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VALLEJO Santiago de Chuco 2, Apuntes de Sociología

n su infancia, sus padres querían dedicarlo al sacerdocio, lo que en un principio él aceptó gustoso. Estudió sus primeros años educativos en el Centro Escolar No 271 de Santiago Chuco, pero desde abril de 1905 hasta 1909 estudió la secundaria en el Colegio Nacional San Nicolás de Huamachuco, al norte de Perú.

Tipo: Apuntes

2020/2021

Subido el 23/04/2021

michael-mueller
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¡Descarga VALLEJO Santiago de Chuco 2 y más Apuntes en PDF de Sociología solo en Docsity! CESAR VALLEJO Colacho hermanos o Presidentes de América LIMA - PERÚ El presente documento es una reproducción digitalizada de la farsa “Colacho hermanos o Presidentes de América” de César Vallejo, tal como apareció en la recopilación: “César Vallejo / Teatro completo”, tomo II, edición y prólogo de Enrique Ballón Aguirre, con supervisión de Georgette Vallejo (Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial 1979). Colacho hermanos o Presidentes de América En 1934 Vallejo escribe su única sátira teatral que titula Colacho Hermanos o Presidentes de América y un esbozo de guión cinematográfico con la misma temática de Colacho Hermanos. Luego escribirá otro guión que titulará sucesivamente Vestiaire, Dressing-room y por último Charlot contra Chaplin. Ninguno de estos dos guiones cinematográficos se conservan. No podemos dejar de notar la estrecha relación temática entre Colacho Hermanos, El Tungsteno y la serie de artículos que Vallejo publicara en "Germinal" de París durante junio de 1933 con el título general ¿Qué pasa en el Perú? Estos textos y la militancia ideológico-política marxista de Vallejo, constituyen el magma germinal de la pieza de teatro que toma como asunto la farsa de la democracia burguesa en el Perú y su obsecuencia ante los poderes de las transnacionales en la economía y la política nacionales. Personajes, por orden de entrada ACIDAL, el mayor de los hermanos Colacho EL MAESTRO LA PEQUEÑA Y SU MADRE SORAS: 1-2-3 VIEJO CIUDADANO: Nº 1 CORDEL, hermano de Acidal Colacho UN RAPAZUELO NOVO: hijo de Acidal OROCIO: dependiente del bazar de los Colacho LA SORA RIMALDA MR. TENEDY, gerente de la "Quivilca Corporation" SORA: 4 COMISARIO BALDAZARI SORAS: 5-6, un hombre y su mujer ZAVALA, blanco, joven y fino, que las circunstancias convierten en preceptor de los Colacho TAPA sirvienta de los Colacho DON RUPE, padre de Taya MACHUCA: empleado de la "Quivilca. Corporation" RUBIO: empleado de la "Quivilca Corporation" BENITES: empleado de la "Quivilca Corporation" LA ROSADA (una de Las Rosadas) o ZORAIDA (querida de Cordel) PANCHO, hombre de confianza de los Colacho PACHACA, soldado DR. TROZO, abogado CORONEL TOROTO CAPITÁN COLLAZOS CORONEL TEQUILLA CORONEL ZERPA EL MARIDO Y SU MUJER DR. ZEGARRA CORONEL BANDO DR. DEL SURCO EL SECRETARIO (Roque) EL EDECAN DE SOIZA DOLL, encargado de negocios del Brasil ACIDAL, sin dejar de trabajar, pregona sus mercaderías a los transeúntes:— ¡Adentro, adentro!... Bueno, bonito y barato!... ¡Cigarrillos amarillos! ¡Sal! ¡Ají seco! ¡Pañuelos casi de seda! ¡Velas blancas! ¡Adentro, adentro! ¡Bueno, bonito y barato! UNA PEQUEÑA de la mano de su madre, desde la puerta:— ¿Tienes, taita, hilo negro? ACIDAL:— Pasa no más. ¿Cuánto quieres? LA MADRE, entrando con la pequeña:— Un carrete del 40. ¿A cómo está? ACIDAL, disponiéndose a servirlas:— Es decir... ¿Es lo único que quieren? No se les ofrece además otra cosita...? ¿Anilina? ¿Fósforos? ¿Un buen jabón? LA MADRE:— Lo que buscamos es, pues, taita, el hilo negro. ACIDAL:— Pero hijas, da lo mismo jabón que hilo negro. Cuando la ropa está muy rota, en vez de remendarla, hay que lavarla bien, refregándola con bastante jabón, y entonces aparece relumbrante, como nueva. ¡Les venderé un jabón de chuparse los dedos! (Les muestra el jabón) LA PEQUEÑA saliendo con la madre:— Qué se hará pues, taita, si no tienes hilo negro. Estamos apuradas. ACIDAL, reteniéndolas:— Pero no se vayan. Tengo también caramelos verdes, manteca, píldoras para el dolor de muelas, para las almorranas y para el mal del sueño... (Pero las campesinas han salido. Acidal, desde la puerta, a los transeúntes) Adentro, ¡muchachos! ¡Hay cañazo, tabaco en mazo, coca de Huayambo y cal en polvo! ¡Todo bueno y barato!... (Tres mozos se detienen ante Acidal. Uno de ellos toca su concertina y los otros bailan una danza indígena, haciendo palmas) ¡Carajo! ¡Qué bomba la que se traen! ¡Y a esta hora! MOZO PRIMERO:— Deogracias, taita. (Saca de su bolsillo un enorme pañuelo rojo y deshace en él un nudo que contiene todo su peculio) ¿Tienes, pues, taita, traguito? (Cuenta sus monedas) ACIDAL: ¡Claro, hombre! ¡Y de primera! ¿Cuánto quieres? MOZO PRIMERO:— Sólo una botellita. ¿A cómo está? MOZO SEGUNDO:— A ver, pues, taita, una rebaja. ACIDAL, sacando la botella:— Cincuenta centavos la botella, con casco y todo. ¡Y qué cañazo! ¡Con una sola copa, a soñar puercos con gorra! MOZO PRIMERO:— Muy caro, patrón. MOZO SEGUNDO:— ¿Cuánto, pues, dices, taita? ACIDAL:— Cincuenta centavos la botella. Pero por ser para ustedes y para que siempre vuelvan a comprarme, pegaré además en la botella, como regalo extraordinario que les hago a los tres, un papel colorado con el nombre de la casa. A ver, a ver… (Busca en el suelo, recoge un retazo de papel colorado en él que escribe algo con lápiz y lo pega con goma a la botella) ¡Ahí la tienen! ¡Llévensela! ¡Aunque se venga abajo mi negocio! (Los tres mozos, desconcertados del cinismo de Acidal, permanecen pensativos. Acidal, tomando este estupor por estupidez) ¿No entienden todavía? ¡Qué animales! A ver. La botella vale para todos los clientes cincuenta centavos. LOS TRES MOZOS:— Cincuenta centavos. ACIDAL:— Pero, a ustedes, para que vuelvan a comprarme siempre, les doy, con la botella, un regalo especial para los tres... MOZO TERCERO:— ¿Qué nos regalas taita? ACIDAL:— Les regalo un papel colorado con mi nombre. ¿Me comprenden ahora? MOZO PRIMERO, tras una nueva reflexión, pagando:— Gracias, pues, taita, tu papel coloradito. ¡Dios te lo pagará! MOZO SEGUNDO, mirando atentamente el papel colorado:— ¡Qué regalo más bonito! Con sus letras sentaditas en sus sillas… ACIDAL:— ¡Un cañazo de 38 grados! Especial para... ¿En qué trabajan ustedes? MOZO TERCERO:— Somos, taita, pastores. ACIDAL:— Precisamente, mi cañazo es un cañazo especial para pastores. Los animales, sobre todo los bueyes, en los rodeos de San Pedro y San Pablo, vienen a su pastor por el olor de mi cañazo. Con este cañazo, no hay oveja que se pierda, ni puerco que lo roben. UN VIEJO CAMPESINO, quitándose el sombrero, entra tímidamente— ¡Alabado sea Dios, taita! ACIDAL:— Entra. ¿Qué se te, ofrece? Pasa. (Los tres mozos, salen, tocando su música y bailando. Uno de ellos lleva en alto la botella) EL VIEJO a Acidal:— Perdóname, pues, taita, que te moleste. ACIDAL:— ¿Qué quieres que te venda? EL VIEJO, con un retazo de papel azul en la mano:— Para que me digas por cuál de los patrones he votado para diputado. Desde bien de mañana, que di mi voto a los taitas de la plaza, ando por las calles rogando que me digan por cuál de los patrones he votado y no hay nadie quien me haga este favor. (Al oír esto, el maestro de escuela se acerca al viejo) ACIDAL, al viejo:— A ver este papel que te han dado los taitas de la plaza. ¿Es ése que tú tienes ahí? (Le toma el papel azul) EL VIEJO:— Sí, taita. Como no sé leer... (Acidal lee la cédula y el maestro hace lo mismo) ni sé tampoco los nombres de los patrones candidatos... ACIDAL Y EL MAESTRO:— Ramal. Por el Dr. Ramal. Has dado tu voto por Ramal. Así dice la cédula. EL. VIEJO, sin comprender:— ¿Quién dices, taita? Remar?... ACIDAL Y EL MAESTRO, juntos:— Ra-mal. Maaaal. Has votado por el Dr. Ra-maaal. EL VIEJO, pensativo, miranda el papel:— Ramaaal... ¿Quién es, pues, taita? El patrón Ramal,. ¡Pst!... (Resignado) ¡Así será, pues, taita! ¡Qué se hará! (El viejo sale) Dios se los, pague, taitas. gloria) ¡Acidal! ¡Fíjate! (le entrega tarjeta) Una invitación del Alcalde de Colca! —¡me oyes bien!— nada menos que del señor Silverio Carranza, del señor Alcalde de Colca, a los señores Acidal y Cordel Colacho... ACIDAL, aturdido, relee a su turno:—. ¡No!... ¿No puede ser? ¡No es posible! CORDEL:— ¡Sí! ¡Ahí está! (Abraza frenéticamente a su hermano) ¡El alcalde! ¡A nosotros! ¡A nosotros, hermano mío!... ACIDAL, tras una reflexión se serena y trata ya de entrever las posibles consecuencias de tal invitación:— ¡Hum!... ¡Carajo!... ¡creo que de esta fecha, nos hemos salvado!... ¡Salvado, carajo! CORDEL, paseándose a grandes zancadas, triunfal:— ¡Al fin, carajo! ¡Después de tanto sufrir, de tanto, padecer, al fin! ¡Al fin, somos alguien en Colca! ¡Ahora si!... ¡Ahora si!— (Lanza una gran risotada de júbilo incontenible) ACIDAL, no se cansa de releer algunas palabras de la tarjeta:— tiene el honor..." (Volviéndose a Cordel) ¿Oyes tú? ¡Dice que tiene el honor! ¿Lo has leído? CORDEL:— ¡Que tiene el honor!. .. ¡Y el resto!. .. ¡Y todo lo demás!.. ACIDAL, releyendo siempre la tarjeta, tiene un sobresalto:— ¿Qué hora es? CORDEL, consultando un enorme reloj de bolsillo:— Las doce y veinte. ¿Por qué? ACIDAL:— ¿Por qué? ¡Pero porque dice que es para la una de la tarde! ¡Ya no tenemos tiempo! Habrá que contestar antes de ir? ¿Cómo se hace en estos casos? CORDEL:— Tendrás que ir sólo tú, porque tengo que cuidar la tienda. Ya puedes ir vistiéndote. ACIDAL:— Y ¿tú? ¿Por qué no vas a ir tú, que eres más listo y sabes presentarte entre gente? CORDEL:— Pero tú eres el mayor. Van a decir que somos unos brutos, que ignoramos urbanidad. Entre la gente decente, es el mayor de los hermanos que va siempre, cuando no pueden ir los dos. UNA INDIA, desde la puerta:— Tienes, patrón, azúcar? CORDEL; a Acidal:— ¡No es hora de vender! (A la india) No hay azúcar. Vuelve mañana... (A Acidal) Cierra la puerta. Tienes que vestirte. (La india ha salido y Cordel cierra la puerta de la calle, de golpe) ¡Qué ventas ni ventas! ¡Con el almuerzo del alcalde, vas a ver! ¡Vas a ver: relaciones, negocios, dinero, todo! Así se comienza siempre. ¡Vistete! Ponte el saco azul y el cuello duro. ACIDAL:— Pero mejor sería que vayas tú, Cordel. Tú eres más simpático, más buenmozo. Además, a mí me duelen los zapatos... CORDEL, sacando de un baúl la ropa para su hermano:— Déjate de cojudeces y vístete. ¿Dónde están los zapatos, para verlos? ¿Dónde está la