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antologia di letteratura spagnola, Dispense di Letteratura Spagnola

antologia del secolo 18 19 20 della letteratura spagnola

Tipologia: Dispense

2020/2021

Caricato il 15/09/2022

lauralee1
lauralee1 🇮🇹

4.6

(9)

20 documenti

Anteprima parziale del testo

Scarica antologia di letteratura spagnola e più Dispense in PDF di Letteratura Spagnola solo su Docsity! 1 ANTOLOGIA DELLA LETTERATURA SPAGNOLA Secoli XVIII-XIX-XX selezione a cura di J. Jurío Marín e G. Mazzocchi (trascrizione di Francesca Sallustio) 2 DIEGO DE TORRES VILLARROEL VIDA, ASCENDENCIA, NACIMIENTO, CRIANZA Y... Pasé desde mi pupilaje al colegio de Trilingüe, en donde me vistieron una beca que alcanzó mi padre de la Universidad de Salamanca. Fui examinado, como es costumbre, en el claustro de diputados de aquella Uni- versidad; y, según la cuenta, o me suplieron como a niño, o correspondí a satisfacción de los examinado- res, porque no me faltó voto. Empecé la tarea de los que llaman estudios mayores1(1), y la vida de colegial, a los trece años, bien descontento y enojado, porque yo quería detenerme más tiempo con el trompo y la matraca, pareciéndome que era muy temprano para me- terme a hombre y encerrarme en la melancolía de aquel casarón. Estaba de rector del colegio, en la co- yuntura de mi entrada, un clérigo virtuoso, de vida irreprehensible, pero ya viejo, enfermo y aburrido de lidiar con los jóvenes, que se creían encerrados en aque- lla casa. Sus achaques, la vejez y los anteriores trabajos lo tenían sujeto a la cama muchas horas del día y muchos meses del año; y, con esta seguridad y el ejemplo de otros colegiales, amigos del ocio, la pereza y las diversiones inútiles, iba insensiblemente perdiendo la inocencia, y amontonando una población de vicios y desórdenes en el alma. Halléme sin guardián, sin celador2(2) y sin maestro, y empezó mi espíritu a desarre- bujar las locuras del humor y las inconsideraciones de la edad con increíble desuello y insolencia. El gusto de mis padres y el apoyo del clérigo rector me desti- naron para que estudiase la Filosofía; y señalándome el maestro a quien había de oír, que fue el padre Pedro Portocarrero, de la compañía de Jesús, comencé esta carrera descuidado y menos medroso, porque ya me NOTE - Seguiamo l’ed. di Guy Mercadier, Madrid, Castalia, 1972. Traduzione in Gallo Gasparetti. (1) Estudios mayores: studi umanistici universitari. (2) Celador: custode. consideraba libre de los castigos, dueño de mi voluntad y señor absoluto de mis acciones y disparates. Acudía tarde e ignorante a las conferencias, miraba sin aten- ción las lecciones, retozaba y reñía con mis condiscípu- los (no obstante las reverendas3(3) de la beca colorada4(4)), metíme a bufón y desvergonzado con los nuevos, y profesé de truhán, descocado5(5) y decidor con todos, sin reservar las gravedades del maestro. Seguía en el aula, a pesar de las correcciones, avisos y asperezas del lec- tor, este género de alegrías peligrosas, y en el colegio continuaba con mis compañeros otros desórdenes y li- bertades que bastaron para hacerme holgazán y per- dulario6(6). Huyendo muchos días de la aula y no estudiando ninguno, llegué arrastrando hasta las últimas cuestiones de la Lógica. Viendo el lector que perdía el tiempo y que no me enmendaban los consejos, ni me contenían las correcciones ni las amenazas, citó una tarde a mi padre y al rector del colegio para argüirme, avergon- zarme y reprehenderme en su presencia. Yo tuve noti- cia de esta prevención por un condiscípulo; y antes que llegasen a cogerme en la junta, rompí delante del lector los cartapacios que le había mal escrito y le dije, con osada deliberación, que no quería estudiar. Apretóme en respuesta unas cuantas manotadas, y mandó que me agarrasen los demás muchachos, los que me tuvieron asido hasta que llegaron el rector y mi padre. Metiéronme a empujones en un apartamiento de la sacristía, que llaman la trastera, y allí me hicieron los cargos y las datas7(7). Aconsejábanme a coces, y adver- tíanme a gritos; yo recogía de mala gana los unos y los otros. Hice el sordo, el sufrido y el enmendado; y después que salí de sus uñas, hice también el propósito de no volver a la aula y, como era malo, lo cumplí puntualmente. Y éstas han sido todas las lecciones, los actos, los cursos y los ejercicios que hice en la Univer- sidad de Salamanca. Unos retazos8(8) lógicos muy mal vistos fueron todos los adornos y elementos de mis estudios. Considere el que ha llegado hasta aquí le- yendo, la materia de que se hacen los doctores y los (3) Reverendas: meriti. (4) Beca colorada: sciarpa rossa contrassegno dei collegiali. (5) Descocado: sfacciato. (6)6Perdulario: negligente. (7) Me hicieron los cargos y las datas: mi chiesero conto di tutto. (8) Retazos: ragionamenti. hombres que escriben libros de moralidades y doctri- nas, y verá que la necedad del vulgo y la fortuna par- ticular de cada uno tienen en su antojo la mayor parte de sus conveniencias, sus créditos y sus exaltaciones. Yo sé de mí que gozo un vulgar ingenio, desnudo de la enseñanza, la aplicación, los libros, los maestros y de todo cuanto debe concurrir a formar un hombre me- dianamente erudito; y me han cacareado las obras y las palabras, a pesar de mis confesiones, mis rudezas, mis descuidos y las continuas burlas y desprecios con que las he satirizado. Arrimé desde este suceso la Ló- gica y cogí nuevo horror a las ciencias, de modo que en cinco años no volví a ver libro alguno de los que se rompen en las Universidades. Las novelas, las comedias y los autores romancistas9(9) me entretuvieron la ocio- sidad y el retiro forzado; y éstos me dejaron descui- dadamente en la memoria tal cual estilo y expresión castellana con que me bandeo para darme a entender en las conversaciones, los libros y las correspondencias. Hundido en el ocio y la inquietud escandalosa, y sin haberme quedado con más obligación que la de asistir a la cátedra de Retórica, que era la advocación10(10) de mi beca, proseguí en el colegio, sufrido y tolerado de la lástima y del respeto a mis pobres padres. En este arte no adelanté más que la libertad de poder salir de casa, y algún bien que a mi salud le pudo dar el ejercicio. Era el catedrático el doctor Don Pedro de Samaniego de la Serna. Los que conocieron al maestro, y han tra- tado al discípulo, podrán discurrir lo que él me pudo enseñar, y yo aprender. Acuérdome que nos leía a mí y a otros dos colegiales por un libro castellano, y éste se le perdió una mañana viniendo a escuelas; puso varios carteles, ofreciendo buen hallazgo al que se lo volviese. El papel no pareció, con que nos quedamos sin arte y sin maestro, gastando la hora de la cátedra en conversaciones, chanzas11(11) y novedades inútiles y aun disparatadas. Los años me iban dando fuerza, robustez, gusto y atrevimiento para desear todo linaje de enredos, diver- siones y disparates, y yo empecé con furia implacable a meterme en cuantos desatinos y despropósitos ro- dean a los pensamientos y las inclinaciones de los mu- (9) Autores romancistas: scriventi in spagnolo e non in latino. (10) Advocación: denominazione. (11) Chanzas: scherzi. 5 naturaleza para la inmutable conservación de su grande obra. . . . Al entrar a estudiarla, ¡qué espectáculo tan augusto no se abrirá a vuestra contemplación! Vosotros, acostumbrados a verle a todas horas y familiarizados con su grandeza, apenas os dignáis de examinarle; pero levantad a él vuestro espíritu, y veréis cómo, atónito con tantas maravillas, se enciende y suspira por conocerlas. La razón os fue dada para alcanzar una parte de ellas; elevadla hasta el Sol, inmenso globo de fuego y resplandor, y veréis cómo fue colocado en el centro del mundo para regir desde allí los planetas situados a tan diversas distancias. Como padre y rey de los astros, él los ilumina y fomenta y dirige sus pasos y prescribe sus movimientos. Cada uno oye su voz, la sigue obediente y gira en torno de su brillante trono. La tierra, este pequeño globo que habitamos, y uno de sus planetas inferiores, reconoce la misma ley, y de él recibe luz y movimiento. ¿Queréis formar alguna idea del gran sistema de que somos una pequeñísima parte? Pues sabed que el lugar que ocupáis dista sobre veinte y siete millones de leguas del Sol, que es su centro; que Saturno dista del mismo centro sobre doscientos y sesenta y cinco millones de leguas; que el planeta Urano, columbrado en nuestros días, dista todavía más de Saturno que Saturno del Sol; que todavía se alejan más y más de él los cometas en sus giros excéntricos, y que todavía la flaca razón del hombre no ha podido tocar los límites de este magnífico sistema. Il brano è tratto dalla Oración sobre el Estudio de las Ciencias Naturales. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. a cura di José Caso González, Madrid, Castalia, 1969. JUAN MELÉNDEZ VALDÉS ODA ANACREÓNTICA LXI A DORILA Núm. 62. No es posterior a 1775. Teje, Dorila, teje, de pámpanos y flores téjeme una guirnalda con que las sienes orne. Tráeme de dulce vino 5 la copa que rebose, y la lira süave con que te canto amores, si quieres que a la sombra de este parral repose 10 sin que la siesta tema ni sienta sus ardores. ODA ANACREÓNTICA VI A DORILA Núm. 7. No es posterior a 1777. ¡Cómo se van las horas, y tras ellas los días y los floridos años de nuestra frágil vida! La vejez luego viene, 5 del amor enemiga, y entre fúnebres sombras la muerte se avecina, que escuálida y temblando, fea, informe, amarilla, 10 nos aterra, y apaga nuestros fuegos y dichas. El cuerpo se entorpece, los ayes nos fatigan, nos huyen los placeres 15 y deja la alegría. Si esto, pues, nos aguarda, ¿para qué, mi Dorila, son los floridos años de nuestra frágil vida? 20 Para juegos y bailes y cantares y risas nos los dieron los cielos, las Gracias los destinan. Ven ¡ay! ¿qué te detienes? 25 Ven, ven, paloma mía, debajo de estas parras do lene el viento aspira; y entre brindis süaves y mimosas delicias 30 de la niñez gocemos, pues vuela tan aprisa. ODA ANACREÓNTICA LXXX EL TOCADOR Núm. 81. No es posterior a 1794. Sentada ante el espejo, ornaba Galatea de sus blondos1(1) cabellos las delicadas hebras. Separada en dos partes, 5 NOTE – Seguiamo l’ed. di J. H. R. Polt, Madrid, Castalia, 1981. Metro: tutte e tre le liriche sono dei romancillos (successione di vv. più brevi dell’ottonario, assonanzati in sede pari; in questo caso i vv. sono settenari). (1)1Blondo: biondo, francesismo. 6 su dorada madeja cubre en undosos rizos el cuello de azucena. Con mano artificiosa, de sus sortijas cerca 10 la frente, porque brille la nieve contrapuesta1(2). Sobre el ara del gusto en agradable ofrenda, el lujo para ungirlos 15 le ofrece sus esencias, y cien vistosas flores parece que se acercan a sus dedos, ufanas si adornan su cabeza. 20 Ella en todas escoge las colores más tiernas, y entre el alto plumaje delicada las mezcla. Luego al cristal se mira; 25 y al hallarse tan bella, tierna suspira, y sigue su felice tarea. De transparente gasa sobre el tocado asienta 30 un lazo, que hasta el talle baja y al viento ondea. Con otro solicita celar a la modestia de sus turgentes pechos 35 las dos nevadas pellas2(3). Por ellas, al cubrirlas, acaso, aunque ligera, la mano pasa; y siente que el tacto la recrea. 40 Torna a correrla; y blando circula por sus venas de amor el dulce fuego, (2) Nieve contrapuesta: il candore della pelle è contrapposto all’oro dei capelli. (3) Pellas: sfere. que la delicia aumenta. Rendida hacia el espejo 45 se vuelve; y en su esfera las pomas mismas halla, que loca la enajenan. Y al punto más perdida, con amable licencia, 50 para en ellas gozarse, las gasas desordena. Ya ardiente las agita, ya las palpa suspensa, ya tierna las comprime; 55 y en la presión violenta su palpitar se dobla; desfallecida anhela; me nombra, y del deleite la nube la rodea. 60 Yo de improviso salgo, y con dulce sorpresa pago en ardientes besos su amor y su fineza. Turbóse un tanto al verme; 65 mas bien presto halagüeña, me ofreció entre sus brazos el perdón de mi ofensa. MANUEL JOSÉ QUINTANA A UNA NEGRITA PROTEGIDA POR LA DUQUESA DE ALBA En vano, inocente niña, cuando viniste a la tierra tu tierno cutis la noche vistió de sus sombras negras, y en vez del cabello ondeado que sobre la nieve ostentan de su garganta y sus hombros las graciosas Europeas; a tí de crespas vedijas ensortijó la cabeza, que el ébano de tu cuello a coronar jamás llegan. ¿A qué la risa en tus labios, y en tus ojos la viveza, y la gentil travesura con que la vista recreas, para arrancarte y traerte de las áridas arenas de la Libia a estos países, entre gentes tan diversas? Allí vivió tu familia, allí crecer tú debieras, y allí en la flor de tus años tus dulces amores fueran. Todo se trocó: los hombres lo agitan todo en la tierra: ellos a la tuya un día la esclavitud y la guerra llevaron, la sed del oro, peste fatal; su violencia hace que los padres viles sus míseros hijos vendan. ¡Bárbara Europa! Tú, empero, desenfadada y contenta, con dulce gracejo ríes, y festiva traveseas. ¿Cómo asi? ¿Piadoso el cielo se dolió de tu inocencia cuando te miró en el mundo de todo amparo desierta, y te concedió á ti sola lo que a tantos otros niega, el olvidar sus desdichas y alguna vez no saberlas? “¿Yo desdichada? No , huésped: contémplame bien, contempla mi fortuna, y en envidia trocarás esas querellas. Esclava fui, ya soy libre; 7 la mano que me sustenta miró con horror mi ultraje, y quebrantó mis cadenas; la misma que tantas almas esclavizó a su belleza, y cuyos ojos, si miran, no hay corazón que no venzan. Patria, familia y cariños me robó la suerte adversa; cariños , familia y patria todo lo he encontrado en ella. Mira el maternal esmero con que ampara mi flaqueza, y la incansable ternura con que mi ventura anhela. Cuando risueña me llama, cuando consigo me lleva, cuando en su falda me halaga, cuando amorosa me besa, tal hay que trocara entonces por mi humildad su soberbia, y por mi atezada sombra sus bellos colores diera. Excusa, pues, de decirme que desdichada me crea: ¿Yo desdichada? No hay nadie que pueda serlo a par de ella.” ¡ Oh, bien hayan tus palabras! ¿Conque no siempre se cierran del poderoso en el templo a la humanidad las puertas? Crece, dulce criatura, vive, y monumento seas donde de tu amable dueño las alabanzas se extiendan; monumento más hermoso que el que a la vista presentan los soberbios obeliscos, las pirámides eternas. Así tal vez arrancada vi de la materna cepa con la agitación del cierzo la vid delicada y tierna, y a los firmes pies llevada de la palma que descuella, levantando por los aires Su bellísima cabeza; allí piedad, allí asilo, allí dulce arrimo encuentra, allí sus vástagos crecen y su verdor se despliega. Ella al generoso apoyo con lazo amante se estrecha, y el viento dando en sus hojas himnos de alabanza suena. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di Albert Derozier (Madrid, Castalia, 1969). Metro: romance (successione di ottonari assonanzati in sede pari). LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN EL SÍ DE LAS NIÑAS ESCENA XI DOÑA IRENE, D. DIEGO DOÑA IRENE Conque, señor Don Diego, ¿es ya la de vámonos?... Buenos días... (Apaga la luz que está sobre la mesa.) ¿Reza usted? DON DIEGO (Paseándose con inquietud.) Sí, para rezar estoy ahora. DOÑA IRENE Si usted quiere, ya pueden ir disponiendo el chocolate, y que avisen al mayoral para que enganchen luego que... Pero ¿qué tiene usted, señor?... ¿Hay alguna novedad? DON DIEGO Sí; no deja de haber novedades. DOÑA IRENE Pues ¿qué?... Dígalo usted, por Dios... ¡Vaya, vaya!... No sabe usted lo asustada que estoy... Cualquiera cosa, así, repentina, me remueve toda y me... Desde el último mal parto que tuve, quedé tan sumamente delicada de los nervios... Y va ya para diez y nueve años, si no son veinte; pero desde entonces, ya digo, cualquiera friolera me trastorna... Ni los baños, ni caldos de culebra, ni la conserva de tamarindos1(1); nada me ha servido; de manera que... DON DIEGO Vamos, ahora no hablemos de malos partos ni de conservas... Hay otra cosa más importante de que tratar... ¿Qué hacen esas muchachas? DOÑA IRENE Están recogiendo la ropa y haciendo el cofre para que todo esté a la vela y no haya detención. DON DIEGO Muy bien. Siéntese usted... Y no hay que asustarse ni alborotarse (Siéntanse los dos.) por nada de lo que yo diga; y cuenta, no nos abandone el juicio cuando más lo necesitamos... Su hija de usted está enamorada... DOÑA IRENE ¿Pues no lo he dicho ya mil veces? Sí señor que lo está; y bastaba que yo lo dijese para que... DON DIEGO ¡Ese vicio maldito de interrumpir a cada paso! Déjeme usted hablar. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di René Andioc, Madrid, Castalia, 1975. (1) Conserva de tamarindos: come i precedenti è rimedio contro la stitichezza. 10 ¿Conque su sobrino de usted? DON DIEGO Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto, hijos míos, qué es esto? DOÑA FRANCISCA ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices? DON DIEGO Sí, prendas de mi alma... Sí. (Los hace levantar con expresión de ternura.) DOÑA IRENE ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?... DON DIEGO Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!... ¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil. DON CARLOS Si nuestro amor (Besándole las manos.), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida... DOÑA IRENE ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que... DON DIEGO Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece, y éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde! DOÑA IRENE En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se gocen... Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarle. (Abrazando a Don Carlos, Doña Francisca se arrodilla y besa la mano a su madre.) Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido... Cierto que es un mozo muy galán... Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero. RITA Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... Señorita, un millón de besos. (Se besan Doña Francisca y Rita.) DOÑA FRANCISCA Pero ¿ves qué alegría tan grande?... ¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga. DON DIEGO Paquita hermosa (Abraza a Doña Francisca.), recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre... No temo ya la soledad terrible que amenazaba a mi vejez... Vosotros (Asiendo de las manos a Doña Francisca y a Don Carlos.) seréis la delicia de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor... sí, hijos, aquél... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa. DON CARLOS ¡Bendita sea tanta bondad! DON DIEGO Hijos, bendita sea la de Dios. JOSÉ DE ESPRONCEDA SONETO Bajas de la cascada, undosa fuente, con armonioso estrépito sonoro; y en lecho de cristal y arenas de oro forma quieto remanso tu corriente. En tu emboscada margen, puro ambiente une sus blandas quejas al canoro himno, que de las aves alza el coro, y al eco en torno resonar se siente. Salve, mansión que mis delicias fuiste, regalo de mi alma enamorada, templo otro tiempo de la gloria mía: Vuelvo a encontrarte desdeñado y triste, y en desventuras mirarás trocada la dicha que gozar me viste un día. de EL DIABLO MUNDO CANTO II1(1) A TERESA NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Poéticas Completas a c. di J.J. Domenchina, Madrid, Aguilar, 1972. Sonetto: ABBAABBACDECDE. Canto a Teresa: octavas reales (di endecasillabi, secondo lo schema ABABABCC). (1) Este canto es un desahogo de mi corazón: sáltelo sin escrúpulos el que no quiera leerlo, pues no está ligado en manera alguna con el poema. (N. del A.) 11 DESCANSA EN PAZ ¡Bueno es el mundo, bueno, bueno! Como de Dios, al fin, obra maestra, por todas partes de delicias lleno, de que Dios ama al hombre hermosa salga la voz alegre de mi seno muestra: a celebrar esta vivienda nuestra; ¡Paz a los hombres! ¡Gloria en las alturas! ¡Cantad en vuestra jaula, criaturas! (María, por don Miguel de los Santos Álvarez1(2).) ¿Por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido, a aumentar la ansiedad y la agonía de este desierto corazón herido? ¡Ay, que de aquellas horas de alegría le quedó al corazon sólo un gemido, y el llanto que al dolor los ojos niegan lágrimas son de hiel que el alma anegan! ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas de juventud, de amor y de ventura, regaladas de músicas sonoras, adornadas de luz y de hermosura? Imágenes de oro bullidoras, sus alas de carmín y nieve pura, al sol de mi esperanza desplegando, pasaban, ¡ay!, a mi alredor cantando. Gorjeaban los dulces ruiseñores, el sol iluminaba mi alegría, el aura susurraba entre las flores, el bosque mansamente respondía, las fuentes murmuraban sus amores... ¡Ilusiones que llora el alma mía! ¡Oh! ¡Cuán süave resonó en mi oído el bullicio del mundo y su ruido! Mi vida entonces, cual guerrera nave (2) Miguel de los Santos Álvarez: poeta romantico spagnolo (1817-1892). que el puerto deja por la vez primera, y al soplo de los céfiros süave orgullosa despliega su bandera, y al mar dejando que a sus pies alabe su triunfo en roncos cantos, va velera2(3), una ola tras otra bramadora3(4) hollando4(5) y dividiendo vencedora: ¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente de amor, volaba; el sol de la mañana llevaba yo sobre mi tersa frente, y el alma pura de su dicha ufana; dentro de ella, el amor, cual rica fuente que entre frescura y arboledas mana. Brotaba entonces abundante río de ilusiones y dulce desvarío. Yo amaba todo: un noble sentimiento exaltaba mi ánimo, y sentía en mi pecho un secreto movimiento, de grandes hechos generoso guía: la libertad, con su inmortal aliento, santa diosa mi espíritu encendía, contino imaginando en mi fe pura sueños de gloria al mundo y de ventura. El puñal de Catón, la adusta frente del noble Bruto, la constancia fiera y el arrojo de Scévola valiente, la doctrina de Sócrates severa, la voz atronadora y elocuente del orador de Atenas5(6), la bandera contra el tirano macedonio alzando, y al espantado pueblo arrebatando. (3) Velera: veloce. (4) Bramadora: urlatrice. (5) Hollando: solcando. (6) Orador de Atenas: Demostene (384-322 a.C.), famoso specialmente per le orazioni contro Filippo di Macedonia (il tirano macedonio del v.55). El valor y la fe del caballero, del trovador el arpa y los cantares, del gótico castillo el altanero antiguo torreón, do sus pesares cantó tal vez con eco lastimero, ¡Ay! arrancada de sus patrios lares, joven cautiva, al rayo de la luna; lamentando su ausencia y su fortuna, el dulce anhelo del amor que aguarda, tal vez inquieto y con mortal recelo, la forma bella que cruzó gallarda, allá en la noche, entre el medroso velo, la ansiada cita que en llegar se tarda al impaciente y amoroso anhelo, la mujer y la voz de su dulzura, que inspira al alma celestial ternura, a un tiempo mismo en rápida tormenta, mi alma alborotaban de contino, cual las olas que azota con violenta cólera, impetüoso torbellino: soñaba al héroe ya, la plebe atenta en mi voz escuchaba su destino, ya al caballero, al trovador soñaba, y de glorias y amores suspiraba. Hay una voz secreta, un dulce canto, que el alma sólo recogida entiende; un sentimiento misterioso y santo que del barro al espíritu desprende; agreste, vago y solitario encanto, que en inefable amor el alma enciende, volando tras la imagen peregrina el corazón de su ilusión divina. Yo, desterrado en extranjera playa, con los ojos extático seguía la nave audaz que en argentada raya volaba al puerto de la patria mía: yo, cuando en Occidente el sol desmaya, solo y perdido en la arboleda umbría, 12 oír pensaba el armonioso acento de una mujer, al suspirar del viento. ¡Una mujer! En el templado rayo de la mágica luna se colora; del sol poniente al lánguido desmayo, lejos, entre las nubes se evapora; sobre las cumbres que florece el mayo, brilla fugaz al despuntar la aurora, cruza tal vez por entre el bosque umbrío, juega en las aguas del sereno río. ¡Una mujer! Deslizase en el cielo allá en la noche desprendida estrella; si aroma el aire recogió en el suelo, es el aroma que le presta ella. Blanca es la nube que en callado vuelo cruza la esfera y que su planta huella, y en la tarde la mar olas le ofrece de plata y de zafir, donde se mece. MARIANO JOSÉ DE LARRA EL CASTELLANO VIEJO Ya en mi edad pocas veces gusto de alterar el orden que en mi manera de vivir tengo hace tiempo establecido, y fundo esta repugnancia en que no he abandonado mis lares ni un solo día para quebrantar mi sistema, sin que haya sucedido el arrepentimiento más sincero al desvanecimiento de mis engañadas esperanzas. Un resto, con todo eso, del antiguo ceremonial que en su trato tenían adoptado nuestros padres, me obliga a aceptar a veces ciertos convites a que parecería el negarse grosería, o por lo menos ridícula afectación de delicadeza. Andábame días pasados por esas calles a buscar materiales para mis artículos. Embebido en mis pensamientos, me sorprendí varias veces a mí mismo riendo como un pobre hombre de mis propias ideas y moviendo maquinalmente los labios; algún tropezón me recordaba de cuando en cuando que para andar por el empedrado de Madrid no es la mejor circunstancia la de ser poeta ni filósofo; más de una sonrisa maligna, más de un gesto de admiración de los que a mi lado pasaban, me hacía reflexionar que los soliloquios no se deben hacer en público; y no pocos encontrones que al volver las esquinas di con quien tan distraída y rápidamente como yo las doblaba, me hicieron conocer que los distraídos no entran en el número de los cuerpos elásticos, y mucho menos de los seres gloriosos e impasibles. En semejante situación de mi espíritu, ¿qué sensación no debería producirme una horrible palmada que una gran mano, pegada (a lo que por entonces entendí) a un grandísimo brazo, vino a descargar sobre uno de mis hombros, que por desgracia no tienen punto alguno de semejanza con los de Atlante?. . . . No queriendo dar a entender que desconocía este enérgico modo de anunciarse, ni desairar el agasajo de quien sin duda había creído hacérmele más que mediano, dejándome torcido para todo el día, traté sólo de volverme por conocer quien fuese tan mi amigo para tratarme tan mal; pero mi castellano viejo es hombre que cuando está de gracias no se ha de dejar ninguna en el tintero. ¿Cómo dirá el lector que siguió dándome pruebas de confianza y cariño? Echóme las manos a los ojos y sujetándome por detrás: -¿Quién soy?-gritaba, alborozado con el buen éxito de su delicada travesura-. ¿Quién soy? -Un animal [irracional] -iba a responderle; pero me acordé de repente de quién podría ser, y sustituyendo cantidades iguales-: Braulio eres -le dije. Al oírme, suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle y pónenos a entrambos en escena. -¡Bien, mi amigo!. ¿Pues en qué me has conocido? -¿Quién pudiera sino tú...? -¿Has venido ya de tu Vizcaya? -No, Braulio, no he venido. -Siempre el mismo genio. ¿Qué quieres? -es la pregunta del español-. ¡Cuánto me alegro de que estés aquí! ¿Sabes que mañana son mis días1(1)? -Te los deseo muy felices. -Déjate de cumplimientos entre nosotros; ya sabes que yo soy franco y castellano viejo: el pan pan y el vino vino; por consiguiente exijo de ti que no vayas a dármelos; pero estás convidado. -¿A qué? -A comer conmigo. -No es posible. -No hay remedio. -No puedo -insisto ya temblando. -¿No puedes? -Gracias. -¿Gracias? Vete a paseo; amigo, como no soy el duque de F..., ni el conde de P... ¿Quién se resiste a una [alevosa2(2)] sorpresa de esta especie? ¿Quién quiere parecer vano? -No es eso, sino que... -Pues si no es eso -me interrumpe-, te espero a las dos: en casa se come a la española; temprano. Tengo mucha gente; tendremos al famoso X. que nos improvisará de lo lindo; T. nos cantará de sobremesa una rondeña3(3) con su gracia natural; y por la noche J. cantará y tocará alguna cosilla. Esto me consoló algún tanto, y fue preciso ceder. -Un día malo -dije para mí- cualquiera lo pasa; en este mundo, para conservar amigos es preciso tener el valor de aguantar sus obsequios. -No faltarás, si no quieres que riñamos. NOTE – ed. di E. Correa Calderón (Artículos Varios), Madrid, Castalia, 1976. (1) Son mis días: è il mio compleanno. (2) Alevosa: perfida. (3) Rondeña: musica di Ronda (Málaga) simile al fandango. 