Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Yawar Fiesta cap 2 y 3, Resúmenes de Literatura

Capítulo 2 y 3 de la obra Yawar Fiesta. Escrito por José María Arguedas.

Tipo: Resúmenes

2019/2020

Subido el 30/09/2021

nami-5
nami-5 🇵🇪

1 documento

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Yawar Fiesta cap 2 y 3 y más Resúmenes en PDF de Literatura solo en Docsity! I1.EL DESPOJO En otros tiempos, todos los cerros y todas las pampas de la puna fueron de los comuneros. Entonces no había mucho ganado en Lucanas; los mistis no ambicionaban tanto los echaderos [13] . La puna grande era para todos. No había potreros con cercos de piedra, ni de alambre. La puna grande no tenía dueño. Los indios vivían libremente en cualquier parte: en las cuevas de los rocales, en las chozas que hacían en las hondonadas, al pie de los cerros, cerca de los manantiales. Los mistis subían a la puna de vez en vez, a cazar vicuñas, o a comprar carne en las estancias de los indios. De vez en vez, también se llevaban, de puro hombres, diez, quince ovejas, cuatro o cinco vacas chuscas; pero llegaban a la puna como las granizadas locas, un ratito, hacían su daño, y se iban. De verdad la puna era de los indios; la puna, con sus animales, con sus pastos, con sus vientos fríos y sus aguaceros. Los mistis le tenían miedo a la puna, y dejaban vivir allí a los indios. —Para esos salvajes está bien la puna —decían. Cada ayllu de Puquio tenía sus echaderos. Ésa era la única división que había en las punas: un riachuelo, la ceja de una montaña, señalaba las pertenencias de cada ayllu; y nunca hubo pleitos entre los barrios por causa de las tierras. Pero los pichk'achuris fueron siempre los verdaderos punarunas [14] , punacumunkuna; ellos tienen hasta pueblitos en las alturas: K'oñek, Puñuy, Tak'ra, veinte o treinta chozas en lo hondo de una quebrada, tras un cerro, junto a los montes negruzcos de los k'eñwales. En la puna alta, bajo el cielo nublado, en el silencio grande; ya sea cuando el aguacero empieza y los truenos y las nubes negras asustan y hacen temblar el corazón; ya sea cuando en el cielo alto y limpio vuelan cantando las k'ellwas y los ojos del viajero miran la lejanía, pensativos ante lo grande del silencio; en cualquier tiempo, esas chukllas [15] con su humo azul, con el ladrido de sus chaschas [16] , con el canto de sus gallos, son un consuelo para los que andan de paso en la puna brava. En esos pueblos mandan los varayok's; allí no hay teniente, no hay gobernador, no hay juez, el l varayok' es suficiente como autoridad. En esos pueblos no hay alborotos. Sólo cuando los mistis subían a las punas en busca de Carne, y juntaban a las ovejas a golpe de zurriago y bala, para escoger a los mejores padrillos; entonces no más había alboroto. | Porque a veces los punarunas se molestaban y se reunían, llamándose de casa en casa, de estancia a estancia, con silbidos y wakawak'ras; se juntaban rabiando, rodeaban a los principales y a los chalos abusivos; entonces, corrían los mistis, o eran apedreados ahí mismo, junto a la tropa de ovejas. Después venía el escarmiento; cachacos uniformados en la puna, matando a indios viejos, a mujeres y mak'tillos [17] ; y el saqueo. Un tiempo quedaban en silencio las estancias y los pueblitos. Pero enseguida volvían los punarunas a sus hondonadas; prendían fuego en el interior de las chukllas y el humo azul revoloteaba sobre los techos: ladraban los perros, al anochecer, en las puertas de las casas; y por las mañanitas, las ovejas balaban, alegres, levantando sus hocicos al cielo, bajo el sol que reverberaba sobre los nevados. Años después, los indios viejos hacían temblar a los niños contando la historia del escarmiento. Los pichk'achuris fueron siempre verdaderos punarunas. Los otros ayllus también I tenían estancias y comuneros en la puna, pero lo más de su gente vivía en el pueblo; tenían buenas tierras de sembrío junto a l Puquio, y no querían las punas, casi les temían, como los mistis. Pichk'achuri era, y ahora sigue siendo, ayllu compartido entre E puquianos y punarunas. Casi de repente solicitaron ganado en cantidad de la costa, especialmente de Lima; entonces los mistis I empezaron a quitar a los indios sus chacras de trigo para sembrar alfalfa. Pero no fue suficiente; de la costa pedían más y más l ganado. Los mistis que llevaban reses a la costa regresaban platudos. Y casi se desesperaron los principales; se quitaban a los indios para arrancarles sus terrenos; e hicieron sudar otra vez a los jueces, a los notarios, a los escribanos... Entre ellos también se trompearon y abalearon muchas veces. ¡Fuera