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La Corte y la Venganza de Cinq-Mars: Escena Clave, Exámenes de Italiano

Una escena clave de la novela 'La Corte y la Venganza de Cinq-Mars' por Alexandre Dumas. La corte está preparándose para presentar a los jóvenes nobles al rey, mientras que Cinq-Mars y el abate de Gordi se encuentran y discuten sobre la traición de Richelieu. El documento detalla las acciones y las reacciones de los personajes, incluyendo el papel del juez secreto y la división de las tropas.

Tipo: Exámenes

2021/2022

Subido el 10/10/2022

campeon86
campeon86 🇪🇸

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¡Descarga La Corte y la Venganza de Cinq-Mars: Escena Clave y más Exámenes en PDF de Italiano solo en Docsity! gia SONSDIDACSION EN TIEMPO DE LUIS XIIL Pobela escrita POR EL CONDE ALFREDO DE VIGNY, y venida ai castellano Por D. €.C. y 8. mm Tomo 11. AP Wiadrid. Imprenta de la Compañía Tipográfica. 15839, ARAU AA VELA AO MVA ANUAL CAPITULO VI!I. La entrevista. Mi genio tiembla atónito delan- te del suyo. BRITANICO. La pomposa comitiva del Cavdenal se ha= bia detenido á Ja entrada del campamento; todas las tropas se hallaban puestas sobre las armas y formadas con el mayor órden, y la litera atravesó al estruendo del cañon y de las músicas sucesivas de cada regimiento una larga fila de caballería é infanteria escalona= da desde la primera tienda hasta la del mi- histro, levantada á alguna distencia del cuerbel real, y que anunciaba álo lejos la Plixpura que la cnbria. Todos los comandun- tes de los cuerpos recibieron un saludo 6 una espresion de parte del Cardenal, «que llegósn fín £ su tienda , despidió su sóguito y so en- 6 con mucha cortesía y haciéndose profundas reverencias, Rodeábalos una lucida cononrrencia de jó- venes caballeros que paseaban de arriba a- bajo porla galeria, y se metieron entre ellos á buscar cada cual sue amigos. La corte ha- bia desplegado en los tragos aquella maña- na toda la elegancia de entonces; pero las capas cortas de terciopelo ó raso de todos co- lores bordadas de plata í oro; las cruces de san Miguel y del Espírito Santo, las visto- sas gorgueras, las numerosas plumas de los sombreros, las agujetas de oro, las cadenas de que pendian largas espadas; todo brilla- ba y deslumbraba menos que el fuego do las miradas, los dichos agudos y risas estrepizo- sas de aquella juventud guerrera. Varios grandes señores y personages de categoría pa- seaban tambien por en medio de aquella reu- nion, seguidos de sus muchos gentiles hom- bres, El abate de Gondi, que era muy corto de vista, corría por todas partes frunciendo las cejas , medio cerrando los ojos para ver me- 7 jor y enderezándoso los bigotes, porque en aquella época los lleyaban tambien los ecle— siásticos, Miraba á todos en las narices pe- ra poder conocer á sus amigos y se paró al fin delante de un jóyen de gran estatura, vestido de negro de pies á cabeza , y que lle= vaba asimismo una espada de acero pavona= do muy oscuro, Estaba hablando con un oa pitan de guardias, cuando Mamándole apar- te elabate Condi, le dijo: — Señor de Thou, necesito que seaia mi padrino dentro de una hora , á caballo y con espada y pistola, el quereis hacerme esta honra. — Caballero, sabeis que soy siempre yues- tro para cuanto se os ofrezca. y Adonde de- hemos ir? — Delante del bastion español, si 0s pa- tera, —Perdonad, pero estaba en una conver sacion que me interesaba mucho; seré pan- tual á Ja cita. Y le dejó para volverse á hablar con su capitan. Todo esto lo habia dicho con'un to- no de voz muy apacible, una serenidad in- 3 alterable, y aun algun tanto distraído. El abate lo apretó la mano con gradísimo contento y prosiguió sa pesquisa, No le fué tan fácil componerse con los demas señoresá quien habló; estos Je conocian mejor que Thon y aponas le veían venir de lejos» proouraban huirle el cuerpo, ó bien se lo *ohaban á reir eu eus barbas y no le ofrecian Su ayuda. —Vaya, abate, otra vez andais buscando gente; apuesto que es un padrino el que ne- vesitaja , dijo el duque de Beanfosr. — Y yo apuesto, añadio el vaballero de la Rochefoncanld, que es contra algun parti- dario del Cardenal Dnque. -— Ambos tieveu Vds, razon, señores; pero de cuando acá se riendo los lances de honor? — Dios mo libre de ello, repuso el de Besufort, los hombres de espada como no- soteos los acatan en todo su punto; pero no ma sucede asi con los pliegues de nna eotana, —Pardiez, señor , que sobradamente sa bois que mo me embaraza la muñeca , como lo probaré á quien quiera, Ademas yo solo de- zoo encontrar ocasion dé colgar los hábitos: ti tico; lMevaba un trage de luto, señal de que no estaba agregado á ningun ouerpo, ni al servicio particular de alguna casa grande, y parecia aguardar con paciencia el momen- to de entrar en el cuarto del rey, mirando entretanto con aire negligente á los que le rodeaban como si no viese ni conociera alh á nadie. Echó sobre úl la vista Gondi y se le acer- có sin titobear: —A fo mia, caballero , le dijo, que no tengo el honor de conoceros; pero nunca puedo un asalto de £florote desagradar á un hombre de ánimo esforzado , y si quereis sex padrino mio, dentro de un cuarto de ho= ya nos veremos en la liza. Yo soy Pablo de Gondi, y he desañado al caballero de Lauray, que, aunque parcial del cardenal, es hombre en lo demas de muchísima cortesía. Respongiólo el desconocido sin manifestar sorpresa alguna de este preambulo ni mu- dar de posicion: ¿Y quienes son sue pa- drinos? -— A fe mia que no lo sé. ¿Pero que os importa saberlo? Com los ami- 12 gos no se riñe por darles un cintarezo. Sonriése el forastero al descuido, estuvo un momento atusandose con la mano sus lar gos cabellos castaños , y le dijo por ftltimo con indolencia y mirando un gran reloj re= dondo que lMevaba colgado de la cintura. — Asi como asi, nada tenia que hacer ahora , caballero , y como no encuentro aqui amigo alguno , os acompañaré sin difienltads lo mismo se me da pasar en esto mi tiem- po que en otra cosa enalquiera. Y cogiendo de la mesa su ancho sombro- ro de plumas negras, eché 4 andar despa- cio siguiendo al belicoso ebato, que iba de lante deél y volvia á cada momento á agui- jonearle , como un chiquillo que corre de- lante de su padre, ó un perrito faldero que va y vuelve veinto veces antes de llegar al estremo de uua calle. Entretanto dos ugieres que vestian la li- brea real abrieron las grandes cortinas que separaban la galeria de la tienda del rey, y todos guardaron silencio. Empezaron lne= go Á entrar sucesivamente y con lentitud en la estancia provisional del príncipe, quien 13 recibió con afabilidad á toda en corte, y ora el primero que se ofrecia á la vista de cada uva de las personas que entraban. El roy Luis XIII ostaba de pie delante de una pequeña mesita rodeada de dorados sillones y en medio de todos los grandes oficiales de la corona : su traga ora elegantísimo y con- sistia en una especie de chupa agamuzada con las mangas abiertas y adornadas de agujetas y cintas azules que le cubrian basta la cin- tura, Llevaba puesto un auchísimo pantalon parecido al de los turcos de ahora, el cual no la llegaba mas