camisa rosada con pintas verdes? ¿Está limpia? ACIDAL:— ¡Anda, tú, Cordel! Mira que tú sabes mejor que yo andar con zapatos. A mí me hacen doler el dedo chico horriblemente. CORDEL, exasperado:— ¿Así que no quieres ir? ¿No? ¡Bueno! ACIDAL:— Por favor, yo no. Tú, sí, Cordo. ¡Por dios! CORDEL, furioso, arroja la ropa otra vez al baúl:— ¡Esto es de no te muevas! ¡Vamos a perder por tu culpa la única ocasión; y que nos cae de las manos de Dios, de entrar en la buena sociedad! ACIDAL:— ¡Pero si yo no sé sentarme entre gente! Y tú lo sabes. Tengo vergüenza. Le ponen a uno tenedor y otras huevadas. Si me ven que no sé comer, entonces sí que nos joderíamos. Nunca más nos invitarían a ninguna otra parte. CORDEL:— ¿Dónde hay papel de carta, del bueno, para contestar la tarjeta y enviar la respuesta, antes de la hora del almuerzo? ACIDAL, sacando papel de un cajón:— Aquí hay. ¿Se contesta así las invitaciones? Me parece que es después de comer que se agradece. CORDEL:— ¡Antes! En la buena sociedad, se agradece antes de comer. En Mollendo vi una vez que así lo hizo el tuerto Pita. ¡Escribe!... (Acidal se dispone a escribir) Haz una buena letra. Clara. Redonda. Cierra bien los ojos de tus os. Ponles cruces a tus tes. ¡Y con tinta negra!... (Vuelve a sacar la ropa) ACIDAL, recuerda algo de pronto:— ¡Hombre! ¡Hay por ahí un modelo de carta, justamente en el mosaico!... (De entre papeles que hay, saca y desempolva un libreto desencuadernado y busca una página) ¡Pistonudo! ¡Como pedrada en ojo tuerto!... CORDEL, impaciente:— ¡Ya son las doce y media! ¡Qué mosaico ni mosaico! ¡A qué hora vas a vestirte! ACIDAL, que ha encontrado la página modelo:— ¿No ves? Aquí está. ¡Estupendo! (Se pone a copiar el modelo) El caso es exactamente igual. (Cordel, entre tanta, cepilla la ropa y limpia los zapatos apuradamente. Acidal, de repente, contrariado, los ojos fijos en la página del mosaico) ¡Qué vaina! ¡Carajo!... CORDÉL:— ¡Pero apúrate, hombre! ¿Qué sucede? ACIDAL:— Hay una palabra borrada en el mosaico, y no se sabe lo que dice. CORDEL, acercándose:— ¿Dónde? A ver… ACIDAL, lee y muestra la página a su hermano:—... "Tenemos la. . ." ¿Tú ves?... Está borrado. (Raspa con la uña la página) Y raspar resulta peor… Parece que se hubieran meado... No se puede ver lo que dice. CORDEL:— ¡Espérate! (Raspando, a su turno, la página) ¡Carajo! ¡Nada!... ACIDAL:— Serán los ratones que se han cagado. CORDEL: —¡Qué vaina! ¡Arréglalo como puedas! ¡De cualquier modo! bárbaro, Acidal! Mira: hoy, tú vas al almuerzo del alcalde, que es su santo. Ahí vas a conocer a mucha gente importante. Vas a dar la mano a personajes grandes. Si mañana necesitamos una recomendación, una garantía, una fianza, en fin, alguna cosa, nos la darán inmediatamente. Seguro que el sub-prefecto va a estar en el almuerzo. Si el viejo Tuco quiere hacernos poner en la cárcel, el sub-prefecto, una vez que te haya visto de invitado del alcalde, no va a poder echarnos a la cárcel así no más... (Acidal descubre el rostro y considera detenidamente a Cordel) Se hará el tonto, porque tendrá miedo de enojar a un amigo del alcalde— En fin... Tú sabes como son todas estas cosas... Además y por último, es así como viene el dinero: con amigos. (Acidal, sin contestar nada, vuelve a desabotonarse el chaquetón y empieza a cambiarse de traje) Y el mismo viejo Tuco. Estará ahí y ahora que te vea a tí también, entre, los personajes de Colca, ya no se va a atrever a hacernos nada. (Esta idea es ya, por sí sola, un resultado espléndido de la invitación) ¡Nada, mi viejo! ¡Es claro y lo vas a ver! ¿No lo crees? ¡Hombre! ACIDAL, vistiéndole ahora cada vez más apresuradamente:— ¡Mira el reloj! ¿Qué hora es? ¡Alcánzame la corbata! CORDEL, haciendo, cuanto le dice Acidal:— Todavía tienes el tiempo, el tiempo justo... Son las... ¡Veinte para la una! ¡Son veinte minutos! ¡Con tal que llegues a la una en punto! (Dándole consejos) No tengas miedo. ¡Qué carajo! Después de todo estos caga-parados son, en el fondo, unas cacatúas! No te apoques... Si te preguntan por mí, diles que estoy muy bien... es decir, con cierto tono: (Lo silabea, puliéndose) "un poquito resfriado, pero sin gravedad"... (Le cepilla la espalda) Procura hablar de cosas importantes... con mucha seriedad, y sonriendo sólo de cuando en cuando, sin abrir demasiado la boca, como el carnero Erasmo… ACIDAL, poniéndose los zapatos:— Si mucho me aprietan, no respondo de nada. Tendrán que verme que cojeo y todo se irá al agua... CORDEL, sin oír:— Trata de acercarte cuanto puedas al sub-prefecto. Acuérdate de la Chepa y del viejo Tuco... ACIDAL, de pie, inmóvil:- ¿Dónde has puesto el sombrero? CORDEL, precipitándose, trae el sombrero:— ¿Dónde se pone la servilleta, cuando se come? ¿Te acuerdas dónde se pone? ACIDAL, nerviosísimo, transpirando a chorros y más colorado que de ordinario:— ¿La Servilleta?... Se la tiene en la mano. Digo... Me equivoco: en la derecha. CORDEL:— No. Se la pone en el pecho, como babero. No te olvides. ¿Me has oído? ACIDAL, sin atreverse a moverse de su sitio:— Ya... En el pecho... Me voy... CORDEL:— A ver... Anda un poco, para verte. Da unos pasos ACIDAL, da los primeros pasos con zapatos, frunciéndose de dolor:— No sé si voy a poderlos soportar. ¡Tengo los dedos chiquitos completamente apachurrados! CORDEL:— Haz, querido hermano, un esfuerzo. Tú sabes que yo tampoco puedo ponerme zapatos. De otro modo y en último caso, iría yo en tu lugar... ACIDAL, ya en la puerta, con dolorosa resignación:— Sí... Así andas siempre diciendo. Hasta luego. CORDEL:— Espérate. Sería bueno que te ensayes un poco para que sepas bien lo que has de hacer. A ver: anda, como si entraras a la casa del alcalde. Camina, Avanza, ¡Con toda dignidad! ¡Derechito!... (Acidal ejecuta el movimiento como dice Cordel) Así. Así... Puedes poner una mano en el bolsillo del pantalón. La izquierda... Eso es... No, la metas demasiado en el bolsillo. Dicen que eso no es limpio... Di: "Buenas tardes, caballeros". "Buenas tardes, señora". A ver: suponte que te encuentras en el patio con un sirviente. Yo soy el sirviente. Y yo te saludo... (Cordel saluda a Acidal, con un infinito respeto) "Buenas tardes, patroncito. Y tú, ¿cómo vas a contestar? Respóndeme... (Repite el saludo) "Buenas tardes, pues, taita". ACIDAL, pavoneándose, la voz seca y gruesa, tieso, despreciativo sin mirar al sirviente:— Buenas. CORDEL:— Magnífico... ¿Y si te encuentras a un doctor?... Yo soy el Dr. López, que paso a cierta distancia de ti. ¿Cómo harías? ¿Cómo saludarías? (los dos ejecutan la maniobra) ACIDAL, quitándose el sombrero, inclinándose, sonriente, la voz dulzona y servil:— ¡Adiós, señor doctor!... CORDEL:— ¡Estupendo!... ¿Te duelen todavía los zapatos? ACIDAL, sobreponiéndose al dolor, con heroísmo:— ¡Oh, espantosamente! Pero, ¡carajo! prefiero los zapatos al badilejo. O a tener que ir a la cárcel, por los 47 soles del viejo Tuco. (Sale rápidamente, cojeando) CORDEL, siguiéndole unos pasos:— ¡Bravo, hermanito! ¡Bravo! Dios te mira con ojos de misericordia en el almuerzo!... (Acidal desaparece y Cordel abre de par en par la puerta de la calle. De pie en el dintel, los pulgares agarrados a las axilas de los sobacos, pregona con voz vigorosa, casi imperativa y señorial) ¡Bueno! ¡Bonito! ¡Y barato! ¡Azúcar a dos y media... ¡Fósforos con cabeza colorada! ¡Chocolate!... ¡Pañuelos casi de sedal... ¡Adentro, adentro! ... ¡Ají seco!... ¡Cigarrillos amarillos! ¡velas blancas!... ¡Todo bueno, bonito y barato!... TELÓN SORA pensativa:— Catorce... Así será, pues, taita. CORDEL:— ¿Y dices que quieres saber cuántos huevos me has traído por todo? LA SORA:— Sí, taita. No me acuerdo. CORDEL consultando una libreta:—. Voy a decírtela... (Escribe unos números en un papel aparte) Aquí está... El 8 me trajiste 8: el 12, 16, y hoy me traes 14… Vamos a ver... (Se dispone a hacer la suma) Mira bien, Rimalda, para que no vayas a pensar que te robo... LA SORA:— ¡Vaya con Dios, el taita!... CORDEL, puestas en el papel las tres cantidades, una debajo de otra, en columna vertical, hace la suma, ante los ojos de la mujer, cantando en alta voz la operación:— Cuatro y seis, diez; diez y ocho, diez y ocho; dejo ocho y llevo uno… Pero... (Se queda pensando. Mirando afectuosamente a la mujer) Pero ¡qué te voy a llevar a ti, pobre vieja!... ¡Para que sigas trayéndome siempre tus huevos, no te llevo nada! ¡Mira, pues, lo bueno que say contigo! No te llevo nada… LA SOBA:— Gracias, taita, que no me lleves nada. Dios te lo pagará. CORDEL:— Y aunque no me lo pague, Rimalda. Yo soy incapaz de llevarme nada a una pobre vieja como tú... (Vuelve a la operación) Decíamos: cuatro y seis, diez; diez y ocho, diez y ocho. Dejo ocho y yo no te llevo nada. Uno y uno, dos. Son 28 huevos en total, los que te debo… (Orocio mira a Cordel, desconcertado). LA SORA:— Así será pues, taita. CORDEL, sacando de un cajón unas monedas:— 28 huevos a 4 por cinco centavos, son 35 centavos en total. Aquí tienes tu plata. LA SORA recibe las monedas:— Mil gracias, patroncito. Dios te lo pagará. CORDEL:— No me agradezcas, vieja. Yo no hago sino cumplir con mi deber. (Presentándole el papel con las cifras de la operación operada, bien cerca de los ojos de la sora) Mira ¿estás o no conforme? Aquí no se engaña a nadie. Tú me conoces bien. (Orocio mira otra vez a Cordel) LA SORA:— ¿Qué me enseñas, pues, taita, tus escrituras? ¡Si Dios hubiera querido que yo conozca números!... CORDEL, palmeándole en el hombro:— ¡Ah, buenamoza Rimalda! ¿Qué quieres llevar del bazar? ,¿Tu tocuyo? ¿Tu sal? ¿Tu jabón? LA SORA:— Una varita de tocuyo, taita. ¿A cómo está? No sé si podrás dármelo, por la platita de los huevos... CORDEL:— Se te dará tu vara de tocuyo. Orocio, dale una vara de tocuyo a la Rimalda, del de 30. OROCIO, apresurándose a cumplir la orden:— Bien, patrón… CORDEL:— Y tú Novo, ¿qué esperas que no guardas, estos huevos? NOVO volando a recoger los huevos:— Ahí voy, tío. CORDEL, volviendo a sus libros de contabilidad, a Orocio:— Dale también medio de sal. (A la mujer) La sal es por los cinco centavos restantes. Quedamos mano a mano. Treinta y cinco centavos justos. LA SORA:— Así será, pues, taita. CORDEL:— Y no dejes de seguir trayéndome tus huevos, todas las semanas. LA SORA:— Pierda cuidado, taita. Cuenta con tus huevecitos. (Habiendo sido despachada con la sal y el tocuyo, la sora pone el dinero que le diera Cordel, sobre el mostrador, delante del dependiente, como pago de su compra) Velay... Dios te lo