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RIASSUNTI MANUALI LETTERATURA SPAGNOLA 3 CERRON PUGA SAPIENZA 12CFU, Sintesi del corso di Letteratura Spagnola

Riassunti dei capitoli selezionati dei manuali in programma 2020/2021 R.O. Jones - Historia de la literatura española 2. Siglo de Oro prosa y poesía (capitoli 6,7,8) E.M. Wilson, D. Moir - Historia de la literatura española 3. Siglo de Oro: teatro (capitoli 2,3,5,6) John H. Elliot, La Spagna imperiale: capitoli da 4 a 8

Tipologia: Sintesi del corso

2020/2021
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Scarica RIASSUNTI MANUALI LETTERATURA SPAGNOLA 3 CERRON PUGA SAPIENZA 12CFU e più Sintesi del corso in PDF di Letteratura Spagnola solo su Docsity! Manuali programma 2020/2021 – Letteratura spagnola III Cap. 6: La novela picaresca (Jones) La palabra “pícaro” se encuentra por primera vez en un texto de 1525, donde significa “marmitón”. El pícaro típico en literatura es hombre sin escrúpulos y parasito, pero no es a menudo violento: es un descarriado que busca siempre la ventaja fácil, y siempre intenta evadirse de la responsabilidad. Aunque es habitual incluir el Lazarillo de Tormes en el género, el primer personaje literario que fue llamado tal es el Guzmán de Alfarache – cuya primera parte fue publicada en Madrid, 1599 por Mateo Alemán. En 1602 fue publicada una segunda parte por Mateo Luján de Saavedra (seudónimo del abogado valenciano Juan Martí), pero la segunda parte de Alemán apareció en 1604. El mismo Cervantes aprovechó del género en su novela Rinconete y Cortadillo. La mayoría de las novelas picarescas fueran escritas en forma de autobiografía y son todas de carácter episódico. Pero la picaresca no constituye un género claramente definido como la novela pastoril. Pocos historiadores literarios atribuirían el éxito de la novela picaresca tan sólo a las condiciones sociales de España en los siglos XVI y XVII porque esta opinión no tiene cuenta del hecho de que hasta 1600 España no era muy diferente del resto de Europa en sus condiciones sociales. Debe buscarse otro factor. Américo Castro opina que tuvo su origen en el amargo resentimiento de los conversos que, a causa de su ascendencia judía, se encontraban considerador como extranjeros en su propio país y, aunque su origen por lo general no era conocido, vivían en constante temor de ser sacados a la vergüenza pública ya sus consecuencias sociales. El género fue luego explotado por escritores cristiano entre ellos Quevedo. Lo importante no son los antepasados de los autores sino el papel – explicito o latente – de la limpieza de sangre en las novelas mismas, en las que la irónica interpretación del honor “externo” se relaciona en cierto modo con la tensión social entra la ambición del honor y el temor de lo que pudiera revelar la investigación genealógica. En las obras picarescas serias, la libertad del pícaro es representada como un abandono de la responsabilidad. Sin embargo, el tema de la libertad picaresca era sin duda tentador. Está presente un deseo real de irresponsabilidad, de liberarse de las preocupaciones. La mala vida tenía un evidente atractivo también en Quevedo: sus jácaras (poemas escritos en germanía) son una muestra suficiente de eso. Aunque la novela picaresca debe su origen a algo más que a las condiciones sociales, éstas fueron sin embargo una rica fuente de material novelesco. La vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana: aunque apareció en dos partes, fue concebida como un relato único desde el principio. El mejor sumario es la propria “Declaración” con que Mateo Alemán presenta su libro. La obra es la narración que hace Guzmán de sus escapadas junto con su comentario moral sobre ellas, de manera que se nos da una doble visión de la peripecia. El comentario moral es parte integra de la obra. El libro es una homilía dirigida a un mundo percador y por ello alcanzó una popularidad que llegó a ser inmensa. Fue una de las obras del siglo XVII más frecuentemente reeditas – debió de leerse por la mayoría del público instruido europeo de aquel siglo. En el siglo XVIII las “digresiones” morales empezaron a considerarse tediosas por algunos lectores. La vida y la personalidad aparente de Mateo Alemán han tenido una cierta influencia en la interpretación de la obra. Nació en Sevilla en 1547, hijo de un médico, estudió medicina y llegó a desempeñar cargos de importancia dependientes de la Corona. En 1593 fue enviado como juez a investigar las condiciones de trabajo en las minas de mercurio de Almadén. Allí vio, quizá por primera vez, las profundidades de la degradación y del sufrimiento humanos. Más de una vez estuvo en la cárcel durante cortos periodos (abuso de autoridad, deudas). Nada se sabe de él después de 1613. Mucho se ha dicho de su supuesta ascendencia judía pero pruebas han demostrado lo contrario. Una de las modernas interpretaciones de la obra es la de Enrique Moreno Báez, quien de manera incontrovertible ha restaurado la unidad del libro demostrando la inseparabilidad de los episodios y del comentario moral. Lo considera como una respuesta a los ideales didácticos de la Contrarreforma y una encarnación de lo que ésta opina del hombre. La mentira es una constante en la sociedad humana, pero el engaño es más universal. Pero aunque el mundo engaña un hombre es responsable de sus acciones: no puede absolverse echando la culpa a su naturaleza corrompida. Todo hombre tiene la posibilidad de salvarse por arrepentimiento, como Guzmán se da cuenta de pronto al meditar un sermón que había oído. Su madre fue una adúltera, su verdadero padre un malvado sin conciencia. Después de abandonar casa Guzmán cae con facilidad en una vida de deshonra y ocio. Luego se establece en Madrid presentándose como un rico comerciante, se casa y, asociado con su suegro, se dedica a variados negocios deshonestos, con los que termina desacreditado y arruinado. Al morir su mujer, decide estudiar para sacerdote pero sólo por interés. Luego se enamora y abandona sus estudios pero su mujer le abandona, llevándose todo el dinero. Roba sistemáticamente y es enviado a galeras donde se pone a reflexionar sobre su destino y se arrepiente. Por último su virtud recién encontrada le trae su premio: invitado a unirse a la conspiración que prepara un motín, lo denuncia al comandante. El pecado original no es, sin embargo, el único tema del libro. Es el fondo sobre el que tiene lugar la acción; pero, al cambiar Guzmán a diferentes medios de vida y niveles sociales, muchos temas distintos solicitan su atención o la de su autor. Al denunciar los males de la sociedad de su época propone muchas reformas. Es evidente che el autor creía que algunas cosas podían cambiarse. Las frecuentes discusiones a propósito de la justicia y de su desnaturalización reflejan sin duda la preocupación profesional de Mateo Alemán en relación con el crimen y el castigo. La experiencia y la indignación de Guzmán son sin duda las de Mateo Alemán ya que él mismo había comparado y vendido fincas en Sevilla y en Madrid. En resumen, el libro es más que un sermón sobre el pecado original: es un estudio no sólo de la vida de un hombre, sino de la sociedad que le contiene. El autor tuvo la inteligencia de ver la importancia de la legislación; vio que el pecado original puede ser una constante, pero que muchas cosas deben ser rectificadas. Personifica los males de la sociedad que conoce, en un hombre que con debilidad se abandona al pecado hasta que el pecar se convierte en su manera de vivir, pero que finalmente podrá ser virtuoso. Los moralistas del tiempo, ciegos ante las realidades económicas, atribuyeron la decadencia de España a la pereza, pecado nacional: si se pudiera obligar los vagos a trabajar de nuevo, la prosperidad volvería. El ocio voluntario, la inconstancia, la ganancia deshonesta preferida al trabajo honrado, tales son las características de la sociedad estudiada en el libro. La prolijidad de los discursos morales no es menos apropiada al carácter de Guzmán, aunque sin duda es también un rasgo del mismo Mateo Alemán. De lo que se excusa Guzmán es de lo extraño que resulta encontrar la moralidad en la boca de un pícaro y esclavo de galeras. De toda manera, Mateo Alemán tuvo cuidado de procurar entretenimiento suficiente como para mantener el interés en los espíritus más banales. Incorporó tres narraciones siguiendo el modelo de las “novelle” italianas: la de Ozmín y Daraja, la de Dorido y Clorinia, y la de Dorotea. Las tres pueden ser consideradas ejemplares pues la virtud es recompensada y la villanía castigada. El estilo de Alemán es rico y vigoroso. En conjunto es de vocabulario sencillo, pero lleno de variedad en sus figuras retóricas y también en la alternancia entre la concisión y periodos más amplios y ciceronianos. La obra picaresca que se publicó a continuación lleva por titulo Libro de entretenimiento de la picara Justina (Medina, 1605) – parece estar compuesto sobre el modelo de Guzmán de Alfarache. La Historia de la vida del buscón llamado don Pablos, de Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, fue publicada en Zaragoza en 1626 – pero hay indicaciones internas que sugieren que compuso un primer borrador antes de 1604. Quevedo nació en Madrid en 1580 en una familia noble. Fue uno de los españoles más cultos de su época. Mantuvo correspondencia con el humanista Justo Lipsio, se movió entre los círculos superiores de la sociedad y estuvo muy implicado en asuntos de estado. Al caer de su protector fue desterrado, pero ascendió de nuevo con el advenimiento al trono de Felipe IV en 1621. El conde-duque Olivares lo encarceló en 1639 y quedó en libertad en 1643 con la salud quebrantada se retiró a su solar, donde murió en 1645. Escribió copiosamente en prosa y en verso sobre una gran variedad de temas. En El buscón las ambiciones inmorales del protagonista le llevan a castigo tras castigo a partir de su marcha a Madrid. Sufre una humillación cada vez más profunda que, en lugar de elevarse en el mundo, desciende a profundidades mayores hasta que al final va a parar al mismo fondo de la sociedad. El libro es claramente ejemplar. La intención didáctica del libro, sin embargo, no debe ocultar las ambiciones literarias de Quevedo. Hay insistentes reminiscencias del Lazarillo. Tanto Pablo como Lázaro son hijos de padres deshonrados. Igual que Lázaro casi se muere de hambre por culpa del cura de Maqueda, a Pablos le ocurre lo mismo en la academia del Dómine Cabra. Hay diferencias: la sobriedad y el realismo del Lazarillo están ausentes en El buscón, pero las semejanzas permanecen. Quevedo tenía la intención de superar al Lazarillo: exhibir la brillantez de su estilo e inventiva eclipsando una reconocida obra maestra de la distracción. El hambre de Lázaro es verosímil: el hambre que Pablos y sus compañeros sufren es fantástica. La intención es fundamentalmente seria y didáctica. Lazarillo representaba para Quevedo, como para Mateo Alemán, un ejemplo y una sugestión de ulteriores posibilidades narrativas. El hilo central de la obra de Quevedo es la ambición de Pablos de ser un caballero. criaturas como símbolos de la belleza y grandeza de Dios. Otro andaluz fue Luis Carrillo de Sotomayor, un noble cordobés autor del Libro de la erudición poética. Salvador Jacinto Polo de Medina se declaró anticulterano, aunque se detectan claras huellas de la influencia de Góngora en su obra. Esta es de carácter predominantemente festivo e incluye sátiras sobre los poetas culteranos. En Aragón nacieron dos poetas de estilo y temperamento severamente clásicos, los hermanos Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola. Aunque sería exagerado hablar de una “escuela” aragonesa, es innegable la influencia de los Argensola en el clasicismo de Esteban Manuel de Villegas, cuyo único volumen Las eróticas o amatorias contiene muchas imitaciones de Horacio, Anacreonte y otros. En Madrid los estilos y tendencias más diversos coexistían a medida que un número cada vez mayor de escritores gravitaba hacia el centro de la vida cultural española. Parte de la mejor poesía de la época fue escrita por poetas cortesanos relacionados con las academias literarias. Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas, compuso un conjunto considerable de poesía petrarquista elegante y bellamente expresada, exenta del culteranismo. Antonio Hurtado de Mendoza escribió con abundancia, pero sin gran profundidad. Sus poemas satíricos son mordaces. Debió mucho a Góngora, a quien pudo imitar a veces con encanto sobre todo en sus romances. Los tres poetas más grandes de la época requieren ser considerados por separado. Don Luis de Góngora y Argote nació en Córdoba en 1561, de familia noble. Su vida y sus obras le muestran como un hombre mundano, amigo de la buena mesa y de los placeres, aficionado a la música y a las mujeres, lejos de ser un hombre devoto, excelente contertulio y entregado con generosidad a su familia. Góngora escribió en diversas formas poéticas, a veces con sencillez, otras en un estilo de extrema complejidad. Su poesía culterana se hizo cada vez más difícil hasta que alcanzó su clima en los grandes poemas de 1612-13. Uno de los rasgos más característicos del estilo culterano de Góngora fue un uso intensificado de los lugares comunes de la poesía del Renacimiento. Compuso la más grande poesía del siglo XVII de Europa. Dos temas destacan en su poesía: lo efímero y lo mudable en los asuntos humanos, y la permanencia y belleza de la naturaleza, aspectos que además están íntimamente relacionados. Para Góngora el refugio de las vicisitudes y de los males de la Corte era la naturaleza – muy idealizada. Los temas de la Corte y el campo son reunidos en el romance “En un pastoral albergue” (1602) que vuelve a contar un episodio de Ariosto. En Medoro, Góngora usa su artificio poético para contrastar los valores de la Corte y del campo, la primera como fuente de lucha, el segundo como hogar del amor. Este poema exalta el amor. El objetivo del poeta no es el amor en sí, sino la locura de inútiles y destructores ideales, se muestra en la letrilla “Ándeme yo caliente” (1581). Permaneció fiel a su visión de la vida que sólo encontraba valor en lo natural y en lo humilde, y que se mofaba de la presunción y de lo inútil de lo heroico. La suprema expresión de esta visión está en las Soledades, la primera de las cuales escrita – como el Polifemo – en 1613; la segunda no se completó nunca. El poema está escrito en silvas (una disposición estrófica irregular de versos de siete y once silabas), aunque fuera mejor decir que todo él es una sola silva extensísima. En la primera Soledad un joven noble, herido de amor y náufrago, va peregrinando por el campo y asiste a una boda rustica; en la segunda, reside brevemente con un viejo pescador y su familia, antes de reemprender su camino. Sin embargo, trata más del espectáculo de la riqueza, inocencia y permanencia de la naturaleza, donde el extraviado joven es sólo un elemento en este tema. Góngora pretende que su poema adquiere un contenido esotérico. Parece sugerir que, al intentar descifrar las imágenes del poema, el espíritu llegará a percibir el esquema subyacente del mundo – descubriendo el concepto de la Primera Verdad (Dios). La primera Soledad culmina en la boda. Góngora compara a la joven novia con el Fénix volando sobre el Nilo y las pirámides: un icono verbal de la vida de la naturaleza que renace incesante en contraste con las obras muertas del artificio. La segunda Soledad vuelve a describir una vida de humilde concordia con la naturaleza. Abundan las referencias a la música y al ritmo. Parece aludir a la música del universo, la música mundana de Boecio y a todos los que escribieron sobre música hasta el siglo XVII. Las armonías de la música mundana que todo lo penetran, y los laberintos del universo descritos por Nieremberg, pueden ser tenidos en cuenta sólo en un poema que es en sí mismo espejo de sus complejidades. Su pretensión de que llevaba al lector a contemplar la Verdad Primera no era injustificada. La Fábula de Polifemo y Galatea nos vuelve a contar la historia de Acis y Galatea en las Metamorfosis de Ovidio – la historia de como conquista el amor de Galatea, cortejada sin éxito por el ciclope Polifemo quien mata Acis. Góngora reelaboró el asunto de manera radical, de tal modo que la libertad con que lo trata y la originalidad de su estilo nos permiten considerar su poema como una creación personal. El centro es Galatea y el amor que inspira, parece presidir como una diosa sobre el amor y la fertilidad. Polifemo, por otra parte, es monstruo. Pero en su canción de amor a Galatea se humaniza sutilmente. Sigue siendo inhumano por su estatura, pero es humano en su indefensión ante el amor. El poema es un himno a la vida. La irrupción de la violencia alude a lo precario de la felicidad humana: la alegría momentánea de los enamorados es deshecha bruscamente. En su Polifemo, como en Soledades, evoca una poética atmosfera de optimismo en la que la muerte queda absorbida dentro de la invencible armonía del universo. Las obras completas de Góngora no fueron impresas en vida: la primera edición fue publicada por Juan López de Vicuña con el titulo de Obras en verso del Homero español (1627). Lope Félix de Vega Carpio, uno de los fenómenos más asombrosos de toda la literatura española, fue prolífico en cualquier género. Nació de padres humildes, aunque llegó a vanagloriarse de sus orígenes de hidalgo. Tuvo alguna experiencia militar e incluso navegó con la Armada. En 1618 encontró a Marta de Nevares, su último amor. Vivió con ella hasta que – ciega y quizá incluso loca – murió en 1632. Tuvo que sufrir la muerte de su hijo Lope Félix y la fuga amorosa de su hija Antonia Clara. Llevaba entonces una vida muy devota y era, y había sido durante mucho tiempo, un hombre profundamente piadoso. Su última enfermedad fue corta, causada por un enfriamiento que cogió mientras regaba su jardín. Escribió varias epopeyas, así como otros largos poemas tales y varios volúmenes de poemas más cortos. Es un tópico que Lope derramó su vida en sus escritos. Desnudó su alma en público como ningún otro poeta de sus tiempos. Fue uno de los creadores más dotados y prolíficos del romancero nuevo, especialmente asociado al principio con el romancero morisco. En 1583 alcanzó su primer éxito popular con el romance sobre el moro Gazul que puede referirse a los amores de Lope con Elena Osorio. Como la mayoría de los romances artísticos, éstos aparecieron en forma anónima, y así fueron impresos en las colecciones de aquel tiempo. Numerosos romances que se sabe son de Lope aparecen en el gran Romancero general (Madrid, 1600), cuya segunda edición (1604) lleva un prólogo anónimo que le ha sido atribuido también. Durante su vida prodigó no sólo sus romances aparentemente espontáneos, sino también canciones y poemas liricos tan sensibles al espíritu de la poesía popular que con frecuencia es difícil decir lo que tomó prestado y lo que compuso. Pero non solo escribió poesía sencilla. La primera reacción de Lope al nuevo estilo de Góngora fue satírica; pero, herido quizá por la manifiesta seducción que Góngora ejercía sobre el publico culto, y siempre ávido de mostrar su erudición, Lope sucumbió por fin a la moda. Fue un error: sus talentos eran diferentes. El último libro de poemas de Lope, aunque no su última obra, fue Rimas del licenciado Tomé de Burguillos – seudónimo que había usado anteriormente. El volumen contiene poemas burlescos, incluyendo la epopeya La gatomaquia. Francisco de Quevedo y Villegas dejó un gran y complejo conjunto de poesías que no es fácil de enfocar. En su estilo, Quevedo es por encima de todo un conceptista. Su poesía, tanto la ligera como la seria, exige una agilidad mental constante por parte del lector. Su estilo epigramático, conciso, está en el polo opuesto de la luminosa sensualidad de Góngora. Aunque se captan ecos de él, Quevedo fue el más severo critico suyo. Cuando en 1631 Quevedo publicó la poesía de fray Luis de León, convirtió la epístola de su dedicatoria a Olivares en un ataque contra los culteranos. La clave de algunas de las contradicciones de Quevedo, y de otro muchos de sus aspectos, puede encontrarse en su estoicismo. Aspiraba, sin conseguirlo, a librarse del apego a las cosas de este mundo como preparación para la muerte. No es exagerado ver en el estoicismo de Quevedo la raíz de sus austeros ideales estilísticos y también de su antagonismo con Góngora. Entonces su lenguaje adquiere un matiz gongorino, pero una clara diferencia de temperamento y de perspectiva separa a los dos hombres. Esto aparece de forma expresiva en la canción tardía “El escarmiento” – uno de los poemas más austeramente impresionantes de Quevedo, en el que se alegra con tono sombrío de haber aprendido a vivir como si estuviera muerto. Uno de sus más memorables poemas es su “Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos” dirigida a Olivares, donde su estilo severo y elíptico expresa de forma perfecta la áspera vida que Quevedo toma como su ideal. El poema – escrito alrededor de 1627 – formula las esperanzas que había puesto en el conde-duque que parecía prometer una reforma y un resurgimiento nacional. La resistencia al adorno poético le lleva en ocasiones a un enérgico coloquialismo que presta fuerza y urgencia a algunos de sus más memorables poemas. De una manera u otra, gran parte de su poesía intenta desnudar la vida de su peligroso encantamiento. A Quevedo le fascina la fealdad que encuentra en la vida. Góngora también podía satirizar y ridiculizar, pero nunca se siente que la vida fuese odiosa para él: para Quevedo todo enseña desengaño, todo expresa la caducidad de las cosas de este mundo, y éste es el tema de uno de sus más famosos sonetos, “Miré los muros de la patria mía”. En sus poemas satíricos y burlescos los objetivos son por lo general los fallos y las locuras de la humanidad, incluidos la falsedad y el engaño. No toda su sátira tiene esta base moral: la debilidad humaba y la desgracia atraen su ponzoña por igual. Quevedo escribe dentro de la tradición petrarquista, cuyo vocabulario e imaginería reanima, de manera que sus poemas se expresan con una coz que es claramente la suya. Lo mejor de sus poemas amorosos – por ejemplo “Cerrar podrá mis ojos la postrera” – vuelve a usar elementos tradicionales de una manera igualmente creadora. Pero la poesía amorosa se complica a veces con otros estados de ánimo – expresan la tensión entre el enamorado y el estoico en Quevedo. Escribió cierto número de jácaras, romances escritos en jerga de germanía, que fueron famosos en su tiempo. Son característicamente ingeniosos y carecen por completo de contenido moral, expresando tan sólo el placer que se toma al inventarlos. Es evidente también que la mala vida tenía un gran atractivo en y por sí, expuesto de nuevo en el elogio de la picaresca. Durante su vida la poesía de Quevedo sólo circuló en antologías, pliegos y manuscrita. La primera colección de importancia fue publicada bajo el titulo El Parnaso español en 1648 por su amigo José Antonio González de Salas. Una colección posterior, Las tres musas últimas castellanas, fue editada en 1670. Cap. 8: Cervantes y la ficción novelesca posterior Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) era hijo de un oscuro cirujano. Marchó a Italia en 1569, fue soldado y combatió en Lepanto (1571) donde resultó herido, perdiendo el uso de su mano izquierda. Los corsarios le capturaron en 1575 y fue rescatado 5 años más tarde después de varios intentos de fuga. Le nombraron comisario encargado de comprar y requisar provisiones para la Armada. Estuvo en servicios similares del gobierno durante algunos años. Fue encarcelado varias veces. Se casó en 1584. Cervantes había empezado a escribir estando aún cautivo en Argel, donde compuso obras de teatro para divertir a sus compañeros de cautiverio, y algunos poemas. A su regreso a España escribió piezas teatrales, de las que sólo han sobrevivido dos – Numancia y El trato de Argel. Continuó publicando poesía, la mayoría de sus poemas son elogios de libros de otros autores. El viaje del Parnaso – 1614 – es un estudio heroico-burlesco del estado de la poesía. Sus otras obras son: Primera parte de la Galatea (1585), El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605), Novelas ejemplares (1613), Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615), Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha (1615), Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional (1617). Es evidente que Cervantes era un hombre muy culto, pero fue también un hombre de acción citado por su valor en Lepanto. Su primer libro fue una novela pastoril – La Galatea – de la que prometió una segunda parte en el prólogo de Don Quijote, parte II, y repitió la promesa en la dedicatoria de Persiles, cuando estaba ya en su lecho de muerte. Para él uno de los atractivos de la novela pastoril consistía probablemente en la oportunidad que ofrecía para intercalar numerosas narraciones cortas dentro de su maleable forma. Se interesó por la novella italiana durante sus años en Italia: en el prólogo de sus Novelas ejemplares dijo “que he sido el primero que he novelado en lengua castellana”. Fue el primero en demostrar un interés serio y sostenido por la “novella” como forma, y quien la estableció como género floreciente en España. Aunque sus novelas no fueron publicadas hasta 1613, algunas de ellas se escribieron antes. Rinconete y Cortadillo (mencionada en Don Quijote, 1, XLVII) y El celoso extremeño fueron copiadas en una colección manuscrita de miscelánea entretenida debida a Francisco Porras de la Cámara. Hay novelas intercaladas en el Quijote y se ha sugerido que el mismo iba a ser una novela corta: ciertamente la primera salida del caballero, que ocupa los cinco capítulos iniciales, constituye una unidad por sí misma. En el prólogo escribió “no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso” – además las novelas estaban pensadas como entretenimiento. El entretenimiento es una necesidad en la vida, pero debe ser moral; y Cervantes afirma que antes que publicar novelas que hubiesen de sugerir malos pensamientos o deseos se cortaría la mano que las escribió. Son doce novelas. El coloquio de los perros ocupa con propiedad el último lugar. Todas las novelas se refieren en cierto modo al bien y al mal, la mayoría de ellas al amor, o por lo menos a las relaciones sexuales. Son ejemplares en tanto que muestran ejemplos que evitar o imitar, pero no en todas ellas la moraleja queda bien explicita. Las novelas muestran la preocupación de Cervantes por la verosimilitud, que podemos tomar por un afán de credibilidad, aunque no de realismo. Se pensaba, siguiendo a Aristóteles, que mientras lo apropiado para la historia era lo particular, lo apropiado para el arte era lo probable, lo típico, lo universal. Los personajes que pueblan las Letra, un tema común en el Renacimiento al que Cervantes de nueva vida con el calor de su estilo. Estas palabras tienen una intención seria, y despiertan admiración por su “buen entendimiento y buen discurso”. Las “espontáneas” locuras de Don Quijote en la parte I no eran fácilmente repetibles; Cervantes puede haber intentado encontrar una fórmula que le ayudase a inventar. Una serie de bromas puede haber parecido la solución más fecunda. Joaquín Casalduero ve en la persona de Don Quijote una evocación más que seminostàlgica, aunque irónica, del pasado heroico (de España y del mismo Cervantes) que, después de alcanzar para ambos su apogeo en Lepanto, parecía ahora tan tristemente alejado y anticuado a la luz de la realidad más prosaica del siglo XVII. Las dos partes de Don Quijote alcanzaron un gran éxito entre los lectores, y se publicaron numerosas ediciones, seguidas pronto por las traducciones. Porque Cervantes había creado la obra de entretenimiento más ingeniosamente variada de las literaturas modernas, un modelo para la futura novela europea. El éxito de Don Quijote ante el público puede ser juzgado por la aparición en 1614 de una segunda parte apócrifa, bajo el nombre Alonso Fernández de Avellaneda, con toda probabilidad de seudónimo. Es evidente que el autor no era amigo de Cervantes, a quien critica e incluso insulta en el prólogo. La obra es de inventiva rudimentaria y carece de la chispa de Cervantes. Le irritó este libro hasta el punto de criticarlo en su propia parte II y de enviar a Don Quijote a Barcelona en lugar de a Zaragoza para subrayar la falsedad de la otra “historia”. La posibilidad que ofrece la forma de los libros de caballería a la imaginación e inventiva del escritor propone un proyecto literario que fue realizado por Cervantes en su Persiles y Sigismunda, una obra fundida en el molde de la novela bizantina y que por lo tanto tiene por tema el amor. La novela parece referirse en parte a la peregrinación espiritual del hombre, ilustrada por profusos relatos e incidentes que ejemplifican la virtud y la depravación. La obra no es realista excepto en la medida en que trata de motivos y problemas humanos, a los que sin embargo se da un escenario irreal. Cervantes ejerció una influencia mayor sobre la literatura española con sus Novelas ejemplares, que naturalizaron la novella italiana en España. Lope de Vega puso mano en esta forma y escribió cuatro novelas, la primera impresa en su La Filomena (1621) y las restantes en La Circe (1624) – escritas para Marta de Nevares (llamada aquí Marcia Leonarda) en un estilo sencillo y familiar. Lope esperaba eclipsar a su modelo, pero las tramas intricadas llegan a cansar, y los relatos difícilmente pueden contarse entre las más inspiradas obras de Lope. Alonso de Castillo Solórzano, sin duda el más prolífico escritor novelesco en la España del XVII, publicó numerosas colecciones de novelas, parecidas al del Decamerón. De Lope de Vega merece mención una obra de ficción: La Dorotea (1632). No es una novela: está dialogada y dividida en cinco actos, cada uno de los cuales termina con un coro, comentario moral versificado sobre la acción. Está inspirada en La Celestina. Su contenido es autobiográfico: los amores de juventud de Lope con Elena Osorio – vivió obsesionado durante medio siglo con el recuerdo de Elena. Cuenta como la hermosa Dorotea, que ama y es amada por Fernando, joven poeta egoísta y sin recursos, es impulsada por su madre y su celestinesca amiga Gerarda a los brazos del rico indiano Don Bela. Dorotea es abandonada por Fernando y pierde a Don Bela que es asesinado. El tema de la obra es la vanidad de las esperanzad y de los placeres terrenos. Lope escribió un profundo, compasivo y conmovedor estudio de las motivaciones y desilusiones humanas. Dada su elección de la forma, Lope tiene que dialogar todo lo que un novelista expresaría mediante la descripción y el comentario: acción, análisis psicológico, su propia actitud hacia sus personajes. Wilson: teatro (introducción) El teatro español de los Siglos de Oro reflejó los gustos, ideales y preocupaciones de una nación que alcanzó en poco tiempo una situación de inmenso poderío y riqueza como poseedora de un vasto imperio en América, los Países Bajos e Italia. Las primeras obras teatrales se escribieron en Castilla hacia el 1492 (reconquista de Granada y unificación de la España cristiana). Durante los reinados de Carlos V (1516-1556) y de su hijo Felipe II los dramaturgos escribían adquiriendo gradualmente nuevas técnicas y ensanchando el ámbito de la temática de sus obras y, de ese modo, los dos grandes géneros dramáticos españoles – la comedia y el auto sacramental – aparecen como el resultado de sus continuas experiencias. El teatro llegó a su máximo esplendor durante los reinados de Felipe III (1598-1621) y Felipe IV (1621-1665). Durante el sombrío reinado de Carlos II (1665-1700) la decadencia política, social y económica era muy acentuada y la producción dramática fue mucho menor. Los autores escribían para un publico que abarcaba toda la escala social. Las compañías de cómicos ambulantes iban de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo actuando allí donde encontraban espectadores. A fines de este siglo todas las ciudades y poblaciones importantes de España contaban con teatros fijos – los “corrales”. Madrid se convirtió en el principal centro teatral de España. En el decenio que comienza en 1630, la larga tradición de espectáculos costosos en las cortes de los reyes y de los grandes nobles culminó en la construcción del Coliseo Italiano del palacio del Buen Retiro – residencia de recreo de la familia real. Los autos sacramentales, de carácter alegórico-religioso se representaban no sólo en el palacio real, sino también en escenarios levantados en las calles para el pueblo. En sus mejores momentos fue un teatro acentuadamente didáctico por medio del cual unos escritores cultos comunicaban unas lecciones morales y políticas. El placer se ponía al servicio de la doctrina (Horacio). En su periodo de madurez estaba más cerca del teatro inglés de la época. Los dramaturgos españoles del siglo XVII no consideraban esencial respetar las unidades clásicas de tiempo y lugar, aunque a veces se valían de estas unidades para aumentar la tensión dramática. La división en cinco actos se redujo a la forma definitiva de los tres actos de la comedia. El teatro español se distingue por su rico sistema polimétrico, perfeccionado por Lope de Vega. Dentro de la misma obra se emplean diferentes metros y estrofas para expresar distintos tipos de escenas, situaciones o emociones dramáticas. Cap. 2: De Lope de Rueda a Cervantes La segunda parte del siglo XVI es un periodo de enorme importancia en el desarrollo de la comedia y del auto sacramental. Los cambios sociales influyeron en este desarrollo. Los gremios – reorganizados por los Reyes Católicos – iban adquiriendo mayor fuerza y consistencia a medida que avanzaba el siglo y la creciente prosperidad y el prestigio de los gremios contribuyó en gran modo a determinar la forma y el costoso fasto de los autos de corpus. Influyó también la sistemática comercialización de gran parte del teatro profano, con el establecimiento de teatros fijos para el pueblo. La primera figura notable de este periodo es Lope de Rueda (1509-1565), que no sólo fue un importante dramaturgo sino también uno de los mejores, si no el primero. Rueda y su compañía recorrieron el país a partir aproximadamente de 1540 hasta su muerte, actuando en los comedores de los palacios de la nobleza y en escenarios improvisados en patios. La mejor relación de sus actividades la dio Cervantes en el prólogo de Ocho comedias y ocho entremeses nuevos. Cuatro de sus comedias – Eufemia, Armelina, Los engañados y Medora – juntamente con dos de sus coloquios pastoriles – Camila y Tymbria – se publicaron en 1567 en una edición corregida y expurgada, por su amigo Juan de Timoneda. Algunas de las obras contienen rasgos que hacen pensar que Lope de Rueda y sus actores las representaban en tablados que se adosaban a la pared de una casa, usando las puertas y ventanas para efectos especiales, que el reparto de estas obras exigía por lo menos ocho o nueve actores, algunos de ellos interpretando dos papeles, y que la indumentaria de los actores era más variada de lo que pretende Cervantes. Además, empleaba también músicos expertos. La descripción de Cervantes nos proporciona elementos informativos esenciales sobre el actor Rueda. De los autos de Corpus que se sabe que Rueda representò, no tenemos por hoy noticia más precisa. Las 6 obras extensas que se nos han conservado en las versiones de Timoneda no parecen indicar que Rueda conociese la Poética de Aristóteles ni el Ars poética de Horacio. En cambio, permiten afirmar que había leído obras dramáticas y novelas cortas italianas – era un “italianizante”, un típico escritor culto del Renacimiento español. Sabemos que Los engañados es una cuidada refundición de una obra italiana anónima – Gl’Ingannati – que se representó por primera vez en 1531 en Siena; en la versión de Rueda aparece la mujer vestida de hombre que se convirtió en uno de los personajes favoritos del teatro español. Medora se inspira en otra obra italiana – La cingana di Giancarli. Y las dos piezas más famosas, Eufemia y Armelina, tienen también fuentes italianas. Ambas transcurren con una excesiva lentitud. La fuente de Eufemia es la misma que la del Cimbelino de Shakespeare, la brillante y divertida historia novena de la segunda jornada del Decamerón de Boccaccio. En Rueda el tratamiento de este tema es sencillo y pausado: el “introito” nos avisa de que en la obra habrá un conflicto dramático, pero hasta la sexta de sus ocho escenas no descubrimos en qué consistirá exactamente. En Armelina hasta la cuarta de sus seis escenas el autor apena hace nada para informarnos de que su heroína en realidad se siente muy desdichada y al borde de la desesperación por tener que casarse con un pretendiente suyo que es zapatero. Rueda solía escribir para el pueblo llano. Aunque muy descuidado en cuanto a la estructura dramática, demuestra ser un escritor de diálogo colorista y un creador de vivaces personajes cómicos. Algunos de los mejores fragmentos son las escenas cómicas o “pasos” que se intercalan entre acontecimientos graves. El “paso” es un fragmento dramático corto y divertido en el que intervienen un reducido número de personajes cómicos y generalmente de baja condición. Era una unidad preparada de antemano a las que los actores podían recurrir para animar sus obras más extensas. En la evolución de la comedia, los pasos de Rueda fueron los antecesores de los entremeses. Uno de los mejores es el paso tercero del Deleitoso. El más conocido de todos es el paso séptimo del Deleitoso, a menudo llamado Las aceitunas. El edito póstumo de Rueda, Juan de Timoneda, publicó volúmenes de otros dramaturgos y fue también escritor por derecho propio. La colección más importante de teatro religioso del siglo XVI está contenida en uno de los códices de la Biblioteca Nacional, que comprende 95 obras dramáticas escritas aproximadamente entre 1550 y 1575, todas publicadas por Léo Rouanet. Cada una empieza con un “argumento” destinado a preparar al público para el espectáculo, casi todas tienen escenas cómicas que están a cargo de un “bobo”. La mayoría terminan con un villancico, y algunas están divididas en dos partes por la inclusión de un entremés. Generalmente están escritas en quintillas. Tratan episodios de la vida de Jesucristo, y otras de su pasión, muerte y resurrección, del culto de la Virgen María, vidas de santos. Doctrinalmente ortodoxo y emotivamente conmovedor, este teatro religioso figura entre los mejores frutos literarios de la España de la Contrarreforma. En el siglo XVI el teatro escolar también tuvo un considerable florecimiento. Las universidades reconocían la utilidad de las representaciones teatrales como parte del programa académico, para adiestrar a los estudiantes a hablar fluidamente el latín coloquial, como ejercicio de retórica e instrucción en la doctrina cristiana y moral, para celebrar las festividades. En la primera parte del siglo, las obras representadas en las universidades por lo común estaban escritas en latín. El más destacado de los dramaturgos universitario, Juan Lorenzo Palmyreno, no ocultaba su deuda para con el teatro en lengua vulgar. También muy importantes dentro del teatro académico fueron las obras representadas en la multitud de colegios o escuelas que en el siglo XVI fundaron en España los jesuitas, quienes aspiraban a reemplazar los sermones aburridos por diálogos amenos acompañados por acciones. Los dramaturgos jesuitas compusieron un amplio muestrario de obras edificantes, tanto sagradas como profanas. Los autores de la Compañía más famosos del siglo XVI fueron el padre Pedro Pablo de Acevedo y el padre Juan Bonifacio. La más famosa obra jesuita fue Tragedia de san Hermenegildo. El teatro escolar contribuyó en gran modo a la formación de la “comedia nueva” y del auto sacramental, por las características de las obras y también por las características de los hombres que se educaron en las universidades y en los colegios de los jesuitas. Ese teatro formó aspirantes a dramaturgos, como en el caso de Calderón. A pesar de eso, la Compañía de Jesús estuviera en la vanguardia de los numerosos ataques dirigidos contra las representaciones públicas. Los jesuitas admitían que interpretar teatro o presenciarlo eran en sí “acciones indiferentes”; pero en cuanto orden no podían aceptar la idea de que el teatro destinado a todo el mundo podía ser otra cosa que un estímulo para la corrupción. Sin embargo, los ataques contra el teatro público a cargo de los jesuitas y de otros severos moralistas tuvieron un efecto positivo: fueron el principal motivo de que hubiera una legislación teatral y de que se instaurara un sistema de censura que fue haciéndose cada vez más estricto y mejor organizado a medida que avanzaban los Siglos de Oro. La comedia clásica ejerció una larga y profunda influencia, mientras que la influencia de la tragedia clásica llegó en un momento ya muy tardío. A partir da Juan del Encina los dramaturgos del Renacimiento escribieron obras de carácter trágico. No obstante, hasta el decenio que comienza en 1570 no apareció una escuela de trágicos españoles conscientemente clasicistas. Cuando esta escuela empezó a existir, su principal fuente estilística no era la tragedia griega, sino Séneca, el gran modelo de todas las corrientes trágicas europeas del renacimiento y del siglo XVII. Esta escuela recibió su impulso de un dramaturgo portugués – Antonio Ferreira – quien en su obra A Castro (sobre el amor del príncipe don Pedro de Portugal por la noble Inés de Castro y el asesinato de su amada en 1355) inició una nueva tradición