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Antologia della letteratura spagnola, Dispense di Letteratura Spagnola

Secoli XVII-XVIII XIX-XX a cura di Jesús Jurío Marín e Giuseppe Mazzocchi

Tipologia: Dispense

2018/2019

Caricato il 09/05/2019

Cat2019
Cat2019 🇮🇹

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Scarica Antologia della letteratura spagnola e più Dispense in PDF di Letteratura Spagnola solo su Docsity! 1 ANTOLOGIA DELLA LETTERATURA SPAGNOLA Secoli XVII-XVIII XIX-XX a cura di Jesús Jurío Marín e Giuseppe Mazzocchi 2 FRANCISCO DE QUEVEDO AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE SONETO Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte, en la ribera, 5 dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, 10 medulas que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. COMUNICACIÓN DE AMOR INVISIBLE POR LOS OJOS SONETO Si mis párpados, Lisi, labios fueran, besos fueran los rayos visüales de mis ojos, que al sol miran caudales águilas, y besaran más que vieran. Tus bellezas, hidrópicos, bebieran, 5 y cristales, sedientos de cristales; de luces y de incendios celestiales, alimentando su morir, vivieran. De invisible comercio mantenidos, y desnudos de cuerpo los favores, 10 gozaran mis potencias y sentidos; mudos se requebraran los ardores; pudieran, apartados, verse unidos, y en público, secretos, los amores. CON EJEMPLOS MUESTRA A FLORA LA BREVEDAD DE LA HERMOSURA PARA NO MALOGRARLA SONETO La mocedad del año (1)1, la ambiciosa vergüenza del jardín, el encarnado oloroso rubí, Tiro abreviado, también del año presunción hermosa; la ostentación lozana de la rosa, 5 deidad del campo, estrella del cercado; el almendro, en su propria flor nevado, que anticiparse a los calores osa, NOTE - Seguiamo per la lirica l’ed. di J.M. Blecua (Poemas Escogidos, Madrid, Castalia, 1980), per la prosa l’ed. di Felicidad Buendía, Madrid, Aguilar, 1961. Traduzione di parte delle liriche in Gallo Gasparetti e in Francisco Quevedo - Sonetti Amorosi e Morali, a c. di Vittorio Bodini, ed. Einaudi. Per il Buscón si veda la traduzione di A. Del Monte in Narratori Picareschi Spagnoli del Cinque e Seicento; Milano, Vallardi, 1965. (1) La mocedad del año: sonetto (ABBAABBACDECDE). reprehensiones son, ¡oh Flora!, mudas de la hermosura y la soberbia humana, 10 que a las leyes de flor está sujeta. Tu edad se pasará mientras lo dudas; de ayer te habrás de arrepentir mañana, y tarde y con dolor serás discreta2(2). A UN HOMBRE DE GRAN NARIZ SONETO Érase un hombre a una nariz pegado3(3), érase una nariz superlativa, érase una alquitara4(4) medio viva, érase un peje espada mal barbado; era un reloj de sol mal encarado5(5). 5 érase un elefante boca arriba, érase una nariz sayón y escriba, un Ovidio Nasón mal narigado. Érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egito, 10 los doce tribus de narices era; érase un naricísimo infinito, frisón6(6) archinariz, caratulera7(7), sabañón8(8) garrafal, morado y frito. (2) Discreta: saggia. (3) Érase un hombre a una nariz pegado: sonetto (ABBAABBACDCDCD). (4) Alquitara: alambicco. (5) Mal encarado: di brutto aspetto. (6) Frisón: grande. (7) Caratulera: maschera. (8) Sabañón: gelone. 5 LETRILLA SATÍRICA Poderoso caballero es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi amado, pues, de puro enamorado, 5 de contino anda amarillo1(15); que pues, doblón2(16) o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. 10 Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España, y es en Génova enterrado3(17). Y pues quien le trae al lado 15 es hermoso, aunque sea fiero, poderoso caballero es don Dinero. Es galán y es como un oro; tiene quebrado el color, 20 persona de gran valor, tan cristiano como moro. Pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero 25 es don Dinero. Son sus padres principales, y es de nobles descendiente, porque en las venas de Oriente4(18) (15) Anda amarillo: il pallore è considerato tipico di chi è innamorato. (16) Doblón: gioco tra il nome della moneta e l’aggettivo “doble”. (17) En Génova enterrado: allusione ai banchieri genovesi che erano tra i monopolizzatori delle finanze spagnole. todas las sangres son reales; 30 y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero, poderoso caballero es don Dinero. Mas ¿a quién no maravilla 35 ver en su gloria sin tasa que es lo menos de su casa doña Blanca de Castilla5(19)? Pero, pues da al bajo silla y al cobarde hace guerrero, 40 poderoso caballero es don Dinero. Sus escudos6(20) de armas nobles son siempre tan principales, que sin sus escudos reales 45 no hay escudos de armas dobles; y pues a los mismos robles da codicia su minero7(21), poderoso caballero es don Dinero. 50 Por importar en los tratos y dar tan buenos consejos, en las casas de los viejos gatos le guardan de gatos8(22). Y pues él rompe recatos 55 y ablanda al juez más severo, poderoso caballero (18) Oriente: dall’Oriente viene la nobiltà, ma è evidente il gioco con “oro”. (19) Doña Blanca de Castilla: la blanca era una moneta di scarso valore. (20) Escudos: monete e blasoni araldici. (21) Minero: miniera; la miniera d’oro rende avidi anche i più nobili (il rovere, frequente in araldica, è simbolo di forza e nobiltà). (22) Gatos: nell’accezione di “borse per riporre il denaro” e di “ladri”. es don Dinero. Y es tanta su majestad, (aunque son sus duelos hartos), 60 que con haberle hecho cuartos9(23), no pierde su autoridad; pero, pues da calidad al noble y al pordiosero, poderoso caballero 65 es don Dinero. Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras10(24) de un doblón hacen sus caras baratas; 70 y pues las hace bravatas11(25) desde una bolsa de cuero, poderoso caballero es don Dinero. Más valen en cualquier tierra 75 (¡mirad si es harto sagaz!) sus escudos en la paz que rodelas12(26) en la guerra. Y pues al pobre le entierra y hace proprio al forastero, 80 poderoso caballero es don Dinero. (23) Haberle hecho cuartos: averlo squartato (supplizio infamante), ma “cuartos” sono anche gli spiccioli. (24) Las caras: sono le facce della moneta. (25) Bravatas: spavalde. (26) Rodelas: rotelle (tipo di scudo). 6 EL BUSCÓN CAPÍTULO III DE CÓMO FUÍ A UN PUPILAJE POR CRIADO DE DON DIEGO CORONEL Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje: lo uno por apartarle de su regalo y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra que tenía por oficio de criar hijos de caballeros, y envió allá el suyo y a mí para que le acompañase y sirviese. Entramos primer domingo después de Cuaresma en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo1(1) sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo. No hay más que decir para quien sabe el refrán que dice, ni gato ni perro de aquella color. Los ojos, avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le habían comido de unas búas2(2) de resfriado, que aun no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanos y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate3(3), largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de media abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar, muy espacioso; si se descomponía algo se sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro4(4); (1) Largo: ha anche il significato di “generoso”. (2) Búas: pustole. (3) Gaznate: il collo. (4) Tablillas de San Lázaro: quelle che usavano i lebbrosi per annunciare il loro arrivo. la habla, hética5(5); la barba, grande, por nunca se la cortar por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros. Traía un bonete los días de sol, ratonado6(6) con mil gateras7(7), y guarniciones de grasa; era de cosa que fué paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul; llevábala sin ciñidor; no traía cuello ni puños; parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria. A poder, pues, déste vine y en su poder estuve con don Diego, y la noche que llegamos nos señaló nuestro aposento y nos hizo una plática corta, que, por no gastar tiempo, no duró más. Díjonos lo que habíamos de hacer, y estuvimos ocupados en esto hasta la hora del comer; fuimos allá; comían los amos primero y servíamos los criados. El refitorio era un aposento como un medio celemín8(8); sustentábanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos, y como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: (5) Hética: debole. (6) Ratonado: bucherellato. (7) Gatera: è la porticina attraverso cui il gatto può entrare in casa. (8) Celemín: misura di superficie corrispondente a circa 537 mq. “¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os hecha de ver que sois nuevo.” Yo con esto me comencé a afligir, y más me asusté cuando advertí que todos los que de antes vivían en el pupilaje estaban como leznas9(9), con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón10(10) . Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición; comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligraba Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo güérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: “Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula”. Acabando de decillo, echóse su escudilla a pechos, diciendo: “Todo esto es salud, y otro tanto ingenio”. “¡Mal ingenio te acabe!”, decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro: “¿Nabos hay? No hay para mí perdiz que se le iguale; coman, que me huelgo de vellos comer”. Repartió a cada uno tan poco carnero, que en lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes pienso que se consumó todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: “Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas.” Mire vuesa merced qué buen aliño para los que bostezaban de hambre. Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y en el plato unos pellejos y unos güesos, y dijo el pupilero: “Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo.” (9) Leznas: lesine. (10) Diaquilón: unguento. 7 “¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado”, decía yo, “que tal amenaza has hecho a mis tripas!” Echó la bendición, y dijo: “Ea, demos lugar a los criados y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido.” Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojóse mucho y díjome que aprendiese modestia y tres o cuatro sentencias viejas, y fuése. Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio mal parado, y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboquéme de tres mendrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo: “Coman como hermanos, pues Dios les da con qué; no riñan, que para todos hay.” Volvióse al sol y dejónos solos. Certifico a vuesa merced que había uno dellos que se llamaba Surre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y por dónde se comía, que una cortecilla que le cupo la llevó dos veces a los ojos, y entre tres no la acertaba a encaminar de las manos a la boca. Y pedí yo de beber, que los otros por estar casi ayunos no lo hacían, y diéronme un vaso con agua, y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo esperitado que dije. Levantéme con grande dolor de mi ánima, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón. Dióme gana de descomer, aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome: “No lo sé, en esta casa no las hay; para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, donde quiera podéis; que aquí estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el día que entré, como vos agora, de lo que cené en mi casa la noche antes.” ¿Cómo encareceré yo mi tristeza y pena? Fué tanta, que considerando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque tenía gana, echar nada de él. Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer. Andaban vaguidos1(11), en aquella casa, como en otra ahítos. Llegó la hora del cenar; pasóse la merienda en blanco; cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro: cabra asada. Mire vuesa merced si inventara el diablo tal cosa. “Es cosa muy saludable y provechosa”, decía, “cenar poco para tener el estómago desocupado”, y citaba una retahíla de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que ahorraba un hombre sueños pesados, sabiendo que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron, y cenamos todos, y no cenó ninguno. Fuímonos a acostar y en toda la noche yo ni don Diego pudimos dormir, él trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque últimamente le dije: “Señor, ¿sabéis de cierto si estamos vivos? porque yo imagino que en la pendencia de las berceras2(12) nos mataron y que somos ánimas que estamos en el purgatorio, y así, es por demás decir que nos saque vuestro padre si alguno no nos reza en alguna cuenta de perdones y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado.” Entre estas pláticas y un poco que dormimos se llegó la hora del levantar; dieron las seis y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosla todos. Ya mis espaldas y ijadas nadaban en el jubón, y las piernas daban lugar a otras siete calzas; los dientes sacaba con tobas3(13), amarillos, vestidos de desesperación. Mandáronme leer el primer nominativo a los otros, y era de manera mi hambre, que me desayuné con la mitad de las razones, comiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el mozo de Cabra, diciendo que él ha visto meter en (11) Vaguidos: barcollanti. (12) Berceras: ortolane. (13) Toba: tartaro. casa, recién venido, dos frisones4(14), y que a dos días salieron caballos ligeros, que volaban por los aires; y que vió meter mastines pesados, y a tres horas salir galgos corredores; y que una Cuaresma topó muchos hombres, unos metiendo los pies, otros las manos, otros todo el cuerpo, en el portal de su casa, esto por muy gran rato, y mucha gente que venía a sólo aquello de fuera; y preguntando un día que qué sería, porque Cabra se enojó de que se lo preguntase, respondió que los unos tenían sarna5(15) y los otros sabañones6(16), y que en metiéndolos en aquella casa morían de hambre, de manera que no comían de allí adelante. Certificóme que era verdad. Yo, que conocí la casa, lo creo; dígolo porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y volviendo a la lición, dióla, y decorámosla, y proseguí siempre en aquel modo de vivir que he contado. Sólo añadió a la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera, y así, tenía una caja de hierro, toda agujereada, como salbadera7(17); abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornábala a cerrar, y metíala colgando de un cordel en la olla para que la diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dió en sólo asomar el tocino en la olla. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan al cabo, que ya que para comer no hallábamos remedio, pasado un mes, le buscamos para no levantarnos de mañana, y así trazábamos de decir que teníamos algún mal; pero no dijimos calentura, porque no la teniendo, era fácil de conocer el enredo; dolor de cabeza o muelas era poco estorbo; dijimos, al fin, que nos dolían las tripas y estábamos malos de achaque de no haber (14) Frisones: cavalli da tiro. (15) Sarna: scabbia. (16) Sabañones: geloni. (17) Salbadera: porta-sabbia per scrittoio (usato per asciugare l’inchiostro). 10 son menester, porque él solo es todos los tres enemigos. Y fúndase para decir que el Dinero es el Diablo, en que todos decís: “Diablo es el dinero”, y que “Lo que no hiciere el dinero, no lo hará el diablo”. “Endiablada cosa es el dinero.” Para ser el Mundo, dice que vosotros decís que “No hay más mundo que el dinero”, “Quien no tiene dinero, váyase del mundo”, al que le quitan el dinero decís que “Le echen del mundo” y que “Todo se da por el dinero”. Para decir que es la Carne el Dinero, dice el Dinero: “Dígalo la Carne”, y remítese a las putas y mujeres malas, que es lo mismo que interesadas. BALTASAR GRACIÁN EL CRITICÓN1(a) -Pero si las mismas peñas temblaban,¡qué haría yo! -prosiguió Andrenio-. Todas las partes de mi cuerpo parecieron quererse desencajar también, que hasta el corazón, dando saltos, no hice poco en detenerlo: fuéronme destituyendo los sentidos y halléme perdido de mí mismo, muerto y aun sepultado entre peñas y entre penas. El tiempo que duró aquel eclipse del alma, paréntesis de mi vida, ni pude yo percibirlo ni de otro alguno saberlo. Al fin, ni sé cómo, ni sé cuándo, volví poco a poco a recobrarme de tan mortal deliquio, abrí los ojos a la que comenzaba a abrir el día, día claro, día grande, día (a) El criticón - ed. di E. Correa Calderón, Madrid, Espasa Calpe (Clásicos Castellanos n°165-167), 1971. felicísimo, el mejor de toda mi vida: notélo bien con piedras y aun con peñascos. Reconocí luego quebrantada mi penosa cárcel, y fue tan indecible mi contento, que al punto comencé a desenterrarme, para nacer de nuevo a todo un mundo en una bien patente ventana que señoreaba todo aquel espacioso y alegrísimo hemisferio. Fui acercándome dudosamente a ella, violentando mis deseos; pero ya asegurado, llegué a asomarme del todo a aquel rasgado balcón del ver y del vivir, tendí la vista aquella vez primera por este gran teatro de tierra y cielo: toda el alma con extraño ímpetu, entre curiosidad y alegría, acudió a los ojos, dejando como destituidos los demás miembros, de suerte que estuve casi un día insensible, inmoble y como muerto, cuando más vivo. Querer yo aquí exprimirte el intenso sentimiento de mi afecto, el conato de mi mente y de mi espíritu, sería emprender cien imposibles juntos: sólo te digo que aún me dura, y durará siempre, el espanto, la admiración, la suspensión y el pasmo que me ocuparon toda el alma. -Bien lo creo, -dijo Critilo-, que, cuando los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió. -Miraba el cielo, miraba la tierra, miraba el mar, ya todo junto, ya cada cosa de por sí, y en cada objeto de estos me transportaba sin acertar a salir dél, viendo, observando, advirtiendo, admirando, discurriendo y lográndolo todo con insaciable fruición. -¡Oh lo que te envidio -exclamó Critilo- tanta felicidad no imaginada, privilegio único del primer hombre y tuyo!: llegar a ver con novedad y con advertencia la grandeza, la hermosura, el concierto, la firmeza y la variedad desta gran máquina criada. Fáltanos la admiración comúnmente a nosotros porque falta la novedad, y con ésta la advertencia. Entramos todos en el mundo con los ojos del ánimo cerrados, y cuando los abrimos al conocimiento ya la costumbre de ver las cosas, por maravillosas que sean, no deja lugar a la admiración. Por eso los varones sabios se valieron siempre de la reflexión, imaginándose llegar de nuevo al mundo, reparando en sus prodigios, que cada cosa lo es, admirando sus perfecciones y filosofando artificiosamente. A la manera que el que paseando por un deliciosísimo jardín pasó divertido por sus calles, sin reparar en lo artificioso de sus plantas ni en lo vario de sus flores, vuelve atrás cuando lo advierte y comienza a gozar otra vez poco a poco y de una en una cada planta y cada flor, así nos acontece a nosotros que vamos pasando desde el nacer al morir sin reparar en la hermosura y perfección de este universo; pero los varones sabios vuelven atrás, renovando el gusto y contemplando cada cosa con novedad en el advertir, si no en el ver. AGUDEZA Y ARTE DEL INGENIO2(b) La primera distinción sea entre la agudeza de perspicacia y la de artificio; y ésta, es el asunto de nuestra arte. Aquélla tiende a dar alcance a las dificultosas verdades, descubriendo la más recóndita. Ésta, no cuidando tanto deso, afecta la hermosura sutil; aquélla es más útil, ésta deleitable; aquélla es todas las Artes y Ciencias, en sus actos y sus hábitos; ésta, por recóndita y extraordinaria, no tenía casa fija. Pudiera dividirse la agudeza de artificio en agudeza de concepto, que consiste más en la sutileza del pensar, que en las palabras, como aquel plausible discurso de un orador sacro, que en la misteriosa ceremonia de la Ceniza3(1), ponderó el entierro del hombre, con todas sus circunstancias: lutos de la iglesia, capuces de los eclesiásticos, llantos de los (b) Agudeza y arte del ingenio - ed. di E. Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1973. (1) Ceremonia de la Ceniza: è l’imposizione delle ceneri che si effettua il mercoledì con cui si apre la Quaresima. 11 profetas, la cruz delante, poca tierra, que basta para cubrir al mayor monarca, y ésa, polvo significativo del olvido, la uniformidad de palabras y de acción, que en la sepultura no hay desigualdades; y desta suerte, fue discurriendo por todos los demás requisitos funerales. La otra es agudeza verbal, que consiste más en la palabra; de tal modo que, si aquélla se quita, no queda alma, ni se pueden éstas traducir en otra lengua; deste género son los equivocos, muy celebrado éste1(2) que, por mote, lo dijo una menina de la reina, en aquella usada, ingeniosa recreación de Palacio: El galán que me quisiere Siempre me regalará, Porque dél se me dará Lo mismo que se me diere. La tercera es agudeza de acción, que las hay prontas, muy hijas del ingenio, como fue aquella del emperador Carlos Quinto, cuando dejó caer el anillo en Francia; el ponerse a sarmentar2(3) el rey don Alfonso detrás del Vargas, sacar la espada Pedro, conde de Saboya, cuando le pedía el gran Canceller del Emperador los títulos de su estado; el tirar Selim del tapete, cuando el viejo, su padre, a él y a sus hermanos los examinaba para herederos con la manzana; el huevo de Colón, o Juanelo y desta suerte otras muchas, especialmente las que encierran intención misteriosa, como se dirá en su discurso proprio; pero esta división más es accidental, digo de sujeto en accidentes, y lo que merece por adecuada, pierde por vulgar. Más propriamente se dividiera en agudeza de correspondencia y conformidad entre los extremos objectivos del concepto, que son los correlatos, que (2) Éste: il mote viene attribuito da altre fonti ad un non identificato Juan de Horozco; la traduzione degli ultimi due vv. è “Perché da parte sua mi si darà/lo stesso che mi importasse”. (3) Sarmentar: raccogliere i tralci tagliati (sarmientos). une para la artificiosa sutileza, como ésta de Floro, a la muerte de Julio César: Aquel, dice, que anegó todo el mundo con la romana sangre, inundó con la suya todo el Senado: Sic ille3(4), qui terrarum Orbem civili sanguine implerat: tandem ipse sanguine suo curiam implevit. Vese la correspondencia entre el mundo, lleno de sangre ajena, y el Senado de la suya propria, sangre con sangre. Esta misma correspondencia campea en esta estancia de aquella agradable écloga del Príncipe de Esquilache4(5) y príncipe de la Poesía: Oíd mis quejas tristes, Lisonjas de estas muchas soledades; Ismenio soy, que vistes Llorar agravios, y cantar verdades, Cuando del monte al prado, Bajaba sus tristezas y ganado. Hace dulcísima armonía entre el cantar y llorar, bajar tristezas y ganado. La otra es agudeza de contrariedad, o discordancia entre los mismos extremos del concepto; así como ésta, de San Crisólogo5(6) a la Madalena, hecha trofeo a los pies de su Maestro; he aquí, dice, trocado el orden de las cosas; siempre el Cielo envía su lluvia a la tierra; mas hoy la tierra es la que riega al Cielo: En mutatus6(7) ordo rerum: pluviam terrae Coelum dat semper: ecce nunc rigat terra Coelum; imo super Coelos, et usque ab ipsum Dominum imber humanarum prosilit lachrymarum. Con (4) Sic ille...: così quello che aveva riempito di sangue fraterno il mondo: infine lui stesso riempì il senato del proprio sangue. (5) Príncipe de Esquilache: è Don Francisco de Borja y de Aragón (1581-1658), che fu vicerè del Perù, e notevole poeta del tempo. (6) San Crisólogo: (405 ca.–450), vescovo di Ravenna famoso per la sua eloquenza. (7) En mutatus...: ecco mutato l’ordine delle cose; il cielo dà sempre alla terra la pioggia: ecco ora la terra irriga il cielo; dal profondo sui cieli, e fino a Dio in persona sprizza la pioggia delle lacrime umane. esta misma sutileza concluye don Luis Carrillo, el primer culto de España, este soneto al desengaño: Cuando me vuelvo a mí, y el dulce engaño, Que en deleznables7(8) lazos busco y sigo, Conozco al alma, aunque tirano amigo, Por corto tengo el mal, por corto el daño. Mas, cuando no, con el dolor tamaño Que al alma abraza, querelloso digo: “¡Ciega mi enfermedad, duro enemigo! ¡Oh, amor! Tal eres en tu enojo extraño”. Cruel estrella se entregó a mi suerte, Pues de ciegos recelos oprimida, Desconociendo el bien, el mal advierte. Mas sólo alienta en mí tan honda herida, El ver que el tiempo, si me da la muerte, El mismo tiempo me ha de dar la vida. Vese en entrambos ejemplos aquella oposición y discordancia ponderada en el primero, por aquella metáfora de llover la tierra sobre el Cielo, al contrario de lo ordinario: y en el segundo, concluye el soneto con el dar muerte y dar vida al mismo tiempo; pero esta división de la agudeza no abarca todas sus especies, como las crisis, exageraciones y otras. (8) Deleznables: fragili. 12 CALDERÓN DE LA BARCA LA VIDA ES SUEÑO (a) JORNADA I – (ESCENA II) Descúbrese Segismundo con una cadena y la luz, vestido de pieles. SEGISMUNDO ¡Ay, mísero de mí, y ay, infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así qué delito cometí 105 contra vosotros, naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido: bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, 110 pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos (dejando a una parte, cielos, 115 el delito de nacer), qué más os pude ofender para castigarme más. ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, 120 ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma 125 o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que deja en calma; 130 ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas 135 (gracias al docto pincel), cuando atrevida y cruel la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; 140 ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas1(1) y lamas2(2), (a) La vida es sueño - Per il testo seguiamo l’ed. di Ciriaco Morón, Madrid, Cátedra, 1982. Traduzione di Ferdinando Carlesi in Calderón-Teatro, Firenze, Sansoni, 1948. Metro: décimas espinelas (di ottonari, secondo lo schema ABBAACCDDC), vv. 102-172, 2082-2187; quintillas (di ottonari, di schema ABABA) vv. 475-509; romance (succesione di ottonari assonanzati in sede pari) vv. 890- 985, 1095-1149, 2307-2426, 2920-2997, 3098-3111; redondillas (quartine di ottonari di schema ABBA) vv. 1225-1247, 1268-1318, 1500-1547, 3071-3110; silvas pareadas (succesione di settenari ed endecasillabi alternati secondo lo schema aA, bB ecc.) vv. 1584-1618. Resumen: Basilio, rey de Polonia, encerró en una torre a su hijo, Segismundo, pues había leído en las estrellas que, de llegar a reinar, lo aplastaría con sus pies. Para educarlo y cuidarlo ha sido puesto Clotaldo. Cuando ya Segismundo es mayor, Basilio decide concederle al hijo una posibilidad y lo manda traer a la corte después de haberle hecho suministrar una poción para que se duerma y pueda por lo tanto pensar haber soñado si fuera necesario encerrarlo de nuevo. En la corte el comportamiento violento de Segismundo convence a Basilio de la exactitud de los presagios, y el príncipe, adormecido de nuevo, vuelve a despertarse en su torre, convenciéndose por su singular experiencia, de que la vida humana no es más que sueño. Una insurrección popular contra Basilio, que indicó como sucesor a Astolfo, príncipe de Moscovia, es la que le ofrece la libertad, definitiva ya. Segismundo, por la experiencia anterior, no sabe si creer o no en la realidad de lo que está pasando, pero al final decide ponerse a la cabeza de los rebeldes para disfrutar de la vida, aunque sea sólo en y apenas, bajel de escamas, 145 sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío3(3); 150 ¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, 155 entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las cielos la piedad, que le dan la majestad del campo abierto a su huida; 160 ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho 165 pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón, negar a los hombres sabe privilegio tan süave, excepción tan principal, 170 que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? sueño; una sucesiva maduración, sin embargo, le hace comprender que sólo el “hacer bien” no se pierde ni en el sueño, pues permitirá al despertar (o sea después de la muerte) la vida eterna. De aquí arranca el cambio radical de Segismundo que se transforma en hijo respetuoso y asume todos sus deberes de rey. Su primera acción es la de imponerle a Astolfo el matrimonio con Rosaura, la hija ilegítima de Clotaldo que con el criado Clarín ha venido a Polonia para buscar a su padre y obtener justicia pues había sido deshonrada por Astolfo. (1) Ovas: uova di pesci. (2) Lamas: alghe di fiume. (3) Centro frío: freddo ambiente (dell’acqua). 