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Violencia de género, descripcion, concepto, fases, cliclos, Guías, Proyectos, Investigaciones de Psicología Social

Documento con importante información sobre violencia de género

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2020/2021

Subido el 24/11/2021

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¡Descarga Violencia de género, descripcion, concepto, fases, cliclos y más Guías, Proyectos, Investigaciones en PDF de Psicología Social solo en Docsity! UMB Universitat Autónoma de Barcelona La intervención psicosocial contra la violencia de género en Quito. Tejiendo narrativas y nuevos sentidos Paz Guarderas Albuja ADVERTIMENT. L'accés als continguts d'aquesta tesi queda condicionat a l'acceptació de les condicions d'ús establertes per la segúent llicencia Creative Commons: (ESDSS http://cat.creativecommons.org/?page_id=184 ADVERTENCIA. El acceso a los contenidos de esta tesis queda condicionado a la aceptación de las condiciones de uso establecidas por la siguiente licencia Creative Commons: http://es.creativecommons.org/blog/licencias/ WARNING. The access to the contents of this doctoral thesis it is limited to the acceptance of the use conditions set by the following Creative Commons license: (ESIDS9 https://creativecommons.org/licenses/?lang=en La intervención psicosocial contra la violencia de género en Quito. Tejiendo narrativas y nuevos sentidos Paz Guarderas Albuja Tesis doctoral dirigida por: Marisela Montenegro Martínez Programa de Doctorado en Psicología Social Departamento de Psicología Social Universitat Autónoma de Barcelona Bellaterra, 2015 UMB Universitat Autónoma de Barcelona CONTENIDOS AGRADECIMIENTOS eonoociicooonoonooos» y: YO (0 AAA SECCIÓN I INTRODUCCIÓN coccion 1. Motivación, justificación y objetivos ...... 2. Aproximaciones al campo de estudio...... 3. Mis cartografías ontológicas, epistemológicas y conceptuales ..... ...23 4. Metodología, métodos y procedimientos S. Referencia .mcoconaacanoornorroos SECCIÓN HI ARTÍCULOS PUBLICADOS Y ACEPTADOS ...... Capítulo 1 Silencios y acentos en la construcción de la violencia de género como un problema social en Quito........ ..65 Capítulo 2 Tramoyas, personajes y tramas de la actuación psicológica en violencia de género en Quito.. 89 Capítulo 3 La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito. Tejiendo narrativas para construir nuevos sentidos ................. ... 111 SECCIÓN II DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES... ... 139 1. Las tramas de la violencia de género..... ... 141 2. Los personajes de la violencia de género ..... ... 152 3. La actuación profesional ...... ... 158 4. Despliegues y repliegues como investigadora... ... 165 SECCIÓN IV NARRATIVAS ...... 2.177 1. Narrativa de Alberto....... ... 179 2. Narrativa de Laura..... ... 200 3. Narrativa de Gabriela ..... ...222 4. Narrativa de Tamara 234 5. Narrativa de Cecilia... ... 251 6. Narrativa de Carmen ...... ... 262 7. Narrativa de Nora ....... 274 8. Narrativa de Daniela....... ... 283 A mi taitico, quien transgredió —entre otras cosas— los roles tradicionales de padre y partió mientras escribía este texto. A mi hijo Lorenzo a quien espero que estas palabras alimenten nuevas rupturas. PREFACIO “Escribir no tiene nada que ver con significar, sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros parajes” Gilles Deleuze y Felix Guattari Desde hace muchos años mi quehacer ha estado vinculado a lo que se llama “intervención psicosocial”. Transité por diversos temas y lugares en los que la violencia resultó una constante. Más recientemente mi experiencia se desarrolló en torno a la intervención psicosocial y la violencia de género. Es desde esta campo-tema (Spink, 2005) que han surgido mis preguntas de investigación. ¿Cómo se construyó a la violencia de género como problema para ser intervenido en Quito? ¿Qué efectos tuvieron estas concepciones en las políticas locales? ¿Cómo se conciben a las personas con las que se interviene? ¿Cómo se interviene en este problema? ¿Qué efectos tienen esas intervenciones en las personas que hacen parte de los procesos? En esta tesis aventuro respuestas a partir de los aportes del conocimiento situado utilizando la genealogía y las producciones narrativas como métodos de aproximación al fenómeno. Esta tesis ha sido concebida como compendio de artículos. Está compuesta por cuatro secciones: introducción, artículos publicados, discusión y conclusiones y producciones narrativas. En la introducción abordo mis motivaciones, justificación, objetivos, estado de la cuestión, marco ontológico, epistemológico y conceptual. Finalmente expongo el marco metodológico con los métodos y procedimientos realizados en esta investigación. En la segunda parte presento los tres artículos publicados. El primero, titulado “Silencios y acentos en la construcción de la violencia de género como un problema social en Quito”, refiere a cómo la violencia de género se construyó como problema social en Quito. El segundo, “Tramoyas, personajes y tramas de la actuación psicológica en violencia de género en Quito”, trata sobre las concepciones y prácticas de profesionales 11 1. Motivación, justificación y objetivos Esta tesis se ha gestado a lo largo de varios años. Fueron las inquietudes que surgieron en mi camino profesional las que me llevaron hacia la investigación. Es por ello que iniciaré narrando brevemente este recorrido y las principales cuestiones que las prácticas iban suscitando. Comencé mi trayectoria profesional en la intervención psicosocial al trabajar con jóvenes en una plaza de la favela Vila Dalva, en Sáo Paulo, Brasil. La investigación-acción- participante daba la pauta a nuestro quehacer. Mediante el arte reflexionábamos' sobre nuestras vidas. En ese espacio surgió el tema de la violencia como una cuestión clave en el cotidiano de esos y esas jóvenes. Construimos un espacio en el que confluían diferentes grupos de jóvenes, incluso los que estaban “enemistados”. La experiencia fue configurando un espacio de tolerancia y de convivencia. De este espacio surgieron varios interrogantes. ¿Qué significaba la violencia para ellos y ellas? ¿Cuál era el sentido de la violencia en sus vidas? ¿Por qué los hombres anhelaban ser policías para ejercer la misma violencia que ellos recibían? Mi camino continuó por la favela Jardim Pantanal, también en Sáo Paulo, para participar en otro proceso comunitario. La conformación de un Consejo barrial en el Jardim Pantanal había dado la pauta para las actividades realizadas en el Espago Cultural. En el Consejo se discutían los problemas de la comunidad y se buscaba responder con acciones. Más de una vez reflexionamos sobre la violencia. Nos inquietaba mirar cómo iban quedando por fuera de las actividades e incluso del espacio los niñas, niñas y adolescentes que eran vistos como “violentos”. Además de este tema, me inquietaba mi rol. Intentábamos generar un proceso horizontal pero yo como psicóloga ocupaba un lugar de poder. Si bien hacíamos esfuerzos por poner sus saberes y mis conocimientos al mismo nivel, mis ideas no solo influenciaban sino también orientaban las decisiones del Consejo. En este proceso las dudas que surgieron fueron sobre mi relación como interventora y sobre la manera cómo se fue construyendo a quienes podían o no ser parte del Espago Cultural. ¿Cómo podía construir relaciones horizontales si mi posición estaba marcada por ser la poseedora del conocimiento “experto”, tener un salario diferente, una Y Utilizo la primera persona del plural porque fuimos dos profesionales quienes realizamos esta intervención. 15 Introducción condición económica, un género? ¿Cuál era mi rol como profesional sin eludir el lugar de poder que ocupaba? ¿Cómo lograr que las prácticas institucionales no sean excluyentes? ¿Cómo se concebía a quienes eran “inadecuados”? ¿Qué efectos tenía el excluir del proceso a ciertas personas? Luego en Quito, trabajé con el cuerpo como camino para el autoconocimiento y autocuidado con niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres, tanto profesionales como “personas beneficiarias” (así se las denominaba). Transité por la cárcel de mujeres y por los barrios “conflictivos” de la ciudad”. El trabajo con el cuerpo me llevo a reflexionar sobre ¿Cómo se forman esos cuerpos que viven violencias? ¿Cómo se encarnan las experiencias vitales? Estas preguntas me llevaron a la maestría. Y en este espacio se gestaron nuevas interrogaciones ¿Cuál era la manera ética de aproximarme a estos colectivos? ¿Qué efectos tenían las maneras de comprender los problemas? ¿Qué efectos tenían las prácticas para revertir estos problemas sociales? ¿Qué prácticas disciplinares emergían en las intervenciones? ¿Cómo se concebía a las personas intervenidas y a los agentes de intervención? ¿Cómo sortear esas prácticas y concepciones? Finalmente todas estas cuestiones fueron tomando más forma de nuevo en Quito, en mi experiencia laboral en los Centros de Equidad y Justicia, servicios municipales de prevención y atención a la violencia de género, intrafamiliar, maltrato infantil y delitos sexuales. Fue en este espacio donde se gestaron las preguntas específicas de esta investigación: ¿Cómo se construyó la violencia de género como problema social en Quito? ¿Qué efectos tuvieron estas concepciones en las políticas locales? ¿Cómo se conciben las personas con quien se interviene? ¿Cómo se interviene en estos problemas? ¿Qué efectos tienen esas intervenciones en las personas que hacen parte de los procesos? Entre febrero del 2010 y agosto del 2011 trabajé en los Centros de Equidad y Justicia. Esos centros fueron fruto de acuerdos interinstitucionales para hacer que funcionen, en un mismo espacio físico, diferentes instituciones que atendían los asuntos de violencia de ? Trabajé en la zona de la Avenida 24 de mayo, sector de la ciudad que se caracterizaba por la presencia de vendedores ambulantes de cachinerías (cosas robadas), y donde se “toleraba” el trabajo sexual. Estas actividades fueron posteriormente eliminadas y reguladas en esa zona como parte de los proyectos de rehabilitación del centro histórico de Quito. 16 Introducción funcionamiento psicológico de la violencia de género, tanto de quienes “agreden” como de quienes son “agredidas” con miras a proponer intervenciones terapéuticas (Alcázar Córcoles £ Gómez Jarabo, 2001; Corsi, Dohmen, $ Sotés, 1995; Hirigoyen, 2006, 2012/1998; Matud, Gutiérrez, 8 Padilla, 2004; Walker, 1979, 1999). Se encuentran menos estudios sobre la deconstrucción de las miradas psicológicas que apuestan por un abordaje desde los feminismos con el fin de no psicologizar a la violencia de género (Bosch, Ferrer, 8 Alzamora, 2005; Cabruja, 2004; Izquierdo, 1998; Lloret i Ayter, 2004; I Romero, 2010; San Martín £ González, 2011). Más recientemente algunas investigaciones se centran en la intervención basada en nuevas masculinidades (Beiras dz Cantera, 2012; Boira Sarto, López del Hoyo, Tomás Aragonés, £ Gaspar, 2011; Corsi, 2005). En referencia a la violencia de género y los servicios sociales existen sistematizaciones que describen los programas y servicios latinoamericanos (Larraín, 1999) y los evalúan apuntando hacia sus principales logros, obstáculos y recomendaciones (Morrison, Ellsberg, 8 Bott, 2004). Siguiendo esas sistematizaciones se pueden clasificar las investigaciones sobre los servicios sociales en: servicios legales (en los que se incluyen juzgados y comisarías especializadas), servicios de salud y servicios psicosociales. Las investigaciones sobre los servicios legales plantean la victimización secundaria, la falta de credibilidad de “las víctimas” y las concepciones patriarcales y colonialistas de las y los operadores de justicia, entre otras cuestiones (Albertín Carbó, 2009; Cubells Serra, Albertí Carbó, £ Calsamiglia, 2010; Cubells Serra, Albertín Carbó, dé Calsamiglia, 2010; Fernández Villanueva, 2004; Vicentin £ de Oliveira, 2012). Sobre la atención en las comisarías especializadas, varias investigaciones apuntan hacia las necesidades de las usuarias, a los datos de atención, a las concepciones patriarcales que persisten en los y las profesionales que allí actúan (Jubb, 2010; Jubb et al., 2008; Pasinato Izumino, 2004). Respecto a los servicios de salud algunas evaluaciones señalan: la débil respuesta de los sistemas de salud para la adecuada detección, atención y referencia de casos de violencia de género; las