entre los trágicos clasicistas peninsulares, la de escribir un teatro de historia peninsular. Sería un error pensar que la influencia de Séneca termina alrededor de 1590; en realidad fue una rica fuente de inspiración para muchos dramaturgos del siglo XVII. Las compañías de cómicos ambulantes, como la de Lope de Rueda, siguieron actuando por toda España a finales del siglo XVI y durante todo el siglo siguiente. Estas “compañías de lengua” tuvieron una inmensa importancia en dar a conocer el teatro, y con él un cierto grado de moralización que los dramaturgos españoles responsables siempre trataron de incorporar en sus obras. El Viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas hace un fascinante relato de la vida de los cómicos ambulantes y de sus autores de comedias. Fue en este periodo cuando los teatros públicos fijos aumentaron en número, no sólo en los grandes centros teatrales textos impresos y en manuscritos de los siglos XVII y XVIII se le atribuyen muchas obras que en realidad no son de Lope. Los autores no siempre firmaban o databan sus manuscritos y en las obras impresas es frecuente que no se indique la fecha ni el lugar de publicación; y cuando se dan unas fechas por lo común sólo pueden considerarse como termini ad quos de composición. En el caso de las comedias de Lope, Morley y Bruerton analizaron la evolución del uso que hace de diferentes tipos de estrofas en sus obras indiscutiblemente auténticas y fechables, con objeto de dar unas fechas aproximadas a las comedias que no podían datarse. Lope escribió mucho sobre sus principios dramáticos. Cualquier estudio serio de sus obras debe ir precedido del estudio de su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo – poema de 389 versos -, que escribió para la Academia de Madrid y que publicó en 1609. Nos permite saber lo que pensaba Lope y sentía en 1609 acerca de escribir para ese público tan variado desde el punto de vista social que se apretujaba en los corrales. El poema, que tiene algo en común con el Art poétique de Boileau, nos muestra a un Lope bien inserto en la gran tradición clásica del teatro europeo. Lope, Tirso de Molina, Calderón no siempre respetaron las unidades neoclásicas de tiempo y lugar en la comedia, pero a su manera eran clasicistas. Lope siguió y perfeccionó la tendencia de los dramaturgos del siglo XVI de introducir escenas y episodios cómicos dentro de obras graves, en teoría defiende este uso, que parece proceder de Giambattista Guarini y tal vez de otros defensores italianos del género de la tragicomedia. El poema es en parte una defensa de la “comedia nueva” contra sus atacantes neoclásicos, pues en España la nueva dramaturgia suscitó polémicas estéticas, a veces no poco violentas, que empezaron como mínimo en 1605. Pero el poema es también una guía práctica, escrita por un experto, y destinada a los dramaturgos que aspirasen a complacer a un público, tan exigente desde el punto de vista teatral, como era el de Madrid en 1609. Habla de la influencia de Lope de Rueda en la formación de la nueva dramaturgia y a continuación trata de los orígenes de los diferentes géneros en la antigüedad clásica. Para el teatro clásico recomienda el estudio del famoso comentario sobre la Poética de Aristóteles (Florencia, 1548) del italiano Francesco Robortello, y su tratado sobre la comedia. Luego Lope pasa a lo que es el fin más practico de su poema: dar consejos con objeto de escribir nuevas obras para los corrales. En primer lugar, el autor ha de elegir su tema sin preocuparse por si escribe o no escribe una comedia en la que figuran reyes; recuerda a sus lectores que, a pesar de todo lo que los teóricos digan sobre la separación de las clases sociales entre tragedia y comedia, Plauto incluyó al dios Júpiter en su comedia Amphitruo. Lope no podía dejar de conocer las largas polémicas que se habían sostenido en Italia sobre la licitud y la permisibilidad de la tragicomedia pastoril de Guardini “Il pastor fido”, que fue con mucho la obra del Renacimiento europeo más famosa e influyente, y también la que con mayor frecuencia se tradujo y se adaptó. Il pastor fido se había compuesto entre 1580 y 1585. Hubo críticos que opinaron que la tragicomedia como género ni existía ni debía existir. Guarini argüía que la mezcla de elementos trágicos y cómicos en el teatro se justificaba porque también existían en la naturaleza muchas mezclas admirables de cosas diversas y contrarias. Lo que Lope parece estar haciendo en el Arte nuevo es aprovechar la teoría di Guarini para justificar su propio teatro. Insiste en la observancia de la unidad de acción, pero no trata de hacer cumplir las unidades neoclásicas de tiempo y lugar. No obstante, recomienda una nueva unidad de tiempo de su propia invención: que, a ser posible, lo que sucede en cada actor no exceda de los limites de un solo día. Lope continúa aconsejando a los autores que primero escriban sus argumentos en prosa y que los dividan en tres actos, de acuerdo con las nociones clásicas de prótasis (exposición), epítasis (nudo) y catástrofe (desenlace). Insiste en la importancia de la verosimilitud en las palabras que se ponen en boca de los diferentes tipos de personajes. Sobre todo aconseja el empleo de procedimientos que muevan al auditorio a adivinar lo que va a suceder, sin que logren saber lo que en realidad sucederá. Pero el deleite no es el único fin de la “comedia nueva”. Y Lope, que escribió sus obras, no sólo para divertir al pueblo y a los nobles, sino también para enseñarles verdades útiles, termina el Arte nuevo afirmando la función didáctica del teatro español. “Deleitar aprovechando”, la frase que constituye el título de uno de los libros de Tirso de Molina expresa concisamente la doble función que tenia el teatro en la opinión de los dramaturgos y teóricos responsables en la España del siglo XVII. Se aceptaba que el aspecto deleitoso de la literatura y del teatro era lo esencial, y su elemento didáctico accidental, pero este último elemento está presente en la gran mayoría de las obras de los Siglos de Oro. En muchas de las comedias de su madurez, vemos Lope ya orientándose hacia lo que encontramos en la mayor parte de las obras calderonianas, un teatro de ideas en el cual tanto la acción como la caracterización de los personajes están determinadas por las exigencias del tema. En el estilo y en las técnicas de Lope hay un perfeccionamiento continuo, y parece que consciente, entre Los hechos de Garcilaso de la Vega y el moro Tarfe – su única obra en cuatro actos – y las últimas obras maestras – como El castigo sin venganza. Las primeras obras de Lope muestran a menudo la miopía dramática que ya hemos observado en otros ejemplos del teatro del siglo XVI. Su habilidad dramática fue haciéndose cada vez más segura. Desarrolló la figura del “gracioso”, el criado cómico que es, en un sentido, una parodia humorística de su amo, y, en otro, un completo contraste respecto a él, pero cuya filosofía a ras de tierra llega a construir un admirable y continuo contrapunto a las elevadas ideas del hombre a quien sirve. Lope también desarrolló la intriga secundaria hasta llegar a convertirla en un complemento significativo de la intriga principal y, por último, mejoró muchísimo la estructura dramática de sus comedias, su eficacia como poemas dramáticos variados pero coherentes, y su contenido didáctico. En su producción el grupo más numeroso pertenece al género de las comedias amorosas llamadas “de capa y espada”. Es una variante de la tradición de la comedia que va desde Plauto y Terencio hasta la comedia burguesa y doméstica de nuestra época. Una de las mejores obras de este tipo que escribió es La dama boba (1613), sobre la vieja idea de que el amor puede volver listo al más tonto. Otras de esto tipo son: Los melindres de Belisa, La discreta enamorada, El acero de Madrid. Dentro de este género, vemos a Lope en su vertiente más divertida, tratando de un modo hábil, ligero, pero a menudo satírico, las costumbres, los tabúes y los prejuicios de su propia clase social. Lope escribió también interesantes comedias amorosas que caen fuera de las estrictas limitaciones de clase de la comedia de capa y espada, ya que sus principales personajes son de una condición social superior. Bances Candamo las llamaba “comedias de fabrica” (es: El perro del hortelano, La hermosa fea). Sobre todo, en la primera parte de su carrera, escribió también obras amorosas siguiendo la moda pastoril en su doble vertiente novelesca y poética. Ninguna de las obras de este género que escribió para los corrales tiene un interés especial. El verdadero amante es la más conocida de estas comedias. La mejor de las comedias pastoriles que compuso es en realidad La Arcadia, escrita mucho después que las otras – probablemente 1615 – adaptación dramática de una novela pastoril que llevaba el mismo titulo y que es del propio Lope. Acerca de la supuesta incapacidad de Lope en el género de la tragedia se han dicho multitud de desatinos. Uno de los tópicos predilectos de la historia de la literatura ha sido el de afirmar que los dramaturgos españoles del siglo XVII no habían podido o sabido escribir verdaderas tragedias. Los autores dramáticos del siglo XVII, siguiendo la teoría renacentista entonces vigente, trataron todos los temas históricos con una seriedad que, por lo común, estaban lejos de conceder a las historias inventadas. El propio Lope dijo en el Arte nuevo: “Por argumento la tragedia tiene la historia, y la comedia el fingimiento”. Torres Naharro hizo una división entre comedias a noticia y comedias a fantasía. A fines del siglo XVII Bances Candamo divide la masa de las llamadas comedias en comedias historiales y amatorias. Las obras de los Siglos de Oro a partir de Lope de Vega pueden clasificarse aproximadamente en tragedias/históricas y comedias/inventadas. Al igual que Shakespeare, los autores dramáticos españoles del siglo XVII suelen incluir, aunque no siempre lo hagan, elementos cómicos en sus tragedias. También es digno de notarse que, aunque estos dramaturgos trataban los temas históricos de un modo grave, no dejaban de tomarse libertades, cambiando detalles para acomodarse mejor a sus propósitos didácticos. Los “ingenios” del siglo solían alterar los pormenores históricos porque creían, siguiendo Aristóteles, que la verdad histórica o particular es inferior a la verdad universal o poética. Lope parece que conocía bien esta doctrina aristotélica, y la aplicó con gran habilidad en varias tragedias excelentes. Fue muy diestro en la comedia, pero llegó a sobresalir en la tragedia. En los Siglos de Oro, la Biblia era historia, y Lope escribió muchas obras excelentes sobre temas bíblicos y vidas de santos. “Comedias a lo divino” y “comedias de santo” se prestaban a impresionantes efectos escénicos. Los moralistas opinaban que tales obras eran especialmente escandalosas, ya que a menudo quienes las representaban eran actores profesionales de vida poco ejemplar. A pesar de todo, Lope y otros las consideraban como medios de instruir en la doctrina práctica del cristianismo. En un país en el cual la gran masa de la población era analfabeta, el teatro popular era sin duda alguna una de las tres grandes fuerzas educativas, siendo las otras dos los cuentistas públicos y la Iglesia. La costumbre y el decoro imponían una importante limitación a la temática de estas obras. El personaje de Jesucristo adulto no podía representarse dignamente en los corrales, sólo se admitía que dramatizasen el nacimiento y la infancia de Cristo. Con todo, su vida posterior se juzgaba adecuada para tratarse en los autos de Corpus Christi, cuyas representaciones se vigilaban de un modo mucho más severo que las obras interpretadas en los corrales. Probablemente fue Lope quien escribió una interesante obra inspirada en los cuatro primeros capítulos del libro del Génesis, La creación del mundo y primera culpa del hombre, explicando el concepto del pecado original, sus consecuencias y sus implicaciones morales respecto a la vida cristiana. Pero quizá la más bella de todas las obras bíblicas de Lope es du dramatización del Libro de Ester, La hermosa Ester (1610), cuyo manuscrito autógrafo se encuentra en el Museo Británico. De las comedias de santo hay tres que se destacan. La más sugestiva e impresionante de ellas es La buena guarda – es una dramatización sencilla de la leyenda de la monja que huye con su amante. Para recompensar su devoción a la Virgen, su ausencia pasa inadvertida, ya que un ángel en representación de la Virgen asume la apariencia de la fugitiva y ocupa su lugar hasta su regreso. Esta obra es una de las mejores entre las muchas que la literatura española ha dedicado al culto de la Virgen María, y la más divertida de todas. La segunda comedia de santo de Lope que tiene un interés especial es El divino africano. Se trata de una dramatización de la conversión de San Agustín. La tercera de las comedias de santo lopescas que podemos considerar descollantes tiene un interés que desborda en mucho los limites usuales del teatro religioso. Se trata de Lo fingido verdadero (1608), que Lope dedicó a su gran discípulo Tirso de Molina. El argumento se refiere a la conversión y martirio, bajo el emperador romano Diocleciano, del actor san Ginés, que los representantes y los ingenios del teatro de los Siglos de Oro consideraban como su santo patrón. Pero la obra presenta también la ascensión de Diocleciano de soldado a emperador y la caída de diversos emperadores que reinaron antes que él. El tema central es la idea filosófica y religiosa del gran teatro del mundo: “todo el mundo es un escenario” en el cual todos los hombres son actores que representan sus cortos papeles durante la vida hasta que son llamados ante Dios para que Él les juzgue según su interpretación. Diocleciano y Ginés, presentan dos tipos de actores completamente diferentes, y en este contraste el dramaturgo sugiere ideas sobre el arte de la interpretación que son tan sutiles como penetrantes. Lope sentía una especial inclinación a extraer lecciones para el presente de la historia pasada de España y Portugal. Escribió numerosas obras sobre temas históricos españoles. En general lo que predicaba era la integridad moral, la fidelidad, el espíritu patriótico, el respeto a la autoridad legítimamente constituida y la esencia y responsabilidades de la nobleza y la realeza. Las fuentes de sus obras históricas, al menos de las que tienen temas anteriores al Renacimiento, son crónicas, leyendas y los romances de tradición oral. Entre estos dramas, uno de lo más bellos es El bastardo Mudarra (1612) – sobre la trágica leyenda de los Siete Infantes de Lara. Una de las tragedias mejores y también más sombrías de Lope está inspirada en un episodio de la historia de Portugal: El duque de Viseo (1604-1610). Su tema es la dificultad de administrar justicia cuando tan a menudo las apariencias pueden ser engañosas. El caos político de España en el siglo XV, antes de que se restableciera el orden en el reinado de los Reyes Católicos, ofreció a Lope y a sus contemporáneos temas para muchas obras sobre la necesidad de la fidelidad, la justicia y la concordia dentro del Estado. Entre estas obras figura la Fuenteovejuna de Lope (1611-1618). La fuente de su trama argumental es un fragmento de una crónica de las tres ordenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, aunque el primer impulso del proceso creativo de la obra quizá se debió a una reflexión de Lope sobre una frase proverbial muy conocida – “Fuenteovejuna lo hizo” – o bien a uno de los Emblemas morales de Sebastián de Covarrubias Horozco. La obra cuenta las perturbaciones causadas en el Estado y en la aldea de Fuenteovejuna por Fernán Gómez de Guzmán, un malvado comendador mayor de la Orden de Calatrava, la revuelta de los aldeanos, su pacto de no revelar la identidad de las personas que dieron muerte al tirano, el fracaso de los jueces de los Reyes Católicos, que ni siquiera apelando al tormento consiguen pruebas de la identidad de los responsables, y el perdón final de los aldeanos por el rey Fernando, ya que los culpables no han podido ser identificados por la ley. Trata de los conflictos de honor. La afirmación que hace Lope en el Arte nuevo de que las obras que tratan conflictos de honor “mueven con fuerza a toda la gente” sin duda refleja unas preocupaciones reales en el público para el que él escribía. El “código de honor” que se manifiesta en estas obras quizá nunca existió en la vida cotidiana de los españoles, pero estaba compuesto por temores, prejuicios, valoraciones sociales y situaciones legales que tenían plena realidad. El sentido del honor propio es el conocimiento de hasta qué punto los demás, y también uno mismo, ha de tener con nosotros el debido respeto. La legislación española, desde la época de los visigodos en adelante, daba abundantes motivos para preocuparse acerca del honor propio. Una persona deshonrada, tanto si el deshonor se debía a una culpa suya como si era inocente de él, aunque físicamente siguiera vivo, podía considerarse socialmente muerto. Podía sin embargo recuperar el honor perdido, ya fuera por medios legales, ya por efusión de sangre, ya que dar muerte a quien había quitado la honra, era un procedimiento legalmente aceptable para reivindicarse desde el punto de vista social. La ley condonaba la muerte de la esposa infiel y de su amante, y también tendía a condonar los homicidios cuando el adulterio no se había probado, pero llamas, el símbolo de la destrucción de la ciudadela de su honor y del dolor de su alma, y también una sugestiva imagen del fuego infernal en el que arderá por fin Don Juan. En Sevilla, él finge ser su licencioso amigo el marqués de la Mota, y así seduce a Doña Ana de Ulloa, la dama de quien está enamorado el marqués. Luego seduce a una segunda mujer plebeya, Aminta. La obra termina cuando el rey de España restablece el orden en la sociedad casando a las victimas de Don Juan con parejas apropiadas. Para poder comprender la obra hay que prescindir por completo de cualquier noción de tipo romántico que tendiera a presentar la figura de Don Juan como atractiva o envidiable. El Don Juan de Tirso no es digno de admiración ni Tirso intenta presentarle a su público como atractivo, aparte de un único episodio, aquél en el que Don Juan se esfuerza por salvar a Catalinón de morir ahogado en el mar. Recurre a “reservas mentales” que en la obra se presentan como ruines, con objeto de evitar cumplir su palabra; cuando por lo común es un cobarde, sólo parece no serlo ante la estatua, y entonces demuestra ser un necio. Tirso rehúye todo sentimentalismo para tratar a él y a los demás personajes de la obra de un modo irónico, con despego. Don Juan, que confía en su juventud y que espera tener una larga vida por delante para poder arrepentirse, descubre súbitamente, demasiado tarde ya, que la vida puede ser muy corta. El burlador es, en esencia, una obra religiosa cuyo mensaje es una llamada al arrepentimiento inmediato en razón de la incertidumbre del momento final e irremediable. Don Juan es también un destructor diabólico. Gran parte de las tensiones de esta obra, de ritmo tan rápido, proceden de los enfrentamientos entre “el destructor” y las fuerzas que defienden el orden y la armonía – el rey, el padre. Don Juan no deshonra a las mujeres movido por un simple deseo carnal, sino por el placer de deshonrar. Es una imagen del Diablo. Dios triunfa y los representantes de Dios sobre la tierra consiguen restaurar una cierta armonía sobre las ruinas de tanto desastre. Don Gonzalo, que ha muerto, es el único personaje que ha demostrado una verdadera integridad de carácter en todas las circunstancias. De hecho, la obra presenta la fragilidad de la sociedad humana en varios niveles. El condenado por desconfiado: es una obra de género muy distinto, aunque desde el punto de vista temático aparezca estrechamente vinculada con El burlador. Tirso la publicó en su Segunda parte (1635). Al comienzo de la obra, Paulo lleva una vida de ermitaño, apartado de la sociedad de los hombres, que él considera como la puerta del infierno. Su objetivo al ayunar y rezar es salvarse a sí mismo, y temerariamente implora a Dios que le revele si irá al Cielo o al Infierno. Al ver que Paulo duda de su fe y está pecando por orgullo, el Demonio decide tentarle y se le deja ver en figura de ángel. Fingiendo ser un emisario de Dios, dice a Paulo que tendrá el mismo fin que un hombre famoso e intrépido llamado Enrico y que vive en Nápoles. Queda aterrado al descubrir que Enrico es un criminal arrogante y sacrílego. En el curso de la obra, los dos cometen terribles crímenes. Mientras que Enrico al final se arrepiente y su alma se salva, Paulo no. El trasfondo intelectual de la obra fue una acalorada y sutil polémica teológica, conocida con el nombre de la controversia De auxiliis, y que sostuvieron