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HEINRICH
WÓLFFLIN
CONCEPTOS
FUNDAMENTALES
DE LA
HISTORIA DEL ARTE
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LO LINEAL Y LO PICTÓRICO
OBSERVACIONES GENERALES
1. Lineal y pictórico. Imagen táctil e imagen visual
Si queremos expresar en términos generales la diferencia entre
el arte de Durero y el de Rembrandt, decimos que en el de Durero
da la Lónica el dibujo, mientras en el de Rembrandt lo pictórico
predomina. Con lo cual tenemos conciencia de haber caracteri-
zado algo más que lo personal: la diferencia de dos épocas. La
Pintura occidental, que fue lineal durante el siglo XvI, se desen-
volvió francamente en el sentido pictórico durante el siglo XvIL
Aunque no hubo más que un Rembrandt, se verificó dondequiera
un cambio radical de hábitos en la mancra de ver, y quien tenga
interés en aclarar su relación con el mundo de lo visible ha de
considerar y poner en claro, por de pronto, cuanto se refiere a es-
tas dos maneras de ver, tan distintas cn el fondo. La manera pic-
tórica es la posterior, y no es fácil de concebir sín la primera, pero
no es la indiscutiblemente superior. El estilo lineal ha originado
valores que el estilo pictórico ya no poses ni quiere poseer. Son
dos concepciones del mundo que la enfocan de modo distinto, se-
gún su gusto e interés, y que, sin embargo, son igualmente aptas
para dar una imagen completa de lo visible,
Aunque la línea no significa, dentro del fenómeno del estilo li-
neal, más que una parte de la cosa, y el contorno del cuerpo na
Puede separarse de lo que contiene, se puede usar, sin embargo,
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leza, un cuadro con tan sorprendente apartamiento entre el dibujo
y la cosa no se encuentra, desde luego, en la época de Rembrandt;
empero el impresionismo ya está allí fundamentalmente. Todo el
mundo conoce el ejemplo de la rueda en movimiento: para el
efecto, pierde los radios, los cuales son sustituidos por círculos
concéntricos indeterminados, llegando a perder su pura forma
geométrica incluso el círculo de la llanta, Pues bien: tanto Veláz-
quez como el apacible Nicolaes Maes han pintado esta impre-
sión. La interpretación borrosa es lo que hace que gire la rueda.
Los signos de la representación se han alejado por completo de la
forma real. He aquí un triunfo del parecer sobre el ser.
Pero, después de todo, esto no es más que un caso periférico.
La nueva representación abarca tanto lo que se mueve como lo
inmóvil. Dondequiera que se reproduzca el contorno de una es-
Tera en reposo, no como forma circular geométricamente pura,
sino en líncas rotas, quedando el modelado de su superficie des-
compuesto en manchas de luz y sombra independientes, en vez
de procedersc por gradaciones imperceptibles, nos encontramos
ya en terreno impresionista.
Y si es cierto que el estilo pictórico ne reproduce las cosas en
sí, sino que representa el mundo en cuanto visto, es decir, con la
realidad con que aparece a los ojos, queda dicho que las diferen-
tes partes de un cuadro son vistas desde un punto único y la
misma distancia, Esto parece evidente... Pero no lo es, Para una
visión nítida, la distancia es algo relativo: distintas cosas requie-
ren distintas proximidades oculares. En uno y el mismo conjunto
de formas pueden darse problemas completamente distintos para
la vista. Se ve, por ejemplo, muy clara la forma de una cabeza;
pero el dibujo del cuello de encaje que ostenta más abajo pide
una aproximación o, por lo menos, una especial colocación de los
ojos si han de ver claramente lo que quieren. El estilo lineal,
como representación de la realidad, hizo, sin más, esta concesión
a favor de la claridad objetiva. Parecía completamente natural
que se quisiesen reproducir las cosas cada una en su traza justa,
de modo que resultasen perfectamente claras. No existía funda-
mentalmente para este arte la demanda de una interpretación óp-
tica unitaria, precisamente en sus manifeslaciones más puras.
LO LINEAL Y LO PICIÓRICO 6l
Holbein, en sus retratos, persigue hasta en lo más nimio la forma
de los encajes y de la orfebrería. Por el contrario, Frans Hals ha
pintado alguna vez un cuello de encajes como si fuese un fulgor
blanco nada más. No pretendía dar otra cosa que lo recogido por
la mirada al pasar sobre el conjunto. Naturalmente, el fulgor ha de
parecer tal, que nos convenza de que en definitiva tiene todos los
detalles, y que sólo se debe a la distancia la apariencia imprecisa.
La medida de lo que es posible ver como unidad ha sido apre-
ciada muy diversamente. Aunque suele llamarse impresionismo
únicamente al grado máximo, ha de tenerse en cuenta, sin em-
bargo, que esto no significa nada esencialmente nuevo. Será difí-
cil determinar el punto en que termina lo «puramente pictórico» y
empieza lo impresionista. Todo es aquí transición. Por tal motivo
apenas si es posible fijar la última manifestación del impresio-
nismo que pudiera considerarse como su perfección clásica.
Antes puede esto concebirse en el otro terreno. La obra de Hol-
bein es, en realidad, la insuperable personificación del arte de la
realidad, del cual se han eliminado todos los elementos del mero
parecer. No cxiste —y es digno de nota— un término adecuado
para esta forma de representación.
Aún más, La visión unitaria va ligada, naturalmente, a una
cierta distancia, Pero la distancia impone que la redondez corpó-
rea vaya adquiriendo una apariencia cada vez más plana. Allí
donde acaban las sensaciones táctiles, allí donde no se aprecian
más que tonos claros y oscuros yuxtapuestos, está preparado el
Lerreno para la representación pictórica. Y no es que falte la im-
presión de volumen y de espacio; al contrario, la ilusión corpórea
puede ser más enérgica; pero esta ilusión está conseguida no in-
troduciendo en el cuadro más plasticidad que la contenida real-
mente en la apariencia del conjunto. En esto se diferencia un
aguafuerte de Rembrandt de cualquier grabado de Durero. En
Durero, el esfuerzo incesante por ganar valores táctiles, y un di-
bujo que por dondequiera que vaya persigue la forma en sus lí-
heas modeladoras; en Rembrandt, por cl contrario, la tendencia a
apartar la imagen de la zona táctil y eliminar en el dibujo cuanto
se refiera a experiencias inmediatas de los órganos táctiles, de
modo que en ocasiones la forma bombeada se dibuja como un
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simple plano con una serie de trazos rectos, sin que por cllo haga
el efecto de plana en relación con el conjunto. Este estilo no se
evidencia en él desde el principio. Dentro de la producción de
Rembrandt hay una evolución evidente. Así, la primera Diana en
el baño está todavía modelada en un cstilo (relativamente) plás-
tico, toda ella con líneas curvas, forma por forma; pero los poste-
riores desnudos femeninos, vistos en conjunto, no llevan casi más
que lineamentos planos. La figura, en aquél, resalta; en las com-
posiciones posteriores, al contrario, está sumergida en la suma de
tonalidades que forman el ambiente o espacio. Pero lo que en el
wazado del dibujo se prescnia claro es también, naturalmente, lo
que constituye la basc de la imagen pintada, aunque tal vez al
profano le sca más difícil darse cuenta exacta,
Allende la comprobación de estas hechos característicos del
arte de la representación en superficies, no se debe olvidar que
tendemos a un concepto de lo pictórico que impere también fuera
del campo especial de la pintura y signifique para la arquitectura
tanto como para las artes imitativas.
