas. Parecen formales. —Bien —dijo el inspector Parminter. Y dos hombres vestidos con sus mejores trajes y muy nerviosos fueron introducidos en el despacho. Parminter les clasificó de una sola ojeada. Era un experto en conseguir tranquilizar a la gente. —De modo que ustedes creen tener algunas informaciones que pudieran ser útiles en el caso Lyon —les dijo—. Han sido muy amables al venir. Siéntense. ¿Quieren fumar? Aguardó a que encendieran los cigarrillos. —Hace un tiempo terrible. —Cierto, señor. —Bien, ahora... veamos de qué se trata. Los dos hombres se miraron azorados al ver llegado el momento difícil de hacer el relato. —Veamos, Joe —dijo el más grandote. Y Joe comenzó a hablar. —Ocurrió así, sabe. No teníamos ni una cerilla. —¿Dónde fue eso? —En la calle Jarman... Estamos trabajando en la calzada... en las conducciones de gas. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE26 El inspector Parminter asintió con la cabeza. Más tarde pasaría a detallar exactamente el tiempo y el lugar. La calle Jarman se hallaba cerca de la calle Culver, donde se registró la tragedia. —No tenían ustedes ni una cerilla —repitió para animarle a continuar. —No. Había terminado mi caja y el encendedor de Bill no quiso funcionar, así que le dije a un sujeto que pasaba: “¿Podría darnos una cerilla, señor?” No crea que entonces hiciera nada de particular. Sólo pasaba por allí... como muchos otros... y se me ocurrió pedírsela a él. Parminter asintió de nuevo. —Bueno; nos dio una caja, sin decir nada, Bill le dijo: “¡Qué frío!”, y él se limitó a contestar casi en un susurro: “Sí, desde luego”. Yo pensé que debía estar muy resfriado. Llevaba la bufanda hasta las orejas. “Gracias, señor”, dije devolviéndole sus cerillas, y se marchó tan de prisa que cuando me di cuenta de que le había caído algo era ya demasiado tarde para llamarle. Era una libretita que debió caérsele del bolsillo al sacar las cerillas. “¡Eh, míster”, le grité. “Se le ha caído algo.” Pero, al parecer, no me oía, y a toda prisa dobló la esquina, ¿no es cierto, Bill? —Sí —repuso el aludido—, como un conejo escurridizo. —Fue en dirección a Harrow Road, y ya no pudimos alcanzarle a la velocidad que iba; de todas formas era un poquitín tarde... y total TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE27 bufanda ocultando la parte baja del rostro, una voz que era sólo un susurro, unas manos enguantadas. Cuando los dos hombres se hubieron marchado, permaneció contemplando aquel librito, que dejó abierto sobre la mesa... y que iría al departamento correspondiente para que comprobasen si había en él huellas digitales. Mas ahora su atención se hallaba concentrada en aquellas dos direcciones y en la línea de letras menudas escritas al principio de la página. Volvió la cabeza al entrar el sargento Kane. —Venga, Kane, y mire esto. Kane lanzó un silbido al leer por encima de su hombro: —¡Tres ratones ciegos! Bueno, que me aspen... —Sí —Parminter abrió un cajón y sacó media hoja de papel que puso encima de la mesa junto al librito de notas, y que había sido hallado prendido con un alfiler en las ropas de la mujer asesinada. En el papel se leía: Éste es el primero. Y debajo un dibujo infantil de tres ratones y un fragmento de pentagrama con unas notas. Kane silbó la tonadilla por debajo. —Tres ratones ciegos. Ved cómo corren... —Muy bien. Ésa es la tonadilla de la firma. —Es tonto, ¿verdad? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE30 —Sí —Parminter frunció el ceño—. ¿No hay la menor duda acerca de la identificación de esa mujer? —No, señor. Aquí tiene usted el informe de las huellas dactilares. La señora Lyon, como se hacía llamar, era en realidad Maureen Greeg. Hace dos meses que salió de Hollaway después de cumplir su condena. Parminter dijo pensativo: —Fue a la calle Culver 74, haciéndose pasar por Maureen Lyon. De vez en cuando bebía un poco y se sabe que llevó a un hombre a su casa un par o tres de veces. No demostró temer a nada ni a nadie, y no hay razón para que se creyera en peligro. Este hombre llama a la puerta, pregunta por ella y la patrona le dice que suba al segundo piso. No es capaz de describirle; dice únicamente que era de estatura mediana y al parecer un fuerte resfriado le había hecho perder la voz. Ella volvió a los bajos y no oyó nada que le hiciera entrar en sospecha. Ni siquiera le oyó salir. Diez minutos más tarde fue a subirle una taza de té a la señora Lyon y la encontró estrangulada. Éste no fue un asesinato fortuito, Kane. Había sido todo cuidadosamente planeado. Hizo una pausa y agregó de improviso: —Quisiera saber cuántas casas de huéspedes hay en Inglaterra que se llamen Monkswell Manor. —Puede que sólo haya una, señor. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE31 —Eso sería tener demasiada suerte. Pero averígüelo. No hay tiempo que perder. Los ojos del sargento se posaron en las direcciones de la libretita. Calle Culver, 74, y Monkswell Manor. Y dijo: —¿De modo que usted cree...? —Sí. ¿Y usted no? —le atajó Parminter. —Podría ser. Monkswell Manor... ahora que.., ¿sabe que juraría que he visto ese nombre escrito en alguna parte últimamente? —¿Dónde? —Eso es lo que trato de recordar... Aguarde un momento... En un periódico... Última página. Aguarde... Hoteles y Casas de Huéspedes... Un momento, señor... era uno atrasado. Estaba resolviendo el crucigrama... Salió corriendo de la habitación, regresando triunfante al poco rato. —Aquí lo tiene, señor. Mire. El inspector siguió la dirección del dedo índice del sargento. —Monkswell Manor. Harplender, Berks. Descolgó el teléfono. —Póngame con la policía del condado de Berkshire. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE32 ha podido por la carretera, está soplando una fuerte ventisca, escucha, y vio nuestro letrero. Dice que fue como la respuesta a una plegaria. —Y, ¿crees que es como es debido? —Querida, no es una noche a propósito para que anden por ahí los rateros. —Es extranjero, ¿verdad? —Sí. Se llama Paravicini. Vi su cartera... Casi creo que la enseñó adrede..., atiborrada de billetes. ¿Qué habitación le damos? —El cuarto verde. Está ya dispuesto. Sólo tenemos que hacer la cama. —Me imagino que tendré que dejarle un pijama. Lo ha abandonado todo en el automóvil. Dijo que tuvo que salir por la ventanilla. Molly fue en busca de sábanas, almohadas y toallas. Mientras hacían la cama a toda prisa, Giles le dijo: —La nevada es muy densa. Vamos a quedar bloqueados por la nieve y completamente aislados. En cierto modo resulta emocionante, ¿no crees? —No lo sé —repuso Molly preocupada—. ¿Tú crees que sabré hacer pan de soda? —Pues claro que sí. Tú entiendes mucho de cocina —le dijo su fiel marido. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE35 —Nunca he intentado hacer pan. Puede ser duro o tierno, pero es algo que nos lo trae el panadero cada día. Pero si quedamos bloqueados no podrá venir. —Ni él ni el carnicero, ni el cartero. No recibiremos periódicos y es probable que se corte el teléfono. —¿Sólo nos quedará la radio para advertirnos lo que debemos hacer? —De todas maneras, tenemos luz propia. —Debo poner en marcha el motor mañana mismo. Y hay que conservar la calefacción a toda potencia. —Me figuro que el próximo envío de carbón no llegará en unos cuantos días y nos queda muy poco. —¡Oh, qué contratiempo, Giles! Presiento que lo vamos a pasar muy mal. Date prisa y trae a Para... como se llame. Yo me vuelvo a la cama. A la mañana siguiente se confirmaron los pronósticos de Giles. La nieve alcanzó una altura de cinco pies, y el viento la arremolinaba contra la puerta y ventanas. Todavía seguía nevando. El mundo exterior se había vuelto blanco, silencioso, y en cierto modo... amenazador. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE36 *** La señora Boyle se sentó a desayunar. No había nadie más en el comedor. Acababan de retirar de la mesa contigua el servicio del mayor Metcalf, y la del señor Wren estaba dispuesta todavía para el almuerzo. Por lo visto, uno se había levantado antes y el otro lo haría después. La señora Boyle era la única que sabía que las nueve en punto es la hora adecuada para desayunar. La señora Boyle había terminado la excelente tortilla e iba dando cuenta de las tostadas con ayuda de sus dientes blancos y fuertes. Estaba descontenta y defraudada. Monkswell Manor no era ni remotamente como ella lo había imaginado. Esperaba haber podido organizar partidas de bridge con solteronas que se dejaran impresionar por su posición social y por sus relaciones, y a las que podría insinuar la importancia y secretos de sus servicios prestados durante la guerra. El término de la guerra había dejado a la señora Boyle anclada, como lo estaba, en una playa desierta. Siempre fue una mujer activa, que hablaba sin cesar de eficiencia y organización, lo cual había evitado que la gente le preguntara si era una buena y eficiente... organizadora. Las actividades de guerra le habían venido como anillo al dedo. Había dirigido, animado y preocupado, a decir verdad, a mucha gente sin concederse ni un minuto de descanso. Y ahora, toda aquella vida excitada y activa había terminado. Volvía a su vida privada y su antigua TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE37 Alguien rió..., risita de falsete, haciéndole volver la cabeza. El joven Wren la contemplaba desde la puerta con aquella extraña expresión tan característica en él. —No —le dijo—. No creo que dure mucho aquí. *** El mayor Metcalf ayudaba a Giles a quitar la nieve amontonada ante la puerta posterior. Era muy diestro en el manejo de la pala y Giles no cesaba de prodigar frases de elogio y gratitud. —Es un buen ejercicio —dijo el mayor Metcalf—. Debiera hacerse a diario. Ya sabe usted que ello ayuda a conservar la línea. De modo que el mayor era un amante del ejercicio físico. Giles lo había temido desde que le oyó pedir que le sirviese el desayuno a las siete y media. Como si leyera su pensamiento, Metcalf le dijo: —Su esposa ha sido muy amable al prepararme el desayuno tan temprano, ha sido un placer poder tomar un huevo recién puesto. Giles se había levantado antes de las siete a causa de las exigencias de la marcha del hotel. En compañía de Molly estuvo cociendo los huevos, preparando el té, y arreglando el comedor y la biblioteca. Todo estaba limpio y dispuesto. Giles no pudo dejar de pensar que de haber sido un huésped de su propio establecimiento, nadie le TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE40 hubiera sacado de la cama en una mañana semejante hasta el último momento posible. No obstante, el mayor se había levantado, almorzando y deambulando por la casa pletórico de energía y buscando en qué entretenerse. «Bueno —pensó Giles—, hay mucha nieve que quitar.» Le dirigió una mirada de soslayo. La verdad era que no resultaba un hombre fácil de clasificar. Reservado, de mediana edad, y mirada extraña y observadora. Un hombre que no dejaba traslucir nada. Giles se preguntó por qué habría ido a Monkswell Manor. Probablemente le acababan de licenciar y estaría sin ocupación. *** El señor Paravicini apareció más tarde. Había tomado café y una tostada, un frugal desayuno europeo continental. Cuando Molly se lo sirvió, tuvo una sorpresa al verle levantarse y hacerle una exagerada reverencia mientras le preguntaba: —¿Es usted mi encantadora patrona? ¿Me equivoco? Molly le dijo lacónicamente que estaba en lo cierto. A aquellas horas no tenía humor para galanteos. «¿Y por qué todo el mundo tiene que desayunar a distinta hora? —se lamentaba al ir amontonando los platos en la fregadera—. Resulta muy molesto.» TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE41 Una vez lavados y colocados en el escurreplatos corrió a hacer las camas. Aquella mañana no podía esperar la ayuda de Giles. Tenía que abrir camino hasta la casita de la caldera y el gallinero. Molly hizo las camas a toda marcha y lo mejor que pudo, estirando las sábanas y remetiéndolas por los lados lo más deprisa posible. Estaba barriendo el suelo de uno de los cuartos de baño cuando sonó el teléfono. Molly experimentó primero una sensación de contrariedad porque interrumpían su trabajo, pero luego sintió alivio al pensar que por lo menos seguía funcionando el teléfono, y bajó corriendo para atender la llamada. Llegó a la biblioteca casi sin aliento y descolgó el auricular. —¿Sí? Una voz llena, con un ligero acento del país, preguntó: —¿Monkswell Manor? —Sí. Aquí la Casa de Huéspedes Monkswell Manor. —¿Podría hablar con el comandante Davis, por favor? —Ahora no puede ponerse al aparato —dijo Molly—. Yo soy la señora Davis. ¿Quién le llama, por favor? —El inspector Hogben, de la policía de Berkshire. Molly se quedó sin respiración. —Oh, sí... es..., ¿sí? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE42 —Yo creí que lo único que importaba era lo referente a la bebida. Y no hemos servido nada a nadie. Por otra parte, ¿porqué no habríamos de admitir huéspedes en nuestra propia casa de la manera que más nos agrade? —Lo sé. Parece lo más natural, pero como te digo, hoy en día todo está más o menos prohibido. —¡Oh, Dios mío! —suspiró Molly—. ¡Ojalá no hubiéramos emprendido este negocio! Vamos a estar varios días bloqueados por la nieve, todos se pondrán de mal humor y se comerán nuestras reservas de provisiones y no sé lo que será de nosotros. —Anímate, cariño —repuso Giles—. Estamos pasando un mal momento, pero todo se arreglará. La besó en la frente distraído y soltándola agregó en otro tono de voz: —¿Sabes, Molly, que, pensándolo bien, debe ser algo de bastante importancia para que envíen a un sargento a pesar de la nieve? Hizo un gesto señalando hacia el exterior y dijo: —Debe tratarse de algo muy urgente. Se miraron perplejos y en aquel momento se abrió la puerta dando paso a la señora Boyle. —¡Ah, está usted aquí, señor Davis! —dijo la recién llegada—. ¿Sabe que el radiador del salón está frío como el mármol? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE45 —Lo siento, señora Boyle. Andamos algo escasos de carbón y... La señora Boyle le atajó con rudeza. —Pago siete guineas a la semana..., siete guineas. Y no estoy dispuesta a helarme. Giles se puso como la grana y repuso escuetamente: —Procuraré remediarlo. Cuando salió de la estancia, la señora Boyle se volvió a Molly. —Si no le molesta que se lo diga, señora Davis, creo que tiene hospedado en su casa a un joven muy particular... Sus modales..., sus corbatas..., ¿y nunca se peina? —Es un joven arquitecto, que ha hecho una gran carrera —dijo Molly. —Le ruego me perdone, pero... —Cristóbal Wren es arquitecto y.., —Déjeme hablar, mi querida joven. Naturalmente que sé quién es Sir Cristóbal Wren. Era arquitecto. Fue quien construyó San Pablo. —Yo me refiero a este otro Wren. Sus padres le llamaron Cristóbal porque esperaban que fuera arquitecto. Y lo es... bueno, o casi lo es. —¡Hum! —gruñó la señora Boyle—. A mí me parece esto una historia bastante extraña. Yo de usted haría algunas averiguaciones acerca de su persona. ¿Qué es lo que sabe de él? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE46 —Tanto como de usted, señora Boyle... es decir, que también me paga siete guineas a la semana. Y en realidad eso es todo lo que necesitamos saber, ¿no le parece? Y por lo que a mí respecta, no me importa que mis huéspedes me gusten o... —Molly miró fijamente a la señora Boyle—, no me gusten. La señora Boyle enrojeció de coraje. —Es usted joven y sin experiencia y debiera agradecer los consejos de alguien que sabe más que usted. ¿Y qué me dice de ese extranjero? ¿Cuándo ha llegado? —A medianoche. —Vaya. Es muy curioso. No es una hora muy corriente. —Negarse a admitir a los viajeros sería ir contra la ley, señora Boyle. —Y agregó en tono menos agresivo—: Tal vez no sepa eso. —Todo lo que puedo decir es que ese Paravicini, o como se llame, me parece... —¡Cuidado, cuidado, querida señora...! Cuando se habla del ruin de Roma... La señora Boyle pegó un salto como si acabara de ver al mismísimo diablo. El señor Paravicini que acababa de entrar silenciosamente en la habitación sin que ellas se dieran cuenta, rió, frotándose las manos con ademán sarcástico. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE47 ejemplo. Aparecí a medianoche diciendo que mi coche había volcado a causa de la ventisca. ¿Qué sabe de mí? Nada en absoluto. Y tal vez tampoco sepa nada de ninguno de los otros huéspedes. —La señora Boyle... —comenzó a decir Molly, más se detuvo al ver a la aludida entrar en la estancia con su labor de punto en la mano. —El salón está demasiado frío. Me sentaré aquí —Y se dirigió hacia la chimenea. El señor Paravicini se le adelantó con su andar peculiar. —Permítame que avive el fuego. Y Molly se sorprendió, lo mismo que la noche anterior, ante la jovial elasticidad de su paso. Había observado que siempre procuraba conservarse de espaldas a la luz y ahora, al arrodillarse ante el fuego, comprendió la razón. El rostro del señor Paravicini se mostraba inteligentemente “maquillado”. De modo que el viejo estúpido quería parecer más joven de lo que era, ¿verdad? Pues no lo conseguía. Representaba su edad, e incluso más. Sólo su paso firme resultaba una contradicción. Y tal vez también eso estuviera cuidadosamente calculado. Le sacó de su ensimismamiento la brusca aparición del mayor Metcalf. —Señora Davis. Me temo que las cañerías... de... er... —bajó la voz— del sótano estén heladas. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE50 —¡Oh, Dios mío! —gimió Molly—. ¡Qué día! Primero la policía y ahora las cañerías! El señor Paravicini dejó caer el atizador con estrépito. La señora Boyle suspendió su labor. Molly, que miraba al mayor Metcalf, quedó extrañada de su repentina inmovilidad y la indescriptible expresión de su rostro... como si hubiera dejado de experimentar emociones y no fuera más que una talla de madera. —¿Ha dicho la policía? Molly tuvo conciencia de que tras su impasibilidad aparente se desarrollaba una violenta emoción. Pudiera ser temor, precaución o sorpresa..., pero escondía algo. Aquel hombre podía resultar peligroso. Volvió a hablar, esta vez en tono de simple curiosidad: —¿Qué es eso de la policía? —Han telefoneado —dijo Molly— hace muy poco rato, para decir que van a enviar aquí a un sargento —Miró por la ventana—. Pero yo no creo que consiga llegar —dijo esperanzada. —¿Por qué nos envían a un policía? —Dio un paso hacia ella, pero antes de que Molly pudiera contestar palabra, se abrió la puerta y entró Giles. —Este carbón parece de piedra. —dijo contrariado. Luego agregó—: ¿Ocurre algo? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE51 El mayor Metcalf se volvió de repente hacia él: —He sabido que va llegar la policía. ¿Por qué? —¡Oh, no tenga cuidado; —repuso Giles—. Nadie puede llegar hasta aquí. Hay cinco pies de nieve. Los caminos están bloqueados. No es posible que se acerque nadie. Y en aquel momento dieron tres golpecitos en la ventana. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE52 —Perdóneme, señora Davis, ¿podría utilizar un momento el teléfono? —Desde luego, mayor Metcalf. El mayor se dirigió al aparato mientras Cristóbal Wren decía con su voz chillona: —Es muy guapo, ¿no les parece? Siempre he creído que los policías tienen un gran atractivo. —Oiga... oiga... —El mayor Metcalf gritaba irritado por el auricular. Se volvió a Molly—. Señora Davis, este teléfono, está muerto, completamente muerto. —Funcionaba muy bien hace sólo un momento Yo... La interrumpió la risa estridente, casi frenética, de Cristóbal Wren. —De modo que ahora estamos completamente aislados. Es divertido, ¿verdad? —Yo no le veo la gracia —repuso el mayor Metcalf. —Ni yo, desde luego —dijo la señora Boyle. Cristóbal continuaba riendo a carcajadas. —Se trata de un chiste de mi propiedad —dijo—. ¡Chitón —se llevó el índice a los labios—, que viene el “poli”! Giles entraba en aquel momento con el agente Trotter. Este último se había librado de los esquíes y sacudido la nieve, y llevaba en la mano una gran libreta y un lápiz. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE55 —Molly —dijo Giles—, el sargento Trotter quiere hablar unos momentos con nosotros dos reservadamente. Molly les siguió fuera de la estancia. —Pasemos al gabinete —invitó Giles. Fueron a la reducida habitación situada al fondo del vestíbulo que bautizaron con este nombre. El sargento Trotter cerró la puerta con sumo cuidado. —¿Qué es lo que hemos hecho? —preguntó Molly, inquieta. —¿Hecho? —El sargento Trotter la miró sonriente—. ¡Oh! —agregó—. No se trata de eso, señora. Lamento haber dado lugar a un malentendido. No, señora Davis, es algo distinto por completo. Es más bien un caso de protección de la Policía, no sé si me comprenden ustedes. Como no le entendieron lo más mínimo, los dos le miraron interrogantes. El sargento Trotter siguió hablando: —Es con relación a la muerte de la señora Lyon. La señora Maureen Lyon, que fue asesinada en Londres hace dos días. Tal vez lo hayan leído ustedes en los periódicos. —Sí —dijo Molly. —Lo primero que quiero saber es si ustedes conocían a la señora Lyon. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE56 —Jamás la había oído nombrar —dijo Giles, y Molly murmuró unas palabras para acompañarle en su negativa. —Bien, ya me lo figuro. Pero a decir verdad, Lyon no era el verdadero nombre de la interfecta. La Policía tenía su ficha con las huellas dactilares, de modo que pudieron identificarla sin dificultad. Su verdadero nombre era Greeg; Maureen Greeg. Su fallecido esposo, John Greeg, fue un granjero residente en Longridge Farm, no muy lejos de aquí. Es posible que ustedes hayan oído hablar del caso Longridge Farm. En la estancia reinaba el silencio más absoluto. Sólo se oía el golpe amortiguado de la nieve que resbalaba del tejado. Trotter agregó: —Tres niños evacuados se alojaron en casa de los Greeg en Longridge Farm en 1940. Uno de esos niños falleció a consecuencia de abandono y malos tratos. El caso armó mucho alboroto, y los Greeg fueron condenados a presidio. Greeg escapó cuando le llevaban a la cárcel, robó un automóvil y sufrió un accidente durante el intento de burlar a la policía. Murió en el acto. La señora Greeg cumplió su condena y fue puesta en libertad hará unos dos meses. —Y ahora ha sido asesinada —dijo Giles—. ¿Quién suponen que la mató? Pero el sargento Trotter no era partidario de las prisas. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE57 cadáver de la mujer asesinada se encontró un papel con las palabras: “Éste es el primero”, un dibujo de los tres ratones y un pentagrama con la tonadilla infantil “Tres Ratones Ciegos”. Molly cantó por lo bajo: —Tres Ratones Ciegos, ¡Van tras la mujer del granjero! Ve cómo corren. les.. —Se interrumpió. —¡Oh, es horrible... horrible! Eran tres niños, ¿verdad? —Sí, señora Davis. Un muchacho de quince años, una niña de catorce y el niño de doce, que murió... —¿Qué fue de los otros dos? —Creo que la niña fue adoptada, pero no hemos conseguido dar con su paradero. El muchacho tendrá ahora unos veintitrés años. Hemos perdido su rastro. Se dice que siempre fue un poco... raro. A los dieciocho años se alistó en el Ejército, para desertar más tarde. Desde entonces no se ha sabido de él. El psiquiatra del Ejército dice que, desde luego, no es normal. —¿Y usted cree que haya sido él quien asesinó a la señora Lyon? —preguntó Giles—. ¿Y que es un maniático homicida que puede venir aquí por alguna razón desconocida? —Supongo que debe haber alguna relación entre alguno de los que viven aquí y el caso de Longridge Farm. Una vez hayamos establecido esta relación, podremos prevenirnos. Usted declara que no TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE60 tiene nada que ver con ese caso, ¿verdad? Y usted lo mismo, ¿eh, señora Davis? —Yo... oh, sí..., sí... —¿Quieren decirme exactamente quiénes habitan en esta casa? Le dieron los nombres. La señora Boyle, el mayor Metcalf. Cristóbal Wren... Y el señor Paravicini. El sargento los fue anotando en su libreta. —¿Criados? —No tenemos criados —repuso Molly—. Y eso me recuerda que debo subir a pelar patatas. Y salió de la habitación a toda prisa, Trotter miró a Giles. —¿Qué sabe usted de esas personas? —Yo... nosotros... —Giles hizo una pausa antes de agregar con calma—: La verdad es que no sabemos nada de ellos, sargento. La señora Boyle escribió desde su hotel de Bournemouth. El mayor Metcalf desde Leamington. Míster Wren desde un hotel particular de South Kessington. El señor Paravicini surgió de la nada... o mejor dicho, de entre la nieve... Su automóvil había volcado a causa de la ventisca, cerca de aquí. No obstante, supongo que tendrá tarjetas de identidad, cartilla de racionamiento o alguno de esos papeles. —Ya lo averiguaremos, desde luego. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE61 —En cierto modo es una suerte que haga tan mal tiempo —dijo Giles—. Así el asesino no podrá llegar hasta aquí, ¿no le parece? —Tal vez no le sea necesario venir, señor Davis. —¿Qué quiere decir? —repitió. El sargento Trotter vaciló unos instantes y luego dijo: —Tenemos que considerar que es posible que ya esté aquí. Giles le miró sorprendido. —¿Qué quiere decir? —repitió. —La señora Greeg fue asesinada hace dos días. Y todos sus huéspedes han llegado aquí después, ¿verdad, señor Davis? —Sí, pero habían reservado habitación... algún tiempo antes... todos, excepto Paravicini. El sargento Trotter suspiró. Su voz denotaba cansancio. —Estos crímenes fueron planeados de antemano. —¿Crímenes? ¡Pero si sólo se ha cometido uno! ¿Por qué está tan seguro de que haya de haber otro? —Lo habrá... No; espero evitarlo. Pero se intentará, estoy seguro de ello. —Pero entonces.., si está en lo cierto —Giles habló muy excitado—, sólo hay una persona que puede ser el asesino. La única que tiene la edad precisa: Cristóbal Wren. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE62 de confusión y nerviosismo, se había realizado el milagro de su mutuo encuentro... Una ligera sonrisa curvó sus labios. Volvió a la realidad, bajo la mirada indulgente del sargento Trotter. —Su esposo ha nacido por esta región, ¿verdad? —No —repuso Molly, distraída—. Es de Lincolnshire. Sabía muy pocas cosas de la infancia y juventud de Giles. Sus padres habían muerto y él evitaba hablar de su niñez. Molly suponía que debía ser muy desgraciado de niño. —Permítame que le diga que son ustedes muy jóvenes para dirigir un negocio como éste —dijo el sargento. —¡Oh, no lo sé! Yo tengo veintidós años y además... Se interrumpió al abrirse la puerta y entrar Giles. —Todo está dispuesto. Ya les he puesto en antecedentes —anunció—. Espero que le parecerá a usted bien, ¿verdad? —Eso ahorra tiempo —repuso Trotter—. ¿Está preparada, señora Davis? *** Cuando el sargento Trotter entró en la biblioteca oyó simultáneamente cuatro voces. La más aguda y chillona era la de Cristóbal Wren, que declaraba que no iba a poder dormir aquella noche, que todo era emocionante y por favor, por favor, pedía que le TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE65 dieran más detalles. A modo de acompañamiento, la señora Boyle afirmaba con voz grave. —Esto es una afrenta... ¡Valiente protección tenemos...! La Policía no tiene derecho a dejar que los asesinos anden sueltos por el país. El señor Paravicini accionaba elocuentemente con ambas manos y sus palabras quedaban ahogadas por la voz de la señora Boyle. De vez en cuando podían oírse las frases tajantes del mayor Metcalf pidiendo “pruebas”. Trotter alzó la mano y todos, a un mismo tiempo, enmudecieron. —¡Gracias! —les dijo—. El señor Davis acaba de hacerles un resumen del motivo de mi presencia. Ahora deseo saber una cosa, una sola cosa y pronto. ¿Quién de ustedes tiene algo que ver con el caso de Longridge Farm? El silencio continuó inalterable y cuatro rostros impasibles fijaron sus miradas en el sargento Trotter. Los rasgos de las emociones de momentos antes: indignación, histeria, curiosidad..., se habían desvanecido de aquellos semblantes. El sargento Trotter volvió a hacer uso de la palabra, esta vez con más apremio. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE66 —Por favor, entiéndame. Tenemos razones para creer que uno de ustedes corre peligro... peligro de muerte... ¡Tengo que averiguar quién es! Nadie habló ni se movió. Algo semejante a la ira alteraba ahora la voz de Trotter. —Muy bien... Les interrogaré uno por uno. ¿Señor Paravicini? Una sonrisa apenas perceptible apareció en los labios del Señor Paravicini, quien alzó las manos en un gesto de protesta. —¡Pero si yo soy un extraño en esta región, señor inspector! No sé nada, nada en absoluto, de los sucesos locales a que se refiere usted. Trotter, sin perder tiempo, prosiguió: —¿Señora Boyle? —La verdad, no veo por qué..., quiero decir..., ¿por qué tendría yo que ver en tan desagradable asunto? —¿Señor Wren? —Por aquel entonces era yo un niño —repuso Cristóbal con voz estridente—. Ni siquiera recuerdo haber oído nunca hablar de ello. —¿Y usted, mayor Metcalf? —Lo leí en los periódicos —repuso con brusquedad—. Entonces yo estaba en Edimburgo. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE67 Miró a su alrededor y volvió a echarse a reír. —¡Si pudieran ver las caras que ponen! Y, dando media vuelta, abandonó la habitación. *** La señora Boyle fue la primera en recobrarse. —Es un joven neurótico y muy mal educado —dijo. —Me contó que estuvo enterrado cuarenta y ocho horas durante un ataque aéreo —explicó el mayor Metcalf—. Me atrevo a asegurar que eso explica muchas cosas. —La gente siempre encuentra excusas para dejarse llevar de los nervios —dijo la señora Boyle con acritud—. Estoy segura que durante la guerra yo pasé tanto como cualquier otro y mis nervios están perfectamente. —Tal vez esto tenga que ver con usted, señora Boyle —exclamó Metcalf. —¿Cómo dice? El mayor Metcalf se expresó tranquilamente: —Creo que en 1940 estaba usted en la Oficina de Alojamiento de este distrito, señora Boyle —Miró a Molly, que inclinó la cabeza en señal de asentimiento—. Es así, ¿no es verdad? El rostro de la señora Boyle se puso rojo de ira. —¿Y qué? —desafió con la voz y la mirada. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE70 —Usted fue la que envió a los tres niños a Longridge Farm. —La verdad, mayor Metcalf, no veo por qué he de ser responsable de lo ocurrido. Los granjeros parecían buena gente y se mostraban deseosos de alojar a los niños. No creo que puedan culparme en este sentido... o que yo sea responsable. Su acento se quebró. Giles intervino, preocupado. —¿Por qué no se lo dijo al sargento Trotter? —Esto no le importa a la policía —replicó la señora Boyle—. Puedo cuidar de mí misma. —Será mejor que vigile con todo cuidado —dijo el mayor Metcalf sin alterarse, y él también salió apresuradamente de la estancia. —Claro —murmuró Molly—, usted estaba en la oficina de hospedaje... Recuerdo... —Molly, ¿tú lo sabías? —Giles la miraba fijamente. —Usted vivía en la gran casa que luego incautaron, ¿no es verdad? —La requisaron —precisó la señora Boyle—; y la arruinaron por completo —agregó con amargura—. Está devastada. Fue una iniquidad. Y entonces el señor Paravicini comenzó a reír. Echó la cabeza hacia atrás, riendo sin el menor disimulo. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE71 —Perdónenme —consiguió decir—; pero es que todo esto resulta muy divertido. Me estoy divirtiendo... sí, me estoy divirtiendo en grande. En aquel momento entraba en la habitación el sargento Trotter y dirigió una mirada de censura al señor Paravicini. —Celebro que todos se encuentren tan divertidos —dijo, molesto. —Le ruego que disculpe, querido inspector, y le pido perdón. Estoy estropeando el efecto de sus graves advertencias. El sargento Trotter se encogió de hombros. —Hice cuanto pude por aclarar la situación —dijo—. No soy inspector, sino sólo sargento. Por favor, señora Davis, quisiera hablar por teléfono. —Perdóneme —repitió Paravicini—. Ya me voy. Y abandonó la biblioteca con su andar firme y airoso, que ya llamara la atención de Molly. —Es un tipo extraño —dijo Giles. —Podría ser un criminal —repuso Trotter—. No me fiaría ni un pelo de él. —¡Oh! —exclamó Molly—. ¿Usted cree que él...? Pero si es demasiado viejo... ¿O no lo es? Se maquilla... bastante, y su andar es seguro. Tal vez pretenda parecer viejo. Sargento Trotter, ¿usted cree...? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE72 *** Cristóbal Wren estaba en su habitación, y yendo de un lado a otro silbaba suavemente... De pronto su silbido cesó. Se sentó en el borde de la cama y escondiendo el rostro entre las manos comenzó a sollozar... murmurando infantilmente: —No puedo continuar... Luego su expresión cambió, y poniéndose en pie enderezó los hombros. —Tengo que continuar —dijo—. Tengo que acabar con ello. *** Giles permanecía junto al teléfono de su dormitorio, que era a la vez el de Molly. Se inclinó para recoger algo semi oculto entre las faldas del tocador: era un guante de su esposa, y al levantarlo de su interior cayó un billete de autobús, color rosa... Giles contempló su trayectoria hasta el suelo, mientras cambiaba la expresión de su rostro. Podían haberle tomado por otro hombre cuando se dirigió a la puerta como un sonámbulo, y una vez la hubo abierto permaneció unos instantes contemplando el pasillo en dirección al rellano de la escalera. *** TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE75 Molly terminó de pelar las patatas y las echó en una olla que colocó sobre el fogón. Miró dentro del horno. Todo estaba dispuesto, según su plan. Encima de la mesa de la cocina yacía el ejemplar de dos días atrás, el Evening Standard. Frunció el ceño al verlo. Si consiguiera recordar... De pronto se llevó las manos a los ojos. —¡Oh, no! —exclamó—. ¡Oh, no...! Bajó lentamente sus manos contemplando la cocina como si fuera un lugar extraño... tan cálida, cómoda y espaciosa, con el sabroso aroma de los guisos. —¡Oh, no! —repitió casi sin aliento. Y también con el andar lento de una sonámbula se dirigió a la puerta que daba al vestíbulo. La abrió. La casa estaba en silencio... sólo se oía un ligero silbido... «Aquella canción...» Molly se estremeció volviendo a la cocina para echar otro vistazo. Sí, todo estaba en orden y en marcha. Una vez más fue hacia la puerta... *** El mayor Metcalf bajó lentamente la escalera. Aguardó uno instantes en el vestíbulo, luego abrió el gran armario situado debajo de la escalera y se metió dentro. Todo estaba tranquilo. No se veía a TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE76 nadie. Era una buena ocasión para llevar a cabo lo que se había propuesto hacer... *** En la biblioteca la señora Boyle conectó la radio. Estaba todavía enfadada. La primera emisora que sintonizó estaba lanzando al éter una charla sobre el significado y origen de las melodías infantiles. Lo último que esperaba oír. Giró el cuadrante con impaciencia y una pastosa voz le informó: —La psicología del miedo debe ser comprendida. Supongamos que usted se halla solo en una habitación y se abre una puerta en silencio a su espalda... Y la puerta se abrió. La señora Boyle experimentó un violento sobresalto. —¡Oh, es usted! —dijo, aliviada—. ¡Qué programas más estúpidos! ¡No consigo en modo alguno encontrar nada digno de oírse! —Yo no me preocuparía por eso, señora Boyle. —¿Y qué otra cosa puedo hacer si no es escuchar la radio? —preguntó—. Encerrada en esta casa con un posible asesino... Aunque no es que me crea esa melodramática historia ni por un momento... —¿No, señora Boyle? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE77 —No lo sé, ya se lo he dicho —exclamó Molly—. Ni siquiera estoy segura de haber oído algo. —¿Es que no puede dejar de acosarla? —dijo Giles, furioso—. ¿No ve que está nerviosa? —Estoy investigando un crimen, señor Davis... Le ruego me perdone, comandante Davis. —No utilizo mi título de guerra en ninguna ocasión, sargento. —Perfectamente, señor —Trotter hizo una pausa, como si hubiera tocado un punto delicado—. Como iba diciendo, estoy investigando un crimen. Hasta ahora nadie ha tomado este asunto en serio. La señora Boyle tampoco. No quiso darme cierta información. Todos ustedes han hecho lo mismo. Bien, la señora Boyle ha muerto y, a menos que lleguemos al fondo de todo esto... y pronto, puede que haya otra muerte. —¿Otra? ¡Tonterías! ¿Por qué? —Porque... —repuso el sargento Trotter con voz grave— eran tres ratoncitos ciegos... —¿Una muerte por cada uno? —preguntó Giles, extrañado—. Pero tendría que existir alguna relación... quiero decir, otra relación con aquel caso. —Sí, tiene que haberla. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE80 —Pero, ¿por qué ha de haber otro crimen aquí? —Porque sólo había dos direcciones en el librito denotas. Había sólo una posible víctima en la calle Culver, 74. Ya ha muerto. Pero en Monkswell Manor hay un campo más amplio. —Tonterías, Trotter. Sería una coincidencia casi improbable que se hubieran reunido aquí por azar dos personas relacionadas con el caso de Longridge Farm. —Dadas ciertas circunstancias, no sería mucha casualidad. Piénselo, señor Davis. Se volvió hacia los otros. —Ya tengo sus declaraciones de dónde estaba cada uno de ustedes cuando la señora Boyle fue asesinada. Voy a repasarlas. ¿Usted, señor Wren, estaba en su habitación cuando oyó gritar a la señora Davis? —Sí, sargento. —Señor David, ¿usted se encontraba en su dormitorio examinando el teléfono supletorio que hay allí? —Sí —repuso Giles. —El señor Paravicini se hallaba en el salón tocando el piano. A propósito, ¿no le oyó nadie, señor Paravicini? —Tocaba muy piano, muy piano, sargento, y sólo con un dedo. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE81 —¿Qué es lo que tocaba? —Tres Ratones Ciegos, sargento —Sonrió—. Lo mismo que el señor Wren silbaba en el piso de arriba. La tonadilla que todos llevamos metida en la cabeza. —Es una canción horrible —dijo Molly. —¿Y qué me dice del cable telefónico? —quiso saber Metcalf—. ¿Lo habían cortado intencionadamente? —Sí, mayor Metcalf. Precisamente junto a la ventana del comedor... acababa de localizar la avería cuando gritó la señora Davis. —¡Pero eso es una locura! ¿Cómo espera el criminal poder salir con bien de todo esto? —preguntó Cristóbal con voz estridente. El sargento le contempló fijamente unos instantes. —Tal vez eso no le preocupe mucho —dijo—. O es posible que se crea demasiado listo para nosotros. Los asesinos son así. Nosotros tenemos un curso de psicología en nuestro aprendizaje. La mentalidad de un esquizofrénico es muy interesante. —¿No podríamos suprimir las palabras innecesarias? —preguntó Giles. —Desde luego, señor Davis. Sólo hay dos de ellas que nos interesan de momento. Una es asesinato y la otra peligro. Nos hemos de concentrar sobre esas palabras. Ahora, mayor Metcalf, permítame TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE82 —Creo que te has vuelto loca, Molly —exclamó Giles—, y usted también, sargento. Hay una sola persona que reúna las características del asesino y... —Aguarda, Giles, espera —interrumpió su esposa—. ¡Oh, cálmate! Sargento Trotter..., ¿puedo... puedo hablar un momento con usted? —Yo me quedo —dijo Giles. —No, vete, por favor. El rostro de Giles estaba sombrío y presagiaba tormenta cuando habló. —No sé lo que te ha pasado, Molly. Y siguió a los otros fuera de la habitación. —Diga usted, señora Davis, ¿qué es ello? —Sargento Trotter, cuando usted nos habló del caso de Longridge Farm, nos dio a entender que debía ser el hermano mayor el... responsable de todo esto. Pero no lo sabe con certeza, ¿verdad? —Así es, señora Davis. Pero la mayoría de posibilidades, se inclinaban hacia ese lado..., desequilibrio mental, deserción del Ejército... ése fue el informe del psiquiatra. —Oh, ya, y por consiguiente todo parecía indicar a Cristóbal. Yo no creo que haya sido él. Debe de haber otras... posibilidades. ¿Es que aquellos niños no tenían familia... padres, por ejemplo? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE85 —Sí. La madre había muerto, pero el padre estaba sirviendo en el extranjero. —Bueno. ¿Y qué hay de él? ¿Dónde se encuentra ahora? —No tenemos informes. Obtuvo los documentos de desmovilización el año pasado. —Y si el hijo era un desequilibrado mental, el padre también pudo serlo. —Es posible. —De modo que el asesino pudiera ser de mediana edad, o más bien viejo. Recuerde que el mayor Metcalf se asustó mucho cuando le dije que había telefoneado la policía. Y realmente estaba atemorizado. —Créame, por favor, señora Davis —dijo el sargento Trotter con calma—. No he dejado de considerar todas las posibilidades desde el principio. El joven Jim... el padre, e incluso la hermana. Podría haber sido una mujer, ¿sabe? No he pasado nada por alto. Puedo estar seguro en mi interior..., pero no lo sé... todavía. Es muy difícil conocer todo lo referente a los demás... sobre todo en estos tiempos. Le sorprendería lo que se ve en el Departamento de Policía. Principalmente en matrimonios. Bodas rápidas... casamientos de guerra... Sin explicar el pasado... Sin hablar de familia, ni amistades. La gente acepta la palabra de un desconocido como artículo de fe. Si un individuo dice que es piloto de aviación, o mayor del ejército... la chica le cree a pies TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE86 juntillas... y algunas veces tarda uno o dos años en descubrir que es un empleado de un Banco que se ha fugado y que tiene esposa e hijos... o que es un desertor del ejército... o peor. —Hizo una pausa y continuó— Sé perfectamente lo que está pensando, señora Davis. Sólo quiero decirle una cosa. El asesino se está divirtiendo. Eso es de lo único que estoy seguro. Y se dirigió hacia la puerta. *** Molly se quedó inmóvil mientras sentía arder sus mejillas. Al cabo de unos instantes avanzó lentamente hacia el fogón y se arrodilló para ir a abrir la puerta del horno. El aroma sabroso y familiar alegró su ánimo. Era como si de pronto volviera a encontrarse en el mundo amable de la rutina cotidiana. Guisar... cuidar de la casa... la vida ordinaria y prosaica... Desde tiempo inmemorial las mujeres han preparado los alimentos para los hombres. El mundo de peligros... y locuras se desvaneció. La mujer, en su cocina, se encuentra a salvo... completamente a salvo. Se abrió la puerta. Molly volvió la cabeza, viendo entrar a Cristóbal Wren casi sin aliento. —¡Cielos! —exclamó Cristóbal—. ¡Qué desorden! ¡Alguien ha robado los esquíes del sargento! —¿Los esquíes del sargento? Pero ¿quién ha podido ser? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE87 —El que no tema quedarse a solas... conmigo. No tiene miedo, ¿verdad? Molly movió la cabeza. —No, no tengo miedo. —¿Por qué no tiene miedo, Molly? —No lo sé... yo no... —Y, no obstante, soy la única persona que reúne las características del asesino. —No —repuso Molly—. Existen otras... Posibilidades. He estado hablando de ello unos momentos con el sargento Trotter. —¿Y está de acuerdo contigo? —Por lo menos no está en desacuerdo —dijo la joven despacio. Ciertas palabras volvían a martillear su cerebro. Especialmente la última frase: «Sé perfectamente lo que está pensando, señora Davis.» Pero, ¿lo sabía? Es posible que lo supiera. También dijo que el asesino estaba disfrutando... ¿Era cierto? Y preguntó a Cristóbal: —Tú no te estás divirtiendo precisamente, ¿verdad? A pesar de lo que acabas de decirme. —¡Cielos, no! —repuso Cristóbal mirándola, sorprendido—. ¡Qué cosas tan chocantes se te ocurren! TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE90 —Oh, no es cosa mía, sino del sargento Trotter. ¡Le odio! Me ha metido cosas en la cabeza... cosas que no son verdad... que no pueden ser verdad. Se cubrió el rostro con las manos, pero Cristóbal se las apartó suavemente. —Escucha, Molly, ¿qué es todo esto? Ella dejó que la sentara en una silla junto a la mesa de la cocina. Los modales de Cristóbal ya no eran ni morbosos ni infantiles. —¿Qué te pasa, Molly? —le dijo. La joven le miró largamente. —¿Cuánto tiempo hace que te conozco, Cristóbal? ¿Dos días? —Poco más o menos. Estás pensando que para hacer tan poco tiempo nos conocemos bastante bien. —Sí... es extraño, ¿verdad? —Oh, no lo sé... Existe una corriente de simpatía entre nosotros. Posiblemente porque ambos... hemos luchado contra ella. No era pregunta, sino afirmación, y Molly la pasó por alto. Preguntó en voz muy baja: —Tu nombre verdadero no es Cristóbal Wren, ¿verdad? —No. —¿Por qué...? TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE91 —¿Por qué he escogido ése? Oh, me pareció bastante ingenioso. En el colegio solían burlarse de mí llamándome Cristóbal Robin. Robin... Wren... me figuro que fue por asociación de ideas. —¿Cuál es, pues, tu verdadero nombre? Cristóbal repuso con voz tranquila: —No creo que te interese... No significaría nada para ti... No soy arquitecto. En la actualidad soy un desertor del ejército. Por un momento en los ojos de Molly brilló un relámpago de alarma. Cristóbal lo comprendió así. —Sí —continuó—. Igual que nuestro asesino desconocido. Ya te dije que yo era el único que coincidía con su descripción. —No seas tonto —replicó Molly—. No he creído nunca que fueses el asesino. Continúa... háblame de ti... ¿Qué impulsos fueron los que te hicieron desertar? ¿Los nervios? —¿Te refieres a que sentí miedo? No. Por extraño que parezca, no estaba asustado... es decir, no más asustado que los otros. Gozaba fama de tener mucho temple ante el enemigo. No; fue algo bien diferente. Fue por... por mi madre. —¿Tu madre? —Sí... verás; murió durante un ataque aéreo. Quedó sepultada. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE92 —¿El sargento Trotter? —Sugiriendo cosas... cosas ocultas... provocándome terribles dudas acerca de Giles... pensamientos que nunca cruzaron por mi mente. ¡Oh, le odio... le odio! Cristóbal alzó las cejas sorprendido. —¿Giles? ¡Giles! Sí, claro, él y yo somos de la misma edad. A mí me parece mucho mayor, pero me figuro que no debe serlo. Sí, Giles también coincide con las características del asesino. Pero escucha, Molly, todo esto es una tontería. Giles estaba aquí contigo el día que esa mujer fue asesinada en Londres. Molly no contestó. Cristóbal la miraba extrañado. —¿No estaba aquí? Molly habló casi sin aliento. Sus palabras fueron un susurro incoherente. —Estuvo fuera todo el día... con el coche... fue al otro extremo de la comarca para comprar una alambrada que vendían allí... por lo menos eso fue lo que dijo... y es lo que pensaba... hasta... hasta... —¿Hasta qué? Lentamente Molly alargó la mano para señalar la fecha del ejemplar del Evening Standard que cubría parte del tablero de la mesa de la cocina. Cristóbal miró y dijo: TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE95 —Es la edición de Londres de hace dos días. —Estaba en el bolsillo del gabán de Giles cuando regresó. Debió... debió haber estado en Londres. Cristóbal se extrañó. Miró de nuevo el periódico y luego a Molly, y frunciendo los labios comenzó a silbar aunque se interrumpió de pronto. No quería silbar aquella tonadilla precisamente en aquellos momentos, y escogiendo sus palabras con sumo cuidado y evitando mirar a Molly a los ojos, dijo: —¿Qué es lo que sabes de... Giles? —¡No! —exclamó la joven—. ¡No! Eso es lo que ese Trotter dijo... o insinuó. Que las mujeres solemos ignorarlo todo del hombre con quien nos casamos... especialmente en tiempo de guerra. Que aceptamos siempre... todo lo que nos cuentan... —Supongo que eso es cierto. —¡No digas eso tú también! No puedo soportarlo. Es porque estamos todos trastornados. Creemos... creemos que cualquier suposición fantástica... ¡No es cierto! Yo... Se detuvo sin terminar la frase. La puerta de la cocina acababa de abrirse. Entró Giles con expresión sombría. —¿Les he interrumpido? —preguntó. Cristóbal se apartó de la mesa. —Estoy tomando unas cuantas lecciones de cocina —dijo. TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE96 —¿De veras? Escuche, Wren; los téte-a-téte no son prudentes en los momentos presentes. No se acerque más a la cocina, ¿me ha oído? —¡Oh!, pero seguramente... —No se acerque a mi esposa, Wren. Ella no va a ser la próxima víctima. —Eso —atajó Cristóbal— es precisamente lo que me preocupa. Si hubo intención en sus palabras, Giles pareció no darse cuenta. —Soy yo quien debo vigilar aquí. Sé cuidar de mi propia esposa. ¡Fuera! Molly dijo con voz clara: —Por favor, vete, Cristóbal. Sí..., márchate. El muchacho se dirigió hacia la puerta sin prisa. —No me iré muy lejos —Sus palabras iban dirigidas a Molly y tenían un significado definitivo. —¿Quiere marcharse de una vez? Cristóbal soltó una risita infantil. —Ya me voy, comandante. La puerta se cerró tras él y Giles se volvió para enfrentarse con su mujer. —¡Por amor de Dios, Molly! ¿Es que te has vuelto loca? ¡Estar aquí encerrada y tan tranquila con un peligroso maniático homicida! TRES RATONES CIEGOS — AGATHA CHRISTIE97
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