pague, patroncito. (Sale) OROCIO, entregando el dinero a Cordel:— Adiós, mama. Que le vaya bien. CORDEL, a Orocio:— ¿Contaste cuántos paquetes de fósforos han venido en los cinco cajones recién llegados? OROCIO, va a consultar unos números en un papel:— Todavía no patrón. Aquí están para sumarlos. (Se dispone a hacer la suma de los cinco cajones) CORDEL:— ¿Cuántos paquetes han venido en cada cajón? Dímelos uno por uno, antes de sumarlos. OROCIO, consultando sus apuntes:— En el uno han venido 25, en el otro 15, en el otro 17, en el otro 26 y en el otro 24. CORDEL, se acerca a ver que haga bien la suma el dependiente:— Ahora súmalos: Cuenta fuerte, que yo te oiga. OROCIO, sumando su columna de cinco sumandos:— 5 y 5, 10; y 7, 17; 6, 23, y 4, 27; Pongo 7 y llevo 2... CORDEL, saltando y parándolo:— ¡Ah; no! ¡Alto ahí! Tú no te llevas nada... (Un vistazo sobre Novo) ¿Qué maneras son éstas de llevarte mercaderías que no te pertenecen? Tú, aquí, no eres sino mi dependiente y no tienes derecho a llevarte nada del bazar. Absolutamente nada. (Otro vistazo a Novo) OROCIO, desconcertado:— Pero, patrón, es sólo para sacar la suma... que yo me llevo 2... no por otra cosa. CORDEL, tomando él mismo el lápiz para hacer la operación:— ¡Ah, sí, si!... ¡Ya, ya!... ¡Yo conozco a mi gente! (Una risita zumbona) OROCIO:— Yo no he llevado nunca nada de su casa... CORDEL:- ¡Silencio! ¡Cállese! (Otro vistazo sobre su sobrino) ¡A ver! (Hace la suma en alta voz) 5 y 5, 10; y 7, 17; y 6, 23; y 4, 27. Pongo 7 y me llevo 2... OROCIO, rápidamente:— ¡Ve usted, patrón! ¡Usted también, para sacar la suma, lleva 2… CORDEL, violento:— ¡Yo sí, por supuesto! ¡Pero soy el dueño del bazar y no sólo puedo llevarme 2, sino todos los paquetes de los cinco cajones! ¿Qué cosa?... ¡Hase visto! EL SORA, levantándose, con voz imperceptible, sin atreverse a alzar la cabeza, sin sombrero, los brazos, cruzados:— ¡Perdona, pues, taita! ¡Enfermo! ¡Las espaldas! ¡No me he ido! ¡Las espaldas! MR. TENEDY, en un grito estridente y violento como un rayo:— ¿Cómo? (El sora ha dado un salto y cae al suelo, fulminado, inmóvil) CORDEL, se acerca al sora y le mueve con la punta del pie:—, ¡Levanta, animal! Huacho, ¿oyes? ¿Qué tienes? MR. TENEDY:— Raza inferior, podrida. CORDEL, sigue golpeando con la punta del pie la cabeza del sora:— ¡Levanta, te digo! ¡Contesta, Huacho! MR. TENEDY:— Este bribón huyó, hace mes y medio, con siete más. CORDEL:— No pensó que iba usted a reconocerlo. (Aquí, empieza a moverse el cuerpo del sora. Luego, una mirada larga, fija y vacía, rueda lentamente en sus órbitas. Pero, de pronto, despavorido, lanza gritos de terror) EL COMISARIO, quien pasaba, surge:— ¿Qué sucede aquí? ¡Ah, Mr. Tenedy! Buenas tardes... (Ha sujetado de inmediato al sora por su brazo y Cordel por el otro) EL SORA temblando, los ojos fijos en Tenedy:— ¡El taita! ¡El taita! MR. TENEDY, al comisario:— Que declare en el cepo, donde están ya sus compañeros de fuga. Si no declara, déjele en la barra hasta mañana. (Ordena y sale) EL COMISARIO:— Perfectamente, Mr. Tenedy. A sus órdenes, (El comisario llama a lo lejos. Dos gendarmes pronto aparecen y entran) Llévense a éste a la barra. (Los dos gendarmes toman al sora que no cesa de dar de gritos de espanto y le llevan. Los tres desaparecen) CORDEL: ,—¡Serranos brutos! ¡Serranos perezosos! ¡Huilones! EL COMISARIO:— Tiembla ahora como un perro envenenado. CORDEL:— Por terror al gringo. Apenas lo divisan que todo los soras se ponen a temblar y se echan a correr sin control posible. (Una pareja de soras se asoman a la puerta y penetran al bazar) EL HOMBRE Y LA MUJER, quitándose el sombrero y con humildad:— Taita, buenas tardes. CORDEL, con vivo interés:— ¡Hola, muchachos! ¿Al fin sé decidieron? (A Baldazari) Perdone, por favor, comisario, un momentito. EL COMISARIO, pasando al mostrador, a servirse a sí mismo una copa de whisky y hablando del sora a quien acaban de llevarse los gendarmes:— ¡Ha visto usted como se hacía el motolito el muy pendejo! CORDEL, a los dos soras:— ¡Adelante! ¡Pasen; pasen! ¡Entren de una vez! EL HOMBRE que se ha quedado mirando con su mujer, unos pañuelos de colores que hay colgados en la puerta del bazar:— ¡Qué bonitos achalayes! ¡Tus verdes y granates, taita! CORDEL, aparte:— Orocio, sácales las garrafas de colores. ¡Rápido! (Orocio ejecuta la orden y Cordel a los dos soras) ¿Les gusta los granates? Entren, entren. ¿Se decidieron por lo de la chacra?... EL HOMBRE, entrando con su mujer:— ¡Taita, pues, que se hará! CORDEL, mostrándoles a la luz y en alto las garrafas de colores:— ¡Miren qué bonito!... ¡Miren!... (El comisario toma su whisky) ¿Ven ustedes las gallinas con sombrero que hay aquí pintadas?... (El comisario lanza una carcajada que él reprime al momento. El propio Orocio hace esfuerzo para mantener la hilaridad. Cordel le dice, aparte, furibundo) ¡Carajo! ¡como te rías! LOS DOS SORAS consideran maravillados las garrafas:—. ¡Ay, taita, qué bonito!... CORDEL:— ¿No son, bonitas de verdad? En esta otra, más grande, hay unos árboles de oro, con gendarmes en las hojas. ¡Miren lo que es achalay!... (El comisario ríe a escondidas. Como los soras no se atreven a tocar las garrafas, Cordel les dice) ¡Agárrenlas sin miedo!... (Pone una en manos del sora) ¡Toma, te digo! ¡Agárrala de aquí! ¡Así!... EL HOMBRE, con la garrafa en las manos, inmóvil:— ¡Espérate, pues, taita!... No te apures... EL COMISARIO Y CORDEL, a la vez:— ¡Así, hombre!... ¡Así! Puedes hasta moverte con ella... No tengas miedo... (El sora, sin embargo, no se atreve a hacer el menor movimiento. La cabeza derecha y rígida, habla moviendo apenas los labios) EL HOMBRE:— ¡Tómala, taita! ¡Agárrala! ¡La suelto! CORDEL, tomándole de un brazo y haciéndole dar unos pasos, como a un ciego:— ¡Qué cholo tan zonzo!... ¡Ven!... ¡Avanza!... ¡Camina!... ¡Así!... ¡Así!... Procura por supuesto no tropezarte! ¿Ves?... (Mientras el sora camina, con la garrafa bien agarrada en sus manos, la mujer le sigue con los ojos, presa también de gran ansiedad) EL COMISARIO:— Puedes también voltear. Y volver a caminar. (A Cordel) ¡Es usted un portento, un compadre! (Bebe otro whisky. El sora está en un extremo del bazar, inmóvil, con la garrafa levantada a la altura del pecho. Su mujer corre a colocarse a su lado, lista para auxiliarle) CORDEL:— ¿Ya ven que no pasa nada? ¿Qué dicen ahora? ¿Les gusta ésa que tienen ahí? ¿O quieren otra? EL HOMBRE:— ¡Mucho, taita! ¡Esta! CORDEL:— ¡Pues tómenla por el terreno de trigo de Gorán! (Es una decisión heroica) ¡Qué caramba! ¡Llévensela! ¡Llévensela no más! (Los soras no parecen acabar de comprender, a tal punto estiman halagadora la propuesta) Yo soy así: ¡todo lo que tengo se lo doy a mis clientes! (Cordel envuelve la garrafa en un papel) EL COMISARIO, fingiéndose escandalizado de la largueza de Cordel, se opone:— Pero, don Cordel, ¿va usted a darles un garrafa azul por un simple terreno de trigo? ¡Está usted loco! CORDEL:— Sí, señor… Ya ve usted: no puedo con mi genio. EL COMISARIO:– Vaya usted a ver eso. ¡Una garrafa azul por una chacra de trigo! ¡Ayayay, carajo!... CORDEL, parando de pronto al sora:– ¿Cuándo me haces entrega del terreno? EL HOMBRE:– Agárralo, pues, taita; cuando te parezca. CORDEL:– De cuántos meses está el trigo? EL HOMBRE:– Sembrado en Todos los Santos. Estamos en los carnavales. CORDEL:– Iré a verlo dentro de una semana. De todos modos, el terreno es ya mío. ¿No es así? EL HOMBRE:– Así será, pues, taita. Es tu terreno. CORDEL:– Espérame la próxima semana. (Suelta el brazo del sora empuja suavemente por detrás, en dirección de la calle) Adiós, cholazo. (El sora sale, seguido de su mujer, paso a paso. con la garrafa en alto) Saludos a la china Guadalupe. EL COMISARIO, mirando hacia lo lejos en la calle:– Mire, mire, don Cordel: ahí sale el gringo de su escritorio. ¡Apuesto que va a ver al sora en la laguna! CORDEL, mirando en dirección indicada:– ¡Sí, si, si!... ¡Ahí va!... Ya lo veo... EL COMISARIO empina de un sorbo su copa y sale corriendo:–¡Carajo! ¡Para los sapos que son cutulos!... (Cordel sigue con la mirada unos instantes al comisario. Permanece luego pensativo. Se vuelve al dependiente que sigue arreglando y sacudiendo las mercaderías) ¡Orocio! OROCIO:— Patrón... CORDEL: – Venga usted acá. OROCIO acudiendo de inmediato:– Patrón. CORDEL:--: ¿Dónde está Novo? OROCIO:– Adentro, en el depósito, patrón. CORDEL, severo y en voz baja, para no ser oído de Novo:– ¿Por qué te encaprichas en dar el mal ejemplo a mi sobrino? OROCIO, tímido:– Patrón, no doy el mal ejemplo... CORDEL:– ¿Qué has hecho, hace un momento, con la suma de los fósforos? OROCIÓ:– ¿Qué he hecho, patrón? CORDEL:– ¿Sabes lo que significa, a los ojos de un monigote de su edad, que un dependiente como tú, se lleve, aunque sólo sea en pensamiento, para los efectos de una operación de suma, dos o más paquetes de mercaderías, en la cara y en las barbas del dueño de tienda? ¿Sabes lo que eso significa, como mal ejemplo, para que Novo quiera también un día, llevarse lo que se le antoja del bazar, so pretexto de que va a hacer con las mercaderías tal o cual cosa? ¡Contesta! OROCIO:– Patrón, es muy distinto... CORDEL:– A los muchachos no hay que enseñarles, ni siquiera de broma, ni por algún motivo, a llevarse nada de lo que no les pertenece. OROCIO:– Patrón, sólo era para la suma. Porque así se dice, siempre. CORDEL:— ¡No, señor! Te digo que por ningún motivo. ¿Me has oído? ¡Me parece que hablo castellano! OROCIO:– Bien, patrón. No volveré a hacerlo. CORDEL:— ¡Jamás! ¡Que, eso no se repita! Cuando Novo está aquí y tengas que hacer una suma en su presencia, no hay que cantar en alta voz la operación. Hay que hacerla mentalmente o hay que esconderse para hacerla. Novo no sabe sumar, ni entiende nada de las palabras que se dicen al sumar. Lo único que él oye es que tú te llevas los paquetes, y el resto no comprende. OROCIO:— Patrón, ¿y cuando usted me ordena que haga la suma en alta voz bien fuerte? CORDEL, vacilante:— Cuando yo te ordeno... Pues... Entonces... entonces... Pues, en lugar de decir: "Llevo dos, o tres, o cuatro" o el número que sea, debes decir: "Patrón, lleva usted 2 ó 3 ó 4" o lo que sea. OROCIO:— Muy bien, patrón. Ya sé. CORDEL, disponiéndose a escribir, en alta voz:— ¡Novo! NOVO, viniendo de la trastienda a toda carrera:— Tío... CORDEL, escribiendo:— Llévame este despacho al telégrafo. ¡Corriendo! NOVO; que está esperando:— Sí, tío... CORDEL, le da el telegrama:— Toma. ¡Y no pises muy