escasas leyes que contemplan explícitamente las intervenciones desde la salud; la persistencia en la comprensión de la violencia de género desde un abordaje estructural que omite las desigualdades de género, entre otros hallazgos (Bello-Urrego, 19 Introducción 2013; Blanco, Ruiz-Jarabo, García de Vinuesa, € Martín-García, 2004; Galiano, 2012; García-Moreno et al., 2015; Heise, Raikes, Watts, € Zwi, 1994; Ortiz-Barreda « Vives- Cases, 2012; Vieira et al., 2013). En cuanto a los estudios sobre los servicios específicos de atención psicosocial para mujeres que viven situaciones de violencia de género en diferentes latitudes, me detendré con mayor detalle en algunos por tratarse del tema específico de mi investigación. En la experiencia chilena se indaga, utilizando entrevistas a profundidad, sobre las concepciones de profesionales de medicina, de psicología y trabajo social. Beatriz Salgado (2012) identifica como elementos positivos la valoración del trabajo interdisciplinar, algo poco común en el personal médico, y la promoción del “empoderamiento de las mujeres” por parte de los y las psicólogas. Sin embargo apunta que perduran los sesgos de género que culpabilizan a las mujeres de la violencia, así como la invisibilización de ciertas formas de violencia de género —por ejemplo la violencia sexual se esconde tras diagnóstico tales como “disfunción sexual” de las mujeres— (Salgado Diez, 2012). En Argentina, mediante encuestas postales a profesionales de distintas áreas: psicología, trabajo social, derechos, medicina, sociología y psicología social y psicopedagogía, Roxana Ynoub (1998) identifica la persistencia de poca articulación formal entre diversas áreas de atención, por ejemplo entre la sanitaria y la legal. Sin embargo, la investigadora apunta que informalmente se realizan coordinaciones cuando se trabaja en red. En el caso argentino se identifican dos maneras de comprender e intervenir en la problemática. Por un lado el enfoque universalista vinculado con prácticas de psicodiagnóstico e intervención familiar, y por el otro lado las concepciones cercanas al enfoque de género que derivan en prácticas como grupos de autoayuda o ayuda mutua, terapia individual, trabajos con hombres agresores (Otero, 2009; Ynoub, 1998). Ivana Otero (2009) indica que es necesario diferenciar el enfoque de género del feminista, pues muchas de las intervenciones de corte universalista tienden a usar la noción de género pero distan de una intervención feminista. Una investigación sobre la experiencia española apunta a la feminización del sector profesional como una “caja de resonancia” que contribuye a hacer más compleja la 20 Introducción intervención con las mujeres. También indica el alto grado de frustración de las profesionales porque no se evidencian resultados a gran escala (Méndez Martínez Se Álvarez-Buylla Bustillo, 2007). En el caso estadounidense una evaluación de programas de atención a la violencia de género con datos cuantitativos señala que resultan positivos para quienes acuden, pues mejoran sus capacidades de toma de decisión y habilidades para enfrentar el problema. En estos servicios cuentan con mayor apoyo para salir de la violencia, incrementan sus habilidades y se sienten a salvo cuando están en casas de acogida (Bennett, Riger, Schewe, Howard, $2 Wasco, 2004). Esos estudios sobre servicios psicosociales se basan principalmente en las comprensiones y prácticas de los y las profesionales, salvo en el caso estadounidense que contempla a las usuarias de los servicios. De esta forma quedan por fuera las personas usuarias de los servicios. Asimismo se identifica una tendencia a mirar los abordajes de la violencia de género con cierta simplicidad al presentar dos visiones contrapuestas: la estructural y la feminista. 2.2. La violencia de género en la intervención psicosocial en Ecuador Las investigaciones sobre la intervención en violencia de género en el Ecuador se han centrado en analizar los servicios legales. Abundan investigaciones sobre las comisarías de la mujer y la familia, entidades que se dedicaban a la atención de contravenciones* * Según el código orgánico integral penal ecuatoriano (Ecuador, 2014) existe una distinción entre contravenciones y delitos. Contravención es “la infracción penal sancionada con pena no privativa de libertad o privativa de libertad de hasta treinta días” (Artículo 19) y delito “es la infracción penal sancionada con pena privativa de libertad mayor a treinta días” (Artículo 19). En el caso de la violencia hacia las mujeres o miembros de la familia se trata de una contravención cuando la lesión incapacita a la persona por menos de tres días (Ecuador, 2014, Artículo 159). Se trata de un delito cuando la incapacida es mayor a tres días (Ecuador, 2014, Artículo 159). El sentido de esta distinción establecida en la Ley 103 (Ecuador, 1995) fue que se logre atender en las Comisarías de la Mujer y la Familia los casos de contravenciones con mayor celeridad que en los juzgados penales. Este proceso favorecía la inmediatez en el otorgamiento medidas de protección conocidas en la Ley 103 como “medidas de amparo” (Ecuador, 1995, Artículo 13). Las comisarias podían emitir boletas de auxilio inmediato a quienes lo requerían. Estas podían ser: la salida del agresor de la vivienda, prohibición de acercarse a la personaagredida, reintegrar al domicilio a la persona agredida y ordenar simultaneamente la salida del agresor, entre otras (Ecuador, 1995, Artículo 13). En el COIP (2014) se establece una distinción entre las “medidas cautelares” para casos de delitos y las “medidas de protección” para el caso de contravenciones (Artículo 520). Esta distinción entre delitos y contravenciones según el grado de la lesión ha sido criticada por Fiona Macaulay (2006) quien establece que esta distinción en última instancia implica una tolerancia hacia ciertos niveles de violencia. 21 Introducción 3.1. Concepciones del ser humano y del conocimiento Soy hija de la psicología socio-histórica. Ésta me ha dado las bases de mi comprensión del ser humano y sus relaciones. Paulo Freire, (1970/1973) y Bader Sawaia (1999) dejaron en mí sus huellas. No puedo mirar alrededor sin considerar la opresión ni he podido dejar de palpar la materialidad de la vida. Cuando pienso en las personas y sus relaciones lo hago considerando el lugar que ocupan en la división social, sexual, racial, colonial del trabajo. Más recientemente he puesto mi atención en el consumo. Pero entender el mundo solo desde el tamiz de la actividad reduce su riqueza y complejidad. La actividad está siempre acompañada de significaciones. Las concepciones y prácticas en torno a la clase social, la etnia, el género, la generación, la sexualidad, entre otras marcan el lugar que ocupamos en las complejas redes de lo social. También he entendido que éstas no son determinantes ni homogéneas, ni meras yuxtaposiciones, pero sí se activan en las relaciones cotidianas, a veces por excesos O saturaciones, otras por opacidad o invisibilidad (C. Romero $ García, 2003). Esas comprensiones me aproximan a la noción de posiciones sociales de los sujetos como contingentes (Laclau $: Mouffe, 1985/1987). Considero que las marcas dadas por nuestras actividades y significaciones no son estables sino producto de dinámicas sociales en continua transformación. En mi indagación también he transitado sobre rutas del lenguaje. Como afirma Paulo Freire los seres humanos “no se hacen en el silencio sino en la palabra, en el trabajo, en la acción y en la reflexión” (Freire, 1970/1973: 99). En esa arena el psicoanálisis dejó su impronta. La instauración de la norma implica asumirnos en falta e incompletos, lo que nos adentra en el mundo de lo simbólico convirtiéndonos en sujetos deseantes (Bleichmar, 1984; Calligaris, 1991; Pacheco Filho, 2009). El lenguaje da paso al sujeto. Esa constatación me llevó a aproximarme a Wittgenstein (Faustino, 1995) cuya lectura marcó un cambio de rumbo en la comprensión del mundo: el lenguaje, más que ser una representación ostensible del mundo, lo construye. Junto a Foucault (1970/1992) he llegado a convencerme de que los discursos son prácticas sociales que conforman realidades. Erigen posiciones de sujetos, relaciones, imaginarios, creencias, verdades. Volví al punto de partida desde un lugar diferente al encontrar la afirmación de Austin, (1962/1990): el lenguaje es una forma de acción. 24 Introducción Concuerdo en que bajo la actual configuración del capitalismo la división del trabajo viene acompañada de la instrumentalización de las fuerzas del deseo, de la creación y de la acción (Guatarri £ Rolnik, 2005/2006). Existen sistemas de significación dominantes o hegemónicos que producen subjetividades. Las diversas disciplinas sociales y biológicas, y particularmente la psicología, que une muchos abordajes del individuo, han estado al servicio de estos procesos de control de los cuerpos (Foucault, 1975/1996) y normalización (Rose, 1996/1998). Pero esos sistemas no son completos pues en sus fallas emergen maneras distintas. Como escribe Judith Butler (1997/2001:26). “la potencia desborda al poder que la habilita”. Al comprender al mundo desde lo material y lo discursivo, es decir como concepciones y prácticas, parece adecuada la metáfora de rizoma para dar cuenta de su complejidad (Deleuze « Guatarri, 1988/2012): “Eslabones semióticos de cualquier naturaleza se conectan en él (rizoma) con formas de codificación muy diversas, eslabones biológicos, políticos, económicos, etc., poniendo en juego no solo regímenes de signo distintos, sino también estatus de estados de cosas (...) Un rizoma no cesaría de conectar eslabones semióticos, organizaciones de poder, circunstancias relacionadas con las artes, las ciencias, las luchas sociales” (p.13). Pero en estas relaciones rizomáticas creo que hay elementos que son más intensos que otros: vuelvo entonces a las interpelaciones sociales de clase, etnicidad, sexualidad, colonialidad que se activan en las relaciones cotidianas. Me alineo con la noción de líneas de fuga como las partes del rizoma que son rupturas, pero con el riesgo de re- estratificar un conjunto, o de devolver el poder a un significante (Deleuze $ Guatarri, 2012/1988). Y si lo semiótico se vuelve clave para la comprensión del mundo, las personas, las cosas y sus relaciones, parece imprescindible comprender los efectos que tienen las ideas que producimos desde el conocimiento académico. Al dialogar con la crítica de la matriz colonialidad-modernidad (Mignolo, 2000/2011) he apostado por la construcción de otros pensamientos que caminen hacia la de-colonialidad de nuestras ideas, nuestros cuerpos, nuestras maneras de hacer y sentir. Critico los pensamientos únicos, aunque reconozco que mi manera de construir el mundo se ha nutrido de ellos. No puedo situarme “fuera 25 Introducción de”, pero quizás tejer pensamientos de distintas maneras es una forma de aventurarse por nuevos derroteros. Desde las anteriores críticas me he aproximado al feminismo poscolonial, cuyo hincapié en la crítica a la universalidad me ha llevado por rutas aún más complejas. Comprender que ciertas fraccionas feministas han estado al servicio de los intereses de clase de las mujeres blancas me ha permitido ir más allá de aseveraciones simplistas. Comprendo entonces que los planteamientos epistemológicos y políticos operan en complicidad con objetivos coloniales, patriarcales, racistas, heteronormativos, etc. Junto a bell hooks (1984) y Chandra Talpade Mohanty (2003/2004) he cuestionado la universalidad de “la” opresión, sin dejar de pensarla desde su particularidad. La comprendo de manera histórica y localizada, atravesada por múltiples significaciones. Al poner en duda la universalidad de la opresión he llegado también a criticar la homogeneización y entenderla como otro fruto de la violencia epistémica (Spivak, 1988). La lectura de Gayatri Spivak me ha alertado sobre la importancia de mirar hacia lo que aparece ilegible para “los intelectuales”: la agencia de los pueblos subordinados. Desde esas posiciones ontológicas y epistemológicas he realizado esta investigación. Mi lugar es mestizo, híbrido, plural. Interpelada a veces durante esta investigación por no localizarme en un único territorio epistemológico, he recurrido a la idea de que construir conocimiento es hacer uso de una “caja de herramientas” (Foucault, 1979):79). Transito por las fronteras, espacios-tiempos de relación con lo múltiple. Mi conocimiento y mi cuerpo son nómadas. 