15 porque en el mundo, Clotaldo, todos lo que viven sueñan. ESCENA III Salen músicos cantando, y criados dando de vestir a Segismundo, que sale como asombrado. SEGISMUNDO ¡Válgame el cielo! ¿qué veo? ¡Válgame el cielo! qué miro? 1225 Con poco espanto lo admiro, con mucha duda lo creo. ¿Yo en palacios suntuosos? ¿Yo entre telas y brocados? ¿Yo cercado de criados 1230 tan lucidos y briosos? ¿Yo despertar de dormir en lecho tan excelente? ¿Yo en medio de tanta gente que me sirva de vestir? 1235 Decir que sueño es engaño, bien sé que despierto estoy. ¿Yo Segismundo no soy? Dadme, cielos, desengaño. Decidme qué pudo ser 1240 esto que a mi fantasía sucedió mientras dormía, que aquí me he llegado a ver. Pero sea lo que fuere, ¿quién me mete en discurrir? 1245 Dejarme quiero servir, y venga lo que viniere. CLOTALDO Con la grande confusión 1270 que el nuevo estado te da, mil dudas padecerá el discurso y la razón; pero ya librarte quiero de todas (si puede ser) 1275 porque has, señor, de saber que eres príncipe heredero de Polonia. Si has estado retirado y escondido, por obedecer ha sido 1280 a la inclemencia del hado, que mil tragedias consiente a este imperio, cuando en él el soberano laurel corone tu augusta frente. 1285 Mas fiando a tu atención que vencerás las estrellas, porque es posible vencellas a un magnánimo varón, a palacio te han traído 1290 de la torre en que vivías, mientras al sueño tenías el espíritu rendido. Tu padre, el rey mi señor, vendrá a verte, y dél sabrás, 1295 Segismundo, lo demás. SEGISMUNDO ¡Pues, vil, infame y traidor! ¿qué tengo más que saber, después de saber quién soy, para mostrar desde hoy 1300 mi soberbia y mi poder? ¿Cómo a tu patria le has hecho tal traición, que me ocultaste a mí, pues que me negaste, contra razón y derecho, este estado? CLOTALDO ¡Ay de mí triste! SEGISMUNDO Traidor fuiste con la ley, 1305 lisonjero con el rey, y cruel conmigo fuiste; y así el rey, la ley y yo, entre desdichas tan fieras, te condenan a que mueras 1310 a mis manos. CRIADO 2.° ¡Señor! SEGISMUNDO No me estorbe nadie, que es vana diligencia; ¡y vive Dios! si os ponéis delante vos, que os eche por la ventana. 1315 CRIADO 1.° Huye, Clotaldo. CLOTALDO ¡Ay de ti, qué soberbia vas mostrando, sin saber que estás soñando! Vase. ESCENA VI BASILIO ¡Bien me agradeces el verte, 1500 de un humilde y pobre preso, príncipe ya! SEGISMUNDO Pues en eso, ¿qué tengo que agradecerte? Tirano de mi albedrío, si viejo y caduco estás, 1505 muriéndote, ¿qué me das? ¿Dasme más de lo que es mío? Mi padre eres y mi rey; luego toda esta grandeza 16 me da la naturaleza 1510 por derechos de su ley. Luego, aunque esté en este estado, obligado no te quedo, y pedirte cuentas puedo del tiempo que me has quitado 1515 libertad, vida y honor; y así, agradéceme a mí que yo no cobre de ti, pues eres tú mi deudor. BASILIO Bárbaro eres y atrevido; 1520 cumplió su palabra el cielo; y así, para él mismo apelo, soberbio desvanecido. Y aunque sepas ya quién eres, y desengañado estés, 1525 y aunque en un lugar te ves donde a todos te prefieres, mira bien lo que te advierto, que seas humilde y blando, porque quizá estás soñando, 1530 aunque ves que estás despierto. Vase. SEGISMUNDO ¿Que quizá soñando estoy, aunque despierto me veo? No sueño, pues toco y creo lo que he sido y lo que soy. 1535 Y aunque agora te arrepientas, poco remedio tendrás; sé quien soy, y no podrás aunque suspires y sientas, quitarme el haber nacido 1540 desta corona heredero; y si me viste primero a las prisiones rendido, fue porque ignoré quién era; pero ya informado estoy 1545 de quién soy, y sé que soy un compuesto de hombre y fiera. ESCENA VII SEGISMUNDO Ya hallé mi vida; mujer, que aqueste nombre es le mejor requiebro para el hombre: 1585 ¿quién eres? Que sin verte adoración me debes, y de suerte por la fe te conquisto1(4), que me persuado a que otra vez te he visto. ¿Quién eres, mujer bella? 1590 ROSAURA (Disimular me importa) Soy de Estrella una infelice dama. SEGISMUNDO No digas tal; di el sol, a cuya llama aquella estrella vive, pues de tus rayos resplandor recibe; 1595 yo vi en reino de olores que presidía entre comunes flores la deidad de la rosa, y era su emperatriz por más hermosa. Yo vi entre piedras finas 1600 de la docta academia de sus minas preferir el diamante, y ser su emperador por más brillante. Yo en esas cortes bellas de la inquieta república de estrellas, 1605 vi en el lugar primero, por rey de las estrellas el lucero. (4) Por la fe te conquisto: penso di averti conquistato (Sigismondo si ricorda cioè del suo primo incontro con Rosaura). Yo en esferas perfetas, llamando el sol a cortes los planetas, le vi que presidía 1610 como mayor oráculo del día. Pues ¿cómo si entre estrellas, piedras, planetas, flores, las más bellas prefieren, tú has servido la de menos beldad, habiendo sido 1615 por más bella y hermosa, sol, lucero, diamante, estrella y rosa? ESCENA XVIII SEGISMUNDO ¿Soy yo por ventura? ¿soy el que preso y aherrojado llego a verme en tal estado? ¿No sois mi sepulcro vos, 2085 torre? Sí. ¡Válgame Dios, qué de cosas he soñado!. CLOTALDO A mí me toca llegar a hacer la deshecha2(5) agora. ¿Es ya de despertar hora? 2090 SEGISMUNDO Sí, hora es ya de despertar. CLOTALDO ¿Todo el día te has de estar durmiendo? ¿Desde que yo al águila que voló con tarda vista seguí, 2095 y te quedaste tú aquí, nunca has despertado? (5) Deshecha: finzione. 17 SEGISMUNDO No, ni aun agora he despertado, que según, Clotaldo, entiendo, todavía estoy durmiendo. 2100 Y no estoy muy engañado; porque si ha sido soñado, lo que vi palpable y cierto, lo que veo será incierto; y no es mucho que rendido, 2105 pues veo estando dormido, que sueñe estando despierto. CLOTALDO Lo que soñaste me dí. SEGISMUNDO Supuesto que sueño fue, no diré lo que soñé; 2110 lo que vi, Clotaldo, sí. Yo desperté y yo me vi, (¡qué crueldad tan lisonjera!) en un lecho, que pudiera, con matices y colores, 2115 ser el catre1(6) de las flores que tejió la Primavera. Allí mil nobles, rendidos a mis pies, nombre me dieron de su príncipe, y sirvieron 2120 galas, joyas y vestidos. La calma de mis sentidos tú trocaste en alegría, diciendo la dicha mía; que aunque estoy desta manera, 2125 príncipe en Polonia era. CLOTALDO Buenas albricias tendría. (6) Catre: letto. SEGISMUNDO No muy buenas; por traidor, con pecho atrevido y fuerte dos veces te daba muerte. 2130 CLOTALDO ¿Para mí tanto rigor? SEGISMUNDO De todos era señor, y de todos me vengaba; sólo a una mujer amaba; que fue verdad, creo yo, 2135 en que todo se acabó, y esto sólo no se acaba. Vase el rey. CLOTALDO Enternecido se ha ido el rey de haberle escuchado. Como habíamos hablado, 2140 de aquella águila, dormido, tu sueño imperios han sido, mas en sueños fuera bien entonces, honrar a quien te crio en tantos empeños, 2145 Segismundo, que aun en sueños no se pierde el hacer bien. Vase. ESCENA XIX SEGISMUNDO Es verdad; pues reprimamos esta fiera condición, esta furia, esta ambición, 2150 por si alguna vez soñamos. Y si haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña, 2155 que el hombre que vive, sueña lo que es, hasta despertar. Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; 2160 y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte (¡desdicha fuerte!): ¡que hay quien intente reinar, 2165 viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte! Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece 2170 su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, 2175 todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí, destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado 2180 más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; 2185 que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. 20 antes que de mi corona. Huyamos de la ocasión, que es muy fuerte. -Al arma toca, que hoy de dar la batalla, antes que las negras sombras 2995 sepulten los rayos de oro entre verdinegras ondas. Disparan dentro y cae Clarín, herido, de donde está. BASILIO ¡Válgame el cielo! ASTOLFO ¿Quién es este infelice soldado, que a nuestros pies ha caído en sangre todo teñido? CLARÍN Soy un hombre desdichado, 3075 que por quererme guardar de la muerte, la busqué. Huyendo de ella, topé con ella, pues no hay lugar, para la muerte secreto; 3080 de donde claro se arguye que quien más su efecto huye, es quien se llega a su efeto. Por eso, tornad, tornad a la lid sangrienta luego; 3085 que entre las armas y el fuego hay mayor seguridad que en el monte más guardado, pues no hay seguro camino a la fuerza del destino 3090 y a la inclemencia del hado; y así, aunque a libraros vais de la muerte con huir. ¡Mirad que vais a morir, si está de Dios que muráis! (Cae dentro.) 3095 BASILIO ¡Mirad que vais a morir si está de Dios que muráis! ¡Qué bien (¡ay cielos!) persuade nuestro error, nuestra ignorancia, a mayor conocimiento 3100 este cadáver que habla por la boca de una herida, siendo el humor que desata sangrienta lengua que enseña que son diligencias vanas 3105 del hombre, cuantas dispone contra mayor fuerza y causa! Pues yo, por librar de muertes y sediciones mi patria, vine a entregarle a los mismos 3110 de quien pretendí librarla. EL GRAN TEATRO DEL MUNDO (b) (Sale el MUNDO por diversa puerta.) MUNDO ¿Quién me llama, que, desde el duro centro de aqueste globo que me esconde dentro alas visto veloces? ¿Quién me saca de mí, quién me da voces? 30 AUTOR Es tu Autor Soberano. De mi voz un suspiro, de mi mano un rasgo es quien te informa, y a su oscura materia le da forma. MUNDO Pues ¿qué es lo que me mandas?¿Qué me quieres? 35 AUTOR Pues soy tu Autor, y tú mi hechura eres, hoy, de un concepto mío la ejecución a tus aplausos fío. Una fiesta hacer quiero a mi mismo poder, si considero 40 que sólo a ostentación de mi grandeza fiestas hará la gran naturaleza; y como siempre ha sido lo que más ha alegrado y divertido la representación bien aplaudida, 45 y es representación la humana vida, una comedia sea la que hoy el cielo en tu teatro vea. Si soy Autor y si la fiesta es mía por fuerza la ha de hacer mi compañía. 50 Y pues que yo escogí de los primeros los hombres y ellos son mis compañeros, ellos, en el teatro del mundo, que contiene partes cuatro, 21 con estilo oportuno 55 han de representar. Yo a cada uno el papel le daré que le convenga, y porque en fiesta igual su parte tenga el hermoso aparato de apariencias1(1), de trajes el ornato, 60 hoy prevenido quiero que, alegre, liberal y lisonjero, fabriques apariencias que de dudas se pasen a evidencias2(2). Seremos, yo el Autor, en un instante, 65 tú el teatro, y el hombre el recitante. . . . REY Pues, ¿el Mundo que fuí tan presto ignora? MUNDO El Mundo lo que fué pone en olvido. (b) El gran teatro del mundo – Per il testo seguiamo l’ed. di Angel Valbuena Prat, Madrid, Espasa Calpe (Clásicos Castellanos n°69), 1957. Metro: vv. 27-56 silva pareada (successione di settenari ed endecasillabi in distici a rima baciata); vv. 1272-1387 (octava real, di endecasillabi, secondo lo schema ABABABCC). Resumen: el auto es desarrollo de la difundida metáfora barroca de la vida como teatro. El “autor” (Dios) organiza, sirviéndose del mundo como teatro, un espectáculo en el cual participan representantes de los varios estados (el Rey, el Labrador, el Rico, el Pobre, el Niño) además de Hermosura y Discreción. Cuando el Espectáculo, o sea la existencia humana de todos los personajes ha acabado, el Autor convoca a los personajes para distribuir premios y castigos según su forma de actuar: el Pobre y la Discreción se salvan; el Rey, la Hermosura y el Labrador se destinan al Purgatorio; el niño - que murió antes de nacer – al limbo y el Rico al infierno. (1) Apariencias: quinte e scenari. (2) Que de dudas se pasen a evidencias: “che paiano vere”. REY Aquel fuí que mandaba cuanto dora 1275 el sol, de luz y resplandor vestido, desde que en brazos de la aurora nace, hasta que en brazos de la sombra yace. Mandé, juzgué, regí muchos estados; hallé, heredé, adquirí grandes memorias; 1280 vi, tuve, concebí cuerdos cuidados; poseí, gocé, alcancé varias victorias. Formé, aumenté, valí varios privados; hice, escribí, dejé raras historias; vestí, imprimí, ceñí, en ricos doseles, 1285 las púrpuras, los cetros y laureles. MUNDO Pues deja, suelta, quita la corona; la majestad, desnuda, pierde, olvida; (Quítasela.) vuélvase, torne, salga tu persona desnuda de la farsa de la vida. 1290 La púrpura, de quien tu voz blasona, presto de otro se verá vestida, porque no has de sacar de mis crueles manos, púrpuras, cetros, ni laureles. REY ¿Tú, no me diste adornos tan amados? 1295 ¿Cómo me quitas lo que ya me diste? MUNDO Porque dados no fueron, no, prestados sí para el tiempo que el papel hiciste. Déjame para otro los estados, la majestad y pompa que tuviste. 1300 REY ¿Cómo de rico fama solicitas si no tienes qué dar si no lo quitas? ¿Qué tengo de sacar en mi provecho de haber, al mundo, al rey representado? MUNDO Esto, el Autor, si bien o mal lo has hecho 1305 premio o castigo te tendrá guardado; no, no me toca a mí, según sospecho, conocer tu descuído o tu cuidado: cobrar me toca el traje que sacaste, porque me has de dejar como me hallaste. 1310 (Sale la HERMOSURA.) MUNDO ¿Qué has hecho, tú? HERMOSURA La gala y la hermosura. MUNDO ¿Qué te entregué? HERMOSURA Perfecta una belleza. MUNDO Pues, ¿dónde está? HERMOSURA Quedó en la sepultura. MUNDO Pasmóse, aquí, la gran naturaleza viendo cuán poco la hermosura dura, 1315 que aun no viene a parar adonde empieza, pues al querer cobrarla yo, no puedo; ni la llevas, ni yo con ella quedo. El Rey, la majestad en mí ha dejado; en mí ha dejado el lustre, la grandeza. 1320 La belleza no puedo haber cobrado, que espira con el dueño la belleza. Mírate a ese cristal. 22 HERMOSURA Ya me he mirado. MUNDO ¿Dónde está la beldad, la gentileza que te presté? Volvérmela procura. 1325 HERMOSURA Toda la consumió la sepultura. Allí dejé matices y colores; allí perdí jazmines y corales; allí desvanecí rosas y flores; allí quebré marfiles y cristales. 1330 Allí turbé afecciones y primores; allí borré designios y señales; allí eclipsé esplendores y reflejos; allí aún no toparás sombras y lejos1(3). (Sale el LABRADOR.) MUNDO Tú, villano, ¿qué hiciste? LABRADOR Si villano, 1335 era fuerza que hiciese, no te asombre, un labrador, que ya tu estilo vano a quien labra la tierra da ese nombre. Soy a quien trata siempre el cortesano con vil desprecio y bárbaro renombre; 1340 y soy, aunque de serlo más me aflijo, por quien el él, el vós y el tú2(4) se dijo. MUNDO Deja lo que te di. (3)1Lejos: sfondo di un quadro. (4) El él, el vós y el tú: sono tutte formule di trattamento spegiativo. LABRADOR Tú, ¿qué me has dado? MUNDO Un azadón te di. LABRADOR ¡Qué linda alhaja! MUNDO Buena o mala, con ella habrás pagado. 1345 LABRADOR ¿A quién el corazón no se le raja viendo que deste mundo desdichado de cuanto la codicia vil trabaja un azadón, de la salud castigo, aun no le han de dejar llevar consigo? 1350 (Salen el RICO y el POBRE.) MUNDO ¿Quién va allá? RICO Quien de ti nunca quisiera salir. POBRE Y quien de ti siempre ha deseado salir. MUNDO ¿Cómo los dos de esa manera dejarme y no dejarme habéis llorado? RICO Porque, yo rico y poderoso era. 1355 POBRE Y yo porque era pobre y disdichado. MUNDO Suelta estas joyas. (Quítaselas.) POBRE Mira qué bien fundo3(5) no tener que sentir dejar el mundo. (Sale el NIÑO.) MUNDO Tú que al teatro a recitar entraste, ¿cómo, di, en la comedia no saliste? 1360 NIÑO La vida en un sepulcro me quitaste. Allí te dejo lo que tú me diste. (Sale la DISCRECIÓN.) MUNDO ¿Cuándo a las puertas del vivir llamaste tú, para adorno tuyo qué pediste? DISCRECIÓN Pedí una religión y una obediencia, 1365 cilicios, diciplinas y abstinencia. MUNDO Pues, déjalo en mis manos; no me puedan decir, que nadie saca sus blasones. DISCRECIÓN No quiero; que en el mundo no se quedan sacrificios, afectos y oraciones; 1370 conmigo he de llevarlos, porque excedan a tus mismas pasiones tus pasiones; o llega a ver si ya de mí las cobras. (5) Fundo: profondo. 25 FEIJOO “PARALELO DE LAS LENGUAS CASTELLANA Y FRANCESA” Dos extremos, entrambos reprehensibles, noto en nuestros españoles, en orden a las cosas nacionales: unos las engrandecen hasta el cielo; otros las abaten hasta el abismo. Aquellos que ni con el trato de los extranjeros, ni con la lectura de los libros espaciaron su espíritu fuera del recinto de su patria, juzgan que cuanto hay de bueno en el mundo está encerrado en ella. De aquí aquel bárbaro desdén con que miran a las demás naciones, asquean su idioma, abominan sus costumbres, no quieren escuchar o escuchan con irrisión sus adelantamientos en artes y ciencias. Bástales ver a otro español con un libro italiano o francés en la mano para condenarle por genio extravagante o ridículo. Dicen que cuanto hay bueno y digno de ser leído se haya escrito en los dos idiomas latino y castellano; que los libros extranjeros, especialmente franceses, no traen de nuevo sino bagatelas y futilidades; pero del error que padecen en esto diremos algo abajo. Por el contrario, los que han peregrinado por varias tierras, o sin salir de la suya comerciado con extranjeros, si son picados tanto cuanto de la vanidad de espíritus amenos, inclinados a lenguas y noticias, todas las cosas de otras naciones miran con admiración; las de la nuestra, con desdén. Sólo en Francia, pongo por ejemplo, reinan, según su dictamen, la delicadeza, la policía1(1), el buen gusto; acá todo es rudeza y barbarie. Es cosa graciosa ver a algunos de estos nacionistas2(2) (que tomo por lo mismo que antinacionales) hacer violencia a todos sus miembros para imitar a los extranjeros en gestos, Il brano è tratto dal Teatro Crítico Universal. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. dei Clásicos Castellanos (n° 48), Madrid, Espasa Calpe, 1941. (1) Policía: urbanità. (2) Nacionistas: costruito su nación. movimientos y acciones, poniendo especial estudio en andar como ellos andan, sentarse como se sientan, reírse como se ríen, hacer la cortesía como ellos la hacen, y así de todo lo demás . Hacen todo lo posible por desnaturalizarse, y yo me holgaría que lo lograsen enteramente porque nuestra nación descartase tales figuras. Entre éstos y aun fuera de éstos sobresalen algunos apasionados amantes de la lengua francesa, que, prefiriéndola con grandes ventajas a la castellana, ponderan sus hechizos, exaltan sus primores, y no pudiendo sufrir ni una breve ausencia de su adorado idioma, con algunas voces que usurpan de él salpican la conversación, aun cuando hablan en castellano. Esto, en parte, puede decirse que ya se hizo moda, pues los que hablan castellano puro casi son mirados como hombres del tiempo de los godos. CADALSO CARTA LI DEL MISMO AL MISMO Una de las palabras cuya explicación ocupa más lugar en el diccionario de mi amigo Nuño es la voz política, y su adjetivo derivado político. Quiero copiarte todo el párrafo; dice así: «Política viene de la voz griega que significa ciudad, de donde se infiere que su verdadero sentido es la ciencia de gobernar los pueblos, y que los políticos son aquéllos que están en semejantes encargos, o por lo menos, en carrera de llegar a estar en ellos. En este supuesto aquí acabaría este artículo, pues venero su carácter; pero han usurpado este nombre otros sujetos que se hallan muy lejos de verse en tal situación, ni merecer tal respeto. Y de la corrupción de esta palabra mal apropiada a estas gentes nace la precisión de extenderme más. Políticos de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no piensan sino en hacer fortuna por cuantos medios se ofrezcan. Las tres potencias del alma racional y los cinco sentidos del cuerpo humano se reducen a una desmesurada ambición en semejantes hombres. Ni quieren, ni entienden, ni se acuerdan de cosa que no vaya dirigida a este fin. La naturaleza pierde toda su hermosura en el ánimo de ellos. Un jardín no es fragante, ni una fruta es deliciosa, ni un campo es ameno, ni un bosque frondoso, ni las diversiones tienen atractivo, ni la comida les satisface, ni la conversación les ofrece gusto, ni la salud les produce alegría, ni la amistad les da consuelo, ni el amor les presenta delicia, ni la juventud les fortalece. Nada importan las cosas del mundo en el día, la hora, el minuto, que no adelantan un paso en la carrera de la fortuna. Los demás hombres pasan por varias alteraciones de gustos y penas; pero éstos no conocen más que un gusto, y es el de adelantarse, y así tienen, no por pena, sino por tormentos inaguantables, todas las varias contingencias e infinitas casualidades de la vida humana. Para ellos, todo inferior es un esclavo, todo igual un enemigo, todo superior un tirano. La risa y el llanto en estos hombres son como las aguas del río que han pasado por parajes pantanosos: vienen tan turbias, que no es posible distinguir su verdadero sabor y color. El continuo artificio, que ya se hace segunda naturaleza en ellos, los hace insufribles aun a sí mismos. Se piden cuenta del poco tiempo que han dejado de aprovechar en seguir por entre precipicios el fantasma de la ambición que les guía. En su concepto, el día es corto para sus ideas, y demasiado largo para las de los otros. Desprecian al hombre sencillo, aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos, que un criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios, y tal vez delitos; según el muy verdadero proverbio francés, que ninguno es héroe para con su ayuda de cámara. De aquí nace revelarse tantos 26 secretos, descubrirse tantas maquinaciones y, en substancia, mostrarse los hombres ser defectuosos, por más que quieran parecerse semidioses.» En medio de lo odioso que es y debe ser a lo común de los hombres el que está agitado de semejante delirio, que a manera de frenético debiera ser encadenado, porque no haga daño a cuantos hombres, mujeres y niños encuentre por las calles, suele ser divertido su manejo para el que lo ve de lejos. Aquella diversidad de astucias, ardides y artificios es un gracioso espectáculo para quien no la teme. Pero para lo que no basta la paciencia humana es para mirar todas estas máquinas manejadas por un ignorante ciego, que se figura a sí mismo tan incomprensible como los demás le conocen necio. Creen muchos de éstos que la mala intención puede suplir al talento, a la viveza, y al demás conjunto que se ven en muchos libros, pero en pocas personas. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Cartas Marruecas a cura di J. Tamayo y Rubio, Madrid, Espasa Calpe (Clásicos Castellanos n° 112), 1935. JOVELLANOS (Parla della necessità di applicare le conoscenze teoriche allo studio della natura) ¿Qué importa que podáis calcular la rápida sucesión del tiempo, la inmensa extensión del espacio, la dirección y los progresos del movimiento, si el movimiento, el espacio, el tiempo son unos seres ideales y abstractos, unos seres que no existen; si son nada, mientras no los consideréis como medida del estado y sucesión de los entes reales? Debéis, pues, contemplar estos entes en sí mismos, observar su acción y sus mudanzas o fenómenos, y subiendo desde ellos a sus causas, investigar aquellas eternas y constantes leyes que la sabiduría del Criador dictó a la naturaleza para la inmutable conservación de su grande obra. . . . Al entrar a estudiarla, ¡qué espectáculo tan augusto no se abrirá a vuestra contemplación! Vosotros, acostumbrados a verle a todas horas y familiarizados con su grandeza, apenas os dignáis de examinarle; pero levantad a él vuestro espíritu, y veréis cómo, atónito con tantas maravillas, se enciende y suspira por conocerlas. La razón os fue dada para alcanzar una parte de ellas; elevadla hasta el Sol, inmenso globo de fuego y resplandor, y veréis cómo fue colocado en el centro del mundo para regir desde allí los planetas situados a tan diversas distancias. Como padre y rey de los astros, él los ilumina y fomenta y dirige sus pasos y prescribe sus movimientos. Cada uno oye su voz, la sigue obediente y gira en torno de su brillante trono. La tierra, este pequeño globo que habitamos, y uno de sus planetas inferiores, reconoce la misma ley, y de él recibe luz y movimiento. ¿Queréis formar alguna idea del gran sistema de que somos una pequeñísima parte? Pues sabed que el lugar que ocupáis dista sobre veinte y siete millones de leguas del Sol, que es su centro; que Saturno dista del mismo centro sobre doscientos y sesenta y cinco millones de leguas; que el planeta Urano, columbrado en nuestros días, dista todavía más de Saturno que Saturno del Sol; que todavía se alejan más y más de él los cometas en sus giros excéntricos, y que todavía la flaca razón del hombre no ha podido tocar los límites de este magnífico sistema. Il brano è tratto dalla Oración sobre el Estudio de las Ciencias Naturales. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. a cura di José Caso González, Madrid, Castalia, 1969. JUAN MELÉNDEZ VALDÉS ODA ANACREÓNTICA LXI A DORILA Núm. 62. No es posterior a 1775. Teje, Dorila, teje, de pámpanos y flores téjeme una guirnalda con que las sienes orne. Tráeme de dulce vino 5 la copa que rebose, y la lira süave con que te canto amores, si quieres que a la sombra de este parral repose 10 sin que la siesta tema ni sienta sus ardores. ODA ANACREÓNTICA VI A DORILA Núm. 7. No es posterior a 1777. ¡Cómo se van las horas, y tras ellas los días y los floridos años de nuestra frágil vida! La vejez luego viene, 5 del amor enemiga, y entre fúnebres sombras la muerte se avecina, que escuálida y temblando, fea, informe, amarilla, 10 nos aterra, y apaga 27 nuestros fuegos y dichas. El cuerpo se entorpece, los ayes nos fatigan, nos huyen los placeres 15 y deja la alegría. Si esto, pues, nos aguarda, ¿para qué, mi Dorila, son los floridos años de nuestra frágil vida? 20 Para juegos y bailes y cantares y risas nos los dieron los cielos, las Gracias los destinan. Ven ¡ay! ¿qué te detienes? 25 Ven, ven, paloma mía, debajo de estas parras do lene el viento aspira; y entre brindis süaves y mimosas delicias 30 de la niñez gocemos, pues vuela tan aprisa. ODA ANACREÓNTICA LXXX EL TOCADOR Núm. 81. No es posterior a 1794. Sentada ante el espejo, ornaba Galatea de sus blondos1(1) cabellos las delicadas hebras. Separada en dos partes, 5 NOTE – Seguiamo l’ed. di J. H. R. Polt, Madrid, Castalia, 1981. Metro: tutte e tre le liriche sono dei romancillos (successione di vv. più brevi dell’ottonario, assonanzati in sede pari; in questo caso i vv. sono settenari). (1)1Blondo: biondo, francesismo. su dorada madeja cubre en undosos rizos el cuello de azucena. Con mano artificiosa, de sus sortijas cerca 10 la frente, porque brille la nieve contrapuesta2(2). Sobre el ara del gusto en agradable ofrenda, el lujo para ungirlos 15 le ofrece sus esencias, y cien vistosas flores parece que se acercan a sus dedos, ufanas si adornan su cabeza. 