fuerte para no acabar la zuela de tus zapatos! NOVO:— Sí, tío. (Sale al vuelo. Cordel hojea un libro de cuentas y luego, a Orocio) Mira en tu libreta cuántos indios murieron en las minas en el mes pasado y cuántos huyeron. OROCIO, consultando una libreta:— En seguida, patrón... CORDEL:— Mr. Tenedy quiere 50., Yo no creo que la cifra sea exacta. OROCIO, leyendo:— Huidos: 27; muertos: 19. Total 46. CORDEL, pensativo:— Sí... Más o menos, es el número; 50... ¡Hom!... ¿Y el mes anterior? OROCIO, leyendo:— Huidos: 3; muertos: 26; total: 29. CORDEL, como para sí:— Curioso... Huyen cada vez más y mueren menos... MR. TENEDY, vuelve al bazar, de buen humor:— Don Cordel, deme usted un whisky, hágame el favor. CORDEL, solícito:— En el acto, Mr. Tenedy. (Sirve la copa) MR. TENEDY:— Los gendarmes acaban de coger a doce soras. CORDEL:— Evidente, Mr. Tenedy... MR. TENEDY:— Y para protegerlos, ¿qué es un diputado? Pero... de todos modos, la empresa recomendará la candidatura de su hermano al gobierno, pues es el deseo de don Acidal. (Bebe) CORDEL:— Un millón de gracias, Mr. Tenedy. Es usted como nuestro padre. MR. TENEDY, las manos, misterioso:— Don Cordel... Se me ocurre que un día la "Quivilca Corporation" lo obligará a entrar en la política. Hay todavía tiempo de hablar de eso... CORDEL, sonriendo, sin comprender:— Mr. Tenedy, yo... La política... MR. TENEDY, interrumpiendo:— ¡No se apure! Aquello está todavía lejos. CORDEL:— Mr. Tenedy, la política... sería para mí el peor castigo que me podrían imponer. La política me asusta, me descompone... MR. TENEDY:— Ya veremos. Los negocios, don Cordel, son los negocios. Y usted, antes de todo, es un hombre de negocios. CORDEL:— Sí... prefiero mi bazar, Mr. Tenedy; vender mi chancaca y mi coca a los indios. Lavar mis botellas. En fin, ganar mi pan, trabajando humildemente en mi comercio... MR. TENEDY, para irse:— Mr. Edison ha dicho, don Cordel, que el peor defecto del individuo está en no cambiar de oficio. Hay que ensayarlo todo, don Cordel. En la criatura más oscura puede esconderse un gran hombre ... CORDEL:— Hasta luego, Mr. Tenedy. MR. TENEDY, de la puerta:— ¡Mr. Edison, don Cordel, muy interesante! Buenas tardes. (Sale) CORDEL:— Buenas tardes. Mr. Tenedy. (Una vez solo, para sí, intrigado) ¿En la política yo?... ¿Diputado?... ¿Alcalde?... ¿Senador?... (Ríe burlonamente) El gringo está whiskeado hasta el cu- lito... OROCIO, con un lote de botellas en el mostrador, del otro extremo de la tienda:— Patrón: ¿cuántas botellas de agua le pongo a cada botella de cañazo? ¿Siempre 2 a cada una? CORDEL, colérico:— ¡Calla, carajo! ¡Que no vayan a oírte! Ponle... ¡tres a cada una! OROCIO:— Bien, patrón. Perdóneme... TELON Cordel quien me enseñó cómo debía portarme. Después se ha acojudado, no sé por qué... En cambio, yo, viendo, aunque tarde, lo necesario que es el buen hablar, el bien portarse, me he propuesto aprenderlo a macho y martillo. Lo único que me pesa hoy es haber empezado tan tarde... Demasiado tarde... ZAVALA, que ha reflexionado concienzudamente al respecto:— En fin, don Acidal, mire usted: de dos males, el menor. A falta de unos dos, tres mil libros que debería usted leer (Acidal hace un gesto de pavor), y esto sería aún muy poco, quedémonos ¡qué quiere usted! con esta cartillita (La Urbanidad) ACIDAL, liberado:— ¡Vaya, don Julio! ¡Hombre, por Dios! ¡Cuánto se lo agradezco! ZAVALA:— Sin duda, con esta Urbanidad, bien aprendida ya puede uno desenvolverse en sociedad y hasta en la Cámara de Diputados, y hasta en el Palacio presidencial. ACIDAL, regocijado:— ¡Pero desde luego! ¿No le parece a usted? (A Taya) Llévate el mantel. (Llaman compradores del bazar y Taya va a atenderlos) ZAVALA:— ¿Repasa usted siempre el capítulo "Entre gente de negocios"? ACIDAL:— Es decir... no... No. Y le diré por qué. Me parece que ya se lo he dicho: yo no pienso seguir en el comercio. Mi bocación es la política. ZAVALA corrigiendo:— Se dice: vocación ¡"vo" "vo"! Con v chica. ACIDAL:— Ah, muy bien. Mi yo es la... ¡Qué estoy diciendo! Mi vocación es la política y la diplomacia. Creo, siento... ¿Se dice así: siento, en lugar de creo? ZAVALA:— Sí... Pero eso depende. ¿Qué quiere usted decir? ACIDAL:— Quiero decir que... siento que he nacido para hombre público. ¿Está bien dicho? (Zavala medita en la respuesta) ¿O se dice, quién sabe: "creo haber nacido"? ZAVALA:— A mí me parece, don Acidal, que usted en verdad no ha nacido... LA VOZ DE TAYA del bazar:— Para dar más luz, don Acidal ¿de qué lado se da vuelta el tornillo de la lámpara? ACIDAL, contrariado:— Un instante... ¡Esta muchacha!... (Elevando la voz. a Taya) De izquierda a derecha. Echale kerosene. (Baja la voz) Perdone, don Julio, (Fuerte, de nuevo, a Taya) ¡Y no derrames! ZAVALA:— Le decía que me parece que usted, no ha nacido para esta vida mísera de Colca y que su destino está más lejos y más alto. ACIDAL:— ¡No le parece! El capítulo "Entre gente de negocios" le iría bien a Cordel, que se propone seguir en los negocios y llegar a ser un yanqui. Aunque él cree que al negociante no le hace falta educación, Yo le mando siempre, en mis cartas a las minas, copia de algunas reglas de Urbanidad, recortes de periódicos, consejos, etc. El otro día, nada menos, le mandé un recorte de "La Prensa" en que decía cuantos años necesita el carbón para convertirse en diamante en, las entrañas de la tierra. ¡Algo estupendo! ZAVALA:— Sin eso, en efecto, será muy difícil que su hermano triunfe en los negocios. ACIDAL:— ¿Me creerá usted, si le digo que nunca en su vida ha querido asistir a un convite y ni siquiera sabe ponerse un cuello duro? ¡Primero, se deja capar! ZAVALA:— ¡Aberración! ¡Ni me lo diga! ¡Es un salvaje! ACIDAL, anotando en su cuaderno:— "A-be-rra-ción". ¡Qué bonita palabra! Así le digo... Puede hasta echar a perder nuestro negocio si se encapricha en su plebeyez. Así se lo digo, pero no me hace caso. ZAVALA, con repentino asombro:— ¡Caramba, don Acidal! ¡Qué adelanto! ¡"plebeyez"! ¿De dónde me saca usted esa palabra? ACIDAL, gesto despectivo:— Palabras corrientes... que sé desde hace tiempo. TAYA, asomándose a la puerta que da al bazar:— Don Acidal, un momentito. Preguntan si tiene usted agua bendita por litros. (Zavala no puede reprimir un gesto de sorpresa) ACIDAL a Taya:— Sí. Ya lo creo. Es decir, espérate... Por litros, no tenemos por el momento. Por copas, todo lo que quieran. (Después de una reflexión) Diles que, por litros, tendré mañana, bien temprano. Apenas se abra la iglesia. TAYA, retirándose:— Bien, don Acidal. ACIDAL, a Zavala:— No tiene usted, amigo mío, por qué asustarse que yo venda agua bendita en mi bazar. ZAVALA:— Oh, no, no, no. No me asusto yo de nada. ACIDAL:— Es cosa, sabe usted, del párroco y del médico. ¡Allá, ellos! Yo no soy sino un comisionista. (Volviendo atropelladamente a los temas anteriores) ¿Qué estábamos hablando? ¡Esta muchacha de cuerno!... ZAVALA:— Hablábamos... ¡Ah, sí! Decíamos que para triunfar en el mundo económico, para ser, en una palabra, un yanqui, el capítulo "Entre gente de negocios", más un minimum de recortes de periódicos, con algunas noticias de almanaque, basta, si no me equivoco, como base mundana y cultural. Pero, eso sí, don Acidal, esta base es tan indispensable para su hermano como sería indispensable para usted en su destino de hombre público, leer libros. Pero, en fin, hemos quedado por último que con este pequeño libro... ACIDAL:— ¿Quiere usted, don Julio, examinarme un poco el capítulo "En los altos círculos políticos y diplomáticos"? ¿No le molesta mucho? Sea franco. ZAVALA:— ¡Qué ocurrencia! ¡De ninguna manera! (Hojeando la Urbanidad) Vamos a ver... (Taya viene del bazar y sale al patio) ACIDAL:— ¿Ya sabrá usted que acabo de ser designado por la Junta Conscriptora Militar para integrarla como vecino notable de Col-ca? ZAVALA:— No, no. No se lleva levita en estos casos. La levita una sesión de la Junta Conscriptora Militar de Colca, podría ser fatal. Jaquette. ACIDAL, decepcionado:— Jaquette... Ah... ¡Qué vamos a hacer! ZAVALA:— Luego, lo que más importa en política, más todavía que... ACIDAL, intercalando:— Le suplico no olvide el lado diplomático. Son dos: la diplomacia y la política. ZAVALA:— Exactamente. Lo que más cuenta en la política y en la diplomacia, a veces más que el traje, es el don de gentes, la palabra fácil y elegante, los gestos, las genuflexiones... ACIDAL, sacando al vuelo la palabra:— "genuflexiones" ¡Qué bella palabra! (La nota en su cuaderno) Ge-nu-fle-xio-nes. ¡Qué no da-. ría yo por ser un hombre culto! Perra suerte! ZAVALA:— Genuflexiones quiere decir movimientos... ACIDAL, completando:— Movimientos de las rodillas, me parece, como cuando uno adula. ZAVALA:— Eso es. Así... Así... (Hace unas genuflexiones) ACIDAL:— ¿Hasta la barriga no más, o también hay que mover el espinazo y la cabeza? ZAVALA:— Hasta la barriga no más. Y a lo sumo, hasta el estómago. Lea su diccionario. Le decía que lo que más cuenta es la palabra brillante, los ademanes... ACIDAL:— ¿Más que el traje, cree usted? ¿En la diplomacia? (Guiña el ojo escéptico) ¿Hom? ZAVALA:— En la diplomacia, el traje; en la política, el gesto y la palabra. ACIDAL:— Le he oído decir a Mr. Tenedy, una vez, que la mejor diplomacia del mundo, es la inglesa, porque los diplomáticos ingleses son los que mejor visten. Mr. Tenedy decía que eso era una vaina, porque los yanquis visten muy mal. ZAVALA:— Pero ahora tienen dinero. Son hombres de negocios. Y en los tiempos que corren, todo se arregla con dinero. No sería extraño que su hermano Cordel llegue, por su camino económico, a ser un diplomático y un gran diplomático, más pronto que usted. Porque si bien es cierto lo que decía Mr. Tenedy de los ingleses, no menos evidente es que los yanquis, a punta de dólares, están llegando a imponerse en la diplomacia internacional. ¿Me comprende? ACIDAL:— Sí, sí, sí, don Julio. ZAVALA:— Aunque también puede suceder que la política y la diplomacia de usted lo lleven a ser un hombre de negocios, un gran yanqui, más pronto que Cordel. ¿Me comprende lo que digo? ACIDAL, yendo directamente a lo inmediato:— Bueno: llegar antes que todos. Jaque... ZAVALA:— Mucha desinvoltura. ¡Ah, sí, mucha desinvoltura! En la palabra y en el gesto. ACIDAL:— Se discute un artículo de la ley o... ZAVALA:— Diga usted cualquier cosa, lo primero que le venga a la cabeza, con tal que no olvide de intercalar siempre una de esas frases: "Naturalmente...", "Tratándose de...", "En mi concepto...", "Dentro