3.2. La Intervención psicosocial He usado el concepto intervención psicosocial por estimar que éste es amplio y permite abordar al fenómeno más allá de las corrientes epistemológicas que lo explican. Mi primer contacto con este concepto fue con Marisela Montenegro Martínez (2001). La autora usa dos acepciones intervenir es inmiscuirse en un estado de cosas para transformarlas o puede entenderse como las prácticas y discursos realizados por quienes cuentan con un conocimiento especializado para buscar soluciones a los problemas sociales que afectan a individuos o colectivos. 26 Introducción Este esquema sigue un modelo semejante, a mi modo de ver, al proceso de “evangelización” durante el período colonial. Desde estas comprensiones se construye la idea del “otro” como el inadecuado (Escobar, 1999; K. Montenegro, 2005). La cuestión se complejiza aún más cuando se evidencia que estas maneras de intervenir construyen subjetividades de forma homogénea (Mohanty 8: Miraglia, 2012), y logran que sus discursos y prácticas calen profundamente en nuestras maneras de pensar, sentir, hacer, significar, socializar (Escobar, 1999; Sawaia, 1999). El “éxito” de estas maneras de intervenir radica, más que en la eliminación de los “problemas sociales”, en la construcción de modelos de lo que implica la norma, lo adecuado, lo desarrollado. En este contexto los análisis de Michel Foucault (1996/1975) nos permiten evidenciar cómo las disciplinas y sus intervenciones son métodos de control minucioso del cuerpo para que éste sea obediente, dócil y útil. En la lógica capitalista es necesario incluir a los excluidos para que sean productivos y la mejor forma es mediante las clasificaciones de lo que es normal y anormal. Así se busca que quienes están por fuera de lo esperado sean aislados o sean “re-educados” y finalmente incluidos. Este tipo de intervención se centraría en gestionar y regular a las personas y las poblaciones (Montenegro Martínez, Balasch, Caussa, $: Rodríguez, 2011). Esto desde la perspectiva de algunos autores evidencia procesos de “gobernamentalidad” (Foucault, 1978/2000; Rose, 1996/1998). En el ámbito de la violencia de género se han realizado intervenciones basadas en procesos de capacitación a personas de las comunidades (Larraín, 1999). Estos procesos han estado asociados a la prevención de la violencia de género. Se basan en la enseñanza del reconocimiento de la violencia y en el abordaje de las leyes para el fomento de la denuncia. Coloco a este tipo de intervenciones en este lugar porque en muchos casos se basan en la noción de que a las mujeres les falta conocimiento de las leyes y derechos y que con este conocimiento la situación de la violencia se revertirá. Construir espacios de concientización Otro tipo de actuación en el ámbito de lo psicosocial y en mi propio accionar ha sido a partir de la idea de concientización. Algunas autoras han usado la noción de “promoción de salud” (Bock, 1999; Bock $: Aguiar, 1995; Contini, 2000) para aludir a este tipo de actuación y otras autoras la han comprendido como parte fundamental de las 29 Introducción “intervenciones participativas”, especialmente en América Latina (Montenegro Martínez, 2001). Esta perspectiva concibe a las ideologías como las responsables de la alienación y la perpetuación de las desigualdades. El mecanismo que entra en juego en esta perpetuación es la naturalización de las situaciones de opresión y por ello la clave está en generar procesos de concientización de las relaciones de dominación (Montenegro Martínez et al., 2011), del enajenamiento del cuerpo, de sus sentires, de las relaciones, de la capacidad creativa, etc. La noción de concientización viene de la mano del dialogismo. Implica reconocer los distintos saberes y no solo los académicos. No existe, por lo tanto, un lugar privilegiado de construcción de conocimiento, sin embargo se plantea que la reflexión crítica es necesaria para salir de las alienaciones (Freire, 1970/1973). La concientización implica construir nuevos significados a partir del análisis de las situaciones específicas en un momento histórico pero develando las ideologías imperantes (Montenegro Martínez et al.. 2011). Desde esta perspectiva los sujetos de la intervención son vistos como agentes de transformación, la diferencia es que unos son agentes internos y otros externos (Montenegro Martínez, 2001). Por ello las acciones propuestas implican un compromiso político y ético por revertir el orden desigual hegemónico. En este sentido se plantea generar cambios profundos en las relaciones de poder. El papel de quienes son agentes externas es dinamizar y catalizar procesos de transformación (Montenegro Martínez et al.. 2011). Otro concepto que suele surgir en este tipo de intervención es el de “empoderamiento”, término que es una vez más polisémico. Desde esta perspectiva lejos de concebir al empoderamiento como una actividad individual para recuperar el poder perdido o adquirir habilidades para ejercer el dominio sobre una situación o persona (Montenegro Martínez et al., 2011), se lo comprende como un proceso colectivo de promoción de la organización y participación para potenciar transformaciones sociales que propicien mayores igualdades (Montero, 2003). En el caso de la violencia de género ha existido una línea de intervención orientada por la noción de concientización y basada principalmente en el “empoderamiento” de las 30 Introducción mujeres (Larraín, 1999). La intención de estas intervenciones, como indica Soledad Larraín (1999) es ayudar a quienes viven violencia de género a enfrentar la responsabilidad de su vida y su seguridad personal. Las intervenciones según la autora se han centrado en servicios de atención en crisis (servicios de atención telefónica y refugios temporales) y servicios psicológicos, sociales, jurídicos y médicos (terapias individuales, terapias grupales, asesorías legales y patrocinios de caso, visitas domiciliares, atención médica). Buena parte de estas intervenciones han venido de la mano del trabajo de las organizaciones no gubernamentales (ONG) en América Latina. Paulatinamente los gobiernos locales y nacionales han desarrollado programas basados en las metodologías de las ONG (Larraín, 1999). Deconstruir y luchar por nuevas significaciones En los apartados anteriores he abordado algunas reflexiones realizadas por diversos autores y autoras para deconstruir ciertas nociones que se han dado por objetivas e irrefutables en la “intervención psicosocial”. Este ejercicio crítico se nutre de los aportes del socio construccionismo. Esta perspectiva, como ya he mencionado, plantea la construcción de la realidad desde el lenguaje. En este sentido se podría pensar que un abordaje de la intervención psicosocial desde este lugar implica analizar cómo se han convertido los problemas sociales en objeto de intervención (Montenegro Martínez et al., 2011). El proceso de deconstruir y luchar por nuevas significaciones de los problemas sociales ha estado acompañado de su desnaturalización (Cabruja, 2004; Montenegro Martínez et al., 2011) compartiendo las preocupaciones de las perspectivas “participativas” de orientación materialista dialéctica. Sin embargo ambas perspectivas se distancian al momento de preguntarse ¿por qué se da la naturalización? Como ya indicamos una perspectiva encontrará las respuestas en el concepto de ideología y la otra en las “convenciones lingilísticas” (Montenegro Martínez et al., 2011). La perspectiva socio construccionista también se pregunta por los efectos de estas construcciones (Ibañez, 2015). Es así que ubican a la gobernamentalidad como un elemento clave en las prácticas de intervención (Foucault, 1978/2000; Montenegro Martínez et al., 2011; Rose, 1996/1998). 31 Introducción término en la producción académica me he remitido al número de entradas en el buscador Google Académico. Este término tiene 15.500 entradas. Uno de los cuestionamientos a este concepto es la utilización del singular, es decir, “la” mujer. Sin embargo este uso puede deberse a distinciones como la realizada por Marcela Lagarde (1990/2011). Para ella la idea “mujer” se diferencia de “mujeres”. La primera alude a la condición, es decir, las relaciones de producción y reproducción históricas en las que están inmersas las mujeres por el hecho de ser mujer. La segunda sugiere la situación particular de las mujeres. Pero también se puede pensar que el uso del plural conlleva una parte de la crítica a los feminismos euro-centristas. Pues éstos han sido fuertemente cuestionados por las construcciones homogéneas y universales que se han hecho de las mujeres omitiendo otras opresiones como la clase, la etnia, la procedencia (hooks, 1984; Mohanty, 2003/2004). Quizás estas críticas pueden ser las responsables de que en Google Académico el concepto “violencia contra las mujeres” tenga un poco más de entradas que el anterior: 17.400. Persiste, sin embargo, un escollo en la definición de los términos antes enunciados. Tanto la palabra mujer como mujeres nos remite al binarismo sexo-genérico y a su esencialismo. Existen otros intentos para replantear los términos utilizando las nociones de violencia intrafamiliar o violencia doméstica. En un primer momento la apuesta por este término pretendió evidenciar que el espacio seguro del hogar era el escenario de violencia (Araujo, Guzmán, 8 Mauro, 2000). Sin embargo se evidencia una tensión porque al enfatizar el lugar donde ocurre la violencia se omite a las personas. Esta violencia dista de la “violencia hacia las mujeres” porque apunta a la familia como “sujetos de referencia” (Maqueda Abreu, 2006). Sin duda el entorno familiar es propicio al ejercicio del dominio, pero en este no se agotan las violencias de género (Maqueda Abreu, 2006). Comparto con María Luisa Maqueda (2006) que el uso de estos conceptos contribuye a perpetuar la “resistencia social a reconocer que el maltrato a la mujer no es una forma más de violencia, que no es circunstancial ni neutra sino instrumental y útil en aras de mantener un determinado orden de valores estructuralmente discriminatorio” (p.6). Es interesante notar que ambos conceptos tienen más cantidad de entradas en Google Académico que los anteriores: violencia intrafamiliar cuenta con 22.800 entradas y violencia doméstica con 26.200 entradas. Algunas autoras optaron por utilizar el concepto “violencia hacia las mujeres en la relación doméstica” (Cuvi, Mauro, Silva, $í 34 Introducción Vega, 1989; Vega £ Gómez, 1993) para dar cuenta del lugar y los cuerpos en los que recae la violencia. Violencia masculina es otro concepto usado pero con menos frecuencia. Su uso pretende, como indica Elena Casado Aparicio (2012) poner el hincapié en que el problema está en lo masculino. El término enuncia a la violencia de género como propia de los hombres, pues ellos son “víctimas y victimarios” y está asociada con otras violencias (Casado Aparicio, 2012). Asimismo es una apuesta por dejar de lado la caricatura que se hace de los hombres cuando se alude al término “violencia machista” indicará Casado (2012). Este término cuenta con 3.010 entradas en el Google Académico. El problema que identifico en este término es que puede remitirnos nuevamente a esencialismos. Violencia basada en género parece tratarse de una definición textual proveniente del inglés, y hasta lo que he analizado no dista de la definición de violencia de género. Al tratarse de un anglicismo sus entradas son más reducidas, se cuenta con 942 entradas. El término “violencia de género” es el que utilizo en este texto. En el próximo acápite presento la definición a la que adscribo. Esta noción abarca diversos tipos de violencias por la posición social marcada por el género. Al ser un término amplio puede referir a la violencia psíquica, física, las violencias sexuales, patrimonial, política, al acoso sexual, al abuso sexual, violencias simbólicas. Alude a la violencia que sucede en distintos ámbitos: el hogar, la escuela, el trabajo, la calle, los servicios, etc. El término también acoge la violencia hacia las diversidades sexo-genéricas y apela por la ruptura de binarismos sexo-genéricos. Desde mi perspectiva denota multiplicidad y no considero necesario incluir el plural como lo han hecho otras autoras (Bárbara Biglia £ San Martín, 2007). El uso de “violencia de género” también tiene limitaciones. La principal es que el término “género” en Latinoamérica ha sido instrumentalizado y en última instancia ha despolitizado al feminismo (Vega, 2004). Muchas autoras han bregado por volver a usar la palabra sexo (Garrido, 2003) pues allí radica el meollo del asunto de la desigualdad. Si bien la distinción sexo-género tuvo su razón de ser en un momento clave del feminismo hoy en día se ha hecho una fuerte crítica a su dualismo (Butler, 1990/2007). Una de las opciones que se desprenden de estas críticas sería denominar al problema que atañe a este estudio como violencia sexual. Sin embargo la tendencia sería comprenderla únicamente 35 Introducción como la violencia vinculada a los delitos sexuales. Otra crítica al término “violencia de género” es que puede diluir la cuestión de que es una violencia que afecta de maneras más descarnadas en aquellas personas que ocupan el lugar de lo desvalorizado en nuestra sociedad: las mujeres. Sin embargo por ahora considero que es el concepto que me sirve para esta investigación. Incluso porque es el término usado en los servicios y conocido por profesionales y usuarias. También es ampliamente utilizado tiene 33.700 entradas en Google Académico. Otros nombres utilizados son: violencia machista (2.180 entradas), violencia sexista (7.712 entradas) o violencia patriarcal (617 entradas). Estos términos resultan interesantes porque ponen el énfasis en el origen del problema. Sin embargo son una aproximación más reciente, es decir son términos en construcción. Su escaso uso en la literatura ecuatoriana hizo que no opte por ninguno de ellos. Al ser un tema poco debatido puede generar confusiones y dificultar la comprensión de lo que trata el estudio. 