que $ la rodilla, y eu tra- ge amarillo con listas encarnadas estaba tambien adornado por lo bajo de cintas azules, Sus botas de montar que le alcanzaban solo á tres pulgadas mas arriba del tobi- llo, eran tan anchas y estaban forradas do eucage en tanta cantidad que parecia con ellas un tiesto de flores, Cubria el brazo iz,. quierdo del rey, apoyado sobre el pomo de an espada, una capa corta de terciopelo azal sobre la cual estaba bordada la cruz del Ea- píritu Santo. Tenia la cabeza descubierta , y distinguia- 16 jor su insoportable yugo, pero tan dificil de quebrantar. Pareciale ya que lo habia casi consegnido, y animado al ver los ros tros risueños de cuantos le rodeaban, se com” gratulaba ya dentro de sí de haber sabido recobrar sí imperio, y gozaba entonces de ereerse tan fnerte una inquietud involunta— ría que sentia en el fondo de su alma le de- cia á la verdad que pasado aquel mo- mento iba Á cargar él solo con todo el peso del Estados peso hablaba sin cesar para no ser atormentado de tan molesta idea, y di- simulando el secreto conocimiento que tenia de su incapocidad para gobernar, no daba rienda enelta á su imaginacion mas que para pensar en el resultado de sus empresas, ha= ciendose violencia á sí mismo para olvidar- se de las ásperas sendas que pueden condu- cir á ollas. Las palabras so aucedian con ra— pidez en »us labios, — Pronto vamos Á toman á Porpiñan , de- cia de lejos á Fabert. Entonces , cardenal , es nuestra la Lorena! añadis dirijióndoso £ la Valettoz y cogion- do luego el brazode Mazarino , proseguia. vd —¿No es verdad que gobernar todo un reino no es una cosa tan dificil como te eran? E% Italiano, que no estaba tan confiado como los demas cortesanos en la desgracia del cardenal, respondió para no comprometerse: — ¡Ay señor! los triunfos obtenidos últi mamente por V. M, dentro y fuera del reino pruebando acertado que es en elegir sus ina- trumentos y dirigirlos y... Pero interrampiendole aquí el dugne de Beaufort con aquella confianza , aquella voz fuerte y aquel aire que faeron cansa de que so le pusiese en lo ercesivo el apodo de el importante , esclamóú levantando Ja cabeza: —Pardiez, sobor, que hasta solo con quererlo; 4 una nrcion se la gobierna del másmo molo que Á un erballo, con brida y espusla , y como todos nomtros somos bue- Tos ginétes, no cieme Y, M. mas que estoger. Fstx impartinontte salida no llegó 4 prodn- cir su afecto, porque los dos ajieres gritaron £ ana : Su Eminencia * El rey ee rubiorizó al pronto involunta- riamente, como si hnbiese sido sorprendida in fraganti, Pero nó tardó ou tomar un 08 Tomo 11 2 la tinente resuelto de altivez que no se lo os- condió al ministro. Riohelia, vestido con el pomposo trago de cardenal , apoyado en dos pages jóvenes. y seguido de eu capitan de guardias y do quinientos gentiles-hambres agregados á su servidumbre , se adelantó. poco á poco hacia el rey, y parandose á cada momento como si 4 ello le obligaran sue dolores, pero en realidad para observar la espresion de las fisonomiasque tenia en frente, Bastóle echar una rápida ojeada para enterarse de todo. Su comitiva so quedó. 4 la eutrada de la tienda real, y de cuantas cortesanos estaban dentro de esta , no hubo uno que se atre- viese 6 saludarlo 4 eobarle una simple ani= rada; hasta el mismo la Valette hacia como que estaba distiaido hablando com Mon= tresor, y el rey, que quería recibixle mal, aparentó saludarlo ligeramente y continuó hablando aparte y en.voz baja conel Onque de Beanfort, Vióso puex obligado el cardenal despres del primer saludo á pararso y dirijirso há- cia donde estaban los cortesanos como si hu= z1 — Vengo, señor á euplirar á Y. M. que me otorgue pos último el retiro que es- t0y ansiando hace tanto tiempo. Mi salud os. tá quebrantada y conozco que en breve aca baré de vivir; la eternidad se acerca para mí, y antes de dar enonta al eterno Rey, quiero daxsela al rey temporal. Diez y ocho años hace, señor , que me entregasteie un seyno endeblo y dividido, y ahora os le vuelvo unido y poderoso. Vuestros enemi- gos har sido vencidos y humillados, y aca- bé enteramente mi obra. Pido á Y. M, per- tiso pare retirarme á Cister donde soy ubad general y acabar mis dias en la ora- cion y meditacion. Ofendido el voy de algunas espresionos sltivas que contenia el discurso del cardo nal, no diá vinguna de las oeñales que este aguardaba y le habia visto dar siempre que le habia amenazado con retirarse de los negocios. Viendo al contrario que le estaba observando toda la corte, le miró á lo rey y dijo con frialdad: —Os agradecemos yues- tros servicios, señor cardenal , y Dios quie- sa que alcanocio el ruposo que desonis. a Conmoviose interiormente Richelion, pera fue de cólera y sin que su rostro diese el menor indicio de lo que sentia. Esa es la mis- ma frialdad, dijo para sí, con que dejaste morir 4 Montmorency, pero note me escapa- ráo de ese modo. Volvió pues á tomar la palabra, y dijo inclinándose: —La única recompensa que pido 6 Y. M. por mis servicios es que se digno recibir de de mí el don gratuito que le hago del pala= cio del Dardenal, constrnido en Paris 4 mis espensas, Admirado el rey hizo una señal conla 0a- beza dando 4 entendor que lo admitia. La corte atenta soltó nn murmullo de sorpresa, — Mo echo tambien á los reales pies de V. M. para que se sirva otorgarme la revo= cacion de una medida de rigor Á que yo dí lugar, (Jo confieso públicamente) , creyóndo- la acaso ventajosísima para ol reposo del Estado, Sí, cuando yo estaba entregado al mundo, olvidaba por el bien general con harta fcecuencia mis antiguos sentimientos de respeto y adhesion á muchas personas. Ahora que estoy ya gozando las luces de la 23 soledad, veo que he ido descarriado, y me arrepiento. Creció con esto la atencion, y fué hación= dose patente el desasosiego del rey. —Sí, hay una porsona, señor, á quien viempre tnve aficion á pesar de los agravios que ba cometido contra V. M. y el desapego que me ví obligado á mostrarlo para bien del reino; una persona á quien debo mucho y que vos quereis sobremanera, no obstante sua ataques á mano armada contra Y, M.;-una persona , en fin, á quien os suplico levan- teisel destierro: hablo de vuestra madre, la reina Maria de Médicia, Soltó el rey un grito involuntario 5 pues tan distante estaba de oirle pronunciar este nombre, Pintóso de repente en todas las fiso- nomiás una grandísima agitacion, y los cor= tesanos aguardaban con silencio las palabras reales, Luis XIII estuvo mirando largo ra= to ÉÁ mu anciano ministro sin hablar, y a- quella mirada desidió de la overte de la Frapeia. Repasó al punto en su mamoría los inoansables servicios de Richelicu , su fido lidad sin límites, » maravillcsa capacidad 26 la de respeto que pensaba dirijirle. Fabert s0 había retirado por sn parte á unrincon de la tienda , y estaba hablando con Montresor y los gentiles hombres de Monsieur, todos enemigos irreconciliables del Cardenal, Esta conducta habria sido ny vituperada en otro cualquiera que no fuese tan conocido, pero sabíase que é posar de vivir en medio de la corte ignoraba siempre sas intrigas, y decínso de él que volvia de ganar una hatalla como