20 Ella en todas escoge las colores más tiernas, y entre el alto plumaje delicada las mezcla. Luego al cristal se mira; 25 y al hallarse tan bella, tierna suspira, y sigue su felice tarea. De transparente gasa sobre el tocado asienta 30 un lazo, que hasta el talle baja y al viento ondea. Con otro solicita celar a la modestia de sus turgentes pechos 35 las dos nevadas pellas3(3). Por ellas, al cubrirlas, acaso, aunque ligera, la mano pasa; y siente que el tacto la recrea. 40 Torna a correrla; y blando circula por sus venas (2) Nieve contrapuesta: il candore della pelle è contrapposto all’oro dei capelli. (3) Pellas: sfere. de amor el dulce fuego, que la delicia aumenta. Rendida hacia el espejo 45 se vuelve; y en su esfera las pomas mismas halla, que loca la enajenan. Y al punto más perdida, con amable licencia, 50 para en ellas gozarse, las gasas desordena. Ya ardiente las agita, ya las palpa suspensa, ya tierna las comprime; 55 y en la presión violenta su palpitar se dobla; desfallecida anhela; me nombra, y del deleite la nube la rodea. 60 Yo de improviso salgo, y con dulce sorpresa pago en ardientes besos su amor y su fineza. Turbóse un tanto al verme; 65 mas bien presto halagüeña, me ofreció entre sus brazos el perdón de mi ofensa. 30 busca pretextos para zafarse de la obligación en que está... ¡Hija de mi alma y de mi corazón! DON DIEGO Señora Doña Irene, hágame usted el gusto de oírme, de no replicarme, de no decir despropósitos, y luego que usted sepa lo que hay, llore y gima, y grite y diga cuanto quiera... Pero, entretanto, no me apure usted el sufrimiento, por amor de Dios. DOÑA IRENE Diga usted lo que le dé la gana. DON DIEGO Que no volvamos otra vez a llorar y a... DOÑA IRENE No, señor; ya no lloro. (Enjugándose las lágrimas con un pañuelo.) DON DIEGO Pues hace ya cosa de un año, poco más o menos, que Doña Paquita tiene otro amante. Se han hablado muchas veces, se han escrito, se han prometido amor, fidelidad, constancia... Y, por último, existe en ambos una pasión tan fina, que las dificultades y la ausencia, lejos de disminuirla, han contribuido eficazmente a hacerla mayor. En este supuesto... DOÑA IRENE ¿Pero no conoce usted, señor, que todo es un chisme inventado por alguna mala lengua que no nos quiere bien? DON DIEGO Volvemos otra vez a lo mismo... No, señora; no es chisme. Repito de nuevo que lo sé. DOÑA IRENE ¿Qué ha de saber usted, señor, ni qué traza tiene eso de verdad? ¡Conque la hija de mis entrañas, encerrada en un convento, ayunando los siete reviernes1(3), acompañada de aquellas santas religiosas! ¡Ella, que no sabe lo que es mundo, que no ha salido todavía del cascarón, como quien dice!... Bien se conoce que no sabe usted el genio que tiene Circuncisión... ¡Pues bonita es ella para haber disimulado a su sobrina el menor desliz! DON DIEGO Aquí no se trata de ningún desliz, señora Doña Irene; se trata de una inclinación honesta, de la cual hasta ahora no habíamos tenido antecedente alguno. Su hija de usted es una niña muy honrada, y no es capaz de deslizarse... Lo que digo es que la madre Circuncisión, y la Soledad, y la Candelaria, y todas las madres, y usted, y yo el primero, nos hemos equivocado solemnemente. La muchacha se quiere casar con otro, y no conmigo... Hemos llegado tarde; usted ha contado muy de ligero con la voluntad de su hija... Vaya, ¿para qué es cansarnos? Lea usted ese papel, y verá si tengo razón. (Saca el papel de Don Carlos y se le da a Doña Irene. Ella, sin leerle, se levanta muy agitada, se acerca a la puerta de su cuarto y llama. Levántase Don Diego y procura en vano contenerla.) DOÑA IRENE ¡Yo he de volverme loca!... ¡Francisquita!... ¡Virgen del Tremedal!... ¡Rita! ¡Francisca! DON DIEGO Pero ¿a qué es llamarlas? DOÑA IRENE Sí, señor; que quiero que venga y que se desengañe la pobrecita de quién es usted. DON DIEGO Lo echó todo a rodar... Esto le sucede a quien se fía de la prudencia de una mujer. (3) Reviernes: i sette venerdì successivi alla Pasqua. ESCENA XII DOÑA FRANCISCA, RITA, DOÑA IRENE, D. DIEGO RITA Señora. DOÑA FRANCISCA ¿Me llamaba usted? DOÑA IRENE Sí, hija, sí; porque el señor Don Diego nos trata de un modo que ya no se puede aguantar. ¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice? (Presentando el papel abierto a Doña Francisca.) RITA (Aparte a Doña Francisca.) Su letra es. DOÑA FRANCISCA ¡Qué maldad!... Señor Don Diego, ¿así cumple usted su palabra? DON DIEGO Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga usted aquí. (Tomando de una mano a Doña Francisca, la pone a su lado.) No hay que temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no me ponga en términos de hacer un desatino... Deme usted ese papel... (Quitándole el papel.) Paquita, ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta noche. DOÑA FRANCISCA Mientras viva me acordaré. DON DIEGO Pues éste es el papel que tiraron a la ventana... No hay que asustarse, ya lo he dicho. (Lee.) Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a 31 sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mi enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa, y olvide para siempre a su infeliz amigo.- Carlos de Urbina. DOÑA IRENE ¿Conque hay eso? DOÑA FRANCISCA ¡Triste de mí! DOÑA IRENE ¿Conque es verdad lo que decía el señor, grandísima picarona? Te has de acordar de mí. (Se encamina hacia Doña Francisca, muy colérica, y en ademán de querer maltratarla. Rita y Don Diego lo estorban.) DOÑA FRANCISCA ¡Madre!... ¡Perdón! DOÑA IRENE No, señor; que la he de matar. DON DIEGO ¿Qué locura es ésta? DOÑA IRENE He de matarla. ESCENA XIII D. CARLOS, D. DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA (Sale Don Carlos del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a Doña Francisca, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. Doña Irene se asusta y se retira. ) DON CARLOS Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla. DOÑA FRANCISCA ¡Carlos! DON CARLOS (A Don Diego.) Disimule usted mi atrevimiento... He visto que la insultaban y no me he sabido contener. DOÑA IRENE ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo! DON DIEGO Aquí no hay escándalos... Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer. (Se abrazan Don Carlos y Doña Francisca, y después se arrodillan a los pies de Don Diego.) DOÑA IRENE ¿Conque su sobrino de usted? DON DIEGO Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto, hijos míos, qué es esto? DOÑA FRANCISCA ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices? DON DIEGO Sí, prendas de mi alma... Sí. (Los hace levantar con expresión de ternura.) DOÑA IRENE ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?... DON DIEGO Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!... ¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil. DON CARLOS Si nuestro amor (Besándole las manos.), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida... DOÑA IRENE ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que... DON DIEGO Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece, y éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde! DOÑA IRENE En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se gocen... Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarle. (Abrazando a Don Carlos, Doña Francisca se arrodilla y besa la mano a su madre.) Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido... 32 Cierto que es un mozo muy galán... Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero. RITA Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... Señorita, un millón de besos. (Se besan Doña Francisca y Rita.) DOÑA FRANCISCA Pero ¿ves qué alegría tan grande?... ¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga. DON DIEGO Paquita hermosa (Abraza a Doña Francisca.), recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre... No temo ya la soledad terrible que amenazaba a mi vejez... Vosotros (Asiendo de las manos a Doña Francisca y a Don Carlos.) seréis la delicia de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor... sí, hijos, aquél... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa. DON CARLOS ¡Bendita sea tanta bondad! DON DIEGO Hijos, bendita sea la de Dios. JOSÉ DE ESPRONCEDA SONETO Bajas de la cascada, undosa fuente, con armonioso estrépito sonoro; y en lecho de cristal y arenas de oro forma quieto remanso tu corriente. En tu emboscada margen, puro ambiente une sus blandas quejas al canoro himno, que de las aves alza el coro, y al eco en torno resonar se siente. Salve, mansión que mis delicias fuiste, regalo de mi alma enamorada, templo otro tiempo de la gloria mía: Vuelvo a encontrarte desdeñado y triste, y en desventuras mirarás trocada la dicha que gozar me viste un día. de EL DIABLO MUNDO CANTO II1(1) A TERESA DESCANSA EN PAZ ¡Bueno es el mundo, bueno, bueno! Como de Dios, al fin, obra maestra, por todas partes de delicias lleno, de que Dios ama al hombre hermosa salga la voz alegre de mi seno muestra: a celebrar esta vivienda nuestra; ¡Paz a los hombres! ¡Gloria en las alturas! ¡Cantad en vuestra jaula, criaturas! NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Poéticas Completas a c. di J.J. Domenchina, Madrid, Aguilar, 1972. Sonetto: ABBAABBACDECDE. Canto a Teresa: octavas reales (di endecasillabi, secondo lo schema ABABABCC). (1) Este canto es un desahogo de mi corazón: sáltelo sin escrúpulos el que no quiera leerlo, pues no está ligado en manera alguna con el poema. (N. del A.) (María, por don Miguel de los Santos Álvarez2(2).) ¿Por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido, a aumentar la ansiedad y la agonía de este desierto corazón herido? ¡Ay, que de aquellas horas de alegría le quedó al corazon sólo un gemido, y el llanto que al dolor los ojos niegan lágrimas son de hiel que el alma anegan! ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas de juventud, de amor y de ventura, regaladas de músicas sonoras, adornadas de luz y de hermosura? Imágenes de oro bullidoras, sus alas de carmín y nieve pura, al sol de mi esperanza desplegando, pasaban, ¡ay!, a mi alredor cantando. Gorjeaban los dulces ruiseñores, el sol iluminaba mi alegría, el aura susurraba entre las flores, el bosque mansamente respondía, las fuentes murmuraban sus amores... ¡Ilusiones que llora el alma mía! ¡Oh! ¡Cuán süave resonó en mi oído el bullicio del mundo y su ruido! Mi vida entonces, cual guerrera nave que el puerto deja por la vez primera, y al soplo de los céfiros süave orgullosa despliega su bandera, y al mar dejando que a sus pies alabe su triunfo en roncos cantos, va velera3(3), una ola tras otra bramadora4(4) (2) Miguel de los Santos Álvarez: poeta romantico spagnolo (1817-1892). (3) Velera: veloce. (4) Bramadora: urlatrice. 35 hombres una preciosa armonía, diciendo sólo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender. El se muere por plantarle una fresca al lucero del alba1(5), como suele decir, y cuando tiene un resentimiento, se le espeta a uno cara a cara2(6). Como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir cumplo y miento; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para él poco más que griego; cree que toda la crianza está reducida a decir Dios guarde a ustedes al entrar en una sala, y añadir con permiso de usted cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo; cosas todas que así se guardará él de olvidarlas como de tener pacto con franceses. En conclusión, hombres de estos que no saben levantarse para despedirse sino en corporación con alguno o algunos otros, que han de dejar humildemente debajo de una mesa su sombrero, que llaman su cabeza, y que cuando se hallan en sociedad por desgracia sin un socorrido bastón, darían cualquier cosa por no tener manos ni brazos, porque en realidad no saben dónde ponerlos, ni qué cosa se puede hacer con los brazos en una sociedad. . . . Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta para comer con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo excusado. Ya (5) Plantarle una fresca al lucero del alba: cantarle chiare (fresca è propriamente l’insolenza). (6) Espeta a uno cara a cara: dice quello che va detto in faccia. se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que, se había creído capaz de contener catorce personas que éramos una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo. Colocáronme, por mucha distinción, entre un niño de cinco años, encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural turbulencia de mi joven adlátere, y entre uno de esos hombres que ocupan en el mundo el espacio y sitio de tres, cuya corpulencia por todos lados se salía de madre3(7) de la única silla en que se hallaba sentado, digámoslo así, como en la punta de una aguja. Desdobláronse silenciosamente las servilletas, nuevas a la verdad, porque tampoco eran muebles en uso para todos los días, y fueron izadas por todos aquellos buenos señores a los ojales de sus fraques como cuerpos intermedios entre las salsas y las solapas. -Ustedes harán penitencia, señores - exclamó el anfitrión una vez sentado-; pero hay que hacerse cargo de que no estamos en Genieys4(8); frase que creyó preciso decir. -Necia afectación es ésta, si es mentira-, dije yo para mí-; y si verdad, gran torpeza convidar a los amigos a hacer penitencia. Desgraciadamente no tardé mucho en conocer que había en aquella expresión más verdad de la que mi buen Braulio se figuraba. Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y recibir cada plato nos aburrimos unos a otros. -Sírvase usted. -Hágame usted el favor. -De ninguna manera. (7) Se salía de madre: strabordava. (8) Genieys: ristorante di Madrid. -No lo recibiré. -Páselo usted a la señora. -Está bien ahí. -Perdone usted. -Gracias. -Sin etiqueta, señores -exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara. Sucedió a la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato; cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por derecha; por medio el tocino; por izquierda los embuchados5(9) de Extremadura. Siguióle un plato de ternera mechada6(10), que Dios maldiga, y a éste otro y otros y otros; mitad traídos de la fonda, que esto basta para que excusemos hacer su elogio, mitad hechos en casa por la criada de todos los días, por una vizcaína auxiliar tomada al intento para aquella festividad y por el ama de la casa, que en semejantes ocasiones debe estar en todo, y por consiguiente suele no estar nada. -Este plato hay que disimularle -decía ésta de unos pichones-; están un poco quemados. -Pero, mujer... -Hombre, me aparté un momento, y ya sabes lo que son las criadas. -¡Qué lástima que este pavo no haya estado media hora más al fuego! Se puso algo tarde. -¿No les parece a ustedes que está algo ahumado este estofado? -¿Qué quieres? Una no puede estar en todo. -¡Oh, está excelente! -exclamábamos todos dejándonoslo en el plato-. -Este pescado está pasado. -Pues en el despacho de la diligencia7(11) del fresco dijeron que acababa de llegar. ¡El criado es tan bruto! -¿De dónde se ha traído este vino? (9)5Embuchados: insaccati. (10) Mechada: lardellata. (11) Diligencia: commissione. 36 -En eso no tienes razón, porque es... -Es malísimo. Estos diálogos cortos iban exornados con una infinidad de miradas furtivas del marido para advertirle continuamente a su mujer alguna negligencia, queriendo darnos a entender [a todos] entrambos a dos que estaban muy al corriente de todas las fórmulas que en semejantes casos se reputan finura, y que todas las torpezas eran hijas de los criados, que nunca han de aprender a servir. Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fue preciso al marido recurrir a los pellizcos y a los pisotones; y ya la señora, que a duras penas había podido hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos. -Señora, no se incomode usted por eso -le dijo el que a su lado tenía. -¡Ah! les aseguro a ustedes que no vuelvo a hacer estas cosas en casa; ustedes no saben lo que es esto; otra vez, Braulio, iremos a la fonda y no tendrás... -Usted, señora mía, hará lo que... -¡Braulio! ¡Braulio! Una tormenta espantosa estaba a punto de estallar; empero todos los convidados a porfía probamos a aplacar aquellas disputas, hijas del deseo de dar a entender la mayor delicadeza, para lo cual no fue poca parte la manía de Braulio y la expresión concluyente que dirigió de nuevo a la concurrencia acerca de la inutilidad de los cumplimientos, que así llamaba él a estar bien servido y al saber comer. ¿Hay nada más ridículo que estas gentes que quieren pasar por finas en medio de la más crasa ignorancia de los usos sociales; que para obsequiarle le obligan a usted a comer y beber por fuerza, y no le dejan medio de hacer su gusto? ¿Por qué habrá gentes que sólo quieren comer con alguna más limpieza los días de días? A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras1(12) con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo; fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas2(13). -Este capón no tiene coyunturas, -exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero. (12) Magras: fette di prosciutto. (13) Coyunturas: giunture delle ossa. DUQUE DE RIVAS DON ÁLVARO, O LA FUERZA DEL SINO - JORNADA V ESCENA IX La escena representa un valle rodeado de riscos inaccesibles y de malezas, atravesado por un arroyuelo. Sobre un peñasco accesible con dificultad, y colocado al fondo, habrá una medio gruta, medio ermita con puerta practicable, y una campana que pueda sonar y tocarse desde dentro; el cielo representará el ponerse el sol de un día borrascoso, se irá oscureciendo lentamente la escena y aumentándose los truenos y relámpagos, Don Álvaro y Don Alfonso salen por un lado. DON ALFONSO De aquí no hemos de pasar. DON ÁLVARO No, que tras de estos tapiales, bien, sin ser vistos, podemos terminar nuestro combate. Y, aunque en hollar este sitio cometo un crimen muy grande, hoy es de crímenes día, y todos han de apurarse. De uno de los dos la tumba se está abriendo en este instante. DON ALFONSO Pues no perdamos más tiempo, y que las espadas hablen. DON ÁLVARO Vamos; mas antes es fuerza que un gran secreto os declare, pues que de uno de nosotros es la muerte irrevocable, y si yo caigo, es forzoso que sepáis en este trance a quién habéis dado muerte, que puede ser importante. 37 DON ALFONSO Vuestro secreto no ignoro, y era el mejor de mis planes (para la sed de venganza saciar que en mis venas arde), después de heriros de muerte, daros noticias tan grandes, tan impensadas y alegres, de tan feliz desenlace, que al despecho de saberlas, de la tumba en los umbrales, cuando no hubiese remedio, cuando todo fuera en balde, el fin espantoso os diera digno de vuestras maldades. DON ÁLVARO Hombre, fantasma o demonio, que ha tomado humana carne para hundirme en los infiernos, para perderme..., ¿Qué sabes?... DON ALFONSO Corrí el Nuevo Mundo... ¿Tiemblas? Vengo de Lima... Esto baste. DON ÁLVARO No basta, que es imposible que saber quien soy lograses. DON ALFONSO De aquel virrey fementido que, (pensando aprovecharse en los trastornos y guerras, de los disturbios y males que la sucesión al trono trajo a España), formó planes de tornar su virreinato en imperio y coronarse, casando con la heredera última de aquel linaje de los Incas, (que en lo antiguo del mar del Sur a los Andes fueron los emperadores), eres hijo. De tu padre, las traiciones descubiertas, aun a tiempo de evitarse, con su esposa, en cuyo seno eras tú ya peso grave, huyó a los montes, alzando entre los indios salvajes de traición y rebeldía el sacrílego estandarte. No los ayudó Fortuna, pues los condujo a la cárcel de Lima, do tú naciste... (Hace extremos de indignación y sorpresa Don Álvaro.) Oye..., espera hasta que acabe. El triunfo del rey Felipe y su clemencia notable, suspendieron la cuchilla que ya amagaba a tus padres, y en una prisión perpetua convirtió el suplicio infame. Tú entre los indios creciste, como fiera te educaste, y viniste ya mancebo con oro y con favor grande, a buscar completo indulto para tus traidores padres. Mas no, que viniste sólo para asesinar cobarde, para seducir inicuo y para que yo te mate. DON ÁLVARO (Despechado.) Vamos a probarlo al punto. DON ALFONSO Ahora tienes que escucharme, que has de apurar, ¡vive el Cielo!, hasta las heces el cáliz. Y si por ser mi destino, consiguieses el matarme, quiero allá, en tu aleve pecho, todo un infierno dejarte. El rey, benéfico, acaba de perdonar a tus padres. Ya están libres y repuestos en honras y dignidades. La gracia alcanzó tu tío, que goza favor notable, y andan todos tus parientes afanados por buscarte para que tenga heredero... DON ÁLVARO (Muy turbado y fuera de sí.) Ya me habéis dicho bastante... No sé dónde estoy, ¡oh cielos!... Si es cierto, si son verdades las noticias que dijisteis... (Enternecido y confuso.) ¡todo puede repararse! Si Leonor existe, todo. ¿Veis lo ilustre de mi sangre?... ¿Veis?... DON ALFONSO Con sumo gozo veo que estáis ciego y delirante. ¿Qué es reparación?... Del mundo amor, gloria, dignidades no son para vos... Los votos religiosos e inmutables que os ligan a este desierto, esa capucha, ese traje, capucha y traje que encubren a un desertor, que al infame suplicio escapó en Italia, de todo incapaz os hacen. 40 (Se descubren y se sientan. El Capitán Centellas, Avellaneda, Buttarelli y algunos otros se van a ellos y les saludan, abrazan y dan la mano, y hacen otras semejantes muestras de cariño y amistad. Don Juan y Don Luis las aceptan cortésmente.) CENTELLAS ¡Don Juan! AVELLANEDA ¡Don Luis! JUAN ¡Caballeros! LUIS ¡Oh, amigos! ¿Qué dicha es ésta? AVELLANEDA Sabíamos vuestra apuesta, y hemos acudido a veros. LUIS Don Juan y yo tal bondad en mucho os agradecemos. JUAN El tiempo no malgastemos, don Luis. (A los otros.) Sillas arrimad. (A los que están lejos.) Caballeros, yo supongo que a ustedes también aquí les trae la apuesta, y por mí a antojo tal no me opongo. LUIS Ni yo; que aunque nada más fue el empeño entre los dos, no ha de decirse, por Dios, que me avergonzó jamás. JUAN Ni a mí, que el orbe es testigo de que hipócrita no soy, pues por doquiera que voy va el escándalo conmigo. LUIS ¡Eh! ¿Y esos dos no se llegan a escuchar? ¡Vos! (Por don Diego y don Gonzalo.) DIEGO Yo estoy bien. LUIS ¿Y vos? GONZALO De aquí oigo también. LUIS Razón tendrán si se niegan. (Se sientan todos alrededor de la mesa en que están don Luis Mejía y don Juan Tenorio.) JUAN ¿Estamos listos? LUIS Estamos. JUAN Como quien somos cumplimos. LUIS Veamos, pues, lo que hicimos. JUAN Bebamos antes. LUIS Bebamos. (Lo hacen.) JUAN La puesta fue... LUIS Porque un día dije que en España entera no habría nadie que hiciera lo que hiciera Luis Mejía. JUAN Y siendo contradictorio al vuestro mi parecer, yo os dije: “Nadie ha de hacer lo que hará don Juan Tenorio”. ¿No es así? LUIS Sin duda alguna; y vinimos a apostar quién de ambos sabría obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año; juntándonos aquí hoy a probarlo. JUAN Y aquí estoy. LUIS Y yo. CENTELLAS ¡Empeño bien extraño, por vida mía! JUAN Hablad, pues. LUIS No, vos debéis empezar. JUAN Como gustéis, igual es, que nunca me hago esperar. Pues, señor, yo, desde aquí, buscando mayor espacio 41 para mis hazañas, dí sobre Italia, porque allí tiene el placer un palacio. De la guerra y del amor antigua y clásica tierra, y en ella el emperador, con ella y con Francia en guerra, díjeme: “¿Dónde mejor? Donde hay soldados hay juego, hay pendencias y amoríos.” Dí, pues, sobre Italia luego, buscando a sangre y a fuego amores y desafíos. En Roma, a mi apuesta fiel, fijé, entre hostil y amatorio, en mi puerta este cartel: Aquí está don Juan Tenorio para quien quiera algo de él. De aquellos días la historia a relataros renuncio: remítome a la memoria que dejé allí, y de mi gloria podéis juzgar por mi anuncio. Las romanas, caprichosas, las costumbres, licenciosas, yo, gallardo y calavera: ¿quién a cuento redujera mis empresas amorosas? Salí de Roma, por fin, como os podéis figurar: con un disfraz harto ruin, y a lomos de un mal rocín, pues me querían ahorcar. Fui al ejército de España; mas todos paisanos míos, soldados y en tierra extraña, dejé pronto su compaña tras cinco o seis desafíos. Nápoles, rico vergel de amor, de placer emporio, vio en mi segundo cartel: “Aquí está don Juan Tenorio, y no hay hombre para él. Desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca, no hay hembra a quien no suscriba; y a cualquier empresa abarca, si en oro o valor estriba. Búsquenle los reñidores; cérquenle los jugadores; quien se precie, que le ataje, a ver si hay quien le aventaje en juego, en lid o en amores. Esto escribí; y en medio año que mi presencia gozó Nápoles, no hay lance extraño, no hay escándalo ni engaño en que no me hallara yo. Por dondequiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí. Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé, y en todas partes dejé memoria amarga de mí. Ni reconocí sagrado, ni hubo razón ni lugar por mi audacia respetado; ni en distinguir me he parado al clérigo del seglar. A quien quise provoqué, con quien quiso me batí, y nunca consideré que pudo matarme a mí aquel a quien yo maté. A esto don Juan se arrojó, y escrito en este papel está cuanto consiguió: y lo que él aquí escribió, mantenido está por él. LUIS Leed, pues. JUAN No; oigamos antes vuestros bizarros1(3) extremos, y si traéis terminantes vuestras notas comprobantes, lo escrito cotejaremos. LUIS Decís bien; cosa es que está, don Juan, muy puesta en razón; aunque, a mi ver, poco irá de una a otra relación. JUAN Empezad, pues. LUIS Allá va. Buscando yo, como vos, a mi aliento empresas grandes, dije: “¿Dó iré, ¡vive Dios!, de amor y lides en pos, que vaya mejor que a Flandes? Allí, puesto que empeñadas guerras hay, a mis deseos habrá al par centuplicadas ocasiones extremadas de riñas y galanteos”, y en Flandes conmigo di. Mas con tan negra fortuna que al mes de encontrarme allí todo mi caudal perdí, dobla a dobla, una por una. En tan total carestía mirándome de dineros, de mí todo el mundo huía; (3) Bizarros: coraggiosi. 