15 DON ÁLVARO No, que tras de estos tapiales, bien, sin ser vistos, podemos terminar nuestro combate. Y, aunque en hollar este sitio cometo un crimen muy grande, hoy es de crímenes día, y todos han de apurarse. De uno de los dos la tumba se está abriendo en este instante. DON ALFONSO Pues no perdamos más tiempo, y que las espadas hablen. DON ÁLVARO Vamos; mas antes es fuerza que un gran secreto os declare, pues que de uno de nosotros es la muerte irrevocable, y si yo caigo, es forzoso que sepáis en este trance a quién habéis dado muerte, que puede ser importante. DON ALFONSO Vuestro secreto no ignoro, y era el mejor de mis planes (para la sed de venganza saciar que en mis venas arde), después de heriros de muerte, daros noticias tan grandes, tan impensadas y alegres, de tan feliz desenlace, que al despecho de saberlas, de la tumba en los umbrales, cuando no hubiese remedio, cuando todo fuera en balde, el fin espantoso os diera digno de vuestras maldades. DON ÁLVARO Hombre, fantasma o demonio, que ha tomado humana carne para hundirme en los infiernos, para perderme..., ¿Qué sabes?... DON ALFONSO Corrí el Nuevo Mundo... ¿Tiemblas? Vengo de Lima... Esto baste. DON ÁLVARO No basta, que es imposible que saber quien soy lograses. DON ALFONSO De aquel virrey fementido que, (pensando aprovecharse en los trastornos y guerras, de los disturbios y males que la sucesión al trono trajo a España), formó planes de tornar su virreinato en imperio y coronarse, casando con la heredera última de aquel linaje de los Incas, (que en lo antiguo del mar del Sur a los Andes fueron los emperadores), eres hijo. De tu padre, las traiciones descubiertas, aun a tiempo de evitarse, con su esposa, en cuyo seno eras tú ya peso grave, huyó a los montes, alzando entre los indios salvajes de traición y rebeldía el sacrílego estandarte. No los ayudó Fortuna, pues los condujo a la cárcel de Lima, do tú naciste... (Hace extremos de indignación y sorpresa Don Álvaro.) Oye..., espera hasta que acabe. El triunfo del rey Felipe y su clemencia notable, suspendieron la cuchilla que ya amagaba a tus padres, y en una prisión perpetua convirtió el suplicio infame. Tú entre los indios creciste, como fiera te educaste, y viniste ya mancebo con oro y con favor grande, a buscar completo indulto para tus traidores padres. Mas no, que viniste sólo para asesinar cobarde, para seducir inicuo y para que yo te mate. DON ÁLVARO (Despechado.) Vamos a probarlo al punto. DON ALFONSO Ahora tienes que escucharme, que has de apurar, ¡vive el Cielo!, hasta las heces el cáliz. Y si por ser mi destino, consiguieses el matarme, quiero allá, en tu aleve pecho, todo un infierno dejarte. El rey, benéfico, acaba de perdonar a tus padres. Ya están libres y repuestos en honras y dignidades. La gracia alcanzó tu tío, que goza favor notable, y andan todos tus parientes afanados por buscarte para que tenga heredero... DON ÁLVARO (Muy turbado y fuera de sí.) Ya me habéis dicho bastante... 16 No sé dónde estoy, ¡oh cielos!... Si es cierto, si son verdades las noticias que dijisteis... (Enternecido y confuso.) ¡todo puede repararse! Si Leonor existe, todo. ¿Veis lo ilustre de mi sangre?... ¿Veis?... DON ALFONSO Con sumo gozo veo que estáis ciego y delirante. ¿Qué es reparación?... Del mundo amor, gloria, dignidades no son para vos... Los votos religiosos e inmutables que os ligan a este desierto, esa capucha, ese traje, capucha y traje que encubren a un desertor, que al infame suplicio escapó en Italia, de todo incapaz os hacen. Oye cuál truena indignado (Truena.) contra ti el Cielo... Esta tarde completísimo es mi triunfo. Un sol hermoso y radiante te he descubierto, y de un soplo luego he sabido apagarle. DON ÁLVARO (Volviendo al furor.) ¿Eres monstruo del infierno, prodigio de atrocidades? DON ALFONSO Soy un hombre rencoroso que tomar venganza sabe. Y porque sea más completa, te digo que no te jactes de noble...; eres un mestizo fruto de traiciones. DON ÁLVARO (En el extremo de la desesperación.) Baste. ¡Muerte y exterminio! ¡Muerte para los dos! Yo matarme sabré, en teniendo el consuelo de beber tu inicua sangre. (Toma la espada, combaten y cae herido Don Álfonso.) DON ALFONSO Ya lo conseguiste. ¡Dios mío, confesión! Soy cristiano... Perdonadme... Salva mi alma... DON ÁLVARO (Suelta la espada y queda como petrificado.) ¡Cielos!... ¡Dios mío!... ¡Santa Madre de los Ángeles!... ¡Mis manos tintas en sangre..., en sangre de Vargas!... DON ALFONSO ¡Confesión, confesión!... Conozco mi crimen y me arrepiento... Salvad mi alma, vos que sois ministro del Señor... DON ÁLVARO (Aterrado.) ¡No; yo no soy más que un réprobo, presa infeliz del demonio! Mis palabras sacrílegas aumentarían vuestra condenación. Estoy manchado de sangre, estoy irregular... Pedid a Dios misericordia... Y..., esperad..., cerca vive un santo penitente..., podrá absolveros... Pero está prohibido acercarse a su mansión... ¿Qué importa? Yo que he roto todos los vínculos, que he hollado todas las obligaciones... DON ALFONSO ¡Ah, por caridad, por caridad...! DON ÁLVARO Sí, voy a llamarlo... al punto... DON ALFONSO Apresuraos, padre... ¡Dios mío! (Don Álvaro corre a la ermita y golpea la puerta.) DOÑA LEONOR (Dentro.) ¿Quién se atreve a llamar a esta puerta? Respetad este asilo. DON ÁLVARO Hermano, es necesario salvar un alma, socorrer a un moribundo: venid a darle el auxilio espiritual. DOÑA LEONOR (Dentro.) Imposible, no puedo; retiraos. DON ÁLVARO Hermano, por el amor de Dios. DOÑA LEONOR (Dentro.) No, no; retiraos. DON ÁLVARO Es indispensable; vamos. (Golpea fuertemente la puerta.) DOÑA LEONOR (Dentro, tocando la campanilla.) ¡Socorro, socorro!) ESCENA X Los mismos y Doña Leonor, vestida con un saco y esparcidos los cabellos, pálida y desfigurada, aparece a la puerta de la gruta, y se oye repicar a lo lejos las campanas del convento. DOÑA LEONOR Huid, temerario; temed la ira del Cielo. DON ÁLVARO (Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.) ¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento!... ¡Es un espectro!... Imagen adorada... ¡Leonor ¡Leonor! 17 DON ALFONSO (Como queriéndose incorporar.) ¡Leonor!... ¿Qué escucho? ¡Mi hermana! DOÑA LEONOR (Corriendo detrás de Don Álvaro.) ¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro! DON ALFONSO ¡Oh furia! Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!... ¡Hipócritas!... ¡Leonor! DOÑA LEONOR ¡Cielos!... ¡Otra voz conocida!... Mas ¿qué veo?... (Se precipita hacia donde ve a Don Alfonso.) DON ALFONSO ¡Ves al último de tu infeliz familia! DOÑA LEONOR (Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mío!... ¡Alfonso! DON ALFONSO (Hace un esfuerzo, saca un puñal y hiere de muerte a Doña Leonor.) Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra!... Muero vengado. (Muere.) DON ÁLVARO ¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor! ¿Eras tú?... ¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay! (Sin osar acercarse a los cadáveres.) Aún respira..., aún palpita aquel corazón todo mío... Ángel de mi vida..., Vive, vive...; Yo te adoro... ¡Te hallé por fin...; sí, te hallé... muerta1(1)! (1) NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1956. Metro: il dramma è scritto parte in vv. e parte in prosa; in questo caso la scena IX è quasi tutta scritta in romance (successione di ottonari in sede pari). (Queda inmóvil.) JOSÉ ZORRILLA DON JUAN TENORIO ACTO I ESCENA XII DON DIEGO, DON GONZALO, DON JUAN, DON LUIS, BUTTARELLI, CENTELLAS, AVELLANEDA, CABALLEROS, CURIOSOS, ENMASCARADOS AVELLANEDA (A Centellas, por don Juan.) Verás aquél, si ellos vienen, qué buen chasco2(1) que se lleva. Resumen: Don Álvaro quiere raptar a Leonor, pero por fatalidad mata al padre de la mujer y más tarde, en un lance, al hermano de la misma. Otro hermano, Alfonso, le alcanza en el convento adonde se retiró a vida penitente y cuando ve a Leonor que, sin saberlo Álvaro, vivía en un monasterio cercano, la mata creyendo que era amante de Álvaro. Éste último, a raíz de lo acontecido, se suicida precipitándose en un barranco. NOTE – Seguiamo l’ed. delle Obras Completas (Valladolid, 1943). Traduzione italiana di F. Rossini (Zorrilla, Teatro, Torino, UTET; 1974). Metro: la scena inizia con una quartina di ottonari assonanzata in sede pari; seguono redondillas (quartine di ottonari di schema ABBA) fino al v. “Por vida mía – Hablad pues” con cui inizia una quartina a rime alterne (ABAB); dopo quest’ultima fino al termine della scena décimas di ottonari di schema ABAABCDCDC o ABAABCCDDC. (1) Chasco: delusione. CENTELLAS (A Avellaneda, por don Luis.) Pues allí va otro a ocupar la otra silla: ¡uf!, ¡aquí es ella! JUAN (A don Luis.) Esa silla está comprada, hidalgo. LUIS (A don Juan.) Lo mismo digo, hidalgo; para un amigo tengo yo esotra pagada. JUAN Que ésta es mía haré notorio. LUIS Y yo también que ésta es mía. JUAN Luego, sois don Luis Mejía. LUIS Seréis, pues, don Juan Tenorio. JUAN Puede ser. LUIS Vos lo decís. JUAN ¿No os fiáis? LUIS No. JUAN Yo tampoco. 20 Allí, puesto que empeñadas guerras hay, a mis deseos habrá al par centuplicadas ocasiones extremadas de riñas y galanteos”, y en Flandes conmigo di. Mas con tan negra fortuna que al mes de encontrarme allí todo mi caudal perdí, dobla a dobla, una por una. En tan total carestía mirándome de dineros, de mí todo el mundo huía; mas yo busqué compañía y me uní a unos bandoleros. Lo hicimos bien, ¡voto a tal!, y fuimos tan adelante, con suerte tan colosal, que entramos a saco en Gante el palacio episcopal. ¡Qué noche! Por el decoro de la Pascua, el buen Obispo bajó a presidir el coro, y aún de alegría me crispo1(4) al recordar su tesoro. Todo cayó en poder nuestro: mas mi capitán, avaro, puso mi parte en secuestro: reñimos, yo fui más diestro, y le crucé2(5) sin reparo. Juróme al punto la gente capitán, por más valiente: juréles yo amistad franca: pero a la noche siguiente huí, y les dejé sin blanca. Yo me acordé del refrán de que “quien roba al ladrón ha cien años de perdón”, y me arrojé a tal desmán (4) Me crispo: rabbrividisco. (5) Crucé: infilzai. mirando a mi salvación. Pasé a Alemania opulento: mas un provincial jerónimo, hombre de mucho talento, me conoció, y al momento me delató en un anónimo, Compré a fuerza de dinero la libertad y el papel; y topando en un sendero al fraile, le envié certero una bala envuelta en él. Salté a Francia, ¡buen país!, y como en Nápoles vos, puse un cartel en París diciendo: Aquí hay un don Luis que vale lo menos dos. Parará aquí algunos meses, y no trae más intereses ni se aviene a más empresas, que a adorar a las francesas y reñir con los franceses. Esto escribí; y en medio año que mi presencia gozó París, no hubo lance extraño, ni hubo escándalo ni daño donde no me hallara yo. Mas, como don Juan, mi historia también a alargar renuncio; que basta para mi gloria la magnifica memoria que allí dejé con mi anuncio. Y cual vos, por donde fui la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé, y a las mujeres vendí. Mi hacienda llevo perdida tres veces: mas se me antoja reponerla, y me convida mi boda comprometida con doña Ana de Pantoja. Mujer muy rica me dan, y mañana hay que cumplir los tratos que hechos están; lo que os advierto, don Juan, por si queréis asistir. A esto don Luis se arrojó, y escrito en este papel está lo que consiguió: y lo que en él escribió, mantenido está por él. JUAN La historia es tan semejante, que está en el fiel la balanza, mas vamos a lo importante, que es el guarismo3(6) que alcanza el papel: conque adelante. LUIS Razón tenéis, en verdad. Aquí está el mío: mirad, por una línea apartados traigo los nombres sentados, para mayor claridad. JUAN Del mismo modo arregladas mis cuentas traigo en el mío: en dos líneas separadas, los muertos en desafío, y las mujeres burladas. Contad. LUIS Contad. JUAN Veinte y tres. LUIS Son los muertos. A ver vos. ¡Por la cruz de San Andrés! Aquí sumo treinta y dos. (6) Guarismo: cifra. 21 JUAN Son los muertos. LUIS Matar es. JUAN Nueve os llevo. LUIS Me vencéis. Pasemos a las conquistas. JUAN Sumo aquí cincuenta y seis. LUIS Y yo sumo en vuestras listas setenta y dos. JUAN Pues perdéis. LUIS ¡Es increíble, don Juan! JUAN Si lo dudáis, apuntados los testigos aquí están, que si fueren preguntados os lo testificarán. LUIS ¡Oh! Y vuestra lista es cabal. JUAN Desde una princesa real a la hija de un pescador, ha recorrido mi amor toda la escala social. ¿Tenéis algo que tachar? FERNÁN CABALLERO LA GAVIOTA CAPÍTULO VII Cuando Stein llegó al convento, toda la familia estaba reunida, tomando el sol en el patio. Dolores, sentada en una silla, remendaba una camisa de su marido. Sus dos niñas, Pepa y Paca, jugaban cerca de la madre. Eran dos lindas criaturas, de seis y ocho años de edad. El niño de pecho1(1), encanastado en su andador, era el objeto de la diversión de otro chico de cinco años, hermano suyo, que se entretenía en enseñarle gracias que son muy a propósito para desarrollar la inteligencia, tan precoz en aquel país. Este muchacho era muy bonito, pero demasiado pequeño; con lo que Momo le hacía rabiar frecuentemente, llamándolo Francisco de Anís, en lugar de Francisco de Asís, que era su verdadero nombre. Vestía un diminuto pantalón de tosco paño con chaqueta de lo mismo, cuyas reducidas dimensiones permitían a la camisa formar en torno de su cintura un pomposo buche, como que los pantalones estaban mal sostenidos por un solo tirante de orillo. -Haz una vieja, Manolillo -decía Anís. Y el chiquillo hacía un gracioso mohín, cerrando a medias los ojos, frunciendo los labios y bajando la cabeza. -Manolito, mata un morito. NOTE – Ed. della Espasa Calpe (Austral n°364). Traduzione italiana edita dalle Edizioni Paoline (Alba, 1967). (1) Niño de pecho: lattante. Y el chiquillo abría tantos ojos, arrugaba las cejas, cerraba los puños y se ponía como una grana, a fuerza de fincharse en actitud belicosa. Después, Anís le tomaba las manos y las volvía y revolvía cantando: ¡Qué lindas manitas que tengo yo! ¡Qué chicas! ¡Qué blancas! ¡Qué monas que son! La tía María hilaba, y el hermano Gabriel estaba haciendo espuertas con hojas secas de palmito. Un enorme y lanudo perro blanco, llamado Palomo, de la hermosa casta del perro pastor de Extremadura, dormía tendido cuan largo era, ocupando un gran espacio con sus membrudas patas y bien poblada cola, mientras que Morrongo, corpulento gato amarillo, privado desde su juventud de orejas y de rabo, dormía en el suelo, sobre un pedazo de la enagua de la tía María. Stein, Momo y Manuel llegaron al mismo tiempo por diversos puntos. El último venía de rondar la hacienda, en ejercicio de sus funciones de guarda; traía en una mano la escopeta y en otra tres perdices y dos conejos. Los muchachos corrieron hacia Momo, quien de un golpe vació las alforjas, y de ellas salieron, como de un cuerno de la Abundancia, largas cáfilas2(2) de frutas de invierno, con las que se suele festejar en España la víspera de Todos los Santos: nueces, castañas, granadas, batatas, etc. -Si Marisalada nos trajera mañana algún pescado - dijo la mayor de las muchachas-, tendríamos jolgorio. -Mañana -repuso la abuela- es día de Todos los Santos; seguramente no saldrá a pescar el tío Pedro. -Pues bien -dijo la chiquilla-; será pasado mañana. -Tampoco se pesca el día de Difuntos. -¿Por qué? -preguntó la niña. (2) Cáfilas: filze di frutta. 22 -Porque sería profanar un día que la Iglesia consagra a las ánimas benditas; la prueba es que unos pescadores que fueron a pescar tal día como pasado mañana, cuando fueron a sacar las redes, se alegraron al sentir que pesaban mucho; pero en lugar de pescado no había dentro más que calaveras. ¿No es verdad lo que digo, hermano Gabriel? -¡Por supuesto! Yo no lo he visto; pero verdad es - dijo el hermano. -¿Y por eso nos hacéis rezar tanto el día de Difuntos a la hora del Rosario? -preguntó la niña. -Por eso mismo -respondió la abuela-. Es una costumbre santa, y Dios no quiere que la descuidemos. En prueba de ello, voy a contaros un ejemplo: Érase una vez un obispo que no tenía mucho empeño en esta piadosa práctica y no exhortaba a los fieles a ella. Una noche soñó que veía un abismo espantoso, y en su orilla había un ángel que con una cadena de rosas blancas y encarnadas sacaba de adentro a una mujer hermosa, desgreñada y llorosa. Cuando se vio fuera de aquellas tinieblas, la mujer, cubierta de resplandor, echó a volar hacia el cielo. Al día siguiente, el obispo quiso tener una explicación del sueño, y pidió a Dios que le iluminase. Fue a la iglesia y lo primero que vieron sus ojos fue un niño hincado de rodillas y rezando el rosario sobre la sepultura de su madre. -¿Acaso no sabías eso, chiquilla? -decía Pepa a su hermana-. Pues mira tú que había un zagalillo que era un bendito y muy amigo de rezar; había también en el Purgatorio un alma más deseosa de ver a Dios que ninguna. Y viendo al zagalillo rezar tan de corazón, se fue a él y le dijo: “¿Me das lo que has rezado?” “Tómalo”, dijo el niño; y el alma se lo presentó a Dios, y entró en la gloria de sopetón. ¡Mira tú si sirve el rezo para con Dios! CAPÍTULO XXIX -La infamia sería -dijo Pepe Vera, plantándose delante de María con los brazos cruzados- que cuando yo voy a exponer mi vida, en lugar de estar tú allí para animarme con tu presencia, te quedases en tu casa, para recibir al duque con toda libertad, bajo el pretexto de estar resfriada. -¡Siempre el mismo tema! -dijo María-. ¿No te basta haber estado espiando oculto en mi cuarto, para convencerte por tus mismos ojos de que entre el duque y yo no hay nada? Sabes que lo que le gusta en mí es la voz, no mi persona. En cuanto a mí, bien sabes... -¡Lo que yo sé -dijo Pepe Vera- es que me tienes miedo!, ¡Y haces bien, por vida mía! Pero Dios sabe lo que puede suceder, quedándote sola y segura de que no puedo sorprenderte. No me fío de ninguna mujer; ni de mi madre. -¡Miedo yo! -replicó María-. ¡Yo! Pero sin dejarla hablar, Pepe Vera continuó: -¿Me crees tan ciego que no vea lo que pasa? ¿No sé yo que le estás haciendo buena cara porque se te ha puesto en el testuz1(3) que ese desaborido de tu marido tenga los honores de cirujano de la reina, como acabo de saberlo de buena tinta? -¡Mentira! -gritó María con toda su ronquera. -¡María! ¡María! No es Pepe Vera hombre a quien se da gato por liebre. Sábete que yo conozco las mañas de los toros bravos como las de los toros marrajos2(4). María se echó a llorar. -Sí -dijo Pepe-, suelta el trapo, que ése es el refugium pecatorum de las mujeres. Tú te fías del refrán: “Mujer, llora y vencerás.” No, morena; hay otro que dice: “En cojera de perro y lágrimas de mujer no hay que creer.” Guarda tus lágrimas para el teatro, que aquí no estamos representando comedias. Mira lo que haces: si juegas falso, peligra la vida de un hombre. Conque cuenta con lo que haces. Mi amor (3) Testuz: il termine i.ndica propriamente la fronte o la nuca di alcuni animali. (4) Marrajos: infidi (il termine è proprio del linguaggio tauromachico). no es cosa de recetas ni de décimas. Yo no me pago de hipíos, sino de hechos; y ten entendido que si no vas esta tarde a los toros, te ha de pesar. Diciendo esto, Pepe Vera se salió de la habitación. Estaba a la sazón combatido por dos sentimientos de una naturaleza tan poderosa, que se necesitaba un temple de hierro para ocultarlo como él lo estaba haciendo, bajo la exterioridad más tranquila, el rostro más sereno y la más natural indiferencia. Había examinado los toros que debían correrse3(5) aquella tarde. Jamás había visto animales más formidables y feroces. La vista de uno de ellos le había causado una impresión siniestra y del mal agüero, cosa que suele acaecer entre los de su profesión, que se creen salvos y seguros si de aquél libran bien, sin cuidarse de los demás de la corrida. Además, estaba celoso. ¡Celoso él, que no sabía más que vencer y recibir aplausos! Le habían dicho que le estaban burlando y dentro de pocas horas iba a verse entre la vida y la muerte, entre el amor y la traición. Así lo creía al menos. Cuando salió Pepe Vera de la alcoba de María, ésta desgarró las guarniciones bordadas de las sábanas; riñó ásperamente a Marina, lloró. Después se vistió, mandó recado a una compañera de teatro y se fue con ella a los toros. María, temblando con la calentura y con la agitación, se colocó en el asiento que Pepe Vera le había reservado. El ruido, el calor y la confusión aumentaron el malestar que sentía María. Sus mejillas, siempre pálidas, estaban encendidas; un ardor febril animaba sus negros ojos. La rabia, la indignación, los celos, el orgullo lastimado, la ansiedad, el terror y el dolor físico se esforzaban en vano por arrancar una queja, un suspiro, de aquella boca tan cerrada y muda como el sepulcro. Pepe Vera la vio. En su rostro se bosquejó una sonrisa, que no hizo en María la menor impresión, (5) Correrse: in tauromachia indica l’azione di combattere il toro. 25 Soria!, cortadle el paso por esas carrascas1(2), azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados y hundidles a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los Álamos y si la salva antes de morir podemos darlo por perdido? Las cuencas de Moncayo2(3) repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría3(4) desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros se dirigió al punto que Íñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalaba como el más a propósito para cortarle el paso a la res. Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha4(5) que conducía a la fuente. -¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! -gritó Íñigo entonces-. Estaba de Dios que había de marcharse. Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles, refunfuñando5(6), dejaron la pista a la voz de los cazadores. En aquel momento se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar. -¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? ¡Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos? (2) Carrascas: lecci. (3) Moncayo: il monte che domina Soria. (4) Jauría: muta di cani. (5) Trocha: sentiero. (6) Refunfuñando: brontolando. -Señor -murmuró Íñigo entre dientes-, es imposible pasar de este punto. -¡Imposible! ¿Y por qué? -Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Álamos; la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo las salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esta fuente misteriosa, pieza perdida. -¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo6(7), la primicia de mis excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos desde aquí: las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame... déjame; suelta esa brida o te revuelvo en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus!7(8), ¡Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro. Caballo y jinete partieron como un huracán. Íñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecieron inmóviles y consternados. El montero exclamó al fin: -Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo8(9). (7) Venablo: dardo. (8) Sus: su! (usato con gli animali). (9) Hisopo: aspersorio. II -Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os sucede? Desde aquel día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos, en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado9(10) con sus hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Solo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren? Mientras Íñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte. Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras: -Íñigo, tú, que eres viejo; tú, que conoces las guaridas10(11) del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus rocas? -¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándolo de hito en hito. -Sí -dijo el joven-, es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura que, al parecer, (10) Encanijado: indebolito. (11) Guaridas: tane. 26 sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella. El montero sin despegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarse junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió así: -«Desde el día en que, a pesar de tus funestas predicciones, llegué a la fuente de los Álamos y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de soledad. »Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae resbalando gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes y, susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren, unas veces con risas, otras con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco, a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde. »Todo es allí grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu de su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre. »Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas..., no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una mujer. »Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitivo entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno y cuyos cálices parecen esmeraldas...; no sé; yo creí ver una mirada que se clavó en la mía, una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquéllos. En su busca fui un día y otro a aquel sitio. »Por último, una tarde..., yo me creí juguete de un sueño...; pero no, es verdad; le he hablado ya muchas veces, como te hablo a ti ahora...; una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas volteaban inquietas unas pupilas que no había visto..., sí, porque los ojos de aquella mujer eran de un color imposible; unos ojos...» -¡Verdes! -exclamó Íñigo con un acento de profundo terror, e incorporándose de un salto de su asiento. Fernando lo miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría: -¿La conoces? -¡Oh, no! -dijo el montero-. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo1(12), demonio o mujer que habita en sus aguas tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la Tierra, a no volver a la fuente de los Álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza, y expiaréis, muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas. -¡Por lo que más amo! -murmuró el joven con una triste sonrisa. (12) Trasgo: folletto. -Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer... -¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida y todo el cariño que pueden atesorar las mujeres de la Tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Mira cómo podré yo dejar de buscarlos! Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Íñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío: -¡Cúmplase la voluntad del Cielo! III -¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre... El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen. Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba, temblando, el primogénito de Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia. Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el 27 cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas, como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro. Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se movieron como para pronunciar algunas palabras; pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos. -¡No me respondes! -exclamó Fernando al ver burlada su esperanza-. ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh!, no... Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer... -O un demonio... ¿Y si lo fuese? El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor: -Si lo fueses.:., te amaría..., te amaría como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más de ella. -Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente; hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi cariñ extraño y misterioso. Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así: -¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales..., y yo..., yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven...; ven... La noche empezaba a extender sus sombras; la Luna rielaba1(13) en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... «Ven..., ven...» Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. «Ven...» Y la mujer misteriosa lo llamaba al borde del abismo, donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un beso... Fernando dio un paso hacia ella..., otro..., y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre. Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose, hasta expirar en las orillas. ROSALÍA DE CASTRO de EN LAS ORILLAS DEL SAR IV Un manso río, una vereda estrecha, un campo solitario y un pinar, y el viejo puente rustico y sencillo (13) Rielaba: brillava. completando tan grata soledad. ¿Qué es soledad? Para llenar el mundo basta a vezes un solo pensamiento. Por eso hoy, hartos de belleza encuentras el puente, el río y el pinar desierto. No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o dichoso, ya del dolor y del placer el árbitro, quien seca el mar y hace habitable el polo. XIV En el alma llevaba un pensamiento, una duda, un pesar, tan grandes como el ancho firmamento, tan hondos como el mar. De su alma en lo más árido y profundo, fresca brotó de súbito una rosa, como brota una rosa en el desierto, o un lirio entre las grietas de una roca. de FOLHAS NOVAS I Diredes d’estos versos, y é verdade, que tên estrana insólita armonía, que n’eles as ideas brilan pálidas cal errantes muxicas qu’estalan por instantes que desparecen xiña, que s’asomellan â parruma incerta que voltexa no fondo d’as curtiñas, 30 enfermedad que me va quitando la vida. ¿Cómo se explica este potaje? ¿Qué te parece a ti que será esto, Marcelo? JUAN VALERA de PEPITA JIMÉNEZ -Mi secreto es que estoy enamorado de... Pepita Jiménez, y que ella... Don Pedro interrumpió a su hijo con una carcajada, y continuó la frase: -Y que ella está enamorada de ti, y que la noche de la velada de San Juan estuviste con ella en dulces coloquios hasta las dos de la mañana, y que por ella buscaste un lance1(1) con el conde de Genazahar a quien has roto la cabeza. Pues, hijo, bravo secreto me confías. No hay perro ni gato en el lugar que no esté ya al corriente de todo. Lo único que parecía posible ocultar era la duración del coloquio hasta las dos de la mañana; pero unas gitanas buñoleras te vieron salir de la casa, y no pararon hasta contárselo a todo bicho viviente. Pepita, además, no disimula cosa mayor; y hace bien, porque sería el disimulo de Antequera... Desde que estás enfermo viene aquí Pepita dos veces al día, y otras dos o tres veces envía a Antoñona a saber de tu salud; y si no han entrado a verte es porque yo me he opuesto, para que no te alborotes. La turbación y el apuro de don Luis subieron de punto cuando oyó contar a su padre toda la historia en lacónico compendio. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1958. Traduzione di L. Bigiaretti (Roma, Curcio, 1978). (1) Lance: duello. -¡Qué sorpresa! -replicó-, ¡Qué asombro habrá sido el de usted! -Nada de sorpresa ni de asombro, muchacho. En el lugar sólo se saben las cosas hace cuatro días, , la verdad sea dicha, ha pasmado tu transformación. “¡Miren el cógelas a tientas y mátalas callando2(2); miren el santurrón y el gatito muerto3(3) -exclaman las gentes-, con lo que ha venido a descolgarse!”. El padre vicario, sobre todo, se ha quedado turulato. Todavía está haciéndose cruces al considerar cuánto trabajaste en la viña del Señor en la noche del veintitrés al veinticuatro, y cuán variados y diversos fueron tus trabajos. Pero a mí no me cogieron las noticias de susto, salvo tu herida. Los viejos sentimos crecer la hierba. No es fácil que los pollos engañen a los recoveros4(4). -Es verdad: he querido engañar a usted. ¡He sido hipócrita! -No seas tonto; no lo digo por motejarte. Lo digo para darme tono de perspicaz. Pero hablemos con franqueza: mi jactancia es inmotivada. Yo sé punto por punto el progreso de tus amores con Pepita, desde hace más de dos meses; pero lo sé porque tu tío el deán, a quien escribías tus impresiones, me lo ha participado todo. Oye la carta acusadora de tu tío, y oye la contestación que le di, documento importantísimo de que he guardado minuta. Don Pedro sacó del bolsillo unos papeles, y leyó lo que sigue: CARTA DEL DEÁN Mi querido hermano: Siento en el alma tener que darte una mala noticia; pero confío en Dios que habrá de concederte paciencia y sufrimiento bastantes para que no te enoje y acibare demasiado. (2) Cógelas a tientas, mátalas callando: acqua cheta. (3) Gatito muerto: madonnino infilzato. (4) Recoveros: pollivendoli. Luisito me escribe hace días extrañas cartas, donde descubro, al través de su exaltación mística, una inclinación harto terrenal pecaminosa hacia cierta viudita guapa, traviesa y coquetísima que hay en ese lugar. Yo me había engañado hasta aquí, creyendo firme la vocación de Luisito, y me lisonjeaba de dar con él a la Iglesia de Dios un sacerdote sabio, virtuoso y ejemplar; pero las cartas referidas han venido a destruir mis ilusiones. Luisito se muestra en ellas más poeta que verdadero varón piadoso, y la viuda, que ha de ser de la piel de Barrabás, le rendirá con poco que haga. Aunque yo escribo a Luisito amonestándole para que huya de la tentación, doy ya por seguro que caerá en ella. No debiera esto pesarme, porque si ha de faltar y ser galanteador y cortejante, mejor es que su mala condición se descubra con tiempo y no llegue a ser clérigo. No vería yo, por tanto, grave inconveniente en que Luisito siguiera ahí y fuese ensayado y analizado en la piedra de toque y crisol de tales amores, a fin de que la viudita fuese el reactivo por medio del cual se descubriera el oro puro de sus virtudes clericales o la baja liga con que el oro está mezclado; pero tropezamos con el escollo de que la dicha viuda, que habíamos de convertir en fiel contraste, es tu pretendida y no sé si tu enamorada. Pasaría, pues, de castaño oscuro el que resultase tu hijo rival tuyo. Esto sería un escándalo monstruoso, y, para evitarlo con tiempo, te escribo hoy, a fin de que, pretextando cualquier cosa, envíes o traigas a Luisito por aquí, cuanto antes, mejor. …………………………………………………………….. Don Luis escuchaba en silencio y con los ojos bajos. Su padre continuó: -A esta carta del deán contesté lo que sigue: CONTESTACIÓN 31 Hermano querido y venerable padre espiritual: Mil gracias te doy por las noticias que me envías y por tus avisos y consejos. Aunque me precio de listo, confieso mi torpeza en esta ocasión. La vanidad me cegaba. Pepita Jiménez, desde que vino mi hijo, se me mostraba tan afable y cariñosa, que yo me las prometía felices. Ha sido menester tu carta para hacerme caer en la cuenta. Ahora comprendo que, al haberse humanizado, al hacerme tantas fiestas y al bailarme el agua delante, no miraba en mí la pícara de Pepita sino al papá del teólogo barbilampiño1(5). No te lo negaré: me mortificó y afligió un poco este desengaño en el primer momento; pero después lo reflexioné todo con la madurez debida, y mi mortificación y mi aflicción se convirtieron en gozo. El chico es excelente. Yo le he tomado mucho más afecto desde que está conmigo. Me separé de él y te lo entregué para que le educases, porque mi vida no era muy ejemplar, y en este pueblo, por lo dicho y por otras razones, se hubiera criado como un salvaje. Tú fuiste más allá de mis esperanzas y aun de mis deseos, y por poco no sacas de Luisito un padre de la Iglesia. Tener un hijo santo hubiera lisonjeado mi vanidad; pero hubiera sentido yo quedarme sin un heredero de mi casa y nombre que me diese lindos nietos, y que después de mi muerte disfrutase de mis bienes, que son mi gloria, porque los he adquirido con ingenio y trabajo, y no haciendo fullerías2(6) y chanchullos3(7). Tal vez la persuasión en que estaba yo de que no había remedio, de que Luis iba a catequizar a los chinos, a los indios y a los negritos de Monicongo4(8), me decidió a casarme para dilatar mi sucesión. Naturalmente, puse mis ojos en Pepita Jiménez, que no es de la piel de Barrabás, como imaginas, sino una criatura remonísima, más bendita que los cielos y más apasionada que coqueta. Tengo tan buena opinión de Pepita, que si volviese ella a (5) Barbilampiño: glabro. (6) Fullerías: imbrogli. (7) Chanchullos: raggiri. (8) Monicongo: nome geografico immaginario. tener dieciséis años y una madre imperiosa que la violentara, y yo tuviese ochenta años como don Gumersindo, esto es, si viera ya la muerte en puertas, tomaría a Pepita por mujer para que me sonriese al morir como si fuera el ángel de mi guarda que había revestido cuerpo humano, y para dejarle mi posición, mi caudal y mi nombre. Pero ni Pepita tiene ya dieciséis años, sino veinte, ni está sometida al culebrón de su madre, ni yo tengo ochenta años, sino cincuenta y cinco. Estoy en la peor edad, porque empiezo a sentirme harto averiado, con un poquito de asma, mucha tos, bastantes dolores reumáticos y otros alifafes, y, sin embargo, maldita la gana que tengo de morirme. Creo que ni en veinte años me moriré, y como le llevo treinta y cinco a Pepita, calcula el desastroso porvenir que le aguardaba con este viejo perdurable. Al cabo de los pocos años de casada conmigo hubiera tenido que aborrecerme, a pesar de lo buena que es. Porque es buena y discreta no ha querido, sin duda, aceptarme por marido, a pesar de la insistencia y de la obstinación con que se lo he propuesto. ¡Cuánto se lo agradezco ahora! La misma puntita de vanidad, lastimada por sus desdenes, se embota5(9) ya al considerar que si no me ama, ama mi sangre; se prenda del hijo mío. Si no quiere esta fresca y lozana hiedra enlazarse al viejo tronco, carcomido ya, trepe por él, me digo, para subir al renuevo tierno y al verde y florido pimpollo. Dios los bendiga a ambos y prospere estos amores. Lejos de llevarte al chico otra vez, le retendré aquí hasta por fuerza, si es necesario. Me decido a conspirar contra su vocación. Sueño ya con verle casado. Me voy a remozar6(10) contemplando a la gentil pareja unida por el amor. ¿Y cuando me den unos cuantos chiquillos? En vez de ir de misionero y de traerme de Australia o de Madagascar, o de la India, varios neófitos, con jetas7(11) de a palmo, negros negros como la tizne o amarillos como el estezado8(12) (9) Se embota: si spunta. (10) Remozar: ringiovanire. (11) Jetas: labbra sporgenti. estezado8(12) y con ojos de mochuelo9(13), ¿no será mejor que Luisito predique en casa y me saque en abundancia una serie de catecumenillos rubios, sonrosados, con ojos como los de Pepita, y que parezcan querubines sin alas? Los catecúmenos que me trajese de por allá sería menester que estuvieran a respetable distancia para que no me inficionasen, y estos de por acá me olerían a rosas del Paraíso, y vendrían a ponerse sobre mis rodillas, y jugarían conmigo, y me besarían, y me llamarían abuelito, y me darían palmaditas en la calva que ya voy teniendo. ¿Qué quieres? Cuando estaba yo en todo mi vigor, no pensaba en las delicias domésticas; mas ahora, que estoy tan próximo a la vejez, si ya no estoy en ella, como no me he de hacer cenobita, me complazco en esperar que haré el papel de patriarca. Y no entiendas que voy a limitarme a esperar que cuaje el naciente noviazgo, sino que he de trabajar para que cuaje. Siguiendo tu comparación, pues que transformas a Pepita en crisol y a Luis en metal, yo buscaré, o tengo buscado ya, un fuelle o soplete utilísimo que contribuya a avivar el fuego para que el metal se derrita pronto. Este soplete es Antoñona, nodriza de Pepita, muy lagarta10(14), muy sigilosa y muy afecta a su dueña. Antoñona se entiende ya conmigo, y por ella sé que Pepita está muerta de amores. Hemos convenido en que yo siga haciendo la vista gorda y no dándome por entendido de nada. El padre vicario, que es un alma de Dios, siempre en Babia11(15), me sirve tanto o más que Antoñona, sin advertirlo él, porque todo se le vuelve hablar de Luis con Pepita y de Pepita con Luis; de suerte que este excelente señor, con medio siglo en cada pata, se ha convertido, ¡oh milagro del amor y de la inocencia!, en palomito mensajero, con quien los dos amantes se envían sus requiebros y finezas, ignorándolo también (12) Estezado: cuoio conciato. (13) Mochuelo: allocco. (14) Lagarta: scaltra. (15) En Babia: sulle nuvole (Babia è propriamente un territorio montuoso del León). 32 ambos. Tan poderosa combinación de medios naturales y artificiales debe dar un resultado infalible. Ya te le diré al darte parte de la boda, para que vengas a hacerla o envíes a los novios tu bendición y un buen regalo. .............................................................................................. Así acabó don Pedro de leer su carta, y al volver a mirar a don Luis, vió que éste había estado escuchando con los ojos llenos de lágrimas. El padre y el hijo se dieron un abrazo muy apretado y muy prolongado. BENITO PÉREZ GALDÓS de FORTUNATA Y JACINTA PRIMERA PARTE CAPÍTULO PRIMERO JUANITO SANTA CRUZ I Las noticias más remotas que tengo de la persona que lleva este nombre me las ha dado Jacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempo en que este amigo mío, y el otro, y el de más allá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Miquis, iban a las aulas de la Universidad. No cursaban todos el mismo año, y aunque se reunían en la cátedra de Camus, separábanse en la de Derecho romano; el chico de Santa Cruz era discípulo de Novar, y Villalonga, de Coronado. Ni tenían todos el mismo grado de aplicación: Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales de asentimiento a todo lo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Villalonga se ponían siempre en la grada más alta, envueltos en sus capas, y más parecidos a conspiradores que a estudiantes. Allí pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo novelas, dibujando caricaturas o soplándose recíprocamente la lección cuando el catedrático les preguntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis llevaron un día una sartén (no sé si a la clase de Novar o a la de Uribe, que explicaba Metafísica) y frieron un par de huevos. Otras muchas tonterías de este jaez cuenta Villalonga, las cuales no copio por no alargar este relato. Todos ellos, a excepción de Miquis, que se murió el 64, soñando con la gloria de Schiller, metieron infernal bulla en el célebre alboroto de la noche de San Daniel. Hasta el formalito Zalamero se descompuso en aquella ruidosa ocasión, dando pitidos y chillando como un salvaje, con lo cual se ganó dos bofetadas de un guardia veterano, sin más consecuencias. Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fué cogido junto a la esquina del teatro Real, y llevado a la Prevención, en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje. A la sombra me lo tuvieron veintitantas horas, y aún durara más su cautiverio, si de él no le sacara, el día 11, su papá, sujeto respetabilísimo y muy bien relacionado. ¡Ay!, El susto que se llevaron don Baldomero Santa Cruz y Barbarita no es para contado. ¡Qué noche de angustia la del 10 al 11! Ambos creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran viejos. Cuando el tal Juanito entró en su casa, pálido y hambriento, descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su mamá vacilaba entre reñirle y comérsele a besos. El insigne Santa Cruz, que se había enriquecido honradamente en el comercio de paños, figuraba con timidez en el antiguo partido progresista; mas no era socio de la revoltosa tertulia, porque las inclinaciones antidinásticas de Olózaga y Prim le hacían muy poca gracia. Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches don Manuel Cantero, don Cirilo Álvarez y don Joaquín Aguirre, y algunas, don Pascual Madoz. No podía ser, pues, don Baldomero, por razón de afinidades personales, sospechoso al Poder. Creo que fué Cantero quien le acompañó a Gobernación para ver a González Bravo, y éste le dió al punto la orden para que fuese puesto en libertad el revolucionario, el anarquista, el descamisado Juanito. Cuando el niño estudiaba los últimos años de su carrera, verificóse en él uno de esos cambios críticos que tan comunes son en la edad juvenil. De travieso y alborotado, volvióse tan juiciosillo, que al mismo Zalamero daba quince y raya1(1). Entróle la comezón de cumplir religiosamente sus deberes escolásticos y aun de instruirse por su cuenta con lecturas sin tasa y con ejercicios de controversia y palique declamatorio entre amiguitos. No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: «Yo también me sé eso y algo más.» Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda. Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho2(2) que están mamando la leche del conocimiento. Juanito se reunía con otros cachorros NOTE – Per il testo seguiamo il tomo V delle Obras Completas (Madrid, Aguilar, 1950) a c. di F.C. Sainz Róblez. (1) Daba quince y raya: superava, batteva. (2) Sabios de pecho: dotti in erba (costruito su niños de pecho: lattanti). 35 —Todo se arreglará —indicó doña Lupe en tono conciliador—, si consigo quitarte de la cabeza esas humaredas. Porque tú tienes sentimientos honrados, tienes buen juicio... Pero siéntate. Me da fatiga de verte en pie. —Es menester que usted se entere bien —dijo Maximiliano al sentarse en el sillón, creyendo haber encontrado un buen cabo de discurso para empezar—; se entere bien de las cosas... Yo... pensaba hablar a usted... —¿Y ¿por qué no lo hiciste? ¡Qué tal sería ello!... ¡Vaya, que un chico delicadito como tú meterse con esas viciosonas!... Y no te quepa duda... Así, pronto entregarás la pelleja. Si caes enfermo, no vengas a que te cuide tu tía, que para eso sí sirvo yo, ¿eh?, para eso sí sirvo, ingrato, tunante... ¿Y te parece bien que cuando me miro en tí, cuando te saco adelante con tanto trabajo y soy para tí más que una madre; te parece bien que me des este pago, infame, y que te me cases con una mujer de mala vida? Rubín se puso verde y le salió un amargor intensísimo del corazón a los labios. —No es eso, tía, no es eso —sostuvo, entrando en posesión de sí mismo—. No es mujer de mala vida. La han engañado a usted. —El que me ha engañado eres tú con tus encogimientos y tus timideces... Pero ahora lo veremos. No creas que vas a jugar conmigo; no creas que te voy a dejar hacer tu gusto. ¿Por quién me tomas, bobalicón?... ¡Ah! ¡Si yo no hubiera tenido tanta confianza!... Pero sí he sido una tonta; sí me creí que tú no eras capaz de mirar a una mujer. Buena me la has dado, buena. Eres un apunte1(3)..., en toda la extensión de la palabra. Maximiliano, al oír esto, estaba profundamente embebecido, mirando el retrato de Rufinita Torquemada. La veía y no la veía, y sólo confusamente y con vaguedades de pesadilla, se hacía cargo de la actitud de la señorita aquélla, retratada sobre un fondo marino y figurando que (3) Apunte: astuto, furbo. estaba en una barca. Vuelto en sí, pensó en defenderse; pero no podía encontrar las armas, es decir, las palabras. Con todo, ni por un instante se le ocurría ceder. Flaqueaba su máquina nerviosa; pero la voluntad permanecía firme. —A usted la han informado mal —insinuó con torpeza—, respecto a la persona... que... Ni hay tal vida airada ni ése es el camino... Yo pensaba decirle a usted: «Tía, pues yo... quiero a esta persona, y... mi conciencia...» —Cállate, cállate, y no me saques la cólera, que al oírte decir que quieres a una tiota chubasca2(4), me dan ganas de ahogarte, más por tonto que por malo... y al oírte hablar de conciencia en este tratado, me dan ganas de... Dios me perdone... ¿Sabes lo que te digo? —añadió alzando la voz—, ¿sabes lo que te digo? Que desde este momento vuelvo a tratarte como cuando tenías doce años. Hoy no me sales de casa. Ea, ya estoy yo en funciones con mis disciplinas... Y desde mañana me vuelves a tomar el aceite de hígado de bacalao. Vete a tu cuarto y quítate las botas. Hoy no me pisas la calle. Dios sabe lo que iba a contestar el acusado. Quedó suelta en el aire la primera palabra, porque llegó una visita. Era el señor de Torquemada, persona de confianza en la casa, que al entrar iba derecho al gabinete, a la cocina, al comedor o adondequiera que la señora estuviese. La fisonomía de aquel hombre era difícil de entender. Sólo doña Lupe, en virtud de una larga práctica, sabía encontrar algunos jeroglíficos en aquella cara ordinaria y enjuta, que tenía ciertos rasgos de tipo militar con visos clericales. Torquemada había sido alabardero en su mocedad, y, conservando el bigote y perilla, que eran ya entrecanos, tenía un no sé qué de eclesiástico, debido, sin duda, a la mansedumbre afectada y dulzona, y a un cierto subir y bajar de párpados con que adulteraba su grosería innata. La cabeza se le inclinaba siempre al lado derecho. Su estatura era alta, mas no arrogante; su cabeza calva, crasa y (4) Chubasca: prostituta. escamosa, con un enrejado de pelos mal extendidos para cubrirla. Por ser aquel día domingo, llevaba casi limpio el cuello de la camisa, pero la capa era el número dos, con las vueltas aceitosas y los ribetes deshilachados. Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto, que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas, que se oían desde una legua. —Y ¿cómo está la familia? —preguntó al tomar asiento, después de dar su mano, siempre sudorosa, a doña Lupe y al sobrino. —Perfectamente bien —dijo la señora, observando con ansiedad el semblante de Torquemada—. ¿Y en casa? —No hay novedad, a Dios gracias. Doña Lupe esperaba aquel día noticias de un asunto que le interesaba mucho. Como siempre se ponía en lo peor para que las desgracias no la cogieran desprevenida, pensó, al ver entrar a su agente, que le traía malas nuevas. Temió preguntarle. La cara de militar adulterado no expresaba más que un interés decidido por la familia. Al fin, Torquemada, que no gustaba de perder el tiempo, dijo a su amiga: —Vamos, doña Lupe, que hoy estamos de buena. ¿A que no me acierta usted la peripecia que le traigo? La fisonomía de la señora se iluminó, pues sabía que su amigo llamaba peripecia a toda cobranza inesperada. Echóse él a reír, y metió mano al bolsillo interior de su americana. —¡Ay! No me lo diga usted, don Francisco — exclamó doña Lupe con incredulidad, cruzando las manos—. ¿Ha pagado...? —Lo va usted a ver... Yo... tampoco lo esperaba. Como que fuí anoche a decirle que el lunes se le embargaría. Hoy por la mañana, cuando me estaba vistiendo para ir a misa, me le veo entrar. Creí que venía a pedirme más prórrogas. Como siempre nos está engañando, que hoy, que mañana... Yo no le creo ni la Biblia. Es muy fabulista. Pero, en fin, pedradas 36 de éstas nos den todos los días. «Señor de Torquemada —me dice muy serio—, vengo a pagarle a usted...» Me quedé lo que llaman atónito. Como que no esperaba la peripecia. Finalmente, que me dió el guano, o sean ocho mil reales, cogió su pagaré y a vivir. —Lo que yo le decía a usted —observó doña Lupe casi sin poder hablar, con la alegría atravesada en la garganta—. El tal Joaquinito Pez es una persona decente. Él pasa sus apurillos como todos esos hijos de familia que se dan buena vida, y un día tienen, otro no. De fijo que será jugador... Torquemada hizo una separación de billetes, dando la mayor parte a doña Lupe. —Los seis mil reales de usted...; dos mil míos. Buen chiripón ha sido éste. Yo los contaba, como quien dice, perdidos; porque el tal Joaquinillo está, según oí, con el agua al cuello. ¿Quién será el desgraciado a quien ha dado el sablazo? A bien que a nosotros no nos importa. —Como no le hemos de prestar más... —Mire usted, doña Lupe —dijo Torquemada, haciendo una perfecta o con los dedos pulgar e índice y enseñándosela a su interlocutora. MISERICORDIA CAPÍTULO XXXVIII Temblorosa llegó a la calle Imperial, y habiendo mandado al moro que se arrimara a la pared y la esperase allí, mientras ella subía y se enteraba de si podía o no alojarle en la que fué su casa, le dijo Almudena: —No bandonar tú mí, amri. —Pero ¿estás loco? ¿Abandonarte yo ahora que estás malito, y los dos andamos tan de capa caída? No pienses tal desatino, y aguárdame. Te pondré ahí enfrente, a la entrada de la calle de la Lechuga. —¿No n'engaflar tú mí? ¿Golver1(1) ti pronto? —En seguidita que vea lo que ocurre por arriba, y si está de buen temple mi doña Paca. Subió Nina sin aliento, y con gran ansiedad tiró de la campanilla. Primera sorpresa: le abrió la puerta una mujer desconocida, jovenzuela, de tipito elegante, con su delantal muy pulcro. Benina creía soñar. Sin duda los demonios habían levantado en peso la casa para cargar con ella, dejando en su lugar otra que parecía la misma y era muy diferente. Entró la prófuga sin preguntar, con no poco asombro de Daniela, que al pronto no la conoció. Pero ¿qué significaban, qué eran, de dónde habían salido aquellos jardines, que formaban como alameda de preciosos arbustos desde la puerta, en todo lo largo del pasillo? Benina se restregaba los ojos, creyendo hallarse aún bajo la acción de las estúpidas somnolencias de El Pardo, en las fétidas y asfixiantes cuadras. No, no; no era aquélla su casa, no podía ser, y lo confirmaba la aparición de otra figura desconocida, como de cocinera fina, bien puesta, de semblante altanero... Y mirando al comedor, cuya puerta al extremo del pasillo se abría, vió..., ¡santo Dios, qué maravilla, qué cosa!... ¿Era sueño? No, no, que bien segura estaba de verlo con los ojos corporales. Encima de la mesa, pero sin tocar a ella, como suspendido en el aire, había un montón de piedras preciosas, con diferentes brillos, luces y matices, encarnadas unas, azules o verdes otras. ¡Jesús, qué preciosidad! ¿Acaso doña Paca, más hábil que ella, había efectuado el conjuro del rey Samdai2(2), pidiéndole y obteniendo de él las carretadas de diamantes y zafiros? Antes que pudiera comprender que todo aquel centellear de vidrios procedía de los colgajos de la lámpara del comedor, iluminados por NOTE – traduzione di Camillo Berra (Torino, UTET, 1965). (1) Golver: volver. (2) Samdai: personaggio inventato dalla fantasia di Almudena che ha raccontato a Benina che gli apparve dall’aldilà offrendogli la scelta tra un ricco tesoro e il possesso di una donna bella, laboriosa e buona, alla ricerca della quale egli ha vagabondato per il mondo. una vela que acababa de encender doña Paca para revisar los cuchillos que de la casa de préstamos acababa de traerle Juliana, apareció ésta en la puerta del comedor, y cortando el paso a la pobre vieja, le dijo entre risueña y desabrida: —Hola, Nina, ¿tú por aquí? ¿Has parecido ya? Creímos que te habías ido al Congo... No pases, no entres; quédate ahí, que nos vas a poner perdidos los suelos, lavados de esta tarde... ¡Bonita vienes!... Quita allá esas patas, mujer, que manchas los baldosines.. —¿En dónde está la señora? —dijo Nina, volviendo a mirar los diamantes y esmeraldas, y dudando ya que fueran efectivos. —La señora está aquí... Pero te dice que no pases, porque vendrás llena de miseria... En aquel momento apareció por otro lado la señorita Obdulia, chillando: Nina, bien venida seas; pero antes de que entres en casa, hay que fumigarte y ponerte en la colada... No, no te arrimes a mí. ¡Tantos días entre pobres inmundos!... ¿Ves qué bonito está todo?. Avanzó Juliana hacia ella sonriendo; pero al través de la sonrisa, hubo de vislumbrar Nina la autoridad que la ribeteadora había sabido conquistar allí, y se dijo: «Esta es la que ahora manda. Bien se le conoce el despotismo.» A las arrogancias revestidas de benevolencia con que la acogió la tirana, respondió Nina que no se iría sin ver a su señora. —Mujer, entra, entra —murmuró desde el fondo del comedor, con voz ahogada por los sollozos, la señora doña Francisca Juárez. Manteniéndose en la puerta, le contestó Benina con voz entera: —Aquí estoy, señora, y como dicen que mancho los baldosines, no quiero pasar; digo que no paso... Me han sucedido cosas que no le quiero contar por no afligirla... Lleváronme presa, he pasado hambres... he padecido vergüenzas, malos tratos... Yo no hacía más que pensar en la señora, y en si tendría también hambre, y si estaría desamparada. 