el caballo del rey de una partida de caza elenal deja á los perros que acaricien á su amo y se repartan la ralea sin hacer presente la parte que hatenido en el triuafo. Parecia pues que ya habia pasado la borrasca , y que á los violentos embates de la mañana acababa de suceder na calma gram dísima; en la tienda mo so via mas que un respetuoso murmullo interrumpido por joyia- les risas y protestas estrepitosas de adhe- sion y fidelidad. El cardenal levantaba de vez en cuando la voz y esclamaba: ¡Con qué vamos á ver otra vez £ esa pobre reina! Nun- came habría atrovido á esperar gozar de tal icha antes de morir, — Esouchábale el rey 27 con benignidad y no trataba de ocultar su sa tisfaccion: ¡seguramente le ha inspirado el ciolo esa idea decia; este buen cardenal contra quien me habian indispuesto tanto solo pen- saba en la union de mi familia: desde ol na- cimiento del Delfin no hs vuelto Á tener ma- yor satisfaccion que la que siento en este mo- mento, Es visible que el reino está protagido por la Santa Virgen » En aquel momento entró nu capitan de guardiasá hablar al oiúo del príncipe. -—Un correo de Colonia ? dijo el xeyz que espere en mi gabinete, No pudiendo luego con tenerse mas tiempo, + Voy, voy! Y se entró solo en una tien da pequeña cuadrada contigua á la grande; vióse entrar dentro á un correo may mo- zo que llevaba un pliego con oblea negra, y los ujleres corrieron las cortivas. El Cardenal quedó hecho señor de toda la corte, y á El ee dirigieron ya todas las ado» raciones; pero notóse queno las recibia con la miema serenidad; preguntó muchas veces qué hora ora y manifestó una torbicion que no era fingida; sus ojos se volyian continua= 28 mente imquietos y azarosos hácia el gabino= to. Abrióse este de repente , y el roy salió solo deteniéndose á la entrada, Estaba mas pálido de lo que solia, veizsele temblar de pies £ cabeza, y tenia en la mano una gran carta sellada con cineo sellos negros, — Sañores, dijo en voz alta, pero inter- rumpida , la reina madre acaba de morir en Colonia, y quizás no he sido el primero á saber esta noticia, añadió arvojando una s6- vera mirada al impasible Cardenal. Pero solo Dios es el sabedor de todas las cosas, Dentro de tina hora montaremos á caballo y atacare- mos las lineas, Seguidme, señores mariscales. Y volvió inmediatamente la espalda entrán- dose con ellos en ol gabinete. Ea corte se retiró despues del ministro, que ein dar la menor señal de trivteza ni de den- pecho, salió con Ja misma gravedad que ha- dar entrado, como vencedor. 31 rotas, y ya le iba entrando una especie de consuncion , cuando felizmente legó al cam po de Perpiñan, y felizmente tambien tuvo ecasion de admitir la proposicion del abate de Gondi, porque seguramente se habrá re- conócido á Cing-Mars en aquel jóven estran= gero vestido de lato, ten negligente y me- lancólico, que el duelista con sotana habia tomado por testigo. Habia hecho plantar su tienda como vo= luntario en la calle del campamento señala= da á los jóvenes nobles que debian ser pre- sentados al vey y servir como edecanes de los genorales; dirigióse á ella con presteza y á poco estuvo ya armado, montado y con co. raza, segon la costumbre «ue aun duraba en. tonces, y se marchó solo hácia el hastion espar fol, que era el lugar de la cita. Llegó á él antes que nadie, y observó que el abatillo habia escogido con mucho tino para ¿us pro- yectos homicidas un poqueño campo de ces- pedsoculto por las obras de la plaza; porque edemás de que nadie hubiera sospechado que los oficiales fueran á batirse al pis de la mis ma ciudad que atacaban, el cuerpo del bas- 32 en Tos esparaba — del campamento francós y debia encubrirlos como una gran antepuerta, Bueno era tomar estas precauciones , porque entobces .enstaba nada menos quela cabeza el tener la satisfaccion de esponer asi el cuerpo- Mientras esperaba á sus amigos y adversa- vios, Cing Mars tuyo tiempo de examinar la: parte del eur de Perpiñan á cuya vista ee encontraba. Habia oido decir queno eran es- tas obras las que seiban á atacar, y se afandba inutilmente por penetrar el objeto de este plan. Entre aquella cara meridional de la ciudad, y las montañas del Albóre y la gax- ganta del Pertbus, se hubieran podido trazar lineas de ataque y redúctos contra el punto accesible, Pero no se habia colocado alli mi un soldado del ejérbito, y todas las fuerzas ee dirigían al parecer sobre el norte de Per- piñan, que era el flanco de mas dificil acces sion, vontra un fuerte de ladrillo llamado el Castillote que domina la puerta de Nues- tra Señora. Vió que un terreno pantanoso al parecer, pero muy consistente, couducia hár- ta el pio del bastion español; que aquél puesto estaba custodiado con toda la negli- 33 gencia de los castellanos, y que mo podia «contar con mas fuerza que sns Cofenseres, porque sue almenas y saeteras estaban caidas y guardadas por cuatro piezas de cañon de desmesurado calibre; inmóviles por lo tanto $ imposibles de sor manejadas contra un po- loton de gente que se arrojase con precipi- tacion hasta el pio del muro. Fácil. era ver que aquellas desmesuradas piozas habian qui- tado á los sitiadores la idea:de atacar equel punto, y £los sitiados la de multiplicar alla los medios de defensa. Asi es que por una parto los puestos y centinelas estabaw muy distantes, y porla otra escasezban las segnn= das y so encontraban mal epoyadas. Un jó- ven español , que llevaba wa largo arcabuz, con su horquilla colgada al lado y la hu- mexute mecha en la derecha mano, se pa- +eaba con negligencia sobre la muralla y se paró á contemplar á Cinq-Mars que daba 4 cabello vuelta á los fosos y á las lagunas, — Señor caballero, lo dijo: y traóis áni- mo de tomar el bastion solo y vaballo, vo- mo don Quijote de la Mancha Y al walomzo tiempo desató la horquilla que Tomo IL 3 36 -—¡Cómo! ¿eras tú , querido Cinq-Mars? exelamaba Thou, ¡Y sin que yo smpiera ta Jlegada al campamento! Sí, tá eres; te co» nozco, aunque estás mas descolorido, ¿Has estado enfermo, querido amigo? Te he es crito muchísimas Veces; porque muestra amistad de niños me ha quedado muy impro. sa en el corazon, —Y yó6, respondia Enrique de Effat, ho andado muy negligente contigo, pero ya to contaré todo lo que me traía distraido: como pensaba hablarte de ello en persona, tenia verguenza de escribírtelo. ¡Qué bueno eres | Tu amistad no se ha cansado. —Harto bien te conocia yo, prosegnia Thou; sabia que entre nosotros no podia lra= bex orgullo, y que mi alma simpatizaba con la toya. Y al decir estas palabras se abrazaban, proñados sus ojos de aquellas duleísimas lán grimas que tan raras vecesse derraman en la vida, y de que no obstante parece que está siompro cargado el corazon , pues tal es el placer que eausan cuando corren, Aquellos momentos fueron breyes, y du- 37 rante estas pooss palabras Gondi no habia dejado de tirarles de la capa , dicióndo: —A caballo ,á:caballo, señores! Pardioz, si tan tiernos sois, luego tendreis tiempo de abrazaros; pero no os esteis así, y pensemos en despachar con nuestros amigos que llegan yo. En mala situacion nos encontramos con aquellos tres tanos en frente, los archeros no muy distantes, y