o fuera de la ley...", "Mi excelente colega...", "Adhiérame o discrepo de dicha opinión...", y otras que seguiré indicándole mañana. ACIDAL:— Dígame usted ya las otras. Estas que usted acaba de decirme, las conozco más o menos. Dígame otras más importantes. ZAVALA:— Si las que acabo de indicarle son las más importantes. ACIDAL:— ¡No! ¿Es posible? (Incrédulo) ¿Palabras tan corrientes? ¡Si son palabras que no dicen nada!... ZAVALA:— ¡Precisamente! En la política y en la diplomacia, las palabras más importantes son las palabras que no dicen nada. ACIDAL, iluminado:— ¿Cierto? ¡No diga! ZAVALA:— ¡Ah, se me olvidaba! Intercale usted muchos latinajes. ¡De vital importancia! "Ad livitum", "Modus vivendi", "Sine qua non", "Modus operandi", "Vox populi vox dei", "Sursum corda", "In partíbus in fidelius", "Requiescant in pace", etc. Mañana, repasaremos todo esto. ACIDAL:— ¿Y lo demás? Cómo debo hacer en lo demás? ZAVALA:— ¿En lo demás? Lo difícil está en saber decir las cosas: la mímica. La voz. Siéntese, don Acidal, y diga usted ahora lo siguiente, como si estuviera en sesión de la Junta Conscriptora Militar: (Acidal se sienta) "En mi opinión, señores, el servicio militar, en vez de ser obligatorio, debería ser un servicio espontáneo, libre, facultativo de los ciudadanos". Repita usted. A ver... ACIDAL, importante, solemne:— En mi opinión, señores, el servicio militar, en vez de ser... ZAVALA, interrumpiendo:— Y sería bueno que, al decir esto, se acariciara usted suavemente la barba, con desenfado y gravedad. ACIDAL:— Como usted no se la había acariciado... ZAVALA:— Es que no tengo barba. Repitamos. ACIDAL, acariciándose el mentón:— En mi opinión, señores, el servicio militar, en vez de ser obligatorio, debería ser... ¿Cómo era el resto? ZAVALA:— "... espontáneo, libre, facultativo..." ACIDAL, protestando:— ¡Pero, don Julio, no! ¡Eso no puedo yo decir en la Junta Conscriptora Militar! Eso va contra la Patria. ZAVALA:— ¡Es sólo un simple ejemplo, don Cordel! Para ensayar la mímica y la voz. El fondo, en este caso, no tiene ninguna importancia. DON RUPE:— Sí, taita, y aquí estoy. Tú dirás. ACIDAL, sentándose frente a don Rupe y en tono de enfermo a su médico:— Mire, don Rupe: quiero que me diga usted cómo irán nuestros negocios; si van a prosperar y si llegaremos al fin a realizar lo que aspiramos desde hace tantos años. Quiero que me diga usted si a mí me irá bien en la política, y si a Cordel le irá bien en los negocios. En fin, quiero que me diga usted todo lo que pueda sobre nuestro porvenir. (Don Rupe oye, agachado, mascando su coca) ¿Puede usted contestarme a estas preguntas? Taya me ha dicho que usted contesta a todo lo que se le pregunta. Por ese, le he hecho llamar. A ver... Reflexione... Reflexione, don Rupe... (Pausa Acidal se pasea, mirando a don Rupe que permanece inmóvil, sentado como un ciego) ¿Quiere usted tal vez que le deje solo? Puedo salir al bazar un momento... (don Rupe guarda silencio. Pausa. Acidal se pone a rememorar los hechos más salientes de su vida, monologando con nostalgia apacible y melancólica) Mocosos todavía, nos huimos de Ayaviri... Rotosos, hambrientos, unos pobres pastores que éramos... nos pegaba el taita... y huimos los dos, Cordel y yo, lejos, hasta Moliendo… DON RUPE, interrumpiendo:— Taita, no hables. ACIDAL:— ¿Qué ocurre? DON RUPE:— Nada. Pero déjame pues que me arme. (Saca su checo y se pone a calear. Pausa, durante la cual Acidal permanece pensativo, preocupado. Luego, Don Rupe cesa de calear, abstraído) Está difícil... No quiere... ACIDAL, tímidamente:— ¿Quiere mojarla? (Don Rupe, por toda respuesta, vuelve a calear nerviosamente) DON RUPE:— Así fue para la Tacha... ACIDAL, muy inquieto:— ¿Qué pasa? ¿Qué pasa, don Rupe? (El viejo no responde, los ojos cerrados. Acidal da unos pasos, cada vez más inquieto. Luego se acerca a la mesa y, acodándose sobre ella, hunde la cabeza entre las manos y vuelve a monologar como en sueños). Apenas sabíamos firmar y leer nuestros nombres... ¡Cuánto nos costó reunir cincuenta soles y después cien, día a día, centavo por centavo, con un salario de cincuenta céntimos diarios! El sol en las espaldas, desnudos hasta la cintura, cargando fardos catorce horas al día... en Moliendo, junto al mar... DON RUPE:— El mar... ¿Qué es el mar? ¿Dónde es el mar, taita? ACIDAL:— Una cantidad de agua enorme. ¡Una laguna inmensa que se pierde de vista a lo más lejos! Ahí trabajamos, Cordel y yo, muchos años... DON RUPE:— ¿Y quieres que te diga si irán bien tus negocios? ACIDAL, acercándose a don Rupe:— Cordel se opone a que yo entre en la política, pero creo yo que hay que entrar en la política. ¿Quién cree usted que tiene razón, don Rupe? ¿Qué camino hay que seguir? Digámelo usted. Por eso le he llamado. DON RUPE:— Dame un platito, taita, y un vaso. ACIDAL, alcanzándole el pedido:— El platito, don Rupe... y el vaso. DON RUPE:— Con un poco de agua en el platito. ACIDAL, vaciando agua de una garrafa: Con un poco de agua... ¿Qué otra cosa necesita? ¿Nada más? DON RUPE, saca de bajo su poncho un palo de chonta negro, de medio metro de largo:— Retírate un poquito de la mesa. Siéntate más allá. (Acidal obedece) Ahí... Ahí... (Don Rupe, parado ante el vaso y el platito con agua, levanta el palo de chonta con ambas manos; lo sostiene verticalmente a la altura de su cabeza y presta oído en torno suyo. Acidal le observa con visible ansiedad. Mirando luego fijamente el palo negro, don Rupe, alucinado, tranquilo, sacerdotal:) Patunga es la laguna sin fin, allá, por los soles y las lunas... Un cerro boca abajo en la laguna busca llorando la hierba de oro y el metal de la laguna... (Interrumpiéndose) ¡Taita! no te muevas de tu sitio! (Sujeta con la mano izquierda su chonta, horizontalmente y a cierta altura sobre la mesa y con la derecha voltea el vaso a medias sobre el agua del plato, los ojos fijos en el palo) ACIDAL, en voz baja:— ¿Podré ser diputado? ¿Debo ser diputado? DON RUPE, en una especie de canto o de gemido:— Al río tu camisa de mañana; al fuego tu sombrero al mediodía... (Arroja bruscamente vaso y chonta sobre la mesa y se desploma en una silla) ACIDAL, de pie, vivamente:— ¿Va bien la cosa? DON RUPE, se recoge profundamente en sí mismo, la mirada en el suelo, inmóvil, mudo. Tiempo. Después se levanta, como presa de una locura repentina va y viene. Y luego, parado, enfurecido:—¡Dime de quién está preñada mi Taya! (Acidal da un traspié: una chispa terrible hay en los ajos de don Rupe) ¿De ti? ¿Del taita Cordel? ACIDAL:— ¡Don Rupe! ¡Qué está usted diciendo! DON RUPE:— Yo sabía que mi Taya era tu amiga y también del taita Cordel. Ella no me lo ha dicho sino mi coca. ¡Qué se hará, pues, me dije!: sus patrones... ACIDAL:— ¡Falso! No es mi amiga, ni tampoco de Cordel. DON RUPE:— Pero ahora está preñada. Mi coca me lo acaba de decir. ACIDAL:— No. Le digo que es mentira. DON RUPE:— ¡Mi Taya está preñada, digo! ¡No lo niegues! ¡Mi coca nunca miente! ACIDAL amenazador:— ¡Don Rupe, don Rupe! no me venga con historias. ¡No le he hecho venir a mi casa para que me salga con cuentos de esta laya! ¿Qué significa eso? ¡Disparates! ¡Cojudeces! ¡Ideas que sólo pasan por el magín de los coqueros!... (Don Rupe saca su checo y vuelve a masticar su coca, taciturno. Acidal, cam-' biando de tono, vuelve a lo suyo) A ver, don Rupe. ¿Va usted al fin a contestarme lo que le he preguntado o no? DON RUPE, sin un movimiento, lejano:— Mucha plata... mucho poder... Mucho brillo... (De nuevo, en un rugido) ¡Mi Taya está preñada de los dos! ¡De los dos! ¡Se empecina mi coca! ¿Qué decía usted? ¡Ah, sí! El cura Trelles se rodó, con mula y todo, quebradas abajo. DON RUPE:— La mula, ¡Dios nos ampare!, (se persigna) era ña Ubalda, su querida. ACIDAL, paseándose, nervioso:— Me da usted miedo, don Rupe. DON RUPE:— Dicen que los sábados a medianoche, montaba en ella con espuelas y freno de candelas y corría como loco por calles y caminos. ¡El mismo diablo en traje de mujer! ACIDAL, volviendo a servirse otra copa:— ¡La Ubalda en crin de mula!... (Una risa forzada) ¡Qué hijares y qué ancas, don Rupe!... DON RUPE:— Después, fue ña Serapia, la hacendada de Sonta. Poco antes de rodarse el taita cura, la regaló a mi Taya a ña Serapia. Dicen que la vendió por dos conejos de Castilla... (Acidal le oye con impaciencia) La vieja me echó un día de su casa, porque fui a pedirle una alforja de papas por mi hija. Me echó sus perros y sus pavos... Pero después lo pagó... (Don Rupe bebe su cañazo de un solo trago) ACIDAL:— ¿Rodándose también ella? DON RUPE:— No. Una noche, llegaron a Sonta los montoneros. Amarraron a ña Serapia y a sus hijas doncellas, y a machetazos les arrancaron las sortijas y los brillantes con dedos y todo... TAYA, entrando:— Ya está su taza de coca, don Acidal. DON RUPE:— ¡Después, pasaron por sus cuerpos más de treinta montoneros! ACIDAL:— Anda cierra el bazar. Me la darás más tarde. (Bebiendo su cañazo) Bueno, don Rupe, no me guarde usted rencor. Hay que olvidarlo todo. DON RUPE, bebiendo también:— Allá, taita, cada cual con su conciencia. ACIDAL sentándose frente a don Rupe:— Porque en buena cuenta... quizás... ¿Por qué no? Quizás... (Sirve otras copas) Todo es posible en este mundo, don Rupe... ¡Tres años con la Taya! ¿Qué le parece? DON RUPE:— Tres años, en el Corpus. ACIDAL:— ¿No está usted contento que yo la haya robado a los Chumango? ¿Qué sería de ella a estas horas? DON RUPE:— Vaquera... Una vaquera... ACIDAL:— ¡Mientras que ahora!... Que le cuente ella misma: ¡zapatos con taco! ¡Medias! ¡Pañuelos blancos! ¡Vinchas y aretes! ¡Y qué sé yo!... ¡Hasta sortija de cobre tiene! (Taya vuelve de cerrar el bazar) ¿No es verdad,, Taya? TAYA, reticente:— Verdad, don Acidal. ACIDAL, a don Rupe:— ¿No lo oye usted? DON RUPE:— Sí... Antes... (Taya va a sentarse lejos) Antes... ACIDAL como observa a Taya, al pasar:— ¿Qué tienes? ¿Otra vez lágrimas? TAYA, con una sonrisa triste:— Un poco de catarro... Está cayendo helada... (Pero está llorando) ACIDAL, ya bebido, sirve otras copas:— Ella manda y dispone en mi casa, como dueña. Por eso la gente se hace lenguas. Pero, don Rupe, digan lo que digan, su hija está en mi casa y puede hacer en mi casa lo que se le dé la gana... DON RUPE:— ¿Y el taita Cordel? ¿Qué dice el taita Cordel? ACIDAL:— Dirá lo que digo yo. ¡Déjese de chismes, don Rupe! Aquello de... ¡Qué disparate! Tenga usted mi palabra de honor... (Le tiende la mano que don Rupe deja en el aire) Preñada... Quizás... Es muy