2. Lo pictórico-objetivo y su antítesis
En los párrafos precedentes se ha tratado de lo pictórico como
de una cuestión de interpretación, en el sentido de que no atañe al
abjeto, sino que es el ojo el que, según su albedrío, interpreta
todo, de una u otra manera, pictórica o no pictóricamente,
Ahora bien: no puede negarse que, en la naturaleza misma, ca-
lificamos ya de pictóricas ciertas cosas y situaciones. Parece ser a
ellas inherente este carácter pictórico independientemente de la
interpretación especial que les dé una pupila predispuesta a lo
pictórico. Picrórico en sí y por sí no hay nada, naturalmente; in-
cluso lo llamado objetivamente pictórico sólo llega a serlo en
función del sujeto; pero, por lo mismo, los motivos cuyo carácter
pictórico se basa en situaciones efectivas y comprobables, se pue-
den destacar como algo especial. Son éstos los motivos en los
que cada forma singular entra de tal modo en una conexión más
vasta, que suscita una impresión de general movimiento. Si a esto
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se añade el movimiento real, tanto mejor; pero no es necesario.
Pueden ser intrincamientos de forma los que operan pictórica-
mente, o bien puntos de vista e iluminaciones especiales: la cor-
poreidad fija y tranquila será escamoteada por el encanto de un mo-
vimiento que no está en el objeto, con lo cual queda dicho gue el
conjunto existe para la vista solamente como «cuadro» que nunca,
ni siquiera en un sentido ideal, podrá ser táctilmente aprehensible,
Se dice que es pintoresca ! la figura andrajosa del mendigo,
con su sombrero abollado y los zapatos rotos, mientras que los
sombreros y las botas recién salidos de la tienda se tienen por an-
tipintorescos. Les falta la vida bullente y rica de la forma, compa-
rable a los rizos del agua, al soplo del viento. Y si parece esta
imagen impropia para los andrajos del mendigo, pensemos en ri-
cas vestiduras, a cuya superficie se imprime movimiento, con
igual resultado, rompiéndola mediante unas aberturas o por el
simple impulso de los pliegues.
Por las mismas razones hay una pintoresca belleza de las rmi-
nas. Se ha roto la rigidez de la forma tectónica, y al desmoronarse
los muros, al formarse grietas y boquetes y en ellos crecer las ma-
tas, surge una vida que se desprende de la superficie como un es-
tremecimiento, como un fulgor. Y al conmoverse los bordes y de-
saparecer las ordenaciones y líneas geométricas, la construcción
entra a formar un todo pintoresco cor las formas de la naturaleza
que se mueven libremente, con los árboles y las colinas, vincula-
ción vedada a la arquitectura no ruinosa.
Un interior parece pintoresco no cuando es el armazón de te-
chumbre y paredes lo que airae la atención, sino cuando reina la
oscuridad en sus ángulos y hay multivud de enseres en sus rinco-
nes, de modo que de tado ello se desprenda, unas veces jocunda y
otras veces tácita, la impresión de un movimiento que todo lo in-
vade. Ya el gabinete en el grabado de Durero, San Jerónimo, pa-
rece pintoresco; pero si se le compara con las cuevas y cabañas
1. El término alemán malerisch, con que el autor expresa su concepto de lo
picrórico, significa también pintoresco en su acepción vulgar. Nos servimos en la
prescnte versión de esta última Jorma cuando su uso es adecuado, pero conside-
ando en ella implícito el concepto de lo pictórico.
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64 HEINRICH WÓLPFLIN
en que moran las familias labricgas de Ostade, resultará que es
aquí la sustancia decorativo-pintoresca tan superior, que desearí-
amos haber reservado tal calificativo para estos casos.
La opulencia de líneas y masas producirá siempre una cierta
ilusión de movimiento; pero preferentemente son las ricas agru-
paciones las que proporcionan los conjuntos pintorescos. ¿Qué es
lo que produce el encanto de los rincones pintorescos de una cin-
dad vieja? Junto a la movida disposición de los ejes contribuyen,
sin duda muy fuertemente, el motivo de traslapos y puntales. No
sólo quiere decir esto que quede un misterio por descifrar, sino
que al complicarse las formas surge una figura total que es algo
distinto de la mera suma de las partes, El valor pintoresco de esta
nueva figura habrá que apreciarlo en tanto más cuanto más sor-
prendente resulte frente a las formas conocidas de las cosas. Todo
el mundo sabe que entre los posibles aspectos de un edificio el
menos pintoresco es el de la fachada, porque sc corresponden por
completo la apariencia y la cosa, Pero en cuanto entra en juego el
escorzo se separa de la cosa, apariencia, la forma de la imagen es
Otra que la forma del objeto, y decimos que tiene una gracia de
movimiento pintoresca, Sin duda desempeña un papel importante
en la impresión de tal escorzo la huida hacia el fondo: el edificio
cobra profundidad. La consecuencia óptica efectiva es que en
este caso pasa a segundo término la claridad objetiva, tras una
apariencia en la que el contorno plano sc ha despojado de la pura
forma objetiva. Ésta no se ha hecho irrecognoscible, pero la es-
quina que presenta ya no es un ángulo recto, y las líneas paralelas
que ostentaba han perdido su paralelismo, Mientras todo se des-
Plaza ahora, silueta y dibujo interno, surge un juego de formas
completamente independiente que se saborea tanto más cuando, a
pesar de todo, se mantiene la forma original y fundamental en el
cambio total de aspecto. Una silueta pintoresca no coincide nunca
con la forma del objeto.
Es naural que las formas arquitectónicas movidas lleven por sí
mismas ventaja a las formas tranquilas para producir la impresión
pintoresca. Cuando se trata de un movimiento real el efecto surge
aún más fácilmente. No hay nada tan pintoresco como la muche-
dumbre agitada de un mercado, donde no sólo por el amontona-
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 65
miento y confusión de personas y cosas se sustrae la atención de
los objetos aislados, sino que el espectador, precisamente por tra-
tarsc de un todo movido, se siente solicitado para abandonarse a
la mera impresión visual sin detenerse a controlarla detatlada-
mente con los datos plásticos. No todos secundan esta solicita
ción, y quien la obedece puede hacerlo en varios grados; es decir,
la bcileza pintoresca de la escena puede ser entendida de varios
modos, Pero aun tratándose de una representación puramente Ji
neal, quedaría siempre margen —y esto es lo decisivo— para un
cierto efecto decorativo-pintoresco.
Y ya no es posible dejar sin mención en este contexlo el mo-
tivo de las ¡teminaciones (efectos de luz) pintorescas. También
ahora se trata de hechos objetivos a los cuales se les atribuye un
carácter decorativo-pintoresco independientemente de la manera
de ser aprehendidos. Para el sentir vulgar son, ante todo, los ca-
sos en que la luz o las sombras hacen caso omiso de la forma, es
decir, que se oponen a la claridad del objeto. Ya pusimos como
ejemplo la iluminación pintoresca de un interior de iglesia.