los españoles allá arriba; es menester hacer cara Á tres fuegos. Todavia estaba hablando, cuando Launay que estaba á sesenta pasos de allí con sua pas drinos, los que habia elegido entre sus ami. gos mas bien que entre los partidarios del Cardenal, embarcó su caballo al trote, se- gan la expresion de los picadores, y con tom da la exactitud do las lecciones gimnásticas, se adelantó con muy buen garbo hácia sus jó venes contrarios, y dijo saludándoles con gra. vedad: —Caballoros , creo que harémos muy bien en elegírnos y tomar campo, porque se vaná atacar las líneas y es menester que me en- cnentre on mi puesto, —-Estamos preparenos, ssñor, dijo Cinq- 38 Mars; y encuanto á lo que-decís de escoger- nos , me alegraría mucho de tenoros en fren= te, porque no he eohadoen olvido al mari cal de Bassompierre, y al bosque de Chan- mont; ya sabeis como pienso sobre la imso- lonte visita que hicísteis en casa de mi madre. «—Sois un jóven, señor; en casa de vues- tra malre me conduje como una persona de educacion; con el mariscal me porté como capitan de guardias , ahora lo hago como caballero con el señor abate que me ha desaña do, y luego tendró la honra de serlo con vos. —Si es que yo lo parmito, dij> Gondi ya Á cabalto. Tomaron sesenta pasos de campo, que habian escogido lo que daha de sí el prado qué habian elegido, y el abate se colocó sutre Thou y su amigo que se hallaba mas próxi- mo á' las murallas del bastion, adonde acu- Asezon los dosoSviales y unos veinte soldados españoles para ver como ¿Jus desde un balcon aquel dosafio de seis personas, espectáculo á que estaban ya bastante acostumbrados, Ma- nifestaban las mismas señales de alegria que en. sus corridas de toros , y reían con aquella 4t ataque, yo no creía que le disparasen tan presto, y si ahora volvemos, nos vamos á en- contrae con los suizos y los lansquenotes que están de batalla por esta parte. "Tiene razon el caballero Fontrailles, di- jo Thou; pero si no nos volvemos, aqui te- hemos 4 los españoles que acuden á las ar mas y harán silvarnos Jas balas sobro la ca- beza. —Pues colebrémos consejo, dijo Gondi; Ma- mad á Mr, de Montresox que ee afana en valo de por buscar el cuerpo del pobre Lannay. Nó lo babeis herido, caballero Thou ? —No, señor cura; no todos tienen la ma- no tan certera como vos, dijo con amargura Montrésor que venia medio cojesndoá cansa de su caida ; no tendrómos tiempo de prose= guir con la espada. —No soy yo de ese parecer, dijo Fontrai- lo; el caballero Cinq-Mars se ha condnci= do conmigo con demasiada nobleza; mi pisto- la tardó on despedir el tivo, y aunque Jegó á ponsema la suya sobre la mejilla que 4 £é mia la siento fria aun, tuvo la bondad de apartarla y disparar al aire; nunca olvi- 42 daré esto, y soy suyo en vida y en muerte. —No se trata de eso, caballeros, inter rumpió Cinq-Mars: ahora me acaha de sil var una bala á los oidos; el ataqne está ya empezado, y nos vemos envueltos por amigos y, enemigos, Efectivamente el cañoneo era general, la viudadala , la plata y el ejército estaban cu- biortos de humo: solo el baluarte que Jes hacia frente no era atacado por los sitiado- ses, y dos que le defendian parecian cnidar- so menusde su conservación que de examinar la suerte de las demas foxtificaciones. —Creo quel enemigo ha hecho una salida, dijo Montresor, porque ya mo hay humo en el Mano, y veo cargar á varios pelotones de ca ballería protegidos por el cañon de la plaza, —Caballeros, dijo Cinq-Mars que no ha= bia dejado de obsorvar las murallas, pudió- ramos tomar un partido, y era entrar en es- te baluarte mal cnstodiado. —Deeís may bien, señor, repuso Fontrai- Mes; poro no somos mas que ciico contra treitita vuando menos, y aquí estamos descu— biertos y somos fáciles de contar. 43 som ¡No es mala idea á fé mia: dijo Gondi; mas valo que nos den un balazo allá arriba que nos ahorquen allá abajo si nos llegan ú eucontrar, porque ya deben haber notado que Launay falta de su compañía , y toda la cor- te sabe nuestro lance. —-Pardiez, señores, dijo Montresor que aqui nos viene satorro, Un numeroso peloton decaballería Mega- ba hácia ellos á escape, pero en mucho de- sórden; distingnian desde lejos 4 los ginetes sus casacas encarnadas, y al parecer tenian por objeto detenerse en el mismo campo en que estaban nuestros apurados duelistas , por= que apenas llegaron á £l los primeros caba- los cuando se oyeron las voces de also, repo - tidas y prolongadas por los gefes entromezcla— dos con los demás — Vamos 4 recibirlos que son los hom- bres de armae de la guardia del rey , dijo Fontrailles; los conozco en las escarapelas negras. Tambien veo con ellos muchos caba- Mos ¿ijaros; introduzcámonos en su confusion, porqhe pienso que vienen traidos, Esta espresion es un tórmino decoreso que 46 ——Loomaria , Demony , tomad el mando y al asalto, al asalto! gritaron las dos com- pañías nobles creyéndole muerto. — Aguardad un momento, soñores, dijo el anciano Coislin levantándose, que yo 0scon- Auciré 4 él sí os place; guiadnos, señor volun: tario, porque los españoles nos convidan á este baile, y es menester admitir el convite cortesanamente. Apenas montó el viejo sobre otro caballo que le traia uno de sus criados, y sacó la espa- de, cuando, sin aguardar la voz de mando, toda aquella hriosa juventud, precedida de Cinq-Mare y sus amigos, engos eshallos eran impelidos hácia adelavte por el movimiento de los escuadrones , searrojó al pantano don- de, cun gran sorpresa saya y de los españo» Jos que contaban demasiado con su hondura, los caballos no se zambulleronmas que has- ta el jarrete, yá pesar de una descarga que hicieron á metralla las dos piezas de calibre mas grueso, llegaron todos revueltos á un reducido terreno de cesped que habia al pio delas medio arrninadas murallas, En el ardor del paco, Cinq-Mars, Fontraillos y el jóven 47 Locmaris.. legarow con sua.caballos hasta el mismo parapeto 5 pero un vivo fuego de fusi- lería mató y echó por tierra á los tres cor- celes que rodaron con sus respectivos dneños. —Pió 4 tierra, señores, gritó el anciano Goislin, y adelante cou pistola y espada en tano; soltad los caballos. Todos abedecieron con presteza , y acndie- ron é acometer en tropel la brecha. Sin embargo, Thou á quien no habian sbandonado su amistad ni su presencia de ánimo, no perdió de vista al jóven Enrique y le recibió en cus brazos, cuando cayó su caballo por tierra. Ayudóle á poner en pie, volvióla la espada que sele habia caido, y le dijo con gran sosiego á pesar de las bales que llovian sobre su cabeza. —Amigo mio ¿nó es una ridienlez verme $ mí ex rardio de esta tremolina con mi toga de comjero del parlamento? —Pardisa! dijo Montresor llegando, ahí está al abato que os puede servir de modelo, Efectivamente, el pequeño Gondi grita= ba con toda la fuerza de sue pulmones em- pujando á los cabalios ligeros»: tres desaños 48 y un asalto, Espero que al cabo he de porder mi sotana 1 Y al deoir esto arrematía de punta y tajo contra un español de alta estatura. No fué larga la defensa , los soldados cas- tellanos no resistieron mucho tiempo el cho- que de los oficiales franceses, y ninguno de ellos tayo tiempo ni