posible... Pero... ¿de los dos? (Vuelve los ojos relumbrantes de alcohol y los pone en el montón informe que hace el cuerpo de Taya en la sombra de un rincón. Don Rupe observa alternativamente d Taya y a Acidal, quien, al cabo de unos segundos, llama a la sirvienta) ¡Taya! TAYA:— Don Acidal. ACIDAL:— Ven. (A Taya que se ha acercado a ellos) Aquí estamos con tu padre. Siéntate. (Taya se sienta) Don Rupe, su hija, es verdad, yo la quiero... Mi corazón es de ella... (Taya llora bajo) Taya, no llores. Tu padre dice... ¿es cierto que estás preñada? Habla... ¿Qué tienes con Cordel? Habla delante tu padre. TAYA:— ¡Por favor, don Acidal! ACIDAL:— Contesta y no tengas miedo. Tú comprendes que no voy a tener celos de mi hermano. ¿Entonces? En vez de llorar, ¡responde! ¿Estás preñada? DON RUPE:— Será por ser pobre, china. Con razón, al anochecer, me dan frío mis calzones. (Taya sigue sollozando) ACIDAL:— Yo no quiero, don Rupe, que se vaya usted enojado conmigo. No es porque yo tenga miedo a sus brujerías, sino porque Ta-ya es, en resumidas cuentas, de la casa. DON RUPE, a Taya:— Yo te hice con tu madre honradamente. Ella me dio su todo y yo le di mi todo. ¿Por qué no declaras? ¿Acaso estoy borracho? Yo no me voy ahora sin saberlo todo. (Amenazador) ¡China, a ver!... ACIDAL:— Taya, di que no estás preñada. ¿Estás preñada? TAYA, agachada:— Sí, don Acidal, estoy preñada. ACIDAL, con una rabia repentina, que él procura disimular:— ¿Sí? ¡Cómo! ¿Estás preñada? ¿De quién estás preñada? TAYA:— No sé, don Acidal, de cual de los dos. No sé... ACIDAL: Entonces, ¿tú has dormido con Cordel? TAYA:— Don Cordel dice que es de usted. ACIDAL, cerrando la puerta del patio y elevando la voz:— ¡Taya! Estamos ocupados. No vengas. LA VOZ DE TAYA:— Bien, don Acidal. CORDEL, patético:— ¡Inadmisible! ¡Verdaderamente inadmisible! ACIDAL con creciente ansiedad:— ¿No me digas que has peleado con Mr. Tenedy? CORDEL:— ¿Zavala ha terminado el balance del último semestre? ACIDAL: —Sí. Justamente (saca un libro de cuentas) aquí están las cifras de los resultados. CORDEL:— El semestre anterior arrojaba, si recuerdo bien, unos 20,000 soles de utilidades... ACIDAL que se ha detenido en una página del libro:— Veamos... Aquí está... Sí. Son 21,775 y 29 centavos de ganancias líquidas entre los dos bazares, socorro de peones, arrieraje y transporte de metal. CORDEL, pensativo:— 21,775 y 29 centavos... No es mucho... ¿Tienes también ahí todos los demás balances, los anteriores? ACIDAL:— Todos, no. Lo que recuerdo es que, a partir del año en que acabamos de pagar al Tuco, hace de eso 10 años, no hemos dejado en ningún semestre de aumentar el capital lo menos en 40 15 45% anual... CORDEL, con un gesto de exasperación:— ¡Pero si es lo que me parecía a mí también! ¡Entonces! ¿Qué más se puede? ACIDAL:— En fin, Cordel. ¿me vas a decir si o no lo que pasa con Mr. Tenedy? CORDEL:— ¡Pasa con Mr. Tenedy que él quiere ponerme de Presidente de la República! ACIDAL clavado de estupefacción, y sin comprender además:— ¿Cómo?... ¿Quién quiere poner a quién de Presidente de la República? CORDEL:— ¡A mí! ¿No oyes? ¡Es a mí que Mr. Tenedy quiere poner de Presidente de la República! ACIDAL:— ¡Hombre, que dices! ¡No puede ser! (En las réplicas que siguen, lo inesperado de la noticia mantiene a Acidal en un tal aturdimiento que no le permite tomar conciencia de la cumbre apoteósica a que Mr. Tenedy pretende llevar a los Colacho. En cuanto a Cordel, la perspectiva de la Presidencia le tiene sumido en un pánico absoluto) CORDEL:— Ayer, por la mañana, me llamó a su escritorio. "Don Cordel —me dijo— los intereses de Wall Street y, sobre todo, de la "Quivilca Corporation", exigen que usted sea cuanto antes Presidente de la República". ACIDAL: ¡Presidente de la República! CORDEL;— ¡Figúrate! ¡Ponte en mi lugar! ACIDAL:— ¿Y qué le contestaste? CORDEL:— ¿Qué le iba a contestar? ¿Tú no conoces como son los gringos? Al cabo de no sé cuántas súplicas, le dije que, en último caso, tú, mejor que yo, podría ser Presidente... ACIDAL, fuera de sí:— ¿Cómo? ¡Por dios, Cordel, eres... CORDEL:— ¡No te apures! Terminó Tenedy por decirme que, en este caso, la empresa nos echaría de Quivilca, quitándonos los bazares, el engancho de los peones, el arrieraje y todo lo demás. "Usted, don Cordel —me dijo—, es el hombre de mayor confianza que tiene nuestro sindicato en este país y es usted el único que puede trabajar con nosotros en el gobierno para servir a su patria y a la mía..." ACIDAL:— ¿Pero no le has dicho?... CORDEL:— ¡Qué no le he dicho! Le dije que yo no tenía ni carácter ni instrucción para semejante puesto; que podía yo servirles mejor de muchos otros modos, pero no de Presidente de la República porque yo no me he puesto nunca de levita ni de tarro, que nunca he conversado con un ministro, que nunca he pronunciado discursos en público y en banquetes... ACIDAL:— ¿Y que decía? CORDEL:— Parece que ni oía. Creo que la revolución es cuestión ya de unas semanas más. Dice que la "Quivilca Corporation" cuenta con muchos coroneles y generales, mucho dinero por supuesto y todo lo necesario. No están contentos con este Presidente porque favorece a las empresas inglesas en contra de las suyas. "Ya no tenemos confianza en nadie —dice—. Todos los políticos de este gobierno son unos pícaros. Necesitamos y queremos un hombre honrado, un hombre nuestro, que no nos traicione, un hombre como usted". ACIDAL:— Por último, ¿en qué han quedado? CORDEL:— Pero en lo mismo: yo de Presidente... ¡Es horroroso! ¿Qué se puede hacer? ACIDAL, cuyo estupor del primer momento ha empezado a transformarse en ansiedad mirífica:— Bueno, bueno... No hay, por dios, que alocarse... Veamos... CORDEL:— Bien sabes que no tengo ni he tenido miedo a nadie. Las penas, los trabajos, las miserias, de todo eso me río. Pero que me obliguen a estar en salones, a ponerme zapatos pulidos y camisa tiesa, que tenga que hablar (Hace con la boca un ruido de eses, frunciendo las narices y los labios) frunciendo la jeta como culo de conejo, eso, carajo, no. Me llevan los demonios. ACIDAL:— ¿Estás seguro que Tenedy no aceptará que yo te reemplace? CORDEL:— Ni hablar... ACIDAL:— Porque viéndolo bien, Cordel, ¡Presidente de la República!... CORDEL:— ¡Sí! ¡Presidente de la República, yo, que no sé nada de nada! ¡Yo que no sé ni las cuatro operaciones completas! ¡Qué no sé andar sobre una alfombra! ¡Ni sobre piso con cera! ACIDAL, enérgico, totalmente ganado a la ambición:— Oye, Cordel, yo Cuadro Cuarto Diez de la noche, decorado del segundo cuadro. El bazar está cerrado para la clientela. Cordel y Mr. Tenedy apuran unas copas de whisky. Atmósfera confidencial y de trascendencia. MR. TENEDY, chupando su pipa:— Ya le he dicho que los Estados Unidos tienen invertidos ingentes caudales en el país que no pueden ser abandonados al actual caos político. CORDEL:— Lo comprendo, Mr. Tenedy. MR. TENEDY.— De otra parte, los propios intereses nacionales exigen poner término a esta situación. El pueblo, en la miseria. Los indios, explotados. Los obreros, sin trabajo. Los funcionarios y el ejército, impagos. Centenares de ciudadanos, presos o desterrados. (Cordel le escucha y asiente respetuosamente) Oficiales y civiles, fusilados. Otros perseguidos... CORDEL.— Por desgracia, es verdad, Mr. Tenedy. MR. TENEDY:— Usted, don Cordel, va a salvar a su patria, de la anarquía y de la ruina. CORDEL:— ¡Haré, Mr. Tenedy, cuanto pueda! MR. TENEDY:— En esta tarea, cuente usted con mi más decidido apoyo y la entera protección de nuestro sindicato. CORDEL:— Lo debemos todo, Mr. Tenedy, a su gran protección. MR. TENEDY:— Y ya le he dicho también que, el mismo día en que suba usted al poder, tendrá a su disposición el dinero que necesite el gobierno. Y por último, la "Quivilca Corporation" estará siempre a su lado, para ayudarlo en todo momento. CORDEL:— Mr. Tenedy, un millón de gracias. ¡No sé verdaderamente cómo pagárselo! MR. TENEDY, chocando su copa con la de Cordel:— ¡Salud, por su buen viaje! CORDEL:— ¡Por usted, Mr. Tenedy, salud! MR. TENEDY:— ¿A qué hora sale usted mañana? CORDEL:— A las seis de la mañana, Mr. Tenedy. MR. TENEDY:— Trate usted de llegar a lo más tardar el 29 por la noche porque el general Otuna le espera el día 30, para presentarle a los demás jefes y oficiales del movimiento que luego, podrían a lo mejor ser dispersados. CORDEL:— Acidal lo tiene todo preparado en Taque para que pueda llegar el sábado a lo sumo. MR. TENEDY, parando el oído a la calle:— Ahí vienen, me parece. ¡Cuidado con que nadie huela nada! CORDEL:— Pierda usted cuidado, Mr. Tenedy. (Suenan afuera pasos y voces confusas. Tocan a una de las puertas) ¡Ahí voy! (Apresurándose, va a abrir) ¡Ahora mismo! (Entran en son de juerga el ingeniero Rubio, el cajero Machuca, el comisario Baldazari y el profesor Benites, todos empleados de la "Quivilca Corporation". Cordel vuelve a cerrar la puerta) TODOS, en algazara:— ¡Mr. Tenedy, buenas noches!... ¡Bravo, Mr. Tenedy!... ¡Las 10 en punto!... ¿Aquí estamos o no estamos?... (Mr. Tenedy ríe RUBIO, interrumpiendo:— No, señor. La Rosada nos pertenece a todos, a partir del momento en que usted la ha puesto en juego. En dado vino, en dado debe irse. MACHUCA:— Colacho, antes de tirar, agua para la caballada. (Cordel y otros vuelven a llenar las copas). BENITES:— ¡Señores! Yo cedo mis derechos sobre la Rosada a cualquiera. Yo no puedo jugar a los dados a una mujer, por más humilde que ella sea. Eso repugna a mi conciencia. (Una gran carcajada general le responde) CORDEL, echa los dados:— ¡Señores, anteojos para el más chico! VARIAS VOCES:— ¡Fitz! ¡Cero! ¡El remojo, comisario! ¡Qué suertaza! MACHUCA:— ¡Qué buena chola se va usted a comer, comisario! ¡Tiene unas ancas así!... (Dice esto, abriendo los brazos en círculo y haciendo una mueca golosa y repugnante de sensualidad) RUBIO, copa en mano:— Bebamos por la Rosada y por el comisario... EL COMISARIO:— No señor. ¡Bebamos, señores, esta copa por Mr. Tenedy, nuestro patrón, el gran gerente de la "Quivilca Corporation"! TODOS:— ¡Por supuesto! ¡Por Mr. Tenedy! ¡Bravo, muchos bravos por Mr. Tenedy! MR. TENEDY:— ¡Gracias, mis amigos! (Beben) EL COMISARIO:— Mr. Tenedy, le desafío a jugar mano a mano a la Rosada. MR. TENEDY:— ¡Eso, no, Baldazari! Es cosa ya ganada. VARIAS VOCES:— ¡Ah, sí! ¡Sí, sí! ¡Los dos: Mr. Tenedy y el comisario!... ¡Adentro!... EL COMISARIO da un dado a Mr. Tenedy:— Sí, Mr. Tenedy. Hágame el favor. ¡Tire! ¿Quién manda? (El comisario y Mr. Tenedy