3.4. Modelos explicativos de la violencia de género Una entrada para el abordaje de la violencia de género ha sido como denomina Teresa Cabruja (2004) como una extensión de la comprensión de la violencia en general. Existen por tanto diversas maneras de comprenderla basado en modelos biológicos, psicológicos y sociales (García-Borés, Pujol, Cagigós, Medina, $: Sánchez, 1994). Sin embargo para el caso específico de la violencia de género las perspectivas feministas han brindado registros explicativos particulares. Para ello han debido deconstruir o complejizar las nociones comunes. Desde las perspectivas biológicas la violencia de género está asociada a factores instintivos que favorecen cometer actos violentos a ciertos individuos. Estas explicaciones han sido responsables de la naturalización de esta violencia (Cabruja, 2004). Estos modelos señalan a las características biológicas de hombres y mujeres, muchas veces asociadas a la producción de ciertas hormonas, como las que predisponen a unos a ejercer la violencia y a otras recibirla. Los enfoques psicológicos han buscado la explicación de esta violencia en factores de la personalidad, adicciones, estrés, déficit de habilidades de comunicación y solución de 36 Introducción construcción social de ciertas posiciones de sujeto como inferiores en relación al “patriarca”. La inferiorización de ciertas personas legitima, por decirlo así, la violencia hacia ellas como un mecanismo de control. Es por ello que este tipo de violencia es tolerada en nuestra cultura llegando a considerarse como natural. Incluso se la concibe como la manera idónea y adecuada para “educar”. Existe una aceptación generalizada en la sociedad de la violencia (hooks, 1984). 4. Metodología, métodos y procedimientos Junto a Donna Haraway (1995/1991) apuesto por una objetividad encarnada, es decir, construir conocimientos situados que impliquen versiones del mundo parcialmente compartidas y que sean un compromiso con prácticas de libertad finita, suficiente abundancia material y reducido sufrimiento. Como indica la autora “solamente la perspectiva parcial promete una visión objetiva” (Haraway 1995/1991: 326). No me he dejado llevar por los “relativismos fáciles” ni he podido colocar en un mismo nivel las diversas multiplicidades, porque no dejo de tocarme por las injusticias fruto de la dominación. Quizás me tilden de universalista al realizar esta afirmación, pero creo que los conocimientos que construimos son una promesa de un mundo mejor. Promesa que es una negociación de solidaridades, que es parcial y en continua transformación, pero promesa al fin. Como indican Marisela Montenegro Martínez y Joan Pujol (2014) investigar es conectarse parcialmente con distintos aspectos del fenómeno abordado: personas, acontecimientos y textos e “implica la constitución y fijación de una serie de relaciones contingentes y situadas históricamente en que las participantes ocupan ciertas posiciones de sujeto en una articulación que, necesariamente, es antagónica a otros grupos y/o significados sociales” (p.33). Si investigar es estar en relación con, también implica una transformación del punto de partida de quien investiga (Montenegro Martínez £ Pujol Tarrés, 2014). Otro elemento clave en esta investigación ha sido aprender a no solo preguntarme por el por qué y el para qué, sino también por el cómo. La fenomenología ya me había entrenado en esta pregunta, pero siguiendo a Tomás Ibañez (2015), son los aportes de 39 Introducción Foucault los que me dieron una pista para encontrar otras formas de conexión con los fenómenos. El cómo me ha permitido cartografiar el fenómeno estudiado (Deleuze $: Guatarri, 1988/2012). Como indican los autores cartografiar no es fotografiar, sino es estar en relación. Y añadiría estar en movimiento. Pero pese a esto la tensión entre universalidad y particularidad ha sido parte de esta investigación. Si bien he partido de conexiones particulares para construir mi conocimiento, he apostado por versiones que pueden servir de reflexión para otras relaciones. Asumo que las versiones que pretendo entregar sobre el fenómeno estudiado son construcciones históricas, contingentes en base a elementos heterogéneos y sé que no podrán alcanzar una transformación global (Laclau, 2002). Pero sí pretendo entregar versiones que promuevan movimientos particulares y que puedan servir de fijaciones temporales para un hacer, pensar, sentir y significar distinto. Finalmente tengo una preocupación ética con la investigación. Es decir reconozco el lugar de poder que ocupo como “investigadora”. No puedo negarlo pese a mi pretensión de construir un conocimiento de manera horizontal. Son mis preguntas y mis intereses los que entran en juego al articularme con las personas o los textos. Reconozco también los efectos que tiene la producción del conocimiento. Estoy alerta para que la investigación no sea fuente de producción de “otredad” y de vulnerabilidad (Guarderas, 2006). Me interesa que esta investigación sea una suerte de “denuncia” sobre los efectos de las prácticas en los servicios sociales y desde las disciplinas. Pero reconozco también que yo soy parte de la máquina. A partir de las premisas antes descritas en esta investigación opté por utilizar dos métodos para recolectar la información: aproximaciones genealógicas (Foucault, 1979) y producciones narrativas (Balasch $ Montenegro Martínez, 2003). Utilicé el primero para indagar sobre cómo la violencia de género se había convertido en problema social en Quito y el segundo para aproximarme a las concepciones y prácticas de los y las profesionales de psicología y las usuarias de los servicios. 40 Introducción 4.1. Aproximaciones genealógicas Utilicé el concepto de genealogía como inspiración metodológica para alcanzar mi primer y segundo objetivo de investigación es decir: analizar cómo se construyó la violencia de género como problema social en Quito y cuáles han sido las diversas matrices semiótico-materiales que dieron origen al problema e; indagar sobre los efectos de las matrices semiótico-materiales en la normativa local y en las metodologías de intervención de los servicios. Mi intención era identificar cómo se había explicado esta violencia y qué efectos había tenido en las normativas y metodologías de los servicios municipales. Hacer genealogía es ir atrás de los saberes soterrados tras sistematizaciones formales revertidas de un halo de pensamiento único, escribe Foucault (1979). Es poner el énfasis en los saberes paralelos o marginales hacia lo descalificado en las jerarquías del conocimiento (Foucault, 1979: 129). La genealogía no es buscar el origen sino preocuparse por los detalles. Se trata de reconstruir las discontinuidades que atraviesan a los fenómenos y no de ir atrás del momento fundacional como único (Rujas Martínez- Novillo, 2010; Trujillo García, 2011; Vidal i Auladell, 2003). La genealogía implica un acoplamiento de los conocimientos eruditos y de las memorias locales, pero su erudición no se sostiene en un retorno al positivismo. La genealogía para Foucault (1979) es anti ciencia. Esto no implica una apología a la ignorancia sino un énfasis en los “los efectos del saber centralizador que ha sido legado a las instituciones y al funcionamiento de un discurso” (p.130). Es una lucha de poder contra los efectos de un discurso unitario, escribirá el autor. Para Foucault (1979) la genealogía es gris, porque implica desempolvar documentos y ser meticulosos en las búsquedas. Es ir atrás de lo singular en los procesos y encontrar información donde menos se espera y fijarse incluso en las ausencias. Hacer genealogía es trabajar con discursos entendidos, según indica Javier Rujas, como “prácticas continuas y específicas que constituyen objetos, verdades, morales, y que se articulan con cuerpos” (2010:13). Para Tomás Ibañez (2015) la lectura de Foucault “educa nuestra mirada” y nos “instruye un arte de preguntar”: ¿cómo se forma? ¿cómo funciona?¿qué efectos produce? ¿cómo se ha construido? Foucault también nos enseña, añade Ibañez, a que “todo aquello que 41 Introducción 4.2. Producciones narrativas Utilicé las producciones narrativas para alcanzar los otros objetivos de esta investigación. El tercer objetivo de esta investigación fue profundizar las comprensiones de profesionales de la psicología de los servicios municipales sobre la violencia de género, los sujetos de intervención y la actuación de atención a la violencia de género comprenden esa violencia. El cuarto: explorar los mecanismos que entran en juego en las prácticas de los y las profesionales de la psicología y sus efectos. El quinto: indagar las concepciones de quienes han enfrentado la violencia de género, sobre su origen y sus expresiones. Y el último fue identificar las concepciones y prácticas que emergen en los servicios a partir de la relación de quienes han enfrentado violencia de género y las profesionales de psicología. Las producciones narrativas, método desarrollado por Marcel Balasch y Marisela Montenegro (2003), son una apuesta acorde a los presupuestos del conocimiento situado (Haraway, 1995/1991) y al dialogismo de Michael Bakhtin (Danon, 1991). Se trata de construir versiones del mundo a partir de la conexión entre quien investiga y las personas participantes de la investigación. Conexión que es parcial y promueve la modificación de las posiciones iniciales (Balasch £ Montenegro Martínez, 2003). Quien investiga al articularse construye y reconstruye sus comprensiones, lo que suscitará una nueva narrativa. Para desarrollar las producciones narrativas se parte de ciertas inquietudes de quien investiga sobre el fenómeno estudiado. Es en la articulación con las personas participantes que se pretende responder a estas inquietudes (Balasch £ Montenegro Martínez, 2003). A partir de una primera entrevista la persona investigadora escribe un texto, recogiendo los tonos del primer encuentro (Cuvi, 2008). La investigadora organiza las ideas que surgieron en la conversación para construir un relato con argumento y trama. Comúnmente al escribir el texto se retiran las preguntas de quien investiga. Luego se devuelve este texto a las personas participantes y éstas realizan sus comentarios y observaciones. La intención es que el texto exprese su versión del fenómeno, su estilo y sus énfasis. Así las personas tienen agencia sobre el material. Tras esta proceso quien investiga elabora su narrativa sobre el fenómeno, ésta será fruto de la articulación con las narrativas elaboradas (Balasch € Montenegro Martínez, 2003). 