resolucion de volver ú cargar el arma. —Soñores, les contarémos esto 4 nuestras queridas en París, esolamó Locmaría tirando al aire en sombrero; y Cinq-Mars, Thou, Coistin, Demony , Londiguy, oficiales de las compañías encarnadas, y todos aquellos jó- wenes nobles, conla espada en la mano de- recha y la pistola en la izquierda, empu- jándose, atropollándose y haciéndose con su precipitacion tanto daño Á sí mismo, como á los enemigos, se esparcieron por último so= bre la plataforma del baluarte, tomo el agua derramada de un vaso cuya abertnta es de- masiado estrocha sale á chorros fuera de Él. Dosdeñándose de pensar siquiera en los soldados. vencidos que se arrojaban á -sus ró- dillas , los dejaron sueltos por el fuerte «in si Aquel semblante apacible, aquellas faccio» sos infantiles se tiñeron de la púrpura ds le ira 3 aquellos ojos azules despidieron cente- Mas, y dicióndolo: ¿A mí dinero? anda, ma= jedero...... el mancabo descargó un fuerte bo. foton sobre el carrillo del español. Este sacó sin titubeax un largo puñal del pecho, y su» jotando por el brazo al francés , ereyó poder clavárselo fácilmente en el corazon 3 pero diestro y vigoroso el adolescente, le agarró á su vez el brazo, y levantindole con fuerza sobre eu cabeza, le volvió con el hierro contra la del español trón ulo de cólera. —Ez, ea! Oliverio despacio, Oliverio! gritaron acrdiendo por tod: s partos sus come pañeros: bastantes españole: hay por tierra. Y dersarmáronal oficial « nemigo, —: Qué haremos con esto desesperado ? de- cia uno, — Yo no lo quisiera por ayuda de cámara respondía el otro. —Merece ser ahorcado decia un terco xo; á £ó mia, señores, que no sabemos ahor= var ; mandémoslo dese bata lon de Súizos que pars por el Jano. Y aque hombre tacitur- $2 no y sosegado, emborándose otra vez en su Capa, echó á andar por su pie seguido de Ambrosio para incorporarse con el batallon, empujado por los hombros y aguijoneado por cinco ó seis de aquellos jóvenes calaveras, Admirado entretanto de su triunfo el pri. mor peloton de sitiadoxes , lo habia seguido hasta el fin: Cinq-Mars habia dado la vuelta £todo el baluarte por consejo del anciano Coielia , y ambos vieron con sentimiento que estaba enteramente soparado de la ciudad y que su victoria no podia llevarse adelante, Volvieron pues hácia la plataforma despacio y hablando entre sá unirse con Thou y el abate Gondi á quienes encontraron riendo con los jóvenes ligeros. — Teníamos de parte nuestra la xeligion y la justicia, y no podiamos menos de triunfar. — Como que n6? pero verdadoramente han dado ambas tan xócios golpos como mo sotros. —Callaron al acercarso Cing-Mars y estayieron un momento cuchicheándo y pre- guntándose su nombre; zodeáronle todos en 53 seguida, y le agarraron la mano con tras- porte. — Tienen Vds, razon, señtores, dijo eu an= tiguocapitan , es camo decian nuestros pa- dres quien sg ha señalado en la jórnada. Es un voluntario que debe ser presentado hoy al rey por el Cardenal. —Por el Cardenal ¡nosotros mismos le presentarémos. Ay?! que no sea Cardenalis- tas (1) es demasiado bizarro para ello, de= cian con viveza todos aquellos jóvenes. —Caballero, yo sabré disuadiros, dijo acercándose Oliverio de Entraigues, porque he sido page suyo, y le conozco muy bien, Servid mejor en las compañías encarnadas, y tendreis buenos compañeros. -—El anciano marqués ahorró á Cinq- Mars el embarazo do la repuesta mandando tocar las trompetas para reunir sus bizarras compañías. Habia cesado ya el ruido del ea- ñon, y un guardia yino á avisarlo que el (1) LaFrancia y el ejército estaban divididos £n realistas y cardenalístas. $6 cierta, consiento en sitiar esta cindad; que salga Luis; le permito asestar contra algunos infelices soldados los golpes que quisiera y no se atreve á darme. Quiero que esa sangre oscura aplaque su tímida cólera, Pero mis in= variables planes no serán trastornados por este capricho de gloria, y la ciudad no su- cumbirá , ni será francesa para siempre has- ta dentro de dos años; solo caerá en mis re- des el dia señalado en mi cabeza, Disparad, pues, cañones y morteros; meditad las ope- raciones, sábios capitanes; arrojáos á la muer- te, jóvenes guerreros ; yo haré que calle yues- tro estrépito, que se desyanezcan vuestros Planes, y aborten vuestros esfuerzos; todo se disjpará como el humo, y voy á conduciros para extraviaros. ” Estas ideas, y otras mas profundas toda= vía, rebmllíanen la cabeza calva del ancia— no Cardenal antes de empezar el ataque que se acaba de presenciar en parte. Habíase: co- tocado £ caballo sobre uña de las montañas de Salces, hácia el norte de la ciudad, desde cuyo punto podia contemplar el Mano del Ro- selión, inolinándose hasta el Moditesráneo, 57 Perpiñán, con sus murallas de ladrillo, sus baluartes, su ciudadela y su campanario, for> maba una masa óyala y sombríg entre prados dilatados y foridos; y las vastas montañas «que tenia en derredor se asemejabam con el valle á un inmenso arco, encorvado del norte al sar, cuya argentada cuerda parecia ser la mas prolongándo su línea blanquecina há- cia el oriente. Á su derecha está el gran mon- te lMamado el Canigú, cuyos costados vierten dos rios en el llano; la línea francesa se pro- longaba hasta el pie de esta barrera del oc cidente, Manteniánes £ caballo detrás del mi- histro una porcion de generales y de grandes señores, pero £ veinte pasos de distancia; y guardando todos un profundo silencio. Habia empezado Richelien por recorrer muy lenta.- mente la línea de operaciones, y dado luego la vuelta para pararse en aquella altura dos. de donde su vista y su pensamiento penetra han los destinos de sitiados y sitiadores. El ejército tenia fijos en £l los ojos, y desde to- das partes se le alcanzaba á ver, Todos log hombres de armas le miraban copo sn inme- diato gefe, y aguardaban mua señal suya par 58 ra entrar en movimiento, Hacía mucho tien po. que la Francia estaba sometida á su yugo, habiendo borrado la admiracion la ridicnlez de que habrian ido acompañadas alguna vez las acoiones de otro que se hubiese visto en su caso, Á ninguno, por ejemplo , se le ocnr= rió hacer burla ni aun sorpresa de que un sacerdote vistiera coraza, y la severidad de su aspecto y condicion reprimió toda idea de comparacion irónica ú de iujuriosas conjetu— ras sobre supersona, El Cardenal se pre- sentó aquel día en trageenteramente guer- réro ; consistia este en uua casaca de co- lor de hoja seca bordada de oro, una cora- za de color de agna., una espada ceñida, pis- tolas en el arzon de la silla, y un sombrero con plumas que se ponia raras veces, pues Mevaba siempre en la cabeza la birreta en- carnada, Detrás de él ¡han dos pages; uno le vaba sus manoplas , el otro su saco, y el ca pitan de su guardia marchaba á su lado, Como el rey lo habia nombrado última- mente generalícimo de sus tropas, á él acu- dian los generales á pedir órdenes; pero co- mo subía demasiado hien los secretas moti- 6£ —La Meillerie, dijo con impaciencia, esas baterías no andan; vuestros artilleros se están durmiendo, Estaban presentes el mariscal y los maes tres de campo de la artilleria, pero nadie respondió uva silaba, Habian