42 mas yo busqué compañía y me uní a unos bandoleros. Lo hicimos bien, ¡voto a tal!, y fuimos tan adelante, con suerte tan colosal, que entramos a saco en Gante el palacio episcopal. ¡Qué noche! Por el decoro de la Pascua, el buen Obispo bajó a presidir el coro, y aún de alegría me crispo1(4) al recordar su tesoro. Todo cayó en poder nuestro: mas mi capitán, avaro, puso mi parte en secuestro: reñimos, yo fui más diestro, y le crucé2(5) sin reparo. Juróme al punto la gente capitán, por más valiente: juréles yo amistad franca: pero a la noche siguiente huí, y les dejé sin blanca. Yo me acordé del refrán de que “quien roba al ladrón ha cien años de perdón”, y me arrojé a tal desmán mirando a mi salvación. Pasé a Alemania opulento: mas un provincial jerónimo, hombre de mucho talento, me conoció, y al momento me delató en un anónimo, Compré a fuerza de dinero la libertad y el papel; y topando en un sendero al fraile, le envié certero una bala envuelta en él. Salté a Francia, ¡buen país!, (4) Me crispo: rabbrividisco. (5) Crucé: infilzai. y como en Nápoles vos, puse un cartel en París diciendo: Aquí hay un don Luis que vale lo menos dos. Parará aquí algunos meses, y no trae más intereses ni se aviene a más empresas, que a adorar a las francesas y reñir con los franceses. Esto escribí; y en medio año que mi presencia gozó París, no hubo lance extraño, ni hubo escándalo ni daño donde no me hallara yo. Mas, como don Juan, mi historia también a alargar renuncio; que basta para mi gloria la magnifica memoria que allí dejé con mi anuncio. Y cual vos, por donde fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí. Mi hacienda llevo perdida tres veces: mas se me antoja reponerla, y me convida mi boda comprometida con doña Ana de Pantoja. Mujer muy rica me dan, y mañana hay que cumplir los tratos que hechos están; lo que os advierto, don Juan, por si queréis asistir. A esto don Luis se arrojó, y escrito en este papel está lo que consiguió: y lo que en él escribió, mantenido está por él. JUAN La historia es tan semejante, que está en el fiel la balanza, mas vamos a lo importante, que es el guarismo3(6) que alcanza el papel: conque adelante. LUIS Razón tenéis, en verdad. Aquí está el mío: mirad, por una línea apartados traigo los nombres sentados, para mayor claridad. JUAN Del mismo modo arregladas mis cuentas traigo en el mío: en dos líneas separadas, los muertos en desafío, y las mujeres burladas. Contad. LUIS Contad. JUAN Veinte y tres. LUIS Son los muertos. A ver vos. ¡Por la cruz de San Andrés! Aquí sumo treinta y dos. JUAN Son los muertos. LUIS Matar es. JUAN Nueve os llevo. (6) Guarismo: cifra. 45 El traje de Pepe Vera era semejante al que sacó en la corrida de que en otra parte hemos hecho mención, con la diferencia de ser el raso verde y las guarniciones de oro. Ya se había lidiado un toro, y lo había despachado otro primer espada. Había sido bueno, pero no tan bravo como habían creído los inteligentes. Sonó la trompeta; abrió el toril1(6) su ancha y sombría boca y salió un toro negro a la plaza. (6) Toril: i box dove nell’arena si tengono i tori. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER RIMAS2(a) I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. Yo quisiera escribirlo, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarle, y apenas ¡oh, hermosa! si teniendo en mis manos las tuyas, pudiera, al oído, contártelo a solas. (a) Rimas – ed. di José Carlos de Torres, Madrid, Castalia, 1974; traduzione di parte dei testi in Gallo Gasparetti. Metro: I – cuartetas di endecasillabi con assonanza in sede pari. IV – silva arromanzada (successione di endecasillabi e settenari assonanzati in sede pari). XVI – silva arromanzada (di endecasillabi e quinari; è con Bécquer che si affermano per la silva anche versi diversi da endecasillabo e settenario che danno origine a numerose varietà poi imitate dai modernisti). XXIX- il v. iniziale è di Dante (Inf. v.136; episodio di Paolo e Francesca); silva arromanzada (vv. di varia lunghezza, prevalentemente quinari e novenari). LII/LIII/LIV – cuarteto lira (quartina di endecasillabi e settenari di libera disposizione; alla rima consonante Bécquer e Rosalía de Castro sostituiscono la rima assonante limitata ai vv. pari). IV No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira; podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista; mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía! Mientras la humana ciencia no descubra las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista, mientras la humanidad siempre avanzando no sepa a do camina, mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía! Mientras se sienta que se ríe el alma, sin que los labios rían; mientras se llore, sin que el llanto acuda a nublar la pupila; mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan, mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa ¡habrá poesía! 46 XVI Si al mecer las azules campanillas de tu balcón crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que oculto entre las verdes hojas suspiro yo. Si al resonar confuso a tus espaldas vago rumor, crees que por tu nombre te ha llamado lejana voz, sabe que entre las sombras que te cercan, te llamo yo. Si se turba medroso en la alta noche tu corazón, al sentir en tus labios un aliento abrasador, sabe que, aunque invisible, al lado tuyo respiro yo. XXIX La bocca mi bacciò tutto tremante... Sobre la falda tenía el libro abierto, en mi mejilla tocaban sus rizos negros: no veíamos las letras ninguno, creo, mas guardábamos ambos hondo silencio. ¿Cuánto duró? Ni aun entonces pude saberlo; Sólo sé que no se oía más que el aliento, que apresurado escapaba del labio seco. Sólo sé que nos volvimos los dos a un tiempo y nuestros ojos se hallaron y sonó un beso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creación de Dante era el libro, era su Infierno. Cuando a él bájamos los ojos yo dije trémulo: ¿Comprendes ya que un poema cabe en un verso? Y ella respondió encendida -¡Ya lo comprendo! LII Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis de alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nubes de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las desprendidas orlas, arrebatado entre la niebla obscura, ¡llevadme con vosotras! Llevadme por piedad adonde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas! LIII Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquéllas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquéllas que aprendieron nuestros nombres, ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas, sus flores se abrirán. Pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido... desengáñate, así... ¡no te querrán! LIV Cuando volvemos las fugaces horas del pasado a evocar, temblando brilla en sus pestañas negras una lágrima pronta a resbalar. Y al fin resbala y cae como gota de rocío al pensar que cual hoy por ayer, por hoy mañana volveremos los dos a suspirar. 47 LOS OJOS VERDES (b) Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma. Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tal cuales ellos eran: luminosos, transparentes, como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día. I -Herido va el ciervo..., herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de sus lentiscos1(1) han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... En cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero, ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas2(2), azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados y hundidles a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los Álamos y si la salva antes de morir podemos darlo por perdido? Las cuencas de Moncayo3(3) repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría4(4) (b) Per il testo della leyenda seguiamo l’ed. della Espasa Calpe (Austral n°3, Rimas y Leyendas) Madrid, 1976. (1) Lentiscos: lentischi (arbusti). (2) Carrascas: lecci. (3) Moncayo: il monte che domina Soria. desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros se dirigió al punto que Íñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalaba como el más a propósito para cortarle el paso a la res. Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha5(5) que conducía a la fuente. -¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! -gritó Íñigo entonces-. Estaba de Dios que había de marcharse. Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles, refunfuñando6(6), dejaron la pista a la voz de los cazadores. En aquel momento se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar. -¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? ¡Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos? -Señor -murmuró Íñigo entre dientes-, es imposible pasar de este punto. -¡Imposible! ¿Y por qué? -Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Álamos; la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo las salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna (4) Jauría: muta di cani. (5) Trocha: sentiero. (6) Refunfuñando: brontolando. calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esta fuente misteriosa, pieza perdida. -¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo7(7), la primicia de mis excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos desde aquí: las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame... déjame; suelta esa brida o te revuelvo en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus!8(8), ¡Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro. Caballo y jinete partieron como un huracán. Íñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecieron inmóviles y consternados. El montero exclamó al fin: -Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo9(9). II -Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os sucede? Desde aquel día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos, en pos de la res herida, diríase que una mala (7) Venablo: dardo. (8) Sus: su! (usato con gli animali). (9) Hisopo: aspersorio. 50 ¿Qué es soledad? Para llenar el mundo basta a vezes un solo pensamiento. Por eso hoy, hartos de belleza encuentras el puente, el río y el pinar desierto. No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o dichoso, ya del dolor y del placer el árbitro, quien seca el mar y hace habitable el polo. XIV En el alma llevaba un pensamiento, una duda, un pesar, tan grandes como el ancho firmamento, tan hondos como el mar. De su alma en lo más árido y profundo, fresca brotó de súbito una rosa, como brota una rosa en el desierto, o un lirio entre las grietas de una roca. de FOLHAS NOVAS I Diredes d’estos versos, y é verdade, que tên estrana insólita armonía, que n’eles as ideas brilan pálidas cal errantes muxicas qu’estalan por instantes que desparecen xiña, que s’asomellan â parruma incerta que voltexa no fondo d’as curtiñas, e ô susurro monótono d’os pinos d’a veira-mar bravía. Eu direivos tan sô qu’os meus cantares así sân en confuso d’alma miña, como sal d’as profundas carballeiras ô comenzar d’o día, romor que non se sabe s’é rebuldar d’as brisas, si son beixos d’as frores, s’agrestes misteriosas armonías que neste mundo triste o camiño d’o ceu buscan perdidas. TRADUCCIÓN I Diréis de estos versos, y es verdad, que tienen extraña, insólita armonía, que en ellos las ideas brillan pálidas como errantas músicas que estallan por instantes que desaparecen aún, que se parecen a la niebla incierta que voltea en el fondo de los valles, y el susurro de los pinares de la orilla del mar bravía. Yo os diré tan sólo que mis cantares así salen en confuso de mi alma como sale de los profundos encinares, al comenzar del día, ruido que no se sabe si es juguetear de las brisas, si son besos de las flores, si agrestes misteriosas armonías que en este mundo triste el camino del cielo buscan perdidas. IV Unha vez tiven un cravo cravado no corazón, y eu non m’acordo xa s’era aquel cravo d’ouro, de ferro ou d’amor. Soyo sei que me fixo un mal tan fondo, que tanto m’atormentou, qu’en día e noite sin cesar choraba cal chorou Madanela na Pasión. «Señor, que todo o podedes pedinlle unha vez a Dios, daime valor par’arrincar d’un golpe cravo de tal condición». E doumo Dios e arrinqueimo, mais... ¿Quén pensara...? Despois xa non sentín mais tormentos nin soupen qu’era dolor; soupen sô que non sei que me faltaba en donde o cravo faltou, e seica seica tiven soidades d’aquela pena... ¡Bon Dios! Este barro mortal qu’envolve o esprito, ¡quén o entenderá, Señor! TRADUCCIÓN IV Una vez tenía un clavo clavado en el corazón, y yo no me acuerdo ya si era aquel clavo de oro, de hierro o de amor. Solo sé que me hizo un mal tan hondo, que tanto me atormentó, que yo día y noche sin cesar lloraba como lloró Madalena en la Pasión. “Señor que lo podéis todo le pedí una vez a Dios, dadme valor para arrancar de un golpe clavo de tal condición”. 51 Y me lo dio Dios y me lo arrancó, mas... ¿quién pensaría?... Después ya no sentí más tormentos ni supe qué era dolor; supe sólo que no sé que me faltaba donde el clavo faltó, y quizá quizá tuve nostalgia de aquella pena... ¡Buen Dios! Este barro mortal que envuelve el espíritu, ¡quién lo entenderá, Señor! NOTE – Seguiamo l’ed. di Mario Pinna (R. De Castro, Poesie Scelte), Firenze, Sansoni (edizioni Fussi), 1958; nella stessa antologia traduzione italiana di tutti i testi. Ai testi galleghi si accosta la traduzione in castigliano affinché lo studente possa ricavare immediatamente le più notevoli differenze tra due lingue. Le liriche in gallego sono tratte da Folhas Novas, quelle in castigliano da En las orillas del Sar. JOSÉ MARÍA de PEREDA de PEÑAS ARRIBA XVII Y comenzó a venir sin tardar mucho; pero ¡ay! lo que vino fué, primeramente, una niebla gris que bajó de los montes, envolvió todo el pueblo y se coló hasta en los hogares; tras de aquella niebla vino un “gallego” frío, con otra niebla parda que fué mezclándose con la primera, tiznándola de su color y haciéndola más húmeda y pegajosa; llegó también un ruido sordo y continuo como lejano cañoneo, que a mí me parecía de la mar batiendo furibundo hacia el Norte los peñascos de la costa; pero según dictamen de la gente de mi casa, era el “rebombe” del “pozón de Peña Sagra”, un lago o pozo muy grande que se da por existente, aunque no sé de nadie que le haya visto, en las entrañas de aquel coloso de la cordillera; y sin cesar este ruido bronco, dejáronse oír en el espacio y sobre el valle unos como quejidos siniestros y antipáticos, que eran, según informes de Chisco, el graznar de los “butres” (buitres) y las grullas, que pasaban “cararriba”; señal ésta, como la del “rebombar” del pozo y la de las nieblas bajas con el “gallego” detrás, de que se nos echaba encima una invernada de las gordas. Y se cumplieron las profecías: las nieblas se convirtieron en negras nubes henchidas de aguaceros, que el viento, embravecido poco a poco, estrellaba, con mugidos tremebundos, contra casas, ribazos y bardales, cerrándose boquetes y horizontes por dondequiera que se miraba; sintieron los más ardientes de sangre los primeros estremecimientos de frío, y nos declaramos todos en la casona seria y formalmente bloqueados por el invierno. Las primeras consecuencias de este bloqueo fueron en ella, como era fácil de presumirse, la reducción de la tertulia a media docena escasa de valientes, entre ellos Pito Salces, a quien no atajaban en los impulsos de la querencia que le atraía, ni los más fieros vendavales, y (lo que fue para mí harto más desagradable y no esperado tan pronto) una crisis de mal género en el estado de mi tío. Como por encargo del médico se le vedaba hasta el asomar las narices al cuarterón abierto de una ventana, se consumía de impaciencia en los páramos entenebrecidos de su cárcel; y cuando llegaba la noche y, después de rezar el rosario en la cocina, veía entrar en ella dispersos, acobardados, ateridos de frío y calados de agua, a unos pocos tertulianos de los de aquella apretada falange de las primeras noches, y notaba la causa de la deserción de los demás en el furioso batir de las celliscas1(1) contra puertas y ventanas y en el cañón de la chimenea, quedábase pensativo y mustio, con la cerviz humillada y la vista fija en el flamear de la lumbre, cuyo calor buscaba por instinto. Y así un día y otro, sin que la dureza de su fibra alcanzara a descifrar siquiera los desalientos de su espíritu, llegó a un grado tal de abatimiento que me alarmó, porque en un estado moral como el suyo cualquier aletazo de su enfermedad era muy temible. Hablando con él una mañana de aquellos días tan crudos, y solos los dos en la cocina, que era su ordinario paradero entonces, yo animándole como podía y él conociendo la endeble calidad de mis estimulantes, acabó por decirme: — No te canses, Marcelo: este ujano2(2) que me roe es más fuerte que tú y yo juntos, por grandes que sean tus cuidados y por dura que haya sido mi correa. Mira, hombre: todavía no jaz3(3) un año que me tenía yo por tan duro de caer como las hayas de esos montes. ¡Trastajo con la vanidad de la guapeza humana! A lo mejor del pensar que solamente un rayo de la voluntá de Dios podía acaldarme en el suelo, un soplo que no apagaría una luz me puso a las puertas de la muerte cuando menos lo esperaba y más descuidado dormía. Desde entonces acá, ¡pispajo!, yo, que nunca me espanté de nada ni me encogí por cosa alguna, miro y remiro con desconfianza hasta el suelo en que pongo los pies, porque siempre y a todas horas y en todas partes estoy temiendo el último golpe que falta para que el roble acabe de caer. Esta es la verdad, ¡cascajo!, y hasta creo que te apunté algo de ella en alguna de las cartas que te escribí. Pero entonces eran los días más largos, las noches más cortas; alumbraba el sol a la tierra y calentaba la sangre de los viejos, y, sobre NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1959. (1) Celliscas: temporali d’acqua e neve. (2) Ujano: volgarismo per “gusano”. (3) Jaz: hace (volg.). 52 todo, volvía de su viaje muy temprano; madrugaba mucho para espantar las ideas tristes de las cabezas en que apenas entra la caridad del sueño por la noche. Por eso me jallastes1(4) tan campante a la venida y me has visto ir tirando hasta ayer, como quien dice... hasta que vino lo que yo había visto venir otras veces sin apurarme por ello…, y no sé si te diga que con gusto..., ¡con gusto, trastajo!, porque cuando hay buena salud la tierra no tiene salsa si nos está cantando siempre una misma solfa... y sin cambiar de ropajes... Digo que fuí tirando tal cual hasta que llegó la primera cellerisca2(5), esta que todavía está pasando, mientras llega, por las señales, otra más dura que pelar que ella; y se apagó el sol de día y se cerraron las puertas y ventanas, y empezó a faltar de noche la gente de la cocina, y a no haber fin para las horas de la cama ni punto de sosiego para el mal pensar de la cabeza. Yo nunca había visto pasar por ella las negruras que ahora pasan. Hasta estos días, y desde que tengo uso de razón, siempre el interés de los demás jizo que me olvidara de mí propio; pues ahora, ¡ya te quiero un cuento, pispajo!..., y esto es lo que me descuajaringa3(6), no tengo ojos más que para ver cómo va la carcoma rejundiendo4(7) y ajondando5(8) en este tronco podrido que se cae por sí mesmo6(9) de día en día, de hora en hora. Paez que el viento, al rebombar en el cañón de la chimenea, me dice algo que nunca había oído yo antes; pero algo muy temeroso y muy triste..., vamos, que ajuyera7(10) de ello de buena gana si el temporal de afuera no me cerrara todos los caminos de escape y el frío no me encadenara los remos y no me cortara la poca respiración que me queda en el gaznate... Otra cosa nunca vista: te puedo jurar que no me (4) Jallastes: hallaste (volg.). (5) Cellerisca: cellisca (volg.). (6) Descuajaringa: sconvolge, scompone. (7) Rejundiendo: refundiendo (volg.). (8) Ajondando: ahondando (volg.). (9) Mesmo: mismo (volg.). (10) Ajuyera: huyera (volg.). asusta la muerte, porque soy viejo y cristiano y sé que ha de venir sin tardar mucho y que me toca esperarla confiado en la misericordia de Dios, como la espero; y con ello y con todo, me espanta la enfermedad que me va quitando la vida. ¿Cómo se explica este potaje? ¿Qué te parece a ti que será esto, Marcelo? JUAN VALERA de PEPITA JIMÉNEZ -Mi secreto es que estoy enamorado de... Pepita Jiménez, y que ella... Don Pedro interrumpió a su hijo con una carcajada, y continuó la frase: -Y que ella está enamorada de ti, y que la noche de la velada de San Juan estuviste con ella en dulces coloquios hasta las dos de la mañana, y que por ella buscaste un lance8(1) con el conde de Genazahar a quien has roto la cabeza. Pues, hijo, bravo secreto me confías. No hay perro ni gato en el lugar que no esté ya al corriente de todo. Lo único que parecía posible ocultar era la duración del coloquio hasta las dos de la mañana; pero unas gitanas buñoleras te vieron salir de la casa, y no pararon hasta contárselo a todo bicho viviente. Pepita, además, no disimula cosa mayor; y hace bien, porque sería el disimulo de Antequera... Desde que estás enfermo viene aquí Pepita dos veces al día, y otras dos o tres veces envía a Antoñona a saber de tu salud; y si no han entrado a NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1958. Traduzione di L. Bigiaretti (Roma, Curcio, 1978). (1) Lance: duello. verte es porque yo me he opuesto, para que no te alborotes. La turbación y el apuro de don Luis subieron de punto cuando oyó contar a su padre toda la historia en lacónico compendio. -¡Qué sorpresa! -replicó-, ¡Qué asombro habrá sido el de usted! -Nada de sorpresa ni de asombro, muchacho. En el lugar sólo se saben las cosas hace cuatro días, , la verdad sea dicha, ha pasmado tu transformación. “¡Miren el cógelas a tientas y mátalas callando9(2); miren el santurrón y el gatito muerto10(3) -exclaman las gentes-, con lo que ha venido a descolgarse!”. El padre vicario, sobre todo, se ha quedado turulato. Todavía está haciéndose cruces al considerar cuánto trabajaste en la viña del Señor en la noche del veintitrés al veinticuatro, y cuán variados y diversos fueron tus trabajos. Pero a mí no me cogieron las noticias de susto, salvo tu herida. Los viejos sentimos crecer la hierba. No es fácil que los pollos engañen a los recoveros11(4). -Es verdad: he querido engañar a usted. ¡He sido hipócrita! -No seas tonto; no lo digo por motejarte. Lo digo para darme tono de perspicaz. Pero hablemos con franqueza: mi jactancia es inmotivada. Yo sé punto por punto el progreso de tus amores con Pepita, desde hace más de dos meses; pero lo sé porque tu tío el deán, a quien escribías tus impresiones, me lo ha participado todo. Oye la carta acusadora de tu tío, y oye la contestación que le di, documento importantísimo de que he guardado minuta. Don Pedro sacó del bolsillo unos papeles, y leyó lo que sigue: (2) Cógelas a tientas, mátalas callando: acqua cheta. (3) Gatito muerto: madonnino infilzato. (4) Recoveros: pollivendoli. 55 ¡Ay!, El susto que se llevaron don Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11! Ambos creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran viejos. Cuando el tal Juanito entró en su casa, pálido y hambriento, descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su mamá vacilaba entre reñirle y comérsele a besos. El insigne Santa Cruz, que se había enriquecido honradamente en el comercio de paños, figuraba con timidez en el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa tertulia, porque las inclinaciones antidinásticas de Olózaga y Prim le hacían muy poca gracia. Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches don Manuel Cantero, don Cirilo Álvarez y don Joaquín Aguirre, y algunas, don Pascual Madoz. No podía ser, pues, don Baldomero, por razón de afinidades personales, sospechoso al Poder. Creo que fué Cantero quien le acompañó a Gobernación para ver a González Bravo, y éste le dió al punto la orden para que fuese puesto en libertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado Juanito. Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificóse en él uno de esos cambios críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado, volvióse tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya1(1). Entróle la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como NOTE – Per il testo seguiamo il tomo V delle Obras Completas (Madrid, Aguilar, 1950) a c. di F.C. Sainz Róblez. (1) Daba quince y raya: superava, batteva. diciendo: «Yo también me sé eso y algo más.» Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho2(2) que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se reunía con otros cachorros en la casa del chico de Tellería (Gustavito), y allí armaban grandes peloteras. Los temas más sutiles de Filosofía, de la Historia y del Derecho, de Metafísica y de otras ciencias especulativas (pues aún no estaban de moda los estudios experimentales, ni el transformismo, ni Darwin, ni Haeckel) eran para ellos lo que para otros el trompo o la cometa. ¡Qué gran progreso en los entretenimientos de la niñez! ¡Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes, si hubieran vivido en edades remotas, se habrían pasado el tiempo mamándose el dedo, o haciendo y diciendo toda suerte de boberías!... Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando. Refiere Villalonga que un día fué Barbarita reventando de gozo y orgullo a la librería, y después de saldar los débitos del niño, dió orden de que entregaran a éste todos los mamotretos que pidiera, aunque fuesen caros y tan grandes como misales. La bondadosa y angelical señora quería poner un freno de modestia a la expresión de su vanidad maternal. Figurábase que ofendía a los demás, haciendo ver la supremacía de su hijo entre todos los hijos nacidos y por nacer. No quería tampoco profanar, haciéndolo público, aquel encanto íntimo, aquel himno de la conciencia, que podemos llamar los misterios gozosos de Barbarita. Únicamente se clareaba alguna vez, soltando como al descuido (2) Sabios de pecho: dotti in erba (costruito su niños de pecho: lattanti). estas entrecortadas razones: «¡Ay, qué chico!... ¡Cuánto lee! Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, sí señor, que no tienen las demás... En fin, más vale que le dé por ahí. » Concluyó Santa Cruz la carrera de Derecho, y de añadidura la de Filosofía y Letras. Sus papás eran muy ricos y no querían que el niño fuese comerciante, ni había para qué, pues ellos tampoco lo eran ya. Apenas terminados los estudios académicos, verificóse en Juanito un nuevo cambiazo, una segunda crisis de crecimiento, de esas que marcan el misterioso paso o transición de edades en el desarrollo individual. Perdió bruscamente la afición a aquellas furiosas broncas oratorias por un más o un menos en cualquier punto de Filosofía o de Historia; empezó a creer ridículos los sofocones que se había tomado por probar que «en las civilizaciones de Oriente, el poder de las castas sacerdotales era un poquito más ilimitado que el de los reyes», contra la opinión de Gustavito Tellería, el cual sostenía, dando puñetazos sobre la mesa, que era «un poquitín menos». Dió también en pensar que maldito lo que le importaba que «la conciencia fuera la intimidad total del ser racional consigo mismo», o bien otra cosa semejante, como quería probar, hinchándose de convicción airada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflojar la cuerda a la manía de las lecturas, hasta llegar a no leer absolutamente nada. Barbarita creía, de buena fe, que su hijo no leía ya porque había agotado el pozo de la ciencia. Tenía Juanito entonces veinticuatro años. Le conocí un día en casa de Federico Cimarra, en un almuerzo que éste dió a sus amigos. Se me ha olvidado la fecha exacta; pero debió de ser ésta hacia el 69, porque recuerdo que se habló mucho de Figuerola, de la capitación y del derribo de la torre de la iglesia de Santa Cruz. Era el hijo de don Baldomero muy bien parecido, y además muy simpático, de estos hombres que se recomiendan con su figura antes de cautivar con su trato, de estos que en una hora de conversación ganan más amigos que otros repartiendo favores positivos. Por lo bien que decía 56 las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado. Su instrucción y su ingenio agudísimo le hacían descollar sobre todos los demás mozos de la partida, y aunque a primera vista tenía cierta semejanza con Joaquinito Pez, tratándolos se echaban de ver entre ambos profundas diferencias, pues el chico de Pez, por su ligereza de carácter y la garrulería de su entendimiento, era un verdadero botarate. Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones. Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que el adorado hijo enfermara de la noche a la mañana, y se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral. Porque no había que pensar que el mérito fuera una inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos. Del tormento que estas ideas daban a su alma, se defendía Barbarita con su ardiente fe religiosa. Mientras oraba, una voz interior, susurro dulcísimo, como chismes traídos por el Ángel de la Guarda, le decía que su hijo no moriría antes que ella. Los cuidados que al hijo prodigaba eran esmeradísimos; pero no tenía aquella buena señora las tonterías dengosas de algunas madres, que hacen de su cariño una manía insoportable para los que la presencian, y corruptora para las criaturas que son objeto de él. No trataba a su hijo con mimo. Su ternura sabía ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce. Y ¿por qué le llamaba todo el mundo, y le llama todavía casi unánimemente, Juanito Santa Cruz? Esto sí que no lo sé. Hay en Madrid muchos casos de esta aplicación del diminutivo o de la fórmula familiar del nombre, aun tratándose de personas que han entrado en la madurez de la vida. Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Juanito Valera. En la sociedad madrileña, la más amena del mundo, porque ha sabido combinar la cortesía con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitos y Pacos que, aun después de haber conquistado la celebridad por diferentes conceptos, continúan nombrados con esta familiaridad democrática que demuestra la llaneza castiza del carácter español. El origen de esto habrá que buscarlo quizá en ternuras domésticas o en hábitos de servidumbre que trascienden sin saber cómo a la vida social. En algunas personas puede relacionarse el diminutivo con el sino. Hay, efectivamente, Manueles que nacieron predestinados para ser Manolos toda su vida. Sea lo que quiera, al venturoso hijo de don Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnáiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando, poco a poco, la campechana costumbre. Conocida la persona y sus felices circunstancias, se comprenderá fácilmente la dirección que tomaron las ideas del joven Santa Cruz al verse en las puertas del mundo con tantas probabilidades de éxito. Ni extrañará nadie que un chico guapo, poseedor del arte de agradar y del arte de vestir, hijo único de padres ricos, inteligente, instruido, de frase seductora en la conversación, pronto en las respuestas, agudo y ocurrente en los juicios, un chico, en fin, al cual se le podría poner el rótulo social de brillante, considerara ocioso y hasta ridículo el meterse a averiguar si hubo o no un idioma único primitivo, si el Egipto fué una colonia brahmánica, si la China es absolutamente independiente de tal o cual civilización asiática, con otras cosas que años atrás le quitaban el sueño, pero que ya le tenían sin cuidado, mayormente si pensaba que lo que él no averiguase otro lo averiguaría... «Y por último -decía-, pongamos que no se averigüe nunca. ¿Y qué...?» El mundo tangible y gustable le seducía más que los incompletos conocimientos de vida que se vislumbran en el fugaz resplandor de las ideas sacadas a la fuerza, chispas obtenidas en nuestro cerebro por la percusión de la voluntad, que es lo que constituye el estudio. Juanito acabó por declararse a sí mismo que más sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. La lectura es vida artificial y prestada, el usufructo, mediante una función cerebral, de las ideas y sensaciones ajenas, la adquisición de los tesoros de la verdad humana por compra o por estafa, no por el trabajo. No paraban aquí las filosofías de Juanito, y hacía una comparación que no carece de exactitud. Decía que, entre estas dos maneras de vivir, observaba él la diferencia que hay entre comerse una chuleta y que le vengan a contar a uno cómo y cuándo se la ha comido otro, haciendo el cuento muy a lo vivo, se entiende, y describiendo la cara que ponía, el gusto que le daba la masticación, la gana con que tragaba y el reposo con que digería. SEGUNDA PARTE CAPÍTULO III DOÑA LUPE LA DE LOS FAVOS I Maximiliano no se sentó, doña Lupe sí, y en el centro del sofá, debajo del retrato, como para dar más austeridad al juicio. Repitió el «Muy bien, Señor don Maximiliano», con retintín sarcástico. Por lo general, siempre que su tía le daba tratamiento, llamándole señor don, el pobre chico veía la nube del pedrisco sobre su cabeza. —¡Estarse una matando toda la vida —prosiguió ella—, para sacar adelante al dichoso sobrinito, 57 sortearle las enfermedades a fuerza de mimos y cuidados, darle una carrera quitándome yo el pan de la boca, hacer por él lo que no todas las madres hacen por sus hijos, para que al fin...! ¡Buen pago, bueno!... No, no me expliques nada, si estoy perfectamente informada. Sé quién es esa... dama ilustre con quien te quieres casar. Vamos, que buena doncella te canta... ¿Y creerás que vamos a consentir tal deshonra en la familia? Dime que todo es una chiquillada y no se hable más del asunto. Maximiliano no podía decir tal cosa; pero tampoco podía decir otra, porque, si en el fondo de su ánimo empezaban a levantarse olas de entereza, esas olas reventaban y se descomponían antes de llegar a la orilla, o sea a los labios. Estaba tan cortado, que sintiendo dentro de sí la energía no la podía mostrar, por aquella pícara emoción nerviosa que le embargaba. Dejó esparcir sus miradas por la pared testera, como buscando por allí un apoyo. En ciertas situaciones apuradas y en los grandes estupores del alma, las miradas suelen fijarse en algo insignificante y que nada tiene que ver con la situación. Maximiliano contempló un rato el grupo fotográfico de las chicas de Samaniego, Aurora y Olimpia, con mantilla blanca, enlazados los brazos, la una muy adusta, la otra sentimental. ¿Por qué miraba aquello? Su turbación le llevaba a colgar las miradas aquí y allí, prendiendo el espíritu en cualquier objeto, aunque fueran las cabezas de los clavos que sostenían los retratos. —Explícate, hombre —añadió doña Lupe, que era viva de genio—. ¿Es una niñería?.» —No, señora —respondió el acusado, y esta negación, que era afirmación, empezó a darle ánimos, aligerándole un poco la angustia aquella de la boca del estómago. —¿Estás seguro de que no es chiquillada? ¡Valiente idea tienes tú del mundo y de las mujeres, inocente!... Yo no puedo consentir que una pindonga de ésas te coja y te engañe para timarte tu nombre honrado, como otros timan el reloj. A ti hay que tratarte siempre como a los niños atrasaditos que están a medio desarrollar. Hay que recordar que hace cinco años todavía iba yo por la mañana a abrocharte los calzones, y que tenías miedo de dormir solo en tu cuarto. Idea tan desfavorable de su personalidad exasperaba al joven. Sentía crecer dentro la bravura; pero le faltaban palabras. ¿Dónde demonios estaban aquellas condenadas palabras, que no se le ocurrían en trance semejante? El maldito hábito de la timidez era la causa de aquel silencio estúpido. Porque la mirada de doña Lupe ejercía sobre él fascinación singularísima, y teniendo mucho que decir, no lograba decirlo. «¿Pero ¿qué diría yo?... ¿Cómo empezaría yo?», pensaba, fijando la vista en el retrato de Torquemada y su esposa, de bracete. —Todo se arreglará —indicó doña Lupe en tono conciliador—, si consigo quitarte de la cabeza esas humaredas. Porque tú tienes sentimientos honrados, tienes buen juicio... Pero siéntate. Me da fatiga de verte en pie. —Es menester que usted se entere bien —dijo Maximiliano al sentarse en el sillón, creyendo haber encontrado un buen cabo de discurso para empezar—; se entere bien de las cosas... Yo... pensaba hablar a usted... —¿Y ¿por qué no lo hiciste? ¡Qué tal sería ello!... ¡Vaya, que un chico delicadito como tú meterse con esas viciosonas!... Y no te quepa duda... Así, pronto entregarás la pelleja. Si caes enfermo, no vengas a que te cuide tu tía, que para eso sí sirvo yo, ¿eh?, para eso sí sirvo, ingrato, tunante... ¿Y te parece bien que cuando me miro en tí, cuando te saco adelante con tanto trabajo y soy para tí más que una madre; te parece bien que me des este pago, infame, y que te me cases con una mujer de mala vida? Rubín se puso verde y le salió un amargor intensísimo del corazón a los labios. —No es eso, tía, no es eso —sostuvo, entrando en posesión de sí mismo—. No es mujer de mala vida. La han engañado a usted. —El que me ha engañado eres tú con tus encogimientos y tus timideces... Pero ahora lo veremos. No creas que vas a jugar conmigo; no creas que te voy a dejar hacer tu gusto. ¿Por quién me tomas, bobalicón?... ¡Ah! ¡Si yo no hubiera tenido tanta confianza!... Pero sí he sido una tonta; sí me creí que tú no eras capaz de mirar a una mujer. Buena me la has dado, buena. Eres un apunte1(3)..., en toda la extensión de la palabra. Maximiliano, al oír esto, estaba profundamente embebecido, mirando el retrato de Rufinita Torquemada. La veía y no la veía, y sólo confusamente y con vaguedades de pesadilla, se hacía cargo de la actitud de la señorita aquélla, retratada sobre un fondo marino y figurando que estaba en una barca. Vuelto en sí, pensó en defenderse; pero no podía encontrar las armas, es decir, las palabras. Con todo, ni por un instante se le ocurría ceder. Flaqueaba su máquina nerviosa; pero la voluntad permanecía firme. —A usted la han informado mal —insinuó con torpeza—, respecto a la persona... que... Ni hay tal vida airada ni ése es el camino... Yo pensaba decirle a usted: «Tía, pues yo... quiero a esta persona, y... mi conciencia...» —Cállate, cállate, y no me saques la cólera, que al oírte decir que quieres a una tiota chubasca2(4), me dan ganas de ahogarte, más por tonto que por malo... y al oírte hablar de conciencia en este tratado, me dan ganas de... Dios me perdone... ¿Sabes lo que te digo? —añadió alzando la voz—, ¿sabes lo que te digo? Que desde este momento vuelvo a tratarte como cuando tenías doce años. Hoy no me sales de casa. Ea, ya estoy yo en funciones con mis disciplinas... Y desde mañana me vuelves a tomar el aceite de hígado de bacalao. Vete a tu cuarto y quítate las botas. Hoy no me pisas la calle. Dios sabe lo que iba a contestar el acusado. Quedó suelta en el aire la primera palabra, porque llegó una visita. Era el señor de Torquemada, persona de (3) Apunte: astuto, furbo. (4) Chubasca: prostituta. 60 ¿por qué no ha de haberla con éste? ¿O es que la caridad es una para el caballero de levita y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo... Por eso le traía; y si a él no le admite, será lo mismo que si a mí no me admitiera. —A ti siempre..., digo, siempre no... quiero decir..., es que no tenemos hueco en casa... Somos cuatro mujeres, ya ves... ¿Volverás mañana? Coloca a ese desdichado en una buena fonda..., no, ¡qué disparate!, en el Hospital... No tienes más que dirigirte a don Romualdo... Dile de mi parte que yo lo recomiendo... que lo mire como cosa mía... ¡ay, no sé lo que digo!..., como cosa tuya, y tan tuya... En fin, hija, tú verás... Puede que os alberguen en la casa del señor de Cedrón, que debe de ser un caserón enorme que parece un convento... Yo, bien lo sabes, como criatura imperfecta, no tengo la virtud en el grado heroico que se necesita para alternar con la pobretería sucia y apestosa... No, hija, no: es cuestión de estómago y de nervios... De asco me moriría, bien lo sabes. Pues ¡digo, con la miseria que traerás sobre ti!... Yo, te quiero, Nina; pero ya conoces mi estómago... Veo una mota en la comida, y ya me revuelvo toda, y estoy mala tres días... Llévate tu ropa, si quieres mudarte... Juliana te dará lo que necesites... ¿Oyes lo que te digo? ¿Por qué callas? Ya, ya te entiendo. Te haces la humilde para disimular mejor tu soberbia... Todo te lo perdono; ya sabes que te quiero, que soy buena para ti... En fin, tú me conoces... ¿Qué dices? —Nada, señora, no he dicho nada, ni tengo nada que decir... murmuró Nina entre dos suspiros hondos—. Quédese con Dios. —Pero no te irás enojada conmigo —añadió con trémula voz doña Paca, siguiéndola a distancia en su lenta marcha por el pasillo. —No, señora..., ya sabe que yo no me enfado... — replicó la anciana, mirándola más compasiva que enojada—. Adiós, adiós. Obdulia condujo a su madre al comedor diciéndole: —¡Pobre Nina!... Se va. Pues mira, a mí me habría gustado ver a ese moro Muza y hablar con él... ¡Esta Juliana, que en todo quiere meterse!. Atontada por crueles dudas que desconcertaban su espíritu, doña Francisca no pudo expresar ninguna idea, y siguió revisando los cubiertos desempeñados. En tanto, Juliana, conduciendo a la Nina hasta la puerta con suave opresión de su mano en la espalda de la mendiga, la despidió con estas afectuosas palabras: —No se apure, señá Benina, que nada ha de faltarle... Le perdono el duro que le presté la semana pasada, ¿no se acuerda? —Señora Juliana, sí que me acuerdo. Gracias. —Pues bien: tome además este otro duro para que se acomode esta noche... Váyase mañana por casa, que allí encontrará su ropa... —Señora Juliana, Dios se lo pague. —En ninguna parte estará usted mejor que en la Misericordia, y si quiere, yo misma le hablaré a don Romualdo, si a usted le da vergüenza. Doña Paca y yo la recomendaremos... Porque mi señora madre política ha puesto en mí toda su confianza, y me ha dado su dinero para que se lo guarde... y le gobierne la casa, y le suministre cuanto pueda necesitar. Mucho tiene que agradecer a Dios por haber caído en estas manos... —Buenas manos son, señora Juliana. —Vaya por casa, y le diré lo que tiene que hacer. —Puede que yo lo sepa sin necesidad de que usted me lo diga. —Eso usted verá... Si no quiere ir por casa.. —Iré. —Pues, señá Benina, hasta mañana. —Señora Juliana, servidora de usted. Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle. Cuando llegó junto al ciego, que en lugar próximo le esperaba, la pena inmensa que oprimía el corazón de la pobre anciana reventó en un llorar ardiente, angustioso, y golpeándose la frente con el puño cerrado, exclamó: —¡Ingrata, ingrata, ingrata! —No yorar ti, amri1(3) —le dijo el ciego, cariñoso, con habla sollozante—. Señora tuya mala ser, tú ángela. —¡Qué ingratitud, Señor!... ¡Oh mundo... oh miseria!... Afrenta de Dios es hacer bien... —Dir nosotros luejos... dirnos, amri... Dispreciar ti mondo malo. —Dios ve los coraznes de todos; el mío también lo ve... Véalo, Señor de los cielos y la tierra, véalo pronto. LEOPOLDO ALAS CLARÍN LA REGENTA PRIMERA PARTE CAPÍTULO PRIMERO La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba (3) No yorar ti, amri: no llores, amri (arabo: anima mia). 61 para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo. Vetusta1(1), la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo dieciséis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esa arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios, la piedra, enroscándose en la piedra, trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares2(2), en una punta de caliza3(3) se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre ésta una cruz de hierro que acababa en pararrayos. Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores, parecía bien, destacándose en las NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. a c. di Gonzalo Sobejano, Madrid, Castalia, 1981. Traduzione di Flaviarosa Rossini, Torino, UTET, 1960. (1) Vetusta: nome fittizio di Oviedo, dove la vicenda è ambientata. (2) Juegos malabares: esercizi d’equilibrio. (3) Caliza: calcare. tinieblas, aquella romántica mole; pero perdía con estas galas la inefable elegancia de su perfil y tomaba los contornos de una enorme botella de champaña. Mejor era contemplarla en clara noche de luna, resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies. PRIMERA PARTE CAP. XV En lo alto de la escalera, en el descanso del primer piso, doña Paula, con una palmatoria en una mano y el cordel de la puerta de la calle en la otra, veía silenciosa, inmóvil, a su hijo subir lentamente con la cabeza inclinada, oculto el rostro por el sombrero de anchas alas. Le había abierto ella misma, sin preguntar quién era, segura de que tenía que ser él. Ni una palabra al verle. El hijo subía y la madre no se movía, parecía dispuesta a estorbarle el paso, allí en medio, tiesa, como un fantasma negro, largo y anguloso. Cuando De Pas llegaba a los últimos peldaños, doña Paula dejó el puesto y entró en el despacho. Don Fermín la miró entonces, sin que ella le viese. Reparó que su madre traía parches untados con sebo sobre las sienes; unos parches grandes, ostentosos. “Lo sabe todo” pensó el Provisor. Cuando su madre callaba y se ponía parches de sebo, daba a entender que no podía estar más enfadada, que estaba furiosa. Al pasar junto al comedor, De Pas vio la mesa puesta con dos cubiertos. Era temprano para cenar, otras noches no se extendía el mantel hasta las nueve y media; y acababan de dar las nueve. Doña Paula encendió sobre la mesa del despacho el quinqué de aceite con que velaba su hijo. Él se sentó en el sofá, dejó el sombrero a un lado y se limpió la frente con el pañuelo. Miró a doña Paula. -¿Le duele la cabeza, madre? -Me ha dolido. ¡Teresina! -Señora. -¡La cena! Y salió del despacho. El Provisor hizo un gesto de paciencia y salió tras ella. “No era todavía hora de cenar, faltaban más de cuarenta minutos... pero ¿quién se lo decía a ella?” Doña Paula se sentó junto a la mesa, de lado, como los cómicos malos en el teatro. Junto al cubierto de don Fermín había un palillero, un taller con sal, aceite y vinagre. Su servilleta tenía servilletero; la de su madre no. Teresina, grave, con la mirada en el suelo, entró con el primer plato, que era una ensalada. -¿No te sientas? -preguntó al Provisor su madre. -No tengo apetito... pero tengo mucha sed... -¿Estás malo? -No, señora... eso no. -¿Cenarás más tarde? -No, señora, tampoco... El Magistral ocupó su asiento enfrente de doña Paula, que se sirvió en silencio. Con un codo apoyado en la mesa y la cabeza en la mano, De Pas contemplaba a su señora madre, que comía de prisa, distraída, más pálida que solía estar, con los grandes ojos azules, claros y fríos fijos en un pensamiento que debía de ver ella en el suelo. Teresina entraba y salía sin hacer ruido, como un gato bien educado. Acercó la ensalada al señorito. -Ya he dicho que no ceno. -Déjale, no cena. Ella no lo había oído, hombre. Y acarició a la criada con los ojos. Nuevo silencio. De Pas hubiera preferido una discusión inmediatamente. Todo, antes que los parches y el silencio. Estaba sintiendo náuseas y no se atrevía a pedir una taza de té. Se moría de sed, pero temía beber agua. 62 Doña Paula hablaba con Teresa más que de costumbre y con una amabilidad que usaba muy pocas veces. La trataba como si hubiera que consolarla de alguna desgracia de que en parte tuviera la misma doña Paula la culpa. Esto al menos creyó notar el Magistral. Faltaba algo que estaba en el aparador y el ama se levantaba y lo traía ella misma. Pidió azúcar don Fermín para echarlo en el vaso de agua y su madre dijo: -Está arriba la azucarera, en mi cuarto.... Deja, iré yo por ella. -Pero, madre... -Déjame. Teresina quedó a solas con su amo y mientras le servía agua dejando caer el chorro desde muy alto, suspiró discretamente. De Pas la miró, un poco sorprendido. Estaba muy guapa; parecía una virgen de cera. Ella no levantó los ojos. De todas maneras, le era antipática. Su madre la mimaba y a los criados no hay que darles alas. Bajó doña Paula y cuando salió Teresina dijo, mientras miraba hacia la puerta: -La pobre no sé cómo tiene cuerpo. -¿Por qué? - preguntó don Fermín que acababa de oír el primer trueno. Su madre, que estaba en pie junto a él, revolviendo el azúcar en el vaso, le miró desde arriba con gesto de indignación. -¿Por qué? Ha ido esta tarde dos veces a Palacio, una vez a casa del Arcipreste, otra a casa de Carraspique, otra a casa de Páez, otra a casa del Chato, dos a la Catedral, dos a la Santa Obra, una vez a las Paulinas, otra... ¡qué sé yo! Está muerta la pobre. -¿Y a qué ha ido? -contestó De Pas al segundo trueno. Pausa solemne. Doña Paula volvió a sentarse y haciendo alarde de una paciencia, que ni la de un santo, dijo, con mucha calma, pesando las sílabas: -A buscarte, Fermo, a eso ha ido. -Mal hecho, madre. Yo no soy un chiquillo para que se me busque de casa en casa. ¿Qué diría Carraspique, qué diría Páez...? Todo eso es ridículo.... -Ella no tiene la culpa; hace lo que le mandan. Si está mal hecho, ríñeme a mí. -Un hijo no riñe a su madre. -Pero la mata a disgustos; la compromete, compromete la casa... la fortuna, la honra... la posición... todo... por una... por una.... ¿Dónde ha comido usted? Era inútil mentir, además de ser vergonzoso. Su madre lo sabía todo de fijo. El Chato se lo habría contado. El Chato que le habría visto apearse de la carretela en el Espolón. -He comido con los marqueses de Vegallana; eran los días de Paquito; se empeñaron... no hubo remedio; y no mandé aviso... porque era ridículo, porque allí no tengo confianza para eso.... -¿Quién comió allí? -Cincuenta, ¿qué sé yo? -¡Basta, Fermo, basta de disimulos! -gritó con voz ronca la de los parches. Se levantó, cerró la puerta, y en pie y desde lejos prosiguió: -Has ido allí a buscar a esa... señora... has comido a su lado... has paseado con ella en coche descubierto, te has visto toda Vetusta, te has apeado en el Espolón; ya tenemos otra Brigadiera... Parece que necesitas el escándalo, quieres perderme. -¡Madre! ¡madre! -¡Si no hay madre que valga! ¿te has acordado de tu madre en todo el día? ¿No la has dejado comer sola, o mejor dicho, no comer? ¿te importó nada que tu madre se asustara, como era natural? ¿Y qué has hecho después hasta las diez de la noche? -¡Madre, madre, por Dios! yo no soy un niño.... -No, no eres un niño; a ti no te duele que tu madre se consuma de impaciencia, se muera de incertidumbre.... La madre es un mueble que sirve para cuidar de la hacienda, como un perro; tu madre te da su sangre, se arranca los ojos por ti, se condena por ti... pero tú no eres un niño, y das tu sangre, y los ojos, y la salvación... por una mujerota.... -¡Madre! -¡Por una mala mujer! -¡Señora! -Cien veces, mil veces peor, que esas que le tiran de la levita a don Saturno, porque ésas cobran, y dejan en paz al que las ha buscado; pero las señoras, chupan la vida, la honra... deshacen en un mes lo que yo hice en veinte años.... ¡Fermo... eres un ingrato...! ¡eres un loco! Se sentó fatigada y con el pañuelo que traía a la cabeza improvisó una banda para las sienes. -¡Va a estallarme la frente! -¡Madre, por Dios! sosiéguese usted. Nunca la he visto así... ¿Pero qué pasa? ¿qué pasa...? Todo es calumnia... ¡y qué pronto... qué pronto... la han urdido! ¡Qué Brigadiera ni qué señoronas... si no hay nada de eso... si yo le juro que no es eso... si no hay nada! -No tienes corazón, Fermo, no tienes corazón. -Señora, ve usted lo que no hay... yo le aseguro... -¿Qué has hecho hasta las diez de la noche? Rondar la casa de esa gigantona... de fijo.... -¡Por Dios, señora! esto es indigno de usted. Está usted insultando a una mujer honrada, inocente, virtuosa; no he hablado con ella tres veces... es una santa.... -Es una como las otras. -¿Cómo qué otras? -Como las otras. -¡Señora! ¡Si la oyeran a usted! -¡Ta, ta, ta! Si me oyeran me callaría. Fermo... a buen entendedor... Mira, Fermo... tú no te acuerdas, pero yo sí... yo soy la madre que te parió ¿sabes? y te conozco... y conozco el mundo... y sé tenerlo todo en cuenta... todo... Pero de estas cosas no podemos hablar tú y yo... ni a solas... ya me entiendes... pero... bastante buena soy, bastante he callado, bastante he visto. -No ha visto usted nada... -Tienes razón... no he visto... pero he comprendido y ya ves... nunca te hablé de estas... porquerías, pero 65 creído y no el solicitante lascivo que le había pintado Mesía el infame. Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía.... La escasa claridad que llegaba de la nave y los destellos amarillentos y misteriosos de la lámpara de la capilla se mezclaban en el rostro anémico de aquel Jesús del altar, siempre triste y pálido, que tenía concentrada la vida de estatua en los ojos de cristal que reflejaban una idea inmóvil, eterna.... Cuatro o cinco bultos negros llenaban la capilla. En el confesonario sonaba el cuchicheo de una beata como rumor de moscas en verano vagando por el aire. El Magistral estaba en su sitio. Al entrar la Regenta en la capilla, la reconoció a pesar del manto. Oía distraído la cháchara de la penitente; miraba a la verja de la entrada, y de pronto aquel perfil conocido y amado, se había presentado como en un sueño. El talle, el contorno de toda la figura, la genuflexión ante el altar, otras señales que sólo él recordaba y reconocía, le gritaron como una explosión en el cerebro: —“¡Es Ana!” La beata de la celosía continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oía, oía los rugidos de su pasión que vociferaban dentro. Cuando calló la beata volvió a la realidad el clérigo, y como una máquina de echar bendiciones desató las culpas de la devota, y con la misma mano hizo señas a otra para que se acercase a la celosía vacante. Ana había resuelto acercarse también, levantar el velo ante la red de tablillas oblicuas, y a través de aquellos agujeros pedir el perdón de Dios y el del hermano del alma, y si el perdón no era posible, pedir la penitencia sin el perdón, pedir la fe perdida o adormecida o quebrantada, no sabía qué, pedir la fe aunque fuera con el terror del infierno... Quería llorar allí, donde había llorado tantas veces, unas con amargura, otras sonriendo de placer entre las lágrimas; quería encontrar al Magistral de aquellos días en que ella le juzgaba emisario de Dios, quería fe, quería caridad... y después el castigo de sus pecados, si más castigo merecía que aquella oscuridad y aquel sopor del alma.... El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos. El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata.... La capilla se iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesonario. Ya era tarde. La catedral estaba sola. Allí dentro ya empezaba la noche. Ana esperaba sin aliento, resuelta a acudir, la seña que la llamase a la celosía... Pero el confesonario callaba. La mano no aparecía, ya no crujía la madera. Jesús de talla, con los labios pálidos entreabiertos y la mirada de cristal fija, parecía dominado por el espanto, como si esperase una escena trágica inminente. Ana, ante aquel silencio, sintió un terror extraño... Pasaban segundos, algunos minutos muy largos, y la mano no llamaba.... La Regenta, que estaba de rodillas, se puso en pie con un valor nervioso que en las grandes crisis le acudía... y se atrevió a dar un paso hacia el confesonario. Entonces crujió con fuerza el cajón sombrío, y brotó de su centro una figura negra, larga. Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar... El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo. Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que iba a asesinarla. El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería. Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso adelante... y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla. Cuando estuvo en el trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y llegó a la sacristía sin caer ni vacilar siquiera. Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro; cayó sin sentido. La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y dejaban el templo en tinieblas. Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando. Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito. Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la oscuridad. Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces... Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro. Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada. Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo. 66 EMILIA PARDO BAZÁN de LA CUESTIÓN PALPITANTE XIX EN ESPAÑA (Continuación) Para decir dónde empieza el realismo español contemporáneo, hay que remontarse a algunos pasajes de las novelas de Fernán Caballero, y sobre todo, a los autores de las Escenas matritenses y Ayer, hoy y mañana, sin olvidar a Fígaro en sus artículos de costumbres. A pesar de lo mucho que se diferencian el razonable y discreto Mesonero Romanos y el benévolo Flórez del alado, cáustico y nervioso Larra, sus estudios sociales coinciden en cierto templado realismo, salpimentado de sátira. Cuando tanta novela de aquella época pasó para no volver, los escritos ligeros de Fígaro y del Curioso Parlante se conservan en toda su frescura, porque los embalsama la mirra preciosa de la verdad. Acrecienta su interés el ser espejo de las añejas costumbres nacionales que desaparecían y las nuevas que venían a reemplazarlas; en suma, de una completa transformación social. Pereda es descendiente en línea recta de aquellos donosos, perspicaces y amables costumbristas. Adhirióse francamente a su escuela, pero trasladándola de las ciudades al campo, al corazón de las montañas de Santander. Bizarro adalid tiene en Pereda el realismo hispano: al leer algunas páginas del insigne autor de las Escenas montañesas, parece que vemos resucitar a Teniers1(1) o a Tirso de Molina. Puédese comparar el talento de Pereda a un NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di Harry C. Kirby jr. (vol. III delle Obras Completas), Madrid, Aguilar, 1973. (1) Teniers: pittore fiammingo (1610-1690), famoso tra l’altro per le sue scene d’osteria. huerto hermoso, bien regado, bien cultivado, oreado por aromáticas y salubres auras campestres, pero de limitados horizontes; me daré prisa a explicar esto de los horizontes, no sea que alguien lo entienda de un modo ofensivo para el simpático escritor. No sé si con deliberado propósito o porque a ello le obliga el residir donde reside, Pereda se concreta a describir y narrar tipos y costumbres santanderinas, encerrándose así en breve círculo de asuntos y personajes. Descuella2(2) como pintor de un país determinado, como poeta bucólico de una campiña siempre igual, y jamás intentó estudiar a fondo los medios civilizados, la vida moderna en las grandes capitales, vida que le es antipática y de la cual abomina; por eso califiqué de limitado el horizonte de Pereda, y por eso cumple declarar que si desde el huerto de Pereda no se descubre extenso panorama, en cambio, el sitio es de lo más ameno, fértil y deleitable que se conoce. Pereda, a Dios gracias, no cae en el optimismo, a veces empalagoso, de Trueba3(3) y Fernán; al contrario, sus paletos, por otra parte divertidísimos, se muestran ignorantes, maliciosos y zafios, como los paletos de veras, y no obstante, los tales rústicos son hijos predilectos del autor, a quien visiblemente enamora la sana, apacible y regeneradora vida rural, tanto como le repugnan los centros obreros e industriales y su desconsolada miseria. Pereda traza con amor los perfiles de jándalos4(4), labriegos y mayorazguetes de aldea, gente sencilla, apegada a lo que de antiguo conoce, rutinaria y sin muchos repliegues psíquicos. Si algún día concluyen por agotársele los temas de la tierruca5(5) -peligro no inminente para un ingenio como el de Pereda-, por (2) Descuella: eccelle. (3) Trueba: scrittore costumbrista spagnolo (1819-1889). (4) Jándalos: chi è tornato dall’Andalusia portandone accento ed abitudini. (5) Tierruca: il diminuitivo in –uco è tipico della zona di Santander. fuerza habrá de salir de sus favoritos cuadros regionales y buscar nuevos rumbos. No falta, entre los numerosos y apasionados admiradores de Pereda, quien desea ardientemente que varíe la tocata. Yo ignoro si el hacerlo sería ventajoso para el gran escritor; siempre reina cierta misteriosa armonía entre el estilo y facultades de un autor y los asuntos que elige; esta concordia procede de causas íntimas; además, el realismo perdería mucho si Pereda saliese de la montaña6(6). Pereda observa con gran lucidez cuando la realidad que tiene delante no subleva su alma, antes le divierte con el espectáculo de ridiculeces y manías profundamente cómicas; pero acaso rompiese el pincel por no copiar las llagas más hediondas y la corrupción más refinada de otros sitios y otras gentes. Para el realismo, poseer a Pereda es poseer un tesoro, no sólo por lo que vale, sino por las ideas religiosas y políticas que profesa. Pereda es argumento vivo y palpable demostración de que el realismo no fue introducido en España como mercancía francesa de contrabando, sino que los que aman juntamente la tradición literaria y las demás tradiciones, lo resucitan. Cosa que no cogerá de nuevo a los inteligentes, pero sí a la turba innumerable que cuenta la era realista desde el advenimiento de Zola. Si Pereda tiene el realismo en la masa de la sangre, no así Galdós. Por cierto fondo humano y cierta sencillez magistral de sus creaciones, por la natural tendencia de su claro entendimiento hacia la verdad y por la franqueza de su observación, el egregio novelista se halló siempre dispuesto a pasarse al naturalismo con armas y bagajes; pero sus inclinaciones estéticas eran idealistas, y sólo en sus últimas obras ha adoptado el método de la novela moderna y ahondado más y más en el corazón humano, y roto de una vez con lo pintoresco y con (6) Montaña: per antonomasia l’entroterra montuoso di Santander. 67 los personajes representativos para abrazarse a la tierra que pisamos. Aunque no gusto de citarme a mí misma, he de recordar aquí lo que dije de Galdós, hará sobre tres años, en un estudio no muy breve que consagré a sus obras en la Revista Europea. Desde aquella fecha, mis opiniones literarias se han modificado bastante, y mi criterio estético se formó, como se forma el de todo el mundo, por medio de la lectura y de la reflexión; desde entonces me propuse conocer la novela moderna, y no sólo llegó a parecerme el género más comprensivo e importante en la actualidad, y más propio de nuestro siglo, que reemplaza y llena el hueco producido por la muerte de la epopeya, sino el género en que, por altísima prerrogativa, los fueros de la verdad se imponen, la observación desinteresada reina, y la historia positiva de nuestra época ha de quedar escrita con caracteres de oro. No obstante, entonces como hoy, Galdós era para mí novelista de primer orden, sol del firmamento literario, porque en él se reúnen las dotes de equilibrio y armonía, abundancia y vigor; porque su estilo, si no cabe en la estrecha y cincelada ánfora de Valera, fluye a oleadas de una urna preciosa; porque posee felicísima inventiva y ese don de la fecundidad, don funesto para los malos escritores y aun para los medianos que propenden a dormitar, prenda de valor inestimable para los grandes artistas. Con una sola novela o con un fragmento de oda puede ganarse la inmortalidad, es cierto; pero hay algo que cautiva y suspende en la manifestación de la energía creadora de esos escritores y poetas que son ellos solos un mundo, y que dejan en pos de sí larga posteridad de héroes y heroínas; los Shakespeare, los Balzac, los Walter Scott, los Galdós. Mas lo que desaprobaba entonces en el Galdós de los Episodios, lo que me parecía el lado flaco de su extraordinario talento, era la tendencia docente -en un sentido amplio e histórico, es cierto, pero docente al cabo-, el alegato1(7) sistemático contra la España (7) Alegato: citazione in giudizio. antigua, las paletadas de tierra arrojadas sobre lo que fue; y esta tendencia, que cada vez se iba acentuando más en la magnífica epopeya de los Episodios, hasta declararse explícitamente en la segunda serie, hizo explosión, digámoslo así, en Doña Perfecta, en Gloria, en La familia de León Roch, novelas trascendentalísimas, de tesis y hasta simbólicas. Por fortuna, o más bien por el tino que guía al genio, Galdós retrocedió para huir de ese callejón sin salida, y en El Amigo Manso y en La Desheredada comprendió que la novela hoy, más que enseñar o condenar estos o aquellos ideales políticos, ha de tomar nota de la verdad ambiente y realizar con libertad y desembarazo la hermosura. ¡Bien haya el ilustre escritor, bien haya por haber sacudido el yugo de ideas preconcebidas! Sus desposorios con el realismo le preservarán de la tentación de hacerse en sus novelas paladín del libre pensamiento y del sistema constitucional, cosas que yo aquí no juzgo, pero que en los admirables libros de Galdós no hacen falta como espíritu informante. RUBÉN DARÍO AUTUMNAL (a) Eros, Vida, Lumen. En las pálidas tardes yerran nubes tranquilas en el azul; en las ardientes manos se posan las cabezas pensativas. ¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! ¡Ah las tristezas íntimas! ¡Ah el polvo de oro que en el aire flota, tras cuyas ondas trémulas se miran los ojos tiernos y húmedos, las bocas inundadas de sonrisas, las crespas cabelleras y los dedos de rosa que acarician! En las pálidas tardes me cuenta un hada amiga las historias secretas llenas de poesía: lo que cantan los pájaros, lo que llevan las brisas, lo que vaga en las nieblas, lo que sueñan las niñas. Una vez sentí el ansia de una sed infinita. Dije al hada amorosa: --Quiero en el alma mía tener la inspiración honda, profunda, inmensa: luz, calor, aroma, vida. Ella me dijo: --¡Ven!-- con el acento con que hablaría un arpa. En él había un divino idioma de esperanza. ¡Oh sed del ideal! Sobre la cima de un monte, a media noche, me mostró las estrellas encendidas. Era un jardín de oro con pétalos de llama que titilan. Exclamé: --Más..., La aurora vino después. La aurora sonreía, con la luz en la frente, como la joven tímida que abre la reja, y la sorprenden luego ciertas curiosas, mágicas pupilas. Y dije: --Más... Sonriendo la celeste hada amiga prorrumpió: --¡Y bien! ¡Las flores! Y las flores estaban frescas, lindas, empapadas de olor: la rosa virgen, 70 MIGUEL DE UNAMUNO DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA (a) I EL HOMBRE DE CARNE Y HUESO Homo sum; nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino1(1). Y yo diría más bien: Nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el adjetivo sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come, y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere: el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano. Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y que es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el ζωον πολιτικόν de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens, de Linneo, o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di M. García Blanco (Obras Completas), Madrid, Escelicer, 1966-1971. (a) Del sentimento trágico de la vida – Traduzione italiana edita da Dall’Oglio, 1965. (1) Cómico latino: Terenzio Afro (195-159 a.C.), la frase nell’ Heautontimorumenos v.77. El nuestro es el otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío: aquel otro de más allá, cuantos pisamos sobre la tierra. Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos. EL CRISTO DE VELÁZQUEZ (b) XXVII ESPADA TU cuerpo como espada al sol relumbra; como una espada al sol luce tu cuerpo, espada del Señor, llena de sangre, como el cuchillo aquel con que desgarra del Leviatán el escamoso cuero: como una espada de vencer combates —¡espada de dos filos tu palabra!— con la que hay que cortar de nuestra vida el cordón terrenal. Pues Tú viniste en tu diestra a traer paz con la guerra: por Ti riñen los hijos con sus padres, entre sí los hermanos, los esposos: eres espada de la paz, que hiere para acabar la guerra con la guerra; eres acero que divide y junta, pues sólo junta aquello que divide; y eres la espada que arde, brasa pura, cual aquella querúbica que veda el camino del árbol de la vida del Paraíso. Y eres blanca llama de la hoguera, crisol de nuestras almas, que liquida el dolor y lo trasmuda en río que va al sol, que es mar de fuego. Blanca llama, relámpago que es sangre de las tinieblas, cual aquel que hiriera en el sendero de Damasco a Saulo diciéndole: “¿Por qué así me persigues? ¡Yo soy Jesús, a quien persigues, Saulo!” ¡Blanca llama de fuego que devora, hoguera del amor: como a la enjuta yesca2(1) mi corazón entero abrasa; mi carne de pecado se consuma, y hágale pavesas su restregón3(2)! CASTILLA (c) TU me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano, al cielo que te enciende y te refresca, al cielo, tu amo. Tierra nervuda, enjuta, despejada, madre de corazones y de brazos, toma el presente en ti viejos colores del noble antaño. Con la pradera cóncava del cielo lindan en torno tus desnudos campos, tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro y en ti santuario. Es todo cima tu extensión redonda y en ti me siento al cielo levantado, aire de cumbre es el que se respira aquí, en tus páramos. (b) El Cristo de Velázquez – Dalla raccolta, scritta in endecasillabi sciolti ed ispirata al famoso Cristo dipino da Velázquez e conservato al Prado. Traduzione di A. Gasparetti (Brescia, Morcelliana, 1948). (1) Yesca: esca (del fuoco). (2) Restregón: strofinio. (c) Tierra de Castilla – La lirica è tratta da Poesías. Traduzione in M. de Unamuno Poesie, Firenze, 1968 a c. di R. Paoli. Metro: strofe saffica (ABCD) nella variante con assonanza in sede pari. 71 ¡Ara gigante, tierra castellana, a ese tu aire soltaré mis cantos, si te son dignos bajarán al mundo desde lo alto! NIEBLA (d) XXXI AQUELLA tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme. Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho- librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí. Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increíble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado. —¡Parece mentira! —repetía—, ¡Parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy despierto o soñando... —Ni despierto ni soñando —le contesté. —No me lo explico..., no me lo explico —añadió—; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito... —Sí —le dije—; tú —y recalqué este tú con un tono autoritario—, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo. El pobre hombre temblaba como un azogado1(1), mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas. —¡No, no te muevas! —le ordené. —Es que..., es que... —balbuceó. —Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras. —¿Cómo? —exclamó al verse de tal modo negado y contradicho. —Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? —le pregunté. —Que tenga valor para hacerlo —me contestó. —No —le dije—; ¡que esté vivo! —¡Desde luego! —¡Y tú no estás vivo! —¿Cómo que no estoy vivo? ¿Es que he muerto? — y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo. —¡No, hombre, no! —le repliqué—. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo. (d) Niebla –Traduzione di Flaviarosa Rossini, Roma, Casini, 1955. (1) Azogado: intossicato dai vapori del mercurio. —¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! —me suplicó costernado—. Porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco. —Pues bien: la verdad es, querido Augusto —le dije con la más dulce de mis voces—, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... —¿Cómo que no existo?—exclamó. —No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto. Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira e ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fué recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí, y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente: —Mire usted bien, don Miguel..., no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice. —Y ¿qué es lo contrario? —le pregunté, alarmado de verle recobrar vida propia. —No sea, mi querido don Miguel —añadió—, que sea usted, y no yo, el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo... 72 SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR (e) En la noche de San Juan, la más breve del año, solían y suelen acudir a nuestro lago todas las pobres mujerucas, y no pocos hombrecillos, que se creen poseídos, endemoniados, y que parece no son sino histéricos y a las veces epilépticos, y Don Manuel emprendió la tarea de hacer él de lago, de piscina probática, y tratar de aliviarles y si era posible de curarles. Y era tal la acción de su presencia, de sus miradas, y tal sobre todo la dulcísima autoridad de sus palabras y sobre todo de su voz –¡qué milagro de voz!–, que consiguió curaciones sorprendentes. Con lo que creció su fama, que atraía a nuestro lago y a él a todos los enfermos del contorno. Y alguna vez llegó una madre pidiéndole que hiciese un milagro en su hijo, a lo que contestó sonriendo tristemente: –No tengo licencia del señor obispo para hacer milagros. Le preocupaba, sobre todo, que anduviesen todos limpios. Si alguno llevaba un roto en su vestidura, le decía: “Anda a ver al sacristán, y que te remiende eso”. El sacristán era sastre. Y cuando el día primero de año iban a felicitarle por ser el de su santo –su santo patrono era el mismo Jesús Nuestro Señor–, quería Don Manuel que todos se le presentasen con camisa nueva, y al que no la tenía se la regalaba él mismo. Por todos mostraba el mismo afecto, y si a algunos distinguía más con él era a los más desgraciados y a los que aparecían como más díscolos. Y como hubiera en el pueblo un pobre idiota de nacimiento, Blasillo el bobo, a éste es a quien más acariciaba y hasta llegó a enseñarle cosas que parecía milagro que las hubiese podido aprender. Y es que el pequeño rescoldo de inteligencia que aún quedaba en el bobo se le encendía en imitar, como un pobre mono, a su Don Manuel. Su maravilla era la voz, una voz divina que hacía llorar. Cuando al oficiar en misa mayor o solemne entonaba el prefacio, estremecíase la iglesia y todos los que le oían sentíanse conmovidos en sus entrañas. Su canto, saliendo del templo, iba a quedarse dormido sobre el lago y al pie de la montaña. Y cuando en el sermón de Viernes Santo clamaba aquello de: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”, pasaba por el pueblo todo un temblor hondo como por sobre las aguas del lago en días de cierzo de hostigo. Y era como si oyesen a Nuestro Señor Jesucristo mismo, como si la voz brotara de aquel viejo crucifijo a cuyos pies tantas generaciones de madres habían depositado sus congojas. Como que una vez, al oírlo su madre, la de Don Manuel, no pudo contenerse, y desde el suelo del templo, en que se sentaba, gritó: “¡Hijo mío!”. Y fué un chaparrón de lágrimas entre todos. Creeríase que el grito maternal había brotado de la boca entreabierta de aquella Dolorosa –el corazón traspasado por siete espadas– que había en una de las capillas del templo. Luego Blasillo el tonto iba repitiendo en tono patético por las callejas, y como en eco el “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”, y de tal manera que al oírselo se les saltaban a todos las lágrimas, con gran regocijo del bobo por su triunfo imitativo. . . . En el pueblo todos acudían a misa, aunque sólo fuese por oírle y por verle en el altar, donde parecía transfigurarse, encendiéndosele el rostro. Había un santo ejercicio que introdujo en el culto popular y es que, reuniendo en el templo a todo el pueblo, hombres y mujeres, viejos y niños, unas mil personas, recitábamos al unísono, en una sola voz, el Credo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra...” y lo que sigue. Y no era un coro, sino una sola voz, una voz simple y unida, fundidas todas en una y haciendo como una montaña, cuya cumbre, perdida a las veces en nubes, era Don Manuel. Y al llegar a lo de “creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable”, la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba. Y yo oía las campanadas de la villa que se dice aquí está sumergida en el lecho del lago –campanadas que se dice también se oyen la noche de San Juan– y eran las de la villa sumergida en el lago espiritual de nuestro pueblo; oía la voz de nuestros muertos que en nosotros resucitaban en la comunión de los santos. Después, al llegar a conocer el secreto de nuestro santo, he comprendido que era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión. Acabó mi hermano por ir a misa siempre, a oír a Don Manuel, y cuando se dijo que cumpliría con la parroquia, que comulgaría cuando los demás comulgasen, recorrió un íntimo regocijo al pueblo todo, que creyó haberle recobrado. Pero fué un regocijo tal, tan limpio, que Lázaro no se sintió ni vencido ni disminuído. Y llegó el día de su comunión, ante el pueblo todo, con el pueblo todo. Cuando llegó la vez a mi hermano pude ver que Don Manuel, tan blanco como la nieve de enero en la montaña y temblando como tiembla el lago cuando le hostiga1(1) el cierzo, se le acercó con la sagrada forma en la mano, y de tal modo le temblaba ésta al arrimarla a la boca de Lázaro, que se le cayó la forma a tiempo que le daba un vahído2(2). Y fué mi hermano mismo quien recogió la hostia y se la llevó a la boca. Y el pueblo al ver llorar a Don Manuel, lloró diciéndose: “¡Cómo le quiere!”. Y entonces, pues era la madrugada, cantó un gallo. Al volver a casa y encerrarme en ella con mi hermano, le eché los brazos al cuello y, besándole le dije: –Ay, Lázaro, Lázaro, qué alegría nos has dado a todos, a todos, a todo el pueblo, a todo, a los vivos y (e) San Manuel Bueno, Mártir –Traduzione di Flaviarosa Rossini, Roma, Casini, 1955. (1) Hostiga: sferza. (2) Vahído: capogiro. 75 nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta de noche la nieve alumbra. Y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y lo que soñé -o mejor lo que soñé y lo que sólo vi-, ni lo que supe ni lo que creí. Ni sé si estoy traspasando a este papel, tan blanco como la nieve, mi conciencia que en él se ha de quedar, quedándome yo sin ella. ¿Para qué tenerla ya...? ¿Es que sé algo?, ¿es que creo algo? ¿Es que esto que estoy aquí contando ha pasado y ha pasado tal y como lo cuento? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que todo esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Angela Carballino, hoy cincuentona, la única persona que en esta aldea se ve acometida de estos pensamientos extraños para los demás? ¿Y éstos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso de creer? Por lo menos, viven. Y ahora creen en San Manuel Bueno, mártir, que sin esperar inmortalidad les mantuvo en la esperanza de ella. de ANDANZAS Y VISIONES ESPAÑOLAS FRENTE A ÁVILA (f) EN esto se nos apareció Ávila, Ávila de los Caballeros, Ávila de Santa Teresa de Jesús, la ciudad murada. (Nuestros lectores argentinos la conocerán, si no por otra cosa, por la novela de E. Rodríguez Larreta, La gloria de don Ramiro, y acaso por alguna reproducción del retrato que de él hizo Zuloaga1(1), y en que aparece como fondo la maravillosa ciudad castellana, la de los castillos que son los torreones o cubos de sus murallas.) Se nos apareció Ávila, según (f) Frente a Ávila da Andanzas y visiones españolas. (1) Zuloaga: pittore spagnolo dell’epoca la cui pittura riflette gli ideali della generazione del ’98. a ella íbamos por la carretera que la une con Salamanca, y se nos apareció encendida por el rojo fulgor del ocaso del sol que abermejaba sus murallas, en una rotura de un día aborrascado. El ceñidor de las murallas de la ciudad subía a nuestros ojos; a un lado de él, fuera del recinto de la urbe, la severa fábrica de la basílica de San Vicente, y en lo alto, dominando a Ávila, la torre cuadrada y mocha de la catedral. Y todo ello parecía una casa, una sola casa, Ávila la Casa. Viendo a Ávila se comprende cómo y de dónde se le ocurrió a Santa Teresa su imagen del castillo interior y de las moradas y del diamante. Porque Ávila es un diamante de piedra berroqueña dorada por soles de siglos y por siglos de soles. ¿Cuántos? -¿De qué época datan estas murallas? –nos preguntó uno de los que nos acompañaba en el auto cuando surgió a nuestra vista la claridad de Ávila. No supimos contestarle. Además esas murallas datan de muchas épocas. ¡Y no queríamos pensar en tiempo; queríamos, más bien, olvidar el tiempo; íbamos a Ávila a olvidar el tiempo, o mejor dicho, a matarlo! Y matar el tiempo es resucitarlo. No hace mucho leíamos en una revista argentina esta pregunta que se les hacía a algunas personas: “¿En qué época quisiera usted haber vivido?” Cada cual respondía según sus aficiones y alguno contestó que de aquí a diez años. Nosotros contestaríamos que en todas las épocas. Y mirando a Ávila ceñida por sus murallas, pensábamos vivir en todas las épocas, fuera de tiempo, desde la edad troglodítica hasta la otra edad troglodítica, la que ha de volver para el linaje humano. ¿Conoce el lector el terrible canto de Carducci Sobre el Monte Mario, y aquella su visión final del fin del linaje humano? Pero... dejemos esto y volvamos a Ávila. Una ciudad así, murada y articulada, es una ciudad. Tiene unidad, tiene fisonomía, tiene alma. Londres, en cambio, o Nueva York, no puede ser una ciudad nunca. El que en Londres tenga alma de ciudadano tiene que albergarla en un barrio. Londres no puede ser una casa. El que esto os dice se sentiría solo y solitario, aislado, en una urbe como la de Londres y aun mucho menor. Hasta en Madrid experimenta la tristeza de la urbe extensa. Es como si se me mandase escribir sobre una mesa puesta en medio de la Galería de Máquinas de París o de la iglesia de San Pedro de Roma. Mejor en medio del campo. En medio del campo, al aire livre, sí, pero no en un tan vasto recinto cubierto. En una choza, sí, sintiendo cerca el recinto, bien ceñido. Abarcábamos toda Ávila de una sola mirada y comprendimos lo que se puede querer a una ciudad así y cómo puede ser patria. Atenas fué patria y no lo fué Babilonia. Y Ávila es, además, un convento. Y aun casi la celda de un convento. Se entra en la ciudad por puertas, pasando bajo un dintel2(2) de piedra, como se entra en una casa. A la puerta principal de entrada le flanquean dos robustos torreones, dos cubos de la muralla. Y cuando dentro del recinto murado, en el centro de la ciudad, se encuentra alguna plaza, parece que ésta se ensancha en su pequeñez. ¡Esas plazuelas apacibles y sosegadas que se abren dentro del recinto conventual de una eterna –no ya vieja- ciudad castellana! ¡Esas plazuelas por las que han resbalado siglos de instantaneidad cotidiana! ¡Lo cotidiano! Lo de todos los días, lo que fué de los trogloditas prehistóricos y será de los trogloditas posthistóricos, lo de todos los tiempos, eso sólo se gusta y se paladea en estas viejas ciudades. Y veis al mismo mendigo que pintó a Velázquez. ¿En qué época quisiera haber vivido? ¡En todas! Cierto que siento predilección por la Edad Media y por la época de la Revolución francesa, pero todas las edades son medias y en todas hay revolución. Cuando se nos apareció de pronto Ávila de los Caballeros, hace pocos días, surgiendo de las (2) Dintel: architrave. 