trigo! ¡Fuera cebada! ¡Fuera maíz! ¡Alfalfa! ¡Alfalfa! ¡Fuera indios! Como locos corretearon por los pueblos lejanos y vecinos a Puquio, comprando, engañando, robando a veces toros, torillos y becerros. ¡Eso era, pues, plata! ¡Billetes nuevecitos! Y andaban desesperados, del juzgado al coso, a las escribanías, a los potreros. Y por las noches, zurriago en mano, con revólver a la cintura y cinco o seis mayordomos por detrás. Entonces se acordaron de las punas: ¡Pasto! ¡Ganado! Indios brutos, ennegrecidos por el frío. ¡Allá vamos! Y entre todos corrieron, ganándose, ganándose a la puna. Empezaron a barrer para siempre las chukllas, los pueblitos; empezaron a levantar cercos de espinos y de piedras en la puna libre. Año tras año, los principales fueron sacando papeles, documentos de toda clase, diciendo que eran dueños de este manantial, de ese echadero, de las pampas más buenas de pasto y más próximas al pueblo. De repente aparecían en la puna, por cualquier camino, en gran cabalgata. Llegaban con arpa, violín y clarinete, entre mujeres y hombres, cantando, tomando I vino. Rápidamente mandaban hacer con sus lacayos y concertados una chuklla grande, o se metían en alguna cueva, botando al + indio que vivía allí para cuidar su ganado. Con los mistis venían el juez de Primera Instancia, el subprefecto, el capitán jefe l provincial y algunos gendarmes. En la chuklla o en la cueva, entre hombres y mujeres, se emborrachaban; bailaban gritando, y l golpeando el suelo con furia. Hacían fiesta en la puna. l Los indios de los echaderos se avisaban, corriendo de estancia en estancia, se reunían asustados; sabían que nunca llegaban para bien los mistis a la puna. E iban los comuneros de la puna a saludar al «ductur» juez, al taita cura, al «gobiernos» de la provincia y a los werak'ochas vecinos principales de Puquio. Aprovechando la presencia de los indios, el juez ordenaba la ceremonia de la posesión: el juez entraba al pajonal seguido de los vecinos y autoridades. Sobre el ischu [18] , ante el silencio de indios y mistis, leía un papel. Cuando el juez terminaba de leer, uno de los mistis, el nuevo dueño, echaba tierra al aire, botaba algunas piedras a cualquier parte, se revolcaba sobre el ischu. Enseguida gritaban hombres y mujeres, tiraban piedras y reían. Los comuneros miraban todo eso desde lejos. Cuando terminaba la bulla, el juez llamaba a los indios y les decía en quechua: — Punacumunkuna: señor Santos es dueño de estos pastos; todo, todo, quebradas, laderas, puquiales, es de él. Si entran animales de otro aquí, de indio o vecino, es «daño». Si quiere, señor Santos dará en arriendo, o si no traerá aquí su ganado. Conque... | | ¡indios! Werak'ocha [19] Santos es dueño de estos pastos. Los indios miraban al juez con miedo. «Pastos es ya de don Santos ¡indios!». Ahí está pues papel, ahí está pues werak'ocha juez, ahí está gendarmes, ahí está niñas; principales con su arpista, con su clarinetero, con sus botellas de «sirwuisa». ¡Ahí está pues taita cura! «Don Santos es dueño». Si hay animales de indios en estos pastos, es «daño» y... al coso, al corral de don Santos, a morir de sed, o a aumentar la punta de ganado que llevará don Santos, año tras año, a «extranguero». El cura se ponía en los brazos una faja ancha de seda, como para bautizos, miraba lejos, en todas direcciones, y después, rezaba un rato. Enseguida, como el juez, se dirigía a los indios: —Cumunkuna: con la ley ha probado don Santos que estos echaderos son de su pertenencia. Ahora don Santos va a ser respeto; va a ser patrón de indios que viven en estas tierras. Dios del cielo también respeta ley; ley es para todos, igual. Cumunkuna ¡a ver!, besen la mano de don Santos. Y los comuneros iban, con el lok'o en la mano, y besaban uno a uno la mano del nuevo dueño. Por respeto al taita cura, por respeto al Taitacha Dios. «Con ley ha probado don Santos que es dueño de los echaderos». «Taitacha del cielo también respeta ley». ¿Y ahora dónde? ¡Dónde pues! La cabalgata se perdía, de regreso, en el abra próxima, tras del pasto amarillo que silbaba con el viento; se perdía entre cohetazos y griterío. Y punacumunkuna parecían extraviados; parecían de repente huérfanos. —i¡Taitallay taita! ¡Mamallay mama! Las indias lloraban agarrándose de las piernas de sus maridos. Ya sabían que poco después de esa cabalgata llegarían tres o cuatro montados a reunir «daños» en esos echaderos. A bala y zurriago, hasta el coso del pueblo. ¿Acaso? No había ya reclamo. El «gobiernos» de la provincia era amigo de los principales y resondraba en su despacho a todos los indios que iban a rescatar su ganado. A