Cuando el rayo solar que cae atraviesa la oscuridad y traza de un
modo, al parecer arbitrario, sus figuras en las pilastras y en el
suelo, resulta un tan cabal espectáculo, que el gusto vulgar ex-
clama satisfecho: «¡Qué pintoresco!» Pero hay situaciones en que
el esfumarse de la luz y su rehílo en el espacio impresionan con
la misma intensidad, sin que el antagonismo entre forma. y luz sea
tan rudo. La pintoresca hora vespertina es un caso de estos. En
ella lo objetivo es superado de otro mado: las formas se disuelven
en la atmósfera, pobre de luz, y se ven, en lugar de un número de
cuerpos aislados, inciertas masas claras y oscuras que se confun-
den en un ritmo común.
Los ejemplos de casos objetivamente pintorescos de esta clase
se ofrecen en gran cantidad, Contentémonos con estos ejemplos
decisivos, Es evidente que no todos tienen el mismo calibre: hay
impresiones de ritmo pintoresco más burdas o más finas según
haya participado más o menos en ellas lo objetivo plástico. Todas
tienen la propiedad de ser fácilmente accesibles a un tratamiento
pintoresco, pero no están forzosamente destinadas a ello. Incluso
cuando nos encontramos con ellas en el estilo lineal resultará un
70 HEINRICH WÓLFFLIN
realidad, no implica inferioridad fundamental el que el linealismo
corporice mejor la imagen táctil que la imagen visual. La apre-
hensión puramente óptica del mundo es una posibilidad, pero
nada más. A la par se acusará siempre la necesidad de un arte que
no sólo recoja la mera visión animada del mundo, sino que in-
tente también responder a experiencias táctiles sobre el ser. Toda
enseñanza hará bien en practicar en ambos sentidos la técnica de
la representación.
Hay cosas en la naturaleza, indudablemente, más propicias al
estilo pictórico que al lincal; pero es un prejuicio creer que el
viejo arte se sintiera cohibido por este hecho. Pudo representar
todo lo que quiso, y sólo tendremos idea exacta de su poder re-
cordando cómo al cabo dio con la expresión lineal incluso de co-
sas perfectamente antiplásticas: follaje, cabellos, agua, nubi
humo, fuego. Más aún: no es, en definitiva, cierta la opinión de
que estas cosas son más difíciles de someter a la línea que los
cuerpos plásticos. Así como en el tañido de las campanas cabe or
toda clase de voces, así puede también disponerse de muy dife-
rentes modos lo visible sin que nadie pueda decir que un modo
sea más verdadero que otro,
4. Lo histórico y lo nacional
Si alguna verdad histórico-artística se ha hecho popular ha sido
la del carácter lineal de los primitivos, viniendo luego la luz y la
sombra para predominar finalmente, es decir, para entregar el arte
al estilo pictórico. Por consiguiente, nada nuevo hacemos si ante-
ponemos la consideración de lo lineal. Mas al proponernos ahora
ir haciendo pasar los ejemplos típicos del linealismo hemos de
decir que éstos no se encuentran en los primitivos del siglo XV,
sino en los clásicos del XVL Leonardo, a nuestro juicio, es más li-
neal que Botticelli, y Holbein el Joven más lineal que su padre. El
tipo lineal no dio comienzo a la evolución modema, sino que fue
formándose y saliendo poco a poco en la transición de un género
estilístico aún impuro. El que la luz y la sombra se presenten
como factores importantes en el siglo XVI no resta nada a la pri-
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 71
macía de la línea. No lo niego: es seguro que los primitivos fue-
Ton también «lineales», pero yo diría que utilizaron la línea sin
sacar de ella provecho. Es bien diferente estar sujeto a una visión
lineal y trabajar a conciencia con la línea. La libertad absoluta de
la línea llega precisamente en el momento en que aparece en su
madurez el elemento contrario: luz y sombra. No es la presencia
de la línea lo que define el carácter del estilo lineal, sino —como
se ha dicho— el énfasis de su elocuencia, la energía con que se
obligue a los ojos a seguirla, El contorno del dibujo clásico ejerce
una coacción absoluta. El acento objetivo recae sobre él y es ye-
hículo portador del fenómeno decorativo. Está cargado de expre-
sión y reposa en él toda belleza. Dondequiera, y siempre que en-
contremos una pintura del siglo XVI, salta a la vista un tema lineal
decisivo, y belleza y expresión de la línea son una y la misma
cosa. En el cántico de la línea se revela la verdad de la forma.
La gran aportación de los cincocentistas está en haber supeditado
de un modo consecuente y absoluto la visibilidad a la línea. Com-
parado con el dibujo de los clásicos, el linealismo de los primiti-
vas resulta algo incompleto?.
En este sentido hemos considerado ya desde el principio a
Durero como punto de partida. Por lo que atañe al concepto de lo
pictórico, nadie ha de contradecirnos si le hacemos coincidir con
Rembrandt; pero cl caso es que la historia del arte le sitúa mucho
antes, pues le encasilla en la proximidad inmediata a los clásicos
del arte lincal. $e dice que Griinewald, comparado con Durero, es
pictórico; que Andrea del Sarto es, entre los florentinos, el «pic-
lor» por excelencia; que a su vez los venecianos constituyen
frente a los florentinos la escucla pictórica, y, por último, se pre:
tende caracterizar a Correggio con las notas del estilo pictórico.
En esto se venga la pobreza del lenguaje. Habría que tener
mil palabras para poder calificar todas las transiciones. Es siem-
* Hay que tener en cuenta que el cuatrocientos carece dé unidad como con-
cepto estilístico, El proceso del estilo lincal en el siglo Xv1 principia hacia la mú-
tad del siglo. La primera mitad es poco sensible a la línea o. si se quiero, más pic-
Lórica que la segunda. Sólo después de 1450 se vivifica cl sentido de la silueta,
que, naruralmente, prende más rápida y enérgicamente en el Suc que en el Norte.
72 HEINRICH WÓLFFLIN'
pre cuestión de juicios relativos: comparado con aquel estilo,
puede llamarse pictórico a éste. Griónewald cs, sin duda, más
pictórico que Durero; pero al lado de Rembrandl se destaca en
seguida como cincocentista, es decir, como hombre de siluctas.
En cuanto a reconocer a Andrea del Sarto un talento pictórico,
hemos de conceder que amortigua más los contornos y que aquí
o allá las superficies de sus paños se agitan ya de un modo pe-
culiar, a pesar de lo cual se sigue manteniendo siempre el pintor
dentro de un sentimiento plástico esencial. Serfa, pues, conve-
nte usar aquí con más continencia el concepto de lo pictó-
rico. Tampoco deben ser exceptuados del linealismo los. vene-
cianos si se aplican nuestros conceptos. La Venus en reposo, del
Giorgione, es una obra de línea, así como la Madonna Sixtina,
de Rafael.
De todos “us contemporáneos fue Correggio quien más se
apartó de la tendencia dominante. En él se ven claramente los es-
fuerzos por conseguir que la línea deje de ser elemento director,
Seguirán siendo líneas, líneas largas y fluidas, las que emplea,
sólo que sabe complicarlas al paso de tal modo, que a veces
cuesta trabajo seguirlas con la vista, y aparecen en las sombras y
luces aquellos lengústeos y rebasamientos como si pugnaran en-
tre sí y quisicran librarse de la forma.