76 berroqueñas1(3) tierras de Castilla, íbamos meditando en la revolución que está pasando ahora por España. Y en Ávila, como en un espejo histórico, queríamos descubrir nuestro porvenir revolucionario. Sus murallas eran un símbolo. Nos acercábamos a Ávila y al día 25 de este mes de octubre de 1921. ¿Qué es esta fecha? Nada; una superstición. JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ (AZORÍN) de LA VOLUNTAD (a) XIV HACE una tarde gris, monótona. Cae una lluvia menuda, incesante, interminable. Las calles están desiertas. De cuando en cuando suenan pasos precipitados sobre la acera, y pasa un labriego envuelto en una manta. Y las horas transcurren lentas, eternas... Yuste y Azorín no han podido esta tarde dar su paseo acostumbrado. En el despacho del maestro, hablan á intervalos, y en las largas pausas escuchan el regurgitar de las canales y el ruido intercadente de las goteras. Una hora suena á lo lejos en campanadas imperceptibles; se oye el grito largo, modulado, de un vendedor. Azorín observa: —Es raro como estos gritos parecen lamentos, súplicas... melopeas extrañas... Y Yuste replica: —Observa esto: los gritos de las grandes ciudades, de Madrid, son rápidos, secos, sin relumbres de idealidad... Los de provincias aun son artísticos, largos, plañideros... tiernos, melancólicos... Y es que en las grandes ciudades no se tiene tiempo, se quiere (3) Berroqueño: di granito. aprovechar el minuto, se vive febrilmente... y esta pequeña obra de arte, como toda obra de arte, exige tiempo... y el tiempo que un vendedor pierda en ella, puede emplearlo en otra cosa... Repara en este detalle insignificante, que revela toda una fase de nuestra vida artística... Lo mismo que un vendedor callejero suprime el arte, porque trabaja rápidamente, lo suprime un novelista, un crítico. Así, hemos llegado á escribir una novela ó un estudio crítico mecánicamente, como una máquina puede construir botones ó alfileres... De ahí el que se vaya perdiendo la conciencia, la escrupulosidad, y aumenten los subterfugios, las supercherías, los tranquillos del estilo... Yuste se para y coge un libro del estante. Después añade: —Lo que da la medida de un artista es su sentimiento de la naturaleza, del paisaje... Un escritor será tanto más artista cuanto mejor sepa interpretar la emoción del paisaje... Es una emoción completamente, casi completamente moderna. En Francia sólo data de Rousseau y Bernardino de Saint—Pierre... En España, fuera de algún poeta primitivo, yo creo que sólo la ha sentido Fray Luis de León en sus Nombres de Cristo... Pues bien; para mí el paisaje es el grado más alto del arte literario... ¡Y qué pocos llegan á él!... Mira este libro; lo he escogido porque á su autor se le ha elogiado como un soberbio descripcionista... Y ahora verás, prácticamente, en esta lección de técnica literaria, cuáles son los subterfugios y tranquillos de que te hablaba antes... Ante todo la comparación es el más grave de ellos. Comparar es evadir la dificultad... es algo primitivo, infantil... una superchería que no debe emplear ningún artista... He aquí la página2(1): (a) La voluntad – Per il testo seguiamo l’ed. di E. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1972. (1) Página: il testo letto da Yuste è tratto da Entre Naranjos di Blasco Ibáñez. “En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar al cielo cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa, entre macizos de jardinería; blancas alquerías ocultas tras el verde bullir de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, todo ello de un color mate de huevo, acribillado de ventanitas, como roído por una viruela de negros agujeros. Más allá, Carcagente, la ciudad rival, envuelta en el cinturón de sus frondosos huertos; por la parte del mar, las montañas angulosas esquinadas, con aristas que de lejos semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré, y en el extremo opuesto los pueblos de la Ribera alta, flotando en los lagos de esmeralda de sus huertos, las lejanas montañas de tono violeta, y el sol que comenzaba á descender como un erizo de oro, resbalando entre las gasas formadas por la evaporación del incesante fuego”. El maestro saca su cajita de plata y prosigue: -Es una página, una página breve, y nada menos que seis veces recurre en ella el autor á la superchería de la comparación... es decir, seis veces que se trata de producir una sensación desconocida ó apelando á otra conocida... que es lo mismo que si yo no pudiendo contar una cosa llamase al vecino para que la contase por mi... Y observa -y esto es lo más grave- que en esa página, á pesar del esfuerzo por expresar el color, no hay nada plástico, tangible... además de que un paisaje es movimiento y ruido, tanto como color, y en esta página el autor sólo se ha preocupado de la pintura... No hay nada plástico en esa página, ninguno de esos pequeños detalles sugestivos, suscitadores de todo un estado de conciencia... ninguno de esos detalles que dan, ellos solos, la sensación total... y que sólo se hallan instintivamente, por instinto artístico, no con el trabajo, ni con la 77 lectura de los maestros... con nada. Yuste se acerca al estante y coge otro libro. —Ahora verás —prosigue— otra página1(2)... es de un novelista joven, acaso... y sin acaso, entre toda la gente joven el de más originalidad y el de más honda emoción estética... Y el maestro recita lentamente: “Pocas horas después; en el cuarto de don Lucio. El fuego se va consumiendo en el brasero; una chispa brilla en la obscuridad, sobre la ceniza, como el ojo inyectado de una fiera. Está anocheciendo, y las sombras se han apoderado de los rincones del cuarto. Una candileja, colocada sobre la cómoda, alumbra, de un modo mortecino, la estancia. Se oye cómo caen y se hunden en el silencio del crepúsculo las campanas del Angelus. “Desde la ventana se perciben, á lo lejos, rumores confusos de dulce y campesina sinfonía, el tañido de las esquilas de los rebaños que vuelven al pueblo, el murmullo del río, que cuenta á la Noche su eterna y monótona queja, y la nota melancólica que modula un sapo en su flauta, nota cristalina que cruza el aire silencioso y desaparece como una estrella errante. En el cielo, de un azul negro intenso, brilla Júpiter con su luz blanca”. —Ahora —añade el maestro— he aquí cuatro versos escritos hace cinco siglos... Son del más plástico, jugoso y espontáneo de todos los poetas españoles antiguos y modernos: el Arcipreste de Hita... El Arcipreste tiene como nadie el instinto revelador, sugestivo... Su auto-retrato es un fragmento maravilloso... Y aquí en este trozo, que es la estupenda escena en que Trotaconventos seduce á doña Endrina... escena que no ha superado ni aun igualado Rojas... Aquí Trotaconventos llega á casa de la viuda, le ofrece una sortija, la mima con razones dulces, le dice que es un dolor que permanezca triste (2) Otra página: il testo letto proviene dal romanzo La casa de Aizgorri di Pío Baroja. y sola, que se obstine en vestir de luto... cuando no falta quien bien la quiere... Y dice: Así estades fija, viuda et mancebilla, sola y sin compannero, como la tortolilla: deso creo que estades amariella et magrilla.. Y con solos estos dos adjetivos amariella et magrilla queda retratada de un rasguño la dolorida viuda, ojerosa, pálida, enflaquecida, melancólica... Larga pausa. La lluvia continúa persistente. El agua desciende por los chorradores de zinc en confuso rumor de ebullición. Van palideciendo los tableros de espato de las ventanas. Azorín dice: —Observo, maestro, que en la novela contemporánea hay algo más falso que las descripciones, y son los diálogos. El diálogo es artificioso, convencional, literario, excesivamente literario. —Lee La Gitanilla, de Cervantes —contesta Yuste—; La Gitanilla es... una gitana de quince años, que supongo no ha estado en ninguna Universidad, ni forma parte de ninguna Academia... Pues bien; observa cómo contesta á su amante cuando éste se le declara. Le contesta en un discurso enorme, pulido, elegante, filosófico... Y este defecto, esta elocuencia y corrección de los diálogos, insoportables, falsos, va desde Cervantes hasta Galdós... Y en la vida no se habla así; se habla con incoherencias, con pausas, con párrafos breves, incorrectos... naturales... Dista mucho, dista mucho de haber llegado á su perfección la novela. Esta misma coherencia y corrección anti- artísticas —porque es cosa fría— que se censura en el diálogo... se encuentra en la fábula toda... Ante todo, no debe haber fábula... la vida no tiene fábula: es diversa, multiforme, ondulante, contradictoria... todo menos simétrica, geométrica, rígida, como aparece en las novelas... Y por eso, los Goncourt, que son los que, á mi entender, se han acercado más al desiderátum, no dan una vida, sino fragmentos, sensaciones separadas... Y así el personaje, entre dos de esos fragmentos, hará su vida habitual, que no importa al artista, y éste no se verá forzado, como en la novela del antiguo régimen, á contarnos tilde por tilde, desde por la mañana hasta la noche, las obras y milagros de su protagonista... cosa absurda, puesto que toda la vida no se puede encajar en un volumen, y bastante haremos si damos diez, veinte, cuarenta sensaciones...(Pausa larga.) Este precisamente es defecto capital del teatro, y por eso el teatro es un arte industrial, ajeno á la literatura... En el teatro verás cuatro, seis, ocho personas que no hacen más que lo que el autor ha marcado en su libro, que son esclavos del nudo dramático, que no se preocupan más que de entrar y salir á tiempo... Y cuando se ha cumplido ya su desenlace, cuando el marido ha matado ya á la mujer, ó cuando el amante se ha casado ya con su amada, estos personajes, ¿qué hacen? pregunta Maeterlinck... Yo cuando voy al teatro y veo á estos hombres que van automáticamente hacia el epílogo, que hablan en un lenguaje que no hablamos nadie, que se mueven en un ambiente de anormalidad —puesto que lo que se nos expone es una aventura, una cosa extraordinaria, no la normalidad—; cuando veo á estos personajes me figuro que son muñecos de madera, y que pasada la representación, un empleado los va guardando cuidadosamente en un estante... Observa además, y esto es esencial, que en el teatro no se puede hacer psicología... ó si se hace, ha de ser por los mismos personajes... pero no se pueden expresar estados de conciencia, ni presentar análisis complicados... Haz que salga á escena Federico Amiel2(3)... Nos parecería un majadero... Sí, Hamlet... Hamlet, ya sé... pero ¡cuán poco debe de ser lo que vemos de aquella alma que debió de ser inmensa! Mucho ha hecho (3)Federico Amiel: (1821-1881), scrittore svizzero, psicologo. 80 —Eso no se puede decir aunque se sepa — contestaba seriamenteYurrumendi—; pero hay quien asegura que dentro se ve una mujer. —Alguna sirena —decía el padre de Zelayeta, con ironía. —¡Quién sabe lo que será! —replicaba el viejo marino. Siempre que Yurrumendi hablaba de sí mismo, lo hacía como si se tratara de un extraño, en tercera persona. Así decía: “Entonces Yurrumendi comprendió... Entonces Yurrumendi dijo tal cosa.” Parecía que sentía ciertas dudas sobre su personalidad. Yurrumendi tenía una fantasía extraordinaria. Era el inventor más grande de quimeras que he conocido. Según él, detrás del monte Izarra, un poco más lejos de Frayburu, había en el mar una sima sin fondo. Muchas veces él echó el escandallo; pero nunca dió con arena ni con roca. Se le decía que su sonda era, seguramente, corta; pero Yurrumendi aseguraba que, aunque fuera de cien millas, no se encontraría el fondo. Respecto a la cueva que hay en el Izarra, frente a Frayburu, él no quería hablar y contar con detalles las mil cosas extraordinarias y sobrenaturales de que estaba llena; le bastaba con decir que un hombre, entrando en ella, salía, si es que salía, como loco. Tales cosas se presenciaban allí. Bastaba decir que las sirenas, los unicornios navales y los caballos de mar andaban como moscas, y que un gigante con los ojos encarnados tenía en la cueva su misteriosa morada. Este gigante debía ser hermano, o por lo menos primo, de otro, no se sabe si tan grande, pero sí con los ojos rojos, que en época de mayor candidez y de mayor temor de Dios aparecía en Donosti, entre las rocas de la Zurriola, con un pez en la mano, y a quien se le preguntaba: ¿Onentzarro begui gorri Nun arrapatu dec array hori? (¿Onentzaro, el de los ojos encarnados, ¿dónde has cogido ese pez?) Y el pobre gigante de los ojos encarnados, en vez de desdeñar la pregunta impertinente de su interlocutor, contestaba con amabilidad: Bart arratzean amaiquetan Zuniyolaco arroquetan. (Ayer noche, a las once, en las rocas de la Zurriola.) No sé a punto fijo en qué categoría colocaba Yurrumendi a su gigante de los ojos encarnados; pero creo que no le consideraba a la altura de la Egan suguia, la gran serpiente alada del Izarra, con sus alas de buitre, su cara siniestra de vieja y su aliento infeccioso. Nos hablaba, también, Yurrumendi de esos pulpos gigantescos con sus inmensos tentáculos, que pueden hacer naufragar una fragata; del mar de los Sargazos, en donde se navega por tierra, por verdadera tierra, que se abre para dejar pasar un buque; de los países donde nievan plumas; de los delfines, que tienen esa extraña simpatía mal explicada por los hombres; de las sentimentales ballenas, cuya desgracia es pensar que la Humanidad estima más su aceite que su melancólico corazón; de los mil enanos jorobados y extravagantes de las costas de Noruega; de las serpientes de mar que persiguen, aullando, a los barcos; de la araña del Kraken, en el pino de Portland, en Inglaterra, y de ese monstruo terrible del Maëlstrom, cuyas fauces sorben el mal y tragan las imprudentes naves haciéndolas desaparecer en sus gigantescas entrañas. También le daba mucha importancia a la Curcushada (los cuernos de la luna), que creía que tenía una gran relación con la vida de los hombres. Otro de los motivos favoritos de Yurrumendi era la descripción de la isla del Fuego, en donde él había estado alguna vez. En la cumbre de esta montaña inaccesible arde un fuego intermitente que se enciende de noche y se apaga de día. Alguno pensaba que quizá se trataba de un volcán cuyas llamas no se pueden ver a la luz del sol; pero Yurrumendi aseguraba que esta hoguera la hacían todas las noches las almas de los marineros del célebre pirata Kidd, que guardan allí un inmenso tesoro escondido. Otra de las cosas más interesantes que algunos llegaban a ver en el mar, según Yurrumendi, era un buque fantasma, tripulado por un capitán holandés. Este perdido, borracho, blasfemador y cínico pirata, anda, con un equipaje de canallas, haciendo fechorías por el mar. Si el maldito holandés se acerca al barco de uno, el vino se agria; el agua se enturbia; le carne se pudre. Si le envía a uno una carta, ya puede no leerla, porque se vuelve loco inmediatamente; tales absurdos y mentiras dice. Yurrumendi contaba que sólo una vez había visto, a lo lejos, al maldito holandés; pero, afortunadamente, no se le había acercado. Otras veces, el viejo marino nos contaba una serie de crueldades horribles: piratas que mandaban cortar la lengua o las manos a los que caían en su poder; otros que echaban al agua a sus enemigos, metidos en una jaula y con los ojos vaciados. Nos hacía temblar, pero le oíamos. Hay un fondo de crueldad en el hombre, y sobre todo en el niño, que goza oscuramente cuando la barbarie humana sale a la superficie. Casi siempre, al hablar de las piraterías y de las brutalidades de los barcos negreros, Yurrumendi solía recordar una canción en vascuence. —Esta canción —solía decir— la cantaba Gastibeltza, un piloto paisano nuestro, de un barco negrero en donde yo estuve de grumete. Gastibeltza solía cantarla cuando dábamos vuelta al cabrestante para levantar el ancla o cuando se izaba algún fardo. —¿Cómo era la canción? —le decíamos nosotros, aunque la sabíamos de memoria—. ¡Cántela usted! Y él cantaba con su voz ronca de marino, formada por los fríos, las nieblas, el alcohol y el humo de la pipa: 81 Ateraquiyoc Emanaquiyoc Aurreco orri Elduaquiyoc Orra! Orra! Cinzaliyoc Itsastarra oh! oh! Balesaquiyoc. Lo que quería decir en castellano: “¡Sácale! ¡Dale! A ése de adelante, agárrale. Ahí está, ahí está, cuélgale, marinero, ¡oh!, ¡oh! Puedes estar satisfecho.” Nadie cantaba esta canción como Yurrumendi; al oírla, yo me figuraba una tripulación de piratas al abordaje, trepando por las escaleras de un barco, con el cuchillo entre los dientes. Para Zelayeta y para mí, los relatos de Yurrumendi fueron una revelación. Estábamos decididos; seríamos piratas, y después de aventuras sin fin, de desvalijar navíos y bergantines, y burlarnos de los cruceros ingleses; después de realizar el tesoro de viejas onzas mejicanas y piedras preciosas, que tendríamos en una isla desierta, volveríamos a Lúzaro a contar, como Yurrumendi, nuestras hazañas. Si por si acaso teníamos loro, para que no nos denunciase, como contaba la Iñure, le ataríamos una piedra al cuello y lo tiraríamos al mar. Zelayeta hizo el plano de la casa que construiríamos fuera del pueblo, en un alto, cuando volviéramos a Lúzaro. En aquella época, Yurrumendi era nuestro modelo; solíamos andar, como él, balanceándonos, con las piernas dobladas y los puños cerrados, y fumábamos en pipa, aunque yo, por mi parte, a los dos chupadas no podía con el mareo. Cuando nuestro amigo, el viejo lobo de mar, estaba más alegre que de ordinario, contaba cuentos. Sus cuentos no se diferenciaban gran cosa de las historias que él tenía por verdaderas. Pero entre ellos había uno al que él daba infinitas variantes. El asunto se reducía a un marinero, buena persona, aunque un poco borracho, que se encontraba con un viejo mendigo zarrapastroso y sucio. El mendigo pedía, humildemente, un ligero favor; el marinero se lo hacía, y el viejo resultaba nada menos que San Pedro, que en agradecimiento concedía al marinero un don. Esto don variaba en los diferentes cuentos; en unos era una bolsa, de donde salía todo lo que deseaba con decir unas cuantas frases sacramentales; en otros, una semilla maravillosa que, plantada, se convertía en poco tiempo en un árbol de tal naturaleza que daba madera para diez o doce fragatas y otros tantos bergantines y todavía sobraba. Le gustaba a Yurrumendi, cuando relataba estos cuentos extraordinarios, documentar sus narraciones con una exactitud matemática, y así decía: “Una vez, en Liverpool, en la taberna del Dragón Rojo...” O si no: “Nos encontrábamos en el Atlántico, a la altura de Cabo Verde...” Cuando se trataba de un barco, siempre tenía que explicar con detalles la clase de su aparejo, su tonelaje y sus condiciones marineras. Últimamente, las serpientes aladas, las sirenas, las brujas y la Curcushada, en combinación con la vejez y con el alcohol, le trastornaron un poco. Yo, que de muchacho tenía cierto ascendiente sobre él, intentaba convencerle de que debía tomar aquel mundo fantástico como real, si quería, pero sin darle demasiada importancia. Él solía replicarme, de una manera solemne: —Shanti, tú sabes más que nosotros, porque has estudiado; pero otros de más edad y de más saber que yo han visto estas cosas. —Es verdad —decía algún viejo ámigo suyo. ¡Pobre Yurrumendi! Daría cualquier cosa por verle en la tienda de poleas de Zelayeta o en el Guezurrechape de Cay luce, contando sus cuentos; pero los años no pasan en balde, y hace ya mucho tiempo que Yurrumendi duerme el sueño eterno en el camposanto de Lúzaro. SILVESTRE PARADOX VI Cuando se tiene la honra de dedicarse al estudio de las ciencias físico-naturales se simpatiza con el orden. Ordenar es clasificar. Este gran pensamiento ha sido expresado por alguien, cuyo nombre en este momento, desgraciadamente para el lector, no recuerdo. Silvestre era ordenado, aun dentro del mismo desorden. No en balde se pasa un hombre la vida estudiando la clasificación de Cuvier. La guardilla de Paradox, aunque bastante sucia, mal blanqueada y llena de telas de araña, era grande y tenía condiciones por esto para servir de museo y conservar los tesoros zoológicos, geológicos y mineralógicos que Silvestre guardaba. Paradox empezó el arreglo de su habitación por el fin. Sólo los grandes hombres son capaces de hacer esto. En el fondo de la guardilla había un cuarto muy chico, que había servido de gallinero. Silvestre rascó las paredes, y al hacer esto halló una agradable sorpresa: una puerta condenada, que por una escalerilla comunicaba con una azotea pequeña. Silvestre inmediatamente la destinó para observatorio. —Aquí pondré —dijo— un magnífico anteojo astronómico de cartón, construído con hermosas lentes de flin y crown-glass traídas de Alemania, y el verano me dedicaré a contemplar las constelaciones en las noches estrelladas. Después de saborear la sorpresa, empapeló con papel contínuo el cuarto que había servido de gallinero, y lo destinó para alcoba. Después hizo un biombo con listones y telas de sacos y dividió la guardilla en dos partes: una pequeña, que serviría de cocina, comedor y despacho; la otra grande, para los talleres, museos y bibliotecas. Hecho esto se dedicó de lleno al arreglo de los talleres, y sus primeras ocupaciones fueron los previos y científicos trabajos preliminares para la iluminación. 82 Entonces entraron en juego los pedazos de carbón y de cinc, que tanto habían preocupado al señor Ramón el portero, y se utilizó el bicromato potásico, y el ácido sulfúrico, y los vasos porosos. Silvestre formó dos baterías eléctricas de veinte pilas. Una lámpara puso en la alcoba, otra en el despacho-co- medor-cocina y las demás, hasta seis, colgando del techo. Ya resuelta la cuestión importante del alumbrado comenzó la clasificación de sus colecciones. En medio del taller colocó su gran estantería. Ciertamente era ésta un tanto primitiva y tosca, pues estaba formada con tablas de cajones, y además tenía el inconveniente de que, como no estaba muy segura, solían caerse los estantes; pero, a falta de otra cumplía bien su misión. En las paredes fué colocando tablas a modo de aparadores, sujetas a la pared, unas con palomillas y otras con cuerdas. En la estantería central puso su admirable colección mineralógica, zoológica y geológica, formada en sus viajes. Aquí el trozo de planta nativa de Hiendelaencina, allá la eurita1(1) de la Peña de Haya, ahora el ammonites cycloides recogido en el valle de Baztán, ya la annularia brevifolia hallada en la falda del monte Larrun. Los ejemplares zoológicos más notables, todos disecados por Silvestre, eran: una avutarda, un gran duque2(2), un gipaeto3(3) barbudo, un hurón, un caimán, varias ratas blancas y una comadreja. Silvestre tenía ideas propías acerca de la disecación. Creía buenamente que disecando animales era el número uno en España. —Porque disecar —decía Paradox— no es rellenar la piel de un animal de paja y ponerle después ojos de cristal. Hay algo más en la disecación, la parte del espíritu; y para definir esto —añadía— hay que dar idea de la actitud, marcar la expresión propia del (1) Eurita: eurite, roccia del gruppo dei porfidi. (2) Duque: uccello. (3) Gipaeto: uccello rapace. animal, sorprender su gesto, dar idea de su temperamento, de su idiosincrasia, de las condiciones generales de la raza y de las particulares del individuo. Y como muestra de sus teorías enseñaba su buho, un bicho huraño, grotesco y pensativo, que parecía estar recitando por lo bajo el soliloquio de Hamlet, y la obesa avutarda, toda candor, pudor y cortedad, y su caimán, que colgaba del techo por un alambre, con su sonrisa macabra, llena de doblez y de falsía, y sus ojos entornados, hipócritas y mefistofélicos. En el centro de la estantería expuso Silvestre los modelos de sus trabajos de inventor, y en medio de todos ellos colocó un cuadro, en el cual se veía una figura alegórica de la Fama, coronando con laureles su retrato. A un lado de la figura se leían los dieciséis inventos hechos por Paradox hasta aquella época en el orden siguiente: La cola cristal. El salvadidas químico. El torpedo dirigible desde la costa. El pan reconstituyente (glicero-ferro-fosfatado glutinoso). El pulsómetro Paradox. El disecol (el mejor compuesto para la conservación de las pieles). La caja reguladora de la fermentación del pan. La mano remo y el pie remo (aparatos para nadar). La anti-plombaginita (borrador universal). La contra-tinta (ídem, íd.) El biberón del árbol (aparato para alimentar el árbol sin mover para nada la tierra próxima al pie, por medio de la inyección del guano intensivo). La ratonera Speculum. El refrigerador Xodarap (para enfriar en verano las habitaciones). La melino-piróxilo-paradoxita (explosivo). La fotografía galvano-plástica (para obtener fotografías de relieve), y El cepo langostífero. En los estantes de las paredes fue colocando Silvestre los ejemplares de su modesta colección de especies fluviátiles recogidos en España, entre los cuales se distinguían: un Acipenser sturio, pescado en el Arga4(4), un Ciprinus carpio de la Albufera5(5) y un Barbus bocagei del Manzanares6(6), tan bien disecados, que estaban pidiendo la sartén. En el suelo, debajo de la estantería, estaban los minerales de gran peso, hermosos trozos de galena argentífera y de piritas de cobre. Junto a la ventana de la pared, en cuyo alféizar colocó jacintos en cacharros llenos de agua, puso su mesa de escribir, muy ancha y grande, de pino sin pintar, y al lado de ésta un banco de carpintero con su tornillo de presión. La mesa tenía su misterio: levantando la tabla aparecía que no era tal mesa, sino un acuarium de zinc y de portland con ventanillas de cristal, sostenido por cuatro tablones gruesos. El acuarium era un océano en pequeño. Allí había manifestaciones de todos los períodos geológicos, acuáticos y terrestres; grutas balsáticas con estalactitas y estalacmitas, rocas minerales brillantes... En el suelo del acuarium, sobre una capa de finísima arena, se veían conchas de mar de los más esplendentes colores, tales como helix, rostelarias, volutas, olivas y taladros. Esta aparición de moluscos de mar en agua dulce no tenía más objeto que dar un aspecto pintoresco al fondo del abismo. El acuarium era interesante, sobre todo por los anfibios que guardaba. El anfibio interesaba mucho a Paradox; aquí estaba el axolote; allí el menobranchus lateralis y los interesantes tritones que solían andar cuando hacía sol alrededor del acuarium, cazando moscas y cantando tiernas e incomprensibles endechas; allá se encontraban también algunos moluscos de agua dulce, como el neritina fluviátilis, el ampullaria cornu arietis, que es como un caracol, con (4) Arga: fiume che bagna Pamplona. (5) Albufera: laguna in prossimità della costa, vicino a Valencia. (6) Manzanares: fiume di Madrid. 85 MAX.- Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis1(5). Le torearemos. DON LATINO.- Me estás asustando. Debías dejar esa broma. MAX.- Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato2(6). DON LATINO.- ¡Estás completamente curda3(7)! MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. DON LATINO.- ¡Miau4(8)! ¡Te estás contagiando!. MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea. DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo. MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato. MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo? MAX.- En el fondo del vaso. DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo5(9)! MAX.- Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España. (5) Buey Apis: è il soprannome del direttore di giornale che ha licenziato Max Estrella. (6) Callejón del Gato: vi si trovava un negozio di ferramenta con specchi concavi usati per attirare i clienti. (7) Curda: ubriaco. (8) Miau: marameo. (9) Me quito el cráneo: esagerazione dell’espressione d’ammirazione “me quito el sombrero” (mi levo tanto di cappello). DON LATINO.- Nos mudaremos al callejón del Gato. MAX.- Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme! DON LATINO.- No tuerzas la boca. MAX.- Es nervioso. ¡Ni me entero! DON LATINO.- ¡Te traes una guasa! MAX.- Préstame tu carrik. DON LATINO.- ¡Mira cómo me he quedado de un aire! MAX.- No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!. DON LATINO.- Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta6(10). MAX.- Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz. DON LATINO.- La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio. MAX.