vuelto la vista hácia el Cardenal que permanecía inmóvil como una estátua ecuestre, y signieron su ejemplo. Habría sido preciso respondet que no era culpa de los soldados , sino de quien habia dispuesto aquella mala colocacion de las batorías , y era ol mismo Richelisn quien aparentando creerlas mas útiles donde esta- ban impuesto, habia silencio 4 las observa- ciones de los gefes, Quedé el rey sorprendido de aquel silen- cio, y temiendo haber cometido en aquella pregunta algun error de bulto en el arte militar, se puso algo encarnado, y acercán= doso al grupo de prínoipes que le acompaña- ban, les dijo para cobrar ánimo; «—Angulema, Beanfort ¿nó es verdad que es mucho fastidio este? Aqui estamos hechos unas mómias. Carlos de Valois se acercó y dijo: —Parece, señor, que mo se ha echado 62 ahora mano de las máquinas de guerra del ingeniero Pompis-Targon. —Pardiez, dijo el duque de Beaufort mi- yando fijamente á Rishelien, que deseábamos mucho mas tomar á la Rochela que á Perpi- ñán, ouando vino ese italiano. Ahora no hay mi una máquina preparada, ni una mina abierta, ni se ha presto un petardo en esas murallas, y el mariscal de Meilleraio me dijo esta mañana que habia propuesto hacer aproches para abrir trinchera. No eran el cas» tillete, ni la media luna, ni esos seis gran= des baluartes del recinto los que debian ata- carse. Si yamos á este paso, el gran brazo de piedsa de la cindadela nos enseñará todavia el puño durante mucho tiempo, Siempre inmóvil el Cardenal, no dijo mua palabra siquiera, y solo le hizo una se- tal £ Fabort para que se le acercase; este sa- 116 del grupo que le seguia y se colocéá consu caballo detrás de Richelien y cerca de au ca- pitau de guardias, El duque de la Roche-foucauld tomó la palabra acercándose al rey: - Ereo, señor, que nuestxa poca actividad 65 para abrir brecha envalentona á esa gente, porque los sitiados hacen allí una fuerte sa” lide que se dirija cabalmente hácia Y. Mu los regimientos de Biron y de Pont se reple- gan haciendo sus disparos. —Pues bien , dijo el rey sacando la espa- da, carguémoslos y hagamos volverá esos tunos á la plaza; arrojad conmigo la cabalie- ría, Angulema, ¿Dónde está, Cardenal ? — Detrás de esa colina hay, señor, seis regimientos de dragones y los carabineros de la Roque formados en columma; mirad allá abajo á mis hombres de armas y ámis caballos ligeros de que ruego á Y. M se sir va, porque los de su guardia se han descarria- do en la vanguardia con el marqués de Cois- ln que siempre se deja arrastrar demasiado de su celo. José, vé 4 decirle que vuelva. Y habló en voz baja al capuchino que le acompañaba aforrado en un trage militar que llevaba con muy poca maña, y este se adelantó al punto hácia el llano. Sin embargo por la pnerta de Nuestra Seño- za salian diversascolumnas corradas de aguer- rida infantería española semejante É un bos- 66 todas dirijan ens fuegos contra esa audaz sa= lida; dostrozad á esa infantería que va len= tamente á envolvex al rey. Corred, volad y sulvad al monarca, Entonces aquella comitiva , antes tan ino moble, se conmueve en todos sentidos, los generales dan sus órdenes , los edecanes des- aparecen y caen sobre el llano, donde sal- tando fosos , barreras y empalizadas , llegan á su destino casi tan presto como el pensa= xniento que los dirijo, y la ojeada que sigue sus movimientos, Los Tentos é interrumpidos relámpagos que despedian las. desalentadas baterías se vuelyende repente una inmen- s y contínua llama, sin dar lugar al hu- mo que se remonta al cielo formando un número infinito Jo ligeras y flotantes coronas; las descargas del cañon, que parecia un eco débil y lejano se vuelven un trueno formída— blo cuyos estallidos son tan rápidos como los golpes del tambor tocando la carga; mientras gue los rayos prolongados y rojizos de las bocas. de fnego descienden de tros partes distintas sobre las sombrías columnas que sa- liado la eludad sitiada, 67 No obstante Richelicu, sin cambiar de sitio, pero echando Juz1ibro por los ojos y haciéndoso ohedecer con el gesto, 10 dejaba de multiplicar las órden s, arrojando 4 aque- llos que las xecibian une mirada que Jos ha- cia entreveer una sento cia de muerte sino obedecian con presteza. —El rey ha arrollad > esa caballería, pe- ro los infantes se resist n todavia: nuestras baterías no han hecho 125 que matar sin vencer. Adelante tres re simientos do infan- tería ; presto, Gassion , 1 3 Meilleraio y Les- digniéres , cojan Á esas « umunas por el flan- eo, Llevad al resto del :jéxcito la órden de que mo ataque ya y se mi utenga quieto en to- da la línea; un papel par. escribirle 4 Sehom= berg. Eché un pago pió á tiorra, y se adelantó trayendo lápiz y papel. '31 ministro , sosteni- do por cuatro hombres le su comitiva, se apeó del caballo con tr: bajo soltando invo- luntariamente algunos g ¡tos que le arranca ban sus dolores, pero se i zo superior á ellos y sesentó sobre una curcña ; el pags puso se espalda para que lo sir viese de atril, y el 68 Cardenal escribió apresuradamente esta or- den que nos han trasmitido los manuscritos contemporáneos y que pudieran imitar los di- plomáticos de nnestea época, los cuales ansian mas, 4 lo que parece, guaxdax un equilibrio perfecto entre dos opiniones y dos pensamien= tos, que indagar esas combinaciones que re* snelyen los destinos del mundo, pareciéndoles que el gónio es demasiado claro y tosco para ¿egnir sa marcha, <Sr, mariscal; n> aventuróis nada, y an= tes de atacar pensadlo bien, Cuando se os dice quee) rey desea queno aventureis nada, no es que S. M. os prohiba absolutamente que peleís, sino sa intencion es que no empoñeis un combate general, á no sor con notable es- peranza de triunfo por la ventaja que pudio- ra presentaros una situacion favorable de parte vuestra, debiendo caer naturalmente so- bre vos la responsabilidad del combate.” Dadas todas las órdenes, el anciano mi- nistro, sentado siempre sobre la cureña, apoyando sus dos brazos sobre el oido del ca - fon, y su barba sobre ellos en la actitud de uu hombre que pons una pieza en punteria, ?L nomía cambiaba y se nlteraba visiblemente; desaparecia de ela el calor del combate, y secábasela en la frente el noble sudor dej triunfo, A medida que se acercaba, su acos- tumbrada palidez se iba esparciendo por ens facciones como si solo ella tuyieso derecho de tomar posesion de nva caboza de rey ; sus ojos habian perdido sn transitorio fuego , y cuant= do estuvo ya por filtimo junto al privado, una melancolía profunda habia marchitado en- teramento su rostro. Encontró al Cardenal co» mo le habia dejado; este que habia vuelto á montar á caballo, se inclinó con el frio res- peto que solia, y despues de algunos cumpli. dos, se puso cerca de Luis para examinar las líneas y reconocer loo resultados de la jorna= da; mientras que los principes y grandes se= Fores , que iban delante y detrás 4 alguna distancia , formaban como una nube en der redor. El hábil ministro tuvo cuidado de no de- cir nada, ni de hacer ningun gesto que pa= diera infundir sospechas de que hubiese te= nido la mas levo parte en los acontecimion= tos de aquel dia; y fuo de notar que de todos 72 