37 —No, no, Nina: desde que te fuiste, ¡mira qué casualidad!, entró la suerte en mi casa... Parece un milagro, ¿verdad? ¿Te acuerdas de lo que hablábamos, aburriditas en esta soledad, ¡ay!, en aquellas noches de miseria y sufrimientos? Pues el milagro es una verdad, hija, y ya puedes comprender que nos lo ha hecho tu don Romualdo; ese bendito, ese arcángel, que en su modestia no quiere confesar los beneficios que tú y yo le debemos... y niega sus méritos y virtudes... y dice que no tiene por sobrina a doña Patros..., y que no le han propuesto para obispo... Pero es él, es él, porque no puede haber otro, no, no puede haberlo, que realice estas maravillas. Nina no contestó sílaba, y arrimándose a la puerta, sollozaba. —Yo de buena gana te recibiría otra vez aquí — afirmó doña Francisca, a cuyo lado, en la sombra, se puso Juliana, sugiriéndole por lo bajo lo que había de decir—; pero no cabemos en casa, y estamos aquí muy incómodas... Ya sabes que te quiero, que tu compañía me agrada más que ninguna..., pero... ya ves... Mañana estaremos de mudanza, y se te hará un hueco en la nueva casa... ¿Qué dices? ¿Tienes algo que decirme? Hija, no te quejarás: ten presente que te fuiste de mala manera, dejándome sin una miga de pan en casa, sola, abandonada... ¡Vaya con la Nina! Francamente, tu conducta merece que yo sea un poquito severa contigo... Y para que todo hable en contra tuya, olvidaste los sanos principios que siempre te enseñé, largándote por esos mundos en compañía de un morazo... Sabe Dios qué casta de pájaro será ése, y con qué sortilegios habrá conseguido hacerte olvidar las buenas costumbres. Dime, confiésamelo todo: ¿le has dejado ya? —No, señora. —¿Le has traído contigo? —Sí, señora. Abajo está esperándome. —Como eres así, capaz te creo de todo... ¡hasta de traérmele a casa! —A casa le traía, porque está enfermo, y no le voy a dejar en medio de la calle —replicó Benina con firme acento. —Ya sé que eres buena, y que a veces tu bondad te ciega y no miras por el decoro. —Nada tiene que ver el decoro con esto, ni yo falto porque vaya con Almudena, que es un pobrecito. Él me quiere a mí... y yo le miro como un hijo. La ingenuidad con que expresaba Nina su pensamiento no llegó a penetrar en el alma de doña Paca, que sin moverse de su asiento, y con los cuchillos en la falda, prosiguió diciéndole: —No hay otra como tú para componer las cosas y retocar tus faltas hasta conseguir que parezcan perfecciones; pero yo te quiero, Nina; reconozco tus buenas cualidades, y no te abandonaré nunca. —Gracias, señora, muchas gracias. —No te faltará qué comer, ni cama en que dormir. Me has servido, me has acompañado, me has sostenido en mi adversidad. Eres buena, buenísima; pero no abuses, hija; no me digas que venías a casa con el moro de los dátiles, porque creeré que te has vuelto loca. —A casa le traía, sí, señora, como traje a Frasquito Ponte, por caridad... Si hubo misericordia con el otro, ¿por qué no ha de haberla con éste? ¿O es que la caridad es una para el caballero de levita y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo... Por eso le traía; y si a él no le admite, será lo mismo que si a mí no me admitiera. —A ti siempre..., digo, siempre no... quiero decir..., es que no tenemos hueco en casa... Somos cuatro mujeres, ya ves... ¿Volverás mañana? Coloca a ese desdichado en una buena fonda..., no, ¡qué disparate!, en el Hospital... No tienes más que dirigirte a don Romualdo... Dile de mi parte que yo lo recomiendo... que lo mire como cosa mía... ¡ay, no sé lo que digo!..., como cosa tuya, y tan tuya... En fin, hija, tú verás... Puede que os alberguen en la casa del señor de Cedrón, que debe de ser un caserón enorme que parece un convento... Yo, bien lo sabes, como criatura imperfecta, no tengo la virtud en el grado heroico que se necesita para alternar con la pobretería sucia y apestosa... No, hija, no: es cuestión de estómago y de nervios... De asco me moriría, bien lo sabes. Pues ¡digo, con la miseria que traerás sobre ti!... Yo, te quiero, Nina; pero ya conoces mi estómago... Veo una mota en la comida, y ya me revuelvo toda, y estoy mala tres días... Llévate tu ropa, si quieres mudarte... Juliana te dará lo que necesites... ¿Oyes lo que te digo? ¿Por qué callas? Ya, ya te entiendo. Te haces la humilde para disimular mejor tu soberbia... Todo te lo perdono; ya sabes que te quiero, que soy buena para ti... En fin, tú me conoces... ¿Qué dices? —Nada, señora, no he dicho nada, ni tengo nada que decir... murmuró Nina entre dos suspiros hondos—. Quédese con Dios. —Pero no te irás enojada conmigo —añadió con trémula voz doña Paca, siguiéndola a distancia en su lenta marcha por el pasillo. —No, señora..., ya sabe que yo no me enfado... — replicó la anciana, mirándola más compasiva que enojada—. Adiós, adiós. Obdulia condujo a su madre al comedor diciéndole: —¡Pobre Nina!... Se va. Pues mira, a mí me habría gustado ver a ese moro Muza y hablar con él... ¡Esta Juliana, que en todo quiere meterse!. Atontada por crueles dudas que desconcertaban su espíritu, doña Francisca no pudo expresar ninguna idea, y siguió revisando los cubiertos desempeñados. En tanto, Juliana, conduciendo a la Nina hasta la puerta con suave opresión de su mano en la espalda de la mendiga, la despidió con estas afectuosas palabras: —No se apure, señá Benina, que nada ha de faltarle... Le perdono el duro que le presté la semana pasada, ¿no se acuerda? —Señora Juliana, sí que me acuerdo. Gracias. —Pues bien: tome además este otro duro para que se acomode esta noche... Váyase mañana por casa, que allí encontrará su ropa... —Señora Juliana, Dios se lo pague. 40 -¡Basta, Fermo, basta de disimulos! -gritó con voz ronca la de los parches. Se levantó, cerró la puerta, y en pie y desde lejos prosiguió: -Has ido allí a buscar a esa... señora... has comido a su lado... has paseado con ella en coche descubierto, te has visto toda Vetusta, te has apeado en el Espolón; ya tenemos otra Brigadiera... Parece que necesitas el escándalo, quieres perderme. -¡Madre! ¡madre! -¡Si no hay madre que valga! ¿te has acordado de tu madre en todo el día? ¿No la has dejado comer sola, o mejor dicho, no comer? ¿te importó nada que tu madre se asustara, como era natural? ¿Y qué has hecho después hasta las diez de la noche? -¡Madre, madre, por Dios! yo no soy un niño.... -No, no eres un niño; a ti no te duele que tu madre se consuma de impaciencia, se muera de incertidumbre.... La madre es un mueble que sirve para cuidar de la hacienda, como un perro; tu madre te da su sangre, se arranca los ojos por ti, se condena por ti... pero tú no eres un niño, y das tu sangre, y los ojos, y la salvación... por una mujerota.... -¡Madre! -¡Por una mala mujer! -¡Señora! -Cien veces, mil veces peor, que esas que le tiran de la levita a don Saturno, porque ésas cobran, y dejan en paz al que las ha buscado; pero las señoras, chupan la vida, la honra... deshacen en un mes lo que yo hice en veinte años.... ¡Fermo... eres un ingrato...! ¡eres un loco! Se sentó fatigada y con el pañuelo que traía a la cabeza improvisó una banda para las sienes. -¡Va a estallarme la frente! -¡Madre, por Dios! sosiéguese usted. Nunca la he visto así... ¿Pero qué pasa? ¿qué pasa...? Todo es calumnia... ¡y qué pronto... qué pronto... la han urdido! ¡Qué Brigadiera ni qué señoronas... si no hay nada de eso... si yo le juro que no es eso... si no hay nada! -No tienes corazón, Fermo, no tienes corazón. -Señora, ve usted lo que no hay... yo le aseguro... -¿Qué has hecho hasta las diez de la noche? Rondar la casa de esa gigantona... de fijo.... -¡Por Dios, señora! esto es indigno de usted. Está usted insultando a una mujer honrada, inocente, virtuosa; no he hablado con ella tres veces... es una santa.... -Es una como las otras. -¿Cómo qué otras? -Como las otras. -¡Señora! ¡Si la oyeran a usted! -¡Ta, ta, ta! Si me oyeran me callaría. Fermo... a buen entendedor... Mira, Fermo... tú no te acuerdas, pero yo sí... yo soy la madre que te parió ¿sabes? y te conozco... y conozco el mundo... y sé tenerlo todo en cuenta... todo... Pero de estas cosas no podemos hablar tú y yo... ni a solas... ya me entiendes... pero... bastante buena soy, bastante he callado, bastante he visto. -No ha visto usted nada... -Tienes razón... no he visto... pero he comprendido y ya ves... nunca te hablé de estas... porquerías, pero ahora parece que te complaces en que te vean... tomas por el peor camino... -Madre... usted lo ha dicho, es absurdo, es indecoroso que usted y yo hablemos, aunque sea en cifra, de ciertas cosas... -Ya lo veo, Fermo, pero tú lo quieres. Lo de hoy ha sido un escándalo. -Pero si yo le juro a usted que no hay nada; que esto no tiene nada que ver con todas esas otras calumnias de antaño.... -Peor; peor que peor.... Y sobre todo lo que yo temo es que el otro se entere, que Camoirán crea todo eso que ya dicen. -¡Que ya dicen! ¡En dos días! -Sí, en dos; en medio... en una hora.... ¿No ves que te tienen ganas? ¿que llueve sobre mojado...? ¿Hace dos días? Pues ellos dirán que hace dos meses, dos años, lo que quieran. ¿Empieza ahora? Pues dirán que ahora se ha descubierto. Conocen al Obispo, saben que sólo por ahí pueden atacarte... Que le digan a Camoirán que has robado el copón... no lo cree... pero eso sí; ¡acuérdate de la Brigadiera...! -¡Qué Brigadiera... madre... qué Brigadiera...! Es que no podemos hablar de estas cosas... pero... si yo le explicara a usted.... -No necesito saber nada... todo lo comprendo... todo lo sé... a mi modo. Fermo, ¿te fue bien toda la vida dejándote guiar por tu madre, en estas cosas miserables de tejas abajo? ¿Te fue bien? -¡Sí, madre mía, sí! -¿Te saqué yo o no de la pobreza? -¡Sí, madre del alma! -¿No nos dejó tu pobre padre muertos de hambre y con el agua al cuello, todo embargado, todo perdido? -Sí, señora, sí... y eternamente yo.... -Déjate de eternidades... yo no quiero palabras, quiero que sigas creyéndome a mí; yo sé lo que hago. Tú predicas, tú alucinas al mundo con tus buenas palabras y buenas formas... yo sigo mi juego. Fermo, si siempre ha sido así, ¿por qué te me tuerces? ¿Por qué te me escapas? -Si no hay tal, madre. -Sí hay tal, Fermo. No eres un niño, dices... es verdad... pero peor si eres un tonto.... Sí, un tonto con toda tu sabiduría. ¿Sabes tú pegar puñaladas por la espalda, en la honra? Pues mira al Arcediano, torcido y todo, las da como un maestro... ahí tienes un ignorante que sabe más que tú. Doña Paula se había arrancado los parches, las trenzas espesas de su pelo blanco cayeron sobre los hombros y la espalda; los ojos apagados casi siempre, echaban fuego ahora, y aquella mujer cortada a hachazos parecía una estatua rústica de la Elocuencia prudente y cargada de experiencia. La tempestad se había deshecho en lluvia de palabras y consejos. Ya no se reñía, se discutía con calor, pero sin ira. Los recuerdos evocados, sin intención patética, por doña Paula, habían enternecido a Fermo. Ya había allí un hijo y una madre, y no había miedo de que las palabras fuesen rayos. 41 Doña Paula no se enternecía, tenía esa ventaja. Llamaba mojigangas a las caricias, y quería a su hijo mucho a su manera, desde lejos. Era el suyo un cariño opresor, un tirano. Fermo, además de su hijo era su capital, una fábrica de dinero. Ella le había hecho hombre, a costa de sacrificios, de vergüenzas de que él no sabía ni la mitad, de vigilias, de sudores, de cálculos, de paciencia, de astucia, de energía y de pecados sórdidos; por consiguiente no pedía mucho si pedía intereses al resultado de sus esfuerzos, al Provisor de Vetusta. El mundo era de su hijo, porque él era el de más talento, el más elocuente, el más sagaz, el más sabio, el más hermoso; pero su hijo era de ella, debía cobrar los réditos de su capital, y si la fábrica se paraba o se descomponía, podía reclamar daños y perjuicios, tenía derecho a exigir que Fermo continuase produciendo. SEGUNDA PARTE CAP. XIX Ya no tenía compasión de la enferma; ya no había allí más que nervios... y empezó a pensar en sí mismo exclusivamente. Entraba y salía a cada momento en la alcoba de Ana; casi nunca se sentaba, y hasta llegó a fastidiarle el registro de medicinas y demás pormenores íntimos. El médico tuvo que entenderse con Petra. Quintanar inventaba sofismas y hasta mentiras para estar fuera, en su despacho, en el Parque. “¡Qué gran cosa eran el Arte y la Naturaleza! En rigor todo era uno, Dios el autor de todo.” Y respiraba don Víctor las auras de abril con placer voluptuoso, tragando aire a dos carrillos. Volvió a componer sus maquinillas, soñó con nuevos inventos, y envidió a Frígilis la aclimatación del Eucaliptus globulus1(4) en Vetusta. (4) Eucaliptus globulus: pianta subtropicale. La Regenta notó la ausencia de su marido; la dejaba sola horas y horas que a él le parecían minutos. Cuando las congojas la anegaban en mares de tristeza, que parecían sin orillas, cuando se sentía como aislada del mundo, abandonada sin remedio, ya no llamaba a Quintanar, aunque era el único ser vivo de quien entonces se acordaba; prefería dejarle tranquilo allá fuera, porque si venía le hacía daño con aquel desdén gárrulo y absurdo de los padecimientos nerviosos. Una tarde de color de plomo, más triste por ser de primavera y parecer de invierno, la Regenta, incorporada en el lecho, entre murallas de almohadas, sola, oscuro ya el fondo de la alcoba, donde tomaban posturas trágicas abrigos de ella y unos pantalones que don Víctor dejara allí; sin fe en el médico, creyendo en no sabía qué mal incurable que no comprendían los doctores de Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta idea: “Estoy sola en el mundo”. Y el mundo era plomizo, amarillento o negro según las horas, según los días; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado, donde había canciones de niñas, monótonas, sin sentido; estrépito de ruedas que hacen temblar los cristales, rechinar las piedras y que se pierde a lo lejos como el gruñir de las olas rencorosas; el mundo era una contradanza del sol dando vueltas muy rápidas alrededor de la tierra, y esto eran los días; nada. Las gentes entraban y salían en su alcoba como en el escenario de un teatro, hablaban allí con afectado interés y pensaban en lo de fuera: su realidad era otra, aquello la máscara. “Nadie amaba a nadie. Así era el mundo y ella estaba sola.” Miró a su cuerpo y le pareció tierra. “Era cómplice de los otros, también se escapaba en cuanto podía; se parecía más al mundo que a ella, era más del mundo que de ella.” “Yo soy mi alma”, dijo entre dientes, y soltando las sábanas que sus manos oprimían, resbaló en el lecho, y quedó supina mientras el muro de almohadas se desmoronaba. Lloró con los ojos cerrados. La vida volvía entre aquellas olas de lágrimas. Oyó la campana de un reloj de la casa. Era la hora de una medicina. Era aquella tarde el encargado de dársela Quintanar y no parecía. Ana esperó. No quiso llamar y se inclinó hacia la mesilla de noche. Sobre un libro de pasta2(5) verde estaba un vaso. Lo tomó y bebió. Entonces leyó distraída en el lomo del libro voluminoso: Obras de Santa Teresa. I. Se estremeció, tuvo un terror vago; acudió de repente a su memoria aquella tarde3(6) de la lectura de San Agustín en la glorieta de su huerto, en Loreto, cuando era niña, y creyó oír voces sobrenaturales que estallaban en su cerebro; ahora no tenía la cándida fe de entonces. “Era una casualidad, pura casualidad la presencia de aquel libro místico coincidiendo con los pensamientos de abandono que la entristecían, y despertando ideas de piedad, con fuerte impulso, con calor del alma, serias, profundas, no impuestas, sino como reveladas y acogidas al punto con abrazos del deseo.... Pero no importaba, fuera o no aviso del cielo, ella tomaba la lección, aprovechaba la coincidencia, entendía el sentido profundo del azar. ¿No se quejaba de que estaba sola, no había caído como desvanecida por la idea del abandono...? Pues allí estaban aquellas letras doradas: Obras de Santa Teresa. I. ¡Cuánta elocuencia en un letrero! ¡Estás sola! pues ¿y Dios?” El pensamiento de Dios fue entonces como una brasa metida en el corazón; todo ardió allí dentro en piedad; y Ana, con irresistible ímpetu de fe ostensible, viva, material, fortísima, se puso de rodillas sobre el lecho, toda blanca; y ciega por el llanto, las manos juntas temblando sobre la cabeza, balbuciente, exclamó con voz de niña enferma y amorosa: —¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Señor! ¡Señor! ¡Dios de mi alma! Sintió escalofríos y ondas de mareo que subían al cerebro; se apoyó en el frío estuco, y cayó sin sentido sobre la colcha de damasco rojo. (5) Pasta: rilegatura. (6) Aquella tarde: episodio riferito nel cap. IV. 42 A pesar de la prohibición de don Víctor, vino el retroceso, recayó la enferma, y se volvió a los sustos, a los apuros, a las noches en vela; el médico volvió a ser un oráculo, los pormenores de alcoba negocios arduos, el reloj un dictador lacónico. SEGUNDA PARTE CAP. XXX Llegó Octubre, y una tarde en que soplaba el viento Sur perezoso y caliente, Ana salió del caserón de los Ozores y con el velo tupido sobre el rostro, toda de negro, entró en la catedral solitaria y silenciosa. Ya había terminado el coro. Algunos canónigos y beneficiados ocupaban sus respectivos confesonarios esparcidos por las capillas laterales y en los intercolumnios del ábside, en el trasaltar. ¡Cuánto tiempo hacía que ella no entraba allí! Como quien vuelve a la patria, Ana sintió lágrimas de ternura en los ojos. ¡Pero qué triste era lo que la decía el templo hablando con bóvedas, pilares, cristalerías, naves, capillas... hablando con todo lo que contenía a los recuerdos de la Regenta...! Aquel olor singular de la catedral, que no se parecía a ningún otro, olor fresco y de una voluptuosidad íntima, le llegaba al alma, le parecía música sorda que penetraba en el corazón sin pasar por los oídos. “¡Ay si renaciera la fe! ¡Si ella pudiese llorar como una Magdalena a los pies de Jesús!” Y por la vez primera, después de tanto tiempo, sintió dentro de la cabeza aquel estallido que le parecía siempre voz sobrenatural, sintió en sus entrañas aquella ascensión de la ternura que subía hasta la garganta y producía un amago de estrangulación deliciosa... Salieron lágrimas a los ojos, y sin pensar más, Ana entró en la capilla oscura donde tantas veces el Magistral le había hablado del cielo y del amor de las almas. “¿Quién la había traído allí? No lo sabía. Iba a confesar con cualquiera y sin saber cómo se encontraba a dos pasos del confesonario de aquel hermano mayor del alma, a quien había calumniado el mundo por culpa de ella y a quien ella misma, aconsejada por los sofismas de la pasión grosera que la había tenido ciega, había calumniado también pensando que aquel cariño del sacerdote era amor brutal, amor como el de Álvaro, el infame, cuando tal vez era puro afecto que ella no había comprendido por culpa de la propia torpeza.” “Volver a aquella amistad ¿era un sueño? El impulso que la había arrojado dentro de la capilla ¿era voz de lo alto o capricho del histerismo, de aquella maldita enfermedad que a veces era lo más íntimo de su deseo y de su pensamiento, ella misma?” Ana pidió de todo corazón a Dios, a quien claramente creía ver en tal instante, le pidió que fuera voz Suya aquélla, que el Magistral fuera el hermano del alma en quien tanto tiempo había creído y no el solicitante lascivo que le había pintado Mesía el infame. Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía.... La escasa claridad que llegaba de la nave y los destellos amarillentos y misteriosos de la lámpara de la capilla se mezclaban en el rostro anémico de aquel Jesús del altar, siempre triste y pálido, que tenía concentrada la vida de estatua en los ojos de cristal que reflejaban una idea inmóvil, eterna.... Cuatro o cinco bultos negros llenaban la capilla. En el confesonario sonaba el cuchicheo de una beata como rumor de moscas en verano vagando por el aire. El Magistral estaba en su sitio. Al entrar la Regenta en la capilla, la reconoció a pesar del manto. Oía distraído la cháchara de la penitente; miraba a la verja de la entrada, y de pronto aquel perfil conocido y amado, se había presentado como en un sueño. El talle, el contorno de toda la figura, la genuflexión ante el altar, otras señales que sólo él recordaba y reconocía, le gritaron como una explosión en el cerebro: —“¡Es Ana!” La beata de la celosía continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oía, oía los rugidos de su pasión que vociferaban dentro. Cuando calló la beata volvió a la realidad el clérigo, y como una máquina de echar bendiciones desató las culpas de la devota, y con la misma mano hizo señas a otra para que se acercase a la celosía vacante. Ana había resuelto acercarse también, levantar el velo ante la red de tablillas oblicuas, y a través de aquellos agujeros pedir el perdón de Dios y el del hermano del alma, y si el perdón no era posible, pedir la penitencia sin el perdón, pedir la fe perdida o adormecida o quebrantada, no sabía qué, pedir la fe aunque fuera con el terror del infierno... Quería llorar allí, donde había llorado tantas veces, unas con amargura, otras sonriendo de placer entre las lágrimas; quería encontrar al Magistral de aquellos días en que ella le juzgaba emisario de Dios, quería fe, quería caridad... y después el castigo de sus pecados, si más castigo merecía que aquella oscuridad y aquel sopor del alma.... El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos. El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata.... La capilla se iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesonario. Ya era tarde. La catedral estaba sola. Allí dentro ya empezaba la noche. Ana esperaba sin aliento, resuelta a acudir, la seña que la llamase a la celosía... Pero el confesonario callaba. La mano no aparecía, ya no crujía la madera. 45 RUBÉN DARÍO AUTUMNAL (a) Eros, Vida, Lumen. En las pálidas tardes yerran nubes tranquilas en el azul; en las ardientes manos se posan las cabezas pensativas. ¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! ¡Ah las tristezas íntimas! ¡Ah el polvo de oro que en el aire flota, tras cuyas ondas trémulas se miran los ojos tiernos y húmedos, las bocas inundadas de sonrisas, las crespas cabelleras y los dedos de rosa que acarician! En las pálidas tardes me cuenta un hada amiga las historias secretas llenas de poesía: lo que cantan los pájaros, lo que llevan las brisas, lo que vaga en las nieblas, lo que sueñan las niñas. Una vez sentí el ansia de una sed infinita. Dije al hada amorosa: --Quiero en el alma mía tener la inspiración honda, profunda, inmensa: luz, calor, aroma, vida. Ella me dijo: --¡Ven!-- con el acento con que hablaría un arpa. En él había un divino idioma de esperanza. ¡Oh sed del ideal! Sobre la cima de un monte, a media noche, me mostró las estrellas encendidas. Era un jardín de oro con pétalos de llama que titilan. Exclamé: --Más..., La aurora vino después. La aurora sonreía, con la luz en la frente, como la joven tímida que abre la reja, y la sorprenden luego ciertas curiosas, mágicas pupilas. Y dije: --Más... Sonriendo la celeste hada amiga prorrumpió: --¡Y bien! ¡Las flores! Y las flores estaban frescas, lindas, empapadas de olor: la rosa virgen, la blanca margarita, la azucena gentil y las volúbiles1(1) que cuelgan de la rama estremecida. Y dije: --Más... El viento arrastraba rumores, ecos, risas, murmullos misteriosos, aleteos, músicas nunca oídas. El hada entonces me llevó hasta el velo que nos cubre las ansias infinitas, la inspiración profunda y el alma de las liras. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas (t. V) a c. di M. Sanmiguel Raimúndez, Madrid, Afrodisio Aguado, 1953. (a) Autumnal, da Azul: metro: silva romanceada (successione di settenari ed endecasillabi assonanzati in sede pari). (1) Volúbiles: rampicanti che crescono formando spire intorno al loro supporto. (b) Sonatina, da Prosas Profanas: metro: sestine di alessandrini di schema AABCCB. Y lo rasgó. Y allí todo era aurora. En el fondo se vía un bello rostro de mujer. ¡Oh, nunca, Piérides, diréis las sacras dichas que en el alma sintiera! Con su vaga sonrisa: --¿Más?... --dijo el hada. Y yo tenía entonces clavadas las pupilas en el azul; y en mis ardientes manos se posó mi cabeza pensativa... SONATINA (b) La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de [China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz, o en el rey de las Islas de las Rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, 46 saludar a los lirios con los versos de Mayo, o perderte en el viento sobre el trueno del mar. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos1(2) del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur. ¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal. ¡Oh, quién fuera hipsipila2(3) que dejó la crisálida! (La princesa está triste. La princesa está pálida.) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, (La princesa está pálida. La princesa está triste.) más brillante que el alba, más hermoso que Abril! «Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-; en caballo con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor.» LOS CISNES (c), a J.R. JIMÉNEZ I ¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado (2) Nelumbos: (nelumbios): nelumbi (pianta delle ninfacee). (3) Hipsipilas: insetti che hanno spine o peli sul dorso. (c) Los Cisnes I, da Los Cisnes: metro: quartine di alessandrini di schema ABAB. [cuello al paso de los tristes y errantes soñadores? ¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, tiránico a las aguas e impasible a las flores? Yo te saludo ahora como en versos latinos te saludara antaño Publio Ovidio Nasón. Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos, y en diferentes lenguas es la misma canción. A vosotros mi lengua no debe ser extraña. A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez... Soy un hijo de América, soy un nieto de España. Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez. Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas den a las frentes pálidas sus caricias más puras, y alejen vuestras blancas figuras pintorescas de nuestras mentes tristes las ideas oscuras. Brumas septentrionales nos llenan de tristezas, se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras [palmas, casi no hay ilusiones para nuestras cabezas, y somos los mendigos de nuestras pobres almas. Nos predican la guerra con águilas feroces, gerifaltes de antaño revienen a los puños, mas no brillan las glorias de las antiguas hoces, ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños. Faltos de los alientos que dan las grandes cosas, ¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos? A falta de laureles son muy dulces las rosas, y a falta de victorias busquemos los halagos. La América española como la España entera fija está en el Oriente de su fatal destino; yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera con la interrogación de tu cuello divino. ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? ¿Callaremos ahora para llorar después? He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros, que habéis sido los fieles en la desilusión, mientras siento una fuga de americanos potros y el estertor postrero de un caduco león... ...Y un Cisne negro dijo: «La noche anuncia el día.» Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal, la aurora es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía, aún guarda la Esperanza la caja de Pandora! ANGEL GANIVET IDEARUM ESPAÑOL Un pueblo no puede, y si puede no debe, vivir sin gloria; pero tiene muchos medios de conquistarla, y además la gloria se muestra en formas varias: hay la gloria ideal, la más noble, a la que se llega por el esfuerzo de la inteligencia; hay la gloria de la lucha por el triunfo de los ideales de un pueblo contra los de otro pueblo; hay la gloria del combate feroz por la simple dominación material; hay la gloria más triste de aniquilarse mutuamente en luchas interiores. España ha conocido todas las formas de la gloria, y desde hace largo tiempo disfruta a todo pasto de la gloria triste: vivimos en perpetua guerra civil. Nuestro temperamento, excitado y debilitado por inacabables períodos de lucha, no acierta a transformarse, a buscar un medio pacífico, ideal, de expresión y a hablar por signos más humanos que los de las armas. Así vemos que cuantos se enamoran de una idea (si es que se enamoran), la convierten en medio de combate; no luchan realmente porque la idea triunfe; luchan porque la idea exige una forma exterior en que hacerse visible, y a falta de formas positivas o creadoras aceptan las negativas o 47 destructoras: el discurso, no como obra de arte, sino como instrumento de demolición; el tumulto, el motín, la revolución, la guerra. De esta suerte, las ideas, en vez de servir para crear obras durables, que, fundando algo nuevo, destruyen indirectamente lo viejo e inútil, sirven para destruirlo todo, para asolarlo todo, para aniquilarlo todo, pereciendo ellas también entre las ruinas. Es indispensable forzar nuestra nación a que se desahogue racionalmente, y para ello hay que infundir nueva vida espiritual en los individuos y por ellos en la ciudad y en el Estado. Nuestra organización política hemos visto que no depende del exterior; no hay causa exterior que aconseje adoptar esta o aquella forma de gobierno: nuestras aspiraciones de puertas afuera o son infundadas o utópicas, o realizables a tan largo plazo, que no es posible distraer a causa de ellas la atención y continuar viviendo a la expectativa. La única indicación eficaz que del examen de nuestros intereses exteriores se desprende es que debemos robustecer la organización que hoy tenemos y adquirir una fuerza intelectual muy intensa, porque nuestro papel histórico nos obliga a transformar nuestra acción de material en espiritual. España ha sido la primera nación europea engrandecida por la política de expansión y de conquista; ha sido la primera en decaer y terminar su evolución material, desparramándose por extensos territorios, y es la primera que tiene ahora que trabajar en una restauración política y social de un orden completamente nuevo: por lo tanto, su situación es distinta de la de las demás naciones europeas, y no debe de imitar a ninguna, sino que tiene que ser ella la iniciadora de procedimientos nuevos, acomodados a hechos nuevos también en la Historia. Ni las ideas francesas, ni las inglesas, ni las alemanas, ni las que puedan más tarde estar en boga, nos sirven, porque nosotros, aunque inferiores en cuanto a la influencia política, somos superiores, más adelantados en cuanto al punto en que se halla nuestra natural evolución; por el hecho de perder sus fuerzas dominadoras (y todas las naciones han de llegar a perderlas), nuestra nación ha entrado en una nueva fase de su vida histórica y ha de ver cuál dirección le está marcada por sus intereses actuales y por sus tradiciones. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. della Espasa Calpe (Austral 139), Madrid, 1977. MIGUEL DE UNAMUNO DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA (a) I EL HOMBRE DE CARNE Y HUESO Homo sum; nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino1(1). Y yo diría más bien: Nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el adjetivo sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come, y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere: el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di M. García Blanco (Obras Completas), Madrid, Escelicer, 1966-1971. (a) Del sentimento trágico de la vida – Traduzione italiana edita da Dall’Oglio, 1965. (1) Cómico latino: Terenzio Afro (195-159 a.C.), la frase nell’ Heautontimorumenos v.77. Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y que es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el ζωον πολιτικόν de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens, de Linneo, o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre. El nuestro es el otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío: aquel otro de más allá, cuantos pisamos sobre la tierra. Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos. EL CRISTO DE VELÁZQUEZ (b) XXVII ESPADA TU cuerpo como espada al sol relumbra; como una espada al sol luce tu cuerpo, espada del Señor, llena de sangre, como el cuchillo aquel con que desgarra del Leviatán el escamoso cuero: como una espada de vencer combates —¡espada de dos filos tu palabra!— con la que hay que cortar de nuestra vida el cordón terrenal. Pues Tú viniste en tu diestra a traer paz con la guerra: por Ti riñen los hijos con sus padres, entre sí los hermanos, los esposos: eres espada de la paz, que hiere para acabar la guerra con la guerra; eres acero que divide y junta, pues sólo junta aquello que divide; y eres la espada que arde, brasa pura, 50 resurrección de la carne y la vida perdurable”, la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba. Y yo oía las campanadas de la villa que se dice aquí está sumergida en el lecho del lago –campanadas que se dice también se oyen la noche de San Juan– y eran las de la villa sumergida en el lago espiritual de nuestro pueblo; oía la voz de nuestros muertos que en nosotros resucitaban en la comunión de los santos. Después, al llegar a conocer el secreto de nuestro santo, he comprendido que era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión. Acabó mi hermano por ir a misa siempre, a oír a Don Manuel, y cuando se dijo que cumpliría con la parroquia, que comulgaría cuando los demás comulgasen, recorrió un íntimo regocijo al pueblo todo, que creyó haberle recobrado. Pero fué un regocijo tal, tan limpio, que Lázaro no se sintió ni vencido ni disminuído. Y llegó el día de su comunión, ante el pueblo todo, con el pueblo todo. Cuando llegó la vez a mi hermano pude ver que Don Manuel, tan blanco como la nieve de enero en la montaña y temblando como tiembla el lago cuando le hostiga1(1) el cierzo, se le acercó con la sagrada forma en la mano, y de tal modo le temblaba ésta al arrimarla a la boca de Lázaro, que se le cayó la forma a tiempo que le daba un vahído2(2). Y fué mi hermano mismo quien recogió la hostia y se la llevó a la boca. Y el pueblo al ver llorar a Don Manuel, lloró diciéndose: “¡Cómo le quiere!”. Y entonces, pues era la madrugada, cantó un gallo. (e) San Manuel Bueno, Mártir –Traduzione di Flaviarosa Rossini, Roma, Casini, 1955. (1) Hostiga: sferza. (2) Vahído: capogiro. Al volver a casa y encerrarme en ella con mi hermano, le eché los brazos al cuello y, besándole le dije: –Ay, Lázaro, Lázaro, qué alegría nos has dado a todos, a todos, a todo el pueblo, a todo, a los vivos y a los muertos, y sobre todo a mamá, a nuestra madre! ¿Viste? El pobre Don Manuel lloraba de alegría. ¡Qué alegría nos has dado a todos! –Por eso lo he hecho –me contestó. –¿Por eso? ¿Por darnos alegría? Lo habrás hecho ante todo por ti mismo, por conversión. Y entonces Lázaro, mi hermano, tan pálido y tan tembloroso como Don Manuel cuando le dió la comunión, me hizo sentarme, en el sillón mismo donde solía sentarse nuestra madre, tomó huelgo, y luego, como en íntima confesión doméstica y familiar, me dijo: –Mira, Angelita, ha llegado la hora de decirte la verdad, toda la verdad, y te la voy a decir, porque debo decírtela, porque a ti no puedo, no debo callártela y porque además habrías de adivinarla y a medias, que es lo peor, más tarde o más temprano. Y entonces, serena y tranquilamente, a media voz, me contó una historia que me sumergió en un lago de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase, para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, más sin intentar siquiera catequizarle, convertirle de otra manera. –¿Pero es eso posible? –exclamé, consternada. –¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: “¿Pero es usted, usted, el sacerdote el que me aconseja que finja?”, él, balbuciente: “¿Fingir?, ¡fingir no!, ¡eso no es fingir! Toma agua bendita, que dijo alguien, y acabarás creyendo”. Y como yo, mirándole a los ojos, le dijese: “¿Y usted celebrando misa ha acabado por creer?”, él bajó la mirada al lago y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y así es cómo le arranqué su secreto. –¡Lázaro! –gemí. Y en aquel momento pasó por la calle Blasillo el bobo, clamando su: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. Y Lázaro se estremeció creyendo oír la voz de Don Manuel, acaso la de Nuestro Señor Jesucristo. –Entonces –prosiguió mi hermano– comprendí sus móviles y con esto comprendí su santidad; porque es un santo, hermana, todo un santo. No trataba al emprender ganarme para su santa causa –porque es una causa santa, santísima–, arrogarse un triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados; comprendí que si les engaña así –si es que esto es engaño– no es por medrar. Me rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: “Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo”, él, temblando, me susurró al oído –y eso que estábamos solos en medio del campo–: “¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”. ¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?”, le dije. Y él: “Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas, en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío.” Jamás olvidaré estas sus palabras. –¡Pero esa comunión tuya ha sido un sacrilegio! – 51 me atreví a insinuar, arrepintiéndome al punto de haberlo insinuado. –¿Sacrilegio? ¿Y él que me la dió? ¿Y sus misas? –¡Qué martirio! –exclamé. –Y ahora –añadió mi hermano– hay otro más para consolar al pueblo. –¿Para engañarle? –dije. –Para engañarle, no –me replicó–, sino para corroborarle en su fe. . . . Mi hermano, puesto ya del todo al servicio de la obra de Don Manuel, era su más asiduo colaborador y compañero. Les anudaba, además, el común secreto. Le acompañaba en sus visitas a los enfermos, a las escuelas, y ponía su dinero a disposición del santo varón. Y poco faltó para que no aprendiera a ayudarle a misa. E iba entrando cada vez más en el alma insondable de Don Manuel. –¡Qué hombre! -me decía-. Mira, ayer, paseando a orillas del lago, me dijo: “He aquí mi tentación mayor”. Y como yo le interrogase con la mirada, añadió: “Mi pobre padre, que murió de cerca de noventa años, se pasó la vida, según me lo confesó él mismo, torturado por la tentación del suicidio, que le venía no recordaba desde cuándo, de nación1(3), decía, y defendiéndose de ella. Y esa defensa fué su vida. Para no sucumbir a tal tentación extremaba los cuidados por conservar la vida. Me contó escenas terribles. Me parecía como una locura. Y yo la he heredado. ¡Y cómo me llama esa agua que con su aparente quietud -la corriente va por dentro- espeja al cielo! ¡Mi vida, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio, que es igual; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!”. Y luego añadió: “Aquí se remansa el río en lago, para luego, bajando a la meseta, precipitarse en cascadas, saltos y torrenteras por las hoces y encañadas, junto a la ciudad, y así se remansa la vida, aquí, en la aldea. (3) Nación: nascita (fam.). Pero la tentación del suicidio es mayor aquí, junto al remanso que espeja de noche las estrellas, que no junto a las cascadas que dan miedo. Mira, Lázaro, he asistido a bien morir a pobres aldeanos, ignorantes, analfabetos, que apenas si habían salido de la aldea, y he podido saber de sus labios, y cuando no adivinarlo, la verdadera causa de su enfermedad de muerte, y he podido mirar, allí, a la cabecera de su lecho de muerte, toda la negrura de la sima del tedio de vivir. ¡Mil veces peor que el hambre! Sigamos, pues, Lázaro, suicidándonos en nuestra obra y en nuestro pueblo, y que sueñe éste su vida como el lago sueña el cielo.” –Otra vez -me decía también mi hermano-, cuando volvíamos acá, vimos a una zagala, una cabrera, que enhiesta sobre un picacho de la falda de la montaña, a la vista del lago, estaba cantando con una voz más fresca que las aguas de éste. Don Manuel me detuvo, y señalándomela, dijo: “Mira, parece como si se hubiera acabado el tiempo, como si esa zagala hubiese estado ahí siempre, y como está, y cantando como está, y como si hubiera de seguir estando así siempre, como estuvo cuando no empezó mi conciencia, como estará cuando se me acabe. Esa zagala forma parte, con las rocas, las nubes, los árboles, las aguas, de la naturaleza y no de la historia”. ¡Cómo siente, cómo anima Don Manuel a la naturaleza! Nunca olvidaré el día de la nevada en que me dijo: “¿Has visto, Lázaro, misterio mayor que el de la nieve cayendo en el lago y muriendo en él mientras cubre con su toca a la montaña?” . . . El pueblo todo observó que a Don Manuel le menguaban las fuerzas, que se fatigaba. Su voz misma, aquella voz que era un milagro, adquirió un cierto temblor íntimo. Se le asomaban las lágrimas con cualquier motivo. Y sobre todo cuando hablaba al pueblo del otro mundo, de la otra vida, tenía que detenerse a ratos cerrando los ojos. “Es que lo está viendo”, decían. Y en aquellos momentos era Blasillo el bobo el que con más cuajo lloraba. Porque ya Blasillo lloraba más que reía, y hasta sus risas sonaban a lloros. Al llegar la última Semana de Pasión que con nosotros, en nuestro mundo, en nuestra aldea, celebró Don Manuel, el pueblo todo presintió el fin de la tragedia. ¡Y cómo sonó entonces aquel: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”, el último que en público sollozó Don Manuel! Y cuando dijo lo del Divino Maestro al buen bandolero –“todos los bandoleros son buenos”, solía decir nuestro Don Manuel-, aquello de: “mañana estarás conmigo en el paraíso”. ¡Y la última comunión general que repartió nuestro santo! Cuando llegó a dársela a mi hermano, esta vez con mano segura, después del litúrgico “... in vitam aeternam”, se le inclinó al oído y le dijo: “No hay más vida eterna que ésta... que la sueñen eterna... eterna de unos pocos años...” Y cuando me la dió a mí me dijo: “Reza, hija mía, reza por nosotros”. Y luego, algo tan extraordinario que lo llevo en el corazón como el más grande misterio, y fué que me dijo con voz que parecía de otro mundo: “... y reza también por Nuestro Señor Jesucristo...” Me levanté sin fuerzas y como sonámbula. Y todo en torno me pareció un sueño. Y pensé: “Habré de rezar también por el lago y por la montaña”. Y luego: “¿Es que estaré endemoniada?”. Y en casa ya, cojí el crucifijo con el cual en las manos había entregado a Dios su alma mi madre, y mirándolo a través de mis lágrimas y recordando el: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” de nuestros dos Cristos, el de esta Tierra y el de esta aldea, recé: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, primero, y después: “y no nos dejes caer en la tentación, amén”. Luego me volví a aquella imagen de la Dolorosa, con su corazón traspasado por siete espadas, que había sido el más doloroso consuelo de mi pobre madre, y recé: “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”. Y apenas lo había rezado cuando me dije: “¿pecadores?, ¿nosotros pecadores?, ¿y cuál es 52 nuestro pecado, cuál?” Y anduve todo el día acongojada por esta pregunta. Al día siguiente acudí a Don Manuel, que iba adquiriendo una solemnidad de religioso ocaso, y le dije: -¿Recuerda, padre mío, cuando hace ya años, al dirigirle yo una pregunta me contestó: “Eso no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante; doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”? -¡Que si me acuerdo!... y me acuerdo que te dije que ésas eran preguntas que te dictaba el Demonio. -Pues bien, padre, hoy vuelvo yo, la endemoniada a dirigirle otra pregunta que me dicta mi demonio de la guarda. -Pregunta. -Ayer, al darme de comulgar, me pidió que rezara por todos nosotros y hasta por... -Bien, cállalo y sigue. -Llegué a casa y me puse a rezar, y al llegar a aquello de “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, una voz íntima me dijo: “¿pecadores?, ¿pecadores nosotros?, ¿y cuál es nuestro pecado?”. ¿Cuál es nuestro pecado, padre? -¿Cuál? -me respondió-. Ya lo dijo un gran doctor de la Iglesia Católica Apostólica Española, ya lo dijo el gran doctor de La vida es sueño, ya dijo que “el delito mayor del hombre es haber nacido”. Ese es, hija, nuestro pecado: el de haber nacido. -¿Y se cura, padre? -¡Vete y vuelve a rezar! Vuelve a rezar por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte... Sí, al fin se cura el sueño... al fin se cura la vida... al fin se acaba la cruz del nacimiento... Y como dijo Calderón, el hacer bien, y el engañar bien, ni aun en sueños se pierde... Y al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, a mis más que cincuenta años, cuando empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos, está nevando, nevando sobre el lago, nevando sobre la montaña, nevando sobre las memorias de mi padre, el forastero; de mi madre, de mi hermano Lázaro, de mi pueblo, de mi san Manuel, y también sobre la memoria del pobre Blasillo, de mi San Blasillo, y que él me ampare desde el cielo. Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta de noche la nieve alumbra. Y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y lo que soñé -o mejor lo que soñé y lo que sólo vi-, ni lo que supe ni lo que creí. Ni sé si estoy traspasando a este papel, tan blanco como la nieve, mi conciencia que en él se ha de quedar, quedándome yo sin ella. ¿Para qué tenerla ya...? ¿Es que sé algo?, ¿es que creo algo? ¿Es que esto que estoy aquí contando ha pasado y ha pasado tal y como lo cuento? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que todo esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Angela Carballino, hoy cincuentona, la única persona que en esta aldea se ve acometida de estos pensamientos extraños para los demás? ¿Y éstos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso de creer? Por lo menos, viven. Y ahora creen en San Manuel Bueno, mártir, que sin esperar inmortalidad les mantuvo en la esperanza de ella. de ANDANZAS Y VISIONES ESPAÑOLAS FRENTE A ÁVILA (f) EN esto se nos apareció Ávila, Ávila de los Caballeros, Ávila de Santa Teresa de Jesús, la ciudad murada. (Nuestros lectores argentinos la conocerán, si no por otra cosa, por la novela de E. Rodríguez Larreta, La gloria de don Ramiro, y acaso por alguna reproducción del retrato que de él hizo Zuloaga1(1), y en que aparece como fondo la maravillosa ciudad castellana, la de los castillos que son los torreones o cubos de sus murallas.) Se nos apareció Ávila, según (f) Frente a Ávila da Andanzas y visiones españolas. (1) Zuloaga: pittore spagnolo dell’epoca la cui pittura riflette gli ideali della generazione del ’98. a ella íbamos por la carretera que la une con Salamanca, y se nos apareció encendida por el rojo fulgor del ocaso del sol que abermejaba sus murallas, en una rotura de un día aborrascado. El ceñidor de las murallas de la ciudad subía a nuestros ojos; a un lado de él, fuera del recinto de la urbe, la severa fábrica de la basílica de San Vicente, y en lo alto, dominando a Ávila, la torre cuadrada y mocha de la catedral. Y todo ello parecía una casa, una sola casa, Ávila la Casa. Viendo a Ávila se comprende cómo y de dónde se le ocurrió a Santa Teresa su imagen del castillo interior y de las moradas y del diamante. Porque Ávila es un diamante de piedra berroqueña dorada por soles de siglos y por siglos de soles. ¿Cuántos? -¿De qué época datan estas murallas? –nos preguntó uno de los que nos acompañaba en el auto cuando surgió a nuestra vista la claridad de Ávila. No supimos contestarle. Además esas murallas datan de muchas épocas. ¡Y no queríamos pensar en tiempo; queríamos, más bien, olvidar el tiempo; íbamos a Ávila a olvidar el tiempo, o mejor dicho, a matarlo! Y matar el tiempo es resucitarlo. No hace mucho leíamos en una revista argentina esta pregunta que se les hacía a algunas personas: “¿En qué época quisiera usted haber vivido?” Cada cual respondía según sus aficiones y alguno contestó que de aquí a diez años. Nosotros contestaríamos que en todas las épocas. Y mirando a Ávila ceñida por sus murallas, pensábamos vivir en todas las épocas, fuera de tiempo, desde la edad troglodítica hasta la otra edad troglodítica, la que ha de volver para el linaje humano. ¿Conoce el lector el terrible canto de Carducci Sobre el Monte Mario, y aquella su visión final del fin del linaje humano? Pero... dejemos esto y volvamos a Ávila. Una ciudad así, murada y articulada, es una ciudad. Tiene unidad, tiene fisonomía, tiene alma. Londres, en cambio, o Nueva York, no puede ser una ciudad nunca. El que en Londres tenga alma de 55 importa al artista, y éste no se verá forzado, como en la novela del antiguo régimen, á contarnos tilde por tilde, desde por la mañana hasta la noche, las obras y milagros de su protagonista... cosa absurda, puesto que toda la vida no se puede encajar en un volumen, y bastante haremos si damos diez, veinte, cuarenta sensaciones...(Pausa larga.) Este precisamente es defecto capital del teatro, y por eso el teatro es un arte industrial, ajeno á la literatura... En el teatro verás cuatro, seis, ocho personas que no hacen más que lo que el autor ha marcado en su libro, que son esclavos del nudo dramático, que no se preocupan más que de entrar y salir á tiempo... Y cuando se ha cumplido ya su desenlace, cuando el marido ha matado ya á la mujer, ó cuando el amante se ha casado ya con su amada, estos personajes, ¿qué hacen? pregunta Maeterlinck... Yo cuando voy al teatro y veo á estos hombres que van automáticamente hacia el epílogo, que hablan en un lenguaje que no hablamos nadie, que se mueven en un ambiente de anormalidad —puesto que lo que se nos expone es una aventura, una cosa extraordinaria, no la normalidad—; cuando veo á estos personajes me figuro que son muñecos de madera, y que pasada la representación, un empleado los va guardando cuidadosamente en un estante... Observa además, y esto es esencial, que en el teatro no se puede hacer psicología... ó si se hace, ha de ser por los mismos personajes... pero no se pueden expresar estados de conciencia, ni presentar análisis complicados... Haz que salga á escena Federico Amiel1(3)... Nos parecería un majadero... Sí, Hamlet... Hamlet, ya sé... pero ¡cuán poco debe de ser lo que vemos de aquella alma que debió de ser inmensa! Mucho ha hecho Shakespeare, pero á mí se me antoja que su retrato de Hamlet... son vislumbres de una hoguera... Yuste calló. Y en el silencio del crepúsculo sonaba el ruido monótono de la lluvia. (3)Federico Amiel: (1821-1881), scrittore svizzero, psicologo. de LOS PUEBLOS (b) LA DECADENCIA ¿VOSOTROS no habéis estado en Escalona, en Olmedo, en Arévalo, en Almodóvar del Campo, en Infantes, en Briviesca, en alguna de esas vetustas ciudades españolas, ante espléndidas, ahora abatidas? Venid con nosotros; estas callejas han visto desfilar todos los facedores2(1) de nuestra Historia: hidalgos, aventureros, navegantes, familiares del Santo Oficio, capitanes, soldados; en estas anchas estancias, sentados en sillones de cuero con relucientes chatones3(2) de cobre, ante las mesas sólidas de noguera4(3), han pensado largamente jurisconsultos y teólogos y han escrito sus terribles infolios; en estos patios anchos, con columnatas dóricas de mármol, han dicho sus amores los galanes a las hermosas, puesta la mano izquierda en el pomo de la invencible espada toledana, enhiesto el mostacho, al desgaire el sombrero; encendida la roja cruz de Santiago sobre el negro terciopelo del jubón; en estas iglesias diminutas y oscuras, con cuadros hórridos del Greco y santos extáticos y dolorosos, han orado y deprecado generaciones y generaciones de mujeres, con sus mantillas negras, con su traje negro, con las manos exangües, extendidas en perdurable súplica; en estos huertos viejos, con cipreses que se perfilan en el luminoso ambiente azul y con norias vetustas que chirrían dulcemente, han paseado los poetas, imaginando esas estrofas dolorosas en que se pide a la muerte que venga callada, como suele venir en la saeta5(4); (b) Los pueblos – Per il testo seguiamo l’ed. di J.M. Valverde, Madrid, Castalia, 1973. (1) Facedores: arcaismo per hacedores. (2) Chatones: chiodi dalla capocchia molto larga. (3) Noguera: valencianismo per nogal (albero di noce). (4) Como suele venir en la saeta: il v. è tratto dalla Epístola moral a Fabio. en estos zaguanes angostos y sombríos, empedrados de blancas pedrezuelas, han trabajado los moriscos en sus obras de orfebrería, o han tejido sus recios paños, o han estampado sus finos guadameciles6(5); en estas plazas anchas, rodeadas de soportales, ha pregonado el verdugo las culpas de un judaizante primerizo, o tal vez ha sido socarrado algún relapso7(6)... Venid con nosotros; entrad en una de estas vetustas ciudades españolas. Las calles están silenciosas, desiertas; los caserones, blasonados en sus portadas, están cerrados; los anchos aleros se desnivelan; las maderas se hienden y alabean8(7); las rejas se enmohecen; un hálito de humedad se exhala de las anchas estancias abandonadas; las cercas de los viejos huertos caen piedra a piedra, y la arcaica noria marcha y marcha monótona, con el mismo chirrido dulce, con la misma lentitud sedante de hace trescientos años; en la campiña, rojiza, yerma, una yunta tardía abre los surcos con el propio arado de los romanos, y unos álamos solitarios que se yerguen en la lejanía del horizonte os traen al alma, con su aislamiento en la llanura inmensa, la tristeza de un pueblo muerto. Vedlo y recorredlo todo: empapaos del espíritu de la vieja España que perdura en estas piedras y en estos muros. Y cuando hayáis recorrido todas las callejuelas, y hayáis escudriñado todos los caserones, y hayáis desparramado la vista por la llanura, entonces retiraos un momento a vuestra posada, y pensad, con el recogimiento de un creyente, en esta España fuerte de la leyenda. Si es a mediodía, las campanas de las iglesias sonarán el Angelus, lentas y graves; si es al anochecer, las mismas campanas volverán a sonar, con la misma lentitud, con la (5) Guadameciles: cuoi lavorati. (6) Relapso: chi è ricaduto in eresia o ha commesso di nuovo un peccato. (7) Alabean: torcono, incurvano. 56 misma gravedad, mientras el cielo se enrojece con los resplandores postreros de crepúsculo... “¿Cómo todas estas viejas ciudades han muerto? — os preguntaréis vosotros en este minuto de reflexión íntima—. ¿Cómo estas mesetas centrales, que fueron antes el asiento de toda la grandeza y fortaleza de España, han llegado a la ruina presente?” Hubo un tiempo en que estas ciudades muertas fueron poderosas: fue en los días del Renacimiento, antes que los Reyes Católicos explayasen su política infausta. Toda la vida nacional estaba aquí encerrada: Toledo es célebre por sus sedas; Salamanca, por sus curtidos; Ocaña, por sus guantes y sus sombreros; Ajofrín, por sus herrerías; Consuegra, por sus almonas1(8); Almagro, por sus encajes sutilísimos... Se levantan palacios; se construyen iglesias; legiones de pintores; estofadores2(9) y forjadores llenan de obras maestras los templos y los palacios; se celebran ferias populosas como las de Medina del Campo y las de Alcalá; rebosan de estudiantes las universidades; troteras y danzadoras judías y moriscas —tan amadas del Arcipreste de Hita— llevan la sensualidad y el regocijo de pueblo en pueblo; recorren los caminos caravanas de mercaderes — como los que asoman en el Quijote—: alegran las ciudades, hoy silenciosas, los ruidosos pelaires3(10) con sus telares —como los que aparecen en El donado hablador, de Jerónimo de Alcalá... (8) Almonas: negozi. (9) Estofadores: estofar indica il ricavare disegni dal legno dipinto graffiando convenientemente la vernice. (10) Pelaires: cardatori di panno. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. della Espasa Calpe: Las Inquietudes de Shanti Andía (Austral, n°206, 1958) e Aventuras, Inventos y Mixtificaciones de Silvestre Paradox (Austral, n°1174, 1954). PÍO BAROJA de LAS INQUIETUDES DE SHANTI ANDÍA IX YURRUMENDI, EL FANTÁSTICO En mi tiempo, el muelle largo de Lúzaro, que en vascuence se llama Cay luce, no era tan ancho ni tan bien empedrado como ahora; tenía una pequeña muralla, y en vez de terminar en el rompeolas, concluía en las mismas peñas... A todo lo largo del muelle, en aquella época y en ésta, sigue pasando lo mismo; había casas de pescadores con balcones, ventanas y galerías de madera, adornados por colgaduras formadas por camisetas encarnadas, medias azules, sudestes4(1) amarillentos, aparejos y corchos. En estas casas hay siempre ropa tendida, lo que depende, en parte, del instinto de limpieza de esa gente pescadora, y en parte, de lo difícilmente que se seca lo impregnado por el agua del mar. Entre las casas de a lo largo del muelle de Cay luce, antes, como ahora, había algunos almacenes de carbón y una fila de tabernas en donde los pescadores se reunían y se reúnen a beber y a discutir, y que destilaban, sobre todo los domingos, por su única puerta, una tufarada de sardina frita, de atún guisado con cebolla y de música de acordeones. Entre aquellas tabernas había la del Telescopio, la de la Bella Sirena, la del Holandés, la Goizeko Izarra (Estrella de la mañana), y la más célebre de todas era la de Joshe Ramón, conocida por el Guezurrechape de Cay luce, o sea, en castellano, el Mentidero del muelle largo. En este muelle, y a pocos pasos del Mentidero, tenía su taller el padre de Zelayeta. En la ventana de (1) Sudestes: il termine non compare in nessun lessico spagnolo. la casa, convertida en escaparate, exponía poleas de madera, faroles, cañas de pescar, un cinturón de salvavidas.... El padre de Zelayeta trabajaba en su torno con su aprendiz, y mientras él torneaba solían sentarse a la puerta, a charlar, algunos amigos. Yo me había hecho íntimo de Chomin Zelayeta. Chomin era muy hábil y muy pacienzudo. Llegó a domesticar un gavilán pequeño, y el pájaro, cuando se hizo grande, reñía con todos los gatos de la vecindad. Los días de tormenta se ocultaba en algún agujero oscuro, y no salía hasta que pasaba. Zelayeta sentía, como yo, el entusiasmo por la isla desierta y por los piratas, y como tenía talento para ello, dibujaba los planos de los barcos en que íbamos a navegar los dos, y de las islas desconocidas en donde pasaríamos el aprendizaje de Robinsones. Nuestra inclinación aventurera, en la cual latía ya la inquietud atávica del vasco, pudo aumentarse más oyendo las narraciones de Yurrumendi el piloto, el viejo y fantástico Yurrumendi, amigo y contertulio de Zelayeta padre. Eustasio Yurrumendi había viajado mucho; pero era un hombre quimérico a quien sus fantasías turbaban la cabeza. Todos tenemos un conjunto de mentiras que nos sirven para abrigarnos de la frialdad y de la tristeza de la vida; pero Yurrumendi exageraba un poco el abrigo. Era Yurrumendi un hombre enorme, con la espalda ancha, el abdomen abultado, las manos grandísimas, siempre metidas en los bolsillos de los pantalones, y los pantalones, a punto de caérsele, tan bajo se los ataba. Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos, pequeños y brillantes. Vestía muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñidos, y en invierno, una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía de estar calafateada como una gabarra5(2). Llevaba una gorra de punto con una (2) Gabarra: chiatta. 57 borla en medio. Era soltero, vivía solo, con una patrona vieja; fumaba mucho en pipa, andaba tambaleándose y llevaba un anillo de oro en la oreja. Yurrumendi había formado parte de la tripulación de un barco negrero; navegando en buques franceses, armados en corso; vivido en prisión por sospechoso de piratería. Yurrumendi era un lobo de mar. El Atlántico le conocía desde Islandia y las islas de Lofoden hasta el cabo de Buena Esperanza y el de Hornos. Sabía lo que son las tempestades del Pacífico y los tifones del mar de las Indias. Yurrumendi había visto mucho, pero más que lo que había visto le gustaba contar lo que había imaginado. A Chomin Zelayeta y a mí nos tenía locos con sus narraciones. Nos decía que en el fondo del mar hay, como en la tierra, bosques, praderas, desiertos, montañas, volcanes, islas madrepóricas, barcos sumergidos, tesoros sin cuento y un cielo de agua casi igual al cielo de aire. A todo esto, muy verdad, unía las invenciones más absurdas. —Algunas veces—decía—el mar se levanta como una pared, y en medio se ve un agujero como si estuviera lleno de perlas. Hay quien dice que si se mete uno por ese agujero se puede andar como por tierra. —¿Y adónde lleva ese agujero? —preguntaba alguno con ansiedad. —Eso no se puede decir aunque se sepa — contestaba seriamenteYurrumendi—; pero hay quien asegura que dentro se ve una mujer. —Alguna sirena —decía el padre de Zelayeta, con ironía. —¡Quién sabe lo que será! —replicaba el viejo marino. Siempre que Yurrumendi hablaba de sí mismo, lo hacía como si se tratara de un extraño, en tercera persona. Así decía: “Entonces Yurrumendi comprendió... Entonces Yurrumendi dijo tal cosa.” Parecía que sentía ciertas dudas sobre su personalidad. Yurrumendi tenía una fantasía extraordinaria. Era el inventor más grande de quimeras que he conocido. Según él, detrás del monte Izarra, un poco más lejos de Frayburu, había en el mar una sima sin fondo. Muchas veces él echó el escandallo; pero nunca dió con arena ni con roca. Se le decía que su sonda era, seguramente, corta; pero Yurrumendi aseguraba que, aunque fuera de cien millas, no se encontraría el fondo. Respecto a la cueva que hay en el Izarra, frente a Frayburu, él no quería hablar y contar con detalles las mil cosas extraordinarias y sobrenaturales de que estaba llena; le bastaba con decir que un hombre, entrando en ella, salía, si es que salía, como loco. Tales cosas se presenciaban allí. Bastaba decir que las sirenas, los unicornios navales y los caballos de mar andaban como moscas, y que un gigante con los ojos encarnados tenía en la cueva su misteriosa morada. Este gigante debía ser hermano, o por lo menos primo, de otro, no se sabe si tan grande, pero sí con los ojos rojos, que en época de mayor candidez y de mayor temor de Dios aparecía en Donosti, entre las rocas de la Zurriola, con un pez en la mano, y a quien se le preguntaba: ¿Onentzarro begui gorri Nun arrapatu dec array hori? (¿Onentzaro, el de los ojos encarnados, ¿dónde has cogido ese pez?) Y el pobre gigante de los ojos encarnados, en vez de desdeñar la pregunta impertinente de su interlocutor, contestaba con amabilidad: Bart arratzean amaiquetan Zuniyolaco arroquetan. (Ayer noche, a las once, en las rocas de la Zurriola.) No sé a punto fijo en qué categoría colocaba Yurrumendi a su gigante de los ojos encarnados; pero creo que no le consideraba a la altura de la Egan suguia, la gran serpiente alada del Izarra, con sus alas de buitre, su cara siniestra de vieja y su aliento infeccioso. Nos hablaba, también, Yurrumendi de esos pulpos gigantescos con sus inmensos tentáculos, que pueden hacer naufragar una fragata; del mar de los Sargazos, en donde se navega por tierra, por verdadera tierra, que se abre para dejar pasar un buque; de los países donde nievan plumas; de los delfines, que tienen esa extraña simpatía mal explicada por los hombres; de las sentimentales ballenas, cuya desgracia es pensar que la Humanidad estima más su aceite que su melancólico corazón; de los mil enanos jorobados y extravagantes de las costas de Noruega; de las serpientes de mar que persiguen, aullando, a los barcos; de la araña del Kraken, en el pino de Portland, en Inglaterra, y de ese monstruo terrible del Maëlstrom, cuyas fauces sorben el mal y tragan las imprudentes naves haciéndolas desaparecer en sus gigantescas entrañas. También le daba mucha importancia a la Curcushada (los cuernos de la luna), que creía que tenía una gran relación con la vida de los hombres. Otro de los motivos favoritos de Yurrumendi era la descripción de la isla del Fuego, en donde él había estado alguna vez. En la cumbre de esta montaña inaccesible arde un fuego intermitente que se enciende de noche y se apaga de día. Alguno pensaba que quizá se trataba de un volcán cuyas llamas no se pueden ver a la luz del sol; pero Yurrumendi aseguraba que esta hoguera la hacían todas las noches las almas de los marineros del célebre pirata Kidd, que guardan allí un inmenso tesoro escondido. Otra de las cosas más interesantes que algunos llegaban a ver en el mar, según Yurrumendi, era un buque fantasma, tripulado por un capitán holandés. Este perdido, borracho, blasfemador y cínico pirata, anda, con un equipaje de canallas, haciendo fechorías por el mar. Si el maldito holandés se acerca al barco de uno, el vino se agria; el agua se enturbia; le carne 60 Junto a la ventana de la pared, en cuyo alféizar colocó jacintos en cacharros llenos de agua, puso su mesa de escribir, muy ancha y grande, de pino sin pintar, y al lado de ésta un banco de carpintero con su tornillo de presión. La mesa tenía su misterio: levantando la tabla aparecía que no era tal mesa, sino un acuarium de zinc y de portland con ventanillas de cristal, sostenido por cuatro tablones gruesos. El acuarium era un océano en pequeño. Allí había manifestaciones de todos los períodos geológicos, acuáticos y terrestres; grutas balsáticas con estalactitas y estalacmitas, rocas minerales brillantes... En el suelo del acuarium, sobre una capa de finísima arena, se veían conchas de mar de los más esplendentes colores, tales como helix, rostelarias, volutas, olivas y taladros. Esta aparición de moluscos de mar en agua dulce no tenía más objeto que dar un aspecto pintoresco al fondo del abismo. El acuarium era interesante, sobre todo por los anfibios que guardaba. El anfibio interesaba mucho a Paradox; aquí estaba el axolote; allí el menobranchus lateralis y los interesantes tritones que solían andar cuando hacía sol alrededor del acuarium, cazando moscas y cantando tiernas e incomprensibles endechas; allá se encontraban también algunos moluscos de agua dulce, como el neritina fluviátilis, el ampullaria cornu arietis, que es como un caracol, con unos cuernos muy largos y muy estrechos; y dos o tres clases de Limneas. Los peces interesaban muchísimo a Silvestre; los había estudiado a su manera; estaba convencido de muchas cosas que no son del dominio común. Primeramente sabía que los peces, a pesar de la brusquedad de sus movimientos, son inteligentes y susceptibles, no sólo de fácil domesticación, sino de afecciones, como dice muy bien H. de la Blanchere. Silvestre había conseguido domesticar a una rana, pero estos instintos de sociabilidad reconocidos en los batracios, no llegó nunca a comprobarlos en los peces. Sin embargo, creía poder alcanzar su amistad. Estos dos casos, citados en una Historia Natural, mantenían su confianza. Desmaret dice que el pez que ha sido durante largo tiempo conservado en un acuarium acude algunas veces al oír la voz del amo, con el fin de recibir la comida que le acostumbran a dar. Y luego expresa el siguiente hecho, cuya gravedad no podía pasar inadvertida para un espíritu científico como el de Silvestre: «Debemos decir que tenemos una anguila que saca la cabeza a flor de agua al ver a las personas que conoce, con un fin desinteresado, porque rehusa habitualmente el alimento que se le ofrece.» ¡Loor al reconocimiento y al desinterés de las anguilas, tan poco frecuentes en animales más perfeccionados, como el hombre! Silvestre, cuando trabajaba en su mesa, lo hacía sobre un mar. Víctor Hugo le hubiese envidiado. —¡Hay tempestades en los acuariums! —decía. Cuando Paradox concluyó de arreglar su guardilla se encontró satisfecho. La hija del señor Ramón el portero, casada con un guardia, le subía todos los días lo necesario para hacer comida; Paradox cocinaba en un hornillo de barro; hacía unos guisados y aderezos, fantásticos, inspirándose en unas recetas de cocina escritas en vascuence. En lo que tenía Silvestre una exactitud matemática, digna de sus difuntas tías doña Tadea y doña Pepa, era en el café. Lo tostaba todos los días sobre una placa de acero, luego lo molía, después pesaba la cantidad necesaria en una balanza de precisión, la ponía en la cafetera rusa, esperaba el número necesario de minutos, tiempo fijado con el objeto de que en el agua caliente se disolviera la cafeína, y no la cafeona, y daba la vuelta. Silvestre gozaba en aquellos días tibios de otoño del placer de vivir; el sol, algo pálido, entraba alegre y dorado en su cuarto. Se levantaba temprano, se desayunaba y se ponía a trabajar; luego, a las diez, iba a la parada a Palacio y volvía detrás de los soldados, llevando el paso, seguido de Yock, al compás de una marcha alegre, de ésas con las que el más tristón se siente con sangre torera, al menos en sus actitudes y movimientos; después comía, se dedicaba nuevamente a la ciencia, y al anochecer salía de casa para no gastar mucho sus pilas iluminando la guardilla. Era su vida una nueva infancia candorosa y humilde. Paseaba por las calles llenas de luces, como esos señores viejos que han retornado a la infancia y sonríen sin saber por qué; miraba los escaparates, leía los carteles de los teatros, veía la gente, las hermosas señoras, los caballeros elegantes, las lindas señoritas; tranquilo, sin rencores, sin deseos, como un aficionado que contempla un cuadro, el alma serena llena de piedad y de benevolencia, las ilusiones apagadas, los entusiasmos muertos. Por las noches encendía la luz y leía. Su biblioteca literaria constaba de cuatro tomos: la Biblia, obras de Shakespeare, las comedias de Molière y el Pickwick de Dickens. De una comedia de Molière había sacado Silvestre el nombre de su perro. Cuando éste era pequeño y aún no tenía nombre, leía Paradox en voz alta una escena de Le Bourgeois Gentilhomme. Era ésta: «El Mufti. —¿Dice, Turque, qui star quista? ¿Anabatista? ¿Anabatista? »Los turcos. —Yoc. El perro de Silvestre, al oír Yoc, enderezó las orejas. «El Mufti. —¿Zuinglista? »Los turcos. —Yoc. «El Mufti. —¿Coffita? »Los turcos. —Yoc. «El Mufti. —¿Husista? ¿Morista? ¿Fronista? »Los turcos. —Yoc, Yoc, Yoc. El perro acompañó con un ladrido los Yoc de Silvestre, y comenzó a dar unos alaridos tan sentimentales con los últimos Yoc, que Silvestre determinó llamarle de esta manera, cambiando la ortografía en Yock, con lo cual le daba al nombre de su perro un carácter que a él se le figuraba estar más en armonía con el color y la calidad de sus lanas. Cuando no quería leer, Silvestre se paseaba de un 61 lado a otro de su guardilla y departía amigablemente ya con su perro, ya con su culebra. Había prohijado la culebrilla en una de sus excursiones. Unos leñadores la encontraron enroscada en una rama, e iban a matarla cuando Paradox la cogió, la envolvió en un pañuelo y la trajo a Madrid. Viendo por experiencia que mordía, se le ocurrió ponerle unas bolitas de cola cristal en los colmillos, y como la culebrilla se hipnotizaba fácilmente con sólo pasarle la mano por el dorso, todos los meses, después de darle de comer, Paradox le colocaba las bolitas de cola cristal en los colmillos. Silvestre estaba tan acostumbrado a la soledad, que hablaba solo o a lo más con el perro, con la avutarda disecada o con la culebrilla. Sus observaciones, aun en la calle, las hacía a media voz, no con la idea de que le oyesen, sino para discutirlas. Había notado que las ideas de uno mismo, expresadas en palabras, suenan a ideas de otro y dan ganas sólo por eso de no aceptarlas y discutirlas. Silvestre experimentaba por todo lo humilde una gran simpatía; amaba a los niños, a las almas candorosas; detestaba lo petulante y lo estirado; tenía un gran cariño por los animales. Esas conversaciones de personas serias acerca de la política y de los partidos le exasperaban. Le repugnaba la prensa, la democracia y el socialismo. Creía que si un senador necesariamente no suele ser siempre un imbécil, en general, a la mayoría les falta muy poco para serlo, y entre hablar con un salvaje de la Tasmania o con un diputado, un académico o un periodista, hubiera preferido siempre lo primero, encontrándolo mucho más instructivo y agradable. Paradox era casi cristiano. Por lo demás, el mismo trabajo le costaba creer que los hombres se transformaron de monos antropopitecos en hombres en la Lemuria, como opina Haeckel, que suponer que los habían fabricado con barro del Nilo. La metafísica le parecía un lujo, la ciencia una necesidad, la religión una hermosa leyenda; no era precisamente ateo, ni tampoco deísta. Un Dios en su sano juicio, preocupado en construir la Tierra con sus montecitos y sus arbolitos, y sus bichitos, y su sol para iluminarla y su luna para ser cantada por los poetas, le parecía un poco cándito; pero una humanidad tan imbécil, que teniendo una creencia admirable como la de un Dios que se hace niño, la destruye y la aniquila para substituirla por estúpidas leyendas halagadoras de la canalla, le parecía idiota, mezquina y repugnante. Silvestre reconocía el progreso y la civilización y se entusiasmaba con sus perfeccionamientos materiales, pero no le pasaba lo mismo respecto a la evolución moral; veía en el porvenir el dominio de los fuertes y la fuerza le parecía, como cualquier jerarquía social, una injusticia de la Naturaleza. «¿Qué van a hacer el débil, el impotente —pensaba él— en una sociedad complicada como la que se presenta; en una sociedad basada en la lucha por la vida, no una lucha brutal de sangre, pero no por ser intelectual menos terrible? »¡Tener el palenque1(7) abierto y acudir a él y ser vencido en condiciones iguales por los contrarios, volver otra vez, y otra vez quedar derrotado! ¡Estar en continuo sobresalto, conquistar un empleo a fuerza de inteligencia y de trabajo y tener que abandonarlo porque otro más joven, más fuerte, más inteligente, tiene más aptitudes para desempeñarlo! »Nunca como en ese tiempo de progreso habrá mayores odios ni más grandes melancolías. El consuelo de achacar la culpa a algo, a algo fuera de nosotros, desaparecerá, y el suicidio tendrá que ser la solución única de la humanidad caída.» Y a él le molestaba esto: las grandes capacidades orgullosas, y más aún la vanidad de la masa imbécil hoy dominadora, que tantas cosas destruye por el desdén, por el abandono, por el desprecio. En cambio, se entusiasmaba con todas las grandes virtudes de la gente pobre, de la gente humilde; pero no era demócrata; lo hubiera sido sólo de una manera: siendo muy rico y siendo muy noble. (7) Palenque: steccionata. RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN de LUCES DE BOHEMIA (a) ESCENA DUODÉCIMA Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras. MAX.- ¿Debe estar amaneciendo? DON LATINO.- Así es. MAX.- ¡Y qué frío! DON LATINO.- Vamos a dar unos pasos. MAX.- Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido! DON LATINO.- ¡Mira que haber empeñado la capa! MAX.- Préstarne tu carrik2(1), Latino. DON LATINO.- ¡Max, eres fantástico! MAX.- Ayúdame a ponerme en pie. DON LATINO.- ¡Arriba, carcunda3(2)! MAX.- ¡No me tengo! (a) Luces de Bohemia – Per il testo seguiamo l’ed. dei Clásicos Castellanos (n°180), Madrid, Espasa Calpe, 1983. Trad. ed. da Einaudi, 1975. Resumen: en la obra se cuenta la peregrinación nocturna de Max Estrella, poeta, guiado por don Latino de Hispalis por diversos lugares madrileños, hasta su muerte en la puerta de su casa. Max Estrella es en realidad el poeta Alejandro Sawa que murió ciego y loco en Madrid, en 1909, en medio de la pobreza. (1) Carrik: specie di soprabito con varie pellegrine. (2) Carcunda: vecchio treppiedi. 62 DON LATINO.- ¡Qué tuno eres! MAX.- ¡Idiota! DON LATINO.- ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara! MAX.- ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela! DON LATINO.- Una tragedia, Max. MAX.- La tragedia nuestra no es tragedia. DON LATINO.- ¡Pues algo será! MAX.- El Esperpento1(3). DON LATINO.- No tuerzas la boca, Max. MAX.- ¡Me estoy helando! DON LATINO.- Levántate. Vamos a caminar. MAX.- No puedo. DON LATINO.- Deja esa farsa. Vamos a caminar. MAX.- Échame el aliento. ¿Adónde te has ido, Latino2(4)? DON LATINO.- Estoy a tu lado. MAX.- Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis3(5). Le torearemos. DON LATINO.- Me estás asustando. Debías dejar esa broma. MAX.- Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato4(6). DON LATINO.- ¡Estás completamente curda5(7)! MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la (3) Esperpento: persona o cosa brutta e ridicola; Valle Inclán si serve del termine e delle immagini deformate degli specchi concavi del Callejón del Gato per denominare la sua tecnica di creazione artistica basata sulla visione deformatrice della realtà, specialmente della vita spagnola della sua epoca. (4) Adónde...: Max è cieco. (5) Buey Apis: è il soprannome del direttore di giornale che ha licenziato Max Estrella. (6) Callejón del Gato: vi si trovava un negozio di ferramenta con specchi concavi usati per attirare i clienti. (7) Curda: ubriaco. vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. DON LATINO.- ¡Miau6(8)! ¡Te estás contagiando!. MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea. DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo. MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas. DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato. MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas. DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo? MAX.- En el fondo del vaso. DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo7(9)! MAX.- Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España. DON LATINO.- Nos mudaremos al callejón del Gato. MAX.- Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la pared. ¡Sacúdeme! DON LATINO.- No tuerzas la boca. MAX.- Es nervioso. ¡Ni me entero! DON LATINO.- ¡Te traes una guasa! MAX.- Préstame tu carrik. DON LATINO.- ¡Mira cómo me he quedado de un aire! MAX.- No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy malo!. DON LATINO.- Quieres conmoverme, para luego tomarme la coleta8(10). MAX.- Idiota, llévame a la puerta de mi casa y déjame morir en paz. (8) Miau: marameo. (9) Me quito el cráneo: esagerazione dell’espressione d’ammirazione “me quito el sombrero” (mi levo tanto di cappello). (10) Tomarme la coleta: la coleta è il codino dei toreri; l’espressione equivale a “tomar el pelo” (prendere in giro). DON LATINO.- La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro barrio. MAX.- Llama. DON LATINO DE HISPALIS, volviéndose de espaldas, comienza a cocear en la puerta. El eco de los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la costanilla, y como en respuesta a una provocación, el reloj de la iglesia da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta. MAX.- ¡Latino! DON LATINO.- ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca!. MAX.- ¡Si Collet9(11) estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz. DON LATINO.- No llega tu voz a ese quinto cielo. MAX.- ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo10(12)!. DON LATINO.- No olvides al compañero. MAX.- Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo? DON LATINO.- No te alucines, Max. MAX.- Es incomprensible cómo veo. DON LATINO.- Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces. MAX.- ¿A quién enterramos, Latino? DON LATINO.- Es un secreto que debemos ignorar. MAX.- ¡Cómo brilla el sol en las carrozas! DON LATINO.- Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto eres tú. MAX.- Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio. me acuesto a la espera. ¡Yo soy el (11) Collet: è la moglie di Max. (12) Aburriendo: aburrir indica qui l’essere disperati, stanchi della vita. 65 retirarse y sumirse en la oscuridad a labrar su predio, como Cincinato. Crean, amigos, que para un viejo son fardel muy pesado las obligaciones de la Presidencia. El gobernante, muchas veces precisa ahogar los sentimientos de su corazón, porque el cumplimiento de la ley es la garantía de los ciudadanos trabajadores y honrados: El gobernante, llegado el trance de firmar una sentencia de pena capital, puede tener lágrimas en los ojos, pero a su mano no le está permitido temblar. Esta tragedia del gobernante, como les platicaba recién, es superior a las fuerzas de un viejo. Entre amigos tan leales, puedo declarar mi flaqueza, y les garanto que el corazón se me desgarraba al firmar los fusilamientos de Zamalpoa. ¡Tres noches he pasado en vela! —¡Atiza! Se descompuso la ringla de gachupines. Los charolados pies juanetudos1(23) cambiaron de loseta. Las manos, enguantadas y torponas, se removieron indecisas, sin saber dónde posarse. En un tácito acuerdo, los gachupines jugaron con las brasileñas leontinas de sus relojes. Acentuó la momia: —¡Tres días con sus noches en ayuno y en vela! —¡Arrea! Era el que tan castizo apostillaba un vinatero montañés, chaparro y negrote, con el pelo en erizo, y el cuello de toro desbordante sobre la tirilla de celuloide: La voz fachendosa tenía la brutalidad intempestiva de una claque de teatro. Tirano Banderas sacó la petaca y ofreció a todos su picadura de Virginia: —Pues, como les platicaba, el corazón se destroza, y las responsabilidades de la gobernación llegan a constituir una carga demasiado pesada. Busquen al hombre que sostenga las finanzas, al hombre que encauce las fuerzas vitales del país. La República, sin duda, tiene personalidades que podrán regirla con más acierto que este viejo valetudinario. Pónganse de (23) Juanetudo: con juanete (cipolla del piede). acuerdo todos los elementos representativos, así nacionales como extranjeros... Hablaba meciendo la cabeza de pergamino: La mirada, un misterio tras las verdosas antiparras. Y la ringla de gachupines balanceaba un murmullo, señalando su aduladora disidencia. Cacareó Don Celestino: —¡Los hombres providenciales no pueden ser reemplazados sino por hombres providenciales! La fila aplaudió, removiéndose en las losetas, como ganado inquieto por la mosca. Tirano Banderas, con un gesto cuáquero, estrechó la mano del pomposo gachupín: —Quédese, Don Celes, y echaremos un partido de ranita. —¡Muy complacido! Tirano Banderas, trasmudándose sobre su última palabra, hacía a los otros gachupines un saludo frío y parco: —A ustedes, amigos, no quiero distraerles de sus ocupaciones. Me dejan mandado. VI Una mulata entrecana, descalza, temblona de pechos, aportó con el refresco de limonada y chocolate, dilecto de frailes y corregidores, cuando el virreinato. Con tintín de plata y cristales en las manos prietas, miró la mucama al patroncito, dudosa, interrogante. Niño Santos, con una mueca de la calavera, le indicó la mesilla de campamento que, en el vano de un arco, abría sus compases de araña. La mulata obedeció haldeando. Sumisa, húmeda, lúbrica, se encogía y deslizaba. Mojó los labios en la limonada Niño Santos: —Consecutivamente, desde hace cincuenta años, tomo este refresco, y me prueba muy medicinal... Se lo recomiendo, Don Celes. Don Celes infló la botarga: —¡Cabal, es mi propio refresco! Tenemos los gustos parejos, y me siento orgulloso. ¡Cómo no! Tirano Banderas, con gesto huraño, esquivó el humo de la adulación, las volutas enfáticas. Manchados de verde los cantos de la boca, se recogía en su gesto soturno: —Amigo Don Celes, las revoluciones, para acabarlas de raíz, precisan balas de plata. Reforzó campanudo el gachupín: —¡Balas que no llevan pólvora ni hacen estruendo! —La momia acogió con una mueca enigmática: —Ésas, amigo, que van calladas, son las mejores. En toda revolución hay siempre dos momentos críticos: El de las ejecuciones fulminantes, y el segundo momento, cuando convienen las balas de plata. Amigo Don Celes, recién esas balas2(24), nos ganarían las mejores batallas. Ahora la política es atraerse a los revolucionarios. Yo hago honor a mis enemigos, y no se me oculta que cuentan con muchos elementos simpatizantes en las vecinas Repúblicas. Entre los revolucionarios, hay científicos que pueden con sus luces laborar en provecho de la Patria. La inteligencia merece respeto. ¿No le parece, Don Celes? Don Celes asentía con el grasiento arrebol de una sonrisa: —En un todo de acuerdo. ¡Cómo no! —Pues para esos científicos quiero yo las balas de plata: Hay entre ellos muy buenas cabezas que lucirían en cotejo con las eminencias del Extranjero. En Europa, esos hombres pueden hacer estudios que aquí nos orienten. Su puesto está en la diplomacia... En los Congresos Científicos... En las Comisiones que se crean para el Extranjero. Ponderó el ricacho: —¡Eso es hacer política sabia! Y susurró confidencial Generalito Banderas: —Don Celes, para esa política preciso un gordo amunicionamiento de plata. ¿Qué dice el amigo? Séame leal, y que no salga de los dos ninguna cosa de lo hablado. Le tomo por consejero, reconociendo lo mucho que vale. (24) Recién esas balas: appena (avremo) queste pallottole. 