los molinistas contra los bañecianos. Los bañecianos acusaban a los molinistas de atribuir demasiada importancia a la libertad humana, tendiendo así a la herejía pelagiana, según la cual el hombre puede salvarse sin la ayuda de la Gracia divina. Los molinistas decían que los bañecianos tendían a la herejía calvinista, según la cual Dios predestinaba a unas almas al Cielo y a otras al Infierno. La controversia empezó en 1588 y, aunque en 1607, el papa Paulo V impuso silencio a ambos bandos, de hecho, la polémica siguió viva hasta bien entrado el siglo XVII, tanto en España como en Francia. La obra tiene dos protagonistas y dos intrigas entrelazadas de igual importancia temática. Desde la primera escena la ostentosa piedad de Paulo nos tiene que hacer sospechar que en él hay algo falso, y más tarde se nos hace comprender que en Enrico hay también algo más importante que su criminalidad. La obra es una demonstración magistral y sutil de un tema predilecto dentro de la literatura de los Siglos de Oro, el de que las apariencias engañan. Es más bien una demonstración de la necesidad de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza, Caridad. Vemos como Paulo peca contra estas tres virtudes teologales y se condena. Es discutible que el tema central del teatro – tan profundamente moral – de los Siglos es la capacidad del libre albedrio humano para superar todos los obstáculos de la vida, por grandes que sean. La fuerza dramática de la obra estriba principalmente en el imaginativo uso que hace el dramaturgo de la sorpresa en sus dos intrigas paralelas, y, sobre todo, en la admirable caracterización psicológica de Paulo y Enrico, personajes que se contraponen con una maestría admirable. Raras veces el teatro español nos ha ofrecido dos tipos humanos mejor contrastados; porque la auténtica grandeza de la obra está en la comparación entra Paulo, el frío, orgulloso y desconfiado intelectual, y Enrico, el criminal sencillo y arrogante, pero espontaneo que es capaz de amor. Entre las comedias de Tirso hay también un compuesto por obras que tratan temas del Antiguo Testamento. La más impresionante de todas es La venganza de Tamar, intensa dramatización de la historia que cuenta como el hijo primogénito del rey David – Amnón – se enamora de su hermanastra Tamar, la viola y es castigado por su incesto siendo apuñalado en un banquete por los servidores de su hermanastro, el ambicioso Absalón, quien está ávido por heredar el trono. Algunos críticos exageran las verdaderas dotes de Tirso para crear en sus obras personajes femeninos de fuerte personalidad, y le atribuyen una especial penetración en lo referente a la psicología femenina. A pesar de todo hay obras en las que Tirso juega irónicamente con contrastes de caracteres y actitudes de los sexos, dando a cada uno las características morales y psicológicas que esperamos encontrar en el otro. Otra excelente opera de tema histórico que presenta una mujer extraordinaria en contraste con hombres más débiles es Antona García – cuya acción tiene lugar durante la guerra de la Beltraneja, en la que se enfrentan Fernando e Isabel con Doña Juana, que aspira al trono. Se destacó también en el teatro de humor, no sólo con episodios cómicos intercalados en sus obras graves, sino también en numerosas comedias llenas de ingenio. Una de sus mejores comedias de capa y espada es Don Gil de las calzas verdes – en la que Doña Juana, a quien su galán Don Martin abandona por otra dama, decide reconquistarle disfrazándose de hombre, con el nombre de Don Gil, consiguiendo que su rival se enamore de ella bajo este disfraz y apartándola así de Don Martin. Tirso escribió también algunos autos sacramentales para el Corpus Christi de gran interés. El más atrayente es El colmenero divino. Cap. 6: Calderón Don Pedro Calderón de la Barca nació en Madrid el 17 de enero del año 1600. Su abuela materna fundó una capellanía familiar en beneficio de los tres hermanos, y Pedro fue educado con la idea de que cuando tuviese la edad requerida se hiciese cardo de este beneficio eclesiástico. La madre murió en 1610 y el padre volvió a casarse, pero la madrastra sentía poco afecto por los tres jóvenes. En 1615 murió el padre dejando un duro testamento en el que se amenazaba a Diego con desheredarle si seguía cortejando a cierta joven y le ordenaba que siguiese el camino que él le había trazado. Pedro recibió una excelente educación en el Colegio Imperial de los jesuitas y luego pasó a Salamanca para estudiar derecho canónico. En 1621 los tres hermanos se vieron complicados en un homicidio y, tras refugiarse en la embajada de Austria, tuvieron que indemnizar a los parientes de la víctima, vendiendo el oficio de su difunto padre – que de otro modo hubiese heredado Diego. Sus composiciones poéticas empezaron a aparecer impresas en 1620. Sus primeras obras dramáticas fechables son de 1623. Fue elogiado por Lope de Vega, pero sus relaciones con aquél se rompieron cuando – en 1629 – uno de sus hermanos fue herido a traición por un actor que buscó refugio en el convento de las Trinitarias en que había profesado la hija de Lope. A Calderón no se le acusó de haber penetrado en el convento; el supuesto asesino era el culpable de violar el santuario. Por estos años empezó a adquirir fama de dramaturgo. Sus primeras obras estaban destinadas a los corrales, aunque a menudo se representaban luego en palacio. Una vez terminado el palacio de Buen Retiro, escribió obras especialmente adecuadas a las nuevas condiciones escénicas que sólo se daban en este recinto. Felipe IV reconoció sus méritos iniciando los trámites para su ingreso en la orden de Santiago, y le fue concedido el hábito de caballero en 1637. Dos volúmenes de obras suyas se imprimieron en 1636-37. En 1640 los catalanes se rebelaron contra el gobierno central, y Calderón hizo honor a sus deberes como miembro de la orden sirviendo valientemente en la guerra en las campañas de 1640-41 y en 1642. Los reveses nacionales, unidos al sentido de culpabilidad que tenia el rey motivaron que se restringieran las representaciones teatrales y finalmente el cierre de los teatros durante los periodos octubre de 1644 a Pascua de 1645 y de 1646 a 1649 o 1650. Ocupó la capellanía de su abuela y cantó su primera misa en octubre de 1651. De una parte, se le pidió que compusiera autos sacramentales para la celebración del Corpus Christi y que ideara nuevos espectáculos cortesanos para el palacio y, de otra, una petición suya para ocupar un cargo adecuado a su nueva condición fue negada por un clérigo que juzgó incompatibles el sacerdocio con la poesía. Pero a partir de 1651 escribió autos de Corpus para la ciudad de Madrid y obras dramáticas para el palacio real, liberándose así de escribir directamente para los corrales. Calderón escribió más de ciento veinte comedias y más de setenta autos sacramentales. Su producción dramática, aunque no inmensa como la de Lope, es a pesar de todo considerable. Fue un caballero que se llamaba a sí mismo Calderón de la Barca antes de la mayoría de edad; pero vivió del teatro y escribió con la seguridad de un profesional. Incluso en sus obras primerizas se advierte en él una notable habilidad técnica. Desde luego, aprendió mucho de los que eran mayores que él. Tributó un emocionado elogio a Tirso cuando aprobó la Quinta parte de las obras de este autor en 1636. Ya a principios de los años 30 encontramos elogios de las obras de Calderón – tributados sobre todo a su habilidad en el empleo de los efectos escénicos y de la tramoya -, pero hasta muchos años después no se le consideró como un gran dramaturgo. Sus estudios en el Colegio de los jesuitas en Madrid sin duda alguna le dieron una formación adecuada a lo que luego necesitó como autor dramático. Allí aprendió latín y retórica, hizo copiosas lecturas de los autores antiguos y se le enseñó a combinar argumentos con elegantes figuras de dicción, con objeto de cultivar el arte persuasoria y al mismo tiempo examinar y comprender la psicología tradicional del neoescolasticismo. Los rasgos característicos del verso calderoniano – esos discursos de fuerte trabazón lógica, con elaboradas correlaciones, prolongadas y conceptuosas metáforas e imágenes retóricas – probablemente tuvieron su origen en las aulas de los jesuitas y en las obras que allí estudió, además de en los dramas escolares que se representaban en el colegio y en las declamaciones públicas que sin duda también contribuyeron a despertar su imaginación y su talento creativo. Está clara la influencia que ejercieron sobre él los dramaturgos del periodo, sus lecturas preferidas (los poemas culteranos de Góngora ya circulaban e iban a dejar muchas huellas en los pasajes descriptivos de sus obras), las nueve partes del Romancero General, los poemas de Lope y las canciones, las obras en prosa de Cervantes. Hay muchos ecos de Cervantes en las obras de Calderón, aunque por desgracia su obra Los disparates de don Quijote no ha llegado hasta nosotros. A primera vista, la amplia perspectiva vital de Cervantes y su amplia tolerancia parecen pertenecer a un mundo muy distinto del de las construcciones formales de Calderón y su moralidad ortodoxa. Pero las dos novelas de El curioso impertinente y El celoso extremeño parecen haber impresionado al joven dramaturgo, quien quizá vio en ellas un reflejo de su propia situación. No debemos olvidar que sufría también por los proyectos de un padre tiránico empeñado en que su segundo hijo no siguiera la vida que él quería llevar. Los análisis de la relación padre-hijo tienen algo en común con las historias en que Cervantes trata el tema del deshonor marital. En 1621, cuando Calderón llegó a la mayoría de edad se negó a ordenarse sacerdote. Dejó de firmar con el apellido de la abuela y a partir de entonces se llamó “Calderón de la Barca”. El hecho de que la primera etapa de su vida fuese más bien desordenada no significa que no leyese ni estudiase, ni tampoco que en esta época su religión fuese meramente convencional. Pero encontraremos reflejo de esta actitud desaforada en varias de sus obras primerizas (Luis Pérez el gallego, El purgatorio de san Patricio). Estas obras de juventud se escribieron para los teatros públicos, aunque de vez en cuando se representaban también en el palacio ante el joven Felipe IV. Dentro de este grupo hay que incluir una obra sobre las guerras que por aquel tiempo tenían por escenario a Flandes (El sitio de Breda muestra de un género que no volvería a cultivar nunca más). Su primera gran obra maestra, El príncipe constante, se estrenó en 1629. Se basa en la historia del príncipe histórico Fernando de Portugal, que murió en Argel cautivo de los moros, y de quien Calderón hizo un mártir cristiano que prefirió la abyecta esclavitud y la muerte a permitir que se le pusiera en libertad a cambio de la ciudad de Ceuta y de la pérdida de almas para Cristo. El drama contrasta la figura del héroe con la de su valeroso pero indeciso hermano. También en 1629 Calderón compuso dos famosas comedias de capa y espada: La dama duende y Casa con dos puertas, mala es de guardar. Estas comedias son la continuación de las obras de amor y celos de Lope y Tirso, aunque ahora más estilizadas, más complicadas, más ingeniosas. El objetivo inmediato con el que se escribieron era el de proporcionar un entretenimiento refinado, divertir a un tipo de público más culto del que era habitual en los corrales. Aunque concebidas primordialmente como entretenimiento, no sirven tan sólo para distraer los ocios de la jornada. En general se fundan en una serie de normas de conducta muy estrictas que el autor defiende: ser cortés, hacer honor a la palabra dada, proteger a los desvalidos, ayudar a los amigos. En estas comedias no faltan tampoco ocasionales apuntes de critica social. En muchas de estas obras, comedias de capa y espada y comedias palaciegas, Calderón expresa la idea de que el paso del tiempo revelará la verdad, restaurará relaciones rotas y va a resolver otras dificultades (Dar tiempo al tiempo). Los títulos proverbiales de muchas y su mismo fundamento – el mundo es un laberinto confuso -, así como las virtudes que preconizan (prudencia y confianza) no dejan de tener relación con el sistema moral de la fe cristiana en la que había sido educado su autor. En los años treinta se estrenaron muchas de sus obras más conocidas. El nuevo palacio del conflicto se hizo inevitable. Su hija Isabel, aún muy niña, vio disputado su derecho al trono por su reaccionario tío don Carlos. Los liberales moderados se aliaron rápidamente a su causa, representada por la regencia de su madre María Cristina. Estalló la primera guerra civil carlista que iba a durar hasta 1839. Luego se improvisó una paz que sirvió para obligar a don Carlos a abandonar momentáneamente el país. Con su marcha el tradicionalismo extremista no tuvo más remedio que apartarse progresivamente de las decisiones políticas efectivas. La lucha por el poder había dividido a los liberales. Cuando la regente María Cristina se apoyó en ellos para proteger los derechos de su hija frente a don Carlos, una facción del partido – los moderados – aprovechó la oportunidad para aliarse con la monarquía y propiciar una evolución del régimen. Su propósito era convertir el liberalismo en algo respetable, estableciendo alrededor del trono un gobierno seguro. En el segundo y tercer cuarto del siglo XIX siguieron las amenazas carlistas desde las provincias del norte, mientras que al mismo tiempo los exaltados, ala izquierda de los liberales, provocaban oleadas de violencia revolucionaria que ya se habían extendido por el país en 1820 y 1837, y ahora provocarán los sucesos de 1848, 1854 y 1868, donde nuevos conceptos – republicanismo, socialismo, federalismo – se entremezclan a las viejas prédicas del doctrinarismo liberal, y donde la vieja alianza de las barricadas – burguesía, clase media, pueblo llano – encuentra progresivamente sus definiciones de clase. Cuando los moderados subieron al poder, España carecía de la infraestructura y de la estructura social capaz de sostener el desarrollo industrial. Hasta el 1860 la misión del gobierno era defenderse de las amenazas, evitar la bancarrota nacional y preparar el camino para el modesto desarrollo industrial. El problema fundamental era, no obstante, el de la tierra. La desamortización de Mendizábal en 1836 puso en practica un programa que en el siglo anterior preocupó a Campomanes y Jovellanos, pero ni afectó a las propiedades de la nobleza ni consiguió la creación de una clase social de propietarios medianos, ya que primó el objetivo político de ganarse para el constitucionalismo a las clases privilegiadas, exclusivas beneficiarias de las subastas de bienes desamortizados. Apareció una fuerte burguesía terrateniente que inclinó a su favor la balanza del poder dentro la sociedad española. A partir de 1830 las provincias vascas y Cataluña empezaron a experimentar una lenta revolución industrial. La producción de trigo se incrementó en más del 30% y la población continuó creciendo alrededor de un millón casa 10 años. Hasta la mitad de 1850 se desarrolló un frágil equilibrio de poder entre el trono, el ejército y las figuras políticas de los partidos moderados. El brote revolucionario de 1848 – que para otros países fue una línea divisoria – en España se pudo reprimir fácilmente. En España los movimientos de la clase obrera no aparecieron hasta 1868, y aun entonces tuvieron limitada importancia. O’Donnell fundó el partido de la Unión Liberal que se hizo cargo del gobierno desde 1854 hasta 1868. El partido fue derivado hacia la tendencia política dominante en la época: un riguroso pragmatismo en el que se iba reemplazando progresivamente el poder de la monarquía y el ideal de estado católico tradicional unido a ella, por la perspectiva de una naciente plutocracia que creía principalmente en la riqueza y la expansión económica. La nueva oligarquía se basaba en la noción de que el progreso material, reservado principalmente a la burguesía, era el punto de partida necesario para la marcha del hombre hacia la libertad y el progreso moral colectivo. Mientras los románticos, casi todos liberales, se habían dividido con su partido en moderados y exaltados, los escritores más importantes de mitad de siglo fueron todos unionistas liberales. En los años de hegemonía de la Unión Liberal – la década de 1850 – se consiguió por fin cierto grado de estabilidad política sin exceso autoritarismo. Se duplicó el comercio español con el extranjero, se construyeron amplias extensiones de vías férreas y de carreteras, el sistema bancario español fue modernizado y afluyó capital extranjero. En 1867 una crisis de finanzas y subsistencias precipitó la revolución del año siguiente. La primera victima fue la reina Isabel, quien, al negarse a hacer concesiones políticas a la izquierda, precipitó su propia caída. La izquierda, por su parte, logró resultados importantes: el sufragio universal, la libertad religiosa, la libertad de prensa y asociación, y el derecho a ser juzgado por un tribunal. El asesinato del general Prim, el fracaso de la coalición revolucionaria, la guerra de guerrillas en Cuba y una fuerte tendencia hacia el republicanismo en las elecciones de 1871, provocaron la abdicación de Amadeo de Saboya (monarca italiano) en febrero de 1873. Mientras tanto, el pretendiente don Carlos, viendo llegar su oportunidad, había convocado una revuelta general contra el intruso rey extranjero: comenzaba la tercera guerra carlista. La república de 1873 tuvo pronto que luchar contra dos frentes: los carlistas en el norte y las insurrecciones federalistas en otras provincias. Los que salvaron la situación fueron Castelar y Pavía. La restauración de la vieja monarquía (con el hijo de Isabel, Alfonso XII) produjo un retorno a la estabilidad política y un resurgimiento de la prosperidad económica que duró hasta los años noventa. El gobierno ganó la guerra carlista a principios de 1876 y dominó la insurrección cubana al año siguiente. Mientras tanto Cánovas del Castillo permitió a la Iglesia ejercer un control continuado sobre la educación. A finales del siglo XIX ya había empezado a surgir un nuevo grupo de escritores e intelectuales jóvenes. Eventualmente tomarían su nombre del año del desastre sobrevino en 1898: la generación del 98. Una de sus principales preocupaciones era la regeneración cultural e ideológica de España. Cap. 9: Galdós, Carlín y Pardo Bazán Entre 1861 y 1869 la literatura española estuvo desprovista casi por completo de obras de ficción. Galdós Benito Pérez Galdós (1843 – 1920) era el hijo menor de un excombatiente de la guerra de la Independencia de condición social acomodada y de una madre inflexible y dominante. Ya había empezado a escribir cuando le inviaron a estudiar derecho a Madrid en 1862. En sus primeros años como escritor en una época en que las novelas que no se publicaban por entregas o por series en la prensa, se tenían que editar a expensas del autor, el periodismo y su tía le proporcionaban dinero. Escritor progresista, siempre preocupado por la política, aceptó de Sagasta un escaño en el Congreso y, tres años más tarde, a pesar de la oposición ultracatólica que le persiguió toda su vida, fue elegido miembro de la Real Academia. A partir de 1892 emprendió por su cuenta la reforma del teatro – con Electra y Casandra produjo una verdadera conmoción pública. La edad le hizo más radical y al volver al Congreso en 1907 lo hizo como republicano y en 1909 llegó a ser, con Pablo Iglesias, jefe titular de la conjunción republicano-socialista. Su postura izquierdista, que solamente vaciló al final de su vida, le hiso perder la oportunidad de un premio Nobel en 1912. Poco se puede aprender sobre la teoría de la novela de Galdós por sus escritos críticos. El más importante y el menos accesible es un ensayo titulado “Observaciones sobre la novela contemporánea en España” que publicó en la Revista de España en 1870. Lamentando la incapacidad de la novela moderna para ganar una buena posición en España, lo atribuía en parte a la corrupción del gusto por las traducciones extranjeras y en parte a la ineptitud de los escritores españoles para observar de cerca la realidad circundante. La afirmación central del ensayo es que debe proporcionar la principal fuente de inspiración al novelista el espectáculo de la clase media y las costumbres urbanas contemporáneas, la sociedad nacional y coetánea, y el maravilloso drama de la vida actual. Consideraba estos como los grandes temas de una nueva novela de costumbres. En su discurso de la Real Academia hay dos puntos notables: uno subraya explícitamente la diferencia entre él y su principal adversario en la novela – Pereda – no en cuanto escritores creadores sino en cuanto a perspectiva. En Pereda y Galdós no sólo se enfrentan dos concepciones de la novela, sino dos concepciones opuestas de la