El barroco italiano ha podido engarzar con el Correggio.
Pero ha sido más importante para el desenvolvimiento de la
pintura europea el camino trazado por Tiziano y el Tintoretto.
En él se dieron los pasos definitivos que llevaron a la represen-
tación de lo aparenic, y un vástago de esa escuela, el Greco, lo-
gró sacar pronto tales consecuencias, que ya en su modo no ha-
bían de superarse.
No hacemos aquí la historia del estilo pictórico. Buscamos su
concepto general. Es sabido que el movimiento hacia la meta no
suele ser uniforme y que sobrevienen siempre reacciones o retro-
cesos a cada nuevo empuje. Pasa mucho tiempo hasta que es ad-
mitido por la mayoría lo que consiguieron los esfuerzos indivi:
duales, y no parece sino que la evolución va hacia atrás de vez en
cuando. Pero, en general, se trata de un proceso uniforme que
dura hasta fines del siglo XVII, dando sus últimos brotes en los
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 73
cuadros de un Guardi o de un Goya. Luego es cuando viene el
gran corte, Ha terminado un capítulo de la historia del arte occ
dental, y en cl nuevo regirá otra vez el reconocimiento de la línea
como poder dominante.
A distancia diríase que la historia del arte sigue un curso uni
forme en el Sur y en el Norte. Ambos tienen, a principios del s
glo xv1, su linealismo clásico, y ambos viven en el XVI una
época pictórica. Es posible demostrar el parentesco, en lo fun-
damental, de Durero y Rafael, Massys y Giorgione, Holbein y
Miguel Ángel, Por otra parte, el círculo Rembrandt, Velázquez,
Bernini, con todas sus diferencias, tiene un centro común. A una
consideración atenta se evidenciarán desde el principio muy
distintas antítesis de sensibilidad nacional. Italia, que posee ya
en el siglo XY un sentimiento muy claramente desarrollado en la
línea, es en el XVI la más alta escuela de la línca «pura». y
cuando sobrevino más tarde la destrucción (pictórica) de la 1í-
nea, jamás el barroco italiano llegó tan lejos como el del Norte.
Para el sentimiento plástico de los italianos, la línea ha sido
siempre, más o menos, el elemento que informa toda construc-
ción artística,
Quizá sorprenda que no se pueda decir otro tanto del país de
Durero, ya que estamos acostumbrados « considerar el dibujo
firme como la fuerza característica del antiguo arte alemán, Pero
es que el dibujo clásico alemán, que se desembaraza despacio y
penosamente de la maraña gótico-pictórica del último período,
aunque puede buscar sus modelos en «algunos momentos de la 1j-
nea italiana, en el fondo es reacio a la línea aislada y pura. La
fantasía alemana hace que al punto se compliquen las líneas unas
con otras; en vez del trazado sencillo y claro aparece el haz de lí-
neas, la urdimbre, y lo claro y lo oscuro se reúnen pronto con vida
propia pictórica, neufragando la forma singular en el oleaje del
movimicnto general.
Con otras palabras: el advenimiento de Rembrandt, a quien los
italianos no pudieron comprender, hacía mucho que se venía pre-
parando en el Norte. Téngase en cuenta que lo dicho aquí res-
pecto de la historia de la pintura vale, naturalmente, lo mismo
para la historia de la escultura o de la arquitectura.
74 HEINRICH WÓLFFLIN
Dibujo
Para hacer bien patente el contraste entre los estilos lineal y
pictórico conviene buscar los primeros ejemplos en el campo del
dibujo puro.
Empecemos catejando una hoja de Durero (fig. 14) y una hoja
de Rembrandt (fig. 15), ambas con el mismo asunto: un desnudo
femenino. Y prescindamos por el momento de que nos hallamos
ante un estudio del natural, por un lado, y por utro, ante una fi-
gura que es más obra de deducción, y de que cl dibujo de Rern-
brandl, sí bien como imagen está concluido, es de trazos rápidos,
mientras que el trabajo de Durero es cuidadoso como si se tratase
del dibujo para un grabado en cobre. También es secundaria la di-
ferencia del material técnico: pluma en uno, carbón en otro, Lo
que hace tan diferente el aspecto de estos dibujos es, ante todo,
esto: que el efecto de uno se apoya cn un valor táctil, y el del otro
en un valor visual. La primera impresión en Rembrandt es una fi-
gura destacando como claridad sobre fondo oscuro; en el otro di-
bujo, más antiguo, también aparece la figura sobre fondo negro,
pero no para hacer surgir la luz de la sombra, sino sólo para real-
zar más secamente la silueta. Todo el énfasis está en la línea del
contorno. En Rembrandt ha perdido su importancia; no es ya
esencial vehículo de la expresión formal, no hay en ella una es ¡pe-
cial belleza. Quien pretenda seguir su curso advertirá pronto que
es casi imposible. En vez de línea de perfil, seguida, uniforme,
consecuente, del siglo XVI, ha hecho su aparición la línea rota del
estilo pictórico,
Y no se arguya que son maneras propias de todo esbozo y que
se puede hallar en todas las épocas este mismo procedimiento ti-
tubeante, Sin duda, el dibujo que rápidamente traslada al papel la
Tigura aproximada ha de trabajar con líneas inconexas, pero la lí
nea de Rembrandt se quiebra siempre, aun en los dibujos acaba-
dos. No pretende consolidarse en un contorno táctil, sino que con-
serva su carácter vago.
Si se analizan las rayas que constituyen el modelado, vemos
que el dibujo más antiguo se comporta en esto también como un
producto de puro.arle lineal, que la parte de sombra permanece
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 75
transparente por completo, obtenida, con uniforme claridad de
trazo, línea por línea, y cada una de éstas parece advertir que es
una línea bella y que va bellamente secundada por sus compañe-
ras. Pero en su configuración se suman al ritmo de la forma plás-
tica, apartándose de la forma sólo las líneas de la sombra que
hace de pantalla. Tales miramientos no tienen ya valor para el es-
tilo del siglo xVI1. De muy distintos modos, unas veces más y
otras menos recognoscibles, según la disposición y dirección, las
rayas no tienen entonces otro fin común que el de operar como
masas y hasta cierto grado desaparecer bajo la impresión de con-
junto. Sería difícil averiguar la regla a que están sometidas; lo
evidente es esto: ya no secundan la forma, es decir, no aluden ya
al sentimiento plástico táctil, sino que ofrecen, sin merma del
efecto de volumen, más bien la apariencia puramente óptica, Vis-
tas aisladamente, nos parecerían por completo sin sentido; pero la
mirada totalizadora produce, como dijimos, un peculiar y vigo-
roso efecto.
Y, cosa extraña, esta clase de dibujo es capaz de notificarnos
sobre la materia del modcio. Mientras más se aleja la atención de
la forma plástica como tal, tanto más vivamente sc despierta el
interés por la superficie de la cosa, por cómo son los cuerpos al
contacto. La carne en Rembrandt es claramente recognoscible
como materia blanda, que cede a la presión, mientras que la fi-
gura de Durero permanece neutral en este sentido.