tiran un dado cada uno y los demás les rodean) Yo mando. Lo mismo: trinidad. (Agita el cacho y tira los dados) VARIAS VOCES:— ¡Puf! ¡Chambonazo! ¡Ni un solo tres!... MR. TENEDY tira:— ¡Adentro! ¡Todo trigo es limosna! TODOS:— Tres y seis, nueve... ¡18 y a tostar! ¡Lo mató! ¡Champaña! ¡Champaña, Mr. Tenedy! ¡El remojo! MR. TENEDY, riendo:— Don Cordel, una copa de champaña. CORDEL, sirviendo:— Lo que usted quiera, Mr. Tenedy. ¿Haré venir en el acto a la Rosada? ¿Quél manda usted? RUBIO: —Mándela traer ahora mismo. VARIAS VOCES encontradas:— No, no... Sí... Ahora no... ¡Sí. Que venga de culito! CORDEL:— Que ordene Mr Tenedy. MR. TENEDY:— Caballeros, no ha sido eso sino una broma... Además, el que de veras ha ganado es Baldazari. EL COMISARIO:— Mr. Tenedy, lo ganado es ganado. La Rosada le pertenece en buena ley. MACHUCA:— ¡Es una hembra opípara! ¡Caldo de ternera! RUBIO:— ¡Cuando camina es algo!... (Hace restallar la lengua contra el paladar, saboreándose) ¡Y qué boca, Mr. Tenedy! ¡Puñalada revesera! (Risa general) MR. TENEDY:— ¿Y usted cree, don Cordel, que ella va a venir si usted la hace llamar? CORDEL:— En el acto, Mr. Tenedy. Más volando que andando. MR. TENEDY, decidido:— Entonces, que la traigan. VARIOS:— ¡Pero por supuesto! ¡Desde luego! ¡Lo demás, cojudeces! ¡Vamos, que sí! CORDEL llamando a la trastienda:— ¡Novo! ¡Novo! ¡Ven inmediatamente! LA VOZ DE NOVO, medio dormido:— Ahí, voy, tío... CORDEL:— Mr. Tenedy, las copas están listas. NOVO, que viene corriendo de la trastienda:— Tío, aquí estoy. CORDEL:— Escucha Novo: anda a la casa de las Rosadas y dile a la Zoraida que venga aquí, al bazar, que la estoy esperando, porque ya me voy a Colea. Si te pregunta con quién estoy, no le digas quienes están aquí. Dile que estoy solo, completamente solo. ¿Me has oído? NOVO:— Sí, tío. CORDEL:— ¡Cuidado con que te olvides de decirle que estoy solo y que no hay nadie en el bazar! ¡Anda y apúrate! NOVO, parte con el recado a la carrera:— Muy bien, tío. EL COMISARIO y Machuca, al pequeño que traspone la puerta:— ¡Volando! ¡Volando! ¡Ya estás de vuelta! MR. TENEDY, siguiendo el curso de una conversación que con Rubio y Benites sostenía mientras los demás hacían llamar a la Rosada:— En vista de esas circunstancias, nuestra oficina central de Nueva York exige un aumento inmediato en la extracción de metal de todas nuestras explotaciones en esta parte de América del Sur... (Cordel, el comisario y Machuca se han unido a esta conversación, en la que la tertulia toma un giro severo) RUBIO: — Los Estados Unidos son verdaderamente un gran pueblo, generoso, idealista... VARIOS, admirativos:— ¡Hombre, sí!... ¡Eso sí, amigo mío! ¡Es un país enorme! ¡Una nación sin par! RUBIO, apunta la llama:— Quieto... No se mueva, no se mueva... (Los contertulios se han quedado en silencio, inmóviles, con una sonrisa inconsciente e inexpresiva en las caras, mirando al candelero y a la cabeza tambaleante de Machuca. Un relámpago y una detonación atraviesan el aire y el bazar se hunde en la oscuridad. Silencio de muerte. Luego, una carcajada en las tinieblas) VOCES de angustia y de regocijo, entremezcladas:— ¡Machuca!... ¡Conteste, Machuca!... ¡Chambón!... ¡Qué barbaridad!... ¡Estúpido!... (Alguien enciende luz y Machuca aparece de pie en su mismo sitio, con una risa muda, lívida, en su cara de jaguar) MR. TENEDY se acerca a Machuca, rodeado de los demás y lo exa- mina a la luz la cabeza, los hombros:— ¿Nada, Machuca? ¿No ha sido usted tocado? MACHUCA, con una vanidad aparatosa:— ¡Un whisky para el herido! ¡Y una copa de champaña para el muerto! VARIOS:— ¡Bravo! ¡Una copa para Machuca! ¡Colacho, una copa! RUBIO, buscando el candelero y la vela por el suelo:— He sentido que di al blanco. A la misma vela. Estoy seguro. EL COMISARIO que ha encontrado el candelero y la vela:— Aquí está. (Todos acuden a ver los objetos) ¡Ni trazas de la bala! ¡Chambonazo! VARIOS:— Tiro yo mejor que él. ¡Toda la vida! ¡Vaya! MR. TENEDY, aguaitando por la cerradura de la puerta a la calle:— ¡Chut! Creo que ya viene la Rosada. (La comparsa calla) CORDEL, en voz baja:— No, nadie... Nadie habla... Pero ya no tarda ella en venir. EL COMISARIO, en voz baja:— Hay que esconderse todos. Cada uno en un rincón. Apúrense en colocarse ya. MR. TENEDY:— Detrás del mostrador sencillamente. BENITES:— O detrás de los barriles también. CORDEL:— ¡Cállense! Oigo pasos. (Todos, menos Cordel, se han ocultado y guardan silencio. Cordel arregla, haciendo como si estuviese solo, botellas y copas sobre el mostrador. Un silbido agudo y dolorido cruza a lo lejos. Luego, una melodía indígena llega desde la calle. Unos pasos de hombre) MACHUCA:— Este que pasa, es Quispe, el gendarme. TODOS:— ¡Cállese! ¡Chut! ¡Silencio, se ha dicho! (Se distingue una voz de mujer, acercándose. Nuevos pasos) CORDEL:— ¡Ella es! Reconozco sus pasos. MACHUCA:— Sus piernas, dirá usted. TODOS:— ¡Pero cállese, carajo! (Las voces y los pasos de la Rosada y de Novo se aproximan. Un tiempo. Tocan a la puerta) CORDEL:— ¿Quién es? Adelante. LA ROSADA, entrando:— Buenas noches, don Cordel. CORDEL:— ¡Tú, Zoraída. Pasa. Pasa. Te he hecho llamar porque ya me voy a Colca. LA ROSADA:— Sí... Así me dice su sobrino. CORDEL:— Mañana, a la primera hora. Pero, siéntate, ¡hombre! Siéntate. (Una repentina carcajada estalla en el bazar y los contertulios aparecen de golpe ante la Rosada, quien da un traspié contra el muro, estupefacta) TODOS la rodean, le estrechan la mano, la abrazan, le acarician el mentón:— ¡Zoraída! ¡Aquí estás! ¡Bravo, Zoraída! ¿Cómo estás, linda? ¡Qué buena moza te veo! CORDEL, desternillándose de risa:— ¡Qué quieres! ¡Es la despedida! Y aquí están los amigos... ¡Y el patrón! ¡Nuestro grande y querido Mr. Tenedy! EL COMISARIO:— Don Cordel, agua para la caballada. BENITES:— La copa de Machuca está servida. CORDEL:— Las copas están listas. ¡Al palio! Mr. Tenedy! (Cordel alcanza una copa a Mr. Tenedy y otra a la Rosada) LOS DEMAS, tomando cada cual su copa:— Tomemos por Zoraída. Una copa por Zoraída. Salud, Zoraída. ¡Por ella, hasta verte, Cristo mío! LA ROSADA, acobardada:— Gracias. Muchas gracias, caballeros. MR. TENEDY, a Benites:— Traiga usted la guitarra. Don Cordel, ¿dónde está la guitarra? CORDEL:— Al instante, Mr. Tenedy, aquí la tiene. (Vuela a buscar el instrumento entre unos fardos de mercaderías) LOS DEMAS, el alcohol ha subido muy alto en las cabezas:— ¡Por supuesto!... ¡Guitarra y marinera!... ¡Benites, una marinera!... MACHUCA, el más borracho, le dice a la Rosada, galante:— Ayer te vi por el cerro. ¿No me has visto? LA ROSADA:— No, señor Machuca. ¿A qué hora sería? MACHUCA:— Llevabas un pañolón granate, que te quedaba de rosas. (Arrimándose) ¡Y esos ojos!... LA ROSADA:— ¡Ah, señor Machuca! Siempre con sus piropos. (Benites ha empezado a puntear la guitarra) RUBIO:— Un momento: Mr. Tenedy, el patrón y gerente de la "Quivilca Corporation", va a romper el baile con una marinera. TODOS, en una sola ovación:— ¡Eso!... ¡bravo!... ¡Viva la "Quivilca Corporation"!... ¡Viva Mr. Tenedy!... ¡Viva los Estados Unidos!... (Mr. LA ROSADA que empieza a producirse libremente:— No, Mr. Tenedy. Usted. Baila usted muy bien. EL COMISARIO pegándose a la Rosada, casi besándola:— ¡Esos labios! ¡Los comería con rocoto! (Benites preludia la segunda parte de la marinera) MACHUCA, a Mr. Tenedy:— A quien Dios se lo da, Mr. Tenedy, San Pedro se lo bendiga. RUBIO:— ¡Zoraída abajo el pañolón! Las ancas libres. MACHUCA Y EL COMISARIO, quitándole el pañolón a la Rosada:— Abajo el pañolón. ¡Arriba esas tetitas! Déjate. Déjate. LA ROSADA, sin dejarse:— No. Eso no. Hágame el favor. (Benites canta, acompañado de Rubio "Unos dicen que las Juanas". Y Mr. Tenedy y la Rosada rompen a bailar, en medio de palmoteos y requiebros estentóreos) MACHUCA:— Colacho, otra tanda de champaña. CORDEL:— Ya. Todo el bazar es suyo. (Mr. Tenedy, muy borracho, empieza a hacer zetas en el baile; se para, se acerca a la Rosada y la besa en el pecho, le pasa el pañuelo por el cuello y por los hombros y barre con él el suelo, persiguiéndola y husmeándole los cabellos. Al llegar la fuga, la Rosada, en un repentino y espontáneo acceso de entusiasmo, se descubre por delante el pañolón, lo toma por ambas puntas, a uno y otro lado de la cintura y así se ciñe el talle, echando el busto hacia atrás y zapateando la marinera. Las exclamaciones y rugidos de los hombres llegan entonces al paroxismo) TODOS, haciendo palmas, los ojos chispeantes, giran en torno a la Rosada:— ¡Abrete! ¡Quiébrate! ¡Muévete! ¡Más! ¡Más! (Mr. Tenedy, vencido por la Rosada, trenzándose y acesando, la toma en sus brazos y la levanta en vilo, apretándola contra sí y colmándola de besos, en un arranque desenfrenado de lujuria. Benites y Rubio cesan de golpe de cantar y de tocar y el primero levanta la guitarra en alto y la parte furiosamente en dos. Un disparo de revólver cruza la tienda, seguido de un ruido de cristales y de losas que se quiebran. Los gritos redoblan) ¡Bravo!... ¡Cuarenta veces bravo! ¡Viva la Zoraída! ¡Champaña! ¡Champaña! BENITES, subido en una silla, dominando el barullo:— ¡Señores! ¡Una palabra! ¡Una sola! ¡Es importante! (Todos callan. Solemne y tras- cendental) ¡Señores! ¡Después de Dios, el Sexo!... (Al soltar Mr. Tenedy a la Rosada, Machuca se acerca a ella y la besa a la fuerza. Luego, hacen lo mismo Rubio y el comisario) CORDEL, tomando por el brazo a la Rosada la trae hacia Mr. Tenedy: — Ven por aquí... Ven donde Mr. Tenedy... A su lado... MR. TENEDY: toma apasionadamente a la Rosada entre sus brazos— Déjela. Déjela con su gusto. (Pero la Rosada, riendo nerviosamente, trata de eludir los brazos de Mr. Tenedy) CORDEL, severo:— ¡Zoraída, Zoraída! ¡Qué es eso! ¡No te muevas! ¡Tranquila! ¿No sabes respetar el patrón? (La Rosada, no obstante, se evade de los brazos de Mr. Tenedy y evoluciona por la tienda, los cabellos desgreñados, sin pañolón, presa de una crisis de risa in- contenible) LA ROSADA, con una voz que denuncia su completa embriaguez:— ¡Nada de cantos tristes! ¡Un huaino! ¿Quién baila un huaino conmigo? Usted, Mr. Tenedy, ¿un huaino conmigo? MR. TENEDY, a Rubio y a Benites que empiezan a cantar un yaraví: — Alto, señores, un huaino. BENITES:— "El río vuelve a su cauce, palomita..." (Y canta el huaino acompañado de Rubio y de Machuca, que toca rítmicamente con los puños en el mostrador en lugar de caja de batería. Mr. Tenedy da un beso en los senos desnudos de la Rosada y se lanza con ella a los compases de la