vida y de la verdad: una – cerrada y estática, la otra – amplia, abierta, tolerante y progresista. El segundo punto de importancia en el discurso es la definición che hace de la novela: debe reproducir la imagen de la vida, es decir todo lo espiritual y físico que nos constituye y nos rodea. Aquí se clasifica a si mismo una vez más como realista y también como novelista microcósmico: uno que aspira a crear un mundo ficticio total sacado de la observación directa de la realidad. Sus maestros reconocidos fueron Balzac y Dickens. A pesar de todo lo que él dice, alguno tabúes antirrealistas permanecen, especialmente en el aspecto sexual, junto a la incapacidad suya de hacer plena justicia al matrimonio – la más importante de todas las instituciones sociales de la clase media en el siglo XIX. Tampoco en su obra, la sociedad industrial, el problema agrario o el interés por el modelo educativo español están virtualmente ausentes. A su nivel de microcosmos social, el mundo de Galdós parece ir completo en comparación con La comédie humaine de Balzac. Lo que es discutible es que en su obra se observa un punto crítico entre La familia de León Roch (1878) y La desheredada (1881), mientras otro ocurre entre Misericordia (1897) y Electra (1901). Empezó con La sombra, una novela corta del género fantástico, escrita quizás en 1867, que indica su punto de partido en una pura fantasía, es decir un triunfo de la imaginación sobre la realidad (que en su periodo de madurez critica como el mayor vicio nacional). La fontana de oro (1870) – primera novela larga de Galdós – marca a la vez el principio de la novela moderna en España y el comienzo de su periodo histórico, que le llevaría a las cinco series sucesivas de Episodios nacionales. Escrita cuando se estaba preparando la revolución del 1868, introduce los presupuestos en la novela histórica. Su intención no era reconstruir descriptivamente el pasado distante, sino interpretar el pasado reciente de un modo didáctico para descubrir los orígenes de los procesos ideológicos, políticos y sociales operantes en la España de la época. La novela evoca el desigual conflicto entre la minoría del bando liberal en la que se encuentra el héroe Lázaro y el régimen reaccionario de Fernando VII. Es interesante que en la segunda edición cambiara el final de la novela por unos menos feliz; pero luego volvió al que aparece ahora. Los “Episodios Nacionales”: en ellos desarrolló al máximo el potencial ya latente en alguno de los folletines más social e históricamente conscientes de escritores que habían ya usado como marco los sucesos de su propio siglo. Durante casi cuarenta años, con un significativo lapsus entre 1879 y 1898 que separa la segunda serie de la tercera, continuó explotando sistemáticamente el pasado reciente de España desde 1807 a la Restauración. En la novela histórica anterior hubo una tendencia general de mitificar la historia en aras del orgullo nacional. Le tocó a Galdós abrir nuevos caminos hacia la realidad. Entre la segunda serie y tercera hay un marcado cambio de perspectiva. Se alza el creciente sentimiento de desengaño y pesimismo: desde el quinto episodio, Napoleón en Chamartín (1874) hasta el numero treinta y cuatro, La revolución de julio (1904), la convicción galdosiana de un lento pero inevitable progreso entra en conflicto con su visión más profunda de una España dividida por dos fanatismos opuestos, traicionada por el voluntario absentismo político de su propia clase media y dejada a merced de una oligarquía inepta y corrompida. Los diez primeros episodios (escritos entre enero de 1873 y primavera de 1875) exploran el resurgimiento de un ideal español nacional y patriótico en la lucha contra Napoleón. En ellos se enfrenta con el problema del equilibrio: entre los hechos y la ficción; entre las fuerzas ideológicas opuestas, sin sacrificar sus simpatías liberales; y sobre todo entre la narración y la interpretación. En la segunda serie, escrita entre 1875 y 1879, el énfasis pasa necesariamente de la autoafirmación nacional y patriótica a la lucha consiguiente entre las ideas tradicionales y progresistas. Dispone los episodios de tal modo que formen una crónica de la subida al poder de la clase media. En el momento álgido de su carrera creadora (1880-90) interrumpió los Episodios y se dedicó a las Novelas españolas contemporáneas y al teatro. Cuando el ruinoso pleito con su socio – Miguel de la Cámara – le obligó a principios de 1898 a volver a las viejas obras que le habían dado tanto dinero, su concepción de la vida nacional había cambiado mucho. Lo que la transformó fue el desengaño de su propia clase social, la cual, corrompida por la repentina obtención del poder en 1868, bajo la Restauración había traicionado los ideales de la Gloriosa. A Galdós le preocupaba sobre todo la divulgación de la historia de España y de los problemas involucrados en ella. Se basaba en los hechos y respetaba la cronología histórica, poblando sus episodios con personajes auténticamente históricos que aparecen en lugares y situaciones concretas y documentables. A menudo ameniza la narrativa con una intriga amorosa. Las novelas de la primera época: Galdós fue viendo que la restauración de los Borbones en el trono en diciembre de 1874 amenazaba los logros de la revolución de 1868 – evidente sobre todo en el campo de la tolerancia religiosa. Por eso, a principios de 1876, empezó a publicar por entregas – en la Revista de España – la más agresiva de sus novelas de la primera época – Doña Perfecta – haciendo que su aparición coincidiera con los debates del Parlamento sobre la cuestión religiosa y que fuera un ataque directo contra la intolerancia y el fanatismo religioso. Durante toda su vida estuvo obsesivamente interesado por la religión, aunque fue incapaz de apreciarla en un nivel espiritual más profundo y parece haberle faltado un auténtico sentido interno de la trascendencia divina. Procuró presentar la religión como un evangelio social inseparable de las buenas obras prácticas, no exento de protesta social, libre de restricciones dogmáticas y basado en la ley del amor. A la vez, en su crítica a la Iglesia católica, atacaba el rigorismo institucional, el dogmatismo, la influencia autoritaria del clero sobre asuntos domésticos y públicos, el espíritu inquisitorial, el fanatismo y el mantenimiento del tradicionalismo reaccionario. Doña Perfecta: fue escrita en dos meses. Trata de la historia de un joven ingeniero de Madrid – Pepe Rey – y de su infructuosa lucha contra Doña Perfecta y sus aliados clericales y reaccionarios en la provincia de Orbajosa. El punto central de la estructura de la obra es el capítulo XIX cuando los dos se enfrentan. Galdós realiza un esfuerzo notable para defender la perspectiva de Perfecta desde su propio punto de vista religioso y, haciendo que Pepe recurra a métodos incorrectos para apoyar su causa, establece un equilibrio de justificación moral. En las dos obras siguientes – Gloria (1876-77) y La familia de León Roch (1878) – se acentúa también la lucha entre el individuo moralmente superior y un sistema social inmóvil marcado por una cruel intolerancia religiosa. Entre las dos publicó otra obra – Marianela (1878) – su favorita. Es su única concepto de determinismo a la conducta humana, con una deplorable tendencia a recalcar lo sórdido, lo feo y lo proletario. El tercer aspecto es su defensa del realismo como “una teoría más ancha, completa y perfecta que el naturalismo”. Salió en defensa de la literatura española, cuyo carácter castizo y propio era más realista que otra cosa, y en especial defendió el realismo “a la española” de Galdós y de Pereda. Las novelas principales: La tribuna (1883) – primer reflejo literario de la auténtica vida de la clase trabajadora urbana. Ejemplifica su concepción personal del naturalismo que implica una observación detallada y atenta de la vida proletaria, con una pequeña proporción de crítica social implícita, pero sin determinismo o pesimismo inoportunos. En 1885 publica El cisne de Villamorta – su primer gran éxito popular. En 1886-87 aparecieron las dos novelas más importantes – Los pazos de Ulloa y su continuación La madre naturaleza. Cuenta la torva historia de una oligarquía que ha perdido su papel social y retiene solamente sus características negativas. En esta, más que en ninguna obra, muestra su dominio de la técnica dramática en la novela. La primera es, fundamentalmente, el estudio de un proceso social, como es la desintegración de la clase dominante; la segunda es el estudio de un proceso natural, a pesar de que sea condenado por la sociedad – el descubrimiento del amor de Perucho y su hermanastra Manolita. Cuando llegaron los años noventa, sus perspectivas e ideas empezaron a sufrir un cambio, y su desafiante feminismo y su intelectualismo militante se vieron reforzados por la creciente intuición de lo inminente de la catástrofe de 1898. La última fase: en esa fase advertimos que sus conscientes intenciones ideológicas predominan sobre su capacidad creadora. Bajo la influencia de la novela rusa sus convicciones religiosas empezaron a imponerse en sus novelas. Las dos obras salientes de este periodo son La quimera y La sirena negra. STORIA Cap. 4: Il destino imperiale La politica estera di Ferdinando La politica di Ferdinando fu quella che portò la dinastia asburgica alla testa della Spagna. Ferdinando, che aveva ostilità per i francesi, cercò di indurre sua moglie ad abbandonare la politica di alleanza tra la Castiglia e la Francia, così offrì ai paesi nemici della Francia (Germania, Italia, Paesi Bassi, Inghilterra) l’alleanza castigliana, proprio per allacciare rapporti con i paesi europei e isolare diplomaticamente la Francia. Questi furono gli obiettivi permanenti della politica estera di Fernando. Si dedicò in particolare al rafforzamento dei legami tra Spagna e Portogallo, sperando così di preparare la strada all’unificazione definitiva di tutta la penisola iberica. Di fatto, nel 1490 ebbero luogo le nozze tra Isabella – figlia maggiore dei Re Cattolici – e il Principe Alfonso del Portogallo, che pochi mesi dopo morì e quelle nozze furono vane. Isabella risposò il re portoghese Emanuele, ma morì l’anno dopo, in seguito al parto dell’infante Miguel, che visse solo 2 anni. Così, Ferdinando e Isabella diedero in sposa allo stesso Emmanuele la loro quarta figlia Maria, per non trascurare alcuna possibilità di assicurare la successione ai troni congiunti di Spagna e Portogallo. Ferdinando indirizzò tutte le sue energie fuori della Spagna, con il proposito di svolgere una politica estera più attiva. La sua attenzione volse sulla frontiera franco-catalana e sull’Italia. Il primo obietto della politica estera fu il recupero delle contee catalane del Rossiglione e della Cerdagna, parte integrante dei domini dei re spagnoli. Con il Trattato di Medina del Campo, siglò un’alleanza con l’Inghilterra per facilitare un’invasione spagnola nel territorio francese e recuperare così le contee, ma questo piano fallì. Quando il re di Francia Carlo VIII progettò di scendere in Italia, per garantirsi il disinteresse della Spagna, restituì a Ferdinando le due contee, con il Trattato di Barcellona. L’invasione dell’Italia da parte di Carlo VIII veniva a costituire una grave minaccia per la Corona d’Aragona. La Sicilia era possedimento aragonese, mentre il regno di Napoli apparteneva a un ramo collaterale della casa d’Aragona. Per bloccare l’avanzata, nel 1495, fu formata una coalizione europea che univa Inghilterra, Spagna, L’impero e il Papa: La Lega Santa. Sempre per accerchiare la Francia, Ferdinando creò cinque ambasciate permanenti: a Roma, Venezia, Londra, Bruxelles e presso la corte austriaca. Tali ambasciate ebbero un ruolo importante nel procurare successo alla politica estera spagnola, anche se, il servizio diplomatico spagnolo soffriva di gravi carenze organizzative. Il fatto che non si avesse una capitale stabile comportava che la documentazione diplomatica venisse sparsa per tutta la Spagna. Nel 1495 Carlo VIII entrò a Napoli. Fu inviato, in Sicilia, un corpo di spedizione con al comando Gonzalo de Cordoba, così che iniziarono le campagne di guerra in Italia: la prima campagna italiana fu un fallimento. Gonzalo si impegnò nella formazione di un esercito di mestiere, e cominciò ad allestire nuove formazioni che potessero reggere l’attacco. Occorreva irrobustire la fanteria. Gonzalo compì una rivoluzione nell’ordinamento del suo esercito che diventò un esercito costituito essenzialmente da fanti, e i primi frutti si videro con il trionfale successo nella battaglia di Cerignola. Ma quando si trovarono di fronte a francesi e svizzeri, ci si accorse che il loro armamento era troppo leggero e che quindi non erano adeguatamente protetti. Fu necessario fornirli di maggiore protezione, pur conservando la loro rapidità. Le compagnie furono raggruppate in coronelias. Fu questa organizzazione, escogitata dal capitano, quella che formò la base per uno sviluppo ulteriore: l’esercito venne ripartito in tante unità di tipo nuovo dette “ tercios”. Il tercio si rivelò un’unità combattente di straordinaria efficacia, fu l’unità di combattimento che dominò per più di un secolo sui campi di battaglia dell’intera Europa, procurando splendidi successi a Ferdinando. Non solo i francesi furono battuti sul campo di battaglia, ma Ferdinando riuscì a cacciare dal suo trono la dinastia napoletana. Nel 1504 i francesi sconfitti riconobbero come legittimi padroni di Napoli gli spagnoli e così Napoli si congiunse alla Sicilia e alla Sardegna diventando possedimento aragonese. L’acquisto di Napoli fu un trionfo di primaria grandezza per la politica estera di Ferdinando. Ferdinando aveva assortito le sue alleanze con vincoli matrimoniali, ma in seguito a varie morti, la speranza di avere un successore maschio svanì. Il diritto di succedere ai genitori spettava all’infanta Giovanna (Juana) e quindi al suo primogenito Carlo, che doveva ereditare sia la Spagna sia i domini ereditari degli Asburgo. L’unione della Spagna e dei domini asburgici era l’ultima cosa che Ferdinando e Isabella avrebbero desiderato; Isabella morì tormentata dal pensiero che il governo della sua Castiglia sarebbe toccato ad una figlia mentalmente instabile e ad un genero inetto che non sapeva nulla della Spagna e dei suoi costumi e che neppure dimostrava desiderio di imparare qualcosa a riguardo. La politica estera di Ferdinando, iniziata tentando di guadagnare alleati alla Spagna nel conflitto con la Francia, aveva avuto come esito finale quello di porre l’eredità spagnola nelle mani di una dinastia straniera. La successione asburgica Dal momento in cui Isabella morì, il destino della Spagna si trovò congiunto con gli eventi della corte borgognona. Ferdinando, era stato posto dal testamento della moglie in una posizione infelice. Privato del titolo di Re di Castiglia, gli veniva consentito di governare il paese in assenza della nuova regina Juana, poteva al massimo reggere la Castiglia fino a che Carlo, figlio di Juana, non avesse raggiunto i vent’anni. Filippo (marito di Juana) si mostrò ben accetto a non lasciarsi sfuggire di mano la sua nuova eredità. D’altra parte, poteva contare sull’appoggia di molti nobili castigliani che odiavano Ferdinando, nobili che avevano anche sostenitori importanti alla corte di Borgogna. Oltre agli intrighi aristocratici che si sviluppavano per favorire la successione di Filippo e Giovanna, lo sviluppo del commercio di lana castigliana aveva finito per rendere interdipendenti l’economia della Castiglia e quella dei Paesi Bassi. E la scoperta delle Indie aveva reso ancora più apprezzabili ai mercati olandesi i rapporti commerciali con la Spagna. Quindi, considerazioni economiche finirono per aggiungersi all’ambizione aristocratica nel mettere in moto una corrente che voleva più stretti vincoli tra Spagna e i domini asburgici. Ferdinando si accorse del pericolo ma poteva fare ben poco, la sua posizione diventata sempre più malsicura. Operò un rovesciamento totale della sua tradizionale politica estera e cercò l’appoggio francese. La manovra portò al Trattato di Blois con Luigi XII. In forza di tale trattato Ferdinando doveva sposare la nipote di Luigi, Germaine de Foix. Se lei avesse partorito un erede, l’intero problema della successione si sarebbe riaperto e sarebbe stato possibile contrapporre il neonato erede alla candidatura asburgica al trono di Spagna unita. Germaine partorì un figlio che campò solo poche ore. Il secondo matrimonio di Ferdinando non fece che rendere più saldi i legami tra i grandi nobili e l’arciduca Filippo. Filippo combinò un compromesso con Ferdinando: il compromesso prevedeva un governo tripartito di Ferdinando, Giovanna e lui stesso. Nonostante l’accordo, nessuno dei due sovrani aveva fiducia nella parola dell’altro. Firmarono poi un accordo col quale si stabiliva che Ferdinando cedesse il governo della Castiglia al suo “dilettissimo figlio”, promettendo di ritirarsi nei territori della Corona d’Aragona. Filippo e Ferdinando convennero anche sul fatto che l’infermità mentale di Giovanna la rendeva inetta al governo e così firmarono un secondo trattato sulla sua esclusione al potere, ma ore dopo Ferdinando fece sapere di non riconoscere la validità degli accordi e che sua figlia non doveva essere privata dei suoi diritti di regina proprietaria della Castiglia. Ferdinando lasciò la Castiglia in attesa di tempi migliori. Filippo morì e la sua scomparsa portò la sua vedova sopraffatta dal dolore al limite della più scoperta follia. Lasciò il figlio di 6 anni, Carlo di Gand, come erede al trono spagnolo. Venne creato un consiglio di reggenza presieduto dall’arcivescovo Cisneros, ma di fronte al disordine pubblico, chiesero a Ferdinando di tornare. Egli si mosse con cautela, cercando di consolidare la sua posizione prima di prendersela con i nobili faziosi come il marchese di Priego. Sua figlia Giovanna, ormai completamente pazza, si ritirò, pur restando regina di Castiglia fino alla fine dei suoi giorni. Data la sua inettitudine di esercitare il potere, le Cortes di Castiglia nel 1510 nominarono reggente Ferdinando. Egli, disperato del futuro, decise di lasciare il governo della Castiglia a Cisneros. Negli ultimi anni di vita Ferdinando diede la più splendida dimostrazione della sua abilità diplomatica e seppe procurare alla Spagna altri vantaggi. Il suo obiettivo fu quello di preservare i domini aragonesi in Italia e di impedire ogni ulteriore espansione della potenza francese; nel 1512 riuscì ad ottenere l’acquisto della Navarra, importante poiché chiudeva il passaggio dalla Francia alla Spagna, mentre consentiva agli spagnoli di penetrare in Francia. Nel 1515 incorporò definitivamente il regno di Navarra nei territori della Corona di Castiglia. Non placò però i suoi nemici castigliani, ormai il suo governo stava diventando sempre più impopolare e il sentimento nazionale castigliano si volse di nuovo a cercare l’aiuto della corte borgognona. Nel 1516 Ferdinando morì. L’uomo che aveva conseguito risultati così vistosi quali l’Unione delle Corone, l’annessione della Navarra, l’ordinamento della Spagna e la promozione del paese al rango di grande potenza europea morì amareggiato. Sul suo letto di morte fu controvoglia indotto ad annullare un testamento precedente in favore del giovane nipote Ferdinando e a nominare suo erede Carlo di Grand. Dispose pure che, fino a quando Carlo non si fosse recato in Spagna per prendere possesso della sua eredità, fosse il suo bastardo Alonso di Aragona a fungere da reggente per l’Aragona, la Catalogna e Valenza, mentre il governo della Castiglia doveva essere affidato al cardinale Cisneros, che però portava lagnanze crescenti contro il suo modo di governare. La morte di Ferdinando fece di Carlo II il sovrano sia dell’Aragona che della Castiglia. Si creò dunque una frizione continua tra il governo del Cisneros e la sempre più folta cerchia dei dignitari spagnoli che si stringeva attorno a Carlo. Tuttavia, l’aristocrazia castigliana che mal gradiva il governo Cisneros, trovò che neanche i consiglieri spagnoli che attorniavano Carlo erano di proprio gusto, specie perché erano per lo più conversos. Il 4 novembre Carlo giunse a Tordesillas dove ebbe un breve incontro con la madre di cui ricordava vagamente le fattezze. Il vero obiettivo di tale incontro fu quello di ottenere da Giovanna l’autorizzazione ad assumere il potere di sovrano. Il primo passo del principale consigliere di Carlo, il conte di Chièvres, fu quello di inviare una lettera a Cisneros in cui lo si invitava ad incontrare il re e gli si notificava che in avvenire non ci sarebbe più stato bisogno della sua opera. Un asburgico forestiero aveva assunto il governo della Spagna e l’aveva assunto valendosi di ministri forestieri come lui. Spirito nazionale e movimenti di rivolta Il nuovo re non fece una buona impressione: aveva difetto di non saper parlare il castigliano ed era totalmente all’oscuro delle cose spagnole, inoltre circondato da fiamminghi rapaci. Fu più che naturale metterlo a confronto con suo fratello Ferdinando che fruiva del vantaggio di avere avuto un’educazione castigliana. I consiglieri di Carlo, presagendo un pericolo per il futuro, si affrettarono a far spedire nelle Fiandre Ferdinando, ma la sua partenza non fece che aumentare il malcontento di una popolazione che non aveva alcuna simpatia per il suo nuovo sovrano. La principale lagnanza dei castigliani aveva per oggetto i fiamminghi, di cui si diceva che stessero saccheggiando il paese. Carlo era uno zimbello nelle mani del gran ciambellano Chièvres, e così cariche e onori furono da lui riservati agli amici di questo. L’enorme popolarità di Erasmo, tra il 1527 e il 1530, pare debba essere attribuita ai tanti conversos presenti nella società spagnola. La corte imperiale nel secondo decennio del Cinquecento era erasmiana anche nella sua visione generale delle cose, poiché trovava nell’universalismo erasmiano un apprezzabile e valido supporto dell’idea imperiale. Dopo il 1530 prevalse il più rovente clima delle lotte religiose. In verità, la Castiglia si conciliò con il governo di Carlo V per altri motivi, che non hanno molto a che fare con le idee e la cultura. L’imperatore, infatti, assunse degli spagnoli al proprio diretto servizio sempre in maggior numero e con il passar degli anni giunse ad avere una simpatia profonda per la Castiglia e la sua gente. Anzi, proprio questa divenne poi il luogo da lui prescelto per trascorrervi i suoi ultimi anni. I castigliani cominciarono a scoprire nella politica imperiale taluni aspetti di cui potevano vantaggiosamente prevalersi. La conquista del Messico da parte di Cortés aveva aperto possibilità immense. Cap. 5: Amministrazione ed economia sotto il regno di Carlo V L’impero: principi, ideali e funzionamento L’imperatore Carlo V resse la Spagna dal 1517 fino all’abdicazione a favore del figlio Filippo nel 1556, ma in Spagna Carlo fu presente per un periodo complessivo inferiore ai 16 anni. I timori dei comuneros furono pienamente giustificati: il primo re spagnolo della Casa d’Asburgo fu un re non residente e con molti altri impegni oltre quello di reggere la Spagna; tali impegni lo obbligarono a bilanciare gli interessi nazionali spagnoli con quelli più vasti della carica imperiale. Problema immediato fu quello di stabilire a chi dovesse essere affiata la reggenza della Spagna durante le frequenti assenze dell’imperatore. C’era poi la questione relativa alla posizione della Spagna e ai suoi obblighi in rapporto ai diversi territori che insieme componevano il patrimonio imperiale. Il consigliere principale di Carlo fu Mercurino Gattinara, doveva accompagnare l’imperatore nei suoi spostamenti. Nel 1526 Carlo sposò sua cugina Isabella, figlia del re di Portogallo, da cui l’anno seguente ebbe un figlio, Filippo. Isabella, con la sua regale maestà, fu per Carlo una imperatrice perfetta e fu proprio lei a fungere da reggente in caso di assenza del marito. Tuttavia, il governo effettivo della Spagna per un ventennio lo tenne Francisco de los Cobos, noto per la sua affabilità verso tutti e il suo spirito gaio. Il fatto che egli fosse sempre più gratificato del favore sovrano lo pose nella condizione di imporsi come l’unica persona che avrebbe potuto rivaleggiare con il gran cancelliere Gattinara. Gli anni seguiti al 1522 furono quelli in cui si combatté tra i due personaggi una lotta per assicurarsi il controllo dell’apparato amministrativo; una lotta che Cobos aveva già vinto quando Gattinara, nel 1530, terminò i suoi giorni. Quindi Cobos ebbe grande potere in Spagna e notevole influenza fino alla morte nel 1547. La concezione con cui Carlo V considerava i tanti e sparsi suoi possedimenti era quella patrimoniale. Egli era incline a guardare ad ognuno dei domini come ad un’entità a sé stante, retta dalle sue leggi tradizionali. Ognuno dei domini continuò ad avere le proprie leggi e le proprie libertà. Insomma, il sovrano di tutti i domini restava in modo predominante il sovrano di ognuno singolarmente. Due conseguenze derivarono dal fatto che l’impero di Carlo V non era altro che un aggregato di territori collegati in maniera presso che fortuita da un sovrano a tutti comune. In primo luogo, gli ordinamenti costituzionali tipici di ognuno dei vari territori ebbero una sorta di congelamento; questa gelosa difesa del proprio assetto impedì che si ponesse mano ad un ordinamento istituzionale comune all’impero nel suo complesso. In secondo luogo, ne risultò impedita la formazione di più stretti vicoli tra i diversi dominii sia sul piano economico sia sul piano politico; rimasero cioè assenti quei vincoli che avrebbero contribuito a creare il senso di partecipare tutti ad un’impresa comune. I domini di Carlo continuarono a pensare solo a se stessi, a vivere in funzione dei loro interessi particolari e quindi a percepire in senso negativo, come cosa non loro, il coinvolgimento in guerre. La minaccia turca ebbe un’influenza decisiva sulla forma che la potenza spagnola doveva assumere. Lo Stato ottomano possedeva risorse di denaro e di uomini da consentirgli una aggressiva politica di tipo imperialistico. E fu proprio in funzione anti-turca che il programma di Carlo V trovò una sua ragione d’essere. Infatti, all’attacco di un impero doveva rispondere per forza un altro impero. Carlo riuscì a persuadere molti castigliani che la sua crociata contro i turchi era una causa loro e del loro paese. L’organizzazione dell’Impero Il fatto dominante della storia spagnola sotto Carlo V e Filippo II fu la guerra. Dopo la guerra, la burocratizzazione. Con il governo dei vasti territori sparsi e distanti, occorreva adottare nuove tecniche burocratiche e nuove procedure amministrative. Gattinara riformò il consiglio della Castiglia, creò il Consiglio delle Finanze, riorganizzò il governo della Navarra e istituì un Consiglio per le Indie. Il sistema di governo poggiava su una serie di Consigli, seguendo il cammino già tenuto al tempo di Ferdinando e Isabella. Tale sistema era perfettamente idoneo alle necessità di un impero geograficamente sparso e costituzionalmente diversificato come era quello spagnolo. Il governo doveva tenere conto sia delle assenze prolungate dell’imperatore sia dell’insistenza di tali domini per il geloso rispetto delle loro leggi e delle loro consuetudini. Primo compito di un Consiglio era quello di consigliare il sovrano. Fino a Filippo II non ci fu una capitale fissa (nel 1561 egli elesse Madrid), ma fu Valladolid ad assumere sempre più la funzione di capitale amministrativa. Il Cobos istituì un archivio che raccogliesse tutti gli atti ufficiali. Il numero sempre crescente di atti ufficiali rese necessario creare un deposito centrale e fu scelto come luogo più adatto la fortezza di Simancas. Con l’istituzione dell’archivio, la Spagna venne a possedere a Simancas un centro di raccolta degli atti pubblici del nuovo Stato burocratico. I diversi Consigli possono essere divisi in due categorie: quelli che dovevano consigliare il sovrano su questioni generali relative alla monarchia nel suo insieme e quelli responsabili del governo di singoli territori in essa compresi. Fra i consigli che avevano il compito di fornire pareri di portata generale, il più noto era il Consejo de Estado, che doveva consigliare il sovrano su temi di politica generale relativi al governo della Spagna e della Germania. Un altro consiglio era il consiglio di Guerra, responsabile dell’organizzazione militare. La più importante delle riforme voluta da Gattinara fu l’istituzione del Consiglio delle Finanze e cioè del Consejo de Hacienda, per la necessità di un organismo finanziario migliore. Segretario del nuovo consiglio fu Cobos. Questo consiglio si occupava delle finanze della Corona in generale. Teneva riunioni quotidiane per esaminare previsioni di spesa e di entrata. Il consiglio della Castiglia restò l’organo principale di governo. Per quanto riguarda l’apparato amministrativo del settore coloniale, quello dei territori oltreoceano, venne istituito il Consiglio delle Indie, che equivaleva per l’America a quello che era in Spagna il Consiglio della Castiglia. Gli spettò dunque il controllo supremo di tutti gli affari amministrativi, giudiziari ed ecclesiastici riguardanti le Indie. L’autorità della Corona fu impersonata dalle due istituzioni: le audiencias e i vicereami. Le audiencias oltre alle funzioni giudiziarie avevano anche funzioni politiche e amministrative, avevano il compito di amministrare la giustizia. Con l’istituzione dei viceré per la Nuova Spagna e per il Perù, il numero dei viceré salì a nove: Aragona, Catalogna, Valenza, Navarra, Sardegna, Sicilia, Napoli, Nuova Spagna, Perù. Il segreto di tale successo sta nell’accorta combinazione di una struttura di governo regionale con il massimo di centralizzazione possibile in un impero formato di territori lontanissimi e sparsi. I viceré fruivano di poteri enormi e allo stesso tempo si trovarono strettamente vincolati al governo centrale che stava in Spagna. Ogni viceré doveva operare in sintonia con il Consiglio che, nell’ambito della Corte, si occupava di quel territorio nel quale egli rappresentava il sovrano. Con i consigli era come se il sovrano fosse personalmente presente in ognuno dei suoi domini. Lo strumento che consentì di rendere effettiva l’azione dei Consigli fu la consulta. Un consiglio che teneva regolarmente le sue sedute si metteva a discutere degli ultimi dispacci del viceré e di tutte le faccende che avessero riferimento generale ai territori che erano sotto la sua giurisdizione. I risultati di tali discussioni venivano poi fissati in documenti noti come consultas. La catena delle comunicazioni assicuro, nel governo della monarchia spagnola, una copertura completa di tutti gli affari di qualche importanza. Non ci fu stato europeo che nel 500 fosse più governato dei domini del re di Spagna, se prendiamo a criterio la somma di discussioni dedicate ad ogni singolo problema e la quantità di carte che si riempivano prima di giungere alla sua soluzione. Il Cobos era segretario di tutti i consigli, fatta eccezione di quello dell’Aragona, degli ordini militari e della guerra. Carlo V e Filippo II scelsero gli esponenti dell'alta nobiltà solo per i comandi militari e per il posto di viceré, mentre per il servizio a Corte e nei tribunali preferirono scegliere uomini che venivano da famiglie di hidalgos o da quelle della borghesia cittadina. I membri dovevano avere alle spalle studi universitari e, prima di entrare al servizio della corona, dovevano aver compiuto un tirocinio notevole negli uffici ecclesiastici o nella pratica forense. La tentazione di avanzare verso l'alto della piramide sociale era irresistibile, pochi erano però i passi in tale direzione che potessero essere fatti in tutta onestà. Si ricorreva infatti a metodi irregolari per aumentare le proprie entrate e si diffuse la corruzione. L’economia castigliana Il nuovo mondo si presentava come una possibile fonte di beni che la Castiglia non possedeva. Inoltre poteva diventare un mercato per le merci castigliane. Nel 1503 venne istituita la famosa Casa de Contraciòn di Siviglia che doveva esercitare un controllo assoluto dei traffici con il nuovo mondo. I mercanti spagnoli presero ad inquietarsi per la crescente concorrenza straniera e così si giunse a vietare a tutti gli stranieri l’accesso alle terre americane. Siviglia fu signora dell’Atlantico spagnolo; a Siviglia dovevano essere convogliate le merci da imbarcare per le Indie, dovevano approdare i galeoni che portavano in Spagna i prodotti del Nuovo Mondo. Tra le merci più pregiate di provenienza americana c’erano l’oro e l’argento. I primi spagnoli che si insediarono sul suolo americano ebbero bisogno di tutto o quasi e dovettero farsi giungere dalla patria armi, vestiti, cavalli, grano, vino. Continuarono quindi a restare fortemente dipendenti della madrepatria. La Spagna di Carlo V non aveva una sola economia, ma tre contemporaneamente. C’era Siviglia, tutta protesa verso l’America; la Castiglia settentrionale, tradizionalmente orientata verso i mercati delle Fiandre e dell’Europa del Nord; i territori della Corona d’Aragona, ancora largamente interessati ai mercati del Mediterraneo. Intorno al 1500 la città di Siviglia conobbe un incremento demografico straordinario, che fece di Siviglia una delle città più fiorenti del Cinquecento. Era una città piena di vita, animatissima, che presentava tutti i segni di quella prosperità recente che le avevano recato i contatti col mondo esotico delle Indie. La prosperità conosciuta della Castiglia settentrionale della prima metà del Cinquecento eguagliò e superò quella dell’Andalusia. Tale prosperità, pur se irrobustita dai benefici derivati dalla connessione con lo sviluppo dell’economia che si fondava sui traffici atlantici, aveva sostanzialmente le sue radici tenaci in loco, poté cioè svilupparsi su basi di provata solidità gettate nel corso del quindicesimo secolo. L’espansione dei commerci internazionali che la Castiglia aveva conosciuto in quel secolo era dipesa in larga misura dalla domanda fiamminga di lana spagnola: una domanda che nella prima metà del Cinquecento non fece che aumentare. Oltre la lana c’erano altre esportazioni. Infatti in Francia era molto ricercato il ferro della Biscaglia, in Italia c’era richiesta delle merci di lusso spagnole: ceramiche, cuoio, seta, lame di Toledo. L’attività manufatturiera della Castiglia fu dunque in grado di avvantaggiarsi della crescente domanda europea. L’attività manufatturiera più diffusa era quella tessila e la richiesta di tessuti veniva soprattutto dal mercato interno e da quello americano. L’incremento demografico offrì un’occasione unica alle attività manifatturiere locali, oltre che all’agricoltura: nuovi terreni furono messi a coltivazione. Si fece però sentire sempre più forte il coro delle lagnanze da parte degli operatori interni per l’alto prezzo dei manufatti castigliani e in particolare dei tessili di produzione locale. Infatti la fabbricazione dei tessuti si trovò d’un tratto minacciata dalla concorrenza di prodotti esteri meno cari. Le merci castigliane risultavano più care di quelle importate dall’estero. Inoltre, l’impossibilità per l’agricoltura castigliana di produrre abbastanza per l’alimentazione di una popolazione in aumento fece salire i prezzi degli alimentari ad un livello tale da rendere sempre più difficile al castigliano comune l’acquisto dei generi di prima necessità. I mercati stranieri, infatti non solo irruppero nel mercato interno castigliano, ma si aprirono la strada per accedere anche a quello americano, fino a quel momento riservato. I problemi della finanza imperiale La guerra con la Francia, le operazioni contro i turchi, l’impresa disperata di soffocamento dell’eresia e della ribellione in Germania, misero a durissima prova le finanze imperiali. Carlo V, sempre disperatamente a corto di fondi, dovette volgersi da un dominio all’altro in cerca di nuovo denaro e contrattare per avere prestiti. I domini interessati a tali manovre fiscali furono in prevalenza quelli europei, tra cui i Paesi Bassi e l’Italia che finanziarono il grosso delle spese di Carlo V. Ma poiché questi paesi si trovarono spremuti al massimo, Carlo fu costretto a cercarsi il contributo finanziario dalla Spagna. In Spagna esistevano diverse fonti d’entrata: il contributo finanziario della Chiesa spagnola alla Corona furono le tercias reales, ossia il terzo di tutte le decime riscosse dalla chiesa nel regno di Castiglia e il subsidio, un’imposta su tutte le entrate e i redditi della Chiesa nei vari regni spagnoli, a cui si aggiunse l’excusando – una nuova imposta con cui si protettore degli erasmiani) partì per l’Italia: gli anti-erasmiani adottarono la tattica di accusare gli erasmiani di simpatia illuministe e luterane con l’aiuto di Francisco Hernàndez, guida degli alumbrados che dopo il suo arresto si fece informatore dell’Inquisizione e denunciò uno dopo l’altro i maggiori esponenti dell’erasmismo spagnolo. La serie dei processi raggiunse il culmine quando si ebbe quello di Juan de Vergara, amico di Erasmo. La sua condanna pose virtualmente termine al movimento erasmiano spagnola. L’inquisizione spagnola non osò tollerare neppure la più flebile deviazione dalla più rigorosa ortodossia. Temette infatti che ogni deviazione aprisse la porta ad eresie più gravi. Il Sant’Uffizio fu essenzialmente frutto di paura, e proprio sulla paura fondava la propria crescente influenza. I metodi dell’inquisizione erano la tortura e il rogo, le sue procedure erano segrete e i suoi tempi lunghissimi. C’era poi il marchio indelebile che l’essere messo in carcere dall’inquisizione lasciava non solo sulla reputazione dell’imputato, ma anche su quella dei suoi discenti. E l’imputato non solo perdeva l’onore, ma anche i beni. L’inquisizione mirò a creare un clima di sfiducia e di generale sospetto. Il tribunale aveva circa ventimila famuli sparsi su tutto il territorio spagnolo e costoro stavano sempre ad occhi aperti e ad orecchie tese per captare le manifestazioni di eterodossia. La loro azione era poi completata dall’Editto della Fede: gli inquisitori leggevano alla popolazione appositamente convocata un elenco di pratiche eretiche e pericolose. Alla lettura dell’elenco seguiva l’esortazione a denunciare tali pratiche che fossero a conoscenza degli ascoltatori e la minaccia di pene severe per chi, avendone conoscenza, mantenesse su di esse il silenzio. E poiché le vittime dell’inquisizione non sapevano mai chi fossero i loro accusatori, l’Editto offriva un’occasione ideale per compiere vendette private. Gli scrittori, anche se componevano opere che non erano di argomento teologico, erano portati ad esercitare una sorta di auto-censura. Quindi si diffuse in Spagna un nuovo spirito di cautela che inevitabilmente ridusse quelle ampie possibilità di dibattito e di ricerca che si erano avute al tempo dei Re Cattolici. Si poteva essere sospettati non solo per motivi religiosi ma anche per motivi razziali: con l’ossessione per la purezza della fede si ebbe un’analoga ossessione per la purezza del sangue. La dimostrazione di discendere da avi di sangue pure divenne un requisito indispensabile per entrare a far parte di certi ordini militari e anche dei Colegios Mayores delle università. La parola d’ordine di quella società era “onore”, e con il termine onore gli spagnoli intendevano qualcosa di concreto, distinto dalla stessa persona, il cui valore era calcolato dagli altri. L’onore era un attributo essenzialmente proprio della nobiltà, qualcosa di esclusivo per chi era di alti natali, infatti quella purezza di natali costituiva il fattore discriminante che determinava la condizione, ossia lo status di una persona tra i suoi eguali. Il suo onore dipendeva dal successo che uno poteva avere nel dimostrare che non c’era macchia nei suoi avi (ser cristiano viejo). Una volta stabilito questo, lo spagnolo con limpieza de sangre era pari a chiunque, quale fosse il suo rango. Fu messa in moto l’escogitazione disperata dei falsi e degli inganni. Furono mutati cognomi, falsificati alberi genealogici, nella speranza di potere ingannare il linajudo – e cioè quell’esperto che girava il paese raccogliendo testimonianze orali ed esaminando genealogie. La Spagna della Controriforma Tra il 1556 e il 1563 la Spagna rinascimentale, così aperta all’influenza dell’umanesimo europeo, si trasformò di fatto nella Spagna pressoché chiusa della Controriforma. Nel clima religioso dell’Europa era calato il gelo, e fu proprio in questo clima che nel 1557 e nel 1558 a Siviglia e a Valladolid si fece la clamorosa scoperta di gruppi di protestanti, i quali avevano caratteristiche analoghe a quelle dei precedenti illuminati. Si diffuse un vero e proprio allarmismo motivato dal fatto che, nonostante tutta l'azione repressiva, l'eresia faceva visibili progressi. Dunque, non solo bisognava liquidare i gruppi eretici, ma occorreva moltiplicare gli sforzi al fine di proteggere la Spagna dal contagio esterno. Nel 1558 quindi, le sorelle di Filippo, l’infanta Juana, che fungeva da reggente per conto del fratello, emanò un'ordinanza con la quale si vietava l'importazione di libri stranieri e si comandava che tutti i libri stampati in Spagna dovessero in futuro essere pubblicati con il permesso del consiglio della Castiglia. Un'altra prammatica emanata l'anno seguente proibì agli studenti spagnoli di andare a compiere i loro studi all'estero. Tutti i libri inoltre dovevano essere muniti di licenza reale. Nel 1545 l'inquisizione aveva compilato il primo Indice Ispanico, al quale seguì un altro nel 1551. L'inquisizione attuò le sue misure con un rigore senza precedenti. Venne, infatti, compiuta una ricerca