Y ahora, “aunque se conceda tranquilamente que no puede ser
equiparado Rembrandt, sin más, al siglo XVII, y que sería menos
aceptable aún juzgar por una muestra el dibujo de la época clá-
sica alemana, siempre resultará que precisamente esta exacerba-
ción de carácter ayuda a la comparación, pues permite que el con-
traste de los conceptos resalte con toda su eficaz crudeza.
En cuanto a lo que signifique en el detalle el cambio de estilo
para la concepción de la forma, se verá patente si pasamos del
tema de la figura completa al tema de una simple cabeza.
Lo especial en una cabeza dibujada por Durero no depende
sólo en absoluto de la calidad artística de la línea individual, sino
de que está construida con grandes líneas, de trazo ductor y curso
uniforme, en las que está todo, y son fácilmente asibles, propiedad
$0 JIEINRICH WOLEFLIN
la figura sobre el fondo. Lo decisivo es precisamente el nuevo
poder con que el contorno habla desde el cuadro y obliga al es-
pectador a seguirle. .
En este tránsito al análisis de cuadros se recomienda no perder
de vista la relación de la pintura con el dibujo. Estamos tan habi-
tuados a verlo todo por el lado pictórico, que incluso frente a
obras de línea acogemos la forma más laxamente de como fue
concebida; y no hay que hablar de que, no disponiendo más que
de fotografías, la impresión pictórica se ve aumentada por los pe-
queños clisés de nuestro libro (reproducciones de reproduccio-
nes). Se necesita práctica para ver las pinturas todo lo linealmente
que piden ser vistas. No basta con el buen propósito. Incluso
cuando creemos habernos adueñado de la línea, encontraremos,
al cabo de un rato de trabajo sistemático, que entre visión Tineal y
visión lineal hay diferencias, y que la intensidad del efecto que se
desprende de este elemento en que la forma se define puede ser
acrecentada aún.
Un retrato de Holbein se ve mejor si hemos vista antes, y
aprendido de memoria, dibujos de Holbein. La sublimación ver-
daderamente única que experimenta en éste el finealismo, redu-
ciendo a línea sólo las partes de la imagen «en que la forma se
dobla» y excluyendo todo lo demás, es de efecto más inmediato
en el dibujo, y, sin embargo, la imagen pintada descansa por com-
pleto sobre esta misma base, el esquema del dibujo sigue resul-
tando lo esencial para la impresión del cuadro.
Pero si aun refiriéndose meramente al dibujo cabe decir que la
expresión del estilo lineal no satisface más que una parte del fe-
nómeno, porque, como es el caso de Holbein y en el antes citado
Aldegrever, el modelado puede obtenerse también con medios no
lineales, al acercarnos a la pintura advertimos hasta qué punto la
clasificación tradicional de los estilos se fija unilateralmente en
una sola nota. La pintura, con sus pigmentos que todo la cubren,
obtiene principalmente planos, diferenciándose así del dibujo,
aun allí donde no sale de la monocromía. En ella habrá, y se sen=
tirán por doquiera las líneas, pero sólo como límites de las supcr-
Ticies sentidas y modeladas plástica y lúctilmente. Éste es el con»
cepto que se acusa. La condición táctil del modelado decide la
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO $1
colocación de un dibujo dentro del arte lineal. aunque sus som-
bras no sean nada lineales y descansen como un vaho de humo
sobre el papel. La indole del desvanecido es, desde luego, evi-
dente en la pintura, Mas, al contrario de lo que ocurre en el di-
bujo, en el cual los bordes, en relación con el modelado de los
planos, aparecen mucho más acentuados, la pintura establece el
equilibrio. En aquél funciona la cación como bastidor al que
están sujetas las sombras; en ésta aparecen ambos elementos en
unidad, y la determinación plástica, en lo general idéntica, de los
límites formales, sólo es el correlato de la determinación plástica,
en lo general idéntica, del modelado.
2. Ejemplos
Después de este preámbulo Podemos poner frente a frente unos
ejemplos de pintura lineal y pictórica. La cabeza pintada por Du-
tero en 1521 (fig. 22) está construida sobre la base de un esquema
en todo semejante al de la cabeza dibujada por Aldegrever, que
reproducimos como figura 16. Muy acusada la silueta que baja
desde la frente, segura y tranquila la línea de los labios, la Nariz, los
ajos, todo hecho con una precisión igual hasta el último detalle,
Pero cn la misma medida en que se determinan los contornos para
el sentimiento de lo táctil están modeladas las superficies en el
sentido de la concepción por el órgano del tacto, con lisura y soli-
dez, y las sombras están entendidas como oscuridades adheridas
directamente a la forma. Se confunden Por completo la cosa y la
imagen. El cuadro es el mismo para la visión de cerca y la distante.
Por el contrario, en Frans Hals (fig. 23) se ha despojado funda-
mentalmente de aprehensibilidad a la forma. Es tan poco apre-
hensible como una rama agitada por el viento o como las ondas
de un río. La imagen próxima y la lejana se diferencian. Sin que
haya que perder el rasgo aislado, se siente uno más inclinado a
contemplar el cuadro desde lejos. No tiene sentido alguno visto
demasiado de cerca, El modelado contínuo ha sido suplantado
por el modelado intermitente. Han perdido toda posibilidad de
comparación directa con el natural los planos ásperos y agrietados.
$ BEINRICH WOLEFLIN
No tienen otro fin que la vista, no quieren hablar a la sensibilidad
como superficie palpable. Se han deshecho las antiguas líneas
atenidas a la forma. Ni un solo trazo ha de tomarse literalmente.
Se observa un temblor en la nariz, un guiño en los ojos. un brillo
en la boca. Hay aquí e] mismo sistema de signos extraños a la
forma que hemos analizado ya en Lievens. Nuestros ON
grabados no pueden dar idea clara de ta cosa, naturalmente. Ta!
vez lo más elocuente en este sentido sea el cuello blanco. .
A] contrastar las grandes antítesis estilísticas pierden sentido
las diferencias individuales. Se ve entonces que, en el fondo,
existe ya en Van Dyck y en Rembrandt lo que ofrece Frans Hals.
Son diferencias de grado únicamente las que los separan, y, com-
parados con Durero, forman un grupo compaclo. Pero en vez de
Durero podemos decir Holbein o Massys o Rafael, Por otra parte,
al considerar aisladamente a un pintor no se puede evitar el re-
currir a dichos conceptos estilísticos para marcar el principio y el
fin de su evolución, Los retratos de Rembrandt, joven son (relati-
vamente) plásticos, y están vistos linealmeníe si se comparan con
g le su madurez. o .
oa capacidad de abandonarse a la mera impresión óptica
significa siempre el Último grado de la evolución, no quiere de
esto que el tipo plástico puro se encuentre al principio. El esti lo
lineal de Durero no es sólo el progreso de una preexistente tradi-
ción afín, sino que significa a la vez la exclusión de todos los ele-
mentos contrarios que procedían del estilo del siglo XV.