cuantos acudieron á dar cuenta, no hubo unó que no pareciese adivinar su pensamiento y no enpiese huir dé comprometer su oculto po- der por medio de una evidencia demostrativa, Todo fue atribuido al roy. El Cardenal atra- vesó puos al lado de este príncipe la dere-- cha del campo que no habia tenido 4 la «vista desde la altuya enque se habia co- lozado, y vió con satisfaccion que Schom- borg, que le conocia mny bien, se habia con-- ducido enteramente como le habia escrito el ministro, sin comprometer mas que algunas tropas ligeras, y combatiendo lo bastante para que no pudiera tachársele de inaccion, aunque no para obtener un resultado eual- quiera. Esta condneta satisfizo mucho al mi- nistro, y no desagradó al rey enyo amor pro= pio se lisonjeaba con la idea de haber venci- do solo en aquella jornada. Quiso hasta per- suadirse y dar á entender que todos los ee- fuerzos de Schomberg habian sido infructuo- sos y le dijo que no tenia nada que repren- derlo, que él propio acababa de esperimentar por sí que los enemigos no eran tan desprecia bles como se habia creido al principio. 73 —Para probaros que os habeis hecho mag meritorio á nuestros ojos, añadió, os nom- bramos caballero de nuestras órdenes, y 03 damos entrada pública y partienlar cerca de anestra persona. El Cardenal Jeapretó al ¡asar afectuosa- mentela mano, y admirado el mariscal de aquol diluvio de favores, siguió al príneipo con la cabeza baja como si fuera un reo , he- cesitando para consolarse traer á su memoria todas las acciones de lustre que habia hecho durante su carrera y estaban sepultadas en el olvido, y atribuyéndoles mentalmente aque= llas recompensas no merecidas para reconsi- líarse con su conciencia. El rey estaba ya para volyexse, euando el duque de Beanfort exclamó abriendo las na- rices y con aixe pasmado ; -—¿ Tengo señor todavía deslumbrada la vista conel fuego, $e ha vuelto locoalguna insolacion? Me parece que en aquel baluarte veo algunos ginetes com casacas encarnadas que se parecen desaforadamento á los caballos Tigeros de V. M. que creíamos muoztos. El Cardenal frunoió das cejas. 76 descubrió su rostro pálido y juvenil, sus grandes ojos xegros y sus largos cabellos ríbios. —Esas facciones me recuerdan á alguno, dijo el rey; ¿qué decís vos, Cardenal? Este habia ya echado una ojeada pone- trante al recienvenido , y dijo: -—Mnucho me engaño, ó este jóven es... —Enrique de Efñat; dijo en voz alta el voluntario, — ¿Cómo pues? señor, es el mismo que yo anunoió á Y. ML, y que debía serle presen= tado por mí; el hijo segundo del mariscal, —¡OhY dijo con viveza Luis XIIT , me agrada que le haya presentado ese baluarte, Tiene mucko mérito, hijo mio, esta pre- sentacion cuando se tieno el nombre de un antiguo amigo nuestro, Vais á seguirnos al campamento, donde tenemos mucho que de- siros; pero ¿qué veo? ¿vos aquí , caballero Thou? ¿4 quién habeis venido 4 juzgar? —Creo, señor:, respondió Coislin, que mas bien ha sentenciado á muerte á algunos españoles, porque entró el segundo en el ba- luarte. 27 «— Yo no he hecho daño 4 nadie, caballe - xo, interrumpió Thou poniéndose encarnado; ese no es mi oficio y en todas partes me escu= cuso de ejercerle; no tengo aquí mórito al- guno, pues solo acompañaba 4 Mr, de Cinq- Mare, mi amigo. —ÑNo estimamos xuenos vuestra modestia que vuestro valor, y no olvidarémos eso rasgo. Cardenal ¿nó hay alguna presidencia vacante? Richelion uo era aficionado á Thou, y como sus ódios tenia siempre misterioso ori- gen, en vano se procuraba adivinar la causa de este, la cual se descubrió por una cruel espresion quese le escapó en una ocasion. El motivo de su enemistad era un dicho de las historias del presidente 'Thou, padre del amigo de Cing-Mars, en quo infama á los ojos de la posteridad £ un ascendiente del Cardenal, que empezó siendo religioso y aca» hó por ser apóstata y estar manchado con to= dos los. vicios humanos, Rivhelien le dijo 4 Josó hablándole al oido: ya ves á ese hombre, aquel cuyo pa= dro ha puestó mi nombre en su historia) 78 pues bien , yo pondré el suyo en la mia, Y efectivamente , mas tarde le escribió con le- tras de sangre. En aquel momento fingió no haber oido la pregunta del rey para no te= ner que responderle, insistiendo sobre ol méxito de Ginq-Mazs y el deseo que tenia de verlo colocado en la corte. — Desde lnego os lengo prometido hacer lo capitan de mis guardias , dijo el principe; hecedle estendex el zion Quiero conocerle mas y me reservo hacerlo en emiento mañana. adelante mayores mercedes si me agrada, Re- tirémonos; el sol se la puesto ya y estamos lejos de nuestro ejército. Deciáles á mis dos buenas compañías que nos vengan siguiendo. Luego que el ministro hubo dado esta óxm den teniendo el cuidado de callar el elogio, se colocó á la derecha del rey, ytoda la es- colta. salió del hastion, que quedó encomen- dado ála custodia de los Suizos, para volverse al campamento. Las dos compañías encarnadas desfilaron lentamente por el boquete que habian abier= to con tanta presteza; su porte era grave y tio lenciosds 8 champ que traía del diestro m vaballo tor - do de muy buena estampa. —¡ Tiene la bondad el señor marqués de montar un caballo que sea suyo? dijo. Le he puesto la silla y Ja mantilla de terciopelo bordada de oro quo se habia quedado en el foso. ¡ Válgame Dios! cenando pienso que un español habria podido wny bién agarrarla, $2un un francés, porque en estos tiempos i hay tartas gentes que se apropian todo lo que encuentran como ai fuera, suyo! y luego, co- mo dice el refran, lo que cae en el foso. es propiedad del soldado. Tambien hubieran podido aprovecharse, cuando pienso en esto, de cuatrocientos escudos de oro que el señor viarqués, sea dicho sin malicia se habia de- jado en las tapafandas de las pistolas. ¡Y qué pistotas! Yo fuí quien las compré en Alemania, y aquí están todavia tan buenas y tan corrientes como sl primer dia. ¿No bae- taba habex hecho morir al pobre caballito negro que habia nacido en luglaterra tan cierte como yo soy de Toursen Tarena, sino que se habian de exponar tantas preciosida- des £ caer en poder del enemigo ? Tomo II. 82 El buen hombre «cababa de ensillar el caballo tordo lamentándose de esta manera; la columna tardaba en desfilar, y retardan- do su faena, cuidó escrupulosamente de alar» gar las cinchas y arreglar las hebillas de la silla, dándose asi tiempo de continuar ha- blando, —Perdonad ,veñor, ei soy algo Jargo, por= que me he lastimado algo este brazo al le- *rintar á Mr, de Thou, quien levantó 4 su vez al señor marqués durante la zambre, «¡Cómo! ¡viniste tá hasta allí, loco de viejo? dijo Cinq-Mars, ese Bo es oficio tu- yO; ya te dije que te quedases en el cam- ppamento. —Por lo que hace á eso de quedarse en el campamiento, és otra cosa distinta; yo no puedo quedarmoó allí, y cuando disparan un mosqrictazo, me pondria malo si no viera el Fogonazo. Tampoco negaréis que mi oficio es tener enidado de vaestros caballos, y vos estais montado , señor. ¿Creeis que si hubie- se estado en mi mano, no hubiera salvado la vida á aquella pobre besteznela negra que está sepultada enel foso? ¡Ah! ¡cuanto lo 33 «uoria , señor un esballo