66 Don Celes soplábase los bigotes escarchados de brillantina y aspiraba, deleite de sibarita, las auras barberiles que derramaba en su ámbito. Resplandecía, como búdico vientre, el cebollón de su calva, y esfumaba su pensamiento un sueño de orientales mirajes: La contrata de vituallas para el Ejército Libertador. Cortó el encanto Tirano Banderas: —Mucho lo medita, y hace bien, que el asunto tiene toda la importancia. Declamó el gachupín, con la mano sobre la botarga: —Mi fortuna, muy escasa siempre, y estos tiempos harto quebrantada, en su corta medida está al servicio del Gobierno. Pobre es mi ayuda, pero ella representa el fruto del trabajo honrado en esta tierra generosa, a la cual amo como a una patria de elección. Generalito Banderas interrumpió con el ademán impaciente de apartarse un tábano: —¿La Colonia Española no cubriría un empréstito? —La Colonia ha sufrido mucho estos tiempos. Sin embargo, teniendo en cuenta sus vinculaciones con la República... El Generalito plegó la boca, reconcentrado en un pensamiento: —¿La Colonia Española comprende hasta dónde peligran sus intereses con el ideario de la Revolución? Si lo comprende, trabájela usted en el sentido indicado. El Gobierno sólo cuenta con ella para el triunfo del orden: El país está anarquizado por las malas propagandas. Inflóse Don Celes: —El indio dueño de la tierra es una utopía de universitarios. —Conformes. Por eso le decía que a los científicos hay que darles puestos fuera del país, adonde su talento no sea perjudicial para la República. Don Celestino, es indispensable un amunicionamiento de plata, y usted queda comisionado para todo lo referente. Véase con el Secretario de Finanzas. No lo dilate. El Licenciadito tiene estudiado el asunto y le pondrá al corriente: Discutan las garantías y resuelvan violento, pues es de la mayor urgencia balear con plata a los revolucionarios. ¡El extranjero acoge las calumnias que propalan las Agencias! Hemos protestado por la vía diplomática para que sea coaccionada la campaña de difamación, pero no basta. Amigo Don Celes, a su bien tajada péñola1(25) le corresponde redactar un documento que, con las firmas de los españoles preeminentes, sirva para ilustrar al Gobierno de la Madre Patria. La Colonia debe señalar una orientación, hacerles saber a los estadistas distraídos que el ideario revolucionario es el peligro amarillo en América. La Revolución representa la ruina de los estancieros españoles. Que lo sepan allá, que se capaciten. ¡Es muy grave el momento, Don Celestino! Por rumores que me llegaron, tengo noticia de cierta actuación que proyecta el Cuerpo Diplomático. Los rumores son de una protesta por las ejecuciones de Zamalpoa. ¿Sabe usted si esa protesta piensa suscribirla el Ministro de España? Al rico gachupín se le enrojeció la calva: —¡Sería una bofetada a la Colonia! —¿Y el Ministro de España, considera usted que sea sujeto para esas bofetadas? —Es hombre apático... Hace lo que le cuesta menos trabajo. Hombre poco claro. —¿No hace negocios? —Hace deudas, que no paga. ¿Quiere usted mayor negocio? Mira como un destierro su radicación2(26) en la República. —Qué se teme usted, ¿una pendejada3(27)? —Me la temo. —Pues hay que evitarla. El gachupín simuló una inspiración repentina, con palmada en la frente panzona: —La Colonia puede actuar sobre el Ministro. Dos Santos rasgó con una sonrisa su verde máscara indiana: (25) Tajada péñola: penna ben tagliata. (26) Radicación: naturalizzazione. (27) Pendejada: azione insulsa. —Eso se llama meter el tejo por la boca de la ranita. Conviene actuar violento. Los españoles aquí radicados tienen intereses contrarios a las utopías de la Diplomacia. Todas esas lucubraciones del protocolo suponen un desconocimiento de las realidades americanas. La Humanidad, para la política de estos países, es una entelequia con tres cabezas: El criollo, el indio y el negro. Tres Humanidades. Otra política para estos climas es pura macana4(28). El gachupín, barroco y pomposo, le tendió la mano: —¡Mi admiración crece escuchándole! —No se dilate, Don Celes. Quiere decirse que se remite para mañana la invitación que le hice. ¿A usted no le complace el juego de la ranita5(29)? Es mi medicina para esparcir el ánimo, mi juego desde chamaco, y lo practico todas las tardes. Muy saludable, no arruina como otros juegos. El ricacho se arrebolaba: —¡Asombroso cómo somos de gustos parejos! —Don Celes, hasta lueguito. Interrogó el gachupín: —¿Lueguito será mañana? Movió la cabeza Don Santos: —Si antes puede ser, antes. Yo no duermo. Encomió Don Celes: —¡Profesor de energía, como dicen en nuestro Diario! El Tirano le despidió, ceremonioso, desbaratada la voz en una cucaña de gallos6(30). VII Tirano Banderas, sumido en el hueco de la ventana, tenía siempre el prestigio de un pájaro nocharniego. (28) Macana: schiocchezza. (29) Juego de la ranita: gioco consistente nel fare entrare un disco metallico (tejo) nella bocca di una rana di bronzo. (30) Gallo: caduta del tono di voce; qui cucaña allude allo sforzo della voce per innalzarsi. 67 Desde aquella altura fisgaba la campa1(31) donde seguían maniobrando algunos pelotones de indios, armados con fusiles antiguos. La ciudad se encendía de reflejos sobre la marina esmeralda. La brisa era fragante, plena de azahares y tamarindos. En el cielo, remoto y desierto, subían globos de verbena, con cauda de luces. Santa Fe celebraba sus ferias otoñales, tradición que venía del tiempo de los virreyes españoles. Por la conga2(32) del convento, saltarín y liviano, con morisquetas3(33) de lechuguino4(34), rodaba el quitrí de Don Celes. La ciudad, pueril ajedrezado de blancas y rosadas azoteas, tenía una luminosa palpitación, acastillada en la curva del Puerto. La marina era llena de cabrilleos5(35), y en la desolación azul, toda azul, de la la tarde, encendían su roja llamarada las cornetas de los cuarteles. El quitrí6(36) del gachupín saltaba como una araña negra, en el final solanero7(37) de Cuesta Mostenses. (31) Campa: prateria. (32) Conga: canonica. (33) Morisqueta: smorfia. (34) Lechuguino: vezzoso. (35) Cabrilleos: scintilii. (36) Quitrí: carrozza. (37) Solanero: assolato. ANTONIO MACHADO de SOLEDADES8 (a) II He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares, y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, y pedantones al paño que miran, callan, y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle poesie a c. di Macrì, Milano, Lerici, 1961, in cui si troveranno pure tutte le traduzioni. Per il Juan de Mairena seguiamo l’ed. di Losada (Juan de Mairena, Buenos Aires, 1957); la traduzione del testo in Antonio Machado-Prose (Milano, Lerici, 1968), a c. dello stesso Macrì. (a) Soledades – II: romance in e-a; III: romance heroico (romance di endecasillabi; si noti qui il v.8 settenario); V: cuartetas (di ottonari, di schema ABAB); XI: cuartetas di ottonari a rima alterna o incrociata (redondillas): cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca, si llegan a un sitio, preguntan adónde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra. III La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y risueñas. Tumulto de pequeños colegiales que, al salir en desorden de la escuela, llenan el aire de la plaza en sombra con la algazara de sus voces nuevas. ¡Alegría infantil en los rincones de las ciudades muertas!... ¡Y algo nuestro de ayer, que todavía vemos vagar por estas calles viejas! V (Recuerdo infantil) Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una mancha carmín. Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano. 70 álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! IX ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita, me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella? ¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza! CXXVI A JOSÉ MARÍA PALACIO1(5) Palacio2(6), buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!… ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas (5) A José María Palacio: silva romance di endecasillabi e settenari con assonanza in e-a. (6) José María Palacio: giornalista a Soria e Valladolid, buon amico di Machado. entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino3(7), al alto Espino donde está su tierra… Barza, 29 Abril 1913. CXXXVI (Proverbios y cantares)4(8) I Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. (7) Espino: il cimitero di Soria, dove era stata sepolta Leonor. (8) Proverbios y cantares: I: distico seguito da due redondillas; II-IV-VI-XLI-XLII, cuartetas asonantadas (quartine di ottonari o vv. più brevi con assonanza in sede pari); XV-XVI: distici di alessandrini; XVIII-XXIX: romance; XX: quartina a rime alterne assonanti. II ¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar. IV Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender. VI De lo que llaman los hombres virtud, justicia y bondad, una mitad es envidia, y la otra no es caridad. XV Cantad conmigo a coro: Saber, nada sabemos, de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos... Y entre los dos misterios está el enigma grave; tres arcas cierra una desconocida llave. La luz nada ilumina y el sabio nada enseña. ¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña? XVI El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica. Creó de nada un mundo y, su obra terminada, «Ya estoy en el secreto -se dijo-, todo es nada». XVIII ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Ilíada! Áyax era más fuerte que Diomedes, Héctor, más fuerte que Áyax, y Aquiles el más fuerte; porque era el más fuerte... ¡Inocencias de la infancia! 71 ¡Ah, cuando yo era niño soñaba con los héroes de la Ilíada! XX ¡Teresa, alma de fuego, Juan de la Cruz, espíritu de llama, por aquí hay mucho frío, padres, nuestros corazoncitos de Jesús se apagan! XXI Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba. XXIX Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. XLI Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed. XLII ¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás. de NUEVAS CANCIONES1 (c) CLIV (Apuntes) I Desde mi ventana, ¡campo de Baeza, a la luna clara! ¡Montes de Cazorla, Aznaitín y Mágina! ¡De luna y de piedra también los cachorros de Sierra Morena! II Sobre el olivar, se vio a la lechuza volar y volar. Campo, campo, campo. Entre los olivos, los cortijos blancos. Y la encina negra, a medio camino de Úbeda a Baeza. III Por un ventanal, entró la lechuza en la catedral. San Cristobalón la quiso espantar, al ver que bebía del velón de aceite (c) Nuevas canciones: Apuntes: soleares esasillabiche con 4 vv. liberi, ma VIII e IX sono romancillos ottosillabici. de Santa María. La Virgen habló: Déjala que beba, San Cristobalón. IV Sobre el olivar, se vio a la lechuza volar y volar. A Santa María un ramito verde volando traía. ¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea! V Dondequiera vaya, José de Mairena lleva su guitarra. Su guitarra lleva, cuando va a caballo, a la bandolera. Y lleva el caballo con la rienda corta, la cerviz en alto. VI ¡Pardos borriquillos de ramón cargados, entre los olivos! VII ¡Tus sendas de cabras y tus madroñeras, Córdoba serrana! 72 VIII ¡La del Romancero, Córdoba la llana!... Guadalquivir hace vega, el campo relincha y brama. IX Los olivos grises, los caminos blancos. El sol ha sorbido la calor del campo; y hasta tu recuerdo me lo va secando esta alma de polvo de los días malos. de JUAN DE MAIRENA El español suele ser un buen hombre, generalmente inclinado a la piedad. Las prácticas crueles -a pesar de nuestra afición a los toros- no tendrán nunca buena opinión en España. En cambio, nos falta respeto, simpatía, y, sobre todo, complacencia en el éxito ajeno. Si veis que un torero ejecuta en el ruedo una faena impecable y que la plaza entera bate palmas estrepitosamente, aguardad un poco. Cuando el silencio se haya restablecido, veréis, indefectiblemente, un hombre que se levanta, se lleva dos dedos a la boca, y silba con toda la fuerza de sus pulmones. No creáis que ese hombre silba al torero - probablemente él lo aplaudió también-: silba al aplauso. Yo siempre os aconsejaré que procuréis ser mejores de lo que sois; de ningún modo que dejéis de ser españoles. Porque nadie más amante que yo ni más convencido de las virtudes de nuestra raza. Entre ellas debemos contar con la de ser muy severos para juzgarnos a nosotros mismos, y bastante indulgentes para juzgar a nuestros vecinos. Hay que ser español, en efecto, para decir las cosas que se dicen contra España. Pero nada advertiréis en esto que no sea natural y explicable. Porque nadie sabe de vicios que no tiene, ni de dolores que no le aquejan. La posición es honrada, sincera y profundamente humana. Yo os invito a perseverar en ella hasta la muerte. Los que os hablan de España como de una razón social que es preciso a toda costa acreditar y defender en el mercado mundial, esos para quienes el reclamo, el jaleo y la ocultación de vicios son deberes patrióticos, podrán merecer, yo lo concedo, el título de buenos patriotas; de ningún modo el de buenos españoles. Digo que podrán ser hasta buenos patriotas, porque ellos piensan que España es, como casi todas las naciones de Europa, una entidad esencialmente batallona, destinada a jugárselo todo en una gran contienda, y que conviene no enseñar el flaco y reforzar los resortes polémicos, sin olvidar el orgullo nacional, creado más o menos artificialmente. Pero pensar así es profundamente antiespañol. España no ha peleado nunca por orgullo nacional, ni por orgullo de raza, sino por orgullo humano o por amor de Dios, que viene a ser lo mismo. De esto hablaremos más despacio otro día MANUEL MACHADO OCASO Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada..., ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar nada!... ESTÍO-JUVENTUD Calentura del año, plenitud de la vida, verdor del alma y gloria de la vega... Ciega locura encendida. Verano, juventud, orgía de colores. Vivo carmín del labio sediento... Violento rojo de los claveles embriagadores. ... Y mientras aquí Amor pronuncia su sí (bemol), la verde laca del laurel chorrea –como miel- la luz del sol. NOTE – Per il testo seguiamo Poesia Spagnola del 900 a c. di Oreste Macrì, Parma, Guanda, 1974, alla stessa opera si rimanda per la traduzione. Ocaso: da Ars Moriendi (Soneto ABAB CDCD EFE FEF). Estío-Juventud: da Phoenix. 75 FLOR QUE VUELVE de Estación Total IGUAL, la flor retorna a limitarnos el instante azul, a dar una hermandad gustosa a nuestro cuerpo, a decirnos, oliendo inmensamente, que lo breve nos basta. Lo breve al sol de oro, al aire de oro, a la tierra de oro, al áureo mar; lo breve contra el cielo de los dioses, lo breve enmedio del oscuro no, lo breve en suficiente dinamismo, conforme entre armonía y entre luz. Y se mece la flor, con el olor más rico de la carne, olor que se entra por el ser y llega al fin de su sinfín, y allí se pierde, haciéndonos jardín. La flor se mece viva fuera, dentro, con peso exacto a su placer. Y el pájaro la ama y la estasía, y la ama, redonda, la mujer, y la ama y la besa enmedio el hombre. ¡Florecer y vivir, instante de central chispa detenida, abierta en una forma tentadora; instante sin pasado, en que los cuatro puntos cardinales son de igual atracción dulce y profunda; instante del amor abierto como la flor! ¡Amor y flor en perfección de forma, en mutuo sí frenético de olvido, en compensación loca; olor, sabor y olor, color, olor y tacto, olor, amor, olor. El viento rojo la convence y se la lleva, rapto delicioso, con un vivo caer que es un morir de dulzor, de ternura, de frescor; caer de flor en su total belleza, volar, pasar, morir de flor y amor en el día mayor de la hermosura, sin dar pena en su irse ardiente al mundo, ablandando la tierra sol y sombra, perdiéndose en los ojos de la luz ANTE LA SOMBRA VIRJEN de Poesías ¡Siempre yo penetrándote, pero tú siempre virjen, sombra; como aquel día en que primero vine llamando a tu secreto, cargado de afán libre! ¡Virjen oscura y plena, pasada de hondos iris que apenas se ven; negra toda, con las sublimes estrellas, que no llegan —arriba— a descubrirte! AURORA DE TRASMUROS de Poesías A todo se le ve la cara, blanca —cal, pesadilla, adobe, anemia, frío— contra el oriente. ¡Oh cerca de la vida; oh, duro de la vida! ¡Semejanza animal en el cuerpo —raíz, escoria— (con el alma mal puesta todavía), y mineral y vejetal! ¡Sol yerto contra el hombre, contra el cerdo, las coles y la tapia! —¡Falsa alegría, porque estás tan sólo en la hora —se dice—, no en el alma!— Todo el cielo tomado por los montones humeantes, húmedos, de los estercoleros horizontes. Restos agrios aquí y allá, de la noche. Tajadas, medio comidas, de la luna verde, cristalitos de estrellas falsas, papel mal arrancado, con su yeso aún fresco de cielo azul. Los pájaros, aún mal despiertos, en la luna cruda, farol casi apagado. ¡Recua de seres y de cosas! —¡Tristeza verdadera, porque estás tan sólo en el alma —se dice—, no en la hora!— DEL ALBA de En el Otro Costado EL sol te empuja hacia mí por la espalda, Ven tú que vienes del alba. Lo que tú reluces, gloria, lo que chorreas tú, gracia, lo que tú pintas y cantas, bien lo sabes tú, la que vienes del alba. Bien lo sabes, bien lo sé, porque te espero en mi alma, porque te aguardo en mi cuerpo a ti que vienes del alba. Esos caminos mojados son aquellos que las alas, que las ondas, que los aires, que las chispas, que las ramas, allá lejos, hacían caminos tuyos, míos, porque venías del alba. Son los mismos y eres tú, vienen a mí que soy yo, de otras [playas, de otras palmas; vienen a mí porque venías del alba. ¡Llega, ven, no te pierdas en tus llamas por los detrás, por los cruces de la luz! Ven tú que vienes del [alba! INVIERNO ANUNCIADOR de Una Colina Meridiana ESTE momento en que el invierno último da flor y flor y flor; flor que es entrada alegre del invierno en las entrañas de la primavera, y anuncio de la primavera... ¡Invierno anunciador, con tus árboles mudos, blancos, negros, subiendo las colinas del ocaso; grupos bellos como escuadrones de hombres, de mujeres y de niños desnudos, 76 tan hermosos de espalda que de frente; seres entre dos vidas, la gozada y la por gozar. Y nosotros (entre los árboles, los árboles desnudos que llenan de su redondo ser todas las lomas) tan hermosos de frente que de espalda, tocados de amarillo sol radiante, tan hermosos de espalda que de frente, que se va, no al poniente a terminar, no al fin sino al principio; que no nos dice, trasparentes de él, «Quedaos atrás con dios», sino «Vendré mañana, mañana de mañana, y bien seguro de venir». Conque todo, tierra, trabajo, amor y muerte ¡hasta mañana! CON TU LUZ CON tu luz tú me unes a ti, sol. Tú me unes a todo lo que luces. Por tu luz soy más grande que todo lo que veo. Tú eres el solo que me sacas de mi fatal atmósfera en cuyo fondo, como el pez en el agua, su agua fatal, tengo que vivir y tengo que morir; que me sacas de veras, a mi vista y a mi tacto casi (no como yo me saco en sueños) y me llevas viendo y casi tocando, a formas que se corresponden casi con mis sueños de pez y hombre. Tú, sol, eres el único que puedes consolarme con tu pequeñez más grande (un poco) que mi forma, de no poder salir del todo de mi fondo. Yo soy el único que podré consolarte, sol, con mi grandeza interna, mayor que tu grandeza interna (si tú algún día puedes comprenderlo) de no ser más que un astro que ilumina los sueños de los otros y los lleva. Tú, sol, no eres un dios, y tú eres menos dios que yo soy dios y hombre, porque no sabes tú qué eres, qué es dios ni qué yo soy, y yo sé qué y quién tú eres y no eres. Pero tú, sol, tú me llevas, tú me llevas, tú me llevas rodando como ruedo y como ruedas, sol, tú, con tu carbón, tu ascua enllamada, tú me llevas a más real distancia que ningún dios ni hombre. SOY ANIMAL DE FONDO de Animal de fondo «En el fondo de aire» (dije) «estoy», (dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra), ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina con su carbón el ámbito segundo destinado. Pero tú, dios, también estás en este fondo y a esta luz ves, venida de otro astro; tú estás y eres lo grande y lo pequeño que yo soy, en una proporción que es ésta mía, infinita hacia un fondo que es el pozo sagrado de mí mismo. Y en este pozo estabas antes tú con la flor, con la golondrina, el toro y el agua; con la aurora en un llegar carmín de vida renovada; con el poniente, en un huir de oro de gloria. En este pozo diario estabas tú conmigo, conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti. Este pozo que era, sólo y nada más ni menos, que el centro de la tierra y de su vida. Y tú eras en el pozo májico el destino de todos los destinos de la sensualidad hermosa que sabe que el gozar en plenitud de conciencia amadora, es la virtud mayor que nos trasciende. Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú, para hacerme sentir que yo era tú, para hacerme gozar que tú eras yo, para hacerme gritar que yo era yo en el fondo de aire en donde estoy, donde soy animal de fondo de aire con alas que no vuelan en el aire, que vuelan en la luz de la conciencia mayor que todo el sueño de eternidades e infinitos que están después, sin más que ahora yo, del aire. PÉREZ DE AYALA TROTERAS Y DANZADERAS Lentamente y renqueando, Sesostris1(1) avanzaba por la habitación. —¡Oh, excelente Sesostris¡ —exclamó don Sabas—. ¡Quién fuera galápago o tortuga! Como de ordinario, sus interlocutores ignoraban si lo decía en serio o de chanza. —Todos los males del hombre, ¿no cree usted, señor Pajares?, se derivan de un mal original: el de tener epidermis. Parece a primera vista que el mal original es la inteligencia, entendiendo por inteligencia la manera específica y necia que el hombre tiene de conocer el Universo; pero si en lugar de epidermis tuviéramos un caparazón, como este animal privilegiado, o un dermatoesqueleto, como la langosta, nuestra inteligencia sería de distinto y aun de opuesto linaje. El hombre es el único animal que tiene epidermis. Tener epidermis equivale a andar con el alma desnuda, de suerte que de todas partes recibe heridas. Y por todas partes mendiga halagos. NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. di Andrés Amorós, Madrid, Castalia, 1972. (1) Sesostris: è una tartaruga. 77 Por eso, cuando Platón dijo que el hombre era un bipedo sin pluma, sentaba una gran verdad que nunca ha sido bastantemente desentrañada. Tres son las fuerzas naturales de toda sociedad animal: la necesidad de alimentarse, la necesidad de reproducirse y la necesidad de moverse. ¿No se da usted cuenta, señor Pajares, de las terribles consecuencias que arrastra consigo la aparición de la epidermis, y cómo aquellas que eran fuerzas naturales se truecan en fuerzas morales, que es lo peor que pudo haber sucedido? ¡Oh, excelente Sesostris, la más noble de las criaturas, la de sangre más azul y aristocrática, porque tu abolengo tiene millones y millones de años de historia cierta! ¡Oh, tú, reptil insigne, cuyos antepasados reinaron en el aire, en el agua y sobre la tierra, señoreando el mundo y sus elementos! ¡Maldito el hado que os puso enfrente tan despreciable y bruto adversario como es el mamífero, y en sus bárbaros designios determinó que fuerais extirpados casi totalmente! Sesostris como cualquier diputado de la mayoría, no prestaba atención a la elocuencia ministerial, y seguía su pausada y renqueante ruta en busca de cucarachas. En esto entró Rosa Fernanda, que había vuelto del paseo, y fue a agazaparse en el regazo de su madre. —Ven a darme un beso, Rosa Fernanda— dijo don Sabas —. Ven y te contaré el cuento del príncipe narigudo. Rosa Fernanda acudió al requerimiento y se acomodó entre las piernas del ministro, el cual recibía sutil deleite físico contemplando la rosada fragilidad de la niña y acariciándole el oro resbaladizo de los cabellos. Rosa Fernanda levantó la cabeza cuando don Sabas comenzó a referir el cuento. Escuchaba como los niños acostumbran, con los ojos, como si las palabras, al desgajarse de los labios, se materializasen adquiriendo la forma y color de los objetos representados. Veía los vocablos en su religiosa desnudez originaria. Entretanto, Rosina y Pajares pudieron hablar a solas y puntualizar la fecha y sitio de la próxima entrevista. Rosa Fernanda se fatigó muy pronto de escuchar el cuento. Don Sabas le era antipático, así como sus caricias. Los niños, en su selección de amistades y afectos entre personas mayores, tienen el don de rehuir ínstintivamente aquellos individuos cuyo contenido ético es antivital, como la raposa huele y teme la pólvora antes de toda experiencia. No es raro encontrar este don en las mujeres. Siente apego por Don Quijote y Don Juan. Hamlet les es repulsivo. La niña volvió al regazo de la madre y allí se mantuvo en silencio, asimilándose la realidad externa con largas, inquisitivas miradas. Hablaban don Sabas, Pajares y Rosina de cosas de poco momento y en tono indiferente, porque después de las emociones de la tarde, cada cual se recogía dentro de sí mismo laborando por extraer claras impresiones críticas. Punto de vista de don Sabas. — Tenía conciencia de ser antipático, instintivamente antipático, a Rosa Fernanda, como se lo era a todos los niños (aun cuando él los amaba), y esto le acongojaba; de ser a medias antipático a Rosina y también del origen de este sentimiento fluctuante; de ser antipático por entero a Teófilo o, por mejor decir, odioso, y cómo la causa del odio era el creerse Teófilo muy por debajo de don Sabas en inteligencia, ingenio y fortuna. Y, sin embargo, don Sabas sabía que Pajares le era superior; primero, en juventud, y señaladamente en la posesión de una cualidad divina, el entusiasmo, o sea aptitud para la adoración o para el odio. Teófilo podía caer en dolorosos desalientos o subir a la cima del más apasionado rapto; podía alternativamente pensar, tan pronto que el mundo era malo sin remisión, como que era divino, el mejor de los mundos posibles. Don Sabas sabía que el mundo era tonto, comenzando por Teófilo, un tonto, como todos los tontos, susceptible de felicidad o de infelicidad. Punto de vista de Rosina. — Don Sabas le parecía cuándo extremadamente sensible, cuándo extremadamente embotado de nervios e indiferente. La sugestionaba como el vaivén de un péndulo brillante. Veía que aventajaba a Teófilo, con mucho, en inteligencia y agilidad para urdir frases que quizás fuesen profundas; pero con todo no se resolvía a concederle más talento que a Pajares. No podía explicárselo; pero en Pajares adivinaba la verdad oculta, y sobre todo una fuerza misteriosa que le hacía atractivo y amable. Punto de vista de Pajares. — La presencia y sonrisa de don Sabas le hacían el efecto de insultos. Era como si después de árida jornada, cuando creemos andar por lo postrero de ella, encontrásemos otro caminante que en son de burla nos dijera haber equivocado nuestro camino y hubiéramos de desandar lo andado. La sonrisa de don Sabas sugería la posibilidad de que todo aquello que Teófilo tomaba tan a pecho eran fruslerías y nonadas, como si don Sabas estuviera en el secreto de la vida y no quisiera descubrirlo; y lo peor es que quizás don Sabas tuviera razón. Veíase, pues, forzado a reconocer en don Sabas una superioridad, y viéndose en su presencia tan empequeñecido lo aborrecía. Punto de vista de Rosa Fernanda. — Como el de todos los niños, era a ras de tierra. Podía ver la parte inferior de los muebles, la arpillera que les forraba la panza, un intestino de estopa saliendo por debajo del diván, y a Sesostris debajo del piano. En circunstancias normales, las personas no existían para ella sino desde las rodillas a los pies. Teófilo y su indumentaria le parecían más pintorescos que don Sabas. La parte baja de los pantalones de Teófilo, con flecos y raros matices, pero sobre todo las botas, la tenían encantada. La afición que los niños muestran a los mendigos es tan sólo el gusto de lo pintoresco. En una de las botas de Teófilo había una larga goma, como un gusanillo negro, colgando del elástico. Rosa Fernanda hubiera dado cualquiera cosa por ir a arrancarla y jugar con ella. Sería interesante conocer el punto de vista de Sesostris. 80 Piden, juran, recitan. ¡Pulso de la corriente! ¡Cómo late: delira! Bajo las aguas cielos Íntimos se deslizan. La corola del aire Profundo se ilumina. Van más enamoradas Las voces. Van, ansían. Yo quisiera, quisiera… Todo el río suspira. LAS DOCE EN EL RELOJ1(4) Dije: ¡Todo ya pleno! Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo. ¡Las doce en el reloj! (4) Las doce en el reloj: da Cántico (“Pleno Ser”); romancillo eptasillabico (o endecha). AQUELLAS ROPAS CHAPADAS2(5) Aquellas ropas chapadas JORGE MANRIQUE Me puse a recordar. Aquella infancia... Infancia tan ajena, De aquel niño que fue, ya evaporado, Ahora sólo nube de recuerdo, Y no arriba, flotante: Un vapor interior Al alma Perdura entre las fibras Que ya son alma y tiemblan. Un niño Tiernamente asomado al universo Que responde al saludo “Buenos días”. Un niño a quien esculpen Con una lentitud autoritaria Los vocablos de un mundo. Y todo, Nuevo, descubre forma, Llega a ser la nombrada realidad. Eran jardines. Juegos requerían Boscajes, Entonces muy remotos. Y por allí, la Fuente de la Fama, La Alameda de un Príncipe. Paseos conquistaban San Isidro, Las Arcas Reales, y entre los dos puentes, Río famoso por su mansedumbre. Y las tardes alzaban su amarilla Transparencia, que el sol De algún invierno sometía a temple De otoño. (¿Era así o la memoria Lo columbra allá lejos, (5) Aquellas ropas chapadas: da Clamor (“...Que van a dar en la mar”); versi liberi. Éxtasis de linterna en rayo inmóvil?) Tardes de infancia. Mágica palabra: Merienda. (...Y también mantecados de Portillo.) Ilusión convertida en efectivas Fruiciones Sin casi paladeo, por asaltos Rapaces. Aquel niño revive. (¿Imágenes de espejo Serán Como al través de sorda Clausura Bajo focos de noche iluminada, Seducción de un acuario? ¿Todo será leyenda?) La verdad sostenía aquel hechizo, Entre reales vientos, Con un calor viviente. Iglesias. Devociones en capillas. Efusión de ternura prosternada. Rendida a glorias de radiantes héroes Piadosos. Y la inmortalidad es luz sin fin. Los buenos a la sombra de un amor Respiraban. El padre y sus trabajos, Jehová que está allí para nosotros. La madre, verdadera siempre, siempre. Junto a los hermanillos se convive La intimidad enorme de la casa. Y la dulce figura del maestro, Que tan humildemente comunica Su claridad de santo franciscano. Infancia. ¿Viva, muerta? Viva y muerta. Por eso, conmovido, yo la evoco. 