Cómo luego se va verificando el tránsito del finealismo puro a
la visión pictórica del siglo XVII, puede comprobarse precisa-
mente en el retrato con gran claridad. Pero no podemos detener-
nos en ello. En general, cabe decir que lo que prepara el o
la concepción pictórica decisiva es el maridaje, cada vez más
fuerte, de luz y sombra. Verá claro lo que esto significa quien
compare, por ejemplo, a Antonio Moro con Hans Holbein, eso
que aún le es afín, Sin que se haya suprimido el carácler plástico,
empiezan ya a unirse y tener vida propia los claros y los os.
En el wismo instante en que sc amostigua la uniforme sequet
de los bordes de la forma, adquicre mayor si ignificaci ón en el pa
dro todo lo que no es línea. Se dice también que la forma est:
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO $3
vista más ampliamente: esto no quiere decir otra cosa sina que han
cobrado mayor holgura las masas. Dirfase que luces y sombras en-
tran en más vivo contacto; en estos efectos fue donde la vista
aprendió primero a confiarse a lo aparente, llegando, al cabo, a
adoptar para la forma un dibujo a la forma completamente extraño,
Y vamos a proseguir ahora con dos ejemplos que ¡ustrarán so-
bre el contraste típico de los estilos, sirviéndonos para ello del
tema de la figura indumentada. Serán ejemplos tomados del arte
ncolatino, retratos de Bronzino (fig. 24) y Velázquez (fig. 25).
Que no procedan ambos del mismo tronco carcce de importancia,
puesto que no intentamos otra cosa que aclarar conceptos.
El Bronzino es, en cierto modo, el Holbein de Italia. Muy ca-
racterístico en el dibujo de las cabezas, con precisión metálica de
líneas y superficies, es el cuadro que ofrecemos, especialmente
interesante como representación exclusivamente lineal de un traje
ricamente ornamentado. La vista humana no ve las cosas así, es
decir, con esta uniforme precisión de línea. Ni un segundo si
quiera abandona el pintor el camino de la absoluta nitidez obj
tiva. Es algo así como si en la representación de un testero de li-
bros se quisiera pintar libro por libro y cada uno con su contorno
igualmente claro, siendo así que una retina dispuesta para lo apa-
rente no capta sino el vislumbre que se desprende del conjunto,
en el que pierden más o menos las formas singulares. Velázquez
fue una retina semejante, El vestidito de su princesa niña estaba
bordado con adornos en zigzag; pero la que él nos ofrece no es la
ornamentación misma, sino la imagen rutilante del conjunto. Vis-
Tos armónicamente en distancia los temas del tejido, han perdido
la claridad, mas sin hacerse confusos. Se ve perfectamente lo que
se quiere representar, pero las formas no son asibles: aparecen y
desaparecen, son eclipsadas por los visos de la tela, siendo deci-
sivo para el conjunto el ritmo de las ondas luminosas que incluso
el fondo inundan (esto no se aprecia en la reproducción).
Es sabido que en el clásico siglo XVI no se pintaron siempre las
telas como el Bronzino las pintó, y que Velázquez no representa
más que una posibilidad de la interpretación pictórica; pero ante
un contraste de estilos tan grande, poco suponen las variantes
individuales. Griinewald es en su tiempo un poriento de estilo
$4 HEINRICH WÓLEFLIN
pictórico, y la Disputa de san Erasmo y Mauricio (Munich) es
una de las últimas obras (fig. 26); pero si se compara la casulla
bordada ea oro de san Erasino, aunque sólo sea con Rubens, es
tan fuerte cl contraste, que no se nos ocurre desvincular a Grúne-
wald del siglo XVI.
La cabellera, en Velázquez, da la impresión completa de la ma-
teria, y, sin embargo, no están representados los bucles ni los ca-
bellos uno por uno; lo que se nos ofrece es un fenómeno lumi-
noso en relación sumamente laxa con el substrato objetivo, No se
había representado nunca la materia de un modo tan perfecto
hasta que el anciano Rembrandt pintó una barba de viejo con an-
chos y extendidos pigmentos; y, sin embargo, prescindió por
completo de la semejanza palpable de la forma que se esforzaban
en conseguir Durero y Holbein. También en las obras gráficas, en
donds acucia más la tentación de reproducir cabello por cabello,
alguna que otra vez, por lo menos, con rayas singulares, se ob-
serva en los grabados de la última época de Rembrandt el divor-
cio absoluto de la semejanza con lo real asible, ateniéndose úni-
camente a la apariencia de conjunto.
Y esto mismo acontece en la representación de la infinidad de
hojas de árboles y matorrales, El arte clásico quiso alcanzar aquí
también el tipo de árbol de hojas puras, es decir, dar el follaje,
siempre que fuese posible, como agrupación de hojas singular-
mente visibles. Pero las posibilidades son aquí muy limitadas.
A poca distancia ya se suma en una masa de pluralidad de formas
simples, y ni el más fino pincel puede seguir detallando más allá
del límite. Sin embargo, el arte del estilo lineal consiguió vencer
esta dificultad también, Ya que no es posible dar las hojas una por
una, se da la rama, el haz de hojas con forma delimitada. Y de es-
Los ramos de hojas, que al principio eran perfectamente diferen-
ciados, surgió poco a poco, a impulsos de un fluir cada vez más
vivo, entre las masas claras y oscuras, el árbol sin líneas del si-
glo XvI, donde no hay más que manchas de color, yuxtapuestas,
sin que la mancha singular pretenda mantener la congruencia con
la forma de hoja que constituye su substrato,
Pero ya el linealismo clásico llegó a conocer un modo de re-
presentar en que el pincel ofrece un dibujo de la forma con líneas
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 85
y toques perfectamente libres. Albrecht Altdorfer —para citar un
ejemplo saliente— trató así el Paisaje de san Jorge (fig. 27) de la
Pinacoteca de Munich (1510). Es indudable que estas finas mues-
tras lineales no corresponden a la consistencia palpable y mate-
rial del objeto; pero son líneas, claras muestras ornamentales que
piden ser completadas en sí mismas y ser válidas no sólo en la
impresión de conjunto, sino en la contemplación próxima. Aquí
radica la diferencia fundamental respecto del tipo de árbol pictó-
rico del siglo XVI.
Si nos interesan los presentimientos o antecedentes del estilo pie-
tórico, más fácil nos será encontrarlos en el siglo XY que en el xvl.
En aquel se dan, efectivamente, a pesar de la tendencia predomi-
nante hacia la línea, ciertos modos de expresión que ño concuer-
dan con el linealismo y que más tarde han de ser desechados por
impuros. Llegaron a invadir también el grabado; así aparecen,
por ejemplo, en viejos grabados en madera de Nuremberg (Wohk-
gemut) dibujos de follaje que con sis líneas revueltas y extrañas
a la forma no pueden recibir owo calificativo que el de impresio-
nistas. Durero —como hemos dicho ya— fue el primero que su-
peditó consecuentemente todo el contenido de lo visible a la línea
definidora de la forma.
Para concluir, compararemos el San Jerónimo grabado por
Durero (fig. 29). como cuadro lincal de interior, con la versión
«pictórica» de situación análoga por Ostade (fig. 28). Las repro-
ducciones de que se suele disponer no son suficientes para de-
mostrar en un conjunto escénico el valor lineal en su tatal preci-
sión. En las reproducciones de pinturas a tamaño reducido todo
se pierde. Hemos de recurrir al grabado para hacer patente cómo
el espíritu de la corporeidad bien delimitada, allende la figura
singular, se afirma hasta el fondo de la escena. Asimismo pre-
sentamos un grabado de Ostade porque también en su caso la re-
producción fotográfica de una pintura dejaría mucho que desear.