44 Introducción Las producciones narrativas toman distancia del análisis del discurso (Barbara Biglia $2 Bonet-Martí, 2009), de los testimonios o entrevistas (Cuvi, 2008), de los relatos de vida o historias de vida y de la autobiografía (Barbara Biglia € Bonet-Martí, 2009). Pues no se trata de un análisis de la meta-narrativa ni de la transcripción literal para realizar interpretaciones teóricas ni de un escrito individual de una historia personal. Sin embargo como indican Nagore García y Marisela Montenegro (2014) las “narrativas propias” de quienes hacen parte de una investigación están alimentadas de la meta-narrativa, pero en ellas también emergen subversiones, incorporaciones y rechazos. Las producciones narrativas son las memorias locales que Foucault nos invitó a desenterrar, los conocimientos que surgen de una articulación. Las narrativas no se usan para sustentar las argumentaciones teóricas de quien investiga sino que se les da un tratamiento de texto teórico. Desde ellas emerge teoría. Las protagonista tienen el tratamiento de autoras (Barbara Biglia $ Bonet-Martí, 2009; Martínez-Guzmán 4: Montenegro Martínez, 2010). El desafío es no juzgar desde un paraguas conceptual, sino identificar cómo las comprensiones que emergen de las narrativas aportan a las comprensiones de quien investiga. La construcción de narrativas es fruto del encuentro entre diferentes subjetividades indican Bárbara Biglia y Jordi Bonet (2009). Las preguntas de quien investiga y su intervención en el texto no son ingenuas (Barbara Biglia £ Bonet-Martí, 2009:19). Es así que las narrativas son un producto de la investigación en sí mismas, son el resultado de un proceso realizado entre quien investiga y quienes participan de la investigación (García Fernández 8 Montenegro Martínez, 2014). El objetivo de las producciones narrativas no es ni representar una posición social, ni construir un otro u otra, ni de dar voz a los grupos subalternos (Balasch € Montenegro Martínez, 2003; Barbara Biglia $ Bonet-Martí, 2009; Cuvi, 2008). Se oponen a la ventriloquía (Haraway, 1995/1991) y a la traducción colonial que niega toda posibilidad de agencia (Spivak, 1985/2008). Su objetivo es construir conocimientos en relaciones e intercambios, es dar la pauta para el surgimiento de la polifonía e ideas que difracten ciertas maneras de entender lo investigado (Balasch £ Montenegro Martínez, 2003). La difracción (Haraway 1995/1991) implica que el conocimiento más que representar una 45 Introducción realidad produce nuevas maneras de comprender los fenómenos y aporta con diversas versiones sobre éste. En esta investigación realicé producciones narrativas con profesionales de la psicología de los servicios en los que había trabajado y de personas que habían vivido violencia de género. En la primera entrevista con profesionales se inquirió sobre: la trayectoria profesional; sus comprensiones sobre la violencia de género y las concepciones desde los servicios; su rol como profesional de psicología; su concepción de las usuarias de los servicios; las gratificaciones y limitaciones de su quehacer profesional. En el caso de las personas que habían enfrentado violencia de género se indagó sobre: sus comprensiones de la violencia de género; su experiencia” en los servicios; la relación con los y las profesionales; sus comprensiones sobre la actuación psicológica y; sus concepciones sobre los servicios sociales. Escogí a profesionales que trabajaban en el área de psicología, pues en el país ya se ha indagado sobre las prácticas legales y era novedoso investigar las intervenciones psicológicas y sociales. Definí analizar únicamente al área de psicología porque este es mi campo disciplinar. Seleccioné a cuatro de los siete profesionales de psicología que conocí mientras trabajé en los servicios. El primer criterio de selección fue que tuviesen al menos dos años de experiencia en la atención a la violencia de género. El segundo fue que manejasen diversos enfoques y áreas de trabajo. Y finalmente que estuviesen abiertas e interesadas por participar en esta investigación. Realicé las narrativas con: Alberto, Laura y Tamara cuyos nombres son ficticios y Gabriela. Alberto, Tamara y Gabriela estudiaron en una universidad pública, donde la escuela psicológica predominante es la cognitiva-conductual. Laura estudió en una universidad privada, donde prima el enfoque psicoanalítico. Alberto y Laura realizaron un diplomado en género; uno tenía una maestría en psicoterapia con especialidad en psicodrama y otra tenía una especialidad en terapia infantil y familiar y cursaba una maestría en políticas * Refiero a experiencia siguiendo a Marisela Montenegro, Caterine Galaz, Laura Yufra y Karla Montenegro (2011) como significación y proceso de construcción de la subjetividad, no como un proceso mental de registro sensorial. 46 Introducción era contar con cierta variabilidad en las posiciones de sujeto. Pensando que esta variabilidad conlleva articulaciones diferentes. Me articulé con dos personas que se consideraban mestizas, una blanca, una mestiza-india y otra que consideraba que en la urbe era imposible definirse con una pertenencia étnica. Una se consideró de clase media baja, dos de clase media y una de clase media alta. Dos se autodefinieron como lesbianas. Tres estaban en una relación de pareja, una divorciada y otra soltera. Dos eran madres de familia. Sus edades variaban entre 30 y 52 años cuando las entrevisté. Tres tenían trabajos autónomos, una laboraba en una universidad y otra trabajaba en el sector público. Cecilia vivía en el extremo norte de la ciudad, sector de estrato económico medio-bajo. Nora y Graciela en el centro, en una zona de segmento económico medio de Quito. Daniela en el centro-norte, en un sector de estrato económico alto. Carmen vivía en una zona rural. Una había acudido a un servicio del norte de la ciudad, otra a uno del sur, dos al centro y una no había acudido al servicio. Con todas realicé una primera entrevista grabada que duró aproximadamente una hora y media. Me prestaron una cafetería mientras estaba cerrada para realizar la primera entrevista, salvo el caso de Daniela que nos reunimos en una cafetería que estaba abierta y Graciela que conversamos en su casa. Realizar las entrevistas en un lugar público sin gente ayudó a crear un clima de mayor confianza. Tras la realización de la primera entrevista inicié la elaboración del texto. Solamente en la entrevista que realicé a Graciela no logré establecer un diálogo profundo. Sentí que no estaba muy cómoda. Nuestra conversación resultó sucinta. Decidí no realizar una narrativa de esta entrevista. En las otras entrevistas las participantes me abrieron sus historias, sus sentires y sus ideas. Nuestras conversaciones estuvieron acompañadas de risas, lágrimas, silencios, confesiones y complicidades. En muchos momentos empezábamos a perdernos en los episodios de violencia pero luego volvíamos al objetivo de nuestro diálogo que era indagar sobre los servicios. Escuché muchas veces las grabaciones, quería lograr que el tono de nuestro encuentro quede plasmado en sus palabras. Poco a poco fui lográndolo. En la narrativa de Nora aventuré una manera distinta de escribir. La presencia de su pareja hizo que escribiera la narrativa como un diálogo en el que yo también estaba presente. Escribir todas las narrativas resultó una ardua y hermosa tarea. 49 Introducción Solicité a las participantes una nueva reunión para revisar la narrativa. Dos acudieron presencialmente. Les leí lo que había escrito a partir de la entrevista y fui quitando y poniendo lo que ellas me indicaron. A una le envié la narrativa por correo electrónico e hizo sus observaciones por ese medio. Otra no acudió a la segunda sesión. Todas aprobaron la última versión. El tratamiento de estas narrativas fue diferente. Mi intención fue entregar las narrativas a los y las lectoras. No quise interferir en las palabras fruto de nuestra articulación. Quise que se lean solas. Para publicar el artículo fruto de esta investigación presenté las narrativas extensas a sabiendas que podría tratarse de un “incumplimiento de las normas de publicación” pues las citas sobrepasaban lo establecido. Mi apuesta fue apuntar en que en eso radicaba mi investigación y mi aporte al campo. Quería mostrar cómo la teoría puede emerger de las emociones y las ideas fruto de una articulación. Finalmente fui entretejiendo las ideas y emociones de las narrativas con los aportes de otros teóricos y teóricas sobre la temática en cuestión. Esto lo presento en el artículo “La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito. Tejiendo narrativas para construir nuevos sentidos”, que constituye el tercer capítulo de esta tesis. Esta ha sido mi ruta y aquí muestro parte de su cartografía. He deslindado mis maneras de pensar, de significar, de hacer, de sentir, de investigar y de intuir. He descrito ciertos parajes y omitido otros. Y es aquí donde mi camino se junta con el de quien me lee y ojalá que estas las letras nos lleven a construir nuevas singladuras. 5. Referencias Aguirre Calleja, Ana Cristina. (2013). Figuras performativas de la acción colectiva. Una trayectoria con la Comisión Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos, desde las políticas de conocimiento feminista y la etnografía crítica. (Doctorado), Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona. Albertín Carbó, Pilar. (2009). Mujeres inmigradas que padecen violencia en la pareja y stema socio jurídico: encuentros y desencuentros. Portularia: Revista de Trabajo Social(9), 33-46. 50 Introducción Alcázar Córcoles, Miguel Ángel, £ Gómez Jarabo, gregorio. (2001). Aspectos psicológicos de la violencia doméstica: una propuesta de intervención. Psicopatología clínica, legal y forense, 1(2), 33-49. 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Evidencio cinco matrices: la sexualidad, la salud, los derechos humanos, la seguridad y las prácticas disciplinares. Muestro cómo fueron soterradas las voces que pretendieron generar rupturas en el status quo, mientras se convirtieron en hegemónicas aquéllas que han perpetuado el orden patriarcal. Palabras clave: violencia de género, políticas sociales, ordenanzas, servicios municipales, genealogía, Quito. Silences and accents in the construction of gender violence as a social problem in Quito Abstract Gender violence has been constructed as a social problem through a number of semiotic- material matrices. In this article I describe these matrices and analyze the effects they have had on laws and municipal services in Quito. I describe five matrices: sexuality, health, human rights, safety, and disciplinary practices. 1 demonstrate how voices that attempted to generate ruptures in the status quo were silenced, while those that have perpetuated the patriarchal order have become hegemonic. Key words: gender violence, social policies, ordinances, municipal services, genealogy, Quito. ? Este artículo es fruto de una investigación de tesis realizada en el marco del Programa de Doctorado en Psicología Social de la Universitat Autónoma de Barcelona. Actualmente la autora es profesora titular auxiliar en la carrera de psicología de la Universidad Politécnica Salesiana-Sede Quito. El artículo fue aceptado en noviembre del 2015 para ser publicado en Íconos. Revista de Ciencias Sociales. 65 Silencios y acentos La violencia de género en tanto problema social se ha construido a partir de ciertos discursos, prácticas y relaciones sociales. Son éstos los que configuran al problema y sus soluciones. Varios estudios se han realizado en diversas latitudes para comprender cómo esta violencia se ha convertido en un problema social. Cabe resaltar: dos estudios de tinte cronológico uno sobre el caso chileno (Araujo, Guzmán, y Mauro 2000) y otro el español (De Miguel 2008); una investigación que se centra en las fases de conformación del problema social en España (Bosch y Ferrer 2000); otra que indaga sobre las bases teóricas que alimentan las comprensiones de esta violencia en Brasil (Santos £ Izumino 2005) y; otro que aborda desde las políticas implementadas en Estados Unidos (Ferraro 1996). En Ecuador no se ha indagado sobre este proceso ni sus efectos. En este artículo pretendo mostrar las matrices semiótico-materiales (Haraway 1991/1995) que convirtieron a la violencia de género en un problema social en Quito e identificar su influencia en las normativas y servicios municipales. Me detengo en las definiciones, pues me permiten comprender cómo se concibió y abordó el problema desde la década de 1980. Centro mi análisis en la normativa y en las metodologías de intervención de los servicios municipales de prevención y atención a la violencia de género de Quito. Ya que en el caso ecuatoriano no se cuenta con un análisis específico del tema aspiro contribuir al debate. Hacerlo es pertinente en el momento histórico por el que atraviesa Ecuador, ya que el gobierno del presidente Correa ha ejecutado acciones que atentan contra las libertades sexuales y genéricas!