que ha ganado tres premios de carrera durante su vida 1 Cuan- do pierrso en ello, veo que esta vida ha sido sobrado corta para los que sabian tenerlo afecto como yo. De nadie se dojaba echar avena mas que de su Grandchamp, y en aquel momento -me acariciaba siempre con la cabeza; y la prueba es que un día el po- brecillo me Jlevó la punta de la oreja in- quierda , pero no' porque quisiese hacerme mal, sino al contrario, Era menester ver co- mo relinchaba de. cólera cuando otro se le acercaba, un día el buen animal le rompió la pierna á Juan por esto. ¡Cuanto le queria yo! asi cuando cayó, acudí á sostonerle con auna mano, y al señor de Locmaria con la otra. Al principio creí que él y este caballo ro volyerian á leyantarss, pero desgraciada- mente solo hubo uno que volviese á la vida, y esto era el que yo menos conocia, Parece que os reís de lo que estoi diciendo de vuestro caballo; pero olvidais, señor, que el caba- lo es el alma del gineto en tiempo de guer= ra; sí señor, en alma, Porque, ¿qué es lo que le espanta á la infantería mas que él ca- 36 sus ganas enjetándoso los hijáres, cosa que nanca se le habia visto hacer. —-Já1 34154! ahí toncis, señor, á dos sar- gentos que disputan sobre cual deberá ahor- carse de los dos españoles que están allí, por- quo vuestros compañeros colorados no sa ban tomado el trabajo de decírselo; uno de los suizos dice que el oficial, y el otro asegura que el soldado, pero ahora acaba otro de ponerlos acordes —¿Y qué es lo que ha dicho? — Que ahgrguen á entrambos, —; Despacio con eso! esclamó Cinq-Mars procurando echar á andar; pero mo pudo sostenerse sobre la pierna. —Pénme á caballo, Grandchamp. «Señor , no hagais tal ; vuestra herida... —Haz lo que te digo, y ruonta tu luego despues. El viejo criado obedeció, aunque refanfa- ñando, y por órden imperiosa de su amo corrió á detener á los suizos que estaban ya en el Mla- no preparándose para ahorcar de un árbol á los dos prisioneros , ó por mejor decir á de- jar que ee colgasen por sí mismos; porque el 87 oficial se habia eohado ya él mismo con la calo ma propia de su enórgica nacion el lazo escur- vidizo de una soga en derredor del pescuezo, y subia sin que so lo rogasen por una pequeña escala axrimada al £rbol para atar en él otro cabo de aquella. El soldado miraba á los euizos disputar on derredor suyo con la mis- ma indiferencia, y sostenia la escala, Cinq-Mars legó á tiempo para salvarlos; declaró sa nombre al sargento erizo, y to- mando á Grandcohamp por intérprete, dijo que aquellos dos prisioneros le pertenecían y «que ibaá mandarlos conducir á su tienda, que él era capitan de guardias y se hacia respon- sablo de ellos, El aleman, obediente siempre á la disciplina , no se atrevió á replicar; so- lo hubo resistencia de parte del prisionero. El oficial, que estaba todavia snbido en la escala, ss volvió, y hablando desde allí co- xa9 en un púlpito, dijo com uma xisa sar- dónica: —Yo quisiera saber lo que vienes 4 hacer aquí. ¿Quiénte ha dicho que yo quieto vi vir? —No me cuido de eso, dijo Cing-Mare poco me importa que hagáis despues lo que 38 os parezca, y solo quiero estorbar en este mo» mento an.acto que mé pareee cruel á injueto, Matáos luego sios dá. gana. —Mauy bien dicho, repuso el torvo éspa- ñol, tá me gustas, Al principio crei que ve- vjasá hacorte el generoso para obligarme á sox reconocido, lo que yo aborrezco. En horabnuena, consiento en bajar ,pero te abor= receré lo mismo que antes, porque eres fran- cés; to lo prevengo, y no te doy las gravias, porque no haces mas que pagarme: yo fuí quien estorbó esta mañana que te matase ese soldado puando te apuntó con la escopeta, y nunca ha errado áun gama en las montañas de Leon. —Quedo enterado , dijo Cing-Mara; bajad, Era propio. de sn carácter conducirse siem- pre con los demás como se conducian con él, y aquella aspereza le volvió de hierro. —Vaya on tunante altivo, señor, dijo Granichamp3 el señor mariscal le hubiera seguramente dejado en vuestro Ingar sobre eu escala. Vamos, Luis, Esteban, German, ver nid á enstodiar y Á conducir los prisione- zos del amo. ¡Buena adquisicion hemos hecho 9 del Cardenal me ha hecho estremecer ; el re- cuerdo del último erímen que presenció suyo no me permitió hablarle; mo horroriza, y nunca podrá dirigirlo la palabra. El favor del rey tiene tambien un no sé qué que me asusta , como si hubiera de serme funesto, —-Mo alegro de que tengas ese terror que acaso te será provechoso , repnso Thon an— dando, Vas á entrar en contacto y en comu- nicacion con el poder; no la conocías , y es- tás para tocarle con las manos: asi verás lo que es, y sabrás el brazo que lanza el rayo. ¡Ay! ¡Dios quiera que no te abrase áti! Asis- tirás acaso á esos consejos en que se fija el destino de las naciones; verás nacer esos ca prichos que engendran las guerras sangrien— tas, los tratados y las conquistas, y tendrás en la mano la gota de agua que produce los torrentes, Desde arriba es de donde se apre- cia mejor las cosas humanas, amigo mio ; es menester haber pasado por los puntos eleva= dos para conocer la poqueñoz de lo que noa parece grande, —Si yo me viese en tal lugar, sacaría 4 lo menos esa leccion que dices, amigo mio; pe 9%. ro ese Cardenal , ese hombre 4 quien necesi to estar reconocido, ese hombre á quien co- mozco demasiado pox sus obras ¿qué será pa- ra mí? —Un amígo, un protector seguramente, respondió Thou. «—¡Muesa yo mil veces antes que ser au semizo! aborrezco todo sn sér hasta su mismo nombre; ¿mó sabes que vierte la sangre de los hombres con la cruz del Redentor ? ——¿Qaé atrocidades estás diciendo, queri- do amigo? Mira que to pierdes, si das 5 en- tender al rey que el Cardenal te inspira esos esntimientos, —No importa; entre todos Jos tortuosos senderos de la corte quiero seguir wo nuevo, Ja linea recta. Descubriró al rey todo mi mo. do de ponsar, el dictámen de un hombre de bien, si me lo pregunta , aunque me cueste la cahoza. He visto por último á ese rey que tan díbil mo habian pintado; lo he visto, y su aspecto me ha movido el corazón 4 pesar aio; seguramente es muy desgraciado , pero xo puedo sex cruel; daria pues oidos á la verdad. 93 Si, pero no se atrevoría á hacerla trimo- far, respondió el prudente Thou. Cuárdate «e esos arrebatos del alma que te arrastran mauchas veces á declararte repentinamente en términos muy peligrosos para tí, No ataques á un coloso como Richelien sin haber medi- de zutes toda su altura. — Ya empiezas como mi ayo, el buen abate Quíllet; mí querido y pradente amigo, mi él ni tá me conoceis; no sabeis lo cansado que estoy conmigo mismo, y hasta donde llevo mis miras, Necesito elevarme 6 perecer. — ¡Cómo! ambicioso yá! esclamó Thou con estraña sorpresa. Su amigo veclinó la cabeza sobre sus manos soltando las riendas de su caballo, y no res pondió nada. —¡Cómo! ¡ya se apoderado de tí, Enri-- que, 4 los veinte años esa pasion egoista de la edad madura! La ambicion es la mas tris- te de las esperanzas, — No obstante, ahora me tiene enteramen- te subyugado; eolo vivo por ella, y por ella alienta mi corazon, —¡Ay, Cinq-Mars, ya no te conozco!
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