81 Transcurrieron las horas De aquel raudo pasado Que de pasar no acaba: Fuera de mi atención se perpetúa. Y de pronto el recuerdo, Tal vez por algún roce Casual Reanimando a difuntos Como si nada más los despertase, Me repone en su atmósfera -Con aquel palpitar Dentro de mí salvado- Los seres tan perdidos, La luz de aquellas tardes De octubre Que yo contemplo aquí, Nostálgico a su orilla. Se insinúa una música. La oigo Como un canto indistinto del silencio Mientras resurgen, tácitas, ingrávidas, Aquellas no ya vidas A la vez en su instante más vivaz -Yo también lo comparto-, Y en un tiempo concluso, Que esta resurrección devuelve a un aire Traspasado de sol. El sol me alumbra Lo que vive no siendo en la frontera Más temporal, muy próxima a las lágrimas. Ahí Siento ahora inmortales A los que sé yacentes. FEDERICO GARCÍA LORCA1 NOTE – Per il testo seguiamo l’ed. delle Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1980 (a c. di Arturo del Hoyo). Traduzione delle liriche a c. di Carlo Bo (Guanda, Parma; e Garzanti, Milano, 1975); de LIBRO DE POEMAS VELETA JULIO DE 1920 (Fuente Vaqueros, Granada) Viento del Sur, moreno, ardiente, llegas sobre mi carne, trayéndome semilla de brillantes miradas, empapado de azahares. Pones roja la luna y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes ¡demasiado tarde! ¡Ya he enrollado la noche de mi cuento en el estante! Sin ningún viento, ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón. Aire del Norte, ¡oso blanco del viento! Llegas sobre mi carne tembloroso de auroras boreales, con tu capa de espectros capitanes, y riyéndote a gritos del Dante. ¡Oh pulidor de estrellas! Pero vienes demasiado tarde. Mi almario está musgoso Traduzione del teatro in Il teatro di Federico García Lorca a c. di Vittorio Bodini, Torino, Einaudi, 1973. y he perdido la llave. Sin ningún viento, ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón. Brisas, gnomos y vientos de ninguna parte. Mosquitos de la rosa de pétalos pirámides. Alisios destilados entre los rudos árboles, flautas en la tormenta, ¡dejadme! Tiene recias cadenas mi recuerdo, y está cautiva el ave que dibuja con trinos la tarde. Las cosas que se van no vuelven nunca, todo el mundo lo sabe, y entre el claro gentío de los vientos es inútil quejarse. ¿Verdad, chopo, maestro de la brisa? ¡Es inútil quejarse! Sin ningún viento. ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón. de POEMA DEL CANTE JONDO 82 POEMA DE LA SEGUIRIYA GITANA1(1) PAISAJE El campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos están cargados de gritos. Una bandada de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas colas en lo sombrío. LA GUITARRA Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto de la guitarra. Es inútil callarla. Llora monótona como llora el agua, como llora el viento (1) Poema de la siguiriya gitana: Metro: Paisaje, Guitarra, El paso presentano assonanza nei vv. pari. La siguiriya è uno dei generi del cante jondo che prevede l’accompagnamento della chitarra. sobre la nevada. Es imposible callarla. Llora por cosas lejanas. Arena del Sur caliente que pide camelias blancas. Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana, y el primer pájaro muerto sobre la rama. ¡Oh guitarra! Corazón malherido por cinco espadas. EL GRITO La elipse de un grito, va de monte a monte. Desde los olivos será un arco iris negro sobre la noche azul. ¡Ay! Como un arco de viola el grito ha hecho vibrar largas cuerdas del viento. ¡Ay! (Las gentes de las cuevas asoman sus velones) ¡Ay! EL SILENCIO Oye, hijo mío, el silencio. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes hacia el suelo. EL PASO DE LA SIGUIRIYA Entre mariposas negras va una muchacha morena junto a una blanca serpiente de niebla. Tierra de luz, cielo de tierra. Va encadenada al temblor de un ritmo que nunca llega; tiene el corazón de plata y un puñal en la diestra. ¿Adónde vas, siguiriya, con un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa? Tierra de luz, cielo de tierra. DESPUES DE PASAR Los niños miran un punto lejano. 85 hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. * Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! * Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde, Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. 7 ROMANCE DE LA PENA NEGRA A JOSÉ NAVARRO PARDO Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad: ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quién pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay mis camisas de hilo! ¡Ay mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. * Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota! de POETA EN NUEVA YORK EL REY DE HARLEM Con una cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara. Fuego de siempre dormía en los pedernales y los escarabajos borrachos de anís olvidaban el musgo de las aldeas. Aquel viejo cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la cuchara del rey y llegaban los tanques de agua podrida. * Las rosas huían por los filos de las últimas curvas del aire, y en los montones de azafrán los niños machacaban pequeñas ardillas con un rubor de frenesí manchado. 86 Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente piña. Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente, a todos los amigos de la manzana y de la arena, y es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre, para que los cocodrilos duerman en largas filas bajo el amianto de la luna, y para que nadie dude de la infinita belleza de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas. ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, a tu gran rey prisionero con un traje de conserje. * Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil. Las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre, y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo. Ellos son. Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes y tragan pedacitos de corazón por las heladas montaña del oso. Aquella noche el rey de Harlem, con una durísima cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos. Con una cuchara. Los negros lloraban confundidos entre paraguas y soles de oro, los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco, y el viento empañaba espejos y quebraba las venas de los bailarines. Negros, Negros, Negros, Negros. La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles, viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes, bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer. Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y [ceniza de nardo, cielos yertos en declive, donde las colonias de planetas rueden por las playas con los objetos abandonados. Sangre que mira lenta con el rabo del ojo, hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos. Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana. Es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas, por todas partes, para quemar la clorofila de las mujeres rubias, para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo. Hay que huir, huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química. Es por el silencio sapientísimo cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre. Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango, escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros; un viento sur que lleva colmillos, girasoles, alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas. El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo; el amor, por un solo rostro invisible a flor de piedra. Médulas y corolas componían sobre las nubes un desierto de tallos sin una sola rosa. * A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte, se levanta el muro impasible para el topo, la aguja del agua. No busquéis, negros, su grieta para hallar la máscara infinita. Buscad el gran sol del centro hechos una piña zumbadora. El sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa, el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño, el tatuado sol que baja por el río y muge seguido de caimanes. Negros, Negros, Negros, Negros. Jamás sierpe, ni cebra, ni mula palidecieron al morir. El leñador no sabe cuándo expiran los clamorosos árboles que corta. Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas. Entonces, negros, entonces, entonces, podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas, poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo. ¡Ay, Harlem, disfrazada! ¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza! Me llega tu rumor, me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores, a través de láminas grises, donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes, a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos, a través de tu gran rey desesperado, cuyas barbas llegan al mar. ODA A WALT WHITMAN Por el East River y el Bronx los muchachos cantaban enseñando sus cinturas, con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. Pero ninguno se dormía, 87 ninguno quería ser el río, ninguno amaba las hojas grandes, ninguno la lengua azul de la playa. Por el East River y el Queensborough los muchachos luchaban con la industria, y los judíos vendían al fauno del río la rosa de la circuncisión y el cielo desembocaba1(7) por los puentes y los tejados manadas de bisontes empujadas por el viento. Pero ninguno se detenía, ninguno quería ser nube, ninguno buscaba los helechos ni la rueda amarilla del tamboril. Cuando la luna salga las poleas rodarán para turbar el cielo; un límite de agujas cercará la memoria y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan. Nueva York de cieno, Nueva York de alambre y de muerte. ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? ¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo? ¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas? Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos de Apolo virginal, ni tu voz como una columna de ceniza; anciano hermoso como la niebla que gemías igual que un pájaro con el sexo atravesado por una aguja, enemigo del sátiro, enemigo de la vid y amante de los cuerpos bajo la burda tela. Ni un solo momento, hermosura viril que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles, soñabas ser un río y dormir como un río con aquel camarada que pondría en tu pecho un pequeño dolor de ignorante leopardo. (7) Desembocaba: si noti l’uso transitivo del verbo. Ni un solo momento, Adán de sangre, macho, hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman, porque por las azoteas, agrupados en los bares, saliendo en racimos de las alcantarillas, temblando entre las piernas de los chauffeurs o girando en las plataformas del ajenjo, los maricas, Walt Whitman, te señalan. ¡También ese! ¡También! Y se despeñan sobre tu barba luminosa y casta, rubios del norte, negros de la arena, muchedumbres de gritos y ademanes, como gatos y como las serpientes, los maricas, Walt Whitman, los maricas turbios de lágrimas, carne para fusta, bota o mordisco de los domadores. ¡También ése! ¡También! Dedos teñidos apuntan a la orilla de tu sueño cuando el amigo come tu manzana con un leve sabor de gasolina y el sol canta por los ombligos de los muchachos que juegan bajo los puentes. Pero tú no buscabas los ojos arañados, ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños, ni la saliva helada, ni las curvas heridas como panza de sapo que llevan los maricas en coches y terrazas mientras la luna los azota por las esquinas del terror. Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, toro y sueño que junte la rueda con el alga, padre de tu agonía, camelia de tu muerte, y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto. Porque es justo que el hombre no busque su deleite en la selva de sangre de la mañana próxima. El cielo tiene playas donde evitar la vida y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora. Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Este es el mundo, amigo, agonía, agonía. Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades, la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, los ricos dan a sus queridas pequeños moribundos iluminados, y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada. Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo por vena de coral o celeste desnudo. Mañana los amores serán rocas y el Tiempo una brisa que viene dormida por las ramas. Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada, ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero, ni contra los solitarios de los casinos que beben con asco el agua de la prostitución, ni contra los hombres de mirada verde que aman al hombre y queman sus labios en silencio. Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, de carne tumefacta y pensamiento inmundo, madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor que reparte coronas de alegría. Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos gotas de sucia muerte con amargo veneno. Contra vosotros siempre, Faeries de Norteamérica, Pájaros de la Habana, Jotos de Méjico, Sarasas de Cádiz, Ápios de Sevilla, Cancos de Madrid, Floras de Alicante, Adelaidas de Portugal. ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas! Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores, abiertos en las plazas con fiebre de abanico o emboscados en yertos paisajes de cicuta. ¡No haya cuartel! La muerte mana de vuestros ojos y agrupa flores grises en la orilla del cieno. ¡No haya cuartel! ¡Alerta! Que los confundidos, los puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes os cierren las puertas de la bacanal. 90 4 ALMA AUSENTE1(11) No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa. No te conoce el niño ni la tarde porque te has muerto para siempre. No te conoce el lomo de la piedra, ni el raso negro donde te destrozas. No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. El otoño vendrá con caracolas, uva de niebla y montes agrupados, pero nadie querrá mirar tus ojos porque te has muerto para siempre. Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan en un montón de perros apagados. No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. La madurez insigne de tu conocimiento. Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca. La tristeza que tuvo tu valiente alegría. Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. Yo canto su elegancia con palabras que gimen y recuerdo una brisa triste por los olivos. de DIVAN DEL TAMARIT (11) Alma ausente: le prime quattro strofe sono di endecasillabi, le ultime due di alessandrini. V GACELA DEL NIÑO MUERTO2(12) Todas las tardes en Granada, todas las tardes se muere un niño. Todas las tardes el agua se sienta a conversar con sus amigos. Los muertos llevan alas de musgo. El viento nublado y el viento limpio son dos faisanes que vuelan por las torres y el día es un muchacho herido. No quedaba en el aire ni una brizna de alondra cuando yo te encontré por las grutas del vino. No quedaba en la tierra ni una miga de nube cuando te ahogabas por el río. Un gigante de agua cayó sobre los montes y el valle fue rodando con perros y con lirios. Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos, era, muerto en la orilla, un arcángel de frío. II CASIDA DEL LLANTO He cerrado mi balcón porque no quiero oír el llanto, pero por detrás de los muros no se oye otra cosa que el llanto. Hay muy pocos ángeles que canten, hay muy pocos perros que ladren, mil violines caben en la palma de mi mano. Pero el llanto es un perro inmenso, (12) Gacela del niño muerto: versi assonanzati in sede pari. el llanto es un ángel inmenso, el llanto es un violín inmenso, las lágrimas amordazan al viento, y no se oye otra cosa que el llanto. TEATRO YERMA Hay en la escena como un crescendo de voces y de ruidos de cascabeles y colleras de campanilleros. En un plano superior aparecen las siete MUCHACHAS, que agitan las cintas hacia la izquierda. Crece el ruido y entran dos MÁSCARAS populares. Una como macho y otra como hembra. Llevan grandes caretas. El macho empuña un cuerno de toro en la mano. No son grotescas de ningún modo, sino de gran belleza y con un sentido de pura tierra. La hembra agita un collar de grandes cascabeles. El fondo se llena de gente que grita y comenta la danza. Está muy anochecido.) NIÑOS ¡El demonio y su mujer! ¡El demonio y su mujer! HEMBRA En el río de la sierra la esposa triste se bañaba. Por el cuerpo le subían los caracoles del agua. La arena de las orillas y el aire de la mañana le daban fuego a su risa y temblor a sus espaldas. ¡Ay, qué desnuda estaba la doncella en el agua! NIÑO 91 ¡Ay, cómo se quejaba! HOMBRE 1.° ¡Ay, marchita de amores con el viento y el agua! HOMBRE 2.° ¡Que diga a quién espera! HOMBRE 1.° ¡Que diga a quién aguarda! HOMBRE 2.° ¡Ay, con el vientre seco y la color quebrada! HEMBRA Cuando llegue la noche lo diré cuando llegue la noche clara. Cuando llegue la noche de la romería rasgaré los volantes de mi enagua. NIÑO Y en seguida vino la noche. ¡Ay, que la noche llegaba! Mirad qué oscuro se pone el chorro de la montaña. (Empiezan a sonar unas guitarras.) MACHO (Se levanta y agita el cuerno.) ¡Ay, qué blanca la triste casada! ¡Ay, cómo se queja entre las ramas! Amapola y clavel será luego cuando el macho despliegue su capa. (Se acerca.) Si tú vienes a la romería a pedir que tu vientre se abra, no te pongas un velo de luto, sino dulce camisa de holanda. Vete sola detrás de los muros, donde están las higueras cerradas, y soporta mi cuerpo de tierra hasta el blanco gemido del alba. ¡Ay, cómo relumbra! ¡Ay, cómo relumbraba, ay, cómo se cimbrea la casada! HEMBRA ¡Ay, que el amor le pone coronas y guirnaldas, y dardos de oro vivo en su pecho se clavan! MACHO Siete veces gemía, nueve se levantaba, quince veces juntaron jazmines con naranjas. HOMBRE 3.° ¡Dale ya con el cuerno! HOMBRE 2.° ¡Con la rosa y la danza! HOMBRE 1.° ¡Ay, cómo se cimbrea la casada! MACHO En esta romería el varón siempre manda. Los maridos son toros. El varón siempre manda, y las romeras flores, para aquel que las gana. NIÑO ¡Dale ya con el aire! HOMBRE 2.° ¡Dale ya con la rama! MACHO ¡Venid a ver la lumbre de la que se bañaba! HOMBRE 1.° Como junco se curva. HEMBRA Y como flor se cansa. HOMBRES ¡Que se aparten las niñas! MACHO Que se queme la danza y el cuerpo reluciente de la linda casada. (Se van bailando con son de palmas y sonrisas. Cantan.) El cielo tiene jardines con rosales de alegría, entre rosal y rosal, la rosa de maravilla. (Vuelven a pasar dos MUCHACHAS gritando. Entra la VIEJA alegre.) VIEJA A ver si luego nos dejáis dormir. Pero luego será ella. (Entra YERMA.) ¡Tú! (YERMA está abatida y no habla.) Dime, ¿para qué has venido? YERMA No sé. VIEJA ¿No te convences? ¿Y tu esposo? (YERMA da muestra de cansancio y de persona a la que una idea fija le quiebra la cabeza.) 92 YERMA Ahí está. VIEJA ¿Qué hace? YERMA Bebe. (Pausa. Llevándose las manos a la frente) ¡Ay! VIEJA ¡Ay, ay! Menos ¡ay! y más alma. Antes no he podido decirte nada, pero ahora sí. YERMA ¡Y qué me vas a decir que ya no sepa! VIEJA Lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del tejado. La culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura! YERMA Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas. VIEJA Pero tú tienes pies para marcharte de tu casa. YERMA ¿Para marcharme? VIEJA Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí vienen las mujeres a conocer hombres nuevos. Y el santo hace el milagro. Mi hijo está sentado detrás de la ermita esperándote. Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es de sangre. Como yo. Si entras en mi casa, todavía queda olor de cunas. La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías. Anda. No te importe la gente. Y en cuanto a tu marido, hay en mi casa entrañas y herramientas para que no cruce siquiera la calle. YERMA ¡Calla, calla, si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo ir a buscar. ¿Te figuras que puedo conocer otro hombre? ¿Dónde pones mi honra? El agua no se puede volver atrás ni la luna llena sale a mediodía. Vete. Por el camino que voy seguiré. ¿Has pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? ¿Que yo vaya a pedirle lo que es mío como una esclava? Conóceme, para que nunca me hables más. Yo no busco. VIEJA Cuando se tiene sed, se agradece el agua. YERMA Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor que ya no está en las carnes. VIEJA (Fuerte.) Pues sigue así. Por tu gusto es. Como los cardos del secano, pinchosa, marchita. YERMA (Fuerte.) ¡Marchita, sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo refriegues por la boca. No vengas a solazarte como los niños pequeños en la agonía de un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad. VIEJA No me das ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer para mi hijo. (Se va. Se oye un gran coro lejano cantado por los romeros. YERMA se dirige hacia el carro y aparece detrás del mismo su marido.) YERMA ¿Estabas ahí? JUAN Estaba. YERMA ¿Acechando? JUAN Acechando. YERMA ¿Y has oído? JUAN Sí. YERMA ¿Y qué? Déjame y vete a los cantos. (Se sienta en las mantas.) JUAN También es hora de que yo hable. YERMA ¡Habla! JUAN Y que me queje. YERMA 95 ¡Mala, más que mala! MUJER 3.° (Lo mismo.) ¡Lengua de cuchillo! BERNARDA Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y ese porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana. MUJER 1.° (En voz baja.) ¡Vieja lagarta recocida! LA PONCIA (Entre dientes.) ¡Sarmentosa por calentura de varón! BERNARDA ¡Alabado sea Dios! TODAS (Santiguándose.) Sea por siempre bendito y alabado. BERNARDA ¡Descansa en paz con la santa compaña de cabecera! TODAS ¡Descansa en paz! BERNARDA Con el ángel San Miguel y su espada justiciera. TODAS ¡Descansa en paz! BERNARDA Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra. TODAS ¡Descansa en paz! BERNARDA Con los bienaventurados y las lucecitas del campo. TODAS ¡Descansa en paz! BERNARDA Con nuestra santa caridad y las almas de tierra y mar. TODAS ¡Descansa en paz! BERNARDA Concede el reposo a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria. TODAS Amén. BERNARDA (Se pone en pie y canta) «Requiem aeternam dona eis Domine.» TODAS (De pie y cantando al modo gregoriano.) «Et lux perpetua luceat eis.» (Se santiguan.) MUJER 1.° Salud para rogar por su alma. (Van desfilando.) MUJER 3.° No te faltará la hogaza de pan caliente. MUJER 2.° Ni el techo para tus hijas. (Van desfilando todas por delante de BERNARDA y saliendo.) (Sale ANGUSTIAS por otra puerta que da al patio.) MUJER 4.° El mismo trigo de tu casamiento lo sigas disfrutando. LA PONCIA (Entrando con una bolsa.) De parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos. BERNARDA Dales las gracias y échales una copa de aguardiente. MUCHACHA (A MAGDALENA.) Magdalena... BERNARDA (A MAGDALENA, que inicia el llanto.) Chiss. (Salen todas. A las que se han ido.) ¡Andar a vuestras casas a criticar todo lo que habéis visto! ¡Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta! LA PONCIA No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo. BERNARDA Sí; para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas. AMELIA ¡Madre, no hable usted así! BERNARDA Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada. LA PONCIA ¡Cómo han puesto la solería! BERNARDA Igual que si hubiese pasado por ella una manada de cabras. (LA PONCIA limpia el suelo.) Niña, dame el abanico. ADELA Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.) BERNARDA (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es este el abanico que se da a una viuda? Dame uno 96 negro y aprende a respetar el luto de tu padre. MARTIRIO Tome usted el mío. BERNARDA ¿Y tú? MARTIRIO Yo no tengo calor. BERNARDA Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas. MAGDALENA Lo mismo me da. ADELA (Agria.) Si no quieres bordarlas, irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más. MAGDALENA Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura. BERNARDA Esto tiene ser mujer. MAGDALENA Malditas sean las mujeres. BERNARDA Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles1(13). (Sale ADELA.) VOZ ¡Bernarda! ¡Déjame salir! BERNARDA (En voz alta.) ¡Dejadla ya! (Sale la CRIADA.) CRIADA Me ha costado mucho sujetarla. A pesar de sus ochenta años, tu madre es fuerte como un roble. BERNARDA Tiene a quién parecerse. Mi abuelo fue igual. CRIADA Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le das. MARTIRIO ¡Tiene mala intención! BERNARDA (A la CRIADA.) Dejadla que se desahogue en el patio. CRIADA Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatista; se los ha puesto, y me ha dicho que se quiere casar. (Las hijas ríen.) (13) Nace con posibles: nasce con beni, con rendite. BERNARDA Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo. CRIADA No tengas miedo que se tire. BERNARDA No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana. (Sale la CRIADA.) MARTIRIO Nos vamos a cambiar la ropa. BERNARDA Sí, pero no el pañuelo de la cabeza. (Entra ADELA.) ¿Y Angustias? ADELA (Con intención.) La he visto asomada a la rendijas del portón. Los hombres se acaban de ir. BERNARDA ¿Y tú a qué fuiste también al portón? ADELA Me llegué a ver si habían puesto2(14) las gallinas. BERNARDA ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya! ADELA (Con intención.) Todavía estaba un grupo parado por fuera. BERNARDA (Furiosa.) ¡Angustias! ¡Angustias! ANGUSTIAS (Entrando.) ¿Qué manda usted? (14) Puesto: deposto (le uova). 97 ACTO III MARTIRIO ¡Calla! ADELA Sí. Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana. MARTIRIO Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo. ADELA No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique. MARTIRIO No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga. ADELA Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca. (Se oye un silbido y ADELA corre a la puerta, pero MARTIRIO le pone delante.) MARTIRIO ¿Dónde vas? ADELA ¡Quítate de la puerta! MARTIRIO ¡Pasa si puedes! ADELA ¡Aparta! (Lucha.) MARTIRIO (A voces.) ¡Madre, madre! (Aparece BERNARDA. Sale en enaguas, con un mantón negro.) BERNARDA Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los dedos! MARTIRIO (Señalando a ADELA.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo! BERNARDA ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia ADELA.) ADELA (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (ADELA arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. En mí no manda nadie más que Pepe. MAGDALENA (Saliendo.) ¡Adela! (Salen LA PONCIA y ANGUSTIAS.) ADELA Yo soy su mujer. (A ANGUSTIAS.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león. ANGUSTIAS ¡Dios mío! BERNARDA ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.) (Sale detrás MARTIRIO. Aparece AMELIA por el fondo, que mira aterrada con la cabeza sobre la pared.) ADELA ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.) ANGUSTIAS (Sujetándola.) De aquí no sales tú con tu cuerpo en triunfo. ¡Ladrona! ¡Deshonra de nuestra casa! MAGDALENA ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más! (Suena un disparo.) BERNARDA (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora. MARTIRIO (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano. ADELA ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.) LA PONCIA ¿Pero lo habéis matado? MARTIRIO No. Salió corriendo en su jaca. BERNARDA No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar. MAGDALENA ¿Por qué lo has dicho entonces?
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