veces, más bien, como ladrón, el indio reclamante pujaría de dolor en el cepo o en la barra. En el despacho del subprefecto, el misti es principal, con el pecho salido, con la voz mandona; es dueño. —Señor subprefecto; ese indio es ladrón —dice no más. Y cuando el principal levanta el dedo y señala al indio, «ladrón» diciendo, ladrón es, ladrón redomado, cuatrero conocido. Y para el cuatrero indio está la barra de la cárcel; para el indio ladrón que viene a rescatar sus «daños» es el cepo. Y mientras, el punacomunero sufre en la cárcel; mientras, canta entre lágrimas: rikukuni mana piynillayok'”, puna wayta hiña llaki llantullayok'. Tek'o pinkulluypas chakañas rikukun nunaypa kirinta K'apark'achask'ampi. Imatak kausayniy, maytatak'ripusak' maytak'tayta mamay ¡lliusi tukukapun! Qué solo me veo, sin nadie ni nadie como flor de la puna no tengo sino mi sombra triste. Mi pinkullo, con nervios apretado, ahora está ronco, la herida de mi alma, de tanto haber llorado. ¡Qué es pues esta vida! ¿Dónde voy a ir? Sin padre, sin madre, ¡todo se ha acabado! Mientras el «cuatrero» canta en la cárcel, don Pedro, don Jesús, don Federico, o cualquier otro, aseguran su sentencia, de acuerdo con el tinterillo defensor de cholos; y arrean en la punta las vacas de los punarunas hasta el «extranguero», o las invernan en los alfalfares de los k'ollanas para negociarlas después. Los punarunas sabían esto muy bien. Año tras año, los principales iban empujando a los comuneros pastores de K'ayau, Chaupi y K'ollana, más arriba, más arriba, junto al K'arwarasu, a las cumbres y a las pampas altas, donde la paja es dura y chiquita, pegada a la tierra como garrapata. Por eso, cuando la cabalgata de los mistis se perdía tras la lomada que oculta la cueva o la chuklla, las indias se abrazaban a las piernas de sus maridos, y lloraban a gritos; los hombres hablaban: —iTaitallaya! ¡Judidus! ¡Judidus! La tropa de indios, punarunakuna, buscaría inmediatamente otra cueva, o haría otra choza, más arriba, junto al nevado allí donde el pasto es duro y chiquito; allí llevarían su ganado. Entonces empezaba la pelea: las llamas, las vacas, los caballos lanudos, los carneros, escaparían siempre buscando su querencia de antes, buscando el pasto grande y blando. Pero allí abajo estarían los concertados de don Santos, de don Federico... los empleados del principal, chalos, mestizos hambrientos. Uno por uno, el ganado de los indios iría cayendo de «daño», para aumentar la punta de reses del patrón. Así fueron acabándose, poco a poco, los pastores de los echaderos de Chaupi y K'ollana. Los comuneros, que ya no tenían animales, ni chuklla, ni cueva, bajaron al pueblo. Llegaron a su ayllu como forasteros, cargando sus ollas, sus pellejos y sus malkctillos. Ellos eran, pues, punarunas, pastores; iban al pueblo sólo para pasar las grandes fiestas. Entonces solían llegar al ayllu con ropa nueva, con las caras alegres, con «harto plata» para el «trago», para los bizcochos, para comprar géneros de colores en el jirón Bolívar. Entraban a su ayllu con orgullo, y eran festejados. Pero cuando llegaron empobrecidos, corriendo de los mistis, vinieron con la barriga al aire negros de frío y de hambre. Le decían a cualquiera: — ¡Aquí estamos, papacito! ¡Aquí, pues, hermanito! El varayok', alcalde del ayllu, los recibía en su casa. Después llamaban a la faena [20] , y los comuneros del barrio levantaban una casa nueva en siete y ocho días para el punaruna. Y en Puquio había un jornalero más para las chacras de los principales, o para «engancharse» [21] e ir a Nazca O Acarí, a trabajar en la costa. Allá servían de alimento a los zancudos de la terciana. El hacendado los amarraba cinco o seis meses más fuera del contrato y los metía a los algodonales, temblando de fiebre. A la vuelta, «cansaban» para siempre en los arenales caldeados de sol, en las cuestas, en la puna; o si llegaban todavía al ayllu, andaban por las calles, amarillos y enclenques, dando pena a todos los comuneros; y sus hijos también eran como los tercianientos, sin alma. Pero muchos punarunas, trabajando bien, protegidos por el ayllu, entrando, primero, a servir de «lacayos» y «concertados» en las casas de los mistis, para juntar «poco plata», y consiguiendo después tierras de sembrío para trabajar al partir, lograban levantar cabeza. De punarunas se hacían comuneros del pueblo. Y ya en Puquio, en el ayllu, seguían odiando con más fuerza al principal que les había quitado sus tierras. En el ayllu
Docsity logo



Copyright © 2024 Ladybird Srl - Via Leonardo da Vinci 16, 10126, Torino, Italy - VAT 10816460017 - All rights reserved