%, al mismo tiempo que es galardonado por sus logros en relación con la igualdad de género (El Universo 2015). En esta investigación esbozo algunas reflexiones que pueden explicar esta aparente paradoja. Este artículo consta de siete secciones. En la primera presento la metodología utilizada en la investigación que le da origen. Desde la segundo hasta la sexta presento los principales resultados de la investigación. En la séptima discuto el proceso de silenciamiento y los acentos en la construcción de la violencia de género como problema. Cierro este artículo apuntando nuevos desafíos para la investigación y la intervención en el tema. 19 Me refiero a: la sanción ejecutada en el movimiento Alianza País cuando legisladoras defendieron la despenalización del aborto en casos de violación en el debate sobre el nuevo código orgánico integral penal (Zamora, 2014); la aprobación del Plan Familia que critica el hedonismo, plantea la abstinencia y el control de la sexualidad de las adolescentes y jóvenes. (El Comercio 2015; Estrella 2015); la oposición frontal al feminismo por parte del discurso oficial (García 2014). 66 Silencios y acentos sexuales, en los medios de comunicación, en los estratos populares y medios, en las zonas rurales y urbanas de la Costa y la Sierra”, Para Kristi Stglen (1987) los celos, muchas veces infundados, de los hombres devenían en maltrato a las mujeres. La sexualidad femenina, según Uca Silva (1988), estaba conferida de dualidad. Para ambas autoras “buena mujer” era la madre dedicada al hogar, la joven virgen, la esposa fiel. Identidad conferida de santidad escribieron Silvia Vega y Rosario Gómez (1993). “Mala mujer” era la seductora, la provocativa, la que tenía relaciones sexuales fuera del matrimonio (Stglen 1987; Silva 1988), una identidad con halo de peligrosidad (Vega y Gómez 1993). La sexualidad masculina fue vista como intrínseca y biológicamente más activa (Silva 1988). De allí que el “verdadero hombre” era el que conquistaba y seducía a más de una mujer (Stólen 1987). María Cuvi y Alexandra Martínez (1994) contribuyeron de forma original al análisis al indagar sobre la asociación de la maternidad y la castidad con la noción de mujer-virgen madre como Mater Dolorosa. Esta figura vinculaba al sufrimiento como único camino para librarse del pecado del placer sexual. Gloria Camacho (1996) realizó variaciones interpretativas de las ideas buena y mala mujer asociándolas a María y a Eva. Cuvi y Martínez (1994) evidenciaron que los conflictos matrimoniales y los maltratos, comenzaban cuando el hombre establecía una relación permanente con otra mujer; en ese momento las mujeres desplazaban su conflicto hacia la “mala mujer” y la desigualdad intergénero se convertía en un enfrentamiento intragénero. En su investigación se develó que en los estratos medios, la visión de la buena y la mala mujer se expresaba de una manera sutil y reflexiva. La violencia, indicó Uca Silva (1988), tiene una función coercitiva y de castigo. Cuvi y Martínez (1994), además de comprender la violencia de género como una advertencia del hombre para controlar los comportamientos sexuales de las mujeres o para mantener incuestionada su libertad sexual, adscribieron al binomio honor-vergienza: la imagen del hombre frente a los otros implicaba el control de la virginidad y castidad de las mujeres. Gloria Camacho (1996, 2003) explicó que el castigo es un mecanismo constitutivo de las alternativas bipolares de las mujeres y se legitima cuando la actuación de las mujeres se X Algunas de estas autoras estuvieron vinculadas al Centro de Planificación y Estudios Sociales (CEPLAES). 69 Silencios y acentos aleja del modelo de feminidad ideal. En esta misma línea, Vega y Gómez (1993) aseveraron que la violencia contra las mujeres en la relación doméstica de pareja aparecía recurrentemente motivada por la transgresión de papeles o el incumplimiento de las responsabilidades asignadas tanto por la división sexual del trabajo como por la identidad femenina — santa o peligrosa— y masculina — libre de vivir su sexualidad a su manera. Amplían la idea de Stólen (1987) al indicar que la violencia se desencadena no solo por la simple sospecha de infidelidad sino también por la intromisión de la esposa en la sexualidad del marido. En una investigación más reciente sobre la explotación sexual infantil, Zaida Betancourth (2010) volvió a la sexualidad con énfasis. La autora, tratando de introducir mayor complejidad al tema, planteó que la sociedad rechaza los servicios sexuales de menores en el espacio público pero no en el privado y que, por ello, persisten la invisibilización e impunidad de los delitos sexuales cometidos dentro de la familia. Para Betancourth la maternidad forzada es la manera en que las “malas mujeres” pretenden convertirse en “buena mujer”. Abordó sin tapujos una cuestión tan compleja en la explotación sexual: el placer. Placer “en los «intercambios corporales», la relación con una misma, en el conocimiento del cuerpo y la constitución del imaginario corporal, que nos hace sentir bien o mal en la interacción social” (2010, 37). Finalmente dos investigaciones, una de Gloria Ardaya y Miriam Ernst (2000) y otra de Camacho (2003), partiendo del debate sobre las sexualidades introdujeron la idea de ciudadanía. Atribuyeron a la organización familiar un carácter patriarcal, autoritario, donde los derechos y prácticas democráticas estaban ausentes en consonancia con la cultura política del país. Si bien la investigación de Ardaya y Ernst (2000) no contó con una base empírica, aportó nuevos elementos al debate. Las autoras explicaron que la ausencia del padre en la familia y el predominante rol doméstico de la mujer, debido a la división sexual del trabajo, derivaron en la idea de que las mujeres son “madres poderosas y esposas débiles”, y los hombres imponen su presencia mediante la violencia. Indicaron que padre y madre vivían una sexualidad reprimida, envuelta por la obligación más que por el goce. Concluyeron que la asociación de la identidad a ciertas formas de vivir la sexualidad ha construido identidades fragmentadas de hombres y mujeres y ha permitido la “represión masiva de una parte del «sí mismo» de los seres humanos” (2000, 81). 70 Silencios y acentos En las ordenanzas analizadas (Quito 2000, 2009, 2012) no se alude a esta matriz. La vinculación entre la violencia de género y el control de la sexualidad queda por fuera del abordaje conceptual de las metodologías de los servicios. En ambas se considera que la violencia intrafamiliar y de género se derivan de concepciones patriarcales y de las relaciones de poder pero en ninguna se recoge el debate sobre la sexualidad. Sin embargo, en la metodología de un servicio (MDMQ 2011) aparece, entre las actividades de capacitación realizadas desde el área de promoción de derechos, el tema de los “derechos sexuales y reproductivos” (2011, 32). En relación a la normativa nacional en los fines de la ley contra la violencia a la mujer y a la familia!* se indica: la “ley tiene por objeto proteger la integridad física, psíquica y libertad sexual de la mujer y los miembros de su familia, mediante la prevención y sanción de la violencia intrafamiliar y los demás atentados contra sus derechos y los de su familia” (Ecuador 1995, Artículo 1). En esta normativa aparece la libertad sexual, sin embargo no aterrizan acciones concretas para abordarla en otros articulados que son los que dan las pautas para la prevención y la atención. Concluyo que desde la institucionalidad tanto en la normativa como en los servicios poco hincapié se ha puesto en el tema de la sexualidad. Esta matriz ha sido silenciada para dar paso a otras maneras de comprender la violencia de género. Interludios desde la salud Cuando en 1993, la Organización Panamericana de la Salud declaró que la violencia contra las mujeres era un problema de salud pública se constituyó otra matriz de comprensión. Las voces de autoras como Lori Heise y otras (Heise, Raikes, Watts, $ Zwi, 1994) tuvieron sus ecos en el país. En esta matriz convivían los discursos de los derechos humanos con el abordaje desde la sexualidad puesta la mirada en el cuerpo. Se indagó sobre la explotación sexual, el acoso y abuso en el ámbito escolar (Cordero y Maira 2001; Cordero y Sagot 2001), los desafíos para las políticas y servicios (Breilh 1996; Maira 2001) principalmente la ruta de atención (OPS 1999, Maira 1999). 1 Derogada parcialmente con el código orgánico integral penal (2014). 71 Silencios y acentos La violencia de Estado hacia las mujeres se presentó en un breve pero dramático artículo de María Arboleda (1987). Ella recogió las violaciones a los derechos humanos de las mujeres cometidas por la policía, el ejército (en menor grado) y la justicia. Analizó el sonado caso Camargo cuya sentencia terminó por invisibilizar una compleja red de explotación de delitos sexuales (“tráfico de blancas”, “perversión de menores” y secuestro) e ignorar a las setenta mujeres asesinadas. Dicha autora abordó también las torturas infligidas a las mujeres sospechosas o pertenecientes al movimiento subversivo Alfaro Vive Carajo, cometidas por miembros de la fuerza pública. Posteriormente el énfasis estuvo en la tipificación que se plasmó en ley contra la “violencia hacia la mujer y miembros de la familia” (Ecuador 1995). Lo que se tipificó se denominó violencia intrafamiliar y se la definió como: “toda acción u omisión que consista en maltrato físico, psicológico o sexual ejecutado por un miembro de la familia en contra de la mujer o demás integrantes del núcleo familiar”. Esta ley fue derogada parcialmente al entrar en vigencia el Código Orgánico Integral Penal (Ecuador 2014). Este código mantiene la definición de violencia intrafamiliar, sin embargo su enfoque es penal y se perdió la inmediatez en la obtención de las medidas de protección. Además de los delitos sexuales ya tipificados incorporó el femicidio. El tema de la libertad sexual que estaba contemplado en la ley desapareció en el código. La tipificación colocó en la mira a los servicios judiciales (los juzgados, las comisarías nacionales y las comisarías de la mujer y la familia). Muchas investigaciones describieron a estos servicios (León 1995; Orellana 2000; Jácome 2003; Camacho, Hernández y Redrobrán 2010; Paillacho 2011). Cabe resaltar la investigación de Gloria Camacho y otra autoras que aportaron al debate al indicar el enfoque “familista” como el que primaba en los operadores de justicia y el uso dado a las boletas de protección de las usuarias dando pautas a otras investigaciones. Ivette Vallejo (2013) y Nancy Carrión (2013) analizaron la impunidad y el acceso a la justicia de las mujeres indígenas. Todas fueron investigaciones empíricas que describieron el fenómeno basado en datos cuantitativos y cualitativos sobre las denuncias, medidas de protección y sanciones. En esa línea de tipificación se inquirió sobre dos aristas de la violencia de género: la violencia política y la violencia patrimonial. En relación con la violencia política, María Arboleda y otras autoras (Arboleda, Gutiérrez, $ López 2012) desenmascararon a la 74 Silencios y acentos violencia institucionalizada de la “democracia patriarcal”, cargada de prácticas que excluían y subordinaban a las mujeres hasta convertirlas en objetos utilizados por los partidos y organizaciones políticas a su antojo. Indicaron “cuando las mujeres asumen un perfil deliberante ante las decisiones políticas, pasan de ser «reinitas a brujas» y viven campañas de acoso mediático y otras formas de maltrato” (Arboleda et al. 2012, 105) con sanciones para silenciarlas. La violencia patrimonial fue investigada por Carmen Diana Deere, Jaqueline Contreras y Jennifer Tyman (2014). Las autoras advirtieron que esta forma de violencia aparece porque las mujeres desconocen las leyes y porque confían en que los hombres actúan de buena fe. Indicaron también que muchas veces ellas preferían renunciar a sus derechos para lograr romper su relación de pareja cargada de violencia. Concluyeron que era clave incorporar la violencia patrimonial como una violación de derechos humanos con el fin