De una comparación como ésta salta con fuerza lo esencial del
contraste. De un tema mismo ——una habitación cerrada, con laz
lateral—, ¡qué efectos tan diferentes! En uno todo es límite, su-
perficies táctiles, objetividad escueta; en otro, todo transición y
movimiento. La luz tiene la palabra, no la forma plástica: un am-
20 HEINRICH WOLFFLIN
En tanto que de esta manera ampliamos la definición de lo que
en orden de color es lo pictórico, puede objetarse que no se trata
ya del modo de ver, sino sólo de una determinada disposición de-
corativa; que aquí preside una cierta elección de colores, pero no
una concepción especial de la visualidad o modo de ver. Conta-
mos con esta objeción. Es indudable que existe también lo pictó-
rico objetivo en el campo del color; pero el efecto que se busca
con los medias de la elección y disposición no es incompatible con
lo que la vista puede sacar de la mera realidad. El mismo sistema
cromático del mundo no es algo rígido, sino algo que se deja in-
terpretar de este modo o del otro, Tan posibie es atenerse al color
aislado coro a la liga y ritmo de los colores. Es indudable que al-
gunas situaciones cromáticas encierran de antemano un grado
mayor de movimiento exclusivo que otras; pero al fin de cuentas
todo puede percibirse pictóricamente, y no se necesita echar
mano de una atmósfera descolorida y vagarosa, como es uso entre
algunos maestros holandeses de transición. Ahora bien: es normal
ya que el comportamiento imitativo vaya acompañado aquí de un
cierto requerimiento por parte del sentimiento decorativo.
Es común al efecto dinámico del dibujo pictórico, y al colorido
pictórico, el que en éste el color y en aquél la luz cobren una vida
que se desprende de los objetos mismos. De aquí también que
sean llamados con preferencia pintorescos aquellos motivos natu-
rales en los que el substrato cromático objetivo es ya difícil de re-
conocer. Una bandera de tres franjas que se siente inmóvil no es
pintoresca; ni un conjunto de semejantes banderas logra siquiera
ofrecer un aspecto pintoresco, aunque ya en la repetición gradual
y en la perspectiva haya algo que a lo pintoresco predispone; pero
en cuanto las banderas ondulan al viento, en cuanto se borra la
clara delimitación de las zonas y sólo acá y allá flamean trozos de
color aislados, la atención popular se prepara al espectáculo pin-
toresco, El caso es más significativo al contemplar un mercado,
multicolor y lleno de vida: lo abigarrado.no es lo suficiente, sino
el mutuo tiroteo de los colores, que apenas pueden localizarse ya
en objetos aislados, y que, sin embargo, a diferencia de lo que
nos ocurre en el cafidoscopio, siguen teniendo para nosotros una
significación singular objetiva. Se repite en esto lo mismo que ya
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 9
hemos dicho en nuestras observaciones sobre las siluetas pictóri-
cas y demás. En el estilo clásico no hay, por el comtrario, ningún
efecto de color que no vaya vinculado a un efecto de forma.
ESCULTURA
1. Observaciones generales
«¡Qué contorno!», exclama burlonamente Winckelmann en su
condenación de la escultura barroca. Considera la línea del con-
torno en sí conclusa, elocuente, como factor esencial a toda es-
cultura, y vuelve la espalda allí donde el contorno nada le dice.
Pero es el caso que frente a una escultura de contorno dotado de
énfasis, cargado de sentido, cabe imaginar otra de contorno des-
valorizado, en la que la expresión no se informe en la línea; y éste
es el arte barroco.
En un sentido literal, la plástica, como arte de masas físicas, no
reconoce línea; pero existe, sin embargo, el contraste de pláslica
lincal y plástica pictórica y cl efecto de ambas clases de estilo es
poco menos diferente que en la pintura, La escultura clásica se
atiene a los límites; no admite ninguna forma que no se cxprese
dentro de un motivo lincal determinado, ni ninguna figura de la
que no ss pueda decir con qué orientación fue concebida. El ba-
rroco niega el contorna, no en el sentido de que sean excluidos en
absoluto los efectos de silueta, pero sí de evitar que la figura se
fije en una silueta determinada, No se la puede fijar en una orien-
tación determinada; rehúiye, por decirlo así, la mirada del espec-
tador que quiere captarla. Claro que la esculura clásica puede ser
contemplada también por distintas caras; pero todas ellas son se-
cundarias junto a la principal. Cuando se retorna al tema princi-
pal se percibe una sacudida, y es que, sin duda, la silueta supone
aquí algo más que la cestra contingente de la visibilidad de la
forma; la silueta esgrime una especie de independencia en la fi-
gura precisamente porque representa algo concluso en sí mismo.
Lo esencial, por el contrario, en las siluetas barrocas, es no tener
esa independencia; en ningún momento ha de afirmarse como
9 HEINRICH VÓLEFLIN
algo independiente un motivo lineal. Desde ningún punto de visla
se presentará la forma en su integridad. Se puede decir más aún:
sólo el contorno extraño a la forma es el contorno pictórico,
. Y así están tratados los planos, No existe solamente la diferen-
cia objetiva de que el arte clásico prefiere los planos tranquilos y
el barroco los movidos; es otro el tratamiento de la forma. En
aquél no hay más que valores táctiles, determinados; en éste, pura
transición y cambio; allí, corporeización de a forma permanente
y efectiva; aquí, la apariencia de lo siempre cambiante; la repre-
sentación cuenta con efectos que no buscan ya la mano, sino la
vista. Mientras en el arte clásico se supeditan a la forma las luces
y sombras, parecen despejar aquí las luces a nueva vida indepen-
diente. Con aparente libertad de movimiento desbordan los pla-
Ros, y puede llegar a suceder que la forma desaparezca alguna
vez por completo cn la negrura de las sombras. Sin contar con las
posibilidades de que dispone la pintura bidimensional, como arte
de la apariencia que es fundamentalmente, también recurre la
plástica a notas formales que ya no tienen nada de común con
la Torma objetiva, y que, por tanto, no pueden calificarse sino de
impresionistas.
Desde el punto en que la plástica llega a un acuerdo con la
«Mera apariencia óptica y deja de reconocer como esencial lo
real-tangible, sc le abren nuevos caminos. Compite con la pintura
en la representación de lo momentáneo y consigue la piedra dar
la ilusión de cualquier clase de materia, Logra reflejar el brillo de la
mirada, como el resplandor de la seda o la blandura de la carne,
Desde entonces acá, siempre que ha vuelto una dirección clasi-
cista abugando por los derechos de la línea y del volumen táctil,
se ha creído en el deber de levantarse contra semejante materiali-
dad en nombre de la pureza de estilo.