danza, en medio de un vocerío frenético. Al venir la fuga, Cordel se aproxima varias veces a la Rosada y le dice algo al oído) LA ROSADA que acaba de comprender se vuelve entonces brusca- mente a Cordel, parándose de bailar, colérica:— ¡Don Cordel! ¿Qué ha dicho usted?... (El canto ha cesado y rodean a la Rosada que se ha echado a llorar) TODOS:— ¿Qué hay? ¿Qué ha pasado? ¿Qué sucede? ¡Zoraída, que te pasa? ¿Por qué lloras? CORDEL, riéndose:— ¡Las copitas! ¡Déjenla que se desahogue. .. LA ROSADA, sollozándose:— ¿Qué ha dicho usted, don Cordel? ¡Cómo puede ser!... ¡Cómo puede ser!... MR. TENEDY, tomándola del brazo la lleva al mostrador:— No haga caso, Zoraída. No se mortifique. Tomemos una copa, una copa de whisky, ¿no? ¡Don Cordel, un whisky! CORDEL:— En el acto, Mr. Tenedy. Veinte whiskys. TODOS:— ¡Cien whiskys por Zoraída! ¡Por la Zoraida! ¡Y otro huaino! (Benites preludia en la guitarra un huaino pero la Rosada permanece agachada, con el rostro oculto entre las manos) EL COMISARIO:— Ya no llores. Zoraída. Ponte alegre. ¡Ya se acabó! LA ROSADA, pensativa, inmensamente triste:— Soy una pobre desgraciada... nada más... Ustedes, unos caballeros... ¡Qué se hará, señores! BENITES, tocando y cantando:— "Yo he venido a tener gusto. No he venido a tener pena. Si se acaba, que se acabe. Que se acabe en hora buena..." LA ROSADA:— No, señor Benites, marinera, no. Ahora, sí, un yaraví. Ahora, sí, que estoy triste. "Mi corazón tiene ganas de llorar..." (Y Benites preludia un yaraví) Don Cordel... venga usted a mi lado... CORDEL:— ¿Qué tienes? ¿Qué deseas? LA ROSADA:— ¿Quién es usted para mí, don Cordel? Yo que sólo soy una pobre... (El yaraví comienza y la tertulia escucha en silencio. Machuca duerme en una silla. Al morir el canto, la Rosada entona sola un huaino, que Benites se apresura a acompañar en la guitarra y CORDEL:— Como una vaca, Mr. Tenedy. MR. TENEDY:— Bueno. Sírvanos de beber. CORDEL, sirviendo:— Con mucho gusto, Mr. Tenedy. MR. TENEDY consultando su reloj:— Las tres y media. (Rubio toma la guitarra y toca en tono menor un yaraví) EL COMISARIO:— Muy bonita noche, Mr. Tenedy... CORDEL:— Y Mr. Tenedy nos ha honrado con su presencia... MR. TENEDY:— El gusto ha sido para mí, amigos míos. (Para el oído a la calle) ¿Oigo voces de mujer me parece? (Los demás, a su vez, escuchan y Rubio cesa de tocar) EL COMISARIO:— Sí... Son voces de mujer... MR. TENEDY:— Y han dicho "Zoraída". Serán sus hermanas... sus hermanas que la buscan... (De repente, en un cuchicheo) Apague la luz... Callémonos... (Cordel apaga y el bazar se queda en la oscuridad y en el más completo silencio) LA VOZ DE RUBIO:— Nadie VOZ DEL COMISARIO— ¡Cállese! (Nuevo silencio) VOZ DE CORDEL:— No es nadie. VOZ DE MR. TENEDY:— Mejor quedarse a oscuras. VOZ DE RUBIO:— Por supuesto, y hablar muy bajo. (En el silencio se oye alguien que camina a paso quedo y se pierde en la trastienda. Rubio, entonces, toca y canta a media voz un yaraví. De momento en momento, el fuego de un cigarrillo chispea e ilumina el bazar) VOZ DE BENITES, despertándose:— ¿Cordel? ¿Rubio? ¿Por qué han apagado la luz ustedes? VOZ DE CORDEL:— Porque por ahí están pasando las hermanas de la chola... Le hablo despacio para no despertarle. (Unos ruidos de cama llegan de la trastienda) Siga usted durmiendo no más. (Pero se precisan los ruidos que Rubio se empeña en ahogar o disimular con el punteo de la guitarra) VOZ DE BENITES:— ¿Qué ruido es ése? (Muy exitado) ¡Carajo! ¿Quién está adentro con la Rosada? VOZ DE CORDEL:— ¡Cállese, le he dicho! Usted está soñando. ¡Qué Rosada ni Rosada! Ya se fue hace rato. VOZ DE BENITES:— ¿Y Tenedy, a qué hora se fue? VOZ DE CORDEL:— Acaba de irse. VOZ DE BENITES:— ¿Y Machuca? VOZ DE CORDEL:— Aquí está durmiendo entre los barriles. (El ruido ha crecido y se hace inconfundible) VOZ DE BENITES:— ¡Ah, no, carajo! ¡No me van hacer cojudo! VOCES DE CORDEL Y DEL COMISARIO, violentos, impidiendo a Benites avanzar:— ¡Alto ahí! ¡Quieto! ¿Dónde va usted? ¡Siéntese! VOZ DE BENITES, hecho un energúmeno:— Quiero ver quién está aquí. Machuca está con la Rosada. ¡Todos ustedes han estado con ella y a mí me quieren hacer cabrito! (Intenta furiosamente avanzar de nuevo) VOCES DE CORDEL Y DEL COMISARIO, que han agarrado a Benites por las solapas y los brazos:— ¡Tranquilo, carajo! ¡Ni un paso más, y se va a callar! VOZ DE BENITES, alzándose, más violenta:— ¡Qué cosa! ¿Joderme a mí? ¡Es lo que vamos a ver! VOZ DE RUBIO que ha cesado de tocar y de cantar:— ¡Ya están oyendo las Rosadas! ¡Por favor, silencio, Benites! ¡Ahí ya vienen!... (Benites ha dado un tirón y avanza a la trastienda) ... y van a tocar!... (Una gran bofetada resuena en la oscuridad, seguida de un forcejeo largo y convulsivo. Alguien cae pesadamente al suelo. Suena un disparo. Una de las puertas se abre y se cierra ruidosamente) VOZ DE MACHUCA que despierta de golpe:— ¿Qué es esto? ¿Qué sucede? ¿Quién ha salido? (Sale a toda prisa detrás del que acaba de salir) ¡Oiga! ¡Oiga! (No ha cesado el ruido y Rubio vuelve a tocar y a cantar. Poco a poco va apagándose a pausas el yaraví y Rubio queda dormido. La luz del día invade ahora el bazar y se hace completamente de día. Cordel y Mr. Tenedy aparecen solos. Hablan en tono grave) MR. TENEDY, severo, desde muy alto:— Nuestro embajador, uno de los accionistas más importantes de nuestro sindicato es hombre excelente. Hay que consultarle siempre. El general Otuna le pondrá al corriente de cualquier detalle y un par de meses a su lado será tiempo suficiente para ponerse usted al tanto de la vida política de la capital y del país. y en contacto con el engranaje íntimo de nuestras oficinas capitalinas. CORDEL, visiblemente en un supremo esfuerzo:— Permítame, por última vez, Mr. Tenedy: es materialmente imposible que Acidal me reemplace... MR. TENEDY, casi con un grito de impaciencia:— ¡Don Cordel!... CORDEL, con instantánea y resignada sumisión:— ¡Perdone, Mr. Tenedy! Como lo ordena usted... MR. TENEDY, las manos:— Buen viaje y fe. Seguridad en usted mismo y en la causa. Adiós. (Sale) CORDEL, saliendo al propio tiempo que él:— Adiós, Mr. Tenedy. Mi caballo me espera ya ensillado. (Las puertas se cierran enérgicamente) TELON dicha o mal venida... CORDEL:— Como el otro día con "sigilo", ¿no? ZAVALA:— ¡Precisamente! ACIDAL:— Y debes seguir, sobre todo en las primeras semanas de tu gobierno, leyendo mucho periódico y también los discursos de las cámaras. ¡Muy importante! CORDEL, transido:— ¡He pasado toda la noche repasando el diccionario! ACIDAL:— Y ten confianza en tu persona... ZAVALA:— Es lo principal... ACIDAL:— Sí, porque tiene verdaderamente una cabeza de caudillo. Esta mañana, cuando hablaba con los dos senadores y que hacía con la cabeza (Hace movimientos negativos) estabas, Cordel, realmente imponente, serio, digno, en fin... verdaderamente Presidente. ¿Se fijó usted, Zavala? ZAVALA a Cordel:— ¡Oye usted a su hermano qué bien habla! CORDEL:— ¡El, por supuesto, es estupendo! ACIDAL:— Pero... ¿debido a qué? A los estudios que hemos hecho con Zavala, durante años y años. Si hubieras querido hacer lo mismo, hoy hablarías como yo. ¡Haber estudiado en cambio de negarte! ZAVALA:— A ver, don Cordel, una última vez: enumere a la ligera pero como si estuviese usted ya en Palacio ante los generales y coroneles, los principales males de que sufría el país bajo la dictadura. ACIDAL aconsejando a su hermano:— ¡Énfasis! ¡Aplomo! ¡Mirada vibrante de luz! No tiembles. No te apoques. Habla fuerte aunque digas lo que digas. Con lo poco que te ha enseñado Zavala basta y sobra. CORDEL, de pie, se ensaya:— ¡Los derechos, conculcados! ¡El tesoro fiscal en derrota! ¡La moneda despreciada! ¡Las industrias paralizadas! ¡Ventarrones de odio, soplando de los cuatro puntos cardenales!... ACIDAL:— No; ¡cardinales¡ ¡di¡ ¡cardi! ¡con i! ZAVALA:— Otra vez, don Cordel. CORDEL, repitiendo:— Ventarrones de odio... (Volviéndose a Acidal) Además, creerán que es defecto de la lengua... ZAVALA:— Desde luego. Repita, don Cordel. CORDEL:— ¡Ventarrones de odio soplando de los cuatro puntos cardinales del país! Y, señores, muy doloroso es decirlo: no ha habido un hombre, ni uno solo, que levante su voz en defensa del bienestar y de la paz colectivos! PANCHO, hombre de confianza de los Colacho, entra:— Señor, ahí está presente, Pachaca. ACIDAL:— Muy bien. Hazlo pasar. (Pancho sale. Vuelve al momento seguido del soldado). Pachaca, pase usted. Adelante. PACHACA, quitándose el kepí:— Buenas noches, señores. (Pancho vuelve a salir y Zavala cierra la puerta) CORDEL:— Siéntese, Pachaca. PACHACA. se sienta:— Gracias, patrón. ACIDAL con un matiz de severidad:— Lo estábamos esperando. ¿No lo habrán visto entrar? PACHACA:— No. No creo, patrón. PANCHO, que ha vuelto a entrar:— Señor, el doctor Trozo. CORDEL:— Que pase. (Pancho regresa a la pieza, hace pasar a Trozo, y luego sale, cerrando la puerta) ACIDAL:— Llega usted a tiempo, Trozo. ¿Cómo le va? TROZO, el abogado:— Caballeros, buenas noches. CORDEL, sirviendo unas copas:— Bueno, señores... hace frío... ACIDAL:— Eso sí, hombre. Un coñac no nos hará mal... CORDEL:— Dicen que los grandes acontecimientos de la historia nacieron regados siempre con alcohol. (Un vistazo a Zavala, que le hace entender que la frase está magnífica) ACIDAL:— Posiblemente... TROZO:— Y otras veces con sangre. ACIDAL:— Pero eso, no siempre. (Zavala distribuye las copas) CORDEL:— Dicen que Lindberg, cuando atravesó el Atlántico, no se alimentó, durante las 40 horas, sino de whisky. De whisky. Salud, señores. ACIDAL, pasando los cigarrillos:— Como la hora es avanzada, me parece, Cordel, que podríamos empezar. CORDEL:— Pero de, acuerdo. En seguida. ACIDAL:— Tanto más cuanto que todos sabemos ya de qué se trata y no falta ya sino ir a los hechos por el camino más corto. CORDEL:— Aquí, doctor Trozo, tenemos a Pachaca, sirviente del coronel Tequilla, Jefe del Estado Mayor General del Ejército. ACIDAL:— Podemos hablar íntimamente. Todos pertenecemos a la misma causa. CORDEL:— A Pachaca, le hemos hablado del movimiento revolucionario y le hemos hecho ver la necesidad que tenemos de que nos ayude, como patriota y buen soldado que es, en asegurar su éxito. La labor de Pachaca es que, esta misma noche, a la madrugada, a la hora en que el general Otuna ataque Palacio, se encargue él de Tequilla... Es decir... ya comprende usted... ACIDAL:— Es decir que lo suprima, hablando clara y categóricamente.
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