de superar la situación de vulnerabilidad de las mujeres en caso de separación, divorcio y viudez. Los servicios municipales se nutren de esta matriz. En la normativa se enunció como objetivo de los servicios: “contribuir a la construcción de una cultura de paz y participación ciudadana, mediante una administración de justicia desconcentrada, con el trabajo interinstitucional coordinado eficiente, eficaz y efectivo” (Quito 2009, Artículo 1). El hincapié puesto en la justicia evidencia que el problema se construyó en esta matriz como una contravención o delito. Y por lo tanto la denuncia y la sentencia eran parte de las soluciones frente a este problema. La normativa estableció que los servicios están destinados a las “víctimas de violencia de género, intrafamiliar e institucional, del incumplimiento de medidas de amparo, lesiones por violencia intrafamiliar, maltrato infantil y delitos sexuales” (Quito 2009, Artículo 2). La referencia a la violencia institucional recogió el debate sobre la violación de derechos por parte de las instituciones del Estado. Sin embargo en las metodologías de los servicios no se evidencia ningún programa o actividad vinculada a esa temática (MDMQ 2004, 2011). Se evidenció también una suerte de híper-judicialización de los servicios con la incorporación de otros juzgados que nada tenían que ver con la temática en la misma infraestructura (MDMQ 2011). Los y las profesionales de los servicios centran buena parte de su accionar en peritajes acorde a la demanda de los servicios de justicia, 75 Silencios y acentos salvo el caso de uno de los servicios que ha mantenido otras intervenciones (MDMQ 2004). Esta matriz tuvo como efecto un mayor posicionamiento de la violencia de género como un problema y su desnaturalización, sin embargo su judicialización ha implicado que la violencia se convierta en un problema individual que debe ser resuelto en el ámbito judicial. Ámbito que como veremos más adelante no ha dejado se estar inserto en las lógicas patriarcales. Coda: voces desde la seguridad ciudadana Otra configuración se desprendió del abordaje de los derechos humanos: la violencia de género como un problema de seguridad ciudadana (F. Carrión 2014). Según Andreina Torres (2010, 4) este discurso se incorporó en la región por el incremento de los delitos debido a las inequidades sociales, la exigencia de la seguridad como un bien público, el aumento de seguridad privada y el deterioro de la imagen de la policía. En consonancia, las miradas regionales se volcaron hacia las ciudades seguras para las mujeres (Falú y Segovia 2007)". La matriz discursiva desde la seguridad retomó las relaciones de poder y la desigualdad (F. Carrión 2008) y apuntó al dominio masculino y heterosexual como el motivo de la perpetuación de la violencia de género (Torres 2008). La adscripción al concepto “violencia de género” (Segura Villalva 2006; Torres 2008) colocó la escucha en la persecución sufrida por trabajadoras y trabajadores sexuales, en la violencia derivada de la opción sexual y en el acoso sexual callejero. Las autoras volvieron sobre la impunidad de los delitos y pusieron sobre el tapete al “repudio social” hacia ciertos grupos como obstáculo para acceder a la denuncia (Torres 2008). Este enfoque enfatizó en el espacio público con la intención de eliminar la dicotomía público-privado, según Fernando Carrión (2008). El autor señaló el acceso restringido de las mujeres al espacio público como una contribución para su aislamiento y por ello al 15 Este proceso ha sido apoyado y financiado por ONU-Mujeres. Quito también participó del Programa Ciudades seguras para las mujeres impulsado por esta organización. 76 Silencios y acentos Los enfoques de derechos humanos han enfatizado la tipificación de ciertas violencias y el acceso a la justicia y la seguridad. El discurso feminista que posicionó a la violencia de género como problema ha sido usado para legitimar un modelo de control del crimen (Ferraro, 1996) lo que reduce el problema a castigos y protecciones. Los discursos de seguridad traen, sin embargo, la idea del derecho a la ciudad; nos remiten a las voces que claman por una visión basada en el goce, el disfrute y las libertades. ¿Qué consecuencias ha acarreado este silencio? ¿Por qué unas voces se silencian y otras se acentúan? Esbozaré algunas respuestas. La consecuencia de la primera pregunta es que las voces silenciadas han sido interpretadas en la literatura como ausencias. Las investigaciones presentadas evidencian que las luchas de las feministas en las calles de Quito han venido acompañadas de producciones teóricas; fueron aportes importantes académicos que no se generaron dentro de espacios universitarios. Se muestra también, lo contrario a lo planteado por Roberto Castro y Florinda Riquer (2003): en el país sí han existido trabajos de investigación que ponen a dialogar la producción teórica y la base empírica. Asimismo indica que las teóricas no solamente estaban preocupadas por la violencia en el ámbito privado sino también por otras violencias, lo cual pone en entredicho la aseveración de Andreina Torres (2008). No se trata de la ausencia de investigaciones sino que las existentes han sido soterradas para dar cabida a saberes hegemónicos. Los saberes hegemónicos vinculados al enfoque de derechos humanos se sedimentaron en el acceso a la justicia. Discurso que dotó de “peso moral y jurídico” (Orellana 2000) al problema para exigir a los Estados prevenirla, erradicarla y castigarla y hacer de la exigibilidad un proceso social, político y legal (Valladares 2004). Discurso que se ha usado estratégicamente como una herramienta de lucha, a veces con fuerza y otras sutilmente pero no ha transgredido el orden totalmente, como explicaré más adelante. Sin embargo, la consecuencia de esta sedimentación ha sido la reducción problema al ámbito legal y su inserción en las lógicas del “poder judicial”. Lógicas que no han dejado de ser patriarcales, androcéntricas y homogeneizadoras, como bien han criticado varias autoras a nivel nacional y regional (Facio 2003; Valladares 2004). Esta construcción del problema ha implicado que su solución y las intervenciones se centren en el acceso a la justicia; esto ha implicado la simplificación del problema en un “único momento: el de la denuncia” (Marugán y Vega 2002). 79 Silencios y acentos Las lógicas del poder judicial también han acentuado la construcción del binomio víctima-victimario. Comparto con Judith Salgado (2008, 94) la idea de que la victimización de una persona brinda mayor posibilidad de ser reconocida como titular de derechos, lo que no sucede cuando lo que se aborda la libertad sexual, la capacidad de escoger, de transformar y de ejercer el poder. Sin embargo como alertaron María Cuvi y Alexandra Martínez (1994), tras este abordaje victimista subyace el supuesto de que la identidad es algo fijo y dado junto con la negación de las diversidades. La dicotomía mujer víctima-hombre victimario profundiza los estereotipos de género (Izquierdo 1998), lo que mantiene el status quo. Coincido con los planteamientos de Wendy Brown (2004): el discurso de los derechos humanos produce ciertos tipos de subjetividades y de sujetos que requieren ciertos tipos de protecciones. De lo antes enunciado se desprende otro efecto: la construcción de la violencia de género como un problema judicial no ha favorecido la despatriarcalización ni ha construido, necesariamente, caminos desde la institucionalidad para conseguir mayores libertades sexuales, el anhelo de las feministas del país a mediados de los ochenta e inicios de los noventa del siglo pasado. Por el contrario, la atención judicializada de dicha violencia ha servido, en muchos casos, como un mecanismo de gobernabilidad y disciplinamiento (Foucault 1975/1996). Como han indicado algunas autoras en los juzgados (P. Carrión 2009; Porras 2011), en las comisarías de la mujer y la familia'* (Camacho et al. 2010) y en algunas líneas de intervención municipal (MDMQ 2004) han primado visiones “familistas”, que pretenden restaurar el orden y se distancian de las ideas trasgresoras que dieron origen al problema. Otro efecto es la criminalización de la violencia de género (Izquierdo 1998). Si bien el planteamiento del problema en el ámbito de los derechos permitió desnaturalizarla, al adentrarla en los terrenos de la criminalización ha ido contracorriente de lo planteado cuando fue construida como problema social. La violencia de género ha vuelto al ámbito de lo privado y se ha reducido, en el mejor de los casos, a protecciones, culpas y castigos que recaen sobre individuos. Poco se ha avanzado en cambios profundos. El efecto de 1 Las comisarías de la mujer y la familia estuvieron en funcionamiento hasta 2014 momento en que entraron en funcionamiento los juzgados especializados de atención a la violencia hacia las mujeres y miembros de la familia. 80 Silencios y acentos ubicar a la violencia de género en esta arena ha sido su despolitización. Apunto a esta despolitización porque considero que al silenciar el abordaje de la sexualidad y del cuerpo se dejaron de lado los elementos discursivos que implicaban un mayor cuestionamiento del orden patriarcal. Ha sucedido lo mismo en otras latitudes donde el discurso feminista ha sido solapado por el del crimen (Ferraro 1996). No se puede olvidar que el proceso de institucionalización de la violencia de género en las leyes y servicios estatales vino de la mano del discurso de desarrollo promovido por la cooperación internacional. Se insertó el “enfoque de género” como base conceptual, lo que, parafraseando a Silvia Vega (2004), desdibujó el carácter político y contestatario de las prácticas y discursos feministas. Comparto la idea de Raquel Rodas (2007) de que buena parte del accionar político del movimiento de mujeres y feminista se centró en la consecución de derechos; pasó de “la exigencia de libertades al requerimiento de facultades”. Otra posible explicación de lo que ha mantenido a la sexualidad en un agujero profundo nos remite a los planteamientos de Pilar Troya (2007) y de Kathya Araujo y Mercedes Prieto (2008). Para la primera autora algunas fracciones del movimiento de mujeres y feminista, quizás las que encabezaron los procesos de institucionalización, dejaron de lado el tema de la sexualidad. Para las segundas, ni la academia ni los estudios en ciencias sociales han abordado esta temática en la región. Al contrario de lo planteado por María Cuvi (2003), quien sostuvo que la violencia de género fue uno de los discursos feministas que tuvo resonancia en la sociedad y que entró de alguna manera en imaginarios, símbolos y representaciones, mi planteamiento es que la institucionalización de la violencia de género lejos de generar una transformación cultural, ha sido cooptada y significada sin generar sismo en el orden preestablecido. A manera de cierre Mi apuesta política y teórica es que en este momento nuevos sentidos eclosionan en voces que aún no han sido escuchadas en los servicios y en las leyes. La sexualidad ha 81 Silencios y acentos Cordero, Tatiana, ££ Maira, Gloria. 2011. Femicidio en la prensa escrita. Una visión desde lo local. Informe final de investigación. Quito: Comisión de Transición del CONAMU. Cordero, Tatiana, $: Sagot, Montserrat. 2001. Explotación sexual de niñas, niños y adolescentes. Quito: Corporación Promoción de la Mujer-Taller Comunicación Mujer. 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En un caso se plantea la noción de sujeción, pero en ninguno se evidencia su agencia. Finalmente las tramoyas se componen de la victimología clínica y el paradigma de salvación. Palabras clave: intervención psicológica -violencia de género-producciones narrativas Stage machinery, characters and plots in psychological acting in gender violence in Quito Abstract With this article I hope to contribute to the debate over psychological acts in gender violence based on narrative produced by social service professionals in Quito. The narratives were analyzed as imaginary productions from which stage machinery, characters and plots emerged. The plots of violence evidence a simplistic, dichotomous and universal view of the problem. The characters of the violence are conceived as victims who are essentialist, homogeneous, at fault, subjected to discourses, but never is there evidence of their agency. Finally, the stage machinery is composed of clinical victimology and the paradigm of salvation. Key word: psychological intervention- gender violence-narrative productions Y Este artículo fue fruto de una investigación de tesis realizada en el marco del Programa de Doctorado en Psicología Social de la Universitat Autónoma de Barcelona. Fue aceptado en octubre del 2015 para ser publicado en la revista Universitas Psychologica. 