Las figuras pictóricas no son nunca figuras aisladas. El movi-
miento requiere resonancia y no debe morir en una atmósfera in-
móvil. Las mismas sombras de los nichos tienen ya otro sentido
que antes para la figura; ya no son simple fondo, al intervenir en
el juego dinámico: la penumbra del hueco se suma a la sombra de
la figura, Casi siempre colabora la arquitectura con la escultura
preparando o continuando el movimiento. Si además se añade la
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO 23
representación de movimientos efectivos, surgen esos maravillo-
sos efectos de conjunto que encontramos, por ejemplo, en los al-
tares barrocos del Norte, en donde las figuras completan de tal
modo el retablo, que parecen la espuma en el vivo oleaje arqui-
tectónico, Arrancados del conjunto pierden todo su sentido, en
testimonio de lo cual pudieran aducirse desdichadas instalaciones
de los museos modernos.
Por lo que se refiere a la terminología, ofrece la historia de la
escultura las mismas dificultades que la historia de la pintura.
¿Dónde acaba lo lineal? ¿Dónde empieza lo pictórico? Dentro de
lo clásico mismo tendremos que distinguir entre un más y un me-
nos pictórico, y si luego crece la impotencia del claroscuro y la
forma limitada va siendo sustituida por la libre, se podrá, desde
luego, calificar el proceso de evolución en el sentido de lo pictó-
rico en conjunlo, pero será sencillamente imposible señalar exac-
tamente el punto preciso donde el movimiento de la luz y de la
forma haya alcanzado aquella Hbertad que justifica plenamente,
en su sentido estricto, el concepto de lo pictórico.
No es inútil, sin embargo, afirmar aquí también que el carácter
de linealismo pronunciado y de limitación plástica fue la con-
quista de una larga evolución. Sólo en el siglo XV desarrolla la cul-
tura italiana una clara sensibilidad lineal, y, sin que fuesen descar-
tados por completo algunos encantos del movimiento pictórico,
principian a independizarse los contornos. Sin duda, constituye
uno de los problemas más delicados de la historia del arte, al pon-
derar exactamente el grado de virtud de la silueta, o, por otra parte,
juzgar la trémula apariencia de un relieve de Antonio Rossellino,
por ejemplo, según su original sustancia pictórica, El diletantismo
tiene aquí las puertas abiertas de par en par. Cada cual piensa que
las cosas están bien vistas según él las ve, y tanto mejor cuantos
más efectos pintorescos se pueden descubrir hablando en el sentido
moderno. En vez de cualquier crítica particular, basta llamar la
atención sobre el lamentable tema de las reproducciones que sue-
len ofrecernos los libros actuales, donde a menudo talla por com-
pleto el carácter esencial como concepción y como presentación.
Refiérense estas observaciones a la historia artística italiana.
Por lo que respecta a la alemana, se presenta la cosa de otro modo.
9% HEINRICH WÓLFFLIN
Tardó mucho en surgir y desarrollarse un sentimiento plástico 1:
neal en el seno de aquella pictórica tradición del gótico tardío.
Es característica la predilección alemana por los retablos apreta-
dos de figuras enfiladas y enlazadas ornamentalmente, cuyo en.
canto principal radica precisamente en la trabazón (pictórica).
Pero hay que tener exquisito cuidado, justamente aquí, en no ver
estas cosas más pictóricamente de lo que piden ser vistas. La pin-
tura de la época nos da aquí la pauta. El público no ha conocido,
naturalmente, con anterioridad a la escultura de fines del górico,
otros aspectos pictóricos que los arrancados a la naturaleza por los
pintores, tal como ellos los arrancaron, por mucho que nos incite
esta escultura a verla en imágenes completamente descompuestas.
Pero algo conserva siempre más tarde la escultura alemana de
su esencia pictórica, El linealismo de la raza latina le pareció fá-
cilmente frio a la sensibilidad alemana, y es significativo que
fuese un italiano, Canova, quien a fines del siglo XVII volviera a
reunir bajo la bandera de la línea la plástica occidental.
2. Ejemplos
Para la ilustración de los conceptos nos concretamos a ejem-
plos italianos principalmente. El tipo clásico se formó en Italia
con insupcráble pureza, y dentro del estilo pictórico significa
Bernini la máxima potencia arlística de Occidente.
Para seguir cl mismo orden que hasta aquí en los análisis prin-
cipiamos por dos bustos. Benedetto da Majano (fig. 30) no es,
ciertamente, un cincocentista, pero el vigor de la forma, plástica-
mente tallada, no deja nada que descar. Es posible que en la foto-
grafía se acusen demasiado los detalles. Lo esencial es lo bien en-
cajada que está toda la figura en una silucta (irme, y cómo cada
forma por separado —boca, ojos, arrugas— fue dolada de un as-
pecto completamente seguro, inmoble, como construida pen-
sando en el efecto de Jo permanente. La generación siguiente hu-
biera recogido en unidades más amplias las formas; pero ya está
expresado aquí por completo el carácter clásico del volumen lác-
til dondequiera. Lo que en el traje pudiera dar una sensación Te-
LO LINEAL Y LO PICTÓRICO. 95
verberante es sólo efecto de la reproducción. Originariamente es-
tuvieron pintados los adornos de la tela para conscguir una clari-
dad uniforme. Igualmente aparecían más acusadas con la pintura
las pupilas, cuyo soslayarse podía fácilmente pasar inadvertido.
En Bernini (fig, 31) es de tal clase la factura, que no es posible
dar un paso con el análisis lineal, y esto indica al mismo tiempo
que lo cúbico se sustrae a la captación inmediata. No es que Jos
planos y los pliegues de la esclavina sean por naturaleza agitados
—esto es superficial—, sino que están vistos fundamentalmente
en el sentido de lo plástico indefinido. Pasa un estremecimiento
sobre las superficies, y la forma se pierde a la impresión táctil.
Relampagueantes, como serpentinas, se escurren los reflejos de
Jas prominencias recordando exactamente el modo como Rubens
inscribe cn el dibujo sus luces destacadas en blanco. La total no
está vista ya en silueta. Véase el aspecto de los hombres: en Be-
nedetto, una línea corre tranquila; en este otro, un contorno que,
con movimiento propio, se desborda continuamente, El mismo
juego prosigue en la cabeza. Todo interés está puesto en dar la
impresión de lo cambiante, Y no es el tener abierta la boca lo que
le imprime el carácter barroco, sino la sombra de la abertura bu-
cal, que está tratada como algo plásticamente injustificado. Á pe-
sar de tratarse aquí de una forma modelada en redondo, en el
fondo es la misma clase de dibujo que hemos visto ya en Frans
Hals y en Lievens. Los cabellos y los ojos caracterizan especial-
mente lo que es el cambio de la forma tangible por la intangible,
la cual no tiene más que realidad óptica. La «mirada» está conse-
guida con tres orificios en cada pupila.
Los bustos barrocos parece que exigon ropajes ampulosos, El
efecto de movimiento en la cara pide ser sustentado así. En la
pintura ocurre lo mismo, y el Greco estaría perdido si no pudiera
proseguir en sus cielos, con un característico impulso de las nu-
bes, el movimiento de las figuras.
A quien le interesen las transiciones habrá que indicarle nom-
bres como el de Vittoria. Sus bustos se basan resueltamente —sin
ser, en su sentido último, pictóricos— en el efecto del claroscuro,
La evolución de la plástica empareja en esto con la pintura. en
cuanto el estilo puramente pictórico se rige por una factura en que