meticolosa dei libri proibiti e i vescovi ebbero il compito di attuare l'ispezione sistematica delle biblioteche pubbliche e private. Indubbiamente le misure adottate negli anni 1558 e 1559 (l'impedire la libera circolazione delle idee e la chiusura con le idee di fuori) inflissero un colpo durissimo alla vita culturale della Spagna. Durante il regno di Carlo V, i rapporti tra i Papi e l'imperatore erano stati quanto mai tesi e spesso cattivi. E durante il pontificato di Paolo IV, di orientamento anti-spagnolo, La Spagna e il Papa si fecero addirittura la guerra. Il conflitto tra Filippo II e la curia romana contribuì soltanto ad indebolire le forze della controriforma. Né il re né il Papa potevano allora addivenire ad una rottura aperta, perché Roma aveva bisogno dell'aiuto militare spagnolo, mentre Filippo aveva bisogno delle entrate ecclesiastiche e del prestigio che, per la lotta contro l'eresia, solo il Papa gli poteva dare. Si ebbe allora una sorta di guerra non dichiarata durante la quale Filippo fece il possibile per ampliare il proprio controllo sulla chiesa spagnola e per sfruttarne le risorse finanziarie e politiche. La crisi del secondo Cinquecento La pace di Cateau-Cambrésis firmata nel 1559 poneva termine alla guerra tra Francia e Spagna. Inoltre, c'era sempre la minaccia turca: le voci che la potenza ottomana stesse attraversando una fase di debolezza indussero a pensare che correvano tempi propizi per recuperare l'iniziativa nel Mediterraneo. Ma questo sarebbe stato impossibile fintantoché durava la guerra con la Francia. Filippo, dunque, delibero di annullare l'ordine di aprire trattative con i turchi per stipulare con loro una tregua e decise di intraprendere la guerra sulle acque del Mediterraneo con tutte le risorse disponibili. Tenuto conto della situazione finanziaria in cui versava la Spagna, la decisione di Filippo era insensata. Le entrate della corona aumentarono ancora di più nel 1561, allorché il re persuase le Cortés castigliane di accordare un considerevole incremento dell’encabezamiento. L'aumento della fiscalità era quanto mai necessario se la Spagna voleva allestire una seria campagna di guerra nel Mediterraneo. La Spagna aveva urgente bisogno di aumentare le proprie navi e proprio l'incremento delle entrate della corona rese possibile impostare un grande programma di costruzioni navali. Quindi, intorno al 1560 La Spagna stava faticosamente e lentamente formandosi una propria forza navale nel Mediterraneo. Ma l'islam non era il suo unico nemico: la diffusione del calvinismo e l'inizio delle guerre di religione in Francia fecero apparire per la prima volta lo spettro di una potenza protestante. Nei Paesi Bassi spagnoli stava diffondendosi il malcontento, l'eresia faceva sempre nuove conquiste tra gli abitanti della regione e nel 1566 folle di calvinisti si scatenarono e misero a sacco le chiese. Così il re trovò ad affrontare nello stesso tempo l'eresia e la rivolta. L'adozione di misure militari esigeva denaro. Fortunatamente da qualche tempo la situazione finanziaria della corona aveva dato segni di miglioramento. In verità per Filippo eresia e ribellione erano termini simili, poiché i calvinisti apparivano come sovvertitori dell'ordine costruito. I predicatori calvinisti eccitavano le plebi, la letteratura calvinista avvelenava elementi. E Filippo non aveva dubbi sul fatto che era in atto una congiura internazionale dato che i ribelli olandesi non erano soli. Dietro di loro stavano gli ugonotti e quei marinai bretoni che ora stavano facendo la guerra corsara ai Navigli spagnoli nel Golfo di Guascogna e che si erano messi ad interrompere le comunicazioni marittime tra la Spagna e le Fiandre. Già nel 1568 la lotta si ampliava soprattutto al fronte marino, dove i protestanti avevano il loro punto forte, mentre la Spagna era ancora in condizioni di debolezza. La Spagna era esposta alle minacce altrui, per esempio dei pirati che in attaccavano le coste. La Catalogna era uno dei punti più deboli sia perché limitanea della Francia sia perché fruiva di tanti privilegi che la rendevano poco controllabile dalla corona. Se l'eresia avesse messo radici nella Catalogna, per la sua stessa posizione geografica, avrebbe potuto tramutarsi in qualcosa di simile ai Paesi Bassi. Infatti, come i Paesi Bassi, aveva una robusta tradizione indipendentista, aveva le sue leggi e suoi privilegi e nutriva una forte avversione per la Castiglia, accentuata per di più da differenze linguistiche e culturali. Quindi, man mano che aumentarono le pressioni contro la frontiera catalana, aumentarono anche i timori di Filippo. Fu vietato ai sudditi nativi dei territori della corona di Aragona di recarsi all'estero per i loro studi; in Catalogna fu istituita una censura più rigorosa e furono ad allontanati dalle scuole catalane tutti i francesi che vi insegnavano. Con il timore di un'opposizione dei sudditi che scivolasse verso il protestantesimo, furono arrestate molti nobili. L'azione da lui ordinata non aveva fondamento legale e giustificato, perché nelle file delle classi dirigenti catalane non c'era neppure l'ombra dell'eresia. Eppure, la situazione parve in sé pericolosa da far considerare necessario passare a quel tipo di azione. Il pericolo protestante cresceva e aumentava proprio in un momento in cui si profilava di nuovo in tutta la sua forza anche il pericolo di un attacco islamico. La Catalogna non era l'unica regione della Spagna in cui si scorgesse Rho preoccupanti indizi di ribellione e di eresia. La notte di Natale del 1568 una banda di fuorilegge moreschi irruppe nella città di Granada, recando la notizia che la zona della Alpujarras era insorta. sebbene i rivoltosi non riuscissero ad impadronirsi della città, la loro irruzione diede il via allo scoppio della ribellione in tutto il regno di Granada. La Spagna, che si era munita di difese contro la penetrazione del protestantesimo, si trovò minacciata dall’interno. E la minaccia non veniva, come ci si era aspettati, dai protestanti ma da qui nemici di antica data che erano i mori. La seconda ribellione delle Alpujarras (1568-70) Gli ebrei convertiti erano stati a lungo oggetto delle attenzioni inquisitoriali, mentre il Sant’Uffizio si era preoccupato assai meno dei mori convertiti. Tale trascuratezza in realtà dipese dal fatto che i mori erano disprezzati più che temuti. Infatti, i moriscos erano gente di bassa condizione e i loro esponenti non occupavano alcuna carica di qualche importanza nello stato. Pur esistendo numerosi motivi per dubitare della sincerità della loro conversione, tuttavia le loro credenze non furono ritenute tali da potere sedurre in qualche modo i fedeli. Le comunità morische esistenti In Spagna costituivano un problema arduo sia perché esse erano una minoranza razziale non assimilata sia perché si pensava che avessero collegamenti con i turchi. La ribellione delle Alpujarras fu sostanzialmente la risposta che i moriscos di Granada diedero al recente drastico mutamento in peggio delle condizioni in cui erano obbligati a vivere. Pur essendo state emanate ordinanze che vietavano modi di vestire e usanze proprie dei moriscos, poterono preservare infatti loro legami con il passato islamico. Del resto, pochi di loro sapevano parlare un'altra lingua che non fosse l'arabo; essi continuarono a portare i loro abiti tradizionali e non vollero mai abbandonare certe loro pratiche. Le autorità presenti nell’Andalusia continuarono a tollerare questo stato di cose sia perché non vedevano un’alternativa sia perché erano tanto forti i dissensi che le dividevano da non poter neppure pensare ad intraprendere un'azione concertata. Per tutta la prima metà del Cinquecento un’aspra lite su questione di giurisdizione aveva opposto l’audiencia di Granada e il capitano generale (Marcehse di Mondéjar). I Mondéjar, nella lotta per mantenere la propria posizione, avevano instaurato un rapporto particolare con i moriscos, i quali trovavano in loro i protettori più efficaci contro la chiesa, l’audiencia e l’inquisizione. Così la posizione dei moriscos finì per essere strettamente legata alla destrezza con cui i Mondéjar sapevano mantenere il proprio potere contro una schiera sempre più temibile di avversari. Si fece poi sempre più palese che la posizione dei Mondéjar vacillava sotto i colpi dei loro nemici. Il conte di Tendilla (sempre facente parte di questa famiglia) si trovò circondato da nemici sia in Andalusia che a corte. Il declino della fortuna a corte del Tendilla lasciò i moriscos in una situazione sempre più esposta. La loro economia aveva a suo fondamento la lavorazione della seta. Ebbene, proprio l’attività serica fu duramente colpita da una ordinanza che venne a vietare l’esportazione dei manufatti di seta. Il Sant’Uffizio era stato fino ad allora tenuto a freno dal capitano generale, il quale temeva che se i moriscos venivano spogliati di beni dall’inquisizione non sarebbero più stati in grado di pagare quelle imposte il cui gettito serviva a mantenere i soldati. L'inquisizione allora intensificò la sua azione e si diede a confiscare una quantità sempre maggiore dei loro beni. Ma, oltre l’inquisizione, gli infelici moriscos si trovarono a dovere affrontare anche la Chiesa andalusa; gli ecclesiastici di Granada erano intolleranti nella condotta e rappresentarono un ostacolo capitale alla cristianizzazione dei mori. Praticarono una politica più decisa nei riguardi dei moriscos. Le raccomandazioni che riguardavano il mutamento dei costumi praticati dai mori furono incluse in un’ordinanza speciale formulata nel 1566, con la quale si voleva compendiare decreti precedenti che non avevano mai trovato applicazione e che riguardavano il divieto di parlare arabo e l’ingiunzione di vestire abiti castigliani abbandonando quelli tradizionali. I tentativi di applicazione forzosa dell’ordinanza furono la causa immediata della rivolta. L’esistenza di tanti fuorilegge sulle Apujarras, la frequenza delle incursioni corsare e il sempre più minaccioso pericolo della flotta turca nel Mediterraneo, rendevano Granada particolarmente vulnerabile. Era senz’altro fondato il timore di un’insurrezione dei moriscos combinata con un attacco dei turchi. Dunque, se non si metteva sotto controllo la situazione, Granada rischiava di diventare un altro fronte nella guerra contro i turchi e così la Reconquista sarebbe andata in fumo. La pubblicazione dell’ordinanza non si direbbe che fosse il modo migliore per prevenire i disastri. L’insurrezione terminò nel 1570, ma il problema che l’aveva provocata restò tale e quale. Poiché era chiaramente pericoloso lasciare che una popolazione battuta e umiliata fosse concentrata in una sola regione della penisola, ordinò che i moriscos che era necessario per il servizio di Nostro signore e per il pubblico bene. L’azione del re venne apertamente criticata dai suoi sudditi. Il principe non aveva commesso alcun reato vero e proprio e si pensò che la giustizia del re fosse stata nei suoi riguardi troppo rigorosa. Il re in quell’occasione si chiuse in un silenzio gelido, motivato, sicuramente, in parte almeno, dal fatto che la disgrazia del figlio lo toccava nel profondo del suo animo. Don Carlos morì dopo essersi rovinato la sua salute con digiuni e purganti, ma trovò subito credito la versione peggiore: il re aveva avvelenato il figlio, e per anni le dicerie più sinistre corsero per l’Europa. La morte di don Carlos lo turbò profondamente e lasciò un vuoto incolmabile proprio in quell’anno in cui il lutto parve colpire con funesta insistenza la famiglia del re. Infatti, morì la terza e amatissima moglie di Filippo, Elisabetta di Valois, che aveva dato al sovrano soltanto due femmine. Il re si sposò per la quarta volta prendendo in moglie Anna d’Austria, ma di 5 figli nati da lei prima che Anna morisse, soltanto uno, il futuro Filippo III, sopravvisse. Lungo la vita di Filippo II si snodò una interminabile teoria di cortei funebri che facevano tragicamente ricordare che anche i principi erano mortali. E il re, per celare il proprio dolore, si impose un autocontrollo che lo fece sembrare di ghiaccio, dedicandosi con raddoppiata energia alle sue solitarie fatiche. Sapeva impietosamente soffocare ogni gioia e ogni dispiacere personale quando minacciavano di interferire con i suoi doveri di sovrano. Fece, tuttavia, in modo di avere un po’ di vita privata e a tal fine si fece costruire l’Escorial, dove amava ritirarsi sfuggendo la vista della gente e dedicare qualche ora ai suoi libri e ai suoi quadri poiché era un gran conoscitore d’arte. Di fatto si interessò personalmente e con insistenza alla costruzione dell’Escorial. I principi di armonia matematica che prevalsero nella costruzione dell’Escorial furono applicati anche quando si trattò di scegliere una capitale. Nel 1561 la corte spagnola, che era sempre stata itinerante, si portò da Toledo a Madrid. Madrid era abbastanza vicina al nuovo palazzo dell’Escorial e così, gradualmente, la città venne riconosciuta come la capitale della monarchia. Essa era il centro matematico della Spagna e proprio per questo fatto la sua scelta finì per sembrare inevitabile. Anche dopo aver prescelto Madrid come capitale fissa, Filippo non smise di viaggiare, ma diversamente da quello che avveniva con Carlo V, il governo di Filippo II fu sostanzialmente un governo a sede fissa. La scelta di una capitale, che era al centro del paese e allo stesso tempo lontana per tanta parte del territorio spagnolo, venne a contraddire i presupposti fondamentali su cui si reggeva la monarchia spagnola. La scelta di una capitale fissa comportò, di fatto, la rinuncia all’esercizio itinerante della sovranità quale l’aveva praticato l’imperatore. E si noti che quell’esercizio itinerante, con tutti i suoi inconvenienti, presentava l’incomparabile vantaggio di dare alle popolazioni la prova visiva che il loro sovrano non le aveva dimenticate. Filippo diede sempre meno importanza al fatto che la soluzione della capitale fissa togliesse la possibilità ai suoi vari dominii di conoscere il proprio sovrano. Forse anche a causa del disagio che provava quando era a contatto con la folla egli ebbe tendenza a trascurare gli effetti magici della presenza sovrana e così agendo, finì per erigere una barriera tra sé stesso e i sudditi. Filippo sbagliò anche quando suppose che il porre la sede del regno nel centro matematico della penisola avrebbe favorito l’impressione di un’imparzialità assoluta nel suo modo di governare i propri sudditi. I primi a lagnarsi furono i sudditi italiani, che si trovarono ad essere parte di una monarchia che andava acquistando un carattere sempre più spiccatamente spagnolo. Infatti, il re, a loro avviso, avendo posto la propria capitale in Spagna, aveva così deliberato di fare a meno della collaborazione dei tanti consiglieri non spagnoli di cui, invece, si era sempre servito suo padre. Tuttavia, la monarchia di Filippo II non fu, a rigore, neppure una monarchia spagnola. Col tempo, infatti, divenne sempre più una monarchia castigliana. L’avere scelto a capitale una città sita nel cuore della Castiglia non poté dare al suo governo altro che una veste castigliana. Il re aveva stabilito la sua residenza in un ambiente tipicamente castigliano, era circondato da castigliani e la maggior parte delle sue entrate proveniva dalla Castiglia. Si ingigantì quindi la più viva preoccupazione da parte dei catalani e degli aragonesi. L’obliterazione virtuale delle Cortes della Corona di Aragona parve, dunque, ad aragonesi, catalani e valenzani il segno che anch’essi erano stati abbandonati, e così cominciarono a vedere nel negligente oblio di cui erano fatti segno un aspetto di un complotto castigliano per privarli prima del loro re, poi delle loro libertà. Fu, dunque, quando mai facile per aragonesi e catalani giudicare la politica di Filippo II come un altro passo avanti di quella raffinata e maliziosa cospirazione il cui obbiettivo era quello di uniformare tutta la monarchia sotto l’egemonia castigliana. Non abbiamo prove certe che personalmente Filippo pensasse una cosa del genere. Aveva appreso da suo padre a trattare gli stati della Corona di Aragona con somma circospezione proprio perché essi erano estremamente gelosi delle loro leggi e delle loro libertà. L’aver scelto la Castiglia per trasportarvi la sua capitale e il conseguente processo di graduale egemonia castigliana obbligarono ad introdurre mutamenti. Bisognava modificare la posizione costituzionale delle province e i loro rapporti con il sovrano. La soluzione castigliana era una delle soluzioni possibili al problema insito nella mancanza di omogeneità dei territori che componevano la monarchia. Risultava logicamente più semplice una soluzione per cui, come volevano i castigliani, i vari Stati e dominii della monarchia dovevano essere spogliati dell’ingombro delle loro leggi e dei loro privilegi particolari ed essere poi governati secondo le leggi della Castiglia. C’era anche un’altra soluzione che suscitava maggior consenso nelle province non castigliane; fu formulata da un autore valenzano (Fadrique Furió Ceriol). Le proposte del Ceriol erano ispirate dalla tradizione aragonese dello Stato, da quella tradizione che voleva preservate in ogni territorio la sua struttura costituzionale, le sue leggi e le sue libertà. Filippo si trovò di fronte a due soluzioni possibili al problema di un’organizzazione unitaria del suo imperium: quella castigliana e quella aragonese, che si escludevano a vicenda. Lo stesso problema che aveva già cominciato ad acquistare nuova rilevanza quando Filippo vestì gli abiti di monarca castigliano, divenne poi urgente nel 1566 quando divampò la rivolta nei Paesi Bassi. Le fazioni in lotta Il re in persona costituiva l’istanza esecutiva ma egli aveva pur sempre bisogno di molta assistenza da parte dei segretari. Quella di segretario divenne allora una carica pubblica importante. Tra tutti i funzionari esperti nel lavoro di segreteria formati da Cobos, l’unico che fosse ancora in vita quando Filippo II salì al trono era Gonzalo Pérez, ottimo latinista e con un’erudizione notevole. Come unico segretario di Stato Pérez possedette un’influenza enorme. Mentre a coprire la funzione esecutiva del governo era il re con i suoi segretari, la funzione consultiva spettava ai vari Consigli, la cui struttura rimase quella che era stata al tempo di Carlo V. In una società gerarchicamente ordinata, era impossibile trascurare le pretese, le aspirazioni e le rivalità dei magnati. L’unico modo per neutralizzare le rivalità pericolose degli aristocratici era quello di dare loro uno sfogo a corte; bisognava inserire i capi-fazione in uno dei vari Consigli sì che, nel loro ambito, potessero esprimere le loro opposte opinioni. Tra i vari Consigli, quello che si prestava di più a fungere da sfogo per le rivalità tra le fazioni aristocratiche era il Consiglio di Stato, che fu il terreno di scontro di due opposte fazioni che lottavano per conquistarsi in esclusiva l’influenza su un sovrano che in verità si divertiva nel giocare l’una contro l’altra: le famiglie rivali toledane degli Ayala e dei Ribera, che si erano scontrate durante la rivolta dei comuneros e poi sulle ordinanze circa la limpieza. La fazione toledana dei Ribera comprendeva i Silva che erano legatissimi ai Mendoza. I rivali dei Ribera, cioè gli Ayala e gli Avalos, facevano parte di un’altra fazione aristocratica, che annoverava tra i suoi membri le famiglie degli Zapata e degli Alvarez di Toledo ed era capeggiata proprio dal duca d’Alba. Abbiamo parecchi indizi che ci portano ad affermare che, anche sotto Filippo II, l’aristocrazia castigliana continuò a nutrirsi degli odi che si erano formati al tempo della rivolta dei comuneros. Le fazioni capeggiate dal principe d’Eboli e dal duca d’Alba erano in conflitto soprattutto per il potere, cioè per acquisire un ascendente sul re, e quindi, avere il controllo delle possibilità clientelari, ossia dell’assegnazione di posti e favori. Discussioni sulla ribellione dei Paesi Bassi: il duca d’Alba sosteneva che bisognava soffocare la ribellione con ogni energia, mentre la fazione del principe d’Eboli palesava una certa comprensione per i ribelli e voleva che si addivenisse ad un accordo con loro per mezzo di trattative. Questo scontro attorno al tavolo del Consiglio fa intendere che le due fazioni peroravano soluzioni opposte al problema centrale della monarchia: la fazione capeggiata dal duca d’Alba voleva una soluzione ispirata all’esclusivismo castigliano che comportava l’abolizione delle libertà provinciali; la fazione capeggiata dall’Eboli appoggiava una soluzione federalista di tipo aragonese, come quella tratteggiata dal Ceriol. Inviando il duca d’Alba nei Paesi Bassi il re si era dichiarato a favore del punto di vista castigliano. Nel 1573, dopo 7 anni di terrore, fu palese che il duca aveva fallito e, quindi, fu sollevato dal suo