89 Tramoyas, personajes y tramas Introducción La creación teatral, donde se encarna un personaje y se utiliza una tramoya para construir una escena a partir de una trama, ha sido parte de mi cotidiano. Este artículo es una fijación temporal de las narrativas de cuatro profesionales de la psicología para encontrar en sus palabras maneras de concebir una trama: la violencia de género como problema social; unos personajes: las usuarias de los servicios; una tramoya: los mecanismos que entran en juego en la actuación de profesionales de psicología. La actuación psicológica en violencia de género ha sido un tema ampliamente debatido en distintas latitudes (Cabruja, 2004; Lloret i Ayter, 2004; Otero, 2009; Romero, 2010; Salgado Diez, 2012; entre otras), sin embargo, en el caso ecuatoriano no se ha realizado un análisis exhaustivo de esta actuación y sus efectos. En este artículo pretendo aportar a este debate indagando de modo particular diversas maneras de comprender el problema, los sujetos de intervención y la actuación de psicólogos y psicólogas en servicios públicos de atención a la violencia de género de Quito, Ecuador; e identificar los mecanismos que entran en juego para su construcción y sus efectos. El análisis se realizó a partir de las concepciones de profesionales de la psicología que trabajaban en servicios públicos de prevención y atención a personas en situaciones de violencia intrafamiliar, violencia de género, maltrato infantil y delitos sexuales. Estos servicios juntaban, en un mismo espacio físico, a las comisarías de la mujer y la familia”, la fiscalía, las policías especializadas en atención a la violencia intrafamiliar, la policía especializada en niñez, la policía judicial y un equipo técnico conformado por profesionales de psicología, trabajo social y derecho. Estos servicios se han vuelto un referente para las políticas sociales relacionadas a la violencia de género en el caso ecuatoriano y en otras latitudes. Es necesario, entonces, profundizar en el análisis crítico de estos servicios, más aún cuando en Quito, hay un proceso de transición de la institucionalidad en la atención a la violencia de género. 1% En el momento en que realicé las narrativas las Comisarías de la Mujer y la Familia estaban en funcionamiento, actualmente atienden las Unidades Judiciales especializada de Violencia contra la Mujer y la Familia. 90 Tramoyas, personajes y tramas El texto consta de seis secciones. En la primera sección explico cómo se llevó a cabo la investigación. Desde la segunda hasta la quinta sección presento los resultados y la discusión. Cierro con algunas conclusiones. 1. Didascalias o a manera de metodología Esta investigación se basó en el concepto de conocimiento situado: el conocimiento es objetivo en tanto práctica política y no existe una realidad para ser develada por quien investiga, pero sí versiones sobre el mundo y sus relaciones (Haraway, 1991/1995). Investigar es un diálogo con diferentes voces. La palabra es una interacción, un complejo mosaico con variaciones, connotaciones y significados diversos, llena de acentos ideológicos e intenciones (Danow, 1991, p.37). A partir de estas premisas utilizamos para recolectar la información las Producciones Narrativas (Balasch $: Montenegro, 2003); y para analizar los datos las Figuraciones (Aguirre Calleja, 2012). Las narrativas, como indican Antar Martínez y Marisela Montenegro (2014, p.114) “concede(n) a la narradora un rol activo y constructivo; el sujeto genera una narración particular, propia de su posición, perspectiva y subjetividad” respecto al fenómeno analizado. Las producciones narrativas son producto de la relación entre participantes e investigadora, “sujetos múltiples constituidos por relaciones de poder que imbrican la clase, la sexualidad, la edad y la etnicidad” (Gandarías Goikoetxea £ Pujol Tarrés, 2013, p-80). Las figuraciones, escribe Ana Aguirre (2012), tienen la posibilidad de generar otras formas de comprensión del conocimiento, “la figura no representa el objeto sino sirve de mapa de las relaciones de éste con el mundo y señaliza los efectos de estas relaciones (...)” (p.15). Analizar las narrativas como figuraciones implicó construir estos mapas relacionales sobre las concepciones del problema, de las usuarias de los servicios y de la actuación profesional. Los mapas fueron evocando imágenes y tomaron la forma de actos con personajes, tramas y mecanismos. Las producciones narrativas fueron elaboradas con tres psicólogas y un psicólogo que actuaban en servicios públicos. Escogí entrevistar a quienes tenían diversos enfoques teóricos en la atención. Laura, Alberto y Tamara, cuyos nombres son ficticios, trabajaban 91 Tramoyas, personajes y tramas Penal ecuatoriano (2014) se tipifica la violencia a la mujer en el núcleo familiar, restringiéndola al ámbito privado y sin enunciar que se trata de un efecto de las relaciones de poder basadas en género. La nominación de las relaciones de poder se da cuando se trata de: acoso sexual en una situación laboral, docente, religiosa o similar. El femicidio es el único caso en el que se nombran las relaciones de poder basadas en género. Quedan tras bastidores las relaciones de poder basadas en género en otros delitos y otras violencias como la patrimonial, la violencia política o el acoso sexual callejero, por citar algunas, que no son nombradas en el código. En contrapunto, la norma también establece la “protección de la víctima”. Para Alberto el peritaje define si una persona está en peligro, lo que permite brindar “medidas de protección”. Estas medidas son una presencia material y simbólica de la ley en el ámbito privado. Presencia que es usada por las mujeres como un símbolo de que están protegidas por el Estado. Su uso puede denotar una expresión de agencia, pues según Camacho, Hernández, 8£ Redrobán (2010, p.205) las usuarias de las comisarías no buscan necesariamente la sentencia, que es lo que el sistema promueve, sino contar con las medidas de protección. En este sentido las mujeres actúan en las fisuras de lo que se espera del sistema judicial. El personaje de esta escena es “la víctima”. El peritaje pretende conocer si se trata de una verdadera o una falsa víctima. Permite identificar si la persona dice la verdad o está obteniendo una “ganancia” del sistema de justicia, conforme lo indican Jenny Cubells, Pilar Albertí y Andrea Casamiglia (2010, p.97). La manera de definirlo es a partir de parámetros y clasificaciones basados en el diagnóstico psicológico para establecer cuándo se es víctima y cuando no. Este proceso construye y normaliza a la “víctima”. Esta construcción tiene algunos efectos: la homogeneización, la esencialización, el afianzamiento de estereotipos de género, la invisibilización de las relaciones de poder, el ocultamiento de las causas y el despojo de la capacidad de agencia. Coincido con Chandra Talpade Mohanty (1988/2008): la categoría “víctima” homogeneíza; en ella todas las diferencias y especificidades se diluyen dando lugar a una condensación de significados única. Todo aquello que escapa a esta condensación evidencia una “falsa víctima”. Como dicen Marisela Montenegro e Isabel Piper, la construcción del sujeto víctima implica “una articulación de sentidos en la cual todas las 94 Tramoyas, personajes y tramas experiencias y secuelas de la violencia se convierten en la misma, operando como si todas las individualidades que están bajo esa misma categoría fueran idénticas entre sí” (2009, p.50). Si bien las autoras mencionadas aluden a otra situación, en el caso de la violencia de género se evidencia, como indica Tamara, que la manera de clasificar a las víctimas es acorde a las secuelas físicas o emocionales que deja la agresión. Esto implica que las huellas dejadas por la violencia deben ser parecidas para poder ser clasificada como víctima. Se tiende a construir una mirada victimista como la apuntada por María Cuvi y Alexandra Martínez (1994). Esta concepción favorece, en última instancia, el mantenimiento de roles tradicionales de género. Se plantea de partida que la mujer debe ser víctima pasiva y requiere protección, mientras el hombre es victimario activo merecedor de castigo como explica María Jesús Izquierdo (2007, p.229). Al construir a la víctima se constituye al victimario en contraposición de una manera monolítica (Casado, 2012). La configuración del personaje “víctima” es estereotipada, a partir de las dinámicas institucionales y desde aquello que profesionales y agentes de justicia creen que debe ser “la maltratada” y la “relación de pareja”, dejando de lado la variabilidad y las especificidades socio-históricas (Cubells et al., 2010, p.96). Al configurar a la víctima de la violencia de género desde unos parámetros psicológicos no se abre espacio para la re significación de las relaciones de poder, por el contrario vuelve rígido al concepto de género como indica Heleith Saffioti (2001). Esto conlleva a la esencialización de la categoría víctima. Ciertas características, establecidas por quienes intervienen en los servicios, marcan al sujeto que vive violencia de género. Marcación que objetiva y cuyo efecto es mostrar al sujeto como sustancia fija y origen del problema y no como consecuencia (Ema, 2006). La impronta de la violencia, que es clasificada en los servicios, se convierte en las características de las personas. Finalmente la noción de víctima conlleva la idea de falta de agencia. Cuando la persona denota cierta agencia en sus acciones o ideas, como el acudir al servicio por una pensión alimenticia elevada, Alberto y Laura la conciben como la que pretende tener una ganancia del proceso. 95 Tramoyas, personajes y tramas La tramoya en esta escena es la de extraer verdades. La actuación psicológica en el ámbito pericial implica un “escrutinio meticuloso sobre el testimonio de la víctima” (Cubells et al., 2010, p.105), para dotarlo de un carácter de verdad. Conjuga reglas y procedimientos de las estructuras de justicia y los dispositivos de la psicología como disciplina insertada en el mismo flujo de poder (Vicentin $: de Oliveira, 2012). Recurre a clasificaciones, a simplificaciones y al uso de vocabulario especializado (Rose, 1996/1998, p.86-87) para entregar argumentos y evidencias a los operadores de justicia. A partir de un psicodiagnóstico desarrolla una suerte de victimología clínica. Práctica que a la vez que confiere verdad al testimonio “calibra a los individuos en verdad” (Foucault, 1975/1996). La actuación del profesional de la psicología se vuelve un tamiz por el que pasan las palabras de las usuarias para convertirse en verdaderas. La experticia (Rose, 1996/1998:86) se vale de utilería: títulos, certificados, credenciales, reglamentos, grabadoras, procedimientos, técnicas, informes, rituales e incluso, como apunta Alberto, elementos dados por una visión mediática? de la disciplina. Utilería que respalda el papel de las y los profesionales de la psicología como “funcionarios de la verdad” (Vicentin £ de Oliveira, 2012). La objetividad de la psicología es requerida en tanto discurso científico que dota de verdad e imparcialidad al discurso jurídico (Cubells et al., 2010, p.93). Sin embargo, la aparente objetividad esconde tras bastidores concepciones patriarcales de los y las profesionales y es usada al antojo por los operadores de justicia según sus conveniencias, creencias e incluso conforme prácticas corruptas, según explican Tamara, Laura y Alberto. El discurso de la psicología es auxiliar al jurídico y se convierte en parte de la tramoya de la representación de la justicia, de su “juego sucio” que está al servicio del orden patriarcal, concluyen Alberto y Tamara. 3. Acto segundo: “Ayudar a la persona a encontrar ese sujeto de deseo” El acto, narrado por Laura, apunta a la actuación terapéutica y transcurre en espacios de psicoterapia en los servicios municipales. 2 Me refiero al concepto mediático en tanto la visión de la psicología forense como disciplina capta el interés del público a través de su difusión en un medio de comunicación. 96
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