- Llama. DON LATINO DE HISPALIS, volviéndose de espaldas, comienza a cocear en la puerta. El eco de los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la costanilla, y como en respuesta a una provocación, el reloj de la iglesia da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta. MAX.- ¡Latino! DON LATINO.- ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca!. MAX.- ¡Si Collet7(11) estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz. DON LATINO.- No llega tu voz a ese quinto cielo. MAX.- ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo8(12)!. DON LATINO.- No olvides al compañero. MAX.- Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! (10) Tomarme la coleta: la coleta è il codino dei toreri; l’espressione equivale a “tomar el pelo” (prendere in giro). (11) Collet: è la moglie di Max. (12) Aburriendo: aburrir indica qui l’essere disperati, stanchi della vita. ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo? DON LATINO.- No te alucines, Max. MAX.- Es incomprensible cómo veo. DON LATINO.- Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces. MAX.- ¿A quién enterramos, Latino? DON LATINO.- Es un secreto que debemos ignorar. MAX.- ¡Cómo brilla el sol en las carrozas! DON LATINO.- Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto eres tú. MAX.- Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio. me acuesto a la espera. ¡Yo soy el muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos, se preguntaba el paria catalán9(13)?. MÁXIMO ESTRELLA se tiende en el umbral de su puerta. Cruza la costanilla un perro golfo que corre en zigzag. En el centro, encoge la pata y se orina: El ojo legañoso, como un poeta, levantado al azul de la última estrella. MAX.- Latino, entona el gori-gori10(14). DON LATINO.- Si continúas con esa broma macabra, te abandono. MAX.- Yo soy el que se va para siempre. DON LATINO.- Incorpórate, Max. Vamos a caminar. MAX.- Estoy muerto. DON LATINO.- ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar. Incorpórate, ¡no tuerzas la boca, condenado! ¡Max! ¡Max! ¡Condenado, responde! MAX.- Los muertos no hablan. DON LATINO - Definitivamente, te dejo. (13) El paria catalán: anarchico che Max ha conosciuto precedentemente al commissariato durante la sua dentenzione. (14) Gori-gori: espressione colloquiale con cui si allude al canto dei funerali. 86 MAX.- ¡Buenas noches! DON LATINO DE HISPALIS se sopla los dedos arrecidos y camina unos pasos encorvándose bajo su carrik pingón, orlado de cascarrias1(15). Con una tos gruñona retorna al lado de MAX ESTRELLA: Procura incorporarle hablándole a la oreja. DON LATINO.- Max, estás completamente borracho y sería un crimen dejarte la cartera encima, para que te la roben. Max, me llevo tu cartera y te la devolveré mañana. Finalmente se eleva tras de la puerta la voz achulada de una vecina. Resuenan pasos dentro del zaguán. DON LATINO se cuela por un callejón. LA VOZ DE LA VECINA.- ¡Señá2(16) Flora! ¡Señá Flora! Se le han apegado a usted las mantas de la cama. LA VOZ DE LA PORTERA.- ¿Quién es? Esperarse que encuentre la caja de mixtos. LA VECINA.- ¡Señá Flora! LA PORTERA.- Ahora salgo. ¿Quién es? LA VECINA.- ¡Está usted marmota3(17)! ¿Quién será? ¡La Cuca, que se camina4(18) al lavadero! LA PORTERA.- ¡Ay, qué centella de mixtos! ¿Son horas? LA VECINA.- ¡Son horas y pasan de serlo! Se oye el paso cansino de una mujer en chanclas. Sigue el murmullo de las voces. Rechina la cerradura y aparecen en el hueco de la puerta dos mujeres: La una, canosa, viva y agalgada, con un saco de ropa cargado sobre la cadera. La otra, jamona, refajo colorado, pañuelo pingón sobre los hombros, greñas y chancletas. El cuerpo del bohemio resbala y queda acostado sobre el umbral al abrirse la puerta. (15) Cascarrias: (o cazcarrias): zacchere. (16) Señá: signora (volgarismo). (17) Marmota: persona addormentata o che dorme molto. (18) Se camina: si dirige. LA VECINA.- ¡Santísimo Cristo, un hombre muerto! LA PORTERA.- Es Don Max el poeta, que la ha pescado5(19). LA VECINA.- ¡Está del color de la cera! LA PORTERA.- Cuca, por tu alma, quédate a la mira un instante, mientras subo el aviso a Madama Collet. LA PORTERA sube la escalera chancleando. Se la oye renegar. LA CUCA, viéndose sola, con aire medroso, toca las manos del bohemio y luego se inclina a mirarle los ojos entreabiertos bajo la frente lívida. LA VECINA.- ¡Santísimo Señor! ¡Esto no lo dimana6(20) la bebida! ¡La muerte talmente representa! ¡Señá Flora! ¡Señá Flora! ¡Que no puedo demorarme! Ya se me voló un cuarto de día! ¡Que se queda esto a la vindicta7(21) pública, señá Flora! ¡Propia la muerte!. TIRANO BANDERAS (b) PRIMERA PARTE SINFONIA DEL TROPICO LIBRO PRIMERO ICONO DEL TIRANO I Santa Fe de Tierra Firme —arenales, pitas, manglares, chumberas— en las cartas antiguas, Punta de las Serpientes. (19) La ha pescado: si è ubriacato (pescarla). (20) Dimanar: avere origine, qui transitivo (causare). (21) Vindicta: ammonimento. II Sobre una loma, entre granados y palmas, mirando al vasto mar y al sol poniente, encendía los azulejos de sus redondas cúpulas coloniales San Martín de los Mostenses. En el campanario sin campanas levantaba el brillo de su bayoneta un centinela. San Martín de los Mostenses, aquel desmantelado convento de donde una lejana revolución había expulsado a los frailes, era por mudanzas del tiempo, Cuartel del Presidente Don Santos Banderas. — Tirano Banderas—. III El Generalito acababa de llegar con algunos batallones de indios, después de haber fusilado a los insurrectos de Zamalpoa: Inmóvil y taciturno, agaritado de perfil en una remota ventana, atento al relevo de guardias en la campa barcina del convento, parece una calavera con antiparras negras y corbatín de clérigo. En el Perú había hecho la guerra a los españoles, y de aquellas campañas veníale la costumbre de rumiar la coca, por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de verde veneno. Desde la remota ventana, agaritado en una inmovilidad de corneja sagrada, está mirando las escuadras de indios, soturnos8(1) en la cruel indiferencia del dolor y de la muerte. A lo largo de la formación chinitas y soldaderas haldeaban corretonas, huroneando9(2) entre las medallas y las migas del faltriquero, la pitada de tabaco y los cobres10(3) para el coime11(4). Un globo de colores se quemaba en la turquesa celeste, sobre la campa (b) Tirano Banderas – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Escogidas, Aguilar, Madrid, 1971. (1) Soturno: taciturno. (2) Huroneando: movendosi come hurones (furetti). (3) Cobres: monete di rame. (4) Coime: protettore. 87 invadida por la sombra morada del convento. Algunos soldados, indios comaltes de la selva, levantaban los ojos. Santa Fe celebraba sus famosas ferias de Santos y Difuntos. Tirano Banderas, en la remota ventana, era siempre el garabato de un lechuzo. IV Venía por el vasto zagúan frailero una escolta de soldados con la bayoneta armada en los negros fusiles, y entre las filas un roto1(5) greñudo, con la cara dando sangre. Al frente, sobre el flanco derecho, fulminaba el charrasco2(6) del Mayor Abilio del Valle. El retinto garabato del bigote dábale fiero resalte al arregaño3 (7) lobatón4(8) de los dientes que sujetan el fiador5(9) del pavero con toquilla de plata: —¡Alto! Mirando a las ventanas del convento, formó la escuadra. Destacáronse dos caporales, que, a modo de pretinas6(10), llevaban cruzadas sobre el pecho sendas pencas7(11) con argollones8(12) , y despojaron al reo del fementido sabanil9(13) que le cubría las carnes. Sumiso y adoctrinado, con la espalda corita10(14) al sol, entróse el cobrizo a un hoyo profundo de tres pies, como disponen las Ordenanzas de Castigos Militares. Los dos caporales apisonaron echando tierra, y quedó soterrado hasta los estremecidos ijares. El torso desnudo, la greña, las manos con fierros, salían fuera del hoyo colmados de negra (5) Roto: emarginato. (6) Charrasco: specie di coltello a serramanico, piuttosto grande. (7) Arregaño: espressione dei denti. (8) Lobatón: da lupo. (9) Fiador: laccio del cappello. (10) Pretinas: cinghie. (11) Pencas: strisce di cuoio. (12) Argollones: borchie. (13) Sabanil: lenzuolino. (14) Corita: nuda. expresión dramática: Metía el chivón de la barba11(15) en el pecho, con furbo atisbo a los caporales que se desceñían las pencas. Señaló el tambor un compás alterno y dio principio el castigo del chicote12(16), clásico en los cuarteles: —¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! El greñudo, sin un gemido, se arqueaba sobre las manos esposadas, ocultos los hierros en la cavación del pecho. Le saltaban de los costados ramos de sangre, y sujetándose al ritmo del tambor, solfeaban los dos caporales: —¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! V Niño Santos se retiró de la ventana para recibir a una endomingada diputación de la Colonia Española: El abarrotero13(17), el empeñista14(18), el chulo del braguetazo15(19), el patriota jactancioso, el doctor sin reválida16(20), el periodista hampón, el rico mal afamado, se inclinaban en hilera ante la momia taciturna con la verde salivilla en el canto de los labios. Don Celestino Galindo, orondo, redondo, pedante, tomó la palabra, y con aduladoras hipérboles saludó al glorioso pacificador de Zamalpoa: —La Colonia Española eleva sus homenajes al benemérito patricio, raro ejemplo de virtud y energía, que ha sabido restablecer el imperio del orden, imponiendo un castigo ejemplar a la demagogia revolucionaria. ¡La Colonia Española, siempre noble y generosa, tiene una oración y una lágrima para las víctimas de una ilusión funesta, de un virus perturbador! Pero la Colonia Española no puede menos de reconocer que en el inflexible (15) Chivón de la barba: barba come di capra. (16) Chicote: frusta. (17) Abarrotero: droghiere. (18) Empeñista: usuraio. (19) Braguetazo: matrimonio con una donna ricca. (20) Reválida: ratifica. cumplimiento de las leyes está la única salvaguardia del orden y el florecimiento de la República. La fila de gachupines17(21) asintió con murmullos: Unos eran toscos, encendidos y fuertes: Otros tenían la expresión cavilosa y hepática de los tenderos viejos: Otros, enjoyados y panzudos, exudaban zurda pedancia18(22). A todos ponía un acento de familia el embarazo de las manos con guantes. Tirano Banderas masculló estudiadas cláusulas de dómine: —Me congratula ver cómo los hermanos de raza aquí radicados, afirmando su fe inquebrantable en los ideales de orden y progreso, responden a la tradición de la Madre Patria. Me congratula mucho este apoyo moral de la Colonia Hispana. Santos Banderas no tiene la ambición de mando que le critican sus adversarios: Santos Banderas les garanta que el día más feliz de su vida será cuando pueda retirarse y sumirse en la oscuridad a labrar su predio, como Cincinato. Crean, amigos, que para un viejo son fardel muy pesado las obligaciones de la Presidencia. El gobernante, muchas veces precisa ahogar los sentimientos de su corazón, porque el cumplimiento de la ley es la garantía de los ciudadanos trabajadores y honrados: El gobernante, llegado el trance de firmar una sentencia de pena capital, puede tener lágrimas en los ojos, pero a su mano no le está permitido temblar. Esta tragedia del gobernante, como les platicaba recién, es superior a las fuerzas de un viejo. Entre amigos tan leales, puedo declarar mi flaqueza, y les garanto que el corazón se me desgarraba al firmar los fusilamientos de Zamalpoa. ¡Tres noches he pasado en vela! —¡Atiza! Se descompuso la ringla de gachupines. Los charolados pies juanetudos19(23) cambiaron de loseta. (21) Gachupín: appellativo dispregiativo usato dai sudamericani per gli spagnoli. (22) Pedancia: pedanteria. (23) Juanetudo: con juanete (cipolla del piede). 90 azoteas, tenía una luminosa palpitación, acastillada en la curva del Puerto. La marina era llena de cabrilleos1(35), y en la desolación azul, toda azul, de la tarde, encendían su roja llamarada las cornetas de los cuarteles. El quitrí2(36) del gachupín saltaba como una araña negra, en el final solanero3(37) de Cuesta Mostenses. (35) Cabrilleos: scintilii. (36) Quitrí: carrozza. (37) Solanero: assolato. ANTONIO MACHADO de SOLEDADES4 (a) II He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca, si llegan a un sitio, preguntan adónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle poesie a c. di Macrì, Milano, Lerici, 1961, in cui si troveranno pure tutte le traduzioni. Per il Juan de Mairena seguiamo l’ed. di Losada (Juan de Mairena, Buenos Aires, 1957); la traduzione del testo in Antonio Machado-Prose (Milano, Lerici, 1968), a c. dello stesso Macrì. (a) Soledades – II: romance in e-a; III: romance heroico (romance di endecasillabi; si noti qui il v.8 settenario); V: cuartetas (di ottonari, di schema ABAB); XI: cuartetas di ottonari a rima alterna o incrociata (redondillas): Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra. III La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y risueñas. Tumulto de pequeños colegiales que, al salir en desorden de la escuela, llenan el aire de la plaza en sombra con la algazara de sus voces nuevas. ¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!... ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas! V (Recuerdo infantil) Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una mancha carmín. Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano. Y todo un coro infantil va cantando la lección; mil veces ciento, cien mil, mil veces mil, un millón. Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de la lluvia en los cristales. 91 XI Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... -la tarde cayendo está-. “En el corazón tenía “la espina de una pasión; “logré arrancármela un día: “ya no siento el corazón.” Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se obscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: “Aguda espina dorada, “quién te pudiera sentir “en el corazón clavada.” de CAMPOS DE CASTILLA (b) XCVII RETRATO Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara1(1), ni un Bradomín2(2) he [sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard3(3); mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he [escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. (b) Campos de Castilla: Retrato: quartine di alessandrini a rima alterna. (1) Mañara: dalla leggenda del cavalier Mañara si sviluppò il tema di Don Juan. (2) Bradomín: eroe decadente, protagonista delle Sonatas di Valle Inclán. (3) Ronsard: poeta manierista francese (1524-1585). CXIII CAMPOS DE SORIA4 (4) I Es la tierra de Soria árida y fría. Por las colinas y las sierras calvas, verdes pradillos, cerros cenicientos, la primavera pasa dejando entre las hierbas olorosas sus diminutas margaritas blancas. La tierra no revive, el campo sueña. Al empezar abril está nevada la espalda del Moncayo; el caminante lleva en su bufanda envueltos cuello y boca, y los pastores pasan cubiertos con sus luengas capas. II Las tierras labrantías, como retazos de estameñas pardas, el huertecillo, el abejar, los trozos de verde oscuro en que el merino pasta, entre plomizos peñascales, siembran el sueño alegre de infantil Arcadia. En los chopos lejanos del camino, parecen humear las yertas ramas como un glauco vapor -las nuevas hojas- y en las quiebras de valles y barrancas blanquean los zarzales florecidos, y brotan las violetas perfumadas. (4) Campos de Soria: i nn. I-IV e VII-IX sono silvas-romances con assonanza rispettivamente a-a e e-a, il VI è formato da 19 ottosillabi uniti in quattro distici e tre quartine, a rima incrociata (la prima) e alternata; il v.91 è quebrado. 92 III Es el campo undulado, y los caminos ya ocultan los viajeros que cabalgan en pardos borriquillos, ya al fondo de la tarde arrebolada elevan las plebeyas figurillas, que el lienzo de oro del ocaso manchan. Mas si trepáis a un cerro y veis el campo desde los picos donde habita el águila, son tornasoles de carmín y acero, llanos plomizos, lomas plateadas, circuídos por montes de violeta, con las cumbres de nieve sonrosada. IV ¡Las figuras del campo sobre el cielo! Dos lentos bueyes aran en un alcor, cuando el otoño empieza, y entre las negras testas doblegadas bajo el pesado yugo, pende un cesto de juncos y retama, que es la cuna de un niño; y tras la yunta marcha un hombre que se inclina hacia la tierra, y una mujer que en las abiertas zanjas arroja la semilla. Bajo una nube de carmín y llama, en el oro fluido y verdinoso del poniente, las sombras se agigantan. V La nieve. En el mesón al campo abierto se ve el hogar donde la leña humea y la olla al hervir borbollonea. El cierzo corre por el campo yerto, alborotando en blancos torbellinos la nieve silenciosa. La nieve sobre el campo y los caminos, cayendo está como sobre una fosa. Un viejo acurrucado tiembla y tose cerca del fuego; su mechón de lana la vieja hila, y una niña cose verde ribete a su estameña grana. Padres los viejos son de un arriero que caminó sobre la blanca tierra y una noche perdió ruta y sendero, y se enterró en las nieves de la sierra. En torno al fuego hay un lugar vacío, y en la frente del viejo, de hosco ceño, como un tachón sombrío -tal el golpe de un hacha sobre un leño-. La vieja mira al campo, cual si oyera pasos sobre la nieve. Nadie pasa. Desierta la vecina carretera, desierto el campo en torno de la casa. La niña piensa que en los verdes prados ha de correr con otras doncellitas en los días azules y dorados, cuando crecen las blancas margaritas. VI ¡Soria fría, Soria pura, cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero arruinado, sobre el Duero; con sus murallas roídas y sus casas denegridas! ¡Muerta ciudad de señores soldados o cazadores; de portales con escudos de cien linajes hidalgos, y de famélicos galgos, de galgos flacos y agudos, que pululan por las sórdidas callejas, y a la medianoche ululan, cuando graznan las cornejas! ¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna. VII ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, oscuros encinares, ariscos pedregales, calvas sierras, caminos blancos y álamos del río, tardes de Soria, mística y guerrera, hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón, tristeza, tristeza que es amor! ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais! ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas!... VIII He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, tras las murallas viejas de Soria -barbacana hacia Aragón, en castellana tierra-. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas. ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! 95 VIII ¡La del Romancero, Córdoba la llana!... Guadalquivir hace vega, el campo relincha y brama. IX Los olivos grises, los caminos blancos. El sol ha sorbido la calor del campo; y hasta tu recuerdo me lo va secando esta alma de polvo de los días malos. de JUAN DE MAIRENA El español suele ser un buen hombre, generalmente inclinado a la piedad. Las prácticas crueles -a pesar de nuestra afición a los toros- no tendrán nunca buena opinión en España. En cambio, nos falta respeto, simpatía, y, sobre todo, complacencia en el éxito ajeno. Si veis que un torero ejecuta en el ruedo una faena impecable y que la plaza entera bate palmas estrepitosamente, aguardad un poco. Cuando el silencio se haya restablecido, veréis, indefectiblemente, un hombre que se levanta, se lleva dos dedos a la boca, y silba con toda la fuerza de sus pulmones. No creáis que ese hombre silba al torero - probablemente él lo aplaudió también-: silba al aplauso. Yo siempre os aconsejaré que procuréis ser mejores de lo que sois; de ningún modo que dejéis de ser españoles. Porque nadie más amante que yo ni más convencido de las virtudes de nuestra raza. Entre ellas debemos contar con la de ser muy severos para juzgarnos a nosotros mismos, y bastante indulgentes para juzgar a nuestros vecinos. Hay que ser español, en efecto, para decir las cosas que se dicen contra España. Pero nada advertiréis en esto que no sea natural y explicable. Porque nadie sabe de vicios que no tiene, ni de dolores que no le aquejan. La posición es honrada, sincera y profundamente humana. Yo os invito a perseverar en ella hasta la muerte. Los que os hablan de España como de una razón social que es preciso a toda costa acreditar y defender en el mercado mundial, esos para quienes el reclamo, el jaleo y la ocultación de vicios son deberes patrióticos, podrán merecer, yo lo concedo, el título de buenos patriotas; de ningún modo el de buenos españoles. Digo que podrán ser hasta buenos patriotas, porque ellos piensan que España es, como casi todas las naciones de Europa, una entidad esencialmente batallona, destinada a jugárselo todo en una gran contienda, y que conviene no enseñar el flaco y reforzar los resortes polémicos, sin olvidar el orgullo nacional, creado más o menos artificialmente. Pero pensar así es profundamente antiespañol. España no ha peleado nunca por orgullo nacional, ni por orgullo de raza, sino por orgullo humano o por amor de Dios, que viene a ser lo mismo. De esto hablaremos más despacio otro día MANUEL MACHADO OCASO Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada..., ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar nada!... ESTÍO-JUVENTUD Calentura del año, plenitud de la vida, verdor del alma y gloria de la vega... Ciega locura encendida. Verano, juventud, orgía de colores. Vivo carmín del labio sediento... Violento rojo de los claveles embriagadores. ... Y mientras aquí Amor pronuncia su sí (bemol), la verde laca del laurel chorrea –como miel- la luz del sol. NOTE – Per il testo seguiamo Poesia Spagnola del 900 a c. di Oreste Macrì, Parma, Guanda, 1974, alla stessa opera si rimanda per la traduzione. Ocaso: da Ars Moriendi (Soneto ABAB CDCD EFE FEF). Estío-Juventud: da Phoenix. 96 JUAN RAMÓN JIMÉNEZ1(1) «GRANADOS EN CIELO AZUL» de Pastorales con Dios ¡Granados en cielo azul! ¡Calle de los marineros! qué verdes están tus árboles ¡qué alegre tienes el cielo! ¡Viento ilusorio de mar! ¡Calle de los marineros! - ojo gris, mechón de oro, rostro florido y moreno! - La mujer canta a la puerta: «¡Vida de los marineros; el hombre siempre en el mar, y el corazón en el viento!» - ¡Virjen del Carmen, que estén siempre en tus manos los remos; que, bajo tus ojos, sean dulce el mar y azul el cielo! - Por la tarde, brilla el aire; el ocaso está de ensueños; es un oro de nostaljia, de llanto y de pensamiento. Como si el viento trajera el sinfín y, en su revuelto afán, la pena mirara y oyera a los que están lejos -. ¡Viento ilusorio del mar! ¡Calle de los marineros - la blusa azul, y la cinta (1) NOTE – Per il testo seguiamo Poesia Spagnola del 900 a c. di Oreste Macrì, cui si rimanda anche per le traduzioni, e Leyenda, l’ultima antologa curata dal poeta ed edita da A. Sánchez Romeraldo, Madrid, Cupsa editorial, 1978. milagrera sobre el pecho! -. ¡Granados en cielo azul! ¡Calle de los marineros! ¡El hombre siempre en el mar, y el corazón en el viento! «MI SUFRIMIENTO, CON NADA» de El Silencio de Oro Mi sufrimiento, con nada se acabará, que es por nada; flor de mi sangre preciosa y triste, enredadera májica. De pasión, que cuelga a mayo con su belleza nostáljica. ¡Ay, sangre que brotas chispas de dolor, sangre manada de una fuente oscura y honda, en donde algún dios echara su corona, en una tarde de desesperanzas áureas! EL ADOLESCENTE de Domingos del forastero (El baúl, cerrado ya, en el patio de mármol.) 1 -Madre, me olvido de algo, y no me acuerdo... Madre, ¿qué es eso que olvido? -La ropa va toda, hijo. -Sí, mas me falta algo, y no recuerdo... Madre, ¿qué es eso que olvido? -¿Van todos los libros, hijo? -Todos, mas falta algo, y no me acuerdo... Madre, ¿qué es eso que olvido? -Será... tu retrato, hijo. -¡No, no! Me falta algo, y no recuerdo... Madre, ¿qué es eso que olvido? -No pienses más, duerme, hijo... 2 -¡Madre! (La aurora es otra.) Tu voz viva sonará..., ¡mas sin yo oírlo! ¡Sólo una hora por medio, y ya está el mundo vacío! ¡No van a ninguna parte los matinales caminos! ¡Madre, madre, ya sé lo que me faltaba: todo, tú, yo! Norte negro. Silba el viento, grande y frío. PRIMAVERA de Sonetos Espirituales Abril, sin tu asistencia clara, fuera invierno de caídos esplendores; mas aunque abril no te abra a ti sus flores, tú siempre exaltarás la primavera. Eres la primavera verdadera; rosa de los caminos interiores, brisa de los secretos corredores, lumbre de la recóndita ladera. ¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa, abrazados los dos, sea tu risa el surtidor de nuestra sola fuente! Mi corazón recojerá tu rosa, sobre mis ojos se echará tu brisa, tu luz se dormirá sobre mi frente... «LA LUNA BLANCA QUITA AL MAR» de Diario de un poeta recién casado (15 de junio) La luna blanca quita al mar el mar, y le da el mar. Con su belleza, en un tranquilo y puro vencimiento, hace que la verdad ya no lo sea, y que sea verdad eterna y sola 97 lo que no lo era. Sí. ¡Sencillez divina, que derrotas lo cierto y pones alma nueva a lo verdadero! ¡Rosa no presentida, que quitara a la rosa la rosa, que le diera a la rosa la rosa! «¡INTELIJENCIA, DAME!» de Arenal de Eternidades ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! ... Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas... ¡lntelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! «¡PALABRA MÍA ETERNA!» de Arenal de Eternidades ¡Palabra mía eterna! ¡Oh, qué vivir supremo —ya en la nada la lengua de mi boca—, oh, qué vivir divino de flor sin tallo y sin raíz, nutrida, por la luz, con mi memoria, sola y fresca en el aire de la vida! «QUISIERA QUE MI LIBRO» de Piedra y Cielo Quisiera que mi libro fuese, como es el cielo por la noche, todo verdad presente, sin historia. Que, como él, se diera en cada instante, todo, con todas sus estrellas; sin que niñez, juventud, vejez quitaran ni pusieran encanto a su hermosura inmensa. ¡Temblor, relumbre, música presentes y totales! ¡Temblor, relumbre, música en la frente —cielo del corazón— del libro puro. BAJO EL NUBARRÓN DEL RAYO de Estación Total Las flores se dan la mano y vuelan como los pájaros. No se van. (Mas vuelan como los pájaros). Tiran, se alzan allá abajo, bajo el nubarrón del rayo. No se van. (Bajo el nubarrón del rayo). Llaman con pena y con blanco, con amarillo y con llanto. No se van. (Con amarillo y con llanto). Cada trueno con su dardo les saca un ¡ay!, al relámpago. No se van. (Les saca un ¡ay!, al relámpago). Mordido su olor, es tanto que sangra el olor mojado. No se van. (Que sangra su olor mojado). Vuelan, pues huyen los pájaros, por no secarse de espanto. No se van. (Por no secarse de espanto). Las flores se dan la mano y gritan como los pájaros. No se van. (Mas gritan como los pájaros). ROSA ÍNTIMA de Estación Total Rosa, la rosa… (Pero aquella rosa…) La primavera vuelve con la rosa grana, rosa, amarilla, blanca, grana; y todos se embriagan con la rosa, la rosa igual a la otra rosa. ¿Igual es una rosa que otra rosa? ¿Todas las rosas son la misma rosa? Sí (pero aquella rosa…) La rosa que se aísla en una mano, que se huele hasta el fondo de ella y uno, la rosa para el seno del amor, para la boca del amor y el alma, (... Y para el alma era aquella rosa que se escondía dulce entre las rosas, y que una tarde ya no se vió más. ¿De qué amarillo aquella fresca rosa?) Todo, de rosa en rosa, loco vive, la luz, el ala, el aire, la onda y la mujer, y el hombre, y la mujer y el hombre. La rosa pende, bella y delicada, para todos, su cuerpo sin penumbra y sin secreto, a un tiempo lleno y suave, íntimo y evidente, ardiente y dulce. Esta rosa, esa rosa, la otra rosa... Sí (pero aquella rosa...).
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