incarico. La disgrazia in cui era caduto il duca lasciò via libera alla fazione dell’Eboli. I rimedi proposti consistevano in una serie di misure finalizzate alla pacificazione e alla riconciliazione. Tra queste vi era lo scioglimento del Consiglio dei torbidi e l’abbandono della tassa del 10 per cento sulle vendite. Il re doveva garantire la preservazione delle leggi e delle libertà tradizionali dei Paesi Bassi e doveva scegliere abitanti di quel dominio per coprire cariche nelle Indie, in Italia e in Sicilia e nelle varie province dell’impero. L’uomo scelto da Filippo per attuare tale politica di pacificazione fu don Luis de Requesens. Una politica di pacificazione avrebbe potuto avere successo solo se si fosse riusciti a tenere sotto stretto controllo l’esercito, ma proprio nei primi anni 70 Filippo II si trovò in gravi distrette finanziarie e quindi gli fu sempre più difficile pagare regolarmente i soldati mandati nei Paesi Bassi. Il re accondiscese ad offrire ai ribelli un’amnistia generale analoga a quella concessa da Carlo V dopo la rivolta dei comuneros, ma i soldati di stanza nei Paesi Bassi si ammutinarono e marciarono su Anversa; l’incidente causò un tale allarmismo che la proclamazione dell’amnistia rimase senza eco. Nessun significativo passo avanti verso la riconciliazione fu compiuto nell’anno seguente e la situazione finanziaria si fece oltremodo critica. Nel 1575 avvenne la seconda bancarotta del regno di Filippo e il re sospese i pagamenti ai banchieri . I soldati malcontenti si trovarono senza guida e poiché passavano i mesi e non arrivava denaro, avvenne quanto era prevedibile: in preda ad un furore selvaggio, si diedero a saccheggiare Anversa. Arrivò un nuovo pacificatore, don Giovanni d’Austria, il quale pose condizioni conformi alle idee della fazione eboliana. Volle, infatti, avere mano libera nel governo dei Paesi Bassi e volle la licenza di rispettare le loro leggi e le loro libertà. Si verificarono però circostanze che resero impossibile il compito che si era prefisso. Don Giovanni arrivò a convincersi che una politica di conciliazione non aveva prospettiva di riuscita e che quindi il re doveva essere persuaso a far riprendere in pieno le ostilità contro i ribelli. Così nel 1577 passò di testa sua all’azione e occupò il castello di Namur e di lì lanciò un proclama appassionato ai tercios invitati a riportarsi nei Paesi Bassi per fare la guerra ai ribelli. Il re aveva la necessità di procurarsi nuovi consiglieri. Il duca d’Alba era stato confinato, il Pérez era screditato. Fu quindi messo in scena il cardinale Granvelle. L’arresto del Pérez e della principessa pose termine alla fazione eboliana. Facendo venire il Granvelle, Filippo volgeva le spalle al recente passato e cioè a un decennio di intrighi che avevano toccato il culmine nell’inganno in cui era stato trascinato da un segretario in cui aveva riposto una fiducia del tutto ingiustificata. Ma se le due fazioni scomparvero di scena, le idee di cui si erano fatte paladine non scomparvero affatto. I restanti anni di regno avrebbero mostrato che i problemi nuovi tendevano a presentare sotto mutate spoglie i problemi antichi e in particolare non facevano che riesumare la questione della struttura che in avvenire doveva avere la monarchia spagnola. L’annessione del Portogallo Negli anni 1579 e 1580 a corte, chi aveva in mano le leve del governo era il cardinal Granvelle, antico consigliere di Carlo V. Nei Paesi Bassi don Giovanni d’Austria era morto deluso e sconfortato. Proprio quegli anni furono quelli in cui Filippo operò un mutamento radicale nella sua politica. Egli passò, infatti, ad una politica di imperialismo attivo. I primi due decenni di regno erano stati per Filippo II un periodo di gravi difficoltà. Tutta una serie di eventi succedutisi negli anni 60 (la rivolta dei moriscos di Granada, l’aumentato pericolo di un attacco turco, la ribellione dei Paesi Bassi e l’inizio delle guerre di religione in Francia) aveva tenuto il re costantemente sulla difensiva. E sebbene il pericolo nel Mediterraneo si allontanasse dopo la vittoria di Lepanto, anche il decennio successivo era stato un periodo tormentoso, oscurato dall’insuccesso sui ribelli dei Paesi Bassi e dalla bancarotta delle finanze regie. Le difficoltà finanziarie della Corona avevano poi costretto il re a chiedere alle Cortes della Castiglia un altro aumento delle imposte: alla sua richiesta le Cortes risposero aumentando ancora una volta l’encabezamiento. Il fatto che la Corona non fosse in grado di ottenere con l’encabezamiento altro che due milioni e mezzo di ducati rese evidente che le fonti tradizionali di entrata erano state in Castiglia sfruttate fino all’estremo limite. Fu proprio allora che le Indie vennero in suo soccorso. La tecnica che prevedeva l’uso di un amalgama di mercurio nella raffinazione dell’argento peruviano cominciò a dare risultati proficui e si ebbe un incremento spettacoloso nella disponibilità di argento. I traffici tra Siviglia e il Nuovo Mondo raggiunsero allora la massima dilatazione e i banchieri cominciarono a riprendere fiducia. La nuova largueza, ossia l’abbondanza di denaro, diede a Filippo una concreta libertà di manovra. Finalmente, dopo tanti anni passati sulla difensiva, egli poteva lanciarsi all’attacco. Fu allora che dedicò le sue energie al recupero delle province settentrionali dei Paesi Bassi, giungendo vicinissimo al conseguimento dell’obbiettivo prefisso, quando poté fruire di un generale brillante come Alessandro Farnese. Allestì l’Armada per mettere piede in Inghilterra e fu allora che si intromise nelle guerre civili della Francia. Furono, dunque, quelli gli anni di imprese audaci che smentiscono l’epiteto di rey prudente che si suole dare a Filippo. e gli aragonesi continuarono a dolersi perché trascurati da un sovrano che di rado veniva a visitarli e che era sempre attorniato da castigliani sì che non riusciva loro di pensare a lui se non come ad un re prettamente castigliano. I castigliani si lamentavano perché dovevano sopportare la responsabilità dell’impero senza potere imporre la propria volontà agli altri domini che si tenevano al riparo delle loro leggi “arcaiche” e dei loro privilegi aviti. Superficialmente, sotto il regno di Filippo II, ci fu “un solo sovrano, un solo impero, una sola spada”. Tuttavia, alla fine del suo regno fu chiaro che un solo sovrano accontentava troppo pochi dei suoi sudditi, che l’impero era un impero diviso e che la spada era fatalmente spuntata. Cap. 8: Splendori e miserie La crisi di fine secolo Il flusso di argento dalle Indie, che sembrava inesauribile, aveva indotto il re ad intraprendere grandi progetti che poi, di fatto, inghiottirono le sue entrate e fecero aumentare i suoi debiti. Meno di un quarto delle entrate annuali di cui poteva disporre Filippo II veniva dalle rimesse di argento americano. Il resto o proveniva da prestiti o dal gettito delle imposte (si trattava soprattutto di imposte pagate dai castigliani). Le fonti tradizionali di entrata esistenti in Castiglia erano inadeguate a sopperire ai bisogni della Corona e fu giudicato necessario aggiungere una nuova imposta denominata millones. Questa imposta colpiva i generi di prima necessità e le Cortes l’avevano approvata alla condizione che fosse usata per alcune finalità specifiche e quanto fosse avanzato doveva essere impiegato nella riduzione del debito regio. La nuova imposta però, ancora una volta, gravò sui poveri. Salirono anche i prezzi, e quindi il costo della vita. Nel 1596 Filippo sospese ogni pagamento ai banchieri e così la Corona aveva dichiarato ancora una volta la sua bancarotta. Anche questa volta, addivenne ad un compromesso con i banchieri creditori. Tale bancarotta significò anche la fine dei sogni imperialistici di Filippo II. Da qualche tempo ormai si era capito che la Spagna era perdente nel suo conflitto con le forze del protestantesimo internazionale. Il primo colpo si ebbe con la disfatta dall’Invincible Armada nel 1588. L’impresa contro l’Inghilterra era diventata la somma preoccupazione di Filippo, ed ai suoi occhi l’invasione dell’Inghilterra parve la speranza per mettere in ginocchio i ribelli olandesi. Mentre il re studiava i suoi piani, i predicatori denunciavano la iniquità dell’eretica regina d’Inghilterra ed evocavano coloritamente le glorie che la Spagna aveva conquistato con le sue crociate. Se mai si volesse indicare un anno che segni la divisione tra la Spagna trionfante dei primi due Asburgo e la Spagna scorata e delusa dei loro successori, quell’anno è sicuramente il 1588. Se la contesa per il dominio delle rotte marine rimase indecisa, la disfatta dell’Armada aveva fatto pendere la bilancia della potenza contro la Spagna. La grande crociata della Spagna contro le potenze protestanti del Nord era terminata con l’insuccesso. Questo fatto e la successione al trono francese del protestante Enrico di Navarra obbligarono Alessandro Farnese a volgere l’attenzione dai Paesi Bassi alla Francia. La conversione di Enrico di Navarra al cattolicesimo cancellò poi ogni speranza che sul trono francese potesse salire un candidato spagnolo. La bancarotta del 1596 venne a suggellare il fallimento di tutta una politica e rese al contempo imperativo far ritorno alla pace. Rendendosi amaramente conto di avere ormai i giorni contati e che presto gli sarebbe successo un figlio inesperto e che gli avrebbe lasciato in eredità le casse vuote, Filippo si impegnò a limitare gli impegni enormi della Spagna. Il primo passo verso la liquidazione della rovinosa politica imperiale fu l’invio nei Paesi Bassi dell’arciduca Alberto. Il suo arrivo segnò l’inizio di una politica nuova nei confronti dei Paesi Bassi. Nel 1598 concluse con Enrico IV il trattato di Vervins, che pose fine alla guerra con la Francia. Filippo morì nel 1598. Il nuovo governo di Filippo III si impegnò in un altro sforzo militare nelle Fiandre e nel 1601 inviò una spedizione in Irlanda. Due anni dopo venne firmata la tregua di 12 anni tra la Spagna e le province olandesi ribelli. Le circostanze che obbligarono la Spagna ad un arresto delle sue imprese imperialistiche furono determinate sia dalla situazione generale della politica economica sia da quella propria della Castiglia. Dietro la crisi castigliana c’era un’altra crisi e proprio questa fu quella che incise sulle fortune della Castiglia. Si trattava di una crisi provocata da un mutamento graduale nella natura dei rapporti economici che intercorrevano tra la Spagna e il suo impero transoceanico. L’imperialismo del regno di Filippo II si era fondato sull’economia ispano-atlantica. Durante l’ultimo decennio del 500 l’argento americano arrivò in Spagna ancora in quantità notevolissima e il porto di Siviglia conobbe allora un momento di prosperità innegabile. Tuttavia, tali promettenti apparenze nascondevano l’inizio di un mutamento radicale nella struttura di tutto il sistema ispano-atlantico. Tale mutamento fu in parte frutto della guerra che la Spagna aveva intrapreso con le potenze protestanti del Nord. D’altra parte, la Spagna dipendeva dall’Europa settentrionale e orientale per i rifornimenti alimentari e materiale nautico. Gran parte delle merci ora indicate veniva trasportata in Spagna da navi olandesi. Inquieto per la continua dipendenza della Spagna, Filippo II nel 1585 decretò l’embargo per le navi olandesi solite a frequentare i porti spagnoli e portoghesi. Essi avevano bisogno dell’argento e dei prodotti coloniali spagnoli e davanti alla minaccia di blocco degli scambi con la penisola iberica, gli olandesi reagirono nell’unico modo loro possibile: si recarono direttamente nelle zone di produzione e cioè nei Caraibi e nell’America spagnola. Questa intrusione degli olandesi nella zona dei Caraibi sconvolse il sistema delle comunicazioni marittime tra i vari possedimenti coloniali spagnoli. La presenza di intrusi, venuti dai paesi del Nord Europa nei mari americani costituì un pericolo serio per il sistema commerciale spagnolo. Ancora più grave fu la simultanea trasformazione che subì allora l’economia americana. La ragione principale del mutamento è da indicare in una catastrofe demografica. Mentre la popolazione bianca del Nuovo Mondo continuò a crescere, la popolazione indiana del Messico si trovò flagellata da terribili crisi epidemiche. Dunque, la mano d’opera di cui erano soliti avvalersi i coloni spagnoli si trovò ad essere terribilmente ridotta di numero. I grandi progetti di costruzioni furono bruscamente arrestati e divenne sempre più difficile trovare mano d’opera per le miniere. Il secolo che seguì l’epidemia indiana degli anni 1576-79 è stato chiamato il secolo di depressione della Nuova Spagna. Durante quel secolo il Nuovo Mondo ebbe poco da offrire all’Europa: poté dare meno argento e poté offrire minori prospettive agli emigranti. Quindi, dall’ultimo decennio del 500, l’economia della Spagna e quella dei suoi possedimenti americani cominciarono a divergere, mentre trafficanti inglesi e olandesi cercavano di intrufolarsi nelle smagliature del sistema ispano-atlantico e di allargarle sempre di più. Le merci prodotte in Spagna non erano richieste in America e quelle che l’America chiedeva non erano prodotte in Spagna. Né l’attività manifatturiera né l’agricoltura si trovarono in condizione per fronteggiare la sfida di una domanda che stava cambiando e di una crescente concorrenza estera. A dire il vero, l’economia della Castiglia palesava tutti i segni della stagnazione. Il primo fatto era lo spopolamento della Castiglia con la congiunta decadenza dell’agricoltura. Quello che però veniva visto come spopolamento non fu altro forse che una redistribuzione della popolazione in forza di emigrazioni interne. Quindi, quello che si pensava fosse uno spopolamento generale fu invece uno spopolamento della regione settentrionale, e cioè di quella che era stata nei primi anni del secolo la parte economicamente più prospera della Castiglia. Ci fu anche un altro spostamento, le cui implicazioni turbarono gravemente l’assetto generale: l’inurbamento dei contadini. Le condizioni dei contadini castigliani e di chi in genere attendeva all’agricoltura erano in via di peggioramento. Era fin troppo facile per un contadino trovarsi immerso nei debiti se lo colpiva la sventura di una serie di cattivi raccolti. E anche quando andava bene egli era sempre oggetto di vessazioni da parte dell’esattore di imposte. Il comune abitante di un villaggio castigliano aveva ben pochi mezzi per difendersi da questi agenti spietati di un potere a lui superiore. I soldati disprezzavano i contadini e li trattavano con modi in cui si mescolavano lo sprezzo e la brutalità. L’esodo dalle campagne verso la città finì per trasformare gradualmente la Castiglia in una terra di villages désertés con conseguenze tragiche per lo sviluppo agricolo del paese. La produzione alimentare si palesò sempre più insufficiente ad una popolazione che era ancora in fase di crescita. I prezzi del grano furono in ascesa, i campi erano abbandonati e il paese si trovò sempre più strettamente vincolato ad un’Europa del Nord da cui già stava importando quei manufatti che le sue industrie non riuscivano più a fabbricare a prezzi competitivi. Gli ostacoli fisici e geografici alla crescita economica si presentavano gravi. Il suolo era povero, il clima sfavorevole e le comunicazioni interne erano terribilmente difficili. La città di Toledo con la sua operosa industria della seta era riuscita a conservare la propria prosperità. E di certo un miglioramento decisivo era quello di rendere navigabile il Tago da Toledo fino a Lisbona, finché non morì l’ingegnere che portava avanti i lavori, che furono interrotti per carenza di volontà. I viaggiatori stranieri che arrivavano in Spagna, infatti, avevano l’impressione di trovarsi in un paese in genere arretrato e incurante di tutto ciò che riguardava la scienza e la tecnica. Dunque, ad ostacolare il progresso dell’economia ci fu una mentalità prima ancora delle difficoltà tecniche. La Castiglia fu poi colpita da una catastrofe improvvisa. Negli ultimi anni del 500 i raccolti furono cattivi o pessimi; poi sulle orme della carestia giunse la peste. L’epidemia fece la sua prima comparsa nel Nord della Spagna, poi si diffuse con lento cammino verso Sud. Le conseguenze economiche della peste si videro nella crisi di mano d’opera che aprì il nuovo secolo. Le conseguenze di maggior gravità furono tuttavia quelle psicologiche più che quelle economiche. Ancora prima di essere colpita dall’epidemia, la Castiglia era una regione stanca e depressa. Gli ideali che l’avevano allettata e incoraggiata durante i lunghi anni di guerra si erano infranti e il paese si sentiva tradito. I castigliani reagirono al momento della delusione in modi diversi. Il fatalismo e la delusione non potevano che rafforzare certe tendenze latenti che già prima erano state incoraggiate dalle circostanze inconsuete che si erano avute nel 500. Il fatalismo era proprio quello che caratterizzava il modo di vedere il mondo del pícaro e, di fatto, il 600 fu essenzialmente il periodo dei pícaros che vivevano solo della propria astuzia: “Queremos comer sin trabajar”. Fu in questo clima di desengaño, di delusione generale, che Cervantes scrisse il suo Don Quijote. Si noti che la prima parte del libro apparve nel 1605 e la seconda nel 1614. Nel libro, oltre tante altre parabole, c’era anche quella di un paese che si era lanciato in fiera battaglia solo per accorgersi poi di essere andato a sbattere la testa contro dei mulini a vento. E così tutto finì nel desengaño, perché l’illusione non poteva troppo a lungo resistere all’urto della realtà. I fatti dell’ultimo decennio del 500 avevano spalancato gli occhi dei castigliani che si videro davanti la verità circa il proprio paese, e cioè la miseria in una cornice di fasto, l’impotenza che era stata scambiata per forza. Quelli non furono, infatti, solo degli anni di crisi, ma anche anni in cui si ebbe coscienza della crisi, anni in cui si fece l’amara scoperta che tutto era andato male. Fu poi sotto l’influenza degli arbitristas che la Castiglia tentò di scoprire dove e quando si era cominciato a scambiare l’illusione per realtà; essi volevano trovare risposte adeguate. Proprio come Sancho Panza aveva in sé stesso qualche tratto di Don Quijote, anche l’arbitrista dal pessimismo più nero covava qualche bagliore di ottimismo. La carenza di una guida Gli arbitristas proposero che le spese del governo fossero energicamente tagliate, che il sistema fiscale esistente fosse emendato da capo a fondo e che gli altri regni della monarchia fossero chiamati a dare contributi maggiori al tesoro della Corona; che fosse incoraggiata l’immigrazione per ripopolare la Castiglia, che le campagne fossero irrigate, i fiumi resi navigabili e fossero incoraggiate l’agricoltura e l’attività manifatturiera. Quello che occorreva era solo la volontà. Molto dipendeva dal carattere del nuovo regime. Filippo III era un essere anonimo, proprio il padre disse: temo che lo governeranno a piacere. Infatti, Filippo III era caduto sotto l’influenza di un subdolo Valenza, don Francisco de Sandoval y Rojas, marchese di Denia. Morto il vecchio re, egli distribuì amici e parenti nelle più alte cariche dello Stato. Don Cristóbal de Moura, il ministro principale di Filippo II, venne neutralizzato, allontanato dalla corte e mandato a fare il viceré a Lisbona. Denia era un uomo affabile, ma la sua prima sollecitudine fu quella di arricchire la sua famiglia e di tenersi saldo al potere. La morte di Filippo II aveva lasciato indebolita l’autorità del sovrano e i grandi nobili esclusi da Carlo II e Filippo II dai Consigli, si erano dati a fare pressioni energiche per esservi ammessi; lasciandosi facilmente ingannare il duca elevò a posizioni di grande importanza i personaggi più spregevoli (don Pedro Franqueza, don Rodrigo Calderón). Un governo formato da tali personaggi non poteva certo aprire prospettive di un grande sforzo riformistico e rinnovatore. Lo si vide soprattutto nella sua politica fiscale. L’unica azione positiva che si possa ascrivere a merito del regime del duca fu la firma nel 1609 della Tregua di Dodici Anni con gli olandesi. Ci fu, tuttavia, un’azione che il governo del duca perseguì con una risolutezza che non rientrava di certo tra le sue caratteristiche abituali: l’espulsione dei moriscos dalla Spagna. Il decreto di espulsione venne formalmente approvato dal re il 9 aprile 1609, lo stesso giorno in cui si appose la firma alla Tregua dei 12 Anni. L’espulsione dei moriscos può essere vista come l’azione di un governo debole, ansioso di acquistare popolarità in un momento di diffuso malcontento generale. Il problema dei moriscos era il problema di una minoranza non assimilata che aveva dato inquietudini fin dalla conquista di Granada. A Valenza il problema
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